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PADRE: NO NOS DEJÉIS CAER EN TENTACIONES...

- Ivone Molinaro Ghiggino


En la bellísima oración enseñada por Jesús a los apóstolos, y que nombramos “Padre Nuestro”, consta, ya en
su última parte, la siguiente frase: “No nos dejéis caer en tentaciones...” Y es importante que meditemos sobre
eso, evitando interpretaciones erróneas de las palabras de nuestro Maestro.
“Tentación” se origina del verbo latino “tentare”, que significa: tocar, sondear, arrastrar, examinar,
experimentar, ensayar, procurar seducir, corromper... Por tanto, “tentación” es la “acción de tentar al hombre,
de instigarlo al error”.
No hay dudas cuanto al objetivo de las tentaciones. La bienhechora Juana de Ángelis afirma: La tentación
representa una evaluación en torno de las conquistas del equilibrio, por parte de quien busca lo mejor, en la
senda del perfeccionamiento propio”. (“Leyes morales de la vida”, pág. 140, psicografía de Divaldo Franco)
Recordamos Rodolfo Calligaris (“Sermón de la Montaña”, cap. 6): el hombre tiene que vivir situaciones
distintas difíciles y antagónicas, a fin de aprender lo que es correcto y lo que es erróneo, obtener experiencias y
saber elegir bien (libre albedrío), lo que lo lleva a evolucionar. Luego, tentaciones son “un tipo de examen” o
“un sistema de prueba”, donde los hombres que las vencen “adquieren nuevas fuerzas y se alzan a niveles
superiores”, mientras que los que a ellas sucumben, “se estacionan” o “siguen repitiendo las lecciones de la
vida, hasta aprenderlas suficientemente”. Incluso, en el Libro de los Espíritus, tenemos la respuesta a la
pregunta 712-a “¿Cuál es el objetivo de esa tentación?”( refiriéndose al atractivo de los bienes materiales):
“Desarrollarle la razón, que debe preservarlo de los excesos.” Así, hasta que el hombre evolucione y se
mantenga firme en la senda del bien, las tentaciones estarán en su camino...
Dos son los orígenes de las tentaciones: del propio interior del ser humano y exteriores a él. Las que están en
el íntimo del individuo son, en realidad, las primarias, decurrentes de los vestigios de antiguas acciones
equivocadas, y que lo marcan actualmente, con tendencias, aunque huidizas, hacia el error de cierta forma
voluntario (pues ya conocemos la Ley de Dios). Como nos dijo Emmanuel, “el árbol se equilibra sobre su
propia raíz”, como “el hombre, en el presente, respira el influjo del pasado” (“Religión de los Espíritus”, pág.
19). De ese modo, la tentación surge fundamentalmente de nosotros, “en la sombra en que se enmarañan
(aún...) nuestros pensamientos; es la carga de sombra que traemos en nosotros, de existencia en existencia”.
El origen de las tentaciones exteriores al hombre se debe a la actuación de espíritus que todavía son inferiores
y que simplemente se aprovechan de sus tendencias todavía viciosas, o sea, sus brechas espirituales que, sin
darse cuenta, abre por medio de pensamientos, sentimientos y acciones negativas. Esa influencia perniciosa
empieza por “pequeños devaneos mentales que, inicialmente, nos incomodan levemente, a través de una o de
otra idea infeliz. Gradualmente, se transforman en cuadros enormes e inquietantes, donde nuestros
pensamientos quedan presos y que llegan, muchas veces, a una obsesión manifiesta.
El Espiritismo nos ayuda magníficamente a entender cómo podemos llegar a ser influenciados, cuando nos
esclarece que el mundo espiritual nos rodea y que nuestro pensamiento es energía, que vibra en determinada
frecuencia, a través de la cual nos sintonizamos con espíritus que también vibran en ella, siendo atraídos por
nosotros. En consecuencia, si pensamos “mal”… ¿Con quien estaremos sintonizando?
Por eso la frecuente advertencia del Maestro: “¡Vigilad y orad, para no caer en tentación!” (Marcos 14, 38),
para protegernos de ella, que se nos presenta de las más numerosas y diferentes formas: al principio, discreta y
comedida, cautivadora, a veces voraz y aturdidora, insaciable, a veces disfrazada de disculpa mentirosa, siempre
llevándonos a repetir errores dolorosos… Y si aceptamos la tentación, somos los únicos responsables por los
sufrimientos consecuentes, puesto que no “vigilamos” debidamente.
Que quede bien claro, entonces, que “no nos dejéis caer en tentaciones…” del Padre Nuestro, jamás puede
significar un pedido de alejarnos de las pruebas, que todavía nos son necesarias al crecimiento espiritual.
Pedimos, eso sí, asistencia en nuestras debilidades, a través de la inspiración del Cristo y de sus Enviados de
Luz, para poder resistir a las sugestiones de hermanos todavía sumergidos en la sombra, y que, infelices, tratan
de desviarnos de la senda del bien. Aunque ayudados y auxiliados desde lo Alto, el esfuerzo tiene que ser
nuestro (uso del libre albedrío), para mantener el propósito inquebrantable de sólo pensar y realizar el bien,
corrigiendo nuestras imperfecciones…
El Espiritismo aún nos esclarece que siempre podemos superar el mal, que sólo parece irresistible a los que se
alegran y se acomodan en él: ¡el mal no constituye fatalidad para nadie! Por eso, movilicemos nuestra voluntad
para enfrentar el “buen combate” contra nosotros mismos, o sea, a nuestro propio favor. Y usemos el poderoso
antídoto recomendado por Emmanuel: “El cultivo incesante de la bondad es un recurso eficaz contra el asedio
de toda influencia perniciosa.” Unamos la vigilancia y la oración al trabajo en el bien y estaremos prevenidos y
protegidos contra las tentaciones por un escudo invencible, bajo las dulces bendiciones del Padre y de Jesús.

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