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Al revisar documentos que estudian la música en Colombia encontramos “La música de la costa
atlántica colombiana. Transculturalidad e identidades en México y Latinoamérica”1 donde hablan
sobre la manipulación del poder simbólico que tiene la música y su uso como aglutinante,
estudiando la apropiación del vallenato como ritmo netamente colombiano y comparado esto con
el artículo “Espacios de educación musical en Quibdó (Chocó-Colombia)”2, donde revisamos a la
música como forma de adoctrinamiento y su interacción entre lo académico y lo popular
podemos plantear la siguiente hipótesis: La identidad nacional es el resultado de un conflicto de
intereses que trascienden fronteras y las dinámicas de intercambio cultural se evidencian en la
música, donde transcurre entre la alienación y la reafirmación de las costumbres.
Más adelante un actor “blanquearía” aún más el vallenato. Carlos Vives hizo una doble función
con la música vallenata: Lo tradicionalizó al usar instrumentos como la gaita, típica de indigenas,
lo modernizó al integrarlo con guitarras eléctricas y demás instrumentos propios del rock
haciéndolo mucho más accesible logrando nacionalizarlo luego de interpretar a Escalona en la
telenovela homónima, interpretar sus canciones e incursionar como solista con los “Clasicos de la
provincia” y sus posteriores trabajos. En este punto Blanco Arboleda muestra como el vallenato,
un ritmo del atlántico, en 30 años se asumió como propio de colombianos, un país al que le
cuesta aceptar su origen indígena y negro. Dicho fenómeno es bastante común asegura Blanco
Arboleda al evidenciar que el cross-over que realizó Vives, un hombre blanco interpretando
música de negros, ocurrió también en el Blues y el Rock y pudo así comercializarlo desde Miami,
la distribuidora de entretenimiento para Latinoamérica mediante EMI, una disquera major,
trabajando con el productor Emilio Esteffan y siendo nominado repetidamente a los premios
Grammy. Blanco llega a la conclusión de que lo local y lo global se encuentran en una
interacción permanente y que para lograr difusión lo local debe perder parte de su esencia.
El resultado según Arango, es que las nuevas generaciones están incorporando lo que aprenden en
la academia con lo que viven en su ambiente, llevando la técnica europea al húmedo y caluroso
Quibdó como sinónimo de resistencia, que se ve en las difusas barreras entre el intérprete y el
público en la fiesta de San Pacho, en un lugar que está siendo visitado por movimientos políticos
internacionales que igual adoctrinan mediante una colonización económica, política e ideológica.
Como escribe Arango, lo afro y lo indígena son obstáculo para la proyección de un estado
moderno, estado que pretende ser impulsado por los mencionados movimientos políticos
internacionales que dejan ver su influencia en el Chocó con la adopción de ritmos como el
reggaeton y el hip hop.
Vemos pues que existen fuerzas que luchan por control y poder, fuerzas que llevan a que los
individuos de muchas regiones sientan pasión por su lugar de procedencia y lo que representa a
dicho lugar, inclusive aunque dichos símbolos sean