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Los padres y la vida del hogar

Desafortunadamente, muchos jóvenes cristianos en los primeros años después de su


conversión tienen problemas con sus padres. Esto surge principalmente de la
resistencia a aceptar la autoridad de sus padres, y de una falta de entendimiento de lo
que las Escrituras enseñan con respecto a la vida familiar. La Biblia tiene mucho que
decir con respecto a la actitud de los hijos hacia los padres. Lee e1 quinto
mandamiento en Exodo 20:12. "Honrar" a alguien es tenerle en estima, mostrarle un
espíritu de respeto y obediencia. Observa que es más que amor; existe un elemento de
deber y responsabilidad implícito en este mandamiento.
En Levítico 19:3 el Señor Dios manda a todos que teman a su madre y a su padre.
La palabra "temer" significa venerar, tener un hondo afecto, o respetar. Observa que se
pone a la madre en primer lugar en cuanto a respeto, mientas que al padre se le
menciona primero en el mandamiento de Exodo 20:12. Como miembro del sexo débil,
la madre a menudo recibe más abuso y deshonra por parte de sus hijos que e1 padre.
Los jóvenes están mucho más dispuestos a replicarle a ella que al padre. El
mandamiento de honrar y obedecer se aplica a ambos; el respeto se muestra con un
espíritu gentil, cortés y que responde con simpatía.
El cristiano también mostrará respeto a sus padres teniendo cuidado de la manera en
que habla a otros acerca de ellos. Nuestros padres no son iguales a nosotros; ante Dios,
ellos son nuestros superiores. Sus faltas y debilidades no deben contarse a otros.
Cuando sus debilidades y caídas se hacen evidentes a aquellos que están fuera de la
familia, el hijo cristiano debe tratar de ofrecer la mejor explicación posible para
excusar su comportamiento. "El amor cubrirá multitud de pecados" (1 Pedro 4:8).
En el Antiguo Testamento las leyes concernientes al comportamiento de los hijos
hacia sus padres son muy estrictas. Lee, por ejemplo, Deuteronomio 27:16, donde el
término "deshonrar" significa tener en poca consideración. Cuando nos volvemos al
Nuevo Testamento, el ejemplo de nuestro Salvador es claro. Al vivir durante treinta
años en un hogar normal con José, María y sus hermanos y hermanas, nuestro Señor
conoció los placeres y los problemas de la vida familiar. Aunque era el Señor de la
gloria, estaba sujeto a sus padres terrenales (Lucas 2:51). Aun estando en medio de
una espantosa agonía sobre la cruz, estaba hondamente preocupado por el bienestar de
su madre. Desde la cruz hizo arreglos para que Juan, su discípulo amado, tuviese
cuidado de ella. Juan la llevó a su propio hogar y la trató como a su propia madre
(Juan 19:26,27).
También en las epístolas del Nuevo Testamento encontrarás al apóstol Pablo
insistiendo igualmente en que debemos obedecer a nuestros padres (Efesios 6:1-3).
Lo que el apóstol dice a los hijos es que deben obedecer a sus padres. Además, esta
obediencia debe fluir no sólo del sentimiento de amor, gratitud y estima hacia sus
padres, aunque estas motivaciones son importantes, sino también especialmente de
la reverencia al Señor Jesucristo. Pablo dice que debe ser una obediencia en el
Señor, y añade que esta obediencia es algo justo. Por tanto, la actitud propia de un
hijo al obedecer a sus padres debe ser ésta: Debo obedecer a mis padres porque el
Señor me manda hacerlo.
Un campo de pruebas
El mayor campo de pruebas para cualquiera que profesa ser cristiano es su propio
hogar. Sea que nuestros padres sean creyentes o incrédulos, es en nuestro hogar donde
las presiones y tiranteces de la vida muestran la verdadera naturaleza de nuestros
corazones. Sólo tienes que mirar atrás y pensar en las últimas veinticuatro horas y
recordar algunos de los roces (si no choques) que han tenido lugar dentro de tu propia
familia. Las tensiones surgen en las mejores familias: de hecho, el diablo parece
exhibir sus ataques más duros en este frente. Por otro lado, puesto que las diferencias
de opinión y choques de personalidad que forman parte de la vida íntima familiar
prueban la realidad de nuestra experiencia cristiana, no puede haber mejor lugar para
mostrar el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22,23).
Si tienes padres creyentes, nacidos de nuevo, ¿te has dado cuenta del privilegio tan
grande que tienes? Es frecuente oír a adolescentes cristianos quejarse de sus padres
cristianos, y casi siempre las quejas se centran en su autoridad. No te permiten ir a una
discoteca, ver ciertos programas de televisión, estar fuera hasta muy tarde, etc. Tus
amigos en el colegio parecen estar disfrutando de estas cosas, y sientes que se te está
tratando muy estrictamente, y te quejas de que tus padres están chapados a la antigua y
tienen la mente muy cerrada.
Tus padres actúan de esa manera porque te aman. Ellos te ven como un regalo de
Dios y saben que Dios les ha dado una responsabilidad por la totalidad de tu bienestar:
cuerpo, mente y espíritu. Ellos toman esta responsabilidad con seriedad, y es justo que
lo hagan así. Ellos saben por experiencia (la cual tú no tienes) que determinadas cosas
te harán daño. Es porque te aman que no te permiten hacer cosas que los padres no
cristianos no ven como dañinas.
Si tus padres no son cristianos ni comparten tu amor y entusiasmo por el Señor,
esto inevitablemente te causará algunas dificultades. Puede ser que no te permitan ir
tantas veces a la iglesia como a ti te gustaría. En tal situación debes tener mucho
cuidado de no reaccionar con insolencia y descaro. El quinto mandamiento es aún
aplicable: debes honrar a tu padre y a tu madre. No es una solución cristiana actuar a
espaldas de tus padres, aun si lo único que estás haciendo es asistir a la iglesia. Lo que
tienes que hacer es dejar que tu nueva vida en Cristo les pruebe que Dios es real en ti y
para ti. En términos prácticos, esto significa ser más útil en la casa, menos egoísta y
más considerado. Deja que tu cristianismo se muestre en el hogar, no con palabras
piadosas que papá y mamá no pueden entender, sino con acciones de amor y atención
que hablan elocuentemente.
Tales situaciones pueden ser extremadamente difíciles, pero la rebelión obstinada
no es la respuesta. Eres un cristiano; actúa, pues, como tal. Hay que ejercitar la oración
y la paciencia. Más adelante, cuando hayas cumplido los dieciocho años, aun cuando
el quinto mandamiento es aún aplicable, podrás bondadosa y amablemente dar las
gracias a tus padres por sus consejos y preocupación, pero insistir sosegadamente en
que vas a seguir a Cristo.

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