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PARTE UNO
La abuela mascaba su coca devotamente cuando bajaba desde aquel pueblo perdido entre
las montañas. Ella hablaba de aquél como si fuese el paraíso edénico y, con su voz bronca,
seguro de pichar su coca y fumar cigarrillos bolivianos que compraba a uno que otro joven
que pasaba de ilegal por la frontera, convencía a medio mundo de que ese poblado
silencioso, de calles secas y oníricas de tanto polvo, era el mejor sitio para vivir.
- El piso es muy duro aquí – decía, en tanto ajustaba sus chalas confeccionadas con forros
de neumáticos.
Prefería vivir en la bodega de nuestra casa, para no sentir el ruido de los aparatos modernos,
para sentir la sombra helada del altiplano, para dejar a su perro Chiri en el dormitorio, darle
en el plato y conversar con él en aymara. Y abría su saco lleno de hojas de coca, las
limpiaba con las manos y se las echaba a la boca. Pese a sus pocos dientes ya se había
acostumbrado a molerlas de algún modo con las encías. Era feliz pichando coca y más feliz
aún al escupirla en su bacinica celeste y repetir el rito cada media hora. La hoja de coca
ciertamente es amarga, pero los indios se han acostumbrado a su sabor, como se han
La abuela pedía de vez en cuando le prepararan guatea pero, tan noble como era ella, antes
mandaba a su hijo a traerle un llamo desde arriba. Ahí llegaba en camioneta el tío
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Encarnación, lleno de polvo, con las mejillas rojas, cristalizadas por el viento y el sol
llegado bien y se devolvía al automóvil a buscar un saco harinero lleno de tunas, duraznos
pequeños y más tumbos ácidos, todos protegidos por ramas de alfalfa que de algún modo el
llamo habíase comido, sorteando el saco harinero y la fruta fresca. Entonces mi padre
La abuela le advertía:
Entonces Chiri se quedaba en silencio y subía a los pies de la cama con ojos de perro
melancólico y enfermo.
La abuela ya no preparaba la guatea que tanto le gustaba, pues los años y las manos no le
acompañaban. Hacía algún tiempo una alpaca se le había lanzado encima y ella, al
Pese a que varios de sus dedos quedaron chuecos desde ese momento y, seguro de por vida,
acostumbraba a sobarlos con Wira Sacha, aquella crema que encargaba a Tacna, cuando en
La abuela también pedía le compraran crema Lechuga pues la cara se le secaba demasiado
con el aire de la cordillera. Ya tenía el rostro con más arrugas que planicies y la nariz le
asomaba como un cerro rocoso en aquél. Sus orejas también habían crecido, pero ella no se
daba por aludida y persistía en usar esos aros grandes llenos cuentas de colores. También
vestía con devoción una pañoleta de seda y, las tardes de ocio, la retiraba de su cabeza para
peinar por horas y horas su pelo negro y cano. A veces la sorprendía extrayendo con
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paciencia uno por uno esos cabellos blancos que tanto le picaban, decía. Al final, terminaba
cada una de sus obsesiones trenzando esas cascadas tan dóciles. Cuando lo hacía, yo
recordaba aquellas largas cuerdas blancas rebosantes de ajo que traía de regalo a mi madre.
Mi padre cocinaba guatea en esos días en que a la abuela se le antojaba. Siempre un día
enterraba un cuchillo que guardaba en uno de sus cajones más inexpugnables. Cuando yo
era más pequeño mi madre no dejaba que viera el sacrificio, decía que no era bueno que me
quedara observando, entonces me llevaba junto a mi hermano a tomar leche con mango
junto a la abuelita. Ahí ella nos contaba una y otra vez acerca del carnaval de Oruro, de
cómo la challaban con harina de colores, serpentina y agua. Narraba con minuciosidad
asombrosa a su edad la forma cómo bailaban los caporales, con esos trajes brillantes,
grandes y pesados. Comentaba sobre los vuelos y las polleras de esas jóvenes que bailaban
como trompos, enseñando las piernas, haciendo culebrear en el aire sus trenzas negras, ellas
morenas, guapas, conquistando a los varones que se acercaban luego del carnaval a
invitarlas a una cerveciña – malta o cerveza con leche condensada-. Ella con diecisiete años
soñaba con bailar en alguna de esas compañías, sin embargo, fue en esa edad en que
conoció al abuelo Romualdo y éste nunca la dejó bailar pues era en extremo celoso.
El abuelo Romualdo era un joven que trabajaba como jornalero para un hacendado en el
valle de Codpa. Allí conoció a la abuela, quien era hija de un boliviano de mucho dinero y
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dominguera, peinado con limón, zapatos prestados – pues sólo poseía unas chalas- y una
sonrisa bella que heredó mi padre. Ella delgada, vistiendo una pollera nueva, colorida,
trenzas negras amarradas con cintas brillantes. La gente había bajado de los pueblos
maíz, ajos, lo que fuera, para cambiarlos por uvas y esa sidra tan dulce llamada Pintatani.
Mucha gente, salidas de no sé dónde, míralas, ahí, como ovejas que rasgan la tierra y
levantan polvo y observa, van al río, a los ojos de pasto, con sus chuicas rebosantes de
licor, se marean, ríen, se calientan como perros en busca de hembras, olvidan la opresión
patronal, sus caminatas en busca de coca a la frontera, cómo que no se puede sembrar la
coca aquí, es que es precordillera, indio, no es el clima, pero igual de algún modo hay
hojas, la traen los burreros que cruzan a pie la frontera, acompañados de una mula que
carga los fardos para venderlos o intercambiarlos por harina o manzanas chilenas que no
se dan allá en Bolivia, pues el clima, si va a ser jodido, que sea parejo, justo ¿no,
hermano? Pero qué hacemos, chupemos, sigamos dándole a la chuica que son pocos los
días de fiesta en esta tierra que parece infierno pues es muy calurosa de día y muy fría en
la noche, y como que el corazón revienta por el esfuerzo, poco aire, aire olor a azufre,
Chungará, que me duele la cabeza de tanto esfuerzo y cómo hay que caminar, beber agua
del Lauca, lanzarse de guata a los bofedales y descansar un poco para continuar, a punta
cara, con eso que arde pero que hace tanto bien, y en la tarde alguna tortilla a las brasas
con agua de chachacoma pa que el corazón siga funcionando, mierda, y seguir caminando
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hasta Putre, que es el pueblo más grande, incluso que Arica, y puedes ver algo bonito
siquiera un poco, calles adoquinadas, una plaza en la que van señoritas con sus polleras y
trenzas al aire y cómo ríen aunque sus madres les dicen “no rían tanto, que parecen
chilenas” y ellas, tapándose la boca, observando al suelo cuando pasa un carabinero para
que no se las lleve asustadas ni tampoco haga lo que comentaban en silencio que les decía
algo bonito y pa dentro, y después preñada, y qué paisano se querrá casar contigo, chola,
con un hijo de mejillas levantadas, pero blancón como chileno, con apellido Choque,
Mamani, Colque o Supanta; vamos, caminemos rápido, que nos pillan acá y es triste que lo
descubran en medio del trayecto y le requisen todo lo que lleva, que le quiten a la mula que
tanto te acompaña en tus momentos de soledad en esta soledad más grande, aquí en el
altiplano donde pareciera que no hay vida, donde hasta el viento suena apagado, y el sol
se cansa de tanto calentar por todos lados y para qué decir de la luna que muchas noches
en que el sol con rabia la ha sacado poco menos que a chicotazos; y te lleven encima de
una camioneta, de noche, te pasen una lona, pero hay veinticinco grados bajo cero y te
haces acá hijo de puta” y te patean, te cortan el pelo y se burlan de tu nariz grande, de tu
piel color oscuro, de tus mechas tiesas, “paisano culiado” y casi no puedes dormir porque
hace mucho frío. Por eso hay que caminar, duro, días enteros, que cuando sales con
harina, tarros de conservas, entonces no te hacen escándalo, más que mal estás saliendo y
no estás entrando a su país donde a los indios se los maltrata, no como en Bolivia, que al
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En medio del tumulto se acercaron. Dicen que los aymaras son medio tímidos. Y es verdad.
latitudes. Quebrar el muro de la individualidad es difícil; pero la fiesta estaba, qué muros
más no podrían haberse roto. Romualdo la observó, ella también y él la invitó a seguir a la
banda de bronces que había llegado desde Potosí. Ésta poseía cerca de sesenta músicos y
hacía remecer a todo el pueblo con sus bombos, trombones y platillos. El joven soñó con
poder ser alguno de los músicos de dicha banda y la abuela ser como una de esas señoritas
a bailar.
- ¿Quién es ese pobre hombre que te ha sacado a bailar? – la bisabuela le agarró de las
tu padre, carajo.
La abuela hablaba aymara con mi padre y mis tíos, pero se abstenía de articularlo cuando
estaba mi madre o alguna persona chilena. Yo nunca comprendí esa actitud, aunque después
me encontré con algunos datos que me la aclararon: se les enseñó a ella y a toda su
generación a que no debían hablar su lengua pues eso los acercaba más a la nacionalidad
Mi padre me mencionó alguna vez que el gobierno mandó a profesores desde el sur para
hacer clases en las escuelas rurales del altiplano. Acá éstos prohibían a los pequeños hablar
aymara. Es más, a quien osara usar su lengua, se lo castigaba dándole de punteros en las
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piernas o reglazos en las manos. Mi padre nunca aprendió a hablar bien el castellano y eso
me causaba cierta vergüenza cuando pequeño. Confundía las vocales e o i, la letra jota con
la efe; en fin, tenía una mezcolanza de lenguas, quizás podía hablar las dos, pero ninguna
de modo correcto.
La abuela hablaba algo mejor el castellano, no tartamudeaba como mi padre y usaba bellas
palabras antiguas. Decía aborrecer en vez de odiar, usaba el verbo saber para construir
perífrasis verbales, así como los bolivianos. Su acento no era chileno, pero tampoco de otro
país. Me daba la impresión de que su modo de hablar se había detenido en algún punto de
la historia y había sido matizado por la musicalidad tan hermosa de las voces aymaras.
Yo nunca comprendí porqué mi madre pudo fijarse en un hombre como mi padre. No era
que él fuese poco atractivo o un hombre desagradable, pero a veces las mujeres blancas son
un poco racistas y tratan de paisanos a todos lo que tengan en la piel cierto rasgo moreno.
No comprendo esa fijación porque, además, las costumbres de los blancos siempre fueron
Mi madre me decía que se había casado con papá porque él tenía un trabajo, que si bien no
era el mejor, al menos era algo. Ella nunca se había sentido protegida, pues salió a muy
temprana edad de la casa a trabajar como empleada doméstica. Ahí siempre era la que
servía y, al conocer a mi padre, pienso, sintió que por primera vez alguien le atendería y le
miraría de abajo hacia arriba, no como los ricachones a los que muchas veces atendió.
Nunca me han dicho cómo fue su noviazgo y lo que sé lo he ido armando como se arma un
rompecabezas de muchas partes. En ocasiones que los vi discutiendo pensé que tal vez no
se enamoraron del todo. Quizás nunca lo hicieron y mi madre estuvo con él para sentir que
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era valiosa. Después vinieron los hijos y es probable que haya sublimado esa carencia de
Papá y mamá llegaron a vivir a la casa cerca del año setenta y uno, luego de arrendar unos
meses en la casa de don Faustino Choque, un caballero boliviano casado con chilena, que
La población Chile en aquel tiempo no era nada más que una toma de sitios. Papá se
informó del movimiento con uno de sus clientes de la peluquería en que trabajaba.
- Bienvenido – le dijo – parece que están repartiendo terrenos en las pampas, cerca del
Cerro chuño. ¿Por qué no preguntas? Estás recién casado, necesitas una casita para
vivir.
fajo de cartones. Pernoctaron una noche a la intemperie. Papá asistió a su trabajo la mañana
siguiente y mamá se quedó conversando con una señora que se había ubicado en el sitio de
lateral.
- Era la mamá del Peter, ¿te acuerdas? El niño que murió enterrado en el cerro cuando
Días después aparecieron unos señores de la municipalidad con una micro de carabineros
para desalojar a esa gente. El gobierno de Allende, sin embargo, dio una orden para lotear
los sitios, por lo cual los señores del municipio y la policía tuvieron que retroceder a sus
cuarteles y oficinas.
Aroca se llamó Población Salvador Allende y luego del golpe militar cambiaron el nombre
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por motivos obvios. La Once de septiembre antes del gobierno de Pinochet se llamó
población Venceremos.
Era algo curioso que el lugar en que crecí se llamara población Chile, pues la mayoría de la
gente que habitaba allí era descendiente de bolivianos, peruanos avecindados en la ciudad o
paitocos llegados de los pueblos y valles del interior. Eso se podía comprobar con sólo
caminar por sus calles en las cuales se olía la pobreza y la miseria del pueblo aymara. Los
imagino, pues no había luz eléctrica, agua potable o alcantarillado y papá junto a mi tío
tuvo que cavar un hoyo de cuatro metros de profundidad, construir un cajón con un aro de
plástico y una caseta para destinarlos como baño. Es muy poco lo que me acuerdo de eso
pues estaba muy chico, lo que sí recuerdo es que nuestros vecinos de esquina, aun
mantenían un pozo séptico cuando la mayoría ya contaba con alcantarillado, porque eran
muy pobres. En realidad eran más pobres que nosotros; me imagino en qué pobreza habrán
crecido.
Don Hernán no tenía trabajo y se las debatía con cualquier pololo que encontrara. A veces
cargaba sacos en la feria, otras hacía aseo en el terminal pesquero. Yo me juntaba con sus
hijos Chano y Mery y solíamos jugar a lo que nos llevara nuestra exacerbada y hermosa
creatividad infantil. La vecina, los quería mucho y, los días en que no tenía cómo cocinar
pues su esposo a veces llegaba borracho, le pedía a mi madre algo de plata para tener que
El caballero era algo rudo, muy sureño para sus cosas. Tenía los ojos claros, era rosado y
castigaba a los hijos con correa, como nuestros padres a mí y a mi hermano. Pero era, a
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diferencia de mi viejo, un tipo con muchos vicios pues fumaba y bebía sin parar por
semanas enteras. Recuerdo una vez, cuando jugábamos con Chano, Mery y mi hermano
Josué al club de los amigos, llegó a la casa pateando la puerta. Cuando la vecina le abrió las
arremetió contra ella. Chano, que estaba acostado en la cama con la vecina, salió a
defenderla. Don Hernán creyó que éste era un amante que tenía su esposa y le empezó a
pegar. Todos salimos - incluido Chano que de algún modo se zafó del ataque de su
progenitor- hacia nuestra casa, pues en la mitad de los sitios habíamos derribado una
muralla de cholguán y nos pasábamos a cualquier hora del día a jugar, salvo en los días de
semana que mi madre nos obligaba a estudiar mostrándonos un palo de escoba o la cuchara
Chano y Mery se llevaba como por tres años con Josué que en esa época tenía cerca de los
nueve. Yo contaba con siete y aún chupaba mamadera, pero lo hacía escondido, con la
ventana cerrada para que mis vecinos no me vieran. Siempre nos llevamos bien; Chano era
quien organizaba los juegos, Mery lo secundaba y mi hermano y yo les seguíamos para no
aburrirnos. Cuando Josué cayó al hospital por un problema al estómago yo me puse muy
triste. Mis amigos igual, pues nunca nadie antes se había ausentado más de la cuenta. En
esos años creo que sólo una vez ellos salieron de vacaciones y nosotros nunca, por lo cual
Recuerdo en una ocasión en que contemplaba una pelea que sostenía Mery y Chano por un
mantenerlo para sí. Por esta razón me lo lanzó. Sólo vi el rostro de furia que se dibujó en
Chano y me gritó “Pásalo, tíralo”. Yo no. Siempre me gustó Mery y no podía dejar pasar
la oportunidad para ayudarle. Pero me dio mucho miedo salir corriendo a mi casa, así es
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que me quedé allí, tieso de pavor, por lo que Chano corrió donde yo estaba y maricón como
él solo, en vez de pegarme un combo me tiró de las mechas hasta que me puse a llorar.
Nunca me llamaba así, pero sólo cuando estaba enfurecido conmigo me gritaba: “¡Paisano,
living, llorando en silencio, esperando que ella abriera la puerta para tomar mi mamadera y
acostarme a hacer mi siesta sagrada, aquella que es común en las ciudades del norte y es tan
deliciosa.
No todas las casas de la ciudad tenían un patio con árboles frutales, ni un lugar trasero en el
que se criaran gallinas, conejos o patos. Hubo un tiempo en que yo creía que sí ya que papá
agrícola me lo hacía entender de ese modo. Mi madre reclamaba por las moscas en el
verano, que el olor que sale del patio chico, esos gallineros que dan vergüenza y cómo que
los vecinos no dicen nada y así, se las cantaba todas cuando se enojaba. Pero papá ahí,
quieto, sumiso y callado como todo buen aymara, aunque de vez en cuando alzaba la voz
Los indios siempre trataron de revivir algún espacio dentro de sus casas que los conectara
con el mundo en que vivieron sus antepasados. Esos microcosmos bien eran las huertas y
los chiqueros del patio de atrás. Yo recuerdo cómo se entretenía el viejo al introducir su
humanidad entre los árboles de olivo, mora y granadas, entre las matas de ajíes, mentas y
rudas o cómo le conversaba a sus animales allá atrás y les compraba alfalfa, en sus buenos
tiempos, o cáscaras de choclo – a las que irrisoriamente las denominaba chalas- que nos
mandaba a buscar a mí y a Josué en el mercado; ahí cargando el saco lleno, una manzana él
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otra yo, mientras comíamos cubos o pululos largos con los cinco pesos que nos daba de
propina.
La abuela a veces sacaba con sus manos ajíes y se los comía enteros con la sopa que le
pedía a mi mamá que hiciera. Mi mamá la quería mucho, diré a veces que más que a papá.
La viejita era jodida, pero buena persona. Cuando se le morían los perros pedía que alguno
de sus hijos le consiguiera uno, así, igual que el anterior, chusco, quiltro, que no inspirara
miedo, sino más bien compasión. Entonces criaba al perro muy faldero, pero no faldero
como se los conoce aquí, sino preparado para recibir los retos y caricias de su ama. Seguro
les contaba de su vida, de sus amores, de los avatares de su viudez y cómo le era difícil
A veces mi madre la subía arriba del furgón y la sacaba a pasear a la playa. Siempre fue
acompañada de Chiri que a esas alturas ya estaba viejo, despedía un olor desagradable y
estaba quedando pelado. La abuela le echaba aceite de comer para que no le doliera tanto la
piel sin vellos y el perro ladraba agradeciendo las atenciones de la viejita. Lo más probable
es que nunca hubiera podido recibir aquéllas puesto que era un quiltro sin atractivo alguno,
chico, negro, horripilante. Pero en la casa todos lo queríamos ya que era muy fiel y leal con
características.
A la abuela no le gustaba mucho la playa, quizás porque nunca la tuvo cerca y no pertenecía
al cuadro que por años observaba en los atardeceres. Quizás porque el altiplano, pese a su
sequedad, con la luz del sol amainando, escondiéndose entre los cerros, producía
tonalidades bellísimas en el suelo, el aire helado era más puro y el cielo mostraba estrellas
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más brillantes y cercanas. El ruido del mar y el viento, seguro, eran muy distintos a la
armonía del desierto allá arriba y eso la volvía melancólica, tanto que deseaba retornar de
En la escuela, siempre los paisanos se juntaban entre ellos y las paisanas igual. Eso era
normal y nadie hablaba de discriminación. Yo me juntaba con unos y con otros pues el
mestizo siempre tendió a acercarse más al equipo de los chilenos . Mal que mal era mi
madre quien iba a las reuniones de apoderados, ella hablaba bien, era muy blanca y no una
chola vestida de polleras como era el caso de las mamás de algunos compañeros como el
Quispe, Choque o Ayavire. Ellos eran buena onda, me estimaban harto, pero el resto del
curso nunca los pescó demasiado. Cuando peleaban siempre perdían, por lo cual preferían
pequeño, algo concorvado. Por lo mismo les decía: “No les hagas caso, vamos al kiosco a
comprar membrillos”.
Cuando me invitaban a sus casas me quedaba observando sus patios y gallineros, muy
parecidos a los que había en mi casa, pero la mía a diferencia de la de ellos poseía un
living, dormitorios y una cocina algo más normal. Ellos no tenían esos espacios. Sus casas
no poseían sillones ni mesas de centro sino una mesa de comer, un par de sillas y bancas a
los costados. Aparte no había ventanas y sólo se iluminaban por la luz que se colaba por las
puertas y los agujeros entre tabla y tabla. A veces colgaban en pleno comedor trozos de
charqui de llamo, ajíes y trenzas de ajo. A mis compañeros les parecía no importar el
aspecto de sus moradas aunque después sí, cuando se ponían a pololear, entonces no hacían
pasar a sus pololas sino que las atendían en el antejardín, entre matas y árboles frutales.
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Los aymaras de la ciudad no eran tan pobres como nosotros, pero vivían miserablemente
por un asunto de cultura. Muchos de mis compañeros de curso recibían buenos regalos en
Navidad. Autopistas, trenes, autos de carrera, algunas veces bicicletas. Es que la mayoría
de sus papás tenían chacras en el altiplano o animales. Aunque aún así vivían lamentándose,
que mamaceta he sabido tener poco, que mes llamos han sabido morirse puis, pero me
y feas.
Mi casa era de madera y cholguán y poseía el techo plano casi todas las casas en Arica. Allá
no llovía nunca por lo que cada vez que el cielo se oscurecía todos hacíamos fiesta y
salíamos a la calle a festejar y esperar que cayeran los primeros goterones. Entonces
otro como orates, riéndonos, extendiendo nuestras manos, esperando que cayera más lluvia.
nuestros ídolos futbolísticos como Cazely, el Nene Gómez, Juan Carlos Letelier, que
jugaban en el Defensores del Chaco, por ejemplo, con lluvia y barro hasta el cuello y aún
La calle nuestra era más ancha que el resto de los pasajes de alrededor. Decía mi mamá que
los fundadores de la población habían pensado en construir una plaza ahí, pero los dineros
se los robó una presidenta de la junta de vecinos que se fue al exilio con su marido y su hijo
pequeño. Entonces quedó ahí la calle, llena de tierra, ancha, donde era tan dulce jugar a la
pelota o hacer carreras de bicicletas o saltar rampas en éstas, las que nosotros mismos
construíamos desarmando nuestro hogar, a veces recibiendo los retos de nuestras madres.
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Lo curioso era que en nuestra manzana casi no habían paisanos, ha diferencia del resto de la
población. Los más paitocos éramos yo y mi hermano. Pero había chiquillos que eran más
morenos – pues mi hermano Josué salió más parecido a mamá- y yo no entendía por qué, si
- Son azapeños – me dijo mi madre una vez que me llevaba de la mano al jardín- Casi
- ¿De dónde son, madre? – le pregunté yo con esa voz chillona, frunciendo el ceño como
ella.
- Son de África.
gusta quedarme mirando los animales tan bonitos, tan parecidos a los reales que salen en
la tele, en los programas que acostumbra ver mi padre sobre la selva y también sobre el
mar, cuando sale Jacques Cousteau metiéndose al agua con traje de buceador y se enfrenta
a tiburones y morsas para estudiarlos como se estudia en un cuaderno, pero él los mira de
cerquita y eso es más entretenido, no tanto como cuando estudia uno del cuaderno; a mí
me gustan los animales, por eso tengo la cachada de animales en una caja de zapatos
tampoco un tren porque siempre juego en la tierra y algo les pasa a esas porquerías;
parece que yo y mi hermano tenemos mala suerte porque siempre nuestros juguetes se
echan a perder, nada nos dura, o se desaparecen, o se los roban los vecinos o cualquiera
otra catástrofe; por eso quiero un zoológico, aunque mis vecinos dicen que no es un juego
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para niños varones, que bien podría pedir una autopista, una pelota Viniball - esas que
traen de Tacna- o algún auto Matchbox de la tele, pero no, yo quiero esos animales que
pareciera que fabrican en África, de ahí mismo donde salió Cunta Quinte, el que se parece
al Pedrito Corvacho del colegio, o al Coné, del frente, así de negros son ellos, azapeños.
Yo creo que son negros porque comen muchas aceitunas negras, entonces la tinta se les
sube a las cabezas, a la guata, a las piernas, a todos lados y alguna vez es posible que
hayan sido blancos, hasta rubios, pero como vivían en Azapa y como allá lo que más hay
es aceitunas, entonces pasaban comiendo aceitunas hasta que un día quedaron negros y
aunque se lavaban con shampú o jabón Ña Pancha, ese que traen de Perú, no podían
gritando “¡Negros curuchos, patas pa’rriba!”, como me enseñara mi amiguito Chano que
no tenía bicicleta pero me la pedía a mí para gritarle a un negro que vivía en el pasaje de
la vuelta y el juego era entretenido, nada más ir de nuestra calle a la calle de él, él jugaba
en el antejardín de su casa con otros niños, entonces había que detenerse en bici justo al
frente de su hogar y gritarle: “¡Negro curucho patas pa’rriba!” y luego correr rápido, con
la bicicleta a full, antes de que el tipo saliera a echarle la aniñada a uno, así lo hacíamos
yo, Chano y Josué y el negro ya estaba muy emputecido, pues vez que íbamos llegaba
hasta la reja y no nos podía alcanzar, hasta que un día una niña se me acercó justo cuando
me detuve frente a la casa del Cunta Quinte y me preguntó cuál era mi nombre y donde
estudiaba y en qué curso iba y si era verdad que estaba aprendiendo a tocar guitarra
porque cada vez que me veía iba con mi guitarra a tomar micro para ir a la escuela
Artística, entonces vino el negro y me agarró del cuello y me dijo hartas palabras feas que
no puedo repetir porque a mamá y papá no le gusta que yo diga garabatos y me amenazó
con pegarme si yo, mi hermano y mi amigo, lo volvíamos a molestar. Ahí la niña se fue y yo
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también muy asustado, porque el compadre tenía la edad del Chano y yo no quería tener
que vérmelas con él porque como buen aymara, nunca me gustó mucho pelear.
La abuela hilaba lana de alpaca en las tardes en que alojaba en casa. Con paciencia única
movía sus dedos chuecos, fabricaba hilos con esas fibras café y los enrollaba en un palito
de madera. Así se la llevaba todas las jornadas, mientras mascaba coca por inercia,
rumiando como un guanaco el pasto de los bofedales. Su perro le acariciaba los pies y
movía con su cola el saco lleno de pompones. Cuando llegaba de nuevo al altiplano, abría
la bolsa con lana hilada y destapaba su telar, lo aireaba un poco, se sentaba y comenzaba a
Ocupaba el matiz natural de las alpacas, aunque a veces sus ponchos eran de colores
diversos y llamativos. Teñía la lana con anilina que pedía le enviara mi madre. Y en esas se
las llevaba la abuela, hirviendo agua en su olla grande, alimentando las brasas con llareta
seca, moliendo esos trocitos de colorante en su piedra ahuecada y luego echando el polvo
en el agua caliente. Entonces depositaba la lana hilada dentro de la olla y la revolvía con su
cuchara de palo hasta que aquella lana blanca se tiñera del color escogido, casi siempre
vivo, como los matices de carnaval que cargaba en sus recuerdos tan arcaicos. Luego la
dejaba secar en el alambrado de las chacras, esos que construía mi tío Anselmo luego de los
ruegos de la abuela que se quejaba un poco de que él, el menor de todos sus hijos, era un
tanto flojo, no como Encarnación que había salido bueno para trabajar. Pastaba el ganado
por días enteros, viéralo usted, hijo, cómo ha sabido correr con los llamos por las
quebradas en que caminaban los gentiles – los antiguos aymaras – y también los soldados
de la Guerra del Pacífico que, según cuentan los abuelos, muertos de hambre, luego de la
batalla, mataban alpacas y llamos a corvo limpio y los asaban en fogones azuzados por la
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llareta. Así el tío Encarnación se llevaba los elogios de la veterana madre, pues además
sabía sembrar el orégano, cavar la tierra, adosarle grandes trozos de sacos plásticos y
construir estanques para convocar el agua que manaba de las vertientes; también sabía
diseñar bloques de adobe con paja, barro y tablones que él mismo cortaba y, como si fuera
poco, levantaba en dos días una muralla firme, con cimientos, cadena y pilares incluidos.
- Encarnación un buen hijo es – repetía ella, echando mano a todas sus eses, al más estilo
El tío era el tercero de diez hermanos. La mayor del matrimonio de la abuela se llamaba
Alberta. La tía Alberta a veces se asomaba por nuestra casa y siempre nos saludaba con
beso salivoso en la mejilla, nos abrazaba, y hacía cariño en la cabeza. Hacía un par de años
había abierto un local de frutas y verduras en el mercado que se hallaba cerca de nuestra
casa. Por ahí debíamos pasar obligadamente junto a mi hermano para llegar al colegio. Y
tan pronto la tía nos veía nos llamaba, nos saludaba con esos besos de sopapo, abría
nuestras mochilas y las cargaba con dos membrillos, una manzana y uno que otro plátano.
A nosotros nos daba vergüenza molestarla; “tía, es que para qué se molesta”, intentábamos
decirle, pero ella no, tan bondadosa, se despedía de nosotros con otro beso de caracol y nos
daba su bendición de modo que nos fuera bien en el colegio. Pero un día no se le vio más
por la feria – seguro que por toda la fruta que nos regalaba cayó en la quiebra- y se dedicó
junto a su esposo a criar animales en el interior. El tío Poncio, su marido, era también muy
buena gente y siempre tenía una broma a flor de labios, alguna talla, por ahí uno que otro
chiste. Se veía más joven que la tía y era más bajo que ella también. Era mestizo, pues no
era Choque, Mamani, Condori -ni ningún otro apellido paisano- sino Murillo. Aunque
llevaban muchos años de casados y una hilera de frutos del amor, que es la forma como le
dicen a los hijos - los primos sumaban siete- nunca vi al tío hacerle una caricia a la tía, darle
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un beso en la boca o tomarle de la mano; a veces pienso que porque la tía se parecía a mi
papá, sólo que tenía el pelo largo. Quizás el tío también hacía esa relación en su mente y
ese pensamiento le disuadía a la hora de demostrar el afecto que alguna vez tuvo guardado
El segundo de los hermanos era mi padre: Bienvenido Vásquez. Decía la abuela que era el
que más se parecía al abuelo Romualdo, hasta por la forma de caminar. Don Beno, como le
decían en el barrio a mi viejo, fue muy cercano a su progenitor. Su madre contaba que fue
el que puso el techo de la casa los días posteriores al ventarrón pronosticado por una
estrella que vomitaba fuego y azufre en el firmamento, allá por el año cuarenta, cuando
Bienvenido apenas tenía diez años y seguro tartamudeaba más que ahora. Era un experto en
cargar el borrico y viajar durante jornadas extenuantes junto al abuelo. Papá a veces me
contaba de sus viajes a Arica desde el altiplano. Caminaban al valle de Codpa subiendo
desde el pueblo, cruzando las espaldas de los cerros, bajando de nuevo allá, quedándose un
día para recuperar fuerzas, seguir el descenso del río, llegar a la quebrada de Chaca, salir a
caleta Vitor, costear los cerros a orillas del mar y por fin llegar a la imponente ciudad, que
tanta admiración provocaba en mi viejo, con sus luces, sus automóviles brillantes y nuevos,
sus calles pavimentadas y el aroma del mar cuyo rumor no le dejaba dormir por la noche.
Ambos pernoctaban en una gran casona de madera ubicada en Dieciocho con Patricio
Lynch la cual poseía dos pisos y se asemejaba a las vetustas casas que conocí años después
en el puerto de Iquique. Altas, con techo de calaminas, largas escaleras y enormes ventanas,
duendes y penaduras al por mayor. Ahí alojaban por un par de días don Romualdo y su hijo
Bienvenido, en tanto cambiaban en los mercados de la ciudad los sacos de orégano, las tiras
de ajos, los choclos, tejidos y cueros por harina, manteca y menestras diversas.
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- ¿Y traías colchón, papá, para que no te doliera la espalda cuando dormías? – le
preguntaba cuando me narraba su aventura que siempre parecía fresca a mis oídos
expectantes.
diez que observaba con admiración los pliegues del mar brillando ante el saludo del sol en
el atardecer. No sabía que muchos años antes sus antepasados habían pisado aquella misma
tierra arenosa del desierto para ir en busca de pescado fresco y mariscos con qué alimentar
a sus comarcas perdidas entre tanto cerro de colores diversos, allá lejos, cerca de ese
Seguían a mi padre mi tía Eulogia, su hermano Encarnación, la otra tía llamada Federica, el
tío Tránsito y el menor, Anselmo. La primera aún vivía en el altiplano y muy pocas veces
bajaba a la ciudad. Conservaba aún en sus ojos casi apagados por la ceguera el tono de la
mirada de los niños, esa ingenuidad de quien vive apartado de la civilización y contempla
con candidez el entorno en el cual subsiste. Muchas veces le observé ver televisión; no
pocas ocasiones cerraba los ojos cuando se acercaba un objeto hacia el primer plano o se
asustaba cuando aparecía un monstruo, seguro porque pensaba tal engendro podía salir del
aparato y atacarla. Así era la tía Eulogia; casi nunca hablaba, sino que se quedaba en un
rincón de la sala observando el piso, con una sonrisa perpetua en el rostro, con las manos
cruzadas entre los muslos. Las veces que se dirigía a mi madre, chilena, blanca, la trataba
de usted como si ésta fuese de un mundo superior, y acompaña su vocativo con las
palabras: “gracias”, “buenos días”, “hasta mañana”. Mamá a veces la abrazaba y la invitaba
a hablar, a contarle de su cosmos tan íntimo. Sin embargo ella rehuía tímida, como si su
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interioridad fuese pobre, prosaica, digna de lástima y se avergonzara de su condición. A mí
también me daba pena la tía Eulogia; parecía una niñita dentro del cuerpo de una señora de
polleras largas, delgada, ataviada de trenzas extensas y negras. Ese aspecto y su actitud de
extraño en el entorno quizás empujaron al designio de que ningún hombre fijara sus ojos
en ella. Debido a esta soledad, cual juicio profético, se la llevaba largas horas del día
conversando con los animales, limpiando con rastrillo el huerto de las hortalizas que
escuchando el sonido seco del viento altiplánico golpear los cactus candelabro en las frías
tardes de cordillera.
madre y mi padre hacían de ellos y sus actitudes, era, a todas luces, el hijo predilecto de la
awicha. Contaba mi viejo que su hermano había tenido problemas para nacer y luego la
niñez le coronó de sinsabores y enfermedades en los primeros cinco años. Era delgado
como uno de los pollitos que pululaban en los gallineros de su madre. Apenas se veía venir
encerraba en su habitación por semanas enteras. Esto porque uno de esos eneros, el primero
para ser más exacto, el tío Encarnación casi se despidió para siempre de su lado. Una
simple gripe, que luego invitó a sus secuaces fiebre y tercianas, le mantuvo casi
inconsciente por varios días. Desesperada la abuela mandó buscar con el abuelo a un yatire
que vivía cerca de Caquena para que éste, a punta de latigazos con ramas diversas y quema
de especias, espantara todos los espíritus que vulneraban la existencia de aquel angelito
moreno de mechas tiesas. Dicen que el indio llegó cerca de tres días después, cargado de
matas, licores de hedores penetrantes y un Equeco tan cargado de sacos que apenas
asomaba su rostro sonriente y sonrojado. El tío Encarnación se levantó dos días después y
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lo primero que hizo fue sorberse dos litros de agua de vertiente, como si en ese acto
purificara todas sus entrañas con el líquido orinado por la Pachamama desde su recóndita
alma. Nunca más el tío tuvo líos con la calentura corpórea y algunos señalan que hasta
desafiaba al invierno boliviano parándose en medio de la chacra durante los días de lluvias
Encarnación Vásquez aún no se casaba, sin embargo, tenía una prometida con la cual
hombres casados y le dejaría a expensas de la solitaria vejez que apremia a las madres en el
final de sus días. La futura tía había nacido en una comarca apenas constituida por una
decena de casas y un templo católico del siglo dieciocho casi cayéndose a pedazos, cuyo
nombre era Timar. Su fama trascendía a los alrededores por lo prodigioso de su producción
frutal. Visitar Timar era internarse en una especie de Edén legendario, con árboles de la
vida cada cien metros y frutas que parecía haber plantado la prosapia del mismísimo
Sansón. Matiasa Condori se llamaba la joven que era morena como una aceituna y que con
lomo.
- Mamá, ella es la mujer que amo – el tío, muchos años menor que papá, y por alguna
extraña razón mejor hispano hablante que él, temblaba cuando llevó a su enamorada
La abuela saludó con un beso que apenas rozó la mejilla de su futura hija y ella, que estaba
preparada incluso para huir delante de cucharas de palo y almohadazos, se quedó sumisa a
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un costado del hombre a quien quería, como buena mujer aymara. No pronunció palabra
alguna, aun cuando la abuela, cercana a estallar en lágrimas, pronunciando una invectiva
en un aymara demasiado claro para sus oídos de indígena, incriminaba a su hijo por
abandonarla por otra mujer. Quizás pensó en cuántas cajetillas de cigarro había gastado esa
chola para embutírselas a un Equeco lleno de várices, dejando que se los fumara en un
disecado lleno de billetes bolivianos, para convocar a todos los vientos de la prosperidad,
aquella tan lejana a su linaje, pues su padre apenas era un mediero que siempre vivió en las
cuerdas de la miseria, azotado por el truhán vicio del cocoroco, cuyo líquido transparente
se asemejaba a todas las lágrimas derramadas por su esposa y sus cinco hijas, las mismas
que estaban en edad de ser desposadas por algún hombre “ojalá no tan carajo como el
jornadas de desvelo y lloros de Magdalena despechada, asumió su triste destino, el sino que
tarde o temprano persigue a todos los progenitores del planeta y que no respeta clases,
idiomas ni razas.
Federica, en contradicción a su nombre poco femenino, que dicho sea de paso parecía
castigo de sus padres – ensañamiento en grado máximo y perpetuo -, era una bella mujer de
personalidad grata, sonrisa angélica y figura admirable. No existía en todo el altiplano india
más bella que la tía Fede. Tal era su hermosura que no faltó el hombre soltero que cruzó la
oídos de ella, más parecía predicación de evangelista demagogo que juramento de amor
sincero. La tía, por esta razón, no tenía necesidad de prenderle cigarillos a Equeco, es más:
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cerró los labios de su ídolo doméstico con hojas de coca para que ni siquiera su sonrisa le
auguraran más hombres que los que habían venido a visitarle. Sin embargo el personaje, a
través de ellos, le atraía la anhelada prosperidad: sacos con arroz, harina, barriles de aceite,
todo por conseguir a esa mujer cuyas facciones la emparentaban a la belleza de alguna
La tía Fede sólo reía y repartía los bienes que imanaba su persona con los familiares y sus
amigas cercanas. Pese a que su figura de mujer hermosa, delgada princesa incaica, sombra
del Inti, flor de totora, sedujera a los ojos de los despechados pretendientes altiplánicos,
cuando bajaba a la ciudad, no era más que una paisanita cualquiera para el grueso de
ciudadanos chilenos. Quizás por eso prefería vivir en los pueblos del interior que poseían
algo de comodidad, junto con su prima, pues la circunstancia de la belleza – que viene a ser
jugaba a su favor a la hora de encontrar trabajo. La tía Fede bajaba sólo a comprar
mercaderías y a saludar a papá en fiestas patrias, fecha en que los aymaras celebran fiesta,
trafican animales y bajan a las ciudades a celebrar, aun cuando les importe un carajo la
gesta independentista y sus próceres gestores. Ahí llegaba la bella tía, con su pelo trenzado,
con falda -imilla, cuando te pondrás polleras- y alguna bolsa con uvas traídas de Codpa.
La tía Fede conservaba un poco el acento de los aymaras viejos, la pronunciación pura de
los abuelos y quizás ese rasgo le incomodaba un poco. Los aymaras, ante los oídos de los
citadino, por lo demás muy ajeno a las costumbres que traspasaron por generaciones sus
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El tío Tránsito era gemelo de la tía Fede, sólo que la vida, Dios, Equeco o quién sabe qué
diantres, le había jugado una mala pasada. Todo detalle de fealdad en la formación de la tía
se había depositado en él como una especie de esponja, filtro de pelusas de una lavadora,
como mercurio que atrapa oro en medio de agua y piedras de río. Tránsito era feo como una
roca partida a punta de chuzo, como un trozo de eucalipto quemado, quizás como la flor
seca de un cactus deshidratada por el sol aniquilante de la pampa. Era negro, bajo, de nariz
ancha; ostentaba pelo tieso, viscoso, labios gruesos, cabeza demasiado abultada para lo
presenciando alguna película de Bruce Lee, creí verlo en medio de una trifulca, vistiendo
terno negro de mafioso, siendo golpeado sin compasión por el héroe que en un trámite,
vergüenza por la pérdida en la lucha. El tío Tránsito, como buen gemelo con Fede,
compartía nada más que un detalle con ella: el nombre raro y extravagante que pusieron sus
padres, seguro inscrito con devoción al calendario boliviano que inspiraba las
- Al menos tengo un apellido decente – le respondía a los otros indios que se mofaban de
él. Esto porque algunos padres, renegando de la tradición, abriendo las ventanas a la
cultura chilena, comenzaron a nombrar a sus hijos con los apodos de los cantantes y
actores de moda por esos años. No faltaba el Rafael Choque o el Sandro Huanca; por
ahí una Janis Mamani o un Paul Supanta, que a los ojos de Tránsito era como ver a
Leonel Sánchez jugar fútbol con chalas de neumático o a don Verónico Quispe repartir
El tío Tránsito se dedicaba a sembrar hortalizas en un pequeño terreno que había alquilado
hace algún tiempo en la entrada del valle de Azapa. No era raro verlo por las avenidas
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cercanas a la población pedaleando su triciclo viejo, cargando alfalfa, a veces llevando a su
esposa sentada entre vegetales y frutas. Usaba una chupalla que en su cuerpo parecía más
grande de lo normal; arremangaba sus pantalones viejos y sucios con barro y mostraba con
total indiferencia sus sandalias de neumático cuyas aberturas mostraban dos pies llenos de
durezas y uñas verdosas, algo deformes, como piedras que en sus orlas ostentan caracoles
fósiles.
El tío Tránsito visitaba con frecuencia a mi padre y a veces éste lo visitaba, en el pequeño
huerto que alquilaba. Caminábamos desde la casa, cruzábamos varias poblaciones y una
pampa calichera muy extensa para llegar al camino de tierra que unía a la ciudad con el
valle. Allí nos entreteníamos con Josué viendo los árboles que producían algodón y
lanzábamos piedras a las lagartijas que rondaban cerca del camino. Azapa era seco,
producían maracuyá, mazurcas medio verdes, medio amarillentas. En los cerros desteñidos
que limitaban con la quebrada observábamos los geoglifos con formas de hombres y
camélidos; el cielo siempre estaba despejado y el sol nortino, aquél ente perpetuo, enemigo
de las caminatas hacia el valle, golpeaba con pasión juvenil, con eficiencia de obrero recién
contratado.
Y ahí esperaba el tío Tránsito, paciente como los alpacos que rumean el pasto de los
molle, con la camisa abierta en tres botones, ostentando un pecho desnudo, lampiño,
moreno. Sus brazos también seguían esa tendencia. Los aymaras carecen de vellos en el
cuerpo y en la cabeza, abigarrados, plantados así como con furia, muestran una cabellera
dura y difícil.
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- Kamisaraki – nos gritaba, apenas asomábamos entre tanta maleza y en el horizonte en
Tan pronto papá y su hermano se saludaban de mano y el tío nos acariciaba el cabello,
solían conversar pacíficos, como si la tarde tendiera a ser eterna. Los labios de mi tío
jugaban con una ramita de alfalfa en tanto hablaba. Aquélla se mostraba, se perdía entre
esos labios carnosos y húmedos, nuevamente aparecía; si el tío Tránsito no pichaba coca,
sublimaba su carencia del rumiar con esa fibra de pasto que le acompañaba de modo casi
sempiterno.
Josué y yo, luego de estar un rato al lado de ellos, sentados en bloques de adobe que
carácter lato de la conversación cuyos temas no nos incumbían en lo más mínimo, salíamos
a explorar el entorno próximo del seco valle, que aún en su verdor era gris y polvoriento.
Subíamos a las pircas a observar parte de la quebrada; contemplábamos las escasas vacas
que eran apacentadas con los rastrojos de los vegetales que aparecían como tímidas verdes
manos de entre la tierra. No era raro encontrarse en la inspección con escasas manadas de
desechos, en cuyo entorno próximo, como aureola de santos, revoloteaban las moscas
Los indios aymaras, a diferencia de los indígenas de más al sur, siempre tuvieron que
vegetales. El agua en el norte, además, era considerada como la saliva de los dioses,
rebelde terreno. En invierno apenas llovía, por lo que el agua que enviaba Equeco, que con
su mazo rompía los cántaros celestes de sus moradas, no lograba amainar la sed de los
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olivos, mazurcas, tomates y vegetales diversos de la región. Asimismo el agua del Lauca,
luego de otorgar vida a miles de sembradíos desde donde nacía, arribaba adelgazada, casi
sin pasión a las parcelas que cuidaban negros y aymaras en el mentado valle de Azapa.
Fue así como descubrí junto a mi hermano, dentro de la parcela próxima a la que el tío
trabajaba, otro espacio en el cual brotaban casi mágicamente matas de tomates y ajíes.
Éstas provocaban hermosos destellos en medio de la tierra gris, con sus luces rojas,
amarillas y sus formas redondas y puntiagudas. Tras ese sitio la cabellera motuda – cual
negro azapeño – de los olivos que cubrían gran parte del valle, nos saludaban meciéndose al
compás del viento que traían a la quebrada los perfumes del océano y se mezclaban con los
En época de raima, infinidad de gente bajaba del altiplano hasta las tierras de la aceituna.
Apenas llegaban con un morral tejido en telar con lana de alpaca, un par de sandalias y un
gorro de totora para desafiar al Inti y su pasión demoledora por ungir pieles indias.
Acercaban las díscolas ramas de aquellos árboles ancestrales, bondadosos - que con sus
críos negros sostenían la economía de los medieros y obreros de Azapa- con varas largas.
Luego agarraban granos oscuros con fuerza y los depositaban en sacos de harina que
colgaban de sus cinturas; allí la sangre de las aceitunas entintaba sus pobres pantalones,
polleras desteñidas. Sus demás ropas eran ensuciadas con el polvo de las ramas y con el
Luego de una jornada en la que el sol alcanzaba a cruzar con lentitud de anciano desde la
montaña hasta el pacífico, las manos de los indígenas terminaban rasguñadas con las garras
de cada árbol, como si quitarles el fruto implicara una batalla cuerpo a cuerpo en la que el
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Papá, ¿de dónde sacan tanto choclo? Casi todo el año hay choclo y no hay día en que en
la casa no se coma, mañana, tarde y noche. De Lluta. Y, ¿Lluta es tan parecido a Azapa?
¡Pero si hemos ido! Es ese lugar en que hay muchos jergeles – por mi madre, puta que hay
jerjeles- y pican pa qué contarle, con decirle que a un amigo, cuando fuimos de paseo por
el curso, lo picaron de lo lindo, aquellos bichos hicieron un festín con él, debe tener la
sangre dulce, quizás es más rica la del chileno aquel que la de nosotros los paitocos,
porque a nosotros, señora, mire que no nos hacen nada, salimos casi intactos y viera usted
cómo llegó a Arica ese pobre infeliz, casi con puros puntitos rojos en todo el cuerpo,
porque hasta en el trasero se le metieron los insectos e hicieron lo suyo y este cabro que es
blanco parecía que le había dado el sarampión, ¿no ha visto usted cuando a Kiko, de la
vecindad del Chavo del ocho le daba sarampión en uno de los capítulos? ¡Lleno de pecas,
por todos lados! Pero no son pecas en ese caso, seguro que se los hicieron con algún
plumón rojo, y en el caso de mi amigo del colegio, se lo hicieron esos insaciables jergeles
que molestan siempre que uno va a Lluta a bañarse en el río, porque pa qué le voy a decir
otra cosa, ese valle no tiene otro atractivo pa un niño salvo ése, ah, y bueno, también tiene
hartos cerros para escalar, y le diré que una vez nos subimos a uno con mi hermano, y un
grupo de amigos del colegio y caminamos harto por una pendiente, era el cerro más alto
de todo el valle y casi al llegar a la punta nos encontramos frente a frente con esos monos
tan grandes que la profesora dice que se llaman geoglifos y son hechos con pura piedra y a
uno se le ocurrió desarmar uno de ellos y dijimos ¡bueno! Pero eran piedras muy grandes,
demasiado pegadas en el cerro, era casi imposible, quizás un adulto sí podía hacerlo,
además después pensamos, ¿para qué? Al menos así adornan los cerros que son tan
aburridos y tristes, no tienen ningún verde, pura arena, no como los cerros donde vive mi
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otra abuela allá en el sur, ella sí que es blanca, no como mi abuela que es del interior y
parece boliviana porque usa trenzas, es morena, masca coca, viste pollera y habla en un
idioma raro llamado aymara. A mí no me gusta ser indio porque mis compañeros en el
colegio a veces molestan, y ruego que ese día que me joroban aparezca mi madre en la
escuela para que la conozcan y vean que ella es chilena, blanca, del sur, y ese es mi
donde es y ahí acaban un poco de odiar, pero no falta el compañero que conoce a mi padre
y entonces de nuevo empiezan. Yo me saco buenas notas para que digan que los indios les
ganamos a los chilenos, que somos más capos que ellos y eso resulta a la hora de la
entrega de diplomas, pero no a la hora de buscar amigos, porque ahí los blancos se juntan
con los blancos, salvo que sea un blanco un poco quedado, medio pánfilo; esos siempre se
almuerzo. Sopa espesa, sopaipillas, medio litro de té en una taza grande de lata y charqui
frito, si es que aún se mantenía en la despensa las secuelas de algún animal carneado en
jornadas anteriores. Los aymaras avecindados en Arica rememoraban esa costumbre yendo
a comer, aún despuntando el alba, al terminal del agro, lugar en que se apostaban las
fricasé, calapurca, llamo asado y otros platos contundentes y exquisitos al paladar indígena.
No era raro sentir a las ocho de la mañana el hedor vaporoso de las comidas
condimentadas, el ajetreo de indios que iban y venían de los restaurantes adornados con
selva del Beni, entre otros paisajes serranos. Papá a veces dirigía sus pasos hacia allá,
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como tratando de rememorar sus años mozos, intentando refrescar en su memoria la cultura
transada y olvidada en la ciudad. Entonces pedía aquellos platos grandes rebosantes en ají,
que comía sin que asomaran lágrimas en sus ojos; los indios son muy buenos para comer
Bienvenido era quien ayudaba al abuelo en sus labores de hombre y esposo, arriba en el
altiplano, en la región en que nace el sol tras las montañas cubiertas de nieve. Sabía
levantar pircas, conocía el arte de cavar zanjas para que fluyera el agua transparente de las
vertientes; pastaba el ganado con la paciencia de los indios andinos; cuidaba con férrea
convicción paternal los llamos y alpacas de su padre. De cuando en cuando aparecía entre
las protuberancias rocosas de los cerros algún león andino que atacaba al ganado con rigor
demoníaco.
extendían también en actividades menos rudas como recolectar llareta para avivar el fuego
cumplimentaba con este rito aquélla faenada se perdía siendo digerida por las fauces de
gusanos insaciables. También hacía recolección de la papa que luego ubicaba en el techo
de paja brava de la morada. La regaba con agua de vertiente en las noches. Al cabo de un
par de días los tubérculos amanecían más pequeños, arrugados, momento en que la abuela
los cocinaba en guisos, en cuya preparación usaba grasa de los animales que había matado
días anteriores.
Todo ese saber, transmitido en lengua aymara por el abuelo a mi padre, ligaba fuertemente
sus almas de indios americanos, criados en altura, sometidos siempre a las fuerzas de los
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pueblos invasores y de la naturaleza. Bienvenido era su compañero de viaje, el receptor de
los comentarios que el viejo hacía de la historia del entorno en el que viajaban. En ese
cerro los gentiles hacían sus sacrificios, o en esa loma encontramos vasijas de barro muy
antiguas, o en esa quebrada había el esqueleto de un soldado peruano vestido de las ropas
de la guerra, y así le contaba a mi viejo todo lo que había aprendido tras décadas de
nuevo a los ojos apagados y a la mirada profunda de aquellos aymaras. Quién no iba a
conocer a esa diosa telúrica, si durante extensas horas había que poseerla en caminatas
interminables, sorteando sus accidentes como debían sortearse los embates de la vida
el cielo), la miseria, la ignorancia de las leyes humanas españolas, tan enredadas como las
largas plantas que empantanaban los zanjones en días de invierno boliviano y debían ser
extirpadas a punta de azadón y rastrillo para que el agua corriese rauda a las chacras de
El abuelo enseñó a mi padre las claves para interpretar el cosmos, el aca pacha, el lugar en
el que uno se mueve, en el cual coexiste el mundo concreto con el espiritual, los cuerpos de
los indios con los fantasmas de los finados que por alguna razón no se han ido hacia las
moradas celestiales sino que se han quedado fregando, quizás con el fin de tomarse
venganza de algún indio medio tramposo, o tal vez para quedar tranquilos de algún
empacho y espiar sin ser vistos, e irse luego al lugar que les destinó Wiracocha, Inti o
Dios, con la conciencia tranquila y sin dudas que les retorcieran la memoria - que es la ruin
acusadora y consoladora que tenemos luego de dejar la vida terrena- y soportar el asilo en
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Mi padre aún trabajaba en el valle de Camarones cuando le llevaron la noticia de que el
abuelo había fallecido víctima de una fiebre fulminante. Aquellos días soleados despertaba
a las cinco y media con el canto de los gallos y el aviso del guardia que pasaba por cada una
de las puertas de la sección de solteros de la compañía lechera de propiedad del estado. Los
cemento, los cuales eran pintados con cal y pintura roja. En los rincones oscuros de las
murallas, allí donde las sombras de otros muros los ocultaban de la vista de los guardias, los
Cada trabajador poseía un cuarto independiente, algo sombrío y helado, desde cuyo dintel
podía observarse la plenitud de las parcelas, los corrales de animales, la línea plomiza del
río, el valle en su plenitud que parecía un chaleco confeccionado con retazos de distintas
tonalidades. La compañía se ubicaba soberbia en una de las mesetas laterales del arenoso
cerro, polvoriento y blanquecino. De día se oían los rumores del ganado apacentando en
las parcelas, también el sonido del viento golpear los molles gigantescos y un par de
palmeras que decían habían sido plantadas en los años en que la región pertenecía al Perú;
de noche el rumor del río acariciando las piedras, el ladrido esporádico de perros, el sonido
de los zancudos enamorando el candil de las lámparas Petromax, los grillos criendo allá
El sol asomaba con ligera furia arriba, en las regiones que moldearon el carácter taciturno
de los indios, pero aquí, la sombra helada de los cerros en la superficie de la quebrada no
permitía la incursión del astro, sino hasta las nueve o diez de la mañana, cuando comenzaba
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Mi padre caminaba junto a sus compañeros de labor vistiendo botas plásticas que cubrían
hasta un poco más abajo de sus rodillas. Ostentaba un gorro de mezclilla, pantalones de tela
y una camisa de cuadros que compró usada en una feria fronteriza. Bajaba de la meseta,
costeaba las parcelas aledañas, llegaba a los potreros de la compañía en los que las vacas
pernoctaban y desataba a una que debía arrastrar hacia los enormes galpones habilitados
para ordeñar. Sometía sus cuellos al triángulo de maderos, amarraba sus patas y cola sucias
de mierda verde con una soga no menos indigna, llevaba un pequeño banco a un costado
del estómago blanco y negro y se sentaba ahí a contraer durante horas las tetas del animal
que en cada apretujón soltaba un rayo blanco que golpeaba el balde metálico sostenido con
sus botas contaminadas con el excremento de los animales chorreado en los pisos del lugar.
- ¿Bajarás a Arica esta semana, Beno? – le preguntó Guata de leche, un indio que solía
- Juega Chile con Unión Soviética. Va a bajar una camioneta mañana. Vamos, la entrada
en galería no sale tan cara- Su amigo tomó las ubres del animal con premura; el capataz
El estadio, que luego llevó el nombre de Carlos Ditborn, en ese entonces se encontraba
para el mundial de fútbol Chile 1962, se erguía en las faldas de un cerro que, dirigido hacia
estadio tan lejos, reclamaba la gente, no sabiendo que años después aquél, en el mismo
lugar, sería parte de un céntrico sector residencial. Arica había cambiado un poco desde que
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papá la visitó por última vez, cuando cumplió el servicio militar, pensó mi padre al
caminar junto a su compañero por las calles del centro atestadas de citronetas. Ambos no
usaban zapatillas como los jóvenes blancos que deambulaban por ahí sino sandalias
colgando, cuanto cable de electricidad seccionar el cielo próximo a sus cabezas. Muchos
comentaba alrededor del mundo y sus hazañas protagonizadas por los futbolistas más
destacados del momento. Los ojos de aquellos dos aymaras no sabían diferenciar a esos
turistas de piel clara de los señores que de vez en cuando arribaban a las dependencias de la
compañía lechera desde Santiago; eran tan blancos, tan rubios y altos como esos
extranjeros, que sólo distinguían cierta diferencia cuando unos y otros abrían la boca para
hablar.
- Beno, ¿no sabes qué dice ese letrero qui está allí arriba?
- No, soy corto de vista – respondía Bienvenido, recurriendo a la misma mentira piadosa
de siempre, aquella que ocultaba la carencia que limitaba su personalidad aun más que
Sintieron la brisa de puerto tan deliciosa en sus pieles curtidas, endurecidas por el aire de
cordillera y el sol implacable de arriba; el Inti acá se disfrazaba con otros matices y
sensaciones; el aire marino se les prestaba complaciente para que su juego de alumbrar
ardiendo no perjudicara sus pieles. El calor húmedo de la ciudad era mucho más llevadero
que el que creció con ambos y desgastó sus rostros morenos como los cerros milenarios que
circundaban sus natales villorrios. Sentados en una banca del paseo La Rambla, mirando el
mar y los turistas ricachones que salían y entraban del hotel Pacífico, (construcción que les
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pareció particularmente bella, no tanto por su estilo arquitectónico, sino porque sabían del
renombre de aquélla en la que alojaban famosos cantantes, políticos, y las vedettes más
connotadas de la época), conversaron de sus vidas y de los sueños que amasaban cual
Ambos querían ir a vivir a la ciudad; años antes habían tenido que viajar a la fuerza y
su amigo en el Dolores, en la carretera que da hacia el sur. Qué chucha vienes a hacer a
Arica, al servivio militar si este no es tu país, huevón conchetumadre. Que indio hueón acá
viniste a hacerte chileno; que culiado no me mires con esa cara de llamo pastando pues a
tus antepasados le dimos barraca en la guerra del Pacífico; insultos que resonaban en sus
oídos cada vez que sentían el aire del racismo que le enrostraban la culpa de haber nacido
en el altiplano y llevar dentro de sí la sangre de una prosapia sometida por la fuerza a dos
parecían decir a través de sus sonrisas de resignación; nunca soñaron con ser patrones sino
sólo con batir perpetuamente un azadón y pasar la vida así, subsistiendo de la bondad de la
Pachamama que parecía entregarlo todo con equidad pero en cuotas ínfimas.
Los niños corrían de un extremo a otro de la vereda, pantalones cortos, escarapelas en las
camisas, cuidados por la vista desconfiada de sus padres, cargando banderitas chilenas que
hacían flamear orgullosos, soberbios, patriotas. Las incontables citronetas y los Chevrolet
Nova que pasaban por el sector dando toques de claxon, adornaban sus vidrios traseros con
inscripciones de ánimo a su selección. Éstas incluían los apellidos Sánchez, Toro, Muñoz,
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Follioux escritos con tiza mojada. Desde el otro lado de la frontera una infinidad de
comentaristas deportivos mediante bocinas gigantes que había mandado instalar la Junta de
Adelanto con el propósito de que la población no se perdiera los pormenores de este match
que podría coronar a la selección chilena con un honroso tercer lugar, por primera vez en su
historia.
El paradero de liebres hervía en ciudadanos; apenas cada uno de los hinchas se podía
asegurar un sitio en medio de la fila que esperaba el siguiente bus, mientras los vítores de
sentía el rasgar de una aguja de toca disco sobre el vinilo desgastado. Hacía preludio de un
single, profusa y repetitivamente el mismo, cuyo estribillo era coreado por los presentes:
“Tómala, métela, remata; gol, gol de Chile, un sonoro ce, hache, i y bailemos rockanroll”.
Sentados en la liebre en que mi padre y su compañero lograron subir, los ojos de mi viejo
observaron la ciudad con triste simpleza de pueblerino admirado. Las casas céntricas, altas,
antiguas, como las que algunas veces visitó en sus viajes con el abuelo, se le mostraron
diversa. Nunca aprenderé a leer - pensó luego. Con suerte podía vencer esa tartamudez
que se acentuó en sus labios luego de vivir por cerca de dos años dentro del cuartel y ser
sometido a las burlas de los oficiales y compañeros. La vida de la ciudad era tan difícil;
visitar Arica, me imagino, representaba para él visitar otro país, cuyos habitantes hablaban
otro idioma, cuya apariencia física distaba de ser similar a la de él. Los referentes naturales,
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asimismo, eran notoriamente distintos; el mar, la brisa del océano, los valles prodigiosos
lo más mínimo.
Las liebres provocaban una polvareda de los mil demonios cada vez que llegaban con sus
ruidos de fierros a las cercanías del estadio. Una multitud nunca antes vista en la ciudad se
aglomeraba tras los portones que protegían los carabineros en servicio, uniformados como
en desfile dominical. Las aposentadurías del estadio estaban colmadas de público; los gritos
que avivaban el ánimo de los seleccionados nacionales se sentían con fuerza en las
cercanías. El rocanrol persistía en las bocinas colgadas a los postes de las rejas. A los ojos
de los indios todo esto se parecía a las fiestas de carnaval que habían vivido en Codpa o en
el desentierro del Ño Carnavalón durante el mes de febrero de cada año en San Miguel de
Azapa. Desde las boleterías mi padre y su compañero divisaron un cartel escrito con
- No hay entradas - les aclaró un señor peruano que estaba cerca de ellos y desquitaba su
enojo echando carajadas a diestra y siniestra - Habrá que escuchar por radio, no es tan
Los dos indios, en vista de esas circunstancias, decidieron caminar hacia el cerro y
apostarse allí, sentados en sendas piedras pensando que desde ese lugar podrían ver un poco
el encuentro, con la franquicia de la gratuidad. Craso error. Con suerte se divisaban las
cabezas de los asistentes que repletaban el coliseo además de las banderas, los carteles y
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las nubes de papelillo picado que de vez en cuando se lanzaban para avivar las ansias de
aquel monstruo bullicioso. Pero del centenar de almas que habían decidido hacer lo mismo
que mi padre, más de alguien llevó algún radio receptor para escuchar los pormenores de lo
que sucedía allá adentro. Y fue así como mientras aquellos fanáticos y patriotas seguían con
sus oídos la transmisión radial llevada a cabo por un furibundo comentarista, los ojos de mi
padre detuvieron sus pupilas en las miles de banderas chilenas que flameaban bajo el
quemante sol nortino. Hundió su conciencia en los colores patrios y en su estrella que
nunca se asemejó a las estrellas que brillaban en el cielo tan límpido de la cordillera;
sonaron en sus oídos las notas del himno patrio que dimanaban de las cercanías del estadio
interpretados por la banda del ejército, aquéllos que oyó por primera vez a los diez años y
que en cuya letra pintaba los paisajes de un país que desconocía, una nación que poseía un
mar que bañaba sus costas a diferencia del lugar al que perteneció en el que sólo existían
salares y ríos; la tierra que albergaba campos de flores bordados, muy distintos a las tierras
áridas cubiertas por bofedales, cactus y llaretas de su natal Sahuara. Si en algo se parecía
esa nación a la suya era en la majestuosa blanca montaña que Dios les había dado por
baluarte, pero esa larga culebra de roca, cual sagrada Wiracocha de las leyendas
ancestrales, era patrimonio de todos los indios alrededor de este gigantesco trozo de tierra
que los españoles denominaron América. ¿En qué se diferenciaba este país al resto de
En esas cavilaciones deambulaba la mente de mi padre hasta que un temblor sacudió toda la
ciudad y el grito de miles de almas prorrumpió como el estallido de una bomba nuclear; el
flamearon como llamas en medio del fuego impetuoso, infernal. Chile había anotado un
tanto.
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- ¡Ponte de pie, paitoco, vamos ganando! – le gritó a mi viejo un hombre blanco; alzaba
sus brazos con alegría infantil; el centenar de chilenos se abrazaban, saltaban mostrando
Mi padre se quedó sentado sobre aquella breve roca del cerro, adherido aún a los
pensamientos que revoloteaban en su mente segundos atrás. ¿Quién iba ganando y porqué
El tío Encarnación le esperaba sentado en las escalinatas, temblando de frío. Los obreros de
la lechera festejaban con fiesta, ruido, motores de luz encendidos el tercer lugar que Chile
había obtenido en el mundial celebrado en sus tierras. Había estado todo el día esperándole
luego de un viaje de veinte horas a pie desde el lugar en que ambos habían nacido y criado
en una niñez de miseria y trabajo campesino. Su rostro se notaba demacrado, triste, sin
vida. Apenas había comido un poco de charqui y cancha, y bebido agua de río, mezcladas
con las lágrimas que sus ojos habían escupido durante el trayecto y la espera.
Cuando vio a mi padre se le arrojó a los brazos y comenzó a llorar en silencio. Mi padre
supo que lo hacía pues temblaba y sentía la humedad de sus lágrimas en el hombro de su
camisa.
Mi padre reaccionó en silencio, mientras la música que brotaba de los salones de la lechera
y los gritos eufóricos de la gente se le tornaban una cruel burla, una paradoja del destino.
En tanto unos festejan otros lloran. Tomando una bolsa de ropa hecha de saco harinero, en
la cual ubicó sus pobres vestimentas, una máquina de afeitar y un par de tijeras para cortar
el cabello, fue a conversar con su patrón. Don Plácido se encontraba ebrio, con los ojos
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- Puis que te pasa, hombre, ¿No estás contento con que Chile haya sacado el tercer lugar
de todo el mundo? Esto no pasa todos los días, cholo – el hombre alzó los brazos y
- Señor, vengo a pedirle permiso. Mi padre ha fallecido – Bienvenido le miró a los ojos y
desaparecieron.
- Oh, Vásquez, hombre, pero ¿qué estás diciendo? – Titubeó un instante. Hubo un
- Vásquez, tómese una semana. Vaya a su tierra; llévele las condolencias de mi parte a su
paletó negro. Sacó de ahí un fajo de papeles y billetes – tenga estos doscientos escudos
para que viaje en camioneta. Le diré a Menares que lo lleve en auto hasta arriba.
Cuídese.
El chileno abrazó a mi padre y éste lloró en sus hombros como lo hacía el cielo en días de
invierno boliviano.
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PARTE DOS
Carrasco era mestizo como yo. Su padre, nacido en Socoroma, era un aymara tosco, sin
gracia alguna; no obstante logró cotejar a una chilena no más agraciada que él, pero al
menos blanca. Se casaron y tuvieron al Carrasco (un tipo más moreno que yo) y a su
hermana Mónica, que había heredado de su madre el color de piel y de su padre la fealdad y
la grasitud del cuerpo. Ella transpiraba por cada mínimo esfuerzo corporal un líquido
hermana cuando visitaba su casa. Éste rebasaba en sebo como el de las ropas de los
mecánicos que incursionan bajo los automóviles y se arrastran por la mugre como si les
aprendí a llevar como un apodo que de primeras cuesta asumir, pero que después hasta
gusta ostentar. Quizás esto porque le costaba llevar con orgullo la condición que fluía por
sus venas y determinaba su visión de mundo. Era tan indio como yo, pero trataba de rehuir
A diferencia de mí, Carrasco era un tipo desordenado y flojo. Nunca hacía sus tareas,
copiaba en todos los exámenes o elaboraba torpedos para superar aquéllos sin sobresaltos.
Uno de los profesores, el señor Medina – un tipo macizo, alto, canoso y rosado, a quien los
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compañeros de escuela apodaban señor Vitalis – le tomó bronca a Tabo por su forma
irresponsable de ser.
Una tarde el señor Vitalis enseñaba historia de Chile premunido de su mapa arrugado en el
cual la Isla de Pascua se había perdido, seguro en el estómago de las baratas y polillas que
habitaban en su casa. Él había añadido un trozo de papel de roneo con la isla calcada de
algún otro mapa y pintado quizás por qué corto de vista, pues los límites estaban claramente
diaguitas, mapuches, onas, entre otros pueblos indígenas. Habló largamente acerca de sus
formas de vida, de la manera cómo se alimentaban, de cuáles eran sus costumbres para
casarse.
- Los mapuches, alumnos, podían casarse con más de una mujer – decía.
Luego de media hora de lata conversación, cuando la superficie de la pizarra bullía con
nombres, flechas, algunos dibujos mal elaborados – chozas, barcazas, cerros – el profesor
elaboró el plan perfecto para avergonzar a Carrasco luego de todas las insolencias que había
soportado de él en el transcurso del año. Alzó la vista, tomó su puntero que golpeó con
mediana intensidad sobre su mesa de profesor y pidió silencio para formular algunas
preguntas.
- A ver, usted, señor Carrasco, sí usted Gustavo Carrasco. Cuénteme, ¿a cuál de estos
Una breve sonrisilla, apenas perceptible entre los poblados bigotes de brocha se dibujó en
los labios del viejo señor Medina. Carrasco, lejos de sentirse apocado, echó su cabeza
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brevemente hacia atrás, miró con vista desafiante y le contestó con voz marcial de milico,
parecida a la del papá del Galindo que era soldado del Regimiento Rancagua.
Bajé mi vista, apoyé la frente en mis brazos que descansaban encima del pupitre. Pensé que
avergonzaba decirlo en público, pues no habría momento ni voz gallarda para explicar la
en que debía defender mi formación racial. Luego levanté mi vista cuando percibí que éste
- Déjeme decirle Carrasco que aunque su apellido es, como usted dice español – el viejo
alzó la voz- eso no significa que usted sea precisamente descendiente de españoles.
Primero que todo véase en un espejo. Usted no parece español; basta con mirar su piel
El rostro de Carrasco se tiñó peligrosamente rojo; sus ojos empezaron a tornarse vítreos.
Las miradas de todos los compañeros se dirigieron a él de modo disimulado y él, que tenía
muchas ganas de esconder su cabeza como las avestruces en el suelo pero no lo podía
ocultar bajo la mesa porque en el acto delataría su vergüenza, se quedó tieso, así tal cual
estaba, como las veces que lo castigaban con varilla en las piernas y él seguía estático para
conquista llegaron muchos españoles a estas tierras. Ellos se instalaron en las regiones
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- ¿Se las compraron a los indígenas, señor profesor? – le preguntó Mariana, una
Cuando ellos llegaron a esas tierras se encontraron con indígenas con muy poca
preparación, casi ignorantes. Los españoles les legaron su idioma tan bello y musical.
- ¿Es que ellos no tenían idioma, porqué necesitaban otro? – preguntó Magdalena, la
- No sé hija, quizás para prosperar. Es como ahora, nosotros necesitamos el inglés porque
el inglés es hablado en casi todo el mundo. Prosigo: y les legaron su religión, sus
costumbres. A cambio ellos debían trabajar para los españoles, además recibían un
salario y hogar.
- ¡Chitas está buena la cuestión: les quitaron la tierra y más encima tenían que trabajar
para ellos! – gritó Morales quien era lejos el más desordenado del curso; vivía en la
- Señor Morales, tenga usted más respeto y diríjase al curso con un tono más formal. No
es tan así. Los españoles como les decía no eran malos con ellos, es más y es el motivo
A esa altura Carrasco estaba que se ponía a llorar; sus labios temblaban y su rostro
permanecía irritado al igual que sus ojos que acumulaban el líquido transparente del alma.
Yo sentí compasión; mi ser entero solidarizó con él más aún al conocer esa historia de
sometimiento ancestral.
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- Claro, les dieron sus apellidos. Algunos que se llamaban Condori, Mamani, Huanca,
Choque, como muchos de ustedes, luego ostentaron los bellos apellidos españoles, aun
más y se echó a llorar sobre su cuaderno -, Flores, Vásquez, Gutiérrez, Olave, entre
otros.
Cuando escuché mi apellido sentí la misma ira e impotencia que seguro inundó el alma de
Gustavo Carrasco; no precisamente por la actitud del profesor que solía avergonzar a mis
compañeros cuando se portaban mal, sino por aquella historia escrita en los anales de la
los pueblos nativos, de actitudes paternalistas como si los indios hubiesen sido sub -
humanos que necesitaban de la ayuda de los españoles para poder evolucionar, era la que
Aquella tarde Carrasco se quedó sentado durante todo lo que restó de clases recibiendo el
consuelo mío y de los compañeros que se acercaban a él, pese a los retos de los profesores
- Viejo culiao – decía con rabia, casi llorando – lo voy a denunciar al ministerio por
burlarse de mí.
El Tabo vivía cerca de mi casa, en la misma polvorienta y peligrosa población Chile, sólo
que unas calles más al norte. Su casa no distaba de ser el prototipo de las moradas de los
aymaras en la ciudad, aunque se notaba que la madre del Carrasco imponía en algo su
cultura sureña y había impedido ciertas costumbres en su esposo como el que armara
gallineros y jaulas para conejos en el patio trasero o plantara árboles frutales y pequeñas
matas de ajíes en el antejardín. Aún así, quizás la pobreza le había impuesto el que tuviera
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un par de bancas en el living comedor, a las que su madre les confeccionó unas fundas
tejidas a palillo, el espacio olía un poco a cuero de llamos y a parafina y todavía conservaba
en un rincón del patio una miserable caseta de cuyo interior las moscas ruidosas hacían
carnaval. Ahí espiábamos a Carrasco cuando le daban ganas de cagar, pujaba con gritos y
luego se limpiaba con hojitas de diario enterradas en un clavo, cortadas como con una
regla.
El papá del Tabo trabajaba vendiendo frazadas, teteras y artículos para el hogar en un
carretón que en el techo poseía un parlante de sonido gangoso. Lo conocí un día en que fui
a hacer tareas de la escuela a su casa, junto a Ivonne, una rubia que me tenía enamorado
desde que iba en primero. Don Gualberto Carrasco venía llegando, gritando a través del
megáfono: “Vieja, ábreme el portón” y la señora Diana, luego de estar al lado de nosotros
casi todo el tiempo, ofreciéndonos cada cinco minutos más jugo niños, sírvanse galletitas
umbral, secó la transpiración de su frente con el dorso de su mano y nos saludó tímido;
luego salió rápido al dormitorio y se quedó escondido allí, como si fuese un niño pequeño y
taimado.
Apenas iba en segundo básico y había aprendido a irme solo al colegio, sin que mamá me
llevara de la mano. A Ivonne la dejaban al cuidado de mi madre algunos días pues su padre
electrónicos. Ese día terminamos el trabajo, Carrasco nos dejó en la puerta de la reja de su
casa construida con tablas de los cajones en que trasladaban vehículos de la empresa
- Es posible que papá el próximo mes me compre un Atari. ¿No les gustaría jugar?
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- Sí Tabo – respondía Ivonne- invítanos cuando te lo compren. Chao.
Había que caminar un par de cuadras, por un camino de tierra, pedregoso y angosto que
desembocaba en una placita. Sin embargo, el peligro del trayecto consistía en encontrarse
con unos cuantos perros bravos a los cuales debíamos enfrentar. Mamá me había dicho
que a los perros había que encararlos sin miedo. Si tienes miedo ellos te ladran y muerden;
si te muestras valiente ellos se van con la cola entre las piernas. Ivonne les tenía mucho
camino. Yo le dije que enfrentarlo, eso, mientras la miraba a los ojos y ella sonreía con esa
risa en blanco y negro que me mataba. Me tenía loco de amor; yo con ocho años deseaba
besarla y abrasarla, como los galanes de las teleseries que veía en el canal nacional.
- ¿ No quieres un cubo? En esa casa venden – invité a Ivonne para que se olvidara del
cinco pesos en la cual se veía un ángel alzando los brazos en cuyas muñecas colgaban
cadenas rotas. Grité aló, salió una señora a quien compré dos cubos. Luego
Mamá nos esperaba con las onces, mantel en la mesa, pan amasado con margarina y
- Te ensuciaste con cubo, Tito, cuándo vas a aprender a comer como la gente – mamá me
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Ivonne, tan señorita, sabe comer cubo. Amor – le dirigió sus ojos a Ivonne - tome
extraje todo el jugo restante y luego hice un globo que reventé fuerte con las dos manos,
como aplaudiendo.
- ¿Dónde está, mamá? – le pregunté; Josué venía llegando con una pelota llena de tierra y
mañana.
- El papá todavía tiene que ir al regimiento, así como supongo que debe ir el papá de la
Ivonncita – mamá apagó la tetera de cuyo pitorro salía un clamor de vapor de agua- ¿Tu
papá va al regimiento?
- Sí tía – Ivonne, sentada en la mesa veía el Clan Infantil de Sábados Gigantes mientras
- Algunas personas dicen que los peruanos quieren tener una guerra con nosotros. Están
llamando a todas las personas que hicieron su servicio militar hace tiempo para que
entrenen un poco por si los cholos nos atacan – mamá echó agua a la taza Lozapenco
- No, mi amor, dicen, pero no es muy seguro. El presidente dijo que había que estar
- ¿Reser qué?
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- Reservistas. Así se les llama a la gente que hizo su servicio y que en cualquier momento
puede ser llamada en caso de que el país esté en guerra. Bien amor, menos cháchara y
- ¿A ver? – mamá me tomó las manos que estaban negras de tierra y poseían marcas de
Hacía tiempo que la abuela no venía; había escuchado los rumores que existían ciertas
tensiones en las líneas fronterizas y se había disuadido de bajar. Pero aún mandaba frutas y
charqui para que pudiésemos comer. Quizás no entendía a ciencia cierta las razones por las
cuales existían dichas habladurías que recuerdo haber escuchado de labios de compañeros y
profesores, aunque no de un modo oficial. Los amigos del barrio decían que los peruanos
querían recuperar el morro antes de que se cumplieran cien años del asalto y toma y por eso
cuenta, revisaban hasta las billeteras de los hombres por si se encontraba algo, o en los
maletines.
- Dicen que hay espías peruanos sacando fotos del morro y de los regimientos – contaba
Mondaca bajo la escalera del primer pabellón el que se ubicaba a un costado del patio
central.
compró allá – agregó Araya, con tono nervioso, como si su historia tratara de una
penadura.
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- Van a tomar presos a todos los que tienen cara de cholo – sentenció seco Araya, pero
- No hueví, Pantruca- expresó Carrasco con tono y mirada desafiante- Se van a llevar a
- Ya, huevón, no se pongan a pelear – agregó Mondaca- La huevá esta media peluda.
- ¡Carrasco, pero tu papi tiene que pasar a Tacna pa ir! – le dijo riendo Araya al Tabo.
- ¡Qué te pasa con mi viejo conchetumadre! – y avanzó dos pasos para dejarle caer sus
- Ya, puh, ahueonaos, no se pongan a pelear que va venir el inspector; ya cachó los gritos
– el señor Castillo se dirigió hacia nuestro escondite caminando con paso cansino,
lentísimo, casi senil. Nos sentamos y el Araya musitó algunas palabras para iniciar otra
conversación.
- Oye sí, la Guerra de las galaxias, oh mortal, le voy a decir a mi viejo que me compre la
nave – no dudábamos que las palabras de Araya fuesen como para dárselas de grande;
su papá era contador de una empresa pesquera. Poseía los mejores juguetes; autos
ropa y zapatillas Noth Star. Conversábamos de los personajes del filme cuando tocaron
Araya y le advirtió:
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- Hueón, si seguís hueándome te las vay a ver conmigo, culiao – y le tocó la oreja.
- Sale ahueonao, no me toquís la oreja. Uno de estos días veamos quién gana puh. –
Araya no se amilanó; era de la brigada premilitar hacía dos años; usaba el pelo corto,
frecuentaba regimientos y cuarteles del ejército, veía películas de guerra todas las
La abuela fue bajada con cuidado por mi padre y el tío Encarnación quienes hicieron una
especie de cadena con sus manos. En medio de sus brazos se sentó la anciana que apenas
podía agarrase con sus manos arrugadas y débiles. Estaba enferma hacía varias semanas y,
porfiada como ella sola, había rechazado la invitación de los médicos de la ambulancia que
la había ido a buscar al pueblo. Por eso el tío Encarnación tuvo que traerla un poco a la
fuerza.
- Si he tomado harta chachacoma, hijo, pero me ha sabido hacer mal – se excusaba con
mi padre. Éste la acostaba en la cama y ella se quejaba; le dolía el estómago y esa noche
durmió encorvada, con las manos en el vientre y un gesto de dolor en el rostro que
- Vieja, tenemos que llevarla a Tacna – le dijo mi padre a mamá en medio de la cena.
Mamá partía con un cuchillo un trozo de charqui que la abuela había traído. Respondió:
- Tienes razón, viejo, si espera en el hospital que le den hora la viejita se va a morir. Y
particular sale muy caro – mamá le alcanzó un trozo de charqui crujiente a papá, Josué
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le dedicó unas palabras en aymara. Prendió la vela que solía iluminar el lugar a petición
con la boca abierta, mostrando una arruga de dolor en el ceño. Las cuencas de sus ojos,
notó, cada vez eran más grandes y las arrugas parecían ganar espacio a los lugares planos
de su rostro. La besó en la frente con simpleza de pequeño yokaya, impúber andino, y sintió
en su cuerpo el olor a alpacas y a orégano que sentía al estar en su regazo hacía muchos
años atrás. Ordenó sus cabellos desordenados en la almohada, luego se levantó, tapó con
delicadeza sus hombros descubiertos de las colchas de lana que ella misma había fabricado
e invitó a Chiri a descansar a un costado de la abuela. Papá sintió breves quejidos, apenas
- Si estás malita, mamá – le dijo despacio el papá, y pasó su mano por la frente de ella en
besó la faz cuyo líquido quedó impregnado en sus labios de indio altiplánico, rojos
El siguiente día nos levantamos temprano. Josué apenas abría sus ojos pues acostumbraba
ver televisión hasta tarde y papá lo levantó de un ala. Yo, más rápido, apenas papá dio el
aviso salí corriendo en calzoncillos y me dirigí al patio. Papá y mamá alistaban a la abuela
batea en que mamá escobillaba la ropa. Apenas terminamos de peinarnos, mamá tomó un
bolso en el cual depositó peinetas, un par de toallas, algunos documentos. Papá cerró la
puerta de casa, luego el portón. La abuela apenas caminaba y papá le recomendó a mamá
tomar un taxi para evitar que la anciana pasara mucho frío encima de una liebre.
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Llegamos en cuestión de minutos a las oficinas de colectivos internacionales ubicadas en la
avenida Juan Noé. El día estaba un tanto nublado, eran cerca de las siete y media de la
Desde temprano la avenida Juan Noé y las calles aledañas congregaban a chilenos y
peruanos que iban y venían de una ciudad a otra traficando productos diversos;
aprovechando el cambio favorable aquéllos, atentos a las novedades importadas, éstos. Los
compradas en las ferias de Arica, esperando tomar un taxi y contactarse con alguna persona
de buen corazón que les ayudase a pasar algunos productos para no sentirse presionados por
la aduana y sus preguntas: ¿está contrabandeando? , ¿Es para su uso personal?, ¿Por qué
compra tanto?.
Papá llevaba el salvoconducto de la familia y el de la abuela; éste era un papel rosado que
poseía la huella dactilar de mi padre y una foto en blanco y negro en el que salíamos riendo.
Aparecieron muchos señores peruanos que gritaban: “¡Tacna, falta uno!” y trataban de
jalarnos casi a la fuerza a sus automóviles anchos, sesenteros. Papá le dijo a uno que
viajábamos todos, que a cómo tenía el pasaje y el tipo le respondió, “hermano, pues le
hago un precio”. Rato después subíamos a uno de esos carros enormes que parecían
carrozas funerarias; la abuela, delante con papá y mamá, Josué y yo en el asiento trasero.
Papá le encomendó los salvoconductos y el caballero desde ese momento, saliendo por
calle Velásquez hasta dejarnos en la céntrica avenida Bolgnesi, no dejó de hablar de fútbol,
Siempre la idea de traspasar la frontera norte fue excitante para mi imaginación creativa de
pequeño; a la más mínima declaración de papá: “iremos a Tacna”, toda una lluvia de
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días antes del viaje comenzaba a imaginar qué era lo que sucedería en la incursión, a qué
lugar iríamos a almorzar y qué exquisitez abundante comeríamos. Tacna era el único lugar
donde papá y mamá no tenían que andar sacando cuentas y caminando montones antes de
entrar a algún restaurante medio decente, pues el dinero chileno poseía mucho más valor
adquisitivo que en Arica; allá éramos casi de clase media y los papás podían comprarnos
cosas que aquí en definitiva eran prohibitivas por su alto valor. Además yo caminaba por la
calle con cierta confianza interior, esa postura que tienen los turistas que actúan sin que se
conozca la población en que vive, ni su pobreza: son turistas, eso los hace de otro status. Y
enorgullecía por ser chileno por esa historia entre países que suele sacarse a relucir en las
relaciones entre americanos. Los chilenos habían ganado en la guerra a los peruanos y
bolivianos; constituíamos entre comillas una cultura “superior”, triunfadora e invicta, por
eso tendía incluso a mirarlos por sobre mi hombro y a criticar internamente sus costumbres
comparándolas con la nuestra. “En Chile las calles son limpias, no como acá que son
entera de asquerosas” o “los policías acá son desordenados, negros, no inspiran respeto
alguno, no como en Chile que andan ordenados, limpios y son muy dignos en el trato”.
Pensar así, empero, era una vil estupidez derechamente. Bastaba con que me mirara al
color de los cholos y bolivianos. Era tan similar a ellos por mi ascendencia racial. Eran tan
aymaras como yo, sólo que el destino les había determinado nacer al otro lado de la
frontera. La abuela, caminando a duras penas al lado de mamá por las calles peruanas,
podía, por su aspecto, ser una peruana más, con sus trenzas, su pollera, por la forma de su
cara y el color de su tez. Hablaba aymara como la mayoría de ellos, tanto así que luego de
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mientras comíamos un helado en la Plaza de Armas, frente a la catedral hermosa y barroca
que adornaba el sector y le daba cierta importancia, conversó con una cholita que vendía
helados acompañada de un niñito de unos dos años. Ambas dialogaron en aymara de lo más
bien, como si se conocieran de hace tiempo y como si esa lengua lograra romper sus
diferencias históricas que en definitiva son un cuento de las personas que gobiernan porque
al final, el pueblo, las clases pobres de América, pienso, está hermanadas en el dolor, la
explotación y la miseria, por lo cual no desean seguirle el juego a los aristócratas sino
A la abuela le agradaba caminar por las calles de Tacna. Cuando era joven más de alguna
vez visitó sus avenidas y rincones centenarios, escuchó el sonido de las guitarras y cajones
que llevaba en sus recuerdos tan frescos para su memoria de casi nueve décadas. Para ese
tiempo Tacna y Arica poseían un destino incierto que debía dilucidarse, según lo
determinado por la firma de capitulación de la guerra del Pacífico que Chile ganó por
Siempre pensé que luego de la guerra, cuyas batallas novelaban mi mente con imágenes de
álbumes que compré cuando era un escolar, el asunto de los límites se había fijado con
cierta rapidez mágica y automática. Pero no fue así. Arica perteneció al Perú – o al menos
así queda en la conciencia de los ancianos que vivieron a comienzos de siglo, incluyendo
en ellos a la abuela- hasta el año 1929, fecha en la que los gobiernos de ambos países
optaron por una solución científica y salomónica, echando por tierra la vía de la votación:
Tacna quedaba para el Perú y Arica para los chilenos. ¿Cómo decidieron familias enteras si
nacionalidad que llevaban impuesta como la carimba – marca en la piel que ponían a los
negros con un fierro caliente – sobre su sangre? En definitiva la abuela optó por la opción
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primera. No le interesó en lo más mínimo adquirir como se acepta un contrato, una compra
en el que había crecido junto a los vegetales, oyendo el ruido de la vertiente, el zumbido del
aire frío chocar en las rocas y en los cactus. Cambiarse de ahí hubiese sido cambiar las
claves con las que interpretaba su cosmos. No mudaría su universo por el ligero capricho de
dos gobiernos advenedizos cuyos ministros ni siquiera habían nacido en las tierras cercanas
había llegado a radicarse a Arica desde Tacna, lugar en el cual nació, cuando los gobiernos
habían decidido el destino de ambas comarcas. Era un poco más antigua que mi apachi;
delgada, casi como si sólo tuviese esqueleto y piel, arrugadita y de muy buen humor,
casa de Ivonne que daba a la avenida Capitán Ávalos. Allí ella observaba apenas el gran
cerro que asomaba como guardián de esas poblaciones callampas del sector oriente de la
ciudad, pues sus ojos cada día se iban apagando como una vela que gradualmente se
consume en medio de las tinieblas de la noche. No hacía nada, salvo esperar que pasaran
los días sentada en un sillón de mimbre, cubriendo sus piernas esqueléticas con mantas
tejidas a palillos, abrigando sus pies con zapatitos de paño negro. Ivonne la quería mucho y
siempre la llenaba de besos y caricias; jugaba con las carnes caídas de su rostro,
multicolores. La abuelita reía y mostraba nada más que dos dientes largos, uno arriba y otro
abajo y una lengua húmeda y gruesa con la cual convocaba la saliva de sus labios y de los
rincones de su boca.
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- ¡Qué ricos los mangos que se daban en Tacna! – comentaba, luego de un rato en el que
qué grandes y exquisitos. Mi padre llegaba con bolsas enteras que le daban los cholitos
cuando visitaba sus pueblos: Tarata, Calana, Aguas calientes y tantos otros que no me
acuerdo. Su bisabuelo, Ivonncita era un ministro del registro civil, tan distinguido mi
padre, ¿no?, blanco, alto; era muy respetado en Tacna. A la gente blanca se le respeta
mucho en Tacna. Allí vivíamos en la calle Vigil, cuando Tacna era muy pequeño, apenas
eran unas pocas manzanas y el resto puras parcelas. Había muchos chilenos, pero igual
peruanos. Al final era lo mismo, porque unos y otros se hacían amigos, se casaban entre
abuela sonrió.
- Bueno, hija, a veces, en las Quintas cuando se ponían a tomar chicha o vino. Pero qué,
eran peleas de borrachos, nada más, después seguían tomando como si no hubiera
pasado nada – la abuela hizo una pausa, mantuvo la boca abierta, clavó su vista en un
punto impreciso de la calle, sacó su lengua para secar los labios y luego rió con una
carcajada- ¡Una vez dos hombres pelearon por mí, jóvenes! ¡Ja, ja,ja!
- ¡Ah, picarona la abuelita! – le dijo Ivonne; los tres reímos y la anciana tendió a
- Sí, jóvenes. Uno de ellos era un tipo alto, buenmozo, distinguido. Vestía un traje negro,
un sombrero de paño, muy elegante. Era un ingeniero limeño, muy dije el joven, un
gentleman. Estaba ahí en Tacna visitando unos familiares que vivían cerca de la casa de
mis padres. Yo era una jovencita muy risueña, agradable, no me faltaban pretendientes –
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emporio a los almacenes. Él compraba algo de harina y yo unos panetones tan ricos que
Estuvimos harto rato. Me contó de su vida, de que su padre se había llegado a El Callao
luego de la primera guerra mundial y se instaló junto a su familia. Él era limeño, pero
que todas las veces que pasaba por ahí para ir a comprar al emporio un chileno borracho
me molestaba, diciéndome cosas que les gritan los hombres maleducados a las jóvenes.
Yo le comenté así, por decirle esto que me pasaba. Entonces ideó un plan: yo pasaría
enrostraría.
- ¿Y apareció el chileno?
- Sí, jóvenes. Él ignorante quiso pegarle, pero este joven apuesto le aforró dos combos
que lo dejaron en el suelo. Nunca más en la vida volvió a molestarme. Tan galante era
ese limeño.
La abuela de mi amiga podía llevar tardes enteras hablándonos de sus historias vividas en
Tacna, traduciendo las palabras usadas allá que no lográbamos entender del todo. Hablaba
con un tono más pausado, pronunciando las letras con sonidos mucho más bellos y
completos. Se parecía mucho a las abuelas que aparecían en la televisión, sólo que era un
poco delgada. A veces me avergonzaba de que Ivonne visitara mi casa en los días en que mi
abuela llegaba a la ciudad, pues la anciana no era tan parecida a las abuelas normales. Una
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Ivonne estaba sentada a la mesa, conversando con mamá sobre su abuela tan anciana y
risueña. Luego mi amiga hizo una pregunta que me avergonzó y que no pude sacarme
- Señora, ¿la abuela del Tito es boliviana? - el rostro de Ivonne estaba serio, era una
pregunta sincera, profunda a sus once años. Mamá rió y le respondió con ternura.
La profesora, luego de leer el listado de alumnos y escuchar el grito casi solemne de los
conversaría conmigo pues había faltado el día anterior. Mamá había escrito una
perdido el mes anterior. Desde el lugar de la profesora pude comprobar a mis cuarenta y
tantos compañeros sentados, algunos con cara de sueño, otros definitivamente durmiendo
sobre los pupitres. Por extraña razón reparé en que el banco de Carrasco se encontraba
vacío; era raro que faltara alguna vez, por lo cual sentí una leve corazonada que me
provocó cierta desazón. Luego de que la señorita firmara la nota me fui a sentar y le
pizarra, no le gustaba que platicáramos mucho. Mi amiga habló muy despacio para no
- ¿Sí? – dije preocupado. Tabo era desafiante, pero nunca lo había visto pelear, menos
con Araya que era un tipo que acostumbraba a trenzarse con chicos aun mayores- ¿Por
qué?
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- Araya lo estaba buscando de hace tiempo. Ayer le gritó en medio del patio: “Indio
culiao”. Carrasco se enojó y ahí empezó la pelea. Fueron al patio de atrás. Se amontonó
- No – Ivonne me miró a los ojos; sabía que yo estimaba al Tabo, que cuando él recibía
insultos parte de aquéllos los sentía míos. Puso cara de pena- El Araya le rompió el
Carrasco era el objetivo predilecto de las burlas de Araya y su grupo era porque
indios que nosotros. Yo y los demás paisanos bajábamos el rostro, asentíamos sumisamente,
asumiendo una actitud servil frente a los requerimientos e insultos de los blancos invasivos.
Carrasco se tornaba una especie de escudo a mi favor; decía en público las cosas que yo
pensaba y que por timidez no decía. Pero por ser así acarreaba problemas; quizás nunca
quiso reconocerse mestizo al igual que yo, aún así se defendía de las burlas por su aspecto
aymara y en su actitud nos defendía al resto que llevaba sangre andina en las venas.
En el recreo, cuando salía del quiosco en el que compraba láminas para completar mi álbum
portón principal de la escuela. Carrasco vestía ropa de calle y los mismos zapatos escolares,
pegado. Crucé el patio; Carrasco se sentó en la baranda que separa el jardín del pasillo de
Dirección con rostro calmo, mirando hacia el suelo, algo apenado, pensé. En sus manos
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- Tabo – le dije cuando llegué a un costado de él. Me miró y en su triste observar
distinguí que su ojo derecho estaba irritado. El parche de su cabeza empezaba a supurar
- ¿Qué pasa? – le pregunté preocupado. Me senté a su lado y percibí que sus ojos
- Acá me molestan mucho. Además ayer peleé con el Araya y me dejó sangrando.
El Tabo me narró los pormenores de su pelea; con detalles que lo daban por ganador a él, a
diferencia de la versión que me había contado horas antes la bella Ivonne. Aún así Araya lo
había pillado desprevenido y le asestó un combo en el labio que partió éste con notable
gritaban por él, como pidiéndole que hiciera justicia por todas las humillaciones que habían
sufrido en el transcurso del año. También observaba el espectáculo Sandra, una niña del
mismo paralelo, que tenía por las cuerdas los sentimientos del Tabo. Éste le escribía cartas
anónimas, cortaba flores del parque y pedía a su hermana que se las pasara sin decirle de
parte de quién. Ésta lo hacía pues el Carrasco le daba cinco pesos al día siguiente de la
- Me sentí un héroe; me dije a mi mismo: “Sácale la chucha a este huevón, hazlo por la
Sandra” , y pareciera que los combos me salían más fuertes y hasta como en cámara
lenta – Tabo rió esperanzado. Quizás pensó que después de la pelea la niña a quien
quería se fijaría en él aunque fuese un moreno, de pelo chuzo y nariz gruesa y viscosa.
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- ¿A qué escuela te vas?
La mamá de Carrasco salió de la oficina hablando fuerte y mirando atrás de vez en cuando.
sus manos una carpeta con papeles, seguro su libreta de notas y certificados. Sus ojos
también estaban húmedos y los secaba con un trozo de papel higiénico que apretaba
- Papá cambió de trabajo y ahora me va a poder comprar más fácilmente el Atari que le
- Hijo, tenemos que ir al otro colegio – la mamá lo llamó y me saludó con una sonrisa. La
señora era muy agradable y me trataba muy bien, pues sabía que su hijo no tenía
Ambos nos abrazamos como si fuésemos personas grandes y nos despedimos. Ivonne y
dije que Carrasco se iba, lo cambiaban de colegio. Entonces los chicos, uno a uno se
dirigieron a darle la mano al Tabo que atinaba a decir “gracias”, “igualmente”. En eso
tocaron la campana y como era costumbre, todos salieron corriendo, tratando de comerse
rápido las colaciones. Yo me quedé viendo cómo Tabo y su madre costeaban el jardín,
esperaban que el auxiliar les abriera el candado del portón y cruzaban el espacio de
cemento que daba a la avenida. Cuando estuvieron ahí Carrasco volteó y sonrió al verme
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vuelta y procedí a correr por el patio hasta el frontis de la sala. Las filas ya pasaban a clases
y tuve miedo de llegar tarde pues no me agradaba que me vieran cruzar por la puerta, pues
no faltaba alguien que me gritaba alguna palabra ofensiva que minara mi debilitada
Josué, mi hermano mayor, había adquirido de mamá la herencia de la piel blanca y los
compañeros pensaban que no éramos hermanos, o que poseíamos padres diferentes. Aún
así, poco a poco fue asumiendo una tranca que no guardaba relación con el tema racial:
Cuando más pequeños el tema daba lo mismo porque en tanto uno es chico no se preocupa
mente adulta-, además casi todos los niños poseen una estatura media. El problema es
sobrenombres y las burlas de los niños con esa crueldad venenosa que puede lograr anular
nuestras vidas por años. Así sucedió con Josué quien hasta perdió su identidad sobre la base
“Súper Ratón” y cuando mi madre ponía cara de enojada y los chicos se excusaban y
“Señora, buscamos a ese compañero bajito, blanquito que va en sexto básico D”.
Josué, además pecaba de ser demasiado regalón. Mis padres se habían casado y decidieron
tener hijos pronto, pero el primero no lograba salir nunca por más que mi madre intentara
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embarazarse y que mi padre trabajara con notable devoción en la labor. Fueron al médico
muchas veces – en ese tiempo en que las parejas se preocupan de mínimos detalles, que
luego sucumben en las aguas de la rutina- y luego de tres años recién les salió el bebé que
tanto querían, un poco delgado y enfermizo, pero hijo al fin y al cabo. Entonces lo
cumpleaños gigante con fiesta, vecinos y piñata cada trece de abril, entre otras atenciones.
Pero, pese a esos tratos que podrían interpretarse como beneficios, los papás sin quererlo
paternal. Josué no sabía decidir por sí solo, siempre tenía que preguntarle a papá o mamá
por mínima que fuera la decisión que debía tomar. Yo, en cambio, pese a la marca indígena
desde pequeño a la independencia vital. Si Josué no podía subirse al techo porque se podía
caer, era tanto el cansancio de los papás al haberse preocupado en exceso de su primer crío,
que conmigo parecían seguir el criterio: “Déjalo viejo, que se saque la mugre pa que
aprenda”.
Es así como, de algún modo providencial, mágico, como los giros y los encuentros que
produce la vida misma, había descubierto en clases de artes plásticas que su pasión radicaba
en las formas, los colores y las rayas que podía hacer con su lápiz de grafito. Dibujaba en
paisajes, luego super héroes y jugadas futbolísticas, para desembocar, por último, en la
afición que sus compañeros celebraban con avidez y expectación: caricaturas de los
profesores del plantel. Consagraba tardes enteras en la labor de inventar diálogos, encuadrar
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viñetas, pintar con lápices chinos los dibujos que poseían similitudes notables con sus
ubicados en el mercado en que alguna vez la tía Alberta tuvo un puesto. Mi hermano
serie Aguila – de tamaño mediano pues la serie Ñandú era la más grande y Colibrí la
pequeña – con las aventuras de El Hombre Araña, Batman, Archi y otros personajes. Papá
le daba dinero para que comprase golosinas en la escuela – Súper Ocho, algún chicle Dos
en Uno, tal vez una melcocha o pululos – pero él desistía y prefería depositar sus monedas
en una caja metálica de zapatos Calpany y dirigirse al puesto a comprar sus revistas todos
los viernes en la tarde, después de clases. Yo aprovechaba dicha afición y sin sacrificio
alguno – ahorrar, ir al mercado – las leía pues Josué me las prestaba sin oponer resistencia
alguna; las hojeaba, las volvía a descifrar y las dejaba intactas de arrugas en su velador
atención y energías en construir mundos imaginarios con sus lápices, en leer historietas,
He aquí, sin embargo, un vicio que se transformó en peligrosa adopción y que empezó a
televisión y pasaba tardes enteras viendo películas, programas, ya no tan sólo dibujos
animados. Llegó un momento en el cual prefirió estar sentado frente a la caja del diablo que
pateando la pelota en la calle o saliendo a andar en bicicleta por la manzana o una plaza
arenosa cercana a la casa. En clases se disuadía de que eso no estaba bien. Josué, es que
cómo es posible que te la lleves toda la tarde después de clases sólo viendo tele, por qué no
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estudias tus cuadernos; por último dibuja le había dicho su profesora a sugerencia de la
mamá, sin embargo, llegando a casa, luego de almorzar viendo teleseries mexicanas y de
recostarse a hacer la sagrada siesta que acostumbran los ariqueños, se sentaba en el suelo
del living, frente al televisor y de ahí no lo sacaba nadie, hasta la hora de la once comida, en
que apenas se levantaba, se sentaba a la mesa que mamá había preparado - pan con
margarina, aceitunas de Azapa, té ceylán- y sin despegar los ojos, a veces chocando con la
silla y los elementos de cuchillería, continuaba pegado a la pantalla con actitud de ruin
mano comprado por papá a don Patricio, un técnico que arreglaba aparatos en su casa
cercana a la nuestra, se echara a perder luego de un par de caídas y el uso vejatorio que le
daba mi hermano que lo prendía por tardes enteras sin darle un descanso de misericordia,
un breve remanso entre jornadas. La falla consistía en que la pantalla se veía demasiado
oscura, situación que llevaba al hecho de que para ver algo de imagen debía mantenerse el
cuarto de estar sin luces encendidas de modo que no hicieran reflejo o con todos los
orificios entre maderas de las murallas cubiertos para que las imágenes se vieran algo
nítidas. Josué acostumbró antes de cada jornada de visionado, tomar una frazada gruesa y
colgarla encima de la cortina que cubría casi transparente la ventana y se echaba en el piso,
con los ojos muy cerca del aparato. Pero semanas después de esas andadas la tele volvió a
malograrse, como si ésta escuchara los ruegos sumados a los insultos de mamá que
constantemente lanzaba al aire: “Hasta cuándo, por Dios, tanta tele, niño flojo”.
que no se escuchaba nada por esa bocina que cuando Josué abrió escondido el aparato con
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la ayuda de los destornilladores que papá guardaba en la bodega, se encontraba llena de
tierra, monedas, pepas de naranja y hasta un lápiz enterrado. Mi madre dio gracias al cielo
al pensar que sus súplicas habían surtido efecto, sin embargo, Josué se las arregló e hizo
pedazos una radio antigua a la cual le extrajo el parlante, demasiado grande la concavidad
dejada por la bocina extraída del televisor, por lo cual luego de unir cables, dejó al aire,
Josué comenzó, luego de esa operación, a interesarse por el tema de los cables y las
antenas. Sabía que sus compañeros de curso veían canales peruanos que igualaban en
alambre de cobre. Luego tuvimos que caminar cinco cuadras para que un compañero de él,
el Tarántula – poseía un gran lunar de pelo en el brazo- le obsequiara entre engaños un tubo
fluorescente de medio metro. Estuvimos toda una tarde confeccionando un soporte con
palos delgados, ubicando sin que bailara entre los quicios esa larga ampolleta, luego
instalando el alambre, elevando la antena a la altura del techo, cuidado Josué no te vengas
abajo, y por último pasando los cables por un hoyo hasta el living en que se encontraba el
Nos fuimos a lavar, guardamos las cosas a sugerencia de mamá quien nos había prometido
correazos si dejábamos algún desorden. Era día sábado y ella lavaba en la batea ubicada en
el patio, escobillando con furia, contagiando con el ritmo del restregar toda la casa y sus
alrededores. Josué desarmó su cama y sacó la frazada para instalarla sobre la cortina, yo fui
al patio a buscar un par de perros de ropa, pero me los traes porque los voy a necesitar, de
vuelta los usamos para sujetar la sucia y despellejada frazada. Nos sentamos expectantes y
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mi hermano prendió el paupérrimo televisor que sobrevivía al parecer porque sabía que
Al mover esa rueda que poseía el aparato para cambiar canales, comprobamos para nuestra
televisión canal dos, América televisión canal siete y TNP, canal nueve, aparte de los
aburridos canal nacional y Red del norte, que apenas pasaban monos y una que otra película
de los Tres chiflados o de Jerry Lewis, en las tardes en que mamá nos servía las onces y el
Arica era una ciudad próspera y basaba su economía en el comercio de zona franca y la
pesca y envasado de productos marinos. La casa de Ivonne era muy bella, de cemento, con
viejo ganaba mucha plata y ella siempre andaba bien vestida, con la marca de los zapatos o
cuadernos que anunciaban por televisión y que marcaban el prestigio y status de quienes los
usaban. Nunca, sin embargo, fue una niña demasiado engreída o sobrada; por el contrario,
no tenía empacho de ir a mi casa o a la del Carrasco, que eran muy pobres y feas al lado de
su hogar que parecía de millonarios. En casa de Ivonne fue la primera vez que vi una
película por Betamax: E.T. el extraterrestre; también fue la primera vez que hablé por
hermano que iba en el politécnico percibieron que nunca en mi vida había tomado un
auricular y me sentí más indio y salvaje que nunca. El televisor de mi hermosa compañera
era grande, con cubierta de madera y en colores; además se podía prender, apagar y cambiar
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de canales a distancia a través de un aparatito cuadrado que se enlazaba con aquél mediante
un cable grueso.
Ivonne fue mi compañera desde primero básico y tuve cercanía con ella desde el día en que
nos tomamos de la mano y caminamos juntos por el patio del colegio cuando todo el curso
apenas se conocía y cada uno iba asustado al colegio, las primeras semanas de clases.
Recuerdo como ayer ese día y no me saco de la cabeza cada uno de los detalles que
La profesora tuvo que ir a una reunión de docentes y nos dejó solos, haciendo una tarea de
castellano. Eran los días en que todos diagnostican la realidad del ser estudiantes y a nadie
se le ocurre portarse mal o hacer mucho desorden. Yo me sentaba adelante, de acuerdo a las
sugerencias de mamá, para que no me distrajera y pusiera atención en cada una de las
clases. Apenas me movía y hablaba, temeroso de que la profesora me retara o que el curso
fijara sus ojos en mí; siempre fui tímido, tanto que un par de veces me oriné en los
pantalones sólo por el hecho de tener temor de pedirle permiso a la profesora para ir al
baño.
Ese día llegaron unas alumnas de octavo básico a cuidarnos. Eran tres y, a nuestros ojos de
niños prácticamente unas señoras, pues eran altas, voluptuosas y hablaban fuerte.
Empezaron a hablar entre ellas ideando un plan que las entretuviera, por un lado y, por otro,
que acaparara la atención nuestra, pues pasando los minutos sin hacer nada, algunos
pizarra color verde militar. El juego consistía en que cada varón debía escoger a una
compañera a quien debía tomar de la mano, salir con ella a recreo y estar a su lado en lo
que restaba del día. Media docena de chicos saltaban de alegría pues durante días habían
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contemplado platónicamente a algunas de ellas y esta era ocasión propicia para demostrar
el infantil y puro afecto que sentían. Carrasco, quien aún no era mi amigo se rió mucho y se
sobó las manos, esperando fuese su turno para escoger. El grupo de Araya, que se perfilaba
como el de los más revoltosos e inquietos comenzó a hacer burla a los varones con las
- A vos te va a tocar con la María Chambe, y a ti con la Jacinta Choque – decían y ellas,
pensando que los chicos hablaba en serio, bajaban la vista, con sus morenos rostros algo
ruborizados.
Me puse nervioso, observando una a una a mis compañeras que se escondían entre sí,
tratando de escoger a alguna que fuese bonita y simpática. No sabía a quién elegir y eso
convocó todos mis nervios en el momento en que una de las alumnas de octavo me
preguntó delante de todos a qué compañera escogería para permanecer toda la tarde junto a
ella. Yo miré al grupo de chicas y, de pronto, vi a Ivonne que me hacía señas con sus brazos
en alto. Sin oponer resistencia apunté hacia ella y nos encontramos al medio de la sala.
Ivonne me tomó la mano, yo estaba nervioso, serio; reía y me miraba a los ojos con esa cara
de enamorada que ponían las actrices de las teleseries que veíamos en la tarde, en hora de
onces. Me dio un beso en la mejilla y me apretó tanto la mano que intenté sacársela de entre
los dedos.
- Disculpa, no voy a apretar tan fuerte – me dijo mientras observé sus ojos miel tan cerca
A Carrasco le gustaba en ese tiempo una chica llamada Jeanette Rosales. Ésta era pecosa,
rubia, ojos claros, estudiosa, ordenada y angelical. Muchos compañeros sucumbían ante
esos encantos de la niña, pero ella se hacía la desentendida y no prestaba atención más que
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alguna, apuntó a ella en el instante de la decisión. Espontáneamente el grupo de varones rió
- ¡Ah, lo que quería el negro feo! – y la audiencia rió con sarcasmo. Carrasco bajó la
Sin embargo, ésta se resistió y quedó amurrada en un rincón de la pared frontal, con el ceño
- Escoge a otra, negrito – le dijo la chica grande. Carrasco, que no quería de nuevo sufrir
- A ella – y apuntó en dirección a Julia Mamani, una compañera tan morena como él que
tenía los ojos achinados y los dientes amarillos de tanto sarro. El Tabo miró hacia el
parejas infantiles, que sentían por un instante ser grandes, hombres y mujeres hechos y
derechos, salieron por la puerta en tanto el patio comenzaba a bullir en gritos, maratones y
trataba de ignorar las miradas del resto pues me sentía avergonzado; nunca había andado
con una chica en esas andanzas y hacerlo, ineludiblemente llevaba a mi mente la fuerte
El juego de las parejas acabó de vuelta de recreo cuando Mónica, una compañera alta y
bonita, llegó a la sala con la boca parchada y algunos rasguños en las manos. La profesora
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nos miraba con cara de perro rabioso y nosotros, de sólo verla nos asustamos en extremo.
El primer día de clases, cuando gran parte de los chicos lloraban desconsolados pues sus
Richard, quien había escogido a la accidentada para que fuera su pareja durante el recreo,
ostentaba dos parches curita en la mano derecha. Tenía los ojos vidriosos y un aspecto
lastimero en el rostro. Era desordenado, pero sensible; cuando se portaba mal, al final
terminaba llorando, pidiéndole perdón a la profesora y a la mamá, para luego esperar dos o
tres semanas de olvido, tiempo suficiente para volver a sus travesuras comunes y a
- Esto es el colmo – fueron las primeras palabras de la profesora, furiosa- los dejo un rato
pensando en pololear los perlas. Mírenlos; apenas se saben limpiar el traste y ya andan
de la mano.
Las heridas de Mónica y Richard se debían a que ambos caminaban tranquilamente por el
patio que presentaba ciertos baches en la superficie. Como escucharon las voces de las
alumnas grandes de que por nada del mundo debían soltarse de las manos, Richard no soltó
la mano de la chica cuando ésta se tropezó al pisar mal. Ella azotó su cara en el piso y él,
que la llevaba aferrada, cayó encima de su cuerpo delgado. Mónica se rompió el labio e
hirió sus manos al apoyarse. Richard sólo una de ellas; la otra apretaba con pasión los
dedos de la accidentada.
Ivonne me miraba desde su puesto, mientras la profesora nos retaba. Cruzamos nuestras
miradas y ambos reímos. Quizás ella porque le gustaba un poco y yo, porque me provocó
gracia el accidente y la cara de estúpido del García que empezaba a tragar las lágrimas y
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moco que le brotaban por las palabras duras de la profesora. Siempre mi mente recordó la
imagen de Ivonne regalándome su sonrisa en el rincón de la sala, hasta que empecé a crecer
y nuestras almas comenzaron a ligarse por la amistad que surgió entre nosotros. Entonces
ese cuadro de la niña sin dos dientes de frente, que usaba moños apretados, frente amplia,
de alguien y, por timidez, no lo expresaba, viendo también que nunca era correspondido.
Ahí el rostro de Ivonne sonriendo aparecía como de modo milagroso y pensaba que
alguien, siquiera una sola persona en el mundo podía quererme, aceptarme tal cual era, con
El papá de Carrasco, de un día para otro, apareció por las calles de la población vendiendo
sus ollas, frazadas y teteras en un furgón nuevo compró en Iquique. Habían pasado los días
en que el presidente había ido a la población Cabo Aroca a inaugurar un parvulario, ocasión
en que acudimos con el Tabo, Ivonne y Josué a verlo por primera vez. Mamá nos llevó; ese
- Todos los días puedes ir a clases, pero no todos los días llega el presidente al lado de tu
población – había dicho la mamá. Entonces invitó al Carrasco y a la Ivonne y para esto
fue a conversar con los tíos, de modo que le dieran permiso para dejar de ir a la escuela.
Mamá nos vistió con un pantalón de tela café, zapatos de escuela y una corbata que ella
misma había confeccionado en días anteriores. Carrasco fue vestido de colegial e Ivonne
con un vestido que se ponía para ir a los cumpleaños. El día se mostraba un poco nublado y
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Carrasco esperaba enfrente de su casa, apoyado en el automóvil nuevo. Su padre cargaba
éste con sus mercaderías y su madre regaba con manguera el antejardín. Unos maestros
- Es que van a hacer una reja nueva, de cemento, como la reja de la Ivonne – expresó
adentro, seguro esperando que nosotros nos fuéramos para continuar con su labor.
- Al viejo le ha ido bien – dijo la madre del Tabo que conversaba de vez en cuando con
mi madre. Ambas tenían el rasgo común de estar casadas con aymaras – se compró el
furgón y ahora vamos a empezar a construir de a poco la casa con material sólido.
- Qué bien, vecina, me alegro. Ve usted que en este país se vive mucho mejor ahora, hay
y el país parecía cumpleaño de monos – el papá del Carrasco miraba hacia fuera por un
rincón de la ventana – Por eso es bueno ir a apoyar al gobierno cuando visita nuestra
ciudad. Vea usted, ¿qué presidente va a una población marginal a saludar a los
- Me cuida al Gustavo, vecina. Acá tiene diez pesos para que le compre algo – la mamá
del Tabo le alcanzó una moneda grande y plateada - ¿cómo a qué hora van a llegar?
- Como a las doce y media. Ah, prenda la tele, de repente sale su hijo – mamá rió y se
despidió de la señora.
Ivonne esperaba sentada en una banca, a un costado de la puerta de su casa que daba a la
calle. La señora Laura, empleada que la cuidaba desde que era pequeña, podaba los escasos
árboles que adornaban su jardín. Mamá la saludó y ambas conversaron un poco. Josué,
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Carrasco y yo entramos advertidos por los ruegos de Ivonne que nos dijo que nos
limpiáramos los pies antes de entrar. Mis ojos se detuvieron en el equipo de música desde el
cual se escuchaba la canción que bailaba John Travolta en una de las películas que
proyectaban en el cine por aquellos días. Era grande; poseía dos parlantes de madera, un
tocadiscos, un toca casettes y una barra en la que asomaban números iluminados por una
luz verdosa.
- Mira, puedes cambiar de radio con esta cosa redonda – dijo Ivonne y yo, mi hermano y
Carrasco agarró el disco que poseía en su portada la imagen en colores del rostro de
entretenía nuestras tardes infantiles. Se quedó leyendo dificultosamente las letras de las
canciones, los comentarios del payaso, las inscripciones debajo de cada foto.
- Papá también me compró el de “Érase una vez el hombre” y el de “Heidi” – apuntó con
- Tu papá debe ganar mucho dinero – dijo Josué quien miraba asombrado los discos, el
- Sí, un poco. Es tripulante pesquero. A veces vamos al centro a tomar algo al Shop 21 y
después nos lleva al Bowling. Mi hermano mayor anda en esos carritos a motor. Yo saco
- Qué mortal, me gustaría que mi papá tuviera tanta plata como tu papá – dijo Josué- Así
podría comprarme muchas revistas de historietas y también iría al estadio todas las
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- Toma – Carrasco le alcanzó el LP y luego empezó a recorrer el living reparando en cada
uno de los elementos que lo ornamentaban - ¡Tienes una foto con Carlos Cazely!
- Oh, las jodió tu papá – el Tabo se sentó a mirar la foto. Alrededor de ésta, en la muralla,
se observaban banderines de Club de Deportes Arica y del deportivo San Juan. Ivonne
- Ese banderín del San Juan se lo dieron a mi hermano cuando fue a jugar a Arequipa.
Mi hermano es bueno para la pelota. Tiene fotos con Letelier, Chamaco Valdés, el Nene
Mientras conversábamos la señora Laura se acercó a la puerta y nos dijo que mamá estaba
esperando para que nos fuésemos con prontitud al lugar de reunión. Eran cerca de las nueve
y el presidente llegaría a eso de las diez y media. Mamá tenía premura en que llegáramos
temprano para alcanzar buena ubicación y pudiésemos ver de cerca al mandatario. La casa
de Ivonne era tan bonita que vez que íbamos nos costaba salir de ella; poseía el encanto de
las cajas de sorpresa, la variedad de los museos, la magia de las casas que aparecían en la
evento importante. Los vecinos, con su mejor ropa, colmaban las calles cercanas, cargando
letreros con fotos del presidente sonriendo, carteles con la inscripción algo antigua:
Los autos de carabineros, tétricos y viejos como vehículos funerarios blanco y negros,
rondaban el sector levantando el polvo de las calles, obnubilando la vista del público que
llegaba en masa al lugar del mitin. Se escuchaban los sones del himno patrio desde los
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parlantes apostados a un costado del proscenio en el que en pocos minutos más el
Mamá pasó los diez pesos al Tabo, advirtiéndole que los guardara en un lugar seguro para
que no se le perdieran. Ella extrajo de su cartera un par de monedas con las cuales compró
cabritas para mí, Josué, Ivonne y Tabo. El cielo comenzaba a despejarse y el sol nortino,
ardiente astro cuya pasión llega a ser de pronto insufrible, entibiaba cada vez con mayor
fuerza. Pese a esto, mamá prefirió que nos ubicáramos frente al escenario, tras unas rejas
metálicas dispuestas para la ocasión. Los costados ciertamente estaban marcados por las
sombras de los molles cercanos al colegio que sería inaugurado, pero mamá aseveró que no
se vería nada desde ese lugar, por lo cual nos quedamos apostados ahí donde estábamos, a
pleno sol.
Cuando llegó la hora presupuestada, casi todos los ciudadanos de las poblaciones Cabo
Aroca y Chile habían dirigido sus pasos a esa sede social que se ubicaba en las faldas del
Cerro Chuño. Nosotros, estacionados tras la reja cercana al escenario, teníamos una vista
privilegiada de lo que sucedía; los periodistas del canal nacional a quienes muchas veces
habíamos visto por televisión, hablaban frente a las cámaras, muy cerca de nosotros; eran
blancos, como la mayoría de los santiaguinos. Muchos señores de traje y corbata, lentes
- Mira, esos son de la CNI – me dijo Carrasco, ante lo cual pregunté qué significaba eso –
Son como espías de las películas. Si alguien está en contra del presidente lo matan. Así
son de chacales.
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- Verdad, Tito – El Tabo acercó sus labios a mi oído y me comenzó a hablar despacio – El
Miguel llevó una revista al colegio. Ahí salían fotos de muertos y también historias de
Ivonne estaba un poco aburrida y le preguntó a mamá a qué hora acabaría todo. Cuando
mamá iba a responderle un locutor empezó a hablar por alto parlantes anunciando la llegada
del presidente y toda la gente hablaba entre sí, cuchicheando, ahí viene, en un auto, está
con su señora, es igualito que en la tele, y todas esas cosas. Desde la calle observamos
venir una multitud de hombres de terno oscuro, militares con traje café claro cargando
metralletas, camarógrafos y periodistas; en medio de ellos asomó con los brazos en alto el
mandatario y su señora; sonreía fijando sus ojos en la multitud que procedía a vitorearlo.
- Ahí está, niños, ¿ven? - dijo mi madre – es muy blanco, llega a ser rosado.
El presidente vestía pantalón plomo, vestón militar blanco, de cuya parte delantera
su diestra cargaba un sable dorado. Su señora vestía un traje rojo y un sombrero del mismo
color que le protegía del sol inclemente que golpeaba aquella hora; una de sus manos
aferraba un abanico de color negro. Cuando subieron al escenario extendieron sus brazos al
público, sonrientes; tras de nosotros la gente gritaba, aplaudía, cantaba el himno nacional
emocionada. Luego de ese rito ambos se sentaron en la parte trasera del escenario, entre
Papá era también devoto de su excelencia, sin embargo, no formaba parte de la bulliciosa
audiencia que aguardaba a cada una de las palabras de la autoridad en ese minuto pues
debía trabajar para rellenar las cacerolas día a día. Además casi siempre que el presidente
venía a Arica él se las arreglaba para ir con mi madre a los mitines de aclamación que las
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acercamiento gratuitos, regalaban carteles con la foto del sonriente general, poleras,
cintillos y toda clase de elementos de merchandising. Esta vez la concentración era cercana
a fin de mes y el viejo debía pagar los gastos de arriendo, agua y luz de la peluquería que
hace años atendía, oficio que aprendiera dentro de uno de los cuarteles donde hiciera su
servicio militar.
Esa oportunidad fue la primera que enfrenté con infantil inocencia la reflexión acerca del
tema del poder. Haber estado entre la gente, a pleno sol, a cinco metros del escenario donde
importancia que revistiera ese señor con vocación xenófoba, sino por los pensamientos que
Pensé en la blanca piel de ese caballero, tan distinta a las pieles de la gente de mi ciudad;
rosada, casi transparente; en los ojos del mandatario, claros, no oscuros como los míos o los
mayoría de los presidentes de la república que han gobernado en el curso la historia; vivían
como nuestros padres; sus padres, seguro, fueron dueños de grandes extensiones de terreno
desde siempre –aquellas que usurparon a los indios originarios de América-, pertenecían a
la alta sociedad o a la clase media que a los ojos pueriles nuestros no dejaba de ser alta en
comparación a la miseria que nos rodeaba. Por el peso de la historia sus hijos seguirían
empleados, como era la tónica desde que llegaron de España o bajaron desde los campos a
la ciudad. Capitalizaban su poder sobre las masas como lo hacían los patrones de fundo con
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Allí estaba yo, bajo el sol que atrapaba mi corta cabellera negra y hacía hervir mi cabeza,
como las veces en que aguardaba formado en el patio de la escuela que los sones del himno
nacional dimanaran de los parlantes y que la bandera tricolor flameara movida por el aire
marino. Contemplaba al dictador hablando tras un podio que poseía tallado el escudo de la
Dice mamá que aparecí con el ceño fruncido y con cierta mirada de melancolía durante
varios segundos. Ostentaba la corbatita que ella había confeccionado con tanta dedicación y
ese peinado que papá acostumbraba a hacerme con pulcritud de escultor. Ella estaba
orgullosa de que hubiese salido en televisión y expresó con esperanza que algún día sería
un tipo tan famoso como el presidente y saldría casi todos los días por la tele hablando,
frente.
- Alberto, te felicito, saliste en la televisión, te veías tan bonito. Un poquitito serio, pero
bien; te enfocaron varios segundos y mira, acabo de verlo hoy en la mañana – sacó de
sus papeles una hoja de diario que me alcanzó con delicadeza – tu foto en primera
plana.
Ahí estaba yo, Alberto Vásquez, en primera plana, al costado de Ivonne, Josué y Tabo que
yacían tras los pilares de las rejas. Camisa blanca, pantalones y zapatos de escuela, corbata
diestra, con la frente arrugada por el sol y los conflictos vitales que minaban mi alma en
ese instante. Bajo el retrato en blanco y negro yacían un par de líneas escritas que me atreví
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a leer nervioso: una patriótica multitud que incluía pobladores, niños y ancianos, dio un
Cabo Aroca.
- Qué bien, Alberto, te felicito; si sigues tan estudioso como siempre algún día vas a ser
cabeza y sentí mucha vergüenza –Si quieres te puedes dejar el diario, te lo regalo.
Mis compañeros empezaban a acercarse a mi puesto, curiosos por las palabras de elogio
que recibí de la profesora y del diario que cubría gran parte de mi pupitre.
- ¡Saliste en el diario, Vásquez, qué buena amigo, nunca he sido amigo de un famoso! –
- Ya pus loco, suelta el diario, todos queremos ver – Araya me golpeó la espalda y
prosiguió – Si pus, Vásquez, igual ayer yo te vi por la tele. Estabai como enojado, bien
serio; te enfocaron harto rato. ¿Querís pululos? – Saqué dos fideitos de la bolsa que
cargaba.
mesa. Ivonne estaba al lado y tomó el diario para leerlo. Sonreía levemente, pensaba quizás
que yo tenía los méritos por aparecer en la televisión y en la prensa, aunque la situación me
- Saliste bien. Mamá estuvo esperando que saliera yo y se me vio un poco, pero tú saliste
clarito. Le gusta que yo sea tu amigo; dice que eres estudioso y ordenado y como que
siempre sales al escenario a recibir premios y ahora más encima sales en la tele, es
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La abuela bajó ese fin de semana con ojos pequeños, entrecerrados y un semblante cansado,
exhausto. El tío Encarnación al saludar a papá le refirió unas palabras de lástima hacia su
madre; estaba tan viejita, había trabajado tanto en su vida, que ahora al parecer se le habían
venido los años encima de un día para otro y estaba mala para comer y un poco idiota. La
esposa del tío Encarnación bajó a la awicha del brazo, con pasos pequeños le hablaba al
oído con afecto y la abuela, apenas caminaba, tanteando el terreno duro de la ciudad,
respirando con su nariz escarpada la brisa marina, tan distinta al olor de las montañas que
configuran el Andes. La abuela besó a mi padre y mi madre que salía de la casa secándose
con un paño de cocina las manos, abrazó la delgada humanidad de la viejita y la besó.
Hacía muchos días que no bajaba del altiplano y la abuela mostraba más lustros que los que
transformado en años. Encima de la camioneta balaba un cordero que yacía sujeto porn un
rumiaba rastrojos de alfalfa regadas arriba, entre sacos de fruta y trenzas de ajos tiernos. La
junto a su perrito Chiri que también parecía más anciano. Apenas tenía un par de pelos en el
cuero y ostentaba una barbilla algo cana. Ya no ladraba tan fuerte y observaba con ojos
tristes y lagrimosos a todo aquel que se acercara a la abuela a saludarla. Josué estaba
metido en el televisor y fue llamado por mamá para que fuese a saludar a la abuela y a los
tíos. Mi hermano en ese tiempo tenía el párpado labial más oscuro y espinillas en toda la
cara y en los brazos; sus compañeros de curso intercambiaban con él calendarios con
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Toda la familia, incluidos tío Encarnación y esposa que mostraba un vientre sutil de
últimos meses arriba en la cordillera. Contó sobre los pormenores de la chacra que aún
mantenía, de las lluvias exiguas que había traído el invierno boliviano ese año, de la visita
de un león por esos parajes tan ignotos, los leones saben tener miedo a los hombres, por
eso aborrecen los caceríos, decía, de que los Mamani pretendían cambiar el alambrado
para dejarse unos metros cuadrados más de terreno, ladrones son, recalcó un par de veces.
Mientras hablaba, Josué en forma refleja aprovechó de reventarse las espinillas del brazo y
sin darse cuenta se llevó rastrojos de ellas a los dientes, para luego escupirlos en el suelo.
Luego mamá ofreció té a la abuelita y a los tíos y ellos aceptaron, ofreciendo queso y
- Pero quizás suegra quiere que le haga un caldito de gallina – le dijo mamá a la awicha y
ella le respondió.
Mamá partió a la cocina a preparar la sopa y el tío invitó a papá que le ayudase a bajar el
animal que empezaba a balar con mayor fuerza desde la camioneta. Josué pidió permiso y
se dirigió de nuevo a la sala a seguir viendo tele, pese a los gritos de la mamá, es que sigue
viendo tele el flojo, que como tanto, que voy a poner en empeño ese aparato y mi hermano
le replicaba no le basta el empeño que le coloco pa verla y ella, sí, hazte el chistocito no
La tía quedó en el cuarto aplicando crema Lechuga en las manos de mi abuelita. Chiri, el
perro regalón, se acurrucaba en el regazo de la abuela, ronroneando como los gatos. Yo pedí
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permiso y fui a la cocina para hacer compañía a la mamá que partía con un gran cuchillo la
mitad de una gallina y ponía una olla con agua y papas peladas en el fogón.
Cuando la sopa y el té estuvieron listos y papá ayudaba a mamá a preparar el charqui que él
disfrutaba viendo freírse en la paila, toda la familia se sentó a la mesa. Mamá preparó un
plato especial para que el perro comiera en el patio unos huesos de pollo y trozos de queso
también. La abuela tosía de vez en cuando y hablaba despacio, con muy poca fuerza, sobre
sus dolores de huesos por el frío altiplánico. Luego expresó que había traído el cordero para
cocinarlo en una guatea, pero como estaba vieja no la podía preparar ella.
- A ver, hijos si ustedes pueden hacerla – dijo con voz desganada- Estoy tan apachi que
Entonces el sábado la casa se llenó de familia; de algún modo creo que mi tío y mi padre
presentían que la viejita ya empezaba a hablar con la melancolía y nostalgia de las ancianas
que perciben que su hora está cercana y empiezan con sus actos a despedirse de todo el
mundo. La sentaron afuera, en medio del patio, rodeada de nietos pequeños, bulliciosos,
prodigiosa y sus esposas pelaban las habas, molían en piedra el choclo para confeccionar
las humitas, aliñaban la carne faenada el día anterior. El toca casette sonaba y embriagaba
con música de bandas de bronces el espacio. La abuela sonreía y mostraba sus encías
desnudas con dos dientes que sobrevivían a los años de trabajo. En su falda descansaba un
breve saco de harina lleno de hojas de coca que sacaba con su diestra, restregaba con ambas
y se lo echaba a la boca para mascarla por un buen rato. Josué estaba encerrado viendo tele,
comiendo cubos que él mismo hacía con jugo Yupi de frambuesa casi todos los días. Veía,
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- Un programa que se llama el Show de Yola Polastri. Dan monos también; es parecido al
show de la tía Patricia que daban antes – Josué me invitó a un cubo; debía ir a buscarlo
- No, apenas están empezando. No han calentado ni las piedras todavía – Fui a sacar un
- Ayer en la noche dieron “Risas y Salsa”, salen las medias minas. Más que en “Sabor
vieja manta que ayudaba a oscurecer el cuarto. Sin cometer ese rito era imposible ver
- Ya, pero no ahora, justo van a dar el comentario deportivo de un cabro chico que
aparece comentando el fútbol en el show de Yola. Puede que comente de Cobreloa que
está en la Libertadores.
- Entonces las guardo para la noche – aferré las fichas que tenía en el bolsillo y las puse
- ¿Qué?
- Aféitate, compadre.
Afuera mi padre procedía a cavar un orificio en tierra; mi tío Encarnación puso en éste
ramas de alfalfa y el tío Tránsito con guantes de cuero en las manos comenzó a armar una
especie de iglú encima, montando las piedras que estaban blancas de tan ardientes. Mis
primos chicos jugaban a los pies de la abuela que seguía pichando coca con la mirada
perdida en algún lugar. Mamá y las tías trajeron al patio la carne, las habas, las humitas, las
papas con cáscaras para ubicarlas dentro del montículo de piedras con el cuidado máximo
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de no desarmar la construcción y luego que la labor hubo concluido, el tío Tránsito colocó
trozos de cartón de sacos de cemento, después sacos de papas y enseguida todos fueron
echando tierra encima del montículo. El casette de música hacía un par de segundos había
finalizado, entonces el tío Encarnación me pidió ir a darlo vuelta y a ponerle un poco más
de volumen.
El padre de Carrasco también hacía guateas para el día del Ño Carnavalón e invitaba a su
familia y a un par de amigos que poseía en la ciudad. Tabo me invitaba pues éramos muy
cercanos y, aunque hacía tiempo que habíamos dejado de ser compañeros de curso, no
Su padre en poco tiempo había logrado construir una casa de cemento, instalado un local en
el mercado y en la feria dominical e iba a abrir un almacén en su misma casa el cual sería
atendido por una prima del Tabo. Sus padres ahora podían comprarle buena ropa y
zapatillas de marca.
- Mira, son Diadora, con poliuretano, como las que salen en la tele –me mostraba con
cara de sobrado. Mi familia seguía siendo pobre, con suerte me compraban zapatos y
Carrasco, al igual que mi hermano, empezaba a oscurecérsele el espacio bajo la nariz y las
patillas con tímidos bellos. Su hermana engordaba pavorosamente y poseía las espinillas
que con suerte le salían a él, una que otra en la frente y en la barbilla.
- Ya usa sostenes y la semana pasada manchó las sábanas con sangre – decía riendo,
Su padre ahora era menos tímido con las visitas y me saludaba con afecto sincero,
extendiéndome su diestra, sonriente. Carrasco nunca tuvo amigos tan cercanos y, luego de
que su familia empezara a prosperar, no faltaron aquéllos que intentaron acercársele; sin
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embargo, su padre, que aún conservaba la distancia y resquemor de los aymaras en la
sangre, los miraba con desconfianza. Yo siempre fui amigo de Carrasco, desde los tiempos
en que era tan pobre como yo y jugábamos en la tierra con soldaditos que nos regalaban en
los cumpleaños o en Navidad, por eso su viejo y mamá me tenían buena, además de que el
padre del Tabo conocía al mío y sabía que provenía de un cacerío cercano a Codpa, quizás
El Tabo tenía un Atari y una autopista con los cuales jugábamos las veces que lo visitaba
acompañado de Ivonne. Ella estaba ahora más delgada y alta desde que Carrasco dejó de
ser nuestro compañero; yo no notaba mayores diferencias hasta que Tabo me mostró unas
fotos del último año con nosotros y notamos que Ivonne en ese tiempo era más gordita, más
baja que ambos y tenía un peinado más anticuado. Ahora Ivonne se mostraba delgada,
poseía el pelo largo y cada vez que usaba poleras delgadas podíamos ver con un poco de
disimulo cómo asomaban tímidos un par de senos juveniles en sus pechos. Carrasco me
- A mí hace tiempo me gusta la Ivonne, por eso la invito – me miró y noté sinceridad en
sus palabras. Traté de disimular que la declaración me daba lo mismo, pero no era
cierto, pues casi la mayoría de las noches recordaba la mirada tierna de Ivonne
- No, claro que no – mentí y luego tragué saliva. Carrasco rió y prosiguió soberbio.
- Pensé que sí. ¿Me ayudas a conquistarla? – bajé la vista; me era difícil ocultar el
sentimiento que llevaba dormido por años dentro de mi ser; me levanté, traté de no
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- No nada, claro que no. Ivonne es bonita, simpática, pero no es mi tipo. El asunto es que
si le gustan los morenos como tú o como yo –miré sus ojos brillosos y esperanzados.
Narvaja y otra que no sé quién la canta y se llama “Quiéreme tal como soy”. Salía en
“Música libre”.
- Está bien, si quieres te ayudo, no tengo problema- Tragué saliva y contemplé cómo
Carrasco salía corriendo con dirección a su dormitorio, lleno de jolgorio, con gesto de
carnavales en la cara. Me dio pena haber mentido y más tristeza aún al saber que debía
callar por años más el sentimiento que había permitido crecer en mi interior durante
tanto tiempo. Pero lo peor vendría después, seguro: sacrificar mi amor por Ivonne o
conservar a mi único amigo de infancia por ella. El Tabo regresó con una hoja de papel
Salimos de su casa y nos dirigimos por la avenida que comenzaban a pavimentar hasta un
bazar ubicado muy cerca de mi casa. Era mediodía y el sol pegaba fuerte. Las portadas de
los periódicos daban cuenta de los sucesos del día anterior con letras grandes y fotos no
mostraba una foto de un portaviones con dos jets de combate en medio del mar.
- Los argentinos están en guerra con los ingleses – dijo con cierto aires de sapiencia el
- No sé, puede que los argentinos – dije sin pensar demasiado en la respuesta.
- Ja, Ja, esos tipos son buenos pa la pelota no más. Van a ganar los ingleses, parece que
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Entramos al bazar que atendía una señora vieja, arrugada y llena de verrugas. Adentro olía a
- Tendría que ser sobres de esquela – le dijo la señora, mientras sacaba de la última repisa
cercana al techo una caja envuelta en papel de regalo cubierta por una bolsa de nylon
Tabo estuvo mucho rato revisando cada uno de los diseños que poseía la señora en su caja;
compró dos y lamentó, mientras salíamos hacia la calle, el hecho de no haber escrito la
carta que tenía en papel de cuaderno en una de esas hojas tan bonitas y coloridas que
- Le entregas esta carta a Ivonne. Pero no le digas que yo se la he escrito. Voy a enviarle
hartas y luego también flores y chocolates, pero yo te digo cuando debes decirle – Tabo
- Tito...
- Gracias amigo. Eres mi único buen amigo que tengo. Papá va a hacer una guatea el
- Ah, qué va Alberto, si él me dijo que te invitara. Va a celebrar que le ha ido tan bien en
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- Claro. También invita a la Ivonne – Tabo volvió a sonreír como todas las veces que
hablaba de ella.
- Ah, invítala no más, y es problema de ella si quiere venir o no. Igual la vamos a pasar
Una de esas cartas estaba en la orilla del mueble, a un costado de las fichas de flippers que
dejé. Cayeron con el movimiento y Josué las recogió mientras veía televisión. Cuando le
vine a avisar que la guatea estaba lista y que mamá lo llamaba, renegando por el vicio de su
hijo que no se despegaba de la caja del diablo, me mostró una y me preguntó si era mía.
- No, las escribió el Carrasco. Son para Ivonne, pero no se lo digas a nadie – le hablé
despacio.
- Ah, ¿si? ¿Y qué cree ese paitoco? ¿Qué una mina rica como la Ivonne se va a fijar en
escalofrío, una especie de corriente gélida que me invadió en cada músculo. Pensé con
- Claro, anda con el Abelardo Aguirre, ese rubio de mi curso. Estaban en la fiesta del
- Ja, ja, ja. ¿Tú crees que te va a decir? Hermanito, las minas andan en otra. ¿Sabías tú
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embarazadas. Además siempre se fijan en huevones grandes, no en pendejos como tú o
dignidad.
- ¿A no? Si se te nota en la cara cuando la miras, ja, ja, ja – Josué apagó el televisor- Bien
Tito, vamos a almorzar que me dio hambre. Ah y olvida a tu compañera y bota esas
cartas culiás que le escribió el indio del Carrasco. Qué se va fijar esa mina en un huevón
como él.
Mamá y las tías ya habían instalado la mesa en el patio y los elementos cocidos en tierra
expelían su delicioso olor dispuestos en fuentes plásticas sobre la mesa. La abuela había
terminado de mascar coca hacía mucho rato y bebía un vaso de Pintatani, mientras la tía
Fede, llegada hacía poco con su novio, un sureño de mejillas rosadas y sonrisa eterna, le
decía mamá tenga cuidado, no le vaya a hacer mal. Papá y el tío Transito conversaban en
aymara y mi madre ubicaba a los primos pequeños en una mesa pequeñita, la cual rodeaba
de tiempo en tiempo el perro de la abuela, como vigilando que los nietos de la awicha
servida fue la abuela quien tan pronto recibió su plato con un trozo de carne, dos papas y
una humita dejó de lado la caña de pintatani y consagró sus manos a la labor de partir la
carne, actividad que por motivos obvios no podían llevar a cabo sus encías. El pololo de la
tía Fede procedió a servir la Coca Cola en vasos plásticos, yo me levanté a poner otro
casette de música.
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- Parece que tenemos uno – respondí. Su esposo golpeó el portón de la reja tosca de
madera, casi a punto de rendirse por el tiempo y las polillas. Venía cargado con tunas y
- Buenas tardes, familia – habló elevando la voz el tío y le alcanzó las frutas a mi padre.
Los días de guatea eran hermosos, más que por el sabor delicioso de los elementos
cocinados barro tierra, por los momentos que podíamos vivir con mi familia aymara;
revivíamos el espacio que nos correspondía por raza, atraíamos los aires de la cordillera, el
aunque afuera solía en cierta medida avergonzarme de esas circunstancias, dentro de ese
espacio me sentía libre, pleno y me invadía un extraño orgullo sanguíneo al ver la simpleza
Desde aquel día la abuela no durmió bien y era acosada por una maldita tos, medianamente
imperceptible, que la atacaba mientras transcurría la noche. Su perro Chiri subía a su cama,
movía su cabeza cerca de las manos de la abuela y lamía sus dedos arrugados y secos.
Poseía un pañuelo en el cual escupía sus humores verdes de tanta coca pichada o usaba su
bacinica para arrojarlos con resignada carraspera. Atraía su espacio altiplánico encendiendo
una vela sobre una palmatoria centenaria; allí en su velador estaban también su crema
Lechuga, sus aros largos y coloridos, su bolsa con hojas de coca, sus cigarrillos bolivianos,
una pata de león disecada en la cual guardaba algunas monedas, un frasco de agua de las
carmelitas, un tarrito de Wira sasha traído desde Tacna. Papá la iba a observar mientras
estaba en casa y se quedaba conversando con ella en aymara, sabe Dios sobre qué
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disquisiciones. En una de sus conversaciones apareció mi madre y la abuela quedó dormida
mientras la luz de la vela temblaba por sus leves ronquidos. Papá se la quedó observando
por largo rato con los labios cerrados, dibujando una sonrisa que era normal para esas líneas
cama. Papá le comentó que la abuela estaba ya muy anciana y era probable que no pasara
de un par de meses. Conocía esa tos que se manifestaba como sutil y hasta inofensiva, pero
era la tos que los ancianos aymaras que estaban próximos a dejar el mundo cargaban como
La abuela se quedó como por cinco meses en esa visita, hasta que la tos pudo abandonarla y
se sintió más aliviada de sus achaques y dolores de huesos. Pero estaba cansada y su rostro
reflejaba el devenir y peso de los años vividos, en esos días cercanos a los noventa, que
quedando abandonado, decía; sus hijos, amigos y familiares estaban emigrando a la ciudad
en busca de trabajo y en el proceso vendían animales, dejaban que sus campos se secaran
bajo el furibundo sol o consumidos por las heladas altiplánicas. En Sahuara no vivía más
que una pareja de ancianos – la familia Huanca Condori - y el resto de casas permanecían
- Antes tan bonito era. Había juventud, fuerza. Ahora, ¿qué? Puros viejos – decía.
Entonces sus ojos se llenaban de lágrimas y esperanza al mismo tiempo. Seguro recordaba
cuando sus hijos eran pequeños y corrían de un extremo a otro del pueblo, levantando polvo
con sus pies descalzos y les gritaba vengan a tomar el té y ellos iban rápido, sentándose a la
mesa; harina tostada, sopaipillas fritas en grasa, charqui, leche de burra, quiñua en invierno,
papas chuño, calapurca; los rostros sucios de tanta tierra y las manos negras que sostenían
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jarrones confeccionados con tarros de conserva y alambre, y el mantel mostrando las letras
azules de la molinera, cocido en los bordes por las manos trabajadoras de la awicha y si
hacía frío no bastaba más que ir al patio y extraer del balde unos cuantos trozos de llareta
que ubicaba en el brasero de la cocina y cubrir las delgadas piernas de los críos con esas
mantas tan llamativas que ella misma hilaba y tejía en el telar que había sido de su suegra.
Y de cuando en cuando, en medio de la tarde, creía ver aparecer a Romualdo entre los
cerros y a ella se le venía el alma al cuerpo, aun cuando luego caía en cuentas de que
aquello no era más que una ensoñación, pues el hombre a quien amaba había sido robado
de su lado por una tos incurable cuando sus hijos eran todavía jóvenes y quedó sola,
enfrentando a la naturaleza y a la miseria que siempre azotó al altiplano desde que ella
tenía memoria. Quizás esa misma tos ahora le llevaría nuevamente a sus brazos morenos y
mente; para qué seguir viviendo en esta tierra, si detrás de la vida están los seres que
alguna vez compartieron este espacio que ha ido desmejorándose con el transcurso de los
años; si el altiplano no es el mismo, los chilenos han llegado con sus camionetas y luz
eléctrica y han robado el alma de lo que teníamos; los jóvenes bajan a la ciudad, se
avergüenzan de que alguna vez labraron la tierra, picharon coca y pastearon llamos por
los rincones desconocidos de los cerros. Cruzando la muerte quizás no habrá una ciudad
con calles de oro, mar de cristal como lo predicaban los sacerdotes en los funerales de los
seres que alguna vez partieron, tal vez esos lugares eran de pisos blandos y polvorientos,
con vertientes de aguas puras y gélidas, los llamos y los leones pastarían juntos en un
mismo bofedal y era posible que cada fin de semana, con la presencia de Dios, San Pedro y
otros santos se celebrara un carnaval, en cuyo jolgorio escucharía con gozo magnánimo los
mismos sones que alguna vez escuchó en Oruro cuando era una adolescente y grabaron su
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alma de indígena soñadora. Pensando en esto la abuela esperaba el día de la redención, la
hora del último hálito para habitar en esa ciudad tan parecida al pueblo en que naciera y
esperanzada.
Las cartas de Carrasco para Ivonne ya sumaban tres y mi alma se debatía entre dos
pensamientos que no me dejaban tranquilo. Por un lado ayudar a mi entrañable amigo, tan
cercano a mí por afinidad filial y racial y, por otro, reafirmar el sentimiento que carcomía
mi corazón desde que era pequeño. Acostado en mi cama que se ubicaba a un costado de la
de Josué, nada más separada una de otra por un breve pasillo, me daba vueltas, nervioso,
casi sin poder dormir o novelando en mis sueños imágenes extrañas que me asustaban. No
quería perder a mi amigo Tabo con quien profesaba una suerte de solidaridad sanguínea;
menos aún cuando me recordaba de sus miradas agradecidas las veces que iba a visitarlo o
de los momentos hermosos que vivíamos en el colegio o en algún rincón de la ciudad las
veces que salíamos temprano del colegio e íbamos al centro, escondidos de nuestros padres.
- Pensé que no ibas a llegar –dijo Carrasco. Nos encontramos en calle veintiuno con
automóviles nuevos. Muchas peruanas de polleras y awayos con críos en las espaldas
hacia la costa.
- Sí, los profesores están de paro. Se quejan de que ganan poco. Muchos de ellos son
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- Quiero ir a ver unas bicicletas.
- ¿Y dónde queda?
- Sí, pero después podemos ir a los flipers que quedan más abajo, por veintiuno.
Doblamos por el pasaje que da hacia el cerro y tras los edificios la inscripción en el costado
más abajo, agarrados a las murallas blanquecinas asomaban los letreros de las casas
- Mañana juega Chile con Austria – me dijo Carrasco- Los profesores nos pidieron que
lleváramos tele – Carrasco se detuvo en el local de revistas y sacó cinco pesos con los
cuales compró dos sobres de láminas. El local mostraba en sus paredes pósters de la
- Como veinte. De Chile la única que me falta es la del guatón Santibáñez; parece que es
la lámina clave – Tabo dejó sobre el mostrador la revista y se dio media vuelta - ¿Tú lo
coleccionas?
- El Josué, pero yo igual le ayudo a juntarlo. Le faltan hartas láminas, pero él más que
comprarlas las juega. Casi siempre gana – salimos por un pasillo y subimos una
colores.
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- ¿Quieres que te compren una? – preguntó Gustavo abriendo los ojos, admirado.
- Sí, pero es difícil que me la compren. El trabajo de mi papá no está bien y casi nunca
me compran buenos regalos. Pero igual le voy a decir, como sabes que en una de ésas.
Las bicicletas Oxford eran las que tenían mayor prestigio, seguro adquirido debido a que
aparecían en las tandas comerciales que daban entre dibujos animados; poseían freno en el
manubrio, dos cambios, sillín ajustable. Pero las Bianchi y las Caloi no dejaban de ser
bonitas y muchos compañeros de curso y vecinos las compraban; al fin y al cabo andaban
igual y uno se entretenía de lo mejor. El deseo de la bicicleta lo compartí con Josué una de
las noches, mientras él leía la revista de “El llanero solitario” y yo me acercaba al oído una
- ¿Crees que papá pueda comprarme una bicicleta para mi cumpleaños? – Le dije. Josué
se ponía serio al leer sus historietas y le molestaba que le metiera conversa, sin
- Deja de molestar, estoy leyendo. De repente le puedes decir al papá del Carrasco que te
compre una, él tiene plata, es narcotraficante – dejó la revista en su pecho cubierto con
Arica se dice que es por la droga. Él trabaja, por eso tiene plata – dejé la radio que
- Vaya, vaya, Tito. ¿Tú crees que el indio culiao ése con el puro carretón pudo construir
la feroz casa que tiene? Aparte que antes se compró un furgón y ve todas las cosas que
tiene adentro en la casa, hasta Atari – volvió a tomar la revista y la dejó en el velador, a
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un costado de la radio- Vende droga, está diciendo – Josué abrió el mueble y extrajo las
tres cartas que me había pasado Carrasco para que se las diera a Ivonne. Estaban
poeta el culiao.
- Josué, las abriste, soi bien vacuna – me enojé y le arrebaté las cartas de un tirón.
- Ah, pero si las dejaste ahí, me dio curiosidad. Aparte que tú las tienes hace tiempo ahí,
Josué tenía razón; apenas hice un par de aspavientos, arrugué mi cara demostrando furia,
tomé las cartas de su interior, me di vuelta y comencé a leerlas. Carrasco tenía muy buena
letra, era ordenado y además poseía un talento único para redactar cartas amorosas.
Ubicaba muy bien las palabras, construía imágenes, adjetivaba en el momento exacto; era
todo un escritor.
Mientras Carrasco se encontraba extasiado apoyando sus manos en los extremos de esa
máquina luminosa y bulliciosa, apretando los botones para mover las paletas que sonaban
como martillazos bajo el extenso vidrio del fliper, me preguntó en medio del ruido si es que
- Sí, se las dejé en uno de sus cuadernos. Es mejor para que no me acose con preguntas –
- Gracias Alberto, no sabes cuanto te agradezco. Esa mujer será mía muy pronto – la
electrónica y luces que dimanaban del tablero de forma estridente y carnavalesca. Todo
el público infantil que repletaba el recinto miró hacia el fliper en que jugaba el Tabo -
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Una de esas noches, en tanto escuchaba un programa romántico que transmitía radio Arica
Era cierto, al parecer estaba pololeando con un compañero de Josué, quizás ya se han
besado y ese rufián, lo más probable dejó viajar sus manos por el cuerpo delgado y blanco
de ella. También era verdad que desde hacía muchos meses que ambos estabábamos
distanciados y que parecía que Ivonne era otra; seguro ya le había llegado la regla y ese
proceso natural le había robado su inocencia y ahora pensaba como las mujeres mayores,
así de complicada. Sin embargo, mi mente podía hilvanar esos y otros pensamientos que
conformaba con seguir aquella actitud no sería más que un cobarde en la vida, que buscaría
pretextos para no asumir los desafíos que se avecinaban y podrían hacerme más grande
como persona. Si durante muchos años amé a Ivonne, ahora era el instante preciso para
seguro que Tabo tendrá la misma actitud varonil y, por último si desea estar con el
rucio, es asunto de ella – pensé y vivencié una especie de paz que fue coronada por la
Los días posteriores busqué en el recreo y en algunos momentos de clases, algún instante
para escribir una carta de amor que resumiera todo lo que sentía por Ivonne, que diera
cuenta de los extensos años en los que pensaba en ella. Por alguna extraña razón me
nublaba; escribía, rayaba encima y las palabras se me atragantaban enteras. Si yo nunca fui
un mal estudiante aquella virtud se contrariaba con el oficio y talento de escribir. No podía
resumir en verbos lo que sentía por Ivonne, menos hilvanar cartas tan hermosas como las
que Tabo le escribía a mi chica. Fue así que de un momento a otro, movido por la necesidad
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y las circunstancias, dejé entrar en mi mente al maldito Satanás y decidí traicionar a mi
mejor amigo.
- Ivonne, he escrito esta carta para ti – ella me miró con dulzura. Hacía un par de días no
puesto, poniendo atención a los profesores, mirando adelante con los ojos vidriosos.
- ¿Qué cosa es? – preguntó seria. Me asusté pero me armé de valor y traté de que mis
Al día siguiente, nervioso pero con sobria esperanza, me encontré con Ivonne en el
Polivan, un local ubicado bajo el morro, muy cerca del club de yates y la costanera. Papá
apenas me había provisto de dinero para comprar dos completos y dos bebidas
individuales; usaría mi pase escolar para pagar los pasajes en micro de ella y míos. Vestí los
jeans nuevos que papá me regaló en mi cumpleaños – la bicicleta debía esperar un par de
años más – una polera importada que era de Josué y que me gustaba mucho, y mis zapatos
negros de colegio. Ivonne vestía jeans ajustados, una blusa amarilla con el dibujo de los
“Cuatro fantásticos” y zapatillas rosadas. Verla así me impresionó; se veía tan mujer tras los
breves trazos de maquillaje que poseía en el rostro; cuando me vio sonrió y sus mejillas se
introducir al tema que me interesaba. Supuse que ella había leído la carta y ese pensamiento
la decisión que tomaría respecto de mis sentimientos hacia ella. De un momento a otro,
- Escribí lo que sentí. No es que te quiera engrupir, decir que eres bella es expresar una
verdad – desde mis hombros hacia arriba Ivonne me contempló seguro, todo un hombre
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de decisiones, pero hacia abajo, mis manos transpiraban y mis piernas se movían con
insistencia. Estaba muy nervioso, esperando que la tierra me tragara o que las toneladas
- Gracias, eres tan tierno. No pensé que tuvieras tanta sensibilidad- rió y sus ojos me
Rato después salimos y caminamos por la costanera; el día estaba despejado como la
mayoría de los días en Arica y el sol comenzaba a anunciar su procesión lenta, de tibieza
máxima por el horizonte, sobre el mar calmo. Nos sentamos en la baranda, frente a unos
tetrapodos y ambos sonreímos como dos locos que hacen gracia de cada mínimo
- Yo también te quiero. Me gustas desde que ibas en primero – Ivonne me tomó la mano
y me sentí tan pequeño ante su mirada, aquel mismo océano que estuvo tan cerca de mí
cuando entramos al colegio – Te veía tan ordenado, tan callado, tan estudioso.
- ¿Puedo ser algo más que tu amigo? – apreté la suave mano de Ivonne, era una paloma
- Sí, pero te pido nada más que un favor: no te enamores de mí. Puedes sufrir mucho.
Entonces acercó sus labios a los míos y sentí su perfume, la suavidad de su piel, la
carnosidad perfecta de su boca y me dejé llevar por el beso y los movimientos de su cabeza.
Aferré con mi diestra su cintura adolescente, tan breve pero precisa como la curvatura de
una pieza de fina porcelana. Esas palabras siempre las guardaría en mi mente; me servirían
para descifrar sus actuaciones posteriores, las circunstancias postreras que ambos
enfrentaríamos. Mas en ese momento sólo me rendí en los brazos de esa especie de
ensueño real, de momento teofánico, con la tibieza del sol besando nuestros cuerpos, con el
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sonido del mar y las gaviotas repitiéndose en nuestros oídos. Sentí que la amaba más que
nunca y que la naturaleza se concertaba y me ayudaba a amarla con pasión y deseo juvenil.
Ivonne comenzó a frecuentar mi casa en las tardes; mis padres la estimaban mucho y por
vez primera papá venció su timidez y compartió la mesa junto a nosotros. Yo le pregunté a
mamá si Ivonne le era agradable como nuera y mamá no respondía; sólo reía y se callaba
por un rato. Aún así la colmaba de atenciones y preparaba queques y budines las veces que
iba a tomar onces. En el colegio manteníamos cierta distancia a sugerencia de Ivonne; ella
se juntaba con sus amigas con quienes recorrían de un lado para otro en recreo,
pensaba que era su forma de ser, nunca había tenido una andante y deduje que esa era una
actitud normal de las mujeres. A veces el rucio del otro curso la iba a ver, pero ella se
comportaba muy seria y lo mandaba rápido a freír monos. Me cerraba un ojo y me enviaba
un beso.
Luego de clases caminábamos juntos por la avenida; más de alguna vez compramos
cabritas en el negocio de enfrente del colegio y nos las fuimos comiendo durante el
trayecto; descansábamos en una plaza cercana y en ese lugar nos mirábamos frente a frente,
nos dábamos un beso y alguna vez tallamos un corazón con nuestras iniciales en una
banca.
Uno de esos días, sin embargo, apareció por una calle cercana Gustavo Carrasco quien se
dirigía a mi casa con una caja de chocolates que había comprado para que yo se la llevase a
la bella Ivonne; no se percató de nuestra presencia sino hasta que quedamos a unos diez
tras de éste. No hubo forma de ocultarnos y mi mirada chocó violenta con la suya, en
silencio magno, como en las películas. Tabo se quedó estático, empalideció y sus ojos se
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tornaron vítreos. Lo contemplé de pies a cabeza; en un segundo pasaron por mi mente como
una secuencia frenética de diaporamas los momentos vividos junto a él, sus cumpleaños,
nuestros partidos de fútbol, las veces que nos consolábamos luego de las burlas de nuestros
compañeros, su mirada agradecida por ser su mejor amigo. Tragué saliva y reflexioné, por
qué mierda traicioné a mi amigo. En eso sus manos soltaron la caja envuelta en papel
rosado y no atinó a recogerla; retrocedió lentamente, luego se dio media vuelta y corrió con
locura, llorando como un niño siendo perseguido por un padre castigador. Me despegué de
impávida ante mi huida. Perseguí a Carrasco por las calles cercanas con un nudo en la
garganta; la traición cometida, pensé, era tan humillante como las burlas y mofas que
hacían de él los compañeros no aymaras. Qué bajo había caído, cambié la amistad y el calor
de un amigo por un par de besos y caricias de una mujer que ni siquiera se la había jugado
por mí como lo hizo mi amigo Gustavo. Luego lloré cuando Tabo volteó su rostro y con
voz quebrada me dijo ¡ándate de aquí, déjame solo! Transpiraba, su rostro ardía, bajo su
boca brillaba la sustancia de sus narices; sus ojos estaban rojos. Me dejé caer de rodillas en
el suelo; vi cómo Gustavo se perdía entre las calles polvorientas de la población; sentí
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PARTE TRES
Atardecía y el viento helado de la costa irrumpía con fuerza entre las ventanillas entre
abiertas de la micro en que me desplazaba. La radio tocaba con matiz gangoso una canción
negros y la calzada yacía llena de piedras; las protestas contra el régimen se agudizaban y
los apagones de luz eran frecuentes en la ciudad. Debía ir a casa de Montoya, amigo de
liceo a redactar un informe de un ramo electivo, sin embargo, lo llamaría por teléfono para
jornada anterior y Gianina Sandoval, compañera del cuarto G, había quedado de avanzar
pasando a máquina el borrador, así arreglaría relaciones con nosotros luego de acostumbrar
llegar tarde a todas nuestras citas de estudio, pues pertenecía a un grupo izquierdista de
carácter extremo y asistía a reuniones casi todos los días. Era frecuente, en medio de
nuestro trabajo, encender el televisor diez minutos antes de las nueve y observar la franja
al régimen militar.
asiento de la sala, era serio, un poco antisocial y se evadía del mundo ensartándose en las
orejas a toda hora sus audífonos de esponjas color naranja. Habíamos entrado con cierto
miedo a la educación media, luego de las amenazas y restricciones que liberaran los
profesores hacia nosotros. Ya los quiero ver; en el liceo no les van a dictar, deben tomar
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apuntes, los profesores no andarán detrás de ustedes para que estudien; el que se sacó rojo
se fregó no más. Yo usaba una carpeta de cartón en la cual depositaba los dos cuadernos que
poseía. En la portada había pegado una foto de Los prisioneros publicada en un reportaje de
la revista La Bicicleta; ya era fanático de ellos, luego de que un amigo de Josué le prestara
gustaban los Doors, Pink floyd y Scorpions; le llamó la atención que tuviera la foto de esos
- Se llaman Los prisioneros, son de Santiago – le dije y lo invité a sentarse al lado mío -
¿los conoces?
- Como punk artesanal, acá le dicen rock latino. Hay una movida buena en Santiago,
Montoya venía de la población Once de septiembre. Vivía en la quinta etapa con su abuela
y una hermana mayor. La viejita subsistía con una mínima pensión y su hermana trabajaba
como garzona en un restaurante de la calle Maipú. A veces, luego de clases, nos íbamos
caminando por calle Patricio Lynch y Franco le iba a pedir un par de monedas para comprar
cigarros o completos en calle Baquedano. Tenía una polola que iba en el primero H y que
vivía muy cerca de su casa. La chica era muy delgada, morena, quitada de bulla igual que él
Vanessa tenía una amiga que provenía del altiplano llamada María Mamani con quien solía
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recorrer de lado a lado el patio del liceo todos los recreos, sin aburrirse. Vanessa no era
bonita pero poseía la simpatía furtiva de quienes no son agraciados en el plano físico.
peligrosas. Era frecuente leer en el diario acerca de las redadas antinarcóticos ocurridas en
que se violaban a sus hijas. La fama del sector Once de septiembre poseía similitudes
notables con el cartel que tenía mi población y este aspecto, a ambos, nos molestaba un
céntrico liceo.
- Ah, entonces cuando vaya tengo que entrar de espaldas – expresaban y ambos
sangre india en mis venas y su color en mi piel, sino que aquel complejo había pasado a
segundo plano, empujado, destronado por la vergüenza de ser pobre y no poseer las
comodidades que tenían los demás compañeros de curso: bonitas casas, zapatillas y ropa.
Con suerte apenas mis padres me compraban jeans o camisas en los locales de ropa
americana y con el dinero que lograba juntar adquiría zapatillas de marcas desconocidas.
Los círculos que podía frecuentar llevando esas trancas no eran los de mayor glamour; así
ajenas a las fiestas, la conquista de chicas y todas esas actividades de las cuales renegaba,
pero que en el fondo de mi corazón anhelaba, por los placeres que veía podían traerme.
horizonte azul. Los carabineros controlaban el tránsito de los buses y automóviles que
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colmaban el sector; había movimiento de multitudes, música por altoparlantes, banderas
lugar en el cual ya había empezado la concentración oficialista. Los cuerpos de las personas
rojo y azul, banderas de la UDI por el sí entorpecían mi búsqueda; mis padres debían estar
en algún sitio; era urgente encontrarlos con premura, la abuela se había agravado y bajaría
en cualquier momento desde el altiplano a la ciudad. Era probable que la llevaran luego al
hospital y casi un hecho de que falleciera en un par de días más. Una cantante, Patricia
Maldonado, empezaba a cantar una canción de Nino Bravo sobre el escenario, la multitud
alzó sus pancartas y banderas; yo caminé por la vereda de la calle siete de junio por el
edificio de la alcaldía y traté de divisar a mis padres de algún modo. Oscurecía sobre Arica
cavilación me mantenía apretada la garganta y nublada la vista con gotas de lágrimas en los
ojos.
Pasó media hora y reconocí a mis padres que se encontraban de pie sobre una baranda,
cinco minutos por radio y televisión. Ostentaban en sus ropas chapas con el sí, un par de
llaveros y una pancarta con el rostro del presidente sonriendo sobre un fondo celeste. Papá
insistió en llevar el afiche dispuesto en madera en tanto mamá me preguntaba más detalles
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- Iba rápido, lo único que dijo es que la abuelita llegaría en la camioneta del tío
Encarnación como a las once. Había que estar atento porque estaba tan mal que quizás
Papá se fue callado durante todo el trayecto; mamá le daba ánimo tomándole la mano;
mientras observaba las murallas pintadas de la ciudad me acordé que debía llamar a Franco
y ese pensamiento me inquietó; fue así que tan pronto bajamos pedí cien pesos a papá para
llamarlo desde un teléfono público y explicarle que no podía ir a hacer la tarea a su casa
pues la abuela estaba muy enferma y deseaba estar con ella en sus últimos instantes de
vida.
- Franco, hola, soy Alberto. Disculpa por no haber llegado – fui breve y sincero. Me
empeñaba por ser ser responsable y odiaba inventar excusas para evadir las tareas
escolares – Vino mi tío y nos dijo que la abuelita estaba muy mal. Llega un rato más
- Pucha, qué fome, lo siento harto –hizo una pausa, seguro que Gianina le preguntó quién
tapó de nuevo el fono y luego dijo: - espera, la Gianina quiere decirte algo.
- Mi abuela está mal; quiero estar con ella si es que parte esta noche – dije con pena.
- Pucha qué lata – hizo una pausa- Pensaba invitarte a una reunión del movimiento. Pero
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Llegamos a casa y media hora después apareció el tío Encarnación en su camioneta. Frenó
brusco y tocó la bocina. Su esposa se secaba las lágrimas con un pañuelo y saludó a mamá
tendiéndose a quebrar. Papá abrazó al tío y ambos fueron a ver el asiento del costado de
chofer en el cual esperaba la awicha. Dormía con el rostro arrugado, de cuando en cuando
garganta.
- Se ha puesto mal, Bienvenido. La viejita quiere irse – expresó con pena el tío. Abrieron
la puerta y entre los dos le cargaron hasta el cuarto, mientras la tía y mamá la tapaban
con los tejidos que ella solía confeccionar. El perro Chiri iba tras de ella, con paso
nervioso moviendo la cola. Josué había salido temprano y aún no llegaba. Frecuentaba
un grupo de amigos que se reunían un par de cuadras más arriba, en una plaza pequeña
y oscura.
- Anda a buscar a tu hermano, dile que venga pronto porque la abuelita está muy mal –
Josué a esas alturas ya había salido del liceo Domingo Santa María y luego rindió la prueba
de aptitud, pero no pudo alcanzar el puntaje necesario para postular a ingeniería comercial
altiplánicos radicados en la ciudad que llevaban una vida algo turbia y licenciosa. Los
África 2000, a armar pleitos – balazos y cuchillas incluidas – con sus acérrimos enemigos,
los masa, hijos de bolivianos avecindados en las cercanías de Arica, principalmente en los
valles de Lluta y Azapa. Wilson Chuquimia, uno de los tipos que se juntaba con mi
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hermano en la plaza que frecuentaba, fue uno de los líderes del grupo, hasta que un
boliviano del grupo de los masa, en una fiesta andina realizada en el terminal Asoagro, le
pegó un disparo en la espalda y le dejó inválido de la cintura hacia abajo. Wilson, de veinte
años, usaba silla de ruedas y se dedicaba a vender música chichera en el mercado Diego
Portales. A veces visitaba nuestra casa y solía entablar conversación con mamá quien le
aconsejaba dejar esas juntas y dedicarse a trabajar y a juntar dinero para comprarse una
casa mediante el subsidio habitacional. Wilson decía que bueno, pero a la semana siguiente
ya se le veía de nuevo en la esquina tomando cerveza con sus amigos o visitando la casa del
Indio Pepe, ubicada en la calle Pachama, con el fin de comprarle papelillos con pasta base
de cocaína. Josué a lo más tomaba cerveza en la plaza y fumaba de vez en cuando; hasta
donde sabía no había probado la pasta base pues veía que muchos de sus compañeros de
curso se quedaban pegados con ese menjunje y transitaban cual espectros por las calles de
la población vendiendo estupideces como discos usados, tapas de WC, adornos y zapatos
viejos, para procurarse un poco de ese polvo del demonio que tantos problemas traía a las
familias de la ciudad.
Josué estaba ahí en la plaza con Wilson, el Huevo, el huaso Adolfo y Papichi, conversando
- Dice mi mamá que vayas, la abuela está muy mal. Parece que de esta noche no pasa – le
dije mirándole a los ojos. Si Josué era algo indiferente, esta vez comprendió y se
- Compadres, tengo que irme, mi abuela está mal. Nos vemos mañana. Toma Papichi –
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- Chao Pulga, cuídate – dijo Wilson quien también se despidió de mí alzando un vaso con
cerveza.
Mamá había ya lavado a la abuela y ubicó en su débil humanidad, casi piel y huesos, su
ropa nueva: falda larga hasta los tobillos, blusa con vuelos y una chompa verde. Sus trenzas
se unían tras su encorvada espalda. La llevarían al hospital, pese a que ella, con su tenue
voz indicaba que no, que prefería quedarse ahí, en la habitación junto a sus pobres
pertenencias y a su perro regalón. Papá y el tío le rogaron y ella por afecto a éstos accedió,
abuela sonrió pese a quejarse de sus fuertes dolores en los pulmones que ya no le dejaban
respirar.
Papá, mamá y los tíos fueron a dejar a la awicha a la posta y Josué y yo quedamos en la
Mi hermano encendió la tele, como era su costumbre y sintonizó un canal peruano. Daban
las noticias y pasados unos minutos el comentario deportivo de El Veco por Panamericana
sándwich de mantequilla y aceitunas. Luego partió un par de maracuyás que mamá había
sacado de la enredadera, extrajo con una cuchara las pepas, las depositó en un vaso plástico,
echó azúcar, revolvió el contenido y enseguida ubicó el vaso bajo la llave del lavaplatos.
- Mamá dejó picante en el refrigerador, por si te daba hambre, dijo – fui a mi pieza, saqué
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Luego de las noticias y de la tanda comercial que incluía spots de Inca Kola, Donofrio,
Pilsen Callao y Banco Wiese la pantalla se tornó oscura y un sonido de órgano Hammond
- Parece que el Show de Jaime Bayli – me dijo desganado, dejó lo que restaba de pan y
jugo en el respaldo del sillón y se levantó a cambiar de canal – No hay nada bueno pa
ver – Fue haciendo zapping y se encontró con el canal once – Y esta cagada de
- Ah, esta película es buena. Esta loca es atleta y el tipo se la come grosso. Sale en
pelota- de nuevo se fue a sentar y se quedó pegado a la tele hasta que fue la una de la
madrugada.
Josué había dejado algo de sus aficiones infantiles como la colección de revistas, luego de
que se las prestara a una amiga de mamá y ésta nunca se las devolviera. Aún dibujaba
hiciera un día al encender el televisor por la tarde y encontrarse con Robotech, serie que
proyectaron íntegra en canal dos de Perú, mucho antes de que se la viera en nuestro país.
En un viaje a Tacna compró un par de póster y revistas de aquel manga las cuales
intercambiaba con los fanáticos de la historieta japonesa que había en el liceo. Pese a sus
aficiones y talentos, mi hermano aún no lograba conquistar a una mujer y se llevaba la vida
escuálido salario de empleado. A veces me preguntaba por una que otra compañera que
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visitaba la casa para elaborar un informe o hacer una tarea, pero luego que yo preguntaba
Papá y mamá llegaron esa noche alrededor de las tres. El perro de la abuela salió a
portón de madera, viejo y desarmado. Pero no fue así y el animal se devolvió gimiendo
como luego de que se castiga a los perros con un palo y se guardan en un rincón de la casa.
Ambos venían cansados y con sus semblantes mustios que denotaban tristeza y casi nula
esperanza.
- La abuela está muy mal. Tus tíos se quedaron a hacer guardia. La hospitalizaron y está
en UTI – dijo mamá mientras papá se sacaba la corbata y abría el refrigerador para
sacar la olla con comida que luego ubicó sobre el fogón de la cocina.
- Que está mal – papá tenía los ojos húmedos y estaba a punto de llorar. No recuerdo en
mi memoria haberlo visto quebrantado alguna vez; en esta ocasión entendí que los
Al día siguiente me levanté a las siete como de costumbre y tomé la micro ocho con
dirección al colegio; tenía un poco de sueño pues luego de que mis padres llegaron no pude
permanecía estable dentro de su complicado estado. El tío Encarnación había pasado muy
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encontraba en el hospital recibiendo las noticias de los médicos de turno y estaría allí hasta
Gianina me esperaba sentada en el parque que quedaba enfrente del liceo; fumaba un
pregunté por Montoya quien llegó segundos después de la mano con Vanessa. Montoya le
- Son bien buenos, flaca – mi compañera le alcanzó su cigarrillo que en pocos segundos
- Claro, a ver si mañana te traigo el Mujeres de Silvio y otro de Sol y Lluvia – Franco me
tocó el hombro - ¿Cómo está tu abuela? – botó el humo del cigarro con dirección al
- Está complicada. Bueno, no tanto como anoche. Dentro de lo mal al menos está estable.
- Qué mala amigo. Nosotros avanzamos harto ayer. La Giani tiene lo que hicimos –
Montoya conversó algunas palabras en voz baja con su polola. Pidió permiso y se
apartó junto a Vanessa indicándonos que seguiría conversando con nosotros en la sala.
- Tito, toma, para que vayas y te despejes un poco. Es una fiesta que está organizando el
Los padres de Gianina eran profesores del liceo Politécnico de la ciudad, ambos militantes
comunistas. Ella también estaba inscrita en el partido pero con un grupo de amigos
formaban una brigada con ideales propios y un carácter mucho más revolucionario que los
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militantes antiguos. Leía a Marx, Engels, Heidegger, Mao y algunos escritos de Abimael
Guzmán. Por ese tiempo ya viajaba encubiertamente a Tacna para reunirse con gente de
Sendero Luminoso; sin embargo eso lo supe mucho tiempo después cuando empecé a
participar activamente del movimiento. Gianina vivía cómodamente en una casa grande de
la villa Magisterio que poseía un enorme anteardín, tres dormitorios y dos baños. Su
hermano mayor, Salvador Albano, estaba exiliado en España, país en el cual estudiaba un
master en ciencias políticas y vivía con su pareja, una española que se dedicaba al diseño de
Holanda. Ellos desde el extranjero enviaban algo de dinero a sus padres y uno que otro
presente, lo cual, sumado a los sueldos de ambos, hacían un monto digno como llevar una
vida sin mayores sobresaltos. Gianina poseía un dormitorio de lujo: una cama de dos
plazas, televisor de veintiuna pulgadas, video grabador, radio doble casette y una máquina
de ejercicios en un rincón. En las murallas resaltaban los posters de Ernesto Che Guevara,
Patrick Lumumba, Víctor Jara y Salvador Allende. Su colección de música también era un
bien envidiable: cerca de cincuenta casettes todos originales y dos docenas de discos de
vinilo. Más de alguna vez me regrabó una placa de Shwenke y Nilo, Europe, Depeche
Mode y Mecano.
- Fíjate que ése me lo mandó mi hermano desde Madrid. Y tiene el autógrafo de la mina.
Aunque era burguesa no era avara ni soberbia; su actitud llana le permitió a mi ser
mostrarse tal cual era, sin avergonzarme de ser un joven de población, hijo de obreros
pobres y esforzados.
Gianina no pololeaba pero existía en sus pensamientos un chico de su misma edad que
alguna vez conoció en una protesta desarrollada en la avenida Tucapel; le decía el Negro.
Según la descripción que ella hacía de él era un tipo de pelo largo, artista y líder de la
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facción revolucionaria a la que pertenecía. Aunque reconocía que no era un galán de
Giani, creo, podía perfectamente acceder a un chico buenmozo y atractivo pues no era fea.
Delgada, de tez blanca, un tanto menuda, de ojos café claros y personalidad arrolladora, se
la arena política. Yo era su silencioso admirador, pero de ese estado no pasaba, pues me
- Qué se va a fijar en mí, habiendo tantos tipos más blancos y solventes que yo –
pensaba.
Días después Gianina me alcanzó un poemario artesanal, un libro de cuentos con portada
serigrafiada en colores y unos panfletos con mensajes subversivos. Los tomos estaban
- Es el seudónimo del Negro, así firma todas sus obras, algunos le dicen comandante
Colque – dijo Gianina con una sonrisa enamorada en los labios – Ahora escribe un
poemario y prepara un libro con todos sus ensayos. Además lidera “Inti”, el grupo
maoísta al que pertenezco. El mino raya pesado con la lucha por la reivindicación del
pueblo aymara. Él pertenece a esa etnia – quise decirle yo también pero me frené, por
vergüenza – Sus ideas son geniales. Me gustaría que leyeras algo de él; llévalos,
Gianina saludó a mi madre que levantaba la vajilla de la mesa; le ofreció onces pero ella se
excusó pues era tarde y llegaríamos atrasados. Preguntó a mamá cómo estaba la abuelita y
ella, pidiéndole disculpas por darle la espalda en tanto tomaba la esponja y le aplicaba
detergente para lavar la loza ocupada, le expresó que mejor, pero que la situación de su
suegra era de sumo cuidado. Yo recién salía del baño luego de peinarme; saludé con un
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beso en la mejilla a mi compañera, me dirigí a mi habitación para buscar trescientos pesos
que me había dejado mi padre y tomé mi billetera que ubiqué en el bolsillo trasero de mi
jeans gastado.
- Mamá, voy a una reunión, llego como a las once, más o menos – le di un beso en la
mejilla, Giani se despidió de ella y tras caminar por el patio cruzamos el portón que se
Subimos a una micro pagando con el pase escolar, eran las ocho veinte, aún hora de poder
usarlo; nos sentamos en el último asiento. El bus estaba medio lleno, un tanto oscuro y se
observar los frontis maltrechos de las casas de la avenida Loa, sus vidrios polvorientos,
escenas matizadas por las luces amarillentas de los postes que producían especies de
retratos en sepia del triste paisaje urbano y poblacional. De algún modo había asumido la
idea de ser pobre, de vivir en un sector marginal, como uno se resigna en la vida a las
condiciones impuestas por el destino; sin embargo aquella disposición ciertamente había
creado en mí una especie de resentimiento contra algo o alguien que no tenía rostro
definido, algo o alguien desconocido en cuya búsqueda y posterior venganza invertiría mis
días posteriores. Deseaba salir de esa miseria un día cercano, caminar con seguridad por las
calles observando a los demás sin un dejo de inferioridad en los ojos, sin acomplejarme de
mis limitaciones que forjaron una personalidad castrada, anómala. La pobreza, pensaba, no
era solo no tener dinero; el asunto iba mucho más allá de lo material; aquélla es una
acusadora que repite insistentemente al oído frases disuasivas cuando tienes sueños y
quieres concretarlos, es similar a la fuerza de gravedad que dispone su ley nefasta sobre
cada uno de los cuerpos que habitan el planeta, un perfume que persigue a la propia piel en
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el lugar donde uno está, la actitud con que el yo se enfrenta a la vida y a las personas que
Llegamos a una vieja casona ubicada en la calle Yungay, en la ladera del morro; desde
afuera no se percibía movimiento ni autos estacionados. Desde esa posición la ciudad nos
mostraba sus luces en medio de la noche, como si fuese una pecera de aguas negras y
escualos luminosos. Gianina dio tres golpes certeros en la puerta, con ritmo distinto al
usual. Minutos después apareció una chica maciza vestida de negro que abrió la puerta, nos
- Disculpen, hay que ser precavidos; pasen – dijo mientras nos invitó a caminar por un
ampolletas de cuarenta.
Gianina en una banca de madera, apoyando mi espalda en la pared. Desde ahí observé
inquisitivamente el paisaje que me rodeaba; los tipos conversaban entre sí; movían sus
manos, jugaban con el humo del cigarrillo mientras lo exhalaban. La mayoría usaba barba y
asumía un estilo hippie al vestir; pañuelos en el cuello, boinas de color oscuro, lentes estilo
Jonh Lenon, chalecos de lana de alpaca, zapatos de gamuza punta gruesa o chalas
artesanales. El dibujo de un puño sobre una superficie roja resaltaba de la muralla derecha
gruesa se nos acercó con una bandeja y dos vasos plásticos y nos ofreció fanshop.
- Gracias – le dijimos a dúo. Uno de los chicos que estaba frente a nosotros consultó su
reloj y le hizo señas a la anfitriona con la mano derecha. Por un pequeño tragaluz de la
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muralla frontal a mí pude observar flamear la bandera ubicada en la cima del morro,
- Estás muy serio, ¿te pasa algo? – Gianina me miró como extrañada.
- ¿Es por tu abuelita? – indagó; se secó con los dedos la huella de la bebida en sus labios.
- Ah, entonces penas de amor – rió con dulzura. Consultó la hora y miró hacia el
Un par de veces conversé con Gianina sobre mi sufrido curriculum amoroso, saturado de
años, no había podido entablar ninguna relación sentimental por el miedo a sufrir la
dramática experiencia del engaño – como fue en el caso de mi romance con Ivonne – y por
tenerla como amiga fue una especie de remanso en medio de las tormentas de mi historia;
conversar con ella las cosas que sucedían en mi interior fue similar a una terapia que
necesitaba con urgencia para ir atando cabos sueltos, proseguir desatando otros,
comprender con mediana cercanía los conflictos por los que atravesaban las mujeres y
saber actuar frente a ellos. Sin embargo, pese a que ella conocía gran parte de mi vida,
había áreas de ésta que se las había vedado del todo; conflictos íntimos que eran sólo de mi
dominio y que creía con esperanza algún día poder resolver. Un día nos vimos en La Lisera
con ocasión del aniversario del colegio. Apenas participamos en las actividades pues
ambos, al igual que Montoya, nos desagradaban las competencias, la música y la batahola
que se generaba en torno a esas celebraciones. No éramos tan amigos, sólo un par de
buenos compañeros, sin embargo me encontró triste, medio aproblemado por la soledad que
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acostumbraba a arreciarme y frente a cuya compañía ya me resignaba como las
circunstancias del destino que uno acepta sin mayores cuestionamientos. Entonces le conté
sobre mis penas de amor, sobre la vez que traicioné a mi mejor amigo y obtuve el supuesto
cariño de la chica que amaba desde que era un pequeño, que luego me enganché tanto en
esa relación para comprobar que Ivonne en realidad no me quería, que estaba conmigo por
- Quizás debas conversar con tu amigo y pedirle perdón – me dijo Gianina con sincero
afecto.
- Tienes razón. He llevado el peso de lo que le hice durante años. Eso no me ha dejado
vivir tranquilo – las olas del mar rugían a nuestro alrededor. Estábamos sentados en las
rocas y sentíamos la fresca brisa marina, exquisita a nuestras pieles- Quizás sea ese el
- No. Hace cinco años se cambió de casa. Antes vivía en mi población y luego de que su
- Bueno, gracias – Los tipos del liceo ya se estaban yendo y Luz Moraga, compañera de
curso nos avisó que se iría e invitó a que nos fuéramos con ella. Giani le hizo señas
para que esperara pues estábamos conversando pero la chica respondió que se iría con
- En el movimiento hay unas cabras muy buena onda que te pueden gustar. Tú no eres
feo, además eres tierno y simpático – sonreí incómodo; pensé ineludiblemente que me
- Gracias.
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Caminamos por la orilla de playa con los pies descalzos. La peña se observaba casi en su
totalidad, la marea estaba baja; el cielo se mostraba ligeramente nublado y las gaviotas
de las palmeras, donde termina la arena y empiezan las escaleras y parques. Esos días
debíamos guardarnos temprano pues el dictador había decretado toque de queda luego de
haber sido emboscado por el frente patriótico Manuel Rodríguez en una cuesta cercana al
Cajón del Maipo. Pese a esto teníamos tiempo para conversar aún.
- ¿Te puedo confesar algo? – la pregunta me brotó espontánea, con la naturalidad con que
eso.
- Alberto – dijo con suavidad; el agua cubrió nuestros tobillos y atinamos a corrernos
hacia la arena seca; reímos – Dímelo mirándome a los ojos – Levanté la mirada, sonreí
- Ja, ja, ja, qué tierno – se detuvo y me miró de frente- Alberto, pensé que me dirías que
estabas enamorado de mí o que eres homosexual – rió con cierta indiferencia propia de
- Esto es serio, Gianina. Pa ti puede ser un detalle, una circunstancia, pero para mí es una
especie de ancla que no me deja bogar mar adentro – tragué saliva; resumí las
sensaciones de toda una vida cargando ese dilema. Era primera vez que se lo confesaba
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- Disculpa, no quise ofenderte – Gianina me invitó a sentarme junto a ella en la arena.
tú seas aymara o no; sino no sería tu amiga, no me juntaría contigo como lo hacen los
otros tipos que los aíslan – me quitó la concha de entre las manos para que le prestara
- Es tan fácil decirlo, pero es distinto cuando te ves enfrentado a las burlas, al hielo, a la
- ¿Y qué haces tú contra eso? – me preguntó casi enojándose, con el tono de las
compadre que reclama, reclama y nunca hace nada para revertir las cosas. ¿Sabes? Al
Negro le pasaba exactamente lo que te pasa a ti. Vivía acomplejado por su aspecto,
hacía caso de las burlas y pasaba deprimido todo el tiempo. Pero se hizo la misma
pregunta que yo te hago a ti. Entonces comenzó a descubrir las riquezas que tenía
universitario, ni mucho menos, tiene la misma edad de nosotros. Ahora es líder, escritor,
furor en las compañeras santiaguinas o sureñas; a mí me gusta montones, tanto así que
cualquier día de éstos yo me le declaro, lo que me frena un poco es que hay una galla de
- Pero te apuesto que el tipo al menos es mino – dije para desarmar su discurso.
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- Ojalá; el Negro es súper feo pero es muy carismático e inteligente – respondió con una
sonrisa en los labios, recordándose tal vez de alguna jornada junto a él.
Aquella noche llegaría el famoso Negro y Gianina le esperaba expectante, pendiente de que
tocaran la puerta rápido tres veces y saliera de entre las sombras su galán revolucionario.
conversa a unos tipos que me alcanzaron unos escritos de Miguel Henríquez impresos en
papel periódico. Cinco minutos después golpearon la puerta. La chica de negro se levantó,
apagó las luces de la sala, se dirigió por el pasillo hasta la puerta guiada por las luces que se
colaban por las ventanillas cercanas al techo. Dos sombras aparecieron desde la puerta, la
Colque. La gorda dio aviso de que prendieran la luz y tan pronto la sala se iluminó Gianina
Negro le abrazó, rió coqueta y le asestó un beso cerca de los labios. Luego lo tomó del
brazo y lo llevó hasta donde yo estaba. Me levanté para saludarlo. Él vestía jeans, chalas,
trenzados con colores andinos. Era un poco más alto que yo, usaba melena hasta los
hombros y una barba discreta en el mentón. Poseía el rostro escarpado de quienes sufrieron
- Hola, un placer. Comandante Colque, para servirte – su sonrisa era grata y un tanto
familiar.
mientras escrutaba su rostro. El Negro dirigió sus ojos a los de Gianina, ésta rió, él le
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- Ojalá que te haya contado sólo cosas buenas – me tocó el hombro y luego se excusó;
Formamos un círculo con las sillas y bancas; el Negro dejó su morral tejido en el suelo y de
éste extrajo una carpeta con algunos de sus escritos, bosquejos del mensaje que liberaría
aquella jornada. Entre papeles y casettes que poseía en su bolso pude distinguir una Biblia
de tapas oscuras.
Su discurso franco, directo, de tono coloquial versaba sobre los desafíos que tendría para
los grupos juveniles organizados el retorno a la democracia. Daba por hecho que el dictador
caería por las urnas o por la vía armada y que el triunfo de las fuerzas opositoras no
consistía precisamente en aquéllo sino en construir una sociedad más justa e igualitaria.
Para eso era fundamental educar a las bases y, por lo mismo, requería de los líderes
transmitir una misma doctrina, los lineamientos y objetivos de modo claro y sin
ambigüedades.
celebración por el poder, pero tras de eso no ha habido nada y se ha tenido que ir
movía sus manos con seguridad y observaba los ojos de los oyentes con convicción
alucinante- Por lo pronto nuestra tarea como movimiento indígena es estudiar el modo
cómo reivindicar los derechos de los pueblos originarios americanos, lo cual es un tema
nacionales a tratar a los pueblos autóctonos dentro de una institucionalidad que en sus
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- Nuestros países fueron formados por españoles nacidos en América. Repartieron las
fundaron sus poderes a la usanza de Europa. ¿Dónde estaban los indígenas cuando ellos
hacían esto? Confinados en un rincón. Las guerras han sido negocio de los criollos, las
dictaduras, las guerras civiles, también. Ha llegado el tiempo en que los indígenas
robó.
Gianina sonreía con los ojos brillosos. Sentía en su alma, seguro, que sus ansias
molesto que me causó cierto pavor. Al Negro lo había visto en alguna parte, no sabía dónde.
rincones de mi mente; creí verlo en el liceo, entre los amigos de Josué, tal vez en alguno de
De pronto un estrépito inundó mi ser, boté un poco de bebida pues mis manos se pusieron
flojas con los nervios que asomaron. Pensé que la revelación que vino a mi mente como
una especie de abducción, por ser tan inesperada, bordeaba el límite de lo imposible. Fui
asociando una a una las características físicas del comandante e hilvanando los detalles de
carácter y logros que Gianina hiciera de éste y llegué a una conclusión pavorosa. Pero yo
mismo no deseaba convercerme, quizás por temor. Por esta razón, para despejar las dudas,
me acerqué al oído del chico que estaba a mi lado y le hablé en voz baja.
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- Disculpa, ¿cuál es el verdadero nombre del Negro? – el discurso estaba finalizando y la
- Fíjate que no sé. Lo único que sé es que sus escritos los firma con la chapa de Manuel
Viza –ambos nos levantamos- Quizás tiene apellido Colque. Pregúntale a la Gianina.
Los asistentes se dirigieron a un mesón de la sala anexa para recibir de manos de Mónica
una breve pila de panfletos. La semana siguiente habría protesta, ocasión propicia para
repartirlos. Fui tras de Gianina quien conversaba con Susana, encargada de logística del
movimiento.
- Gianina, por favor, necesito hablar contigo – la llevé del brazo hasta un rincón. Me
preguntar.
- Gianina, ¿cuál es el nombre real del comandante? – temblé y mientras ella alzaba la
vista a un punto inexacto del techo tratando de recordarlo, deseé que mi conclusión
- Gustavo Carrasco, ese es su nombre –Gianina rió y me pidió permiso para seguir
Empalidecí y el espacio me pareció una ruleta. No eran los fanshop; la noticia fue un balde
de agua fría; nunca me imaginé que luego de años me encontraría de modo sorpresivo con
mi amigo de infancia. No supe cómo reaccionar; pensé que Gustavo se cobraría venganza
por la traición que cometí, quizás me golpearía, me enrostraría frente a los presentes, no sé.
Pregunté dónde quedaba al baño y fui corriendo hacia allá; me mojaría la cara, neutralizaría
un poco la presión y luego huiría corriendo por la calle. Otro día le explicaría a Gianina lo
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que había sucedido y todo seguiría su curso normal. Presentaría mis excusas para no adherir
El baño se encontraba ocupado, sin embargo, adentro la luz se apagó pronto y la puerta se
abrió con cierta dificultad. El comandante Colque salió moviendo sus manos húmedas,
intentando secarlas con el aire. Me miró a los ojos y sonrió cortés. Yo le observé asustado,
pálido.
- ¿Te pasa algo? – preguntó y nuestras miradas se ligaron con fuerza. Por primera vez
- Gustavo, soy yo – mi voz se quebró y por mis ojos asomaron lágrimas abundantes-
Alberto Vásquez – Carrasco se quedó tieso por varios segundos que me parecieron una
eternidad. Tragó saliva, su mirada se tornó vítrea, sus labios temblaron. Miró hacia el
suelo y apretó las manos húmedas. Deseé con toda mi alma que Tabo dejara caer
aquéllas sobre mi rostro, que se cobrara venganza y me gritara traidor, maricón, indio
Mi quebranto fue tan grande, que el lloro y las frases pidiéndole perdón que brotaron de mi
alma arrepentida convocaron a los muchachos que se despedían en la sala contigua. Allí nos
explicar entre lloros y suspiros que alguna vez fuimos amigos, que contemplamos las
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fauces hambrientas de la pobreza, que nos desayunamos con los insultos y burlas que
hacían de nosotros los chilenos por ser indios y morenos, que luego de años Gustavo
aquella ciudad que hacía cien años pertenecía a Chile, hace cuatrocientos a Perú y toda una
idioma pidió a papá contrariar el designio de los asistentes y Chiri permaneció día y noche
al lado de su ama con los ojos más tristes que de costumbre, lamentándose de vez en
cuando como si fuera un humano con cuerpo de perro. Tabo y yo nos sentamos a su lado a
contemplarla, indagando con la vista sus rasgos aymaras tan oxidados por el tiempo, pero a
- Es tan linda – dijo susurrando mi amigo – Es una india pura. Cómo me hubiera gustado
conocerla antes para que me contase de su vida en el altiplano, para que me empapara
de su sabiduría.
- Ahora apenas habla, está tan mal la awicha – acaricié su delgada mano. Sus dedos
estaban chuecos – Mira Gustavo, tiene los deditos doblados, una vez un llamo la atacó y
- ¿Qué edad tiene? - preguntó, mientras sonreía al descubrir cada uno de los rincones de
su rostro.
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- Más de noventa, es posible que hasta tenga cien. Antiguamente a la gente se la inscribía
- Chicos, vengan a comer algo – besamos a la abuela en la frente y apagamos la vela que
Gustavo en esos días acababa de escribir un volumen con ensayos sobre la realidad
movimiento contaba con fondos donados por una ONG británica; estaríamos un par de días
en los cuales haríamos contacto con uno de los promisorios líderes del movimiento
Antes habíamos viajado a Tacna a entrevistarnos con algunos compañeros del movimiento
Calientes, un sector rural, camino a la cordillera, un atardecer helado del mes de agosto del
año ochenta y ocho. Para ese entonces ambos ya habíamos cumplido la mayoría de edad y
nuestro itinerario del día solía ser muy similar al que acostumbran a hacer los turistas
chilenos en dicha ciudad peruana: visita a las ferias, almuerzo en el mercado central o en la
avenida Bolognesi, paseo por la catedral y los monumentos céntricos. Tabo aprovechó de
visitar algunas imprentas ubicadas en los recovecos del casco antiguo de la ciudad y en un
par de galerías. Su fin era indagar sobre los costos para editar sus escritos de modo masivo,
ya que se daba cuenta de que los impresos de modo artesanal estaban siendo escasos y
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sufría cada vez que los duplicaba puesto que la sede del movimiento podía ser allanada en
trabajo. Apenas bajamos del combi se nos acercaron y pronunciaron la palabra que nos
serviría de clave. Los saludamos con abrazos y apretones de mano y nos llevaron por un
camino de tierra hacia una parcela ubicada a unos diez minutos de camino. Atardecía y
sobre los cerros el cielo se teñía de un tono violeta y rosado. El caminar se nos hizo más
grato contemplando a los obreros pasar con sus ovejas y cabras; sentimos el olor a guano, a
tierra, a hierba húmeda. Las humildes casas de alrededor se comenzaban a iluminar con
velas y una que otra lámpara a parafina. Los cholos nos hablaron de siembras, vendimias y
fiestas carnavalescas que tendrían lugar en una semana más. Nos invitaron a venir y nos
ofrecieron sus casas para pernoctar aquellos días. Gustavo les agradeció y sacó de su morral
se detuvieron y apuntaron con el dedo a una casa en cuyo patio se erguía imponente un
molle antiquísimo.
- Ahí es – dijo uno de los campesinos. Los abrazamos y nos despedimos de ellos.
El compañero Mamani fumaba al costado del árbol; caminó hacia el portón y tan pronto
nos divisó hizo señas de bienvenida. Luego silbó con dirección a la casa; de ésta salieron
- ¡Qué va, hermanos, bienvenidos! – Mamani nos aferró contra su cuerpo, contento de
vernos. Olía a campo y a sudor. Luego extendimos nuestras diestras a los dos
anfitriones restantes. Nos hicieron entrar en la casa que poseía piso de cemento en
bruto, murallas de adobe y se iluminaba por dos lámparas Petromax. Tabo se excusó
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- No se preocupe, pe, estamos en el campo. Por favor tomen asiento – nos dijo Sofía.
Luego pidió permiso y se dirigió a la cocina, desde allí escuchamos el ruido de las
- Condori – fue el primer apellido que se me vino a la mente, era el que usaba la abuelita
nosotros. Sé que no es fácil para ustedes vivir en la clandestinidad – dijo con sinceridad
Carrasco mientras tocaba afectivamente con sus manos las espaldas de los peruanos.
- No hay porqué, comandante. Verá: el compañero Gamboa, uno de los brazos derechos
del compañero Abimael, nos avisó que ustedes querían conversar con nosotros y el
Sofía Choquehuanca, militante nacida en Ayacucho hacía treinta y cinco años atrás, era
pareja de Solano. Era quechua de sangre y aspecto; creció en la sierra misma y luego pudo
San Marcos primero leyes – estudios que no concluyó – y luego licenciatura en historia;
ahora ambos no trabajaban en lo suyo sino que dedicaban su tiempo completo a la causa
Esto les permitía desplazarse por regiones cercanas como Arequipa, Ilo, Tarata, Moquegua
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y efectuar labores de coordinación y contrainteligencia. Ambos habían participado en
con fuerzas policiales en Ayacucho el año ochenta y tres, el secuestro de dos policías en
Miraflores hacía dos años, entre otras labores como adoctrinamiento de pobladores en los
Durante dos horas nos contaron de sus experiencias, de los sistemas de comunicación que
usaban para mantener contacto y cohesión, de los problemas que enfrentaban y debían
escrito para que lo pudiéramos llevar y compartir con los activistas en Arica. Mientras
típico peruano - Mamani se excusó, partió a la pieza contigua y extrajo desde un cajón
descolgó la lámpara del techo y procedió a bombearla pues se estaba apagando. Hizo lo
mismo con la lumbre que iluminaba desde el otro extremo la sala. Mamani llegó a la
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- Llevamos un registro de nuestras operaciones. Es importante pues luego evaluamos las
fortalezas y debilidades de cada acto subversivo – Carrasco tomó uno de los registros y
corrientes en un operativo? Son vidas que se pierden, muchos de ellos son gente obrera,
como nosotros –preguntó Carrasco con sencillez, luego sorbió un poco de té hasta dejar
- Sí, es una pregunta que siempre nos hacen los periodistas extranjeros. Mira, es
complicado. Detrás de cada vida hay una familia, una historia, sueños. Ellos son
mártires de nuestra causa; ellos mueren en sacrificio por un país más justo e igualitario.
- Sin embargo, compañero, no lo saben y, en ese sentido, no aplican voluntad. Para ser
mártir hay que decidir serlo. Sino aquel proletario es una mera víctima – Afirmó
- Sí, por un lado sí, pero cada lucha tiene un costo y ese es el costo, la destrucción, las
víctimas inocentes; todo sea por la causa justa que llevamos – el comandante Colque
afirmó con la cabeza y siguió viendo las fotografías con autos destruidos, cadáveres
- Compañero – agregó Solano – durante mucho tiempo tratamos de hacer una lucha
pacífica, por las vías que la institucionalidad corrompida nos ofrecía. Sin embargo, no
había atención de la prensa, no había espacios para debatir, éramos un par de huachafos
luchando contra el mundo. Con las acciones subversivas revolucionarias hemos ganado
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un espacio en la conciencia del Perú, la gente nos conoce, se interesa por nuestras ideas,
poder le llaman, no es culpa de los grupos revolucionarios, sino de los gobiernos – dijo
de dar de comer a los pobres, mejorar las condiciones de vida del proletariado, detener
Aquel grupo de peruanos hablaba con seguridad y con notable convicción en sus ideas de
revolución e instauración de un nuevo sistema sobre la base del respeto al ser humano, los
grupos étnicos y los ideales políticos. Mientras caminábamos hacia la carretera Gustavo me
habló de su admiración del trabajo de Tupac Amaru y, aunque tuviera discrepancias con
ellos en cuanto al uso de acciones armadas –metodologías más que objetivos- no dejaba de
estratégica.
Esa noche pernoctamos en un hostal ubicado en calle Augusto Leguía pese a haber recibido
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de haber aceptado radicaba en que debíamos “borrar” de nuestros recuerdos o papeles todo
rastro que delatara que ambos estuvimos en el sector de Calientes. Carrasco se preocupó de
y sándwich de queso blanco por dos soles cada uno; luego cruzamos la calle y nos
detuvimos en un local donde vendían revistas y libros. Carrasco me pidió que escogiera la
literatura que deseaba llevar y un par de revistas. Tomé uno de Vargas Llosa –aunque
- No Tito, son para ubicar entre las hojas el material que nos pasaron los Túpac Amaru.
Caminé hacia la avenida Loa vistiendo mis únicos jeans, una polera comprada en un local
de ropa americana y mis zapatos de escuela. Llevaba en mis bolsillos ocho mil pesos, las
llaves del portón, un par de panfletos del movimiento y mi carné de identidad. Horas antes
acompañé a Carrasco a visitar a su padre que hacía cuatro años estaba en la cárcel. Las
apreciaciones de mi hermano y los rumores de las viejas del barrio no eran del todo
infundados; la justicia había dado su veredicto: don Gualberto era traficante de drogas.
- Fue complicado asumirlo. En la casa cachaba movidas medio raras, pero simplemente
trataba de no meterme –me dijo Tabo mientras íbamos de viaje al penal – Bueno, mi
familia luego de eso quedó destruida; mi vieja se fue con un chofer de camiones que le
canas y se veía tenía un buen pasar. Mi amigo le llevaba encomiendas con galletas, víveres,
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tarros de conserva y un poco de dinero de los negocios de su propiedad que aún
funcionaban. Con eso subsistía Carrasco y solventaba sus gastos escolares. Me saludó con
afecto, se rió al verme tan cambiado, un poco barbón; se había hecho muy buen amigo de
su hijo y ambos se contaban las penas y alegrías que les aquejaban cada semana. El
caballero, sin embargo, desconocía parte de la verdad respecto de las actividades políticas
de su hijo; Carrasco había decidido no contarle mayores detalles de la causa pues en las
circunstancias en que vivía el país, ser revolucionario era ser prácticamente un suicida;
Tabo no quería dar más preocupaciones de las que el viejo tenía. Me aparté un poco de ellos
dos para que conversaran con intimidad y me quedé observando el patio de visitas de la
cárcel de la ciudad ubicada en calle Baquedano que a esa hora hervía en gente que hablaba
como en una feria. Las personas, muy cerca una de otra, conversaban, comían tortas y
queques preparados para la ocasión; algunos reos abrazaban y besaban grotescamente a sus
parejas, otros solitarios no hacían más que apoyarse a la pared viendo cómo los grupos de
Gianina con el propósito de decirle que iría al centro a eso de las siete y que me
desocuparía como en una hora. Debía compartir con ella y los demás compañeros el
material que habíamos traído de Tacna y dar un informe sobre el viaje en general. Además
era necesario ponerse de acuerdo sobre la participación del movimiento en la marcha que se
- Yo, el Alberto.
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- Sí, llegamos ayer en la mañana – introduje rápido, la comunicación se cortaría – Hoy
- Este, es que ya habíamos acordado reunirnos acá, lo que pasa es que le celebraremos el
cumpleaños al Franco.
- Chuta, tienes toda la razón, se me me había olvidado. Entonces voy pa llá como a las
- No sé – Gianina hizo una pasa para pensar – Una bebida, eso creo.
Entré a la población por una calle angosta en la cual jugaban un par de niños; eran cerca de
las seis y el aire estaba fresco por lo cual luego de seis cuadras caminadas no transpiraba en
exceso. Crucé por una plaza donde se congregaban grupos de estudiantes del liceo B – 4,
café. Ingresé a calle Pachama metiendo bien adentro mi mano en el bolsillo, escondiendo el
fajo de billetes en el fondo. Algunas señoras regaban la calle de sus modestas casas de
madera; en otra esquina un grupo de fumones jugaba a los naipes y apostaba monedas de
diez pesos. La casa de Wilson Chuquimia quedaba un poco más al sur, por aquel mismo
escondrijo miserable. Josué empezó a frecuentar la casa de éste hacía un par de meses.
Había dejado el preuniversitario y seguía trabajando. Era muy poco lo que ayudaba en casa
base. Los frontis de las casas de esa delgada pero larga calle reflejaban el abandono de sus
madera en que General Motors importaba sus automóviles, apenas poseían algún matiz
para ornamentarlas; las rejas, levantadas con palos humedecidos por el riego, se erguían
chuecas desde el piso; los perros quiltros deambulaban por el sector, rastreando con sus
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La casa del Chuquimia tenía reja de latones oxidados; desde el interior de ésta se escuchaba
música de Pintura Roja, grupo peruano de ritmo chicha; golpeé la reja por un lapso de dos
minutos con una piedra y apareció el Papichi soberbio preguntando quién golpeaba tanto.
- Soy yo, el Tito – respondí. Me hizo esperar y trajo un manojo de llaves con una de las
- Hola Tito, pasa – Papichi cerró con dos vueltas la chapa, luego se agachó, recogió una
conchetumadre!.
La habitación poseía piso de madera, blanco de tan sucio que estaba, una mesa, un mueble
El hermano de Wilson, el indio Bryan, en sus noches de angustia, había sacado todas
aquellas pequeñas cosas y las había vendido para adquirir un poco de pasta base y seguir
estaba sentado en un desvencijado sillón cubierto por una sábana sucia; Papichi ocupaba
una banca de madera que tendía a cojear; Wilson llenaba con cerveza una taza vieja y sin
- Tito, un poco de chela – Wilson me acercó la taza que recibí por cortesía - ¿cómo
estamos?
- Bien, normal – sorbí un poco de cerveza. Los ojos de Josué estaban rojos; Papichi le
alcanzó un frasco con gotas que aplicó observando el cielo del cuarto.
- Sí, fui a dar una vuelta –Traté de ser escueto– La pasé bien.
- Oye, Tito pa mí que ese huevón del Carrasco te está gastando duro y parejo, ja, ja, ja –
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- No pasa na, compadre – bajé la vista.
Josué me acompañaría a comprar zapatillas al local de un tipo que conocía en la feria donde
trabajaba. Durante tres meses junté el dinero que mi padre me daba para gastar en el liceo,
vendí algunos casettes que pirateé por encargo y limpié el auto del papá de Gianina un par
de veces, labor por la cual me pagaba quinientos pesos. Era posible que por primera vez
pudiera comprarme zapatillas de marca, unas Power de media caña que me gustaron desde
que las vi en las vitrinas de la feria Manuel Rodríguez. Josué decía que en la Santa Blanca
su amigo podía hacerle una atención y vendérselas más baratas. Mi hermano miró su reloj y
al comprobar que aún era temprano y los efectos de la pasta aún no se le despegaban, me
invitó a comer completos con té en fuente de soda “Tribilín” ubicada en Baquedano casi
esquina Maipú.
audaces”. Me quedé observando sin mucha pasión; por inercia apreté mi bolsillo para
- Van a salir Los prisioneros en la tele – me dijo Josué en tanto no despegaba sus ojos del
diario.
Mi grupo preferido casi nunca apareció por televisión por esos años aun cuando sus discos
eran éxito de ventas y sus canciones aparecían en las radios a cada momento. La gente del
dictador les tenía vetados aún en los programas “Más Música”, “Sábado Taquilla” e incluso
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poder irlos a ver y a lo más me sentaba en el pasto cercano al estacionamiento del estadio
- Qué buena, los voy a ver – le pasé el matutino a Josué. El dependiente del local
apareció con dos tazas de té y luego con dos completos. Agregué al mío mostaza,
Media hora después salimos y cruzamos la calle; nos internamos por los pasillos del
edificio Richard, una construcción antigua, algo descuidada, en cuyo tercer piso se
encontraba radio Nacional de Chile. En una ocasión fui con mi hermano a retirar un par de
entradas al cine Rex que nos habíamos ganado en un programa llamado “Haciendo las
tareas” que era conducido por Juan Carlos Chinga. Esta vez subimos al cuarto piso y Josué
golpeó a la puerta del número cuatrocientos cinco. Luego de esperar un par de minutos
apareció una tipa rubia de unos treinta años. Poseía la belleza de una puta acabada; era
delgada y usaba una blusa con escote amplio. La unión de sus generosos senos asomaba
- Hola – sentenció mi hermano que por su baja estatura miraba hacia arriba a los ojos de
la mujer.
- Claro – Josué sacó del bolsillo de su jeans una caja de fósforos envuelta en papel
resonó adentro.
- ¡Ya hueón, espérate un poco! – arrugó la cara observando hacia el interior. Luego se
excusó – disculpen, este culiao anda super angustiado – Se quedó desnudando del papel
aquella breve caja y luego la abrió. Sonrió al ver el contenido- Chucha, qué buena.
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- Prueba – Josué dijo seco, con seguridad. Luego sus ojos se fueron a los senos de la
mujer. Ésta humedeció el dedo meñique de su diestra y lo untó en el polvo blanco que
asomaba de la caja. Luego se llevó el dedo a la lengua. Tragó y esperó dos segundos.
- Diez.
- Tengo ocho.
- Dejémoslo en nueve. Nueve lucas –Josué puso la palma de su mano para recibir el
dinero.
Josué se despidió de la compradora, nos dimos media vuelta y bajamos por las oscuras
escaleras. La avenida empezaba a alumbrarse con los focos amarillos de los postes,
asomaban los vendedores de cigarrillos importados, un poco más allá las prostitutas; la
calle Maipú –a la que desembocaba otra de las salidas del edificio- se encontraba plagada
de colectivos negros y viejos; algunas peruanas recorrían las veredas con sus bolsas
multitud; el humo de los restaurantes allí ubicados nos cubrió con su olor a frituras y pollos
asados; los postes mostraban letreros con el rostro del dictador sonriente promoviendo su
Santa Blanca por la entrada lateral; Josué saludó al guardia extendiéndole la mano; ambos
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Al llegar a la tienda de zapatillas Josué me pidió el dinero y me dijo que le indicara el
modelo que deseaba adquirir. Ingresó al local, me quedé afuera observando los perfumes
que descansaban en las vitrinas del puesto contiguo; después de unos minutos mi hermano
comerciante bajo, moreno y obeso. Su camisa estaba a punto de estallar en uno de sus
ojales.
- Hola, Toño, pa servirte – me ofreció asiento mientras sacaba una caja de unos estantes
altos que guardaba sobre la vitrina. Sacó un par de zapatillas - ¿Son éstas?
- Sí, ésas – asentí. Él sacó bolas de papel blanco de dentro del calzado, extrajo la lengua
- ¿Cómo te queda?
- Bien, super bien - me levanté; Marco Antonio acercó un espejo que ubicó en el suelo
de modo perpendicular.
- Sí, te viene – se agachó y tocó con sus dedos la punta de la zapatilla – ni muy suelta, ni
- Y, guatón ¿cuánto?
- Mira, están como a ocho quinientos, ocho. Pero a ti te las dejo en siete.
- Buena guatón, te las mandaste – le pegó en la espalda y sacó del bolsillo de su jeans el
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Salimos por calle dieciocho; Josué me miró y seguro me vio tan feliz que llevó la palma de
- Puta hermano, por fin podemos comprarnos lo que queremos – luego sacó mil pesos –
Pensé en cambiarme de calzado ahí mismo, sentado en la berma y pasarle los zapatos viejos
a Josué para que los llevara a casa, sin embargo las zapatillas estaban tan nuevas que en la
fiesta en honor a Franco lo notarían y los ojos clavados en ellas me provocarían un poco de
vergüenza. Le pasé la bolsa con lo comprado a mi hermano quien ahora iba a la casa, y
crucé la calle para tomar locomoción hasta la casa de Gianina. Mientras esperaba me
acordé que debía comprar una bebida y un pequeño presente al festejado. Caminé hacia la
costa y doblé en el paseo peatonal Thompson; seguro que encontraría algo para regalar
entre los puestos de artesanía que allí se ubicaban. Cada vez que iba al centro acostumbraba
a pasar por ese lugar y, aunque no compraba casi nunca, me quedaba observando los
collares, badanas, cuadros y artesanía en barro que los comerciantes de los puestos ofrecían
a los transeúntes. Para ese tiempo sólo el tramo entre la pileta y veintiuno de mayo se
Prat era una cueva con olor a orina donde los borrachos y vagabundos solían dormir. Luego
de adquirir un llavero con la figura de un indio soplando una zampoña, dirigí mis pasos a
veintiuno para bajar hasta Prat; frente al correo había una confitería en la cual podría
grupo de jóvenes alrededor de un stand en cuyo interior se instalaban dos parlantes que no
cesaban de emitir canciones y mensajes a favor del gobierno. Los muchachos vestían jeans,
polera blanca con el logo del SÍ y gorra con los colores nacionales. Me detuve por
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la avenida más importante de la ciudad en el horario en que se percibía mayor movimiento.
Por extraña intuición mis ojos se fijaron en una muchacha delgada, alta, de pelo color miel
y ojos claros que reía y jugaba con los demás fascistas allí estacionados. Era bella, graciosa.
Me quedé mucho rato contemplándola no con el fin de querer robar una mirada como lo
hacen los conquistadores que desean ser vistos, hacer señas, acercarse y entablar
conversación. No. Mi mirada estática se debía a que yo reconocía esa risa, esos ojos, esa
cabellera jugar al viento. Muchas coincidencias en los patrones de mujeres que guardaba en
en las fauces de mi mente con un sabor agridulce. Me observó desde la distancia pero
siguió riendo. Luego volteó su rostro y su alegría se transformó en duda, quizás perplejidad.
Conversó con una chica ubicada al lado suyo. Bajó la vista, me contempló de reojo. Sentí
miedo y caminé con paso rápido al destino pensado con anterioridad. Al llegar a la esquina
sentí el sonido de unos pasos ligeros tras de mí y volteé reflejamente. Era la chica que había
- Sí; yo te conozco – antes de que pronunciara su nombre con rapidez supe quién era y
- Claro, Ivonne – hice una pausa y luego reí. Nos abrazamos y quedamos conversando
- Qué sorpresa, no pensé volverte a encontrar. Nunca más te vi; te hacía en Iquique, como
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- No, sólo voy en las vacaciones para allá. ¿Tú como has estado? – sonrió y me miró a los
ojos. Estaba tan bella que olvidé por completo las noches de lágrimas, la desesperanza,
- Muy bien. Voy en cuarto medio en al A-5, salgo este año, me estoy preparando para la
- Bueno, eh... yo voy en tercero. Me quedé en un año. En el Santa Ana las monjas son un
poco cuáticas – un par de chicas del grupo aparecieron por la calle perpendicular.
Ivonne las observó y les hizo señas para que esperasen. Ellas se quedaron conversando
– Debo irme, Alberto. Anda a verme uno de estos días. Ahora vivo acá en el centro –
Sacó un lápiz con el logotipo del SI y un panfleto con la típica cara del dictador
Llegué a la casa de Gianina alrededor de veinte para las nueve con la alegría de haberme
comprado zapatillas de marca y ver después de años a quien fuera mi gran amor de
por los ventanales los globos, serpentinas y una piñata con la cabeza de Pinochet,
confeccionada por Gianina. El equipo sonaba fuerte con la música de De Kiruza. Adentro
rey. Saludé a los presentes que eran casi los mismos chicos que habían estado en la reunión
en que me reencontré con Carrasco y luego de un abrazo al festejado, risas de por medio, le
alcancé el pequeño obsequio que había comprado para él en el local de artesanía. Gianina
comandante Colque tocando una corneta, ostentando serpentinas de colores que colgaban
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por su cuello. La anfitriona bajó el volumen del equipo y alzó las manos para que le
prestáramos atención.
- Chicos, va a empezar la franja. La tele de mi pieza está dispuesta – se dio media vuelta
- Tabo, hoy salen Los Prisioneros – dije, recordándome lo que había leído horas antes en
el diario.
estás?
- Bien, ¿Y tú?
- No te urjai, si no es malo.
Nos sentamos en la cama y en el suelo; los cojines volaron por la habitación, toma siéntate
ahí; Gianina dio volumen al gran televisor. La voz del locutor en off anunciaba cadena
nacional de radio y televisión; los sones de música orquestada con imágenes de paisajes del
país aparecieron discretos luego y tras de esto silencio, un fondo celeste con letras blancas
que versaban: “ESPACIO DE LA OPCIÓN SI”. Gianina y Franco lanzaron peluches contra
la pantalla; el resto abucheamos con locura. Los spots que siguieron durante cinco minutos
mostraban las obras realizadas por el gobierno militar en el transcurso de quince años; las
rubios y cuicos cantando digamos todos que sí, el país merece sí, por un futuro mejor,
alusiones al gobierno de Allende en el cual había que hacer filas para comprar mercaderías
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no interrumpir el silencio con que observábamos televisión. En voz suave pronunció la
NO con la frase cantada por una multitud Chile, la alegría ya vieneee, y la aparición de
comenzó a agradecer las numerosas cartas y muestras de adhesión que había percibido de la
gente; aquella actitud le hacía ver que el próximo cinco de octubre los ciudadanos del país
darían una demostración poderosa que el pueblo de Chile no quería vivir más al amparo de
meses atrás. Empezaron a sonar los acordes del “Baile de los que sobran” y mientras la
guitarra interpretaba tres acordes aparecían los rostros de González, Narea y Tapia. Me
emocioné mucho. Casi nunca había podido ver a mi grupo preferido por televisión puesto
que la dictadura tenía vedados ciertos contenidos por asuntos políticos. Podía ver que mis
ídolos eran tan iguales que yo; usaban jeans y zapatos negros, fueron a un liceo muy
Cuauhctémoc llegó a la casa de Gianina pocos minutos después de que la franja acabara. Ya
retomábamos nuestros lugares en el living mientras los padres de la anfitriona regaban las
buscar las bandejas que contenían papas fritas y canapés. De vuelta los ofreció a cada uno
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de los presentes. Me acerqué a Daniel, uno de los integrantes del movimiento. Era
- Qué tal Dany, cómo te trata la vida – saqué un par de papas que tenía en mi palma.
- La raja, hicimos muy buenos contactos y trajimos algo de material. Esta semana
- Ya puh – respondió. Me levanté y tomé dos vasos con Free Cola; observé hacia el patio,
muchacho de pelo largo estilo rasta, algo blanco que vestía pantalón de tela rayado,
zapatillas de básketball, chaqueta militar y polera con el rostro del Che. Alcancé la
- Antes de presentar a nuestro amigo una pregunta chiquillos - dijo Gianina con
comandante me invitó a salir rápido de la sala y encaramarnos por la reja. Los padres de
- Todavía está – dije. Nos quedamos observando y percibimos que los tipos de dentro
conversaron entre ellos. Luego prendieron el motor y huyeron rápidamente con ruido
- Chucha.
Los dueños de casa salieron hacia la vereda con su perro Nerón y contemplaron las calles
donde se había perdido el carro, pero ya era tarde. Retornamos al living; aconsejé a mi
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amigo que no dijéramos delante del visitante el asunto, sino después de que se fuera, para
no asustarlo. Me dijo que era mejor. Gianina salió por la puerta y nos pidió explicaciones;
bajamos el perfil y bromeamos; sorbí un poco de bebida del vaso que tenía en la mano.
Velásquez nos esperaba con una sonrisa en los labios; Carrasco le palmoteó la espalda.
- Bien, compañeros, quiero presentarles a un gran amigo a quien conocí hace algún
unas palabras al grupo. Él accedió, luego de que Mónica le acercara un vaso con bebida
- Pos, muchas gracias compañeros; nunca creí que de tan chavos sirvieran a la revolución
en este país que me ha parecido muy padre – observó el vaso, pensando en lo que diría
corazón que la opción por la democracia pueda triunfar sobre la dictadura sangrienta y
criminal del general Pinochet – tosió un poco, luego pidió perdón pues se encontraba
mal de la garganta después de tantos viajes realizados – muchas gracias, carnales, por
sentarse y el resto acercó las sillas para entablar conversación; Francisco bajó el volumen
del equipo y a la usanza de los maestros de ceremonias pidió a cada uno que dijera su
nombre y algunos datos sobre su persona para que Velásquez nos conociera un poco más. A
decir verdad, el mexicano había tenido cierto contacto con el comandante Colque hacía dos
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compañeros de cuarto en una escuela rural, sitio en el que se celebró el ampliado que reunió
comandante invitó a Cuáuhctemoc a visitar su ciudad natal, lugar en que estuvo cerca de
una semana. Los meses que siguieron mantuvieron contacto epistolar; en este vínculo
Carrasco le contó sus intenciones de crear un movimiento sobre las bases de una revolución
términos el azteca dudó de la viabilidad de la utopía trazada por su amigo, quien para
- De aquí a cincuenta años más podremos lograrlo, la idea es que nuestra generación
asuma el rol que debe asumir, siente las bases y se adoctrine para alcanzar la meta –
El comandante Colque para esos años activaba dentro del partido Comunista lugar en el que
se lo estimaba bastante por su entrega y compromiso, pero a la hora de atender a sus ideas
no sentía reciprocidad de parte de los dirigentes, pues éstos señalaban estaba muy joven
para dárselas de ideólogo y sus ideas iban mucho más allá de la lucha contra una dictadura
resto de los muchachos que fundaran el movimiento. Cada uno de ellos llevaba a cabo un
sistemático trabajo de difusión en los lugares donde estudiaba el cual ya estaba dando frutos
ciudad; el ampliado que siguió convocó a sesenticinco. La próxima actividad oficial del
movimiento sería el siguiente día, ocasión en la cual nos adscribiríamos a una marcha que
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Artística y muralista oficial del grupo- Mónica, Daniel y Jean Pierre – alumno del colegio
creemos que el país que poseemos por circunstancia está viviendo un momento
en favor de la democracia y la pronta expulsión del poder del tirano dictador Augusto
Pinochet Ugarte, quien durante diecisiete años ha gobernado el país sobre la base del
nuestras tierras que, movidos por sus afanes de conseguir riquezas y fama, se rebelaron
contra la corona española con el fin de no tributar sus ganancias en el continente y de este
modo ganar dinero a manos llenas. Los miembros de este grupo usurparon territorios,
no refleja más que el gran negocio de los inmigrantes extranjeros que de este modo
dejarían de ser vasallos de una corona para transformarse ahora en reyes y señores de lo
que les perteneció a nuestros ancestros. Los próceres a quienes se nos enseña venerar, la
bandera nacional, el escudo, el himno y las fechas que conmemoramos no son sino sólo
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las nuevas naciones a la guerra, usando a los indígenas y al proletariado como carne de
remover las estructuras de poder en la América Latina que sólo han generado dramáticas
Luego de que Velásquez tomara el taxi con dirección al hostal donde alojaba, pues debía
bailar. Carrasco había ido al baño y yo lo esperaba para preguntarle qué era lo que debía
decirme. La anfitriona a esas alturas fue a buscar una escoba a la cocina y una corbata de su
padre al dormitorio; la piñata con el rostro del dictador esperaba colgada en un larguero del
techo. Tabo salió luego de cinco minutos y nos encontramos en el pasillo; me pasó las
polera.
- ¿Qué me ibas a decir cuando llegaste? - tenía la duda; ese tipo de frases premonitorias
me mantienen a la expectativa.
mañana.
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- Me mandó a freír monos – me dijo serio. Lizardo Rodríguez, secretario regional del
coincidíamos en señalar que la razón de esta antipatía era su envidia puesto que el
comandante era un tipo inteligente, lúcido, locuaz y era capaz de mover masas con su
carisma.
- Sí, me dijo que cómo era capaz de haber escrito semejante documento, que iba contra
las bases mismas de la institucionalidad del país y todas esas payasadas que está
acostumbrado a decir – Gianina pasó a nuestro lado con una corbata oscura; me sonrió
- ¿Y tú qué le dijiste?
- Nada; nada más le respondí que la nacionalidad a nuestro modo de ver era una cuestión
abstracta, un invento del poder para lograr cohesión y una creación del ser humano
de nacionalidad podíamos cimentar la unión entre los pueblos; así de simple, directo al
- No nos autorizó para lanzar el panfleto en medio de la marcha. Dijo: “Lo que importa
después, en el camino” – Gianina llamaba con sus gritos a los presentes, mientras
vendaba los ojos de Francisco con la vieja corbata de su padre. Venía el rito de derribar
la piñata.
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- No sé, ahora tendremos que ver eso. ¿Sabes? Me da rabia la actitud de Rodríguez,
piensa que con la democracia las cosas van a cambiar de buenas a primeras.
- Tito, analiza las democracias en Latinoamérica: están estructuradas para que los pobres
sean más pobres y los ricos sean más ricos. Te aseguro que si gana el NO habrá
siempre: no habrá salud para todos, la justicia será muy ajena a la gente y sólo los que
tienen dinero podrán acceder a una buena educación. La idea es remover las estructuras;
nuestra lucha indigenista empezará esa revolución- me tocó el hombro. Sentí que sus
Nos reunimos alrededor de Francisco que se encontraba con la vista vendada, sosteniendo
Francisco reía, apenas podía sostenerse en pie sin desequilibrarse al dar de escobazos al
aire, buscando el rostro del dictador hecho piñata. El resto gritaba dale duro, hazlo tira,
venga a los compañeros, doblándose de tanta carcajada junta. Los padres de Gianina
después Franco asestó un golpe mortal al elemento de cartón con lo cual recuperó el sentido
de orientación. Abrió sus piernas para equilibrarse bien y en tres golpes rasgó el rostro de
esa noche – sentí la duda de preguntarle cuál era la noticia que hacía horas me estaba
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ocultando. La noche estaba tibia, los automóviles pasaban rápido por nuestro lado
- Estoy andando con una mina – Carrasco me miró y rió maliciosamente- Es muy rica –
Yo también reí.
Distinguimos que el chofer del auto prendía un cigarrillo - ¿Es idea mía o es el mismo
- Parece que es el mismo – me asusté. Le sugerí al Negro que cambiáramos de ruta y nos
fuésemos por Libertad. Nos metimos a unos pasajes oscuros que desembocaban a dicha
por la mente que me había encontrado con Ivonne en el centro, pero luego me disuadí;
- Sí, un poco. Su papá tiene una envasadora de tomates en Azapa; su vieja es Psicóloga,
pero bien, ambos tienen pensamientos de izquierda, vivieron un tiempo en Europa, sus
La noticia ciertamente me alegró. El Negro debía tener una compañera que lo respaldara y
estuviera con él en las luchas que demandaba la revolución. Sin embargo luego pensé en mi
amiga Gianina que cada día profesaba un amor más férreo hacia él; ya había dado luces de
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eso en nuestras conversaciones y, hasta donde sabía, Carrasco estaba enterado de primera
fuente.
- Negro, tú sabes que somos amigos desde hace tiempo y es ineludible que te haga esta
pregunta: ¿Tú sabes que la Gianina anda detrás de ti? – tendimos a parar nuestra
caminata, pero nada más bajamos el ritmo de nuestros pasos. Me miró y titubeó un
poco.
un tiempo para pensar. Un par de perros nos ladraron desde el patio de una casa.
- Me pasa algo raro con la Giani. Cuando la conocí en una protesta me atrajo mucho y
luego en el partido ese sentir se acrecentó. Es bella, bonita de cara, delgada, todo bien.
Pero de pronto la fui conociendo y creo que eso fue matando mis sentimientos de a
- Como buena mujer tiende a manipular, más aún si es una líder innata – pateó un tarro
de conservas que descansaba en la vereda- En realidad a esta altura lo menos que quiero
es que me controlen. La idea es que nadie domine a nadie, que los dos construyan una
- ¿La Giani sabe que tú andas con la mina? – llegábamos a avenida Joaquín Aracena; el
cerro Chuño se observaba como una suave y ciclópea mancha en el oriente- El Negro
- Chuta compadre. Qué difícil – se detuvo, me puse frente a él. Se metió las manos al
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- No les has dicho.
- Amigo, la mina hasta ha llorado diciéndome que me ama y que quiere estar conmigo –
los ojos del Negro se humedecieron. No le daba lo mismo jugar con los sentimientos de
Gianina- Yo le he dicho que esperemos un tiempo, que es posible que seamos pareja,
que por ahora lo urgente es consolidar al movimiento. Con eso la he calmado un poco.
- Pero tarde o temprano va a cachar – me rasqué la cabeza y miré al suelo. Las calles
estaban vacías salvo por un recolector que cruzaba por Aracena en dirección a Tucapel
pedaleando un triciclo repleto de papeles y cartones; levantó la caja de vino que llevaba
en una de sus manos y nos saludó. Respondimos a dúo ayudados de nuestro puño
- ¡Tito, bota los panfletos! – Me puse nervioso en tanto sentía a mis espaldas el ruido de
una camioneta acercarse con velocidad. Tomé los papeles agrupados en un fajo y los
tiré detrás de un kiosco. Segundos después apareció una patrulla de carabineros con la
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- ¡Buenas noches. Manos en la nuca, piernas abiertas contra la pared! – Empujaron
papel el contenido de las billeteras, otro pasaba revista a los bolsillos y el cuerpo con las
dos manos. Éste último pateó una de las piernas de Carrasco con el fin de que las
abriera un poco más. El Negro gimió del dolor. Luego se apartaron de nosotros y se
me preocupara. La noche era tan silenciosa que pudimos escuchar lo que conversaban
- No hay nada sospechoso aquí; hay que decirle a esos hijos de puta que cuando soplen lo
Dejémoslos ir no más – golpeó con la luma su palma varias veces. Nos entregaron los
- ¡Pero váyanse altiro pa la casa, hueones; no los queremos ver acá hueveando porque a
fierros, luces rojas en alto- y se perdió entre las calles polvorientas de la población.
Apretaba con mi mano transpirada el papel con el rostro del dictador sonriente. Encima de
él Ivonne había escrito su nombre y dirección; comprobaba que no se me perdiera entre los
calle Patricio Lynch parecía despejada al internarme por ella desde Chacabuco. En el
160
parque Carlos Ibáñez, frente al liceo, había hecho hora leyendo un par de revistas “La
Bicicleta” que amigos de Gianina habían mandado al movimiento desde Santiago. Esperé
tirado en el pasto, hasta que fueron las cuatro, hora que consideraba propicia para ir a ver a
mi amiga de infancia; antes hubiera sido auto invitarme a almorzar actitud que no estaba
acostumbrado a asumir. Había traído de la casa dos sándwichs de mortadela los cuales
guardé en mi bolso bien envueltos en una bolsa pues no quería pasar la plancha de Manolito
–un compañero de curso – quien siempre que traía pan con cecina dejaba la sala pasada a
quedaron conversando conmigo sobre una jornada que tendría el movimiento días antes del
plebiscito.
En la calle Lynch frecuentaba comprar ropa americana pues muchas tiendas de este rubro se
instalaban ahí. Algunos comerciantes peruanos también visitaban el sector y salían de éste
con fardos cargados de mercadería para cruzarlos por la frontera, hasta que el gobierno
peruano prohibió la importación de ropa usada, por lo que en más de alguna visita a Tacna
los ayudé colocándome tres o cuatro prendas encima de las mías. Luego de cruzar Santa
daba vergüenza pasar delante de esos locales y que los dependientes me reconocieran como
cliente asiduo; el llevar ropa usada en el cuerpo también ayudó a armar mi personalidad
acomplejada y taciturna.
Mientras subía por esa calle que termina en los faldeos del morro, en la entrada oriente de
la cárcel de Arica, pensaba en los días vividos junto a Ivonne. Yo no había cambiado mucho
desde ese entonces, salvo, por la actitud que ahora asumía respecto de mis orígenes
raciales. Luego de decir adiós a este complejo, asumió otro mucho más insufrible: el de la
pobreza. Sin embargo, luego de leer sobre los ideales políticos de Carrasco, el material que
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otros grupos subversivos nos habían provisto y después de conversar con muchos
nacido en una cuna de oro, propugnando el mensaje revolucionario que asumía como un
baluarte en mi vida, hubiera sido nefasto. Al momento de hablar de pobreza, pesa más la
palabra del pobre que ha llegado alto que la de aquel burgués que siempre habla de ella sin
La casa, ubicada en la antigua calle San Marcos, era una vetusta construcción de adobe,
cuyo frontis repleto de trizaduras comenzaba a descascararse por la acción de los años y
los temblores que arreciaban de cuando en cuando la ciudad. Arrendaban allí piezas una
docena de familias de mal vivir que entraban y salían por el oscuro pasillo ostentando
miserables ropas y un aspecto deplorable. Saqué el papel con la dirección; pensé haberme
equivocado.
- Sí joven, este es el 346 – me respondió una señora delgada y baja que apenas mostraba
un par de pelos en la cabeza y cuando hablaba dejaba ver tres o cuatro dientes
- Busco a la señorita Ivonne Herrera – dije con timidez. La señora rió y pude observar
- Ah, ¿es una niña blanquita, pelo medio rubio y bonita? – siguió riendo y esta vez tapó
su boca, avergonzada.
- Sí, señora, ella misma – sonreí. Dio media vuelta y se internó por el lúgubre pasadizo.
Me quedé observando los autos que bajaban hacia el centro, parte de la costa que se
veía refulgir en el ángulo en que la calle se perdía por el desnivel. Guardé el papel en
162
mi bolsillo; del pasillo salieron dos chicos de cerca de diez años comiendo aceitunas y
lanzándose las pepas entre ellos, como si sus bocas fuesen metralletas.
Rato después salió la señora bajita con una bolsa de saco plástico y un monedero en su
mano. Me miró y advirtió que ya había avisado y que pronto vendrían a atenderme. Traté de
relacionar la imagen de prosperidad que recordaba de Ivonne con la pobreza que podía
observar en el lugar en ese momento. Alguna calamidad debió haber pasado para que ella
estuviera viviendo acá, hacinada y sin comodidades. En eso pensaba cuando sentí sus pasos
venir hacia fuera y apareció con un rostro de alegría y un dejo de vergüenza. Nos
abrazamos, luego expresó, seguro que esperando que mi respuesta fuese negativa
- ¿Quieres pasar? – entendí que lo decía por cortesía más que por deseo. Su mirada triste
- Bueno.
Después de pasar por el pasillo tenebroso en los que escuchamos gritos, transmisiones
radiales de fútbol, valses peruanos, cruzamos un patio descubierto en el cual se erguían tres
maderos sosteniendo alambres que dejaban colgar en su delgadez sábanas y ropas diversas.
En un extremo del espacio una señora restregaba con escobilla en una batea y su hija
- Ven, por acá – me dijo Ivonne. La seguí hasta una habitación construida en madera
antigua. Abrió la enorme puerta cuyas bisagras emitían un ruido tétrico- Pasa.
- Gracias.
Dos camas, un comedor, un clóset antiguo y algunos adornos que recordé haber visto en la
antigua casa de Ivonne conformaban la habitación. Apenas sí entraba la luz por una ventana
cercana al cielo que poseía vidrios cubiertos de tierra y algunas marcas de pedradas. En la
pared, donde los haces de luz llegaban con mayor fulgor, su madre ubicó una figura de la
163
virgen de La Tirana que con su mirada prendida en el cielo proyectado en parte por aquel
tragaluz, parecía rogarle a Dios le sacara de ese lúgubre cuarto. Adentro olía a comida y
encierro.
- ¿Tu mamá no está? - inventé una pregunta; estaba tan impactado por todo ese paisaje
desolador que quise romper el silencio que podía delatar mi tristeza y perplejidad.
En un segundo pensé que lo que estaba viviendo era una especie de mal sueño. Uno tiende
a delirar por las noches y es el único espacio donde las incoherencias se presentan en un
contexto que parece verídico. Esta vez esto me parecía incomprensible, no supe qué había
pasado, cómo la familia de Ivonne que tenía tan buena situación económica había caído en
sollozar.
- Alberto, tú no sabes las cosas que han pasado, todo esto es una pesadilla – sequé sus
cama para que conversáramos. En el breve trayecto tropecé con una muñeca botada en
el piso.
hacía tres años que a su padre lo habían despedido del trabajo pues la industria pesquera
empezó a decaer en forma abrupta; ya no había grandes cantidades de peces, los capitales
fueron a dar a otros rubros. Miles de personas quedaron cesantes en la ciudad; algunos
instalaron puestos en las ferias céntricas, otros compraron colectivos para trabajarlos. El
padre de Ivonne, como muchos otros, partió a la ciudad de Antofagasta a trabajar en una
164
empresa minera a comienzos del año ochenticinco. Ganaba bien, estaba veinte días en la
faena y diez en la casa con sus familiares, hasta que un día, su madre recibió una llamada
telefónica del jefe de recursos humanos de la compañía. Debía viajar urgente a Antofagasta
pues su esposo había sufrido un accidente mientras trabajaba. Ambas se trasladaron en bus
hasta dicha ciudad; fueron diez horas de angustia. El señor de la empresa no les había
explicado la magnitud del imprevisto; la madre de Ivonne pensó que se trataba de una
caída, un rasmillón o luxación pero no de lo que comprobó con sus ojos, asistida por el
- Su marido sufrió una fuerte descarga eléctrica mientras manipulaba una máquina
industrial. Está con peligro de muerte, tiene muy pocas posibilidades de subsistir y, de
hacerlo, va a quedar con secuelas irreparables, esto es, con un estado de demencia
avanzado – la madre de Ivonne lloró en el hombro del médico tratante, en tanto Ivonne
observaba por la ventana a su padre hinchado, con la piel de color violeta, conectado a
cuando en cuando.
mandas para que su esposo pudiera recuperarse; gastó mucho dinero en oraciones, ofrendas
y cuanta cosa. Arrendó un cuarto en la ciudad para estar cerca de su esposo en tanto sus
hijos mayores terminaban su educación media en Arica; ellos tenían a cargo la casa y
solventarían los gastos de su subsistencia con el dinero que les mandaba la señora. Sin
del estado de su esposo, sus hijos se hundieron con extremada pasión en las garras de la
cocaína. Vendieron todo lo que encontraron en la casa para adquirir la droga – muebles,
165
electrodomésticos, adornos – y cuando éstos acabaron prosiguieron con elementos
Al salir del estado crítico, el padre de Ivonne fue a vivir con su esposa e hija a una casa
arrendada por la compañía en una población de Antofagasta. Sin embargo aquellos días de
ambas. Fue por esta razón que el doctor decidió internarlo en el hospital psiquiátrico en el
- En ese lugar se encuentran todas muchas de las víctimas de ese tipo de accidentes en las
minas – me dijo con tristeza- Sus familias los abandonan, viven solos, conversando con
las puertas, mirando hacia la costa como esperando que alguien los venga a buscar.
La historia era conmovedora, no pude evitar dejar caer lágrimas; apreté la mandíbula para
relación. No me importa lo que sucedió, le dije, aún éramos chicos, lo que importa es que
fuimos buenos amigos desde primero; ese recuerdo es el que predomina en mi alma con
respecto a ti. Aquel era el tema de nuestra conversación cuando sentí abrirse la puerta
lentamente. Miré esperando ver entrar a alguien que no apareció aunque aquélla seguía
abriéndose, dejando entrar la luz amarillenta del atardecer. Una cómoda se ubicaba a un
costado del umbral. Seguro que la persona que iba entrando no era más alta que ésta. Pronto
apareció una niñita de dos años con dos moños a los costados de su cabeza, sorbiendo una
mamadera. Su rostro rosado, sus ojos claros, matizaban con su vestidito de puntos rojos que
se abolsaba en la altura del pañal. Caminó dos pasos y se quedó estática viéndonos, en tanto
sorbía con placer su leche tibia. La imagen me conmovió y me mantuvo perplejo por un par
166
de segundos. Observé a Ivonne, me miró, rió y abrió sus brazos a la criatura que acudió
- Es mi hija – dijo y la besaba en las mejillas mientras la niña aún seguía mirándome con
curiosidad inocente.
Mi ser aún no podía salir del asombro. El reencontrarme con Ivonne aquella noche en la
profesaba amistad, en el fondo me daba cuenta que la amaba como siempre la había amado
tuviera una posición política tan distinta a la mía – era pinochetista- o que luego de la
prosperidad viviera en la absoluta miseria; sin embargo el hecho de saber que tenía una hija
frenó mi candidez conquistadora. Era posible que tuviera una pareja, hasta que fuese casada
y eso echaba por tierra cualquier posibilidad de iniciar una nueva relación. Minutos después
apareció un tipo de unos veinte años con una mochila Disney en su mano. Se detuvo en el
- Ap, disculpa, te traje las cosas de la Cami – entró, me extendió su mano y besó a Ivonne
De la esperanza de ver a mi amada, a la perplejidad del saber que tenía una hija y detrás,
tenía una pareja a su lado – el padre de su hija – y el destino una vez más se encargaba de
separarnos. Era un karma que había que asumir sin cuestionamientos. Me levanté, no sé que
pasó por mi mente y sollocé por un par de segundos. Me di vueltas para que Ivonne no
viera, pero ella percibió mi acción, dejó a la chica sentada en la cama y fue a abrazarme.
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- Ivonne, nada – respondí, pero me encontré en el límite en que uno se reprime y en un
segundo se echa al bolsillo el qué dirán y se lanza a las aguas de la sinceridad. Lloré
hice una pausa. La saliva tapó mi garganta, tosí un poco- Me ilusioné tanto al verte esa
noche, pero me doy cuenta que lo nuestro no puede ser, que el maldito destino me
separa de ti.
- ¿Por qué dices eso? – acarició mi pelo como lo solía hacer cuando éramos enamorados.
- Tienes pareja, una hija, por eso – la miré y su rostro me pareció diluido producto de las
- Ja, ja, ja; ay, que eres bien tonto, Alberto – Me dio un beso en la mejilla; levantó mi
rostro con su mano y despejó las lágrimas de mis ojos – si el chico que vino a dejar a mi
hija es el Diego, mi primo – Hizo una pausa para clavar sus ojos en los míos - Celoso, si
Diego venía entrando por el pasillo y conversaba con alguien. Una muchacha entró a la
habitación y detrás de ella el primo de Ivonne. Traían una bolsa con berlines.
- Diego, él es Alberto, amigo desde que íbamos en primero básico – el muchacho dejó la
bolsa en la mesa y se acercó para saludarme afectuoso, reparó en que tenía los ojos
- Trajimos unas bombas para compartirlas, ¿quieren? – dijo Pierina. Asentí junto a
Ivonne, luego ésta tomó a Camila en los brazos y fue a buscar un plato y un par de
cuchillos.
168
Pasé gran parte de la tarde riendo junto a ellos, contándoles de mis experiencias en política,
explicándoles acerca del estado de salud de la abuela, hablando del encuentro dramático
que había tenido con Gustavo Carrasco. Ivonne me preguntó mucho acerca de él y le puse
al tanto de la hermosa persona que era y que nuestra amistad con el tiempo había ido
consolidándose. Sin embargo no le conté que había peleado con él por el motivo de las
cartas que escribió para ella y que yo hice pasar a mi nombre para entregárselas. Al igual
que consideraba que hablar de Ivonne al Negro era un tema sensible, creía que hablar del
tema de que Carrasco estuvo enamorado de ella era un tópico ciertamente difícil de
conversar por las implicancias emocionales que ello conllevaba. Debía irme a la marcha,
caminé con Ivonne por el pasadizo que desembocaba en la calle. Ahí ella se quedó apoyada
conversar, riéndonos y moviendo nuestras piernas, ociosos. Miré mi reloj y afirmé que era
verdaderamente tarde. La abracé suavemente por la cintura y dirigí mis labios a los suyos,
Caminé rápido con cierta vergüenza por la calle San Marcos en dirección a Yungay, sin
pensar siquiera en voltear. Medité: el que Ivonne haya sido tierna conmigo, que haya
sacado mis lágrimas con sus manos y que hablara de nuestra relación pasada no significa
Llegué con ese sabor amargo en los labios a la casona que servía de sede al movimiento, sin
embargo no se percibía vida alguna. Una hoja de cuaderno pegada en una cerca metálica
169
FERROCARRIL ARICA – LA PAZ HOY A LAS 19:45 HRS. SE RUEGA
PUNTUALIDAD” Restaban cinco minutos y bajé con paso rápido por Colón, doblé por
veintiuno hasta cruzar por Prat. Desde lejos percibí una batahola, gritos con consignas de la
lucha indigenista, pancartas, la voz de Gianina avivando los ánimos con un megáfono. No
podía creer lo que estaba viendo, cerca de ochenta jóvenes en esa pequeña plazoleta,
algunos subidos a la reliquia de ferrocarril, otros en las bases de las palmeras, el resto en las
barandas que rodeaban a la pileta de agua. El Negro conversaba con Franco, ambos reían
con entusiasmo.
- Esto es el producto del trabajo de difusión de la gente del movimiento en los liceos y
colegios de Arica – dijo Tabo con humildad – Ellos son los que poseen los méritos.
- Son cerca de cien – dijo Franco – y con la película clara, cachan cuál es nuestra lucha y
- Grosso, compadre – me emocioné. Sentí que muchos de los que asistían en ese
momento a aquel lugar se identificaban con los procesos que habíamos vividos con
cuidando de no golpearme con el megáfono que tenía en una de sus manos y enseguida
preguntó al Negro y a Franco si debíamos partir a encontrarnos con los demás grupos
políticos al mitin. Franco consultó su reloj, miró a Carrasco y éste indicó que sí. Gianina se
170
- ¡Compañeros, atención, en este momento nos sumaremos a la marcha convocada por
los partidos de izquierda a favor de la opción NO en el plebiscito, les ruego que seamos
la Plaza Colón. Por favor, no se despeguen unos de otros, esto es para que los demás
partidos sepan que nuestro movimiento está alcanzando mucha fuerza entre las
juventudes de los liceos y colegios de nuestra ciudad. Viva la revolución, vivan los
pueblos originarios!
Ya oscurecía sobre la ciudad y una helada brisa marina se sentía en la piel, amén del ruido
del mar cercano al lugar de encuentro. La gente que transitaba se detuvo al ver pasar al
grupo y contempló las pancartas escritas con mensajes en favor de la autonomía de los
pueblos originarios, de la devolución de tierras a los indios del sur, del pronto retorno de
una democracia justa y eficaz para todos. Una patrulla de carabineros pronto se acercó, dos
multitud a explicarles que nos dirigíamos a una marcha autorizada por la gobernación en
favor de la opción NO en el plebiscito. El carabinero le solicitó que procurara que nadie del
grupo impidiera el paso de los vehículos que por ahí transitaba, de lo contrario tendríamos
problemas. Minutos después se nos acercó una mujer de unos veintiún años junto a un tipo
bajo, moreno de alrededor de veinte que cargaba una maquina fotográfica de zoom
protuberante. Era extranjera; lo deduje por su extraño acento -aunque hablaba muy bien
español- y su aspecto: ojos azules, tez blanca, delgada, pelo claro. Los jóvenes que
171
- Disculpa, mi nombre es Alberto Vásquez, soy colaborador del comandante Colque –
que haber venido la próxima semana pero en vista de esta marcha a favor del NO
- Cómo no, si me esperan voy a buscarlo y vuelvo enseguida – La mujer asintió con una
sonrisa.
Me abrí paso entre la multitud; poco a poco se fue sumando más gente; llegábamos a la
plaza y una multitud esperaba el inicio de la concentración con gritos y proclamas contra la
- Tito, esta vez cederemos. La idea es ser conciliadores; ya habrá tiempo para explicarle
con mayor detenimiento al secretario regional acerca de nuestra lucha – el Tabo aferró
- Ah, Tabo, no venía para eso, precisamente –seguimos caminando entre la gente- llegó la
- Qué raro. ¿No iba a estar en Arica la próxima semana? –preguntó indiferente.
- Dice que aprovechó el día ya que quería cubrir la marcha – respondí. Caminé junto con
172
- Claro– reí. Nos dirigimos por Prat; caminamos tres pasos y de pronto, así como de
- Claro, mira, la de polera rosada y jeans bien azules – apuntó con el dedo. Estaba
beso empujado por un soplo. Ambos rieron – después te la presento, pero no le digai a
La muchacha era verdaderamente bella; me sorprendió que Carrasco, que no era un tipo
apuesto, a quien yo conocía desde que éramos pequeños y que nunca presentó atractivo
alguno al sexo opuesto, hoy, superando sus complejos, mostrando una superlativa confianza
- Oye hueón, ¿cómo cresta lo hacís? – pregunté con envidia y un poco de rabia.
- Para amar a otros debes amarte a ti mismo. Ahí empieza todo. Después... no sé, después
tú tienes que ver cómo seducir- Me pegó una palmada en la cara. La periodista y su
- Negro, ella es la mina – la contemplé de pies a cabeza. Era perfecta. Aún faltaban
- ¡Hola, bienvenidos a Chile! – sonrió y peinó con su mano el pelo largo que se asomaba
en el rostro.
miró a los ojos profundamente y le sonrió. Carrasco le miró con seguridad y trató de
173
Carrasco conversó con Nadine unos segundos. La idea de ella era poder hacerle una
entrevista lo más pronto posible pues debía entrevistarse en próximas horas con la mano
derecha del compañero Abimael, quien estaría de visita en Tacna. El Negro le sugirió, si no
genial la idea; seguro que le parecía una propuesta peculiar, extremadamente original y
hasta trascendental: entrevistar a un líder indigenista, con un acto contra Pinochet como
telón de fondo, bajo la luz de las estrellas y el sonido del Pacífico cercano. Carrasco la
Carrasco llamó a Francisco y a Daniel. Les dijo que le avisara a Gianina que le estarían
entrevistando y que entre los tres pudieran encargarse de que los adherentes al movimiento
cámara con énfasis y pasión. El comandante pidió ser retratado usando una pañoleta en el
rostro para guardar anonimato. Sentados Carrasco, Gallimard, yo y Gómez luego de que
éste hubo tomado dos docenas de fotos de distintos ángulos, la periodista procedió a
desarrollar su entrevista para lo cual encendió su grabadora y la ubicó al medio del pequeño
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- Como lo dice su nombre, movimiento viene a ser una facción no organizada ni
sobre una estructura no preconcebida, sino que natural y espontánea. Los movimientos
son flexibles, actúan sobre la base de necesidades que se van presentando y no sobre
una planificación. Esto no significa en absoluto que seamos una agrupación que
improvisa sus objetivos. No. Tenemos claros esos objetivos de antemano y vamos en
pos de ellos usando las metodologías que nos dictan las circunstancias y los contextos
en los cuales nos desenvolvemos. Por su parte, lo revolucionario implica que nuestra
categórica, radical.
- ¿Cuáles son esos objetivos del movimiento? y, si es que no es la misma pregunta ¿en
qué áreas debe dar una vuelta radical la sociedad chilena para que su revolución sea
alcanzada?
mismas; éstas fueron creadas por los personajes que vinieron a conquistar
Argentina, Bolivia era su país, con bellas montañas, hermosos valles; allí habían nacido
y por eso debían amar a su patria, quererla y defenderla. Pero, ¿quiénes son los dueños
de esa patria? Es obvio que ellos no, ellos trabajan para lo que los dueños dicen que es
su patria. Esos propietarios de América ganan a manos llenas a costa del trabajo de sus
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obreros. Lo triste y lo trágico es que aquéllos usurparon las tierras, principal bien, a los
proletariado y aún menor: en algunos países no se reconoce a los pueblos nativos, se los
pueblos indígenas por parte de los estados, la restitución de los bienes usurpados a ellos
sus ancestrales formas de organización políticas y religiosas y que los estados los
que es bien amplia, queremos lograr una revolución primero en la mentalidad de los
educación sean un derecho de todos para lo cual solicitamos que la ley del cobre sea
reformulada y que el dinero que estaba destinado a las FFAA vaya destinado a los
hospitales y universidades del país, pero no a su aparato burocrático, sino a las bases, a
- Cuando tú hablas de reformas, diriges tu mirada al estado más que al gobierno, ¿es eso
- No, no es una equivocación. Los cambios que propugnamos son a la estructura misma
del estado, independiente del gobierno que esté. En este sentido creemos que la
cáscara para luego proceder sobre la pulpa. Es más fácil realizar nuestra revolución en
democracia, porque entendemos que hay participación de todos los grupos políticos
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constituidos, que en dictadura en la cual se reprime cualquier intento de opinión
- ¿Qué opinión te merece a ti como líder del movimiento revolucionario INTI el uso de la
puesto que los grupos de poder si no son presionados, no dan su brazo a torcer. Es la
los grupos de poder no funcionan sobre la base de las conversaciones y, por esta razón,
protestas. No obstante la violencia a veces genera víctimas inocentes, sin embargo uno
aspecto del terrorismo es que acapara la atención de los medios. Si llegas con tu carpeta
de fundamentos a un diario nunca te darán espacio, no sucederá nada, para qué decir de
- Es cierto que las revoluciones se relacionan íntimamente con las utopías, sin embargo y,
en honor a la verdad, ¿no crees que los objetivos de movimiento revolucionario que tú
- Desde luego. Son difíciles de alcanzar puesto que implican un cambio de mentalidad de
todo un país y, de acuerdo a nuestra meta, de todo un continente. Sin embargo hemos
trazado un itinerario revolucionario que consta de etapas o fases. Esta generación tiene
una meta: educar y adoctrinar, nada más que eso. Generalmente en la historia de las
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revoluciones se cae en el error de que las reformas deben hacerse de buenas a primeras.
Por aprendizaje histórico eso es imposible, primero tienes que educar a las masas, al
- Pero en tres o cuatro décadas el comandante Colque puede que esté más viejo o
simplemente no exista.
solos y usualmente no han visto las metas alcanzadas. Yo me hago esa idea: no
alcanzaré a ver la revolución, pero nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos sí. Las
- Comandante, pero ¿cómo controlar que los procesos de una revolución se están
tiempo?
- Nada más que con la preparación de líderes visionarios, redes de acción en todos los
niveles de la sociedad. Debemos poseer una propia filosofía educativa y quienes están
encargados de pensarla y redactarla son los indigenistas que tienen estudios en esta
ecologistas, entre otros; ellos deben liderar con su palabra rectora esas áreas. Nuestra
humanos, tiempos que cumplir y constante evaluación. Si el liderazgo cumple con estas
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- La institucionalidad requiere de estos grupos cierta formalidad para ejercer libremente
con su acción dentro de la sociedad. ¿Es posible que este movimiento revolucionario
- Sí, pero no en primera instancia. Eso llegará cuando el itinerario así lo determine; creo
- ¿Guardan relación filial con algún otro movimiento revolucionario de América Latina?
- Sí. Mantenemos contacto epistolar y, hasta donde es posible personal con compañeros
- El comandante Colque no es más que un indio americano, preparado por la vida para
continente.
- ¿Nada más que eso? ¿No nos hablas de tu vida, quién eres, cuál es tu preparación?
- No, creo que eso no interesa. Lo que importa es que las ideas que nos mueven puedan
Nadine apagó la grabadora y retrocedió un poco de cinta para comprobar que la entrevista
palabras con el comandante. Gómez me preguntó si conocía una taberna a la que pudiera
algunos comentarios halagüeños sobre la ciudad; me habló que habían visitados las playas,
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el valle de Lluta y Azapa, observaron los geoglifos, conocieron Putre y el lago Chungará.
Más atrás empezaban a sonar los primeros discursos de la concentración. Gómez se excusó
y se despegó de mi lado para dirigirse al escenario y desde ese lugar hacer algunas tomas.
platicando con ella hasta que Gómez se le acercó luego de haber sacado sus fotos. Se
- Nandine luego viaja a Nicaragua a entrevistarse con el líder de una facción sandinista–
Carrasco se elevó en la punta de sus pies para contemplar al orador que exponía su
vistazo?
- Claro – le dije.
La multitud colmaba la plaza Colón y las calles aledañas; era una de las últimas
concentraciones oficiales en favor del NO. Como nunca antes en la historia de la dictadura
se otorgaban facilidades para expresar con vigilada libertad el repudio al régimen de muerte
y hambre que imperaba por esos años. Familias enteras asistían, vistiendo poleras y gorros
con los colores del arcoiris, a las reuniones multitudinarias que en un par de ocasiones
movidas por la brisa; en ellas los rostros de Salvador Allende y el Che predominaban en
urdido por las fuerzas oficialistas, el curso que había tomado el proceso indicaba que si esto
así ocurría el pueblo se movilizaría en las calles como nunca antes en la historia del país.
Los ojos del mundo estaban puestos en el proceso que eventualmente podía derrotar al
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dictador de un modo pacífico y participativo, muy distinto al camino que pensaron los
militantes izquierdistas del orbe. Mientras caminaba podía distinguir los rostros de las
personas, sonrientes, sus miradas llenas de esperanza en los cambios que sucederían en el
país. Durante diecisiete años vivieron engañados por un sistema que controlaba radio,
de libertad de toda una generación. Se vislumbraba una pequeña luz en la oscuridad del
túnel, una isla en medio del profundo océano, un rincón de remanso en medio de la tortuosa
cayeron en el camino podría cumplirse de modo cabal. Un poco más allá, cruzando San
Marcos, en la plaza del roto chileno, pudimos contemplar a los muchachos de nuestro
cerca de cinco círculos pequeños liderados por Daniel, Mónica, Gianina, Francisco, entre
otros. Hablaban con convicción, con pasión en los objetivos que cambiarían el destino de
nuestra sociedad. Me recordé de las visitas que realizábamos con Carrasco en las afueras
de los colegios, en torno a una botella plástica en cuyo contenido se preparaba un desabrido
jugo; breves reuniones que tenían por objetivo exponer nuestras ideas en torno a los
Los muchachos del movimiento poco a poco fueron sumando más adeptos a la causa,
compartiendo el mensaje en los lugares donde estudiaban. Y así, casi de un modo mágico e
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en los límites de la clandestinidad. Si observábamos el proceso con alegría y esperanza no
era precisamente porque el hecho de crecer tan rápidamente nos otorgaba prestigio como
discriminación racial. Entendíamos que nuestras historias estaban escritas para producir
causa revolucionaria, quien alguna vez en los albores de su vida había renegado de sus
orígenes, ahora se transformaba en un hombre que aunaba los sentires, las vivencias y las
esperanzas de un grupo importante de jóvenes que creíamos en una sociedad más justa y
humana. Observé los ojos del Negro contemplando al igual que yo la multitud, el grupo de
jóvenes revolucionarios que estaba a su cargo; sentía como mi corazón también lo hacía el
peso del momento histórico por el cual estábamos atravesando. Estos momentos nunca se
para toda la vida; era un momento tan bendito que prefería no pensar más allá de él; seguro
comprobé cuando se dirigió a un banco y se inclinó sobre sus muslos con las manos
dispuestas en su cara.
- Tito, todo será tan difícil en el futuro. Los revolucionarios mueren solos,
incomprendidos. Mira el caso de Jesucristo, o el del Che – despejó las gotas de su cara
- No te pongas grave, Tabo. Nos queda una vida por delante y, si fracasamos, al menos
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- Ese es mi problema: no pienso en el fracaso – tosió, sacó un trozo de papel higiénico y
se secó el rostro – Ve tú cuántos empiezan con nosotros y cuántos son los que
verdaderamente terminarán.
- Tabo, el futuro no te pertenece. Hay que vivir la vida intensamente como si el último
día fuese hoy, disfrutar lo que se está viviendo. ¿No es todo hermoso? Que hayamos
sufrido cuando pendejos, que las burlas hayan forjado tu carácter, que de acuerdo a eso
empieces a escribir y tu pensamiento sea conocido por centenares de jóvenes que más
encima adhieren a ellos. ¿No te parece motivo suficiente para estar contento? – Tabo se
- Negro, no te entiendo, ¿por qué dices eso? Eres joven, tienes toda una vida por delante
seguro que tienen mis escritos y libros artesanales. Es cierto que estamos cerca de
recuperar la democracia, pero no es menos cierto que aún estamos viviendo en los
últimos días de una dictadura agónica, pero dictadura al fin y al cabo – el mitin
- Nuestro grupo tiene una comisión de contrainteligencia. Por favor no lo digas a nadie.
Esto lo saben muy pocos activistas – Carrasco observó alrededor y bajó un poco el
volumen de voz- Han estado espiando nuestra sede; estuvieron frente a casa de Gianina
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el día en que celebramos el cumpleaños de Franco, nos persiguieron cuando
caminamos por avenida Tucapel y luego por Libertad. Ellos llamaron a la patrulla de
carabineros para que nos detuvieran. ¿Tú tienes contacto con alguna persona de la UDI
por el sí?
Miré a los ojos de Carrasco y quedé estático frente a la declaración. Nada más había visto a
Ivonne, que pertenecía a ese partido, en dos ocasiones: la noche que nos reencontramos
después de años y esa misma tarde, cuando fui a visitarla a su modesta vivienda.
Efectivamente mis pasos estaban siendo controlados de algún modo. Reconocí el hecho con
- Sí, Negro, tengo una amiga que es pinochetista. Te lo iba a decir, pero las cosas no se
dieron – bajé la vista algo avergonzado. Nuevamente le miré a los ojos – Es Ivonne,
- ¿Ivonne? – pensó un momento, arrugando la frente - ¿No es la niña que nos gustaba y
- Claro, ella – dije con simpleza, pensando que algún rencor del pasado podía surgir en
nuestra relación – Hace un par de días la divisé en un stand del SI, me pareció cara
conocida pero seguí caminando; ella fue detrás de mí, me llamó y nos pusimos a
conversar. Hoy fui a su casa – miré el rostro de Carrasco, quise notar algún gesto que
Sentí que aquél no le era indiferente y que con mi declaración abría un cofre cerrado
por años en algún rincón de su corazón. Tragué saliva y bajé la vista; en mi mente
maldije al destino. Cómo era posible que de nuevo mi amigo siguiera sintiendo algo por
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ella aun cuando habían pasado los años, ¿es que acaso no podía fijar sus ojos en otra y
dejar libre mi opción de poder amarla? ¿Volveríamos a repetir la trágica historia que
- Siempre me acordaré de ella – respondió clavando sus ojos en los míos. Apreté la
Un suspiro de alivio que salió de cada uno de mis poros prosiguió a sus palabras.
Sonreí de felicidad.
- En realidad no mucho – le expliqué la historia que me había narrado horas antes Ivonne.
Nos abrimos paso entre la infinidad de cuerpos que colmaban el lugar- Ahora vive en
una casona antigua en la calle San Marcos. Su madre arrienda una pieza ahí.
- ¿Es de la UDI por el sí? – preguntó mientras nos aproximábamos al grupo en que
encontraba Savka.
- Claro, pero no tiene muchas convicciones. En realidad simpatiza algo con Pinocho,
La chica platicaba con dos muchachas de alrededor de diesiséis años. Eran muy bellas y de
con un beso en la boca; me incomodé puesto que si Gianina estaba cerca y contemplaba
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esas demostraciones de afecto seguro haría un acto de celos en el lugar. Me acerqué a la
amigas. Platiqué tibiamente con las muchachas de temas livianos en tanto el Negro tomaba
las manos de su andante y la abrazaba; ésta reía y lo miraba a los ojos, luego recostó la
ubicar con mi vista a Giani con la idea de detenerla, distraerla, de modo de que no
comprobara con sus ojos que el hombre a quien amaba estaba con otra mientras éste
proseguía con sus demostraciones de romanticismo extremo. Fue tal el miedo que me
despedí del grupo y de Carrasco haciéndole señas, indicándole que volvía enseguida y fui a
buscar a Gianina para estar un rato con ella, cerciorándome de que no se fuera a pasear por
el lugar. El acto continuaba con el discurso del presidente regional de la Central unitaria de
banderas por el paseo peatonal Bolognesi. Cruzando San Marcos me encontré con Jean
- No sé, creo que se fue a meter al medio, ahí está la mayoría del movimiento – le
Me dirigí hacia allá raudo, oteando mi entorno con la posibilidad de que ella estuviera cerca
del trayecto que realizaba. Observé, de pronto, al grupo en el que se encontraba el Negro y
para mi sorpresa éste, abrazado de Savka, conversaba con Gianina. Denotaba preocupación
aquélla que se encontraba de espaldas a mí. Mi amiga movía sus manos, Carrasco parecía
decirle cálmate y ésta prosiguió hasta que apuntó con el dedo al comandante y se dio media
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vuelta con el rostro enrojecido y una mueca de ira en los labios. Corrí a su encuentro;
- ¿Qué pasó?
- Ese hijo de puta me engaña – apretó las manos furibunda y cambió de dirección,
caminando hacia el puerto. Intenté ir detrás de ella - ¡Alberto, por favor no me sigas,
quiero estar sola! –la agarré del brazo enérgico; silenció sus gritos y me miró
- ¡Oye hueona qué quieres conseguir con todo esto; no eres una pendeja de diez años! –
dije enfurecido poniendo mi rostro a centímetros del suyo. Arrugó su cara y lloró como
Pasó así largo rato, recostaba en mi pecho, en medio de la plaza. La gente empezaba a hacer
abandono del lugar en tanto los parlantes reproducían desde un toca casette el vals del NO
interpretado por Flor Motuda. Desde lejos divisé a Carrasco que se acercaba; le hice señas;
debía volver pronto a casa, sin embargo vi tan afectada a mi amiga que mientras seguía
llorando la invité a caminar por la plaza Vicuña Mackenna, a un costado del morro, hasta
llegar a la costanera, donde hacía muchos años había besado por primera vez a Ivonne. La
noche estaba tibia y las luces de los postes que iluminaban la costanera y la Isla del Alacrán
se reflejaban en las breves ondas del mar. Atrás quedaban los gritos, la multitud
esperanzada, los carteles con mensajes contra Pinochet y su dictadura. El mar y su aliento
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helado nos recibieron pacientes, afables; sentimos que el espacio era sólo nuestro y nos
vistas la ciudad con sus rumores de autos y gentes. Gianina dejó de llorar y se sentó en la
baranda observando el oscuro mar, el faro instalado en el islote, los veleros que se movían
con dulzura en las orillas del lugar. Con la manga de su chaleco secaba sus lágrimas y
asumí la lucha que llevo con pasión. No me gusta verte triste, tú lo sabes Giani.
- Disculpa. Soy super impulsiva. Me dio rabia ver al Negro con esa mina; es tan cuica,
hasta a veces creo que es una momia disfrazada de izquierdista – sacó un pañuelo y se
- Gianina, el Negro así como tú, como yo, como el Dany, el Jean Pierre o quien sea tiene
ni disponer de ella.
- Es que él es el que me da esperanzas; dice que lo nuestro podría ser algún día, que igual
le gusto un poco, cosas así –Gianina botó al mar el papel que tenía en sus manos; éste
- Amiga, él tiene miedo – cubrí su mano con las mías. Una brisa helada nos golpeó; el
cabello de Gianina se movió dócil, como las algas sobre la superficie del océano –
profundo de su corazón que eso suceda – observó mis ojos; apretó sus mandíbulas,
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quiso introducir al llanto; entonces la abracé y acaricié su pelo, golpeé suavemente con
mi mentón su cabeza- Giani tú eres muy valiosa para él, te admira tanto...
- Ambos son demasiado parecidos. Tú y él son líderes natos, son capaces de convocar
- Claro. Ella es super piola, no mata ni a una mosca. Tranquila, quitada de bulla,
complaciente; muy diferente al Negro – dejé de abrazarla y tomé con mis manos su
- Claro.
- Estos días volví a encontrarme con quien fue el gran amor de mi infancia, ¿te acuerdas
que una vez te lo conté? – Sonreí; pronto las imágenes vividas junto a mi amada en ese
lugar hacía muchos años volvieron a revivir; el mismo aire marino despertó el aroma
Aquella noche conversamos y reímos largo y tendido hasta las tres de la madrugada sin
percatarnos de que las agujas corrían, persiguiéndose una a otra, a nuestro pesar. Aunque
sentimos un poco de frío, el cual capeamos caminando hasta la playa El Laucho y un poco
de sueño (varias veces detuvimos nuestras conversaciones para bostezar), pudimos vivir el
apoyarnos el uno al otro sin esperar retribuciones de ningún tipo a cambio. Deseé haber
tenido una hermana como Gianina, tan divertida y ocurrente a ratos, tan seria y radical en
otros. No dejaba de ser la niña tierna que había conocido hacía cuatro años antes, sentada
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en un rincón de la sala, usando un moño alto, cargando un bolso artesanal; esa alumna que
se atrevía a hacer preguntas difíciles a los profesores y a contrariarles enérgica toda vez que
- Y ¿de qué colegio vienes? – me preguntó con voz chillona y algo burguesa.
- De una escuela que queda en la población Chile. La D –17 –dije algo compungido - ¿Y
tú?
con dos o tres diarios y los ubicó en su mesa; el resto del curso acudió a mirarlos.
- Seguro que trajo los diarios de hoy. Ayer en Santiago hubo un terremoto; quedó la
crema – sentenció con los ojos entrecerrados y cierto aire de soberbia que me descolocó
- No – respondí seco.
- Yo sí, un tío que es abogado. Permiso – se levantó y partió a mirar los diarios que había
por Juan Noé a Mackenna o esperarla en la esquina de Noé con general Lagos pues no me
gustaba llegar temprano a casa. Despejaba mi mente cruzando el parque Ibáñez y desde
lejos contemplaba los autos a pedales a los que acostumbraba a subir cuando pequeño;
enseguida caminaba por Colón y divisaba los productos importados que se mostraban en las
vitrinas de las ferias. A veces compraba pululos a las cholas que se apostaban en la esquina
de Chacabuco con Colón y solía caminar hasta dieciocho, entre bolsas de mercadería y
peruanas con sus típicos awayos en las espaldas que cargaban críos o productos. Los
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televisores de las estanterías de las importadoras transmitían los partidos de las
paso a los transeúntes. Fue durante esos días que papá compró un televisor en colores
debido a que el aparato arreglado por Josué, al cual debía verse con las ventanas cerradas,
evitando cualquier reflejo de luz, no funcionó más y terminó en manos de una cholita que
- Casera, ¿cuánto me das por este televisor por arreglar? –le dijo mi madre una mañana.
- Puis caserita, no está muy bonito que digamos – la peruana se agachó a mirar. Vio el
televisor y sintió lástima del aparato: abierto, con un par de perillas menos, ostentando
Josué llegó horas después con un hambre de los mil demonios, abrió la olla para comprobar
que mamá había cocinado papas a la huancaína con pollo al jugo y él la abrazaba
agradecido, por fin una comida que me gusta, y en tanto se sacaba la corbata y el pantalón
para quedar en calzoncillos y camisa, sacó un pedazo de pan y lo untó en la crema que
mamá preparó, cabro cochino, no puedes sacar con una cuchara, se dirigió a la sala y al
ver que la frazada que tapaba la ventana no se encontraba en su lugar fue corriendo a su
pieza y desarmó la cama que mamá solía hacer, extrajo de ella una frazada antigua, gruesa
y la colgó con cuatro perros de ropa que acostumbraran a quedar en el alambre que sostenía
la cortina. Luego del trámite se arrojó de estómago en el suelo, frente al mueble que
encontró vacío, sólo con los rastros de tierra, un par de monedas, tres o cuatro cáscaras de
naranja, un lápiz de carbón, chucha acá estaba la hueá, y una tapa metálica de Coca Cola.
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- Se la cambié a una peruana por un balde de plástico – respondió indiferente.
Los días que siguieron a ése Josué, enojado por la transacción realizada por mamá, apenas
- Josué, esa mugre apenas se podía ver – yo defendía a mamá y trataba de consolar a mi
- Y tú le crees; eso sucederá el día en que le paguen a los bomberos – respondía enojado.
Sin embargo Josué esta vez se equivocaba. Un camión de la casa comercial DIN irrumpió
comprar al terminal Asocapec. Un tipo malajestado vestido con un overol azul, golpeó la
reja con una piedra y luego gritó. Josué escuchaba un casette de Los Prisioneros y releía
una revista de historietas japonesas mientras comía pan con mantequilla. Repetía a cada
rato, puta, estoy aburrido, sentado en el piso de madera. Los conejos metían bulla en el
patio; sintió los golpes y gritos allá afuera. Pensó decirme que me dirigiera a atender, pero
yo dormitaba encima de mi cama cubierto con una sábana. Salió del cuarto enojado,
maldiciendo.
- Te apuesto que de nuevo son los Testigos de Jehová; huevean todos los sábados –
rezongaba mientras mojaba su cara, el pelo y vestía una polera rota. Se dirigió al portón
que apenas lograba sostenerse por lo antiguo y por lo miserable de sus estructuras –
- Venimos a dejar un televisor – un joven bajito y de barba cargaba una caja mediana que
había bajado del camión hacía unos minutos. Dejó el bulto en el suelo.
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- Chucha, el viejo no estaba mintiendo – dijo en voz baja mi hermano- Sí, jefe, déjelo no
más.
Luego de firmar un par de hojas y despedirse de los tipos, Josué entró corriendo con la caja
en las dos manos. Tomó un cuchillo de entre los servicios de la cocina y procedió a romper
las huinchas y cintas adhesivas que rodeaban la caja con la desesperación de un tipo que no
ha comido en una semana y encuentra una caja repleta de víveres. Me pidió que le ayudara
en sus ángulos. Extrajo éstos y llevó el aparato hasta el mueble donde solía descansar el
anterior. Ubicó y desplegó la antena que refulgía con la luz que se colaba de la ventana,
- Oh, qué mortal; cáchate Alberto, se ve clarito y con la ventana abierta – exclamó
sorprendido mi hermano en tanto observaba aquel televisor color catorce pulgadas que
papá había adquirido para ver las eliminatorias al mundial. Enseguida conectó los
verán los canales peruanos – y movió los cables con cuidado hasta conseguir una tenue
Esos días Gianina apareció en el liceo con unos periódicos izquierda: Fortín Mapocho;
Revista Análisis y Apsi. Me los prestó para que los hojeara, pero ten cuidado, que la profe
no te vaya a cachar, y ¿por qué tanta cuática?, le decía y ella, lo que pasa es que son
terminarlos de leer se los pedía prestados; pero guárdalas bien, tus viejos son pinochetistas
tanto escuchaba radio Nacional que programaba música romántica, me quedaba leyendo
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hasta la una o dos de la madrugada el material, conociendo noticias que no aparecían en
radio, televisión o en los diarios. A veces hasta pensaba que lo que en esas páginas
alcanzaban a reportar los medios a los cuales yo y mi familia tenía alcance. Allí me enteré
de que el gobierno al cual honraba torturaba a los contrarios a sus ideas; en esas páginas
burdas, con fotos en blanco y negro supe de las matanzas luego del golpe militar del año
73, del vil fraude en el plebiscito de 1980 donde no existían registros electorales y los votos
eran escrutados en las municipalidades por gente cercana al régimen, de los miles de
exiliados que no podían retornar a la tierra que les vio nacer sólo por el hecho de pensar
envolvió con sus brazos arrolladores; me preguntaba quién mentía y quién decía la verdad y
en eso pensaba mientras veía sesenta minutos, las cadenas nacionales en las cuales el
dictador hablaba y los medios obligatoriamente debían conectar su señal o veía los titulares
de los diarios cada mañana al dirigirme al liceo. Hasta que un día sábado por la noche,
mientras veía televisión con Josué y éste ajustaba la antena para lograr una mejor señal de
algún canal peruano, nos encontramos con un reportaje sobre el gobierno de Pinochet
- Tito, te apuesto que en el otro canal peruano están dando “Risas y Salsa” – intentó
reportaje que mostraba con imágenes inéditas lo crudo y sanguinario que había sido el
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foto de la Junta militar que colgaba de la muralla ubicada a un costado de la cama de
Josué.
- Hijo y, ¿por qué sacaron eso si se veía tan bonito? – preguntó mamá con un gesto de
desazón en el rostro.
- Pondremos unos pósters de Los Pecos y Yuri, mamá, es eso – respondí, elaborando una
Gianina varias veces me invitó al partido en el cual también militaba Francisco Montoya,
sin embargo me rehusaba a pertenecer a alguno debido a que nunca fui demasiado amistoso
y aún cargaba en mis espaldas el peso de mis complejos de infancia. No obstante ella
seguía prestándome material, música, me mantenía al tanto de las noticias que acontecían
militares y Pinochet, pues mintieron burdamente a toda mi generación con sus trasnochados
- Es tarde, debo irme – expresó Gianina; apenas abría sus ojos de tanto sueño y me
- Sí.
- Sí, claro, no hay problema – respondió y se levantó. Las olas del mar golpeaban con
suavidad en la orilla; caminamos por la avenida costanera hasta la calle San Marcos y
luego de esperar veinte minutos, hace un poco de frío, puta que se demora en pasar la
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cagá, nos subimos a un taxi. La noche silenciosa y oscura nos contagió de sueño
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PARTE CUATRO
La abuela falleció un día viernes en la tarde cuando llevaba a cabo su siesta acostumbrada,
después de almuerzo. Mi padre la dejó con vida cuando la fue a ver antes de dirigir sus
pasos al mercado y, de vuelta, la anciana había dejado de respirar y tenía los ojos cerrados
como si estuviese durmiendo y en medio de ese dormir, soñara con la tierra que le vio
crecer, sus chacras y sus animales pastando en cerros verdes de alfalfa. No se percibía en su
arrugado rostro señal alguna de sufrimiento; su brazo derecho aún poseía la curvatura que
solía formar para que su pequeño perro durmiese ahí. Papá extrajo un espejo de entre los
complicidad a ellos.
Mamá se dirigió al cuarto en que Josué y yo leíamos y nos dio la noticia con simpleza, sin
interrumpido levemente por pequeños alaridos de inquietud lanzados por Chiri que percibía
que su ama no movía su esquelética humanidad siquiera un poco. El animal bajó de la cama
- Se fue la viejita - dijo papá y lloró como solía hacerlo, sin derramar lágrimas.
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Días antes le habían desconectado el tubo de oxígeno cuya mascarilla usaba de cuando en
quirquincho transparente por lo cual la sacaba de su cara cada vez que podía. Así uno de los
días que antecedieron a su deceso comprobó que no la necesitaba y que podía respirar sin
ella aunque con cierta dificultad. La dejaron hacer dicho desarreglo, pero si viene el médico
cigarro en la boca de Equeco hasta que éste se lo consumía; luego deshacía las cenizas
esparcidas en el mueble con sus dedos arrugados y chuecos. Apenas sí comía y sus platos
hinchazón, diarrea y vómitos. Debía conformarse con las cremas de verduras que le
preparaba mamá como si fuese una impúber de escasos años. Los tíos la venían a ver y se
quedaban toda la tarde conversándole de cuando era una mujer fuerte que pastaba el
ganado, cosechaba los sembrados, hilaba lana de alpaca y cocinaba tan sabroso. Ella reía,
luego tosía y los hijos, mamá no se agite mucho, en tanto los bisnietos gateaban de un
extremo a otro del piso de tablones y recibían en las manos y rostro las caricias de la lengua
juguetona de Chiri. La abuela fue feliz en sus últimos días recordando el campo que le vio
nacer y no sacaba de su mente la imagen de un pueblo alegre, con niños que corrían a
esconderse tras los cerros y sembrados de maíz, ven aquí a tomarte tu leche, carajo, con
despegaba del cuadro vivo de las chacras en todo su verdor, siendo regadas por el agua de
la vertiente que corría como una culebra por los canales secos de los sembradíos. Seguro
abundaban en sus sueños los inviernos con lluvia, nieve y truenos y sus maratones a buscar
a sus llamos en compañía de los hijos mayores, si Romualdo estuviera aquí, y guardarlos en
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corrales para que la nevazón no los consumiera de frío y humedad. Los hijos decidieron no
contarle lo que sucedía allá arriba, que ya nadie quiere quedarse a cuidar los terrenos y
todos han bajado a la ciudad, que los llamos se están muriendo de a poco pues los
pastizales se están secando ya que no ha llovido en meses, que los nietos se avergüenzan
de decir que son indios y cuando queremos llevarlos al interior prefieren quedarse en casa
viendo televisión o jugando al fútbol. Si debían introducirla al cielo en vida preferían que la
awicha se llevara a la presencia de Dios esa imagen del altiplano colmado de vida y
presente del pueblo aymara, novelada con historias de abandono y olvido a los fundamentos
ancestrales.
El cuerpo de la abuela descansaba con las manos a ambos costados y su pañoleta de seda
verdosa en la cabeza. Mamá había cubierto aquél con un tul para que las moscas no se
posaran allí. Así lo vio el médico y sus asistentes cuando llegaron en una ambulancia del
que estaba demasiado viejita y su muerte se había producido por problemas propios de su
presentes con una venia cordial. Minutos más tarde fueron llegando los tíos, primos y
inclinaban su cabeza en señal de tristeza, era tan buena la abuela, si pareciera que está
para darle un beso o a apretarle un brazo de modo que despertase y los primos y tíos no, la
abuela está muerta, carajo. Papá le comentaba con voz suave y melancólica los últimos
minutos de la abuela, de que la había dejado con vida y luego de regresar del mercado la
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viejita ya había partido, que apenas tuvo que cerrarle los ojos a la fuerza pues se fue en el
sueño, sin sufrimiento. Estaba tan anciana que todos comprendían que el advenimiento de
su muerte estaba cercano; por eso nadie hizo gran escándalo y quienes llegaban hasta se
alegraban de que la abuela hubiese partido de modo tan angelical y pacífico. Los tíos,
primos y los hijos de éstos se iban retirando de modo gradual e iban apareciendo otros
madre se quedaba con ellos explicando lo que antes contaba tan apacible mi padre en tanto
éste con los tíos y algunos primos hacían los preparativos del funeral subidos a la
camioneta del tío Encarnación. Josué, quien nunca fue tan cercano a la abuela, partió triste
con el fin de llamar por teléfono a Gianina y explicarle que la hora de la abuela había
llegado.
- Claro, esta tarde, papá la encontró como durmiendo, vieras tú, tan bonita, como si
estuviera descansando – seguí llorando y corté. Luego caminé por las calles de la
población con la mirada nublosa, sin tomar un rumbo definido, sin un pensamiento
Habían sido días complicados para el movimiento. La policía días antes incautó cincuenta
ejemplares del libro de ensayos del Negro en el complejo fronterizo Chacalluta los cuales
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fueron catalogados de material subversivo. La noticia apareció en los medios de la ciudad y
el país. Desde ese día el movimiento dejó de reunirse en la sede alquilada para tal efecto y
que un tipo la observaba con binoculares desde su auto estacionado mientras compraba en
al momento de salir de su casa a hacer algún trámite, esto después de que dos individuos le
siguieran de a pie en el trayecto del liceo al paradero en el que tomaba locomoción para
retornar a casa. La comisión de inteligencia del movimiento, asimismo, informaba que los
causa que llevábamos, nos fortalecían y producían en nuestras relaciones mayor cohesión.
La novia de Carrasco, también por esos días, tuvo un rol más participativo en el
movimiento luego de que el Negro conversara con Gianina respecto de sus sentimientos y
revolución por el bien de la causa justa que llevábamos por bandera. Savka se encargó de
liderar el brazo artístico de INTI, agrupando a los muralistas, músicos, actores y poetas
comprometidos con nuestra lucha. Horas después de que se supiera del decomiso del
material doctrinario, Carrasco se dirigió a mi casa. Era cerca de las diez de la noche y yo
escribía una tarea de Historia tomando un café, con mi radio a pilas junto al cuaderno.
Mamá me dio el aviso que Tabo me buscaba; éste había cruzado el patio y se encontraba en
temas diversos en el living y luego salimos a la calle a platicar en voz baja. Enseguida
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caminamos por las calles oscuras en las que jugábamos cuando pequeños y buscamos
- No sé, compadre, no sé. Es tan difícil entender a las hembras – llené mi boca con aire,
mis mejillas se inflaron y luego soplé hacia arriba; el aire movió parte de mi pelo.
- No, lo que pasa es que creía que ella seguía sintiendo lo mismo que yo. Me decía que la
fuera a ver y todo –hice una pausa; pasaban dos tipos con una bolsa que llevaba dos
botellas de cerveza, nos pidieron cigarros- Y un día llegué como a tres cuadras y cacho
- Me quedé viéndolos ubicado tras un poste, pa que no me sacara el rollo – reí con un
- Puta Tito, y ¿eso no te da una buena señal de la mina? – me palmoteó la espalda, como
- Es que eso no es todo – me detuve y jugué por un instante con una ramita que encontré
en el suelo- Al otro día la fui a ver, tratando de no mencionarle que el día anterior la
- Ya...
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- Y estuvo ida, pensando, super preocupada de no sé que cosa. Después de un silencio me
dijo seca y con un poco de lágrimas: Alberto, por favor no me vengas a ver nunca más.
Ivonne, apoyada en el umbral miraba a ambos lados, inquieta, nerviosa. Yo frente a ella,
ocupando un espacio de la vereda, quedé estático frente a su declaración. Pensaba que todo
iba bien; los días luego del reencuentro conversamos mucho, caminamos en compañía de su
hija por las calles cercanas; yo jugaba con Camila y ella reía mientras la tomaba entre mis
brazos. No conversamos de sentimientos pero vertimos éstos en cada una de las palabras
que pronunciábamos o en cada acto que solíamos realizar. Me inundó la perplejidad y luego
la ira. No quería contarle que ayer me la había quedado viendo tras del poste mientras
conversaba con ese tipo de bolso verde; no quise buscar la discusión, mal que mal Ivonne y
- Ivonne, está bien, pero quiero saber por qué – le dije mirando a los ojos.
podemos seguirnos viendo y punto; algún día te lo diré – respondió con los ojos
llorosos. Pasó los dedos sobre sus mejillas; luego continuó inquieta mirando alrededor.
- Ivonne debe haber una razón de peso. Cuéntame, ¿hice algo que te ofendió? ¿No
- Alberto, entiende, no es por algo que hayas hecho o algo que no hiciste. No quiero
hacerte daño; por eso es mejor que no nos veamos, al menos hasta un par de años más –
- Lo que pasa es que tienes a un hombre que te viene a ver. Tú lo amas, es mejor partido
que yo que soy pobre, indio y más encima izquierdista – apreté los dientes, traté de
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detener el llanto, soberbio. Me miró a los ojos y nos mantuvimos durante varios
- Es cierto que él existe en mi vida, pero no lo amo; te pido que nos dejemos de ver
porque yo te amo a ti – Lloró y corrió a mis brazos. Allí humedeció con sus lágrimas mi
Por un lado decía amarme, pero por otro que no deseaba verme más, ¿qué hombre acepta
una mentira de esa magnitud? Me despegué de sus brazos con fuerza, caminé por calle San
Marcos hacia el centro, en tanto escuchaba los gritos de Ivonne pronunciando mi nombre y
luego un lloro desgarrador que se perdía entre los ruidos del tráfico, de los niños que
- Gustavo, dime, ¿qué pasa? – lo que vivía en ese minuto era una especie de película de
enredos.
angustiado corazón. Luego bajó el volumen de la voz y habló casi en susurros, pero
enérgico- Tito, nuestra inteligencia ha estado investigando a Ivonne. Ese culiao que la
va a ver es un oficial de carabineros. ¿Cierto que tenía el pelo corto y usaba un bolso
- El conchesumadre ése anda baboso por tu mina y el hueón sabe que tú la amas porque
tiene contactos con la CNI – Carrasco me tomó el rostro con las dos manos, me habló
como si fuese un padre- Tito escúchame: Ivonne te dijo eso porque el tipo la tiene
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nada. Sería una especie de crimen perfecto – Carrasco se detuvo; yo empezaba a llorar
Luego de escuchar a mi amigo uní en mi mente las escenas vividas junto a Ivonne; lloré
por largo rato, ignorando las palabras de consuelo que Carrasco me pronunciaba al oído.
Había sido tan injusto con la mujer a quien amaba, tan tosco; no comprendía que
efectivamente ella sentía algo por mí y deseaba que nada malo pudiera acontecerme. Me
arrepentí mil veces de haberla tratado de esa forma como si fuese una cualquiera. Era
posible que nunca me perdonara y desapareciera de mi vida para siempre. Habían sido
tantas jornadas con su imagen en mis recuerdos, tantas noches de novelar historias con su
presencia a mi lado en lugares paradisiacos, que me costaba pensar cómo sería la vida sin
no supe cuánto rato había pasado; al parecer quedé dormido en el pasto mientras lloraba.
Miré a sus ojos y sonrió; sentí que amaba a Gustavo con amor entrañable, con un amor más
fuerte que el que se puede profesar a un amigo o más profundo que el que uno entrega a
una mujer.
- Acaban de decomisar mis libros de doctrina – me dijo Tabo con cierta pena – Se
suponía que venían muy bien escondidos entre libros de literatura universal y de
ciencias exactas.
- Chucha – lo lamenté; era uno de los primeros grandes golpes al movimiento – Pero
- Un soplo, nada más que un soplo – el comandante bajó la vista, tomó un puñado de
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- Pero, ¿quién, Tabo, quién pudo ser? – cuestioné, triste.
- No quiero pensar mal, pero la semana pasada los milicos detuvieron a Lizardo
Rodríguez – hizo una pausa; unos fumones se ubicaron en el otro extremo de la plaza y
se dedicaron a drogar y a compartir una caja de vino tinto envuelta en una bolsa negra-
Salió luego de dos días sin ningún rasguño. Precisamente después de eso han vigilado a
la Gianina, a ti, a mí y ahora confiscaron los libros con nuestras ideas. Es sospechoso.
- ¡Maricón! – Exclamé con rabia. Sentí algo de miedo por lo que podría pasar en los días
siguientes- Gustavo, ¿has pensado que podría suceder este domingo después del
plebiscito?
- Si gana Pinochet es sospechoso pues las encuestas dan por ganadora a la opción
conteo de los votos y todo lo que suceda. Si ellos ven algo raro obviamente irán
avisando a las bases para organizar al pueblo a un acto multitudinario en los días que
sigan.
- Si gana el NO y el dictador reconoce ese triunfo, ¿qué pasará con nosotros? – pregunté
exponer nuestras ideas y seguro que podremos hacer proselitismo de la causa sin tener
- Quiero saber cuándo podré ver de nuevo a Ivonne - dije con la mirada prendida en el
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- Tito, nuestra prioridad es la lucha que nos mueve, lo personal viene después –respondió
- ¡Para ti es fácil decirlo, tienes a tu mina al lado; mírame: amo más que la cresta a
Ivonne y nuestras vidas están en peligro al punto que no podemos vernos! –le quedé
mirando a los ojos-¡Es fácil decir te amo cuando todo va a tu favor!- Bajé la vista, no
- Alberto, no seas injusto, ¿he reclamado alguna vez por el hecho de que mi padre está en
la cárcel, porque mi madre se fue con un tipo o por que mi hermana se prostituye en
- No, Tabo, claro que no – respondí dócil tratando de calmar los ánimos caldeados de mi
amigo.
- ¿No te parece justo poder tener a alguien que me quiera y que me apoye en medio de la
lucha? Cada quien lleva la cruz que sus espaldas pueden soportar– arrugó su cara,
introduciéndola al llanto.
Gianina, Tabo, Savka, Jean Pierre, Francisco, Vanessa, Daniel y Mónica llegaron en la
noche de aquel día viernes tres de octubre cerca de las diez de la noche. Traían un arreglo
floral confeccionado por la misma Giani el cual carecía de designación pues luego de
El féretro de la abuela había llegado hacía un par de horas y la familia decidió ubicarlo en
el living para lo cual papá y los tíos sacaron los sillones, muebles y adornos y sólo dejaron
la alfombra y algunas sillas que dispusieron alrededor del elemental cajón. El aire olía a
claveles y rosas allá adentro; el rostro de la abuela se percibía bajo el cristal de ataúd como
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la faz de alguien que duerme en las aguas de un profundo sueño, exento de toda bulla e
indiscreción. Afuera los primos y tíos descargaban de la camioneta del tío Encarnación
sacos de arroz, azúcar, jabas de cerveza, dos corderos, chuicas de Pintatani, cajones de
tomates, papas, lechugas, tarros de conservas y otros productos los cuales ubicaban en un
allá adentro.
- Tito, perdona, pero ¿qué onda? Parece fiesta – preguntó asombrada Gianina.
- Los funerales aymaras son así – respondí mientras mamá nos servía un poco de bebida
y un par de galletas.
El perro Chiri caminaba de un lado hacia otro de la casa, cruzaba entre las piernas de los
asistentes, mostraba sus dientes pequeños y gruñía a quienes se acercaban al ataúd, luego se
lamentaba con esos gemidos agudos que solía elaborar cada vez que una tía o mamá lo
retaba.
- Ah, perro, calma – entonces se quedaba echado en las bases de los cirios, como si
supiese que su ama estaba aún ahí, esperando que él la defendiese de los extraños.
Papá había discutido con los tíos sobre el destino de la mascota que acompañó a la awicha
en los últimos lustros de su vida y, pese a que era horripilante, en aspecto mezcla de varios
bichos con resultado indeterminado, cada quien quería conservar al animal pues él llevaba
grado de inquietud; seguro captaba que aquel día la abuela durmió más de la cuenta, que
sus manos no le prestaron las caricias cotidianas que solían aliviar los ardores de sus
escaras, que la casa se encontraba atestada de gentes extrañas que conversaban en voz alta,
aunque su ama estuviera durmiendo, que había sacado a la vieja que le daba de comer en su
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mano metros más adentro y le ubicaron en un salón iluminado, distinto al cuarto elemental
con murallas derruidas y piso de tablones polvorientos. No podía observarle desde abajo,
sólo lograba contemplar un rectángulo oscuro, seis ampolletas amarillas y una cruz plateada
refulgir con la ayuda de los haces de luz que recibía. Entonces, seguro, deducía que la
abuela estaba allí adentro y ladraba un poco, despegándose breves centímetros del suelo y
los visitantes primero, saquen ese perro, que está ladrándole a la difunta, y éstos luego que
algún tío les explicara la historia del perrito lo dejaban gruñir todo lo que quisiera, pues
viaje al regazo del Padre. Era el mismo animal que alguna vez encontraron comiendo
basura cerca del terminal agropecuario y que recogieron para llevárselo al altiplano y la
abuela, han sabido traerme este perro tan chiri, y de primeras lo aborrecía, hasta que
comprobó que ese animalejo mal parecido desafiaba a los llamos que osaban salirse de la
manada o despejaba con su hocico las acequias cubiertas de ramas o piedras lodosas que
impedían que el agua circulara libre. También acompañaba a su ama en las largas caminatas
que hacía a los cerros, perseguía a los ratones que acechaban los sacos con legumbres, y
lamía los pies de la anciana toda vez que tuviera heridas que pudiera ayudar a cicatrizar con
su lengua prodigiosa. Chiri era un animal completo y la fealdad con que el destino le había
Las tías y mamá, luego de que los primos y tíos descargaran el centenar de kilos de verdura,
preparar picante de gallina en una olla de propiedad de la tía Alberta, que fue cargada por
su esposo Poncio quien apenas se la podía puesto que el tamaño del elemento casi le
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- Tío, mejor se baña en la tina de mi casa - los visitantes rieron a carcajadas; el tío hizo
En la cocina mis tías ya picaban y cortaban la cebolla con destreza, mientras las papas se
sancochaban con cáscara en dos o tres ollas grandes; tía Fede se encargaba de cocinar la
gallina, luego deshuesarla y despellejarla; tía Alberta preparó el arroz graneado – rayar
zanahorias, una pisca de orégano-, por ahí otras dos cocineras, esposas de primos mayores,
pelaban y molían locoto en pequeñas máquinas prensadoras, cuidando de que las pepas no
saltasen a sus ojos ni les cayesen mucho en las manos, porque viera usted cómo arden
casera, repetían las señoras del mercado y por ahí que depositaban la cebolla picada en otro
espolvoreaban el ají de color, los aliños diversos, la sal, los caldos para cocinar y el aderezo
empezaba a expandir su olor delicioso por los rincones de la casa incluido el salón en el que
se velaba a la abuela quien para los efectos de su muerte expresamente había solicitado a
sus hijos realizar exequias como Dios lo mandaba, con animales sacrificados, mucho trago
momento de ser sepultada. Si los indios eran medio melancólicos para vivir y realizar sus
convocar todos sus hábitos carnavalescos y verterlos con rigurosidad en los funerales de sus
para que pudiesen alegrar el alma perdida del difunto soplando las tarcas con pasión
desbordante, servir licor como si se estuviese en frente de un festejado más que de un pobre
finado que dejaba la tierra para continuar con su existencia en las moradas misteriosas que
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Gianina, sentada en un extremo de la sala junto a los demás muchachos del movimiento,
había disipado de sus ojos el rigor del sueño que en un segundo tendió a ponerle pesados
los párpados y observaba con inusitado asombro cada uno de los pormenores del velorio
que para ella, imagino, tenía un carácter más de espectáculo que de responso común y
sartenes, cocimientos y cucharones golpear las ollas; ya había visto hacía un par de horas la
horas que permaneció acompañando los restos de la abuela, había contemplado el arrugado
rostro de aquélla y se la quedaba mirando por minutos enteros, luego me decía qué rico
que tu abuela haya sido una aymara pura, la veo y observo a una india sufrida de
en el alma. Ser indio no es una mera condición; pertenecer a una etnia implica mucho más
que una designación o un traje, una circunstancia o sino: llevar sangre nativa significa
poseer una visión de mundo determinada por el espacio que rodeó a los antepasados y que
se ha ido enriqueciendo por las experiencias de éstos, sabiduría mucho más rica que la de
los libros pues fue recibida por ellos de las manos de la misma Pachamama bendita. Tía
Fede se acercó a Gianina y a los chicos y les ofreció comida; algunos ancianos del pueblo
abandono de los pueblos del interior mientras alzaban sus copas a diestra y siniestra. Mi
amiga tuvo cierto gesto en el rostro de decir que no; Gustavo se la quedó mirando y le hizo
señas. Por doctrina había que aceptar si es que en nuestro rechazo lográbamos herir al otro.
Gianina respondió por todo el grupo, la tía contenta les invitó a sentarse a la mesa instalada
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Mientras comíamos aprovechamos de conversar en grupo de los temas triviales que nos
incumbían como estudiantes. Restaba poco para que saliéramos de cuarto medio y ya
pensábamos qué carrera seguir si es que nos iba bien en la prueba de aptitud. La mayoría de
la plana central del movimiento –los que estaban conmigo en el velorio de la abuela-
designaría a una persona para que dirigiera la organización en Arica, en tanto él estudiaba y
trataba de abrir una facción en la capital. En este lugar sus ideas podrían divulgarse desde el
centro hacia las provincias y realizaría una labor mancomunada con líderes de
organizaciones indígenas de etnias como la mapuche, rapa nui, káweskar, entre otras.
todos los adherentes al movimiento para que el día del entierro estuviesen presentes en el
exaltación de la raza aymara, más que el de la reivindicación; este mensaje era dirigido a
la información y tuve que llamar a mamá. Ella venía secándose las manos con un paño,
- Sí, hijo, dime – se sentó en nuestra mesa. Gustavo le formuló la pregunta hecha en
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- Tía, ¿cuándo son los funerales de la abuela y en qué lugar? – sorbió un poco de bebida.
Gianina recogía con el tenedor los últimos granos de arroz y picante que iban quedando
- Van a ser en el cementerio de San Miguel de Azapa, este domingo cinco – dijo con
respuesta con la fecha clave que habíamos estado esperando durante muchísimo tiempo.
- ¿Y qué?, los milicos tendrán que entender los asuntos humanos. Uno no planifica que
sus muertos se mueran justo cuando a ellos se les place organizar una votación –
respondió y pidió permiso puesto que la tía Alberta la requería en la cocina para servir
Era la una de la madrugada de esa noche tibia y primaveral, la primera de las exequias de
mi abuela. Los muchachos del movimiento se despidieron uno a uno de papá, mamá y mis
sindicato de estibadores del puerto de la ciudad y nuestro movimiento. Uno de sus modos
de operación, el más frecuente, era infiltrar gente de sus filas y recabar toda la información
que pudiera conducirles a los lugares en que nos reuníamos, cómo lográbamos financiarnos,
quiénes eran los cabecillas de cada agrupación y de este modo impedir de algún modo que
nos juntáramos, cerrar las cuentas bancarias siempre con un buen pretexto de las
autoridades del banco o amedrentar a los líderes con golpizas o atentados simbólicos a sus
casas. Carrasco a esas alturas desconfiaba hasta de las amistades de los adherentes quienes
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no participaban activamente en el movimiento por una razón práctica: gracias a la
izquierdistas de otras facciones, se sabía que los hombres de Pinochet, además, recababan
lugares públicos. El comandante había sido cauto en no ventilar mi relación con Ivonne con
otros compañeros, sin embargo, temía que yo hubiese podido advertirle de nuestros
a su amigo carabinero.
- Puede que antes no; esas palabras quizás fueron liberadas por ella y ahora le pesa
haberlas dicho; por eso, a modo de restitución, como arrepentimiento te profesa amor
eterno – argumentaba.
Sucedió, esa misma noche, en medio de la oscuridad de las calles de la ciudad, mientras las
los padres de Jean Pierre por avenida Capitán Ávalos hasta la rotonda Azapa, sufrió un
atentado incendiario que provocó heridas de diversa consideración en los cuerpos de Jean
Pierre –que iba conduciendo- Gianina, Daniel, Francisco y Vanessa. Lamentablemente los
daños sufridos por Mónica y Savka fueron los más dramáticos: ésta llegó a la posta del Juan
Noé con un treinta por ciento de su cuerpo quemado (la molotov usada por los
desconocidos entró por la ventana en la cual ella iba asomada), aquélla con heridas en su
rostro al golpearlo bruscamente contra el parabrisas luego del frenazo imprevisto que Jean
Pierre produjera para no estrellarse contra un poste del alumbrado público. Gustavo apagó
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las ropas de su polola con la ayuda de su polera, en tanto Francisco y Jean Pierre intentaban
apagar con extintor las llamas que manaban de los asientos del automóvil. Algunos
de Gianina, quien de acuerdo a lo narrado por Francisco, gritaba en estado de shock, dando
manotones a todos los que osaban detenerla y calmarla un poco; Tabo, en tanto, lloraba
ambulancia tendida en el pasto del bandejón central, inconsciente, con la vista perdida en el
infinito azul de la noche. Una hora después recibí el recado de una vecina; eran las dos y
media y ella apareció en la casa apenas vestida con su bata de dormir y un chaleco largo de
lana. Su rostro denotaba sueño. Papá, que había dicho se amanecería para atender a la
docena de personas que participaban del velorio de la abuela, le hizo pasar, pero ella se
excusó y se remitió a dar el recado: los amigos de su hijo tuvieron un accidente grave. Es
Llegué al Juan Noé a las tres y un cuarto de la madrugada del día sábado cuatro de octubre.
Me bajé en dieciocho con Vicuña Mackenna y corrí hasta el frontis del servicio de urgencia
con el corazón casi desbordándose de los nervios, permitiendo que mi mente imaginara
sucesos no tan graves como los que esperaba. Hasta el momento sólo me imaginaba que
algún vehículo se había cruzado por delante del carro de mis amigos o que en un descuido
Jean Pierre perdió el control del volante estrellando su Hyunday contra alguna muralla.
Luego intuí que la tragedia podía relacionarse con las últimas persecuciones a las que
estacionadas y un par de autos en la zona de parqueo. Las ventanas del edificio mostraban
las luces tenues de los pasillos y una que otra luz de habitaciones un poco más fuertes que
aquéllas. El auto de los padres de Savka esperaba un poco más allá, entre las pequeñas
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palmeras de la avenida; apenas sí se escuchaba una radio AM cuyos sonidos se colaban
desde alguna dependencia cercana al hospital. Percibí a Francisco y a Jean Pierre apoyados
en la muralla, desde unos cien metros; el viento helado azotó mi rostro y oxigenó mis
pulmones agitados. Temblé de miedo al ver desde más cerca los rostros húmedos y tristes
de los muchachos.
- ¡Franco, dime, qué pasó! – le dije en voz baja, pero con un tono inconfundible de
desesperación.
Metros más adentro una señora alta y distinguida lloraba en el hombro de su esposo.
Gianina yacía sentada en el suelo, sollozando con desconsuelo. Franco me miró a los ojos,
me abrazó y rompió sus lágrimas en mi pecho. Apenas pude distinguir sus palabras en
- ¡La Savka, parece que va a morir! – y siguió llorando; todo mi cuerpo se inmovilizó.
Traté de buscar a Gustavo con vista en el espacio próximo, aquella lúgubre sala de espera,
dormitaba con los brazos cruzados en el pecho detrás de un mesón; frente de sí en una radio
a pilas se escuchaba la voz de un predicador anunciando los juicios del Apocalipsis sobre la
ciudad. Un poco más allá, en una breve habitación un carabinero hacía anotaciones en un
libro grande y grueso. Todo me parecía una mala pesadilla, un cuento de horror del cual
quería pronto despertar; pensé en mi amigo y recordé sus actuaciones cuando pequeño en
pronto vinieron a mi mente las imágenes de aquel niño ofuscado, trenzándose a golpes con
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en que rompió a pedradas los vidrios de su casa luego de que su padre no le comprara a
tiempo el ansiado Atari que esperaba para su cumpleaños. Gustavo seguro estaba cerca de
observaba alrededor como buscando a alguien que le diera luces del estado de su hija, o le
proporcionara datos más exactos de lo que había acontecido. Yo a esa hora de la madrugada
sólo conocía de labios de Francisco la declaración primera, por lo cual navegaba sin saber
bogar en el mar de la incertidumbre. Esperé que el portero volviera a cerrar sus ojos
Abrí con suavidad la puerta y me interné por los oscuros pasillos del hospital. Volteé para
comprobar que no había sido visto por los dependientes del hospital y sólo contemplé las
luces colándose por entre las estructuras cuadriculadas de la muralla y tras de ellos a los
muchachos del movimiento que aparecieron de repente en medio de la luz tifoidea del
cuarto de espera. Pensé en devolverme, pedir datos de los chicos accidentados, recabar
información que me ayudara a armar la escena del atentado que para ese minuto se me
esos pasillos helados y lúgubres. En algún lugar del hospital habían de encontrarse ellos
quizás no entendiendo a ciencia cierta lo que sucedía, rogando como yo que la pesadilla
tuviese un fin prematuro y esperanzador; que el ensueño se acabara con la escena del sol
nortino apareciendo tras del cerro cercano a la población que me vio crecer. Caminé por las
orillas de los zaguanes, tratando de que la luz mortecina no delatara mis movimientos
rápidos y desesperados; a un costado del primer pasadizo los grillos emitían su crinar
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apostados en los matorrales del patio central; aquél terminaba en una puerta que a medida
distinguían carteles de colores chillones dispuestos en una franela vieja y desteñida pegada
sobre la pared. Cuando llegué frente a él volteé para cerciorarme que aún permanecía
clandestino, sin ser descubierto; recién empezaba a sorber la magnitud de lo que estaba
viviendo; apenas salía gradualmente del estado de shock en el que me encontraba, como si
estuviese despertando de la ebriedad para tener nuevamente los sentidos lúcidos y libres de
toda distorsión. Pero aún así mi mente era una especie de dínamo descontrolado o película
con escenas incoherentes cuya relación se me hacía difícil hilvanar. Trataba inútilmente de
armar los antecedentes conocidos por Gustavo, con las imágenes de los muchachos en el
mi alrededor, la escena de los padres de Savka, Francisco llorando en mi pecho, las luces
perezosas de algunos ventanales en el edificio que tenía enfrente de mí. Qué mierda había
pasado a fin de cuentas, pensé. Reaccioné con estrépito, las escaleras se me nublaron, las
luces de allá afuera se transformaron en rosas esponjosas de puntas diversas, las lágrimas
puntiagudos; escuché unos pasos, me detuve y ubiqué mi cuerpo contra la muralla. Olvidé
mi timidez y decidí usar violencia si es que alguien intentaba mi plan de búsqueda de los
compañeros heridos. Las escaleras compartían el mismo tono tétrico de los pasadizos por lo
cual no fue difícil ocultarme en tanto sentía cerca de mí los pasos que iban acrecentándose
en volumen según corrían los segundos. Deduje que eran paramédicos por el tema de
momento de pasar por mi lado expiraron por sus bocas un aura plomiza y turbulenta que se
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confundió en medio de la oscuridad. No sentía miedo, sólo cierto nerviosismo inherente al
tipo que está dispuesto a usar sus manos cuando está en peligro. Las palabras ahogadas por
los ecos se fueron perdiendo en medio de las escaleras, así como el hedor del tabaco en las
altas murallas de concreto de los salones previos a las habitaciones. Llegué al cuarto piso
con el aliento entrecortado y cierto sabor a humo de cigarrillos en mis labios. Reaccioné:
¿qué hago aquí, si ni siquiera conozco en qué habitación, de las decenas que se presentan
a mi vista por los ventanales, están los amigos a quienes amo? Detuve mi marcha frenética
contemplé la ciudad iluminada y más cerca de mí los bloques de edificios que constituían el
por piso a los combatientes; además me arriesgaría a ser descubierto y en este nivel de
carácter del atentado. Ningún grupo de amigos sufría un ataque de esas características,
salvo a que perteneciera a uno de los dos bandos del marcado espectro de la aguerrida lucha
política. Pensé, luego, que de algún modo los organismos de seguridad del régimen militar
debían estar presentes ahí para obtener información del éxito de su sanguinaria y cobarde
de guardia o bien, enviando alguno de los hombres de los que actuaban en las calles de la
ciudad espiando y secuestrando gente para torturarla. Decidí quedarme ahí, sentado en la
baranda, contemplando los pasillos próximos, el parque del centro y el movimiento de los
pasillos en los bloques de edificios con el propósito de captar si es que mi teoría en verdad
tenía asidero en la realidad. Mi cuerpo se encontraba exhausto. Ese día había despertado
temprano y mal humorado pues debía rendir una prueba en el liceo y por falta de tiempo
sentí que no me había preparado lo suficiente. Francisco, al llegar me saludó con afecto,
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preocupado de que no hubiese estudiado bien. La salud de la abuela no era del todo buena
y le advertí días antes que ella podría fallecer en cualquier minuto, esta vez con certeza
casi religiosa, pues no hacía más que dormir y conversar algunas palabras a volumen
paralelamente con el movimiento. Francisco era una de las pocas personas que conocían la
historia de mi relación con Ivonne y sabía que por causa de la convicción ideológica que
lado, aún con las consabidas preguntas sobre mi labor dentro de la facción revolucionaria.
respecto de mi amistad con Ivonne y de las supuestas preguntas que pudo haberme hecho
para sacar información que le fuera útil a la posición política que defendía, según ella de
conclusión que era perfectamente lógico que éste dudara de mi amiga. Quizás no comenté
con ella mayores detalles de nuestra revolución, pero lo dicho de modo general bien podía
servir para que alguien contrario a nuestras ideas pudiera armar un rompecabezas
fundamental sobre nuestra estructura e ideas. Recuerdo haber expresado a Ivonne que
Carrasco era un tipo brillante y un escritor prolífico pese a su corta edad; le mencioné que
traspasado fronteras publicándose en medios de Europa y Cuba. Del mismo modo en que
los arqueólogos logran construir el esqueleto de una bestia antediluviana a partir de una
vértebra, la información proporcionada por Ivonne podría haber dado luces a gente de su
facción para armar un perfil general de la organización que lideraba mi amigo y que cada
día contaba con más adeptos. Salimos de clases, la polola de Francisco se había retirado
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más temprano y no teníamos mucho qué hacer. La prueba rendida horas antes nos amargó
un poco la existencia y necesitábamos relajo. Era viernes, una de la tarde; junté un par de
monedas junto a Franco, caminamos del liceo por avenida Juan Noé a la cuadra en que se
ubicaban las oficinas de colectivos a Tacna; pedimos una Inca Kola de litro y una bolsa de
pululos a una cholita que vendía productos bajo la sombra de un árbol y luego cruzamos la
avenida Velásquez para desembocar en el Parque Brasil, pasos más allá del costado del
casino, más cerca del ferrocarril Arica Tacna y del mercado internacional Máximo Lira.
prestando poca atención a mis palabras cuando conversábamos, alejándose de los grupos en
recreo, quedándose apostado en el ángulo formado por las barandas en el segundo piso del
pabellón Lastarria del liceo A 5 para observar tristemente los autos que circulaban por la
- Johanna está con atraso – dijo mirándome a los ojos; se mordió los labios con rabia y
Ya no frecuentaba con tanta insistencia la compañía de ella; ésta solía caminar de la mano
con su amiga aymara por los pasillos del liceo, platicando quién sabe qué cosas que por lo
general debían ser temas demasiado interesantes pues, las veces que las contemplaba, sus
conversaciones no admitían pausa alguna. La chica apenas se veía triste, sí un poco más
tortuosa existencia. Qué haría con una criatura a su temprana edad; parecería una pequeña
impúber jugando a las muñecas; seguro su columna ostentaría la curvatura prematura de las
adolescentes que cargan críos así como por encargo y tarde o temprano también adquieren
221
en el rostro un tinte de melancolía que apenas pueden disimular con rouge o maquillaje.
compañero; seguro que jamás poseería el apoyo de su familia pues era pobre, entonces daba
modo ayudarle; seguro que la familia de su polola aceptaría la noticia no de muy buena
forma y la alejarían de él para siempre o por un largo periodo que podría ser una especie de
la vista y lloró; cada persona llora de modo distinto; el lamento de Franco era, en este
- Franco, vamos, supongo que dejarás de oír lo que diga la gente y aceptarás los consejos
- Cuando me lo dijo me agilé, no supe cómo reaccionar. La traté mal, como si fuese su
culpa el que estuviera embarazada – me miró con sus ojos irritados y lastimeros de
joven pobre.
- Es un atraso demasiado largo. Lo más probable es que así sea – secó las lágrimas de sus
Durante unos segundos prosiguió con el rito de enjugarse las gotas del alma que colgaban
de sus mejillas y el líquido de su nariz; distinguí que su mente voló por espacios ignotos y
extensos; su mirada se clavó en un punto incierto del pasto amarillento que ostentaba
222
retraído que hacía cuatro años conocí en una de las antiguas aulas del liceo A número cinco
desarmado de su camisa, sus zapatos baratos abriéndose bajo el talón, su mochila sucia y
desteñida que conocí junto a él y que en ese tiempo ya tenía las características de haber sido
usada hacía años. Era así tan pobre como yo, qué haría en la vida con un hijo a cuestas si
De pronto sus labios dejaron de emitir ruidos y apenas sí se percibía la prédica eterna del
mar y los ruidos de los automóviles que circulaban por las cercanías del parque. Me miró y
- Es difícil, Alberto. Si es así, ¿qué puedo hacer? Mi viejo está cesante, las cosas no
andan bien en la casa. Tendría que dedicarme a trabajar, en la ciudad ya no hay pega y
más encima quiero rendir la prueba para seguir estudiando. Las cagué, mil veces las
cagué – tragó saliva; una señora con su hijo que llevaba un globo flotante pendiente de
- Te podría decir que consigas dinero, que vayas a Tacna con tu polola y se haga un
aborto en alguna clínica, pero los revolucionarios no piensan de esa forma. Ser valiente
no sólo implica tomar un fusil y disparar. La vida nos enfrenta a muchas batallas y hay
que ser valiente en cada una de ellas, aunque sean íntimas y no recibas aplausos de
nadie – sentencié. Abrí la botella de Inca Kola con los dientes y ofrecí a Franco el
primer sorbo. Éste agradeció, agarró la botella y tragó como si trajese una sed de tres
días.
- Tienes razón. No puedo estar pensando en que las embarré; debe haber alguna otra
solución...
223
- Agradece que no estás solo; me tienes a mí, a Gianina, al comandante, a los chicos del
movimiento. Imagina, será el primer bebé que participará en nuestras reuniones. Mortal
Era ineludible que el tema de los sentimientos provocara en mí algún grado de desazón por
la historia que cargaba durante años como si fuese una bomba de tiempo, el hilo encendido
Franco estaba cerca de su novia; las circunstancias podían jugar a su favor y, pese al
momento que ambos atravesaban, el ser que se movía en el vientre de su chica había sido
producto del afecto, la cristalización de los etéreos sentimientos que seguro expresaban con
palabras sinceras en cada una de sus citas. Yo comenzaba a desconfiar de mis sentimientos
hacia Ivonne; mi mente elaboraba infinitas teorías para explicar la posición de ella, entre las
cuales se encontraba sólo una tesis a mi favor: Ivonne me amaba y deseaba estar conmigo.
Las hipótesis restantes, manejadas en el odioso plano de lo paradigmático - que uno suele
daban por perdedor y hasta me mostraban como un imbécil por haber caído en el juego y
entregar algún tipo de información a los secretos organismos de la dictadura. Pensé en las
palabras del Negro: ella me quería, por eso me pidió alejarme de su vida por un tiempo;
imagen de Ivonne rechazando los brazos de oficial de carabineros; pensaba: ella sabe que
la estoy observando, mal que mal los organismos de Pinochet parecen poseer el don de la
ubicuidad y la omnisciencia; nada más está actuando para que piense que la quiero y de
ese modo me entregue a sus brazos, paso previo a mi confesión que sería mucho más eficaz
que si me aplicasen corriente en los testículos o agujas en las uñas. Mi mente también
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elaboró otra posibilidad, algo kafkiana, pero no menos probable: Ivonne no era tal, sino que
una impostora. Mi verdadera amiga vivía en alguna ciudad del norte del país, con ambos
padres; conservaba la misma situación económica de hace algún tiempo, cuando éramos
pequeños y la historia dramática que se me había presentado, calando en los más hondo de
mi corazón como una daga ardiendo, no era más que un montaje de algún organismo
represor para que Carrasco –quien también la quiso alguna vez- y yo cayéramos en el
del comandante, aduciendo total credulidad a las informaciones entregadas por el comité de
inteligencia de INTI; no poseía informaciones para creer que Ivonne no era tal sino una
actriz personificando su papel (había rasgos de ella que no cuadraban en el recuerdo que
llevaba anclado durante años en mi cabeza). Luego mi cerebro actuaba de modo suspicaz:
¿quién me dice que las informaciones de la inteligencia son cien por ciento veraces?
- ¿No puedo saber quiénes forman parte del comité? – Pregunté con fingida indiferencia,
por motivos de seguridad. Si alguna vez nos llegaran a detener no revelaríamos los
caminábamos por las polvorientas calles del asentamiento en el kilómetro dieciocho del
valle de Azapa.
El sol anaranjado comenzaba a acostarse entre los olivos y el cielo se tornaba violeta sobre
los cerros que encerraban al valle. De éstos percibíamos los geoglifos acostados en las
arenas de los montes café claros; el aire se tornaba helado, con aroma a brasas y animales
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allí, lejos del mar y los elementos que lo circundaban. El paisaje me recordaba vagamente
al poblado que hacía algún tiempo había visitado junto a Carrasco, en las inmediaciones de
Tacna; las casas del poblado eran uniformes, cercadas por mallas de alambres instalados en
gruesos troncos, parecidos a durmientes de rieles. El polvo blanco del camino se levantaba
en cada paso dado; recordé mis caminatas con Josué y mi padre las veces que solíamos
visitar al tío Tránsito kilómetros más al poniente; las mismas malezas, idénticas piedras
café, jeans y chaqueta verde olivo. Hacía frío y yo trataba de capearlo con las manos
instaladas en los bolsillos de mis pantalones y resguardando parte de mi cara con una
- ¿Falta mucho para llegar? – pregunté; dos campesinos acompañados de una jauría de
perros caminaban por la misma vía polvorienta. Carrasco los saludó y éstos
respondieron afablemente.
- No, no mucho; es la última casa, la que se ve allá, frente al árbol – Carrasco apuntó con
el dedo.
Doblamos hacia el oriente; a un costado del camino se observaba un corral de vacas que
yacían genuflexas en la tierra, emitiendo bramidos cada cierto tiempo. Más atrás las
Habíamos salido de casa alrededor de las tres de la tarde. Aquel día algo nublado, parecido
a las jornadas en que el invierno boliviano deja ver sus músculos vaporosos en el cielo,
Carrasco había recibido una carta desde Iquique, lugar en el cual se encontraba su madre
cómo se encontraba ella, éste me respondió con un escueto bien que me provocó un sabor
amargo e inquietante en el alma. No quise indagar más allá de aquella breve declaración,
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seguro que mi amigo encontraría el tiempo y lugar oportuno para contarme de la pena que
Carrasco se agachó y tomó una piedra que cubría la totalidad de su mano. Golpeó el portón
y gritó con voz alta. La casa desde afuera, similar a las construcciones que se ubicaban al
costado del camino por el cual cruzamos el poblado, mostraba cierto abandono: vidrios
faltantes reemplazados por nylon en las ventanas, pintura descascarada, malezas y tierra
seca en el espacio entre el frontis y la reja, algunas calaminas sueltas en el techo. Un perro
corrió desde el interior del sitio al patio y, abriéndose de patas, procedió a ladrar y a
mostrar sus dientes con bravura de animal viejo. Los elementos circundantes adquirieron
Luego de algunos minutos apareció un señor de unos sesenta años, vestido con un pantalón
deshilachado. Cargaba una linterna grande y un balde metálico cuya manilla había sido
reemplazada por un alambre grueso y oxidado. Era aymara, deduje, luego de contemplar
sus rasgos disimulados por la vejez. El perro dejó de ladrar y produjo en sus fauces un
sonido lastimero, mientras movía su cabeza en las piernas del hombre que se acercaba a
nosotros.
- ¡Quiubo joven, un gusto de verlo! – gritó riendo; en el trámite dejó ver sus encías casi
despobladas.
comandante mientras nos indicaba que le siguiéramos por el patio lateral hasta el fondo.
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El sitio estaba delimitado por altos cañaverales; una acequia emitía su ruido por uno de
los costados. El perro inquirió con sus narices el olor de Carrasco; luego comenzó a
ladrar- ¡Quieto Capitán; anda a echarte!- La bestia se retiró cabizbaja y se arrojó sobre
- Papá está bien; hace un par de días fui a verlo y fíjese que está un poco más animado.
Hay posibilidades de que le den algunos beneficios, como la dominical, por ejemplo.
- Qué bien, me alegro, aquí se le extraña harto. Los animales están gordos y harta gente
báculo de rama de molle para ayudarse a caminar en medio de las matas de tomate que
Luego del espacio plantado con matas de tomate, seguía un huerto de más grande extensión
cubierto con mazurcas verdes, de cuyas manos numerosas asomaban como sonrisas
amarillas los jóvenes choclos. La tierra estaba húmeda; seguro que el viejo había regado
hacía poco el huerto. Don Primi encendió la linterna; el frío comenzaba a calar los huesos
con mayor insistencia y la noche ya había caído ineludible sobre el valle. Al terminar el
sembrado la acequia lateral doblaba en uno de los ángulos del territorio y partía horizontal,
hacia el terreno contiguo. Dos árboles grandes, frondosos, semejantes a monstruos con sus
pequeño puente que terminaba en una tranca; detrás de ella un grupo de vacas dormían
- Los chanchos están listos pa enterrarles el cuchillo y hace como dos semanas la chancha
tuvo varios críos. Ustedes los van a ver. Vieran cómo maman de la teta. Pasen – el señor
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Luego se detuvo y apuntó con la luz de la linterna. Detrás de nosotros el canal
- Joven Gustavo, supongo que usted no viene solo pa ver a los animales de su taita –
expresó serio.
- No, desde luego que no – Carrasco percibió que algo andaba mal; distinguí algo de
preocupación en su rostro, deformado por las tinieblas que cubrían el entorno. Uno de
los perros comenzó a golpear mi pierna con su cola y luego a lamerme la diestra. La
- Los milicos estuvieron cerca de aquí la semana pasada. Gracias a Dios que no entraron
acá, aunque sí revisaron la parcela de Domingo Churata, aquí, justo al lado – dijo don
Primitivo con un poco de desazón. Carrasco miró alrededor, imaginando, seguro, si las
fuerzas del régimen podían de algún modo descubrir el escondite- Me dio un poco de
miedo, joven Gustavo, pa qué le voy a decir una cosa por otra.
cara y dirigió sus ojos al suelo, allí los mantuvo estacionados por un par de minutos.
media vuelta y, ayudado por su báculo, fue a un rincón del corral, al costado del
chiquero en que descansaban los cerdos. Apuntó con el haz de luz una especie de
montículo sobresaliente del suelo. Carrasco reaccionó y se dirigió tras de él. Hice lo
mismo.
poco de tierra. Sorpresivamente entre ésta asomó una manilla la cual aferró y jaló hacia sí;
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en el acto abrió una compuerta que daba paso a un oscuro túnel; la tierra suelta se levantó y
- Don Primi, quédese usted vigilando alrededor. Con mi amigo voy a bajar a mostrarle
nuestras joyas –dijo Carrasco; me invitó con su mano a acercarme en tanto se adentraba
El anciano le alcanzó la linterna; los perros daban vueltas a los costados de la boca de la
cueva. En pocos segundos el comandante se encontraba adentro; alumbró hacia arriba para
que yo no tuviese problemas al bajar. Mis manos removieron un poco de arena mezclada
con el guano seco de los animales, pisé el primer peldaño de la escalera algo frágil y me
interné con sorpresa y algo de temor. Hasta la declaración del viejo y la acción del
escondite.
El espacio no sobrepasaba los dos metros de largo por otros tres de ancho. Debíamos
movernos en cuclillas, con el cuidado de no remover la tierra de las paredes laterales para
no provocar derrumbes que inutilizaran el lugar. En cada una de las murallas de barro
Carrasco extrajo uno de aquéllos, solicitándome antes que cargase la linterna y apuntara
con el foco al lugar. Lo ubicó en el suelo que sonó apagadamente luego de que Carrasco
dejara caer el pesado bulto. Estaba cubierto con un cartón grueso de color oscuro que mi
amigo extrajo con cuidado. Luego sopló encima de él para que el viento arrojara al piso
restos de arena y terrones café. Dentro de la caja se observaban tres armas cortas de
fabricación soviética. Botó al suelo el cartón y aferró raudamente una de ellas; las piezas de
ésta emitieron un ruido similar al que producen las fichas de dominó cuando se golpean
entre sí.
230
- Tenemos treinta metralletas; el resto de las cajas son pertrechos y explosivos de diverso
grado de potencia – los ojos de Carrasco brillaron; su imagen, iluminada a la luz tenue
de la linterna cuyas pilas comenzaban a extinguirse, bien podía ser la imagen que lo
mano, posición de combate. Un par de insectos trepaba por la muralla ubicada en las
espaldas del comandante; nos sentamos en el suelo; inspeccioné el espacio con mi vista,
- Los compañeros bolivianos los pasaron por la frontera altiplánica. Creen que los
usaremos contra la dictadura. Puede que sea así, pero yo miro un poco más allá. Nuestra
- Pensé que la violencia armada sólo era un discurso, que seguiríamos el camino trazado,
el plazo de cuarenta años – expresé, asustado por la idea de ocupar dichas armas en la
lucha asumida.
- Alberto, eso sería lo ideal, pero los que luchan contra la tiranía y la tiranía misma nos
han cerrado la puerta. Puedes quedarte toda la vida pidiendo por favor que la abran, o
- ¿Cuándo se supone que las ocuparemos? – Pregunté inquieto; los perros ladraban allá
afuera. Algunas vacas se levantaron emitiendo mugidos discretos. Cayó algo de tierra.
- Cuando sea necesario – respondió Gustavo y luego guardó el arma, reaccionando ante
Bajé las escaleras cuidando de que mis zapatillas no sonaran demasiado al contacto con el
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levantaba una muralla cuyo espacio no lograba acaparar los haces de la luz azulina de los
carteles del ministerio de salud y un gran afiche con una especie de mapa; me acerqué con
alguna persona que apareciera desde el patio. Se trataba de un plano del edificio; sentí un
estrépito de alegría y busqué con mi vista el punto del mural en el cual se encontraba UCI:
el cuarto piso del ala central de la construcción. Corrí por el pasillo hacia el lugar; al mirar
el block pude percibir el pasillo iluminado del nivel en cuestión y algunas sombras
moverse. Me adentré, preferí usar las escaleras pues en aquellas tendría más espacio para
esconderme si asomaba alguna persona que quisiera abortar mis planes. Anhelaba
aplacado por mis pasos deliberadamente apagados, tendía a mantener paralelismo con el
ronroneo de los focos, una especie de zumbido al que uno llega a acostumbrarse de tanto
escucharlo por largo rato. Llegué agitado al último tramo de escalera y me detuve para
terminar de subir el piso sin emitir ruido alguno y asomar sin dejar mayor evidencia.
Presentía que alguien caminaba de lado a lado del piso; eran pasos no disimulados; en el
lugar el olor de los medicamentos se confundía con el del humo de cigarrillo. Carrasco no
fuma, pensé. Entonces sentí una pesada mano que apretó mi boca por detrás. Temblé de
pavor.
- Alberto, soy yo, por favor, no digas nada – Carrasco habló a mi oído despacio, apenas
perceptible.
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Mi corazón agitado parecía querer salirse de sus cavidades internas. Los ojos de Carrasco
estaban irritados; su rostro poseía un peligroso matiz que desconocía; mechones de su pelo
navegaban libres tapando espacios de su faz. La voz del comandante se escuchaba más
grave de lo normal; seguro que sus fauces guardaban flema acumulada por el llanto. Me
- Savka va a morir –apretó los labios y éstos, rebeldes, húmedos, apenas se resistieron a
voz- está muy mal, me lo dijo el médico hace unos veinte minutos.
Mis ojos se humedecieron; sentí que mi amigo se sentía culpable por el destino de su
amada. Pensé en las jornadas junto a ella, en la imagen de ambos sonriendo mientras
caminábamos en grupo por la costanera, en su chica enojándose con las demás por no haber
ensayado sus papeles en alguna performance, en las veces que me saludaba con afecto de
hermana, atrapándome con sus brazos tan dóciles, tan dulces; la imaginé con su burguesa
que no salta es Pinochet, alzando la voz frente a una asamblea de cuarenta y tantos jóvenes
liceanos las veces que divulgaba los fundamentos ideológicos del movimiento a la salida de
tomaba de su mano y besaba ésta cada cinco minutos. No puede dejarnos tan
233
- No digas eso, Gustavo, quizás ocurra un milagro – respondí y no logré reprimir el
- Prefiero que muera a que cargue toda una vida aquel rostro de monstruo que esos hijos
de puta le dejaron – Carrasco secó los líquidos en su rostro con la manga de su chaleco-
lloramos por un rato. Sentí odio hacia los aparatos de seguridad del dictador; mientras
esperábamos dar nuestra lucha en paz y sin provocar tensiones, él había dado su primer
amigos de por vida. Sentimos pasos de un individuo acercarse a las escaleras, Carrasco
un basurero del tercer piso. Un tipo macizo, moreno, cruzó rápido y se perdió entre las
escaleras. Minutos después mi amigo se levantó y le vio dirigirse por el pasillo hacia la
- Sí – respondió seco.
Subió las escaleras con rapidez. Tocó el timbre de la puerta conducente al interior de la
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observar a ambos lados le dejó entrar; Carrasco se dio media vuelta y me indicó con las
manos que le esperara. Me senté en el suelo y permití que los pensamientos revolotearan en
mi mente libres; a esas alturas no poseía la más mínima voluntad para oponer resistencia al
destino que parecía jugar, en cada movimiento, en contra de nosotros. Ubiqué mi cabeza
contemplaban; en mi poca lucidez vi que ambos le abrazaban y que Carrasco lloraba con
desconsuelo. Más adentro una señora sollozaba reprimiendo gritos, disuadida por la voz
grave de un hombre. Son los padres de Savka, pensé. Me incorporé; Carrasco se arrojó
Tuve que permanecer varios minutos así, junto a él, para sorber en mi mente que aquello no
era una mala pesadilla, sino la cruda y triste realidad. La polola de amigo había dejado de
existir. Los ideales exigen un costo difícil de pagar a quienes se aventuran a ir en pos de
ellos.
Con los ojos irritados, disimulados detrás de oscuros lentes que matizaban de un tono
azulino los cerros arenosos y sin vida que rodean el pueblo de San Miguel de Azapa,
caminé sin vida, cansado, con el estómago ardiendo, la garganta amarga producto de la
cafeína y rastrojos de hojas de coca en los dientes. Al igual que la brigada no había pegado
los ojos desde hacía cerca de cincuenta horas y despertaba los sentidos estimulado; mi
cuerpo se encontraba exhausto y caminaba casi sin prestar voluntad propia, sino sólo
obedeciendo al itinerario trazado por el comandante para esa jornada. Guardé las manos
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frías en el pantalón negro y sentí algo de alivio, pese a que el sol golpeaba con locura, como
acostumbraba a hacerlo en el transcurso del año; mi cuerpo, sometido a esa especie de frío
de madrugada, se desplazaba como un alma en pena, junto con la gran multitud que
avanzaba detrás del féretro de la abuela, levantando el polvo en cada paso, procurando un
paisaje onírico, mientras los sones de la banda de bronce compuesta por músicos aymaras
con el estruendo similar al que emitía el río cuando las aguas cordilleranas arrojadas por la
furia del invierno altiplánico abrían como cicatrices sus lechos secos. El cementerio
madera, se encontraba desierto; sólo el gentío que acompañaba las exequias de la anciana
madre de papá colmaba un tercio del espacio, cerca de cuatrocientas personas, muchas de
caminaba junto a mí. No había probado bocado alguno y el ayuno obligado por la muerte
de Savka, cuyos funerales se realizarían el día siguiente, le tenían con el rostro demacrado y
el alma particularmente sensible. La herida de bala que ostentaba en un costado del vientre
aún supuraba, por lo que era necesario revisar los apósitos que la protegían cada media
hora. Gianina había tomado el rol de enfermera del comandante, previas instrucciones de la
madre Juana del Gerónimo, religiosa española que atendió a los muchachos maltrechos en
la incursión del día anterior. De todos los heridos, Francisco había sido el más perjudicado:
la bala recibida por las fuerzas de la represión se alojó en uno de sus brazos. La hemorragia
había sido intensa, dramática; apenas huimos en auto por las polvorientas calles de los
caminos no oficiales del valle (aquéllos cercanos al cerro Chuño que alguna vez conocí
cuando visité junto con mi padre y Josué) le llevamos para que fuese atendido en la posta
clandestina que funcionaba en las dependencias de la parroquia San José, ubicada en una de
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las abandonadas calles de la población Cabo Aroca; las fuerzas militares deambulaban en
sus vehículos de guerra por las avenidas marginales, seguro resguardando que llegada la
madrugada los ciudadanos de la ciudad concurrieran en paz a los centros de votación, sin
encontrarse con elementos extraños en las calles que pudieran poner en peligro sus
integridades tan sumidas al temor en cerca de dos décadas de dictadura. Gracias al cielo, y
pese a la desesperada conducción del automóvil alquilado que hacía Ricardo, perteneciente
al brazo armado del grupo, entramos a la población por el sector de Campo Verde sin ser
auto afuera de un taller mecánico, entre varios móviles viejos y sucios. El comandante
apretaba con un paño de franela amarilla la herida alojada en su estómago, en tanto trataba
de aguantar los gemidos que de rato en rato asomaban irremediables por sus labios
húmedos. Para esas horas Carrasco parecía un zombi, una especie de robot antropomorfo
cuyos músculos faciales dejaban ver expresiones neutras, indiferentes. Algo lo disimulaba
cubriéndose la faz con un oscuro pasamontañas, al igual que nosotros, que recién sacó de su
cabeza cuando penetramos nerviosos por un largo y lúgubre pasillo y la madre nos hizo
entrar a una pequeña piecita de madera, la cual iluminó ayudada de una palmatoria metálica
y picada, en cuya base se levantaba una vela amarillenta de flama titilante. Francisco
brazo hacía tiritar al resto de su cuerpo. Su rostro brillaba húmedo, rojizo, deformado por
la agonizante luz.
- Comandante, ¿voy a morir? – le preguntó al Negro. Éste, que apenas sí podía seguir
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Luego se echó sobre una cama y dobló su humanidad, mientras la madre Juana buscaba con
desesperación su caja de insumos médicos que debía estar en la repisa adherida a una de las
paredes del cuarto. Seguro dormía cuando golpeamos con fuerza la puerta de la capilla
pues vestía una bata desvencijada, de colores que se resumían en blanco, pero que alguna
vez fueron diversos. Se nos mostró despeinada, pálida, en tanto se asomaba por el largo
pasillo, arrastraba sus chalas y caminaba tanteando las cosas. Tenía cerca de sesenta años;
dos gatos le acompañaron. Vimos cuatro luciérnagas correr rápidas a nosotros en medio de
las tinieblas.
- ¿Quién es? – preguntó con voz bronca; luego carraspeó. Neutralizó la luz amarillenta
del poste que se colaba hasta el patio de su morada formando una visera con la diestra.
- Hermana, somos nosotros, los del movimiento INTI. Necesitamos su ayuda – dijo con
La religiosa asomó sus ojos en una abertura de madera que poseía el rústico portón y
contempló con dificultad el rostro transpirado de Gustavo quien en un acto rápido arrancó
el pasamontañas que cubría su cabeza; despeinado, con los ojos desorbitados, rojos,
despertaban los recuerdos, las consignas, el sonido de los disparos de carabineros, nuestras
adrenalina viajaba con rapidez, confundiéndose en la sangre que recorría los conductos del
hilo conductor; asimismo anulaba la sensibilidad natural y me hacía sentir las cosas como
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abrió y entró Francisco, quien emitía un gemido similar a un perro lastimero que es
golpeado por su amo; su rostro, arrugado, brillaba al ponerse en contacto con los breves y
esporádicos haces de luz que se colaban por la reja. Luego entró Gianina; guardaba en su
mochila negra de lona una petaca de pisco cuyo contenido estaba pronto a acabarse; sorbió
el último poco y arrojó la botella a un costado del pasillo. No estaba herida pero el
en el trayecto y se dedicó a observar con la mirada perdida el lúgubre paisaje nocturno que
contemplaba desde la ventana; las sombras de los olivos, el costado del cerro Chuño
ganándole espacio al cielo oscuro del valle, las luces de la ciudad asomando mientras
entrábamos con rapidez a la población. Parecía ida, perdida en un punto incierto de sus
recuerdos.
tornó negra por el matiz de la crema oscura que usábamos en el rostro las veces que
subíamos al desierto para entrenarnos en el uso de las armas. Atardecía y los cerros se
pintaban de violeta, rosado, bajo un sol que se escondía en un horizonte teñido de colores
- Nunca será en vano; lo que hagas moverá aunque sea una sola voluntad en favor de la
Vestía botas militares, pantalones verdes y un chaleco negro con refuerzos de lona en los
hombros y codos. Sobre su cabellera negra, brillante y lacia, cargaba una boina de color
oscuro. Lidiaba con una sarta de municiones que deseaba instalar en la metralleta que
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- Un revolucionario nunca piensa en el fracaso. Para él existe una sola posibilidad:
de una roca que se veía oscura sobre el telón anaranjado del ocaso. Los disparos
- No; ese caso es parte del eje de las probabilidades, nada más, por eso preguntaba – sacó
un cigarro del bolsillo que se ubicaba a la altura de sus rodillas. Lo intentó prender con
un fósforo que extrajo de ese mismo lugar pero el viento aplacó la pequeña flama.
Acostumbrábamos visitar el desierto de Acha desde el mes de febrero del año ochenta y
ocho, luego de que los compañeros peruanos del movimiento revolucionario Túpac Amaru
cual había convocado. Era una hipótesis que algunos grupos de izquierda manejaban casi
organizando ese evento para ganar tiempo, preparar a su gente y aplacar las protestas –
señaló Solano, miembro del MRTA, en uno de los últimos encuentros que sostuvimos
en Tacna, esta vez en una casa habitación ubicada en el sector de Parachico, a la entrada
poniente de la ciudad.
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- Puede ser; es un rumor que circula también dentro de los grupos de extrema izquierda
de mi país –replicó Carrasco. El anfitrión nos había servido chicha morada, éste tomó
pero le critica que no asuma una actitud más pragmática, no tan teórica.
- Tomar desde ya las armas, compañero – sentenció seco el peruano- En tanto usted
busca adoctrinar a las masas, Pinochet y sus asesinos habrán matado a la mitad de los
chilenos.
Las armas llegaron al mes siguiente por un paso fronterizo clandestino cercano a la
el hito ubicado tras el volcán del mismo nombre. Compañeros bolivianos, contactados por
los militantes del MRTA peruano debían trasladar los pertrechos desde el pueblo de Julo en
un camión especialmente contratado para el trámite. Éste cargaba cueros de alpaca y leños
intercambio se produjo una noche de viernes, jornada en la cual los carabineros del retén
acostumbraban a realizar un alto en sus labores para hacer un fogón y someter sus fauces al
alcohol que lograban conseguir incautando móviles que intentaban pasar de contrabando
whiskies y productos nacionales desde nuestro país a la nación altiplánica. Hacía frío,
quizás quince grados bajo cero y nos guarecimos junto a Carrasco y a Francisco bajo el
motor de la camioneta que condujo Jean Pierre. Los compañeros bolivianos llegaron luego
241
Los cajones yacían esperándonos bajo los bultos de cueros y maderas, embalados en
cajones de frutas. La cabeza amenazaba con estallarme debido al tipo de oxígeno de los
cuatro mil seiscientos metros sobre el nivel del mar que se respiraba en el lugar. Sólo la luz
de la luna iluminó nuestro rápido accionar; haber usado linternas u otro tipo de
los carabineros-, para realizar la internación ilegal de armas. La agitación hizo vomitar a
Francisco y a Jean Pierre, quienes luego de unos minutos decidieron, a sugerencia del
ancianos, determinando la realidad actual del pueblo aymara. El Negro llevaba una bitácora
planeaba publicar un libro con todas las experiencias, impresiones y sentimientos que
habían surgido a propósito de nuestros viajes a los pueblos de nuestros ancestros. La puna
había dejado de afectarnos y el frío era parte de nuestros cuerpos ya, tanto que solíamos
lavarnos a torso desnudo temprano, al despuntar el alba, tomando agua de los riachuelos
que cruzaban las comarcas andinas para lavarnos. Aprendimos a mascar hojas de coca;
por el pueblo aymara: quinua, cancha serrana, calapurca, pan hecho de harina de maíz,
charqui de llamo. Después de cada viaje sentía que las ansias revolucionarias de Gustavo
despertaban a una mayor pasión, como si los elementos naturales y ese pedazo de cielo que
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- Esta es nuestra verdadera nación y aquéllos nuestros verdaderos colores, no el blanco,
azul y rojo que propugna la bandera chilena- señalaba serio, con las manos empuñadas,
Demoramos treinticinco minutos en cargar las armas y luego nuevamente ubicar los cueros
objetivo uno de los bolivianos convidó una botella de aguardiente a Gustavo quien aceptó
por cortesía; antes de sorber arrojó un poco de ella en la Pachamama. Me pasó la botella y
Carrasco; de su boca salía humo producto del frío inclemente en tanto nos despedíamos
Luego subimos al automóvil, acomodamos a los chicos que dormían en el asiento trasero
guanacos sobre el acoplado en tanto su señora nos atendía en la cocina de su morada. Antes,
retén. El reloj marcaba las dos de la mañana. Mi amigo cargaba una jaba de cervezas
Paceña las cuales ubicó en el mesón de atención. El ruido de botellas alertó a uno de los
policías que se encontraban en el baño del recinto. Salió secándose las manos con el
chaquetón verde olivo que cargaba en su cuerpo. Luego vistió sus guantes con premura; por
su boca expulsó un chorro incierto de humo que hizo temblar a la llama de la vela que
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- Buenas noches, mi cabo- respondimos a dúo. Carrasco dejó descansar su mano sobre la
El carabinero sonrió, agradeció y llevándose las manos a la boca para formar un túnel con
ellas, llamó al sargento quien se encontraba en el patio, frente al fogón que logramos
percibir por sobre el hombro del cabo, tras la puerta y una ventana. Afuera se escuchaban
música y risotadas. Luego de unos minutos se acercó el clase acompañado por el sonido de
pasos pesados y de su respiración dificultosa. Su rostro blanco se percibía curtido por una
costra rojiza y por líneas milimétricas del mismo tono. Se acercó al mesón y nos miró a los
- Disculpen –aplacó la sonrisa con el rigor de los músculos de su rostro; se cuadró e hizo
- No se preocupen; ustedes son tan humanos como cualquiera. Les traemos un presente,
respondió el carabinero.
- Supongo que tampoco les está permitido hacer fiestas en el patio de sus retenes –
ofenderle, sé que están lejos de su casa, extrañan a sus familias. No lo tomen a mal, es
rostro que le aconsejara tomar una decisión prudente. Éste sonrió y movió las cejas.
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- Está bien. Disculpen, jóvenes. Es que debemos cuidarnos las espaldas. No podemos
aceptar cosas de buenas a primeras. Pero ustedes me traen buena espina. Gracias – el
sargento nos extendió la diestra y ordenó al cabo cargar la jaba hacia el espacio trasero,
caminamos por una breve salita y el carabinero abrió la puerta que daba al patio. Allí cerca
recibió dejó caer la caja de cervezas a los pies del extremo y el sonido de las botellas que
gritaron como las gargantas de infinitas campanas se reflejó en los montes cercanos.
- Chicos, los amigos aquí presentes están visitando el pueblo – dijo con voz marcial el
Los carabineros emitieron voces de alegría y aplaudieron apagadamente con sus manos
enfundadas, el humo que manó de sus bocas se confundió con el que despedían los maderos
y transitaba por la llama movediza y luminosa del fogón. Mis ojos se detuvieron allí,
había impedido comprar alguna parka aunque fuese en un local de ropa usada, por lo cual
ostentaba una chaqueta roída conseguida por Gustavo a un amigo de su barrio; bajo los
jeans vestía un pijama de franela y un pantalón viejo de algodón. Estaba algo tenso,
intranquilo; pensaba en las armas que guardábamos bajo los animales que seguro ya
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- ¿No es peligroso, Gustavo, ubicar las armas bajo los animales, cerca del calor del
motor? – pregunté horas antes, cuando la camioneta ascendía la infernal cuesta del
- Toda misión tiene su riesgo – advirtió. El valle se distinguía oscuro allá abajo; sólo
desafiaban la oscuridad los focos de uno que otro automóvil que se internaba en las
- ¿Qué haremos si nos llega a detener la policía? –preguntó Ricardo, en tanto movía la
- Desde hoy, con las armas en las manos, enfrentaremos esa situación huyendo y
Un camión que se acercaba a nosotros en la oscura carretera alumbrada por los focos de
nuestra camioneta y los de dicha máquina, nos hizo cambio de luces; Ricardo correspondió
el saludo
- Si nos detienen desarticularán fácilmente al movimiento. Creo que nadie está dispuesto a
eso.
- Sí. Los peruanos me enseñaron. No es tan difícil – Carrasco miró a los ojos de Franco-
Practicamos algo en un cerro cercano a Calana. Una vez que las tengamos en nuestro
La flama de la vela ardió con mayor intensidad; un pequeño zancudo había sucumbido
frente a esa palma amarillenta y ardiente. La respiración dificultosa de Franco, sus gemidos
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apretando con sangre fría el apósito que lograba frenar la hemorragia de su cuerpo en el
tórax. Había solicitado a la madre que atendiese primero a Franco. Éste se convulsionó
como un poseso cuando la madre ensartó unas pinzas plateadas que fulguraron tibiamente
como animal alcanzado por la flecha de un furtivo cazador que se retorcija en la pradera; su
piel ardía y los restos de su camisa sucia, ensangrentada, con manchas de aceite y tierra,
- Compañeros, por favor, si muero díganle a mi polola que la amo y que también amo a
nuestro hijo que está por nacer – agregó. Tras unos segundos quedó inconsciente, con
los brazos extendidos en la cama, el rostro apuntando a un rincón del cuarto y los ojos
entrecerrados.
Comprendí que las disquisiciones de Francisco, la problemática que novelaba sus pesadillas
perplejo por las palabras emitidas por el compañero herido. Quizás sentía la misma pena
que me embargaba; cómo una vida tan joven podía dejar el carnaval sufrido de la existencia
sin conocer al fruto del amor, acuñado en las entrañas de la mujer a quien entregó el afecto
las calles de la ciudad, con un pequeño en los brazos, indagando sobre el destino de su
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joven pareja, preguntando a los transeúntes, a los dependientes de las tiendas céntricas con
retumbando en sus oídos, sintiendo una mano interna apretando su estómago, esperando sin
esperanzas los atardeceres y la noche cálida sin buenas nuevas sobre su amado. Lloré
amarillentos. Afuera se escuchaban los sones de las botas de los soldados de Pinochet
golpeando la tierra dura de las calles, los gritos detente, no te muevas, rojo de mierda; las
San Miguel de Azapa, mientras adentro la madre luchaba por extraer la bala alojada en la
extremidad del Franco, Carrasco respiraba por la boca emitiendo un sonido bestial y el
resto esperaba con pavor en el suelo que las tropas de afuera no golpearan el portón de la
mesa en que descansaban sus elementos quirúrgicos; unas tijeras y un rollo de gasa se
perdieron en la espesura de las breves tinieblas de abajo; las pinzas alzadas al cielo por la
madre apretaban una diminuta bala, grisácea, horripilante, que apenas era una pequeña
trayectoria, filosofando sobre la potestad que poseía de coartar la joven existencia de aquel
percutir de un cartucho en las mandíbulas de una pistola, brotó en mi corazón. Era posible
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- Sáquemela a mí, madre, por favor – rogó Gustavo. Un sonido de motores sonó como un
dormida.
El féretro de la abuela fue cargado por sus hijos varones y los esposos de las tías, quienes
rigurosidad del sol nortino. El trayecto desde la puerta del camposanto hacia la sepultura
que se ubicaba en un extremo de aquél fue lento, con la cadencia con que los guanacos
mascan alfalfa en sus tardes ociosas y heladas. Apenas sí se escuchaban las pláticas de los
asistentes entre tema y tema interpretado por la banda de bronces. Mi padre no lloraba, a
diferencia de sus hermanos; sólo apretaba las mandíbulas y observaba el suelo mientras
caminaba sosteniendo con una de sus manos el ataúd. Vestía su único traje oscuro que
alguna vez, hacía muchos años, adquirió para recibir su carné de peluquero profesional, de
cuya existencia supe cuando en mis tardes de descubrimiento encontré en su ropero un fajo
vez el tenor casi imperceptible que otorga la esperanza en los años en que uno es joven. Esa
tarde calurosa de verano descubrí que me parecía dramáticamente al viejo en las facciones,
en la complexión delgada, en el color de su raza que alguna vez me avergonzó cargar y que
a esas alturas de la lucha mostraba como una divisa de batalla, como un pendón bordado en
la carne que me enorgullecía con la pasión con que el sol ama a sus planetas. Los jóvenes
del movimiento se habían ubicado entre la multitud, dispersos, ocultos y parapetados tras
los cuerpos de los asistentes, llevando en sus brazos derechos la franja que distinguía al
grupo de otros partidos o facciones existentes. Desde el día en que en la frontera había
ocurrido el decomiso de material escrito por el comandante y Gianina y otros miembros del
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grupo comentaron sobre supuestas persecuciones, cada uno de los compañeros del
movimiento debió moverse en medio de las calles y en los lugares que frecuentaba con
extremo cuidado. Esta ocasión tenía, sin embargo, una connotación especial: hacía horas un
en sus noticiarios los pormenores del enfrentamiento que, según los periodistas, había
sospechaba que al menos uno de los terroristas involucrados en el ataque huía con la vida
una creciente desesperación, sumada a los sentimientos que azotaron como un vendaval el
alma de cada uno de los integrantes de la organización luego del atentado que sufrieran los
muchachos y que costara la vida de la polola de Gustavo. La prensa, manejada por los
provocado por una falla eléctrica. A nuestro favor la opinión pública, hasta el momento, no
entabló algún tipo de relación entre aquél pavoroso hecho y nuestra incursión a la
sus casas en dirección a los centros de votación para expresar su opinión sobre el gobierno
del general Pinochet; había visto las multitudes caminar por la avenida Capitán Ávalos y
camiones militares controlando las calles aledañas, en tanto el cortejo fúnebre avanzaba con
lentitud bajo el sol pleno que azotaba la ciudad. Iba con papá, mamá y Josué en un furgón
dispuesto por un vecino cercano a la familia. Carrasco había tomado un taxi y viajó tras la
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carroza con Gianina y otros colaboradores. Se quejaba del dolor, aunque trataba de
disimularlo para lo cual se inyectó una dosis de morfina proporcionada por la religiosa
horas antes. Le preocupaba el estado de Francisco; por esto designó a uno de los
compañeros jóvenes encargarse de las informaciones que recibiese de la hermana Juana del
casa por esos días – que no era tan evidente pues ésta se encontraba llena de gente que
- No has estado en la casa y recién llegaste hoy en la mañana a dormir algo – habló
mamá.
Observaba el movimiento de personas que transitaban por la avenida; seguro irían a votar.
cerca de nosotros; los uniformados que vestían trajes de camuflaje color café claro se
Josué había ido a votar en la mañana y dormitaba en el asiento lateral al de mamá. La noche
anterior salió con sus amigos y era probable que comprobara en su cuerpo la resaca de la
pasta base. Apenas abría sus ojos, dos insectos rojizos que se mostraban brillosos y
- Debes retirarte de ese grupo, hijito. Tan pronto pase el funeral de la awicha trata de
dejar a los chicos, por favor – arguyó suplicante- Es probable que Pinochet gane y te
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pueden tomar detenido por ser contrario al régimen- Me miró a los ojos y pude intuir
Era obvio que no sabía de los movimientos secretos de INTI, pero creo que lograba intuir
que el grupo estaba siendo sometido a la persecución de los aparatos de represión del
gobierno de facto. Aunque había leído la noticia del supuesto accidente del auto de Jean
Pierre en las páginas del diario local y en primera instancia creyó en la versión contada por
de Gianina. Días antes de la muerte de la abuela, mamá descubrió entre mis pertenencias un
puñado de cartuchos de balas, algunos libritos con la doctrina del comandante y una
- Esos comunistas te lavaron la cabeza – dijo en tanto batía tres huevos en una olla. La
cocina olía a cebolla; mamá preparaba el almuerzo- No sabes qué peligroso es que
tengas esas cosas en la casa. Puede que incluso lleven detenido a tu padre por ser
terrorista.
- Con su actitud usted avala el matonaje del dictador – respondí. Josué llegaba del trabajo
y cruzó por el pasillo hacia el living. Se sacó la camisa, la dejó en el suelo y prendió la
- ¿De dónde sacaste esos casquetes de balas? – inquirió. Se restregó los ojos con el dorso
inventé.
- ¿Y los libros?
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- Me los conseguí. No creo que en el leer haya algo malo – respondí. Josué salió con el
torso desnudo; extraía de sus narices algún elemento sólido. Besó a mamá y se dirigió al
refrigerador.
- ¿Hay algo pa comer? - sin esperar respuestas sacó un plato plástico que contenía media
docena de torrejas de mortadela algo secas y un poco de margarina. Tomó un pan que
- ¿Cómo te fue, Josuecito? – preguntó la mamá que tapaba la olla y luego ubicaba sus
- Bien, pero cada día hay menos movimiento. Arica se está muriendo de a poco –
- Hijo, por favor, para qué vas a estar arriesgándote – dijo, enseguida besó mi mejilla- En
la juventud uno es tan idealista; lucha por la justicia, reclama, cree que el mundo puede
cambiar. Te darás cuenta cuando crezcas que el mundo real es distinto: cada quien
lucha por lo suyo, que siempre habrá pobres y ricos y que los ideales no son más que
Mamá hablaba con sinceridad y desde la experiencia de tener cuarenta años. Pensé en las
responsabilidades que debía cargar a mis cortos dieciocho años, en las privaciones que
mujer a quien amaba sólo por suponer que podía ser una espía de los hombres de la
dictadura. ¿No podía ser la vida mucho más simple que eso? ¿Por qué no había optado por
llevar una existencia normal, como los demás tipos de mi edad que no se hacían mayores
253
establishment? ¿Conseguiríamos algo con todo lo que nos proponíamos llevar a cabo o la
vida seguiría un curso calvinista, predestinado, rígido el cual había sido escrito por Dios
quien había sometido su juicio nefasto al ser humano, relegándolo a vivir en un sistema
agrediéndose unos a otros, de por vida? ¿Valía la pena jugársela por un ideal si al final los
ridiculizados por un sistema que nunca admitió algún deseo de redención? Las preguntas
bien podían tener infinidad de respuestas, pero el peso y la terquedad que otorga la
- Mamá, nunca dejaré de creer en que es posible que los pueblos de América pueden
llegar a vivir libres y recuperen lo que los imperialistas les han robado – respondí.
Besé a mi madre y me interné en los pasillos de la casa con dirección a mi cuarto. Ahí me
camisa. Su torso seguro transpiraba bajo el vestón y la camisa blanca. Hacía rato notaba
cierta inquietud en él quien volteaba con insistencia su faz y movía sus ojos buscando con
fosa cavada en tierra en cuyas orillas esperaban impacientes dos hombres vestidos con
sendas palas en sus brazos, esperando la señal para cubrir el féretro de la abuela con la seca
y arenosa tierra de aquel lugar desértico. Podía observar en el gentío a mis primos, vecinos,
254
desconocidos, seguramente cercanos a la familia extensa que había dejado la abuela en el
- Hay gente de la CNI, Alberto – tosió y en el acto arrugó su cara de dolor; tomó con su
- Es mejor que nos vayamos. Deben habernos perseguido de algún modo. Tengo miedo –
clavó sus ojos en los míos y pude ver su mirada perdida en la oscuridad de las gafas.
- Han matado tanta gente que su respeto por los difuntos debe haberse gastado de tanto
Comprobé con mis ojos la hipótesis del comandante. Lejos del grupo, en las murallas del
camposanto observé un par de desconocidos, tipos de rostros blancos, pelo corto, que
ocultaban parte de su faz con lentes oscuros. En el otro extremo, en la mitad del cerro tres
cuerpo que tensó mis músculos y les otorgó un golpe helado, muy distinto al viento que
golpeaba afuera, en los rincones del valle. Carrasco continuó buscando con su mirada a los
agentes de la muerte; sus labios serpentearon, introduciendo el llanto; dos lágrimas brotaron
bajo las lunas de los lentes y reptaron por los pliegues de su rostro moreno.
- Allá atrás hay un grupo de militares. Estamos cagados – dijo y lloró sobre mi hombro.
Comprobé con mis ojos la certeza de la declaración del comandante. Cerca de una decena
Cargaban fusiles negros, mientras observaban a la multitud congregada alrededor del cajón
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de la difunta abuela. El sacerdote se abrió paso entre la multitud y se ubicó a un costado de
la fosa, tras el féretro. Los tíos y papá yacían genuflexos, tomando con sus manos aquél,
llorando con lamento hecatómbico, desgarrador. Por primera vez papá se quebrantaba
frente a mis ojos y supe que era tan frágil tras el aspecto duro y frío que había impostado
durante años; era probable que se mostrase así luego de las humillaciones experimentadas
lloros inundó el ambiente, música a las palabras del cura que leía un pasaje del evangelio de
San Mateo. Tras el valle la ciudad, seguro, permanecía expectante frente al proceso
sector marginal y otros combatientes recibían auxilio médico en el hospital Juan Noé.
En el intertanto mis ojos se clavaron en la mirada de una mujer desconocida, ubicada tras
las personas apostadas en las espaldas del sacerdote. Vestía traje negro y un sombrero gris
bajo cuyas alas caía una especie de tul que lograba disimular los detalles de su rostro. Mi
- Siento que nuestro fin está cercano, amigo. Dime alguna razón que me haga sentir que
mis sueños e ideales. Qué sería de mi vida sin la lucha asumida como norte, qué sería de los
muchachos que tenían a mi amigo como modelo e inspiración; qué destino correría el
pueblo aymara y los demás pueblos indígenas con la rendición de este revolucionario frente
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a los tentáculos del miedo y la desesperanza. Guardé silencio por unos segundos; los
lamentos se hacían cada vez más fuertes en la multitud. Mis ojos ardían de sueño; mi
cuerpo helado pedía a gritos la sustancia del sol para calmar un poco el empalamiento y la
tensión ocasionada por los frenéticos días transcurridos. La misteriosa joven sacó de su
cabeza el sombrero y llevó su diestra aferrando un pañuelo a sus narices. Reconocí la línea
de sus cejas, la curvatura de sus pómulos, el matiz de sus ojos perfectos. Sin embargo los
jadeos juveniles tras mis espaldas, el sonido de pesados pasos resonando entre los cuerpos
de los asistentes, el polvo levantado por aquéllos, la agitación del aliento de un hombre que
sucia y sin botones en los extremos. Apenas podía hablar, atragantado con el ritmo frenético
lastimero. No tuvo que decir palabra alguna para que entendiéramos el mensaje que traía
como si fuese un chasqui encargado de llevar el recado desde una especie de infierno al
mundo no menos desolado en que existíamos con los sueños balanceándose en el borde de
un precipicio oscuro y sin fondo. Los restos de la abuela descendían sujetos a cuerdas a la
garganta de la tierra desértica y los sones enérgicos de la banda azuzaban los lamentos de la
gente que procedía a aferrar en sus manos puñados de tierra y lanzarlos sobre la fosa que
era alimentada por las palas repletas de tierra que lanzaban con rapidez los dos obreros del
cementerio. Mamá lloraba abrazada de papá, sosteniendo un ramo de claveles sin vida,
exhaustos por el sol inmisericorde que las golpeaba. Josué observaba ido el panorama,
acompañado de sus amigos del barrio. Se acercó las manos a los ojos y secó con los dedos
el líquido allí acumulado. Tras de su grupo la misteriosa mujer comenzaba a avanzar hacia
257
el costado de la multitud; repitió el rito que había realizado minutos antes, esta vez para
arreglarse el pelo y, al observarla de perfil comprobé que era la mujer que había amado
durante toda la existencia. La alegría inundó mi corazón, acallando las imágenes y sonidos
pusiera fin a sus magros años de gobierno y el arco iris tras la tempestad asomara libre en
cada una de las esquinas de la ciudad y la nación. La derrota del dictador traería, además,
mi libertad para amar a la mujer de mis sueños, la dulce Ivonne quien fue el faro en el mar
abrazaron y noté que Carrasco, que parecía entregar el alma en el abrazo férreo, gimió un
desgarrador grito que incluso opacó los sones de la banda de bronces que nuevamente
golpeaba como azote de aguas el ambiente. Sentí gozo y pena al mismo tiempo y, en el
tras los cuerpos cuyas imágenes me sabían como fotografías tomadas tras un vidrio
catedral. El ataúd de la abuela era rodeado con cordeles gruesos por los dos obreros que
trataban aquél como si se tratase de un mueble más, con la prisa con que se embala una caja
a la hora de partir y luego alcanzaron los cabos a los hijos y yernos de la abuela. Los llantos
de Carrasco y Manuel se distinguían con claridad entre las endechas de la multitud y los
internó en la boca terrosa del suelo, produciendo cascadas de arena en las orillas. La
multitud se fue acercando con paso cansino, levemente unos metros, contemplando cómo la
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tierra se iba tragando el cuerpo de la abuela para digerírsela en su estómago voraz. Cuando
descansó en el fondo los trabajadores del cementerio tiraron los cordeles, los enrollaron y
arrojaron al suelo, tomaron las palas que, enterradas en la tierra húmeda, oscura en
en su concavidad metálica, desgastada por el paso de los años y el rasguño de las piedras y
el terreno, procedieron a lanzar como escupitajos la arena sobre el cajón, que recibía
además los pétalos que descendían flotantes desde arriba. Mi corazón latió con frenesí y sus
pulsaciones repercutieron en todo mi cuerpo llegando a mi cabeza como las coces ciclópeas
sonido de trombones, los sollozos del comandante tras mis espaldas, el ruido del viento
helado golpeando las ramas de los olivos polvorientos, los latigazos de mi corazón
- Generalmente el mundo occidental repite una y mil veces la frase “Vamos de frente
hacia el futuro”- dijo Gustavo con certeza; sus palabras retumbaron en el espacio como
Cerca de cuarenta jóvenes le oíamos, sentados en la verde alfombra del bofedal. Hacía frío
en Caquena, lugar escogido para ese encuentro, uno de los últimos que sostendríamos antes
del trágico destino que correrían los compañeros caídos en combate. Detrás de la figura de
sol bendito no lograba disuadir con la tibieza que mendigaba al astro al frío que se colaba
en cada rincón abierto de nuestras ropas. Savka, al lado del comandante, sorbía un poco de
té en un tazón que compartía cada cierto tiempo con Gianina. Los guanacos se asomaban
259
allá atrás, en el espacio colorido que formaban las llaretas, las piedras y los cactus
candelabros.
- Nuestra cosmovisión aymara dice que nosotros no miramos al futuro, sino que al
pasado, por una razón lógica: el futuro es desconocido, es imposible que nuestros ojos
los hijos de los conquistadores intentan desconocer. Aquél es nuestro motivo y objeto
de lucha.
Rato más tarde la lluvia acompañada de granizo nos obligó a guarecernos en una casa
cedida por un pastorcillo de guanacos y llamos. El rumor de la lluvia sobre los techos
mantuvieron en vela, delirante, sometido al tambor de la puna que golpeaba mi cabeza con
saña irredenta. Recordé con olores, sensaciones y matices las calles polvorientas de mi
cada centímetro de mi piel, tan similar en color a la suya, forjada por el sol andino
inclemente; mi mano tomando apenas los dedos de mamá, blancos y suaves y el sentir los
ojos de la multitud y pensar con infantil tragicidad no me parezco a mamá; los rostros
deformes, inciertos de mis compañeros , mostrando bocas grandes, rojas, húmedas sobre
mí, riendo, pronunciando entre gritos viscerales, indio de mierda, paisano reculiao,
día en que mamá nos dijo conteniendo el llanto hoy comeremos pan con huevo y té y
nosotros contentos recibíamos en la mesa un plato con dos tostadas y un jarrón con té casi
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sin azúcar mientras el ruido de las ollas en las calles sonaba cual caer de lluvia sobre los
techos de las casas en días de invierno boliviano, sorteando nubes negras, las mismas que
comenzaba su diáspora entre las sepulturas blancas y abandonadas del cementerio. A esas
alturas no era yo más que un zombi existiendo por inercia de los años, un ánima material
sangre y materia en un grito de color sobre la tela –en mis oídos el ruido de los lamentos
que la vida me regaló y fue al mismo tiempo el ángel enviado por Dios para guiarme hacia
el camino que todo hombre debe recorrer en su existencia, dirigí mis pasos hacia el sur sin
entender a ciencia cierta el porqué del itinerario, serpenteando la ruta como un ebrio que no
puede controlar la anarquía de sus miembros adormecidos, y sentir luego del lamento las
voces lejanas del comandante pronunciar mi nombre y sostener mi vista hacia el frente y
contemplar tras los cuerpos oscuros, sombras flotantes, fantasmas morenos, a la mujer
vestida de negro que me observaba impávida cual estatua sepulcral, mientras batallaba con
mi peso corporal, la insurrección de mis miembros y los ruidos totalizantes del ambiente.
Pero luego éstos, sometidos al ecualizador interno de mis emociones, bajaban sus decibeles
y solo oía retumbar en mis oídos la voz de Carrasco quien me gritaba amigo, ven, por favor,
Alberto, te lo suplico y yo, sin otorgar voluntad, seguía caminando hacia la mujer que amé
dejavú profundo y permitía a su alma expresar signos a su rostro de musa griega. Y, lejos de
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dibujar una sonrisa en la faz y promover en sus mejillas dos margaritas, ombligos evidentes
actuar y caminé hacia ella; comenzaba ella a sollozar cuando su voz reverberante y la de
Carrasco confluyeron en la misma frecuencia; los sonidos del mundo dejaron de existir y
momento en que alzó sus brazos y mostró las palmas de sus manos, palomas con las alas
abiertas con dirección a mí, detente, Alberto, por favor, amigo. Un cuerpo acercándose a mí
con dificultad, Ivonne cubriéndose la cara con pavor en grado máximo, el golpe de aquel
blanda del cerro, una docena de disparos y sus ecos apagándose en la inmensidad del valle,
me despertaron del ensueño. Abrí los ojos y el paisaje enunciado por mis ojos fue cielo
plomizo y aves nerviosas desplazándose hacia un destino incierto. Sentí en mis labios el
salado sabor de la tierra y una gota de ardiente saliva serpenteando por sus vértices hasta mi
adormecido. A lo lejos escuchaba gritos de alegría, música folclórica, el vocear del lema YA
CAYÓ.
- Alberto – era la voz dificultosa del comandante, ahogada en un acuoso sonido. Tosió y
los humores de su boca irrumpieron como la erupción de un volcán que expelía lava
tibia y roja que sentí en mi rostro cual pequeñas gotas de lluvia. Mis ojos seguían
estacionados en el firmamento.
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dramáticas. Moví con dificultad mi cabeza y contemplé su rostro moreno disfrazado del
humanidad vomitaba sangre oscura que tendía a atragantarle las pocas palabras que podía
articular. Su frente, húmeda por la transpiración, mostraba viscosa su pelo azabache como
un río de petróleo.
- Ellos dispararon - respondió – Alberto, tengo frío. Parece que voy a morir.
- Tabo - dije entre sollozos- intentaste salvarme la vida – lloré con gran lamento, no
rápida.
Carrasco tosió y en el regurgitar asomó el efluvio rojo y ardiente de su boca que descansó
en el suelo. Luego respiró con dificultad y pareció entregar el alma el alma en una
bocanada de aire, en tanto sus ojos abiertos se estacionaron en el cielo y sus labios
Cerré mis ojos, cansado, escuchando lejanamente los lamentos de la gente, los gritos de mi
madre, las manos grandes de papá sobándome la frente. No recuerdo con exactitud los
pormenores de aquel acontecimiento, solo sé que floté por una especie de abismo oscuro,
incierto, en tanto los ruidos del mundo se iban apagando en forma gradual, hasta que sorbí
con paz inefable el silencio absoluto de la existencia, quizás parecido al que uno percibe en
pronto hubiese nacido de nuevo. Desde la ventana de la fría sala de hospital pude
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El cielo de Arica estaba despejado y detrás de las casas y edificios descansaba pacífico el
- Doctora, ¿qué es esa música de fiestas allá afuera? – pregunté con curiosidad
inquisitiva.
- Nada, Alberto – respondió- Sólo que se cumple un mes del triunfo del NO. Quizás deba
Recosté mi cabeza para seguir durmiendo. En el velador mamá había ubicado una foto en la
que aparecía junto a Gustavo en el cumpleaños número diez de Josué y una foto de la
abuela sosteniendo en brazos a Carlos, el hijo del tío Encarnación. Mis piernas, sometidas a
la inmovilidad luego de haber recibido un disparo muy cerca de la espalda, colgaban como
dos troncos cubiertos de hielo de las poleas instaladas en el cielo inmaculado del techo de
aquel cuarto. Con inquietud volví a voltear mi rostro con dirección al mueble; había algo
raro allí en lo cual no reparé del todo. Sobre la superficie, a un costado de los retratos,
descansaba una tarjeta en cuyo ángulo resaltaba una cinta negra entrelazada.
estructura.
La noticia la confirmé horas después cuando mamá, papá y Josué me lo dijeron casi sin
convicción, con los ojos llorosos, mordiendo sus labios, melancólicos. Atardecía en la
ciudad y aquella brisa marina que se colaba por la ventana (la misma que junto a mi amigo
y comandante sorbíamos durante muchas jornadas cerca del Pacífico) me atrajo también en
corazón revolucionario. Lloré amargamente por varios días hasta que mis ojos no tuvieron
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EPILOGO
Las hojas de los árboles caían como barcazas, sometidas con coquetería a las brisas
otoñales que se le cruzaban en el trayecto. El sol anaranjado, detrás de los grandes árboles,
había dejado de entibiar la ciudad hacía un rato. La multitud se dispersaba lentamente entre
los caminos de la Quinta Normal; globos de colores, carteles con el rostro del Che, un puño
en alto, nación mapuche presente, eran parte del colorido cuadro de aquella tarde. El sonido
de una guitarra y una voz grave aplacaba el rumor del viento golpeando las hojas cobrizas y
frágiles. Gianina cargaba en su mano una varilla en cuyo extremo se erguía una nube rosada
de azúcar. Me hizo señas con su cabeza, invitándome a acompañarla a los columpios, lugar
en que jugaba Gustavo. Vestía ella un poncho de alpaca, jeans y una blusa clara que mamá
muerta, y el bastón remover breves centímetros de tierra. Detrás de mi caminar mis huellas
eran acompañadas por un orificio redondo, marca de una tercera pierna que me
trágica tarde de octubre el año ochentiocho sino a un accidente de tránsito que sufriera en
Iquique once años después, mientras realizaba una auditoría a una empresa importadora de
automóviles coreanos. Llevaba tres años de pololeo con Gianina y era posible que Gustavo,
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nuestro primer hijo, aún no existiera siquiera en los bocetos de nuestra imaginación
- Mamá – dije sonriendo. Hice señas a Gianina; sonrió y alzó los brazos en señal de
júbilo; corrió a mi lado, y acercó su oído al mío que esperaba cubierto por el teléfono –
Al otro extremo mamá respondía que se encontraba bien, aunque un poco cansada pues los
hijos de Josué no cesaban de jorobarla con su inquieta existencia. Los gemelos tenían ya
tres años y eran el terror de cuanto jardín infantil pisaran. En la imposibilidad de que
esa edad ya cargaban- mamá le dijo a Consuelo, pareja de mi hermano, que ella podía
cuidarlos, siempre y cuando les dejara listas las meriendas necesarias. Josué trabajaba en
Iquique, en la minera Collahuasi para ser más exactos, como muchos padres de familia de
la ciudad.
- Arica se está muriendo de a poco, hijo – dijo mamá con voz melancólica- vieras tú
cuántos jóvenes no saben ya que hacer, hay poco trabajo, poco movimiento. Y las
- Sí, no me puedo quejar. El mes pasado cambiamos el auto y es posible que el mes
Mientras Gianina conversaba con mamá, caminé con dirección a mi hijo que gritaba papá,
aquí estoy desde lo alto de una estructura metálica de muchos colores. El aire atraía los
rumores de la música de un grupo folclórico; sentí pasos acercarse a mí. Volteé para mirar.
266
Dos chicas de dieciséis años aproximadamente caminaban escrutando mi rostro con
curiosidad pueril. Se detuvieron y conversaron entre ellas, luego de una breve plática
fijaron nuevamente sus ojos en mí. Seguí caminando con algo de vergüenza, con cierto
sabor de desazón en el alma, una sensación parecida a aquella que experimenté los
preguntaban ¿usted es peruano?, seguro extrañados del tono moreno y los rasgos aymaras
de mi rostro. Una de las jóvenes, de pronto, decidió salir a mi encuentro; sentí sus
indicó con su mano que esperara. La otra chica se acercó con timidez- ¿Puedo hacerle
una pregunta?
suspenso.
Estudié su aspecto y el de su compañera; era posible que la conociera en algún lugar, que
- No, señor – sonrieron y se miraron. Sus ojos luego brillaron; se llevaron las manos a la
cara. Estaban sorprendidas - Usted fue el mejor amigo del comandante Colque...
Luego de años el tema surgía a propósito de la relación hecha por las adolescentes y,
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avergonzaba –por el sabor a fracaso a que sometía a mi conciencia- ciertamente me
aniquilante del sistema, que despertar aquellos recuerdos, tan hermosos pero a la vez tan
pobre y tenaz; ahora poseía casa propia en un buen barrio, automóvil, comodidades, dinero,
pero ya no creía en sueños; quizás sea aquélla la peor enfermedad de la adultez, más que el
durante un par de meses, recuperándome de las heridas recibidas en el último combate que
sostuvimos con las fuerzas de la dictadura. Mas el golpe mayor que azotara mi vida con el
rigor del viento de altamar sobre una barcaza de totora fue sin duda alguna la muerte de
Gustavo y, tras de sí, el ocaso de los ideales propugnados. La historia del comandante fue
silenciada por Lizardo Rodríguez, quien con los años llegó a ser diputado por la
usando todos los medios a su alcance, que Carrasco no dejaba de ser un jovencito soñador e
irresponsable, gracias a quien perdieron la vida los compañeros abatidos y cuya muerte en
los funerales de la abuela se debía a un ajuste de cuentas por unos dineros que debía su
nosotros la revolución conocen que aquel político mentecato y mediocre inventó dichas
para trazar los lineamientos de una revolución. Respecto de esto y de la actitud de la gran
liberadas por el comandante en torno a que transarían los ideales del socialismo. El país
siguió aferrando sus rígidas estructuras de desigualdad que lo marcaron desde su origen. La
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dictadura continuaba en las mentes y en los rincones de las ciudades; los trabajadores no
podían organizar sindicatos libremente sin que se aplicara sobre ellos algún grado de
privilegio de todos; aun la justicia era administrada por ministros que velaban por los
intereses de los grupos de poder. La elite plenipotenciaria manejaba los destinos del país
antojo, usando las fuentes laborales de los trabajadores como medida para acallar sus ansias
de justicia y equidad.
Luego de los hechos acontecidos mi vida cayó en una completa anarquía, en la cual los
poderes de mi ser entraron en conflicto vital, cuestionando los valores por los que alguna
vez luché, cerrando mi corazón a cualquier asomo de amistad y afecto de parte de mis
cercanos. Es verdad que los revolucionarios mueren solos, abandonados, humillados por
sus adversarios, los poderes organizados que arrastran a las masas y compran sus
conciencias procurándoles pan a sus bocas hambrientas y circo a sus ojos ávidos de luces y
sensaciones. Sentí que aquellos que nunca sacrificaron su tiempo y comodidades eran los
primeros en sacarme en cara las muertes de los compañeros, la disolución del movimiento
fácil cargar una polera con la imagen del Che, de Jesucristo o Ghandi, pero difícil renunciar
a la vida como lo hicieron ellos o Gustavo. Yo también estuve dispuesto a morir y, es más,
casi así sucede; quienes nunca tomaron un fusil o sintieron en el estómago el miedo de
La amargura y la soledad hicieron mella de mi ser y traté de acallar esas voces, las miradas
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buscando la compañía de alguna mujer con quien acostarme por un par de horas y
descargar en el acto mis ruines pasiones, tan distantes a las que, férreas y poderosas,
indígena. Muchas noches caminé solitario por las calles de la enorme urbe que mostraba a
mis ojos volúmenes amorfos, oscuros, muy similares a los cuadros que ocurrían dentro de
palabra pronunciada tras del teléfono. Lo trágico de la soledad no es el estar solo, sino el
estar con uno mismo. Yo sabía que dependía de mí tomar decisiones respecto de mi
vocación y de la lucha que la vida me encomendara y que, mientras no llevara a cabo dicha
Un día viernes del mes de julio del año recién pasado –acostumbro visitar Arica en
compañía de mi mujer e hijo dicha época del año-, caminando por el ahora paseo peatonal
veintiuno de mayo, me quedé observando a una mujer de cerca de treinta años que
trabajaba de garzona en un restaurante. Apoyé mi cuerpo sobre una banca y dejé descansar
sobre un borde de ésta mi muleta. Pensé que se trataba de alguna vecina, compañera de
infancia, quizás miembro del movimiento. Había olvidado en parte la vergüenza de saludar
a los activistas de INTI por pensar no haber cumplido con lo que me rogara mi gran amigo.
recordar mis días de adolescencia, la gente que vivía en mi población, a mi familia que
nunca aspiró a ser sino sirvienta de las clases acomodadas. La luz del sol no provocaba
demasiado preocupada de sus asuntos, rumiando sus problemas con el ceño fruncido,
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sumándose al lamento de la ciudad agónica y abandonada a su suerte. La lastimera imagen
de la dama vestida con un raído delantal rojo me conmovió; no pude dejar de apretar la
garganta deteniendo la pena y la tristeza; sus ojos, familiares a las imágenes atesoradas en
Un joven salió de entre un grupo que caminaba desde el oriente hacia la costa, bajando por
la callejuela, vestido con el uniforme del liceo en que alguna vez cursara mis estudios
secundarios. Cargaba en su espalda una vieja y estropeada mochila de lona color verde
olivo en cuyo bolsillo central ostentaba un parche negro con una figura de color amarillo.
El cuadro visto me despertó de cierta inercia pasiva del mirar; acerqué mis pasos unos
metros hacia el joven que raudo se adentraba al restaurante en que laboraba la mujer de ojos
asombro que aquella insignia correspondía al sol amarillo con trazos delgados símbolo del
movimiento revolucionario INTI. El estudiante saludó con besos y abrazos a la mujer que
sonrió; luego secó la transpiración de su frente con el dorso de la mano. Fueron a una mesa
Entré con el corazón agitado y al acercarme sutilmente hasta el lugar donde el joven y la
ochenticinco, a la antigua sala de clases del liceo; ese adolescente delgado, pálido, inmerso
en el sonido que producían sus audífonos de esponjas naranjas que conocí aquel primer día
conversación con la garzona. El mismo peinado, iguales gestos, similares líneas del rostro,
me hicieron sonreír de alegría. Mi cerebro relacionó con rapidez las historias, los tiempos,
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hijo de mi amigo y compañero Franco, aquel que ofrendó su vida por la causa
amor de Montoya, quien se encontraba encinta el momento en que partió de este mundo. La
voz de Franco retumbó en mis oídos así tan vívida como la última vez que la escuché esa
habían impedido dar el urgente recado que entre el dolor y la angustia los labios de
Montoya articularan:
Estaba allí yo, delante de ellos, luego de diecisiete años, para entregar aquel mensaje tan
cercana procurando no ser visto por ellos. Extraje de mi bolsillo un pañuelo con el cual
enjugué mis lágrimas; sentí que aquel encuentro no era casual, que el destino se había
tantos años. Madre e hijo se amaban tanto; se miraban con dulzura, con la transparencia que
otorga el amor verdadero. Traté de armar una historia de ellos luego del abatimiento de mi
amigo de liceo y pensé en aquella delgada joven, pobre y melancólica, caminando por las
calles de la ciudad sin el hombre que amó a su lado, llorando de alegría al abrir sus
piernas, sintiendo que una pequeña vida se asomaba llena de expectativas a un mundo
hostil; imaginé a aquel muchacho crecer sin un padre que lo acompañara a jugar fútbol al
parque, sin un ser que recibiera tarjetas suyas algún día de junio, sin un hombre que lo
embargo no pude proyectar con qué imagen de progenitor ausente pudo haber crecido aquel
joven y sentí miedo por un instante de pararme y entregar aquella frase tan corta pero a la
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vez conmovedora que debía liberar en sus oídos. Me acerqué, empujado por una fuerza
- Vanessa, soy yo, ¿te acuerdas? –apreté mis labios para no llorar frente a ella. Vannesa
me miró por un par de segundos, escrutando cada centímetro de mi faz. Abrió los ojos y
Me acerqué a ella y apañé su asombro con un sincero abrazo; ambos lloramos de emoción.
El joven se levantó, aferró su mochila; con los ojos húmedos descubrí que era la misma que
- Alberto Vásquez – pronunció con asombro- Usted estuvo con papá en sus últimos
minutos, ¿no?
- Sí hijo- avancé un paso, lo aferré entre mis brazos y besé su mejilla- Eres tan parecido a
tu padre; te veo y lo veo a él – dije llorando. No pude contener la lluvia en mis ojos; él
- Pensé que había dejado de amarme – expresó Vanessa secándose la humedad de sus
labios.
- Te equivocas, Vanessa. El dijo que te dijera que te amaba y que amaba al hijo que
atábamos un cabo que la historia con su daga filosa había provocado; con esto, aferramos la
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contaba con diecisiete años. Durante su infancia creció escuchando los pormenores de la
revolución en la cual participó su padre; leyó con detenimiento los textos del comandante;
conoció mediante fotografías a los integrantes del movimiento, cargó desde la pubertad la
insignia que llevó Francisco en el momento de su muerte. Se sentía orgulloso de haber sido
libertaria con los compañeros de su curso que llegaron rato después a buscarle al
restaurante. Francisco habló con emoción cuando detuvimos nuestros pasos en la plaza
Colón y nos sentamos en el pasto, luego de habernos despedido de su madre que aún debía
trabajar.
conocen por las referencias que dan los textos del comandante Colque y por algunas
Los ojos de aquellos jóvenes titilaban como las estrellas en la inmensidad del cosmos.
Aquellas miradas llenas de sueños e ilusiones se fijaron en mis ojos y sentí despertar en mi
interior una especie de fuego, esa misma llama que consumía mi corazón cuando compartía
del altiplano. Esos ojos ávidos de aprender eran similares a los de las dos chicas que me
- ¿Usted era de la plana mayor del movimiento? – sonrieron aún mas asombradas.
- Por supuesto; también creemos en la revolución y en las ideas del comandante – agregó
una de ellas.
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Pamela y Camila eran estudiantes del liceo uno de niñas y llegaron al conocimiento de
INTI luego de que una compañera de curso llevara una edición antigua de “Reniego” el
segundo libro publicado por Gustavo Carrasco. El ejemplar, viejo y ajado, lo había
adquirido en un puesto del persa Bio bio a dos mil pesos. El vendedor le refirió la historia
del movimiento pues participó alguna vez de las reuniones que sostuvimos a la salida de los
liceos en Arica; manejaba él la versión oficial de la lucha sostenida, sus ideas y los
pormenores de la muerte del comandante. Es más: poseía en su local un póster con la foto
de Gustavo y una cita extraída de uno de sus textos, entre los afiches de Allende, el Che y
Miguel Enríquez. A propósito de aquéllo fue que Soraya – amiga de las muchachas-
preguntó ¿quién es ese tipo de la foto?. El vendedor, entonces, procedió a narrar la historia
del movimiento y mientras la joven escuchaba su corazón sintió una llama y la convicción
de que debía aferrar la lucha en favor del reconocimiento de los pueblos indígenas y la
restitución de sus bienes. Compró el documento, buscó los restantes en la feria de libros del
conocidos le buscasen material de Carrasco en alguna tienda de Arica. Con cinco libros en
su poder firmados por Manuel Viza – el seudónimo literario del Negro-, procedió a
compartir sus ideas con un grupo de compañeros que acostumbraban a reunirse en una de
las salas de su liceo los días viernes a las seis de la tarde. Pamela y Camila llegaron a una
de las sesiones luego de leer un cartel en que apareciera el símbolo de INTI y una foto de
Gustavo, acompañado por Francisco y mi persona, una ocasión en que fuimos a practicar el
uso de las armas en el desierto de Acha. Vestíamos uniforme verde olivo y botas militares
dadas de baja por el ejército; en nuestras manos cargábamos sendas armas aferradas a
nuestros pechos; sonreíamos iluminados por el sol desértico del atardecer, tan delicioso,
que produce miles de matices sobre los descampados de la pampa. Era la misma foto
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arrugada que guardaba en mi billetera y que observaba en mis noches de borrachera. No era
raro que la dejara apoyada en la botella de cerveza y entre sorbo y sorbo platicara con el
Negro y Francisco a través de la imagen, no importándome las burlas de los tipos de las
mesas vecinas. Había tantos sueños en esas miradas, tantas esperanzas en esas sonrisas
juveniles; pronto mis ojos contemplaban a mi alrededor, las luces mortecinas del bares, sus
torno a cada foco de luz. Qué distinta era mi vida sin esos sueños, sin aquellas metas que
cumplir. Vivía en la mierda, arrastrándome entre los sucios espacios de la maldita e injusta
sociedad.
- Conservo una foto de ese tiempo – dije en tanto extraje del bolsillo trasero mi billetera-
Las muchachas sonrieron emocionadas. Se acercaron curiosas cuando abrí las alas del
En sus bellos ojos asomaron lágrimas de emoción. La música del espectáculo que se
realizaba metros más allá tornó a suavizarse. Una voz se alzó fuerte entre la asamblea.
Pronunció el nombre de Gustavo y las banderas y los puños en alto se alzaron cómplices; la
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- Alberto – dijo Camila tomándome del brazo- Nos gustaría invitarlo a una de nuestras
reuniones.
- Sería muy importante para nuestra agrupación poder escuchar a Gianina y a usted;
Las observé y sus miradas fueron elocuentes para reforzar sus ruegos.
- Hace mucho tiempo que dejé de ser un revolucionario – me excusé- Vivo como
escaramuzas de lágrimas.
- Eso es mentira – dijo enérgica Camila – Si fuese verdad usted no estaría aquí ni
tampoco se hubiera emocionado al oír hablar del comandante y al conversar de él- Sus
ojos se estacionaron en los míos. Pude distinguir cierto detalle común a la mirada de
Carrasco; quizás la pasión, la fuerza vital concentrada en ella- Los sueños no mueren,
Aquella noche llovía sobre Santiago y la avenida Providencia con su interminable fila de
autos se asemejaba a un río oscuro en cuya largueza sus peces de ojos luminosos corrían en
procesión hacia un lugar apacible para guarecerse de la tempestad. Las gentes corrían de un
lugar a otro cargando sus paraguas, pisando el suelo que hacía explotar gotas en cada paso.
Las luces de la ciudad se deformaban al contacto con el agua caída en el parabrisas. Eran
las seis de la tarde, pero las nubes negras sobre la capital habían precipitado el
tormenta iluminaban por breves segundos la ciudad, como si una fuerza divina desde lo alto
Gianina marcó desde su celular el número de nuestra casa para comunicarse con Poliana,
estudiante de diseño que cuidaba a Gustavo las veces que debíamos salir de noche. Esperó
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unos segundos y luego conversó con ella de modo distendido; pidió que le pasase a nuestro
- Cuídate, y no hagas pasar rabia a tu tía Poliana. Chao, un beso – dijo Gianina y,
La reunión organizada por los dirigentes del liceo en que Camila y Pamela estudiaban,
comenzaría a las seis y media. Imaginaba compartir mis experiencias con no más de veinte
jóvenes quienes, pensé, estarían más interesados en organizar protestas y desmanes que en
aferrar sueños y sacrificar la comodidad de sus hogares por llevar a cabo grandes
Gianina, nos retiraríamos temprano. Si acepté la invitación fue por un asunto de cortesía
más que de convicción: las heridas recibidas en el pasado por mi alma soñadora no habían
cicatrizado del todo y era posible que nunca lo hicieran; a esas alturas no creía en sueños ni
en luchas vitales. Los argumentos a mi posición férrea los dictaba el fracaso y la decepción
y no quería salir de ellos pues eso implicaba poner voluntad; es difícil hacerlo cuando se
está cansado de la vida y de sus vueltas insufribles, desgastantes. Mi esposa nada más
callaba; creo que esperaba el momento en que por mis propios medios me diera cuenta de
en alta mar anhela encontrar el buque que lo arrime hacia algún puerto.
indiferente, más concentrado en el flujo de vehículos que en sus detalles blancos con tonos
verdosos.
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Esperé llegar al semáforo para observar con detenimiento la gigantografía. Aparecía allí la
foto del rostro de Ivonne promocionando una conocida marca de acondicionador para el
cabello.
Luego de los trágicos incidentes ocurridos en octubre de 1988, perdí todo rastro de la
misteriosa Ivonne al menos después de un año; luego de las lecturas que de ella hiciera mi
mente ésta llegó a la conclusión que se trataba de una mujer fatal, demasiado nefasta en
cada una de las etapas por las que mi vida debió atravesar. Su paso en mi historia dejó
huellas imborrables, un sabor amargo, desazón al grado máximo, que no estaba dispuesto a
repetir con un nuevo acercamiento a ella, pese a sus tentativas por restaurar la amistad que
hubo entre nosotros. La historia de que su padre había sufrido un accidente por el cual
había sido montaje llevado a cabo por los aparatos del régimen para recabar información
de Gustavo y de mi persona. Ella se había prestado para dicho juego pues se encontraba
amor eterno; llegada a Arica Ivonne comprobó que el uniformado era casado, padre de una
hija y que hacía las veces de amante con la mujer de un conocido importador de la ciudad.
Sin saber qué hacer y con la negativa de regresar a Antofagasta pues vivía ella en la etapa
vital de la rebeldía y la independencia, se fue a vivir con una amiga quien le contactó con
unos tipos que buscaban actrices para un supuesto cortometraje. Sabían los aparatos
represivos del régimen que la izquierda poseía en sus filas a mucha gente que se dedicaba al
teatro y a las artes en general. Querían éstos contratar a jóvenes actores que personificaran
roles en un video dirigido por un tal Kurt Hormazábal, pero esta historia no era más que
una argucia, un pretexto de un ruin plan: recopilar información de los grupos de izquierda
con el fin de desbaratar sus planes en contra del régimen de Pinochet. El salario que ofrecía
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la productora al personal que trabajaría en el proyecto no dejaba de ser tentador, menos
para una joven que deseaba vivir sin depender del dinero que le ofrecían sus padres. El
organismo de inteligencia pronto investigó la vida de los sesenta jóvenes que se presentaron
al casting. Para sorpresa de ellos se encontraba Ivonne, la chica que cuando adolescente fue
desperdiciar la oportunidad que se les estaba presentando: usar a esa mujer para desarmar,
amenazaba con propagarse al resto del país. La pobreza en que vivía, la existencia de una
hija, la trágica novela relatada por sus labios, eran una patraña, una mentira cuidadosamente
montada. Lo que no se esperaban los asesinos de Pinochet era que Ivonne se enamoraría de
sus ruegos de no ir a verla a su supuesta casa, pues era verdad que el carabinero la tenía
asistió aquella tarde de domingo a sus exequias, cubierta de un velo negro para que yo y
mis cercanos no la reconociéramos; sin embargo, la fatalidad me invitó a caer en sus brazos
inciertos e invisibles y me dirigí en pos de ella mientras me hacía señas con sus manos para
su rostro de porcelana, habíase contactado con sus amigos de la CNI dando instrucciones
en caso de que la encontraran flirteando con este sucio y asqueroso izquierdista. Era
verdad: los proyectiles iban dirigidos a mí; Carrasco lo percibió, observó al grupo de tipejos
apuntando sus armas contra mí y, al intentar proteger mi vida, recibió en su cuerpo indígena
Luego de años supe que Ivonne había estudiado modelaje y posteriormente ingresó al
mundo de la televisión actuando como extra en un par de teleseries de los canales más
280
importantes del país. Se veía muy guapa y aparecía con frecuencia en los diarios y revistas
haciendo noticia con supuestos romances con tipos de la farándula y futbolistas destacados.
personajes de esa prosapia, en tanto celebraba con mis compañeros de trabajo la titulación
de uno de ellos. Platicaba con una amiga y con su actual pareja, un conocido cineasta.
empresa.
- No, ¿quién? – pregunté con desgano; el lugar escogido por el grupo no hacía más que
incomodarme.
- Una galla que ha trabajado en varias teleseries, es modelo también, cuánto que se
llama... –observé al lugar indicado por Órdenes. Estaba ella ahí, bella como en la
infancia. Sin embargo, después proyectar durante muchas jornadas todas las imágenes
su nombre.
Rato después tomé mi bastón y me dirigí al baño. Había bebido un par de cervezas y,
aunque éstas no habían ocasionado demasiado daño en mis percepciones, deseaba pronto
llegar a casa a encontrarme con Gianina y mi hijo. Con cierta dificultad ingresé al pasillo en
cuyo final se ubicaba la sala de baño, a un costado del que pertenecía a mujeres. Mi bastón
resbalaba un poco sobre el piso recién encerado, por lo cual caminé lento, observando las
réplicas de cuadros famosos ubicados en las paredes del zaguán. De pronto la vi salir del
baño; vestía jeans y una blusa de color verde claro. Su cabello se mostraba un poco más
claro que cuando la conociera años atrás. No tuve intención alguna de saludarla; observé
hacia delante y seguí caminando. Ella pasó al costado de mí, no percatándose en absoluto
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de mi presencia, pero en el acto pasó a llevar con su pie izquierdo mi bastón. Mi cuerpo se
desestabilizó y en un momento creí que me vendría de bruces en el suelo. Sostuvo con sus
manos mi cuerpo asustada, arrepentida. Me pidió disculpas mirándome a los ojos; en ese
- Alberto, por favor, soy yo, Ivonne – arrugó la cara; sus ojos lagrimearon. Aún no salía
del asombro.
- Sé que eres tú, pero no tengo ganas de conversar contigo; me basta y me sobra con
Aferré con fuerzas mi bastón, tendí a resbalarme. Me detuve y proseguí. Entré al baño y
azoté la puerta con furia. Segundos después entró decidida; yo estaba bebiendo un poco de
- Alberto, tú eres el amor de mi vida – se acercó a mí; me abrazó por detrás. Por el espejo
vi sus cabellos descansar sobre mis hombros. Bajé la vista y mis ojos se detuvieron en
Al día siguiente pasó a buscarme al trabajo. Llevaba puestos lentes oscuros; manejaba su
corbata, la camisa sobre su máquina para hacer ejercicios cuando, sin mediar estímulos,
ropa por algo más cómodo. Desde el octavo piso de su departamento ubicado en avenida
Kennedy observé los edificios cercanos, los parques paradisíacos, la inmensidad de ese
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mi hijo Gustavo, la imagen del comandante, las calles polvorientas del barrio que me vio
crecer.
De algún modo consiguió el número de mi celular y procedió a llamarme todas las noches a
eso de las once. Gianina interceptó una de sus llamadas mientras me encontraba en el patio
jugando con Gustavo. Furiosa salió y lanzó mi teléfono por los aires, diciendo ¡quién
mierda es esa puta que te llama todos los días!. El aparato se hizo trizas al chocar con el
piso de cemento. Le expliqué la historia, cuidando de suprimir los detalles que pudieran
jugar en mi contra: había besado a Ivonne y mientras lo hacía volví a rememorar los dulces
Cuando llegamos al liceo dos chicos nos esperaban en la puerta consultando sus relojes. Lo
pude comprobar al acercarme lentamente por la callecita que daba a la entrada. Había
dejado de llover y el aire que se respiraba sabía a humedad y vegetación. Parecía que no
habían asistido muchos estudiantes a la reunión pues los patios se veían vacíos y en los
pasillos cercanos nada más que un par de jóvenes se desplazaban cubiertos por parkas
gruesas. Caminamos tras los muchachos; Gianina aferró mi mano; en el patio de cemento el
agua de las charcas reflejaba los mínimos focos de luz del interior del plantel. Al final del
pasillo se ubicaba una sala amplia, de paredes blancas, en la que se alzaban media docena
iluminado- Muchos jóvenes llegaron, más que en cualquier otra invitación. Lo que pasa
es que están adentro, en el aula magna, esperando poder escucharle, señor Vásquez.
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Las fotografías contenían retratos de la historia del movimiento revolucionario INTI
posiblemente bajadas de la página que había construido Francisco Montoya, hijo del
párrafos extraídos de los libros del comandante y panfletos también escritos por él que
Pinochet. Media docena de jóvenes salieron a recibirnos y afables nos estrecharon las
manos. Sus miradas denotaban expectación; sentí que me conocían aunque yo no tuviera
idea de ellos. Un rumor inundó el gran salón en el cual esperaban los asistentes detrás de las
grandes puertas en la que esperaban dos señoritas; Gianina me observó con cierto
nerviosismo. De algún modo lo que veíamos en ese momento distaba de ser similar a lo
Antes de entrar detuve mi humanidad frente a la entrada del espacio y estacioné mi bastón
experimentado por mí en los días de combate, cuando junto a Gustavo y los demás
pueblos originarios hacía cerca de veinte años. Apreté los labios y besé la frente de mi
esposa; tomé el bastón aprontándome a entrar. Camila y Pamela ingresaban al hall por una
puerta lateral; cargaban en sus manos una cámara filmadora y una grabadora de sonido.
luego a mí. Nos expresaron palabras de agradecimiento; habían esperado durante muchos
días que llegase la jornada y estaban ansiosas por escucharnos hablar y compartir la historia
- Estamos atrasados como en cinco minutos – dijo con suavidad- ¿Está todo listo adentro,
Gonzalo?
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- Claro – respondió uno de los muchachos.
Cuando ingresamos una ovación general, casi ensordecedora, inundó el espacio como si
fuese el sonido de una tormenta en los inviernos altiplánicos, fríos y formidables. El teatro
a mitad del pasillo cuando aún restaban un par de metros para subir al escenario, no pude
secó con sus suaves manos las lágrimas que reptaban de mis ojos a la barbilla; mi nombre,
el de Gianina y el comandante retumbaban en las paredes del gran salón. Recordé mis
imágenes de niñez, la pobre casa de madera en que crecí, las calles terrosas de la
meciendo sus manos mientras caminaba de espalda a ellos, dirigiendo mis pasos al colegio,
profesora diciéndome algún día vas a ser muy conocido, te lo mereces, sacas buenas notas,
las jugarretas con Gustavo en los patios de la escuela de población, las maratones desde
ésta hasta nuestra casa, permiso, vamos a saludar a la abuela, nuestros viajes a Putre,
Caquena, Codpa y los poblados del interior, jornadas en las que aferrábamos con mayor
pasión el sentimiento de ser indios y luchar por aquellos hermanos abandonados como
rememoré las palabras de la abuela en mis oídos, su voz bronca, su aliento a coca, su
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sonrisa esperanzada, su sueño de que algún día su descendencia volvería a sus tierras y el
pueblo que vio nacer a sus hijos recuperaría el color, el ruido de carnavales, la vida que la
sociedad chilena había diezmado ofreciéndoles comodidad, robándoles del alma los últimos
vestigios de cultura que poseían sin orgullo, con sórdida vergüenza. Volví a mi pasado de
pobreza, de complejos, pero también de magia y sueños de justicia. La lucha no había sido
y dolor no eran casualidad del destino, ni un capricho de un dios frío y calculador. Nuestra
novela, escrita con letras de sangre, con hojas de piel curtida, bajo el cálido cielo nortino,
entre villorrios perdidos en las montañas altiplánicas, era el prólogo de una gran obra que
comenzaba a escribirse allí, en el teatro de aquel liceo, dos décadas después de haber creído
en imposibles. Sentí que el fuego que alguna vez embargara mi corazón se encendía
luego más fuerte, hasta permanecer sólida enfrentando a las tinieblas contrarias y
aniquilantes.
Tomé el micrófono; la audiencia silenciosa nos contempló con ojos ávidos, curiosos,
ingenuos; Gianina lloraba emocionada a mi lado. Luego procedí a narrar la historia - escrita
un frío día de invierno, lejos de mi ciudad natal- que empezaba con el vívido y hermoso
pequeño pueblo perdido entre las montañas, el mismo que hoy habitan sólo las sombras de
los cactus y las secas mazurcas movidas por las manos invisibles del helado viento
cordillerano.
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