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Las vísperas de España
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Las vísperas de España

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El mendigo y la calle de Madrid son un solo cuerpo arquitectónico: se avienen como dos ideas necesarias. La calle sin él —escribe Alfonso Reyes— fuera como un rostro sin nariz. Esta obra recoge una colección de impresiones, crónicas y viajes del autor que van de los "primeros prejuicios de la retina" a interpretaciones sobre la historia y el alma del pueblo español. Escritas en forma de instantáneas que capturan rasgos de interés o momentos característicos de la vida peninsular, y con el humor que lo caracteriza, en estas páginas Alfonso Reyes da cuenta, por ejemplo, de cómo "el paseante de los barrios bajos tropieza con una teoría de deformes. Comienza por contemplar, a lo Velázquez, un monstruo, dos monstruos, tres. Ve pasar enanos, hombres con brazos diminutos o con piernas abstractas, caras que recuerdan pajarracos y pupilas color de nube. Al cabo, la frecuencia de la impresión se dilata en estado de ánimo. Ya no cree haber visto monstruos, sino una vida monstruosa".
En este libro se atraviesan, además, imágenes de Burdeos e Italia, desde donde Reyes sigue contemplando España. Sobre algunos textos comprendidos en esta obra, el escritor y periodista Carlos González Peña escribió: "Visión pintoresca de Madrid que nos sabe a Goya". A la totalidad de Las vísperas de España podría otorgársele un juicio similar.
LanguageEspañol
Release dateJul 6, 2018
ISBN9786071656544
Las vísperas de España
Author

Alfonso Reyes

ALFONSO REYES Ensayista, poeta y diplomático. Fue miembro del Ateneo de la Juventud. Dirigió La Casa de España en México, antecedente de El Colegio de México, desde 1939 hasta su muerte en 1959. Fue un prolífico escritor; su vasta obra está reunida en los veintiséis tomos de sus Obras completas, en las que aborda una gran variedad de temas. Entre sus libros destacan Cuestiones estéticas, Simpatías y diferencias y Visión de Anáhuac. Fue miembro fundador de El Colegio Nacional. JAVIER GARCIADIEGO Historiador. Ha dedicado gran parte de su obra a la investigación de la Revolución mexicana, tema del que ha publicado importantes obras. Es miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, y de El Colegio de México, que presidió de 2005 a 2015. Actualmente dirige la Capilla Alfonsina. Reconocido especialista en la obra de Alfonso Reyes, publicó en 2015 la antología Alfonso Reyes, “un hijo menor de la palabra”. Ingresó a El Colegio Nacional el 25 de febrero de 2016.

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    Las vísperas de España - Alfonso Reyes

    ALFONSO REYES

    (Monterrey, 1889-Ciudad de México, 1959) fue un eminente polígrafo mexicano que cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la crítica literaria, la narrativa y la poesía. Hacia la primera década del siglo XX fundó con otros escritores y artistas el Ateneo de la Juventud. Fue presidente de La Casa de España en México, fundador de El Colegio Nacional y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. En 1945 recibió el Premio Nacional de Literatura. De su autoría, el FCE ha publicado en libro electrónico Aquellos días, La experiencia literaria, Historia de un siglo y Las mesas de plomo, entre otros.

    VIDA Y PENSAMIENTO DE MÉXICO


    LAS VÍSPERAS DE ESPAÑA

    ALFONSO REYES

    Las vísperas de España

    Primera edición en Obras completas II, 1956

    Primera edición de Obras completas II en libro electrónico, 2014

    Primera edición en libro electrónico, 2018

    D. R. © 2018, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-5654-4 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    Prólogo

    CARTONES DE MADRID

     [1914-1917] 

    A mis amigos de México y de Madrid, salud

    El infierno de los ciegos

    La gloria de los mendigos

    Teoría de los monstruos

    La fiesta nacional

    El entierro de la Sardina

    El manzanares

    Manzanares y Guadarrama

    Estado de ánimo

    El derecho a la locura

    Ensayo sobre la riqueza de las naciones

    Voces de la calle

    Las roncas

    Canción de amanecer

    La prueba platónica

    El curioso parlante

    Valle-Inclán, teólogo

    Giner de los ríos

    EN EL VENTANILLO DE TOLEDO

    Forma y sonido

    Las dos golondrinas

    El recuerdo del Ventanillo

    HORAS DE BURGOS

    El secreto del caracol

    Metamorfosis

    La luz roja interior

    Las tres hipóstasis

    Jardines carolingios

    El catolicismo pagano

    El trato

    El mayor dolor de Burgos

    Las mariposas

    En el campanario

    Las cigüeñas

    El castillo

    Pausa en San Juan de las Golondrinas

    En el hotel

    Los monasterios

    Envío a José María Chacón y Calvo

    LA SAETA

    Estamos en Sevilla

    Se agolpa la multitud

    Los nazarenos, de blanco

    Y la saeta sube

    Las cúpulas de azulejos

    FUGA DE NAVIDAD

    Hace días que el frío labra

    El ardiente pino

    Como en los primitivos

    Salte, pues, el vino dorado

    No hagamos caso

    Ese hombre ha salido por la mañana

    FRONTERAS

    Rumbo al Sur

    Noche en Valladolid

    Un agricultor andaluz

    Un egipcio de España

    La gracia

    Durango

    Éibar

    Zaldívar

    Deva, la del fácil recuerdo

    El paraíso vasco

    Roncesvalles

    Viaje a la España de Castrogil

    Rumbos cruzados

    DE SERVICIO EN BURDEOS

    El viaje

    La paz

    Piedras

    La despedida de los americanos

    Chez Dupré

    España en Burdeos

    Estudiantes

    Vinos

    Magia y feminismo

    Corpus baja del cielo

    En busca de Goya

    En busca de Marchena

    En busca del padre Mier, nuestro paisano

    La crisis de los emigrados

    HUELGA

     (ensayo de miniatura) 

    Disculpa

    Tesis

    Alegría

    Juguetes

    Locuras

    Pan de munición

    ¿Truenos?

    Heroicidad

    Sentimiento espectacular

    El mártir

    La heroína

    ¡La Kodak!

    Corte transversal

    Suspicacia

    Un descanso

    Los relinchos

    Notas

    PRÓLOGO

    El material de este libro pertenece todo a una época anterior a la guerra española, época que abarca más o menos mis diez años de Madrid, desde 1914 hasta 1924; desde los comienzos de la guerra europea hasta los comienzos de la dictadura militar; período que podría designarse, con el título de un libro de Luis Araquistáin, entre la guerra y la revolución. Buena parte de estas páginas ha aparecido antes en folletos de edición limitada. Mi propósito ha sido el reunir en un volumen de fácil acceso todo el material heterogéneo —estampas, memorias y viajes más o menos— que anda disperso y a riesgo de perderse en pequeñas ediciones de muy escasa circulación, añadiendo a la vez algunos capítulos inéditos. Dejo fuera de este volumen toda aquella parte de mi labor madrileña que forma ciclos bien definidos y ha de ser objeto de otros volúmenes: Visión de Anáhuac, El suicida, El cazador, Calendario, El plano oblicuo, libro de suprarrealismo avant la lettre que, aunque publicado en Madrid por cuidados del inolvidable Luis Bello, data de la primera época mexicana; las cinco series de Simpatías y Diferencias, los Retratos reales e imaginarios y demás papeles afines de periodismo literario; los ensayos de historia literaria ya dispersos en prólogos sobre el Cid, el Arcipreste de Hita, Lope, Ruiz de Alarcón, Quevedo, Gracián, ya aparecidos en repertorios técnicos, Revista de Filología Española, Revue Hispanique, Boletín de la Academia Española, o ya en volúmenes especiales como las Cuestiones gongorinas.

    A raíz de mi llegada a Madrid —en las condiciones que dejo descritas en Rumbo al Sur—, me relacioné con la gente del Ateneo (Secretario, Manuel Azaña), que más tarde me honraría nombrándome Secretario de su Sección Literaria; me relacioné con el Centro de Estudios Históricos, donde me cupo la suerte de trabajar durante cinco años bajo la dirección de D. Ramón Menéndez Pidal, y rodeado de la compañía y consejo de Américo Castro, Federico de Onís, Tomás Navarro Tomás, Antonio G. Solalinde, Justo Gómez Ocerin. Mi fraternal amigo Enrique Díez-Canedo me puso en contacto con los señores Velasco y Acebal, que me acogieron tan gentilmente en la colección clásica de La Lectura. Más tarde se hizo cargo de estas ediciones Domingo Barnés, quien aceptó el plan de ciertos Cuadernos Literarios que inventamos un día Díez-Canedo, José Moreno Villa y yo, con el fin de dar salida a ciertos nombres nuevos, ante la superabundancia de libros traducidos que por entonces aparecían. En estos Cuadernos Literarios vino a publicar Azaña su primer libro. Cuando Azaña y Cipriano Rivas Cherif crearon La Pluma, tuve el privilegio de trabajar con ellos. Mi caro y admirado Juan Ramón Jiménez me llevó a la Editorial Saturnino Calleja, para ciertas labores de traducción y preparación de clásicos populares, donde disfruté el caballeroso trato de Rafael Calleja. Con Juan Ramón colaboré más tarde en la revista Índice. En sus pocos números, esta revista congregó a los más jóvenes: Federico García Lorca, José Bergamín, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Antonio Marichalar, Antonio Espina. La noble amistad de José Ortega y Gasset me valió desde el primer instante, asociándome primero al semanario España, después a El Imparcial y finalmente a El Sol, donde mucho tiempo redacté una página de Historia y Geografía, en los días de Manuel Aznar y Félix Lorenzo. Yo necesitaba un colaborador para los asuntos geográficos, y me acordé entonces de Juan Dantín Cereceda, cuyos trabajos ya me habían prestado grandes servicios en México, en mi cátedra de Historia de la lengua y la literatura españolas (Escuela de Altos Estudios). Dantín Cereceda era, a la sazón, catedrático en Guadalajara y, desde las páginas de El Sol, se fue acercando a la Universidad Central de Madrid. Nicolás M. de Urgoiti, gerente de la Papelera Española, fundó la Editorial Calpe —después reunida con la Espasa— cuya Colección Universal inauguré con cierta prosificación del Poema del Cid que ha corrido con fortuna. Colaboré un poco en las empresas americanistas de Rufino Blanco-Fombona, quien, entre otras cosas, me brindó la ocasión de presentar a Fray Servando Teresa de Mier en la Biblioteca Ayacucho. El director de la Biblioteca Nueva, José Ruiz Castillo, con quien me amisté desde los días del semanario España, también me publicó alguna cosa y me encargó, en los últimos años, el cuidado de las Obras de Amado Nervo. Don Ramón del Valle-Inclán, que fue mi vecino en el barrio de Salamanca, me tomaba algunas veces consigo, y juntos solíamos emprenderla hasta el Café Regina. Él me daba consejos sobre la manera de presentar los libros a la imprenta. Cuando ya me encontraba yo en París, en horas aciagas para él, fui el intermediario de la solicitud mexicana para este amigo de nuestro país, invariable y puro. Azorín, mi primer amigo de España, a quien conocía desde mi llegada a San Sebastián, se acordó un día de mí, desde la Subsecretaría de Instrucción Pública, que desempeñó pasajeramente, y me llevó a Burdeos en su compañía, de lo que queda memoria en este libro. Y aun el viejo traductor de Anatole France, aquel Luis Ruiz Contreras en cuya casa se habían juntado por primera vez los escritores del Noventa y Ocho, tuvo tiempo todavía, allá a mi llegada y cuando nadie me conocía en Madrid, de asociarme a algunos de sus trabajos.

    Mi propósito al hacer estas evocaciones no es trazar el cuadro completo de la vida literaria que presencié en Madrid (mucho más habría que contar), sino sólo explicar las principales circunstancias de la elaboración de este libro.

    Devuelto por 1920 al servicio exterior de mi país, aunque tuve que alejarme un poco de la literatura militante, nunca perdí mis contactos. La expresión de mi gratitud para mis compañeros de España —en que asocio a muchos otros que no tengo tiempo de nombrar— sería inagotable. Ellos saben que ninguno de sus actuales dolores puede serme ajeno y que siempre iluminará mi conciencia el recuerdo de aquellos años, tan fecundos para mí en todos sentidos. Aprendí a quererlos y a comprenderlos en medio de la labor compartida, en torno a las mesas de plomo de las imprentas madrileñas. La suerte me ha deparado el alto honor de encarnar, para la España nueva, la primera amistad del México nuevo, aunque la más modesta sin duda. Este honor no lo cederé a ninguno.

    Buenos Aires, 14-IV-1937.

    CARTONES DE MADRID

    [1914-1917]

    A MIS AMIGOS DE MÉXICO Y DE MADRID, SALUD:

    GAUTIER, pintor antes que poeta, se quejaba de que nuestra civilización fuese poco colorista. Después de él, han fracasado las últimas teorías literarias del color: ¿hay cosa más desacreditada, en efecto, que las teorías del color local? Buscamos ahora la realidad algo más allá de los ojos. Los mismos pintores han comenzado a desdeñar el dato naturalista de los ojos, y ya los cubistas se precian de ver con las manos, con el sentimiento muscular de la forma. No sin cierto regocijo, como el estoico, parece gritar nuestra civilización: ¡Perdí los ojos!

    El primer ataque a los ojos, a la objetividad visual, comienza con el descubrimiento de la escritura: en cuanto la línea cobra una intención jeroglífica, gana para el entendimiento lo que pierde para la sensibilidad. Recorred las salas de los museos: veréis que, invariablemente, la pobre gente ha dejado de ver los cuadros por leer los letreros que aparecen al pie. No se perdería mucho si se suprimieran los letreros. De igual modo, los hombres no se conforman con que los veamos; quieren, sobre todo, que los leamos.

    No dudo que compartáis este sentimiento, al menos de un modo relativo. No dudo que os parezca ligero este cuaderno de notas y rápidos trazos, testimonio de lo más superficial que he visto en Madrid. ¿Necesito aseguraros que no para en esto mi interpretación de Madrid? ¿Necesito explicaros que sólo he querido reunir, en este cuaderno, esos primeros prejuicios de la retina, esos primeros y elementales aspectos que atraen los ojos del viajero? Poco a poco, me fui convenciendo de que el ibis o la flor de loto eran letras y que, juntas, tenían un sentido que era menester descifrar. Mientras tanto, me entretuve simplemente en mirarlos. Tampoco respondo de algunos resabios amargos de este primer gusto: consideren mis amigos que muchas de estas notas están hechas a media noche, rodando solo por esas posadas de Madrid, sin saber a lo que había venido y bajo el recuerdo de las cosas lejanas.

    Madrid, mayo de 1917.

    I. EL INFIERNO DE LOS CIEGOS

    Santa Lucía nos libre

    del mal de gota serena…

    EL MENDIGO y la calle de Madrid son un solo cuerpo arquitectónico: se avienen como dos ideas necesarias. La calle sin él fuera como un rostro sin nariz. Él es su cariátide y a la vez su parásito: le da consistencia y vive de ella. Es su parte más sensible, la que le comunica emoción. Como una supervivencia medieval (en aquellos siglos el pueblo cantaba la Danza de la Muerte y los nervios eran más duros), os sale al paso para sobresaltaros.

    Hay un manco por Alcalá que pide limosna ofreciendo el fuego a los fumadores. Atisba, contraído de atención, el instante oportuno y, cuando alguien lleva el cigarrillo a la boca, frota el fósforo en su muñón de palo. El margen de probabilidad es mínimo: un segundo de vacilación, un soplo de viento, y la dádiva está perdida. Aquella viejecita, que pudiera ser una reliquia sagrada, canta tonadas ligeras a la puerta de los cafés. Otro, con un grito agudo y destemplado, acata terriblemente la fatalidad:

    Las verdades no las quiero;

    los consejos me hacen daño…

    Hay ciegos guitarristas, murgas de ciegos, ciegos cantores, recitadores o meros implorantes; ciegos salmistas y ciegos maldicientes. Hay, en fin, los oracioneros vistosos de Cervantes: los falsos ciegos.

    Con una crueldad castiza y rancia, el ciego de la calle de Carretas arroja su amargura a la cara de los pasantes en esta frase escueta, evidente:

    —No hay pena como haber visto y no ver, hermanos.

    (Dante la hubiera incrustado en sus tercetos.)

    A unos los acompañan niños, mujeres; otros van solitarios, dando tropezones como para localizar al ente caritativo. A otros los guía la bestia fiel, la única de que se ha olvidado Buffon: el perro del ciego.

    La ceguera ¿es hija del sol? Parece que la cultivara esta raza como una exquisita flor del mal.

    Ciegos bien como vestiglos,

    del mundo non vemos nada.

    Así rezan las coplas que les componía el Arcipreste de Hita, siglo XIV.

    II. LA GLORIA DE LOS MENDIGOS

    ES LUGAR común entre los no conformistas españoles que el daño fundamental de la patria viene del procedimiento picaresco. Encarna, dicen, en la perniciosa listeza del político, en la espontánea sofistería del pueblo y hasta en su teologismo hereditario. Pero donde sin disputa este arte de engaño adquiere relieve mayor y aun tintes trágicos, es donde se aplica al más aguzado de los fraudes, a la más absurda paradoja práctica: al hábito, perpetuado en el arrabal, de no comer.

    Cuando el héroe de la gesta llama a todos los bachilleres pobres, o cuando el poeta moderno increpa a los muertos-de-hambre de toda la España, tratan ambos de encauzar para algún objeto superior aquella energía gastada en regatearse el sustento. Pero la picaresca perdura, y la picardía suprema sigue practicándose alegremente. El hambrón se echa migas en las barbas para hacer creer que ha comido, y trae los pantalones raídos bajo la capa. A la Novela Española, imagen de esta trabajosa vida, han podido llamarla, sin hipérbole, la epopeya del hambre.

    Hay un día, sin embargo, en que el pícaro se cansa: agótase la artimaña, se rinde el orgullo; la existencia, ruda, quiebra con su empuje a los muy sutiles. La mentira ya no aprovecha, y entonces resulta más útil la verdad. Del pícaro fatigado ha podido provenir el mendigo.

    Implorar la caridad de la gente puede ser cínico, incómodo; pero es honrado y —lo que equivale a la honradez en el cielo de la razón pura— es directo. El acto de mendicidad es la esencia de todo acto utilitario. Tal vez lo que llamáis vuestro trabajo, el trabajo que os gana el sueldo, no es más que un sortilegio picaresco en redor de esta idea desnuda: pedir. Así, el trabajar para comer tiene, ante el mendigar, las ventajas sociales y las desventajas éticas que suele tener la mentira ante la verdad. Cabe, pues, considerar al mendigo como una decadencia social, mas como una regeneración ética del pícaro. Si en las calles de la ciudad veis un mendigo por cada fullero de antaño, será porque el pueblo se corrige.

    Y el impulso de mendicidad desborda el disfraz con que, a veces, quieren solaparlo: el vendedor callejero no os vende propiamente su especie, sino que exige vuestra limosna, tratando de imponeros, en cambio, el billete de lotería o el periódico. Se ha visto al labrador dejar bueyes y arado para alargar la mano al caballero que pasa por el camino: he aquí un símbolo que quiero ofrecer a los fisiócratas. Porque bien puede ser la tierra la fuente misma de la riqueza, mas el

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