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Los dos textos suministrados para este punto, realizan el análisis desde dos posturas
totalmente diferentes:
Por un lado, el de Stein, Stanley y Bárbara, “La herencia colonial de América
Este trabajo constituye un análisis del surgimiento del Estado en América Latina…
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A mediados del SXIX, A. Latina estaba compuesta por formaciones socioeconómicas
regionales, incluso dentro de cada país, a pesar de la afirmación política de su unidad: El
Estado central. “No existía una real unidad socioeconómica entre las regiones que pertenecían
a un mismo país”
Al momento de la ruptura de los vínculos con la metrópolis, el subcontinente se
encontró en un contacto directo con los países capitalistas (Inglaterra y Francia part.)
Las economías regionales descansaban sobre la base de la explotación de los
recursos naturales, organizada en función de las relaciones comerciales con los países
capitalistas. La conservación de vínculos con el exterior, expresaba la persistencia de la
colaboración entre grupos dirigentes en A. Latina y clase dominante en Europa y EE.UU.
La reproducción de las economías regionales en A. Latina descansaba sobre la mezcla
de la regulación directa, heredada de la colonia e individualizada a nivel de los propietarios; y
de la regulación por el mercado, vigente en una economía capitalista. Se habían reproducido
ciertos rasgos de la estructura colonial, como el monopolio sobre el trabajo y la tierra, que
permitían a unas minorías la apropiación del excedente. Pero con la definición de nuevas
relaciones de producción en la explotación de la tierra, se habían substituido la forma difusa de
captación del excedente por una forma semejante a la vigente en una economía capitalista.
El propietario de los medios de producción era el beneficiario del excedente producido
y el único responsable del proceso productivo. Sin embargo, se habían afirmado la clase de los
terratenientes en relación contra las estructuras administrativas y comerciales ex coloniales y
también a veces en contra de las exigencias capitalistas. El propietario se hizo cargo de
funciones extraeconómicas, de manera particular a cada tipo de explotación de la tierra, y de
economía regional. La lógica de la acumulación ampliada de capital era ajena a la reproducción
de tales economías, considerada en su conjunto.
Por lo tanto, entre la independencia política y los años 1860, la evolución de A. Latina
no originó la introducción y el desarrollo de relaciones de producción capitalistas.
Se produjo un debilitamiento de la estructura política y la multiplicación de poderes
públicos regionales. En vez del surgimiento de un Estado, emanación y defensor de la clase
dominante, el fraccionamiento del poder público se acompañaba del fortalecimiento de los
antagonismos entre poderes regionales.
A partir de mediados del SXIX, se abrió una nueva fase del desarrollo capitalista,
caracterizado por la escala mundial que adquirió entonces.
La característica del modo de producción capitalista es la acumulación ampliada de
capital que significa la necesidad de mercados sin cesar crecientes, en razón de la regulación
económica fundada sobre el intercambio de mercancías.
Hasta los años 1850, los países capitalistas se limitaban a comerciar con el exterior,
recurriendo sólo de manera indirecta a su superioridad técnica, militar y económica en sus
relaciones con otras regiones. A partir de 1860 empezó la fase imperialista. La diferencia con la
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fase anterior consistía en la exportación de capital, es decir la diversificación con las relaciones
con regiones no capitalistas.
La exportación de capital financiero estimulaba también la exportación de bienes de
capital y permitía una expansión de los mercados en el exterior. Es relevante indicar los
cambios que llevaron a la tendencia a la extensión de la lógica del capital fuera de los países
Europeos y de EE.UU. durante el período 1860-1900. Las relaciones con el exterior capitalista
se diversificaron después de ciertas modificaciones en las técnicas capitalistas, de
financiamiento, de transporte y de producción.
La introducción de técnicas capitalistas en la explotación de los recursos naturales
cambia la rentabilidad productiva de cada región, a nivel mundial.
Las rivalidades intereuropeos llevaron a la generalización de la búsqueda del control de
las regiones productoras o dotadas de materias primas. La competencia ínter capitalista entre
grupos privados se desarrollo en una competencia internacional entre países, en vista del
dominio colonial de continentes ajenos a la lógica del capital. La dimensión económica del
proceso se fue insertando en un complejo conjunto de elementos políticos, militares, sociales e
ideológicos, con el fortalecimiento del nacionalismo.
La exportación de los recursos naturales de todos los continentes fue convertida
aceleradamente en función de las exigencias capitalistas. Esta reconversión exigía el uso de
bienes de capital. Su introducción masiva implicaba la infiltración de las relaciones de
producción capitalista.
Las modalidades de la transición al capitalismo se relacionan con las inestables
incidencias de la introducción de capital sobre la tradicional reproducción socioeconómica.
La dimensión social del uso de capital podía expresarse a través de la consideración de
los costos sociales que engendraba. Resultaban de la naturaleza no capitalista de las
formaciones socioeconómicas latinoamericanas del medio siglo: desplazamiento de productos
artesanales, reconversión de las otras actividades económicas, como comercio y transporte,
etc.
Los únicos grupos que tenían los medios financieros y políticos de realizar
directamente la definición de la economía nacional, eran las oligarquías terratenientes.
La posibilidad de una opción interna, nacionalista, trabajada por las discrepancias
regionales respecto a la introducción del capital, se agotó paulatinamente durante los largos y
terribles conflictos sociales, civiles y militares, internacional e interregional, que absorbieron una
gran inversión de energías, entre 1850 y 1870.
Por falta de un proyecto nacional viable y de un marco institucional para llevarlo a cabo,
la actuación del estado central se reveló siempre mas determinada por la evolución de las
relaciones económicas exteriores, de las cuales se obtenían los medios financieros para
sustentarlo.
Las economías regionales no apoyaban al Estado nacional; las actividades de
exportación tampoco lo hacían curiosamente.
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El origen del Estado nacional se hallaba en los cambios de las relaciones de A. Latina
con el exterior: en la nueva dinámica de la reproducción de las economías capitalistas
extranjeras. Las relaciones comerciales con los mercados capitalistas originaban los fondos
que daban vida a la estructura política.
El fortalecimiento del Estado dependía del porvenir de la exportación de recursos
naturales, fuentes de los ingresos de exportación y de los ingresos públicos. El modo de alentar
esa actividad, residía en la importación de bienes de capital. Pero la llegada de estos bienes
dependía de la explotación de los recursos naturales.
El papel del Estado fue el de asegurar la rentabilidad y la seguridad de las inversiones.
Los conflictos sociales encontraron una salida cuando un compromiso interregional, se
impuso, en parte militarmente con el uso de material extranjero, y abrió la posibilidad de un
compromiso social, por arriba de los particularismos regionales.
A nivel internacional, la integración de A. Latina a la explotación capitalista de los
recursos naturales se llevó a cabo en función de su rentabilidad relativa respecto a otras
regiones.
El Estado nacional, emanación del capital, fue el artesano principal de la creación del
medio propicio a la introducción del capital. La relación entre lo económico y lo político e
ideológico en el surgimiento del capitalismo en América Latina se halla esclarecida: la
necesidad abstracta de la acumulación de capital a nivel internacional, se expresó entonces por
la integración de todas las regiones del mundo a la explotación capitalista de los recursos
naturales.
Así nacieron los sistemas económicos nacionales en América Latina.
PROBLEMAS ESTRUCTURALES:
• “LA TIERRA”
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impidió el desarrollo industrial y creó las bases del actual subdesarrollo. En estos países, el
origen de la tenencia de la tierra está vinculado con el dominio del poder político, pues las
extensas propiedades fiscales y las que fueron obtenidas por el desalojo de los indígenas, se
entregaron a altos funcionarios y a sus amigos.
Azcuy Ameghino va a desarrollar dicha problemática en función a Artigas. Centrando
nuestro análisis en la cuestión del latifundio, se va a referir al “reglamento de tierras y las
relaciones de Artigas con la elite oriental”.
Con respecto al reglamento, realiza una mención en cuanto a sus objetivos: “el
reglamento tenía un primer objetivo político social: crear una clase media de propietarios
rurales comprometida con el resultado de la revolución”. A él se vinculaba la necesidad de
destruir en sus intereses al enemigo político, el gran latifundista: “mal europeo y peor
americano”.
Poseía un segundo objetivo económico-social: proporcionar seguridad al hacendado y
sedantizar al gaucho, elementos ambos que coadyuvaban a restaurar la producción. La
posición de Artigas frente al latifundio queda mejor establecida cuando el autor postula que: “la
creación de la pequeña propiedad rural era sin duda el camino avanzado: por él nacían
relaciones sociales libres entre hombres libres. Artigas, al fin de cuentas era, el mejor defensor
de la propiedad privada burguesa, y el peor enemigo de la propiedad señorial, siempre hábitat
de un mundo de subordinaciones personales”.
En cuanto a la cuestión del latifundio, el autor realiza también una comparación entre
América Latina y EE.UU.: “En el caso de EE.UU., donde hacia 1865 predominaba el
capitalismo, con fuertes núcleos industriales, y repartían tierras públicas de Homestead de 65
hectáreas. Mientras que en A.Latina, una sociedad atrasada precapitalista, se ofrecían unas
8000 hectáreas”.
La propuesta de Artigas consistía en obligar a los hacendados a poblar y fomentar sus
estancias, enfatizando que en el caso de no cumplirlas, “sus terrenos serán depositados en
brazos útiles”.
PROBLEMAS COYUNTURALES:
• “CRÍSIS DE 1929”
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marcada contracción del mercado de bienes y dinero, originada en el descenso vertical de la
capacidad adquisitiva de los grandes centros financieros e industriales del mundo capitalista.
Esto acarrea de inmediato las crisis locales que golpean en la mayoría de los países
latinoamericanos. Estos gobiernos, (incluyendo el Argentino), fueron aplicando remedios Ad
hoc de corto plazo para mantener sus posiciones tradicionales en el mercado internacional.
En realidad es un periodo contradictorio en sus consecuencias para los países de
América Latina. En definitiva, esta situación favorecerá el desarrollo económico de la zona,
pero será a costa de grandes transformaciones y también de convulsiones sociales.
En primer lugar, afectará los precios de todas las materias primas de exportación. Así,
en aquellos países donde la oligarquía tradicional domina al poder político, se producen crisis
económicas y sociales (ejemplo: en Brasil surge el Varguismo, nueva ideología burguesa y
nacionalista).
En cuanto a los precios de los productos de importación, manufacturados, no sólo no
caen sino que tienen un leve aumento. (Notable deterioro en los términos de intercambio).
A esto se une una caída general del comercio de exportación-importación de toda
América Latina, que significó para esta, en definitiva, minimizar la importancia de los sectores
tradicionales monoproductores, los cuáles tuvieron que endurecer su actitud política como
medida de autodefensa. (Ejemplo: revolución del 30 en argentina). O abandonar
momentáneamente la escena al no poder impedir el triunfo de otros sectores. Comienza a
producirse un cambio en la relación estructural en la industria y es el período en que la industria
liviana empieza a dejar un lugar para la industria de base (química, metales). Muy importante,
porque está directamente ligado al crecimiento del mercado interno de todos los países.
Esto posibilita el robustecimiento del sector obrero, en número y calidad, y también de
la pequeña burguesía, que comienza a defender sus intereses enfrentando a sectores
tradicionales agrícola-ganaderos.
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Por esta circunstancia, a partir de 1945, Argentina, como otros países del continente,
se encontró con créditos a su favor en moneda fuerte que, sin embargo, sólo pudieron ser
satisfechos en gran parte con la adquisición de productos de las potencias industriales, cuyos
precios fueron elevándose en forma casi vertical apenas estas potencias reconquistaron
posiciones en el mercado internacional.
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A partir de 1953, se inicia una nueva etapa. Los precios de los bienes intermedios e
industriales que colocan las potencias industriales (sobre todo en EE.UU.) tienen una marcada
tendencia a aumentar. Mientras los precios de los productos tradicionales de nuestro continente
tienen tendencia contraria. Detrás de esta doble tendencia, no sólo existe un problema de
obsolescencia productiva, sino también la maniobra oligopsónica (oligarquía de compradores)
de parte de las potencias industriales, que comienzan a dominar el mercado internacional en
forma agresiva e inapelable. Es así como los pueblos de América Latina deben financiar varios
milagros de esta época: el estadounidense, el alemán y otros más.
Este nuevo mercado internacional capitalista tiene también otras características muy
importantes. Particularmente después de 1955, el capital estadounidense ( y después también
el centro-occidental europeo) además de invertirse en empresas petroleras e industriales
altamente tecnificadas, radicadas en el continente latinoamericano, comienza a entrar en otros
rubros: bancos, comercio mayorista y minorista, servicios. Hay toda una red de elementos muy
estrechamente interrelacionados que gobierna el nuevo mercado internacional: la inversión
directa, el financiamiento local (buena parte de las nuevas empresas extranjeras que se
establecen en América Latina son financiadas con dinero del país latinoamericano respectivo),
el extorsivo sistema de patentes, el transporte, el seguro, la prestación (a precios muy
elevados) de servicios técnicos. El mercado internacional alcanza tal grado de complejidad que
ya se hace imposible evaluar cuantitativamente el verdadero desplazamiento de capitales, la
utilidad neta de capitales realmente invertidos, las fuentes verdaderas de financiación y el costo
verdadero de la tecnología aplicada. Para complicar más el panorama (y acentuar el grave
proceso de la dependencia) aparece en este período una modalidad apenas insinuada en
etapas anteriores: el traslado de dinero, en grandes cantidades, de propiedad de ciudadanos
latinoamericanos residentes en sus propios países, hacia los países industriales occidentales.
La descapitalización de América Latina se opera por todos los canales y siempre en beneficio
de EE.UU. y, en menor escala, de las potencias Centro-occidentales de Europa. Otro de los
capítulos de la descapitalización es la emigración de técnicos y teóricos de América Latina a
EE.UU. y otros países.
En términos generales, la posición interna e internacional de los endebles países
latinoamericanos se fue haciendo progresivamente más precaria. Hubo altibajos, pero no
lograron disimular la tendencia general. Por producir más, recibían menos en un mundo
internacional dominado por los grandes oligopolios privados y por grandes potencias
industriales.
El revés de la misma moneda: el valor de las inversiones privadas (solo una de las
fuentes de ingreso obtenidos en la zona) de EE.UU. en América Latina aumentan
espectacularmente. Gran parte de este aumento no se produjo a causa del traslado de bienes
de capital o dinero de EE.UU. a América Latina, sino de la reinversión de las muy elevadas
utilidades obtenidas por inversiones previas, garantizadas muchas por legislaciones y
gobiernos complacientes.
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Este proceso de estrangulamiento económico, indispensable para financiar el rápido
crecimiento de las grandes potencias industriales del mundo capitalista, no tiene sólo un
aspecto económico. Hay en el continente latinoamericano durante este período una estructura
social y política correspondiente. El poder está ejercido por grupos sociales capaces de intentar
todo tipo de soluciones (incluyendo una limitada participación de las masas populares en las
decisiones políticas) a condición de que no se altere el mecanismo fundamental del poder
económico y político en el país respectivo.
CONTRADICCIONES INTERNAS:
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Respecto de la relación con las clases dominantes el problema es aún mas complejo,
ya que aunque el componente industrialista aparece en los distintos casos la actitud de la
burguesía industrial, que de hecho se fortaleció con el sostén estatal, fue siempre ambigua y
osciló entre el apoyo con retaceos a las políticas económicas y la resistencia a sus aspectos
laborales y sociales, traduciéndose en algunos momentos en abierta oposición.
En cuanto a la matriz ideológica de estas experiencias el nacionalismo aparece como
uno de los elementos más relevantes, que involucró la idea de un desarrollo industrial mas o
menos autónomo y se expresó en procesos de nacionalizaciones y de enfrentamiento con
algunos sectores del capital extranjero.
Los procesos de nacionalizaciones, que estuvieron teñidos las más de las veces en
una retórica antiimperialista, estaban más vinculados con un contenido económico
modernizador y reorientador de las inversiones que con planteos anticapitalistas.
Muchos autores han encontrado que quizás el rasgo ideológico más característico de
estos fenómenos es la concepción de armonía o conciliación entre las clases sociales
antagónicas, contenida en nociones como la de “pueblo”, concebido como un conjunto amplio y
unificador de distintos sectores sociales, de modo de borrar las diferencias de clase y ocultar
los conflictos, y por otro lado, enfrentándolo con enemigos un poco borrosos en sus límites y
alcances: la “oligarquía”, la “antipatria”, las “ideologías foráneas”, lo extranjero en general.
Otra de las cuestiones que se han analizado es el problema de la participación política
y la vigencia o no de formas democráticas, en tanto uno de los ingredientes del “populismo” fue
su matriz antiliberal. Acentuando estos rasgos del populismo, se lo ha caracterizado como la
expresión de un proceso de “democratización por vía autoritaria”, es decir que la incorporación
de las masas populares a la vida política se produjo minimizando los mecanismos y formas de
participación democrática, donde la personalización del poder en la figura del líder carismático
jugó un importante papel.
Estos líderes aparecen así, rechazando la apelación en términos de clase y
acercándose a las “masas” por medio de una comunicación directa, sistemática, a la vez que
íntima y personal, desde un discurso desprovisto de terminología compleja y portador de ejes
muy claros para cada oportunidad.
Los trabajadores urbanos y rurales en algunas regiones de América Latina generaron
un universo simbólico persistente que identificó a los “populismos” con una “edad dorada” de
beneficios para el “pueblo” y que siguió operando como factor de legitimación de las estructuras
políticas heredadas de los “populismos clásicos” en Argentina, en Brasil o México luego de los
años 50.
“Revolución Cubana”
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Fulgencio batista, quien gobernaba cuba desde el golpe militar de 1933, abandona la
isla en la víspera de año nuevo de 1958, llevándose buena parte de los altos funcionarios de su
gobierno. Fidel Castro se había convertido en el líder del futuro.
En enero de 1959 el antiguo régimen se derrumbó y una revolución subió al poder. Las
fuerzas armadas, las mismas que durante tanto tiempo habían dado forma a la vida de cuba
independiente, se habían desintegrado. El ejército rebelde se erigió en defensor del nuevo
estado revolucionario, desplazando a los partidos que habían estructurado la vida política en
los decenios anteriores. Esto significó la necesidad de crear nuevas normas, reglas e
instituciones que sustituyeran a las que habían sido derrocadas.
Cuba siempre ha sido azotada por los vientos de los asuntos internacionales. A lo largo
de los siglos la han codiciado las principales potencias. El vínculo de este con Estados unidos
pasó a ser el foco virtualmente exclusivo de las relaciones internacionales de cuba durante la
primera mitad del SXX.
Fidel Castro, el Movimiento 26 de julio dirigido por el y otras fuerzas que habían
participado en la guerra revolucionaria pretendían afirmar el nacionalismo cubano. En los
símbolos que se utilizaban y las historias que se evocaban, en los problemas que se
diagnosticaban y las soluciones que se proponían, se hacía mucho hincapié en la necesidad de
capacitar a los cubanos para que se hicieran cargo de su historia.
Durante los primeros meses de la revolución, entre los principales temas en las
relaciones cubano-estadounidenses, se contaba la desconfianza y enojo a causa de las críticas
que los acontecimientos en cuba recibían de los estadounidenses. El gobierno cubano procesó
a muchos que habían servido al gobierno Batista y sus fuerzas armadas; la mayoría fueron
declarados culpables y muchos fueron ejecutados.
El principio de las malas relaciones entre cuba y Estados Unidos fue consecuencia de
este choque entre los valores de la justicia y el castigo que tenían los revolucionarios y los
valores de equidad y moderación que una sociedad liberal aplicaba incluso a sus enemigos.
Otro factor importante fue el efecto que al principio surtió la revolución de las empresas
estadounidenses que trabajaban en Cuba. Las empresas extranjeras resultaron afectadas por
las numerosas huelgas que se estaban produciendo, y en algunos casos se planteó su posible
expropiación.
Una revolución requería que se cumplieran las promesas de efectuar extensas
reformas agrarias y una nueva y trascendental intervención del Estado en las empresas de
servicios públicos, la minería, la industria azucarera, etc. Dada la importancia de las inversiones
estadounidenses en tales sectores, la revolución en el país entrañaría inevitablemente un
enfrentamiento con el exterior.
El empeoramiento de las relaciones entre los dos países se aceleró en 1960. A finales
de junio el gobierno solicitó a las refinerías de petróleo de propiedad de propiedad extranjera
que refinaran el crudo que habían comprado a la Unión Soviética. Las compañías se negaron y
fueron expropiadas.
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Por otro lado, se confiscaron los bancos de Estados Unidos. Este prohíbe las
exportaciones a Cuba, exceptuando los alimentos y los medicamentos que no estuviesen
subvencionados. Finalmente, se rompen las relaciones diplomáticas entre los dos países.
Estados Unidos favorece la emigración en masas a este país por medio de programas
especiales con el propósito de desacreditar el gobierno cubano. La mayoría de los emigrantes
pertenecían a la elite económica y social.
El gobierno estadounidense requería un liderazgo unificado de los exiliados cubanos
para que los esfuerzos por derrocar al gobierno de Castro con una intervención mínima de
Estados Unidos lograran su propósito.
El 15 de abril aviones pilotados por exiliados cubanos bombardearon varios campos de
aviación en Cuba.
Tras el fracaso de la invasión, Castro anunció triunfalmente que la de Cuba era una
revolución socialista consolidada y capaz de derrotar al enemigo dentro y fuera del país, así
como a la superpotencia situada al norte de la isla. Proclamó su condición de marxista-leninista
y añadió que lo sería hasta la muerte.
Por parte soviética, la posibilidad de instalar misiles estratégicos en Cuba parecía una
brillante jugada política y militar.
Situadas al borde de la guerra, las dos superpotencias maniobraron en torno a su
relación militar. La crisis terminó cuando la Unión Soviética se echó atrás y retiró todas sus
fuerzas estratégicas a cambio de la promesa de Estados Unidos de no invadir Cuba.
Cuando a principios de 1959 la Paz volvió al campo cubano, la economía empezó a
recuperarse. El gobierno revolucionario pretendía estimular el crecimiento económico y, al
mismo tiempo, alcanzar sus objetivos de redistribución cambiando la estructura de la demanda.
Los salarios reales de los trabajadores no agrícolas subieron de forma acentuada. El Estado
pasó a desempeñar un papel importante como propietario y administrador directo de las
actividades productivas.
La ley de reforma agraria de 1959 había destruido los latifundios, tanto los de
propiedad cubana como los que pertenecían a extranjeros, aunque todavía permitía las
pequeñas y medianas explotaciones agrícolas privadas.
Había que concentrar el poder en manos de unos pocos para alcanzar las aspiraciones
de la mayoría: esta era la premisa fundamental de la ideología revolucionaria.
Las primeras medidas económicas que se tomaron en la cuba revolucionaria tenían por
meta el desarrollo mediante la industrialización rápida. Cuba dependía abrumadoramente de la
industria azucarera y este hecho se consideraba como una señal de subdesarrollo. Sin
embargo, Cuba no estaba preparada para una economía de planificación centralizada. Carecía
de personal técnico, tanto como de estadísticas.
Los planes exigían que se alcanzaran espectaculares tazas de crecimiento. En vez de
ello, la economía cubana se derrumbó en 1962.
El gobierno congeló los precios e impuso el racionamiento para la mayoría de los
productos de consumo. La cartilla de racionamiento, que desde entonces es un elemento de la
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vida en Cuba, combinaba dos aspectos importantes de los resultados económicos obtenidos
por el gobierno: un fracaso relativo del intento de generar crecimiento económico unido al éxito
relativo en lo que se refiere a proteger las necesidades de los cubanos mas pobres, y reducir
las desigualdades en el acceso a artículos y servicios básicos. Las medidas redistrubutivas no
pretendían sólo mejorar el poder adquisitivo de los pobres, sino también reducir el de los ricos.
Fidel Castro, anunció una nueva estrategia que una vez más hacía hincapié en la
producción de azúcar y frenaba los esfuerzos dirigidos a la industrialización.
La nueva estrategia se vio complicada por un debate de alto nivel sobre la naturaleza
de la organización económica socialista. Un bando, encabezado por el ministro de industria,
Che Guevara, argüía que la parte de la economía que era propiedad del Estado formaba una
sola unidad. El dinero, los precios y el crédito debían funcionar solamente al tratar con los
consumidores cubanos o los países extranjeros. La ley de la oferta y la demanda podía y debía
eliminarse para avanzar rápidamente hacia el consumismo. La planificación central era la clave.
El otro bando argüía que la parte de la economía cubana que era propiedad del Estado
no consistía en una sola unidad económica, sino en diversas empresas independientes
propiedad de y explotadas por el Estado.
El debate se resolvió finalmente cuando Che Guevara dejó el ministerio de industria en
1965 (para emprender campañas revolucionarias) y se procedió a dividir el ministerio en sus
anteriores subcomponentes. Sin embargo, las medidas de Guevara se adoptaron de forma
general y su ejecución se llevó hasta el extremo. En gran parte los calamitosos resultados
económicos de los últimos años sesenta se debieron a la concepción defectuosa de Guevara,
así como al caos administrativo desatado por Castro y sus colaboradores.
El apogeo de la colectivización llegó con la “ofensiva revolucionaria” de la primavera de
1968, momento en que el Estado asumió la propiedad y la administración de los
establecimientos de servicios a los consumidores, restaurantes y bares, talleres de
reparaciones, talleres de artesanías… Excepto de forma limitada en una pequeña parte del
sector agrícola, a fines de los años sesenta ninguna actividad económicamente productiva era
posible sin pasar por algún organismo del gobierno.
Igualmente espectaculares fueron los cambios que experimentó la política laboral. La
eliminación gradual de los incentivos materiales debía ir acompañada de una mayor insistencia
en los incentivos morales: la conciencia revolucionaria del pueblo garantizaría el incremento de
la productividad y la calidad y las relaciones del coste. El dinero era considerado como una
fuente de corrupción capitalista.
La ineficiencia y el subempleo quedaron institucionalizados en las nuevas estructuras
económicas. Y, pese a ello, esto fue también un extraordinario logro humano; dio a la mayoría
de los cubanos saludables la dignidad de hacer algún trabajo y el compromiso de utilizar su
talento de una manera constructiva.
Dado que los incentivos morales resultaban insuficientes para estimular la producción y
la productividad, el gobierno recurrió a la movilización de las masas para trabajar en los
campos de caña de azúcar y en otros sectores de la economía. Los llamados voluntarios (que a
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menudo no tenían derechos a negarse) fueron distribuidos por todo el país de forma bastante
ineficiente.
En 1970 el crecimiento económico de Cuba presentaba un aspecto desolador. Dos
fuertes recesiones habían marcado el principio y el final del decenio y en los años intermedios
sólo se había registrado una modesta recuperación.
El alivio para la economía cubana llegó de un lugar inesperado: el mercado mundial del
azúcar. Los precios de este producto en el mercado mundial libre subieron vertiginosamente.
La planificación macroeconómica central reapareció a comienzos de los años setenta y
permitió a cuba adoptar su primer plan quinquenal en 1975.
Se instituyeron nuevamente la contabilidad y la inspección financieras y se dio una
importancia nueva a los incentivos materiales. La Unión Soviética también aportó recursos
considerables para que la economía cubana saliera a flote.
Sin embargo, la economía se estancó durante la segunda mitad del decenio.
Con el fin de abordar estos problemas, en abril de 1986 Castro puso en marcha un
proceso llamado de “rectificación”. Cuba fue el primer régimen comunista a finales de los
ochenta que dejó los mecanismos del mercado con el objeto de mejorar la producción y la
eficiencia. Castro denunció a los jefes de las empresas estatales por haberse convertido en
aprendices de capitalistas.
Castro censuró duramente la utilización de primas para motivar a los trabajadores, y
una vez más pidió incentivos morales para edificar una sociedad mejor. El hecho de que la
economía entrara en recesión en 1986-1987 reflejó en parte la ineficiencia de estas medidas
encaminadas a librar a Cuba de los vestigios de capitalismo.
El gobierno también había seguido una estrategia de industrialización, de sustitución de
importaciones, que evolucionó gradualmente en los setenta y continuó en los ochenta.
Los resultados económicos del gobierno fueron convincentes en el capítulo de la
redistribución. Hubo un vigoroso compromiso y generalmente fructífero con la provisión de
empleo pleno para todos los ciudadanos capacitados, aunque fuera a costa del subempleo y la
ineficiencia. De igual modo, era posible acceder a artículos básicos a precios bajos por medio
del racionamiento, incluso a costa de subvencionar el consumo. Las medidas que tomó el
gobierno en el decenio de 1960 redujeron sensiblemente las desigualdades entre las clases
sociales y entre la ciudad y el campo.
El gobierno revolucionario emprendió la tarea de modernizar la educación a partir de
donde se había interrumpido en el decenio de 1920, guiado por el propósito de institucionalizar
una revolución educativa que llenaría de legítimo orgullo a su pueblo y a su gobierno y que
sería para otros países un ejemplo sobresaliente de compromiso sostenido. Sin embargo, el
sistema de educación era adverso hacia la disensión política e intelectual; recortaba la libertad
de expresión y reprimía a muchos críticos: Así, pues, los frutos de la educación y la cultura se
veían restringidos.
La figura central de la política revolucionaria de Cuba era Fidel Castro y su liderazgo
seguía siendo carismático en el sentido se que dependía del convencimiento de que no
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dependía de que sus seguidores le eligieran, sino que lo había “elegido” una autoridad
sobrenatural o alguna “fuerza histórica”
Al gobierno revolucionario no lo legitimaba solo el carisma, sino también los resultados.
Desde el momento que se hicieron con el poder en 1959 los nuevos líderes de Cuba dijeron
que habían liberado el país de un sistema político terrorista, corrupto, abusivo e ilegítimo. Las
consumadas habilidades oratorias de Fidel Castro, se convirtieron en una de las armas mas
poderosas de la revolución. Dominaba las ondas de la radio y la televisión. Se movía de forma
incesante por todo el país como profeta revolucionario que tocaba, conmovía, educaba y daba
ánimos a su pueblo para el combate: para que luchase por una vida nueva, un futuro mejor,
contra enemigos conocidos y desconocidos.
El nacionalismo era fuente complementaria de legitimidad, puesto que afirmaba la
integridad cultural, política e histórica de la nación cubana y ponía de relieve la unidad del
pueblo con preferencia a la legitimidad.
Debido a la falta de elecciones nacionales de 1959 a 1976, o de otros cauces efectivos
para expresar agravios y opiniones, el carisma, la liberación política, la redistribución y el
nacionalismo eran los pilares en los que se basaba la pretensión de tener derecho a gobernar.
La revolución y su líder máximo se legitimaban a sí mismos, aunque, desde luego, esta
pretensión no era aceptada de modo universal.
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