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La Hermandad

del Hierro

Guillermo Maza
© Guillermo Maza López de los Mozos, 2007
Todos los derechos reservados

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PRÓLOGO
Fuego en la Noche

Las llamas amenazaban aquella noche con consumirlo


todo. Desde su posición junto a los establos de la pequeña casa
propiedad de Corbin y Elorien, Tarken atisbaba unas formas
oscuras, distorsionadas a la luz del fuego. Parecían demonios
de la oscuridad y realmente lo eran, pues sus gritos y aullidos
acobardarían al más valiente. Al tiempo, se escuchaban los
gritos de pavor, las llamadas de auxilio de los aldeanos del
valle de Asu, sorprendidos por lo inesperado y salvaje del
ataque de esa noche. El propio Tarken maldecía en silencio el
no poder hacer nada por ayudarles, pero habían tenido noticias
apenas unas pocas horas antes de que el asalto se iba a
producir y no habían podido llegar antes.
Con manos firmes Tarken sostenía una espada
bellamente labrada intentando distinguir algo en medio de
aquel caos en el que hasta las propias estrellas parecían haber
palidecido ante la magnitud de la matanza que estaban
presenciando. Se puso tenso cuando una enorme silueta
atravesó la nube de tinieblas para llegar hasta él. Agarró aun
más la empuñadura de su espada soltando un suspiro de alivio
al ver que se trataba de un hombre de gran tamaño, con una
armadura semejante a la suya.
-Me alegro de verte, Derek. Los trasgos nos están dando una
noche agitada por lo que parece -dijo Tarken, mientras su
joven compañero intentaba tomar aliento.
Numerosas gotas de sudor empapaban su rostro, que no
contaría con mucho más de veinte años.
-Señor, es algo más que eso -jadeó el muchacho al borde del
desmayo. Sostenía también una espada, aunque con una
empuñadura menos trabajada que la de su compañero más
mayor-, el propio Lord Variol comanda el ataque.
El semblante de Tarken perdió el poco color que le
restaba. Intentó serenarse pues temía que estaba ante un
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momento sumamente importante, y tal vez las decisiones que
tomara en ese momento tendrían repercusiones mucho tiempo
después.
-Entonces el verdadero motivo del ataque deben ser los hijos
de Corbin y Elorien.
Tarken maldijo con pesar, pues apreciaba mucho a la
pareja y sabía que poco podrían hacer si el mismísimo Lord
Variol lideraba el ataque al valle de Asu.
A su lado Derek lo miró con temor. Las terribles
historias que había oído hablar sobre el Señor de la Guerra
tomaban la peor de las formas posibles en su imaginación. Sin
embargo se tragó el miedo y clavó su mirada en Tarken con
una valentía envidiable.
-¿Qué hacemos entonces, señor? -preguntó el joven con
firmeza.
Tarken le devolvió la mirada y sonrió ante la gallardía
del muchacho. Buen chico, pensó, de una pieza.
-Entremos a avisar a Corbin y Elorien. Si esos chicos son
importantes de alguna manera para Variol, quiero que se
vayan cuanto antes de aquí.
Derek asintió sin pestañear, y ambos hombres
corrieron por el patio de la casa cercada de llamas. Mientras
corría Tarken distinguió a alguno de sus espadachines
combatiendo ferozmente contra los trasgos. Resistió el
impulso de ayudarles y encaminó sus pasos hasta la entrada de
la pequeña casa. Con brusquedad abrió la puerta entrando en
el interior seguido de Derek.
Las sombras cubrían casi toda la sala, pues las llamas
no llegaban hasta ese lugar. Sin embargo Tarken consiguió
entrever a la pareja que intentaba esconderse tras una mesa. Al
ver de quien se trataba ambos salieron de su refugio y Tarken
pudo distinguirles mejor. Se trataba de un hombre no
demasiado mayor y de una mujer de hermosos ojos. Ésta
aferraba contra su pecho a dos pequeños infantes que, pese al
ruido y la luz, dormían plácidamente.
-Corbin, amigo mío -Tarken estrechó brevemente al hombre
en un fugaz abrazo, pues no había tiempo para más-. Mucho
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me temo que vienen a por los niños. ¡Debéis iros de aquí
cuanto antes!
-¡Oh, santo Orión, ¿qué pueden querer de ellos esos
monstruos? -sollozó el llamado Corbin. Detrás de él la mujer
apretó aún más a los niños contra sí.
-Lo ignoro, pero todo parece indicar que son el objetivo de
este ataque. No olvides la sangre que llevan en sus venas -
posando una conciliadora mano sobre el hombro de Corbin,
Tarken se dirigió hacia donde la mujer protegía a sus bebés-.
No podemos perder más tiempo, Elorien. Derek debe llevarse
a lo niños. Su caballo es el más veloz de la región. Los pondrá
a salvo.
En su puesto junto a la puerta el joven Derek asintió
sin dudar pero la mujer se vino abajo y comenzó a llorar
amargamente.
-No me separes de mis hijos, Tarken -rogó la mujer-, por
favor, dime que hay otra salida.
-Nosotros también saldremos de aquí, Elorien, te lo prometo.
Pero los niños deben irse cuanto antes. ¡No permitiré que
caigan en sus manos! -concluyó Tarken con pasión. Hacía lo
que tenía que hacer, y nada ni nadie le echarían atrás.
En esos momentos sonó un grito en la noche, que se
sobrepuso al resto de sonidos con una intensidad escalofriante.
Era como una especie de aviso, o al menos así lo entendió
Tarken. Con celeridad echó un vistazo hacia donde Derek
estaba, intentando alertarle, pero ya era demasiado tarde. La
puerta de la casa saltó por los aires en medio de una lluvia de
astillas. Tarken consiguió protegerse a tiempo, no así Derek,
quien al encontrarse más cerca de la puerta cayó al suelo
inconsciente. La sangre inundó su rostro.
Con parsimonia, una figura cruzó el umbral,
provocando el terror en las personas que se encontraban en el
interior de la casa. Era alta y con el cabello de color blanco
como la nieve. Sus ojos azules llamaban poderosamente la
atención, fríos como témpanos, destilando una gran
inteligencia. Lentamente entró en la sala, arrastrando su capa
grisácea a medida que andaba.
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-Vaya, ¿interrumpo algo? -sus ojos se clavaron en la mujer
que sostenía a los pequeños-. ¡Qué escena tan emotiva! Estoy
apunto de echarme a llorar -sonrió levemente, apenas una
mueca en sus rostro-. Tranquilízate querida, yo me encargaré
de los niños a partir de ahora.
Elorien gimió de miedo y retrocedió torpemente, pero
no podía dejar de mirar los azules ojos del recién llegado, que
parecían ejercer una poderosa influencia sobre todos los que
estaban en la sala. Con un rugido de furia, Tarken fue el
primero en reaccionar.
-¡Jamás te los llevarás, maldito! -desenvainó su espada y se
situó delante de la mujer. En un arranque de coraje Corbin
también se colocó a su lado, armado con un simple palo de
madera.
Su oponente enarcó levemente las cejas.
-Así que sois capaces de mostrar valentía si se os azuza un
poco, eso me gusta. Veamos de lo que sois capaces los de la
Hermandad del Hierro.
Con un elegante ademán desenvainó su espada, un
arma cuyo acero era rojo como la sangre. Tarken soltó una
maldición por lo bajo al ver a su lado a Corbin sosteniendo un
arma tan rudimentaria.
-Veamos qué hacéis ante Mórbida -dijo con calma el albino.
Sin más dilación se lanzó al ataque.
Lo que sobrevino después perduraría en la memoria de
Tarken hasta muchos años después. Con una elegancia
increíble, el hombre de blancos cabellos esquivaba sus golpes
sin apenas esfuerzo. A su lado, Corbin intentaba meter baza
pero apenas representaba un peligro frente a la terrible espada
teñida de rojo. De un simple mandoble, el atacante atravesó el
cuerpo de Corbin. El hombre cayó al suelo a los pies de su
mujer, con una mano extendida hacia ella en un último intento
de protegerla.
-¡No, maldito seas!
Tarken se lanzó hecho una furia hacia el asesino pero
éste le eludió con relativa facilidad y haciendo un escorzo
descargó un tajo sobre su cara. Herido, cayó al suelo. No veía
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con el ojo izquierdo y apenas si podía moverse. Quedó
impotente esperando que le otro le rematase, pero por lo que
parecía su atacante no tenía el más mínimo interés en él.
Alejándose del yaciente cuerpo de Tarken, el albino se acercó
a la mujer, que contemplaba el cuerpo exánime de su marido.
-Vamos, querida. No me hagas más difícil esto -dijo con un
susurro tranquilizador-Dame a los niños. Te aseguro que una
gran gloria les aguarda al servicio de mi señor.
Elorien levantó la mirada clavándola en el otro. Nada
dijo, pero algo hizo que el hombre de blancos cabellos gruñese
iracundo, y en un rápido gesto, le atravesó el corazón con la
espada. La mujer ni se inmutó, y permaneció con los ojos
vidriosos mirando fijamente a su asesino.
-Acabemos con esto de una vez -se podía advertir una extraña
furia en su voz.
Con un brusco gesto agarró uno de los bultos de ropa
arrancándolo de los brazos de su madre. A través de una
cortina de sangre Tarken advirtió en ese momento los ojos
abiertos y aterrorizados del niño, que se había despertado con
el ruido. Fue ese coraje lo que le llevó a hacer la acción más
arriesgada de su vida. Con un grito que expresaba toda la rabia
de su corazón por las muertes que había presenciado, se
levantó con esfuerzo descargando un golpe con su puño sobre
el albino, que retrocedió aturdido. Le había pillado por
sorpresa, pero se sobrepuso con rapidez enviándole de nuevo
al suelo con un revés de su guantelete de hierro.
-Estúpido como siempre, Tarken -gruñó su atacante
sosteniendo todavía a uno de los niños-. De nada ha servido tu
acción, amigo. Los niños se vendrán conmigo quieras o no.
Roto de dolor, Tarken cerró los ojos esperando el
inevitable final que sin duda le esperaba. Después de tantos
esfuerzos, todo había sido inútil; los niños caerían en poder de
sus enemigos y la Hermandad del Hierro estaría perdida para
siempre. Esperó el final, pero sucedió algo inesperado, pues
un rugido de furia salió del pecho de Lord Variol. Abrió con
cautela el ojo derecho, pues el izquierdo ni siquiera lo sentía y
vio qué era lo que había provocado la ira de su atacante.
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Lord Variol sostenía entre sus brazos a uno de los
niños, pero el otro, el que había dejado en brazos de su madre
muerta, ya no estaba.
Giró la cabeza y descubrió que Derek ya no estaba
tumbado en el suelo. Había desaparecido llevándose
aparentemente al niño con él.
“Oh, mi buen amigo, qué listo eres”, fue uno de sus
últimos pensamientos mientras oía a Lord Variol salir de la
casa maldiciendo. Luego perdió la conciencia y no vio ni oyó
nada más.

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Primera parte

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CAPITULO 1
El niño diferente

Desde pequeño Jack sabía que era diferente. Con el


tiempo aprendió a aceptarlo, sobre todo gracias a su tío Tarken
quien le decía que todo lo que sufriera ahora cuando se sentía
una persona extraña y ajena a los demás niños, tendría su
compensación cuando se hiciera un hombre. Así pues pronto
se ganó Jack una fama de taciturno y reservado. Contemplaba
muchas veces a los demás chicos jugando entre ellos con caras
sonrientes, relajadas y se decía interiormente que eso no era
para él, aunque tenía ganas de unirse a ellos y disfrutar
sencillamente como uno más.
Resultaba imposible desde que era pequeño. Contaba
por entonces con tan solo siete años, y era ya un crío bastante
inquieto, aunque nada especial dentro de la diminuta y
aburrida aldea de Vadoverde, al sur del Gran Bosque, un
pueblecito olvidado de la mano de Orión, como solía decir su
tío. Sonreía con cierto alivio al decirlo, como si le
tranquilizara saber que nadie repararía en una villa tan alejada
del mundo y de las grandes ciudades.
Su tío Tarken le había despertado poco antes de que
saliera el sol. Esbozaba una sonrisa traviesa y su único ojo
brillaba con anticipado deleite. Le había incorporado en la
cama susurrándole en voz baja, como si temiera que alguien le
escuchara:
- Cuando te levantes quiero que me acompañes. Tengo que
enseñarte una cosa.
No había añadido nada más.
Jack se revolvió inquieto imaginando cualquier tipo de
regalo, pues justo aquel día cumplía siete años. Levantándose
más temprano que nunca se dirigió hacia la cocina, el lugar
donde su tío le solía contar cuentos de tiempos pasados, de
héroes y monstruos mitológicos. Pero aquel día no tenía
pensado hablarle nada de eso. Su tío estaba sentado en una de
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las dos sillas, completamente vestido, y con una capa enorme
de color marrón que le cubría la espalda por completo.
- Tendrás que vestirte, pequeño. Vamos a dar un paseo -le
dijo sin que aquella sonrisa divertida le hubiera abandonado.
- ¿Adónde vamos, tío? -preguntó con el ceño fruncido.
Prefería que le diera el regalo cuanto antes.
- Hoy iremos al bosque -contestó, añadiendo al ver su cara
palidecer-. Tranquilo que apenas nos internaremos en él. No
será peligroso, pero solo allí puedo enseñarte lo que quiero
que veas.
Más intrigado que nunca, Jack se dio prisa en vestirse y
al rato estaba preparado. Salieron en silencio de la casa. Una
fina niebla invadía el ambiente y el suelo aparecía mojado
pues había llovido durante la noche. No se veía a nadie por las
calles a esas horas de la mañana, lo cual pareció complacer
aún más a su tío. Fuera lo que fuese lo que le quería mostrar,
estaba claro que cuanta menos gente los viese mejor.
El Gran Bosque estaba literalmente pegado al pequeño
pueblo de Vadoverde, por lo que no tuvieron que andar
durante mucho rato antes de internarse en él. Pese a vivir a
menos de un kilómetro, Jack ni ningún otro niño que él
conociese de Vadoverde se había internado nunca en el
bosque. Tenía mala fama para todos, y Jack no olvidaba las
historias que oía contar muchas noches al alcalde Otis en la
taberna del Roble Solitario sobre los duendes y las hadas que
habitaban en él.
Pese a sus temores, apenas se internaron unos cientos
de metros entre la maraña de viejos árboles que les recibió
aquella lluviosa mañana. Al poco rato llegaron a un claro y su
tío se detuvo bruscamente. Girándose le cogió por los
hombros, mirándole fijamente.
- Jack, hoy cumples siete años y ya no te considero un niño -
dijo con voz suave-. Lo que voy a enseñarte ahora no debes
decírselo a nadie. Ni a tus amigos, ni al alcalde ni a nadie, ¿me
has oído? -le zarandeó un poco para dar mayor énfasis a sus
palabras-, si lo haces habrás traicionado mi confianza y nunca
más volveré a creer en ti ¿de acuerdo?
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Eran palabras inesperadas para un niño que acababa de
cumplir siete años. Su tío jamás le había hablado de esa forma.
Jack no se imaginaba que podría ser tan importante como para
que le amenazase con no volver a confiar en él en su vida.
- Te lo prometo, tío -atinó a decir con un nudo en la garganta.
- Bien, pequeño. Estoy seguro de que tú no me decepcionarás
-asintió con la cabeza como tratando de autoconvencerse de
que Jack no le fallaría.
Lentamente, como si quisiera hacer hincapié en la
solemnidad de ese momento, su tío Tarken se echó una mano
a la espalda, y tras asir algo que guardaba debajo de la capa,
sacó un objeto de enorme tamaño. Se trataba de una espada
pero no parecía como las demás. Contaba con una extraña
empuñadura bellamente tallada, un filo hecho de algún extraño
material que brillaba débilmente con un tenue tono azulado.
Jack no había visto nada igual en toda su vida.
- Te presento a Colmillo -dijo su tío henchido de orgullo. Se
podía advertir una especie de tono reverente en su voz.
- ¿Qué es esto, tío? No he visto nada así nunc... ¡ay! -Jack
retiró la mano asustado mirándose la palma en la que había
una fina línea roja ¡Era sangre! Había apenas posado la mano
en el filo y se había cortado.
Tarken soltó una leve risa, pero al instante miró de
nuevo a su sobrino con una seriedad que Jack jamás le había
visto.
- Has de tener cuidado, pequeño -advirtió con semblante
adusto- Ésta es una espada peligrosa, está hecha toda de
hierro.
Instintivamente Jack retrocedió unos pasos con los ojos
abiertos por el miedo al oír nombrar la palabra maldita. Miró
a su alrededor temiendo que alguien hubiese oído a su tío
cometiendo semejante sacrilegio, pero estaban solos en el
claro del bosque.
- ¿Estás asustado, Jack? -le preguntó con tono benévolo su
tío. Se acercó a él y le puso una mano sobre el hombro-. Debes
confiar en mí, pequeño. El hierro no es un objeto de la
Oscuridad como te han hecho creer.
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- Pero…, el alcalde Otis siempre lo menciona en su sermón
matutino como el arma del diablo -contestó tembloroso el
niño, aunque algo más tranquilo gracias al gesto amable de su
tío-. A los demás niños se les prohíbe hablar de él. ¡Tú mismo
me dijiste que ni se me ocurriera mencionarlo delante de
otros!
Tarken asintió.
- Así es, Jack, y así debes seguir actuando ante los demás para
mantener las apariencias. Será nuestro pequeño secreto -le
confió Tarken-, pero entre nosotros debes saber la verdad. El
hierro puede ser muy útil, gracias a él podemos fabricar armas
con las que defendernos de aquellos que nos quieren mal,
pequeño. Sin embargo -aquí su tono se hizo más grave,
recalcando la importancia de lo que le estaba contando-,
también has aprendido una lección hoy, y es que las armas
hechas de hierro deben tratarse sabiamente, pues son
peligrosas y podemos hacernos daño con ellas, como acabas
de comprobar en ti mismo -terminó cogiéndole con sumo
cuidado la palma de la mano herida.
Aún confuso, sólo el amor que sentía por su tío despejó
sus dudas. En una vida marcada por el conocimiento de que el
hierro era el material del diablo, tan solo su tío conseguiría
convencerle de lo contrario.
- ¿Y por qué me cuentas todo esto? -inquirió en voz baja.
- Porque a partir de hoy comenzaremos tu entrenamiento
como espadachín. Comenzaremos practicando con espadas de
madera para que no te lastimes, y ya veremos cuándo puedes
blandir a Colmillo -dijo Tarken aliviado de que Jack hubiese
aceptado todo sin hacer más preguntas. Todavía era demasiado
pequeño para asimilar el resto de la historia-. Hoy comienza
una nueva vida para ti, pequeño.
Así fue como Jack comenzó a entrenarse con su tío
casi todos los días que Tarken tuviera un rato libre. Nada más
despejarse las brumas de la noche abandonaban la casa a
hurtadillas, intentando pasar lo más inadvertidos posibles. Su
lugar de entrenamiento era el mismo claro donde Tarken le
había revelado la verdadera naturaleza del hierro, un sitio
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donde nadie les buscaría, pues a todos les asustaba internarse
en el bosque. Las primeras semanas fueron especialmente
duras. Tarken le sometía a un riguroso entrenamiento,
indicándole qué giros hacer con su arma de madera, y
combatiendo a lo largo del claro durante una hora. Jack
terminaba extenuado y lleno de moratones cada jornada, pero
apreciaba la habilidad de su tío y poco a poco iba asimilando
formas de combate. Tuvieron que pasar cinco meses hasta que
Jack consiguió asestarle un golpe entre los cientos que recibía
todos los días, pero cuando lo consiguió Tarken estaba tan
contento que ese día le regaló varios juguetes, cosa que casi
nunca acostumbraba a hacer.
Sin embargo, pese a que la relación con su tío se hacía
cada vez más fuerte, aquello tuvo un efecto negativo para
Jack. Empezó a convertirse en un chico huraño y los demás le
rehuían. Continuaba escuchando los sermones del alcalde
sobre la maldad del hierro, que los había conducido a una
guerra espantosa hacía ya muchos años. Las casas estaban
hechas de piedra y los objetos caseros y la mayoría de los
utensilios de madera. Ahora que conocía el aspecto que tenía
el hierro, se le hacía más evidente la carencia de éste en el
mundo que le rodeaba. Este conocimiento era el que hacía que
poco a poco fuese retrayéndose del contacto con los demás.
Temía que al estar en contacto con otros chicos de su edad se
le escapase algún comentario inoportuno, y no quería cometer
un desliz que pudiera acarrearles problemas a él y a su tío,
pues las normas eran muy severas: todo aquel que tuviese en
su posesión un objeto hecho de hierro sería castigado en el
acto.
Jack tenía diez años cuando presenció por primera vez
el precio que había que pagar si cometías un error y
descubrían que poseías objetos de hierro. Por aquel entonces
el joven había dado un considerable estirón, e incluso contaba
con una musculatura impropia de su edad debido al riguroso
entrenamiento al que se sometía. Su tío no dejaba de hablar en
público de lo fuerte que se estaba volviendo su sobrino gracias

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a lo que le ayudaba trayendo madera del bosque todos los días,
con lo que conseguían mantener el engaño.
Tarken tenía un amigo algo más joven que él llamado
Caleb. Ambos se reunían algunas veces de forma clandestina
para hablar de temas en los que no dejaban participar a Jack.
Cuando el joven interrogaba a su tío sobre lo que habían
estado hablando éste le contestaba que no era de su
incumbencia, aunque una vez le reveló que Caleb formaba
parte del mismo círculo en el que se integraba el propio
Tarken pero cuya naturaleza y propósito no quedaron claros.
Días más tarde se presentaron en la aldea unos jinetes.
Llevaban capas blancas y un gran sol bordado en la pechera de
sus atuendos. Casi todos los miembros del pueblo salieron a
recibirles precedidos por el alcalde. Jack preguntó a su tío
quiénes eran esas personas, pero al no recibir contestación se
volvió hacia él y entonces quedó sin habla, pues su tío tenía
una expresión como si le hubieran atravesado el corazón con
una espada. Había terror en su mirada, y Jack se asustó ya que
tenía a su tío por un valiente al que nada ni nadie podían
arredrar.
El alcalde preguntó a los caballeros el motivo de su
visita con profunda cortesía, pero estos se limitaron a
preguntar por un hombre llamado Caleb. El alcalde palideció
como si supiese de antemano las implicaciones de que
aquellos hombres se interesasen por un parroquiano de su
pueblo, pero no atinó más que a balbucear cosas sin sentido.
Lo que sobrevino después tardaría un tiempo en
abandonar las pesadillas del joven Jack. De una de las casas
salió hecho un poseso el amigo de su tío, Caleb, y en sus
manos portaba una espada muy parecida a la de Tarken,
aunque de menor bella factura, según advirtió. Con un grito
inarticulado se lanzó hacia los jinetes provocando un enorme
tumulto, haciendo que los que se habían dado cita aquella
mañana en la plaza central del pueblo salieran corriendo en
todas direcciones como alma que lleva el diablo.
Los jinetes no parecieron tan sorprendidos como los
demás. Eran cinco y todos sacaron de sus monturas unos
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extraños bastones que relucían con un tono verdoso.
Aparentemente eran de madera por lo que Jack se sorprendió
cuando uno de ellos detuvo el golpe de espada de Caleb con el
bastón sin que éste se quebrase. Poco duró el arrebato de
Caleb, pues ellos eran cinco armados con unos bastones tan
resistentes como la espada hecha de hierro del propio Caleb, y
Jack observó que éste no era tan hábil como su tío con la
espada. En poco tiempo redujeron al pobre Caleb, uno de ellos
le atinó un golpe del que salieron chispas en la rodilla y Caleb
cayó al suelo. Intentó levantarse pero otro le propinó un nuevo
bastonazo en la cabeza y Caleb perdió el sentido.
Durante todo este tiempo Jack vio que su tío tenía los
nudillos blancos al apretar los puños, que un par de veces su
mano derecha se dirigió hacia la capa que cubría su espalda,
pero en todos aquellos instantes parecía acordarse de algo al
mirar a su sobrino y decidía bajar los brazos.
Por la noche todos los habitantes del Vadoverde se
dieron cita en la misma plaza donde había tenido lugar el
altercado. Tarken también llevó a Jack, con semblante
inflexible le dijo que lo que iba a presenciar era el precio que
deberían pagar si alguna vez le decía a alguien que manejaban
el hierro.
Jack comprobó con horror que los jinetes habían atado
a Caleb en un mástil, y colocado numerosos troncos de madera
a su alrededor. Uno de los jinetes portaba una tea en llamas y
decía en voz alta:
- ¡Aquí tenéis el resultado de traficar con objetos del maligno!
-gritaba con pasión-. Este hombre está acusado de pasar
espadas de contrabando a los insurgentes paganos de
Kirandia!¡Que Tror se apiade de su alma!
Luego tiró la antorcha sobre la improvisada hoguera, y
los gritos de Caleb se clavaron en los oídos de Jack como
cuchillos. Los jinetes montaron poco después y se marcharon
sin añadir palabra ante la aturdida aldea. Jack les siguió con la
mirada durante largo rato, y supo en ese instante que odiaba a
esos hombres.

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Durante varios días después de lo ocurrido, Tarken le
dijo que era mejor que no entrenasen en el bosque hasta que
aquel asunto se hubiera olvidado un poco, pero era difícil que
ocurriera así porque un suceso tan grave sería la comidilla de
los aldeanos durante el resto del año. Así que una noche Jack
se sentó con su tío y le dijo a bocajarro:
- ¿Quiénes son los Hijos del Sol? -preguntó al tiempo que su
tío hacía una mueca, como si el simple nombre le resultara
desagradable.
- ¿Dónde has oído ese nombre?
- El alcalde hablaba de ellos esta mañana en el Roble
Solitario. No se habla de otra cosa estos días.
Tarken suspiró con cansancio. Por supuesto no se
podía esperar de los parroquianos en la taberna del Roble
Solitario que fuesen discretos porque hubiese niños en su
presencia, y menos el alcalde Otis, que disfrutaba
enormemente cuando podía cotillear sobre chismes ajenos.
- Pequeño, debes entender que los que nos movemos en el
mundo del hierro asumimos un grave peligro -repuso al fin
Tarken, y su voz se tornó pesarosa cuando empezó a hablar de
su compañero muerto en la hoguera-. Caleb lo sabía y pagó
cara su osadía, aunque su recuerdo no morirá en vano y nos
dará fuerzas a los que continuamos su lucha para salir
triunfantes.
- Los Hijos del Sol –continuó- son seguidores del Dios Tror, y
cuentan con el beneplácito del Supremo Reino de Angirad
para castigar a aquellos a los que sorprendan con objetos de
hierro entre sus posesiones. Son implacables y no dudarían en
matarnos si supiesen lo que nos traemos entre manos. Es por
eso por lo que debes ser muy cuidadoso para no revelar nada
de lo que hacemos.
Jack tragó saliva impresionado. Ahora era realmente
consciente de lo peligroso de su situación.
Desde ese día se hizo más patente si cabe la separación
que mantenía con el resto de chicos de su edad. Empezó a
temer el contacto humano pues no quería cometer el más
mínimo desliz que le pudiera llevar a terminar en una hoguera
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como el desdichado Caleb. Sin embargo aquella muerte tuvo
también un efecto positivo en él. A partir de ese momento se
tomó los entrenamientos como si la vida le fuera en ello. En
cierto modo así era. No permitiría que le cogieran como a
Caleb. Quería ser fuerte para poder defenderse y algún día
defender también su causa sin miedo a los Hijos del Sol.
Tarken contemplaba con aspecto preocupado los
cambios que se estaban produciendo en su sobrino. Se pasaban
horas entrenando en el claro del bosque. Había ocasiones en
las que Jack caía al suelo mortalmente exhausto tras una
sesión de entrenamiento especialmente dura, pese a lo cual
sacaba fuerzas para volver a levantarse y continuar
practicando. ¡Y Tarken no podía olvidar que tan solo era un
niño de poco más de diez años!
Así transcurrieron varios años más, en los que Jack
creció y se hizo muy diestro con la espada. Había ocasiones
incluso en las que desarmaba a su tío, y pronto Tarken
comenzó a caer en la cuenta de que poco más podía aprender
de él. Durante ese tiempo la musculatura de su sobrino se
hacía cada vez más resistente.
Algo que intrigaba a Jack y de lo que no se había
olvidado era el asunto de sus padres. Desde que tenía memoria
Jack recordaba que su tío siempre le había dicho que murieron
en un accidente de caza, el mismo en el que el propio Tarken
había perdido su ojo derecho y se había hecho esa tremenda
cicatriz que le cruzaba el rostro. Según su versión sus padres
eran unos honrados jornaleros de una zona al norte de
Kirandia, con algunas tierras en su posesión. Un día habían
decidido salir de caza con tan mala fortuna que se habían
desviado de las rutas trazadas y habían ido a parar a una
madriguera de osos, que los sorprendieron. Sus padres
resultaron muertos y el propio Tarken sufrió graves heridas
que casi le habían producido la muerte. Después de eso había
decidido abandonar aquellas tierras que él consideraba
malditas e instalarse en un tranquilo pueblo como Vadoverde,
casi alejado del mundo y donde podría criar al joven Jack en
paz.
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- ¿Y mis padres tenían algo que ver con el hierro como tú y
Caleb? -terminaba siempre preguntando Jack.
El semblante de Tarken se ponía serio al llegar a ese
punto.
- Así es, pequeño. Y estoy seguro de que se sentirían
orgullosos de ti si te vieran hoy.
No decía nada más, pese a que Jack seguía insistiendo
en que continuara contando, pero éste se excusaba diciendo
que ya había hablado demasiado y que se encontraba cansado.
Jack no le presionaba demasiado porque confiaba
totalmente en su tío y sabía que sus buenas razones tendría
para no revelarle más cosas. En el fondo también temía la
verdad, y que pudiera contarle algo que no le gustara oír sobre
sus padres.
Continuaron transcurriendo días, meses y hasta años en
el tranquilo pueblo de Vadoverde. Al cabo de un tiempo, Jack
observó que a veces un jinete acudía en las noches más
cerradas a la aldea y se reunía furtivamente con su tío sin que
nadie los viera. Al menos eso pensaban ellos porque el chico
se deslizaba fuera de su habitación y acertaba a escuchar algo
de lo que decían. Frases como “Hermandad del Hierro” tenían
algún significado para él pero “La Academia” era un título que
no conocía.
Un día, cuando tenía trece años, Tarken y él se dieron
cita como casi todas las mañanas en el claro del bosque. En
esta ocasión su tío no sacó las dos espadas de madera, sino que
desenvainó a Colmillo (hábilmente oculta bajo los pliegues de
su capa), y se la tendió por la empuñadura a un aturdido Jack.
- Es hora de que empieces a familiarizarte con el manejo de
una espada de verdad. Creo que ya sabes lo suficiente como
para poder usarla sin que te lastimes, o al menos causarte un
daño serio -le confió su tío con una sonrisa orgullosa.
Con manos temblorosas Jack cogió la espada hecha de
auténtico hierro. Enseguida comprobó que pesaba más que su
arma de madera, pero también que su equilibrio era mayor.
Con ella tuvo una primera sensación de seguridad, pues no
debía temer a los Hijos del Sol, pero al mismo tiempo se sintió
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transgrediendo la ley. Tarken contempló pacientemente el mar
de dudas que le acuciaba, dándole su tiempo para que
asimilara todo ello.
- A partir de hoy te entrenarás solo, pues ésta es la única
espada de hierro que tenemos y sería peligroso que
practicásemos con otra espada de madera, no aguantaría las
embestidas de Colmillo -Tarken vio la cara de tristeza que se
pintaba en el semblante de su sobrino y sonrió
tranquilizadoramente-. No te preocupes, Jack. Ya sabes todo
lo que te podía enseñar sobre el manejo de una espada. Debes
empezar a valerte por ti mismo.
Así lo hizo Jack desde aquel día. Todas las mañanas se
escabullía hasta el claro del bosque, vestido con una capa para
cubrir la espada, y practicaba movimientos y pasos que su tío
le había enseñado. Pronto se acostumbró al peso de aquella
espada de hierro aumentando su agilidad y su técnica con ella.
Le contaba sus progresos a Tarken, pero a nadie más, y eso
para Jack era una tortura. Estaba deseando demostrar sus
habilidades a los chicos de su edad, los mismos que a veces le
ridiculizaban y se burlaban de él llamándole lobo solitario. A
Jack le dolían esos insultos porque sabía que había algo de
verdad en ellos y nada hacía más daño que el que a uno le
recordaran lo solo que se encontraba.
Un día no aguantó más. Como estaba entrenándose
desde los siete años era más fuerte que la mayoría de los
demás y sobre todo mucho más ágil en la lucha. Olvidándose
de la prudencia, respondió a los insultos de un par de chicos
mayores que no dejaban de acosarle. No le hacía falta usar la
espada para darles una lección. Tumbó a uno de un puñetazo
antes de que se diera cuenta de lo que le venía encima. El otro
reaccionó rápido y contestó de igual manera, cosa que no
sorprendió a Jack en absoluto, acostumbrado como estaba a
esquivar golpes mucho más veloces de su tío. Se echó a un
lado con facilidad y le propinó un golpe en el estómago al
segundo chico que le dejó resollando de dolor.
Fue en ese momento cuando Jack cayó en la cuenta de
lo que estaba haciendo, y corrió hacia su casa encerrándose en
25
su cuarto. Aquella misma tarde acudieron a su casa los padres
de los chicos a los que había golpeado. Conducidos por el
alcalde que gustaba de estar en todos los problemas, en
particular cuando no era él el causante, le soltaron a su tío un
sermón sobre cómo debía castigar al matón de su hijo, que
había dejado a sus niños con una nariz rota y un dolor de
estómago considerables. Tenía gracia que a él le llamasen
matón, sobre todo viniendo de parte de los padres de los dos
niños más bravucones de Vadoverde.
Pese a ello su tío se disculpó una y otra vez,
prometiendo que su sobrino sería seriamente llamado al orden.
Aquellas palabras parecieron calmar los ánimos en parte, y los
padres y el alcalde se marcharon más o menos satisfechos.
Nada más irse Tarken le llamó preguntándole su
versión de los hechos. Jack le contó la verdad, esperando que
su tío le diese la razón y se quejase por lo injustamente que lo
habían tratado. Lejos de ello, su tío frunció el entrecejo y
adoptó un gesto como si se sintiera decepcionado.
- Mira, Jack -dijo-, los que nos dedicamos a esto adoptamos
un compromiso. Precisamente porque somos más fuertes que
los demás nos juramos utilizar nuestras habilidades para
defender a los que son más débiles que nosotros, a aquellos
que no pueden defenderse.
-Pero tío, yo no… -intentó defenderse pero Tarken no admitía
discusión sobre este asunto y le cortó rápidamente con un
gesto de la mano.
- No discutiré sobre este tema, Jack. Llegará el día en que te
encontrarás entre gente como nosotros y podrás mostrar sin
miedo tus habilidades, pero hasta que llegue ese día no quiero
más alardes de tu fuerza en público por el momento, ¿queda
claro?
No, no quedaba claro para Jack, quien además no sabía
a qué se refería cuando hablaba de estar entre gente como
nosotros, pero no tenía más remedio que acatar todo lo que le
dijo su tío. Nunca volvió a encararse con ningún otro niño del
pueblo, aunque también hay que decir que la historia circuló
rápidamente por Vadoverde y nadie más volvió a molestarle.
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No todo fueron ventajas, pues se ganó fama de peligroso, lo
que contribuyó a que se acercaran a él aún menos que antes.
A Jack eso ya no le importaba, pues había
comprendido que no encontraría allí amigos de verdad sino
cuando, como le había revelado Tarken, estuviese entre gente
que fuera como él. Pero hasta que ese día llegase tendría que
continuar sufriendo su soledad en silencio.
Mientras tanto el mundo seguía su curso ajeno a sus
preocupaciones. Aunque Vadoverde era una aldea alejada de
la mano de Dios, como solía decir su tío, llegaban algunas
noticias del exterior, traídas normalmente por buhoneros o
mercaderes que pasaban por allí a comerciar de vez en cuando.
Las noticias no resultaban buenas: se hablaba de
movimientos de tropas en el norte, donde se habían visto
trasgos, criaturas de la noche de las que afortunadamente
quedaban muy pocas, y con ellos iban algunos lobos. Era
suficiente, y el rey Alric de Kirandia había mandado varios
destacamentos a la frontera para vigilar que nada malo
ocurriese.
Jack quedó relativamente impresionado por las
palabras de los mercaderes aquel día, y se apresuró a
comentarlas con su tío cuando se reunieron en torno a la mesa
de la cocina para cenar.
- No debes preocuparte por el momento, pequeño -le
tranquilizó su tío, al tiempo que le servía un cuenco de sopa-.
Aunque son noticias inquietantes, el rey Alric sabe cómo
manejar este tipo de asuntos. Los trasgos siempre son
peligrosos ya que a ellos no les importa manejar espadas de
hierro. El Supremo Reino no puede ejercer influencia sobre
ellos, aunque es cierto que los Caballeros de Kirandia saben
como defenderse. No hay nada que temer.
Aquello calmó a Jack bastante, hasta que esa misma
noche se despertó al amanecer escuchando una tensa
conversación en la sala. Se acercó sigilosamente y por el
hueco de la cerradura pudo divisar a su tío hablando con un
misterioso jinete que acudía allí en algunas ocasiones. Ambos

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estaban hablando precisamente de ese tema cuando les
sorprendió.
- Parece que Lord Variol está comenzando a moverse antes de
lo que esperábamos. Por el momento Alric está al tanto de
todo lo que podemos comunicarles, pero debe andar con
cautela pues los Hijos del Sol vigilan de cerca -contaba el
recién llegado. Se hallaba de espaldas a Jack de modo que no
podía distinguirle la cara-. Ha mandado algunas tropas a la
Torre del Crepúsculo. Creemos que con eso conseguirá
disuadir a Lord Variol de emprender un ataque, al menos de
momento.
- Esperemos que así sea. Sin embargo algo me dice que el
momento de la batalla aún no ha llegado -contestó su tío, a
quien distinguía perfectamente, serio y con el rictus contraído-
. Jack aún no tiene edad para ir a la Academia, y hasta que ese
día llegue lo que nos depare el destino esperará a contar con su
participación.
- ¡Qué Orión nos guarde, Tarken! ¿Qué puede querer Lord
Variol de Jack?
Su tío no añadió más y Jack, temeroso de que le
sorprendieran husmeando y todavía impactado por las palabras
de su tío regresó a la cama.
¿Qué era La Academia y por qué tenía que ir allí algún
día? ¿Quién era ese Lord Variol del que con tanto temor
hablaban? De momento se tragó sus preguntas y siguió con su
vida normal, esperando que el curso natural de las cosas
terminara por darle las respuestas oportunas. No sospechaba lo
cerca que estaba de conseguirlo.
De momento no sacó el tema a su tío continuando con
sus entrenamientos de forma normal. En lo único en que
manifestaba su estado de nervios era en la forma en la que
intentaba oír todas las noticias que llegaban del exterior. Así,
uno de los mercaderes que llegaban de vez en cuando a vender
especias a Vadoverde comunicó que el Supremo Reino de
Angirad había roto relaciones con Kirandia, acusándole de
proteger y dar cobijo a traficantes de hierro. Cuando Jack le
contó todo a su tío, observó atentamente su reacción ante la
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noticia, esperando que diese un paso en falso y revelase algo
de lo que no quería contar. Pero Tarken se quedó con el
semblante serio y cariacontecido.
- Malas noticias me traes, Jack -dijo mientras sacudía la
cabeza como intentando despertar de un mal sueño-. Los
antiguos Caballeros de Kirandia siempre han sido nuestros
aliados. Puede que el Supremo Reino no se atreva a una guerra
abierta contra ellos, pero hay otras formas de hundir a un
pueblo, y Angirad tiene el poder y los medios para
conseguirlo.
- ¿Qué quieres decir, tío? -inquirió Jack, que sentía que
Tarken hablaba para sí mismo, sin acordarse de que su sobrino
ignoraba la mayoría de las cosas.
- Ya te enterarás a su debido tiempo -contestó evasivamente
Tarken-. Tienes ya quince años, te queda poco para saberlo.
Su tío se limitó a sonreír ante su expresión
desconcertada al tiempo que contemplaba con orgullo a su
joven sobrino.
- Ya te queda poco -se limitó a repetir y no añadió más.
El sol estaba ya alto en el cielo cuando Jack salió del
claro del bosque días después. Incluso ese día que cumplía
dieciséis años había decidido no faltar a sus tareas diarias con
la espada, aunque notaba que no progresaba como antes.
Había llegado a un punto en el que practicar solo no le
resultaba provechoso. Conocía lo suficiente sobre el manejo
de la espada con las clases de su tío y el entrenamiento
posterior al que había seguido sometiéndose en solitario, pero
necesitaba algo más. Se encontraba estancado, y lo que le
hacía falta era poder batirse con un contrincante joven y con
más fuerzas que las de Tarken, un hombre que iba haciéndose
mayor.
Sacudiendo la cabeza con pesar, cuidó de que Colmillo
estuviese bien cubierta bajo su capa y enfiló el camino hacia
su casa. El sol brillaba en un cielo despejado y los aldeanos
metían tanta bulla como siempre. Era un día más en su
monótona y solitaria vida. Sin embargo no continuaría siendo
así por mucho tiempo.
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Llegando a su casa notó la primera anomalía: Había
dos caballos pastando apaciblemente junto a la entrada de su
casa. Jack frunció el ceño extrañado. Era posible que el jinete
que a veces visitaba a su tío estuviese ahora reunido con él,
pero normalmente llegaba de noche y solía ser más discreto
para no tener que encontrarse con Jack.
Cuando entró en el interior se encontró con el jinete
sentado junto a su tío mientras ambos disfrutaban de una
tranquila conversación. Se giraron hacia él cuando le vieron
llegar y esta vez el recién llegado no intentó disimular su
presencia en ningún momento, sino que le saludó con gesto
alegre.
- Buen día, Jack, precisamente de ti estábamos hablando -dijo
su tío levantándose para recibirle-. Siéntate con nosotros. Hay
cosas que queremos que escuches pero antes de nada quiero
presentarte a un amigo mío. Se llama Lorac.
El así llamado, a quien tantas veces había visto Jack a
escondidas le estrechó la mano con firmeza. Era un hombre de
cabellos castaños y semblante afable, pero no por ello dejó
Jack de notar los callos que endurecían la palma de su mano.
Durezas muy semejantes a las que él mismo tenía por el
continuado manejo de la espada.
- Me alegro de que nos conozcamos por fin, Jack -dijo Lorac
con una sonrisa satisfecha, al advertir la musculatura de sus
brazos- Tu tío habla maravillas de ti en la forma de manejar la
espada.
Jack miró confuso a su tío, sin saber muy bien si debía
hablar de un tema que se suponía prohibido, por mucho que el
tal Lorac pareciese un amigo de confianza de Tarken, pero
éste hizo un gesto tranquilizador.
- Nada de qué preocuparse, Jack. Lorac sabe tanto o más que
yo sobre cómo utilizar una espada de hierro. Está con nosotros
en esto y puedes confiar en él tanto como en mí.
- Es más, no soy el único que está con vosotros en esto, Jack -
continuó Lorac, abandonando el gesto sonriente y adquiriendo
un semblante serio-. Hay más gente como tu tío y como tú,
que quieren aprender a usar el hierro, beneficiarse de sus
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ventajas, poder aprender a manejar la espada para defenderse
como hombre libres.
Jack no sabía qué decir. ¿Por qué le estaba contando
todo esto?
- ¿Y qué quiere de mí? -preguntó sin saber todavía cuáles
eran las intenciones de Lorac-. He aprendido a usar la espada
como quería mi tío ¿Qué otras cosas quieren que haga?
- Unirte a gente con la que podrás compartir tus
conocimientos. Te ofrezco llevarte conmigo a un lugar donde
los objetos hechos con hierro son algo cotidiano, donde no
tendrás que temer poder manejar la espada en público -Lorac
observó el brillo de interés en los ojos de Jack aprovechando
ese momento para llevar al chico a su terreno-. Jack, ¿has oído
hablar alguna vez de la Hermandad del Hierro?
Un recuerdo se agitó en la mente del joven. Una noche,
en otra reunión entre Lorac y su tío, escuchó a escondidas las
mismas palabras pronunciadas por la misma persona. Así
pues, había oído hablar anteriormente de ella, pero prefirió
negar ante Lorac y su tío cualquier conocimiento sobre ella.
- ¿Qué es la Hermandad del Hierro?- preguntó.
- Una sociedad secreta creada tras las Guerras de Hierro por
aquellos que se negaban a abandonar su uso -contestó Lorac
con firmeza. A su lado Tarken asintió con gravedad-. En ella
entrenamos a jóvenes como tú en el manejo de la espada y
otras armas. Es una forma de reafirmarnos en nuestro derecho
de valernos del hierro para llevar una vida mejor. Además
preparamos a los chicos que estarán en la primera línea de
batalla cuando llegue la hora de la lucha. Serán nuestras
fuerzas de élite cuando llegue el momento de defender nuestra
tierra del enemigo.
- ¿El enemigo? ¿Qué enemigo? -Jack no salía de su asombro.
Jamás se hubiera imaginado hasta que punto estaba su tío
metido en esa organización. Mientras Lorac hablaba Tarken
no hacía más que asentir en señal de conformidad-. ¿Los Hijos
del Sol? ¿Son ellos nuestros enemigos?

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Lorac frunció el ceño pensativamente, como si no
supiese bien cómo enfocar la cuestión. Entonces intervino su
tío en la conversación.
- Los Hijos del Sol nunca se han mostrado benévolos con
nosotros, pero no son ellos el verdadero enemigo. Hay otras
criaturas al servicio de la Oscuridad, de las que llegado el
momento tendrás noticias…
- No debes preocuparte por ellas todavía, Jack -cortó
rápidamente Lorac, quien parecía partidario de contarle tan
solo una parte de toda esa historia-. Lo que importa ahora es
que tengo una proposición que hacerte.
- ¿De qué se trata? -preguntó el chico con inquietud.
- Se trata de unirte a la Hermandad del Hierro. Ven conmigo
y forma parte de nosotros.
Pese a que esperaba algo parecido se quedó mudo por
la impresión. ¿Abandonar aquella vida de soledad? ¿Conocer a
gente de la que no tendría que esconderse por fin? Todos
aquellos pensamientos pasaron por su cabeza en esos
momentos. A punto estuvo de decir que sí miró a su tío. Él era
todo lo que Tarken tenía, y si lo abandonaba, le dejaría en una
vida vacía y solitaria para el resto de su vida.
Tarken pareció adivinar todo lo que rondaba por su
cabeza en ese instante.
- Por mí no debes preocuparte, Jack -aseguró-. Llevo toda mi
vida preparándote para esto. Estás inscrito en los registros de
la Hermandad del Hierro desde que naciste. Mi único objetivo
cuando te traje aquí era formarte para que pudieras unirte a
ellos cuando llegara el momento. Has cumplido los dieciséis
años, edad a la que los chicos pasan a formar parte de le
Hermandad. Hazme caso y vete con Lorac. Yo también formé
parte de ella hace tiempo y fueron los mejores años de mi vida
-Jack miró a su tío y vio convencimiento en lo que decía.
Estaba claro que nada le ocultaba sobre este aspecto-. Pasarás
malos ratos también, el entrenamiento será duro, más de lo
que ha sido hasta ahora, pero hallarás una familia donde te
sentirás a gusto y, lo que es más importante, en el futuro

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podrás contar con las armas necesarias para poder defender tu
tierra.
- Pero te dejaré solo -protestó Jack, a quien no se le ocurría
cómo podría irse con la conciencia tranquila sabiendo que
dejaba allí a la persona que le había criado durante toda su
vida. Además, pensó, estaré sólo yo también.
- Jack, esto era lo que tus padres tenían pensado para ti -el
chico se puso tenso al oír hablar de ellos-. No pertenecían a la
Hermandad, pero eran muy queridos en ella. Ya soy viejo y
pocos años de vida me quedan por delante para que los
malgastes conmigo. Aun así te prometo ir a verte alguna vez.
Nada me ata a este lugar ahora que te marchas, y aunque
todavía tengo algunas cosas de las que ocuparme te doy mi
palabra de que sacaré tiempo para ir a verte algún día.
Jack miró a su tío una vez más. Él le devolvió la
mirada con seguridad. Jack asintió con la cabeza y tomó su
decisión.
-Iré con vos, Lorac -dijo el joven. Éste se limitó a esbozar una
pequeña sonrisa.

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CAPITULO 2
Historias del pasado

La mañana despertó gris y con nubes de tormenta que


se acercaban por el norte. Cuando Jack entró en la sala, tanto
Tarken como Lorac estaban ya despiertos, por lo que el joven
se apresuró a tomar un desayuno rápido y vestirse con ropas
de viaje. Estaba nervioso siendo la primera vez que iba a salir
del pueblo de Vadoverde. Lo más lejos que había ido nunca
era a la aldea de Dhira, a menos de un día de viaje al oeste.
Pese a encontrarse a varios cientos de leguas de la capital del
Supremo Reino, aquellas se consideraban tierras de Angirad
desde las Guerras de Hierro. Jack no conocía nada del mundo,
ni la Llanura donde cabalgaban libres los bárbaros cazando
sobre sus monturas, ni las tierras de los antiguos Caballeros de
Kirandia. Hoy por fin saldría a conocer otra parte del mundo.
El tiempo, sin embargo, no invitaba a salir. Una fina
lluvia comenzó a caer. Para su sorpresa, Lorac sonrió
satisfecho.
- La lluvia cubrirá aún más nuestra salida, y borrará las
huellas que dejemos -dijo a modo de explicación.
- ¿Y quién querría seguirnos? -preguntó Jack confuso.
- Digamos que por el momento será mejor que nadie se
percate de que te marchas de Vadoverde.
Jack iba a decirle que no era tan popular en el pueblo
como para que alguien se interesase por él cuando se percató
de que su tío le llamaba haciéndole señas para que acudiese a
su cuarto.
Pensando que lo que querría era despedirse, se
apresuró a acudir. Se sorprendió cuando vio a su tío
sosteniendo a Colmillo entre sus manos. Había metido la bella
espada en una vaina bastante tosca, que no hacía juego para
nada con la brillante arma de hierro azulado que Tarken tendió
a un aturdido Jack.

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- Tómala, Jack. Será mi regalo de despedida - puso la espada
en manos del chico, que apenas sí atinó a cogerla-. Hacía
tiempo que quería que la tuvieses, esperaba el momento
adecuado para dártela. Ya ha llegado, pequeño, Colmillo es
ahora tuya.
- Pero… -protestó Jack, aunque en el fondo de su corazón
daba saltos de alegría por aquel presente-. No puedo aceptarla,
tío, quizá tú la necesites.
- No, Jack, a mí ya de poco me sirve. Por favor, cógela y
espero que hagas el honor a este regalo usándola en el futuro.
- Está bien, tío -aceptó Jack con lágrimas en los ojos-.
Volveremos a vernos pronto, espero.
- Te lo prometo -aseguró Tarken, y abrazó con fuerza a su
sobrino.
Abrazados los encontró Lorac. Al mirarlos recordó el
día en que había protagonizado una despedida similar. Su
gesto se ensombreció al recordar que nunca había vuelto a ver
a sus padres.
- Vamos, debemos irnos -acució-. Jack, tu nueva montura te
espera fuera.
- ¿Me has traído un caballo? -se asombró Jack. Lo máximo
sobre lo que había cabalgado alguna vez en su vida era una
vieja mula.
- Claro, ¿qué esperabas? ¿No pensarías que íbamos a ir a pie?
-sonrió Lorac, divertido antes la ingenuidad del muchacho.
- Bien, ¿y hacia dónde nos dirigimos?
- Iréis hacia el norte -contestó Tarken, ayudándole a cubrir la
espada bajo su capa de viaje.
- ¿Hacia el norte? ¡Pero eso quiere decir que nos internaremos
en el Gran Bosque! -se asustó el muchacho. Cierto era que él
había practicado con la espada allí durante toda su vida, pero
nunca había avanzado más de unos poco centenares de metros.
El viejo corazón del Gran Bosque era peligroso ¡Cualquier
tonto sabía eso!
Lorac soltó una carcajada.
- Un buen lugar para instalar un cuartel clandestino de tráfico
de armas de hierro y campo de entrenamiento de futuros
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espadachines -se burló en tono jocoso. Pero aunque estuviera
bromeando su tono se hizo más serio cuando agregó-. Jack, no
debes olvidar nunca que lo que hacemos está prohibido para la
mayoría de la sociedad. El Gran Bosque es peligroso, no lo
dudo, pero también es un gran escondite -añadió para
calmarle-. Además, conmigo no tienes nada que temer,
conozco sendas seguras y llegaremos en poco tiempo a la
Academia.
- ¿La Academia? -Jack adoptó un semblante perplejo.
- El lugar secreto donde se reúnen los miembros de la
Hermandad del Hierro -contestó Lorac saliendo al exterior de
la vivienda y siendo recibido por una fina lluvia-. A partir de
ahora tu nueva casa.
Salieron al patio exterior donde permanecían los
caballos. Allí se fundió en un último abrazo con su tío. Era
una mañana gris y lluviosa en Vadoverde, mediaba el mes de
febrero. La mayoría de los habitantes de la ciudad se habían
quedado en sus casas, dada la lluvia que no dejaba de caer.
Lorac agradeció este hecho que les evitaba una atención,
aquella gran extensión en pleno corazón de la tierra de
Mitgard, que a partir de ahora habría de ser su lugar de
acogida.
Desde el primer momento Jack tuvo problemas con su
caballo. Nunca había montado algo más grande que su vieja
mula, y aunque Lorac le había cedido una montura apacible no
terminaba de adaptarse. Cuando se internaron en el bosque la
incomodidad se agudizó debido a las ramas que no dejaban de
golpearle y los arbustos que se enredaban en los pies del
caballo. Preguntó a Lorac si no era preferible que fuesen a pie,
pero éste se montó inflexible en que debía adaptarse a su
montura. Jack maldijo por lo bajo no haberse entrenado en
estas lides mucho antes.
Cuando dejaba de pensar en su tío se sentía contento.
Por fin abandonaba Vadoverde, un lugar pequeño y limitado,
donde los únicos buenos momentos habían sido los que pasaba
con Tarken practicando con la espada en el claro de bosque.
Ahora tenía todo un mundo por delante que descubrir, un
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sinfín de posibilidades abriéndose ante él, también en esa
extraña Academia que Lorac mencionaba con respeto.
Su compañero se mostró taciturno durante la mayor
parte del trayecto pero aquella noche, cuando se detuvieron
para hacer un alto, y después de que Jack hubiese encendido
un fuego a petición de Lorac, se decidió a interrogarle.
- Lorac, ¿podemos hablar? -inquirió el joven con cautela.
- Claro que sí, chico. Sé que tendrás aún muchas preguntas -
respondió mientras asaba un poco de carne que guardaba en
los fardos-, intentaré aclarar tus dudas lo mejor que pueda.
- Me gustaría saber un poco más de la Academia y de la
Hermandad del Hierro, si pudiera ser. Ya que voy a entrar a
formar parte de ellas…
Lorac le miró atentamente, como evaluando hasta qué
punto estaba preparado para oír lo que tenía que decirle y tras
asentir con gesto satisfecho se decidió a hablar.
- La historia de la Hermandad va ligada a la de las Guerras de
Hierro –comenzó a hablar recostado contra un tronco-. Hace
mil años no existía el hierro. La vida en Mitgard seguía su
curso con normalidad, y se registraban pocas guerras, la
mayoría de ellas con pocas bajas porque las armas que se
utilizaban entonces poco sofisticadas. Sin embargo hay que
decir que los aldeanos se encontraban más indefensos ante el
ataque de bestias malignas como los trasgos, los lobos u otros
animales salvajes.
- En aquellos tiempos –continuó- los magos eran muy
venerados por el pueblo, pues con su magia contribuían al
bienestar de las gentes en todo lo que podían. De todos modos,
era poco lo que podían hacer ya que había un número escaso,
aunque más numerosos de lo que lo son ahora. Sea como sea
siempre fueron pocos. Entre aquellos magos, dedicados al
estudio y al saber en las Torres Arcanas, en el reino de Ergoth,
había uno que destacaba por encima de los demás. Su nombre
era Dagnatarus -un escalofrío recorrió la espalda de Jack al oír
el temido nombre, incluso Lorac había hablado en voz baja
cuando pronunció esas palabras-. Dagnatarus era un mago de
tremendo poder, querido y admirado por todos en aquellos
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tiempos, y sus avances y descubrimientos habían ayudado
mucho a mejorar la situación de los habitantes de Mitgard. Su
mayor logro, a base de estudiar y experimentar, fue el
descubrimiento de un nuevo material mucho más resistente y
moldeable que los demás: el hierro.
- Entusiasmado por su hallazgo –siguió contando-, todos
quisieron aprender el secreto de la forja de objetos hechos con
tan extraño material y entre ellos, inevitablemente, la creación
de armas hechas de hierro, mucho más efectivas que las de
cobre, no digamos de madera. Los primeros en aprender esta
técnica fueron los Uruni, los gigantes como les conoce la
gente común. Se convirtieron en grandes forjadores de espadas
y lanzas. Muchas de ellas fueron a parar a las manos de una
nueva élite de soldados que se estaba formando en Kirandia:
los Caballeros, soldados que formaron órdenes de caballería y
pronto aprendieron a manejar con soltura dichas armas -el
tono de Lorac, que había sonado despreocupado hasta el
momento se volvió grave y tenso-. Sin embargo, había una
persona que no se conformaba con lo que descubierto y quería
fabricar armas más poderosas que las hechas con simple
hierro. Los escritos que nos legaron nuestros antepasados no
están claros en este punto, pero todo parece indicar que
Dagnatarus se encerró en su laboratorio, y comenzó a realizar
experimentos y a empujar barreras mágicas que nunca se
habían atravesado con el fin de crear un arma más poderosa
aún. Según consta en los anales, Dagnatarus se aisló del
mundo, volviéndose huraño y agresivo, hasta el punto de que
llegó a perder la razón.
- Qué fue lo que le pasó –se encogió de hombros-, yo no lo sé,
pero lo cierto es que un día Dagnatarus se presentó en el
Consejo de las Torres Arcanas. Ante la atónita mirada del
resto de magos les mostró el fruto de su locura -Lorac
contemplaba las llamas con gesto torvo, e incluso el ruido
normal producido por los animales del bosque parecía haberse
silenciado-. Se trataba de una espada de hierro, pero no una
común, sino modificada de algún modo mediante la magia
más negra que se conoce. El arma rezumaba maldad y según
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se describe en los escritos una neblina grisácea la envolvía
permanentemente.
- Horrorizados, el Consejo de Magos rechazó la creación de
Dagnatarus, pidiéndole que volviese a la senda de la cordura,
pero Daganatarus hacía ya mucho tiempo que había
enloquecido. Presa del delirio y la rabia por el desprecio de
sus compañeros, desenvainó su espada y comenzó a matar uno
tras otro a los magos del Consejo. Dagnatarus era invencible
con aquella espada, pues ésta arrebataba la vida del mago al
que asesinaba y le transfería su fuerza vital al propio
Dagnatarus, algo que rompe las leyes de la magia más allá de
toda imaginación. Finalmente, y terminada la matanza,
Dagnatarus bautizó su nueva espada y la llamó Venganza.
- La locura de Dagnatarus no se detuvo ahí –añadió Lorac tras
un breve silencio-. Se dijo que si el mundo repudiaba sus
descubrimientos jamás se beneficiaría de ninguno de ellos, y
exigió que se dejasen de fabricar armas de hierro. Todos los
pueblos libres se negaron y condenaron a Dagnatarus por la
matanza en el Consejo de Magos. Éste rugió su ira y se alió
con fuerzas de la Oscuridad. Valiéndose de un ejército de
trasgos y lobos arrasó medio mundo en una guerra como no se
había visto otra igual. Así comenzaron las Guerras de Hierro,
devastadoras para la humanidad.
Lorac guardó silencio durante unos segundos, perdido
en sus propios recuerdos. Jack aún no entendía muy bien qué
relación guardaba aquella historia con la de la Hermandad
pero continuó escuchando a su compañero.
- No me pararé ahora a comentar los pormenores de aquella
guerra -prosiguió Lorac saliendo de su ensimismamiento-.
Baste decir que la última y más decisiva batalla tuvo lugar
frente a la Puerta Negra, en el oscuro reino de Darkun, donde
Dagnatarus había instalado su morada. Las fuerzas de la Luz,
comandadas por el Supremo Rey Girion, y con la ayuda de los
valientes Caballeros de Kirandia empujaron al ejército de la
Oscuridad poco a poco hacia el norte. ¡Estaban ganando! Fue
entonces cuando el propio Dagnatarus se presentó en el campo
de batalla.
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- Armado con su espada Venganza, Dagnatarus era poco
menos que invencible. Los hombres huían a su paso
impotentes para detenerle, y quien no lo hacía moría
irremisiblemente. Uno de los que le plantó cara fue el
Supremo Rey Girion, quien armado con su espada Justicia
hizo frente a Venganza sin arredrarse.
Lorac tomó un poco de agua para refrescar su garganta
y seguir con su historia. Jack permanecía con los cinco
sentidos en la historia.
- Antes de contarte el desenlace del enfrentamiento he de
decirte que Dagnatarus tenía una amante. Era una elfa llamada
Lorelai, que había estado enamorada de él desde mucho antes
de que Dagnatarus enloqueciera. Tras perder éste la razón,
Lorelai continuó a su lado anteponiendo su amor por él al mal
que su amante estaba provocando en toda Mitgard. En esa
última batalla Justicia no pudo imponerse a Dagnatarus, y el
Supremo Rey Girion cayó a sus pies. En el último instante,
cuando éste iba a rematar al monarca, Lorelai pareció
despertar de un mal sueño. Miró a su alrededor y vio a
hombres y elfos muriendo y huyendo ante el avance del
ejército de la Oscuridad.
- Fue así como tomó una drástica decisión. Se interpuso entre
ambos y Venganza acabó con su vida -Lorac dijo aquellas
últimas palabras con una voz preñada de dolor y de
recuerdos-. Dagnatarus perdió el último lazo que le ataba al
hombre sabio que había sido. Solo y armado con Venganza
subió al pico más alto de Darkun. En esa última y crucial hora
pronunció palabras horribles que jamás debieron ser dichas, e
invocando el poder de su espada se produjo una explosión que
arrasó al completo el campo de batalla en leguas a la redonda.
- ¿Qué ocurrió entonces? -preguntó Jack ansioso, viendo que
Lorac parecía reacio a continuar.
- Poco queda por añadir -dijo al fin-. La Oscuridad estaba
derrotada y su señor muerto en la explosión. Los
sobrevivientes de aquella catástrofe volvieron a sus hogares y
tomaron una decisión. Culparon de sus males al hierro, pues
éste había sido el causante de todo lo que les había ocurrido, y
41
a partir de ese día prohibieron cualquier objeto hecho de ese
material.
- Es por eso por lo que está prohibido utilizar el hierro -
terminó Jack por él-. ¡Me parece injusto culpar de las locuras
de un hombre a un bien del que podríamos beneficiarnos todos
si sabemos hacer uso de él!
- Así lo entendieron algunos, como los Caballeros de
Kirandia, pero el Supremo Rey Girion solo quería la paz
cuanto antes, y accedió a las presiones de sus nobles y
consejeros, conminando a todo Kirandia a hacer lo mismo.
Tras muchas negociaciones la Orden de Caballería
desapareció oficialmente. De todos modos, siempre hay quien
se resiste a perder lo ganado. Desde entonces Kirandia tiene
fama de traficar con hierro.
-Ya veo -contestó Jack, pensativamente-. Creo que empiezo a
imaginar como surgió la Academia.
Lorac sonrió satisfecho.
- Acertarías. Hubo personas en toda Mitgard que se resistieron
a aceptar la prohibición, convencidos de la utilidad del hierro.
Decidieron unirse formando la Hermandad del Hierro, y
erigieron su fortaleza en un lugar oculto del Gran Bosque, ya
que estaban destinados a operar en la clandestinidad. Hicieron
un juramento, para que no se repitiese lo ocurrido en las
Guerras de Hierro, prometiendo encauzar sus conocimientos a
defender a los más débiles de las fuerzas de la Oscuridad -
Lorac concluyó abriendo los brazos en un gesto que pretendía
abarcarlo todo-. Así surgió La Academia a la que vas a llegar
dentro de poco, amigo mío.
- ¿Y los Hijos del Sol? -preguntó Jack, aprovechando que
Lorac se hallaba bastante comunicativo.
Su compañero se limitó a encogerse de hombros como
si no tuviese una explicación convincente que darle.
- Como en todos los sitios siempre hay gente más fanática que
otras y ese es el caso de los Hijos del Sol -Lorac hizo una
mueca de desagrado-. Surgieron poco después de las Guerras
de Hierro y crearon un sentimiento de odio hacia todas las
personas que violasen la Prohibición impuesta por el Supremo
42
Rey Girion. Son implacables con gente como nosotros, y no
dejan de perseguirnos, pero afortunadamente nunca
encontrarán la Academia.
- ¿Por qué estás tan seguro de eso? -se extrañó el joven-. En
Vadoverde había un amigo de mi tío que se llamaba Caleb.
Imagino que pertenecería a la Hermandad. Los Hijos del Sol
llegaron un día y le atraparon. ¿Y si Caleb hubiera llegado a
revelar el emplazamiento de la Academia?
- ¿Viste lo que le ocurrió, verdad?
- Bueno, murió en la hoguera, pero…
- Ahí tienes una prueba de que no reveló nada -Lorac dio una
palmada como zanjando la cuestión-. Si de verdad hubiera
hablado te aseguro que se hubieran cuidado de no acabar con
su vida y seguir obteniendo información. Debes saber una
cosa. Cuando un estudiante de la Academia se gradúa y pasa a
formar parte de la Hermandad hace un juramento, y se
compromete a no revelar ningún secreto relacionado con
nuestra sociedad secreta.
Jack asintió algo más tranquilo después de oír las
palabras de Lorac.
- Recuerdo a Caleb -continuó diciendo Lorac-. Yo acababa de
graduarme cuando le cogieron. Se había arriesgado mucho
pasando armas de contrabando a algunas zonas de Kirandia.
Una acción valerosa pero llena de peligro, pues los Hijos del
Sol cuentan con una amplia red de espías.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Jack. En tan
solo dos días había pasado de llevar una vida sin sobresaltos
en la tranquila Vadoverde a vivir en la clandestinidad. Ahora
que iba a convertirse en un estudiante de la Academia iba a ser
un proscrito que podría ser ajusticiado si le atrapaban.
- También te diré que a los estudiantes no se les deja salir de
la Academia hasta que se gradúan -agregó Lorac adivinando
los turbios pensamientos de su joven compañero-. Es la forma
que tenemos de protegernos, pues tan solo cuando pases a
formar parte de la Hermandad entenderemos que eres capaz de
asumir el riesgo al que vas a hacer frente.

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- ¿Todos los estudiantes se gradúan? -preguntó al tiempo que
se iba recostando para dormir bajo una manta.
- No, no todos. En general la mayoría suele pasar bien los
cuatro años de entrenamiento pero hay algunos que se echan
para atrás por miedo u otros motivos -explicó Lorac
arropándose también en su manta-. Son pocos los que
fracasan, pero la situación con ellos es problemática porque no
se les puede dejar ir ya que conocen el emplazamiento de la
Academia.
- ¿Y qué se hace con ellos? -Jack se mostraba visiblemente
atemorizado, imaginándose otras hogueras similares a las que
habían acabado con la vida del desdichado Caleb.
Lorac entendió su miedo y se echó a reír a mandíbula
batiente. Su risa sonaba extraña en medio del silencio opresivo
del bosque.
- Nada malo, así que deja de mirarme con cara rara -se burló-.
Simplemente se les lleva a dar un viaje.
- ¿Un viaje? ¿Adónde?
La paciencia de Lorac pareció llegar en ese momento a
su límite.
- Ya basta por hoy, Jack. Ahora vamos a dormir -cortó con
cansancio.
- ¿No hacemos turnos de guardia?
- Quédate tranquilo. Ésta es una senda seguida por los
miembros de la Hermandad. Ningún mal nos puede alcanzar
aquí -Lorac no dijo nada más, al poco rato se le oía roncando.
Jack se mantuvo despierto oyendo los sonidos de la
noche. Tenía la sensación de que no iba a tener un sueño
demasiado placentero.
No se equivocaba. A la mañana siguiente sentía que le
dolían todos los huesos del cuerpo. Nunca antes había
dormido al raso y su cuerpo lo estaba pagando ahora. Además,
pese a la seguridad de Lorac, había estado despertándose
constantemente al oír el menor ruido, ya fuera el aullido del
viento soplando entre las hojas de los árboles o el simple
ulular de una lechuza.

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El que parecía haber descansado era Lorac, que sonrió
divertido cuando Jack le relató sus vivencias nocturnas. Se
encogió de hombros y dijo que ya se acostumbraría, el bosque
era peligroso únicamente si se desviaba de las sendas
marcadas.
De nuevo emprendieron el camino a la grupa de sus
monturas, adentrándose aún más entre el tupido follaje del
bosque. A cada paso que daban a Jack le costaba más
conseguir que pasaran tanto él como su caballo, y así se lo
hizo observar a su compañero. Lorac se mostró de acuerdo en
que irían más rápidos yendo a pie, así que continuaron
llevando a los dos equinos de las riendas. La maleza se
espesaba cuanto más se internaban en el corazón del bosque.
Jack apenas divisaba el sol más que a través de los pocos
resquicios que dejaban las ramas de los árboles.
- Esta noche dormiremos en cómodas camas, Jack -le avisó
Lorac, observando sus ojos de sueño.
- Pero me dijisteis que no llegaríamos a la Academia hasta
mañana -se extrañó el joven, a quien le golpeaban todas las
ramas que Lorac tan hábilmente esquivaba.
- Así es. Vamos a hacer una breve visita a un amigo.
Jack se preguntó quién estaría tan loco como para
construirse una casa en medio del Gran Bosque.
- No es alguien común -continuó-, pero pronto le conocerás.
Es importante que tengas buenas relaciones con los habitantes
del bosque pues son los que gobiernan aquí. Ésta es su tierra,
nosotros no somos más que meros invitados que vivimos en
este lugar con su beneplácito.
Aquello dejó expectante al joven.
- ¿Un habitante del bosque? ¿A qué te refieres? -Jack se
sentía cada vez más inquieto. Estaba en un lugar que le era
desconocido completamente, no quería encontrarse con
sorpresas desagradables.
- Ya lo verás -sonrió Lorac.
Lo cierto es que no se le notaba preocupado en
absoluto. Su actitud, más que sus palabras, fueron las que
aplacaron sus miedos, pues veía que su compañero estaba
45
acostumbrado a este tipo de viajes por el bosque. Seguramente
permaneciendo a su lado no tenía nada que temer, aunque a
pesar de todo se sentiría mejor cuando llegaran a la Academia.
Pese a las ansias que mostraba por llegar y conocer
aquel lugar, también se sentía con más incertidumbre por lo
que encontraría cuando llegaran. Lorac apenas había hablado
de lo que le esperaba allí, mucho se temía que tenía pensado
mantener el secreto hasta que no estuvieran a salvo entre sus
muros.
Así transcurrió el día, con un Jack más intranquilo a
cada paso que daban, y con un Lorac inflexible en no revelarle
al chico más de lo estrictamente necesario. Al menos ese día
ya no llovía como el anterior y eso hizo que avanzaran más
rápidos. Se encontraba Jack ensimismado en sus pensamientos
cuando Lorac se detuvo bruscamente.
- ¿Qué ocurre? ¿Por qué nos paramos? -preguntó Jack, que
casi había tropezado con Lorac-. Aún queda una hora de luz al
menos. Podríamos seguir avanzando.
- Te advertí que haríamos un alto para visitar a un viejo
conocido ¿verdad? -recordó con tono paciente Lorac-. Bien,
pues ya hemos llegado.
- ¿Te refieres a…? -Jack quedó en suspenso, al percatarse de
que su compañero estaba parado frente a un inmenso árbol,
con un tronco grande y nudoso, que parecía tan viejo como la
tierra misma.
- Así es. Éste es el lugar donde vive mi amigo.
Ahora que lo decía, Jack advirtió una diminuta puerta
tallada en la base del tronco. Pero era ridículo, ¿quién viviría
en un lugar como ese? No quería ni pensar cómo conseguiría
entrar por esa puerta dado su reducido tamaño.
- Está bien, si éste es el lugar será como decís -aceptó Jack
con parsimonia-. ¿Estará vuestro amigo en casa?
- Todavía no -Lorac tomó asiento en la base de un árbol
cercano-. Le esperaremos sentados. No tardará en aparecer.
Cada vez más intrigado, Jack imitó a su compañero y
se echó sobre la mullida hierba. Eran tantas las cosas que no
entendía que no sabía qué sentimientos le inspiraba Lorac. Por
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el momento le había obedecido en todo sin rechistar, pese a
que le había sacado de Vadoverde con unas explicaciones
parcas y breves, pero la confianza de su tío en él era decisiva.
“Sin embargo, ¿era lo que querías no?”, se dijo a sí
mismo el joven, hecho un mar de dudas en esos momentos,
“salir del pueblo y conocer otro tipo de vida que el que llevaba
hasta el momento”.
Contempló la bóveda del bosque, compuesta por
infinitas ramas, hojas y enredaderas que se entrecruzaban unas
con otras, y a través de las cuales podía divisar una
resplandeciente luna llena, que acababa de salir anunciando la
llegada de la noche. Iba a llamarle la atención a Lorac sobre el
hecho del tiempo que llevaban esperando cuando una voz que
sonaba junto a su oreja le sobresaltó:
- Bienvenido seas al Gran Bosque, Jack.
El salto que pegó Jack despertó a Lorac, que se había
quedado medio dormido. Se calmó cuando vio qué era lo que
había turbado al joven.
- Me alegro de verte, Nébula -saludó Lorac haciendo una
elegante reverencia-. Efectivamente, él es Jack Quisiéramos
pasar la noche a la luz de tu fogón, si tienes a bien recibirnos
en tu morada.
Jack miró al personaje que acababa de hacer acto de
presencia súbitamente, y se quedó boquiabierto pues nunca
había visto una criatura tan peculiar. No mediría más de un
metro veinte, y lucía dos orejas puntiagudas en un semblante
por lo demás humano, aunque con unos ojos de un color que el
joven no acababa de definir, pues a su parecer iban cambiando
según se iba moviendo el extraño personaje. La luenga barba
blanca le llegaba hasta la enorme panza, dándole aspecto de
ser alguien sabio y con muchos años. Pese a ello Jack tampoco
conseguía asignarle una edad, y nos se hubiera sorprendido si
le decían que contaba veinte años como si le afirmaban que
llegaba a los cien.
Fuera como fuese el personaje hizo una graciosa
reverencia ante el aturdido muchacho. Una pícara sonrisa

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remataba el rostro de la criatura, contrastando con el aura de
sabio que parecía rodearle.
- Te saludo, Jack -dijo la diminuta criatura-. Me alegro de
darte cobijo esta noche en mi humilde morada.
- ¿Quién…, qué eres? -atinó a decir, sin poder apartar la
mirada de la aparición que tenía ante él. A pocos pasos de
donde se encontraba, Lorac contemplaba la escena con aire
divertido.
- Vaya, veo que Lorac no te ha hablado de los silfos. Bien,
pues estás antes uno de ellos -dijo el ser enarcando una ceja
ante la ignorancia del chico-. Mi nombre es Nébula, soy el
Guardián del Gran Bosque desde hace mil trescientos años,
título concedido por el mismísimo Gwaeron, dios de los
animales y de las plantas -anunció con pomposidad la pequeña
criatura. Un cierto aire presuntuoso parecía rodearle.
Jack no salía de su asombro. Los silfos formaban parte
de las leyendas y cuentos populares. De ellos se decía que
vivían bajo tierra y ligados al árbol donde instalaban su casa.
Si el árbol moría, ellos morirían con él. Se decía también que
eran criaturas sabias, pudiendo adivinar los pensamientos de
una persona con solo mirarla.
- Algo así, Jack -comentó alegremente Nébula-. No es cierto
que leamos el pensamiento literalmente, pero si tenemos una
especial predisposición a entender los corazones turbados
como el tuyo. No necesito ninguna clase de magia para poder
averiguar qué te preocupa. Pero haces bien, la Academia es un
lugar donde descubrirás penas y dolor, pero igualmente
alegrías y amigos que te ayudarán a compartir tu carga.
Tragó saliva con dificultad, pues el silfo hablaba como
si le conociese de toda la vida.
- También agregaré a tus conocimientos sobre nosotros que
sólo salimos de noche -continuó informando. Parecía que le
encantaba alardear de sus amplios conocimientos-. Los silfos
somos criaturas nocturnas, no soportamos bien la luz del sol.
De ahí que tu querido compañero aquí presente haya esperado
a que salga la luna para poder hablar conmigo.

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Tras aquella perorata hubo unos segundos de silencio,
finalmente rotos por el una poderosa carcajada. Era Jack el
que reía, liberado por fin de la tensión de aquellos últimos días
gracias a la labia de la criatura que se alzaba ante él. A su
lado, Nébula asintió visiblemente complacido.
- Estupendo, y ahora, ¿honrareis mi hogar con vuestra
presencia? -les invitó el Guardián del Gran Bosque.
La casa-árbol era más grande de lo que parecía por
fuera, y cuando entraron Jack se quedó impresionado a la vista
del amplio salón que se abría ante ellos. Adornado
profusamente con orfebrerías de toda clase, a Nébula le
gustaba rodearse de opulencia y mostrarla a sus invitados. En
el centro del salón una cómoda mesa parecía darles la
bienvenida, y como si el silfo supiese ya de su llegada había
dispuesto tres juegos de cubiertos ocupando su superficie con
un gran número de vituallas y bebidas de todo tipo.
- Sentaos, sentaos -dijo Nébula, que parecía hallarse de un
humor excelente-. Probad esta ambrosía. La he sacado de los
frutos que nacen al pie del Pico del Orador, en el corazón del
bosque.
Cogieron un par de tazones de un líquido que se
asemejaba a la miel. Cuando Jack lo probó sintió que su
estómago se inundaba con una calidez que nunca antes había
sentido al comer algo.
- Gracias, está delicioso -sonrió Jack inclinando la cabeza en
dirección al silfo-. Se ve que conocéis las riquezas del bosque.
- Nébula es el Guardián del Gran Bosque, Jack –comentó
Lorac, mientras se llevaba el tazón a los labios con deleite-.
Puede ir a donde le plazca mientras no salga de los límites de
éste, y los demás habitantes del bosque le respetan y obedecen
sus órdenes.
- ¡Ja,ja,ja! Así es, como dice nuestro amigo Lorac, si bien es
cierto que no todos los seres acatan mi mandato -afirmó
Nébula recostándose sobre un sillón y posando las manos
satisfecho sobre su oronda panza-. Durante la noche el Gran
Bosque es mi reino, por así decirlo, siempre bajo la tutela del
dios Gwaeron, señor de los animales y las plantas.
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Jack asintió a las palabras de la criatura del bosque,
quien pese a parecer inocente y sin peligro alguno tenía un
poder dentro de la jerarquía del Gran Bosque que hasta el
propio Lorac respetaba.
- Pasemos a hablar de cosas más serias, Nébula -dijo al fin el
propio Lorac, tras un rato saboreando la deliciosa cena que el
silfo les había preparado-. El Gran Maestre me dio órdenes
expresas de venir a verte en mi camino de vuelta a la
Academia. ¿Para qué nos querías?
- ¡Ah, si, casi se me olvida! He de daros algo -el Guardián del
bosque se metió en un pequeño cuarto del que salió al poco
rato llevando consigo una caja de madera bellamente labrada.
Tanto Jack como Lorac enarcaron las cejas sorprendidos al ver
la calidad de la caja.
- ¿Qué es esto, Nébula? -preguntó Lorac.
Cogió la caja que le tendía la diminuta criatura y
observó que realmente estaba hecha de madera de roble
antiguo.
- Debes abrirla cuando se la lleves al Gran Maestre, pero no
antes, pues el contenido de la caja no debe caer en malas
manos bajo ningún concepto –indicó el silfo con un tono
serio-. Cuanta menos gente sepa lo que lleva en su interior
mejor para todos -agregó con solemnidad-. Debes cuidarla
muy bien, Lorac. El propio Gwaeron me hizo este presente.
- ¡Gwaeron! -Lorac se quedó boquiabierto. El dios de los
animales y las plantas, el señor de la naturaleza hacía un
regalo del que se debían encargar.
- Así es. También me dio un aviso. Me dijo que hay fuerzas
oscuras despertándose, y que los días para los que la
Hermandad se ha preparado durante tanto tiempo puede que
no estén muy lejos.
Lorac quedó en silencio. Preocupantes noticias si hasta
un dios se mostraba inquieto. Su necesidad de llegar a la
Academia se hizo más acuciante en ese momento.
- Cuidaré de este regalo como si de mi propia vida se tratara -
aseguró con semblante firme.

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A su lado, Jack entendía la conversación en parte, pero
algo dentro de él también le hizo darse cuenta de lo importante
que era no demorar más el viaje.
- Creo que de todas formas dejo el presente de Gwaeron en
buenas manos -añadió Nébula tras echarles una mirada
evaluadora-. Mostradme vuestras armas un momento, por
favor. Quisiera ver si vais pertrechados adecuadamente.
Lorac fue el primero en enseñar la espada que llevaba
bajo la capa, y Jack vio que se trataba de una espada de hierro
bastante sencilla, aunque bien templada. Nébula asintió en
señal de conformidad al verla, y se giró hacia el joven, quien
desenvainó a Colmillo lentamente, ante la atónita mirada del
silfo.
- ¡Por todos los dioses! -exclamó Nébula, en el primer gesto
que Jack le veía de desconcierto-. ¡Pero si es Colmillo! ¿Cómo
ha llegado a tus manos, joven?
- Pensaba que lo sabíais todo -contestó Jack enarcando una
ceja. Para su regocijo vio que Nébula se palpaba la oronda
barriga con incomodidad.
- Bueno, ciertamente sé todo lo que pasa en el interior del
Gran Bosque, ya que ésta es mi casa y el centro de mi poder,
donde soy casi omnisciente -repuso a la defensiva el silfo-.
Obviamente la espada no la conseguiste aquí, pues entonces lo
habría sabido al instante.
- Tenéis razón. Mi tío me la dio.
- ¿Tu tío? -Nébula se rascó la cabeza, perplejo, pero en ese
momento Lorac se apresuró a intervenir.
- Su tío Tarken, que fue miembro de la Hermandad hace ya
tiempo.
Nébula tardó unos segundos en reaccionar.
- ¡Claro, Tarken! Si, por supuesto que me acuerdo de él y de
esa magnífica espada que llevaba. Vaya, de hecho recuerdo
que incluso le conté la historia de cómo fue forjada Colmillo.
¿La conoces?
-No, la verdad es que no -admitió Jack, contemplando la bella
hoja, que parecía relucir con luz propia-. Hace tiempo que la
manejo pero nunca llegué a preguntarme por su historia.
51
- Entonces a lo mejor te gustaría saber que Colmillo fue
forjada durante las Guerras de Hierro -dijo Nébula. Jack silbó
sorprendido, no había imaginado que fuera tan antigua-.
Durante aquellos años la necesidad de fabricar armas fue muy
acuciante. Tanto el bando de Dagnatarus como el de los
pueblos que se le oponían necesitaban contar con ellas para
decantar la suerte del conflicto de un lado u otro.
Nébula tomó asiento y sus ojos adquirieron un aire
soñador. Le encantaba narrar historias del pasado. No en vano
había sido juglar de la corte de un reino, aunque de eso hacía
ya tanto tiempo que apenas lo recordaba.
- Por aquel entonces no había mejores forjadores que los
Uruni, los gigantes como comúnmente se les llama -continuó
mientras rememoraba días pasados-. Aún recuerdo las
primeras armas que salieron de sus forjas. Estaban hechas de
hierro, por supuesto, pero de alguna extraña forma que aun
hoy no llego a comprender, los Uruni le cantaban al hierro, y
conseguían armas increíblemente poderosas. Una de ellas fue
Colmillo, que fue a parar a manos de Sir Ragnar, uno de los
Caballeros de Kirandia más afamados de la época.
- Pero pronto supo Dagnatarus que esas espadas mágicas
podían llevarle a perder la guerra. Un día se presentó de
improviso ante el poblado de los Uruni -el tono de Nébula se
hizo ahora más grave y tenso-. Imbuido de todo su oscuro
poder y armado con Venganza exigió a los Uruni que forjaran
armas para su ejército y dejaran de hacerlo para los pueblos
libres. Los Uruni son gente pacífica, siempre lo han sido, y
pese a que poseen la capacidad de crear las mejores armas de
toda Mitgard jamás harían uso de ellas -sacudió la cabeza con
pesar-. Se negaron a hacer lo que les decía Dagnatarus,
defendiendo su libertad para entregar sus armas a todos y le
pidieron que se marchara de su poblado.
Un suspiro salió de la garganta del Guardián del Gran
Bosque. Cerca de él, Lorac y Jack escuchaban atentamente,
cautivados por la serena voz de la criatura.
- Pobres estúpidos. Dagnatarus no aceptaba un no por
respuesta, y en ese instante el destino de los Uruni quedó
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sellado. Valiéndose del terrible poder de Venganza, convirtió a
todos los Uruni en piedra, y desde ese día el poblado de los
gigantes se convirtió en un sitio muerto. Aquel día se perdió la
capacidad de forjar espadas como Colmillo -añadió con
tristeza-. Aún se pueden ver las estatuas de piedra en las
tierras del sudeste de Mitgard, conservando las mismas
posiciones en las que se encontraban hace mil años, cuando
Dagnatarus les arrebató la vida.
La voz del silfo se fue apagando poco a poco. Al cabo
de un rato pareció recordar dónde se encontraba, y miró a los
otros dos con el ceño fruncido.
- Bueno, dejad de mirarme como pasmarotes -gruñó con
fingido enfado-. Será mejor que os acostéis. Mañana al
amanecer hay que emprender viaje y debéis estar descansados.
El silfo tenía razón y entre bostezos se dirigieron a las
camas que Nébula les mostró. Jack frunció el entrecejo al ver
la suya, ya que era apropiada para el dueño de la casa, pero no
para él. Sin embargo se encogió de hombros y se acostó en
ella igualmente dejando parte de las piernas fuera. Cualquier
cosa era preferible a dormir de nuevo en pleno bosque.
Nébula esperó un rato en la sala de su casa-árbol, hasta
que decidió que ya había esperado un tiempo prudencial y fue
a ver a sus invitados. Ambos dormían a pierna suelta. El silfo
asintió con satisfacción y regresó. Allí, de pie en medio de la
estancia, se erguía esperándole un dios.
Pese a las muchas veces que se habían encontrado, el
silfo no dejaba de maravillarse de la majestuosidad que
rodeaba a Gwaeron, dios de los animales y las plantas, Señor
del Gran Bosque. Alto y ataviado con una sencilla túnica
verde, el dios le contemplaba con aspecto apacible.
- Mi señor, honráis mi casa -dijo Nébula al tiempo que se
inclinaba profundamente.
-Me halagas como siempre, criatura del bosque -sonrió
Gwaeron, a quien un aura brillante parecía rodearle-. Tan solo
he venido para saber si habías hecho entrega del objeto que te
confié.

53
- Quedaos tranquilo, mi Señor -se apresuró a decir el silfo-.
Mañana el Cuerno de Telmos estará en las manos de los
miembros de la Hermandad del Hierro.
- No esperaba menos de ti, mi fiel silfo -agradeció el dios, a lo
que Nébula respondió con otra reverencia-. Díme ¿estaba el
muchacho contigo?
- Así es. Mañana el joven llamado Jack ingresará en la
Academia.
El semblante de Gwaeron se ensombreció por un
momento.
- Me pregunto si hacemos bien dejando al chico a su libre
albedrío.
- Debemos dejar que las cosas sigan su curso, mi Señor -
añadió Nébula, poco acostumbrado a darle consejos al que era
dios de los animales y las plantas-. Así está escrito.
Gwaeron asintió con seriedad.
- Has hablado sabiamente, mi pequeño amigo, como siempre
-dijo el dios, mirando a su Guardián con satisfacción-. De
todos modos, estoy inquieto. Ésta vez él es muy fuerte, y ha
esperado mucho tiempo. No será fácil derrotarle.
Nébula tragó saliva y notó que un escalofrío le recorría
la espalda.
- Confiar el destino de nuestras vidas a un muchacho de
dieciséis años... -el propio silfo sacudió la cabeza con
incredulidad ante sus palabras-. ¿Podrá afrontarlo? Le he
estado observando, es un joven inexperto y no sabe nada del
mundo. No…, no creo que esté preparado.
- Más vale que te equivoques, amigo mío -contestó el dios
con gravedad-. Por tu bien y por el de toda Mitgard.
Dicho esto, Gwaeron se esfumó como si nunca hubiera
estado allí, dejando a Nébula solo con sus pensamientos.

54
CAPITULO 3
La Academia

Lorac y Jack se despidieron de Nébula al amanecer.


Después de agradecerle su hospitalidad y expresar su deseo de
volverle a ver pronto, ambos compañeros se pusieron
rápidamente en marcha dispuestos a hacer la última jornada de
su viaje. Pese a que Lorac no quería revelar en voz alta sus
temores, las palabras del silfo la noche anterior le habían
preocupado. La Hermandad del Hierro debía estar preparada
para hacer frente a esas nuevas fuerzas que despertaban. No
quedaría tranquilo hasta que no hablase con el Gran Maestre.
Jack caminaba detrás de Lorac llevando de las riendas
a su montura y sin decir palabra ante las prisas que parecía
tener su compañero. Jack estaba constantemente apartando las
numerosas ramas que encontraba a su paso. Se internaban
cada vez más en el corazón del Gran Bosque y la maleza era
más tupida. El joven empezaba a entender por qué nadie que
no fuese de la Hermandad había dado nunca con la Academia.
Era tal la confusión de árboles y matorrales, que Jack sabría
que se perdería sin remedio si Lorac decidía abandonarle a su
suerte. De hecho había momentos en los que tenía que
permanecer casi pegado a él ya que el espeso follaje apenas le
dejaba ver nada. Era un verdadero suplicio tener que llevar a
los caballos con ellos, pues casi no podían pasar dado su
volumen, pero en ese aspecto Lorac se mostró tajante en no
dejarles a su albedrío.
Finalmente, y tras mucho bregar para abrirse paso,
Jack casi perdió el equilibrio cuando repentinamente se
acabaron los árboles y los matorrales. No había más maleza
delante, tan solo una fina hierba de lo que parecía una pradera.
Aturdido, levantó la cabeza y vio la Academia.
Ante ellos se abría un claro de varios cientos de metros
de radio, sin que ningún árbol ni matojo rompiera la apacible
armonía del lugar. En el centro se encontraba la que había sido
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morada de la Hermandad del Hierro desde las Guerras de
Hierro.
La Academia resultaba ser una fortaleza imponente.
Una recia muralla rodeaba todo su contorno, elevándose a una
altura de casi veinte metros. Tan solo la gigantesca puerta con
refuerzos de hierro y bronce rompía la monotonía de tantas
toneladas de piedra que la formaban. Tras la muralla, podía
divisar el castillo que se levantaba en el centro justo de aquel
claro que parecía haber sido puesto allí por el mismísimo dios
Gwaeron. A Jack, que nunca había visto una edificación más
grande que una pequeña casa de pueblo, aquello le pareció un
palacio de dioses, pues su mente no concebía que manos
mortales pudieran haber erigido ese monumento hacía ya tanto
tiempo. Confuso y sin dejar de parpadear para asegurarse de
que la vista no le estaba jugando una mala pasada, miró a
Lorac pidiéndole una explicación. Este se encogió de
hombros, sonriendo.
- Tras las Guerras de Hierro, un antiguo miembro de la ahora
extinta Orden de los Caballeros de Kirandia, llevó consigo a
aquellos que se resistían a la Prohibición impuesta por el
Supremo Rey Girion de suprimir el hierro, y los trajo al Gran
Bosque -explicó Lorac-. Tras varios días de vagar perdidos
por el bosque, Sir Ragnar, que así se llamaba, rogó a los dioses
que le hiciesen llegar a un lugar donde fundar una familia de
seguidores del hierro.
- Así fue como el dios Orión se convirtió a partir de aquel día
en el elegido por los miembros de la Hermandad del Hierro -
concluyó-. Mostró a Sir Ragnar y al resto de sus seguidores un
camino a través del bosque que les llevó a este claro donde ya
se levantaba esta fortaleza. Se dice que era la morada del
mismísimo Orión. Desde entonces fue tomado como dios y
protector del hierro.
Lorac comenzó a caminar hacia el castillo sin añadir
nada más. Jack le siguió sin salir de su asombro. ¿Estaban
dirigiendo sus pasos hacia la antigua morada de un dios? Se
sacó esa idea de la cabeza mientras se apresuraba a seguir a su
compañero.
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A medida que se iban acercando a la Academia, vio
que las diminutas siluetas en las almenas de la gran muralla se
movían. Casi inmediatamente los imponentes portones de
hierro y bronce de la fortaleza comenzaron lentamente a
abrirse. Desde donde estaban el joven comprobó que se
necesitaban cinco personas para mover cada uno de los
portones, abiertos de par en par justo cuando llegaron hasta
ellos.
Lorac y Jack se detuvieron ante un hombre ataviado
con una cota de mallas y una espada que le pendía de la
cintura.
- Nos alegra tu regreso, Lorac -saludó el hombre
palmeándole la espalda-. El Gran Maestre comenzaba a
inquietarse con tu tardanza.
- Hola, Michael. Nos demoramos en casa de Nébula -sonrió
Lorac, cansado pero animado al verle-. Me alegra estar de
nuevo con vosotros. Éste es Jack, un joven de Vadoverde que
pronto pasará a formar parte nuestra Hermandad.
Michael, que saltaba a la vista que era un hombre recio
y duro como una roca, le echó una evaluadora mirada al
muchacho.
- Tienes buenos brazos, Jack -le alabó palmeando el hombro
del joven-. Estoy deseando ver qué eres capaz de hacer con la
espada.
- No tenemos tiempo ahora, Michael -interrumpió Lorac antes
de que Jack pudiera abrir la boca-. Hemos de hablar con el
Gran Maestre cuanto antes.
- Siempre con prisas -rió Michael-. En fin, ya hablaremos en
otra ocasión, amigos. ¡Bienvenido, Jack, suerte con tu equipo!
Lorac y Jack se despidieron encaminándose al castillo,
que permanecía con las puertas abiertas. La entrada era mucho
más pequeña que la de las murallas, aunque dos soldados
también armados con sendas lanzas terminadas en puntas de
hierro las custodiaban.
- A Michael le gusta hablar, pero es un buen tipo -le confió
Lorac mientras saludaba a los guardias de la puerta, que le
reconocieron enseguida-. Encontrarás gente de toda calaña en
57
la Academia, Jack. Desde buenas personas como Michael
hasta hombres que solo buscan satisfacer su propia ambición.
- ¿Qué quiso decir con eso de suerte con mi equipo? -
preguntó Jack, todavía desconcertado por las palabras de
Michael.
- ¡Oh, eso! -sonrió Lorac tranquilizadoramente-. No tardarás
en saberlo. Ahora iremos a ver al Gran Maestre, es el señor de
la Hermandad del Hierro, Jack, y quien más poder tiene en La
Academia.
Como Lorac no parecía que fuera a explicarle nada
más, Jack tuvo que conformarse con seguirle, al tiempo que
admiraba todo los que le rodeaba. Desde bellas armaduras
decorativas (hechas al completo de hierro), pasando por
trabajados tapices y hasta cuadros de enorme tamaño que
adornaban las paredes del castillo.
Mientras recorrían uno de los pasillos largos y sinuosos
de la Academia, Jack pudo ver a través de las terrazas que
recorrían el trazado, parte del patio exterior, que no había
podido divisar cuando entraron por el lado oeste de la
fortaleza. Quedó boquiabierto al distinguir lo que parecía un
grupo de muchachos, algunos de su edad y otros tan solo un
poco mayores, todos ellos armados con espadas de hierro, y
repitiendo los movimientos que un monitor les iba mostrando.
Aquella escena le recordaba a las clases que impartía su tío
Tarken cuando le enseñó a manejar la espada.
- Es…, increíble. Practican con espadas y lucen cotas de
mallas y corazas sin miedo alguno. ¡Todo está hecho con
hierro! -se maravilló el muchacho-. ¡Nunca imaginé que
pudiera tener tantas utilidades!
- Aquí no tienen cabida los Hijos del Sol ni los que siguen la
Prohibición -respondió Lorac sin dejar de caminar-. Somos
libres de hacer lo que queramos.
Dejaron atrás a los muchachos entrenándose y llegaron
finalmente a una gruesa puerta guardada por un par de
soldados.
- ¿A quién debemos anunciar, señor? -preguntó uno de los
guardias, aunque era obvio que le había reconocido.
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- Soy Lorac, me acompaña Jack de Vadoverde y solicitamos
hablar con el Gran Maestre.
Los guardias no se demoraron abriendo las puertas de
par en par. Siguieron a uno de los soldados al interior de la
estancia, amplia y lujosamente decorada. Una espaciosa
terraza daba al patio desde donde les llegaba el sonido de las
espadas entrechocando. En medio de aquel magnífico salón se
encontraba el hombre que mayor poder ejercía sobre la
Hermandad del Hierro.
Derek era un hombre ya adulto y experimentado en mil
batallas. Prueba de ello eran las numerosas cicatrices que lucía
su cuerpo. Había comenzado como todos, siendo un estudiante
más dentro de la Hermandad del Hierro, pero con tesón fue
subiendo peldaños y ganándose la confianza del Gran Maestre
anterior, hasta el punto de que cuando éste se retiró del cargo
le cedió su mando al propio Derek. Éste había asumido la
responsabilidad hacía ya casi dieciséis años con firmeza y sin
permitir que nada ni nadie le arredrase a la hora de tomar
decisiones.
Después de ser anunciados Derek miró a Jack con una
sonrisa. La última vez que lo había visto no era más que un
bebé en sus brazos.
- Bienvenido seas, Lorac -saludó el Gran Maestre, a lo que
éste contestó con una inclinación de cabeza-. Y también le doy
la bienvenida a nuestro nuevo estudiante, Jack de Vadoverde -
el joven se apresuró a imitar a Lorac-, sangre nueva para
nuestra Hermandad. Corren tiempos difíciles y aún son peores
los que están por venir. Un par de manos fuertes capaces de
manejar bien una espada son bien recibidos.
- Os damos las gracias, señor -respondió Lorac con
solemnidad-. El chico no sabe nada de cómo funciona la
Academia.
- Así que no sabes nada de qué debes hacer a partir de ahora,
¿no? -inquirió Derek, dirigiéndose hacia el muchacho, que no
dejaba de mirarle con temor y algo confuso.
El joven dio un respingo cuando se dio cuenta de que
le estaban hablando a él.
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- A decir verdad no sé nada, señor -contestó con voz trémula-.
Mi tío Tarken no me explicó el funcionamiento interno de la
Academia, tan solo se dedicó a enseñarme cómo manejar la
espada.
- ¿Tarken te enseñó a usar la espada, dices? Eres afortunado
Jack, y estoy seguro de que no tardarás en destacar entre los
demás alumnos pese a ser de los más jóvenes -le confió Derek,
sopesándolo con la mirada-. La mayoría de los estudiantes no
ha tocado una espada en su vida cuando entran aquí, ya que
eran residentes en grandes ciudades, sitios mucho más
controlados por los Hijos de Sol.
- ¿Conocía a mi tío? -preguntó Jack respetuosamente.
- Desde luego que sí. El gran Tarken dejó huella en la
Hermandad por mucho tiempo. Un gran hombre y un
excelente guerrero. Si todos fueran como él no me cabe la
menor duda de que los Hijos del Sol serían los que tendrían
que esconderse de nosotros y no al revés como ocurre
actualmente.
El concepto que Jack tenía de su tío subió más enteros
si ello era posible. Daba la impresión de que no había sido uno
más en la historia de la Hermandad del Hierro.
- Bien, señor -interrumpió en esos momentos Lorac-. Creo
que ha llegado la hora de explicarle algunas cosas a Jack.
Quiero que sepa qué le espera a partir de ahora en la
Academia.
-Bien dicho, Lorac -asintió conforme el Gran Maestre-. De
acuerdo, chico, te diré cómo funcionamos aquí.
Comenzó a pasear por la estancia y dirigiéndose a la
terraza, al tiempo que les hacía una seña para que le siguieran.
Jack pudo disfrutar de una amplia panorámica del Gran
Bosque. Unos gritos llamaron su atención, y al bajar la vista
distinguió al mismo grupo de jóvenes entrenándose con la
espada.
- A cada estudiante como tú se le asigna un equipo, Jack. A
partir de ese momento tu equipo se convertirá en tu casa, y sus
miembros en tu familia. Con ellos convivirás todos los días, y

60
aprenderás a usar la espada, luchar para sobrevivir el día que
te enfrentes a una batalla de verdad.
Jack asintió con la cabeza, entendiendo a qué se refería
Michael cuando le deseó suerte antes. Así pues, le iban a
asignar a un equipo.
- Existen diez equipos, Jack -tomó el relevo Lorac en la
explicación-. A cada estudiante nuevo se le asigna uno. Como
bien ha dicho el Gran Maestre, los miembros de ese equipo se
convertirán en tu familia a partir de hoy, con ellos entrenarás
todos los días. Tengo que decirte que durante el año los diez
equipos compiten en una especie de torneo. De esa forma
alentamos el afán de superación entre los estudiantes e
igualmente les estimulamos a que mejoren.
- ¿Qué clase de torneo? -preguntó Jack con el ceño fruncido.
Había venido a ese lugar a aprender, no a competir.
- Ya te lo explicarán tus nuevos compañeros cuando les
conozcas -quitó importancia el Gran Maestre-. Poco más
podemos decirte por ahora ya que cada equipo tiene sus
propias normas internas. Por el momento te asignaremos al
equipo de los Tejones -continuó Derek con tono
despreocupado.
Jack asintió con inseguridad, más aún cuando Lorac
puso mala cara aunque no añadió nada a lo dicho por el Gran
Maestre.
- Bien, Jack -agregó Derek-. Ve ahora al guardia de la puerta
y dile que te lleve al cuartel general de tu nuevo equipo.
Con gesto dubitativo, se limitó a asentir con la cabeza,
y se dio la vuelta en dirección a la puerta. Lorac le dio una
palmada en el hombro para reconfortarlo y desearle buena
suerte pero tampoco dijo nada más. El joven suspiró con
resignación y abandonó la sala.
Lorac contempló cómo se iba con preocupación, y tras
cerrarse la puerta se volvió hacia el Gran Maestre con frialdad.
- ¿Los Tejones? -inquirió con evidente desaprobación en la
voz-. Van los últimos en la competición y no hacen más que
tener problemas entre ellos. Sabes que no es un buen equipo
para que comience un recién llegado.
61
- Quiero ponerle a prueba -contestó Derek sin amilanarse por
el enfado del otro-. Si de ese chico depende realmente el
futuro de la Hermandad debe poder sobreponerse a esto.
Derek podía ser extravagante en algunas decisiones,
pensó Lorac, pero no dudaba de su inteligencia. Si llevaba casi
dieciséis años siendo la mayor autoridad de la Hermandad no
era por casualidad. Y quién sabe, lo cierto es que todos
esperaban mucho de aquel chico, a lo mejor era hora de ir
viendo de qué pasta estaba hecho. “Malos tiempos corren si
dependemos de esa manera de un muchacho de dieciséis
años”, pensó con resignación.
- ¿Fuiste a casa de Nébula tal como te dije, Lorac? -preguntó
el Gran Maestre, sacándole de sus pensamientos. Se
sobresaltó, con todo aquello casi olvidaba darle lo que le había
entregado el silfo.
- Sí, señor -contestó Lorac, descubriendo la caja que le
entregara el Guardián del Bosque-. Me dijo que os diera esto,
aunque ignoro cuál es su contenido.
El Gran Maestre se limitó a abrir la caja, que se abrió
fácilmente. Lorac contempló con respetuoso silencio el objeto
que sacó Derek del interior.
- Realmente ha llegado la hora de que la Hermandad se dé a
conocer al mundo -susurró el Gran Maestre con voz tensa.
Entre sus manos sostenía un cuerno de oro puro,
bellamente tallado con numerosas grabaciones, entre las que
se podía leer una frase escrita en una lengua ya antigua y
desparecida, que Derek tradujo enseguida:
- Que la Orden de Caballeros vuelva a ser lo que era.
- El Cuerno de Telmos -murmuró Lorac, y se podía advertir
un tono reverente en su voz.
- El Cuerno de Telmos –ratificó con semblante serio Derek-.
Debe ser llevado a Kirandia, por supuesto, pero no ahora.
Cuando llegue el momento mandaremos a alguien allí.
- ¿Cuándo llegue el momento? ¿Cuándo será eso, señor? –
Lorac estaba inquieto-. El cuerno se me entregó con una
advertencia: según Nébula el propio Gwaeron advertía que
hay un poder maligno despertándose en Mitgard -Lorac
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comenzó a dar furiosos paseos por la estancia, y a hablar como
si hubiera olvidado que estaba en presencia del superior de su
hermandad-. Hablé con Tarken antes de llevarme al chico y no
hizo sino acrecentar mis temores. Según él, sus informadores
en Kirandia estaban asustados, se está advirtiendo un inusual
aumento de partidas de trasgos, y con ellos se han visto bandas
de lobos. Ya nadie se atreve a adentrarse en las tierras situadas
más al norte de la Torre del Crepúsculo. La situación es tan
inquietante que el rey Alric se ha visto obligado a abandonar
su habitual discreción con los traficantes de armas de hierro y
darles carta blanca para aprovisionar de espadas a sus antiguos
Caballeros. Lo peor de todo es que ese movimiento ha alertado
a los Hijos del Sol, que bajo el beneplácito del Supremo Reino
de Angirad han declarado proscrito el reino de Kirandia.
¡Suerte tendremos si no estalla un conflicto entre esos dos
reinos!
El Gran Maestre asentió seriamente al oír sus palabras.
- Has hablado con sabiduría, amigo mío -dijo Derek-.
También albergo esos temores, pero algo me dice que aún no
es el momento, y que debemos esperar sobre todo a que el
muchacho esté más preparado. Veamos cómo se desenvuelve
con sus nuevos compañeros durante estos meses y luego
decidiremos.
- ¿Vas a contarle todo? -se sorprendió Lorac-. Aún no está
listo. ¡Ese conocimiento podría provocarle confusión y temor!
- Por ahora esperaremos. Confía en mí.
Tras decir esto Derek le despidió con un gesto de la
mano, indicándole que quería estar solo. Lorac inclinó la
cabeza y salió de la habitación. Durante un momento el Gran
Maestre se quedó mirando la puerta, suspiró con cansancio y
dijo en voz alta, pese a que se encontraba solo:
- Y bien, amigo mío, ¿qué opinas de todo esto?
Una sombra que había estado semioculta, salió de
detrás de las cortinas y se acercó al Gran Maestre. Era un
hombre robusto y con unos ojos azules fríos como témpanos,
un semblante que parecía tallado en granito.

63
- Creo que tenéis razón, señor -dijo el hombretón-. Es mejor
esperar acontecimientos, antes de precipitarse.
- ¿Qué te ha parecido el chico?
- Prefiero observarle más de cerca, ver cómo reacciona antes
esta nueva situación, y luego veremos si nos sirve. Ahora sólo
está inquieto -respondió llanamente, sin parpadear.
Derek asintió con la cabeza, de acuerdo con las
conclusiones de su compañero.
- Valian, vigílale de cerca. Si ese chico es de verdad nuestra
única esperanza necesito que no lo pierdas de vista ni un
segundo.
El así llamado Valian no contestó esta vez. En su
cabeza ya hacía planes para vigilar al muchacho sin que él se
diera cuenta.

A Jack le condujeron por multitud de pasillos y


corredores, algunos salpicados con numerosas terrazas que
daban al patio, otros más cerrados y alumbrados con
antorchas. Durante el camino se cruzó con varios estudiantes,
todos ellos armados con espadas de hierro de verdad. Ninguno
se dignó girar la cabeza ni siquiera para mandarle un saludo y
el joven comenzó a intranquilizarse a medida que iba pasando
el tiempo. Tras unas cuantas vueltas más por el inmenso
castillo, el guardián dejó a Jack frente a unas puertas donde
podía verse un pequeño escudo con un tejón grabado. El
guardia le dijo que aquel era el cuartel general de Los Tejones
y se fue sin añadir ningún comentario más.
Jack resopló con fuerza antes de animarse a llamar a la
puerta. No tardó en abrirse y un joven poco mayor que él
asomó las cabeza por el resquicio.
- ¿Sí? ¿Tenéis algún mensaje para Garik? -preguntó. Al
menos su voz era amable.
- Eh…, en realidad soy nuevo -contestó Jack, sin saber muy
bien qué debía hacer-. Me dijeron que me presentara al equipo
de Los Tejones.
- ¡Ah, vaya! No creo que a Garik le haga mucha gracia, pero
entra de todos modos -le invitó el joven.
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Nada más pasar lo primero que vio era una enorme
sala, una especie de gimnasio tapizado con colchonetas y
donde un fino tapete cubría el suelo para evitar lesiones. Un
gran número de chicos y chicas más o menos de su edad,
aunque en general un poco mayores, se batían en duelos
particulares o ensayaban movimientos con espadas de
prácticas, muy semejantes a las que él usó durante un tiempo
con su tío Tarken para no hacerse daño. Todos entrenaban
bajo la supervisión de un joven unos tres años mayor que el
propio Jack, que les gritaba continuamente y les corregía los
movimientos fallidos con severidad. Jack no sabía a ciencia
cierta cuántos eran, pero en un primer vistazo calculó que allí
había ampliamente más de cien jóvenes entrenando.
Los estudiantes fueron dejando poco a poco las armas
de prácticas al darse cuenta de que había un recién llegado y
finalmente todos los allí reunidos se quedaron observando a
Jack. Deseaba que la tierra se lo tragara. El chico mayor que
estaba dirigiendo los entrenamientos frunció el entrecejo al ver
a Jack parado.
- ¿Quién es este botarate, Eric? -preguntó con hostilidad,
furioso de que el entrenamiento se hubiera interrumpido.
El muchacho que le había abierto la puerta, se apresuró
a contestar:
- Es uno nuevo, Garik -contestó Eric, pues Jack se veía
incapaz de contestar.
- ¿Cómo? ¡Otro mocoso más! –exclamó irritado Garik,
acercándose a ellos a grandes pasos-. ¿Es que el Gran Maestre
no sabe que no quiero que llene más mi equipo de inútiles?
Se había dirigido a Jack como si esperase una
respuesta, pero éste se limitó a encogerse de hombros.
- ¡Bah! -gruñó Garik haciendo un gesto de desprecio- ¿Cómo
te llamas? Tendrás nombre al menos.
-Me…, me llamo Jack -tomó aliento y dijo con más firmeza-.
Soy Jack de Vadoverde, me han dicho que a partir de hoy
entraré a formar parte del equipo de Los Tejones.
- No si está en mi mano evitarlo -respondió con una mueca
Garik-. Escucha bien lo que te digo. Si lo ha dictado el Gran
65
Maestre, a partir de este momento eres uno de los Tejones.
Seré tu capitán y la persona a la que obedecerás absolutamente
en todo. Si yo digo que saltes, saltas, y si te digo que te tires
por un precipicio, lo harás, ¿entendido? Puedes llamarme
Garik. ¡Tú! -agregó dirigiéndose a Eric, que había
permanecido todo el rato al lado de Jack-. Enséñale dónde
dormirá y cómo nos organizamos aquí. ¡Y los demás seguid
entrenando, hatajo de patanes!
Se giró sin dedicarle ni una mirada más al tiempo que
los demás muchachos continuaban con sus prácticas. Jack se
quedó de una pieza, sin saber qué hacer, cuando sintió que
alguien le tocaba suavemente el hombro.
- Acompáñame, Jack -dijo Eric-. Tengo que enseñarte algunas
cosas. Lo primero, el lugar donde dormirás.
Deseando salir de allí, asintió con rapidez y se apresuró
a seguir a Eric fuera de la sala de entrenamientos. A su espalda
quedaron los sonidos que hacían los muchachos que seguían
practicando con la espada como si nada anormal hubiera
ocurrido.
- No debes preocuparte –dijo el joven-, Garik es así con todos
los recién llegados, no le gusta que venga más gente inexperta
a los Tejones, de eso hay aquí de sobra. Haz lo que te dice sin
rechistar y seguramente te dejará en paz.
Eric era un muchacho muy parecido a él,
probablemente tan solo unos meses mayor, de cabellos
oscuros y con una musculatura no tan desarrollada como la
suya, aunque también parecía de constitución recia.
- Garik es el capitán del equipo de los Tejones -explicó Eric-.
Yo soy Eric, príncipe de Kirandia. También llegué hace poco
aquí, tan solo hace cinco meses.
- ¿Un príncipe? –no pudo por menos de preguntar, intrigado.
- Así es -sonrió Eric-, el hijo menor del rey Alric de Kirandia.
Sé que puede sorprender mi rango pero aquí, en la Academia,
soy uno más. Mi padre nos envió a mi hermano y a mí, aunque
la versión oficial es que fuimos a estudiar unos años fuera con
los bárbaros de la Llanura, de esa forma nos encubre.

66
Jack no sabía que decir. Ante él estaba un príncipe de
sangre real. Él, que nunca había visto a nadie más importante
que un campesino o que un simple mercader, estaba ahora
mismo en presencia de un hijo de reyes. Su rostro debió
mostrar su perplejidad.
- Tranquilo, Jack –rió su acompañante-, pronto aprenderás a
desenvolverte bien aquí. Si eres de los que sabe acatar órdenes
sin preguntar y manejas la espada con cierta soltura no debes
tener problemas para continuar en el equipo de los Tejones.
Ahora acompáñame a tu nuevo dormitorio.
Jack siguió a su nuevo compañero dócilmente por un
pasillo hasta llegar a otra sala de grandes dimensiones. La
diferencia con la anterior era que ésta estaba repleta de camas.
- Dormirás aquí -dijo Eric eligiendo una cama de las que
estaban libres-. Ahora debes saber algunas cosas. Como
acabas de comprobar, Garik es el capitán de nuestro equipo,
así que más vale que le obedezcas en todo, porque además es
de los que no soporta que se discuta su autoridad. Nuestro
horario es muy simple. Al amanecer entrenamos en el
gimnasio, salvo cuando nos toca competir en el torneo, pero
de momento eso no tendrá que preocuparte. A mediodía
bajamos al comedor común donde almorzamos con el resto de
equipos, y por la tarde solemos dar clases con Lorac, el
Maestro de Armas de la Academia que nos adiestra -concluyó
Eric.
Jack asintió con aire ausente. Aún no había digerido
del todo bien su entrada en la Academia. Había pensado que
existiría un ambiente más cordial y amigable entre los
estudiantes, pero se equivocaba. Allí la gente no era como su
tío, amable y paciente a la hora de darle lecciones, sino que el
ambiente era mucho más competitivo.
- Gracias por todo, Eric -agradeció Jack. ¡Un príncipe! ¿En
qué locura se estaba metiendo?-. Me las arreglaré, en serio.
Aunque me gustaría que me explicaras algo más en qué
consiste ese torneo del que todos habláis.
- No te preocupes, mañana antes de que comiencen los
entrenamientos competirán algunos equipos en el torneo. Te
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los enseñaré y comprenderás de qué va todo esto -le quitó
importancia Eric, que se quedó mirándole pensativamente-.
Yo practiqué con la espada algunas veces antes de venir aquí.
Mi padre nos dio algunas lecciones a mi hermano y a mí. Lo
hacíamos a escondidas, pero teníamos un cuarto secreto en
palacio donde nos solía llevar para enseñarnos a manejar la
espada -clavó la vista en Jack-. ¿Y tú, Jack? ¿Has practicado
con la espada alguna vez?
- Sé algo, sí -admitió Jack, prudentemente-, pero nada del otro
mundo. Tengo mucho que aprender aquí.
- No tardarás en aprenderlo, tenlo por seguro -le animó su
nuevo compañero-. Los Tejones no van bien en el torneo,
muchos de los estudiantes son muy malos espadachines en
nuestro equipo. Si eres bueno con la espada seguro que
consigues un puesto en el equipo que compite.
Mostró su acuerdo con un cabeceo. Muchas eran las
cosas que le quedaban por aprender en este sitio, por lo que
parecía, pero estaba dispuesto a hacer los sacrificios que
fueran necesarios para conseguir alcanzar el reconocimiento
del que gozaba su tío.
- Muy bien, Eric, gracias por todo de nuevo -dijo Jack-.
Espero que seamos amigos.
Su compañero sonrió ampliamente.
- Seguro de que sí -contestó.
No se dijeron más. Por lo que a Jack concernía ya
había tenido suficientes emociones fuertes durante ese día. Lo
único que quería ahora era aclarar sus ideas. Sus días como
estudiante de la Academia acababan de comenzar, y mucho se
temía que no iba a ser un camino de rosas.

Pese a lo cansado que se encontraba aquella noche no


durmió bien. Continuamente se revolvía en la cama inquieto,
contemplando el sombrío techo mientras a su alrededor todos
dormían. No había tenido un buen día. Era cierto que había
conocido una nueva forma de vida, e incluso hecho un nuevo
amigo. Por el momento era el único ya que en la Academia
todos parecían ir a su aire. En una vida marcada por su
68
soledad se acababa de dar cuenta de algo en lo que fallaba
estrepitosamente. No se trataba del manejo de la espada, pues
Jack había estado echando un vistazo a sus nuevos
compañeros y la mayoría estaban a años luz de su pericia. No,
no tenía nada que ver con eso. Era en el trato con sus iguales
en lo que carecía de experiencia.
Toda su vida había sido un chico raro en Vadoverde y
no había conseguido hacer amigos. Se había volcado en
aprender a manejar bien la espada, pues ese era el único
consuelo que le quedaba, pero no era eso lo que le hacía feliz.
Habría necesitado amigos a su lado y el no tenerlos le había
forjado un carácter huraño y retraído. Ya se había dado cuenta
al ver a los otros estudiantes. Hacían bromas entre ellos y
conversaban distendidamente, cosa que Jack no se veía capaz
de hacer por ahora. Carecía del arrojo suficiente para
integrarse en el grupo. Había tenido la fortuna de que Eric era
un muchacho abierto que enseguida le había ofrecido su
amistad, pero de momento era el único que lo había hecho,
pues ninguno más se había acercado a él para saludarle ni
darle la bienvenida, y él no se veía capaz de hacerlo.
“Hay que tener paciencia”, susurró intentando darse
ánimos, “es mi primer día en la Academia, no puedo esperar
llegar y ser ya uno más enseguida. Las cosas pueden cambiar,
yo puedo cambiar, y haré todo lo posible para ser como todos
los demás”.
Cerca de su cama Eric murmuró en sueños y Jack se
calló enseguida. Buena imagen daría si su amigo le veía
hablando solo la primera noche que ingresaba en el equipo de
los Tejones. Enlazando las manos detrás de la cabeza
permaneció contemplando el techo en medio del silencio de la
noche.
Comenzó como un ligero ruido apenas perceptible,
pero en pocos segundos se convirtió en una auténtica
molestia, como una especie de zumbido dentro de su cabeza.
Se levantó de la cama sin saber qué pasaba, hasta que se dio
cuenta de que alguien le estaba llamando pero de un modo
peculiar, como si sonara dentro de su cabeza. Era la primera
69
vez que le ocurría algo así, y miró en derredor suya sin saber
quién le estaba hablando.
Donde él estaba tan solo había estudiantes durmiendo y
Jack supo casi al instante que ninguno de ellos era el que lo
estaba llamando. No, la misteriosa voz provenía del exterior,
pese a que sonaba dentro de su cabeza.
Con cautela, Jack dio varios pasos titubeantes hacia la
terraza que daba al lado oeste del castillo. El frío de la noche
le golpeó sin piedad cuando salió fuera y apoyó sus manos en
la balconada para poder ver mejor. Entonces la vio.
Más allá de los muros de la Academia, justo al pie del
claro del bosque donde estaba emplazada la fortaleza, se
encontraba una mujer como Jack no había visto otra en su
vida. Con unos fantasmagóricos ropajes azules, parecía casi
traslúcida, como si estuviera allí solo en parte. Jack no podía
apartar los ojos de ella, y con sorpresa vio que ella también lo
miraba llamándole por su nombre. La misteriosa mujer alzó
una mano y lo saludó desde donde estaba. Jack se quedó de
piedra, frotándose los ojos para averiguar si su cansada vista
le estaba jugando una mala pasada.
Así debía ser, pues cuando volvió a dirigir allí su
mirada ya no había nadie en el claro del bosque. La fantasmal
mujer había desaparecido.
Continuó escrutando la noche durante un rato más con
la esperanza de volver a verla, pero parecía haberse disuelto
con la oscuridad. Al cabo de un rato, el joven prefirió volver a
la cama antes de que alguien le sorprendiese allí le preguntase
qué estaba haciendo. Consiguió dormirse. El último
pensamiento antes de caer en los brazos del sueño estuvo
dedicado a la misteriosa figura vestida de azul.

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CAPITULO 4
El torneo

Aquella mañana se despertaron temprano. Eric


acompañó a Jack para enseñarle las reglas del torneo en el que
competían los estudiantes. El sol se alzaba lentamente en un
cielo claro y sin nubes. Los dos jóvenes salieron al patio del
castillo, donde ya se veía deambular a algunos estudiantes
solos o en pequeños grupos. Jack estaba un poco más animado
aquel día, pues al final había conseguido conciliar el sueño y
hasta la extraña mujer que había visto por lo noche desde la
balconada quedó relegada a un recóndito hueco de su mente,
tal vez a un delirio causado por el cansancio. Por supuesto dijo
nada a Eric, no quería que su primer amigo en la Academia le
tomara por un loco.
Mientras tanto, y olvidándose de aquellos turbios
pensamientos, prestaba toda su atención a su nuevo
compañero que le iba explicando en qué consistía el torneo.
- Existen diez equipos en la Academia -iba diciéndole su
amigo-. Cada uno de ellos está dirigido por un capitán y
formado por más de cien estudiantes. Estos capitanes suelen
ser alumnos más mayores que están cursando sus últimos años
aquí, ya que son los que normalmente manejan mejor la
espada y tienen más experiencia. En el equipo de los Tejones
el capitán, como sabes, es Garik -Jack hizo una mueca al
recordarle. No le había caído bien desde el principio, con lo
que quedaba claro que los capitanes no tenían por qué ser los
tipos más amables del grupo-. Dentro de cada equipo se
seleccionan a los diez mejores estudiantes, los más
habilidosos, para que compitan en el torneo.
- Eso quiere decir que muchos se quedan fuera -razonó Jack.
- Exactamente -asintió Eric-. Los estudiantes se entrenan, y
Garik selecciona a nueve de ellos para que le acompañen en el
torneo. En la próxima competición formaré parte de la
competición -añadió con orgullo-, he superado a muchos con
71
la espada y Garik ha decidido que sea parte del equipo titular.
No es normal que alguien que lleve aquí solamente cinco
meses pase a formar parte de los titulares, suele haber pocas
variaciones en los equipos que compiten porque la destreza
con la espada no se adquiere en poco tiempo.
- Está bien. Dentro de cada equipo los diez mejores
estudiantes compiten en el torneo - fue aclarando sus ideas
Jack-. Ahora bien, ¿en qué consiste ese torneo?
- Ahora lo verás. Estamos ya muy cerca del Foso.
Sin saber a qué se refería su compañero, Jack continuó
andando. Vio que una pequeña multitud se había congregado
en torno a una especie de depresión del terreno. Se abrieron
paso como pudieron entre el resto de estudiantes congregados
para finalmente colocarse en primera fila. Así pudo ver de
cerca el lugar donde se celebraban las competiciones del
torneo de la Academia.
Ante ellos se extendía una barandilla que rodeaba lo
que parecía un campo de juego, un foso cuadrado de casi cien
metros de lado, con unos cinco metros de profundidad. La
superficie al fondo era de hierba verde muy semejante a la del
claro que rodeaba el perímetro de la Academia. Jack vio en
esos momentos a dos de los equipos, cada uno a un lado del
foso. Cada uno estaba formado efectivamente por diez
miembros. Detrás de cada grupo se había clavado una bandera
en tierra.
- El juego es muy simple, Jack -le estaba diciendo Eric en
esos momentos-. Cada equipo debe proteger su bandera, y
ganará el equipo que consiga hacerse con la bandera del
equipo contrario. Se combate con armas de entrenamiento,
para evitar lesiones graves -añadió al tiempo que le señalaba
las espadas de prácticas que portaba cada estudiante. Eran
espadas hechas con varillas de hierro, pero sin ser puntiagudas
de forma que a lo máximo podían romperte un hueso, pero no
matarte-. El combate tiene lugar en este sitio que llamamos
Foso, un cuadrado perfecto. Están permitidas todo tipo de
tácticas, de esa manera se estimula la estrategia en la batalla.
¡Pero mira, están a punto de empezar!
72
Sonó un silbato y comenzó el juego. En cada equipo,
cinco estudiantes se quedaron protegiendo su bandera y otros
cinco avanzaron hacia el equipo rival. No tardaron en
encontrarse en el centro entrando en duro combate. Luchaban
los Albatros contra los Linces, y a Jack no le cupo duda desde
el primer momento de que el primero contaba con gente más
preparada. Tras unos minutos de fuerte lucha en el centro del
Foso quedaron dos estudiantes de los Albatros en pie, mientras
que los otros cinco de los Linces y tres de los propios Albatros
habían sido eliminados. Se consideraba eliminado aquel a
quien el rival alcanzaba en un punto vital, y al instante uno de
los árbitros decidía si estaba fuera o no.
Sea como fuera, los cinco Albatros que protegían su
bandera avanzaron hacia el centro, y uniéndose a los otros dos
que habían permanecido en pie, se dirigieron al encuentro de
los cinco Linces que quedaban protegiendo su bandera. El
combate se decidió en poco tiempo, ya que había superioridad
del equipo de los Albatros, y finalmente quedaron en pie tres
de ellos. Los diez Linces habían quedado fuera de juego.
Jack se unió al griterío de los demás estudiantes que
presenciaban el juego, cuando uno de los Albatros izó la
bandera del equipo enemigo.
- Ha estado estupendo -dijo entusiasmado Eric, rojo por la
emoción-. Los Albatros tienen un equipo muy bueno, de lo
mejor.
Jack asintió con aire ausente, pues había cosas que
todavía no entendía bien.
- Dime, Eric -preguntó a su compañero-. ¿Hacen todos lo
mismo? ¿Se quedan cinco protegiendo la bandera y otros
cinco luchan en el centro del Foso?
- Es lo más común -respondió su amigo, aún excitado después
de ver el combate-. Normalmente se considera que un equipo
es más intrépido cuantos menos jugadores deje protegiendo la
bandera. El equipo de mi hermano es famoso por ser siempre
el que menos hombres deja custodiando la bandera, sólo
cuatro. ¡Mira, ahora lo verás porque les toca competir!

73
Jack vio por primera vez al hermano mayor de Eric, el
futuro rey de Kirandia cuando su padre muriera. No pudo por
menos que contemplar impresionado su porte. Rubio, alto, de
complexión atlética, el príncipe Cedric irradiaba un aura de
nobleza que impresionaba a los demás competidores. Desde el
principio Jack observó que el equipo rival del de Cedric se
sentía inferior al enfrentarse al rubio príncipe que lideraba a
los Fénix.
Muchas de las chicas estudiantes que presenciaban el
combate chillaron entusiasmadas cuando vieron al príncipe. El
equipo de los Fénix se vanagloriaba de no haber perdido
nunca una competición del torneo desde que Cedric los
capitaneaba, y pronto le quedó claro a Jack el por qué de esa
superioridad. No solo se trataba del rubio príncipe, sino que
todos los miembros de su equipo eran gente muy preparada y
grandes espadachines.
Los Fénix saltaron al Foso y dejaron cuatro jugadores
custodiando la bandera, mientras que el resto del equipo, con
Cedric a la cabeza, se dirigían hacia el centro.
- Ves lo que te decía -comentó Eric con gesto satisfecho-. Por
eso el equipo de mi hermano tiene fama de ser el más
intrépido de todos, sólo deja cuatro protegiendo la bandera.
¡Eso es muy arriesgado!
- Sí, pero les da superioridad en la batalla que hay en el centro
del Foso -adujo Jack, viendo a los seis Fénix avanzando contra
cinco rivales-. Son seis contra cinco.
- Claro, tiene sus ventajas -admitió Eric-. Pero tan solo el
equipo de mi hermano se atreve a hacerlo.
Jack prestó de nuevo atención a lo que ocurría en el
Foso. Los seis Fénix acababan de entablar combate con los
cinco rivales. La batalla no tuvo ningún misterio, y los
primeros se impusieron con facilidad. Cedric solo acabó con
dos adversarios, y al poco rato había cinco miembros del
equipo rival en el suelo por uno de los Fénix caídos.
Lo demás fue todo muy rápido. Nueve Fénix contra
cinco miembros del otro equipo. No había pasado ni tres
minutos cuando Cedric levantaba la bandera del equipo rival
74
en señal de victoria. Las chicas de la Academia le aclamaron
entusiasmadas. Desde luego el hermano de Eric contaba con
un amplio club de fans dentro del sector femenino. Eric le hizo
una señal a Jack para que lo acompañara y ambos
abandonaron las inmediaciones del Foso.
- Será mejor que volvamos -dijo Eric acelerando el paso-.
Vamos a comenzar el entrenamiento con Garik en breve, y se
pone muy furioso si alguien se retrasa.
Jack no dijo nada. En su mente había quedado grabada
la victoria de los Fénix. Desde luego eran unos espadachines
consumados pero había algo que no terminaba de comprender.
Las tácticas que empleaban los equipos eran demasiado
mecánicas. Su tío Tarken siempre le había dicho que antes de
enfrentarse a un enemigo estudiara bien el terreno, y eso tenía
pensado hacer.
Ya iba siendo hora de que alguien se saltara un poco
las reglas.

Aunque no iba a poder intentarlo, de momento. Jack y


Eric entraron en el cuartel general de los Tejones, donde
algunos estudiantes estaban ya dirigiéndose hacia la sala de
prácticas. Ambos muchachos acudieron a sus dormitorios, y
enseguida Jack fue hacia su cama donde, debajo del colchón
para que nadie la viera, había dejado a Colmillo. Con un
rápido movimiento la sacó. Una vez más se admiró de cómo la
hoja parecía brillar con luz propia. Una espada hecha hacía mil
años por los herreros gigantes, según le había contado Nébula.
No había duda de que habían realizado un magnífico trabajo.
- ¡No puedo creerlo! -gritó anonadado Eric, al ver lo que
llevaba en la mano-. ¡Menuda espada! ¿De dónde la has
sacado?
- Me la dio mi tío -contestó con franqueza, aunque
extrañándose de la sorpresa de su amigo-. Ya te dije que había
practicado algo con la espada antes de venir aquí. Bien, pues
era él el que me daba clases, y me regaló su espada antes de
venir aquí.

75
Por toda respuesta, Eric sacó su propia espada. Jack
pudo ver que era una hoja de hierro templado y hábilmente
forjada, pero tan solo bonita al lado de la deslumbrante
Colmillo.
- Debes cuidar muy bien tu espada, Jack -comentó Eric en
tono suave-. Mira, yo soy un príncipe y ésta es la mejor espada
que mi padre me ha podido dar. La tuya no es algo común hoy
en día. Ignoro cómo ha podido ir a parar a manos de un simple
campesino de Vadoverde -no lo dijo con envidia, sino como
constatando un hecho que era realmente sorprendente- pero
guárdala bien.
El joven, pensativo, siguió el consejo de Eric y volvió
a guardar a Colmillo debajo del colchón de su cama. Eric hizo
lo propio y ambos empuñaron dos armas de prácticas, muy
semejantes a las que se utilizaban en el torneo, para que no
hubiera heridos de gravedad.
- Bueno, démonos prisa -le acució Eric-. Ya deben estar a
punto de comenzar las clases.
Salieron casi a la carrera de los dormitorios. Tan
deprisa iban que Eric se chocó con una chica en el primer
pasillo y ambos cayeron en desorden a los pies de Jack. Eric se
incorporó casi de inmediato, con aire enfadado. Jack
contempló cómo la chica se levantaba poco después. Era una
chica aproximadamente de su edad, pero apenas le podía ver la
cara porque permanecía con la mirada baja, y el pelo castaño y
enmarañado le caía sobre el rostro.
-¡Mira por donde vas, muchacha! -protestó Eric limpiándose
el polvo de su camisa.
-Yo…, lo… lo siento -tartamudeó con voz apenas audible. En
todo ese tiempo no levantó la vista del suelo.
- Bueno, está bien -gruñó Eric-, pero ve con más cuidado la
próxima vez.
La chica no añadió nada más y salió disparada hacia el
gimnasio de los Tejones. Eric la observó irse con el ceño
fruncido.
- Creo que la trataste con un poco de dureza, Eric –comentó
Jack en tono amable para que su amigo no se enojara.
76
- ¡Bah! Es una chica rara esa. Creo que se llama Karina -
comentó Eric, intentando olvidarse del asunto-. Llegó más o
menos a la vez que yo, y apenas ha abierto la boca desde que
ingresó en Los Tejones. No tiene amigos porque está chiflada
y además es una negada con la espada -terminó con una
carcajada.
Jack no dijo nada más pero en su interior reprobaba su
comportamiento con Karina. La chica era callada e
introvertida y no tenía amigos. Eso le recordaba
dolorosamente a él mismo. Por eso se hacía una idea de lo mal
que lo tenía que estar pasando y más aún si era el objeto de las
bromas de sus demás compañeros.
Fuera como fuese Jack se olvidó del tema en cuanto
llegaron a la sala de entrenamientos. Todos los estudiantes se
habían reunido allí y esperaban a que Garik diese la orden para
comenzar. Cada alumno empuñaba una espada de prácticas
como la que llevaban Jack y Eric. Garik dirigió a todos una
mirada hostil antes de comenzar a hablar.
- Bien, inútiles. Dentro de poco competiremos en el torneo, y
quiero saber cómo estáis de forma, así que os pondréis por
parejas y luchareis. Los nueve que queden al final serán los
que me acompañarán mañana en el torneo. ¿Habéis entendido?
Así lo hicieron. A Jack le tocó de pareja un chico
mayor que él, casi un año más, que le miró desdeñosamente al
ver que era un novato.
- Veamos cuánto dura el recién llegado -se burló el chico,
avanzando confiadamente hacia él.
Jack se puso tenso. El momento para el que había
estado preparándole su tío desde los siete años había llegado.
Para eso había renunciado a tener amigos y ser un chico
normal como los demás. Delante se encontraba un chico
mayor contemplándole con suficiencia, dando por hecho que
un novato no podría ser rival para él.
Estaba harto de esa pandilla de chulos creídos. Ahora
iban a ver de lo que era capaz. Había observado a los
estudiantes de los Tejones y entendía por qué iban tan mal en

77
el torneo. No contaban con buenos espadachines, así que no
iba a tener problemas en deshacerse de ese primer rival.
El chico le embistió con un movimiento brusco,
confiando en derribarle al primer golpe aprovechando su
mayor estatura, pero Jack simplemente se echó a un lado y le
esquivó con facilidad. Comparado con las acometidas de su tío
Tarken aquello era un juego de niños para él.
Su rival le miró con el ceño fruncido, sin entender
como había podido eludirle, y se echó otra vez sobre él en su
afán por derrotarle. Jack le evitó otra vez con la misma
sencillez. El otro perdió los estribos y se lanzó a por él de
golpe, tal y como era la intención de Jack desde el principio.
Las defensas de su rival quedaron al descubierto, y con una
rápida finta asestó un duro golpe en el costado con el revés de
su espada de prácticas.
El muchacho cayó al suelo dolorido, y varios de sus
compañeros que estaban alrededor suya se rieron de él al verle
derrotado por un mocoso que acababa de entrar en el grupo.
Las risas se fueron apagando a medida que Jack fue
derrotando a sus rivales uno por uno. Derribó a tres más con la
misma facilidad, y antes de que se diera cuenta quedaban
nueve estudiantes en pie. A su lado, Eric le contemplaba
boquiabierto, y no era el único.
- ¿Dónde demonios aprendiste a manejar la espada así? -le
preguntó con los ojos muy abiertos.
- No es para tanto -protestó Jack, repentinamente
avergonzado de que todos le prestaran atención-. He tenido
algo de suerte, nada más.
- Un poco más de suerte y ganaremos el torneo -bromeó otro
de los muchachos mayores que había quedado en pie, y que
estaba junto a Eric. Le tendió su mano-. Me llamo Honkar, soy
de Ergoth. Me enorgullezco de conocer a un chico tan joven y
tan hábil.
Jack le estrechó la mano confuso por la atención que le
brindaban de repente. Jamás había sido el centro de atención y
no sabía donde meterse, porque todos le miraban en esos

78
momentos. Afortunadamente unos gritos furiosos centraron el
interés de todos.
- ¡Estúpida inútil! -vio que Garik se burlaba de una chica,
golpeándola con la espada de prácticas pese a que ella había
caído al suelo y había sido desarmada. ¡Era Karina!- ¡No
sirves para nada!
Jack miró a su alrededor horrorizado, esperando que
alguien dijese algo, pero vio que los demás bajaban la vista,
como desentendiéndose del tema. Eric mismo parecía
contrariado pero se quedó quieto sin moverse del sitio.
Mientras tanto Garik seguía humillando a Karina, que
levantaba los brazos torpemente intentando parar los golpes
que le propinaba Garik. Durante una fracción de segundo Jack
vio la mirada de Karina a través de su mata de pelo enredado y
enmarañado, y aquello fue lo que le hizo decidirse a actuar.
Era una mirada llena de miedo y temor. Una mirada que
suplicaba porque alguien la ayudase.
-¡Detente! -gritó furioso, dando un paso adelante.
Se hizo el silencio.
Lentamente, Garik se desentendió de Karina giró su
vista hasta encontrar la de Jack. A su alrededor nadie
pronunciaba una palabra, la tensión se palpaba en el aire.
- ¿Qué has dicho, mocoso? -susurró Garik, expulsando
veneno con cada palabra que salía de su boca- ¿Me acabas de
dar una orden?
Nadie dijo nada. Jack tampoco sabía muy bien cómo
actuar. Simplemente había gritado siguiendo un impulso, en
un intento de que Garik dejase de maltratar a la joven, pero no
había medido bien las consecuencias de sus actos. El capitán
de los Tejones era un bravucón, y no dejaría que nadie le diese
órdenes, mucho menos un recién llegado.
Jack se veía sin salida cuando providencialmente
apareció Lorac, quien se interpuso entre ambos con el ceño
fruncido.
- ¿Qué ocurre aquí? -preguntó Lorac, asestándoles a los dos
una fría mirada- ¿Algún problema, capitán Garik?

79
- Oh, nada importante, señor -dijo éste sonriéndole
tranquilizadoramente-. Parece que este recién llegado se cree
capacitado para impartir órdenes.
- ¿Es eso cierto, alumno? -preguntó Lorac, clavando su
mirada en Jack.
El joven querría haberle contado lo que había pasado,
cómo Garik se divertía humillando a los que eran más débiles
que él pero se limitó a bajar la cabeza en señal de obediencia.
- Sí, señor. Así es.
- Muy bien, acompáñeme. Vamos a tener unas palabras con el
Gran Maestre. Los demás bajad al patio. Os toca
entrenamiento con el equipo de los Toros.
Siguió a Lorac sin una mirada atrás. No quería ver las
caras de sus compañeros, la decepción en la cara de Eric al ver
que le iban a echar de la Academia en su segundo día en ella.
Se imaginaba la decepción que sentiría su tío Tarken cuando
le viese regresar al poco de haberse ido.
- Eso ha estado muy bien, Jack -fueron las primeras palabras
que le confió Lorac en voz baja-. Jamás pensé que hubiera
alguien con los redaños suficientes para plantarle cara a ese
idiota de Garik.
- Entonces…, entonces visteis lo que pasó -Jack no salía de su
incredulidad-. ¡Me habéis sacado de allí como si hubiera
tenido la culpa de todo!
- Calla, no sabes lo que dices. Si te hubiera dado la razón no
te quepa duda de que Garik se hubiera vengado. Conozco a los
tipos como él, te aseguro que puede ser muy cruel cuando
quiere -cruzaron otro pasillo mientras se encaminaban hacia
los aposentos del Gran Maestre, que ya empezaban a serle
familiares al joven-. Ahora todos piensan que el señor Derek
te va a imponer un castigo, y Garik se olvidará del asunto.
Aún así hoy te has ganado un enemigo, Jack. A Garik no le
gustan los rebeldes. Sin embargo también has conseguido un
puesto en el equipo, ¡te felicito!
- Después de lo que ha pasado dudo que Garik me deje luchar
en el Foso.

80
- No, te equivocas -le contradijo Lorac-. Has quedado entre
los diez mejores, y eso es un hecho que ni siquiera Garik
puede negar. Si no te dejase participar todo el mundo lo vería
como un signo de que sus opiniones están por encima del
honor del equipo, eso es algo que no se puede permitir.
Lorac no añadió nada más porque acababan de llegar al
despacho de Derek. Los guardias de la puerta les anunciaron,
y desde dentro llegó la voz del Gran Maestre permitiéndoles la
entrada. Cuando Derek vio a Jack no dijo nada, tan solo se
limitó a enarcar una ceja mirando a Lorac como pidiéndole
una explicación. Éste le contó todo lo que había pasado sin
omitir ningún detalle. Finalmente, Derek asintió. Jack no sabía
si estaba orgulloso o decepcionado.
- Cómo me recuerdas a tu tío -dijo al fin el Gran Maestre,
sacudiendo la cabeza como si de repente le asaltaran
múltiples recuerdos-. Siempre fue igual de rebelde, no hay
duda de que ese carácter lo has heredado de él -se interrumpió
bruscamente como si dudase de lo que acababa de decir-. Sí,
está claro que has salido a él.
- No me importa ser rebelde si eso implica defender de una
humillación a los que son más débiles -dijo súbitamente,
sorprendiéndose a sí mismo con si osadía, y terminó con un
tardío “señor”.
Tanto Lorac como Derek le miraron asombrados.
¿Adónde había ido a parar aquel muchachito tímido de
Vadoverde? El Gran Maestre fue el primero en recuperarse de
las palabras del joven.
- No necesito que me des lecciones, Jack -le recriminó,
aunque suavizó sus palabras con una leve sonrisa-. Sé
perfectamente cómo defender la justicia sin necesidad de
transgredir las normas. Hiciste bien en defender a esa joven,
pero no has pensado en las consecuencias. Ahora el capitán
de tu equipo te ve como un rival. Mal asunto, pues puede
hacerte la vida imposible si quiere.
Jack enmudeció al recordar la personalidad de Garik.
Puede que Lorac le hubiese encubierto librándole de una
paliza en ese momento pero dudaba que el capitán de los
81
Tejones olvidara tan pronto el incidente. ¿Qué iba a ocurrirle
a partir de ahora? Ya había visto que nadie en el equipo era
capaz de plantar cara a Garik. Sería un problema para él que
tendría que defenderse solo.
- La viva imagen de tu tío -continuó el Gran Maestre con un
gesto de simpatía-. Por lo que me contaron, también era un
muchacho rebelde cuando entró en la Academia. No le
gustaban las injusticias y, sin embargo, quién lo iba a decir,
llegó a ocupar el cargo de Gran Maestre.
Jack se quedó de piedra. ¡Su tío había sido una vez el
hombre más importante de la Hermandad del Hierro! Y lo que
más le sorprendía, ¿por qué nunca se lo había contado? A su
lado, Lorac enarcó las cejas dubitativo intercambiando una
mirada de desconcierto con su superior. Éste le devolvió la
mirada rápidamente. Era obvio que algo había pasado entre
ellos, más lo que pudieran decirse.
- No puedo creerlo -murmuró Jack anonadado- ¿Por qué no
me contó esto Tarken? Pensaba que confiaba en mí.
- Sus razones tendría -se apresuró a intervenir Lorac,
intentando que olvidara aquel asunto-. No debes darle más
importancia de la que tiene, amigo mío. Lo que queríamos
decirte con esto es que debes andarte con más cuidado a partir
de ahora, pero sin dejar que nadie te pase por encima.
Defiende tus convicciones pero con prudencia.
- Es decir, sé inteligente, joven -añadió Derek, tomando
asiento frente a su mesa de trabajo-. De nada servirá
enfrentarte a Garik abiertamente, pues llevarías las de perder.
Sin embargo, hay otras formas de actuar -se levantó
repentinamente como si considerara que ya habían hablado
demasiado-. Pero ya está bien de sermones. Vuelve al patio
con los demás, e intenta poner cara afligida. Se supone que te
hemos aplicado un castigo.
Jack no dijo nada más, pues consideraba que tenía
muchas cosas en qué pensar, y salió de la habitación tras
hacer una ligera inclinación ante Derek. Éste sonrió. Era
evidente que el chico tenía carácter, guardado tras largos años

82
de soledad sin más compañía que la de Tarken, pero ahora se
empezaba a manifestar.
- ¿Por qué le has contado lo de Tarken? -dijo Lorac una vez
el muchacho hubo abandonado la estancia-. Quedamos en que
aún no le contaríamos nada sobre su pasado ni relacionado
con él.
- No creo que revista mayor importancia, Lorac -se encogió
de hombros el Gran Maestre-. Pensaba que si sabía eso le
motivaría para comportarse mejor.
- De todas formas es arriesgado -interrumpió una nueva voz,
y la robusta figura de Valian salió de entre las sombras,
imperceptible para los demás, como siempre-. Saber esto le
puede llevar a hacerse preguntas sobre su pasado, y por qué
Tarken nunca le contó nada.
Lorac sacudió la cabeza cuando vio a Valian. Aunque
le conocía desde hacía tiempo, no había imaginado que
pudiera estar escondido escuchando todo lo que decían.
- Sea como sea, ya está hecho -sentenció Lorac, recorriendo
la estancia con la mirada por si pudiera haber más personas
escondidas-. ¿Estás vigilándole, entonces? -preguntó al
hombre de mirada imperturbable.
- Así es -asintió Valian-. No le pierdo de vista más que en los
momentos en que me reúno con vosotros. El chico es
especial, de eso no cabe duda. Nada más llegar se ha
relacionado con el hijo menor del rey Alric de Kirandia, y ha
plantado cara al bravucón de Garik. Le he visto manejar la
espada, y es bueno, muy bueno. En unos años podemos tener
a un auténtico líder entre nosotros.
Valian no agregó nada más, como si se hubiera
cansado de hablar tanto. Fue entonces cuando se oyó un
sonido que parecía el gorjeo de un pájaro. Sin embargo,
significaba mucho más para los tres hombres que estaban allí
reunidos.
- De acuerdo. Parece ser que finalmente se han decidido a
enviarle -asintió con satisfacción el Gran Maestre.

83
- El emisario de Kirandia -adivinó enseguida Valian. A su
lado, Lorac permaneció con el semblante imperturbable, pero
apretó los puños en señal de nerviosismo.
Derek se dirigió hacia una de las paredes de la estancia,
seguido de sus dos compañeros. Puso una mano sobre uno de
los candelabros que adornaban su habitación y se volvió hacia
ellos.
- Me gustaría que os quedarais. Finalmente, Alric ha
decidido enviarnos noticias, y quiero que os quedéis a
escucharlas.
Derek hizo girar el falso candelabro en el sentido de las
agujas del reloj. Casi de inmediato, una parte de la pared
cedió dando paso a un oscuro corredor, oculto hasta entonces
a la vista de cualquiera. En medio de él se erguía una esbelta
silueta encapuchada, que sin embargo se alarmó al ver que
dos hombres acompañaban al Gran Maestre. Éste le hizo un
gesto de calma.
- Tranquilizaos, señor -dijo Derek-. Éstos son dos de mis
hombres de confianza: Lorac es mi Maestro de Armas y
Valian mi consejero.
El hombre asintió más tranquilo y se bajó la capucha,
revelando una faz apacible pero de trazos firmes. Rondaría los
cuarenta años y un ancho bigote le surcaba el rostro.
- Me alegro de conocerles -contestó el hombre haciéndoles
una reverencia a la antigua usanza-. Soy Sir Belerion,
Caballero de Kirandia. Os traigo los saludos del rey Alric y
nuevas que debéis conocer.
- Pasad y poneros cómodos, Sir Belerion -le invitó el Gran
Maestre con un gesto de la mano-. Estáis entre amigos y
podéis hablar con total libertad. Nada de lo que aquí se diga
saldrá de estas cuatro paredes.
El Caballero de Kirandia tomó asiento en un
confortable sillón, y aceptó el vino que le sirvió el propio
Lorac. Parecía cansado y el reborde de su capa se mostraba
manchado tras lo que tenía que haber sido una dura marcha
por el bosque.

84
- No os preocupéis, señor. He tenido un viaje bastante
apacible -dijo Belerion al ver las miradas de los otros-. Las
indicaciones que nos disteis para poder cruzar sin problemas
el Gran Bosque nos fueron de mucha ayuda. Si parezco
abatido es por otros motivos -bebió un largo trago de vino
como para darse fuerzas-. Mucho me temo que las noticias
que traigo no son demasiado buenas.
El Gran Maestre intercambió una grave mirada con sus
dos confidentes, y se volvió para mirar al enviado.
- Hablad, pues, Sir Belerion. Ansío tener noticias de primera
mano del rey Alric y de Kirandia.
- Corren malos tiempos, mis señores -comenzó a hablar
Belerion, tras dejar la copa de vino sobre una mesilla que
tenía cerca-. Desde hace unos meses y siguiendo las
recomendaciones que nos habéis dado, hemos incrementado
el tráfico de armas de hierro para aumentar nuestras defensas.
Tanto movimiento ha comenzado a despertar las sospechas de
los Hijos del Sol y del Supremo Reino, de manera que el
Supremo Rey nos ha dejado tan solo una salida para no
declararnos la guerra por ignorar la Prohibición sobre el
hierro.
- ¿De qué se trata? -inquirió el Gran Maestre con semblante
preocupado.
- Los Hijos del Sol, bajo el beneplácito del Supremo Reino
de Angirad, nos han enviado un embajador, que actuará de
consejero del rey Alric y estará encargado de supervisar
nuestras actividades -recitó Belerion como si se hubiese
aprendido las palabras de memoria y le dejaran un mal sabor
de boca tener que pronunciarlas-. Así es, mis señores. El rey
Alric tiene ahora las manos atadas por culpa de ese embajador
que vigila todos sus movimientos de cerca. Una de las
razones por las que vengo es para anunciaros que no
podremos recibir más armas de hierro hasta que el embajador
se marche de Kirandia.
Con un profundo suspiro Derek se dejó caer sobre un
sofá cercano adonde estaba sentado el Caballero de Kirandia.

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- Malas noticias me traes, amigo mío -afirmó Derek
lúgubremente-. El rey Alric es el único que nos apoya en
estos momentos. Sin su ayuda nuestra situación se complica
ante los que se avecina.
- Ese es otro de los asuntos de los que quería hablaros, mi
señor -continuó Belerion sin abandonar su voz grave-.
Alertado por vuestros avisos, el rey Alric decidió enviar una
patrulla por el Camino del Norte, que llegó hasta los límites
de la Marca Helada -su tono se hizo ahora mucho más bajo y
tenso-. Allí divisaron en la lejanía grupos de trasgos, ¡y con
ellos iban lobos, señor! No se atrevieron a ir más allá pero
aseguraron que se dirigían hacia el Norte. Todo esto que os
cuento ocurrió no hace más de dos semanas.
El Caballero de Kirandia terminó de hablar y por un
momento reinó el silencio en la habitación. Lorac fue el
primero en decidirse a hablar.
- Parece ser que el enemigo se mueve más rápido de los que
suponíamos -arguyó con el ceño fruncido-. Habrá que
empezar a pensar en movernos.
- ¿Te refieres al chico? -preguntó Derek enarcando las cejas.
- Él no está todavía preparado para esto, en absoluto -
intervino Valian que hasta entonces había permanecido
callado-. Le quedan meses de preparación en la Academia
antes de poder darse a conocer.
- ¿El chico? ¿A quién os referís, mi señor Derek? -Belerion
les observaba con perplejidad.
Derek hizo una mueca. Había temas que era mejor no
hablar todavía, y ese era un asunto del que solo había hablado
con el propio Alric. Jack debía permanecer todavía en el
anonimato.
- Un asunto menor, Sir Belerion -le restó importancia el Gran
Maestre, haciéndoles un gesto de advertencia a sus
compañeros para que guardaran silencio-. Sin embargo, son
noticias preocupantes las que me traéis sin duda, amigo mío.
Enviadle un mensaje a Alric cuando volváis. Decidle que no
haga nada que pueda poner en peligro a Kirandia mientras el
embajador de los Hijos del Sol permanezca a su lado. Cuando
86
llegue el momento de que la Hermandad del Hierro entre en
juego él será el primero en saberlo, pero de momento
debemos actuar con cautela.
Belerion pareció que iba a añadir algo más pero optó
por asentir simplemente con la cabeza.
- Decidle igualmente que puede estar tranquilo en cuanto a
sus hijos. Su entrenamiento aquí va muy bien, los dos gozan
de excelente salud y una buena preparación.
- Me alegra oír eso, señor -respondió Belerion-. Con todo lo
que está ocurriendo el rey Alric extraña a menudo a Cedric y
a Eric. Le alegrará saber que se encuentran bien.
El Caballero de Kirandia no añadió nada más y, tras
hacer una reverencia al Gran Maestre, dio media vuelta y se
fue por el mismo corredor. La sala quedó silenciosa y fría tras
su marcha. Derek fue el primero en romper el tenso silencio.
- Bien, Valian, quiero que sigas vigilando de cerca al chico.
Ahora más que nunca es de vital importancia que no le ocurra
nada malo. Creo que está seguro aquí pero prefiero no correr
riesgos.
- Así lo haré, señor -asintió Valian- ¿Tenéis pensado actuar
de algún modo?
- Por el momento será mejor no hacer nada, no quiero
precipitarme, amigo mío -contestó el Gran Maestre-. Cuando
llegue el momento lo sabréis, os lo prometo.
Derek no dijo nada más y tanto Lorac como Valian le
dejaron solo. Cuando se hubieron ido, el Gran Maestre se
quedó en la habitación con la única compañía de sus
pensamientos y estos no eran muy tranquilizadores.

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88
CAPITULO 5
La primera derrota

Jack llegó tarde al cuartel general de los Tejones


cuando ya todos dormían. Intentando no hacer ruido se metió
en la cama sorprendiéndose de encontrar un pequeño sobre su
almohada. Lo abrió y a la luz de la luna consiguió distinguir
unas breves frases escritas con un trazo fuerte y enérgico. La
carta decía tan solo:

Mañana al amanecer combate en el Foso contra el equipo de


Los Jabatos

Levantó la cabeza de la carta. Así pues ya era oficial, al


día siguiente combatiría junto con otros nueve compañeros en
el Foso. Finalmente, Garik había decidido seleccionarle pese a
lo ocurrido, tal y como le había asegurado el Gran Maestre. Se
quedó pensativo sin saber muy bien cuáles eran sus
sentimientos en ese momento. Por un lado pensaba que su tío
Tarken estaría orgulloso de él, había conseguido destacar
dentro de su equipo y tan solo llevaba unos días en la
Academia, pero por otro lado tampoco estaba ahora muy
seguro de querer satisfacer los deseos de su tío.
Su tío, que le había ocultado que una vez fue el hombre
más importante de la Hermandad del Hierro. No entendía por
qué lo había ocultado.
Se preguntaba cuántos secretos más guardaría Tarken
que no le había querido revelar, por qué nunca se lo había
dicho, ¿es que acaso no confiaba en él? Era lo único que se le
ocurría. Su tío siempre había sido muy reservado y escueto en
lo que se refería a su pasado, pero Jack no alcanzaba a
comprender, si le había contado de la Hermandad del Hierro,
por qué nunca le había dicho que fue Gran Maestre.

89
Con aquella duda quedó dormido. Al día siguiente le
esperaba un gran día, y quería hacerlo bien no por su tío ni por
nadie más. Quería hacerlo bien por él mismo.

Se despertó al sentir que le zarandeaban. Abrió los ojos


aún amodorrado, pues todavía era muy temprano, y vio a Eric
que no dejaba de agitarle por los hombros. El joven tenía la
cara roja de excitación.
- Vamos, Jack, hoy es el gran día -le dijo con voz nerviosa-.
Por fin vamos a entrar en el Foso.
Jack se incorporó de la cama con aspecto cansado. A
su alrededor todo era actividad, pues aunque la mayoría de los
componentes del equipo no participaría en la competición ese
día, era costumbre que fueran al Foso a animar a los suyos. A
los lejos oía el vozarrón de Garik dando órdenes. Jack
esperaba por su bien que se le hubiera pasado el enfado del día
anterior.
- Antes de que te vistas quería preguntarte algo -dijo Eric-.
¿Te castigaron mucho ayer por orden del Gran Maestre?
-Oh, eso, pues…., -tenía que pensar en algo rápido-. Fue
desagradable, el Gran Maestre me sermoneó, va a pensar un
castigo severo para mí.
- Pobre -Eric le miró con cara de pena-. Ayer hiciste algo
increíble. Jamás tendría el valor para hacer algo así. Karina es
una chica un poco rara pero no merecía lo que le hizo Garik -
su rostro se animó de repente-. Estuve hablando con otros
chicos que también han recibido palizas de Garik. Todos te
apoyan, en secreto claro, pero admiran que alguien le haya
plantado cara. Sobre todo estamos esperanzados en poder
ganar hoy con tu participación, nos has impresionado con tu
forma de combatir.
Jack no contestó. Odiaba tener que mentirle a un
compañero pero el Gran Maestre le había dicho que hiciese
creer que le habían castigado duramente. Intentando olvidar
aquel tema se vistió con rapidez colocándose una cota de
mallas que le habían dado. Las armas que utilizaban eran

90
romas pero podían romper algún hueso, con esa protección
minimizaría en gran parte el riesgo.
Se disponía a salir de los dormitorios del equipo junto
a Eric, pero justo en la puerta se encontró a Karina, que
parecía esperarle como siempre con la cabeza baja.
- Gracias por tu ayuda ayer…, Jack -tartamudeó la chica.
- Eh, no fue nada, de verdad -contestó sin saber muy bien qué
decir.
- Te estaré animando en el combate –añadió la chica
atropelladamente, y se marchó disparada sin que pudiera
replicarle.
- ¡Qué rara es!-bufó Eric sacudiendo la cabeza-, pero le
gustas, jaja, creo que es la primera vez que habla tanto con
alguien.
Jack no sabía que decirle, cuando en ese momento vino
en su ayuda la advertencia de Garik por quedarse rezagados.
Bajaron todos al patio, bajo un cielo encapotado como
correspondía a una fría mañana de Febrero. Los diez
muchachos que participarían en la competición encabezaban la
marcha liderados por Garik, que avanzaba pavoneándose y
dándose importancia. Apenas tardaron en llegar al área del
Foso. A Jack se le hizo un nudo en la garganta al ver que
habían llegado otros alumnos que se arracimaban en los
aledaños de la zona de competición. No había tanta gente
como el día anterior pero seguían siendo muchos para el gusto
del joven que temía hacer el ridículo ante tanta gente.
A su lado oyó más suspiros nerviosos, incluyendo un
jadeo de Eric. Bueno, al menos no era el único que estaba
inquieto en esos momentos.
La gente les abrió paso hasta que llegaron al borde del
Foso. Allí vio Jack que unas cuerdas colgaban de las
barandillas y terminaban en el fondo. Se volvió para mirar a
Eric.
- Debemos descolgarnos por ellas, Jack -le dijo a modo de
explicación su compañero-, es la única forma de bajar.
Suspiró resignado. Poco a poco se fue descolgando
hasta que por fin sus pies pisaron por primera vez desde que
91
había llegado a la Academia, la corta y verde hierba que
cubría toda la zona de combate. Vio que en el otro extremo del
Foso los diez componentes de los Jabatos habían hecho lo
mismo. Ya estaban todos en el terreno de competición. El
momento de la verdad había llegado.
Garik se volvió hacia ellos con el ceño fruncido. Se
notaba que estaba nervioso, su voz era tan desagradable como
siempre cuando les habló.
- Bien, hatajo de gandules, os recordaré algunas cosas, en
especial a los nuevos, para que no lo estropeen todo -aquí le
dirigió una mirada a Jack que era de todo menos cariñosa-.
Nuestro objetivo es hacernos con la bandera enemiga pro
también proteger la nuestra -señaló su propia bandera de color
rojo que ondeaba cerca de donde estaban y también la del
equipo contrario, que se erguía tras los diez chicos que hoy
serían sus rivales, en el otro extremo del Foso-. Recordad que
si os alcanzan los árbitros decidirán con toda probabilidad que
estáis fuera del juego, así que procurad que no lo hagan.
¡Quiero gente con sangre en las venas, no alfeñiques!
Jack miró hacia los cinco árbitros que observarían el
combate desde dentro del Foso pero a un lado para no
interferir. Eric le había explicado que si un contrincante
conseguía alcanzarle con su espada de prácticas, los árbitros
eran los que decidirían si el impacto había sido
suficientemente grave como para dejarte fuera de juego o si
por el contrario les parecía que podías continuar.
- Cinco de vosotros permanecéis custodiando la bandera, y
otros cuatro vendrán conmigo al centro del Foso para
enfrentarnos a los Jabatos -continuó gritando Garik, mientras
en el otro extremo el capitán del equipo rival hacía
exactamente lo mismo-. Así que quiero a cuatro más conmigo.
Eligió a cuatro chicos, entre los que no estaban ni Jack
no Eric, pero si Honkar, que tan bien le había caído el día
anterior. Jack miró un poco confuso a su alrededor. Así que su
tarea sería mirar mientras cinco miembros de su equipo se
batían contra otros tantos del equipo contrario. ¿Pero qué clase

92
de estrategia era esa? Se volvió a mirar a Eric, mientras Garik
conducía a sus cuatro compañeros al centro del Foso.
- ¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué no vamos a ayudarlos? -
preguntó furioso de que nadie se diera cuenta.
- Así se han hecho siempre las cosas, Jack -contestó Eric, cada
vez más nervioso, a medida que se acercaba el momento de
entrar en combate-. Hay que dejar gente para proteger la
bandera. Si fuésemos todos al centro del Foso nos la podrían
quitar con facilidad en una maniobra por los extremos.
Jack gruñó en señal de desacuerdo pero no tuvo tiempo
de responder a su compañero pues los árbitros acababan de dar
la señal de comienzo. Observó cómo Garik, Honkar y los otros
tres miembros del equipo iban al encuentro de otros cinco
chicos del equipo de los Jabatos que, al igual que ellos, habían
dejado a otros cinco protegiendo su bandera.
A su lado Eric bufó angustiado al ver el encontronazo
en pleno centro del Foso. Desde el principio los Jabatos
llevaron la iniciativa, pues eran mejores espadachines. Uno de
los Tejones cayó, y casi al momento Honkar fue también
derribado. En ese instante había cinco Jabatos luchando contra
tres Tejones, que reculaban constantemente debido a su
inferioridad numérica.
“¿Qué demonios hacemos aquí? -se preguntó
interiormente Jack- ¿es que nadie se da cuenta de que así
perderemos? ¿Por qué no podemos ir a ayudarles?”
Se giró ahora hacia sus cuatro compañeros, que
miraban el combate con nerviosismo echándole continuos
vistazos a la bandera que había clavada a sus espaldas y que se
mecía suavemente al compás del viento. Nadie hacía el más
mínimo gesto de ir en ayuda de sus amigos que estaban siendo
claramente derrotados. Incluso Eric sujetaba con temor su
espada de prácticas sin saber muy bien qué hacer.
No podía más. Tenía que hacer algo. Otro de sus
compañeros cayó en el centro del Foso. Ya eran solo Garik y
otro más luchando contra cinco. No durarían mucho a ese
ritmo.

93
- ¡¡Ya basta!! -gritó volviéndose hacia Eric y los demás- ¡Voy
en ayuda de los demás! ¡El que quiera que me siga!
Y sin echar un vistazo atrás salió corriendo hacia el
centro del Foso, dejando a sus cuatro compañeros asombrados.
Como una gacela se presentó en el lugar donde Garik
junto con otro chico más retrocedían ante los cinco miembros
del equipo de los Jabatos. Nadie le había visto llegar. Nadie
esperaba que alguien rompiese las estrategias del equipo que
siempre habían sido respetadas. No miraron a sus espaldas, y
esa fue la razón de que les pillara por sorpresa.
El primer Jabato cayó al suelo confuso tras recibir un
golpe de la espada de prácticas de Jack por la espalda. Los
árbitros miraron atónitos al muchacho que acababa de irrumpir
bruscamente en el combate, pero no tuvieron más remedio
que eliminar al caído, pues Jack no había vulnerado ninguna
regla del juego. Simplemente se había saltado las órdenes de
su capitán, no había regla que prohibiera eso.
Los otros cuatro Jabatos se volvieron asombrados al
ver al recién llegado, pero no suficientemente rápido para
Jack. De un nuevo mandoble mandó a otro de Los Jabatos al
suelo. ¡Había derribado a dos el solo!
- ¡Vamos, ya son nuestros! -gritó a Garik y a su compañero-
¡Si atacamos todos a la vez no podrán con nosotros!
Para entonces los tres miembros del equipo de los
Jabatos se habían recuperado de la sorpresa inicial y hacían
frente a la nueva amenaza. Pero ahora eran tres contra tres,
vio Jack entusiasmado. En ese momento de excitación se veía
capaz de vencer a cualquiera que se le pusiera por delante.
- ¡¿Cómo te atreves a desobedecerme, maldito estúpido?! -
chilló Garik fuera de sí, y antes de que Jack pudiera
reaccionar le propinó un puñetazo en plena barbilla que le tiró
al suelo.
Intentó levantarse pero la cabeza le daba vueltas.
¡Garik le había atacado a él, a un miembro de su propio
equipo! A través de la neblina que cubría sus ojos vio que los
árbitros se miraban entre sí aturdidos, seguramente era la
primera vez que veían a gente del mismo equipo luchando
94
entre sí. Observó también que Garik era derribado por uno de
los Jabatos. En la pelea con Jack habían aprovechado para
atacar al capitán de los Tejones.
No podía ser. Había estado seguro de que podían
ganar, y ahora estaban haciendo un ridículo espantoso,
atacándose entre sí. Por esto es posible hasta que le
expulsaran de la Academia.
Ese fue su último pensamiento. Luego perdió el sentido
y ya no vio ni oyó nada más.

Se despertó con un intenso dolor de cabeza. Se palpó la


barbilla allí donde le había golpeado Garik, notando que
todavía le dolía. Poco a poco se atrevió a abrir los ojos, y vio
que estaba tumbado en su cama con Eric sentado a su lado. Le
contemplaba despertar con una mezcla de exasperación y de
admiración al mismo tiempo.
- ¿Qué ha pasado con el combate? -fue lo primero que
preguntó.
- Hemos perdido, como siempre -confesó su compañero con
aspecto abatido-. Tras tu caída Garik fue abatido también, al
igual que Menesk. Éramos cuatro protegiendo la bandera
contra ocho de Los Jabatos. Conseguí tumbar a uno pero
terminaron por derrotarnos.
- Vaya, qué mala suerte -gruñó Jack decepcionado.
- ¡Mala suerte! ¿Eso es lo único que se te ocurre decir? -le
recriminó su amigo sacudiendo la cabeza-. La has armado
buena, Jack, ahora mismo Garik quiere matarte. Lo que
hiciste esta mañana es algo que nadie ha hecho nunca. Todo
el mundo lo comenta. Creo que nadie en la historia de la
Academia había roto las reglas de ese modo en el Foso.
Desobedeciste las órdenes de Garik de quedarnos custodiando
la bandera, y decidiste por tu cuenta y riesgo ir a pelear con
los demás. ¿En qué estabas pensando?
Jack iba a responderle cuando una voz salió en su
ayuda:
- Pensaba en ganar. Y a punto hemos estado de conseguirlo.
Si Garik no hubiese atacado a Jack y se hubiese puesto de su
95
lado en el combate podríamos haber ganado, y en eso
coinciden hasta los del equipo de los Jabatos.
Jack se volvió sorprendido al ver que Karina también
estaba junto a él. Se encontraba un poco más apartada, pero
por primera vez había levantado la cabeza y una chispa de
orgullo se leía en sus ojos. Ahora que podía distinguir mejor
su cara Jack se sorprendió de que no era tan fea como creía.
Si se arreglara un poco más sería hasta una chica guapa, o
casi.
- Bueno, en eso tiene un poco de razón -admitió Eric a
regañadientes, furioso de tener que darle la razón a Karina-.
La verdad es que les pillaste por sorpresa, Jack, los Jabatos
estaban desconcertados.
- ¿Qué dicen los demás? -preguntó con un suspiro de
cansancio.
- Hay dos opiniones. La mayoría piensa que estás loco por
desobedecer las órdenes de Garik, pero unos pocos piensan
que actuaste con valentía, que podríamos haber ganado
gracias a ti.
- Lorac, el Maestro de Armas, ha dicho que no se te
impondrá ningún castigo por tu pelea con Garik -intervino en
ese momento Karina con una sonrisa tranquilizadora,
ganándose una mirada enfadada de Eric, quien seguía
teniéndola por una loca peligrosa-. Dice que son asuntos
internos de cada equipo y que deben resolverse entre los
miembros.
Jack asintió con aire ausente. Le preocupaba más lo
que le haría Garik. Sabía que era un tipo orgulloso y temía su
reacción más que cualquier castigo que Lorac pudiese
imponerle.
De repente se hizo la luz en su cabeza. ¡Ya sabía cómo
vencer en la próxima competición! Por fin había dado con lo
que llevaba días dándole vueltas en su cabeza, desde que
viera por primera vez los combates en el Foso.
Miró a sus dos compañeros, y tomó una decisión.

96
- ¿Confiáis en mí? -les preguntó a bocajarro, dejándoles
momentáneamente aturdidos-. Decidme de verdad si confiáis
en mí.
- Yo sí -dijo Karina sin titubear.
- S…, sí –afirmó más dubitativo Eric, que se veía envuelto en
un nuevo lío.
- Bien, pues quiero que les digáis a los otros chicos que han
competido hoy que se reúnan conmigo esta noche, pero no se
lo digáis ni a Garik ni a nadie de su confianza -se volvió hacia
Eric-. ¿Conoces algún lugar donde podamos reunirnos en
secreto? No quiero hacer a nadie más partícipe de mis planes,
y si Garik se entera de que nos reunimos entonces sí que me
matará.
- Hay una arboleda de pinos en una esquina de la muralla -
dijo Eric con cara de susto ante lo que estaba tramando su
amigo. Si Garik se enteraba de que se reunían a sus espaldas
su furia sería terrible-. Los guardias de la muralla no le
prestan atención y nadie va allí después del anochecer.
- Bien, diles a los demás que si quieren ganar la próxima
competición esta noche nos veremos allí.

El resto del día intentó pasar lo más desapercibido


posible. Aquella tarde entrenó en silencio bajo la supervisión
de Lorac, quien no le dirigió la palabra en las dos horas que
estuvieron practicando con la espada a su cargo. Aún no sabía
qué pensaba Lorac aunque sí podía darse cuenta de lo que
pensaba el resto de muchachos. La mayoría lo señalaba con el
dedo cuando se encontraba cerca, empezaba a tener tanta
fama de loco como Karina. Sin embargo, entre tantas burlas y
bromas que le dirigieron creyó captar algún que otro gesto de
aprobación. No todos reprobaban su forma de actuar, y
también había gente que opinaba que si Garik no se hubiera
revuelto contra él los Tejones podrían haberse alzado con la
victoria.
Cuando hubo acabado el entrenamiento volvió con los
demás a la sala común del cuartel general de los Tejones. Allí
se cruzó con Honkar, quien le guiñó el ojo y le sonrió
97
discretamente. Seguramente habría recibido el mensaje de
Eric y lo vería al anochecer. Después del propio Eric y
Karina, era el único con quien había trabado amistad dentro
del equipo.
Iba distraído cuando sintió que le agarraban
violentamente del cuello de la camisa y le acorralaban contra
la pared. Ante él vio la cara de Garik, roja de ira como un
tomate a punto de reventar. A su lado había cinco de sus
muchachos de confianza, que le miraban por encima del
hombro de su jefe esbozando sonrisas aviesas.
Como si hubiesen estado de acuerdo los demás
desaparecieron de la sala común como por arte de magia. En
un momento, Jack se había quedado solo con Garik y sus
cinco matones.
- ¡Escúchame bien, rata de pueblo! -susurró Garik a su oído,
casi ahogándose de rabia y a punto de estrangularle-. Ésta es
la última vez que desobedeces una orden mía ¿te queda claro?
Si lo haces aunque sea una vez más, te mataré, te lo juro,
aunque me expulsen de la Academia.
Soltó a Jack y le hizo una seña a sus amigos para dejar
la sala común. Jack quedó solo en la enorme sala. Todos se
habían ido, dejándole solo frente a Garik. En aquellos
momentos Jack dudó sobre si seguir adelante con sus planes
de verse en secreto con los demás. ¿De verdad le importaba
tanto ganar? Jack dudaba de que Garik cumpliese realmente
su amenaza pero no quería tampoco tentar a la suerte. ¿Y si se
olvidaba del tema y cumplía con los que se pedía de él?
Acatar sus órdenes y perder las competiciones en el Foso. Al
cabo de unos años pasaría a ser un miembro más de la
Hermandad del Hierro que había pasado sus años de
estudiante sin pena ni gloria y punto. No tenía que buscarse
más problemas ni poner en riesgo su integridad física
desafiando al capitán de su equipo.
En esos momentos se acordó de Cedric, el hermano de
Eric, enarbolando la bandera del equipo rival tras la victoria
de los Fénix. Fuerte y poderoso, un verdadero líder, querido y
admirado por los demás. Eran gente como él las que
98
cambiaban el mundo para mejor, y Jack supo entonces que él
quería eso. Deseaba ser recordado por haber cambiado las
cosas, por ayudar a sus compañeros a ser los primeros en la
competición del Foso. Quería que Eric aprendiera a tener
confianza en si mismo, que Karina perdiera sus miedos y para
eso tenía que seguir adelante con sus planes.
Y lo haría.
En esos momentos no pensó en las consecuencias de
llevarle la contraria a Garik. Esperó pacientemente y en
silencio a que todos acabaran de cenar. Pronto anochecería y
era entonces cuando los miembros de cada equipo tenían un
poco de tiempo libre para el ocio. La mayoría se quedó en la
sala común jugando a los dados o hablando, algunos fueron a
dar un paseo por los corredores del castillo, no así Jack.
Aprovechó un instante en que nadie le prestaba
atención para salir de la sala común de los Tejones. Una vez
en los pasillos intentó pasar lo más desapercibido posible
hasta que llegó a las puertas interiores del castillo. No estaban
vigiladas y permanecían abiertas, pues los guardias se
preocupaban de vigilar el exterior situados en las almenas de
la enorme muralla que rodeaba la Academia.
Vio que había muchos guardias en las almenas de las
murallas, pero que ninguno miraba, efectivamente, hacia el
interior del castillo lo cual le ayudó a escabullirse. Divisó la
arboleda de pinos de la que había hablado Eric. Era un
pequeño bosquecillo de pinos situado discretamente a un lado
del interior de las murallas. Resultaba perfecto para
encontrarse con discreción, ninguno de los guardias de las
murallas les vería allí y tampoco les oirían.
Entró en la arboleda sigilosamente y ya una vez dentro
se relajó. Continuó andando hasta llegar a un pequeño claro
situado justo en el centro del pinar, y entonces vio con
sorpresa que los demás ya habían llegado.
Sintió un gran alivio al ver a Eric, que estaba hablando
con Honkar en esos momentos. También estaban allí Menesk
y Trevor, que habían combatido a su lado aquella mañana.
Incluso observó a Karina que le sonrió débilmente al verlo
99
llegar. Eran quince en total, muy pocos era cierto, pero
contaba con la mayoría de los que habían combatido en el
Foso contra el equipo de los Jabatos.
- Aquí estamos, Jack -anunció Eric hablando en voz alta para
que lo oyeran todos-. Los que hemos venido lo hemos hecho
porque te hemos visto luchar hoy y casi llevarnos a la
victoria.
- Así es -sonrió ampliamente Honkar-. Has actuado con
valentía, Jack. Quiero que nos enseñes a ganar. Sé que
contigo podremos conseguirlo, y creo que todos los que
estamos aquí piensan lo mismo.
Se oyeron murmullos de asentimiento y admiración por
la valentía exhibida por Jack en el Foso esa mañana. Les miró
a todos uno por uno, y vio decisión en sus miradas aunque
también miedo.
- Antes de nada quiero advertiros de una cosa -dijo a todos,
sintiéndose incómodo. Era la primera vez que se dirigía a un
grupo tan grande de gente-. Sabed que lo que vamos a hacer
va contra las órdenes de Garik, y la próxima vez que
combatamos en el Foso no actuaremos de acuerdo a sus
órdenes. Daros cuenta de que los que estamos aquí nos
convertiremos en objetivos de Garik a partir de este momento
-levantó la cabeza y tragó saliva-. Sabiendo esto, ¿estáis
dispuestos a seguir mis indicaciones?
Los demás se miraron unos a otros esperando que
alguien dijera algo. Finalmente fue Eric el primero que dio un
paso al frente.
- Estamos contigo, Jack. Reconozco que tengo cierto temor
pero estoy harto de la prepotencia de Garik, quiero hacer algo
para que dejemos de ser los últimos del torneo -se volvió
hacia los demás y dijo - ¿O no es cierto que no hacemos más
que perder? ¿Quién recuerda la última vez que los Tejones
ganaron una competición en el Foso? Estoy cansado de ser la
mofa del resto de equipos de la Academia. Confío en Jack y
sé que él puede llevarnos a la victoria, ¿estáis de acuerdo?
Los demás asintieron unánimemente. Ninguno de los
quince que estaban en la arboleda de pinos se fue del lugar.
100
Jack se sintió satisfecho. ¡Tenía a su lado a gente que estaba
dispuesto a seguirle! No podía decepcionarles. La próxima
vez que combatieran en el Foso se jugarían mucho y no podía
fallarles a los que ahora creían en él.
- Muy bien, os explicaré mi plan -comenzó a hablar mientras
buscaba las mejores palabras con las que expresarse-. Hoy
habéis visto que he pillado por sorpresa a los que combatían
en el centro del Foso. Hemos estado a punto de ganar y era
yo solo. ¿Qué ocurriría si los diez que competimos en el Foso
fuéramos a la vez a luchar? El resto de los equipos suele
mandar a solo cinco a batirse en el centro del Foso.
¡Imaginaos, diez de nosotros contra cinco del equipo rival!
Les superaríamos en número y, mientras reaccionaban, la
victoria sería fácil. Creo que la clave está en que no debemos
dividirnos. Todos los demás mandan a cinco de su equipo a
luchar al centro del Foso y a otros cinco protegiendo la
bandera. Opino que la clave de la victoria está en que
mandemos a los diez a luchar simultáneamente.
- Es una locura -era Trevor el que hablaba, y lo hacía con
calma, como explicando un hecho obvio-. La razón de que se
dejen compañeros junto a la bandera es para que no la
capturen los del equipo contrario. Si vamos los diez al centro
del Foso cualquiera de los del equipo rival podría rodearnos
y hacerse con ella, se habría quedado sin protección.
Se oyeron murmullos de apoyo a las palabras de
Trevor. Jack sonrió con paciencia, era el momento de
mostrarles el as que tenía guardado.
- Sí, admito que ese problema me hizo dudar al principio.
Pero luego pensé que tenía una solución: llevaremos la
bandera con nosotros.
Se miraron unos a otros con estupor.
- ¿A qué te refieres? -preguntó Eric.
- Uno de nosotros cogerá la bandera y la llevará consigo
mientras combate. De esa forma no la dejaremos sin
protección en ningún momento.

101
- Espera -Eric estaba boquiabierto- ¿Quieres decir que uno
de nosotros llevará la bandera al tiempo que combate? ¡Pero
es una locura, ni siquiera sé si está permitido!
- No hay reglas sobre dónde colocar la bandera -intervino
Menesk, que era el mayor de ellos-. Aunque llevo cuatro
años aquí jamás he visto que nadie llevara la bandera
consigo, pero podría funcionar.
- ¡Es demasiado arriesgado! -continuó protestando Eric,
mirándoles como si se hubieran vuelto locos-. En el caso de
estar permitido, el que llevara la bandera correría un riesgo
tremendo pues si cayese el rival podría arrebatársela.
- Recuerda que estaremos en clara superioridad numérica –
contestó Jack-. Yo llevaré la bandera y me comprometo a no
perderla. En vuestras manos está el seguirme o no. Recordad
que todo esto va en contra de las instrucciones de Garik.
Durante unos segundos nadie dijo nada y Jack sintió
que ése era el momento en que su plan podía venirse abajo,
pero entonces una voz salió en su ayuda.
- Yo confío en él -era Karina, quien había alzado el mentón
y retaba a alguien a llevarle la contraria.
- Y yo -dijo Eric, con semblante dubitativo.
- Siempre a tu servicio, jefe -afirmó Honkar que sonreía
ampliamente.
Uno a uno fueron dándole su apoyo, y desde ese
momento se convirtieron en proscritos para su equipo,
comprometidos a trabajar en secreto.
Desde un árbol cercano, oculto a la vista de todos,
Valian presenciaba lo que ocurría y pese a la severidad de su
rostro una ligera sonrisa cruzó su cara.

Los siguientes días fueron los mejores para Jack desde


que había llegado a la Academia. Sentía que por primera vez
formaba parte de algo importante, tenía un grupo de amigos
que confiaban en él. Sentía una gran satisfacción al ver cómo
le estaban plantando cara a la prepotencia de Garik. Pasó los
días esperando que llegara el anochecer, momento en el que

102
se reunían en la arboleda de pinos y practicaban la estrategia
que pondrían en marcha el día de la competición en el Foso.
Ensayaron duramente los pasos a seguir, pues Jack no
quería fallos, y continuamente hicieron maniobras en las que
los diez en bloque adoptaban distintas posiciones de defensa.
En todas esas prácticas el joven siempre marchaba en el
centro del grupo custodiando la bandera, tal y como tendría
que hacer cuando volvieran al Foso. Igualmente practicaban
con espadas de prácticas para estar en forma, y Jack sonrió
con satisfacción al ver los progresos de sus compañeros.
Normalmente cuando ensayaban bajo la tutela de Garik lo
hacían todos a la vez, de modo que no avanzaban mucho ya
que el capitán del equipo de los Tejones no podía estar
encima de todo el mundo para corregir sus errores, pero
siendo solo quince alumnos a Jack le era muy fácil poder
estar pendiente de todos, y en cuanto veía que alguien
cometía un fallo le decía como subsanar su error.
De ese modo descubrió varias cosas. Primero, que
cuando Karina peleaba sin presión era una buena
espadachina. Los primeros días le había parecido una
muchacha retraída y tímida, pero ahora que había hecho un
grupo de amigos parecía mucho más relajada, hablaba con
los demás sin tartamudear y hasta gastaba algunas bromas.
Además, Jack se había dado cuenta de que si Garik no estaba
encima suya luchaba con soltura y desparpajo. Una vez
consiguió hasta desarmar al propio Eric, cosa que hizo que
éste fuera objeto de la rechifla de sus compañeros y cogiera
un enfado monumental.
Eric era otro de los que iban progresando, pues aunque
ya era un buen combatiente cuando Jack le había conocido,
estaba mejorando a pasos agigantados. Hasta el mismo Jack
tenía que emplearse a fondo para poder derrotarle.
Todo esto hizo que Eric y Karina comenzaran a
convertirse en sus amigos inseparables. Siempre que podían
se juntaban los tres a conversar tranquilamente, y Jack
empezó a sentirse contento porque por fin había formado un

103
grupo de amigos, algo que nunca había logrado en el tiempo
que había vivido en Vadoverde.
El único problema seguía siendo Garik. Empezaba a
asumir que se había ganado un enemigo para el resto de su
vida en la Academia. Garik era una persona orgullosa y nada
había en el mundo que le diese más coraje que las personas
rebeldes que desobedecían su autoridad. Jack temía lo que
ocurriría la próxima vez que compitiesen en el Foso.
Confiaba en ganar, y que el resultado apaciguase en cierta
forma a Garik pero lo dudaba. Los Tejones no ganaban una
competición del Foso desde hacía una eternidad, y en su
interior esperaba, no sin escepticismo, que la euforia de la
victoria les hiciese olvidar a ambos sus rencillas.
Una noche después de un duro entrenamiento en el
pinar quedó a solas con Eric y Karina y decidieron abordar el
tema.
- Jack -dijo Karina, aún jadeando de cansancio tras las duras
prácticas- ¿Has pensado en la reacción de Garik cuando
compitais en el Foso?
- ¿A qué te refieres? -Jack frunció el ceño aparentando que
no la había entendido. No estaba muy seguro de querer
hablar del tema con sus amigos-. Ya hablamos de eso el día
que comenzamos a entrenar a escondidas. Os advertí de que
todo lo que hiciéramos a partir de ese momento estaría en
contra de las órdenes de Garik. Creía que había quedado
claro que todos habíais asumido el compromiso de hacer lo
que estamos haciendo a pesar de todo.
- No hablo de eso, Jack -le cortó Karina con un suspiro-.
Hablo de la reacción de Garik contra ti en particular. Los
demás seremos castigados casi con seguridad, pero somos un
grupo y no podrá cebarse uno a uno. Sin embargo a ti te tiene
un encono especial, no ayudará nada cuando se entere de que
eres tú el que ha organizado todo esto.
- Tiene razón, amigo -asintió Eric mirándole con
preocupación-. A ti puede hacerte algo mucho peor que a
nosotros.

104
Jack tragó saliva pero no de miedo, sino emocionado al
comprobar que se preocupan por él.
- No temáis -dijo-. Lo que venga lo afrontaré, sé
defenderme.
- Estaremos a tu lado –afirmó Eric y Karina cabeceó
afirmativamente.
No quiso hablar más del tema aquel día, pero lo cierto
era que a medida que se acercaba la competición en el Foso
sus dudas se fueron incrementando. Pero qué podía hacer. No
quería hablar con Lorac de esto. Se acordaba de su rostro
hermético tras lo sucedido en la ocasión anterior. Si se
enteraba de que había formado un grupo en la clandestinidad
con otros chicos de su equipo para obrar a espaldas de su
capitán pondría el grito en el cielo y no les dejaría continuar.
Así pues era un problema que debía enfrentar él solo.
Lo que hizo los días siguientes fue intentar despertar
las iras de Garik lo menos posible. Era sumiso en las clases,
pese a que Garik disfrutaba criticándole y ridiculizándole
constantemente. Pese a todo, Jack se abstraía de los demás en
aquellos momentos y se animaba pensando en que se
cobraría justa venganza el día que compitieran en el Foso.
Estaba seguro de que iban a ganar, y esperaba que la victoria
le hiciera justificable su modo de obrar a escondidas del
capitán. Confiaba en que Garik no tuviera más remedio que
darle la razón, ya que ganar la competición en el Foso era lo
que más deseaban todos los miembros del equipo de los
Tejones.
Y así fueron pasando las siguientes semanas para Jack.
Los Tejones tardarían en competir de nuevo, cosa que le vino
bien pues les daba más tiempo para prepararse. Los fríos días
de febrero fueron dando paso a marzo. Poco a poco el
nerviosismo dentro de los Tejones fue en aumento a medida
que se acercaba el día de competición. Después de su última
actuación había un deseo generalizado de dar por fin una
buena imagen ante los demás y callar las burlas que hacían
los demás equipos sobre ellos.

105
En aquellos días, Valian, que llevaba varias semanas
observando a Jack y a los demás reuniéndose en el pinar
todas las noches, decidió que había llegado el momento de
conocer a aquel joven más de cerca. En su mente comenzó a
idear planes para poder acercarse a él.

106
CAPITULO 6
El príncipe de los Irdas

Jack se dejó caer exhausto sobre uno de los bancos del


comedor común del castillo. A su alrededor, alumnos de todos
los equipos compartían conversaciones y habladurías, pues era
el único sitio donde normalmente se mezclaban miembros de
distintos equipos. Al lado se sentaban Eric y Karina
igualmente cansados. Los entrenamientos de los últimos días
habían resultado ser especialmente duros y sus músculos
comenzaban a notarlo.
Eric se recostó en el banco al lado de Jack y dejó
escapar un suspiro de cansancio bastante sonoro.
- Afortunadamente quedan pocos días para la competición en
el Foso -dijo frotándose los ojos con aspecto cansino-. Unos
días más a este ritmo y tendríais que enterrarme.
Jack asintió con aire ausente sin apenas prestar
atención. Lo cierto era que estaba intrigado por un corro de
estudiantes que se había formado en el centro del salón y que
hablaban animadamente entre sí.
- ¿Ha ocurrido algo? –preguntó volviéndose hacia sus
compañeros, que también observaban el cada vez más
concurrido corrillo con sorpresa.
- No lo sé…, pero mira, ¡ahí está Cedric! Le preguntaremos a
él.
Haciéndole una seña a su hermano, Eric le indicó que
se sentara con ellos. Jack observó a Cedric con atención. Su
imagen sosteniendo la bandera del equipo rival aún no se
había borrado de su mente, en su interior admiraba al hermano
de Eric. Fuerte, guapo y famoso, era querido por todos en la
Academia, principalmente por las estudiantes femeninas. Así
era el rubio príncipe que se sentó junto a ellos.
- ¡Hola, Eric! -saludó con una amplia sonrisa Cedric-. Hace
tiempo que no hablamos, ¿cómo va todo?

107
- Bien, pero antes que nada quisiera presentarte a mis amigos
-respondió Eric-. Estos son Jack de Vadoverde y Karina de
Eregión.
Karina se sonrojó ante la mirada del hermano mayor de
Eric y bajó la cabeza soltando una risita nerviosa. Eric gruñó
algo que sonó a “¡mujeres!”, al tiempo que Jack estrechaba la
mano de Cedric. El apretón de éste fue firme y afectivo.
- Me alegro de saludarte, Jack –dijo Cedric con una amplia
sonrisa-. Vi tu arriesgada maniobra en la última competición,
un tanto atrevida pero valerosa.
Ahora le tocó el turno de aturdirse a Jack, pues sospechaba
que a Cedric también le habría parecido una locura como
muchos pensaban. Sin embargo, no parecía haber malicia en
su voz ni tan siquiera el menor asomo de ironía. Cedric podría
ser admirado y querido por todos, pero resultaba sincero y
honesto, en ningún momento alardeaba de su fama.
- Queríamos saber qué es lo que ha pasado, hermano –
interrumpió Eric, volviendo su atención a la muchedumbre de
alumnos que murmuraban entre sí.
- Ah, eso -el semblante de Cedric se ensombreció-. Un
mensajero ha llegado hoy para comunicar que los Hijos del
Sol han atrapado a uno de los nuestros en Angirad, el Supremo
Reino.
Eric soltó un reniego, mientras que la cara de Karina
había adquirido una palidez casi traslúcida.
- Entonces… ¿le han quemado en la hoguera? -intervino Jack
con voz tensa.
Se acordaba en esos momentos de Caleb. También
había sido un miembro de la Hermandad del Hierro, allí en
Vadoverde, pero había sido descubierto por los Hijos del Sol.
Aún recordaba con horror los gritos del desgraciado Caleb
cuando le quemaron en la hoguera.
- Es el riesgo de ser un miembro de la Hermandad, Jack -
respondió Cedric mirándole fijamente-. En fin, he de
marcharme. Buen día, hermano. Me alegro de conoceros, Jack
y Karina, espero que pronto podamos encontrarnos en el Foso.

108
Se despidió de ellos y salió del salón, perseguido por
un numeroso grupo de chicas que había estado esperando que
dejara de hablar con ellos para salirle al paso.
- Malas noticias son –afirmó Eric con el ceño fruncido-.
Siempre es malo que cojan a uno de los nuestros, pero peor
aún en el reino de mi padre.
- ¿A qué te refieres? -Jack se mostró súbitamente interesado
por las palabras de su amigo. Pocas veces había oído hablar a
Eric de cómo era su vida en Kirandia. Después de todo se
trataba de un príncipe.
- Kirandia siempre ha estado en el punto de mira de los Hijos
del Sol desde que comenzó la Prohibición –explicó Eric,
recostándose en el banco para estar más cómodo- Los
Caballeros de Kirandia formaron el cuerpo de élite de las
tropas del Supremo Rey Girion durante las Guerras de Hierro
y eran famosos por sus armaduras y espadas hechas de este
material. Tras la Prohibición la Orden de Caballería tuvo que
desparecer y ahora nos llaman Caballeros solo de nombre. Sin
embargo, Kirandia siempre ha sido la nación más ligada al uso
del hierro.
- ¿Y tu padre, qué piensa de todo esto?
- Mi padre está cortado al viejo estilo -bufó Jack con
exasperación, aunque podía notarse un cierto orgullo en su
voz-. Desea volver a los antiguos días en los que los
Caballeros de Kirandia eran queridos y admirados por todos.
Por eso se arriesga más de la cuenta y trafica con armas de
hierro. Mantiene una estrecha relación con la Hermandad y
ése es el motivo por el que mandó aquí a sus dos hijos.
Jack asintió pensativo. La vida de su amigo no había
sido fácil pese a su rango. Se preguntó si llegaría el día en que
podrían declararse miembros de la Hermandad del Hierro sin
temor a que los quemaran en la hoguera como al pobre Caleb.
- Ahora sabes por qué estoy aquí -concluyó Eric
encogiéndose de hombros-. Mi padre quiere que aprendamos a
manejar armas de hierro, que sepamos defendernos en una
batalla.

109
- Yo, sin embargo, estoy aquí por mi tío –respondió Jack-.
Fue miembro de la Hermandad y desde chico me ha instruido
para prepararme cuando llegara hasta ella.
No les quiso contar que su tío había sido una vez Gran
Maestre. Si Tarken no había querido decírselo a él, tampoco
deseaba revelar su secreto.
- ¿Y tú, Karina? -preguntaba en esos momentos Eric- ¿Por
qué razón estás aquí?
- Nos dijiste que tu padre era un importante cargo público en
Eregión, ¿no es asi? -añadió Jack.
La chica se quedó callada unos instantes. Jack frunció
el ceño, pues Karina había estado pálida desde que Cedric les
dijera que los Hijos del Sol habían capturado y quemado en la
hoguera a un miembro de la Hermandad. Se preguntó si en el
pasado tuvo alguna mala experiencia con los Hijos del Sol,
como le había pasado a él.
- ¿Te encuentras bien, Karina? -preguntó con suavidad.
- Eh, sí, perdonadme…, es que he olvidado algo -Karina se
levantó bruscamente del banco y salió casi a la carrera del
comedor.
Eric sacudió la cabeza mientras soltaba una risita.
-Lo que yo decía -dijo-. Esta chica no está totalmente en sus
cabales.
Jack se reservó su opinión pero empezó a sospechar
que había algo en el pasado de Karina que no quería
revelarles.

Aquella noche entrenaron con renovadas fuerzas. Pese


a que todos estaban cansados por los duros entrenamientos
faltaban solo dos días para entrar de nuevo en el Foso. Al día
siguiente sería la selección para ver quiénes participarían en la
competición, nadie quería quedarse fuera. Cuando terminaron
todos se despidieron deseándose suerte para la selección del
día siguiente. Jack les dijo a Eric y Karina que marcharan a la
sala común del equipo, él iría con ellos enseguida. Sus amigos
se despidieron con la mano.

110
Cuando quedó solo, Jack suspiró de cansancio
disfrutando de aquellos breves momentos de tranquilidad, los
primeros en soledad de que podía gozar desde hacía más de
una semana y lo agradecía.
Iba a sentarse al pie de un pino cuando un extraño
sonido le alarmó y le hizo ponerse en guardia al instante. Puso
más atención, pero lo único que oyó fue el silbido del viento
en la noche.
Entonces lo escuchó de nuevo. Era como si una suave
voz le llamara. Se acordó entonces de la extraña mujer de azul
que había visto la primera noche en que llegó a la Academia.
Aquel día no había tenido valor suficiente para seguirla pero
ahora se encontraría con ella y saldría de dudas sobre su
identidad. Lo malo es que había dejado a Colmillo bien oculta
bajo su colchón en el cuartel general del equipo de los
Tejones, y en esos momentos solo iba armado con la espada
de prácticas con la que había estado entrenando con los demás.
- No me importa. Averiguaré quién es de todos modos.
Miró hacia un lado y a otro, pero la voz no había vuelto
a escucharse. En ningún momento había divisado la traslúcida
silueta azul que había presenciado la primera noche que pasó
en la Academia. Era como si algo la hubiese echado atrás en
su deseo de hablar con él.
- No te muevas, Jack -dijo una voz a sus espaldas.
Algo o alguien.
Lentamente se giró y vio una robusta figura plantada
frente a él. Se trataba de un hombre alto y musculoso, con el
cabello negro y largo recogido en una cinta que le sujetaba el
pelo. Pero lo que más impresionó a Jack fue la dureza de su
semblante, que parecía tallado en granito.
- ¿Quién eres? -preguntó Jack impresionado a su pesar. Algo
le decía que no pensase siquiera en atacar a ese hombre, en
combate debía ser temible.
- Mi nombre es Valian, Jack, trabajo para el Gran Maestre -
dijo mostrando en alto las palmas de las manos para
demostrarle que no iba armado.

111
- ¿Cómo sabes mi nombre? –tenía la sensación de encontrarse
ante un sujeto digno de confianza.
Valian sonrió al oír sus palabras.
- Te he estado observando desde hace varias semanas. El
trabajo que has hecho con estos chicos es impresionante.
Jack frunció el ceño sorprendido, pues en todo el
tiempo que llevaban reuniéndose en secreto ni se había
percatado de que alguien más estuviera al tanto de lo que
sucedía.
- ¿Observado? -gruñó-. Querrá decir que nos ha estado
espiando. Decidme, ¿acaso Garik os paga para que me
vigiléis?
El hombre no contestó sino que se quedó mirando a
Jack durante unos momentos hasta que el joven comenzó a
sentirse intranquilo ante aquel escrutinio.
- Dije que trabajo para el Gran Maestre, no para Garik. No
debes recelar de mí, Jack -dijo al fin, acercándose unos pasos-.
Comprendo que tomes tus precauciones ante un desconocido
pero te vendrá bien confiar en mí.
- ¿Y por qué habría de hacerlo? -replicó retrocediendo unos
pasos a medida que el otro avanzaba.
“Si tuviera aquí a Colmillo -se lamentó- veríamos si se
acercaba a mí tan confiadamente”.
- Porque vengo de parte de un ser querido para ambos –
respondió simplemente Valian.
- Ah, ¿sí,? ¿de quién, si puede saberse? -preguntó intentando
ganar tiempo, seguía pensando que podía ser un hombre al
servicio de Garik.
- De tu tío Tarken.
Jack olvidó toda idea de escapar y clavó los ojos en
Valian.
- ¿Conociste a mi tío? –preguntó a media voz.
- Así es y le prometí que un día cuidaría de su sobrino -la
forma en que dijo la palabra “sobrino”, como si guardara
alguna broma que sólo él conocía no gustó a Jack, pero le dejó
seguir hablando-. Por eso he venido a hablar contigo.

112
Se acercó un poco más a Jack, hasta que estuvo a dos
pasos de él. No parecía estar mintiendo.
- ¿Cómo conociste a mi tío? -inquirió el joven- ¿fue aquí en la
Academia?
- ¿Quieres oír mi historia entonces? -sonrió Valian.
El joven aspiró hondo asintiendo.
- Bien, Jack, antes de nada te diré que soy el último príncipe
de la dinastía de los Irdas -confesó el hombre, tomando asiento
en la base de un árbol.
- Un príncipe… -Jack se quedó mudo. Cedric, Eric y ahora
este tipo que decía ser un príncipe, ¿a cuánta más gente de
sangre real iba a conocer?
- En efecto, yo era hijo del rey Uriel, monarca y señor de las
tierras de los Irdas, un reino independiente de la tutela del
Supremo Reino de Angirad, situado al noroeste de Mitgard -
comenzó a hablar Valian. Jack no lo sabía, pero era el primero
que oía la historia del último príncipe de los Irdas desde hacía
mucho tiempo-. Nuestra capital, Puerto Antiguo, era lugar de
paso de numerosos barcos desde hacía siglos, pero con el
tiempo fuimos cayendo en el olvido, cada vez menos barcos
arribaban a nuestras costas y el reino se empobreció. Pese a
ello, éramos un reino feliz y con pocas preocupaciones, pero
con un grave problema: dependíamos muchísimo del hierro.
- Así es, Jack –continuó-, los Irdas habíamos utilizado el
hierro desde que Dagnatarus lo descubriera, siempre habíamos
ignorado la Prohibición. Sin embargo, éramos un pueblo que
utilizaba aquel poderoso material con sabiduría. Pese a que
contábamos con un gran ejército, nuestro potencial era aún
mayor gracias a las armas de hierro con las que contábamos.
- ¿Y qué ocurre con los Hijos del Sol? -se extrañó Jack, quien
a su pesar empezaba a sentir interés por aquella historia.
- Nuestro reino estaba muy al Norte, tras la Marca Helada, era
más fuerte que el de Kirandia. Por eso y pese a que tanto el
Supremo Reino como los Hijos del Sol nos habían declarado
proscritos no se atrevían a iniciar una campaña donde tendrían
que desplazarse tan al Norte para enfrentarse a un ejército
preparado como el nuestro -explicó Valian, sonriendo al
113
recordar su hogar-. No, si nuestra nación caía sería por una
traición y eso fue exactamente los que sucedió.
Su tono se había vuelto más grave, su semblante se
ensombreció. Ahora más que nunca Jack empezaba a estar
seguro de que le estaba contando la verdad.
- El hermano pequeño de mi padre, mi tío, se llamaba
Galamiel, y desde chico había codiciado el trono de su
hermano. Su impotencia en conseguir lo que anhelaba hizo
que quisiera vengarse de nosotros -apretó los puños con furia-.
Creo que Galamiel enloqueció a causa de su deseo frustrado
de gobernar el pueblo de los Irdas, pero de una manera sutil y
peligrosa.
- Mi tío Galamiel hizo lo que nadie esperaba y nos traicionó
ante los Hijos del Sol -pronunció con ironía la palabra tío-.
Puerto Antiguo contaba con numerosos túneles secretos que
daban al interior de la ciudad. Una noche en que todos
dormíamos Galamiel condujo a un ejército de Hijos del Sol en
secreto por esos túneles.
La voz de Valian se fue apagando poco a poco, como
si hubiera perdido el interés en la historia que estaba contando.
- Puedes imaginarte el resto -continuó al fin-. Mi pueblo fue
sorprendido, muchos de los míos murieron en sus camas sin
siquiera saber qué ocurría. Cuando nos recuperamos del golpe
inicial nuestros partidarios plantaron cara a sus invasores pero
era demasiado tarde. Gran parte de los Irdas fueron
masacrados, Galamiel mató a mi padre a los pies del trono.
Así desapareció nuestro pueblo.
- ¿Cómo conseguiste escapar? -preguntó Jack, sobrecogido
por aquella historia.
- Era entonces un niño de poco más de siete años. Logré salir
de la ciudad por uno de los túneles. Dos Hijos del Sol me
dieron alcance al pie de las montañas de la Muralla del Oeste.
Iba a ser mi final, o lo hubiese sido de no ser por tu tío Tarken.
Hizo un alto en su relato, para mirar a Jack. El joven
estaba impresionado, pues estaba cerca de oír una parte del
pasado de Tarken del que no tenía noticia.

114
- El Gran Maestre ya te ha dicho que tu tío fue una vez el
hombre más importante de la Hermandad -continuó Valian
después de aquella pequeña pausa-. Pues bien, esto que te voy
a decir ocurrió bastantes años antes de que llegara a ser
nombrado Gran Maestre. De hecho, tu tío era un miembro
reciente de la Hermandad del Hierro. Tras pasar el período de
estudiante en la Academia, lo mismo que tú acabas de iniciar,
decidió ver mundo antes de instalarse en un sitio para servir a
la Hermandad. Por ello quiso visitar a los Irdas. Así fue como
tu tío llegó a la Muralla del Oeste, y desde allí presenció como
dos Hijos del Sol me atacaban.
- Tarken me salvó entonces y mató a los dos Hijos del Sol,
tomándome a su cargo desde aquel día. Aún recuerdo la
impresión que me causó cuando los dos nos volvimos y a los
pies de las montañas de la Muralla del Oeste vi mi ciudad
envuelta en llamas. Tarken me sacó de allí. Aquella fue la
última vez que divisé mi hogar.
Valian terminó de hablar bruscamente, como si
pensase que había contado más de la cuenta.
- Bueno, ya ves. Tu tío me enseñó a manejar la espada y años
más tarde, cuando tus padres murieron me dijo que cuando te
mandase a la Academia cuidase de ti –añadió Valian
incorporándose-. Ése es el motivo de que esté aquí. Quiero
cumplir la promesa que le hice a tu tío.
- Valian, una cosa -dijo Jack, levantándose también- ¿Qué fue
de tu tío, de Galamiel? ¿Llegó a ser rey allí?
Valian entornó los párpados, pensando qué iba a
decirle. Finalmente se encogió de hombros y dijo:
- Ni lo sé ni me importa. Estoy aquí para enseñarte a manejar
una espada, pero a enseñarte de verdad.
- Entonces tenemos poco que hacer -reveló Jack con cierta
suficiencia-. Sé lo suficiente después de las enseñanzas de mi
tío.
- ¿De verdad? -Valian enarcó una ceja. De debajo de la capa
sacó una espada de prácticas, como la que aún sostenía Jack
después del entrenamiento de aquel día-. Veamos lo que sabes
hacer ¡En guardia!
115
Jack empuñó su espada de prácticas avanzando unos
pasos para darle una estocada. Había mejorado mucho en las
pocas semanas que llevaba en la Academia. le iba a enseñar a
Valian de lo que era capaz. Después de aquello se le quitarían
las ganas de enseñarle nada…
Ni siquiera consiguió ver el golpe de Valian, pero lo
cierto era que en apenas unos segundos su espada estaba tirada
a sus pies y la punta del arma de Valian se apoyaba
directamente en la base de su cuello.
- Bien, veo que vamos a tener que trabajar duro, compañero -
sonrió Valian enarcando una ceja. Jack no acertaba ni a
moverse, no se había repuesto de la impresión. Aquel hombre
manejaba la espada como una prolongación de su propio
brazo. ¡Jamás había visto algo semejante!-. Si me lo permites
nos veremos todas las noches tras tus prácticas con tus
compañeros en este mismo lugar -le miró y dijo medio en
broma medio en serio-. Será un esfuerzo añadido pero voy a
hacer de ti el mejor guerrero de todos los tiempos. Espero que
algún día puedas vencerme.
Y desde aquel día comenzaron sus clases con Valian.
Aquella primera noche le entrenó más duro de lo que le habían
adiestrado en su vida. Se sucedieron las instrucciones de cómo
mantener mejor el equilibrio en un combate, cómo empuñar la
espada con más soltura. Corregía sus fallos con eficiencia
aleccionándole continuamente. Cuando terminaron aquella
sesión Valian le pidió que no le contara a nadie que iban a
verse allí a partir de esa noche. Jack le prometió acudir al día
siguiente.
Desde un árbol cercano, y oculto tras la maleza, unos
ojos sedientos de sangre les acechaban. Había conseguido
entrar por fin en la Academia, tal y como le habían ordenado,
y su tarea era ahora espiar y dar su informe lo antes posible.
Por el momento su misión se limitaba a observar, y por esa
razón no había acabado con la vida de aquel muchacho, pese a
que había estado expuesto durante un largo rato a sus dardos
envenenados.

116
Así pues, dejó que el chico se fuera y continuó
vigilando en la oscuridad de la noche.

La mañana siguiente dio paso a la selección de los diez


elegidos del equipo de los Tejones que combatirían en el Foso
el día siguiente. Jack vio con satisfacción como ocho de los
que entrenaban a su lado resultaban seleccionados. Tanto él
como Eric no habían tenido ningún problema en quedar entre
los diez mejores. También el bonachón de Honkar había
superado las pruebas. La sorpresa la dio Karina, quien había
perdido su timidez inicial y aquel día demostró ser una de las
mejores espadas del equipo. Garik estaba tan sorprendido al
ver a Karina superar a sus rivales que no encontró una pulla
que lanzarle limitándose a gritarles a todos de malhumor:
- Mañana nos enfrentamos al equipo de los Gorriones -
anunció lanzándoles una mirada amenazante. Su mirada se
topó con Karina, y sacudió la cabeza con incredulidad.
Todavía no entendía como podía haber mejorado de esa
manera en el manejo de la espada-. Son un equipo bastante
malo ¡así que esta vez no quiero fallos!
A Garik se le olvidó mencionar el pequeño detalle de
que pese a que los Gorriones contaban con un equipo mal
colocado ellos iban peor todavía. Jack sonrió por dentro,
aquella situación cambiaría a partir de mañana.
Karina se acercó corriendo hacia donde estaban Eric y
él.
- ¿Habéis visto? Mañana estaré con vosotros -anunció
radiante.
- Lo has hecho muy bien, Karina -sonrió Jack para darle
confianza.
- Sí, bueno, no ha estado mal -admitió Eric en voz baja,
ganándose una mirada reprobadora de Jack-. Está bien, lo
admito, ha sido de las mejores.
Los tres rieron. Karina era la que más había progresado
del grupo en las tres semanas que entrenaban juntos, pero su
compañero le costaba reconocerlo. Pese a que eran amigos,
por alguna razón que Jack no alcanzaba a entender, Eric y
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Karina siempre terminaban disputando, así que en ese
momento decidió escabullirse un rato para que no le
enzarzaran en otra de sus discusiones.
Salió de la sala común de los Tejones. Nada más salir
se topó con Garik, que al parecer había estado esperando que
se quedara solo para abordarle.
- Esta vez no quiero bromas, mocoso -dijo acercando su cara
a la suya desde su superior altura. Jack odiaba tener que mirar
a Garik desde aquella posición tan poco ventajosa.
- No se qué estás tramando ni cómo has conseguido que la
estúpida de Karina consiga mejorar de esa manera con la
espada, pero te lo diré una última vez, desobedece mis órdenes
mañana y será lo último que hagas.
-¿No te das cuentas de que si hacemos los mismo que la otra
vez no ganaremos? Si me escucharas... -esta vez Jack no se
dejó arredrar ¿Es que no se daba cuenta de verdad de que
había que cambiar de estrategia? O lo que era peor, se daba
cuenta pero su orgullo no le permitía rectificar.
-Eso a ti te da igual, niño de pueblo ¡el capitán soy yo! ¡Haz
lo que te ordeno y no abras la boca!
Se fue de su lado propinándole un empujón con el
hombro al pasar junto a él. Jack contempló cómo se iba,
decidido más que nunca a llevar a cabo su plan, pues ya sabía
que a Garik no le importaba tanto ganar como que quedase
clara su autoridad. Tuvo una punzada de miedo al pensar en la
amenaza de Garik, pero la desechó rápidamente, pues sabía
que hacía lo correcto. Con ese pensamiento permaneció el
resto del día hasta que llegó la noche.

Más tarde, en la arboleda de pinos habló con sus


compañeros, para levantarles los ánimos de cara al día
siguiente.
- Mañana nos jugamos todo por lo que hemos estado
luchando estos días, y os pido una sola cosa, amigos míos –
bajó la voz mientras los demás escuchaban con atención-. No
falléis.

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- Queda tranquilo, Jack -replicó Eric dando un paso al frente-.
Mañana demostraremos a Los Gorriones como se las gastan
Los Tejones.
- Y a Garik -añadió con calma Karina.
Tras estas palabras hubo un espeso silencio, pero al
menos nadie se echó atrás, para alivio de Jack. Iba a
despedirles a todos cuando se vio interrumpido por unos gritos
que provenían de un lugar cercano.
Dio órdenes de que no perdieran la calma y fueran
saliendo de la arboleda poco a poco y por distintos caminos,
en un intento de que no les relacionaran. Dejó que se fueran
los demás y marchó con Eric y Karina en dirección al lugar de
donde venían las voces. Enseguida vieron a un numeroso
grupo de gente que se había apelotonado junto a algo que
había en el suelo.
Lograron abrirse paso entre los estudiantes y Jack vio a
Lorac junto con otro hombre que también reconoció. Era
Michael, a quien había conocido el día que llegó a la
Academia. Ambos estaban arrodillados frente a algo. Cuando
le hubo echado un vistazo se arrepintió de haberlo hecho.
Tirada en el suelo había una extraña criatura del
tamaño aproximado de un hombre, con dos piernas, dos brazos
y una cabeza, pero allí terminaba toda similitud con la especie
humana. El ser era de un extraño color verde y sus miembros
terminaban en garras. Sus facciones resultaban grotescas,
como las de un jabalí con dos cuernos curvos que le
sobresalían de la boca. No había visto una criatura así en su
vida.
- ¿Qué…, qué demonios es eso? -preguntó aterrada Karina a
su lado.
- Un trasgo, querida -contestó Lorac, examinando a la bestia
con atención.
- Me pregunto cómo habrá podido pasar al interior de la
fortaleza -dijo Michael rascándose la cabeza desconcertado-.
Tenemos guardias patrullando todo el perímetro de la muralla,
¿cómo ha conseguido llegar hasta aquí?

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- ¡Eso mismo me preguntó yo! -exclamó una nueva voz.
Todos se volvieron a tiempo de ver a Derek, Gran Maestre de
la Hermandad del Hierro, atravesar el patio en compañía de
varios guardias- ¿Qué ha pasado aquí, Lorac?
- Michael descubrió el cuerpo del trasgo hace un rato, señor –
respondió éste a modo de explicación-. Di órdenes para que se
os informara del suceso inmediatamente, señor.
Lorac parecía nervioso, según notó Jack. El descubrir
el cadáver de un trasgo en el interior de la en teoría
inexpugnable fortaleza le había sacado de sus casillas, estaba
desconcertado aunque pretendía no aparentarlo.
- Estamos investigando cómo pudo entrar aquí, señor -agregó
Michael también azorado, puesto que él era el responsable de
la seguridad del castillo y el encargado de los guardias que
patrullaban la muralla.
- ¿Cómo ha muerto? No veo ninguna herida en su cuerpo -
preguntó el Gran Maestre mirando el cadáver del trasgo con
atención.
Todos observaron el cuerpo con renovado interés.
Efectivamente, la criatura no mostraba herida alguna.
- Lo ignoro, señor -admitió Lorac en voz baja, reconociendo
así su total desconcierto ante lo que veía.
- Bien, quiero que se redoble la vigilancia en las murallas -
ordenó Derek ahora en dirección a Michael-. Lo que mató al
trasgo puede estar todavía en el interior de la fortaleza, así que
quiero que se haga una batida al castillo por si encontramos
algo ¿de acuerdo?
- Sí, señor -asintió Michael con el semblante pálido, perdida
toda su labia habitual.
- ¿Quién crees que pudo haber hecho esto, Lorac? -preguntó
el Gran Maestre en un susurro al Maestro de Armas. Jack
pudo escucharlo por estar justo detrás de éste.
- No lo sé, señor, pero de verdad espero no toparme con lo
que quiera que fuera que hizo esto -confesó Lorac en voz baja.
Jack sin embargo sospechaba quién podía ser el
responsable de la muerte del trasgo, o la responsable en este
caso, pero decidió guardarse su opinión para sí. Si no había
120
sido Valian, dado el desconcierto de todos, sus pensamientos
se trasladaron a la misteriosa mujer de azul a la que había
sentido dos veces desde que llegara a la Academia. No sabía
por qué pero algo en su interior le decía que había sido ella la
culpable de la muerte del trasgo ¿pero quién era aquella
mujer? y lo más importante de todo ¿qué era lo que quería de
él?
Salió de aquel lugar con un nudo en la garganta. Si de
verdad era ella la que había acabado con la vida del trasgo
¿qué le impedía deshacerse de él con la misma facilidad?
¿Qué propósitos tenía?

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CAPITULO 7
Muerte

La luz del día deslumbró a Jack cuando salieron al


patio. Un rugido ensordecedor se oyó cuando el equipo de los
Tejones apareció a la vista de todos. Quedó impresionado pues
había más gente en el Foso que la otra vez, la hora del
mediodía era más adecuada para que asistiera público aunque
Jack se preguntaba si los últimos incidentes no habían
levantado alguna expectación respecto a su equipo. Cerca de
donde se encontraba Eric y Karina se agitaron con
nerviosismo. En cambio, Garik parecía contento del cuantioso
público y no dejaba de gritar eufórico.
- Mirad cuánta gente presenciará hoy nuestra victoria -se
jactaba orgulloso-. Todos verán de qué pasta están hechos los
Tejones.
Jack gruñó por lo bajo pensando que ni Garik mismo
debía creerse lo que estaba diciendo. Menos mal que ellos
tenían preparado el plan que habían ensayado durante casi tres
semanas. Intercambió miradas con los otros componentes del
equipo, que se la devolvieron haciéndole señas de confianza.
Bueno, por lo menos sus demás compañeros parecían bastante
seguros de sí mismos, quizá era Garik el único que no sabía
realmente qué podían hacer ese día para conseguir la victoria.
Los estudiantes les dejaron pasar hasta el borde del
Foso entre burlas y bromas. Los Tejones eran el hazmerreír de
La Academia y nadie apostaba por ellos para la victoria. Jack
sonrió con cautela anticipando lo que iban a presenciar en
breves momentos, seguro de que nadie esperaría una cosa así.
Entre el público avistó una brillante cabellera rubia y vio que
Cedric le saludaba con la mano. Respondió al saludo con una
sonrisa, pues más que nada deseaba ver la cara de asombro
que pondría el hermano de Eric cuando viera lo que había
organizado a espaldas de su capitán.

123
Bajaron por las cuerdas hacia el fondo del Foso como
la otra vez. Cuando se hubo posado en la verde hierba que
cubría todo el suelo de la zona de batalla, Jack pudo ver al
equipo de los Gorriones ya posicionado en torno a su bandera
en el otro extremo del Foso.
Se volvió para oír las palabras de Garik que en ese
momento estaba dando las pertinentes instrucciones.
- Haremos lo mismo del otro día, ¿entendido? -gritó con la
cara roja por la excitación-. Honkar vendrá conmigo junto con
los que me acompañaron cuando luchamos contra los Jabatos.
Los otros cinco se quedarán protegiendo la bandera -se volvió
hacia Jack- y esta vez no quiero sorpresas de última hora.
El capitán de los Tejones se giró hacia donde cinco de
los Gorriones habían comenzado a andar hacia el centro del
Foso e inició la marcha para ponerse a su par. Llevaba ya
recorrida casi la mitad del trayecto cuando se dio cuenta de
que estaba caminando solo.
-¿Qué…? -Garik miró con ojos de asombro a los miembros de
su equipo. Los nueve permanecían quietos en su sitio con las
espadas de prácticas empuñadas. Ninguno hacía ademán de
moverse.
Los cinco miembros del otro equipo les contemplaban
atónitos en el centro del Foso sin entender qué estaba pasando.
- ¡Honkar! ¡¿Qué significa esto?! –gritó Garik fuera de sí. Las
venas del cuello se le marcaron claramente- ¡Venid conmigo
los cuatro ahora mismo!
Nadie se movió. Empezó a levantarse un rumor entre
los que contemplaban la situación desde arriba. Garik
masculló algo ininteligible y clavó una mirada asesina en Jack,
como si supiese que todo esto era obra suya.
Los murmullos del público callaron bruscamente. Se
oyó una campana. Era la señal de los árbitros de que la
competición podía comenzar.
- ¡¡Ahora!! -gritó Jack alzando su espada de prácticas.
Volviéndose hasta dónde estaba la bandera de su
equipo la desclavo con un movimiento brusco enarbolándola

124
al tiempo que sus otros compañeros le rodeaban en una
maniobra protectora.
- ¡A la carga! ¡Todos juntos! -gritó exultante.
Y como si de un solo hombre se tratara comenzaron a
correr hacia el centro del Foso. Cuando llegaron a la altura
donde se encontraba el capitán de los Tejones, Jack giró la
cabeza para ver cómo había reaccionado. Garik permanecía
totalmente paralizado, la mirada perdida al frente como si no
pudiera creer lo que estaba presenciando. Jack dejó de
prestarle atención y centró su atención en el equipo rival.
“Él mismo se lo ha buscado -pensó Jack, sintiendo por
un momento lástima por el capitán de su equipo- pero hago lo
que tengo que hacer”.
Se olvidó de Garik cuando vio que estaban llegando
por fin al centro del Foso. Los cinco miembros del equipo de
Los Gorriones contemplaban anonadados lo que se les venía
encima.
Nada más y nada menos que nueve furiosos Tejones
conducidos por un loco que llevaba a cuestas la bandera de su
propio equipo.
No tuvieron ninguna oportunidad. Para cuando
quisieron reaccionar tres de ellos ya habían sido tumbados y se
encontraban tirados en el suelo sin saber muy bien qué era lo
que había pasado. Los dos que quedaron en pie intentaron
defenderse. Jack vio que Trevor caía alcanzado por uno de
ellos pero Karina le dio su merecido. Del último se encargó un
pletórico Eric que no dejaba de gritar como un poseso para
darse ánimos. En pocos segundos los cinco Gorriones yacían
en el suelo, por tan solo uno de los Tejones que había quedado
fuera de juego. Y Jack ni siquiera había tenido que entrar en
acción. Con una mano sostenía la bandera y con la otra su
espada.
- ¡Rematemos la faena, amigos! –Jaleó el joven.
Sus compañeros respondieron con un grito eufórico
lanzándose a la carrera de nuevo. Los otros cinco Gorriones
les esperaban aún aturdidos alrededor de su bandera, pero
ellos seguían siendo ocho, y aunque esta vez lo tuvieron más
125
difícil, finalmente consiguieron obtener la victoria. El último
Gorrión que quedaba en pie cayó ante Jack, que le propinó un
duro golpe con el propio astil de la bandera de su equipo.
El polvo del combate se abrió tras un momento de
incertidumbre para dar paso a los tres Tejones que habían
quedado en pie. Así todos pudieron ver a Jack, flanqueado por
Eric y Karina, ondeando la bandera del equipo rival a la vista
de todos.
El silencio asombrado en el que habían estado sumidos
los estudiantes que habían ido a presenciar la competición
desde que había comenzado la lucha se prolongó durante un
instante más. Luego un rugido rompió la quietud, un grito que
coreaba un nombre, el de Los Tejones, que aquel día habían
logrado la victoria más impresionante que se recordaba. Nunca
antes había un equipo atacado en bloque llevando consigo su
propia bandera. Jack vio que hasta los árbitros parecían
atónitos, pero no podían objetar nada al no haber ninguna
regla que prohibiese arrancar la bandera de su sitio y llevársela
consigo.
Los estudiantes, que hasta hacia poco se habían
burlado de ellos no paraban ahora de ensalzarlos. Algunos
discutían pero otros gritaban y cantaban. Entre la gente vio a
Cedric, que asentía con la cabeza haciendo gestos en señal de
reconocimiento. Aquello le hizo sentirse orgulloso, hasta el
estudiante más popular de la Academia expresaba su
admiración por lo que habían conseguido.
Se acordó entonces de Garik, y giró un momento la
cabeza para ver si al menos participaba de la euforia de la
victoria. El capitán del equipo se hallaba exactamente en la
misma posición en la que le había dejado. No había movido un
músculo desde que comenzara el combate. No podía verle la
cara pues estaba de espaldas a él, pero aquello más que nada le
causó una honda impresión. Había esperado que Garik se
enfureciera, incluso que le pegase, pero no esa absoluta y total
indiferencia por todo lo que estaba sucediendo, como si aún no
creyera lo que había ocurrido.

126
Tuvo que olvidarle pues cuando salieron del Foso se
vio abordado por una multitud que le felicitaba y le estrechaba
las manos. Próximo a él, Eric estaba rodeado de un montón de
chicas, las mismas que animaban a su hermano y a él no le
habían hecho ni caso hasta el momento. Incluso la
habitualmente tímida Karina parecía disfrutar del momento y
el reconocimiento de la gente, que ya no la llamaba loca ni se
burlaba de sus rarezas. También Honkar, Trevor y los demás
no paraban de recibir enhorabuenas por su excelente trabajo.
Jack vio entonces a Lorac entre la multitud de estudiantes. Se
disponía a saludarle cuando vio que el Maestro de Armas no le
miraba a él, sino que miraba con preocupación al interior del
Foso.
Extrañado, giró la cabeza y lo que vio le dejó helado.
Pese a que había transcurrido ya un rato desde que
terminara la competición y todos los miembros del equipo de
los Tejones había salido ya del Foso para ser vitoreados por el
resto de estudiantes, había una figura solitaria que no se había
movido de su sitio desde que comenzara la lid y que era el
único de su equipo que no participaba del jolgorio general.
De pie, con la cara envuelta en sombras y olvidado por
todos, Garik permanecía aún allí abajo.

Durante el resto del día se sucedieron los festejos.


Trevor consiguió robar un barril de vino añejo de las cocinas
de la Academia y estuvieron celebrándolo hasta altas horas de
la noche. Jack era el centro de atención y su nombre estaba en
boca de todos los estudiantes, no solo de los Tejones. El resto
de alumnos de otros equipos no dejaban de comentar la
espectacular estrategia montada por el joven. Cuando se
reunieron todos en la sala común del equipo a beber, no
dejaron de corear su nombre durante todo el tiempo.
Pasada la euforia inicial Jack comenzó a sentirse
inquieto. No había visto a Garik desde la competición aquella
mañana y aunque su ausencia pasó desapercibida para los
demás, demasiado ocupados en beber y festejar, no así para él
que aún esperaba la reacción del capitán de los Tejones. Lorac
127
y el Gran Maestre le habían puesto en guardia contra gente de
la calaña de Garik, y sabía que tenía que estar muy resentido
con él. Así se lo habían dicho también sus amigos, que…
Detuvo bruscamente sus divagaciones al notar otro
hecho extraño. Hacía también un buen rato que no veía a Eric
y Karina. Entraron con él cuando comenzó la fiesta, pero de
eso hacía ya varias horas y no había vuelto a tener noticias
suyas desde entonces. Ocupado como había estado recibiendo
felicitaciones y enhorabuenas no había reparado en su
ausencia pero ahora se daba cuenta de que no era normal tanto
rato sin verles.
Se marchó discretamente de las celebraciones,
borrachos como estaban los demás no era difícil salir sin que
le vieran. A sus espaldas resonaba la canción que cantaban a
dúo Trevor y Menesk. Se encaminó hacia los dormitorios,
puede que Eric y Karina no fueran muy amigos de las fiestas y
hubieran preferido disfrutar de algunos momentos de
tranquilidad.
La sala de dormitorios estaba vacía. Ya iba a
marcharse cuando vio algo que le llamó la atención. Se trataba
de un sobre que alguien había dejado sobre la cama de Eric, al
lado de la suya. Buscó por si pudieran haber dejado algo más
pero no encontró nada, así que se decidió y abrió la carta. En
su interior había una simple nota escrita con unos trazos
apresurados, como si la hubiesen escrito deprisa y corriendo.
La nota se limitaba a decir:

Jack, tengo algo importante que decirte. Ven enseguida a la


arboleda de pinos. No se lo digas a nadie. Eric

La revisó bien por si se le escapase algo, pero eso era


todo. Nervioso porque le hubiera pasado algo malo a su amigo
iba ya a salir corriendo hacia el pinar cuando una extraña
corazonada le hizo recapacitar unos segundos. Dudó solo un
minuto hasta que sacó a Colmillo de debajo de su colchón.
Ciñéndosela a la espalda, la ocultó bajo su capa. Salió
entonces de la habitación sintiéndose algo más seguro.
128
Probablemente estaba tomando más precauciones de las
necesarias, teniendo en cuenta que se encontraba en el interior
de la Academia, allí no tenía por qué ir armado. Luego se
acordó del trasgo al que habían encontrado la noche anterior
muerto a pocos metros de donde habían entrenado y se
convenció de que hacía lo correcto.
Abandonó la sala común del equipo de los Tejones sin
levantar sospechas. Muchos de sus compañeros estaban ebrios
y a los demás les faltaba poco, así que en pocos segundos se
plantó en los pasillos del castillo. Se encaminó hacia las
puertas interiores intentando pasar lo más desapercibido
posible, cosa fácil puesto que ya era tarde y la mayoría de
estudiantes estaba ya durmiendo. Se cruzó con algún que otro
guardia pero al reconocerle no le dijeron nada. Una ventaja de
haberse hecho popular.
Cuando salió al jardín la noche estaba silenciosa y
lúgubre. Casi a la carrera pero intentando hacer el menor ruido
posible se dirigió hacia el pinar donde tantas noches habían
estado preparando la estrategia de esa mañana. Nunca había
ido allí tan tarde y aquello le inquietó un poco. Una vez allí se
detuvo en el centro del claro donde habían estado entrenando.
- ¡Eric! ¿Dónde estás? -llamó en voz no demasiado alta.
Pero la voz que le contestó no era la de su amigo.
- Vuélvete despacio y lo verás por ti mismo.
Lentamente se giró y lo que vio le dejó sin respiración.
Allí estaba Eric, también Karina, pero ambos se encontraban
atados y amordazados. Eric lucía un feo moratón en un ojo y
Karina tenía un golpe en la frente. Los cinco matones que
habían ayudado a Garik a acorralarle el otro día les sujetaban
con fuerza, y al frente de ellos se encontraba el propio capitán
del equipo de los Tejones.
- Así que éste es el sitio donde habéis estado planeando
vuestra traición estas semanas -dijo Garik con calma, como si
estuviera hablando del tiempo.
- ¡Suéltales, Garik! -replicó Jack con aparente tranquilidad,
aunque con mucha tensión por dentro. Obviamente, la carta

129
que había encontrado era una trampa para atraerle hacia allí y
él había picado como un necio.
- Oh, puede que lo haga –respondió el aludido sonriendo con
fiereza-. Al fin y al cabo no han sido ellos los cerebros de la
traición, sino tú. Así que después de que acabe contigo, puede
que a ellos los deje libres, o puede que no.
Riendo salvajemente desenvainó su espada, que
también llevaba oculta bajo su capa. Se trataba esta vez de un
arma de verdad, forjada con hierro.
- Eh, capitán… -dijo uno de los cinco que sujetaban a Eric y a
Karina-. Nos dijisteis que tan solo ibamos a darle una paliza,
no a intentar matarle.
- Te mentí -se limitó a decir Garik.
Los matones de Garik se miraron entre sí
desconcertados, sin saber qué hacer, y aunque no soltaron a
los amigos de Jack se les veía presas del miedo. Algo así
podría ser muy castigado en la Academia.
Jack miró a Garik con incredulidad. ¿De verdad era
tanto su resentimiento como para querer matarle?
- Garik, espera, podemos hablar -intentó ganar tiempo de
alguna manera-. No tenemos que llegar a esto. Tú no quieres
hacerlo.
- Oh, sí que quiero, maldito niño de pueblo -Garik comenzó a
avanzar hacia él empuñando su espada.
- ¡Si me matas te expulsarán de la Academia, maldita sea! -
gritó en un vano intento de hacerle entrar en razón.
- Me da igual, mocoso, si así consigo que no vuelvas a
molestarme.
Jack tragó saliva. ¡Tenía que hacer algo! Vio que Eric
y Karina se esforzaban inútilmente por liberarse de sus
ataduras, pero no podrían ayudarle. Garik estaba ya a tan solo
unos metros de él. Antes de que se diese cuenta había
desenvainado a Colmillo y la alzaba ante él. Garik se detuvo
bruscamente.
- ¿Cómo es posible que un pueblerino, un arrastrado como tú,
tenga un arma semejante? -preguntó Garik con incredulidad.

130
Jack no era capaz siquiera de abrir la boca-. No me importa -se
encogió de hombros-, te mataré igualmente.
Y antes de que Jack pudiera añadir algo más Garik se
lanzó al ataque mandándole una estocada que le hubiera
atravesado el corazón de no haber interpuesto a Colmillo en un
movimiento instintivo. En ese momento a Jack se le habían
olvidado todas las lecciones que había aprendido, y su mano
temblaba mientras sostenía su espada.
- ¡Vaya, parece que ya no eres tan gallito teniendo frente a ti a
un contrincante de verdad, idiota! -gritó triunfante Garik.
A partir de ahí inició un ataque brutal y desmedido.
Jack iba retrocediendo por todo el ancho del claro del pinar,
manejando su espada con cierta torpeza. Nunca antes había
combatido ante un contrincante dispuesto a matar y notaba que
sus músculos no le respondían. Lo único que podía hacer era
limitar a defenderse de las embestidas de Garik.
En una de estas embestidas Jack esquivó la espada de
Garik demasiado tarde y el filo de su hoja le hizo un profundo
corte en el hombro. Gritó de dolor contemplando con
incredulidad la sangre que comenzaba a teñir de rojo su
camisa.
- Tiempo de morir, pueblerino -susurró Garik malévolamente.
En ese momento Jack vio con claridad los ojos de
Garik. Aquella mirada había perdido el sentido de la realidad,
estaba llena de ira y rabia. Comprendió que Garik no pararía
hasta matarle.
Aquello fue lo que le hizo reaccionar.
Sintiendo una furia que no había sentido jamás Jack se
lanzó al ataque. Con un golpe de Colmillo desvió la espada de
Garik y haciendo un escorzo le asestó un codazo a Garik en
plena cara que le tumbó en el suelo. El capitán de los Tejones
cayó a tierra con la cara llena de sangre y la nariz
probablemente rota.
Jack bajó la espada.
- Ahora vamos a hablar como personas, Garik –le tendió una
mano con precaución-. Escucha al menos lo que tengo que
decirte.
131
Garik nunca se enteraría qué era lo que quería decirle
Jack, pues con un grito de rabia empuñó nuevamente su
espada y se tiró encima de Jack. Éste solo atinó a responder
interponiendo a Colmillo entre los dos.
La espada de Jack se clavó profundamente en el pecho
de Garik. Un chorro de sangre salió de la herida. Garik cayó
otra vez al suelo pero esta vez no volvió a levantarse. Sus ojos
quedaron abiertos y vidriosos mirando hacia arriba sin ver ya
nada. El tiempo se detuvo para Jack.
El silencio se hizo en el claro del bosquecillo de pinos.
Nadie se atrevía siquiera a respirar. Finalmente, uno de los
matones soltó un grito de horror y se inclinó al lado de Garik
palpándole el cuello.
- ¡¡Capitán!! ¡¡Capitán!! -chilló histéricamente- ¡Oh, santo
Orión, está muerto!
Jack cayó al suelo de rodillas y se miró las manos,
incapaz de hablar. Estaban llenas de sangre. La sangre de
Garik.
Garik, que ahora estaba muerto a sus pies.
Los matones soltaron a Eric y Karina, que atados aún
de pies y manos cayeron como fardos sobre la hierba, gritando
que debían avisar al Gran Maestre de lo ocurrido. A Jack eso
le daba ya igual. Que le expulsaran o le hicieran algo peor. Lo
cierto era que acababa de matar a un hombre y todo lo demás
había dejado de tener sentido para él.
Oía a sus amigos debatiéndose por librarse de sus
ataduras, pero como si de algo muy lejano se tratara. No podía
dejar de mirar sus manos manchadas de sangre, y el cuerpo sin
vida de Garik, aún con los ojos abiertos. Notó que las lágrimas
corrían por sus mejillas. Lloraba por Garik, también por él
mismo, porque de ahora en adelante ya no podía volver a ser
el que era.
No supo cuanto tiempo se pasó llorando arrodillado
ante el cuerpo de Garik, pero así fue como lo encontraron el
Gran Maestre y Lorac. Con ellos iban varios guardias y los
cinco chicos que habían presenciado el duelo entre ambos,
ahora pálidos y temblorosos.
132
El Gran Maestre miró la escena y se hizo cargo de la
situación en unos instantes. Enseguida comenzó a dar órdenes:
- Vosotros -dijo a los cinco matones de Garik-. Desatad a los
chicos, quiero saber que ha pasado aquí.
Los cinco muchachos hicieron lo que les ordenaban.
Eric y Karina quedaron libres. Derek se plantó ante ellos, su
cara estaba seria y su semblante sombrío.
- Bien, explicadme qué ha ocurrido -exigió.
Los dos comenzaron a contar lo ocurrido. Desde que
Garik les sorprendiera y les tomara prisioneros para atraer a
Jack a una trampa, hasta el duelo que habían presenciado y
que había acabado con la vida del capitán del equipo de los
Tejones.
- Ya veo. Vuestra versión coincide con la de estos cinco -dijo
finalmente Derek asintiendo con la cabeza-. Creo que se
encontraban tan asustados que no se han atrevido a mentirme.
Está bien, vosotros -señaló a unos guardias que iban con él-,
recoged el cuerpo de Garik y llevadlo a que lo preparen para
un entierro digno. Mañana le despediremos como corresponde
a un estudiante de la Academia.
Ahora le tocó el turno al Maestro de Armas.
- Lorac, acompaña a estos chicos a su cuartel general. Todos
los del equipo de los Tejones deben saber qué ha pasado con
su capitán.
Eric y Karina dijeron que querían quedarse con Jack,
pero Lorac se puso firme y les obligó a ir con él. Finalmente,
Jack y el Gran Maestre se quedaron solos en el claro del
bosquecillo. El joven continuaba todavía en la misma posición
en la que le habían encontrado.
Derek se acercó a él y recogió a Colmillo, que
descansaba a un lado del muchacho, donde la había tirado tras
matar a Garik. Al hacer eso llamó la atención de Jack que por
primera vez levantó la mirada de sus manos coloreadas de rojo
y clavó su vista en el Gran Maestre.
- ¿Vais a matarme con mi propia espada? –susurró en voz
baja-. Supongo que es el castigo que merezco.

133
- No digas tonterías y levántate, Jack -dijo con voz paciente
Derek.
Finalmente Jack hizo lo que le ordenaban y se
incorporó.
- Entonces qué clase de castigo me espera -quiso saber el
joven, a quien realmente le importaba ya muy poco lo que le
pudieran hacer- ¿Vais a expulsarme de La Academia? Está
bien, iré a por mis cosas y me iré.
Derek miró al chico fijamente, meditando sobre cómo
se tomaría lo que le iba a decir a continuación.
- Ha sido un duelo entre hombres, Jack, un duelo en igualdad
de condiciones. No vas a recibir un castigo por defenderte de
quien te ha provocado, aunque el resultado sea lamentable. Por
el contrario, vas a ser el nuevo capitán de los Tejones.
El muchacho lo miró como si se hubiera vuelto loco.
Derek se sorprendió al ver lo joven que era. Dieciséis años
nada más y sobre los hombros de ese chico iba a recaer el
destino del mundo. No por primera vez el Gran Maestre rogó a
los dioses que guiaran correctamente a ese muchacho.
- Los equipos de La Academia tienen una regla -explicó el
Gran Maestre-. Será capitán el más diestro en el manejo de la
espada. Tú aceptaste el reto de Garik y le venciste en un duelo.
Si bien es cierto que los duelos a muerte están prohibidos en la
Academia, los testimonios de los presentes indican que no
tuviste elección, te viste envuelto en una pelea que no
deseabas. El resultado, aunque trágico, no arroja ninguna
duda. Lo cierto es que venciste a Garik en combate, por lo que
el puesto de capitán de los Tejones te corresponde.
- ¡Pero lo he matado! -protestó Jack, confuso y mirándose aún
las manos tintas en sangre.
- Te limitaste a defenderte -replicó Derek. Con cautela puso
una mano en su hombro. El muchacho tembló ligeramente
pero no se apartó-. Jack, nadie quería que Garik muriese pero
hiciste lo que debías: seguir con vida. Si para ello tuviste que
defenderte y matar a tu rival, era lo que debías hacer. La
defensa propia no es un asesinato, así lo entendía tu tío. Él
mató a muchos hombres a lo largo de su vida, pero jamás a
134
sangre fría, siempre para defenderse él o a los que eran más
débiles.
Jack no contestó, pero asintió. Derek le tendió a
Colmillo.
- Tómala, Jack, Tarken estaría feliz de saber que su espada
haya servido para salvarle la vida a su sobrino.
Así lo hizo el joven. Tras limpiar la hoja de la sangre
de Garik volvió a guardarla en su funda, oculta bajo su manto.
- Ahora vamos, los Tejones deben conocer a su nuevo
capitán.

Cuando llegaron a la sala común del equipo de los


Tejones se encontraron a Lorac en la puerta esperándoles.
- Les he puesto al corriente de lo sucedido -informó al verles
llegar-. Estaban algo bebidos pero ahora se encuentran
despiertos esperando a Jack.
Derek asintió e invitó a Jack a pasar. Éste entró en la
sala común y se quedó de una pieza. Hacía menos de una hora
la sala había estado llena de risas y celebraciones, estudiantes
ebrios y alegres. Ahora la sala parecía un funeral, todos se
habían congregado en torno a la entrada. No había risa alguna,
ninguno parecía borracho ni por asomo. Estaban todos allí,
esperando acontecimientos, entre ellos que el Gran Maestre
decidiera el futuro de Jack.
- Ya sabéis lo que ha pasado -comenzó a hablar el Gran
Maestre con su voz profunda y apaciguadora-. Garik ha
muerto a manos de Jack. No tuvo más remedio que hacerlo
pues vuestro antiguo jefe le había acorralado y pensaba darle
muerte. Al final el destino quiso que fuera Garik quien
perdiera la vida.
El Gran Maestre se detuvo bruscamente, pues Eric se
había adelantado unos pasos, abandonando todo miedo que
pudiera tener ante su figura.
- Señor, ¿qué pensáis hacer con Jack? -preguntó con los
puños apretados-. No es justo que le expulséis. Él no tuvo otra
alternativa como bien habéis dicho. ¿Acaso no vais a tener en
cuenta que le tendieron una trampa y que pretendían matarle?
135
Antes de que Derek pusiera responder Karina saltó
para ponerse al lado de Eric.
- El único crimen de Jack ha sido el de ayudarnos a confiar en
nosotros mismos para conseguir la victoria en el Foso -
defendió la muchacha a su amigo-. Garik nos tenía a todos
sojuzgados a sus caprichos, su vanidad fue su perdición. ¡No
es posible que culpéis a Jack por eso! ¡¡No podéis hacerlo!!
Se oyeron otros gritos sordos de apoyo a Jack. Ahora
eran Honkar, Trevor, Menesk y los demás quienes le
defendían. El Gran Maestre sonrió y se volvió hacia Jack.
- Tienes buenos amigos, muchacho.
Jack no pudo responder porque apenas podía tragar de
la emoción. Él, Jack de Vadoverde, un muchacho que toda su
vida había estado solo, tenía amigos que lo apreciaban de
verdad, que creían en él. No les defraudaría. Jamás lo haría.
- Tranquilizaos, chicos -continuó el Gran Maestre alzando las
manos-. No voy a expulsar a vuestro compañero.
Eric, que se había preparado para responderle se quedó
con la boca abierta como un pez fuera del agua, sin saber qué
decir.
- Entonces, ¿qué piensa hacer con él? -inquirió Karina con el
ceño fruncido, imaginándose que tenía reservado un castigo
peor.
- Señores, como muchos de vosotros sabrán la capitanía en un
equipo la sustenta aquel que demuestra una mayor pericia con
la espada -dijo entonces el Gran Maestre, mirándolos a todos
uno por uno-. Garik alcanzó ese puesto hace varios años
superando en un duelo al anterior capitán del equipo de los
Tejones. Si bien es cierto que los duelos son con espadas de
prácticas, las circunstancias han hecho que hoy el duelo entre
Garik y Jack haya alcanzado cotas más trágicas. No ha sido
por su responsabilidad, de todos modos. En todo caso, se ha
dado un vencedor y un vencido.
Hubo unos segundos de silencio antes de que ninguno
de los estudiantes pudiera entender realmente el significado de
las palabras del superior de la Hermandad del Hierro.

136
- Entonces…- Karina fue la primera que enlazó ideas-. Eso
quiere decir que Jack…
- Es oficialmente a partir de hoy el nuevo capitán del equipo
de los Tejones -terminó Derek por ella.
Si antes se había producido un tenso silencio ahora la
quietud fue total. Jack tragó saliva, esperando las posibles
reacciones de rechazo de alguno de sus compañeros, pero
entonces…
- ¡Viva nuestro capitán! -gritó Eric levantado un puño.
- ¡Viva nuestro capitán! -corearon los demás.
Y entonces Eric y Karina se acercaron a él abrazándole
con fuerza. Jack se abrazó a ellos igualmente sintiendo que
gran parte de la culpa por la muerte de Garik se diluía gracias
a su apoyo que le demostraban.
Los demás también felicitaron a Jack, y desde aquel
día el equipo de los Tejones tuvo un nuevo capitán.

El Gran Maestre llegó a sus aposentos y pudo disfrutar


de unos momentos de paz. Había dejado al chico con los
suyos. El muchacho era realmente excepcional, no llevaba ni
un mes en la Academia y ya había puesto patas arriba la vida
del lugar. Había temido que los demás estudiantes de su
equipo no aceptaran con él a alguien que había matado a uno
de los suyos, por muy poco querido que fuese Garik, pero Jack
había sabido ganarse el respeto de los suyos con sus
arriesgadas maniobras en el Foso, y dado una victoria a los
Tejones en la competición con la que estos no habían ni
soñado antes.
Sus pensamientos se vieron truncados por un ruido que
se produjo a su espalda, pero Derek no se alarmó.
- ¿Qué te ha parecido todo esto, Valian? -preguntó a la
aparentemente soledad de la habitación.
Una figura se destacó de entre las sombras.
- Creo que hoy el chico ha madurado y eso es un paso
adelante -contestó el imperturbable hombre tomando asiento
cerca del Gran Maestre-. He presenciado su combate y ha

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sabido sobreponerse a sus miedos. Al final se ha impuesto el
instinto de supervivencia. Estoy satisfecho.
- ¿Quieres decir que fuiste testigo de la encerrona que le
tendieron a Jack y no interviniste en ningún momento? -Derek
frunció el entrecejo.
- Así es -dijo sin inmutarse Valian antes el enfado de su
superior-. Ya te dije que pensaba vigilar al muchacho de cerca.
- ¡Maldita sea, Valian! ¡Ha muerto Garik! ¡Si hubieras
intervenido podrías haberlo evitado! ¿Y si hubiera sido Jack el
que hubiera caído?
Valian se encogió de hombros. Al parecer no había
nada que pudiera penetrar en aquel semblante de granito que
lucía el que un día fuera el heredero al trono de los Irdas.
- El chico debe aprender a desenvolverse solo y hoy ha
aprendido una lección -alegó como si fuera algo de lo más
simple.
Derek contempló en silencio a su compañero por un
momento y sintió una súbita lástima por él.
- La vida te ha hecho endurecerte, amigo mío -comentó el
Gran Maestre con pesar-. Ojala el destino te hubiera tratado
mejor.
Valian no contestó. Su rostro continuaba siendo una
máscara impenetrable.
- De acuerdo entonces, ¿has conseguido acercarte al chico? -
preguntó Derek cambiando de tema.
- Así es. Con la excusa de enseñarle a manejar la espada
podré estar a su lado. Dame unos meses y creo que estará
preparado para salir al exterior.
- Al final tendré que revelarle la verdad -suspiró con
cansancio el Gran Maestre-. No puedo dejarle salir de la
Academia al mundo que le espera allí fuera sin que sepa a que
atenerse.
- ¿Cuándo enviarás el Cuerno de Telmos a Kirandia? –quiso
saber Valian.
- Dentro de unos meses celebraré un gran consejo -contestó el
Gran Maestre tras meditarlo unos instantes-. He convocado al
Consejo de Magos para que asistan, pues quiero saber su
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punto de vista -quedó un momento en silencio-. Si no tenemos
más sorpresas antes del consejo, ése será el momento en que
empezaremos a actuar.
- Ya era hora -asintió Valian con satisfacción.
- No me arriesgaré a esperar más tiempo, a pesar de los Hijos
del Sol o de cómo están las cosas en Kirandia. A cada día que
pasa Lord Variol nos toma ventaja, no estoy dispuesto a huir
más. Le haremos frente como es nuestro deber.
Valian se mostró de acuerdo con un seco cabeceo.
- Sólo espero que el muchacho no nos defraude –añadió el
hombre de imperturbable semblante.
- He depositado mis esperanzas en él -reveló el Gran Maestre
con gesto torvo y preocupado.
- Todos lo hemos hecho -concluyó Valian.

139
140
CAPITULO 8
La llegada de los magos

Desde donde estaba junto a la ventana, Lorac podía


abarcar gran parte del patio exterior de la fortaleza. Más allá
de las enormes murallas se podía divisar la inmensidad del
Gran Bosque. Recordó la última vez que había estado allí para
llevar a Jack hasta la Academia. Entonces se detuvieron en el
hogar de Nébula, el silfo. Habían pasado casi seis meses desde
aquello. Sacudió la cabeza al sorprenderse de lo que había
cambiado el tímido muchacho de Vadoverde en aquel período
de tiempo. Su estancia en la Academia le había endurecido
aprendiendo muchas cosas. Además tenía amigos, cosa de la
que nunca había disfrutado en Vadoverde donde había vivido
tanto tiempo junto a Tarken, el antiguo Gran Maestre. Se
alegraba sobre todo por este hecho de haber traído a Jack.
Sería importante en su futuro garantizarse la fidelidad de sus
camaradas.
- ¿Disfrutando del paisaje, amigo mío? -dijo una voz a sus
espaldas. Se giró y vio que Derek, Gran Maestre de la
Hermandad del Hierro, acababa de entrar en la estancia.
- Señor, me alegro de veros -saludó Lorac inclinando
levemente la cabeza-. Hace tiempo que no hablamos.
- Así es, en efecto -asintió Derek, invitándole a tomar asiento
al lado suya-. Por eso os he mandado llamar. Hay cosas que
quiero que sepáis.
Tomó asiento en un cómodo sofá. El Gran Maestre
hizo una seña para que sirviera dos copas de vino de una
botella que descansaba sobre una mesilla que se encontraba
junto a ellos.
- Bien, Lorac, antes que nada quisiera preguntarte por Jack -
dijo Derek sin andarse por las ramas. El Gran Maestre siempre
había sido una persona directa-. No hablo con él desde aquel
desafortunado incidente con Garik. Sin bien le he visto de
lejos cuando su equipo compite en el Gran Foso, puedo
141
advertir cambios evidentes. Ha crecido y se ha hecho más
fuerte, pero no son esos los cambios por los que te quería
preguntar. Tú tratas con él más de cerca de diario, ¿cómo está
el muchacho?
Tomando un largo sorbo de vino antes de contestar,
Lorac meditó la pregunta pacientemente.
- Saltan a la vista algunos cambios, así es, señor –confirmó
Lorac, recostándose en el sillón-. Valian sigue instruyéndole
en la espada, eso el chico empieza a notarlo. Ahora es un
experto en su manejo. El otro día, de hecho, me batí con él en
un entrenamiento, y consiguió derrotarme, cosa que sólo han
conseguido hacer dos estudiantes en esta escuela.
- ¿Realmente? -Derek soltó una tremenda carcajada- ¡Te estás
haciendo viejo, amigo mío! Un chico de dieciséis años
derrotándote... -meneó la cabeza divertido-, pero no son esos
los cambios por los que quería preguntarte, aunque bueno es
saber que el muchacho sabe defenderse por sí solo. Me refiero
a otra cosa.
- Entiendo -asintió Lorac- y os puedo decir que sí, que ha
sufrido otro tipo de cambios, principalmente desde la muerte
de ese muchacho, Garik. Durante los días siguientes estuvo
triste y apagado, pese a que acaba de ser nombrado capitán del
equipo de los Tejones, pero poco a poco consiguió superar
eso, principalmente a causa de sus amigos, que le apoyaron
siempre.
- ¿Te refieres a esos dos chicos, Eric y…? -hizo memoria con
el otro nombre- Karina.
- Todos en general pero en particular esos dos, efectivamente.
Los tres se han vuelto inseparables. De hecho puedo
aseguraros que Jack no tenía amigos antes de venir aquí,
nunca los había tenido, y el haber conocido a esos dos es lo
que más le ha cambiado.
- ¿En qué sentido?
- Era un muchacho solitario -explicó Lorac-. Estaba
acostumbrado a superar sus problemas solo, no confiaba en
nadie salvo en su tío. Ahora ha conocido la amistad, y eso le
ha ayudado a confiar en los demás.
142
El Gran Maestre frunció en entrecejo, sin saber hasta
qué punto alegrarse o no de esa noticia.
- No sé que deciros, Lorac -murmuró con el semblante
preocupado-. Espero que no dependa tampoco en exceso de la
aprobación ajena.
- Necesita amigos, señor -se limitó a contestar Lorac-. No
podría soportar todo lo que le espera él solo. Precisa de gente
en la que confiar, un equipo que le apoye y por el que luchar,
no creo que sea motivo de preocupación.
- Espero que no os equivoquéis, amigo mío.
- ¿Por qué decís eso? No será que…-se calló al comprender
las implicaciones de todo aquel interrogatorio.
- Así es -respondió el Gran Maestre antes de que Lorac
pudiera expresar sus dudas-. El Consejo de Magos llega hoy
mismo a la Academia. Voy a celebrar un importante consejo
donde informaré a todos de que tengo el Cuerno de Telmos,
que ha llegado la hora de que lo enviemos a Kirandia.
- ¿Y Jack?
-Quiero que Jack vaya a Kirandia junto con los que lleven el
cuerno -sentenció Derek con firmeza.
Lorac tragó saliva. ¿Estaría el chico preparado para
afrontar todo lo que le esperaba en el mundo que había tras los
seguros muros de la Academia?
- Puedo preguntaros qué necesidad hay de dejarle ir -dijo al
fin Lorac-. Jack ha crecido mucho desde que llegó aquí, puede
seguir haciéndolo sin necesidad de poner su vida en peligro.
Sabréis que fuera de estos muros no podremos protegerlo.
- Tiene que salir antes o después, Lorac. Ha de darse a
conocer en Kirandia y más allá si es preciso -contestó el Gran
Maestre. Lorac vio una gran convicción en sus palabras-.
Cuando el rey Alric haga sonar el Cuerno de Telmos, los
acontecimientos se precipitarán. Lord Variol sabrá que no
puede permanecer inactivo más tiempo y ahí tiene que estar
Jack para hacer frente a esa amenaza.
- Entonces estáis decidido a enviarle fuera sin protección.

143
- ¡No haré tal cosa! -protestó Derek-. Estará con sus amigos,
ya que son tan importantes para él, y también estaba pensando
en enviaros a vos y a Valian. Así que no estará solo.
Sin contestar a las palabras de su superior, Lorac
guardó silencio durante unos instantes. Necesitaba tiempo para
ordenar sus ideas. Aquello por lo que habían estado luchando
tantos años estaba a punto de empezar a ponerse en marcha.
- Entonces pensáis contarle la verdad –casi pensó en voz alta
después de un rato. Era más una afirmación que una pregunta.
- Tras el consejo con los magos, lo haré -respondió Derek con
decisión-. He estado esperando a decírselo mucho tiempo. Me
puse de acuerdo con Tarken para que el chico no supiese la
verdad sobre la muerte de sus padres, no quería que hiciese
ninguna locura, pues sabía que Lord Variol seguía buscándole,
pero los acontecimientos van por delante, ahora debe saber la
verdad para afrontar su destino.
Lorac asintió vagamente pensando en las previsibles
consecuencias de todo aquello. Sentía lástima por Jack sobre
todo, había empezado a ser feliz en la Academia, rodeado de
amigos y llevando una vida lo más apacible posible dentro de
los duros entrenamientos a los que se sometían los estudiantes,
pero desgraciadamente aquello parecía que llegaba a su fin.
Ninguno de los dos volvió a decir nada, y
permanecieron en silencio durante un largo rato degustando el
último sorbo de vino.

Jack se dejó caer en ese momento sobre la hierba,


tirando a un lado su espada de prácticas con cierto enfado.
Sentía que le dolían todos los músculos del cuerpo tras varias
horas de entrenamiento.
- Perdiste la concentración un instante y eso me permitió
penetrar en tus defensas -dijo una voz a su lado.
Valian esperaba que se levantara pacientemente,
sujetando con soltura su propia espada de prácticas. El otrora
heredero al trono de los Irdas parecía incansable, y no paraba
de entrenar a Jack hasta que éste caía al suelo mortalmente
exhausto.
144
Sin embargo había aprendido mucho con él. Recordó
cuando empezó a instruirle, hacia ya casi cinco meses,
entonces ni siquiera era capaz de averiguar por dónde le
atacaría Valian. Ahora, avanzado el mes de julio conseguía
plantarle cara en los entrenamientos, aunque Valian se hacía
finalmente con la victoria. Jack jamás había visto a alguien
que manejara de ese modo la espada. Parecía capaz de
combatir días enteros sin que moviera uno solo de sus
cabellos. No entendía como podía estar a su lado
tranquilamente mientras él no conseguía mantenerse en pie, tal
era su agotamiento.
- Bueno, quizás haya sido suficiente por hoy -admitió al fin
Valian encogiéndose de hombros-. Tengo que reconocer que
cada vez lo haces mejor. Sigue así y antes de que te des cuenta
lograrás derrotarme.
- Sí, en cien años -bromeó Jack jadeando para tomar aliento.
- No, en serio. Estás progresando a pasos agigantados en todo
lo que haces -soltó su arma de prácticas y se dejó caer sobre la
hierba a su lado-. Recuerda cómo estabas hace casi medio año.
Eras un novato, y tu equipo era el hazmerreír de todos cuando
competía en el Foso.
Sus pensamientos se dejaron llevar hasta aquella época
que ahora el parecía tan lejana. Muchas cosas habían
cambiado desde el momento en que Jack se había hecho
capitán del equipo de los Tejones. Se habían transformado en
un equipo temible encadenando una victoria tras otra en el
Foso. La mayoría había copiado la estrategia de Jack de llevar
la bandera con ellos para poder atacar todos a la vez, pero
había entrenado muy duro con los suyos consiguiendo
imponerse a la mayoría de equipos con nuevas tácticas. Para
entonces era uno de los espadachines más valorados de toda la
Academia, mientras que Eric y Karina se habían hecho muy
populares por su habilidad en el combate. Los Tejones habían
pasado a situarse en el tercer lugar de los equipos de la
Academia.

145
- Dentro de poco se decidirá quién gana el torneo del Foso
este año -dijo Jack, recordando que se acercaban al final de la
competición.
- Así es, tres equipos habéis llegado con opciones de lograr la
victoria -asintió Valian con satisfacción-. Lo habéis hecho
bien, Jack, estás por fin a la altura de combatientes como
Cedric y Ajax.
Aquellos dos nombres le hicieron pensar en los dos
rivales que disputaban con los Tejones la victoria en el torneo.
Por un lado estaba el equipo de los Toros, capitaneados por
Ajax, quien a pesar de contar tan solo con veinte años era el
hombre más grande que había visto Jack en toda su vida.
Medía dos metros de altura y era una masa de músculos
impresionante. Le llamaban el Coloso de Galdor, ciudad de
Eregión, donde se había criado de chico. De hecho era el único
estudiante de la Academia que no usaba espada, sino un
martillo de un tamaño descomunal, que solo él era capaz de
levantar, a pesar de ser de madera maciza.
El otro equipo, el favorito de todos era el de los Fénix,
que contaban con Cedric. Jack había llegado a apreciarle en el
tiempo que llevaba en el centro. El hermano de Eric era un
chico también de veinte años. Pese a ser el estudiante más
popular y querido de la Academia, seguía siendo humilde y
sencillo. Jamás había notado en él la más mínima señal de
prepotencia o envanecimiento, pese a que tenía de qué
presumir. Era ese hecho, más que su habilidad con la espada o
su capacidad para ser amado por la gente, lo que le hacía
especial por encima de los demás.
- Rivales duros, Jack –continuó diciendo Valian siguiendo sus
pensamientos-. Los tres sois grandes luchadores. Desde luego
esta generación de estudiantes de la Academia es la mejor que
se recuerda aquí en mucho tiempo. Estoy seguro de que tu tío
se sentirá muy orgulloso de ver cómo habéis crecido.
Se acordó de su tío Tarken. Recordaba que durante un
tiempo le había molestado que su tío nunca le hubiera
confiado que una vez fue Gran Maestre de la Hermandad del
Hierro, pero luego dejó de darle importancia, sus razones
146
tendría. Su tío le había criado cuando sus padres murieron y
era el único que se preocupó por él. Además, gracias a Tarken
había conocido a los que se habían convertido en sus amigos
inseparables. Sin él jamás habría sabido de Eric y Karina,
Lorac o Cedric, e incluso el serio y severo Valian, que pese a
su carácter imperturbable le había enseñado muchas cosas
sobre la espada y sobre la vida.
- Sí, espero que sea así, tengo mucho que agradecerle -estuvo
de acuerdo el joven sonriendo al recordar a su tío.
Su compañero iba a responder algo cuando le
interrumpió un sonido de trompetas. Jack se volvió hacia las
murallas extrañado.
- ¿Qué es lo que hacen? ¿Acaso pasa algo especial? -dijo
frunciendo el entrecejo.
- Están anunciando la llegada de alguien -contestó Valian a
sus palabras.
- ¿Pero quién?- En todo el tiempo que llevaba en la Academia
jamás había visto que recibieran visitas - Somos una sociedad
secreta. Ni siquiera el Supremo Reino sabe que estamos aquí.
¿Quién iba a venir a vernos?
- Subamos a las murallas y te lo enseñaré –fue toda la
respuesta de Valian.
Así lo hicieron. Jack siguió a su compañero por el patio
hasta que llegaron al pie de la muralla. Subieron a las almenas,
saludando a varios guardias que miraban insistentemente hacia
fuera. Incluso pudo atisbar a Michael a lo lejos, pero
enseguida lo apartó de su mente para poder disfrutar del
espectáculo.
Aquel era el lugar de la Academia que más gustaba a
Jack. Las murallas eran enormes y desde ese lugar se divisaba
el Gran Bosque en todo su esplendor. A lo lejos atisbaba
incluso el Pico del Orador, la montaña más alta de todo el
Gran Bosque, a orillas del Lago Milenario. El paisaje era
abrumador pero no fue eso lo que llamó la atención de Jack en
ese momento, sin lo que había a pocos metros de donde se
encontraban.

147
Se trataba sin lugar a dudas de una comitiva y debía de
ser importante, pensó el joven. Estaba formada por unos
treinta hombres a caballo, la mayoría guardias de aspecto
severo y semblante inmutable. En el centro de la comitiva iban
otros jinetes vestidos con túnicas grisáceas, escoltando un
carruaje tirado por varios caballos.
Jack se volvió hacia Valian, confundido.
- ¿Quiénes son? –preguntó de nuevo.
- Magos, Jack -respondió Valian simplemente-. Tienes ante ti
al Consejo de Magos. Han venido desde las Torres Arcanas
para celebrar un importante concilio con el Gran Maestre.
- ¿Ya sabías que vendrían?
- Por supuesto -contestó Valian encogiéndose de hombros-.
Aunque pensaba que aún tardarían unos días más en llegar.
En ese momento los guardias de la muralla, a una
orden de Michael, abrieron los gigantescos portones de la
Academia, hechos del mejor hierro de toda Mitgard, para que
la comitiva de los magos pudiera pasar. Jack vio que los
guardias le mostraban un gran respeto a los magos.
- ¿Cómo es posible que estén aquí? -se extrañó Jack-. Si el
Supremo Rey y los Hijos del Sol se enterasen de que
mantienen tratos con nosotros, ¿no se estarían
comprometiendo demasiado?
- El Consejo de Magos no debe rendir cuentas a nadie, ni
siquiera al Supremo Rey -aclaró Valian, observando
detenidamente la comitiva-. Mantienen contacto con nosotros,
pero el Supremo Rey nunca se enterará. De todos modos, no
utilizan el hierro, pues eso sería demasiado comprometedor y
hasta el propio Supremo Rey tomaría cartas en el asunto.
Jack se fijó entonces en los guardias que escoltaban a
los magos. Todos ellos iban armados con espadas de bronce y
cobre, de muchísima menos calidad que una de hierro. De
igual forma sus cotas de malla eran de cuero y otros materiales
parecidos, mucho menos efectivas que una coraza de hierro.
- La persona que va en el interior del carruaje es el
Archimago Mentor -continuó explicando su compañero-.

148
Hacía mucho tiempo que un Archimago de las Torres Arcanas
no visitaba la Academia.
- Ya veo, ¿y no teméis que los magos puedan decirle al
Supremo Rey y a los Hijos del Sol dónde se encuentra este
lugar? -inquirió Jack, desconfiado.
- Ya te he dicho que el Consejo de Magos actúa por su cuenta.
El Supremo Rey no se mete en sus asuntos y mucho menos los
Hijos del Sol. No debes preocuparte, este encuentro te aseguro
que no es conocido por el Supremo Rey.
Continuaron viendo entrar a los magos. Cuando hubo
pasado el último guardia de la comitiva, los portones se
cerraron con un ruido sordo a sus espaldas.
- ¿Y por qué razón han venido? -siguió preguntando con
franca curiosidad- ¿Qué asunto deben tratar con el Gran
Maestre en ese concilio?
- Eso, jovencito, no es de tu incumbencia -le cortó Valian
escuetamente, con lo que Jack tuvo que cerrar la boca. Que
entrenase con él o que fuese amigo de Lorac no le daba
derecho a meterse donde no le llamaban. No debía olvidar que
después de todo seguía siendo un estudiante más en la
Academia.
Sin embargo aquel era un tema digno de discutirlo con
sus amigos.

- Para mí que se está cociendo algo gordo -dijo Eric como si


fuese lo más normal del mundo.
Fueron las primeras palabras que pronunció el príncipe
de Kirandia cuando Jack hubo explicado lo que había visto.
Estaban los tres en la sala común de la fortaleza, rodeados de
estudiantes de todos los equipos que no dejaban de comentar
el tema que se había convertido en la comidilla de todos: la
llegada del Consejo de Magos a la Academia.
- Pese a que no suelo estar de acuerdo con Eric, esta vez creo
que tiene razón -admitió Karina pensativa-. Por lo que he oído
el Archimago no viene en persona desde hace más de quince
años. Si lo ha hecho ahora no debe ser por una cosa sin
importancia.
149
- Vaya, gracias por tu apoyo -Eric lanzó una mirada con gesto
enfurruñado a la chica que fue devuelta con creces por su
parte-. Algo pasa y me gustaría saber qué es.
- Tal vez tu hermano sepa algo -se le ocurrió a Jack, pero
enseguida Eric empezó a negar con la cabeza.
- Nada que tú no sepas. Recuerda que ahora tú también eres el
capitán de un equipo con la misma importancia que Cedric.
No le dirán nada a él que no te comuniquen a ti también.
Aquello era cierto, solía olvidar que era ya un
personaje importante dentro de la Academia. De hecho era el
estudiante más joven en conseguir hacerse con el puesto de
capitán de un equipo. Nada más y nada menos que un mes
después de ingresar en La Academia. Sin olvidar que había
sido el inventor de la nueva estrategia que aplicaban ahora
todos los equipos cuando combatían en el Foso. Seguramente
si fuera tan guapo como Cedric tendría aún más fama que él,
pensó risueño.
- Bueno -Jack sacudió la cabeza desechando esos
pensamientos-. El caso es que me sorprende que los magos se
arriesguen tanto viniendo aquí. ¿Y si llegase a oídos de los
Hijos del Sol? Valian me ha explicado algo de que son un
órgano independiente del Supremo Reino, pero francamente
creo que…
- Pero es que es así -interrumpió Eric-. El Consejo de Magos
nunca ha respondido ante nadie de sus acciones. Mantienen las
apariencias de cara al exterior y no usan el hierro, como habéis
visto a los guardias que los escoltaban, pero con quien se vean
o mantengan relaciones es asunto suyo y ni siquiera el
Supremo Reino se interfiere. Sabe de su poder y prefiere
dejarlos en paz.
Le sorprendieron los conocimientos sobre asuntos
políticos que tenía Eric. A menudo se olvidaba que su amigo
era un príncipe de sangre real, y como tal había recibido una
educación profunda y amplia sobre toda la historia de Mitgard.
- Siempre ha sido así, incluso tras su desastre en los
comienzos de las Guerras de Hierro –concluyó Eric.

150
- ¿Por qué? ¿Qué fue lo que pasó entonces? -preguntó Karina
intrigada.
- Dagnatarus mató a casi todos los miembros del Consejo de
Magos –respondió Jack sin pensar lo que decía.
Se quedaron de repente en silencio. Jack levantó la
cabeza sorprendido y vio que los dos le miraban asombrados.
- ¿Qué…, he dicho algo malo? -inquirió desconcertado.
- Ese nombre, Dag… Dagnatarus -Karina tenía problemas
para pronunciarlo-. No debes nombrarlo tan a la ligera.
- ¿Por qué? -quiso saber Jack un poco impresionado. Era la
primera vez que veía a Karina tan pálida.
- Porque es el mal -respondió Eric en un susurro-. Mi vieja
aya, la que nos cuidaba a Cedric y a mí en palacio cuando
éramos chicos, solía asustarme por las noches con historias de
que si no me dormía ese ser maléfico vendría a por mí. Estaba
un poco loca y mantenía que nunca había muerto realmente,
que su espectro seguía vivo para llevarse a los niños que eran
malos por las noches.
- Bueno, yo no me tragaba esos cuentos, supongo que tú sí -
aclaró Karina. Eric le lanzó una mirada furibunda- pero es
cierto que siempre ha sido un tema del que me sentía más
cómoda hablando a la luz del día. Desconocía que había
matado a los miembros del Consejo de Magos.
- Si, es una parte oscura de la historia bastante desconocida -
reconoció Eric, mirando de reojo a Jack-. Ignoraba que un
chico de un pueblo como Vadoverde pudiera llegar a saber
eso.
Eric no lo dijo con mala intención, sino constatando un
hecho que era evidente. Que esa historia estuviese en
conocimiento de un príncipe era una cosa, pero que la supiese
un pastor otra muy distinta.
- Oh, tranquilos, que no os oculto nada -cortó antes de que
empezaran a pensar nada extraño-, Lorac me contó esa historia
cuando vinimos aquí, nada más.
Sus dos amigos no insistieron más, satisfechos con la
explicación que les había dado.

151
- Sin embargo hay algo que me interesa saber, Eric -continuó
diciendo Jack- ¿Qué les ocurrió a los magos después de que
Dagnatarus matara a la mayoría de miembros del Consejo?
- Los magos que sobrevivieron lucharon junto al Supremo
Rey Girión en las Guerras de Hierro -contó Eric-. Aquella fue
la última vez que colaboraron con el Supremo Reino y fue por
una causa de fuerza mayor. Desde entonces se encerraron en
sus Torres Arcanas, ajenos a todo lo que ocurría en el mundo.
Sé que mantienen contactos con diversos reyes pero en rara
ocasión. Por eso, el hecho de que el Archimago en persona
haya venido hoy aquí es de lo más inquietante.
- Espero que esto no interfiera con las competiciones del Foso
-añadió Karina con gesto preocupado-. Ahora que estamos tan
cerca de conseguir la victoria...
Jack olvidó por un momento de los magos y pensó en
la lucha que les esperaba. En el equipo de los Tejones no se
hablaba de otra cosa. Ellos, que hasta hacía unos meses no
soñaban siquiera con ganar un solo combate en el Foso,
estaban ahora cerca de conseguir la victoria en el torneo.
- Y todo te lo debemos a ti, Jack -dijo Eric adivinando los
pensamientos de su amigo-. Lo has cambiado todo, también la
moral del equipo.
- No digas tonterías -protestó Jack con un gruñido-. Se lo
debemos a todos los que formamos parte del equipo.
- Sea como sea estamos increíblemente cerca de ganar -
agregó llena de entusiasmo Karina-. En los próximos días el
equipo del hermano de Eric luchará en el Foso contra el de los
Toros, y el que salga ganador de ese duelo será el que se
enfrente a nosotros por el título este año.
Luchar contra Cedric en la final, pensó Jack con
satisfacción, aquello si que era con lo que había soñado, poder
enfrentarse por fin con la persona que más admiraba en la
Academia en un duelo entre iguales. Valian le había dicho que
ya estaba a la altura del heredero al trono de Kirandia, que no
debía sentirse inferior a él.
- Ya veremos que pasa -añadió Jack después de un largo
silencio-. Por lo pronto seguiremos entrenando como siempre.
152
No sé si la llegada de los magos alterará la rutina en la
Academia pero nosotros continuaremos igual que todos los
días.
- ¡Así habla nuestro capitán! –exclamó Eric levantando la
copa que llevaba en la mano- ¡Por la victoria!
Los demás brindaron con él. Jack sentía que mientras
tuviera a sus amigos cerca no podría perder.

Mentor, Archimago del Consejo de Magos y Señor de


las Torres Arcanas, se encontraba en los aposentos del Gran
Maestre. Acababa de llegar después de un largo viaje desde
Ergoth atravesando toda la parte este del Gran Bosque. Se
sentía cansado y preocupado, pues ciertos acontecimientos
recientes le habían inquietado sobremanera. También
colaboraba a esa sensación la misiva que había recibido hacía
dos semanas, escrita de la mano del Gran Maestre de la
Hermandad del Hierro, convocándole de urgencia para
celebrar un importante consejo donde según él debía de
ponerle al tanto de importantes novedades. Dada la situación
general que conocía bastante bien, se había sentido obligado a
aceptar la invitación.
A Mentor no le gustaban las sorpresas y por eso se
sentía inquieto. Sabía que Derek no le habría hecho salir de las
Torres Arcanas sin un motivo grave de verdad. Por lo general,
los magos salían escasas veces de sus torres dedicándose a
incrementar sus conocimientos sobre la vida y el mundo que
les rodeaba. Tan sólo viajaban cuando había que tratar casos
en los que estuviera en juego el futuro de Mitgard.
Oyó un carraspeo a su espalda y al volverse vio al Gran
Maestre de la Hermandad del Hierro, acercándose a saludarle.
- Bienvenido seáis, señor -Derek se inclinó levemente ante él-
. Espero que hayáis tenido un viaje lo más tranquilo posible.
- No ha sido así, pero gracias de todos modos por las
indicaciones que nos habéis dado para cruzar el bosque -
Mentor respondió con un leve cabeceo al saludo de su
homólogo- Hace demasiado tiempo que no venía y el bosque
cambia con rapidez.
153
Cuando vio al Gran Maestre se quedó impresionado,
pues había envejecido mucho más de lo que cabría esperar
desde la última vez que lo vio. Se acordaba de aquella ocasión.
Derek acababa de ser nombrado Gran Maestre, sucediendo a
Tarken, tras una serie de acontecimientos de los que de
inmediato Derek había puesto al tanto a Mentor.
Entonces había comprendido que a ellos les tocaría
librar una batalla que realmente había comenzado hacía
mucho tiempo, que había estado latente todo aquel periodo.
Por eso se preguntó en su interior si habría llegado el
momento de entrar en acción.
- Me alegro de veros de nuevo, Derek -el Archimago tomó
asiento en un sillón siguiendo la invitación del Gran Maestre-.
Veo que hay cosas que hemos de discutir, pero antes que nada
quiero saber una cosa, ¿cómo está el chico?
- A salvo entre los muros de la Academia -contestó Derek
tomando asiento igualmente- Hace ya casi medio año que está
entre nosotros y desde entonces ha progresado mucho. Ahora
es capitán de un equipo y tiene a su lado amigos que le
apoyan.
- Muy bien -Mentor emitió un suspiro aliviado-. Sigue sin
saber cuál es su paradero.
- ¿A qué os referís? -se extrañó el Gran Maestre.
El Archimago frunció el ceño. Pronto le tocaba hablar
de asuntos importantes, pero todo parecía indicar que el
momento para el que llevaban preparándose tanto tiempo
había llegado.
- Quería haberos informado antes de esto, pero he
aprovechado esta visita para hacerlo –aclaró callando unos
segundos antes de decir-. Hace unos meses vino a verme un
hombre a las Torres Arcanas -miró fijamente al Gran Maestre-
. Se hacía llamar Lord Variol.
Derek apretó los puños con fuerza al oír tan odiado
nombre, pero guardó silencio a la espera de lo que pudiera
decirle el Archimago.
- Recordaba que la última vez que estuve aquí me habíais
puesto sobre aviso ante ese hombre, por eso no dejé de
154
vigilarle en todo momento, pero le dejé que hablara. Me
interesaba saber por qué un hombre así querría verme.
- ¿Y qué quería saber? -preguntó con semblante preocupado
el Gran Maestre, aunque intuía la respuesta del mago.
- Se autodenominaba Señor de la Guerra y decía estar al
servicio de un señor que pronto se convertiría en amo y dueño
de todo Mitgard –dijo Mentor, recordando con claridad aquel
encuentro-. Decía que dicho señor estaba interesado en contar
con la ayuda de los magos para su nuevo proyecto de
soberanía sobre el mundo que conocíamos, y que a cambio de
una simple información gozaríamos de su apoyo para el resto
de nuestras vidas.
- ¿De qué información se trataba? -se interesó Derek, aunque
lo sabía perfectamente.
- El llamado Lord Variol estaba al tanto de que manteníamos
contacto con vosotros. Me preguntó si en los últimos tiempos
había recibido información sobre el paradero de un chico que
actualmente estaba bajo la protección de la Hermandad del
Hierro -dijo Mentor con su voz pausada y tranquila-. Nos
prometió que seríamos ampliamente recompensados si le
dábamos alguna pista al respecto.
Mentor terminó de hablar y dejó al Gran Maestre
sumido en lúgubres pensamientos. Al menos, el hecho de que
Lord Variol ignorase dónde se escondía Jack les daba algo de
tiempo pero sabía que tarde o temprano daría con él.
- Por supuesto le dije que mi lealtad era tan sólo para con los
magos, y le pedí que abandonara nuestras torres -añadió
Mentor-. Lord Variol se marchó, no sin antes decirnos que nos
arrepentiríamos de no haberle prestado nuestros servicios.
- Todavía buscan a Jack -susurró Derek haciendo una mueca
de preocupación.
- Por supuesto que lo siguen buscando y no pararán de
hacerlo hasta dar con él.
- Debemos ponernos en marcha inmediatamente -dijo el Gran
Maestre, acuciado por una repentina urgencia-. Mañana
mismo celebraremos consejo. Hay importantes nuevas que
debo comunicaros.
155
- ¿Es por eso por lo que querías vernos?
- Así es -asintió Derek-. Mañana al alba os contaré mis
planes.
No añadió nada más y tanto él como el Archimago se
quedaron en silencio durante un largo rato. Finalmente,
Mentor se marchó de la habitación dejando a Derek sumergido
en sus preocupaciones.

Apoyado en una balconada de la sala común del


equipo de los Tejones, Jack contemplaba plácidamente la
quietud de la noche. Su mirada se dirigió hacia el prado que se
extendía al pie de las murallas de la Academia, donde había
visto por primera vez a la misteriosa mujer de azul. No había
vuelto a encontrarla desde el día que conoció a Valian, y aún
aquel día no estaba seguro de su presencia. A veces pensaba
que había sido fruto de un momento de cansancio, de una
imaginación exaltada, en otras ocasiones pensaba en el trasgo
muerto. Ahora que miraba la noche tan quieta y tranquila, se
había vuelto a acordar de ella.
A sus espaldas oyó un ruido que despertó su
atención. Al volverse vio que Honkar se acercaba a él con una
carta en la mano.
- Lorac me ha dado esto para vos, capitán -dijo tendiéndole el
sobre-. Se lo han dado a los capitanes de todos los equipos.
Jack abrió el sobre y leyó:

Se cita mañana al alba a todos los capitanes a una reunión


que se celebrará en la sala común del castillo.

- El sello es del Gran Maestre -intervino Eric, acercándose


junto con Karina.
- Seguramente quiere informaros de algo -añadió Karina,
leyendo con atención la carta.
- ¡Estupendo! -se alegró Eric con entusiasmo-. Es la
oportunidad para que Jack se entere de por qué han venido los
magos.
Karina frunció el ceño.
156
- La reunión es sólo para capitanes, Eric -reconvino-. Lo que
se diga en esa sala quizá no pueda hacerse público.
- ¿Pero Jack nos lo contará todo a nosotros, verdad amigo? -
preguntó Eric dirigiéndole una mirada de súplica.
Jack tuvo un momento de duda. El Gran Maestre
había sido bastante explícito en la carta. La reunión era solo
para los capitanes, pero desechó aquella recomendación
cuando miró a Eric a los ojos.
- Bueno, espero poder hacerlo –dijo sin comprometerse.
Eric sonrió aliviado, para enfado de Karina, que
comenzó a lanzarles un sermón sobre que no debían violar las
órdenes del Gran Maestre, iniciando así una nueva discusión
con Eric. Los dos terminaron casi a gritos y Karina se fue de la
sala dando un portazo.
- Te digo que no la aguanto -gruñó Eric aún rojo de la ira-.
Mucho hablar pero seguro que después es la primera que
quiere enterarse de lo que ha pasado.
Su amigo siguió echando pestes pero lo cierto era
que Jack estaba tan acostumbrado a sus peleas que no le hizo
mucho caso. En sus manos aún sostenía la carta que el Gran
Maestre les había dado. Al día siguiente iba a estar en un
consejo junto con magos, nobles y gente importante. Volvió a
sacudir la cabeza con incredulidad, ¡qué distinto era todo de la
vida que una vez llevó en Vadoverde!
“Supongo que esto significará que estoy creciendo”
-pensó confuso por cómo había cambiado su vida en poco
menos de medio año.
Dejó a Eric refunfuñando y se fue a dormir. Pasara
lo que pasara al día siguiente quería descansar a pierna suelta
lleno de paz y sosiego, como cuando aún vivía en Vadoverde.

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158
CAPITULO 9
El Cuerno de Telmos

Por la mañana Jack se despertó con las primeras luces


del alba y se vistió rápida y silenciosamente para no despertar
a los demás antes de irse a la reunión. Después de la misma
tendría lugar el esperadísimo combate entre los Fénix y los
Toros.
Así pues salió del cuartel general de los Tejones en
silencio y se dirigió a la sala común. Casi enseguida se tropezó
con Cedric, que iba en la misma dirección que él.
- Veamos qué tiene que decirnos el Gran Maestre -dijo Cedric
tras saludarle animosamente-. Sea lo que sea espero que no se
suspenda el combate de hoy.
- Os enfrentáis al equipo de Ajax, ¿no es así? -preguntó Jack,
contento de poder hablar de igual a igual con Cedric sobre ese
tema.
- En efecto -asintió Cedric de buen humor por la perspectiva
de la lucha-. Quiero ganar hoy y poder enfrentarme a vosotros
después, a ver si os ponemos en vuestro sitio.
- Nuestro sitio es el primer lugar -contestó sonriente Jack.
- Eso está por ver -rieron los dos.
Continuaron hablando durante el resto del camino,
analizando nuevas estrategias y sus rivales aquel día en el
Foso. Aunque empezó un poco cohibido al saber que estaba
hablando con el que un día sería rey de Kirandia, las bromas le
relajaron y pudieron hablar con comodidad. Cedric solía tener
ese efecto en la gente. Pese a que sabía imponer su autoridad
cuando era necesario, conseguía hacer que la gente que le
trataba olvidase que estaba conversando con el príncipe
heredero de un trono. Para Jack aquel era el mayor valor de
Cedric.
En poco tiempo alcanzaron la sala común del castillo,
y vieron que muchos de los bancos que normalmente la
adornaban se habían apartado para dejar sitio a una gigantesca
159
mesa redonda, desde donde el Gran Maestre presidiría el
consejo. Muchos de los comensales habían llegado, y Jack
volvió a sentirse empequeñecido al recordar que compartiría
mesa con mucha gente importante.
Una gigantesca figura les hizo señas desde unos de los
asientos. Se trataba de Ajax, el capitán del equipo de los
Toros, el mismo que esa tarde serían los rivales de Cedric. Se
sentaron con él en buena camaradería. El que llamaban Coloso
de Galdor saludó a Jack dándole una sonora palmada en el
hombro que casi le descoyunta.
- Me alegro de verte, pequeño -rió el gigantón, con su
vozarrón desparramándose por toda la sala. Algunos se
volvieron hacia ellos alarmados por el nivel de voz del enorme
personaje-. Espero que hoy ganemos a esos enclenques de los
Fénix y podamos vernos en la final.
- No estés tan seguro, Ajax –replicó Cedric al otro lado de
Jack- Los enclenques os darán una paliza.
- ¡Ah, príncipe Cedric, menudo bravucón que sois! -voceó
nuevamente Ajax, comenzando a mirar a un lado y a otro-
¿Cuándo nos van a servir cerveza en este condenado consejo?
Podría estar emborrachándome y no perdiendo el tiempo con
esta panda de aburridos.
Jack no pudo evitar soltar a una carcajada al darse
cuenta de que Ajax se refería a los magos. Con sus caras de
palo miraban airadamente al enorme capitán del equipo de los
Toros. A Ajax le importaba un comino que le miraran mal y
continuó gritando pidiendo cerveza y mujeres.
Pensando que se iba a quedar solo con los gritos del
gigantón, Jack se volvió hacia Cedric, deseando poder hablar
con él tranquilamente.
- ¿Conoces a todos los presentes? -le preguntó al oído, pues
casi era imposible mantener una conversación en tono normal
teniendo a Ajax dando voces a su lado.
Había muchas caras nuevas y a Jack le gustaría saber
con quién se estaba sentando a la mesa.

160
- ¿Ves al mago de túnica gris al lado de donde se situará el
Gran Maestre? -dijo, a lo que Jack asintió con la cabeza- Bien,
pues es el Archimago Mentor.
Jack examinó con más atención al hombre de avanzada
edad que estaba sentado cabizbajo y pensativo. Se trataba de
una persona sin duda ya mayor, pero de la que parecía emanar
un aura poderosa y que imponía respeto. Era el superior del
Consejo de Magos y por tanto un mago de gran autoridad y
responsabilidad.
En ese momento el Archimago levantó la cabeza y
clavó su mirada en Jack. Éste la retiró enseguida, como si le
hubieran pillado en falta. Era como si aquel hombre hubiera
sabido que lo estaba observando. Tragó saliva sin saber si ello
era posible o no, al fin y al cabo era un mago, ¿qué sabía él de
lo que era capaz?
Aturdido siguió oyendo a Cedric, que seguía mirando a
los magos. Había dos más a su lado, un hombre de edad
madura con la cabeza rapada como un huevo y una chica que
llamó la atención de Jack no solo por su belleza, sino por lo
joven que era, de la misma edad que Cedric, no tendría más de
veinte años.
- El hombre calvo es Theros, la mano derecha del Archimago
en el Consejo -indicó Cedric, mirándolos uno por uno. Su
mirada se detuvo un rato más en la chica-. Ella es Dezra, la
maga más joven del Consejo, pero he oído decir que tiene un
gran potencial.
Jack continuó recorriendo la sala con la mirada. Allí
estaban también Lorac y Valian, hablando en voz baja de sus
asuntos, al igual que los otros capitanes del resto de equipos.
Solo faltaba una persona, pero sin ella no podía comenzar el
consejo.
Fue en ese momento cuando hizo acto de presencia la
máxima autoridad en la Hermandad del Hierro. Incluso el
gigantón Ajax guardó silencio cuando el Gran Maestre entró
en la sala. Todos los capitanes se levantaron para darle la
bienvenida, pero el mandatario hizo un gesto para que se

161
sentaran. Tomó asiento a la izquierda del Archimago de forma
que ambos presidieran en igualdad de condiciones la reunión.
Jack volvió a sentarse, aún intrigado por lo que tenía
que decir el Gran Maestre. Vio que muchos otros también
parecían ansiosos por escucharle. No tanto Lorac y Valian,
quizá ya supieran privadamente el tema a tratar.
- Doy la bienvenida al Consejo de Magos en su visita a la
Academia así como agradezco la presencia de los jefes de
equipo, los líderes de nuestra Hermandad, en este consejo –
comenzó diciendo el Gran Maestre, haciendo un gesto de
deferencia al Archimago mientras hablaba-. Os he citado aquí
por un tema delicado del que quiero que tengáis constancia.
Entraré inmediatamente en materia pues entiendo que la
premura es una necesidad actualmente.
Hizo una pequeña pausa antes de proseguir:
- Hace cosa de medio año tuve un sueño. Provenía del
mismísimo Gwaeron, dios de los animales y las plantas, Señor
del Gran Bosque, donde estamos ahora mismo. No fue un
sueño común, de eso podéis estar seguros. En él Gwaeron me
reveló que los tiempos en los que la Hermandad del Hierro se
escondía de sus enemigos habían llegado a su fin. Hemos de
darnos a conocer al mundo para que el pueblo de Mitgard sepa
de las ventajas del hierro y se beneficie de ellas.
Calló bruscamente al ver que uno de los magos había
pedido la palabra.
- Todo eso está muy bien, señor, y no dudamos de las ventajas
del hierro -era Theros, la mano derecha del Archimago- pero
por desgracia el Supremo Reino no piensa así, y para
disuadirnos tiene a los Hijos del Sol. Ellos cuentan con
poderes a los que no podemos hacer frente.
- Eso le contesté al dios Gwaeron en mis sueños -asintió
Derek a las palabras del mago, dándole la razón-. Pero el dios
me tenía reservada una sorpresa. Me dijo que me daría algo
con lo que podríamos superar nuestros miedos y hacer frente a
nuestros enemigos. Según él, gracias a su regalo, un “don”
fueron sus palabras exactas, podríamos volver a instaurar una
etapa de oro con el hierro como pilar fundamental de nuestra
162
vida, utilizando este precioso metal no para hacer la guerra,
sino para beneficiarnos de su uso.
- ¿Y qué era eso de lo que os hablaba el dios de los bosques,
señor? -preguntó Cedric, impaciente por saber más.
-Sí, ¿cuál es ese objeto de tan enorme poder? –preguntó a su
vez Theros.
- Lorac, por favor -el superior de la Hermandad del Hierro le
hizo una seña al aludido. Éste se acercó y le tendió un cofre
bellamente adornado.
Jack se quedó de piedra. Era el cofre que el silfo
Nébula le había dado a Lorac cuando fue a buscarle a
Vadoverde.
El Gran Maestre abrió la caja con un suave
movimiento y sacó de su interior un pequeño cuerno de bella
factura, que tendió al Archimago. Éste lo cogió con manos
temblorosas, quizás intuyendo de qué se podía tratar. Le bastó
unos segundos para leer la inscripción que venía labrada en el
cuerno para confirmar sus sospechas.
- ¡El Cuerno de Telmos! -gritó con sorpresa.
Muchos se levantaron asombrados y empezaron a pedir
a gritos una explicación. El sonido de numerosas
conversaciones rompió la quietud de la reunión. Jack se quedó
sentado sin saber qué era lo que estaba pasando. A él no le
decía nada el nombre de Telmos. Vio que Cedric sí lo
comprendía pues su cara aparecía pálida, pero también vio
otros que se encogían de hombros confusos, entre ellos el
gigantón Ajax.
El propio Gran Maestre tuvo que imponer silencio
levantándose él mismo. Se impuso la cordura y el orden volvió
a la sala. Jack seguía sin entender qué era lo que estaba
pasando.
- Mi señor, antes que nada quisiera saber si el cuerno es el
auténtico -pidió Dezra, la guapa y joven maga del Consejo-.
Durante años han sido muchos los que han hecho creer que
habían encontrado el Cuerno de Telmos, pero no eran más que
burdas imitaciones.

163
- Eso es cierto -corroboró el propio Cedric, sorprendiendo a
todos-. Uno de los nobles de la corte de mi padre incluso
juraba que entre sus tesoros familiares se encontraba el
cuerno. Desde luego resultó ser una imitación, pero este tipo
de confusiones no nos es extraña en Kirandia, donde el deseo
de encontrarlo es mayor que en otros lugares.
Por toda respuesta el Gran Maestre alzó el cuerno para
que todos leyeran algo que había escrito en él. Sin embargo,
resultaba una lengua desconocida para Jack y la mayoría de
los que se encontraban allí.
- ¿Qué diablos pone ahí? -preguntó Ajax en nombre de todos.
- Que la Orden de Caballeros vuelva a ser lo que era -fueron
las palabras del Gran Maestre.
- Es un mensaje para mi pueblo -dijo Cedric atónito.
- Así es -estuvo de acuerdo el Gran Maestre-. Para eso se creó
el Cuerno de Telmos, para volver a instaurar los días de gloria
de los antiguos Caballeros de Kirandia.
Jack continuaba totalmente perdido, y perdiendo toda
timidez se levantó para pedir la palabra. Casi todos los ojos de
la reunión se clavaron en él, lo cual le amedrentó más de lo
que imaginaba. ¿En qué demonios estaba pensando cuando se
puso en pie? Lo único que quería era salir de allí cuanto antes,
fuera del alcance de todas aquellas miradas de gente tan
importante ¿qué le importaba a él para qué sirviese ese
cuerno?
- ¿Sí, capitán de los Tejones? -preguntó el Gran Maestre,
taladrándolo con la mirada.
- Señor, quisiera saber qué representa ese cuerno –respondió
tragando saliva para darse valor- Yo y creo que algunos de los
que estamos en esta sala, ignoramos quién era Telmos y para
qué servía su cuerno.
- ¡El pequeño tiene razón! -voceó Ajax dando un puñetazo en
la mesa- ¿Para qué nos sirve a nosotros ese cuerno?
Se oyeron algunos tímidos murmullos en señal de
acuerdo entre los capitanes. Si bien no compartían la manera
en que el capitán del equipo de los Toros exigía que se le

164
aclarasen las dudas, sí les parecía bien que alguien contase
algo más.
- De acuerdo, perdonadme, a menudo olvido que la historia
del Cuerno de Telmos ocurrió tras las Guerras de Hierro y son
una parte de la historia de nuestra tierra poco conocida -
concedió Derek inclinando ligeramente la cabeza en señal de
disculpa hacia ellos-. Considero que será mucho más
productivo para todos que os cuente brevemente su historia
para que sepamos mejor qué está ocurriendo.
Dejó el cuerno con cuidado sobre la mesa, a su
alcance, y comenzó a hablar con voz pausada y tranquila.
- Lo que voy a narrar se remonta a los años que siguieron a
las Guerras de Hierro. Era un tiempo duro, en que se luchaba
para sobrevivir, muchas naciones habían quedado asoladas
tras el terrible conflicto -el Gran Maestre fue transportándolos
a aquellos negros años posteriores a la guerra, los más penosos
de la historia de Mitgard-. Fue entonces cuando el Supremo
Rey Girión, el gran adalid de las fuerzas de los pueblos libres
frente a las hordas de Dagnatarus, presionado por sus
consejeros y nobles, decidió instaurar la Prohibición en todo
Mitgard y erradicar el hierro, que desde su punto de vista
había sido el causante de todos los males de la guerra.
- Para asegurar que todos los pueblos cerrasen forjas y
herrerías destruyendo sus armas de hierro –continuó-, se creó
una sociedad formada por los más fanáticos seguidores de la
Prohibición impuesta por el Supremo Rey. Se
autodenominaron los Hijos del Sol. Muchas de las mayores
atrocidades fueron acometidas por ellos tras las Guerras de
Hierro. Aquellos que se resistían a deshacerse de sus objetos
de hierro, de las espadas y hachas que habían utilizado durante
la guerra contra Dagnatarus, se les quemaba en la hoguera,
una costumbre que sigue por desgracia vigente en nuestros
días. No, amigos míos, los Hijos del Sol no muestran piedad
con aquellos que deciden saltarse la Prohibición. Es por ese
motivo que la Hermandad ha tenido que permanecer siempre
en el anonimato hasta hoy.

165
Tomó un poco de agua para continuar.
Sorprendentemente, Jack habló antes de que pudiera hacerlo.
- Hay algo que no comprendo, señor -dijo el joven mientras
muchas miradas se fijaban en él-. Si los Hijos del Sol no
utilizaban armas de hierro, ¿cómo podían imponerse a
aquellos que sí las tenían?
- Por la ayuda que reciben del dios Tror -contestó el Gran
Maestre. Se oyeron algunas maldiciones por lo bajo e insultos
dirigidos a aquella deidad- ¿Alguna vez has visto en acción a
los Hijos del Sol?
- Una vez -respondió con voz casi inaudible el joven.
Difícilmente podría borrar de su mente la imagen de Caleb
quemándose en la hoguera.
- Bien, entonces habrás comprobado que utilizan unos
bastones de los que emana un brillo verdoso -continuó Derek-.
Aquel fue el poder que recibieron del dios Tror, esos bastones
debilitan a los que llevan entre sus manos armas hechas de
hierro, hasta el punto de que podrían incluso romper una
espada del mejor hierro armados con unos bastones que a la
vista son de simple madera, pero que realmente son más que
eso. Desde el día que recibieron ese poder los Hijos del Sol se
hicieron poco menos que invencibles. Así fue como
consiguieron imponer su ley. Que se sepa, hasta el día de hoy
solo una raza de hombres ha sido inmune a ellos. Eran los
Irdas y por desgracia cayeron de todos modos.
Jack echó un vistazo al rostro de Valian, pero éste
seguía imperturbable como siempre. Sí, el reino de los Irdas
había caído, pero debido a una traición, no por mérito de los
Hijos del Sol.
- Si no fuera por eso no nos esconderíamos en el Gran Bosque
y les plantaríamos cara, pero me estoy desviando del tema -
dijo el Gran Maestre, volviendo su atención al resto de
participantes en la reunión-. En aquellos tiempos, sólo un
reino se resistió a la Prohibición, y fue el reino de Kirandia -
Jack vio por el rabillo del ojo que Cedric abandonó su postura
relajada hasta el momento, y se puso tenso-. La Orden de
Caballeros de Kirandia se había hecho famosa en todo Mitgard
166
durante las Guerras de Hierro, pues habían sido la fuerza de
élite del rey Girión durante el conflicto. Su fuerza radicaba en
las armaduras y espadas de hierro, en su caballería pesada, y
no estaban dispuestos a renunciar al hierro que tanto poder les
había deparado.
- Por aquellos tiempos reinaba en Kirandia uno de los líderes
de las Guerras de Hierro. El rey Telmos era querido y
respetado por su pueblo, muchas de las hazañas durante la
guerra habían sido obra suya. Pese a que era amigo del propio
Supremo Rey Girión, habiendo sido ambos aliados contra
Dagnatarus, éste dio carta blanca a los Hijos del Sol para que
obligaran a Telmos a renunciar al hierro a cualquier precio.
Los Caballeros de Kirandia se sintieron desesperados, pues
sabían que no podían hacer frente a los Hijos del Sol, al contar
con el favor del dios Tror, y volvieron sus miradas suplicantes
hacia Telmos, esperando que su líder les salvara.
- Éste a su vez rogó a los dioses implorando su ayuda.
Finalmente una voz escuchó sus plegarias. Se trataba del
mismo dios que años más tarde escucharía los ruegos de Sir
Ragnar y le mostraría la Academia, oculta en pleno corazón
del bosque. Ese dios no era otro que Orión, el que llaman el
dios del hierro. Orión le hizo un regalo a Telmos. Se trataba de
un cuerno que, si era soplado por el rey de Kirandia en la
batalla, anularía los poderes de los Hijos del Sol, alejando la
influencia del dios Tror sobre ellos. A partir de ese día se le
llamó el Cuerno de Telmos.
- Gracias a él, los Caballeros de Kirandia resistieron la
acometida de los Hijos del Sol. El rey Telmos lo hacía sonar
en la batalla y los poderes de sus enemigos desaparecían. Así
consiguieron aguantar hasta tres años. Un día, los Hijos del
Sol tendieron una emboscada al rey Telmos y el cuerno se
perdió para siempre. A partir de entonces los Caballeros de
Kirandia, muerto su líder y perdida la fuente de su poder,
claudicaron ante los Hijos del Sol. No fue hasta años más
tarde en que un caballero, no conforme con la situación,
escapó con alguno más de los que pensaban como él y fundó

167
la Hermandad del Hierro en la espesura del Gran Bosque. Pero
la historia de Sir Ragnar no nos interesa en estos momentos.
Tras el relato de Derek la sala entera quedó en silencio,
aún impresionados por lo que acababan de oír. Muchos
desconocían la historia completa, para ellos era la primera vez
que la escuchaban.
- Pero el cuerno se perdió -dijo al fin Cedric, rompiendo la
quietud con su voz-. Mi padre ha empleado gran parte de su
vida en buscarlo.
- Y ahora ha llegado de nuevo a nuestras manos -contestó
Lorac antes de que lo hiciera el Gran Maestre-. Debemos dar
las gracias al dios Gwaeron, pues es por él por lo que hoy lo
tenemos delante de nosotros.
Tras las palabras de Lorac se hizo un nuevo silencio en
la sala. Todos esperaban que alguien dijese lo que estaban
pensando, la gran pregunta que les martilleaba desde que
habían sabido que el Cuerno de Telmos estaba en su poder.
- Lo que debemos decidir ahora es qué hacemos con el cuerno
-dijo al fin el Gran Maestre asumiendo la responsabilidad de
plantear la cuestión-. Es por eso por lo que os he reunido a
todos aquí hoy.
- ¿Qué pensáis que debemos hacer, señor? -preguntó Theros
enarcando una ceja con escepticismo-. Sea lo que sea lo que se
decida en este consejo el cuerno es ahora vuestro ¿Por qué
queréis contar con nuestra opinión?
Se oyeron algunas palabras de protesta por lo que
acababa de decir el mago, pues muchos lo interpretaban como
una ofensa hacia el Gran Maestre, como si no confiara en su
buena fe para hacer partícipes a todos del hallazgo del cuerno.
El Archimago acalló aquel murmullo poniéndose en pie.
- Confío plenamente en el Gran Maestre para saber que
acatará la decisión que se tome tras la reunión -manifestó
Mentor con voz firme y segura, a medida que los comentarios
se iban apagando-. Podría habernos ocultado que tenía el
Cuerno de Telmos en su poder. Sin embargo, ha solicitado
nuestro concurso en este consejo para que le demos nuestro

168
parecer al respecto. Por ello confío plenamente en su intención
de contar con todos nosotros para dar el siguiente paso.
Mentor se sentó después de dejar claro quién ostentaba
la autoridad en las Torres Arcanas, pues el mago Theros se
limitó a hacer un gesto de disculpa en dirección a Derek y
permaneció en silencio.
- Bien, os diré cuál es mi idea -continuó el Gran Maestre
como si no hubiera habido ninguna interrupción-. Tengo la
intención de llevar cuanto antes el cuerno a Kirandia. Allí se
lo ofreceré al rey Alric y pondré a su disposición a los
miembros de la Hermandad del Hierro. Ha llegado la hora de
que el mundo vuelva a contar con el hierro y restaurar la
Orden de Caballería en Kirandia será una pieza clave en todo
el proceso.
Si antes se habían levantado voces ahora fue un
auténtico tumulto lo que sucedió a continuación de las
palabras del Gran Maestre. Jack vio aturdido que todos
intentaban hablar a la vez en su afán de conseguir que el Gran
Maestre les escuchara.
- ¡Por fin volverán los días de gloria para los Caballeros de
Kirandia! –exclamó Cedric en voz baja, de forma que sólo
Jack alcanzó a oír lo que decía-. Ya nunca más volveremos a
temer a los Hijos del Sol.
- Pero ¿habéis pensado en las consecuencias, señor? -esta vez
fue Dezra, la joven maga la que se levantó-. Darle el Cuerno
de Telmos al rey Alric será poco menos que una declaración
de guerra para los Hijos del Sol. El Supremo Rey no lo
permitiría, ¡podrían incluso llevarnos a una guerra entre
Kirandia y el Supremo Reino!
- Habláis con sabiduría, Dezra -asintió el Gran Maestre con
semblante grave-. En efecto, probablemente sería así -los miró
a todos uno por uno-. También os digo que necesitaremos el
hierro en los tiempos venideros.
- ¿Por qué decís eso, señor? -Theros frunció el entrecejo-.
Llevamos mil años valiéndonos sin hierro. Creo que, cierto es,
el mundo se beneficiaría de poder utilizarlo de nuevo, pero no
creo que nos compense si el precio a pagar es una guerra que
169
sacudiría los cimientos de nuestra civilización. ¿Os dais cuenta
de lo que supondría una guerra entre el Supremo Reino y
Kirandia? El mundo tardó siglos en reponerse de las Guerras
de Hierro, no dejemos que algo así ocurra de nuevo. Mi
consejo, y esto es algo que ni siquiera he hablado con mi señor
-hizo una leve inclinación en dirección a Mentor- es que
dejemos las cosas tal y como están por el momento. No por el
hecho de disponer del cuerno tenemos por qué usarlo. Siempre
lo podrá guardar la Hermandad por si fuera necesario
emplearlo, pero sólo entonces.
Se oyeron varias voces en señal de apoyo a las palabras
del segundo del Consejo de Magos. Todos sabían que lo que
acababa de decir Theros era dolorosamente cierto. Si el rey
Alric anunciaba que tenía el Cuerno de Telmos en sus manos,
los Hijos del Sol exigirían que se lo diese a ellos de inmediato,
lo que conduciría a una escalada de violencia que
desembocaría en una guerra.
Tanto Jack como Cedric empezaron a pensar en esta
posibilidad con temor y cierto recelo. Como miembros de la
Hermandad del Hierro deseaban fervientemente disfrutar de la
libertad de utilizar el hierro sin temor a que les quemaran en la
hoguera, que acabase la Prohibición y la Hermandad dejase de
ser una sociedad secreta que se viera obligada a ocultarse en el
bosque por temor a ser descubierta.
¿Pero de verdad querían conseguir esto a cualquier
precio? ¿Incluso si implicaba que estallase un conflicto entre
dos naciones tan poderosas? Jack se sentía confuso y quería
disponer de tiempo para poder pensar todo aquello más
detenidamente.
Pero según parecía no disponían de ese tiempo.
- Ha llegado el momento de contaros algo más -anunció en
ese momento el Gran Maestre tras intercambiar una mirada
con el Archimago-. Algo de lo que pocas personas tienen
conocimiento, entre ellas el rey Alric, el Archimago Mentor y
yo mismo -la sala se quedó de nuevo en silencio. Todos se
sentían expectantes y algo atemorizados ante lo que el Gran

170
Maestre había mantenido en secreto hasta entonces-. Señores,
habrá guerra queramos o no.
- ¿A qué os referís? -inquirió Theros, en nombre de todos.
Una extraña sensación recorrió la estancia, como el silencio
que precede a la tormenta.
- Hace tiempo recibimos la visita de un hombre, Lord Variol.
Ostentaba el título de Señor de la Guerra y vino a hacernos
una advertencia: Que nos preparásemos para una guerra larga
y cruenta en la que nuestro enemigo no tendría ningún reparo
en utilizar armas de hierro. Aquello nos intrigó bastante pues
Lord Variol era un hombre del que se desprendía un halo
poderoso y maligno al mismo tiempo. Sé de lo que hablo
cuando os digo que no es un predicador enloquecido. Lord
Variol es un hombre peligroso y si nos ha declarado la guerra
os puedo asegurar que estamos en peligro.
El Gran Maestre hizo una pausa para beber un sorbo de
vino. Nadie más hablaba, incluso el grandullón Ajax guardaba
silencio.
- Esto ocurrió hace unos años -continuó hablando el líder de
la Hermandad del Hierro-. Desde entonces mis espías no dejan
de mandarme informes de grupos de trasgos y lobos que se
dirigen hacia el norte. En los últimos meses esta actividad se
ha incrementado y ciertos indicios que han llegado a mis oídos
parecen indicar que este Lord Variol está detrás de todo ello y
podría estar listo para atacarnos. Hace unas semanas este
hombre se presentó en las Torres Arcanas.
Tanto Theros como Dezra se volvieron sorprendidos
hacia el Archimago.
- Mi señor, ¡no nos habíais comentado nada al respecto! -
protestó la maga.
- ¡Somos miembros del Consejo de Magos, mi señor! –a
Theros se le veía conteniendo su indignación- ¡Tendríais que
habernos puesto al corriente de un hecho tan relevante!
- Comprendedme, amigos. Lord Variol fue a hablar conmigo
en privado, para ofrecerme que nos uniéramos a él en la guerra
que se avecina -la voz del Archimago sonaba cansada, como si
no sintiera que podría convencerles de que había obrado
171
correctamente-. El Gran Maestre ya me había puesto sobre
aviso respecto a este hombre. Por eso decliné su oferta y
esperé hasta informar a Lord Derek antes de deciros nada.
No sonaba muy convincente pero los dos magos no
insistieron más. Jack sabía si embargo que la conversación no
había acabado ahí, aquellos tres todavía tenían mucho de qué
hablar cuando se encontraran en privado.
- Trasgos y lobos -intervino en ese momento Cedric-.
Perdonadme, mi señor, pero realmente es una historia más
propia de las que se cuentan a los niños para que duerman que
de un consejo de guerreros.
- Tu padre me cree, príncipe Cedric -se limitó a contestar
Derek, con lo que el rubio joven cerró la boca al instante.
“Pero es cierto que él me cree porque le he contado el
resto de la verdad -pensó el Gran Maestre, y clavó en ese
momento su mirada en Jack-, perdonadme que nos os cuente
más, príncipe Cedric, pero creo que de momento es mejor así
para todos”.
- Cuándo nos atacarán los ejércitos de Lord Variol es la gran
pregunta que nos hacemos todos –continuó diciendo el Gran
Maestre-. Puede ser mañana, dentro de unos meses o incluso
puede que dentro de una año, sin embargo la actividad
maligna se incrementa y no creo que se demore más. Pero
creedme amigos míos si os digo que la amenaza es real y que
corremos un verdadero peligro. Los que me conocen saben
que no soy una persona cobarde, que no os alarmaría sin
motivo. Por eso os pido que confiéis en mí. Sé que esto os
habrá sorprendido, la mayoría de vosotros aún estaréis
escépticos, pero os pido, os ruego, que confiéis en mí.
En ese momento se levantó Ajax de su asiento.
- Si el Gran Maestre dice que corremos peligro, bien, pues yo
le creo. No sé nada de Señores de la Guerra pero sí que
nuestro señor es una persona juiciosa, y estoy dispuesto a
poner mi vida en sus manos si él me necesita.
- En nombre de mi padre y de mi pueblo, estoy dispuesto a
asumir las consecuencias de enviar el Cuerno de Telmos a
Kirandia -anunció entonces Cedric, levantándose junto a Ajax-
172
. Si es cierto que un enemigo amenaza a los pueblos libres de
Mitgard, entonces Kirandia será el primero en recibir su
ataque y defenderlo. Lo hicimos en tiempos de Dagnatarus y
lo volveremos a hacer ahora.
Su voz estaba cargada de autoridad. A nadie le cupo
duda de que en esos momentos estaba hablando el heredero
del trono de Kirandia. Era la voz del rey Alric hablando a
través de su hijo, dándoles el beneplácito para llevar el cuerno
a su pueblo.
- Os agradezco vuestro apoyo, príncipe Cedric -el Gran
Maestre inclinó la cabeza en su dirección en un claro gesto de
deferencia hacia su persona-. De hecho tenía pensado que
fuerais vos el que viajase hasta Kirandia para que vuestro
padre recibiese el cuerno de las manos de su propio hijo.
- Me sentiré muy honrado por ello, mi señor -dijo
simplemente Cedric, asumiendo el compromiso.
- De acuerdo entonces. Cuando termine el torneo en el Foso
os pondréis en marcha, príncipe Cedric -el Gran Maestre miró
en ese momento a los tres capitanes que estaban juntos, Jack,
Cedric y Ajax-. Sé que está cercano el momento de saber
quién obtendrá la victoria en el Foso este año. Aprovecho para
invitar al Consejo de magos a presenciar el espectáculo.
Inmediatamente después, partiréis -suspiró quedamente-. Se
acercan tiempos oscuros, amigos míos, por eso deseo que
podáis disfrutar de unos últimos días de paz en la Academia
haciendo lo que más os gusta, que es competir en el Foso.
- No se preocupe, señor -se oyó el vozarrón de Ajax en tono
jocoso-. Trataré de no sacudir hoy demasiado al joven
príncipe.
Se oyeron algunas risas y el ambiente se hizo más
distendido. El Gran Maestre volvió a hablar, pidiéndoles
fuerza y valor para los días venideros. También lo hizo
Mentor, coincidiendo en el mismo mensaje. Se dio por
concluido el consejo y el Archimago abandonó rápidamente la
habitación seguido por sus dos magos. Jack sabía que aún
tendrían mucho de que hablar.

173
Estaba saliendo él también cuando Lorac le abordó
antes de que llegara a la puerta.
- Y bien, Jack, hoy has asistido a un verdadero consejo con
los que deciden cómo se fabrica la historia -dijo, sonriéndole
animosamente- ¿Qué te ha parecido?
- Me ha parecido que el Gran Maestre no ha dicho toda la
verdad, que hay algo más -contestó atrevidamente Jack,
mirando a Lorac.
El semblante de éste ni se inmutó.
- Sea como sea, el Gran Maestre ha revelado lo que
consideraba necesario para nuestro bien -dijo-. Lo que se ha
dicho aquí no debe salir de esta sala, Jack. No queremos
alarmar al resto de estudiantes de la Academia. Cuando llegue
el momento de que deban saber la verdad ya se enterarán.
- ¿Qué me queréis decir con esto, señor? -Jack tragó saliva.
¿Es que acaso Lorac podía leerle la mente?
- Que no le digas a nadie lo que has oído hoy aquí,
¿entendido? -Lorac no esperó a que respondiera y abandonó la
sala de reuniones, dejando a un aturdido Jack observando
cómo se iba. ¿Tan obvio era que enseguida iba a ver a Eric y a
Karina para contarles todo lo que había pasado?

- Y eso es todo -terminó Jack, apoyándose en el respaldo de


su cama.
- Vaya -silbó Eric impresionado- No puedo creerlo.
Se hallaban los tres en el dormitorio de los Tejones,
excepcionalmente vacíos a esas horas de la tarde. Casi todos
se habían dirigido ya a coger posiciones para ver el combate
que pronto tendría lugar entre el equipo de los Fénix y el de
los Toros, del que saldría el rival que se disputaría con los
Tejones el título de campeón aquel año. Por eso podían estar
hablando allí tranquilamente, sin miedo a que nadie los oyera.
- Así es -asintió Jack, contento de poder despertar el interés
de sus amigos-. El Gran Maestre dijo que guardarían el cuerno
en los sótanos del castillo hasta que tu hermano lo llevara a
Kirandia. Así que allí estará hasta ese día.

174
- ¡Mi hermano llevando el Cuerno de Telmos a nuestro padre!
-se quejó Eric, picado por la envidia-. Será recibido como un
héroe. Oye, Jack, ¿tú crees que si le pido al Gran Maestre
acompañar a mi hermano me dejará?
- Eh, se supone que tú no debes saber nada de todo esto -
protestó Jack alarmado. Si Lorac se enteraba de que, pese a
sus advertencias, les había revelado lo que se había dicho en el
consejo a Jack le caería una buena.
- Oh, vamos, ¿tú qué opinas, Karina? -preguntó Eric- ¿Me
permitirá el Gran Maestre ir a Kirandia con mi hermano?
Se volvieron al darse cuenta de que Karina permanecía
pálida y mirando con ojos asustados a Jack.
- No debiste habernos contado nada, Jack -susurró la chica, y
sin añadir nada más salió corriendo de la sala.
Jack y Eric se miraron algo desconcertados. Este
último se encogió de hombros quitándole importancia al
asunto.
- Esta chica sigue mal de la cabeza, eso es evidente. Lleva
todo el rato diciéndote que no debes decirnos nada de lo que
se ha dicho en el consejo, que está mal romper la confianza del
Gran Maestre, ¡pero es la primera que se ha quedado para oír
lo que decías!
- No sé, Eric -Jack no estaba convencido. Lo cierto es que
Karina había reaccionado de una manera muy extraña-. A lo
mejor se ha asustado al oír que es posible que estalle una
guerra.
El semblante de Eric se ensombreció de repente, y su
voz abandonó todo tono alegre que pudiera haber tenido antes.
- Yo sí que estoy asustado, Jack -confesó Eric en voz baja-.
Tengo miedo de lo que los Hijos del Sol puedan hacer si mi
padre obtiene el Cuerno de Telmos, de ese extraño Lord
Variol venido de no se sabe dónde.
- Sea lo que sea lo que vaya a pasar, poco podemos hacer
nosotros, dos simples estudiantes de la Academia -le calmó
Jack poniéndole una mano sobre el hombro para animarle-. Lo
que vaya a ocurrir está en manos de gente importante, como el
Gran Maestre, como tu padre o tu hermano. Nosotros tenemos
175
que centrarnos en los problemas que nos atañen, y en esos
problemas entra cómo ganar la próxima competición en el
Foso.
Eric se animó al hablar de la competición, y Jack se
alegró, pues no deseaba ver a su amigo triste. Aunque por
dentro él mismo estaba preocupado, pues pasara lo que pasara,
la Hermandad del Hierro estaría en el ojo del huracán, y eso
acabaría por afectarles tarde o temprano.
Pero aún tenían tiempo, decidió Jack, y por eso no veía
problema alguno en olvidar aquellos turbios asuntos y poder
hablar con Eric sobre los posibles rivales de los Tejones en el
combate que decidiría el campeón de aquel año.
- ¡Ojalá nos enfrentemos al equipo de mi hermano! -decía
Eric con la cara roja de entusiasmo- ¡Tengo ganas de bajarle
los humos a Cedric!
- No sé qué decirte -rió Jack, contento de poder ver a su
amigo sonreír-. Aunque la verdad no querría enfrentarme a
Ajax, cualquiera tumba a esa mole.
Los dos rieron aunque un poco impresionados
recordando el tamaño del que llamaban el Coloso de Galdor.
La verdad es que ninguno de los dos quería tener que combatir
con él.
Sin embargo Jack no tenía más que recordar la forma
de combatir de Cedric para hacerse una idea de quién ganaría
el duelo que iba a celebrarse. Por muy grande e impresionante
que pudiera ser el Coloso de Galdor, no olvidaba la primera
vez que había visto a Cedric luchar en el Foso. Aquello le
sirvió para saber que el hermano de Eric sería el verdadero
rival al que tendrían que enfrentarse.
- Sea como sea, no es un asunto del que debamos
preocuparnos hoy, amigo mío -dijo al fin Eric-. Vayamos al
Foso con los demás. Quiero ver cómo lo hace mi hermano.
Se mostró de acuerdo y siguió a su compañero por los
largos recovecos del castillo, que estaba inusualmente
silencioso. Todos los estudiantes habían ido ya al patio
exterior para asistir a la competición. Pese a las ganas que

176
tenía de ver a Cedric luchando, una nueva inquietud se había
apoderado de él aquel día.
“Se acercan tiempos oscuros”, pensaba Jack. Eran
palabras del propio Gran Maestre, no suyas. Todo parecía
indicar que los buenos tiempos que había pasado en la
Academia podrían estar llegando a su fin. Aquella
preocupación no dejaba de asaltarle.
De todos modos, pensaba, eran temas que estaban en
manos de gente importante, como el Gran Maestre, el
Archimago, Cedric y los demás, no de él, un simple estudiante
de la Academia que no llevaba allí ni seis meses.

Se olvidó casi de inmediato de sus preocupaciones


cuando vio el ambiente que había junto al Foso. Se habían
dado cita prácticamente todos los jóvenes alumnos de la
Academia. Jack observó a varios miles de chicos y chicas que
gritaban enfervorizados y jaleaban a sus equipos preferidos.
De hecho, se habían añadido varias gradas provisionales para
que la gente pudiera presenciar la competición, pues de otra
forma habría sido imposible que tanta gente se acumulara en
ese mismo lugar.
Aún un poco aturdido, Eric y él comenzaron a abrirse
paso entre la gente, quien con mejor o peor cara les dejaban
pasar. Pero finalmente todos le cedían el sitio, pues era un
capitán de equipo, y como a tal se le permitía cierta
deferencia. Eric no debía de gozar del mismo trato en teoría,
pero bien parapetado tras su amigo, logró abrirse camino
igualmente entre la multitud.
Después de un rato llegaron casi al pie del Foso, desde
donde podrían divisar todo lo que ocurriera. Jack vio que tanto
el equipo de los Toros, a las órdenes de Ajax, como el equipo
de los Fénix, bajo el mandato de Cedric, se habían colocado ya
en los dos extremos del Foso, y daban sus últimas
instrucciones a los miembros de sus equipos. Desde donde
estaba Jack, Cedric parecía la viva imagen de la seguridad en
sí mismo. Nada parecía agobiar al imperturbable capitán del
equipo de Los Fénix, y futuro rey de Kirandia.
177
- ¿Has visto a Karina? -preguntó a su lado Eric, con una voz
que daba la sensación de sonar preocupada.
- No, no la he visto, pero lo cierto es que hay mucha gente -
contestó Jack, más pendiente de los combatientes que pronto
entrarían en liza-. Estará en cualquier otro sitio.
Eric asintió pero a Jack le dio la impresión de que no
dejaba de buscar con la mirada donde pudiera estar la
muchacha.
- Sin embargo, ellos si han venido -añadió con curiosidad
Eric.
Siguiendo las indicaciones de su compañero, observó
que tanto el Gran Maestre como el Archimago habían acudido
a presenciar al combate. Ambos tenían sitios de honor en las
nuevas gradas que se habían acomodado para que todos
pudieran asistir a la lucha.
- Vaya, es extraño. Creo que es la primera vez que veo al
Gran Maestre hacer acto de presencia en el Foso.
- Es verdad, sin duda la importancia del combate de hoy le
habrá hecho venir.
Jack continuaba mirando a los dos mandatarios cuando
en esos momentos el Archimago giró la cabeza y clavó en él
su mirada. Jack se sorprendió al comprobar que Mentor no
retiró la vista, y se quedó con sus ojos fijos en él. Finalmente
fue el propio Jack el que bajó la cabeza azorado.
“¿Por qué me mirará así? -se extrañó el chico-, que yo
sepa no tengo nada de especial. ¿Por qué iba a prestar atención
a un simple estudiante de la Academia como yo?”
Se iba a quedar con la duda porque en ese momento el
Gran Maestre se levantó y dio la señal para que comenzase el
combate. Se oyó un rugido de los espectadores cuando los dos
equipos se lanzaron a la contienda, y Jack perdió entonces
todo interés en el Archimago.
Ambos equipos habían elegido a dos estudiantes para
que llevasen la bandera con ellos, tal y como había ideado
Jack en su día. Estrategia que había sido adoptada por el resto
de equipos desde entonces. Pero para sorpresa del joven, ni
Ajax ni Cedric eran los que la portaban. Los dos capitanes
178
preferían delegar tal tarea en otros miembros de sus equipos
para así poder combatir en plenas facultades. Eran los líderes
de sus equipos y sabían que para ganar un enfrentamiento tan
duro se necesitaría de ellos al cien por cien.
El encontronazo fue muy duro en el centro del Foso.
Casi de inmediato Cedric hizo una hábil finta y derribó a uno
de los Toros, mientras que el Coloso de Galdor tumbó a uno
de los Fénix con su poderoso martillo.
Jack quedó impresionado al ver el martillo que usaba
Ajax. Era el único estudiante de la Academia que no usaba
espada, sino un martillo de madera tan grande que solo él
podía levantar y blandir. Había sido cubierto con placas de
caucho y algodón para que sus golpes no resultaran letales,
pero aun así Jack no dudaba de que con la fuerza de Ajax
fácilmente te podría romper un hueso de alcanzarte de lleno
con él.
Fue entonces cuando se hizo un corrillo en el centro
del Foso, y los demás combatientes se apartaron para dejar que
Cedric y Ajax se enfrentaran en combate individual. La gente
ahogó un grito de placer. Era la primera vez que ocurría algo
así. Los restantes componentes de ambos equipos parecían
haberse puesto de acuerdo para dejar que sus dos capitanes
decidieran el resultado de la competición a nivel personal.
Los dos capitanes se enzarzaron en una lucha sin
cuartel. Ajax podía ser un bonachón en otros momentos, pero
cuando se encontraba en combate se convertía en una
auténtica fiera. Su martillo giraba a una velocidad asombrosa,
pero más sorprendente era aún ver cómo Cedric conseguía
esquivar aquellos impresionantes golpes.
El Coloso de Galdor fue acorralando poco a poco al
rubio príncipe de Kirandia. Jack vio que sus dorados cabellos
estaban pegados a la frente por el sudor. Eric, que estaba a su
lado, gritó asustado al igual que mucha otra gente cuando el
martillo de Ajax alcanzó de refilón a Cedric en un hombro,
haciendo que éste se tambaleara y trastabillara hacia atrás.
Parecía que el gigantón Ajax iba a ganar de un
momento a otro. Creyendo que Cedric estaba abatido se lanzó
179
hacia él para acabar de tumbarle en el suelo. Fue entonces
cuando, ante la atónita mirada de todos, Cedric rodó por el
suelo fuera del alcance del demoledor martillo de su oponente.
Con una agilidad fuera de lo normal giró su espada y la
estrelló contra la rodilla de Ajax. Éste hincó la otra rodilla en
el suelo, sorprendido por aquel cambio en la suerte del
combate. Sin darse un respiro, Cedric aprovechó ese momento
y haciendo un escorzo lanzó su espada y con la empuñadura
golpeó la cabeza del gigantón, que cayó al suelo como un saco
de arena.
La gente gritó entusiasmada por la victoria tan apurada
del que era su ídolo en la Academia. La maniobra del príncipe
de Kirandia había sido sencillamente genial, digna de un
auténtico maestro. Jack aplaudió con ganas junto con Eric,
rindiéndose ante la habilidad del rubio príncipe, que una vez
más había dado una lección de espada. Con el rabillo del ojo
Jack vio que hasta el serio Valian, que pocas veces le hacía un
cumplido cuando entrenaban, asentía entusiasmado, satisfecho
por cómo había actuado Cedric.
En el interior del Foso los Fénix saludaban a todos los
que les aplaudían, con Cedric a la cabeza enarbolando la
bandera del equipo de Los Toros. Aún aturdido, Ajax se
levantó del suelo ayudado por sus compañeros, y en un gesto
que le honraba saludó al príncipe de Kirandia, con lo que el
público continuó aplaudiendo aún más excitada, ahora
también al equipo de los Toros, que había demostrado que
sabían perder un combate tan decisivo como aquel.
Poco a poco los estudiantes fueron abandonando los
aledaños del Foso y volviendo a los cuarteles de sus
respectivos equipos. Jack y Eric hicieron lo propio al tiempo
que comentaban los menores destalles de aquel combate, que
sin duda se recordaría en la Academia durante años.
- Será entonces contra tu hermano contra quien lucharemos
por la victoria en el torneo -dijo Jack después de un rato.
- ¡Ojalá les demos una lección! –repuso Eric, levantando la
cabeza con orgullo, aunque luego se deshinchó un poco-.

180
Aunque viendo cómo han combatido hoy difícilmente
podremos vencerles.
Jack se quedó pensativo. Lo cierto era que Eric tenía
razón, por mucho que le doliera admitirlo. Conocía su propia
forma de combatir, y pese a que Valian le decía que no dejaba
de mejorar día a día, dudaba que pudiera batir a Cedric. El
heredero del trono de Kirandia tenía cuatro años más que él,
contaba con mucha más experiencia. Sería más que difícil
lograr vencerle.
Todo pensamiento sobre el hermano de Eric quedó
relegado a un segundo plano cuando llegaron al cuartel
general de los Tejones, con casi todos los restantes miembros
de su equipo, y vieron a Karina sentada sobre su cama y con la
mirada perdida en el olvido.
- ¿Se puede saber dónde te has metido? -preguntó Eric rojo
por el enfado, pero Jack creyó percibir una nota de
preocupación en su voz.
- Karina, esta vez estoy de acuerdo con Eric -asintió Jack
seriamente-. Está claro que no has ido al Foso y era
conveniente para saber a quién nos enfrentaremos. Antes te
comportaste de manera muy extraña, ¿te ocurre algo, amiga?
La joven levantó la cabeza para mirarlos. Jack hubiera
jurado que había estado llorando.
- Tenía…, tenía cosas en qué pensar -se limitó a decir, y sin
añadir nada más se levantó de su cama y salió de la habitación.
Los dos jóvenes se miraron confundidos.
- Lo que yo decía, cada día más loca -bufó Eric con
exasperación, pero el timbre preocupado en sus palabras
continuaba ahí.
Jack no dijo nada pero quedó pensando que a Karina le
pasaba algo, y tenía que ver con lo que les había contado sobre
el Cuerno de Telmos y la reunión a la que había asistido. Se
estaba comenzando a arrepentir de haber desobedecido las
órdenes de Lorac de no haber mantenido la boca cerrada sobre
lo que se había dicho en esa reunión.

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Aquella misma noche, muchas leguas más lejos de
donde Jack se preguntaba, el general Justarius, al mando de
buena parte de las tropas de los Hijos del Sol, recorría los
pasillos de la Torre Blanca más agitado que de costumbre. El
Dorado, máximo dignatario de los Hijos del Sol, le había
citado a una reunión de urgencia, y aquello solo podía
significar una cosa.
Su hija por fin había logrado su objetivo.
Tragó saliva con nerviosismo, sabiendo las
implicaciones de todo aquello si sus sospechas resultaban
ciertas. Realmente, para él representaría un orgullo y un éxito
sin precedentes en su carrera si el plan que habían ideado tenía
recompensa. En teoría debería sentirse eufórico. Sin embargo,
una sensación de inquietud no dejaba de acuciarle y
comenzaba a arrepentirse de haber iniciado todo eso.
Se cruzó con varios guardias que le saludaron con
deferencia. Hacía ya quince años que había sido nombrado
general de los Hijos del Sol, un puesto de honor dentro de la
Orden que muchos envidiaban. De hecho se había ganado
numerosos enemigos que no deseaban otra cosa que
desprestigiarlo frente al Dorado. Pero Justarius era más listo
que todos ellos, había sabido resistir las maniobras de sus
contrincantes y se había afianzado en el puesto.
Recordó lo orgullosa que se había sentido su mujer
cuando le dio la noticia de su resplandeciente ascenso, los
buenos años que había pasado a su lado. Quince años hacía de
aquello, tan solo diez desde que su mujer había muerto,
víctima de unas fiebres que ni siquiera los mejores sanadores
al servicio de la Torre Blanca, contando con la ayuda del
todopoderoso dios Tror, habían podido curar. Desde entonces
no había vuelto a ser el mismo. Tampoco su hija.
Se permitió una pequeña sonrisa al acordarse de su
pequeña, pero ésta se desvaneció cuando pensó en el riesgo
que estaba corriendo en esos momentos al servicio de los
Hijos del Sol. Si todo aquello terminaba saliendo bien, él
resultaría ampliamente recompensado pero tendría que pagar
un precio casi con total seguridad.
182
Puede incluso que la vida de su hija.
Justarius abandonó sus pensamientos cuando vio que
había llegado a su destino. Las enormes puertas hechas de
madera de roble que marcaban la entrada a los aposentos
privados del Dorado, amo y señor de los Hijos del Sol, se
abrían para él.
Dos guardias vigilaban a ambos lados de la puerta,
pero bajaron sus bastones de poder ante él y le franquearon la
entrada, pues le habían reconocido enseguida. Pocos en la
Torre Blanca ignoraban quién era Justarius, uno de los
generales más galardonados de los Hijos del Sol.
Entró con paso decidido en la estancia. Se detuvo
cuando llegó a pocos metros de un gigantesco solio donde un
hombre reposaba. Allí se inclinó profundamente y dijo con
voz solemne:
- Larga vida al Señor de la Torre Blanca.
- Levantaos, mi buen Justarius -contestó el hombre con una
sonrisa-. Debemos tratar un asunto que no podemos demorar
por más tiempo.
Justarius levantó la cabeza y entonces pudo ver con
más claridad al hombre que, como si de un gran rey se tratara,
se hallaba sentado con aire tranquilo en aquel gigantesco
trono.
Galior, también conocido como el Dorado, era el señor
de los Hijos del Sol. Pese a que rondaba los sesenta años
continuaba guardando un estado de forma que muchos jóvenes
envidiarían. Aunque su pelo era ya canoso no por ello había
perdido la fuerza y el vigor que le habían llevado hacía ya
veinte años a ser el hombre más importante de la Torre
Blanca. Sus ojos conservaban una energía interior asombrosa
y la mano con la que sostenía el bastón de poder, pese a estar
rugosa y encallecida, mostraba fuerza y decisión, las mismas
que habían hecho de aquel hombre uno de los líderes más
carismáticos de los Hijos del Sol a lo largo de su extensa y
gloriosa historia.
- He acudido a vuestra llamada tan pronto como he podido,
mi señor -dijo al fin Justarius incorporándose.
183
Galior se levantó apoyándose en la vara y bajó los
escalones que le separaban de su general, hasta quedar a la
misma altura que él.
- Por fin hemos tenido noticias de tu hija, mi buen amigo -le
confió el Dorado con una sonrisa en la boca.
- ¿Qué nos dice, mi señor? -preguntó Justarius intentando
calmar su ansiedad.
- Sé que estáis preocupado por ella, como es lógico, pero no
olvidéis que trabaja por un bien mayor, y su dedicación no
será en vano -le apaciguó el Dorado, poniendo una
tranquilizadora mano en su hombro-. Hemos recibido una
paloma mensajera hará una hora, con nuevas de vuestra hija.
- ¿Y? -inquirió con un nudo en la garganta.
- Malas y buenas noticias, mi querido amigo -dijo Galior
frunciendo el ceño por primera vez-. Las malas noticias son
que la Hermandad del Hierro se ha hecho con el Cuerno de
Telmos, que tanto tiempo había permanecido oculto, parece
que esta vez es el auténtico -hizo un mohín, como si tan solo
nombrar a la Hermandad le produjera mal sabor de boca-.
Pretenden llevarlo a Kirandia para desde allí iniciar una
rebelión que tiene como objetivo minar nuestro poder y volver
a los penosos días en los que el hierro azotaba Mitgard.
Se quedó unos segundos en silencio para ver cómo
asimilaba aquellas noticias Justarius. Éste se había quedado
mudo. ¡El Cuerno de Telmos en manos de la Hermandad del
Hierro! Aquello era un desastre sin precedentes.
- Las buenas noticias -prosiguió Galior- son que sabemos
dónde se encuentra el cuerno y con la ayuda de nuestro
confidente nos haremos con él.
- ¿Vamos a confiar algo tan importante en las manos de ese
hombre? -gruñó Justarius, olvidándose del tratamiento de
deferencia a su señor debido a su enfado.
- No olvidéis que el plan para infiltrar a vuestra hija dentro de
esa Academia -de nuevo hizo una mueca de disgusto- es todo
suyo. Sin él no habríamos podido encontrar jamás el
emplazamiento de ese lugar.

184
- Pero sabemos tan poco de él -protestó Justarius- Utiliza el
hierro ante nuestras narices, ¡y sin embargo no recibe castigo!
¿Por qué le permitís todo esto?
- Es necesario, amigo mío. Debemos consentirle eso si
queremos acabar con esos rebeldes de la Hermandad.
- De acuerdo, pero no confío en él.
- Oh, mi buen Justarius, vuestras palabras me duelen en lo
más hondo -dijo entonces una voz, que provenía de un rincón
de la habitación.
Las sombras tomaron forma cuando una alta figura
hizo acto de presencia. Pese a que Justarius intentó
permanecer indiferente, no pudo menos que estremecerse
cuando vio al hombre de blancos cabellos, con su traje
grisáceo y su tenebrosa espada que colgaba de su cintura. El
general de los Hijos del Sol hizo acopio de todo su valor para
encarar a aquel hombre.
- Lord Variol -le saludó fríamente, haciendo caso omiso de la
espada que portaba el recién llegado-. No sabía que
escuchabais nuestra conversación a escondidas.
- Los humanos tendéis a revelar más de lo que querríais si
pensáis que estáis solos -Lord Variol dijo la palabra humanos
como si se refiriese a una especie a la que no pertenecía.
El Dorado se interpuso entre los dos hombres para
evitar cualquier enfrentamiento. También él intentaba evitar
con la mirada la espada que lucía Lord Variol.
- Olvidad vuestras rencillas, señores -dijo Galior con voz
firme- y centrémonos en acabar de una vez por todas con la
Hermandad del Hierro. Lord Valior nos ha sido de mucha
ayuda, Justarius, y yo confío en él. Nos ayudó en el pasado y
lo ha vuelto a hacer ahora. Sin él nunca habríamos sabido
dónde se escondía la Academia. De todos modos, lord, le
agradecería que no hiciera ostentación de su arma en este
lugar.
Justarius guardó silencio y centró su atención en Lord
Variol que ahora reía despectivo. Efectivamente recordaba la
primera vez que habían recibido ayuda de ese hombre. Hacía
muchos años de aquello. Por aquel entonces Justarius no era
185
más que un simple soldado de los Hijos del Sol, pero se
acordaba bien de él. Entonces se llamaba de otra forma y su
pelo era moreno. Tampoco portaba aquella espada demoníaca
ni emanaba de él aquel halo de poder irresistible.
Había reaparecido hacía un año, totalmente
transformado. Gracias a él habían sabido dónde se encontraba
la Academia, y suyo había sido el plan para infiltrar a la hija
de Justarius entre los miembros de la Hermandad del Hierro.
Sin embargo, seguía sin confiar en él.
- Sigo sin entender por qué no atacamos la Academia con
todas nuestras fuerzas -defendió Justarius con amargura en su
boca-. Sabemos dónde está gracias a Lord Variol, ¿por qué no
atacamos y acabamos de una vez?
Lord Variol sonrió con parsimonia.
- Mi querido e ignorante amigo -susurró con malicia-. Hay
otros poderes a su servicio. Si lleváramos nuestro ejército al
Gran Bosque alertarían a la Hermandad e incluso nos
atacarían. Conozco uno de esos poderes, se llama Nébula, un
silfo que se jacta de ser guardián del bosque. Nada pasa
desapercibido para él en aquel lugar y ten por seguro que
sabría al instante si un ejército se adentra en sus dominios.
¡No, no debemos atacar abiertamente! -Lord Variol sacudió la
cabeza como si fuera algo evidente-. Sin embargo una
pequeña fuerza sí puede introducirse en el bosque. Poseo
algunos poderes y soy capaz de ocultar esa presencia incluso
al silfo Nébula. Pero debe ser una fuerza escasa, apenas unas
decenas de hombres. Suficientes para que se cumplan nuestros
planes.
- Vuestra propia hija nos ayudará a entrar en la Academia –
siguió diciendo-, y una vez dentro será fácil hacernos con el
cuerno. Yo mismo me encargaré de ello.
Lord Variol terminó de hablar con una fría sonrisa.
Confiaba en haberlos convencido con sus palabras. De hecho
el Dorado asintió mostrándole su acuerdo, pero Justarius no
picó el anzuelo tan pronto.

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- ¿Y qué ganáis vos con todo esto, Lord Variol? La
Hermandad utiliza el hierro, al igual que vos -Justarius señaló
su espada con disgusto- ¿por qué deseáis acabar con ellos?
- Digamos que representan una molestia para mis proyectos
futuros -respondió Lord Variol sin inmutarse-. Tengo además
una cuenta pendiente con ellos. De esa manera tendré la
exclusividad del uso del hierro. Un pequeño precio si tenemos
en cuenta que os estoy sirviendo la destrucción de la
Hermandad del Hierro en bandeja de plata -Justarius iba a
replicar pero el Dorado se le adelantó.
- Ya basta, amigo mío, estás siendo injusto con Lord Variol -
se quejó Galior, y en sus palabras había un mandato no
expresado en voz alta de que dejase el tema-. Si todo sale
como esperamos nos haremos con el Cuerno de Telmos, y
hasta podríamos lograr la caída del rey Alric. Vuestra hija ha
confirmado nuestras sospechas. Los dos hijos del rey de
Kirandia son estudiantes de la Academia. No tenemos pruebas
ahora mismo para condenarles pero todo esto puede precipitar
la caída de Alric.
- Lo sé, mi señor -asintió Justarius, sintiéndose culpable por
dudar del buen juicio de su líder- pero no puedo dejar de
pensar en mi hija. Cuando nos hagamos con el cuerno, sabrán
que hay un traidor entre ellos, mucho me temo que mi hija
será descubierta.
- Es el precio que debemos pagar, amigo mío -intentó
explicarle el Dorado-. Ya hablamos de las consecuencias de
todo esto en su día. En la Hermandad habrá confusión, no les
quedará claro quién les ha traicionado. De todos modos, si le
sucediera algo, pensad que gracias a ella evitaremos un nuevo
reino de terror bajo el yugo del hierro.
- Vuestro señor está en lo cierto, Justarius -intervino en ese
momento Lord Variol, a quien el propio Justarius daba la
impresión de que le importaba un comino la vida de su hija-.
Seréis enormemente recompensado, y vuestro nombre
perdurará en los anales de la Torre Blanca. Dentro de unos
días nos haremos con el Cuerno de Telmos, y todo será gracias
a vos y a vuestra hija.
187
Justarius tragó saliva y asintió levemente para mostrar
su acuerdo con lo que le acababan de decir. Realmente tenía
su lógica, él ya sabía a qué se exponía hacía un año, cuando
había comenzado todo aquello. La supervivencia de los Hijos
del Sol era primordial. Para eso había trabajado toda su vida,
había ido escalando peldaños poco a poco. Si el plan tenía
éxito, se colocaría tan solo un escalón por debajo del
mismísimo Dorado.
Lástima que todo aquello tuviera un precio y ese precio
pudiera ser la vida de su hija.

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CAPITULO 10
Sombras en la noche

A medida que avanzaban los días el nerviosismo


dentro del equipo de los Tejones fue aumentando. Cada vez
faltaba menos para la última competición en el Foso contra el
equipo de los Fénix, capitaneados por el príncipe Cedric de
Kirandia, donde se decidiría qué equipo ganaba el torneo
aquel año. Hacía ya muchísimos años que Los Tejones no
aspiraban a tal honor y eso hacía que todos los componentes
del equipo que lideraba Jack estuvieran en un estado de
euforia contenida como nunca antes se habían encontrado.
Por todos los rincones de la Academia los estudiantes
intercambiaban apuestas sobre el resultado de la gran final.
Pese a que Lorac y los demás maestros de la escuela
intentaron prohibir estas actividades, los alumnos demostraron
que iban siempre un paso por delante de ellos. Cuando veían
acercarse a alguno de los profesores ocultaban hábilmente sus
apuestas y conseguían librarse de su castigo.
Aquella mañana Jack y Eric estaban sentados en los
comedores comunes del castillo, observando el ambiente
festivo que reinaba entre sus compañeros. Por un lado, Jack se
alegraba de ver a sus amigos disfrutando de la proximidad del
encuentro en el Foso entre los dos equipos más importantes
del año, pero por otro tenía ganas de agarrarlos uno por uno y
gritarles que no era momento de risas y fiestas, teniendo una
guerra en ciernes y amenazados por un peligro cada vez más
cercano.
“No es justo que cargue contra ellos -se reprochó el
joven interiormente-, al fin y al cabo el asunto del Cuerno de
Telmos se ha mantenido en secreto. Solo lo sabemos los
capitanes de cada equipo”.
Aquello le hizo sentirse aún más culpable, pues al ver
el ambiente distendido y relajado que imperaba en la
Academia pudo darse cuenta de que ningún capitán había ido
189
a contárselo a sus amigos como había hecho él. Empezaba a
darse cuenta de que somos esclavos de los secretos que
contamos.
“Son mis amigos. Si no puedo confiar en ellos,
entonces en quién voy a poder hacerlo” quiso justificarse.
- Estás muy callado, Jack -Eric le examinaba con gesto
preocupado- ¿Te encuentras bien?
- Oh, tranquilo, estoy bien -se excusó-. Estaba pensando en
nuestro próximo combate en el Foso.
Eric le miró con suspicacia. En los seis meses que
hacía desde que se conocían había aprendido a saber cuándo
su amigo le ocultaba algo.
- ¿Sólo eso? ¿O te preocupa algo más?
Jack sonrió en señal de derrota. Desde luego era
imposible engañarle.
- No, hay algo más -admitió-. No dejo de pensar en lo que va
a pasar a partir de ahora. Ese hombre, Lord Variol, ¿quién es?
¿ qué es exactamente lo que quiere?
- Es un verdadero peso saber que algo va mal y no poder
compartirlo con los demás, ¿verdad? -dijo en voz baja Eric-.
Sin embargo, me alegro de que confiaras lo suficiente en
nosotros como para contárnoslo. Es lo que hacen los amigos
¿no? Estoy seguro de que también Karina te está muy
agradecida.
- A propósito de ella, ¿no crees que nos ha estado evitando
últimamente? -se extrañó Jack frunciendo el ceño-. Hace ya
cuatro días que apenas nos dirige la palabra, justo desde que
tuvo lugar la reunión con los magos.
Para su inquietud, Eric, que siempre estaba criticando a
la muchacha, asintió ligeramente con la cabeza.
- Tienes razón. Al principio pensé que era porque había
sentido miedo al oír unas noticias tan funestas, pero ya ha
pasado tiempo desde aquello y sigue sin apenas hablarnos.
Puede ser que algo raro le ocurra.
- Vaya, Eric -rió Jack-. Suena de verdad preocupado, con lo
que te gusta pelear con ella. Si no pensara que es una
estupidez hasta diría que sientes algo por ella.
190
Eric soltó una carcajada burlona, pero a Jack le dio la
impresión, aunque a lo mejor fue imaginación suya, que Eric
se había sonrojado. Fuera como fuese, el momento fue fugaz y
enseguida Eric pasó a hacerle un compendio de los defectos de
Karina.
- Pero qué dices, ¿te has vuelto loco? -recriminó con ironía-.
Es una chica rara la mires por donde la mires, no parece capaz
de hablar contigo sin despegar la mirada del suelo, y encima
ahora le ha dado por no hablarnos.
- Bueno, a lo mejor nos da una explicación -le calmó Jack,
apartando su vista de su amigo-. Ahí la tenemos.
Los dos compañeros miraron hacia una de las entradas
del comedor y vieron allí a Karina, quien los observaba con
aspecto afligido. Jack sacudió la cabeza confuso, incapaz de
reconocer a la amiga sonriente y alegre que había demostrado
ser en los meses anteriores. Parecía haber vuelto a ser la
Karina de las primeras semanas en la Academia, solitaria y
taciturna. ¿Pero qué demonios le pasaba a esa chica?
Esta vez Karina no les rehuyó como otras veces y se
dirigió hacia donde ellos estaban con paso firme y decidido.
- Hola, Karina -la saludó Jack con una alegre sonrisa-
¿Quieres sentarte con nosotros? Precisamente estábamos
hablando de ti.
- Chicos, tengo que hablaros -dijo Karina sin más
preámbulos, mirándolos por primera vez a los ojos desde hacía
varios días. Jack vio con sorpresa que había estado llorando-.
Tengo algo que contaros.
- ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? -se adelantó Eric. Había dejado
las burlas de lado y ahora la miraba con auténtica
preocupación.
Karina se retorcía las manos con nerviosismo, sin saber
cómo continuar. Les miró uno por uno y abrió la boca para
decir:
- Yo…, me temo que he hecho algo que…
Fue lo único que pudo decir. En ese momento tanto
Jack como Eric fueron agarrados por las poderosas manos de

191
Ajax, el Coloso de Galdor, que los alzó en vilo como si fueran
plumas y los estrujó contra su pecho en un abrazo de oso.
- ¡Mis queridos amigos! -tronó con su enorme vozarrón,
llamando la atención de todos los que estaban en la sala-
¡Vosotros vengareis nuestra derrota ante ese engreído de
Cedric! ¡Venid todos, vamos a oír cómo piensan derrotar a
esos flacuchos de los Fénix!
Los demás estudiantes, divertidos al ver al gigantesco
hombretón haciendo otro de sus numeritos, se agruparon entre
risas y bromas al ver cómo Ajax sujetaba a Jack y a Eric junto
a él.
Jack intentó escapar del abrazo de Ajax pero resultaba
imposible. Quiso pedirle que le dejara respirar, pero una
multitud se había congregado alrededor de ellos y no le
dejaban salir. Impotente, quiso localizar con la mirada a
Karina, para pedirle que les esperara, que querían oír lo que
tenía que decirles.
Sin embargo, cuando miró hacia donde antes habían
estado hablando, vio que ya se había marchado.

- Está a buen recaudo -fueron las primeras palabras que


pronunció el Gran Maestre tras un largo rato en silencio.
Lorac miró al que era su líder y amigo. Ambos estaban
en los sótanos de la Academia, frente a una hilera de barrotes
de hierro. Se encontraban ante lo que hacía muchos años había
servido de prisión en el castillo para aquellos estudiantes más
conflictivos. Una pequeña habitación protegida por varias
barras de hierro. Se utilizó en los tiempos más duros de la
Hermandad del Hierro, cuando cualquier desobediencia o
incumplimiento de las normas se castigaba con varios días en
prisión. Evidentemente la disciplina había cambiado y ahora
era más flexible con los estudiantes. Aquel calabozo no se
usaba desde hacía mucho y ahora le habían encontrado una
nueva utilidad.
A ambos lados de la mazmorra se apostaban dos
guardias armados con sendas espadas de hierro, custodiando lo
que había en el interior: un pequeño cofre que reposaba sobre
192
un altar de piedra guardando en sus entrañas el Cuerno de
Telmos, el objeto que se había convertido en la esperanza de
la Hermandad del Hierro para los tiempos que estaban por
llegar.
Lorac continuó mirando el cofre con aspecto severo.
No sabía por qué pero una extraña sensación de intranquilidad
se había apoderado de él desde que comenzó el día. Pensaba
que remitiría cuando viese el cuerno, bien protegido como
estaba, pero no fue así y aquello no hizo sino incrementar sus
temores.
- ¿Quién más sabe que guardamos el cuerno aquí? -preguntó,
reacio a abandonar el tema.
Derek sonrió y le miró con curiosidad.
- Te preocupas por nada, mi buen amigo -dijo el Gran
Maestre-. El cuerno está bien custodiado, así que no debes
preocuparte más por ello. Nadie puede entrar en la Academia
sin que lo detectemos -dejó de mirar el cofre que contenía el
preciado objeto caminando hacia la salida de los sótanos.
Lorac se apresuró a seguirlo y enseguida acomodó su paso al
de él-. Me preocupa más lo que pueda pasar cuando llevemos
el cuerno a Kirandia. Cada vez queda menos para que llegue
ese día, y Jack nos deje, al menos por un tiempo.
- Entonces ¿vais a hablar con él? -quiso saber Lorac,
perdiendo todo el interés por el cuerno.
- Así es -se mostró de acuerdo el señor de la Hermandad-. Ha
llegado la hora de que sepa por qué está aquí y qué se espera
de él. Voy a dejarle salir de la Academia pese a que aún le
queden años para graduarse. Quiero que tenga libertad para
elegir, que pueda tomar decisiones por él mismo.
- ¿Por mucho que ello implique ponerle en peligro? -preguntó
Lorac enarcando las cejas.
El Gran Maestre suspiró con cansancio, pero asintió
lentamente con la cabeza.
- Dentro de dos días es la última competición en el Foso.
Dejaré que participe en ella, pero tras eso el cuerno debe partir
a Kirandia, y Jack debe ir con él. Se avecinan cambios, no sé

193
si para bien o para mal, pero debe estar ahí cuando estos se
produzcan.
- Ojalá el chico no nos defraude –deseó Lorac con semblante
sombrío-. Pero sólo los dioses saben lo que tendrá que
soportar en poco tiempo.
- Ya lo sé, pero no lo hará solo -respondió Derek, mientras
ambos salían por fin de los calabozos y se dejaban envolver
por la radiante luz del sol que entraba a través de las
balconadas del castillo-. Quiero que vayas con él, amigo mío.
Necesitará consejo cuando se encuentre lejos de la Academia,
y quiero que seas tú quien se lo dé.
Lorac no contestó pero el Gran Maestre vio su
expresión y supo que se alegraba de poder acompañar al joven
en sus andanzas fuera de la seguridad que le proporcionaba la
Hermandad.
Lo cierto era que hasta el propio Lorac se sorprendió
de las ganas que tenía de salir a recorrer el mundo que había
tras los muros de la Academia. En aquel medio año que hacía
desde que lo conociera, allá en la remota aldea de Vadoverde,
le había cogido un apego especial al muchacho. Estaba seguro
de que llegaría a convertirse en un gran hombre y él quería
esta allí para cuando se produjese dicho cambio.
- Así será entonces, señor -respondió al fin.
Derek sonrió en su fuero interno. Con un compañero
como Lorac se sentía algo más tranquilo dejando al muchacho
fuera de su alcance.
- No esperaba menos de ti, amigo mío –afirmó a su vez el
Gran Maestre-. Cuando Jack deje la Academia pasará a
convertirse en responsabilidad tuya.
Lorac le devolvió la mirada. No le fallaría.

Las murallas de La Academia estaban especialmente


tranquilas aquella tarde, según pudo apreciar el propio Valian
cuando se decidió a dar una última vuelta de inspección poco
antes de que cayera la noche. Le gustaba pasear por las
almenas del castillo y contemplar el Gran Bosque

194
extendiéndose ante él. Sin embargo esa tarde en especial no se
sentía tan relajado como de costumbre.
Había notado algo extraño al salir de la fortaleza para
vigilar las murallas. Era como una opresión en el pecho, una
sensación que ya había sentido una vez, hacía ya muchos años.
La noche en que su hogar fue destruido.
Entonces, y pese a que no era más que un niño,
recordaba haber estado intranquilo como lo estaba ahora,
haberse ido a dormir con la impresión de que algo andaba mal.
Sus temores se confirmaron al despertar en medio de la noche,
entre los gritos de su gente, atacados a traición por los Hijos
del Sol. Aquel sexto sentido era a lo mejor una habilidad
inherente a los Irdas en exclusiva, pensaba. Pero fuera como
fuese, la sensación de que algo iba mal le volvía a asaltar.
Se detuvo unos momentos para mirar los árboles que se
alzaban al pie del claro frente a la Academia, como intentado
ver a través de ellos. ¿Qué era distinto aquella tarde? Era
imposible que estuvieran en peligro. La Academia permanecía
oculta y era inexpugnable. Ningún ejército podría adentrarse
en el Gran Bosque aunque supiese cómo llegar hasta ellos sin
que los poderes que habitaban en él les alertasen.
Pero con el tiempo había aprendido a fiarse de sus
instintos, no en vano había sobrevivido tanto tiempo gracias a
ellos. Por un momento incluso se planteó alarmar a los
guardias. Podía hacer hasta que todo el castillo se levantase en
pie de guerra, si él así lo ordenaba. El Gran Maestre tenía una
confianza ciega en él y se fiaba de su criterio. Si Valian decía
que estaban en peligro, es que estaban en peligro.
Iba a avisar al guardia más cercano cuando se detuvo
en el último momento. Después de todo tampoco sería
conveniente asustar a los estudiantes. El Gran Maestre quería
mantener en secreto todo lo hablado hacía cuatro días sobre el
Cuerno de Telmos y Lord Variol. Si resultaba que daba una
falsa alarma con tan dudoso motivo todo el mundo comenzaría
a sospechar que algo no marchaba como debiera.
- ¿Algún problema, señor? -le preguntó uno de los guardias,
que le había visto detenerse en seco.
195
Valian solo dudó un instante.
- Nada importante, soldado. Continuad vuestra vigilancia
como siempre.
Se despidió de los guardias y bajó de la muralla. No,
no diría nada porque seguramente todo eran imaginaciones
suyas, después de todo no había visto nada que incitase a creer
que alguien les acechaba.
Pero por si acaso aquella noche dormiría con un ojo
abierto.

Jack se levantó bruscamente, agitado sin saberlo por


una extraña sensación de amenaza. Al mirar a su alrededor vio
que todo estaba igual que siempre, así que se recostó una vez
más. Le agradaba la tranquilidad de la que se podía gozar a
esas horas de la noche. Todo era quietud y silencio a su
alrededor, si no teníamos en cuenta los ronquidos de sus
compañeros, y se respiraba un ambiente de paz del que el
joven le gustaba disfrutar.
Así que no se lo pensó dos veces y se dirigió en
silencio a la balconada que daba a los dormitorios de los
miembros del equipo de los Tejones, desde donde podía
divisar todo el patio exterior. Se apoyó en la baranda de piedra
y vio el maravilloso cielo de estrellas que lucía esa noche. Al
girar la cabeza su mirada se quedó fija en el claro del bosque
que rodeaba a la Academia. Recordaba que la primera noche
que había pasado allí, hacía ya seis meses de ello, había
percibido una presencia que le había turbado profundamente.
La misteriosa figura de azul parecía más un fantasma
que una mujer de carne y hueso. La había visto por vez
primera aquella noche, y luego había sentido que le llamaba
otra noche en que se encontraba con Valian. Ni una señal
después de eso, ni un vestigio de su presencia.
Jack suponía que debía sentirse tranquilo, cuanto antes
se olvidara de ese probable producto de su imaginación o lo
que quiera que fuera tanto mejor, pero algo en su interior
echaba de menos el poder verla una vez más. De alguna
manera que no comprendía aquella aparición le llenaba de una
196
paz por dentro que pocas veces había sentido con anterioridad.
Pese a ello, la mujer no había vuelto a dar señales de vida en
ningún otro momento.
Aquel era un tema que consideraba tan íntimo y
personal que ni siquiera se lo había contado a Eric y Karina,
sus mejores amigos. Lo prefería así. Si llegaba el momento de
contárselo lo haría, pero sólo cuando le apeteciese compartir
aquello con alguien.
Al pensar en Karina volvió a preguntarse por su
extraño comportamiento en los últimos días. En la mañana
había querido decirles algo pero la inoportuna irrupción del
gigantón Ajax les había impedido el momento. Más tarde, Eric
y él se habían librado de su enorme compañero y la habían
buscado por todos lados pero no había aparecido, ni siquiera
en los entrenamientos que realizaron por la tarde. Jack se
había centrado tanto en adiestrar a los demás miembros de su
equipo para que dentro de dos días pudieran vencer al equipo
de Cedric que había relegado a un segundo plano a su amiga.
Luego se había acostado sin siquiera mirar si ella había vuelto.
“Ha llegado el momento de hablar con ella -se
convenció a sí mismo-, sea lo que sea lo que le pasa, esto no
puede continuar así”.
De hecho iría a hablar con ella ahora mismo. La
despertaría si era necesario, se sentarían y ella le diría qué era
lo que ocurría. ¿Por qué esperar más? Su amiga tenía un
problema y quería ayudarla.
Totalmente decidido regresó al dormitorio de los
Tejones, donde todos los estudiantes del equipo dormían en
esos momentos plácidamente. Intentando hacer el menor ruido
posible, fue sorteando camas una por una, evitando despertar a
sus compañeros, hasta que llegó a la cama donde dormía
Karina.
Estaba vacía.
Jack se quedó mudo de la impresión. ¡Karina no había
vuelto a dormir! ¿Dónde diablos estaba? Se giró dispuesto a
despertar a todo el mundo –aquello era grave- pero entonces
algo le interrumpió.
197
Una campana lejana repicaba con una fuerza
contundente. Era un sonido agudo y penetrante, que se te
clavaba en los oídos como si de una puñalada se tratara. Los
compañeros de Jack, que tan profundamente estaban
durmiendo hasta ese momento, se despertaron aturdidos y
confusos.
- ¡¿Qué pasa?! ¡¿De dónde vienen esos ruidos?!
- ¡¿Por qué suena esa campana ahora?!
-¡¡¡Nos atacan!!! ¡¡¡Están atacando el castillo!!!-
Jack no se lo pensó dos veces. No necesitaba oír una
señal de alarma dos veces para saber que se trataba algo grave.
El lugar recóndito de estudio y refugio de los miembros de la
Hermandad del Hierro, estaba siendo atacado en plena noche.
Se lanzó a su cama, bajo su colchón encontró la
seguridad de su espada. Con mano firme asió a Colmillo, pese
a que un escalofrío le recorrió la espalda cuando lo hizo y notó
en sus manos la frialdad de su empuñadura. La última vez que
la había usado fue cuando dio muerte a Garik, el antiguo
capitán de los Tejones, y desde aquel día había guardado
aquella espada sin volverla a tocar siquiera. Con el tiempo
superó la muerte de Garik, pero se había jurado a sí mismo
que jamás volvería a matar a un ser humano.
“No puedo dudar ahora -se reprochó interiormente-,
solo puede haber una razón por la que ataquen la Academia
justo ahora”.
En efecto, no había ninguna duda de que los que
estaban atacando la fortaleza esa noche buscaban una sola
cosa: El Cuerno de Telmos.
Salió corriendo de los dormitorios con Colmillo en una
mano sin echar una mirada atrás. Antes de salir creyó ver a
Eric, que le miraba confuso y gritaba preguntándole qué
pasaba, pero no tenía tiempo de darle explicaciones.
Abandonó la habitación a la carrera pero no pudo dar muchos
pasos, pues ya había alguien cortándole el paso.
- ¡Déjame pasar, Karina!
- Por favor, Jack -suplicó la chica, que acababa de aparecer
frente a él pálida y sudorosa. Con su cuerpo cubría la salida, y
198
Jack vio que estaba llorando-. No salgas ahora. ¡Te matarán!
Déjales que se lleven lo que han venido a buscar y se irán sin
hacernos daño.
Jack tragó saliva. ¿Es que Karina había…? No, aquello
era una pesadilla, no podía estar pasando. Pero un sonido
ahogado a su espalda le confirmó sus temores.
- Karina, ¿qué has hecho?
Era Eric el que había hablado. Acababa de salir de los
dormitorios armado con su espada junto a un grupo de
estudiantes. Eric miraba a Karina con los ojos muy abiertos,
como si no pudiera dar crédito a lo que estaba oyendo.
- Lo siento, Eric, yo… -Karina se derrumbó en el suelo
sollozando-. No…, no quería, pero ellos me presionaban cada
vez más…
La campana no dejaba de oírse, más fuerte aún si eso
era posible, como si la urgencia fuese cada vez mayor. Jack
tomó una decisión.
- Arreglaremos eso más tarde. Quedaos algunos con Karina -
ordenó- Los demás venid conmigo.
Sin esperar siquiera a ver qué hacían sus compañeros,
se dio la vuelta y evitando el cuerpo caído de Karina, que no
dejaba de llorar cubriéndose el rostro con las manos, salió de
la habitación con Colmillo alzado ante él.
Nada más salir vio que el caos se había apoderado de
los estudiantes. Muchos de ellos corrían enloquecidos, la
mayoría con las espadas desenfundadas, gritando y
preguntando qué era lo que estaba ocurriendo. Para aumentar
aún más la confusión las campanas sonaban cada vez con más
insistencia. Jack se quedó desconcertado por unos momentos,
toda la Academia era presa del pánico en esos instantes.
“Debo mantener la calma –se dijo-, sólo hay un motivo
por el que puedan habernos atacado esta noche”.
Sabía que el Cuerno de Telmos estaba guardado en los
sótanos. De alguna manera alguien había conseguido entrar en
la fortaleza, si lo había logrado era porque sabía de antemano
dónde estaba escondido. Jack se temía que Karina tenía algo

199
que ver con eso pero de ese tema ya se ocuparían más tarde,
ahora la prioridad era poner a salvo el cuerno.
Echó a correr por los pasillos del castillo cruzándose a
cada paso que daba con algún estudiante asustado. Creyó oír
que alguien le llamaba detrás suya, pero tampoco tenía tiempo
para eso, y continuó con su enloquecida carrera. Debía llegar a
los sótanos antes de que lo hiciera quien había asaltado la
Academia.
Bajó varias plantas hasta que llegó a la sala común,
donde se habían concentrado gran parte de los estudiantes. Vio
que varios miembros de la Hermandad, entre los que le
pareció distinguir a Lorac, intentaban mantener la calma y
tranquilizar a los chicos, pero la sala entera era un polvorín y
sus voces apenas se dejaban escuchar entre el griterío
atemorizado de la gente que se congregaba a su alrededor
pidiendo una explicación. Y la campana seguía sonando.
Se detuvo apenas un instante, el tiempo de recordar por
dónde se bajaba a los sótanos, y prosiguió su marcha. Tardó
menos de un minuto en llegar a la oxidada puerta de hierro
que daba a los sótanos. La recordaba porque Lorac le había
contado que casi nunca se usaba y por ese motivo estaba en
tan malas condiciones.
Sin embargo ahora estaba abierta y con síntomas
inequívocos de que había sido forzada recientemente.
Sin saber qué era lo que iba a encontrar tras esa puerta
la cruzó mientras un sudor frío le recorría la espalda. Cuando
entró en los sótanos, lo primero que notó es que la oscuridad
era mucho mayor allí. Sin embargo distinguió con claridad los
cuerpos de dos miembros de la Hermandad del Hierro tirados
en el suelo. Al lado de los cadáveres vio dos hombres a los
que reconoció enseguida. Capas blancas, gestos severos, y los
mismos bastones que destilaban aquel halo verdoso que
también recordaba.
No había dudas, eran Hijos del Sol.
- Mira, Tarn -se burló uno de ellos-. Otro infeliz que quiere
morir.

200
- ¡Ven aquí, bastardo del hierro! -gruñó el otro mirándolo con
auténtico odio.
No tuvo tiempo de contestar a sus palabras, porque al
momento los dos Hijos del Sol le atacaron con sus bastones a
la vez. Jack no tenía miedo, el ataque de aquellos hombres
había sido débil y desacertado. Sabía que podría con ellos
aunque le atacaran los dos al mismo tiempo. Casi con desgana
interpuso a Colmillo para detener la acometida de los dos
bastones.
Su espada chocó contra los bastones de los Hijos del
Sol. Consiguió detener el golpe, pero el brazo se le entumeció
y tuvo que retroceder unos pasos. ¡¿Qué ocurría?! Era como si
le hubiesen sacudido con un mazo. ¡Imposible! El ataque
había sido muy suave. ¿Cómo le había podido hacer semejante
daño?
Fue reculando cada vez más. Jack conseguía parar los
golpes de sus adversarios sin ningún problema, pero cuando lo
hacía era como si una descarga le recorriese el cuerpo, como si
con cada ataque el poder de un rayo se descargase sobre él.
Llegó el momento en que no pudo más y cayó al suelo
aturdido. Colmillo se le escapó de las manos. ¡Aquello era una
pesadilla! ¡¿Cómo habían conseguido derrotarle de esa
manera?!
- Hora de morir, niño -susurró malignamente uno de los Hijos
del Sol, alzando el bastón sobre su cabeza.
Jack intentó recoger su espada en un gesto inútil. No
tenía fuerzas para hacerlo. Torpemente levantó sus manos para
protegerse. Iba a ser su fin, y moriría sin entender cómo.
Ni siquiera pudo ver el mandoble que mató a uno de
los Hijos del Sol, pero de improviso la punta de una espada
surgió del pecho de uno de ellos, que atónito contempló con
incredulidad su cuerpo atravesado, antes de caer al suelo junto
al aturdido Jack.
El otro Hijo del Sol se giró para ver qué había ocurrido
cuando un gigantesco martillo de hierro se descargó con una
fuerza sobrehumana sobre su cabeza. Cayó al suelo muerto,
sin que le diera tiempo a gritar.
201
Jack se volvió hacia sus salvadores, y pudo ver a
Cedric y al enorme Ajax, que sostenían sus armas ante sí. El
príncipe de Kirandia manejaba una espada de bella factura,
casi tan buena como la propia Colmillo, mientras que Ajax
usaba un martillo parecido al de siempre pero del mas puro
hierro, de forma que ahora era un arma mortal de necesidad.
- Bajamos a los sótanos y oímos sonidos de pelea, amigo -dijo
Cedric ayudándole a incorporarse-. Me alegro de que hayamos
llegado a tiempo.
- Sí, esos hijos del diablo son muy peligrosos -gruñó Ajax
tendiéndole a Colmillo.
- No se qué pasó -intentó explicarles Jack agarrando su
espada. Sentía que iba recuperando las fuerzas poco a poco-.
No me parecieron demasiado peligrosos, pero lo cierto es que
cada vez que me atacaban con esos bastones sentía que se me
iban las fuerzas.
Cedric miró con gesto ceñudo uno de los bastones de
los Hijos del Sol, caído a los pies de su dueño. Una vez muerto
este, parecía un simple bastón de madera, opaco y sin el brillo
verdoso de antes. Jack tragó saliva al ver los dos cadáveres de
los Hijos del Sol, pese a que se había jurado que no volvería a
matar a un ser humano después de Garik, lo cierto era que en
cuanto su vida había estado en peligro había luchado tan
ferozmente como cuando lo hizo contra el ya fallecido capitán
de los Tejones. Sin embargo, se alegraba de que hubieran sido
Cedric y Ajax los que hubieran acabado con sus rivales y no
él.
- El poder del dios Tror está en esos bastones -dijo Cedric
asustando a Jack, pues el príncipe había permanecido largo
rato en silencio-. Por eso no podemos hacer frente a los Hijos
del Sol.
- Ahora si que podemos -murmuró Ajax-. Ahora tenemos… -
se quedó bruscamente en silencio.
- El Cuerno de Telmos -terminó de decir Jack. Los tres se
miraron con semblante preocupado.
El príncipe Cedric fue el primero en comenzar a correr
hacia el interior de los sótanos.
202
- ¡Vamos! ¡No hay tiempo que perder!
Jack siguió a sus dos compañeros, sintiéndose más
seguro a su lado. Eran los mejores estudiantes de la Academia,
los más hábiles en el combate. ¿Qué podía temer
encontrándose a su lado?
Poco después encontró la respuesta. Oyeron unos
gritos y tras doblar un recodo presenciaron una escena
dantesca. Cerca de unos veinte Hijos del Sol combatían contra
el doble de miembros de la Hermandad del Hierro. Había
algunos de los Hijos muertos en el suelo, pero un número
mayor de guerreros de la Hermandad yacían sin vida a su lado.
Jack tragó saliva entendiendo por primera vez por qué los
seguidores del hierro se habían pasado tanto tiempo ocultos.
Pese a que eran muy superiores en número, estaban perdiendo
la batalla. Las espadas de hierro se mostraban ineficaces frente
a los bastones imbuidos del poder de Tror.
- Vete a proteger el cuerno, Jack -dijo Cedric con gesto serio.
Ajax se posicionó a su lado preparado para el combate-.
Nosotros nos encargaremos de esto.
- Suerte, pequeño -le despidió el Coloso de Galdor.
Jack se limitó a asentir con la cabeza. Al verlos juntos
su corazón se llenó de la satisfacción que le producían esos
dos grandes guerreros luchando hombro con hombro. Aún le
quedaba mucho camino por recorrer para estar a su nivel,
entendió el joven al ver cómo los dos afrontaban aquel
combate sin titubear en ningún momento. Nada tenía que
hacer allí, así que les deseó suerte y evitando el combate
continuó su carrera hacia donde sabía que estaba el cuerno.
Los sonidos del combate fueron quedando atrás. En su
mente solo tenía un pensamiento: evitar que el Cuerno de
Telmos cayera en malas manos. Atravesó un oscuro corredor
sin siquiera pararse a pensar en que pudiera haber más Hijos
del Sol ocultos. A medida que corría le parecía atisbar
numerosas sombras que le acechaban. Era como en una
pesadilla, todo estaba oscuro y su imaginación le jugaba malas
pasadas a cada momento. No veía la hora de llegar donde
estuviera el objeto tan perseguido.
203
Poco después deseó no haberlo hecho. Tras cruzar el
último pasillo llegó a una pequeña sala que acababa en un
calabozo. Con sorpresa vio que los barrotes de hierro de la
mazmorra habían sido doblados hacia los lados, como si una
misteriosa fuerza les hubiera ordenado que se apartaran. En el
interior de la celda distinguió el cofre que el silfo Nébula le
diese hace ya mucho a Lorac. Lo recordaba perfectamente y
sabía que si era así el Cuerno de Telmos debía de hallarse en
su interior.
Sin embargo el cofre estaba ahora tirado en el suelo y
abierto. En su interior no había nada.
- Se lo han llevado -susurró con desaliento. Ya no había nada
que hacer. Los Hijos del Sol les habían arrebatado el cuerno.
Todas las muertes de aquella noche no servirían para nada. El
Cuerno de Telmos finalmente había sido robado.
Unos extraños ruidos como de una batalla le sacaron de
sus turbios pensamientos. Desenvainó nuevamente a Colmillo,
pese a que sabía que si eran Hijos del Sol de nada le serviría y
corrió hacia donde venía el sonido del combate. Llegó allí en
un instante y se quedó mudo de la impresión por lo que vio.
Varios miembros de la Hermandad luchaban contra un
enemigo. Era éste un hombre alto y vestido con una capa gris,
pero lo que más le inquietó de él fue el extraño cabello blanco
del hombre. Pese a que no aparentaba ser una persona vieja en
lo más mínimo, era totalmente albino. Aquello no era lo único
sorprendente, de hecho lo que no entendía Jack en absoluto era
por qué ese hombre, que estaba seguro que no era uno de los
Hijos del Sol, pues utilizaba una espada de hierro, estaba
combatiendo contra los guerreros de la Hermandad.
A su alrededor había varios cadáveres. El corazón de
Jack se le subió a la garganta cuando vio a aquel hombre
ejecutar una bella pero letal danza con su espada ante los tres
miembros de la Hermandad que quedaban en pie. Nunca había
visto nada igual. La espada era una prolongación de su propio
cuerpo, con una elegancia que jamás había presenciado con
anterioridad. El joven vio que el hombre de la capa gris
derribaba a sus tres oponentes sin apenas esfuerzo. El último
204
de los guerreros de la Hermandad cayó al suelo degollado sin
emitir tan siquiera una queja. Con parsimonia, el hombre se
limitó a limpiar su espada contra el cuerpo de uno de sus
rivales. Entonces alzó la vista comprobando la presencia de
Jack.
No sabía por qué, pero de repente aquel hombre que
había derrotado sin ninguna dificultad a tres contrarios, clavó
sus azules ojos en los suyos y palideció de terror. Fue una
sensación extraña, el mismo que podía matarle en un abrir y
cerrar de ojos tenía miedo de él. Jack no sabía qué era lo que
estaba pasando. ¿Por qué iba a temerle? Él no era nadie, ¿qué
era lo que tanto miedo le daba de Jack?
- ¡¡¡Tú!!! -gritó agitando su capa gris. Jack no podía ni
moverse, sujeto por la poderosa mirada de aquel hombre-. De
modo que aquí estabas. Te he estado buscando durante mucho
tiempo, Jack.
¡Dioses, cómo podía saber su nombre!
- ¿Quién…, quién eres? ¿Cómo es que me conoces? -
tartamudeó, aún retenido por la imperiosa mirada del hombre
de blancos cabellos.
- Sé muchas más cosas de ti de las que te puedes imaginar,
muchacho. Me llamo Lord Variol, seguramente hayas oído
hablar de mí. He dedicado gran parte de mi vida a buscarte.
Así que estabas con esta basura de la Hermandad, ¿cómo iba a
ser de otro modo?
- ¿Por qué me buscabas? -preguntó Jack con un poco más de
seguridad. Poco a poco iba recobrando. Agarró con más
firmeza a Colmillo.
- Tienes muchas preguntas por lo que veo, chico -dijo con una
extraña calma Lord Variol-. Ven conmigo y tus dudas serán
contestadas.
¿Que se fuera con él? ¿Por qué iba a quererle aquel
poderoso hombre, que se autodenominaba Señor de le Guerra?
¿Qué era lo que quería de él? Entonces se fijó en los hombres
y mujeres que había matado, compañeros que hasta hace poco
eran amigos y compañeros. Se fijó también en la cintura de

205
Lord Variol, de la que colgaba el objeto por el que había
bajado hasta el sótano.
El Cuerno de Telmos.
- ¡Lo has robado! -gritó enfurecido. Y abandonando toda
prudencia se lanzó hacia Lord Variol enarbolando su espada.
- ¡Estúpido muchacho! -le reprendió con un gesto de cólera el
Señor de la Guerra-. Si no quieres venir por las buenas lo
harás por las malas.
Alzó su oscura espada y detuvo sin problemas el golpe
de Colmillo. Con una precisa finta eludió el siguiente ataque
del iracundo joven y le propinó un mandoble que Jack detuvo
a duras penas.
- De nada te servirá pelear conmigo, Jack -le aconsejó Lord
Variol-. Ésta es la segunda vez que me enfrento a Colmillo. La
vencí en el pasado y lo volveré a hacer.
Y se lanzó sobre Jack en un salvaje ataque que el chico
no pudo replicar. La espada de Lord Variol era demasiado
rápida para él. Con una serie de giros y estocadas envió a
Colmillo hacia un rincón de la estancia, al tiempo que Jack
caía al suelo. No había ya nada que pudiera hacer. Ésta vez si
que estaba perdido sin remedio.
- Siento que tenga que ser así, Jack -dijo Lord Variol. Por un
momento Jack tuvo el convencimiento de que era sincero-.
Sea como sea ahora vendrás conmigo. Yo te enseñaré los
verdaderos caminos del poder, y juntos seremos los amos del
mundo.
- No te lo llevarás si está en mi mano evitarlo -dijo una voz a
espaldas de ambos.
Lord Variol y Jack se volvieron, y por segunda vez en
tan corto espacio de tiempo el semblante del Señor de la
Guerra se frunció de temor al ver a Valian, que era quien había
hablado, en pie a pocos pasos de donde se encontraban y con
su espada desenvainada.
Sin embargo esta vez Lord Variol se recuperó con más
rapidez y enseguida su característica sonrisa burlona volvió a
hacer acto de presencia.

206
- Querido Valian, ¡cuánto tiempo! -rió Lord Variol haciendo
una mueca de desagrado-. Veo que sigues llegando justo a
tiempo, como siempre.
- No has cambiado nada -respondió Valian sin alterarse en lo
más mínimo-. Lo que te he dicho antes es cierto. No te
llevarás al muchacho mientras yo esté a su lado.
- Entonces ven tú también, Valian. Deja que yo te mande muy
lejos de su lado.
Lord Variol se giró entonces hacia Jack, y para que
éste no interviniera en la inminente batalla le asestó un duro
golpe con la empuñadura de su espada en la cabeza al joven.
Éste sintió que se desvanecía, pero se resistió cuanto pudo.
¡No podía perder el conocimiento ahora, debía ayudar a
Valian! Pero nada importaban sus deseos, y sintió que poco a
poco se iba hundiendo cada vez más en la oscuridad.
La última imagen que guardó en su mente antes de caer
inconsciente fue la de Valian y Lord Variol, en el momento en
que sus espadas se encontraban en medio de una lluvia de
chispas.

Poco a poco fue sintiendo que la densa neblina que


rodeaba su mente se iba apartando. Finalmente y no sin un
gran esfuerzo pudo abrir los ojos. Ese simple gesto hizo que
un intenso dolor le castigara en la zona trasera de su cabeza.
Ante él pudo distinguir a Valian, que se inclinaba sobre él con
aspecto preocupado. Era la primera vez que veía al
imperturbable príncipe de los Irdas mostrando un asomo de
inquietud en su casi siempre impenetrable rostro. Con su
ayuda consiguió sentarse sobre el suelo de piedra, aunque al
hacerlo creyó que el mundo daba vueltas en torno a él.
- ¿Te encuentras mejor, Jack? -preguntó Valian sujetándole
por un brazo para que mantuviera el equilibrio.
- Creo que sí, pero aún siento dolor -contestó Jack, y se
estremeció al palparse la parte cercana a su nuca y notar un
bulto del tamaño de un huevo.

207
- Y te dolerá durante varios días –afirmó Valian con voz
cansada-. Lord Variol se aseguró de que no volvieras a
despertarte en un buen rato cuando te asestó ese golpe.
Lord Variol. Los recuerdos de lo que acababa de pasar
volvieron a él con dolorosa intensidad.
- ¡¿Qué ha pasado, Valian?! ¿Dónde está ese hombre? ¿Qué
ha pasado con el cuerno?
- Cálmate, Jack. De momento no podemos hacer nada -Valian
bajó el tono de su voz hasta que tan solo fue un susurro-. No
pude retener a Lord Variol, y finalmente logró huir con un
puñado de Hijos del Sol -apretó los puños hasta que los
nudillos perdieron todo color-, se ha llevado el Cuerno de
Telmos consigo, Jack.
El joven sintió que un gran desaliento se apoderaba de
él. El cuerno, por el que tanto habían luchado esa noche y del
que dependía el futuro de la Hermandad del Hierro y quién
sabía si hasta de toda Mitgard, había terminado después de
todo en manos de sus enemigos. Jack suspiró con desanimo.
Todo había acabado.
- El Gran Maestre se ha hecho cargo de la situación -continuó
Valian, recuperando su aspecto de siempre y mostrando de
nuevo su semblante tallado en granito-. Va a organizar una
expedición para recuperar el cuerno. Los Hijos del Sol aún no
deben cantar victoria.
- ¿Los detendrán los poderes del bosque? -preguntó Jack
recuperando la esperanza.
Valian negó firmemente con la cabeza.
- No, no lo harán. Son un grupo pequeño, y si han conseguido
entrar en el Gran Bosque hasta llegar aquí mismo, hay que
suponer que igualmente conseguirán salir. No hay duda de que
conocen las sendas que hay que utilizar para llegar a la
Academia. Lord Variol las conocía y temo que dispone de
ciertas habilidades que le permiten eludir a los habitantes del
bosque.
- Lord Variol… -Jack no sabía cómo decirle eso a Valian-. Os
conocía...

208
De nuevo el rostro de Valian perdió momentáneamente
su serenidad y reflejó un gran dolor encerrado. Parecía ser que
aquel tema afectaba de especial manera al Irda, pero Jack no
se atrevía a preguntarle por qué.
- Me era muy querido hace ya mucho tiempo -murmuró
Valian al fin, y no añadió más, dejando a Jack sumido en un
mar de dudas.
- Y…, hay otra cosa más -a Jack le preocupaba más que
ninguna otra cosa lo que le iba a decir ahora. Le preocupaba
pero le intrigaba al mismo tiempo-. Lord Variol me conocía
también a mi. Dijo que llevaba mucho tiempo buscándome.
Valian clavó su mirada en él, sin contestarle en un
primer momento. Era como si no supiera muy bien qué
decirle. A su alrededor vieron a varios miembros de la
Hermandad retirando con semblante serio varios cadáveres de
hombres y mujeres que habían sido compañeros suyos hasta
esa misma noche. Numerosos estudiantes colaboraban en las
tareas de llevarse a los muertos. Jack vio sus rostros juveniles
transfigurados por el miedo y la tensión de lo que había
pasado. Eran todos tan jóvenes, él mismo se sorprendía de no
estar llorando en un rincón por todo lo que había ocurrido,
pero suponía que los últimos acontecimientos que había
presenciado le habían hecho madurar más rápidamente.
- Hay cosas que debes saber, Jack -le confió Valian tras unos
segundos de reflexión- pero no soy yo quién ha de decírtelas.
El Gran Maestre hablará contigo esta misma noche si le es
posible, pero antes ha de resolver otro asunto.
A Jack le sorprendió que le mirara de reojo cuando dijo
eso.
- ¿Qué ocurre, Valian? ¿De qué otro asunto se trata?
- Han pasado más cosas esta noche, muchacho -dijo Valian
con el ceño fruncido, como si se sintiera incómodo al hablar
de ello-. Que Lord Variol se haya aliado a los Hijos del Sol ya
nos va a dar bastantes quebraderos de cabeza, pero
obviamente alguien ha tenido que decirles que teníamos el
cuerno en nuestro poder. Esa misma persona ha ayudado esta
misma noche a que los Hijos del Sol entraran en la Academia.
209
Jack se había quedado silencioso pues sus recuerdos
habían retrocedido justo al momento en que todos habían oído
la campana alertando de que habían penetrado intrusos en el
interior de la fortaleza. Su primer impulso había sido salir
corriendo a ver qué pasaba, pero una persona había intentado
impedírselo.
- No puede ser -murmuró con el corazón en un puño.
- Me temo que sí, Jack -asintió con tristeza Valian-. Karina ha
confesado todo. Ella misma se ha declarado una traidora ante
el Gran Maestre.
- ¡¡No!! -Jack intentó levantarse pero sintió un mareo tan
fuerte al hacerlo que tuvo que apoyarse en Valian para no
caer. Varios de los estudiantes y miembros de la Hermandad
que estaban recogiendo los cuerpos de los caídos se volvieron
para mirarle con sorpresa, pero le dio igual que pensaran que
había perdido el control-. ¡Tengo que hablar con ella! ¡¿Dónde
está?!
- No puedes, Jack. Ahora mismo está reunida con el Gran
Maestre y el Archimago y…
- ¡¡¡No me importa!!! ¡Quiero ver a Karina ahora!
La dureza del semblante de Valian se relajó un poco y
hasta se permitió una media sonrisa cuando habló con Jack.
- Karina es realmente afortunada de tener un amigo como tú,
Jack –dijo con satisfacción-. De acuerdo, iremos a verla ahora
mismo.
Jack se limitó a asentir con la cabeza, y pese a que todo
seguía dando vueltas ante él, no dudó ni un instante en
seguirle para que le llevara a ver a su compañera, la que les
había traicionado. Podían haber perdido el cuerno, incluso
perdido muchas vidas aquella noche, pero jamás perdería a su
amiga.

210
CAPITULO 11
El legado de Dagnatarus

Jack caminaba con paso firme detrás de Valian,


haciendo caso omiso de los estudiantes que aún confusos le
preguntaban qué era lo que había ocurrido exactamente.
Aunque a esas alturas todo el mundo en la Academia sabía ya
que habían sido atacados por los Hijos del Sol, quedaban
muchas dudas por responder. Pocos eran los que conocían los
verdaderos motivos del ataque de esa noche. Muchos
estudiantes sentían él ánimo sobrecogido al darse cuenta de
que la Academia no era ya un lugar seguro, ahora que los
Hijos del Sol habían descubierto su escondite.
Por mucho que le hubiera gustado pararse a hablar con
sus compañeros para calmarles, Jack no tenía tiempo en esos
momentos para algo así. Karina, su mejor amiga junto con
Eric, y una de las pocas personas en las que había aprendido a
confiar en toda su vida, les había traicionado a él y a todos. No
sabía qué era lo que pretendía irrumpiendo en la conversación
que estaría manteniendo en aquellos instantes Karina con el
Gran Maestre y el Archimago, pero necesitaba verla, mirarla a
los ojos y preguntarle por qué.
Se acordaba de cuando él mismo había llegado al
castillo donde la Hermandad del Hierro adiestraba a sus
futuros miembros. Entonces era un chico retraído con una
infancia a cuestas en la que apenas había tenido contacto con
personas de su edad. Sin embargo, en La Academia había
conocido la amistad, y gente como Eric y Karina eran los que
le habían enseñado a confiar en los demás.
¿Es que acaso esa amistad que le habían enseñado valía
tan poco? ¿Era mejor no entregarse a nadie, no fiarse de nadie
por temor a que algún día alguien traicionara tu confianza?
Jack necesitaba saberlo y en aquellos momentos sólo Karina
tenía una respuesta.

211
Valian y él llegaron a los aposentos privados del Gran
Maestre observando que hasta diez guardias custodiaban la
entrada. El ataque de esa noche había provocado que se
extremaran las precauciones. Sin embargo, los guerreros de la
Hermandad reconocieron a Valian enseguida y sin hacerle
ninguna pregunta le franquearon el paso. Jack fue detrás de él,
y en ese instante notó que su compañero tenía el chaleco
desgarrado a la altura del hombro. Por lo visto el combate que
había mantenido con Lord Variol había sido más encarnizado
de lo que él había imaginado en un principio.
Pero ya le preguntaría después, pues nada más abrir la
puerta pudo ver a Karina. Estaban todos en la habitación,
desde el Gran Maestre, con semblante serio y circunspecto,
hasta Lorac, pasando por el Archimago Mentor y los otros dos
magos que le acompañaban, Theros y Dezra. Karina se
encontraba sentada en una dura silla de madera, los ojos
enrojecidos de tanto llorar. Cuando vio a Jack intentó taparse
la cara con las manos, queriendo ocultar la vergüenza que le
producía el tener que mirarle a los ojos.
- ¿Qué significa esta intromisión, Valian? -preguntó Derek,
Gran Maestre de la Hermandad con el ceño fruncido, aunque
se relajó un poco al ver que Jack iba con él.
- El joven Jack ha solicitado poder estar presente mientras se
interroga a Karina -contestó con firmeza Valian-. Ha tenido
mucho que ver en la defensa del Cuerno de Telmos esta
noche, y pese a que al final lo hemos perdido considero que su
loable acción bien merece esta concesión. Además, no hay que
recordar que es su jefe de equipo.
Durante un breve instante pareció que el Gran Maestre
iba a replicar expulsando a Jack de la sala, pero entonces su
rostro cambió bruscamente, sus facciones se relajaron y tras
emitir un tremendo suspiro asintió lentamente con la cabeza.
- Tal vez sea mejor así -dijo al fin-. Los sucesos de esta noche
han modificado muchas cosas, Jack, mucho me temo que tu
participación a partir de ahora ha de ser mayor -clavó su
mirada en la del joven-. He sabido de tu encuentro con Lord

212
Variol. Supongo que debes tener numerosas preguntas qué
hacer. No temas, ha llegado la hora de respondértelas.
Jack se quedó sin saber qué decir. ¿Qué era lo que
pasaba? ¿Por qué le miraban así el Gran Maestre y el
Archimago, también Lorac y Valian? Por el contrario, tanto
Theros como Dezra estaban totalmente desconcertados, e
incluso Karina le miraba confusa pese a sus ojos llenos de
lágrimas.
- ¿Qué ocurre, señor? -inquirió la maga Dezra con extrañeza,
mirando al Archimago- ¿Qué tiene que ver este chico con todo
esto?
- Como el señor Derek ha dicho, ha llegado la hora de las
respuestas -contestó simplemente Mentor-. Dejaré que sea él
quien tenga el honor de aclarar vuestras dudas.
- Así es -asintió el Gran Maestre-. Yo estaba presente cuando
comenzó todo esto, es a mí a quien corresponde contároslo
todo…
Iba a continuar hablando cuando un altercado en la
puerta le interrumpió. En la entrada apareció uno de los
guardias con aspecto desconcertado.
- Señor, los príncipes Cedric y Eric de Kirandia piden
permiso para entrar –comunicó como si lo estuvieran
solicitando de manera educada, pese a que desde el fondo
llegaban los juramentos de Eric porque los guardias le
impedían el paso- ¿Qué debemos hacer?
- Déjales pasar, Kerion -dijo el Gran Maestre, y de cara a los
demás añadió-. También ellos tienen derecho a saber la
verdad, pronto van a tener ellos sus propias cargas en todo lo
que se está avecinando-
Nada más escuchar las palabras del Gran Maestre, Eric
consiguió abrirse paso al interior de la estancia, haciendo caso
omiso de los guardias. Le seguía un azorado Cedric, que
parecía estar allí más por error que por verdadera intención.
- Lo siento, señor -se excusó Cedric con el rostro enrojecido-.
Traté de convencerle de que no viniera pero es más terco que
una mula.

213
- ¡Por supuesto que iba a entrar! -se quejó Eric con el ceño
fruncido-. Karina es mi amiga, quiero saber qué ha pasado
exactamente.
Calló al ver que estaban todos allí. Pese a su
bravuconería se sintió intimidado al ver al Gran Maestre junto
a todos los miembros del Consejo de Magos. Optó por guardar
silencio, aunque Lorac le miró divertido y hasta la joven maga
Dezra se permitió una sonrisa al ver el ímpetu del joven.
- Bien, me parece justo que antes que nada aclaremos el
futuro de esta chica, ya que tanto parece interesarles a estos
jóvenes -concedió el Gran Maestre, volviendo su atención a
Karina, quien al sentir qué todos le prestaban nuevamente
atención se cubrió el rostro con las manos-. Karina, ¿estás
dispuesta a contarnos toda la verdad?
Jack vio que su amiga tragaba saliva indecisa, pero
luego miró a Eric y a él, tomando por fin una decisión.
- Lo haré, aunque eso me cueste la amistad de mis
compañeros -levantó la cabeza con firmeza y se enjugó las
lágrimas con la manga de su camisa-. Antes de nada quiero
deciros que no dije la verdad sobre mi procedencia cuando
entré aquí. Soy hija de un hombre llamado Justarius, general
de los Hijos del Sol, una de las personas de mayor rango
dentro de la Torre Blanca.
Tanto Eric como Jack quedaron asombrados, no así los
demás. Ellos dos y Karina eran las personas más jóvenes en
aquella sala, los otros ni siquiera se inmutaron cuando Karina
les contó aquello.
- Continúa -se limitó a decir el Gran Maestre.
- Vivo con mi padre en la Torre Blanca desde que mi madre
murió hace años, víctima de unas fiebres. En principio iba a
ser adiestrada como uno de los Hijos del Sol, pero el destino
me deparaba otro camino -la voz de Karina, tenue y débil al
principio, fue adquiriendo fuerza a medida que iba
desarrollando su relato-. Hará cosa de un año vino a vernos un
hombre que se hacía llamar Lord Variol -hubo otro tenso
silencio, pero esta vez Karina siguió hablando como si nada
hubiera pasado-. Era una persona realmente extraña, recuerdo
214
que ya entonces me sorprendió su cabello albino, pese a que
no parecía un hombre mayor. Lo que era en verdad
sorprendente de su persona fue que se presentó ante nosotros
armado con una espada de hierro.
- Aquello por supuesto originó un gran tumulto, y muchos
pidieron a gritos que se le quemase en una hoguera sin darle
tiempo a hablar. Pese a todo, Lord Variol mantuvo la calma en
todo instante, como si no temiera estar rodeado por los Hijos
del Sol que pedían su cabeza. Al poco rato se decidió llevarle
escoltado ante la presencia del Dorado, el hombre de mayor
poder en la Torre Blanca, y grande fue la sorpresa cuando éste
ordenó a mi padre y a los demás que le soltaran y le trataran
como a un invitado de gran honor.
- Recuerdo que aquello generó muchas protestas –continuó-,
pero el Dorado las acalló alegando que Lord Variol les había
prestado un gran servicio en el pasado, aunque no especificó
cuál, y que posiblemente era la única persona en todo Mitgard
que tenía su beneplácito para portar armas de hierro -Karina
frunció el ceño como si aquello le hubiera dejado un mal sabor
de boca-. Fue el propio Lord Variol quien convenció a todos
de que debían alegrarse de su llegada. Según él, a cambio de
que le dejaran llevar aquella horrible arma, les entregaría a los
miembros de la Hermandad del Hierro y al rey de Kirandia en
bandeja de plata.
Ante esto Lorac no pudo reprimirse y soltó una
maldición.
- El muy bastardo, seguro que les dijo que conocía dónde se
encontraba la Academia.
- Así es -mostró su acuerdo Karina con tristeza-. Lord Variol
le confió al Dorado que solo él conocía el paradero de este
lugar. Tanto el Dorado como mi padre quisieron entonces
mandar un ejército de Hijos del Sol al Gran Bosque para
acabar con vosotros, pero fue el propio Lord Variol el que les
hizo abandonar aquella absurda idea. Según él los poderes del
bosque impedirían el paso de cualquier ejército hostil a los
miembros de la Hermandad.

215
- Ese hombre os conoce perfectamente -se asombró Theros, el
mago que era la mano derecha de Mentor.
- Es un hombre muy astuto -admitió Karina a regañadientes-.
Al ver el desaliento que aquellas palabras provocaron en mi
padre y los demás, se apresuró a decir que había otros
caminos. Afirmaba, y por lo que hemos visto esta noche decía
la verdad, que era capaz de conducir a un pequeño grupo de
hombres hasta la Academia. Decía poseer ciertos poderes que
le permitirían atravesar el Bosque sin que sus moradores se
percatasen de su presencia.
- A mí, y también a mi padre, nos sorprendía la confianza que
el Dorado depositaba en él, pero éste se limitaba a decirnos
que el servicio que les había prestado muchos años atrás hacía
que se disiparan todas sus dudas. No sé de qué servicio
hablaba, pero lo cierto es que Lord Variol propuso un plan al
Dorado que éste aceptó sin titubear.
Jack dejó de mirar por un momento a Karina y se fijó
en Valian. Durante todo el relato de su amiga, se había
mostrado mucho más serio de lo habitual. Jack le vio incluso
apretando los puños con fuerza en torno a la empuñadura de su
espada. ¿Qué era lo que le ocurría? ¿Tanto le afectaba lo que
estaba contando Karina? Dejó de prestarle atención para
seguir oyendo lo que su amiga les decía.
- Ese plan consistía en introducir a una persona como
estudiante para que les pasara información. De esa forma
sabrían con exactitud lo que pasaba en el interior de la
Academia -continuó con su historia la muchacha-. Lord Variol
nos dijo que necesitaríamos a una persona que fuera a cumplir
dieciséis años, pues ésa es la edad a la que empiezan a
formarse los futuros miembros de la Hermandad -Karina
suspiró levemente-. Mi padre fue el primero que se ofreció a
que yo realizara aquella misión. Iba a cumplir dieciséis años y
era hija de uno de los generales de la Torre Blanca por lo que
se suponía que mis lealtades estarían claras. En resumen, era
ideal para ese papel.
- ¿Estás diciendo que tu propio padre te propuso infiltrarte
entre nosotros? -se horrorizó el príncipe Cedric. A su lado,
216
Jack vio que Eric guardaba un tenso silencio- Es increíble, él
tenía que ser consciente de los riesgos de esa misión.
Karina bajó la cabeza apenada, mientras unas lágrimas
se deslizaba por sus mejillas.
- Lo era -reconoció con pesar-. A mi padre le advirtieron que
si los miembros de la Hermandad descubrían que era una
traidora me matarían, pero es un hombre distinto desde que
murió mi madre. Antes vivía para la familia. Desde su muerte
le interesa más ascender en la escala de jerarquía de la Torre
Blanca. Si aquella misión tenía éxito, el mérito sería para mi
padre, que había sacrificado a su hija por el bien de los Hijos
del Sol.
- Mi padre se preocupaba por mí, pero a pesar de todo accedió
a enviarme aquí como infiltrada, sabiendo el peligro que corría
si me descubrían. Se preocupaba por mi, y desconfiaba del
propio Lord Variol, pero nada había que le interesase más que
hacerse con más poder dentro de la Torre Blanca. Así que
finalmente me enviaron aquí para espiar. Lord Variol decía
que esperaba que ocurriera algo relevante en la Academia en
los próximos meses, y que ese sería el momento de atacar.
- Hice lo que mi padre me ordenó sin rechistar. Haría
cualquier cosa por él, porque sé qué clase de hombre era antes
de la muerte de mi madre, y si hacer que ganase más poder en
la Torre Blanca le volvía a hacer feliz como antaño yo me
sacrificaría sin importarme las consecuencias. Así pues, Lord
Variol me enseñó las sendas secretas de la Hermandad por el
Gran Bosque y de esa forma llegué aquí sin problemas. Una
vez en la Academia simplemente conté que mi padre era
amigo de un miembro ya retirado de la Hermandad y él me
había mostrado cómo llegar hasta aquí. Nadie dudó de que
decía la verdad pues, ¿cómo si no habría encontrado el camino
que lleva a través del Gran Bosque?
- De esa forma mi hice estudiante de la Hermandad. Al
principio me mostré callada y tímida con los demás, pues
temía que mi tapadera se descubriera. Me limitaba a enviar
informes mediante palomas mensajeras sobre el número de
soldados, la distribución del castillo y algunas cosas más.
217
- Ya veo -intervino en ese momento Eric con la mirada
encendida y sorprendiéndolos a todos-. Qué fácil fue
engañarnos y traicionar a tus amigos.
- ¡No es así! -replicó Karina llorando de nuevo y mirando
suplicante a Eric-. Precisamente fue entonces cuando os
conocí a ti y a Jack. Erais los mejores amigos que había tenido
en mi vida. A eso se le sumaba el hecho de que cada día que
pasaba veía que lo que hacían en la Academia no era nada
maligno. Me habían educado con una imagen de la
Hermandad poco menos que diabólica. La gente que seguía a
la Hermandad eran personas normales, con familia y
sentimientos, que simplemente luchaban por lo que ellos
creían que era justo. Durante un tiempo me sentí tan bien entre
vosotros que incluso me olvidé del objetivo de mi estancia
aquí.
Karina rompió a llorar otra vez. Jack la miró con
compasión, también a Eric, esperando ver tristeza en su
mirada por lo mal que lo estaba pasando su amiga.
Sin embargo no vio más que rencor en sus ojos. Eso le
dejó aturdido y confuso, pero no pudo pensar más en ello
porque Karina siguió hablando. Ahora que había empezado
parecía ansiosa por terminar con aquello cuanto antes.
- Hará cosa de un mes me llegó un mensaje -prosiguió la
muchacha afligida-. Este provenía del propio Dorado, no de
mi padre. Me exhortaba a que les diese información
importante o mi padre sufriría las consecuencias. Aquello me
asustó mucho, ese Lord Variol me daba miedo y no quería que
a mi padre le pasara nada. Así que de nuevo me volví taciturna
y huidiza. ¡Intentad entenderme! -les gritó angustiada- ¡No
quería traicionaros pero no podía permitir que a mi padre le
hicieran daño!
Bajó la cabeza y prosiguió ahora en voz más baja que
antes.
- Hace unos días se me brindó la oportunidad que había
estado esperando. Fue cuando Jack acudió a una reunión en la
que estaría el Gran Maestre y el Consejo de Magos. Cuando
Jack nos dijo que nos contaría lo que habían hablado me
218
enfadé con él, pero al mismo tiempo sabía que debía oír lo que
allí se había dicho. Me debatía entre dos sentimientos: por un
lado no quería escuchar lo que diría Jack pues de ese modo no
tendría información que pasarle a los Hijos del Sol, pero por el
otro necesitaba esa información para salvar a mi padre.
Finalmente me rendí y oí lo que Jack nos contó…
- Espera un momento -le cortó en ese momento el Gran
Maestre, y se volvió con una mirada fría a Jack- ¿Recuerdas
que se dijo que el contenido de ese encuentro no debía salir de
aquella sala, joven?
Jack se puso colorado, incluso Eric abandonó su
mirada hostil contra Karina para bajar la cabeza azorado.
- Lo siento, señor -se disculpó Jack sin saber qué decir. Lorac
le miraba decepcionado e incluso Valian sacudió la cabeza con
incredulidad por su irresponsabilidad.
- Está bien -el Gran Maestre no se dignó decirle nada más-.
Continúa.
- Poco más me queda por explicar, señor -dijo la joven-.
Finalmente me vencieron mis temores y envié la información
al Dorado y a Lord Variol. Cuando Jack me explicó cuáles
eran los poderes del Cuerno de Telmos comprendí que aquello
era de suma importancia. No me equivoqué, enseguida recibí
respuesta del Dorado diciéndome que debía abrir una de las
puertas exteriores de la muralla sur esta misma noche, distraer
a los guardias para que pudieran robar el cuerno -bajó aún más
la cabeza y de nuevo rompió a llorar-. Y lo he hecho, señor.
¡Os he traicionado! Acepto lo que tenga que venir.
Tras estas palabras tan sólo el sonido de los sollozos de
Karina se dejó oír en la estancia. Unos a otros se miraron con
semblantes preocupados. El Cuerno de Telmos se había
perdido, Lord Variol parecía haber llegado a algún tipo de
alianza con los Hijos del Sol. Jack vio que el desaliento cundía
entre los presentes, pues toda esperanza de plantar cara a lo
que se avecinaba se había desmoronado. Miró a Karina, en
gran parte culpable de lo que había pasado, pero cuando la vio
supo que no podría condenarla por ello. La chica amaba a su
padre y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por él, ¿acaso
219
eso era un pecado?, ¿habría hecho él lo mismo por su tío
Tarken si él se lo hubiese pedido? En el fondo de su corazón
sabía que la respuesta era sí, y por eso también sabía que no
podía culpar a su amiga por ello.
- La situación es grave, señores -dijo al fin el Gran Maestre,
levantándose de su asiento y comenzando a dar pasear con
aspecto inquieto-. Lord Variol ha conseguido llegar a un
acuerdo con nuestros más acérrimos enemigos por lo que
parece. La ventaja que sacan los Hijos del Sol de esta…
alianza, por así llamarla, parece clara. Hacerse con el Cuerno
de Telmos pero ¿qué obtiene Lord Variol a cambio?
- ¿Impedir que nosotros lo usemos? -preguntó Mentor, el
Archimago, que desde hacía un rato daba la impresión de estar
ya derrotado.
- El cuerno solo sirve para utilizarlo contra los Hijos del Sol -
razonó el Gran Maestre pensativamente-. No contra los
ejércitos de Lord Variol. Karina -agregó dirigiéndose de nuevo
a la chica- ¿sabes algo más que puedas decirnos?
Karina cesó de llorar y se encogió de hombros.
- Poco más, señor. Sé que el Dorado y Lord Variol querían
llevar el cuerno a Kirandia. Allí pretenden entregárselo al
embajador de los Hijos del Sol que el Supremo Reino de
Angirad ha enviado a aquel lugar para que vigile de cerca al
rey Alric.
- ¿Llevarlo a Kirandia? -se sorprendió Lorac- ¿Por qué a
Kirandia? ¿No es más seguro llevarlo a la propia Torre
Blanca?
- No estoy segura de por qué es así -respondió Karina, y
parecía sincera-. Sé que el Dorado quería presionar de alguna
manera con el cuerno al rey Alric, pero no se más, señor, lo
juro.
- Te creo -asintió el Gran Maestre-. Sea lo que sea ya lo
averiguaremos. Pese a todo considero fundamental recuperar
el cuerno antes de que llegue a Kirandia. Un grupo partirá esta
misma noche en persecución de Lord Variol. Tan sólo quiero
deciros una cosa más a los que estáis aquí reunidos. Hay más
cosas en juego de las que sabíais hasta ahora y ha llegado el
220
momento de decíroslas. Si vais a formar parte de esto,
considero justo que sepáis a qué os enfrentáis.
Muchos lo miraron extrañados sin saber a qué se estaba
refiriendo. Jack tuvo una premonición de que aquello tenía
algo que ver con él cuando vio que el Gran Maestre se volvía
para mirarlo.
- Así es, Jack –dijo el Gran Maestre-. Ha llegado la hora de
que sepas algunas cosas. De que todos las sepáis.
Vio que Eric y su hermano intercambiaban confusas
miradas. También los magos Theros y Dezra se mostraban
perplejos, así como la propia Karina, que había dejado de
llorar y contemplaba a Jack como si le viera por primera vez.
- Perdón, señor Derek -intervino Dezra con educación- ¿Pero
qué tiene que ver este joven con todo esto?
- Todo, querida. Lo que está pasando, lo que está por pasar,
tiene que ver con este joven -sentenció el Gran Maestre,
dejando a la mayoría boquiabiertos. Jack vio que tanto Lorac
como Valian le miraron por un momento con tristeza en sus
ojos, como si supieran que lo que escuchara ahora iba a
hacerle cambiar para siempre.
Desgraciadamente así iba a ser.
Mucho tiempo después Jack se preguntaría cómo
habría sido su vida si el Gran Maestre no le hubiese contado lo
que escuchó aquella noche. Posiblemente el mismo curso de
los acontecimientos le habría conducido al mismo destino que
el futuro le tenía deparado, pero siempre quedaría esa duda.
¿Habrían sido las cosas distintas si el Gran Maestre hubiese
decidido no contarle nada dejándole al margen de todo lo que
estaba por llegar?
Nunca lo sabría. Fuera como fuese, el Gran Maestre
había tomado ya una decisión y a partir de aquel momento la
vida de Jack cambió para siempre.
- Os voy a contar una historia, amigos míos. Una historia que
lleva largo tiempo oculta, que ha llegado el momento de que
vuelva a salir a la luz -comenzó a decirles el Gran Maestre,
señor de la Hermandad del Hierro-. Esta historia empezó a
labrarse tras las Guerras de Hierro. Como todos sabréis, dicho
221
conflicto acabó en el momento en que Dagnatarus,
enloquecido por haber matado a Lorelai, su amante elfa, subió
al pico más alto de Darkun,y armado con su gran espada
Venganza desencadenó un gran cataclismo que acabó con toda
la vida en kilómetros a la redonda.
- Muchos creyeron que la pesadilla había acabado finalmente.
Dagnatarus había muerto y lo que quedó de sus ejércitos tras
la gran explosión se había batido en retirada. Sin embargo
nada más lejos de la realidad. El poder de Dagnatarus era tal
que de alguna forma que está más allá de nuestro
entendimiento logró asirse a la vida, y pese a que perdió su
cuerpo un hálito de su esencia continuó aferrándose a este
mundo.
Hubo un tenso silencio. El príncipe Cedric dio un paso
al frente.
- Perdonad mi atrevimiento, señor. Hace varios días nos
advertisteis del peligro que representaba ese hombre llamado
Lord Variol, y os creí. Hoy hemos visto que realmente ese
Señor de la Guerra, como se hace llamar, es una amenaza muy
vívida para todos nosotros. Pero señor Derek, es del
conocimiento de todos que Dagnatarus murió aquel día.
Pedirnos que creamos otra cosa va más allá que de ser un
simple acto de fe, es una insensatez.
- No suelo hablar sin conocimiento de causa, príncipe Cedric
-respondió el Gran Maestre, no enfadándose porque Cedric no
le creyera, sino intentando hacerle entrar en razón-. De hecho,
os digo a todos vosotros que la Hermandad del Hierro se
fundó con un objetivo más allá, el de constituir una fuerza que
pudiera resistir a Dagnatarus si éste recuperaba el poder en
nuestros días -Derek les fue mirando a todos uno por uno-.
Estas palabras han ido transmitiéndose de Gran Maestre a
Gran Maestre desde los tiempos de Sir Ragnar, el Caballero de
Kirandia que fundó la Academia. El dios Orión escuchó sus
plegarias y le concedió un refugio para la Hermandad del
Hierro, la Academia, pero también le hizo cumplir un
juramento. Advirtió a Sir Ragnar de la amenaza que
representaba Dagnatarus, y éste dio su palabra de que la
222
Hermandad sería el bastión del mundo cuando Dagnatarus
regresase. Así ha sido siempre, y así continuará siendo hasta el
fin de los días.
El Gran Maestre terminó de hablar y les miró
nuevamente a todos como desafiándolos a que le llevasen la
contraria. La maga Dezra fue la primera en tomar la palabra.
- Mi señor Derek. Aún en el caso de que esto fuera cierto,
Dagnatarus lleva en el olvido casi mil años, ¿qué os hace
pensar que vaya a recobrar el poder en nuestro tiempo?
- En este punto es donde interviene este muchacho -repuso el
Gran Maestre señalando a Jack, que retrocedió asustado como
si le estuviera apuntando con una espada. ¿Qué tenía él que
ver con toda aquella monstruosidad?-. Y donde comienzan a
desvelarse secretos que llevan siglos en la sombra. El primero
de ellos es que Dagnatarus y Lorelai tuvieron un hijo.
Se escucharon varios jadeos de sorpresa. Los magos
Theros y Dezra miraron con incredulidad a Derek.
- Señor, esto no puede ser -dijo Theros en dirección a Mentor-
¿Es cierto lo que dice?
- Me temo que sí, amigo mío -suspiró el Archimago con
pesar-. Es completamente cierto.
- Esto ocurrió antes de que Dagnatarus creara a Venganza y
perdiera la razón, cuando era un hombre brillante dedicado al
saber y al estudio -el Gran Maestre cerró los ojos-, cuando lo
que más le preocupaba era su ciencia y el amor de Lorelai.
Pocos sabían que habían tenido un hijo por razones que no
vienen al caso. En cuanto Sir Ragnar tuvo conocimiento de
ello, por boca del mismísimo dios Orión, recibió la orden de
proteger a la estirpe de Dagnatarus a partir de ese momento.
Así pues los miembros de la Hermandad encontraron a ese
chico y le cuidaron desde ese día -levantó la cabeza con
orgullo-. El legado de Dagnatarus estaría a salvo a partir de
ese día y su descendencia pasó a ser protegida por nosotros
desde entonces.
- No entiendo -intervino en ese instante Eric, con cara de estar
perdido- ¿Por qué habríamos de proteger a los hijos de
Dagnatarus, si tanto daño nos había causado?
223
- Ahora sabrás por qué, príncipe Eric. Durante siglos los
descendientes de Dagnatarus tenían un hijo, siempre varón, y
sólo uno -el Gran Maestre miró de nuevo a Jack-. Aquello nos
extrañaba sobremanera, ¿por qué razón los descendientes de
Dagnatarus solo podían tener un hijo y siempre varón? No
sabíamos cuál era el motivo hasta que aparecieron los padres
de Jack.
El joven se puso rígido al oír hablar de sus padres,
¿qué tenían que ver ellos con todo esto? Sintió las miradas de
sus amigos clavadas en él. Karina hacía ya rato que había
dejado de llorar y prestaba completa atención a lo que les
estaba contando el Gran Maestre. También Eric y Cedric le
observaban aturdidos. Tenía miedo de lo que iba a decir el
Gran Maestre a continuación pero necesitaba saber la verdad,
por mucho que fuese a dolerle.
- Tu padre, Jack, era uno de los descendientes de Dagnatarus.
Su sangre corría por sus venas. Se llamaba Corbin y se casó
con una mujer de origen humilde llamada Elorien. Pero esto
no es todo. Corbin y Elorien no tuvieron tan solo un hijo
varón, como venía sucediendo hasta entonces, sino que
Elorien dio a luz hace más de dieciséis años a dos hijos
varones, iguales como dos gotas de agua.
El tiempo se paró para Jack. Ya nada fue igual para él a
partir de ese momento. A menudo recordaría con nostalgia los
meses vividos en la Academia preocupado tan sólo por la
competición en el Foso. El daño estaba hecho y ya no había
vuelta atrás. Jack acababa de dejar la niñez a un lado, se había
convertido en hombre en un instante.
Eric fue el primero en reaccionar tras el silencio que
siguió a esta revelación.
- ¡¿Estáis diciendo que Jack lleva la sangre de Dagnatarus?!
- No solo digo eso -atajó el Gran Maestre, sin dejar de mirar
al aludido- sino que he de añadir que Jack y su hermano son
los dos primeros gemelos que descienden de Dagnatarus desde
las Guerras de Hierro.
Nadie dijo nada. Jack sintió las miradas de sus amigos
clavadas en él. ¿Le seguirían tratando igual desde ese
224
momento? ¿O le mirarían como a un bicho raro? No era capaz
siquiera de abrir la boca. El Gran Maestre se dio cuenta de su
turbación, y decidió proseguir con su historia, para dar tiempo
a Jack de que se recuperarse.
- Siento mostrarme tan insensible al contarte esto -se disculpó
el Gran Maestre con ojos tristes. Luego su rostro se endureció-
. Pero todo Mitgard está amenazada y tú debes saber cuál es el
lugar que te corresponde a partir de ahora.
Jack no contestó. No podría haberlo hecho ni aunque
supiera qué decir.
- Desde luego, este fenómeno nos sorprendió y pensamos que
no era un hecho casual que por primera vez en mil años
hubieran nacido dos hijos con la sangre de Dagnatarus al
mismo tiempo -continuó el Gran Maestre con voz pausada-.
No sabemos cómo, pero al poco tiempo se presentó en la
Academia un hombre con el pelo blanco como la nieve y
portando una espada de hierro roja como la sangre. Se hacía
llamar Lord Variol.
- Lord Variol se presentó como mensajero de Dagnatarus. Lo
recuerdo porque yo estuve presente en aquella conversación,
en la que tomamos parte tan solo cuatro personas: Lord Variol,
el anterior Gran Maestre, que no era otro que Tarken, Valian y
yo mismo como mano derecha de Tarken que era entonces.
Ignoro de dónde sacó Lord Variol la información para llegar a
la Academia, y cómo sabía de antemano que estábamos al
tanto de que Dagnatarus seguía con vida, pero nos propuso un
trato. Nos dijo que su señor quería instaurar un nuevo orden
donde el hierro fuese la herramienta básica, en que se
castigaría a quien rechazase su uso. En ese nuevo orden
obedeceríamos a Dagnatarus, quien nos recompensaría
ampliamente a cambio de algo, una fruslería, fueron las
palabras exactas que utilizó.
- Un momento -dijo Eric interrumpiendo al Gran Maestre-
¿Un nuevo orden donde se pudiera usar el hierro libremente?
¿Y si los deseos de Dagnatarus no difiriesen tanto de los
nuestros?

225
- ¡Eso no es así! -para sorpresa de todos fue Valian el que le
respondió-. Dagnatarus quiere un mundo donde el hierro no
sea una opción, quien no se avenga a utilizarlo sería sometido
a la fuerza. Quiere un mundo donde él imponga las reglas sin
importarle si son justas o no, desea tener un ejército de
esclavos a su servicio. Era lo que pretendía en las Guerras de
Hierro, y sigue siendo su objetivo. La Hermandad no persigue
ese fin, tan solo queremos poder utilizar el hierro sin
necesidad de ser quemado en la hoguera por ello, pero no
obligamos a nadie a servirse de él si no lo desea. El mismo
hierro puede utilizarse para dar libertad a los pueblos o para
someterlos –acabó con una pasión evidente.
Valian paró de hablar bruscamente, y todos se le
quedaron mirando sorprendidos. ¿Por qué le afectaba tanto
todo lo que se estaba hablando? Jack había notado en él una
cierta tensión cuando se nombraba a Lord Variol, pero
ignoraba cuál era el motivo.
- En efecto -prosiguió el Gran Maestre agradeciendo a Valian
su intervención-. Así se lo dijimos a Lord Variol, quien se
mostró contrariado. El Señor de la Guerra nos hizo una
proposición, prometió dejarnos al margen del conflicto que se
avecinaba a cambio de una simple cosa.
- ¿De qué se trataba? -preguntó Dezra en nombre de todos.
- Había llegado a su conocimiento que habían nacido dos
niños que descendían directamente de su señor. Nos dijo que
Dagnatarus estaba muy interesado en recuperarlos, nos pidió
que los dejásemos bajo su custodia. Según él, su señor los
trataría con todos los honores.
- Quería a Jack y a su hermano -terminó por él Cedric, con el
asombro pintado en el rostro.
- ¿Por qué? -esta vez fue Karina la que habló, olvidando que
había ido allí para ser interrogada.
Sin embargo el Gran Maestre le contestó igualmente.
- No lo sabíamos, pero de algún modo éramos conscientes de
que la prole de Dagnatarus era importante para él, aunque
ignorábamos el motivo –contestó el Gran Maestre-. Sea como
sea, Tarken se negó y Lord Variol salió de la Academia
226
amenazándonos. Inmediatamente decidimos enviar a Jack y a
su hermano, que aún eran unos bebés, al valle de Asu con sus
padres donde pensábamos que estarían seguros. Este valle es
un pequeño lugar de reposo al norte del bosque, donde muchas
familias convivían juntas. Creímos que allí estarían a salvo,
pero nos equivocamos.
- Una noche, una horda de trasgos atacó el valle de Asu al
mando del propio Lord Variol. Recuerdo bien esa noche,
cuando murieron los padres de Jack, y su hermano fue
capturado por Lord Variol, arrancado de los brazos de su
madre por el Señor de la Guerra.
El Gran Maestre dejó de hablar y todos miraron a Jack,
que estaba pálido y callado. Así que sus padres habían muerto
a manos de Lord Variol, y no a causa de un accidente como le
había contado Tarken. ¿Y su hermano gemelo? ¿Qué había
sido de él? Lord Variol se lo había llevado, ¿pero dónde?
¿para qué lo quería?
- De verdad siento que tengas que enterarte de todo ello de
esta forma, Jack, pero creo que ha llegado la hora de que sepas
la verdad -se lamentó el Gran Maestre, y Jack se sorprendió al
ver una solitaria lágrima deslizándose por sus mejillas.
- ¿Y…, y mi hermano? -eran las primeras palabras que
pronunciaba desde que había comenzado aquella pesadilla-
¿Qué le pasó?
- No lo sé, Jack -dijo el Gran Maestre con un suspiro
apenado-. Fui yo quien te salvó de Lord Variol, pero no pude
impedir que se llevara a tu hermano Jason.
Jason. El nombre de su hermano.
- A los pocos días, Tarken tomó una resolución, decidió ir él
mismo a Darkun para recuperar a tu hermano. Era algo inédito
en la historia de la Hermandad, un Gran Maestre abandonando
sus funciones para lanzarse a una loca misión. Me dejó al
mando mientras estuviera fuera y salió en busca de Jason él
solo, pues no aceptó ningún tipo de escolta. No pudimos
impedírselo, decía que era su culpa que se lo hubieran llevado,
era un asunto que debía arreglar él solo.

227
- Nunca debimos permitirle partir, pese a que averiguó
grandes cosas. No volvimos a verle hasta seis meses después.
Un día se presentó en la Academia. Había perdido peso y
volvía lleno de heridas, con una mirada enloquecida. Decía
que había visto cosas horribles, tardó varias semanas en poder
hablar con algo de coherencia. Fue entonces cuando nos
enteramos de algunas cosas.
- Efectivamente, Tarken había logrado penetrar en Darkun,
seguramente el primer hombre que lo lograba desde las
Guerras de Hierro, una hazaña digna de ser celebrada. Tarken
mantenía que le ayudaron, pero no quiso decirnos quién había
sido para no ponerle en peligro. Afirmaba que no había
logrado encontrar a Jason, pero sabía algo, sabía que debía
estar vivo, pues Dagnatarus necesitaba a sus dos herederos con
vida.
- ¿Por qué, señor Derek? -preguntó Cedric con los ojos muy
abiertos-. ¿Qué quiere de ellos? ¿Qué es lo que quiere de
Jack?
El Gran Maestre se quedó unos momentos en silencio
antes de entonar con voz grave:
Dos hermanos para devolverle a la gloria,
dos espadas para enterrarle de nuevo,
ambos distintos, ambos opuestos,
uno por la luz, otro por la sombra,
ambos unidos en los más hondo de su memoria

Eric sacudió la cabeza aturdido.


- ¿Qué quiere decir? -dijo con el entrecejo fruncido.
- Durante una semana esta sencilla estrofa fue lo único que
Tarken pudo decirnos -contestó el Gran Maestre-.
Ignorábamos qué quería decir exactamente, pero nos
imaginamos que el primer verso tenía que ver con Jack y
Jason, los dos primeros hermanos descendientes de
Dagnatarus. Sin embargo, no sabíamos a qué se refería con el
resto del cántico. ¿Dos espadas para enterrarle de nuevo? No -
sacudió la cabeza Derek-, tuvimos que esperar a que Tarken se

228
recuperara en parte para que nos aclarara qué significaba esa
canción.
- Finalmente Tarken recuperó la cordura –continuó-, en parte
porque un viaje así le dejó marcado para toda la vida, pero lo
suficiente como para responder a nuestras preguntas. Nos dijo
que, en efecto, había logrado adentrarse en Darkun y
conseguido llegar hasta la mismísima Torre Oscura, lugar
donde ese ser maligno erigió su guarida durante las Guerras de
Hierro. Allí había intentado encontrar a Jason, pero no lo halló
por ningún lado. Sí encontró esto, unos escritos del propio
Dagnatarus en los que venían estos versos que os acabo de
decir. En dichos papeles decía que había escuchado esas frases
de boca de los dioses, que le habían revelado que en ellas
estaba la clave de su victoria y de su derrota.
- Y ahí va la parte más importante de todas. Tarken pudo leer
que Dagnatarus necesitaba a sus dos herederos para regresar al
poder. De ahí el primer versículo: Dos hermanos para
devolverle la gloria, pero de igual manera ellos son los únicos
que pueden destruirlo definitivamente. Mediante el uso de dos
espadas de gran poder, sólo los que llevan la sangre de
Dagnatarus en sus venas podrán acabar con él.
El Gran Maestre acabó de hablar y fue mirándoles de
uno en uno. Nadie decía nada. Jack sintió las miradas de todos
pendientes de él. ¡¿Qué esperaban que hiciera?! ¡¿Acaso se
suponía que debía mostrarse de acuerdo con lo que había
dicho el Gran Maestre y asegurarles a todos que estuvieran
tranquilos que él se ocuparía de Dagnatarus?! ¡No, estaba
aterrado! ¡Él solo quería quedarse en la Academia con sus
amigos, dejando que los mayores se ocuparan de los
problemas del mundo! ¿Por qué no le dejaban en paz? No
deseaba más responsabilidades aunque éstas ya se perfilaran
frente a él.
- De modo… -el príncipe Cedric tenía dificultad para hablar,
pero nadie pudo culparle por ello-. De modo que Dagnatarus
solo recuperará su poder si captura a Jack y a su hermano
Jason.

229
- Eso es -asintió con pesar el Gran Maestre-. Su hermano aún
seguirá en su poder. No sabemos dónde está ni qué fue de él,
pero sí podemos asegurar que sigue con vida, pues Dagnatarus
necesita a sus dos herederos para volver a ser el que era.
- Pero…,¡habéis dicho que al igual que Jack y su hermano
pueden devolverle las fuerzas, son también los únicos que
pueden acabar con él para siempre! -dijo la maga Dezra con
gesto aturdido.
- Debe correr ese riesgo -esta vez fue Lorac el que respondió-.
Anhela tener el poder de que disfrutó durante las Guerras de
Hierro, y para ello necesita recuperar a sus dos herederos con
vida. Sabe que existe la posibilidad de que se vuelvan contra
él y logren matarle, pero es el precio que debe pagar por sus
ambiciones.
- Hay una parte que no entiendo -intervino Theros con el ceño
fruncido-. Cuando se refiere a que dos espadas podrán
enterrarle de nuevo, ¿debo entender que tan sólo mediante el
uso de dichas armas podrán Jack o su hermano acabar con él?
- Así lo entendimos nosotros. Pero Tarken no sabía nada más
-dijo el Gran Maestre-. Estaba leyendo los escritos de
Dagnatarus cuando fue descubierto y encerrado -levantó la
cabeza y miró a Jack-. Pasó dos meses soportando las torturas
de Lord Variol en las mazmorras de la Torre Oscura. Quería
que le revelase el paradero de Jack, pero Tarken aguantó esas
torturas y finalmente, contando con la ayuda de la misma
persona que le había mostrado la entrada a Darkun, logró
escapar de aquel lugar de pesadilla y volver con nosotros.
- Pobre hombre -susurró Eric anonadado, y miró a Jack-.
Debía quererte mucho para soportar todo lo que tuvo que
pasar.
- Tarken no es mi tío ¿verdad? -preguntó Jack, como si
después de todo lo que acababa de oír aquello fuera una
anécdota sin importancia.
- No, no lo es -admitió Derek-. Después de volver de su viaje
y contarnos lo que sabía decidió dejar el cargo de Gran
Maestre. Decía que hasta que llegara el momento, dedicaría lo
que le quedaba de vida a protegerte. Así te llevó consigo a
230
Vadoverde, uno de los pueblos más apartados de todo
Mitgard, donde nadie repararía en un chico que vivía solo con
su viejo tío.
- Y me estuvo engañando durante dieciséis años -esta vez
Jack no preguntó, sino que dijo aquellas palabras como si
fueran obvias.
El Gran Maestre suspiró apenado.
- Trata de entenderle, era necesario para protegerte, no
estabas preparado para saber la verdad. En todo ese tiempo,
Lord Variol no logró encontrarte. Desde que llegaste aquí hace
unos meses llevo meditando cuándo iba a ser la hora de
contarte la verdad. Esa hora ha llegado. Ahora sabes a lo que
te enfrentas, tú representas nuestra única esperanza en la
guerra que se avecina.
Jack se revolvió furiosamente contra el Gran Maestre.
- ¡¿Y qué esperáis de mí?! -dijo elevando la voz- ¡¿Qué llame
a la puerta de la Torre Oscura y les diga que he venido a matar
a mi antepasado?!
Odiaba que le miraran con aquellos ojos tristes, en los
que solo veía compasión. ¿Así que les daba pena? Pues peor
para ellos, no pensaba ayudarles en nada. Solo quería que le
dejaran en paz.
- No estás solo en esto, Jack -dijo Valian-. Confía en tus
amigos, en nosotros. Ya sabemos que es una pesada carga la
que ha caído sobre tus hombros pero te ayudaremos en lo que
sea. Luchamos en el mismo bando, amigo.
- Por supuesto -Cedric dio un paso adelante-. Mi pueblo no te
abandonará. Yo mucho menos. Cuenta conmigo para lo que
sea.
Eric avanzó unos pasos y puso una tranquilizadora
mano en su hombro.
- Sabes que nos tienes a tu lado, amigo mío -dijo en tono
conciliador-. Sé que esto resulta muy difícil para ti, pero por
favor, te pido que escuches al Gran Maestre. Él sabrá que
hacer -consiguió que Jack asintiera lentamente con la cabeza,
y se volvió hacia Derek-. Porque sabéis qué debemos hacer
¿verdad, señor?
231
- Ojalá fuera tan fácil como ir a la Torre Oscura y llamar a la
puerta de Dagnatarus, príncipe –contestó el Gran Maestre con
pesar-. Me temo que no es así. No, ahora hay otras cosas en
juego, y son prioritarias en este momento. Lord Variol ha
llegado a algún tipo de acuerdo con los Hijos del Sol, han
conseguido robar el Cuerno de Telmos. Lo necesitamos si
queremos hacer frente a Dagnatarus y sus ejércitos. Debemos
recuperarlo. Karina nos ha dicho que se dirigen a Kirandia, el
reino de vuestro padre, y de alguna forma pretenden ejercer
presión sobre el rey Alric con dicho cuerno -el Gran Maestre
frunció el ceño preocupado y empezó a pasear por la
habitación con aire inquieto-. No se aún qué saca Lord Variol
de todo esto, pero sea lo que sea hay que impedírselo.
- ¿Sugerís entonces que vayamos en pos del cuerno para
recuperarlo? -preguntó Cedric con aire inocente, como quien
no quiere la cosa - ¿Me pregunto quién podría encargarse de
eso?
Pese a todo lo que estaba pasando el Gran Maestre se
permitió esbozar una sonrisa.
- Me habéis leído el pensamiento, príncipe Cedric. Si el
cuerno va a Kirandia debo requerir de vuestros servicios. Es
posible que vuestro padre necesite de vos si los Hijos del Sol
usan el cuerno para presionarle. Quiero que ocupéis el lugar
que os corresponde a su lado.
- ¿Y yo qué? -saltó Eric indignado-. También soy hijo de mi
padre. También quiero ocupar un lugar junto a él.
- Sin embargo vuestro hermano mayor casi ha terminado su
adiestramiento entre nosotros, y a vos os quedan más de tres
años antes de pasar a formar parte de la Hermandad del
Hierro.
- Er…, es cierto -titubeó Eric-. Tan solo quiero asegurarme de
que Cedric vuelve sano y salvo a la Academia, pues aún
hemos de disputar el último encuentro de este año en el Foso,
¿verdad, Jack?
Jack salió de su ensimismamiento y miró con sorpresa
a su amigo, que le guiñaba un ojo en ese momento. ¿Había
oído bien? Con todo lo que había pasado ya ni se acordaba de
232
que, en efecto, el equipo de los Tejones tenía pendiente un
último combate en el Foso contra el equipo capitaneado por
Cedric. Aunque intentó continuar serio, no pudo evitar
devolverle la sonrisa a su amigo.
- Claro -dijo-. De hecho he de pediros que me dejéis
acompañar a Eric. No puedo permitir que mi mejor apoyo en
los Tejones sufra algún percance.
El Gran Maestre le miró con una sonrisa de
reconocimiento. Al ver cómo se había tomado Jack todo lo
que acababa de contar, pensó que se negaría a salir de la
Academia. De esa manera, le había puesto las cosas un poco
más fáciles.
- El chico es valiente -dijo en un susurro a su lado Valian,
sólo para sus oídos-. No nos defraudará.
Derek tragó saliva. Por el bien de todos ellos, esperaba
que así fuese.
- De acuerdo, entonces -asintió el Gran Maestre sintiéndose
un poco más aliviado-. Valian y Lorac liderarán el grupo de
búsqueda, y los príncipes Cedric y Eric irán con ellos, así
como Jack…
- Dezra también irá con vosotros -interrumpió en ese
momento Mentor, el Archimago, que llevaba un largo rato en
silencio-. Necesitaréis la ayuda de un mago y quiero que ella
esté con vosotros para que me tenga al tanto de lo que ocurre.
A su lado Dezra asintió con la cabeza aceptando el
reto. Se miraron unos a otros como si lo hicieran por primera
vez. De modo que el grupo parecía estar al completo. Pero
Jack olvidó por un momento sus turbios pensamientos para
tratar un último asunto que aún no había quedado cerrado.
- ¿Y qué va a pasar con Karina? -preguntó.
Todos se volvieron hacia la muchacha. Con todo lo
sucedido habían olvidado el motivo inicial de que estuvieran
allí reunidos. Karina les había traicionado aquella noche. Por
una causa justificada en opinión de Jack pero, ¿pensaría igual
el Gran Maestre?
Karina bajó nuevamente la cabeza al sentir el peso de
sus miradas sobre ella.
233
- Aceptaré el castigo que sea, incluso la muerte -dijo en voz
muy baja-. No merezco vivir después de lo que os he hecho.
- Mmmm…, me parece que en la Torre Blanca te han llenado
de malas ideas la cabeza sobre el castigo que aplicamos en la
Hermandad a quienes nos traicionan -dijo el Gran Maestre al
ver la turbación de la joven-. Siempre hay estudiantes que no
logran aguantar aquí mucho tiempo y prefieren dejarnos,
incluso miembros de la Hermandad que han abusado de poseer
armas de hierro porque los hacen más fuertes que los demás.
A ese tipo de personas les deparamos un singular destino, pero
en ningún caso la muerte.
Karina frunció el ceño, imaginándose otros castigos
aún peores que la muerte.
- ¿Qué les hacéis? -preguntó desconcertada.
- Les llevamos a dar un viaje -dijo el Gran Maestre.
- ¿Un viaje? -si Karina antes estaba confusa, ahora pensaba
que le estaba tomando el pelo.
- En efecto, un viaje. A ese tipo de gente no se le puede
permitir seguir en la Hermandad, desde luego, pero tampoco
podemos dejarles en libertad ya que saben muchos secretos de
nuestra orden y podrían divulgarlos. A menos de un día de
aquí se encuentra el Lago Milenario. En sus orillas se alza un
pequeño otero que llamamos el Pico del Orador. A la gente
que se expulsa de la Academia les hacemos subir previamente
por allí. No sabemos por qué, pero todos los que vuelven lo
hacen con grandes lagunas en su mente, como si no recordaran
dónde han estado ni qué han hecho en los últimos meses.
- Vaya, nunca había oído tal cosa -se extrañó el príncipe
Cedric-. Un lugar atípico ese Pico del Orador pero ¿no es un
poco cruel dejar a esa gente sin recuerdos?
- En modo alguno –sostuvo Lorac-. Tan solo olvidan el
período que comprende su estancia en la Academia. A partir
de ese momento los sujetos recuperan sus vidas donde las
habían dejado antes de entrar en la Hermandad.
- Un regalo del dios Gwaeron, el señor de los animales y las
plantas, y también del Gran Bosque, sin duda alguna -añadió

234
Valian-. Nos brindó un regalo cuando erigió ese monte, una
forma de protegernos de los que no nos eran fieles.
- Como yo -anunció Karina con voz tenue y débil, y se
levantó lentamente de su asiento-. De modo que ése es mi
castigo. No me opondré. Iré al Pico del Orador cuando os
parezca conveniente. Lamentaré olvidar algunas cosas que he
vivido aquí. También a algunas personas que han sido mis
amigos hasta hoy...
Jack no pudo evitar sentir pena, pues aunque el castigo
no era tan cruel como había supuesto en un principio, aquello
quería decir que perdería a su amiga como tal. Después de que
Karina perdiera la memoria, no volverían a tener más
contacto, ni siquiera se acordaría de ellos. En cierto modo, era
como si para sus amigos hubiese muerto en sus corazones.
Pero por lo que parecía aún no se había dicho todo
aquella noche.
- Como acabo de decir, ése es el castigo que aplicamos a los
que están perdidos sin remedio para la Hermandad -continuó
el Gran Maestre, y su voz se tornó suave y compasiva-. Pero
no creo que sea ese tu caso.
Hubo un momento de silencio. ¿Acaso quería decir
que…? Jack sacudió la cabeza incrédulo. Era demasiado
bueno para ser verdad.
- Es cierto que nos has traicionado esta noche, Karina, pero sé
que lo has hecho por una buena causa, y en contra de tu
voluntad. A pesar de lo sucedido, confío en ti. Pero antes
quiero hacerte una pregunta, ¿estás dispuesta a formar parte
del grupo que rescate el cuerno, pese a que ello vaya en contra
de todo lo que te han enseñado y en contra de tu propio padre?
Karina alzó la voz para que todos pudieran oír su
respuesta. Había levantado la cabeza con orgullo, ya no había
lágrimas en su rostro.
- Antes yo no tenía una verdadera familia, pero aquí la he
encontrado. Mi propio padre me usó para sus designios, pero
eso se acabó. No negaré que lo sigo queriendo, pero no
volveré a traicionar a la Hermandad ni aunque él me lo pida.
Os doy mi palabra.
235
- Entonces eres perdonada, pequeña, sólo deseo que seas
digna de esta segunda oportunidad -dijo el Gran Maestre ante
el asombro de todos, y como si de un padre se tratara, abrazó a
Karina con fuerza.
Jack contemplaba la escena con un nudo en la
garganta. A pesar de todo lo que había escuchado esa noche,
de lo que el futuro le depararía a partir de ese momento, tuvo
confianza en superarlo. Lo haría mientras contase con sus
amigos. Con una exclamación de alegría abrazó también a
Karina, que no dejaba de llorar aliviada por haber sido
perdonada.
- Creo -dijo Jack con una sonrisa- que aún queda una plaza
vacante en el grupo de búsqueda.
Karina le devolvió la mirada y sonrió a su vez.

Cuando hubieron salido todos de la habitación el Gran


Maestre pudo por fin disfrutar de unos momentos de paz y
sosiego. Tan solo Lorac y Valian se quedaron con él, también
ellos debían de tener sus propias preocupaciones porque
durante un largo rato no dijeron nada. Finalmente fue Lorac el
primero en hablar.
- Ya está hecho, señor. Lo más difícil, que era contarle la
verdad al chico, que éste asumiera esta pesada carga, ha
pasado.
El Gran Maestre asintió con aire ausente, pero no dijo
nada.
-¿Creéis que se lo ha tomado bien? -preguntó Lorac con
suavidad.
Derek sonrió con ironía pese a todo. ¿Cómo podía
encajar cualquiera el saber que llevaba la sangre del mayor
brujo de la historia en sus venas, y a la vez era la clave para
vencerlo, o devolverle sus poderes? Si el muchacho no
enloquecía en los próximos días asimilando todo aquello,
podría entonces decir que, efectivamente, se lo había tomado
bien.
- No lo sé, amigo mío -dijo tras meditarlo un rato-. Sea como
sea, ya está hecho. No debemos darle más vueltas a eso.
236
- Me ha sorprendido cómo habéis manejado el tema de Karina
-añadió Lorac cambiando de tema-. Tengo mis dudas...
- La chica simplemente era un peón más en el juego para Lord
Variol, no tiene nada que ver en esto. Jack necesitará a sus
amigos cerca de ahora en adelante y él confía mucho en esa
muchacha. No podía alejarla de su lado en un momento así.
Pese a todo Lorac creyó detectar una nota de ternura en
su voz. Puede que con los años el duro e inflexible Derek se
hubiera ablandado un poco.
- Es más, los Hijos del Sol la creen muerta -agregó el Gran
Maestre con el ceño fruncido, intentando aparentar
insensibilidad-. Puede que podamos aprovechar esa ventaja a
nuestro favor.
- Es cierto, señor -asintió Lorac-. Ahora que Jack sabe la
verdad y va a marcharse con sus amigos, esperemos que no
nos falle.
- Aunque haya algunas cosas que le hayáis ocultado -
intervino Valian sorprendiéndoles. Hacía tiempo que no abría
la boca y era tan silencioso que se habían olvidado de su
presencia.
- ¿Te refieres a lo de Tarken? -inquirió el Gran Maestre.
- Sabéis que sí, señor.
Lorac enarcó las cejas intrigado.
- No entiendo, señor –intervino extrañado-. Acabáis de decirle
que Tarken no es su tío, y todo lo que hizo por él cuando Jack
nació. ¿Qué más le habéis ocultado al respecto?
El Gran Maestre le miró fijamente, como evaluando si
era conveniente decirle algo más de lo que ya sabía.
- Hay algo que no os he dicho sobre Tarken, Lorac -dijo en
voz baja-. Cuando te llevaste a Jack de su lado para traerlo,
Tarken consideró que debía retomar la búsqueda que había
comenzado hacía dieciséis años. Partió hacia Darkun de nuevo
para buscar al hermano de Jack.
- ¡Es una locura! ¡Señor, hay que decirle que debe volver! -
Lorac no salía de su asombro- ¡Ya no es el joven que fue!
- Ya es tarde para eso -negó el Gran Maestre con la cabeza-.
Hace meses que se marchó de Vadoverde.
237
- Señor Derek, ¿por qué le pedisteis eso? Tarken casi
enloqueció la última vez que estuvo allí. Obligarle a volver es
lo más cruel que se le podía pedir.
- ¡No lo entiendes, Lorac! –repuso el Gran Maestre-. Tarken
se marchó por voluntad propia. ¡Dijo que encontraría al
hermano de Jack o que moriría en el intento! No pude
impedirle que se fuera. Para cuando me llegó su mensaje él ya
hacía días que se había ido. Se ha sentido siempre responsable
de la desaparición de Jasón.
- ¿Por qué no se lo habéis contado a Jack? -preguntó Lorac,
entristecido por la suerte de Tarken después de todo lo que
había sufrido el otrora Gran Maestre-. Hoy le habéis contado
muchas cosas. Una más no le haría daño.
Pero Derek mostró su desacuerdo con un gesto con la
mano.
- No es tan sencillo, Lorac. Si Jack se enterarse de que Tarken
ha partido hacia Darkun, intentaría ir en su busca y estaríamos
entregando al chico en bandeja a Dagnatarus.
Lorac calló al comprender que el Gran Maestre tenía
razón. El chico tenía a Tarken por el padre que nunca tuvo. No
dudaría en dejarlo todo por ir a salvarle, aunque eso
significase su propia muerte.
- Entiendo -asintió Lorac abatido-. Que Orión guarde el alma
de Tarken para siempre. Siempre fue un gran hombre.
- ¿Por qué le enterráis tan pronto? -preguntó Valian de
repente. Los dos se volvieron para prestarle atención
sorprendidos, y éste les devolvió una dura mirada-. No
olvidéis que Tarken fue Gran Maestre de la Hermandad, que
ya estuvo hace años en Darkun. Yo de vosotros no le daría por
muerto con tanta rapidez. Tarken es un hombre muy hábil, si
alguien puede salir airoso de Darkun no dudéis de que esa
persona es él.
Valian dejó de hablar tan bruscamente como había
comenzado y dejó a sus compañeros ligeramente mas
aliviados.
- Ojalá tengas razón, Valian -admitió el Gran Maestre-. Ojalá
tengas razón, amigo mío.
238
Jack estaba apoyado en el alféizar de una de las ventanas
del cuartel general del equipo de los Tejones, contemplando el
jardín ahora más silencioso que hacía unas horas. Numerosos
guardias recorrían todos los recovecos de las murallas
buscando posibles intrusos, incluso muchos de los estudiantes
ayudaban en las tareas de reconocimiento de todo el castillo,
para cerciorarse de que la amenaza había pasado. Era la
primera vez en la historia de la Hermandad que la Academia
era atacada, y todo el mundo seguía revolucionado con lo que
había pasado. Aunque fuese ya noche cerrada casi nadie
dormía aquel día. Se habían decretado varios días de reposo
donde se habían suspendido todas las actividades previstas,
incluida la gran final en el torneo del Foso. En esos días se
reforzaría la vigilancia, y al amanecer el Gran Maestre
explicaría públicamente una versión de lo que había sucedido
por la noche, ya que mucha gente lo ignoraba y la inquietud lo
presidía todo.
A Jack le importaba poco lo que el Gran Maestre
pudiera decirles a los estudiantes al día siguiente. Es más,
nada parecía importarle después de haberse enterado de la
verdad de su pasado. Todavía no sabía muy bien qué sentía al
respecto, ni como reaccionar. Suponía que necesitaba asimilar
todo lo que había oído antes de poder saber qué era lo que
quería hacer.
Ahora, cosas como el torneo del Foso, el día a día en la
Academia, carecían de sentido para él. Por sus venas corría la
sangre del mayor nigromante de toda la historia, sus padres
había muerto defendiéndole. Todos querían utilizarle, Lord
Variol, el propio Gran Maestre, incluso Tarken, quien
seguramente sólo le había cuidado y protegido porque era un
objeto preciado por todos.
Él y su hermano.
Sentía náuseas al imaginarse a su hermano en un frío
calabozo olvidado por todos. ¿De verdad llevaría dieciséis
años preso, desde que nació? Seguramente estaba sometido a
todo tipo de presiones, con la única esperanza de que llegara el
239
momento en que Lord Variol capturara a Jack y, tras
devolverle los poderes a Dagnatarus, acabaran de una vez con
su sufrimiento.
Quería ir a buscarlo, salvar a su hermano de las garras
de Lord Variol, pero no sabía ni por dónde empezar. ¿Estaría
en la Torre Oscura? Era el lugar más lógico para iniciar una
hipotética búsqueda, pero Tarken lo había intentado por ese
camino y no había hallado nada. Se sentía perdido. En apenas
una hora partiría de la Academia en pos del cuerno, al mundo
exterior, un mundo que ahora se le hacía extraño para él y
lleno de peligros. No sabía siquiera en quién podía confiar,
ignoraba quién era el siguiente que pretendía utilizarle para
sus fines.
Solo podía confiar en Eric e incluso en Karina. Eran
los únicos de los que estaba seguro que le querían por lo que
era, no por lo valioso que pudiera ser. Nunca le traicionarían,
estaba convencido.
Levantó la cabeza al ver que Eric se acercaba, e intentó
componer su mejor sonrisa. No quería que su amigo pensara
que estaba mal.
- ¿Cómo te sientes, Jack? -preguntó Eric mirándole con
preocupación.
- Bien, bien -intentó sonreír pero fue incapaz-. No todos los
días se entera uno de que eres la única puerta para el regreso
de un brujo que murió hace mil años. Pero bien a pesar de
todo…
- Escucha, Jack, de eso quería hablarte -Eric tomó asiento a su
lado-. Quiero que sepas que, pase lo que pase, superaremos
juntos lo que venga. Voy a permanecer a tu lado siempre,
amigo mío, ya lo sabes.
Jack sonrió y esta vez sin hacer ningún esfuerzo. Sí, ya
lo sabía.
Oyeron un ruido y vieron que era Karina la que se
acercaba hacia ellos con timidez.
- Ho…hola, Jack -dijo en voz baja-, he venido a ver cómo
estabas.
- Estoy bien, Karina. Y tú ¿cómo te encuentras?
240
- Algo mejor -Karina se acercó más a ellos-. Quiero que
sepáis que me habéis ayudado mucho, que jamás volveré a
traicionaros. Os lo prometo. ¿Habéis conseguido perdonarme?
- No tienes nada que reprocharte, Karina -dijo Jack-. Yo
habría hecho lo mismo si mi padre hubiera estado en peligro,
pero ahora debes seguir tu propio camino, que está junto a
nosotros -puso una tranquilizadora mano en su hombro y vio
que Karina sonreía por primera vez en muchos días-. Eric y yo
estaremos siempre junto a ti, ¿verdad, amigo?
Pero Eric no respondió y con el rostro rígido se levantó
sin mirar a Karina.
- Te veo abajo con los demás, Jack -se limitó a decir el
príncipe de Kirandia, marchándose sin añadir palabra.
Jack se sintió sorprendido y dolido. De modo que Eric
no había perdonado tan fácilmente a Karina. Sabía que más le
dolía todo aquello a Karina, ver el rechazo en los ojos de su
amigo.
- Er…, estoy seguro de que se le pasará, Karina -intentó
reconfortarla-. Dale un poco de tiempo.
- No sé, Jack -Karina miraba el lugar por donde Eric se había
ido con ojos tristes-. No sé si me perdonará algún día.
Jack no contestó. Había momentos en los que uno no
sabía qué decir, y este era uno de ellos.

Apenas una hora después el alba les sorprendió a todos


reunidos en el patio exterior de la Academia. La mayoría de
estudiantes había optado por descansar algunas horas, con lo
que el grupo de Jack y los demás pudo salir del castillo casi
inadvertidamente.
El Gran Maestre se dirigió hacia ellos para darles las
últimas instrucciones. Tan solo él y el Archimago Mentor
habían acudido a despedirles.
- Lord Variol y creemos que cinco Hijos del Sol se dirigen en
estos momentos a Kirandia -les comunicó el Gran Maestre con
voz grave-. Os llevan unas horas de ventaja, el cuerno va con
ellos. Antes de llegar a Kirandia deberán pasar por la Llanura,

241
tierra de los bárbaros, con los que creo que los príncipes
Cedric y Eric tienen una buena relación.
- Así es -admitió Cedric, que en esos momentos estaba
terminando de ensillar su caballo-. Pasamos varios meses
conviviendo con una de las tribus bárbaras cuando éramos
pequeños. De hecho, muchos en la corte de mi padre piensan
que hemos ido a pasar una temporada con ellos en vez de ir a
la Academia. La jefa de la tribu con la que estuvimos viviendo
un tiempo es amiga de mi padre y nos ayuda a encubrir esa
mentira.
- Perfecto, les necesitaréis porque es en la Llanura donde
deberéis haceros con el Cuerno de Telmos -dijo el Gran
Maestre-. Si lo conseguís debéis dárselo al rey Alric de
Kirandia. Él está al tanto de todo lo que pasa, será nuestra
mayor baza en la guerra que se avecina.
- Mi padre no os fallará, señor -dijo Eric con seguridad en su
voz.
- Eso espero, príncipe Eric. Si Lord Variol logra llevar el
cuerno a los Hijos del Sol que están en Kirandia poco
podremos hacer ya por recuperarlo, pues cualquier intento de
robárselo al embajador de los Hijos del Sol allí sería
considerado un acto de guerra y debemos intentar evitar una
confrontación tan abierta.
- Dijisteis que la guerra con los Hijos del Sol era inevitable -
repuso Cedric.
- Y seguramente así sea. Pero si tiene que ocurrir quiero que
tengamos la garantía de que el cuerno está en nuestro poder.
Lanzarnos a una batalla sin su ayuda sería una locura.
Todos asintieron. Jack vio que sus compañeros estaban
ya casi listos para partir. Allí vio a Valian y Lorac recibiendo
las últimas instrucciones de boca del Gran Maestre, a la maga
Dezra, que hacía lo propio con el Archimago Mentor. Cedric y
Eric se habían subido ya con agilidad a sus monturas, y Karina
estaba a punto de hacer lo mismo.
“Así pues, ya estamos todos -pensó al tiempo que el
nerviosismo se apoderaba de él-, voy a salir por fin a conocer

242
el mundo, a ver qué hay más allá de los muros de este castillo.
Las circunstancias no son las mejores, pero vamos allá”.
Toda su vida había permanecido sin salir de
Vadoverde, en los últimos meses encerrado en la Academia.
Pese a ser consciente del peligro que corría fuera, no veía el
momento de ver mundo después de tanto tiempo.
- Una última cosa antes de iros –interrumpió sus
pensamientos el Gran Maestre-. Salís ahora de la Academia,
amigos míos. Cuidaos de que no descubran que lleváis armas
de hierro. Allí afuera supone la muerte.
Jack ocultó aún más a Colmillo tras los pliegues de su
capa. Los portones se abrieron por fin, y a través de un
resquicio pudo ver los árboles del bosque. El mundo exterior
le llamaba. No podía hacerlo esperar. Puso a su caballo al trote
y se dispuso a enfrentarse a lo que fuera que le aguardaba allí
afuera. Tan sólo con una mirada atrás se despidieron del lugar
que había sido su hogar hasta entonces. Ignoraban si algún día
volverían a él.

243
244
Segunda parte

245
246
CAPITULO 1
La tribu del Viento

De las cuatro tribus que había en la Llanura, la del


Viento era la que se había instalado aquel verano más cerca
del Gran Bosque. No era una decisión casual, la jefa de la
tribu desde hacía años, Celina, era una persona calculadora y
que no tomaba decisiones al azar. Si había levantado el
campamento tan próximo al bosque era por una serie de
razones que había explicado en el consejo celebrado con los
mayores de la tribu días atrás. Estos habían escuchado sus
argumentos y, tras sopesar las ventajas e inconvenientes,
habían decidido seguir su criterio, cosa que por lo general
solían hacer si tenían un poco de cerebro.
Los motivos eran simples, pero Celina no había tenido
ningún reparo en exponerlos ante el círculo de mayores de la
tribu, por muy obvios que le pareciesen. En primer lugar,
cualquier bárbaro que se preciara de serlo conocía que el uro,
principal fuente de sustento de las tribus de la Llanura, gustaba
de comer las hojas de los árboles que lindaban con el bosque,
por lo que la caza sería más próspera en esa zona. El segundo
motivo era más insólito, pero no por ello menos importante.
Y es que durante la primavera se habían visto pequeños
grupos de lobos al norte de Erebor, la única ciudad de la
Llanura, ¡y con ellos iban trasgos! No había más que hablar,
las fuerzas de la Oscuridad estaban dando muestras de una
actividad nunca antes vista ni por los más viejos de la tribu.
Celina, que se jactaba de ser una jefa prudente, no quería
correr el más mínimo riesgo. Era consciente –todos en la
Llanura lo eran- de que tanto los trasgos como los lobos
preferían morir antes que entrar en el Gran Bosque, por lo que
si ellos permanecían en sus límites se encontrarían mucho más
protegidos que los demás.
Pese a todo, Celina sabía que corrían cierto riesgo,
pues las otras tres tribus habían optado por erigir sus
247
campamentos cerca de Erebor, de forma que se sentían más
seguros teniendo la ciudad cerca. La jefa de la tribu sabía que
ellos estaban más aislados, algunos de los mayores habían
protestado por ello, pero por el momento no habían sufrido
ningún percance, la caza era más abundante allí que en otros
lugares, y eso había hecho que muchos cerraran la boca. Mejor
así.
Celina se consideraba a sí misma una jefa capaz. Por
encima incluso de su marido. Y no era sólo una impresión
suya, sino que lo había demostrado públicamente cuando
accedió al cargo. Las leyes de la Llanura eran muy claras al
respecto, se seleccionaría una entre las parejas candidatas, y
tras esa primera criba, los dos miembros de la misma se
disputarían los dos puestos vacantes: Jefe de la tribu y Líder
de caza. Eran los dos puestos más importantes dentro de las
tribus bárbaras. Las leyes establecidas por Arkonis, el que fue
primer jefe bárbaro, dejaban muy claro que ambos puestos
estarían cubiertos por una pareja casada, uno de ellos el
marido y el otro su esposa. Así pues, Celina y Trok, habían
tenido que luchar por el puesto de jefe de la tribu. El perdedor
se convertiría en Líder del grupo de caza.
Tanto ella como Trok superaron una serie de pruebas
y, tras una dura competición, los mayores habían decidido que
Celina resultaba victoriosa en la contienda. Era una gran
noticia para las mujeres de la tribu, pues no tenían una jefa
desde hacía casi un siglo.
Afortunadamente, su marido no era una persona
rencorosa, y había aceptado su derrota con humildad. Después
de todo, el puesto de Líder del grupo de caza también era un
rango muy codiciado por todos. De esa forma Celina y Trok
habían pasado a convertirse en jefes, por así llamarlo, cada
uno ejerciendo una función diferente, pero ambos igualmente
imprescindibles para el bienestar de la tribu del Viento.
Desde entonces un período de prosperidad había
marcado su etapa como líderes. Todo aquello había ocurrido
hacía ya treinta años. Muchas cosas habían ocurrido tras aquel

248
alegre día, la primera de ellas fue el nacimiento de su hijo
Perk.
Un gesto de tristeza surcó el semblante de Celina al
recordar a su hijo. Hacía tiempo que había pasado todo pero
seguía siendo igual de doloroso.
En la tribu decían que Perk sería algún día el jefe. Él y
la esposa que eligiera dirigirían la tribu con mayor gloria
incluso de la que disfrutaban bajo el mando de Celina y Trok.
No había dudas de que Perk se convertiría en el mejor jefe
desde los tiempos del mismísimo Arkonis. Todo el mundo lo
sostenía, era el mejor cazador con diferencia y nadie le
superaba a la hora de seguir un rastro. Cabalgaba mejor que su
propio padre con solo diez años y resultaba muy hábil en el
uso de las armas. Además, los que lo conocían bien sabían que
era inteligente y honesto. Sí, Perk llevaría a la tribu del Viento
a una nueva edad de oro.
Sus sueños se habían venido abajo hacía cinco años,
durante el transcurso de una partida de caza dirigida por el
propio Trok. Uno de los caballos se encabritó tirando al suelo
a uno de los cazadores, con la desgracia de que su pie se había
enganchado en el arnés de su montura y le había arrastrado en
dirección a la fosa preparada para matar al uro. No había nada
que hacer, el cazador estaba perdido sin remedio.
Perk intervino inesperadamente, y cogiendo su arco
lanzó una de sus flechas y mató al caballo antes de que se
precipitase a la fosa, salvando así la vida del cazador, pero
condenando la suya propia.
La dura ley de la Llanura.
Los mayores se reunieron días después. La propia
Celina fue la que dio las instrucciones para que su hijo Perk
pasase a ser uno de los Desterrados. No había dudas al
respecto, no podía haberlas, Perk había matado a un caballo,
un animal considerado sagrado para los bárbaros desde las
Guerras de Hierro y el castigo por ese hecho no tenía
discusión. El destierro de la tribu.
De ser un joven querido y amado por todos, Perk había
pasado a ser un paria para los de su propia tribu.
249
Celina aún recordaba las noches que había pasado
llorando tras aquel suceso. Noches y noches de dolor que tan
solo el tiempo y el apoyo de su marido habían conseguido ir
dejando en el olvido. No había vuelto a ser la misma desde
aquello, pero seguía siendo la jefa de la tribu, debía seguir
cumpliendo con sus funciones por el bien de todos ellos.
Pese a que había presenciado muchas maravillas y
horrores desde su mandato, no pudo por menos que quedarse
sorprendida cuando, aquella soleada mañana de comienzos de
verano, vio salir a un grupo de personas del bosque, como si
de apariciones se trataran.
Realmente se quedó muda por el asombro. Sabía que
no le engañaba la vista, pues a su lado varios bárbaros de su
tribu señalaban a los recién llegados con gestos de sorpresa y
gritos de inquietud. En efecto, un pequeño grupo de personas
había superado la linde del bosque, y se dirigían en esos
momentos hacia donde ellos estaban acampados.
- ¡Son espíritus del bosque! -gritó uno de los más ancianos de
la tribu.
- ¡Son fantasmas! -chilló otro, aterrado.
Se empezaron a oír murmullos inquietos e hipótesis
descabelladas. La propia Celina estaba desconcertada. Nadie
en sus cabales entraba en el Gran Bosque, era un lugar
peligroso y los poderes que habitaban en él no tenían piedad
con los intrusos. A no ser que…
Sí. Tenía que ser así. No se imaginaba otras personas
que supiesen moverse por aquel lugar lleno de espíritus. Pero
seguía siendo un hecho insólito verlos allí.
Por lo general, los miembros de la Hermandad del
Hierro no salían de su escondite en lo más hondo del bosque.
Eran los únicos que podían vivir allí y, por tanto, esas
personas debían ser de la Hermandad. Sólo sabía de dos que se
encontraban dentro, pues ella misma había ayudado a
encubrirles, pero sería una casualidad tremenda que justo
fueran alguna de las personas del grupo que acababa de salir
del bosque.

250
Y, sin embargo, lo fue. Se adelantó para recibir a los
recién llegados y sonrió ampliamente al verlos entre ellos.
- Pensábamos que erais poco menos que fantasmas, príncipe
Cedric -saludó a uno de los muchachos del grupo.
El rubio príncipe de Kirandia se separó unos pasos del
resto de sus compañeros.
- Ya ves que no lo somos, Celina -dijo haciendo una
reverencia-, pero la suerte ha querido hoy que sea la vuestra la
primera tribu que veamos.
Celina recorrió con su mirada a los demás miembros
del grupo. Saludó con la cabeza al príncipe Eric, quien le
correspondió con una sonrisa en el lugar que ocupaba a la
derecha de su hermano mayor. Se acordaba de él, ciertamente
de ambos. Hacía unos años que el padre de los dos hermanos,
el rey Alric de Kirandia, había dado su permiso para que sus
dos hijos pasasen una temporada entre los bárbaros de la
Llanura, con el fin de que aprendieran sus costumbres. Y
como Alric mantenía una buena relación con Celina, ésta
había estado más que encantada de aceptarles entre los
miembros de la tribu del Viento.
Habían pasado juntos dos meses maravillosos. Los
hijos del rey eran despiertos y excepcionalmente hábiles en
todo lo que hacían. Recordaba la gran amistad que habían
trabado ambos con su hijo Perk, que era sólo un poco mayor
que ellos. Juntos habían formado un trío inseparable en
aquellos dos meses. Jamás olvidaría la felicidad de esos días.
Sin embargo aquel tiempo había quedado muy atrás, y
esos niños ya casi eran hombres. Su hijo Perk fue desterrado
de la tribu. Ante ella se erguían ahora dos miembros de la
Hermandad del Hierro, una orden secreta que no contaba con
el beneplácito del Supremo Reino de Angirad.
- Habéis cambiado -dijo tanto a Cedric como a Eric. No
especificó si era para bien.
Cedric miró con atención su rostro, surcado de arrugas,
y su cabello otrora negro como ala de cuervo, presentando
ahora numerosas vetas grisáceas.

251
- También vos lo habéis hecho -contestó el heredero del trono
de Kirandia.
Celina iba a replicarle cuando vio que numerosos
bárbaros de la tribu se habían acercado para poder ver mejor a
los recién llegados. La propia Celina se fijó con más atención
en los compañeros de Cedric y Eric, que soportaban las
miradas curiosas de los miembros de la tribu del Viento con
gestos serios. No parecía que tuvieran muchas ganas de
contestar preguntas.
- Pasemos al interior de mi tienda -les invitó con un gesto-.
Podremos hablar más tranquilos.
Cedric asintió y les hizo una señal a sus compañeros
para que siguieran a la jefa de la tribu. Ésta se dirigió a los
demás bárbaros que habían formado un círculo en torno al
grupo.
- Estos hombres son ahora invitados de la tribu del Viento y
serán tratados con todos los honores -anunció con voz firme.
Hubo un par de personas que preguntaron qué hacían esos
hombres saliendo del bosque pero Celina no se dignó
contestarles conduciendo al grupo dentro de su tienda.
Aquellas palabras no eran más que una mera
formalidad, un modo de asegurarse que nadie en la tribu les
ofendiera o interrogara. Habían sido nombrados públicamente
por la jefa de la tribu huéspedes de honor y cualquiera que les
insultase recibiría un severo castigo.
En el interior de su tienda se preparó para mantener
una larga charla con aquellas personas.

Para Jack aquel viaje había supuesto la oportunidad de


conocer el mundo exterior. Toda su vida había estado
encerrado en Vadoverde, un pueblo dejado de la mano de los
dioses del que nunca había salido hasta que cumplió los
dieciséis años. Luego Lorac vino a por él y, tras un corto
periplo por el Gran Bosque había llegado a la Academia, en la
que había permanecido hasta hacía poco más de dos días.
Habían salido en persecución de Lord Variol y los
Hijos del Sol que habían conseguido escapar de la Academia
252
con el Cuerno de Telmos en su poder. Durante dos largos días
les habían seguido por el Gran Bosque, pero desde el principio
se habían dado cuenta de que no iba a ser una caza fácil. Lord
Variol conocía tan bien como ellos las sendas de la
Hermandad por el interior del lugar, además les llevaba más
ventaja de la que habían supuesto en un principio. Finalmente,
tras dos días de recorrer el Bosque habían salido a la Llanura
sin lograr su objetivo de alcanzar a Lord Variol y su preciada
carga.
Jack se había quedado mudo de asombro cuando los
árboles habían ido desapareciendo y el bosque se había abierto
para dar paso a una extensa llanura de verde hierba. Era una
maravilla ver aquel mundo que semejaba una pradera sin fin.
Y era también la tierra de los bárbaros, los Señores de
la Llanura.
Nada más salir del bosque habían divisado una de las
tribus de los bárbaros, que como nómadas recorrían la Llanura
de un lado a otro instalando sus campamentos donde creyeran
conveniente. Valian, que era el que tenía la vista más aguda de
todos los miembros del grupo, les había dicho que se trataba
de la tribu del Viento.
Cedric y Eric habían saltado de sorpresa al oírlo porque
la jefa de la misma era una gran amiga suya. De hecho, era la
que les había ayudado a encubrir su estancia en la Academia.
Su padre, el rey Alric, había anunciado en la corte de Kirandia
que tanto Cedric como Eric pasarían una larga etapa entre los
bárbaros. Celina, que así se llamaba la jefa de la tribu, no
había tenido ningún reparo en anunciar en una visita que hizo
al reino de Kirandia que, efectivamente, los hijos del rey Alric
estaban conviviendo en su tribu como unos bárbaros más. Tan
sólo el rey Alric y la propia Celina sabían que aquello no era
más que una ocultación, para no despertar sospechas mientras
los hijos del monarca de Kirandia recibían adiestramiento
como miembros de la Hermandad del Hierro.
Por eso había sido una suerte que la primera tribu que
vieran fuese la de Celina. Ésta había recibido con agrado a los
hijos del rey Alric invitándoles a su tienda. Jack ocultó bien a
253
Colmillo, que permanecía atada a su espalda y tapada por su
capa, entrando con los demás en la tienda de la jefa de la tribu
del Viento.
La tienda era amplia y bellamente decorada. Era el
lugar donde vivía Celina, con lujosas pieles y alfombras
decorándola. Pero lo que más llamó la atención de Jack fue un
cuerno de marfil de un tamaño gigantesco, que colgaba de uno
de los lados de la tienda sujeto con fuertes correas de cuero.
Vio que Karina lo observaba también sorprendida pero a los
demás les parecía algo natural.
- Cuerno de uro -aclaró Celina viendo sus caras de asombro.
Jack no dijo nada pues no sabía qué era un uro, pero en su
mente comenzó a imaginarse animales de una envergadura
descomunal.
Celina sirvió ocho copas, una para cada uno de los
siete componentes del grupo. Jack tomó la suya y vio que
contenía un líquido rojo como la sangre. Bebió un gran sorbo
y enseguida se vio sacudido por numerosas arcadas.
- Es grog bárbaro, Jack -rió Eric viendo como corrían
lágrimas por su cara, que de repente se había puesto roja como
un tomate-. Poco a poco que es muy fuerte -añadió
tardíamente.
Los demás bebieron también pequeños sorbos, pero
aguantaron mejor la bebida. Finalmente, tras un poco de charla
trivial, Celina dejó su copa a un lado:
- Bien, ahora vayamos al grano, príncipe Cedric - dijo la jefa
bárbara-. Como sabéis, he estado ayudando a vuestro padre a
hacer creer en la corte de Kirandia que tanto vos como vuestro
hermano estáis con nosotros una larga temporada. Nadie allí
salvo vuestro propio padre sabe que realmente os adiestráis
ahora con los de la Hermandad del Hierro. Seré franca, no
quiero líos ni con el Supremo Reino ni mucho menos con los
Hijos del Sol. ¿Por qué habéis dejado esa Academia vuestra
donde os entrenáis y habéis venido a la Llanura?
Les miró con el ceño fruncido. Podía ser una persona
amable, pero no permitiría que nada pusiese en peligro el
bienestar de su tribu. Lorac y la joven maga Dezra se
254
adelantaron unos pasos para aclarar aquel asunto. Eran los
teóricos líderes del grupo y debían ser ellos los que diesen las
explicaciones.
- Mi nombre es Lorac, señora Celina, Maestro de Armas en la
Hermandad del Hierro -se presentó con una leve inclinación-.
Conmigo vienen Dezra, miembro del Consejo de Magos,
Valian, de la Hermandad del Hierro, Jack y Karina. A los
príncipes Cedric y Eric ya les conocéis, por lo que sabéis que
son personas de confianza. Lo mismo se puede decir del resto
de nosotros. Señora, hemos venido aquí no ha poneros en un
compromiso, sino acuciados por una necesidad.
Celina no dijo nada, pero su rostro se relajó. Dejó que
siguieran hablando.
- Hace dos días ciertas personas robaron un objeto muy
preciado de nuestra Hermandad -continuó diciendo Lorac-.
Nos hemos visto obligados a dejar la Academia para ir en su
persecución.
- Ya veo -asintió Celina- ¿Y puedo preguntar de qué objeto se
trata?
Unos a otros se miraron indecisos. Celina se percató al
instante.
- Está bien, dejemos eso a un lado por el momento. ¿Por qué
habéis venido a la Llanura precisamente? ¿Es que esos
hombres han venido por aquí?
- Hemos seguido el rastro de los ladrones hasta aquí,
efectivamente, señora -intervino Dezra, con su voz limpia y
clara-. Debieron llegar ayer mismo a la Llanura, y saldrían del
bosque por el mismo lugar que por el que lo hemos hecho
nosotros.
- No os puedo ayudar entonces -dijo Celina-. Nosotros hemos
llegado esta misma mañana al lugar y hemos instalado el
campamento hace unas horas. Vosotros sois las primeras
personas que hemos visto saliendo del bosque -viendo sus
caras de decepción añadió-. Mi marido partió por delante con
su grupo de caza a dar una vuelta de reconocimiento.
Regresará dentro de unas horas, es posible que él haya visto
algo más que yo.
255
- Os agradecemos todo esto, señora -dijo cortésmente Cedric.
- ¿Sabe vuestro padre que estás aquí? -preguntó Celina con el
ceño fruncido, pero vio la respuesta en sus ojos-. No, por
supuesto que no lo sabe. Muy bien, príncipe Cedric, vos
sabréis lo que hacéis. Pero os pido que no cometáis ninguna
insensatez mientras estéis entre nosotros.
- Eso quiere decir… -murmuró Eric.
- ¿Qué os dejamos quedarnos con nosotros todo el tiempo que
queráis? Claro que sí, príncipe Eric -sonrió Celina ahora con
relajación-. Es lo menos que puedo hacer por el bueno de
vuestro padre. Además, oficialmente siempre habéis estado
aquí.
Jack sonrió con los demás. No estaba acostumbrado a
viajar y aquellos dos días por el Bosque le habían dejado
cansado. Agradecería poder reposar en el campamento bárbaro
aunque solo fuesen unas horas.
Celina les hizo una seña para que la siguieran y fueron
tras ella al exterior de la tienda. Pudieron ver que una gran
multitud de bárbaros se habían agrupado en torno al lugar para
curiosear. Cuando Celina les vio frunció el ceño aunque no
pudo evitar crispar los labios en una sonrisa divertida.
- Parece ser que habéis despertado bastante interés entre los
míos -dijo a Lorac en un susurro sólo para sus oídos-. Veamos
qué podemos contarles para que se calmen.
- Dejádmelos a mí -la tranquilizó Lorac. Alzando las manos
se dirigió a los bárbaros que los rodeaban- ¡No tenéis que
temer nada de nosotros! Estamos realizando una misión para
el Consejo de Magos de las Torres Arcanas. Esta mujer -
señaló con la mano a Dezra- es miembro de dicho Consejo.
Por orden suya tuvimos que adentrarnos en el Bosque, pero
sus poderes nos protegen. ¡Estamos de paso nada más! ¡Tenéis
su palabra y la mía de que no pretendemos haceros ningún
daño!
Jack sabía que aquello no era más que una sarta de
infundios pero tuvo un efecto sedante en los recelosos
bárbaros. Miraron a Dezra con un temor casi reverencial.
Tener un mago entre ellos era un gran honor, si la misión que
256
le habían encomendado la llevaba a meterse en el Gran
Bosque era asunto suyo. Así lo entendieron los miembros de la
tribu, que suspiraron aliviados y miraron a los compañeros con
gestos mucho más amables que antes.
- Una mentira necesaria -murmuró Valian al oído de Jack-.
Esta gente se hubiera tomado a mal que les dijéramos que
somos miembros de la Hermandad del Hierro.
- No quieren problemas con los Hijos del Sol -contestó Jack
asintiendo con la cabeza, remedando las palabras que antes
pronunciara Celina-. Diciéndoles que venimos de parte de los
magos se quedan mucho más tranquilos.
- Así es. A veces es conveniente mentir por el bien de ambas
partes. De todas formas guarda bien tu espada. Mejor será que
no piensen que tenemos tratos con el hierro.
Jack miró a la muchedumbre de bárbaros que les
palmeaban el hombro y les sonreían en señal de bienvenida
entre ellos. Decidió que no quería darle motivos para irritarlos.
Por el momento mantendría a buen recaudo a Colmillo.

El día pasó rápidamente. Los bárbaros les llevaron a


ver una danza típica entre las tribus de la Llanura y, tras
encender un fuego y formar un círculo en torno, muchos de
ellos lo cruzaron dando saltos acrobáticos y espectaculares. A
Jack le pareció un baile bastante peligroso, pero en todo él no
vio que ninguno de los bárbaros que saltaron a través del
fuego resultara herido. Incluso le pidieron que lo intentara
pero él desistió. No así Cedric y Eric, quienes habían pasado
hacía años una temporada entre ellos y habían aprendido
algunas cosas. Aún así Jack se quedó mudo de asombro
cuando vio a Eric dar una increíble voltereta y cruzar el fuego
sin sufrir daño alguno.
- Es cuestión de práctica -le confió su amigo, algo alegre
después de haber bebido un par de vasos del grog que
destilaban en la Llanura.
Jack sacudió la cabeza incrédulo, pero su atención se
vio atraída por otro interesante suceso. Varios miembros de la

257
tribu del Viento se habían reunido en torno a Dezra y le
suplicaban que les mostrara algo de magia.
Con curiosidad observó lo que Dezra se disponía a
hacer. Pese a la semana que habían pasado los magos en la
Academia, aún no les había visto realizar nada de magia, tenía
interés en saber qué eran capaces de hacer.
Dezra por fin cedió a las presiones de los
entusiasmados bárbaros y, colocándose frente al fuego como
habían hecho los demás, hizo un gesto y las llamas se
apartaron de su camino. Jack nunca había visto nada parecido.
Con los ojos bien abiertos vio como Dezra cruzaba con paso
tranquilo por entre las brasas, que se habían abierto ante ella
formando un surco que la maga atravesó sin mayores
dificultades.
Los bárbaros aplaudieron admirados y contentos por
aquella exhibición. Incluso la propia Celina miró a Dezra con
asombro. Aquello dejaba claro que los bárbaros sabían de
magia tanto como Jack, cualquier demostración de ésta les
dejaba sin respiración.
Fue un rato agradable, el único del que había
disfrutado Jack desde la noche en que los Hijos del Sol
entraron en la Academia y robaron el Cuerno de Telmos, pero
por desgracia la realidad les hizo despertar bruscamente.
Estaba ya el sol muy alto en el cielo cuando desde el
campamento vieron un grupo de unos veinte jinetes que se
aproximaban hacia ellos.
Lorac se acercó a Celina con aspecto preocupado.
- ¿Quiénes son? -preguntó intentando atisbar a los jinetes, que
aún estaban muy lejanos.
- No temáis, señor Lorac -le calmó Celina, quien poseía una
vista mucho más aguda que la suya-. No son más que mi
marido y su partida de caza. Vuelven de hacer un
reconocimiento de la zona.
Lorac se reunió con sus compañeros para compartir
esta información con ellos.
- ¿Habéis oído? -susurró-. Es posible que tengan información
sobre el grupo de Lord Variol.
258
- Esperemos que así sea -murmuró Dezra girando la cabeza
para poder presenciar la llegada de los bárbaros.
Los jinetes se apearon de sus caballos cuando entraron
en el campamento. Una multitud de bárbaros fue a recibirles.
Jack vio que a la cabeza iba un hombre más alto que los
demás. Cuando echó pie a tierra cruzó en tres pasos la
distancia que le separaba de Celina y la abrazó con fuerza,
mientras a su lado algunos bárbaros les jaleaban
animadamente.
Lorac les hizo una seña para que le siguieran, y juntos
fueron a hablar con Celina y el hombre que ahora les miraba
con interés.
- Éste es mi marido y jefe de la partida de caza -informó
Celina apoyando la cabeza en el hombro de su esposo-. Trok,
quiero presentarte a estos hombres, que han venido de lejos y
solicitado nuestra ayuda.
- ¡Pero sin son los príncipes Cedric y Eric! -les saludó Trok
abriendo mucho los ojos con sorpresa-. Creía que estabais
en…
- Deberíamos hablar en privado, esposo mío -le cortó Celina
con brusquedad, echando una cautelosa mirada a todos los
bárbaros que rondaban su presencia.
- De acuerdo -dijo Lorac, y junto a él Dezra hizo un gesto de
asentimiento con la cabeza-. ¿Podríamos hablar en vuestra
tienda, señora?
Por segunda vez en aquel día entraron en la tienda de la
jefa de la tribu del Viento. De nuevo Jack se sintió
impresionado por el enorme cuerno que colgaba de adorno en
su interior, pero dejó de prestarle atención para poner todos
sus sentidos en los que allí se estaba diciendo.
Lorac y la propia Celina pusieron a Trok al tanto de la
situación, y le explicaron quiénes eran y por qué debían de
permanecer en el anonimato. Trok mostró su sorpresa cuando
se enteró de la verdadera identidad de Jack y sus compañeros.
- De modo que la Hermandad del Hierro viene hasta nuestras
casas a pedirnos ayuda -Trok no sabía todavía si expresar
enojo o conformidad con lo que estaba pasando-. No
259
queremos tratos con ellos, esposa mía. Cubrimos a Cedric y a
Eric anunciando en la Corte de su padre que pasarían unos
años con nosotros para aprender de nuestras costumbres, no
me parece bien que nos lo paguen así -les dirigió una mirada
dolida a los dos hermanos-. No tenemos nada en contra de
vuestra Hermandad, pero no queremos problemas con los
Hijos del Sol.
Trok no lo dijo como una acusación sino constatando
un hecho. Los bárbaros de la Llanura tenían una vida ajena a
ese tipo de conflictos entre los Hijos del Sol y los que
utilizaban el hierro, tan solo querían que los dejaran en paz
vivir independientemente. Jack entendía perfectamente que no
quisiera saber nada de ellos, él hubiera hecho lo mismo de
estar en su situación.
- Cálmate, esposo mío -le apaciguó Celina posando una
tranquilizadora mano sobre su hombro-. Tan sólo están aquí
de paso. Vienen buscando un objeto que les ha sido robado, yo
les he permitido que se queden entre nosotros un tiempo.
Deben descansar y recabar alguna información.
Trok frunció el ceño y se dispuso a replicar pero
finalmente desistió y asintió lentamente.
- De acuerdo, pues, espero que resolváis vuestros asuntos
cuanto antes -gruñó en voz baja-. Esto lo hacemos por la
amistad que nos une con el rey Alric.
- No nos quedaremos más de lo estrictamente necesario, os lo
prometemos -dijo Lorac adelantándose-. De hecho, hemos de
reanudar camino enseguida, pues perseguimos a unos Hijos
del Sol que hace tres noches robaron un objeto de vital
importancia para nosotros. Llevamos tras su rastro dos días a
través del bosque, pero ahora que hemos llegado a la Llanura
les hemos perdido la pista.
- Sabemos que se dirigen hacia el norte -intervino Cedric,
situándose al lado de Lorac-. Tal vez les hayáis visto.
- ¿Hijos del Sol decís? -Trok enarcó una ceja-. Sí, nos
cruzamos con un puñado de ellos hace unas horas. Parecían
fatigados y llevaban las capas llenas de barro.
- ¿Dónde exactamente? -preguntó Valian con dureza.
260
- A unas horas hacia el norte de aquí. Iban camino a Erebor,
donde pensaban quedarse unos días para tratar algunos temas
con los que viven ahí -Trok se refirió a “los que viven ahí”
como si no quisiera ni nombrarlos.
Lorac se dejó caer abatido sobre una silla de duro
cuero que había en la tienda.
- Entonces nada podemos hacer de momento -suspiró-. No
podemos recuperar lo robado mientras estén bajo la protección
del pueblo bárbaro. Si lo hiciésemos les causaríamos graves
problemas.
- Podéis quedaros con nosotros durante estos días -ofreció
Celina viendo sus caras de decepción y haciendo un gesto a su
marido.
- Erebor está a tan sólo unas horas de aquí -añadió Trok-.
Puedo dejar recado de que se me avise cuando los Hijos del
Sol partan de allí, así que cuando esto suceda os informaré,
podréis entonces reanudar vuestra persecución.
“Y dejar a los bárbaros en paz” -quiso añadir Jack
viendo su expresión, pero decidió no decir nada.
- Os agradecemos lo que estáis haciendo por nosotros –
agradeció Lorac inclinando levemente la cabeza ante ellos-.
Ahora, con vuestro permiso, nos retiraremos a discutir nuestra
situación.
- Tomaos el tiempo que queráis, señor Lorac -contestó Celina
pasando un brazo por la cintura de su marido-. Sois ahora
huéspedes en la tribu del Viento. Nadie os molestará mientras
estéis entre nosotros.
- No, no intentaremos recuperar el cuerno mientras los Hijos
del Sol permanezcan en Erebor -negó por enésima vez Lorac
con gesto huraño a sus compañeros cuando estuvieron a solas-
. Os lo he dicho, ahora son huéspedes en la capital de la
Llanura. Cualquier acción que emprendamos contra ellos sería
tomada como una ofensa entre los bárbaros, así que sólo
podemos esperar a que salgan de Erebor. Será entonces
cuando les estaremos aguardando.
- ¡No puedo creerlo! -gruñó Eric con el ceño fruncido-.
Tenerlos tan cerca y no poder hacer nada.
261
- Paciencia, príncipe Cedric -le calmó Valian con la misma
voz inexpresiva de siempre- No creo que se queden mucho
tiempo entre los bárbaros. En unos días el cuerno volverá a ser
nuestro.
- Así es -se mostró de acuerdo Lorac-. Mi consejo es que nos
quedemos unos días con la tribu del Viento. Pensaremos
nuestra estrategia, sabemos que ellos nos avisarán en cuanto
salgan de Erebor -se volvió hacia Jack- ¿estás de acuerdo?
Jack se quedó perplejo viendo cómo todos le miraban
esperando que diese su asentimiento. ¿Pero qué esperaban de
él? ¿Que de la noche a la mañana se hubiera transformado en
un líder para los demás? Maldita sea, pese a que ahora sabía la
verdad no se sentía distinto en absoluto.
-¡Dejad de mirarme así! –exclamó molesto- ¿Acaso creéis que
sé lo que hay que hacer? Estoy tan perdido como vosotros. Por
lo que a mi respecta, me parece tan buen plan como cualquier
otro.
Se cruzó de brazos y les dio la espalda con brusquedad.
Desde que habían salido de la Academia, todos le trataban
como si fuese un noble de alto linaje. Le pedían su opinión en
todos los asuntos que trataban, continuamente le preguntaban
si se encontraba bien. Sus compañeros le veían ahora como
una mercancía delicada y de suma importancia, eso le sacaba
de quicio. ¡Qué no daría él porque todo fuese igual que antes!
- Vamos, Jack, intenta entendernos -rogó Cedric con cautela-.
Queremos que estés bien. Eres muy importante para nosotros,
si tomamos una decisión nos gustaría contar con tu acuerdo.
- El príncipe Cedric tiene razón -asintió Lorac-. Quieras o no
ya formas parte de esto, Jack. Haré lo posible por no
presionarte demasiado pero es inevitable que nos
preocupemos.
- Sí, amigo -Eric se encogió de hombros y hasta logró esbozar
una sonrisa-. Eres nuestra única esperanza para la guerra que
se avecina. Te tenemos que proteger como a una damisela.
Jack le miró y no pudo evitar sonreír a su vez. De
nuevo le asaltó la sensación de que mientras tuviera a sus
amigos de su lado no tendría nada que temer.
262
- Está bien -dijo algo más calmado-. Por mí vale, podemos
quedarnos aquí todo el tiempo que haga falta.
- De acuerdo entonces -dijo Lorac a los demás-. Cuando los
Hijos del Sol abandonen Erebor el cuerno será nuestro de
nuevo.
Dicho esto los miembros del grupo se dispersaron.
Lorac y el príncipe Cedric fueron a reunirse con Celina y Trok
para comunicarles su decisión, mientras que Dezra se dirigió
hacia un grupo de bárbaros a los que entretener con sus trucos.
Valian desapareció a saber dónde, cosa a lo que los demás
empezaban a estar acostumbrados. Finalmente, Jack se quedó
solo junto a sus dos amigos Eric y Karina. Hacía días que no
disfrutaban de un momento solos, y Jack se sintió
reconfortado por su presencia.
- ¿Te encuentras bien, Jack? -preguntó Eric con voz tranquila,
temeroso de que Jack reaccionara otra vez con ira.
- Estoy bien, de verdad -suspiró éste con infinita paciencia. Se
iba haciendo a la idea de que en adelante tendría que irse
acostumbrando a que lo cuidaran como oro en paño-. Sigo
siendo el mismo de siempre.
- Pero con más responsabilidades que antes –añadió Karina
con una leve sonrisa-. No todos cargamos con el destino del
mundo sobre nuestros hombros.
- Sinceramente, no me siento mejor sabiéndolo -gruñó Jack,
pero sonrió a su vez.
- Entonces tendrás que dejar que tus amigos te ayudemos
¿verdad, Eric?
Para sorpresa de Jack, Eric no contestó. Se quedó serio
y con los labios fruncidos. Sin responder a Karina se despidió
de Jack con un seco cabeceo y marchó del lugar sin añadir ni
una palabra más.
- ¿Pero qué diablos le pasa? –se extrañó Jack entre aturdido y
enfadado.
Cuando miró a Karina supo la respuesta enseguida.
Ésta contemplaba la marcha de Eric con aspecto triste y
desolado.

263
- ¿Sigue sin perdonarte por lo que hiciste? -preguntó Jack
innecesariamente.
Karina asintió al tiempo que una lágrima se deslizaba
por su mejilla.
- Jamás me perdonará por haberos traicionado -murmuró
Karina abatida-. ¡Oh, Jack! ¿cómo puedo hacerle ver lo
arrepentida que estoy?
Jack tragó saliva sin saber qué responder. Tras lo
ocurrido en la Academia la noche en que robaron elcuerno, no
había vuelto a ver a Eric y Karina hablando. Apenas se había
percatado de eso, pues con la agitación del momento y la
persecución a través del bosque en pos del Cuerno de Telmos
y de Lord Variol, los tres amigos no habían tenido siquiera un
momento para hablar del tema. Salvo unos minutos en los que
pudieron verse antes de partir. Allí Eric no le había dirigido la
palabra a Karina, pero Jack lo achacó a que Eric todavía
estaba aturdido al saber que fue Karina quien les había
traicionado.
Sin embargo habían pasado tres días desde entonces,
tiempo suficiente para que Eric hubiera reflexionado sobre el
tema y sacado sus propias conclusiones. Y por lo que parecía
no daba la impresión de que hubiera decidido perdonar a
Karina.
- Mira, se le pasará tarde o temprano -la calmó Jack-. Es un
cabeza dura, y a lo mejor tarda un poco más que los demás en
ver que no tuviste otra alternativa.
- Siento tanto haberos fallado -sollozó echándose sobre su
hombro-. Tanto, tanto…
Jack, algo torpe en este tipo de situaciones, se limitó a
devolverle el abrazo y darle unas palmaditas en el hombro
para consolarla. Le apenaba mucho ver a su amiga mal, pero al
menos creía que eso tenía remedio.
Había llegado la hora de hablar con Eric.

264
Le encontró solo, sentado bajo un árbol, en un pequeño
bosquecillo que había a pocos metros del campamento
bárbaro. Tenía gesto enfadado y se dedicaba a arrancar briznas
de hierba con las manos y a dejar que el viento se las llevara.
Jack se plantó ante él con los brazos en jarras.
- Está bien, Eric, ¿me puedes decir que te pasa con Karina? -
preguntó airado. Había decidido comenzar con una táctica
agresiva. Esperaba que diera buen resultado-. Ya va siendo
hora de que te comportes como un adulto y dejes de tratar a
Karina como lo estás haciendo.
Eric le miró con el ceño fruncido.
- No se merece otra cosa -dijo con desprecio-. ¡Nos traicionó,
Jack! Habría perdonado cualquier otra cosa pero no que nos
vendiera a los Hijos del Sol.
- ¡Vamos, Eric! Sabes por qué lo hizo, estaba presionada por
su propio padre, le dijeron incluso que corría peligro, la
amenazaron... ¿Acaso tú no habrías hecho lo mismo en su
situación?
- Mi padre es un rey, eso es algo más que un título. Él tiene
una obligación para con su pueblo, si se tuviera que sacrificar
por el bien de su reino lo haría. Él lo entendería así y yo
también. Soy hijo de reyes, Jack, así me han educado. Antes la
muerte que traicionar a los tuyos.
Jack tomó asiento sobre la mullida hierba a su lado.
- Puede que a ti te hayan educado así, Eric -intentó hacerle
entrar en razón con voz apacible-. ¿Pero cómo han educado a
Karina? Desde pequeña ha vivido rodeada de Hijos del Sol,
que le decían que los que usaban el hierro eran personas
malvadas. Su madre murió, sólo ha tenido a su padre a su lado.
Era normal que sus lealtades fueran inicialmente con ellos. Lo
importante es que Karina ahora se ha dado cuenta de que se
siente querida entre nosotros, que nosotros sabemos que no
volverá a traicionar nuestra confianza.
- Eso es lo que ella dice -gruñó Eric-. Por lo que a mí
respecta, si nos ha traicionado una vez puede hacerlo más
veces.
- ¿De verdad crees eso, Eric?
265
Su amigo le miró y por un momento pareció que iba a
darle la razón, pero fue solo un fugaz destello porque al
momento se había incorporado con aspecto furioso. Con los
puños apretados le dijo a Jack:
- Sólo sé que confiaba en ella, hubiese estado a su lado
siempre, y que… -Eric calló bruscamente cayendo en la
cuenta de que quizás estaba hablando demasiado-. Pero todo
eso ya da igual. ¡Ella nos traicionó y para mí es una basura!
Jack se levantó también furioso.
- ¡De acuerdo entonces, Eric! Ahora ponte a pensar en todos
los buenos momentos que hemos pasado los tres juntos estos
meses que hemos estado en la Academia, medita si vale la
pena tirarlos por la borda para siempre porque una amiga en la
que confiabas ha cometido un error.
No dejó que respondiera y se marchó de allí enfadado.
Le costaba creer que Eric fuese tan cabezota y orgulloso para
no saber perdonar a una amiga a la que en el fondo Jack estaba
seguro que apreciaba mucho. Pero el orgullo le cegaba, no
parecía que fuese a dar su brazo a torcer.
Hacía poco se había dicho a sí mismo que no tendría
nada que temer mientras tuviese a sus amigos a su lado. Que
eso le ayudaría a superar cualquier dificultad que encontrase
en el camino.
Pero por lo que parecía debía comenzar solo ese
camino.

266
CAPITULO 2
La caza del uro

A la mañana siguiente Jack, junto a Eric y Karina,


acompañó a Trok y los bárbaros que formaban la partida de
caza. Deseaban presenciar cómo se ganaban el sustento en la
Llanura. Con ellos también se decidió a ir en el último
momento el príncipe Cedric. La partida la constituían unos
veinte bárbaros, todos ellos a caballo. Jack y los demás iban en
las mismas monturas con las que habían salido de la
Academia.
Durante todo el trayecto Eric se quedó junto a su
hermano charlando tranquilamente, mientras que Karina puso
su caballo a la par del de Jack. La chica apenas abrió la boca
en toda la mañana, no hacía más que lanzar miradas de
soslayo hacia donde estaba Eric, quien la ignoraba
continuamente. Jack sacudió la cabeza con desánimo, aquel
era un problema que no se iba a solucionar rápidamente.
Mientras tanto, Trok se acercó a él y comenzó a
explicarle en qué consistía la Ley de aquel lugar.
- Durante las Guerras de Hierro en la Llanura sólo había un
puñado de bárbaros que vagaban sin rumbo por estas tierras –
fue diciendo con voz pausada-. Erebor no era más que un
grupo de tiendas cuyos habitantes no se llevaban bien, ninguna
nación nos tenía gran respeto. Entonces apareció Arkonis,
nuestro líder en los tiempos de la guerra. Junto con su mujer
Andrómeda sacaron a los bárbaros de la Llanura y los llevaron
a combatir al lado del Supremo Rey Girión en la última
batalla, frente a la Puerta Negra, contra Dagnatarus -Jack se
estremeció al oír ese nombre, el de su antepasado, pero dejó
seguir a Trok, que no se percató de nada-. Regresaron de la
guerra convertidos en auténticos héroes, y el rey Girión, en
agradecimiento, les dio el título de nación independiente. Sin
embargo, Arkonis no se autoproclamó rey de la Llanura, como
podía haber hecho, y dijo que los bárbaros eran hombres
267
libres, que no se inclinarían ante ningún rey. Así formó a partir
de entonces cuatro tribus que recorrerían la Llanura a su
antojo y sin tener que dar cuentas a nadie. Nacieron así las
cuatro tribus bárbaras que aún hoy siguen vigentes: la del
Viento, la del Agua, la de la Tierra y la del Fuego.
- Pero Arkonis entendía que aunque los bárbaros no
tuviéramos rey, debíamos acatar una serie de normas para
mantener unos límites, y así surgió la Ley de la Llanura. Esta
Ley dice que cada tribu estará liderada por un hombre y una
mujer, que además deberán estar casados. Eso fue un tributo a
su mujer Andrómeda, que tanto le había apoyado durante la
guerra. Dicha pareja deberá competir entre sí para hacerse con
el puesto de jefe de la tribu. El perdedor será el jefe del grupo
de caza, el segundo título más importante dentro de una tribu.
- Mmmm…, eso quiere decir que vos… -Jack no sabía cómo
expresarse sin ofender a Trok.
Sin embargo éste descubrió el motivo de su
azoramiento y se echó a reír.
- En efecto, Celina y yo competimos en su momento. Ella me
superó en todas la pruebas y por eso es la jefa de la tribu y no
yo -Trok lanzó una carcajada divertida-. No os preocupéis,
joven Jack. Entre nosotros no es ningún deshonor perder
frente a una mujer. No soy un Caballero de Kirandia. Mi
Celina es capaz de superar a muchos hombres tanto en fuerza
como en inteligencia.
- Típico comentario de un bárbaro -dijo Cedric con aire jovial
mirando a Trok-. En Kirandia tenemos un sentido del honor
que estos patanes nunca entenderían.
Trok y algunos bárbaros se tomaron a guasa las
palabras del príncipe de Kirandia riendo con su ocurrencia.
Jack se sentía a gusto esa mañana, cabalgando por la vasta
Llanura bajo un cielo despejado y en compañía de gente a la
que podía llamar amigos. Tenía dieciséis años y estaba
descubriendo el mundo, ¿qué más se podía pedir? Por unos
instantes, hasta olvidó el verdadero motivo por el que estaban
allí y se dejó llevar por el desparpajo y la alegría de la que
hacían gala los bárbaros.
268
- Así pues quedó establecido que un hombre y una mujer
unidos en matrimonio serían quienes gobernasen sus
respectivas tribus -continuó Trok dirigiendo con maestría su
montura a medida que hablaban-. Para un bárbaro nada hay
más importante que su propia tribu, que pasa a ser su familia
para el resto de su vida. A menos que seas expulsado de la
tribu ésta será el hogar de un bárbaro para siempre.
- ¿Es que se puede ser expulsado de la tribu? -preguntó Jack,
y no vio la mirada de advertencia que le lanzaron tanto Cedric
como Eric.
Durante unos momentos Trok quedó en silencio, más
pálido de lo habitual, hasta que al final decidió contestar a la
pregunta del joven.
- Sí. La Ley de la Llanura establece tres motivos por los que
un bárbaro puede ser expulsado de su tribu, desterrado si lo
prefieres llamar así -dijo Trok con voz débil-. El asesinato de
un miembro de la tribu a manos de un compañero, la traición
hacia tu tribu, y…, y matar a un caballo.
Trok dejó de hablar bruscamente y adelantó a su
montura dejando a Jack con la palabra en la boca. Miró hacia
Karina como pidiendo una explicación, pero ésta se encogió
de hombros confusa. Entonces vio como Cedric y Eric se
acercaron a él.
- No debiste hablar de ese tema con Trok –comentó en voz
baja Cedric, echando cautas miradas hacia Trok, que
cabalgaba delante de la compañía con semblante serio.
- ¿De qué tema? ¿De la expulsión de un bárbaro de su tribu? -
Jack estaba aturdido. No entendía qué estaba pasando.
- Es un tema delicado para Trok -murmuró Eric, también
cerca suya-, aunque tampoco podías saberlo.
- ¿Por qué? -inquirió Karina. Pero fue Cedric quien contestó.
- Los bárbaros adoran a los caballos, Karina. No en vano son
los mejores jinetes de toda Mitgard. Los cuidan, los miman,
les son imprescindibles en su tipo de vida. Cuando un bárbaro
se hace hombre se le asigna un caballo, que pasa a ser como
un hermano para el jinete que lo monta.

269
- Me parece muy bien -se encogió de hombros Jack- ¿Y qué
tiene eso que ver con lo que estamos hablando?
- Los bárbaros aman tanto a sus caballos, que para ellos matar
a uno de ellos es como matar a un miembro de su tribu.
Jack estaba perplejo. Miró a su propia montura como si
la viera por primera vez. Levantó la vista y se fijó en los
bárbaros que cabalgaban delante suya, todos ellos montando
con maestría, como si hubieran nacido en una silla de montar.
- Creo que empiezo a entender un poco -murmuró Jack al
tiempo que asentía-, algo de esto le ha pasado a alguien
cercano al jefe.
- Así es -le dio la razón Cedric, viendo que finalmente había
comprendido-. Celina y Trok tenían un hijo…, mejor dicho
tienen un hijo, pues sigue vivo. Era muy querido por todos los
miembros de la tribu, sumamente hábil en todo lo que hacía,
generoso con todos, un futuro jefe sin duda alguna.
- Aún le recuerdo -agregó Eric con una media sonrisa-. Mi
hermano y yo le conocimos durante el tiempo que pasamos en
la tribu del Viento hace bastantes años. Me enseñó muchas
cosas que no conocía, aprendí un montón con él. Fuimos
amigos.
- ¿Y…, y que ocurrió? -preguntó Karina, venciendo
temerosamente su reticencia a hablar en presencia de Eric,
pero interesada en saber el desenlace de la historia.
De nuevo fue Cedric contestó.
- Hace cinco años nos llegaron unas muy malas noticias de la
Llanura. Durante una partida de caza como la que estamos
viendo ahora un caballo se desbocó y puso en peligro la vida
de su jinete. Entonces Perk, que así se llama el chico, mató de
un flechazo al caballo para así poder salvar la vida de un
jinete.
Jack se quedó helado. Si lo que Cedric les estaba
contando era cierto, entonces aquel muchacho era un héroe, no
un villano. No podía creer que la Ley de la Llanura fuese tan
injusta.
- Después de eso le desterraron, pues la vida de un caballo es
sagrada para los bárbaros. No se pudo hacer nada por él. Pese
270
a que los cazadores que estuvieron con él aquel día le
defendieron vivamente, su caso estaba ya perdido de
antemano. Por lo que sé Perk aceptó su sentencia sin rechistar,
se marchó con los demás Desterrados a Erebor.
- Los que son repudiados de su tribu son un grupo llamado los
Desterrados -explicó Eric, aunque él ya había comprendido las
palabras del hermano de éste-. Son mandados a Erebor, el
único baluarte que existe en la Llanura, para hacer labores de
administración y custodiar el centro de saber de los bárbaros.
Nunca más se les permite subirse a un caballo.
- Nunca más podrán montar -añadió Cedric-. Entre los
bárbaros no hay mayor castigo que no poder subirse de nuevo
a un caballo.
Jack asintió con aire ausente y se quedó mirando a
Trok. Le parecía una ley absurda, desterrar a un buen
muchacho por haberle salvado la vida a un compañero. No
sería la última vez que vería con sus propios ojos lo injustas
que eran algunas cosas en el mundo que ahora estaba
conociendo. ¿Por qué había asesinos despiadados o lores
prepotentes que quedaban impunes y un buen chico, como era
el hijo de Celina y Trok, resultaba condenado de esa forma?
Pero mucho se temía que la respuesta era la misma que a la de
por qué los dioses permitían que sucedieran cosas malas en el
mundo. Simplemente cada grupo humano tenía sus propias
reglas, era así como funcionaba ese mundo en el que vivían.
Salió de sus pensamientos cuando, tras atravesar una
pequeña colina, Trok les dio la señal de alto. Jack adelantó su
caballo hasta ponerlo a la altura del jefe de la partida de caza
para preguntarle por qué se detenían, pero ante sí vio la
respuesta.
Frente a ellos se extendía una amplio espacio de verde
pradera sin apenas ningún accidente de terreno que alterara su
superficie. Pastando en ella había unos animales como Jack
nunca antes había visto.
Eran cinco, el mayor de ellos mediría seis metros de
altura. Con cuatro grandes pezuñas y recubiertos de una
espesa capa de pelo marrón, mostraban dos colmillos que le
271
sobresalían de la boca tan grandes como el que había visto en
la tienda de Celina. Se alimentaban de la hierba del suelo, y la
tragaban gracias a una gigantesca lengua que replegaban sobre
sí como la de los lagartos. Jack jamás había visto unos
animales semejantes.
- Aquí tenéis a los uros -anunció Trok en voz baja y de mejor
humor al ver a las descomunales criaturas-. Solo viven en la
Llanura, constituyen nuestra principal fuente de alimento.
- Pretendéis hacernos creer que cazáis a esas bestias -afirmó
más que preguntó Jack con incredulidad, echando un vistazo a
los veinte bárbaros que les acompañaban-. Harán falta muchos
más hombres para poder hacerlo.
- No te falta razón -admitió Trok con tranquilidad-. Su piel es
bastante dura, las flechas les rebotan como si nada, pero no les
atacaremos así.
- ¿Entonces cómo? -preguntó mirando con escepticismo las
espadas de cobre y bronce que portaban los bárbaros.
Posiblemente con una de hierro se les pudiese hacer daño,
pero Jack dudaba que una espada de otro material más blando
fuese capaz de infligir algún daño a esas gigantescas bestias.
Por toda respuesta, Trok empezó a dar unas
instrucciones que Jack no entendía. Los bárbaros se
desplegaron a lo largo de la pradera y aguardaron con calma
en los lugares que ocupaban. Jack era consciente de que algo
iba a pasar, pero aún ignoraba de qué se trataba.
- Ahora contemplad por qué los bárbaros somos los mejores
jinetes de toda Mitgard -dijo Trok, y dio un silbido que
sobresaltó a todos.
En ese momento varios de los jinetes que estaban más
cerca de los cinco uros les lanzaron varias flechas que,
efectivamente, rebotaron inofensivamente en la dura piel de
uno de ellos. Un bonito espécimen que mediría casi siete
metros de altura y pesaría varias toneladas, se agitó inquieto.
- Un macho de los grandes -murmuró Trok con satisfacción.
Aún sin atisbar cómo pretendían abatir al enorme
animal, vio que lo único que estaban consiguiendo los
bárbaros con su lanzamiento de flechas era enfurecerle. Poco a
272
poco el gigantesco uro se separó del resto y, moviendo su gran
corpachón, comenzó a correr tras los jinetes que le estaban
provocando. Era increíble ver moverse a una de esas criaturas.
El suelo retumbaba con sus pisadas y marchaba a una
velocidad casi tan rápida como la de los propios caballos.
Pero no eran, ni mucho menos, tan ágiles como éstos.
Justo cuando Jack creía que los jinetes serían
aplastados por la enorme mole que se les venía encima estos
echaron sus monturas a un lado con una increíble habilidad, y
esquivaron la embestida del uro por los pelos. Trok silbó con
regocijo.
- Fijaos bien porque estáis presenciando un espectáculo único
-comentó, y Jack no notaba prepotencia en su voz, lo decía
como si fuese algo obvio-. No todos los jinetes pueden hacer
lo que estáis viendo.
Y Jack pudo ver que tenía razón. Los bárbaros hacían
caracolear a sus monturas en torno al encolerizado uro, una
danza hermosa pero peligrosa. Si cualquiera de ellos cometía
un error sería aplastado por el enorme animal o atravesado por
sus cuernos. Trok silbó de nuevo y varios jinetes más hicieron
acto de presencia. Espolearon a sus caballos delante del uro,
provocándole e incitándole. Éste respondió corriendo detrás de
ellos. El suelo retumbó de nuevo ante su avance, parecía como
si se estuviera produciendo un terremoto.
- Ahora prestad atención -gritó Trok a sus compañeros-. La
trampa ya está preparada. No tardará en caer.
Jack no entendía de qué trampa hablaba Trok, pero
entonces siguió su mirada y vio que a unos cientos de metros
de donde ellos se encontraban había un círculo de hierba de
varios metros de diámetro, de un color sospechosamente
distinto al del resto del prado. Fijándose más, pudo comprobar
que seguramente hubiera un agujero debajo, tapado con hojas
y ramas para que no se notara. Entendió entonces a qué trampa
se refería Trok.
- El uro es un animal estúpido -continuó diciéndoles Trok-. Ni
siquiera se imagina que hay un agujero bajo esas matas. La

273
trampa más vieja de mundo. Nuestros jinetes solo deben
procurar conducirle hasta ella.
Ese “sólo” era bastante más que eso para Jack, pues no
era una tarea sencilla. El uro corría con todas sus fuerzas tras
varios jinetes que se dirigían en línea recta hacia donde se
encontraba la trampa. Jack tragó saliva con nerviosismo ante
el desenlace incierto de la caza.
Justo cuando ya pensaba que los desdichados jinetes
bárbaros se precipitarían ellos mismos en su propia trampa,
éstos se hicieron a un lado en el último momento, y eludieron
por poco la trampa, gracias a su agilidad.
Sin embargo el uro, más torpe y pesado y sin poder
cambiar de dirección tan rápidamente, se precipitó en el
agujero, empalándose en unas estacas de madera de al menos
tres metros de alto que permanecían clavadas en el fondo. Jack
contempló como hipnotizado la agonía de la bestia, que se
retorcía de dolor atravesado por las estacas. Finalmente, y tras
unos largos y agónicos minutos de espera, el uro dejó de
moverse y se hizo el silencio en la pradera.
Este fue roto por los gritos de alegría de los bárbaros.
Trok agitaba los brazos saludando animadamente a sus
hombres que tan espléndidamente habían realizado su trabajo.
Incluso Jack y los demás les vitorearon reconociendo su
magnífica actuación.
- Una caza perfecta y sin incidentes -sonrió Trok que no
cabía en sí de gozo-. Seguidme y contemplemos juntos el
resultado de nuestro trabajo.

Cuando bajaron a la pradera pudieron ver más de cerca


el agujero. Jack contempló con asombro que debía de tener
unos cinco metros de diámetro por unos seis de profundidad.
- Por eso estuvimos todo el día de ayer fuera -explicó Trok al
ver las miradas impresionadas de Jack y Karina-. Mis
muchachos y yo descubrimos a este pequeño rebaño de uros, y
preparamos la trampa durante toda la tarde. Un trabajo duro y
arduo, mucho cavar y luego talar un par de árboles con los que

274
preparar las estacas del fondo. Pero un trabajo que obtuvo su
recompensa después de todo.
Jack vio que mediante unas cuerdas bajaban al fondo
de la fosa comenzando a despedazar al animal con sus espadas
y hachas de bronce, un trabajo mucho más pesado de realizar
que si lo hicieran con armas de hierro. Finalmente
consiguieron cortar una de las patas, y mediante unas cuerdas
subieron la enorme pieza de carne a la superficie, donde la
ataron a los caballos, que la arrastrarían hasta el campamento
de la tribu del Viento.
- Un uro entero puede alimentar a una tribu durante varias
semanas –explicó entonces Trok, al tiempo que daba
indicaciones a sus hombres para que continuaran
despedazando al animal-. Esta noche probaréis su carne, un
bocado exquisito en Mitgard.
- Es cierto -asintió Cedric-. La carne de uro es muy codiciada
pero sólo en la Llanura se puede conseguir.
- De todas formas no dormiré tranquilo esta noche sabiendo
que hay más bestias como ésta vagando por la Llanura -
comentó con inquietud Jack-, ¿no pueden atacar el
capamento? –añadió imaginando la embestida de una de esas
moles.
- No debéis temer eso -dijo Trok-. El uro es un animal
pacífico, sólo ataca si se ve amenazado. Jamás un campamento
ha sufrido un ataque suyo. De hecho, si se les deja en paz son
animales muy apacibles, menos peligrosos incluso que un
perro.
Pese a las palabras de Trok, Jack seguía prefiriendo la
compañía de un perro que de un uro. Sin embargo, se abstuvo
de hacer comentario alguno y continuó observando en silencio
el despiece del animal. Aprovechando que Trok estaba
ocupado dirigiendo a sus hombres, Eric se acercó hasta él.
- Esto fue por lo que desterraron al hijo de Trok -susurró a su
oído-. Durante una caza, uno de los caballos se encabritó y tiró
a su jinete, que quedó enganchado a sus bridas y fue arrastrado
por su montura.
- ¿Y qué pasó? -inquirió Jack.
275
- El caballo sin control condujo a su jinete a la fosa. Iban a
morir ambos empalados como el propio uro, pero antes de que
eso sucediera Perk le disparó un flecha al caballo, que cayó
muerto antes de llegar a la trampa, salvando así la vida de su
jinete.
Jack sacudió la cabeza con incredulidad, pues por un
lado había tenido pruebas ese día del tremendo valor de los
bárbaros, que arriesgaban sus vidas para conseguir el sustento
que necesitaba su tribu, pero por otro también pensaba en la
injusticia cometida al condenar a un hombre que salvaba la
vida de un compañero. Pero así era la vida en la Llanura.

Poco después regresaron al campamento de la tribu del


Viento. Aunque los bárbaros se mostraban de un humor
excelente tras el éxito de la cacería, Jack seguía rumiando lo
que acababa de oír. Le costaba asimilar que la vida de un
joven tan prometedor como parecía ser el hijo de Celina y
Trok se hubiera ido al traste de manera tan estúpida por culpa
de tales leyes.
Sin embargo, no tuvo demasiado tiempo para pensar en
ello pues cuando estaban llegando al campamento pudieron
ver que se había organizado un gran revuelo, y los miembros
de la tribu del Viento se encontraban bastante inquietos.
Adelantando a su montura con habilidad, Trok se
dirigió hacia varios bárbaros que le salieron al paso.
- ¿Qué ha ocurrido? -preguntó con preocupación.
- Varios de los Desterrados han llegado al campamento, Jefe
de cacería -contestó un de ellos, y se podía advertir su rechazo
en la voz-. Traen noticias sobre un grupo de Hijos del Sol… -
calló bruscamente, pero tanto Jack como Eric y Karina
advirtieron que había algo más que no resultaba del agrado del
jinete.
- ¿Y por eso tanto alboroto? -gruñó Trok en señal de
desaprobación-. Dadles un buen recibimiento y pedidles que
se vayan cuanto antes.
El hombre respiró hondo y finalmente se decidió a
hablar.
276
- Hay algo más, Jefe de cacería. Vuestro hijo Perk está entre
los componentes del grupo.
Se hizo el silencio y todos vieron que Trok palidecía
ostensiblemente. Tras unos instantes de tensión en los que
nadie supo qué decir, el jefe bárbaro habló con la voz
quebrada:
- ¿Dónde está ahora mi hijo?
- Se encuentra en la tienda de vuestra esposa. Está hablando
con ella en estos momentos -se limitó a decir el otro.
Trok no se despidió de nadie. Simplemente se bajó del
caballo encaminándose hacia la enorme tienda que se alzaba
en medio del campamento, mientras muchos de los bárbaros le
abrían paso en silencio. Poco tiempo después desaparecía tras
la entrada de la tienda.
Los compañeros se quedaron unos momentos
desconcertados. Eric fue el primero en recuperarse.
- Sospecho que ni Celina ni Trok veían a su hijo desde que
éste fue expulsado de la tribu -dijo el joven príncipe de
Kirandia.
Jack no supo qué decir. De nuevo era testigo de la
dureza de la vida en la Llanura. Pero ellos debían de
preocuparse de otras cosas y pronto vio a Lorac, Valian y
Dezra que se acercaban hacia donde ellos estaban.
- Parece ser que traen noticias -murmuró Cedric con todos sus
sentidos alerta.
Y así era. Lorac y Dezra mantenían una conversación
agitada al tiempo que andaban. Detrás de ellos, Valian
caminaba en silencio, su semblante tan imperturbable como
siempre.
- ¿Y bien? -preguntó Cedric cuando estuvieron todos juntos
de nuevo.
- Los Desterrados han traído noticias de Erebor -respondió
Lorac, y daba la impresión de estar eufórico-. El grupo que
buscamos partirá mañana hacia Kirandia. No han solicitado
ningún tipo de escolta bárbara. Nos han confirmado que tan
sólo hay cinco Hijos del Sol y un extraño hombre de cabellos
blancos que les acompaña.
277
- ¿No han pedido escolta? -Cedric se mostró sorprendido al
respecto- Es extraño.
- ¿Por qué? -preguntó Jack.
- Lord Variol debe de ser consciente de que andamos tras sus
pasos –añadió Eric con un brillo en los ojos más astuto que de
costumbre- y pese a ello pierde varios días descansando en
Erebor sin siquiera solicitar una escolta a Kirandia.
- Los Hijos del Sol son respetados en la Llanura -aclaró
Cedric a un confuso Jack-. Si lo piden pueden contar con un
grupo de bárbaros que les acompañe a Kirandia, y entonces
tendríamos un grave problema, pues no podríamos atacarles
mientras estuviesen bajo su protección. Sería como atacar a
los propios bárbaros.
Jack asintió lentamente mientras se iba haciendo la luz
en él. Entonces… ¿por qué Lord Variol se exponía de aquella
manera a que le saliesen al paso para recuperar el Cuerno de
Telmos?
- Es casi como si quisiera que le diésemos alcance -dijo Jack
haciéndose eco de sus pensamientos.
- Así es -se mostró de acuerdo la joven maga Dezra que lucía
un semblante preocupado-. Ya te lo he dicho, Lorac. No me
gusta esta extraña jugada de Lord Variol. Hay algo aquí que se
nos escapa, quizá sea una trampa para hacerse contigo.
Valian dejó escapar un gruñido de conformidad con las
palabras de la rubia miembro del Consejo de Magos, pero
Lorac desestimó sus quejas con un brusco gesto de la mano.
- Sea como sea nuestra misión es recuperar el cuerno -replicó
con cierto enfado-. Y aunque supiese que nos dirigimos a una
trampa segura, seguiría yendo en pos de Lord Variol.
- ¿Aunque pongas las vida de Jack en peligro? -replicó Valian
sin que su rostro dejara traslucir ni un ápice de lo que pudiera
estar pensando.
Todos se quedaron callados y dejaron que fuera Lorac
quien contestara a la mordaz pregunta de su compañero.
- No voy a poner la vida de Jack en peligro inútilmente -dijo
al fin-. Está con nosotros para ayudarnos a recuperar el cuerno
y eso es lo que pienso que debemos hacer.
278
Cuando hubo terminado Jack se sintió como un trasto
inútil. Todos se empeñaban en protegerlo como si de un objeto
precioso se tratara. En esos momentos más que nunca tuvo la
impresión de que no era más que una molesta carga para los
demás. Un problema a añadir a los que ya tenían.
- ¡Dejad de preocuparos por mí! -replicó rechinando los
dientes, no pudo evitar que se le notara el enfado en su voz-.
Hagamos lo que hemos venido a hacer y punto. Para eso nos
mandaron aquí.
Lorac no dijo nada, se limitó a mirar a los otros, que
uno a uno fueron asintiendo. Realmente la razón de que
hubieran salido de la Academia era la de recuperar el Cuerno
de Telmos. Se dirigieran hacia una trampa o no era lo que
debían hacer.
Después de aquello no hubo más discusiones y se
decidió que saldrían hacia Erebor esa misma noche, nada más
se ocultara el sol. Cuando los Hijos del Sol salieran de la
capital de la Llanura, y por ende del radio de protección de los
bárbaros, ellos estarían esperándolos para hacerse con el
cuerno.
Todo parecía indicar que por fin entrarían en combate
contra los Hijos del Sol. Y contra Lord Variol.
Esa tarde Jack no podía dormir. Sus compañeros se
habían retirado para descansar unas horas antes de partir hacia
Erebor, pero el joven no conseguía pegar ojo y finalmente,
exasperado, abandonó la tienda. El campamento estaba mucho
más tranquilo entonces que al mediodía cuando llegaron los
Desterrados. Se cruzó nada más con un par de miembros de la
tribu del Viento en su paseo.
Aquello le hizo recordar la cara de Trok cuando se
enteró de que su hijo al que no veía desde hacía años estaba
entre los que habían venido de Erebor. ¿Cómo habría sido el
reencuentro entre Celina y Trok con su hijo? Jack se
preguntaba qué habría pasado entre ellos y qué se dirían en un
momento tan difícil, pero rápidamente se olvidó de aquel
asunto y comenzó a preocuparse por lo que le esperaba
mañana: Lord Variol.
279
Iban a volver a encontrarse cara a cara. Había muchas
cosas que deseaba saber de él y, en cierta medida, pese al
miedo que le inspiraba, no podía evitar sentir cierta curiosidad
por saber qué era exactamente lo que quería de él aquel
misterioso personaje. No se había borrado de su mente aquel
encuentro en lo sótanos de la Academia. Lord Variol y él se
habían encontrado por primera vez desde que éste matara a su
familia, y se había sorprendido de encontrarle allí. Sin
embargo, pasada aquella reacción inicial le había propuesto
que se fuera con él. ¿Qué era lo que podían ofrecerle aquel
hombre y su terrorífico amo?
Jack ignoraba eso pero si sabía una cosa. Aquel
hombre conocía el paradero de su hermano. Sabía que debía
estar vivo porque Dagnatarus necesitaba de ambos para
retomar el poder, pero la pregunta era dónde estaba. Tarken
había ido a la mismísima Torre Oscura, en las entrañas de
Darkun, para rescatarle, una hazaña única en la historia. Pese a
que había sido capturado y torturado hasta los límites de la
locura, había logrado arrancar un puñado de secretos de aquel
antro del infierno y se los había llevado consigo de vuelta.
Sin embargo, de su hermano no había tenido noticias.
¿Dónde se encontraba? ¿Y por qué no habían sabido de él
durante tanto tiempo? Desde luego, si Lord Variol buscaba a
Jack era porque su hermano Jasón seguía con vida, o nada de
esto tendría sentido.
Era un misterio que esperaba poder aclarar al día
siguiente. Por lo pronto dejó de pensar en ello cuando al
cruzar un par de tiendas muy cerca la una de la otra se topó de
frente con una escena curiosa. Ante él se alzaban un hombre y
la que debía de ser su montura. Aquello podía ser algo muy
común en la que era llamada la tierra de los jinetes, pero había
algo en la forma en la que el hombre acariciaba las bellas
crines del caballo y le susurraba palabras al oído que hacían
que ese simple gesto se saliera de lo normal. Jack nunca había
visto a una persona tratar con aquella ternura a su caballo, y
pudo darse cuenta que la unión entre jinete y caballo era muy
profunda.
280
Iba a marcharse de allí para no interrumpir aquel
momento que era solo para ellos dos, pero debió de hacer
ruido porque el jinete se volvió bruscamente y le vio. Jack
maldijo por lo bajo su suerte esperando que el hombre no
pensara que había estado espiándoles.
- Tú debes de ser uno de los que han venido del bosque,
¿verdad? -dijo entonces el jinete-. Mi madre me ha dicho
quiénes sois en realidad, y por qué estáis aquí.
Jack se dio cuenta con sorpresa que el jinete tendría
poco más de veinte años, pero sin embargo daba la impresión
de ser mucho mayor. Su pelo se había tornado canoso y su
rostro lucía algunas arrugas impropias de su edad. Pese a ello
conservaba la fuerza y el ímpetu propios de un chico joven y
sus ojos aún brillaban con el fuego de la juventud.
- ¿Eres Perk, el hijo de Celina y de Trok? -preguntó asociando
ideas enseguida. Dudaba que la jefa de la tribu del Viento
revelase la verdad sobre quiénes eran ellos a otra persona de
su tribu.
- Así es, y os digo que estéis tranquilos. No le diré a nadie que
sois miembros de la Hermandad del Hierro. Ni siquiera los
demás miembros de mi grupo que os acompañaremos hasta
Kirandia saben quiénes sois en realidad. Mi madre me lo
confió a mí en exclusiva porque yo os guiaré hasta los límites
de la Llanura.
- ¿Sabes pues, por qué estamos aquí? -inquirió Jack
acercándose unos pasos.
- Los Hijos del Sol han robado un objeto de gran valor para
vuestra Orden -contestó simplemente Perk encogiéndose de
hombros como si el asunto no fuera con él-. Os llevaremos
hasta Erebor y os ayudaremos a dar con los Hijos del Sol, pero
no combatiremos contra ellos. Mi madre quiere haceros ese
favor por la amistad que le une al rey de Kirandia pero no
mandará a sus bárbaros a luchar contra los Hijos del Sol.
- Entonces Celina hará que un grupo de jinetes nos acompañe
–repitió Jack con satisfacción, pues eso aumentaba mucho las
posibilidades de su grupo de recuperar con bien el cuerno.

281
- No un grupo de jinetes -le contradijo Perk-. Serán mis
hermanos quienes os acompañen.
- ¿Te refieres a…?
Perk sonrió al ver su apuro.
- A los Desterrados, así es. Mi madre quiere ayudaros, pero
no expondrá a sus hombres. Los Desterrados solemos hacer
cosas de las que nadie desea hacerse cargo.
Se quedó durante unos instantes sin saber qué decir.
¿Acaso cualquier cosa que él dijese podía aliviar la carga que
debía soportar una persona que había sido expulsado de su
familia y de su tribu? Sin embargo, algo en la mirada de Perk
le hizo quedarse junto al bárbaro y continuar la conversación.
- Mi nombre es Jack –dijo sencillamente al tiempo que se
estrechaban cordialmente la mano-. Llevo poco tiempo en la
Academia pero el superior de nuestra Orden confía en mí para
que recupere lo que nos han robado los Hijos del Sol -intentó
cambiar de tema al darse cuenta de que tampoco era
conveniente hablar demasiado, por muy agradable que pudiera
parecer aquel bárbaro-. Es la primera vez que visito la Llanura
-agregó escuetamente.
Perk se dio cuenta de que había evitado dar
explicaciones sobre sí mismo, pero en contra de lo que había
temido Jack no intentó sonsacarle nada.
- ¿Y qué opinión te merecen los bárbaros, Jack? -preguntó el
Desterrado con calma.
- ¡Oh, sois increíbles! -contestó con entusiasmo el chico-.
Jamás había visto unos jinetes tan intrépidos. Lo único malo es
que…-se calló de golpe al ver la mirada de Perk clavada en la
suya, pues el bárbaro seguramente ya sabía lo que había estado
a punto de decir Jack.
- Lo único malo es que no entiendes cómo una gente tan
valiente puede tener unas leyes tan estúpidas -terminó por él
Perk, dando muestras nuevamente de una gran inteligencia.
Jack no supo qué decir. Ante él se encontraba una
persona que había sufrido en sus propias carnes una de esas
leyes que él acababa de calificar así.

282
- No creo que la vida de un animal, por muy bello que sea,
valga más que la de una persona -dijo Jack por fin, mirando el
caballo que el joven bárbaro acariciaba con cariño.
Para su sorpresa, Perk no le dio la razón sino que se
quedó serio y taciturno, como si estuviera meditando muy a
fondo sus próximas palabras.
- Jack, debes entender cómo es la vida en la Llanura. Cuando
un bárbaro se hace jinete, se le asigna un caballo, y éste pasa a
formar parte de su vida como si de un hermano se tratara. Tu
montura es ya una prolongación de tu cuerpo y si la matas es
como si estuvieras acabando con la vida de un miembro de tu
tribu. Así quedó establecido desde los tiempos de nuestro líder
Arkonis. Así es la Ley de la Llanura.
Jack no replicó, pero en su fuero interno seguía
pensando que aquella ley era injusta. Un caballo era un
caballo, no un hermano o un miembro más de la tribu. Pero lo
que le sorprendía realmente es que aquel joven había sido
condenado por las leyes de su pueblo, pese a lo cual aceptaba
su destino sin proferir una queja.Y fue entonces cuando se dio
cuenta de que el mundo estaba lleno de gente increíble, gente
por la que valía la pena luchar. Personas como su tío Tarken,
que se había adentrado en tierras tenebrosas en busca del
hermano de Jack simplemente porque era su deber, o como
Valian, quien pese a haberlo perdido todo seguía luchando.
Como el valiente Cedric o el sufridor Perk. Mientras personas
como ésas estuvieran de su lado, nada debería de temer.
- Éste es Marlin, mi antiguo caballo -continuó diciendo el
joven bárbaro al tiempo que contemplaba con orgullo el
enorme semental, que piafó de placer al sentir cerca la
presencia de su amo-. El más rápido de la Llanura. Cuando me
exiliaron de la tribu me comprometí a no volver a montar
nunca más un caballo. Ése es el castigo para los que rompen la
Ley.
Viendo cómo Perk miraba a su caballo, casi con
adoración, Jack entendió que ningún otro castigo podía ser
más cruel para un jinete de la Llanura, y las palabras de Perk
comenzaron a tener más sentido para él.
283
- No desesperes –dijo impulsivamente sabiendo que iba a
meterse en un terreno pantanoso-. Es posible que algún día te
permitan volver con los tuyos.
Perk sonrió al ver la ingenuidad del muchacho, incapaz
de comprender las leyes que imperaban en la Llanura.
- Cuando un bárbaro es desterrado, lo es para toda su vida -se
limitó a contestar-. No, Jack, ya no hay segundas
oportunidades para mí. Aquel día hace cinco años lo perdí
todo y he de aprender a vivir sabiendo eso.
- Tal vez tus padres puedan… -Jack no supo cómo proseguir.
- No hay mayor deshonor para un bárbaro que el que su hijo
sea uno de los Desterrados, y la humillación es doble cuando
se trata del hijo de un jefe. Vengo de hablar con ellos, me han
pedido que no vuelva a pisar el campamento de la tribu que
me vio nacer, por el bien de todos.
Jack retrocedió unos pasos horrorizado por la crueldad
demostrada por los padres de Perk. Celina y Trok le habían
parecido unas personas ejemplares. No podía creer que esas
mismas personas trataran a su propio hijo con semejante
desprecio.
- Es mejor así -añadió el bárbaro-. No hay que remover el
pasado. Que los dioses guíen tu camino, Jack. Nos veremos
cuando tengamos que partir hacia Erebor.
Sin decir más Perk se alejó solitario por entre las
tiendas del campamento bárbaro, siempre con la cabeza muy
alta. Jack observó cómo se alejaba con perplejidad. Hoy la
vida le había enseñado una dura lección, que el deber no
siempre iba de la mano con lo que era correcto. Los padres de
Perk debían mantener a su hijo alejado de la tribu por el bien
de todos. Sin embargo, y Jack estaba seguro de eso, debía
partírseles el corazón al alejar a su hijo de su lado. Ser un líder
implicaba tomar decisiones difíciles. Jack tomó buena nota de
aquello pues algo le decía que algún día podría pasarle a él
algo parecido.

284
CAPITULO 3
A través de la tierra de los jinetes

Jack comenzaba a darse cuenta de por qué la Llanura


estaba considerada como uno de los lugares más hermosos de
todo Mitgard. Y es que en ese momento se encontraba
cabalgando sobre su caballo y contemplando como el sol
asomaba tras los imponentes picos de las Montañas Nubladas.
A su lado se encontraban los mismos compañeros que
formaban el grupo que había salido de la Academia tras el
Cuerno de Telmos. Junto a ellos otros cinco hombres más,
todos ellos bárbaros, pero que no pertenecían a ninguna tribu
en particular y de los que tampoco se podía decir que eran
jinetes. Con ellos, en efecto, iban cinco de los Desterrados,
dirigidos por Perk y que tenían órdenes de la propia Celina de
guiar al grupo hasta que dieran con los Hijos del Sol.
Se habían detenido unos segundos en su marcha hacia
Erebor porque Perk les había recomendado que presenciaran
la salida del sol en la Llanura. Los doce miembros del grupo
agradecían ese pequeño respiro y disfrutaban de un
espectáculo en verdad hermoso.
Jack dejó por un momento que su mirada se posase de
nuevo en lo que había llamado su atención desde que salieran
del campamento de la tribu del Viento: Los animales que
montaban los bárbaros.
Perk ya le había explicado que a los Desterrados no se
les dejaba jamás volver a subirse a un caballo, y desde
entonces se había preguntado cómo habían llegado de Erebor
con tanta prontitud al campamento para anunciarles las nuevas
sobre la partida de los Hijos del Sol.
La pasada noche había hallado la respuesta. Y esta
venía en forma de una extraña criatura de dos patas. Se
llamaban torkas, constituían las monturas de los Desterrados.
Según los cánones de los bárbaros, un caballo era una criatura
bella y poderosa, digna de un jinete, mientras que un torka era
285
una bestia fea y más propia de los patanes. Por eso un
Desterrado podía montarla.
Los torkas eran, a igual que los uros, criaturas que sólo
se podían encontrar en la Llanura. Serían poco más grandes
que un hombre y caminaban a dos patas, aunque ligeramente
encorvados de forma que su jinete pudiera montarla con
comodidad. Perk decía que se parecían a unos animales
llamados canguros, que vivían en tierras muy al Sur de
Mitgard, pero que los torkas podían ser usados como
monturas. De hecho eran casi tan rápidas como caballos.
Sacudió la cabeza con incredulidad al ver con qué
soltura se sostenían sobre ellos Perk y sus cuatro compañeros
desterrados. Su mirada se clavó ahora en Eric y Karina, que se
encontraban lo más alejados uno del otro como era posible.
Jack frunció el ceño al verlos, aquel asunto cada vez parecía
tener peor aspecto, y es que la pasada noche habían vuelto a
pelearse.

Habían estado todos reuniendo sus cosas, dispuestos a


partir tras los Hijos del Sol. La luna acababa de aparecer en el
estrellado cielo y Lorac le había pedido a Jack que buscase a
Eric y Karina, que no aparecían por ninguna parte. Jack salió
fuera del campamento preguntándose dónde estarían. Pronto
había comenzado a escuchar el sonido inconfundible de una
discusión. Con cautela, se había acercado al claro de un
pequeño bosquecillo que se encontraba casi pegado al borde
del campamento.
Allí, oculto tras unos arbustos para no llamar la
atención, había presenciado cómo sus dos mejores amigos
discutían ásperamente.
- Creo que ya va siendo hora de que resolvamos todo esto,
Eric -rogaba Karina al joven príncipe de Kirandia-. Todos los
demás me han perdonado por lo que hice. Ya expliqué cuáles
fueron los motivos que me llevaron a traicionaros, ¿por qué a
ti te cuesta tanto entenderlos?

286
Por un momento Eric no supo qué decir. Se quedó
mirando fijamente a Karina pero fue un momento fugaz y
enseguida empezó a despotricar de nuevo.
- ¡¿No creerás que con una disculpa está todo arreglado?! -
gritó Eric con rencor-. Los demás pueden ser lo
suficientemente tontos como para perdonarte, pero yo no
pienso hacerlo.
-¿Entonces qué quieres que haga? ¿Tendré que suplicarte
hasta que decidas perdonarme? -le chilló a la cara Karina,
comenzando a enrojecer por la rabia que sentía.
- ¡Pues mira, no estaría de más!
Después de eso comenzaron a sucederse los gritos y los
insultos sin sentido, y Jack decidió alejarse de allí. Cuando
Lorac le vio volver solo le preguntó por sus compañeros, pero
Jack prefirió no contestar. No pasaron ni diez segundos
cuando los dos aparecieron, aunque por separado. Primero
Karina, con los ojos enrojecidos de haber estado llorando, y un
poco más tarde Eric, con un ceño fruncido que no invitaba a
hacer muchas preguntas.
Luego habían tenido lugar las despedidas, un momento
mucho más agradable. Jack se había sorprendido abrazando a
hombres y mujeres bárbaros por igual. Los miembros de la
tribu del Viento eran muy afectuosos pese a que tan solo
llevasen juntos un par de días, y Jack agradeció las muestras
de cariño que le manifestaron.
Más tarde, Celina y Trok se lo llevaron un momento
aparte, cosa que no dejó de extrañarle, pues a sus ojos él debía
de ser un miembro más del grupo del que Lorac y Dezra eran
los jefes.
- Lorac nos ha dicho que eres el miembro más joven del
grupo, Jack -dijo Celina con voz amable-. Por eso es posible
que todavía no entiendas muy bien lo peligroso que es lo que
estás haciendo.
- Cuando te vemos es como si estuviésemos ante nuestro hijo
Perk -añadió Trok con voz ronca-. Era un poco mayor que tú
cuando le sucedió la desgracia que le apartó de nuestro lado.

287
Jack se quedó sin saber muy bien qué decir. ¿A dónde
querían llegar?
- Lo que te queremos pedir es que tengas cuidado –aconsejó
Celina-. Eres muy joven y tienes toda una vida por delante.
Tratar con hierro es una locura en los tiempos que corren, y
más lo es ir tras los Hijos del Sol. Recuerda esto y si alguna
vez quieres dejarlo todo atrás, aquí puedes tener una vida
nueva y alejada de todo mal. No serías el primer jinete de la
tribu del Viento que no es natural de la Llanura.
Jack se quedó de una pieza. ¿De verdad le estaban
ofreciendo la posibilidad de quedarse entre los bárbaros? Por
un momento se hizo ilusiones al respecto, pensando en lo
agradable que sería levantarse por las mañanas para ir con su
grupo de caza a por el uro, tal y como había visto hacer a Trok
y a los demás el día anterior.
Pero luego se acordó de todo lo que le había sido
revelado por el Gran Maestre hacía poco. Desde es momento
supo que su vida estaría ligada para siempre a la Hermandad
del Hierro. Quería habérselo dicho a Celina y Trok, poder
confesarles lo que les agradecía que le brindasen una
oportunidad así, pero supo que nunca podrían entender hasta
que punto estaba implicado en todo aquel asunto. Optó por
callar sus motivos para no revelar nada que no debiera.
- Gracias, de verdad -dijo con un nudo en la garganta- No
podéis imaginaros hasta que punto os lo agradezco, pero yo ya
he elegido mi camino junto a mis compañeros.
- Esa lealtad te honra –cabeceó Trok.
Con estas palabras se despidieron, dejando a los dos
bárbaros satisfechos por la madurez que demostraba un chico
tan joven.
Después de eso tanto Celina como Trok les brindaron a
todos unas amables frases de despedida -aunque ni siquiera
miraron a Perk, que guiaría al grupo a través de la Llanura-,
pero hasta Jack se dio cuenta de que estaban deseando no
seguir comprometidos con su presencia. Así pues, y como
Lorac no quería causarles más aprietos de los necesarios, hizo
que se pusieran en marcha enseguida.
288
Y tras una noche en la que habían avanzado a un ritmo
tranquilo, la mañana les sorprendió a todos con una bonito
amanecer, la satisfacción de saber que Erebor estaba a un par
de horas de viaje.
Un poco nervioso al saber que cada vez estaban más
cerca de su objetivo, y harto de hacer de parapeto entre Eric y
Karina, Jack espoleó a su caballo hasta ponerlo a la altura de
donde Perk guiaba el grupo montando sobre su torka. Le
apetecía hablar con el joven bárbaro, pero cuando iba a
hacerlo se dio cuenta de que su cabeza quedaba casi un metro
más alta que la de Perk, pues el caballo era mucho más alto
que el animal que montaba el Desterrado. Sintió que de nuevo
le invadía una sensación de apuro de la que no sabía como
salir.
Por fortuna, Perk entendió enseguida lo que pasaba, y
le restó importancia con un gesto de la mano.
- No te preocupes, Jack -le confió con una sonrisa-. Estoy
acostumbrado a este tipo de situaciones. Aunque agradecería
que agacharas un poco la cabeza para hablar conmigo -
sintiéndose un poco estúpido por todo aquello, Jack hizo lo
que le decía y acompasó el ritmo de su caballo al del torka de
Perk para poder conversar mejor.
- ¿Qué te inquieta, joven Jack de la Hermandad del Hierro? -
preguntó con tono jovial el bárbaro.
Jack lanzó una preocupada mirada a los demás
Desterrados que marchaban sobre sus respectivas torkas por si
le hubiesen oído, pero éstos iban casi al final del grupo y no
parecían estar al tanto de lo que hablaban.
- No temas, amigo, me he cuidado de que estuvieran lo
suficientemente lejos como para no oírnos -continuó Perk en
tono tranquilizador, aunque Jack notó que bajaba un poco la
voz-. Cuando mis padres me confiaron vuestro secreto me
juraron que no se lo contaría a nadie, y así será. Nadie sabrá
por mi boca que pertenecéis a la Hermandad del Hierro.
- Te creo -asintió Jack- pero admito que me preocupa un poco
saber de qué están hablando todo este tiempo.

289
Perk giró la cabeza y comprobó que, en efecto, los
otros cuatro Desterrados de su grupo se encontraban al final y
hacía ya rato que no dejaban de hablar en voz baja entre sí.
- Oh, eso, no es nada alarmante -se encogió de hombros-.
Bueno, no me cabe duda de que están hablando de vosotros,
pero no por los motivos que tú piensas.
- ¿Entonces? -se extrañó Jack.
- Bueno mi joven amigo, no todos los días se conoce a gente
que está realizando una labor para el Consejo de Magos -
explicó Perk con tranquilidad, como si fuera algo obvio-. La
versión que han contando mis padres es que estáis al servicio
del Archimago, que éste os ha encomendado una misión. ¿De
qué otra forma se explica si no que os hayan visto salir del
Gran Bosque? -Perk se acomodó lo mejor que pudo sobre su
torka para poder hablar más libremente con Jack-. Pocos osan
adentrarse en ese lugar, pues es del dominio común que es
reino de hadas y de duendes que son bastante caprichosos.
Que yo sepa tan solo los miembros de la Hermandad del
Hierro pueden pasearse tranquilamente por sus entrañas, y
siempre dentro de los caminos marcados por los miembros de
su Orden. Aparte de ellos, tan solo los elfos se podría decir
que pueden presumir de entrar y salir del Gran Bosque con
frecuencia.
- ¿Los elfos?
Jack se sorprendió al oír hablar de esa raza casi mítica,
que algunos incluso se aventuraban a decir que ya no existía
en la tierra de Mitgard. Poco o nada sabía de ellos, tan sólo
algunos apuntes dados por Lorac durante su estancia en la
Academia.
Según Lorac los elfos no lucharon durante las Guerras
de Hierro, y tras ese conflicto casi se pudo decir que
desaparecieron de la faz de la tierra, cortaron su contacto con
el mundo exterior. Apenas se habían vuelto a tener noticias
suyas, y su historia comenzó a cubrirse con el manto de las
leyendas cayendo en el olvido poco a poco. Lo cierto era que
nadie se preocupaba hoy en día por si los elfos aún siguieran
en Mitgard.
290
- Sí, los elfos, aunque intuyo que no sabes mucho acerca de
ellos, ¿me equivoco? Preguntó Perk enarcando una ceja al
ver su cara de desconcierto.
- No, no te equivocas -admitió Jack con sencillez.
- De acuerdo pues, acaba de amanecer y todavía quedan un
par de horas hasta que lleguemos a Erebor, así que voy a
contarte una pequeña historia. Bueno, realmente no es tan
pequeña pero te la intentaré resumir para no hacértela
demasiado tediosa -Perk miró al frente y comenzó a hablar,
como si de repente se hubiera sumergido en su relato y se
hubiera olvidado de que Jack cabalgaba a su lado.
- La historia de la que te voy a hablar –empezó- comienza con
el nacimiento de una mujer elfa. Ésta era tan bella que se decía
que hasta los propios dioses la bendijeron con sus dones.
Según cuentan las leyendas, nunca podrá haber una mujer más
hermosa en toda la historia. Los dioses así lo entendieron, por
eso decidieron hacerle varios presentes, uno de ellos era el de
la eterna juventud, para que su belleza jamás se perdiera. El
nombre de la mujer elfa era Lorelai.
Jack se quedó de una pieza. Lorelai era la mujer elfa
que amó a Dagnatarus, que estuvo a su lado mientras su
amante destruía el mundo que ambos conocían. La mujer que
sólo al final, cuando Dagnatarus se disponía a matar al
Supremo Rey Girión ante la Puerta Negra pareció despertar de
un mal sueño, dándose cuenta de qué era lo que estaba
haciendo el hombre que amaba. Fue entonces cuando se
interpuso entre ambos, recibiendo el fatídico golpe de
Venganza destinado a acabar con la vida de Girión, muriendo
en el acto. Aquello dio como consecuencia que Dagnatarus se
autoinmolara dando fin a las Guerras de Hierro.
La misma mujer que le dio un hijo a Dagnatarus, dando
lugar a la profecía de la que él formaba ahora parte.
Pese a todo Jack consiguió mantener su rostro
imperturbable, dejando que Perk continuara con su historia.
Éste, ajeno al debate interno de su compañero, siguió hablando
como si nada hubiera pasado.

291
- Te hablo de tiempos anteriores a las Guerras de Hierro. Por
aquel entonces el Consejo de Magos se dedicaba al estudio de
la magia y el saber. Ya por aquel entonces despuntaba un
joven mago llamado Dagnatarus en las Torres Arcanas. Un
chico del que muchos decían que el tiempo lo recordaría. No
se equivocaban -asintió el bárbaro, pero no en tono jocoso sino
lúgubremente. Jack percibió que no había intentado hacer una
broma-. Ajeno a todo esto, la joven elfa Lorelai abandonó Var
Alon, la ciudad oculta de los elfos que según dicen se
encuentra al Sur de Mitgard, yendo al Gran Bosque, un lugar
por entonces ya salvaje, pero que no resultaba tan peligroso
como hoy en día.
- Lorelai había sido desde que nació una gran amante de la
naturaleza –continuó su relato-, a sus oídos llegó la noticia de
que el Gran Bosque se estaba convirtiendo en un lugar oscuro
y tenebroso. Un día decidió ir allí para, según afirmaba, hacer
que el bosque llegara a ser un lugar por donde uno pudiera
pasearse tranquilamente y admirar su belleza. Nadie había
hecho antes algo así y los elfos, que por aquel entonces
carecían de líder, intentaron que no fuera. Sin embargo, nada
pudo detener a Lorelai, ella sola se lanzó a la aventura. Una
calurosa mañana de verano como la de hoy hace ya mil años,
Lorelai se adentró en el Bosque.
- Las historias se vuelven confusas en los años en los que
Lorelai estuvo en el Bosque, pero se cuenta que allí cautivó a
todas las criaturas que moraban en él, hasta los propios
espíritus y hadas del Gran Bosque llegaron a adorarla
coronándola como Reina del Bosque. Aquello hizo que pasara
a ser un lugar mucho más cálido y apacible. La gente se dio
cuenta pues las ramas de sus árboles ya no impedían el paso a
los extraños sino que les invitaban a entrar, y los silfos
nocturnos entonaban canciones de bienvenida a los viajeros
que decidían internarse en sus dominios.
- ¿Qué ocurrió entonces? -se interesó Jack mostrando más
entusiasmo de lo que pretendía. Perk estaba hablando de la
historia de Lorelai que era la historia de los elfos, y no podía
evitar sentir una cierta curiosidad.
292
- Ocurrió lo inevitable, y es que Lorelai un día, se enamoró -
dijo de repente Lorac, que había estado escuchando con
atención todo el relato.
- Vaya, señor Lorac, veo que estáis al tanto de la historia de
Lorelai -dijo Perk con una inocente sonrisa.
-He…, estudiado algunas cosas al respecto -respondió con
cautela Lorac-. Siempre me interesaron las Guerras de Hierro.
Creo que fue una época muy… interesante.
Lanzó una mirada de advertencia a Jack para que no se
fuera de la lengua, pero éste le hizo un gesto tranquilizador.
Perk no podía sospechar ni remotamente lo que ellos sabían.
Pese a todo le estaban sorprendiendo sus amplios
conocimientos de la historia antigua. Se acordó entonces de
que Perk había sido, mejor dicho, era hijo de jefes y habría
recibido una profunda educación sobre la historia de Mitgard.
- Efectivamente, el Consejo de Magos, extrañado por el
súbito comportamiento benevolente del Bosque, envió a uno
de sus miembros a que investigara cuál era la causa -prosiguió
Perk como si nada hubiera pasado-. A la luz de la luna, a
orillas del Lago Milenario, en pleno corazón del Gran Bosque,
se encontraron por primera vez Dagnatarus y Lorelai,
enamorándose a primera vista.
A la mente de Jack acudieron imágenes de un joven
mago abriéndose paso a través del bosque y encontrándose a
la doncella elfa. Hacía mil años de aquello, y sin embargo la
destrucción y el dolor que había generado aquel amor
perduraban en los tiempos actuales.
- Después de aquello dicen que Lorelai lo dejó todo para
seguir a su amado yendo con él a las Torres Arcanas, dejando
el Gran Bosque al que nunca más volvería en vida -prosiguió
con tono neutro el bárbaro-. Se decía de ellos que eran la
pareja prefecta, el hombre más brillante con la mujer más bella
que había hollado la tierra de Mitgard. Sus ilusiones se
apagaron el día en que Dagnatarus acabó con la vida de su
amada y puso fin a la suya propia al ver lo que había hecho.
Desde aquel día el Bosque se volvió un lugar oscuro y
tenebroso. Se dice que desde entonces sólo los elfos pueden
293
adentrarse en su interior sin temor a sufrir daño alguno pues el
bosque no es capaz de hacer daño a los que son de la misma
sangre que Lorelai.
- También se dice que los elfos son gobernados por una reina,
en memoria de Lorelai -agregó Lorac lanzándole una mirada
apreciativa al bárbaro-. Eso he oído. Durante las Guerras de
Hierro los elfos no unieron sus filas al ejército de Girión. De
los pueblos libres fueron los únicos que no lo hicieron, pues
mientras Lorelai estuviera del lado de Dagnatarus ellos no
osarían alzar una mano en su contra. Mientras Dagnatarus la
tuvo de su parte se aseguró la neutralidad de los elfos en el
conflicto, cosa que benefició a sus planes de conquista -Lorac
entrecerró los ojos como si estuviera perdido en recuerdos
muy lejanos-. De hecho nunca quiso enfrentarse con los elfos,
pues estos fueron de los pocos que jamás utilizaron el hierro.
Lorac dejó de hablar bruscamente y se sumió en un
prolongado silencio. Daba la impresión de que lamentaba
haber hablado del tema. Jack le miró con admiración. Pese a
su relativa juventud, era ya un hombre sabio y de grandes
conocimientos de los sucesos antiguos. Quizás Lorac hubiese
servido mejor de historiador que de guerrero de la Hermanad
del Hierro, pero el destino era el que le había señalado ese
camino.
- Y por último, aunque esto es ya más leyenda que otra cosa,
pues a la gente le gusta mucho hablar de estas cosas -dijo Perk
llamando la atención de Jack nuevamente-, corren rumores de
que Dagnatarus no llegó a morir en la explosión que arrasó la
tierra de Darkun, que mientras se aferre a la vida el espíritu de
Lorelai vagará como alma en pena por el Gran Bosque. De
todas formas -rió el joven bárbaro ya un poco más distendido-,
no vayáis diciendo por ahí que yo defiendo esa teoría, más
propia de charlatanes que otra cosa.
Se detuvo sorprendido al ver que ni Jack ni Lorac
coreaban sus risas. Cuando les miró vio que ambos le
observaban con los ojos abiertos como platos. Perk empezó a
tartamudear sin saber qué hacer.

294
- Eh…, ¿he dicho algo inconveniente? Es algo que he oído,
nada más.
En ese momento los tres oyeron el sonido de los cascos
de un caballo que se acercaba y cuando se volvieron vieron
que Valian se dirigía hacia ellos.
- Estamos llegando a Erebor -se limitó a decir con la
parquedad de palabras que era habitual en él.
Todos se volvieron sorprendidos, pues tan abstraídos
estaban en su conversación que por un momento se habían
olvidado del verdadero motivo por el que estaban allí. Fue
entonces cuando, al levantar la mirada, se vieron
deslumbrados por el resplandor de la única ciudad de la
Llanura.
Erebor era más un gigantesco castillo surcado de
torreones que una auténtica ciudad pero, dado que los bárbaros
gustaban de vivir en tiendas de campañas según sus cánones
se podía llamar ciudad al enorme edificio al que llegaron los
compañeros aquella calurosa mañana de verano. Era, con
mucho, más grande que la Academia, única fortaleza con la
que podía comparar Jack aquella exótica urbe. Desde el
principio se dio cuenta de que dicha Academia era un lugar
más inexpugnable que Erebor. Para empezar, Jack se percató
con un simple vistazo, Erebor mostraba una muralla muy
endeble, salpicada de postigos y con algunos trozos en mal
estado. Y lo segundo que más impactó al joven, fue que estaba
hecho al completo de piedra y madera.
No había la más mínima señal de hierro por ninguna
parte.
Era lógico, pensó más tarde, pues si el hierro era un
material prohibido, extraño resultaría que la capital de los
bárbaros tuviera elementos hechos de este material. Según le
había contado Eric, ni siquiera en Kirandia había piezas de
hierro. Posiblemente la Academia fuera de las pocas fortalezas
que contaran con puertas hechas de hierro.
Sin embargo Erebor no dejaba de resultar
impresionante, pues hasta la fecha era el edificio más grande

295
que Jack había visto. Quiso comentárselo a Lorac, pero vio
que éste tenía otras cosas en la cabeza en esos momentos.
- Perk -dijo Lorac acercándose al bárbaro-. Necesitamos saber
cuanto antes si los Hijos del Sol siguen aquí o, en caso de que
hayan partido, hace cuánto lo han hecho.
- De acuerdo, los míos vendrán enseguida -asintió éste, tan
práctico como siempre.
Era verdad, de inmediato vieron que de las puertas de
madera abiertas de Erebor, salía un pequeño grupo de
bárbaros, todos ellos montados en torkas, al igual que Perk.
Esto al principio desconcertó a Jack, hasta que recordó una
cosa.
Erebor era la ciudad de los Desterrados.
Todos los que habían sido rechazados por sus tribus,
los que rompieron alguna de las sagradas leyes de la Llanura
iban a parar a ese lugar. Una ciudad hecha a su medida, donde
podían vivir casi como una tribu independiente de bárbaros,
aunque realmente no tenían esa consideración. Allí residía
Perk desde hacía cinco años.
Jack vio que Lorac se mostraba algo nervioso, su mano
se dirigió varias veces hacia la parte superior de su capa,
donde ocultaba su espada. El joven esperaba que su amigo no
cometiera una temeridad, pero por otro lado fue consciente
entonces de que era posible que Lord Variol se encontrase en
esos momentos en el edificio al que acababan de llegar.
- Bienvenidos, Perk, compañeros -saludó el que parecía el
jefe, un bárbaro que, una vez desmontado, cojeaba
ostensiblemente de una pierna y lucía una larga barba blanca
en su piel tostada por el sol-. Veo que ya has vuelto de tu viaje
a tu antigua tribu, y con compañía-
- Así es, Cular, te presento a… -empezó a decir pero Lorac no
le dio tiempo e hizo adelantar su caballo unos pasos hasta
ponerse frente al anciano Desterrado llamado Cular.
- Lo siento pero no tenemos tiempo para eso -dijo con
brusquedad-. Venimos en misión para las Torres Arcanas,
precisamos saber con urgencia si los Hijos del Sol que
llegaron hace unos días a Erebor siguen aún con vosotros.
296
El viejo no se dejó intimidar por Lorac y le miró con
calma.
- Sí, ya nos avisaron que preguntaríais por ellos -respondió
encogiéndose de hombros-. Aunque ignoraba que vendríais de
parte de los propios magos.
- ¿A qué os referís cuándo habéis dicho que ya os han
avisado? -se interesó Cedric con el ceño fruncido.
- Uno de los Hijos del Sol nos advirtió que vendría alguien en
su busca. Aunque, ha decir verdad, pese a venir con los Hijos
del Sol ese hombre no se parecía en nada a ellos.
Los compañeros se miraron alarmados. Lord Variol. Y
por lo que parecía estaba bastante seguro de cuáles serían sus
pasos.
- Pero no temáis -continuó Cular-. Se fue hace unas pocas
horas con otros cinco Hijos del Sol que le acompañaban. Me
dijo que os esperaba en el nacimiento del río Largo, a pocas
leguas de aquí.
- ¿Os dijo eso? -preguntó Lorac, y por primera vez su voz no
parecía tan segura. Hasta Jack se daba cuenta de que cada vez
era más evidente que se dirigían a una trampa. Era como si
Lord Variol quisiera que le diesen alcance sin importarle que
llevase el Cuerno de Telmos con él.
Cular asintió de nuevo y Lorac se volvió hacia los
demás para interrogarles con la mirada. Valian y Dezra le
hicieron un gesto como si le estuviesen diciendo que ya se lo
habían advertido, y entonces clavó sus ojos en Jack. Éste se
sintió incómodo de nuevo, pero esta vez era demasiado obvio
que Lord Variol les estaba conduciendo adonde quería, su
objetivo no podía ser otro que hacerse con él.
Una gran jugada para Lord Variol, si conseguía hacerse
de un golpe con Jack y el cuerno al mismo tiempo.
“¿Y ahora qué?”, se preguntó Jack. Habían partido de
la Academia con prisas y el único objetivo de recuperar el
cuerno, dando por hecho que Lord Variol únicamente
pretendía huir a Kirandia para allí reunirse con el embajador
de los Hijos del Sol, pero nunca se hubieran imaginado que su
intención fuera otra.
297
Lord Variol había dado por fin con Jack, a quien había
estado buscando durante más de dieciséis años. Puede que no
le importase arriesgarse a perder el cuerno si con ello lograba
capturar al muchacho.
Por un momento Jack se vio a si mismo volviendo a la
Academia con las manos vacías. ¿Iba acaso a permanecer tras
sus muros el resto de su vida por temor a que Lord Variol
finalmente le alcanzase? No, el Gran Maestre había dicho que
las piezas habían comenzado a moverse y que habría una gran
guerra lo quisieran o no. Debían empezar a actuar o antes de
que se dieran cuenta el enemigo estaría llamando a su puerta.
Había llegado el momento de jugarse el todo por el
todo.
- Vamos, debemos darnos prisa, o Lord Variol se cansará de
esperarnos -dijo a los demás que aguardaban en un silencio
tenso-. Tenemos una misión y debemos cumplirla. Para eso
estamos aquí.
Lorac le miró y asintió lentamente. También los demás
parecieron estar de acuerdo. Vio que Valian cabeceaba y que
tanto Eric como Karina parecían atemorizados pero decididos
a seguir con él hasta el final.
- Sea, pues –exclamó al fin Lorac-. Perk, ¿podrás guiarnos?
- Contad conmigo -respondió Perk. Aunque notaba la tensión
que había habido entre ellos durante aquel minuto de silencio
no podía comprender del todo qué ocurría-. Os llevaremos
hasta ellos, pero recordad que no pelearemos contra los Hijos
del Sol. No pienso poner en peligro a mi pueblo por una
disputa que no nos atañe.
- Entonces, no perdamos más tiempo.
- Esperad, ¿de qué habláis? ¡Perk, nada de enfrentamientos
contra los Hijos del Sol! -advirtió Cular con rostro alarmado.
- Tranquilo, anciano, ya he dicho que no pondré en peligro a
los míos -respondió Perk a voz en grito mientras azuzaba a su
torka- ¡Partamos ya!
Y sin más dilación, se puso a la cabeza del grupo y
dejaron atrás Erebor casi al galope.

298
El resto de aquel día fue una ristra de imágenes
confusas que pasaban con rapidez inusitada ante los ojos de
Jack. Partieron a toda prisa de Erebor. No tuvo más remedio
que poner su caballo a un buen ritmo, viendo que los bárbaros,
liderados por Perk, hostigaban con dureza a sus torkas y los
demás también azuzaban a sus monturas. Lord Variol les
llevaba una hora de ventaja, en el ambiente flotaba un sabor a
incertidumbre que les incitaba a resolver aquel asunto cuanto
antes. Jack sabía que se dirigían probablemente a una trampa,
y al igual que todos tenía prisa por saber cómo terminaría todo
aquello. Si de verdad iban a una encerrona era mejor que lo
descubriesen cuanto antes.
“Con prisas las cosas no se hacen bien, Jack”, solía
decirle Tarken cuando practicaban con la espada en el claro
del bosque que había junto a Vadoverde, sobre todo en esas
ocasiones en que el muchacho lanzaba un ataque alocado
debido a la impaciencia.
Bien, pues ahora, varios años después, quedaba claro
que no había aprendido la lección porque de nuevo estaba
tropezando con la misma piedra. El único consuelo que le
quedaba era que sus compañeros, mayores y más
experimentados que él, estaban cometiendo el mismo error.
Mientras tanto Valian les iba gritando algunas cosas
que debían recordar al tiempo que galopaban tras los bárbaros:
- Nos enfrentamos a los Hijos del Sol, así que debéis tener
cuidado con sus bastones. Yo me encargaré de Lord Variol -
Jack no sabía si fue impresión suya pero creyó detectar un
cierto anhelo en la voz del habitualmente inalterable Valian,
como si de verdad desease caer en una trampa y entablar
combate con su rival-. Pero de los otros cinco tendréis que
ocuparos vosotros. ¡Y recordad, la prioridad es hacerse con el
cuerno!
Cada vez más le parecía que Valian lo decía más para
sí mismo que para los demás, y se preguntó qué cuenta
pendiente tendría con el Señor de la Guerra.
Pese a todo, aunque avanzaron un gran trecho, no llegaron a
alcanzar ese día a los Hijos del Sol. Perk se paraba de vez en
299
cuando a examinar el terreno, e indicaba al resto del grupo por
dónde deberían marchar. No obstante, llegaron al nacimiento
del río Largo sin haber dado todavía con su objetivo.
No fue hasta la noche cuando finalmente les
alcanzaron.
Hacía rato que la luna había aparecido en el cielo, y
Jack notaba que su caballo se encontraba fatigado después de
la cabalgada. A su derecha quedaba el Gran Bosque, apenas a
unos cientos de metros de donde ellos estaban. Durante todo el
día habían seguido el rastro de los Hijos del Sol hasta allí y a
Jack le extrañaba. Era como si Lord Variol deseara volver al
Bosque, de donde venían persiguiéndole.
Creían que no les darían alcance hasta el día siguiente
cuando, tras subir a una pequeña colina, dieron por fin con
ellos.
Detuvieron sus monturas violentamente. Jack tuvo de
dar un fuerte tirón de las riendas de la suya para lograr pararse
en seco. Levantó la cabeza y miró hacia donde miraban todos.
Apenas a unos quinientos metros al pie de la colina
donde ellos se encontraban, pudieron ver a los Hijos del Sol.
Se habían detenido y miraban directamente hacia donde ellos
estaban, como si de antemano supieran que los tenían cerca.
Eran cinco Hijos del Sol, y delante de todos ellos se
encontraba Lord Variol, que los observaba con tranquilidad,
subido a su caballo, como si dispusiera de todo el tiempo del
mundo.
Los compañeros contemplaban la escena expectantes.
Por unos momentos nadie supo qué debían hacer a
continuación.
- Esto no me gusta, Lorac -dijo Cedric tragando saliva. Lorac
le miró sin contestarle.
Los Desterrados eran los que parecían más nerviosos
en esos momentos. Jack vio que algunos miraban a Perk
pidiendo explicaciones.
- Ya les hemos traído hasta aquí, Perk -dijo uno de ellos,
intentando tranquilizar a su torka, que por alguna extraña

300
razón estaba más asustada aún que su amo- ¡Vayámonos
cuanto antes!
- Sí -asintió Perk con aire ausente, sin dejar de mirar las seis
figuras inmóviles y lejanas, cinco de ellas vestidas de blanco,
y la última de gris-. Será mejor volver a Erebor. Hemos
cumplido lo acordado, Lorac. Lo demás ya no es asunto
nuestro.
Lorac iba a contestar cuando los caballos empezaron a
piafar aterrados y a intentar derribar a sus amos. Jack tuvo que
poner de toda su fuerza de voluntad para que su montura no le
tirara al suelo.
- ¿Qué les pasa a los caballos? -preguntó Karina desorientada.
Calmaron a sus monturas. Cuando lo lograron y ya
parecía que todo volvía a la normalidad, Valian habló por
primera vez.
- Estamos en peligro -murmuró con voz rasposa.
Valian no miraba hacia donde estaban los Hijos del
Sol, si no hacia un punto que quedaba a su izquierda. Todos
volvieron la vista hacia allí y vieron entonces una oscura
mancha que se aproximaba a ellos a toda prisa.
- ¿Qué es eso? -preguntó Eric con un nudo en la garganta.
- Lobos -susurró Lorac agarrando con tanta fuerza las riendas
de su caballo que sus nudillos se pusieron en blanco-. Y son
muchos. Debemos huir de aquí.
- No podemos -dijo entonces Valian.
Y al dar media vuelta vieron que otra negra masa se
dirigía hacia ellos. Estaban atrapados.
- ¡Qué Gwaeron nos guarde! -chilló uno de los Desterrados
aterrorizado- ¡Estamos perdidos!
- ¡Aún no! -gritó Valian, haciéndose oír por encima del
desconcierto general- ¡Tenemos el Bosque a pocos cientos de
metros de donde estamos! ¡Los lobos no podrán seguirnos allí!
- ¡Estás loco! -respondió uno de los bárbaros- ¡Nosotros no
entraremos ahí! ¡Ese lugar está maldito!
- Entonces quédate y muere -contestó Valian con su calma
habitual, y en ese momento se echó la mano a la espalda y

301
desenvainó su enorme espada de hierro, que tenía oculta hasta
el momento.
Los cuatro Desterrados, a excepción de Perk, le
observaron boquiabiertos.
- Es…, es un arma de hierro -tartamudeó el mismo bárbaro de
antes, pálido como la cera.
- Así es -se limitó a decir Valian- Luchad al tiempo que
cabalgáis. ¡¡Por la Hermandad!!
Y sin esperar a nadie más se lanzó al galope en
dirección al Gran Bosque. Pronto los demás salieron de su
estupor e, imitando a Valian, sacaron sus espadas de hierro
ocultas hasta entonces, y azuzaron a sus monturas en pos de su
compañero. Perk gritó algo y los bárbaros terminaron por
hacer lo mismo y hostigaron sus torkas con fuerza para no
perder el ritmo.
Jack agachó la cabeza y sin mirar qué tenía a su
alrededor golpeó los flancos de su caballo para que éste
avanzase a toda velocidad. Delante podía ver los cascos
traseros del caballo de Cedric, que desprendían barro y briznas
de hierba a medida que corría. No había pasado ni un minuto
cuando se animó a levantar la cabeza y con el corazón en un
puño vio que estaban cerca del bosque, muy cerca, pero no lo
suficiente como para llegar antes de que los lobos les
alcanzaran.
Y, efectivamente, cuando se encontraban a unos cien
metros del bosque, los lobos finalmente les atraparon, y los
compañeros se vieron obligados a detener a sus monturas y
combatir.
Era la primera vez desde que Lord Variol atacara el
valle de Asu en que los miembros de la Hermandad del Hierro
se veían obligados a luchar contra las criaturas de la
Oscuridad. Aquella sería la primera batalla de la guerra que se
avecinaba, a ellos les había tocado en suerte lidiarla.
Aún aturdido por lo que estaba pasando, Jack vio con
estupor cómo un lobo saltaba sobre uno de los Desterrados y
le desgarraba la garganta antes de que éste atinase siquiera a
desenvainar su espada. A su lado, Perk gritó enfurecido al ver
302
caer a uno de los suyos, y demostrando un gran coraje clavó su
espada en el mismo lobo que había matado a su compañero.
Cuando se disponía a rematarlo, Valian le detuvo con un
poderoso rugido:
- ¡No! ¡Embiste y sigue cabalgando hacia el bosque! ¡No te
detengas! -dijo al tiempo que con un golpe de su imponente
espada se deshacía de dos lobos.
Los miembros de la Hermandad intentaron cubrir a los
bárbaros, quienes se veían ampliamente desbordados por sus
enemigos. El propio Jack se sintió eufórico durante unos
instantes al combatir al lado de sus amigos. Aquellas eran las
criaturas de Dagnatarus. Las que habían contribuido hacía ya
dieciséis años a protagonizar el ataque al valle de Asu en el
que se habían llevado a su hermano. Ahora se estaba tomando
justa venganza.
Sintió cómo uno de los lobos le arañaba con sus garras
el muslo de su pierna derecha y jadeando consiguió matarlo.
Detrás de él los bárbaros hacían lo que podían, pero sus armas
demostraban ser mucho menos eficaces que las de hierro, y se
encontraban en serios apuros. Sin embargo ya se hallaban muy
cerca del Gran Bosque, y tan solo habían tenido una baja. Jack
empezaba a creer que podrían conseguirlo cuando en esos
momentos les alcanzó el segundo grupo de lobos.
- ¡Qué Orión nos ayude! -gritó Lorac, al que Jack vio
absolutamente pálido por primera vez en su vida.
Se giró y fue entonces cuando se percató de qué era lo
que había provocado ese terror en su valiente compañero.
Sintió que parte del miedo de su amigo se le contagiaba a él
mismo.
Al mando de la segunda horda de lobos, se encontraba
un lobo blanco como la nieve, y de un tamaño descomunal.
Era casi tan grande como un caballo, y su ojo derecho lucía
rojo como la sangre. Una fea cicatriz cruzaba la faz de la
bestia, y donde debía de haber tenido el otro ojo mostraba una
cuenca vacía.
El enorme lobo albino se lanzó sobre uno de los
bárbaros, y no tuvo ni que saltar para destrozarle la garganta.
303
Esta vez Perk no pudo reaccionar a tiempo y el gran lobo
blanco mató a sus otros dos compañeros sin que ninguno de
los del grupo pudieran hacer nada para impedirlo. Eran los
más retrasados de la compañía, y habían sido los primeros en
caer.
Jack logró matar a otro de los lobos, pero su vista
volvió a dirigirse hacia donde se encontraba el monstruo,
viendo aterrorizado que Karina, haciendo acopio de todo su
valor, intentaba hacerle frente.
- ¡Karina, no! -avanzó hacia ella pero había más bestias que le
impedían el paso. Su amiga estaba perdida. Ninguno de ellos
podía plantarle cara a semejante horror. La menuda joven no
era rival para el gran lobo blanco. Emitió un jadeo
desesperado cuando el lobo albino se lanzó sobre la chica.
Salido de quién sabe dónde, apareció en ese momento
el valiente Eric, y haciendo que su caballo embistiera al lobo,
consiguió desviar su acometida.
Pero no había tiempo para agradecimientos. Entre
Valian, Cedric y Lorac lograron abrir hueco entre la maraña de
enemigos, y Jack pudo divisar un trozo de bosque a poco más
de cien metros de donde ellos se encontraban.
- ¡¡¡Ahora!!! -rugió Lorac, usando su espada como una
guadaña a ambos lados de su montura para ensanchar aquel
mínimo resquicio- ¡Hacia el bosque!
Y así lo hicieron todos. Por muy poco Jack esquivó la
mordedura de uno de los lobos, y siguiendo a sus compañeros
espoleó su caballo todo lo que podía. Salieron de aquel nido
de avispas, y al volver la mirada atrás vio que los lobos,
encabezados por el lobo blanco, les seguían muy de cerca.
Otros se habían quedado atrás devorando a los que habían
caído.
También observó cómo, más lejos, Lord Variol le
observaba. Incluso siendo tanta la distancia que les separaba
podía sentir sus ojos sobre él.
Fue en ese momento cuando resultaron engullidos por
el Gran Bosque. A partir de ese momento Jack perdió
cualquier noción respecto al paradero de sus amigos. Lorac les
304
había dicho que las criaturas de la Oscuridad jamás se
adentrarían en sus dominios, pero Jack quería poner cuanta
más tierra de por medio entre él y sus perseguidores como
fuera posible.
No sabía dónde estaban los demás. Durante un rato
cabalgó a lo loco, sin poder ver hacia donde lo hacía, pues
numerosas ramas y hojas no dejaban de golpearle en la cara y
le cegaban constantemente. La oscuridad era casi completa.
Fue entonces cuando su caballo tropezó bruscamente, y
él resultó despedido hacia delante. Se preparó para una dura
caída pero ésta no llegó. Le recibió en cambio una sustancia
espesa y viscosa.
¿Dónde había caído? Intentó moverse pero lo único
que consiguió fue hundirse más en aquella extraña materia.
Cogió un poco con las manos de aquello lo que fuese y le
pareció pegajoso y repugnante. Era como si cogiera un puñado
de barro entre las manos.
Se tranquilizó y comenzó a analizar la situación con
calma. Poco a poco notó cómo comenzaba a hundirse en
aquella sustancia, y fue entonces cuando se dio cuenta de
dónde había caído.
Había caído sobre arenas movedizas.
No dejó que el pánico le atenazara. Sus amigos estaban
cerca, y confiaba en que los lobos no hubieran entrado en el
bosque, así no llamaría su atención aunque gritase.
Comenzó a llamar a sus amigos a gritos.
Cuando al cabo de un rato vio que no acudía nadie y el
barro le llegaba casi hasta el cuello, fue cuando se dejó llevar
por el pánico.
Miró a su alrededor pero no había ninguna rama suelta.
¡No había nada donde agarrarse! Se movió asustado pero con
eso sólo logró hundirse un poco más.
- ¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude por favor! -esta vez fue un
chillido aterrorizado. Por primera vez en su vida, Jack sintió el
terror más absoluto. Morir de aquella forma, solo, en la
oscuridad de la noche, hundiéndose poco a poco en la
oscuridad, le parecía terrible.
305
Se oyó entonces una voz:
- Vaya, vaya, ¿qué es esto? -era una voz risueña y cristalina-.
Un joven granjero en apuros.
Jack giró la cabeza todo lo que pudo, intentando que el
barro no le llegara a la boca, y gracias a un rayo de luna que
atravesó en ese momento los árboles, pudo observar dos ojos
muy azules y divertidos que le miraban.

306
CAPITULO 4
Coral

Cuando sus ojos fueron acostumbrándose a la


oscuridad de la noche, pudo ver que quien había hablado era
una joven que lucía un extraño vestido verde y le observaba
con aire divertido desde donde estaba, apoyada en el tronco de
un árbol.
La chica avanzó unos pasos hasta ponerse bajo un claro
donde la luz de la luna le daba de lleno. Jack advirtió entonces
que, aparte de sus ojos azules, su pelo le llegaba hasta la
cintura y era de un ligero color marrón con tonos rojizos. Más
o menos tendría su misma edad.
No se paró a pensar qué podría estar haciendo aquella
chica en el Gran Bosque, un sitio bastante hostil a los extraños
por lo general. Consiguió que el barro no avanzara más allá de
su cuello quedándose totalmente quieto, para así poder hablar.
Era consciente de que aquella joven era su última oportunidad
para escapar de aquel sitio con vida.
- Bueno -dijo la chica- ¿Quién empieza con las
presentaciones, tú o yo? -le sonrió con tono amable.
Jack la miró aturdido, ¿pero de qué demonios estaba
hablando?
- ¡Sácame de aquí, rápido! -le exhortó, pues su situación era
cada vez más precaria- ¡Lánzame una cuerda, una liana, lo que
sea!
- ¡Oh, perdona, olvidaba que no estás muy cómodo ahí
dentro! -respondió la joven, y echó un vistazo a su alrededor.
Mientras lo hacía, Jack notó cómo se hundía en el barro un
poco más. Dentro de poco no podría ni hablar.
La joven miró en torno a sí, y después de un rato que a
Jack se le hizo eterno, volvió encogiéndose de hombros.
- Sólo hay hojas, y las ramas están muy altas.
Jack consiguió mirar y vio que tenía razón, no había
nada susceptible de utilizar como cuerda. Y el tiempo se le
307
estaba agotando. Fue así como se fijó en el vestido de la joven,
era de una pieza y la llegaba más allá de las rodillas.
- ¿Tienes algo para cortar? -preguntó alzando la barbilla como
podía por encima del barro.
- Bueno, tengo esto -de su cinturón desenvainó un diminuto
cuchillo, bien labrado, pero que no serviría casi ni de
cortaplumas. Era de plata seguramente, y la hoja no sería más
larga que la mitad de su dedo meñique.
- ¿Tu vestido es de tela resistente? -casi gritó Jack, dejándose
llevar por el pánico.
- ¡Oooh, sí! -dijo ella entusiasmada, y dio una vuelta en torno
a sí misma para que Jack pudiera admirar la calidad de su
vestido-. La mejor tela de todo Mitgard. Pero es valiosíiiima,
no veas lo que me costó .
Durante unos segundos Jack se quedó aturdido, sin
saber qué decir. ¿Pero es que la chiquilla había perdido la
cabeza? Ahí estaba él ahogándose y ella hablándole de moda.
- Corta tu vestido con el cuchillo por encima de las rodillas -la
exhortó, intentando no gritar para no asustarla- y luego
lánzamelo.
- ¡¿Estás loco?! -replicó ella mirándole con el ceño fruncido-
¿No te acabo de decir lo que costó este vestido?
- ¡Hazlo! ¡Ya! -no podía más, el barro empezaba a llegarle a
la boca.
- Oye, mira, aquí las cosas se piden con buenos modales. ¿No
pretenderás que eche a perder un vestido de esta calidad,
verdad? No digo que aprecies tu vida, supongo que sí lo harás,
pero ponte en mi postura, he traído poco vestuario para el
viaje y…,y…
Dejó de hablar cuando se hizo evidente que Jack no
podía hacerlo. La cabeza había desaparecido engullida por el
barro y tan sólo los brazos de Jack asomaban al exterior,
agitándose con nerviosismo.
- ¡Oh, mierda! -protestó la chica.
Sin embargo cogió el pequeño cuchillo de hoja de plata
y comenzó a cortar su vestido a la altura de los muslos. A

308
veces miraba los brazos de Jack, que se movían
espasmódicamente y fruncía el entrecejo.
- Espera un poco. ¡Qué impaciente!
Finalmente lo logró. La verdad es que le había quedado
un trozo de tela demasiado corto, pero esperaba que fuera
suficiente. Maldiciendo por lo bajo al haber destrozado su
vestido, se lo lanzó hacia donde los brazos se agitaban cada
vez más.
- ¡Muy bien! -dijo la chica, contenta al ver que Jack agarró el
trozo de tela. Dio un tirón y el joven logró sacar la cabeza de
debajo de las aguas, jadeando y resoplando.
Jack apenas si veía a la chica, pues tenía barro hasta en
los ojos. Pero se sobrepuso a aquello con prontitud, pues el
peligro aún no había terminado.
- Eso…, eso es -bufó extenuado, unos segundos más y no lo
habría contado-. Ahora…, ahora tira con fuerza de la tela.
- Está bien -respondió la chica.
Comenzó a tirar con todas sus fuerzas. Jack fue
avanzando a través del barro poco a poco, durante unos
momentos que se le hicieron interminables. Vio que la joven
estaba roja por el esfuerzo y cuando pudo agarrarse a la orilla
estuvo a punto de soltar un grito de alivio. Había escapado de
los lobos, eso era cierto, pero morir allí ahogado era incluso
una muerte peor.
Lleno de lodo, se dejó caer sobre la hierba sin fuerzas,
ya sobre terreno seguro. Se limpió como pudo el barro que
tenía en la cara, y cerró los ojos al tiempo que recuperaba el
aliento. Su mente rápidamente se puso a funcionar. Debía
encontrar a Lorac y los otros. Por lo que él sabía tan solo los
cuatro Desterrados que acompañaban a Perk habían caído, los
demás se habían salvado todos. Era necesario reunirse y
plantear la nueva estrategia a seguir…
Sus pensamientos se diluyeron rápidamente cuando
comenzó a oír unos resoplidos enfadados cerca de donde él
estaba. Con cautela, se incorporó un poco y giró la cabeza
hacia el origen de aquellos sonidos.

309
La chica que le acababa de salvar la vida se agarraba el
vestido destrozado con gestos furiosos. Jack guardó silencio
aturdido sin saber qué decir. En circunstancias normales no
dudaría en reírse de un comportamiento tan infantil, pero lo
cierto es que si no hubiera sido por ella ahora estaría en el
fondo, engullido por el lodo.
En ese momento, la joven levantó la cabeza y sus
miradas se encontraron.
- ¿Estarás contento, no? -le reprochó ella, mostrándole el
vestido roto- ¡Mira lo que ha pasado por tu culpa!
- Siento lo ocurrido -contestó Jack recurriendo a la
diplomacia-. Quizás haciendo unos retoques aquí se pueda
solucionar algo -añadió dirigiendo su mano hacia el vestido
para ver qué se podía hacer.
- ¡No toques, descarado! -dijo ella, y le dio un sonoro bofetón
en la mano- ¿Qué te has creído, que soy una cualquiera?
¡Estás hablando con una princesa!
Jack empezaba a estar un poco harto. ¡Claro que sí!
¡Otro príncipe en su vida! Al final iba a resultar que lo raro
sería encontrar a alguien que no lo fuera.
- Soy la princesa Coral, heredera del Trono de Plata y futura
emperatriz de Var Alon -dijo con aire presumido la chica.
- Pues yo soy Jack de Vadoverde -gruñó él, preguntándose de
dónde había oído el nombre de Var Alon.
Entonces lo recordó.
- ¿Var Alon, dices? ¿No es ahí donde viven los elfos?
- ¿Y qué soy yo, granjero descerebrado? ¿Un troll de las
marismas?
- Pues mira, seguro que son más simpáticos que tú.
Ella se puso roja de indignación y empezó a chillarle.
Si Jack no había llamado la atención de las criaturas del
bosque cuando comenzó a gritar antes, Coral lo lograría ahora
sin duda. Seguramente nadie había sido tan imprudente como
ellos dos en aquella zona del bosque desde hacía mil años.
Fue así como se fijó en las orejas de la joven. ¡Eran
puntiagudas! ¿De verdad estaba ante uno de los míticos elfos?

310
No se tenía noticias de ellos desde las Guerras de Hierro.
¿Sería posible que hubiera topado con uno de ellos?
Fuera como fuese, el mito de los elfos como seres
angelicales y semidivinos se le acababa de venir abajo.
- ¡Y agradecido deberías estar de que te haya salvado la vida!
¡No merezco que…que…! -Coral dejó de hablar cuando se
hizo evidente que Jack no la escuchaba, y se limitaba a mirarla
boquiabierto- ¿Qué diablos te pasa?
Jack tragó saliva confuso.
-¡Eres una elfo! -susurró anonadado.
- Elfa para ser más exacto -apuntó ella, poniendo los brazos
en jarras-. Ya te vas dando cuenta de a quién tienes delante,
¿no, Jack de Vadoverde? Ya era hora, a ver si me muestras
más respeto.
Se incorporó quitándose el barro que llevaba encima lo
mejor que pudo. Pasada la primera impresión inicial, era de
nuevo consciente de la situación. De acuerdo, no sabía cómo
pero se había ido a topar con la única elfa de todo Mitgard con
mal genio. Una malcriada, parecía. Estaban perdidos en el
Gran Bosque y debía encontrar a sus amigos cuanto antes.
- Está bien, Coral –trató de sonar más conciliador-. Tengo que
encontrar a unos amigos de los que me acabo de separar
¿Puedes ayudarme a hacerlo?
- ¿Se puede saber qué hace un grupo de humanos en el Gran
Bosque? -preguntó ella recelosa.
- Hemos sido atacados por una horda de lobos. Nos hemos
visto obligados a refugiarnos aquí, los lobos jamás nos
seguirán al interior del Gran Bosque.
- Eso es bien cierto -asintió ella-. El Gran Bosque es temido
por todas las criaturas de la Oscuridad.
- Así es -respondió Jack, sin perder la paciencia. Antes creía
que si llegaba a conocer a alguno de aquellos seres de leyenda
lloraría de la emoción, pero empezaba a pensar que si lloraba
era para que le quitaran a esa pesada de encima. Lástima que
necesitara su ayuda-. Me separé del grupo, cayendo en ese
cenagal del que me has sacado. Y necesito encontrarlos cuanto
antes.
311
- Está bien, te ayudaré a buscarlos. El Gran Bosque es
inofensivo para los elfos, así que tú ven cerca de mí y no te
pasará nada.
Realmente no le quedaba otro remedio. Según la
historia que le habían contado Lorac y Perk aquella misma
mañana, el bosque respetaba a los elfos y no les hacía daño.
¿Cómo si no se explicaba que aquella chica vagara por él sin
que le pasara nada? Y estaba lejos de las sendas protegidas de
la Hermandad del Hierro, lejos de esos caminos un miembro
de la Hermandad corría tanto peligro como otro cualquiera.
Se acercó a ella para no perderla de vista, y para su
sorpresa recibió un empujón que le hizo trastabillar.
- ¡No hace falta que te pegues tanto, Jack de Vadoverde! -le
recriminó ella, intentando tirar del vestido roto para abajo- ¡Y
ojo con las miraditas! Desde que te he conocido no me has
quitado la vista de encima.
- Seguro que sí -como siguiera así, iba a olvidar que era una
chica y la desafiaría a un duelo, fuera elfa o no-. Pero si estás
más escurrida que un espárrago, niña.
- ¡¿Cómo te atreves?! ¡Haré que te empalen por esto, niño de
granja!
Jack iba a responder cuando ambos oyeron un ruido a
sus espaldas. Se volvieron con presteza, olvidadas sus
rencillas para hacer frente al nuevo peligro, y entonces vieron
como las numerosas hojas se abrían para dar paso a un ser
diminuto.
Sin embargo, Jack ya conocía a este personaje.
- ¡Nébula! -dijo Jack sorprendido.
El pequeño silfo al que ya conociera durante su viaje
con Lorac hacia la Academia, apareció ante ellos como por
arte de magia. Hizo una profunda reverencia cuando tuvo a la
elfa delante.
- Jack, me alegro de verte. Princesa Coral, cuánto honor veros
de nuevo por aquí -en conjunto, era incluso un poco gracioso
ver a la rechoncha figura inclinarse, haciendo que su larga
barba blanca tocara el suelo, y Jack no pudo evitar soltar una
ligera risita.
312
- Nébula, cuánto tiempo -saludó Coral con gesto alegre, y le
soltó una mirada furiosa a Jack cuando éste se rió por lo bajo-.
No sé de qué conocéis a este botarate, pero es obvio que hay
algunos aquí que no saben mostraros el respeto que merecéis.
- Oh, no os preocupéis, princesa. Jack es un viejo conocido, y
puede permitirse ciertas licencias conmigo.
Jack frunció el ceño e iba a replicarle a Coral, cuando
cayó en la cuenta de que el silfo la había saludado también
como una vieja conocida. ¿Qué secretos guardaba aquella
joven que él aún desconocía?
Se giró hacia Nébula, y vio que éste le miraba con
media sonrisa, como si supiera qué era lo que estaba pasando
por su cabeza en esos momentos. Tardíamente, recordó que
los silfos tenían ciertos poderes y entre ellos estaba el de
conocer sus pensamientos.
- Eres un joven increíble, Jack -dijo Nébula, palpándose su
oronda barriga-. No creo que conocer a la princesa de Var
Alon sea una simple casualidad. No hay duda de que el
destino te ha señalado para algo grande.
- El destino me ha gastado una broma entonces -agregó el
joven, lanzándole una mirada de reojo a Coral. Ésta se puso de
nuevo roja de furia, y antes de que pudiera decir algo Jack
continuó hablando- ¿Qué haces aquí, Nébula?
El silfo hizo un gracioso gesto, como queriendo
abarcarlo todo con sus manos.
-¿No es obvio? -respondió-. El bosque es mi hogar, aquí soy
yo quien dicta las reglas, y quién dice quién entra y quién no.
Voy donde me place, pues son mis dominios. La pregunta
pues, joven Jack, es qué haces tú aquí -Jack se dispuso a
contestar pero el silfo le detuvo con un gesto de la mano-. Sé
por qué la princesa Coral está aquí, pues ella me pidió permiso
para entrar, sin embargo, tú no lo has hecho, y ahora estás
fuera de las sendas marcadas por la Academia.
- Pero no temas, porque aquí soy casi omnisciente. Por tanto,
se qué es lo que te ha obligado a entrar en el Bosque esta
noche. Nada más supe de tu presencia, me dirigí hacia aquí en
cuanto pude, temiendo no llegar a tiempo para salvarte, pues
313
notaba que estabas en peligro. Sin embargo -hizo una nueva
reverencia en dirección a Coral-, por fortuna la princesa pudo
sacarte del apuro.
Jack gruñó algo por lo bajo. No le gustaba que le
recordaran que estaba vivo gracias a la intervención de la
caprichosa elfa.
- Bien, entonces debes saber que mis amigos también están
aquí esta noche -repuso antes de que el presumido silfo
siguiera hablando-. Venimos huyendo de los lobos y los he
perdido. Espero que puedas ayudarme...
Se calló bruscamente al ver que Nébula había
cambiado el gesto. Incluso Coral guardó silencio cuando se
dio cuenta de que esta vez el rostro del silfo mostraba una
preocupación real.
- ¿Qué ocurre? -Jack estaba asustado a su pesar. Qué había
capaz de atemorizar de esa manera al que se jactaba de ser el
Guardián del bosque.
- No puedo creerlo, han entrado -susurró Nébula con los ojos
fijos en la nada.
Jack comenzó a ponerse nervioso. A su lado, Coral
también se mostraba inquieta.
- ¿Quién? ¿Quién ha entrado? -exigió saber la chica, cada vez
más nerviosa.
- Una presencia maligna. Nunca había sentido nada igual
desde…-Nébula se giró hacia ellos, todo gesto de bondad
había abandonado su rostro-. Rápido, id con los demás. Están
en el campamento que montasteis esta mañana, princesa.
Acudid con presteza pues los amigos de Jack se dirigen hacia
allí, y vuestro hermano está inquieto por vuestra huída. Podría
ocasionarse un enfrentamiento y será mejor evitarlo.
Coral asintió con presteza, demostrando que cuando la
situación lo requería podía también ser eficaz. Jack se giró
hacia el silfo, cuando éste ya se había dado media vuelta.
- Nébula ¿qué ocurre? ¿Quién ha entrado en el bosque?
- No debes preocuparte, Jack, yo los detendré. Mucha suerte
en todo y ten cuidado, muchas cosas se perderán si tú mueres.

314
- ¿Es una broma? -preguntó Coral mirando a Jack con una
ceja enarcada.
- ¡Marchaos! -gritó el silfo- ¡Ahora!
Ninguno de los dos jóvenes añadió nada más, y tras
hacer un saludo de cabeza en dirección a Nébula, abandonaron
el lugar.

A medida que corría directamente hacia la amenaza,


los espíritus del bosque le iban informando de los
movimientos del nuevo peligro. Los notaba enfadados, pues
querían castigar al ente oscuro que se había atrevido a entrar
en sus dominios, pero a la vez sentía su temor, jamás hasta ese
momento habían tenido que lidiar con una criatura de
semejante poder.
Nébula tenía cierta sospecha sobre quién o quiénes
podían ser los que habían entrado en el Gran Bosque, pero aun
así se sorprendía de su atrevimiento. Realmente su necesidad
debía ser muy grande para arriesgarse de esa manera.
Fue al llegar al claro del bosque cuando les tuvo frente
a sí. Efectivamente, sus sospechas se confirmaron de
inmediato al averiguar la identidad de quiénes eran los que
habían entrado en sus dominios.
Lord Variol le observaba con tranquilidad, dueño
absoluto de la situación. Su albino cabello relucía de forma
fantasmagórica a la luz de la luna, e incluso se permitió una
sonrisa al ver llegar al silfo.
A su izquierda, un gigantesco lobo blanco clavó su
rojiza y tuerta mirada en él con maldad. Nébula tragó saliva.
Sus sospechas se habían confirmado, ningún otro ser en todo
Mitgard con la excepción del propio Dagnatarus rezumaba
tanta oscuridad como aquella criatura. Recordaba muy bien los
estragos que había causado durante las Guerras de Hierro.
- Te dije -habló entonces Lord Variol en dirección al lobo-
que no me acompañaras, mi querido amigo. Ni siquiera yo soy
capaz de ocultar un corazón tan negro como el tuyo al bueno
de Nébula quien, supongo, te habrá detectado nada más
entraste en el Bosque.
315
- Así es, Señor de la Guerra -Nébula notó el sudor en las
palmas de sus manos, pero intentó no ponerse nervioso-.
Vuestra entrada en estas tierras está vedada. Tú y Skôll debéis
salir de inmediato del Gran Bosque.
- Eso quisiéramos, mi buen amigo -pasara lo que pasase, Lord
Variol jamás perdía la calma- pero algo me dice que estás
protegiendo a alguien a quien estamos buscando. Entréganoslo
y nos iremos enseguida de aquí.
El enorme lobo gruñó con impaciencia.
- ¡Ya basta de juegos estúpidos! -su voz era como un sonido
salido de las profundidades de la cueva más oscura que
pudiera imaginarse. Era extraño ver a un lobo hablar con un
idioma que se asemejaba al de los humanos, pero cualquiera
que viera a una criatura como ésa sería capaz de creer
cualquier cosa- ¡Sigamos buscando al chico! Quiero probar su
carne -añadió con anticipado deleite, como si ya estuviera
saboreándolo.
- Paciencia, mi hambriento amigo -intervino nuevamente
Lord Variol, mirando con desagrado a la bestia-. Ya te dije
que deberíamos pedir antes permiso a nuestro querido silfo. Y
recuerda que no debemos hacer daño al chico. El maestro le
necesita vivo. Si quieres, cómete a sus compañeros, salvo a
Valian -agregó con un extraño brillo en la mirada-, ése
déjamelo a mí.
Nébula tomó aire y se dispuso a hacerles frente. El
tiempo de juegos se había acabado.
- Ya está bien, mi señor Variol. Marchaos de aquí, si no
queréis que ordene a las criaturas del bosque que os ataquen.
- Oh, pero tú no harías eso, mi pequeño amigo -el Señor de la
Guerra desenvainó una espada que llevaba oculta tras su capa,
una espada roja como la sangre-. Mórbida nunca antes había
probado sangre de silfo. No me obligues a hacerlo.
- Aquí no tienes poder -le desafió Nébula, y con preocupación
vio cómo Skôll empezaba a mostrarse impaciente-. Ésta es mi
casa, y soy yo aquí quien dicta las normas.
La risa de Lord Variol se oyó en todo el claro del
bosque.
316
- Ah, mi diminuto e inofensivo amigo, jamás cambiarás. Ten
cuidado, conozco la forma de matarte. Es cierto que no
podríamos hacerlo aquí y ahora, pero sé dónde tienes tu
morada -de nuevo rió al ver que Nébula palidecía-. Sí, amigo
mío, no me sería difícil penetrar en el Bosque y llegar hasta tu
árbol... ¿no es así como mueren los silfos, cuando se
marchitan los árboles donde viven? Yo podría hacer que tu
árbol se marchitara mucho antes de lo que tú pensabas.
Se calló bruscamente al ver que Skôll comenzaba a
avanzar hacia Nébula. Resultaba impresionante ver al
diminuto personaje hacerle frente al descomunal lobo.
- Os iréis hoy de aquí, mi señor Variol, si aún os queda algo
de decencia, os iréis -Sin arredrarse, Nébula sacó un pequeño
medallón de uno de sus bolsillos alzándolo frente a sí, para
que el Señor de la Guerra pudiera verlo.
Lord Variol lo vio y enseguida supo lo que significaba.
Por primera vez sintió un profundo malestar por todo lo que
estaba pasando, por lo que el destino le había deparado.
- ¿De dónde has sacado eso? -ya no había burla en la voz del
albino Señor de la Guerra. Aquel tono de voz hizo que incluso
Skôll se detuviera en su avance hacia el pequeño silfo.
- Me lo dio alguien que tú conoces, hace ya muchos años,
como garantía de que nunca sería atacado por uno de los suyos
-respondió el silfo con simpleza.
Era un pequeño colgante acabado en un medallón
plateado. El símbolo del medallón estaba labrado en bella
factura, representando una espada en cuya empuñadura había
sido engarzada lo que parecía ser una rosa.
Por un momento, Lord Variol dio un paso en falso.
Hacía cuánto que sus ojos no veían aquel dibujo, símbolo de
otra vida. Otra vida donde hubo un tiempo, antes de que todo
cambiara, en que fue feliz.
Lord Variol se dirigió hacia Skôll:
- Vámonos, ya no tenemos nada que hacer aquí -se limitó a
decir, dando media vuelta.
- Está tan cerca -jadeó el lobo blanco, mirando a Nébula y
paladeando su banquete con anticipado deleite.
317
- No volveré a repetirlo, Skôll –insistió Lord Variol.
El monstruo miró a las espaldas del Señor de la Guerra
con odio, y por un momento Nébula llegó a pensar que le
atacaría. Finalmente se lo pensó mejor y marchó tras los pasos
de su compañero.
Antes de irse Lord Variol giró un momento la cabeza
en dirección al silfo.
- Hoy te ha salvado el medallón -murmuró- pero si alguna vez
vuelves a escudarte en él ante mi presencia, juro que destruiré
tu árbol con mis propias manos.
Nébula tragó saliva y contempló cómo las dos figuras,
una humana, la otra monstruosa, desaparecían hacia el exterior
del Gran Bosque. Cuando estuvo seguro de que habían salido
del mismo, se dejó caer sobre la hierba y, tras guardarse el
medallón con la promesa de que nunca más volvería a hacer
uso de él, descargó toda la tensión que llevaba acumulada, y
estuvo llorando el resto de la noche.

Acuciados por una extraña sensación de premura, Jack


y Coral corrieron a través del bosque. Jack se limitaba a seguir
a la chica elfa, pues solo ésta sabía dónde habían instalado el
campamento los suyos. Aún seguían sin saber quiénes eran los
que habían entrado en el Gran Bosque, aunque el joven tenía
ciertas sospechas sobre quién podía ser. Si estaba en lo cierto,
esperaba que Nébula hubiera hallado alguna manera de
expulsarles del bosque.
Pronto comenzaron a oír sonidos que indicaban
claramente que había estallado una discusión en algún lugar,
pues hasta donde ellos estaban llegaban gritos indignados e
insultos. Jack reconoció varias voces y apremió a Coral para
que fuera más deprisa. Ésta se quejó en voz alta y dijo que no
le diera órdenes, pero hizo lo que le pedía.
Así fue como irrumpieron en una escena más que
curiosa. Jack vio que sus compañeros habían hecho una piña
para cubrirse las espaldas unos a otros, y estaban rodeados por
varias decenas de figuras de elegante porte que les
amenazaban con numerosos arcos.
318
- ¡Deteneos! -anunció en ese momento la princesa, alzando
las manos.
Todos se volvieron hacia donde ellos estaban. Los ojos
de los atacantes se abrieron como platos al ver que junto a
Coral se encontraba otra persona.
- ¡Apártate de la princesa, patán! -dijo uno de ellos,
apuntándole con un arco.
- ¡Jack! -gritó Eric desde donde estaba, hombro con hombro
con los demás.
Jack los vio allí y sintió un gran alivio después de todo
lo que había pasado. Allí estaban todos, Eric y Karina, el uno
junto al otro. También estaba Cedric, intentando proteger a su
hermano y, por supuesto, Valian, Lorac y Dezra. Algo más
apartado se encontraba Perk, que aparecía con los hombros
hundidos, como si no le importara ser atravesado por una de
las flechas con las que le estaban apuntando en ese momento.
Y es que, realmente, no estaban todos, cuatro bárbaros
habían caído víctimas de los lobos. Cuatro Desterrados a las
órdenes de Perk, a cuyo cargo habían muerto.
Los apartó momentáneamente de su mente pues, si no
se andaba con cuidado, habría más de un cadáver allí esa
noche.
- Tranquilos, viene conmigo, es inofensivo -les calmó la
princesa elfa, poniéndose delante de Jack como para
protegerlo de sus compañeros, cosa que hizo que Jack se
quedara paralizado por la sorpresa durante unos instantes-
Aunque es verdad que es tonto -añadió con una risita.
El momento pasó fugaz para Jack, y miró a Coral con
el ceño nuevamente fruncido. Empezaba a maldecir el
momento en que había conocido a esta princesa mimada y
caprichosa.
- Pensábamos que os había pasado algo, mi princesa -dijo uno
de los atacantes con gesto pomposo. Jack pudo ver que
también tenía las orejas puntiagudas y los ojos almendrados,
pero se trataba de un elfo más corpulento, además su cabello
era de un extraño tono rubio-. Creímos que estas personas os
habían hecho algún daño.
319
- Pues no ha sido así, Vanyar -respondió Coral con simpleza.
- Entonces –intervino otro elfo, éste más joven que el otro,
con el mismo tono rojizo de cabello que la elfa. A diferencia
de su compañero, había bajado el arco y no parecía tan
amenazador- ¿Qué te ha pasado, hermana?
Coral palideció y Jack notó que buscaba una excusa.
- Oí gritos -explicó sin mucha convicción- y fui a investigar.
Descubrí a este joven que se estaba ahogando en unas arenas
movedizas, y aunque, desde luego, es un patán, pensé que
hasta ellos merecen una oportunidad y le salvé la vida.
Jack quiso replicar a lo de patán, pero la verdad es que
le había salvado la vida, y se tuvo que tragar sus palabras.
- Ya veo, hermana, cuán generosa eres -sonrió con
perspicacia el elfo de cabellos rojizos- pero notamos tu
desaparición del campamento esta mañana, y estos humanos
dicen que acaban de entrar en el Gran Bosque huyendo de
unos lobos.
- Es…, es cierto, dicen la verdad, el silfo Nébula les conoce -
contestó Coral, eludiendo la mirada del elfo.
Lorac se adelantó unos pasos del grupo, llamando la
atención de los demás elfos, que le volvieron a apuntar con sus
arcos, pero éste no se arredró.
- Claro que conocemos a Nébula, y no tenemos nada que ver
con la desaparición de vuestra princesa -Lorac les miró a todos
desafiante-. Siempre he soñado con ver a los legendarios elfos,
aquellos por los que corre la sangre de Lorelai. Nunca imaginé
que fueran tan tercos como nosotros los humanos. Llevamos
un rato intentando daros explicaciones pero no nos habéis
dejado, pese a que os dijimos que ignoramos dónde estaba
vuestra princesa -les miró con calma uno por uno-. Realmente,
creía que los humanos éramos la única especie en Mitgard que
no sabe escuchar.
Los elfos bajaron las cabezas algo contritos. No así el
elfo rubio que había hablado por primera vez. Miró a Lorac
disgustado, como si no le gustara que un humano le diera una
lección.

320
- Oídme bien. Esta mujer -continuó Lorac, y señaló a Dezra-
pertenece al Consejo de Magos y los demás somos miembros
de la Hermandad del Hierro.
Se oyeron murmullos sorprendidos entre los elfos.
- Así que aquí estáis después de tanto tiempo -susurró el elfo
del cabello rojizo-. No es casualidad que os encontremos justo
ahora. Los Escribas tenían razón.
- ¿A qué os referís?
El elfo los recorrió a todos con la mirada guardando
definitivamente su arco.
- Que haya calma, amigos, éstos no son nuestros rivales, el
propio Nébula les avala. Hay mucho de que hablar, y éste es
un buen momento para hacerlo -dijo en dirección a Lorac, y
luego agregó hacia Coral-. Y tú deja tus escapadas, hermana.
Voy a empezar a pensar que tu amigo el patán no tiene mucho
que envidiarte.
Jack no dijo nada, pero para él fue una satisfacción ver
que la princesa Coral bajaba la cabeza avergonzada. Había
momentos en la vida en que era mejor dejar que hablaran los
demás, y éste era uno de ellos.

- Soy el príncipe Gerald de Var Alon, y ésta es mi hermana y


futura emperatriz del Trono de Plata, Coral -comenzó a hablar
el elfo algo más tarde-. Disculpad a mi hermana si ha sido algo
brusca contigo, Jack, le gusta darnos quebraderos de cabeza y
a veces tiene por costumbre escaparse del campamento
explorando por su cuenta. Cuando notamos su desaparición,
solo yo tenía una ligera sospecha de que no le había pasado
nada, pero mis compañeros estaban más inquietos, incluso yo
me asusté un poco cuando vi que había más gente en el
bosque.
Coral murmuró algo por lo bajo sobre que “sólo fui a
dar una vuelta”, pero Jack no pudo evitar soltar una ligera
risita, ganándose una mirada de fastidio por parte de la chica.
- Me alegro de conoceros, príncipe Gerald, y que se haya
deshecho el equívoco -respondió Lorac con cortesía-. Es un
gran acontecimiento conocer a los elfos. Realmente habíamos
321
perdido todo el contacto con vosotros. Hacía mucho que no os
veíamos.
- Así es, recuerdo que la última vez que tuvimos noticias de
vosotros fue hace más de veinte años. ¿Aún sigue Tarken de
Gran Maestre?
El semblante de Lorac se ensombreció.
- No -dijo con prudencia-. Muchas cosas han ocurrido desde
entonces. Derek es el Gran Maestre ahora.
Gerald se extrañó por la reserva mostrada por Lorac,
pero no preguntó nada más.
- Y, decidme -continuó hablando el príncipe elfo- ¿Qué os ha
traído a los miembros de la Hermandad a salir de vuestros
dominios?
Coral echó una mirada de reojo a Jack y murmuró por
lo bajo algo que sonaba como a “ahora aceptan a cualquiera en
la Hermandad”. Jack se sonrojó ligeramente, pero hizo oídos
sordos a lo que la chica había dicho.
- Un objeto de gran importancia para nosotros nos fue robado
por los Hijos del Sol -respondió con cautela Lorac-. Les
venimos siguiendo desde entonces, pero hoy hemos sufrido
una emboscada siendo atacados por los lobos.
- ¿Lobos? - el elfo llamado Vanyar enarcó una ceja escéptica-
. Hoy en día son ya muy pocos los que quedan, jamás osarían
adentrarse en la Llanura.
A Jack no le gustaba el tono de aquel elfo engreído,
mirándolos como si fuesen seres inferiores. Iba a replicar
cuando el príncipe Gerald levantó la mano.
- Yo les creo -dijo-. Coincide con los avisos que nos han
hecho los Escribas. Es cierto, también nosotros hemos notado
que últimamente las fuerzas de la Oscuridad aparecen por
doquier.
- Ése es precisamente el motivo de que estemos viajando a
Kirandia -intervino entonces Coral, a quien los elfos parecían
darle un trato más especial incluso que al del propio Gerald-.
Los Escribas nos han encomendado esa misión, tras interpretar
las últimas señales…

322
- ¡Calla, hermana! -la interrumpió bruscamente su hermano-.
No debemos dar más información de la precisa, hasta que
hablemos con el propio rey Alric. No os lo toméis como una
ofensa, señor Lorac -añadió en dirección a éste- pero entended
que tenemos una misión y no podemos desvelar su contenido
más que a la persona indicada.
- No hay ofensa, no os preocupéis. Estos dos jóvenes que veis
aquí, son hijos del propio Alric.
Lorac señaló a Cedric y a Eric. El primero aguantó las
miradas de los elfos sin apartar la vista, mientras que el
segundo se encogió, ligeramente impresionado. Pero Jack no
se fijó en ese detalle, sino en el hecho de que él y Karina
estaban sentados sobre la hierba uno al lado del otro. Puede
que, después de todo, hubieran arreglado sus diferencias.
- Nos alegramos de conoceros -asintió Gerald con una ligera
sonrisa- pero es sólo ante vuestro padre ante quien
hablaremos.
- ¿Puedo proponer una cosa? -habló entonces la joven Dezra.
- Por supuesto, señora -contestó Gerald, con deferencia-. Una
miembro del Consejo de Magos cuenta con todo nuestro
respeto.
- Ya que nuestros destinos parecen coincidir, al menos de
momento, propongo que prosigamos viaje juntos hasta
Kirandia.
- Estamos de acuerdo -respondió Gerald sin esperar
consultarlo con los demás.
A Jack no se le escapó que Vanyar hacía un gesto de
desagrado al oír la respuesta de su príncipe, y supo que no
todos los elfos estaban de acuerdo con él..
- Bueno, Jack de Vadoverde -dijo entonces una voz cerca
suya, y se sorprendió al ver a Coral a su lado-. Parece ser que,
por desgracia, tendremos que seguir juntos durante un tiempo.
Y Jack no supo si la noticia le alegraba, o por el
contrario, le entristecía.

323
324
CAPITULO 5
La tormenta se aproxima
- Se aproxima uno de los nuestros, señor.
Quien así hablaba era un joven que seguramente
acababa de salir de la pubertad. Mentor, Archimago de las
Torres Arcanas, le dirigió una mirada apreciativa pues eran
escasos los mozos que se presentaban hoy en día ante el
Consejo de Magos para solicitar pasar a formar parte de dicha
Orden como aprendices, había que cuidarles bien.
Echó un vistazo a su alrededor, viendo con
detenimiento la comitiva de la que formaba parte. Cerca suya,
por supuesto, estaba como siempre Theros, su fiel mano
derecha, y a su alrededor varios magos más del Consejo,
numerosos guardias que habían viajado con ellos hasta la
Academia para guardarles de todo mal.
Hacía ya tres días que se había despedido del Gran
Maestre Derek, retornando a las Torres Arcanas. Luego de los
terribles sucesos ocurridos, el robo del Cuerno de Telmos,
siendo testigo de cómo a un joven de dieciséis años se le
mostraba lo que el destino le había deparado, había tenido una
última reunión con el propio Derek.
En ella habían coincidido en aunar fuerzas, por lo que
Mentor había decidido poner en alerta a todo el Consejo de
Magos. Una tarea difícil pero de la que esperaba salir
satisfecho. Ahora el Consejo y la Hermandad iban de la mano
ante un mal común, no sería fácil convencer a los demás
magos de que debían unir fuerzas.
En eso había estado pensando estos tres días. Para los
magos había sido un alivio abandonar el Gran Bosque. Pese a
la indicaciones de la Hermandad sobre las sendas por las que
podrían viajar sin riesgo, a Mentor no le gustaba ir por ese
lugar. El Bosque estaba maldito desde antes incluso de las
Guerras de Hierro, lo quisieran los miembros de la Hermandad
o no, y nada lo convencería de lo contrario. Para él -y para el

325
resto de la compañía-, dejar atrás ese oscuro páramo era lo
mejor que les había pasado en mucho tiempo.
Se alegró al ver de nuevo las tierras de Ergoth. Una vez
allí, no habían tenido el más mínimo problema en la frontera,
donde los soldados que estaban de guardia a cargo del rey les
habían reconocido enseguida y franqueado el paso sin hacer
preguntas.
Mentor sintió una profunda satisfacción al estar de
vuelta en Ergoth, pues el viaje a la Academia no era fácil, se
alegraba de estar de nuevo en casa. Más se alegró al divisar en
la distancia las siluetas de sus amadas Torres Arcanas. Fue
saludando con gesto afectuoso a los campesinos con los que se
cruzaban por el camino y que, al reconocerles, les hacían
profundas reverencias.
Estaban a punto de llegar a su destino cuando un
acontecimiento inesperado sacó al Archimago de aquellos
breves momentos de paz. Un jinete se acercaba. Descubrió que
era uno de los magos del Consejo en persona. Cabalgaba solo
y sin escolta, lo cual resultaba inusual pese a que estuvieran a
pocas leguas de las Torres Arcanas.
Los miembros de la comitiva se detuvieron. Mentor se
volvió hacia Theros, el mago de cabeza rapada que le había
acompañado también a la Academia.
- Es extraño -dijo Theros como si hablara para sí- ¿Qué
noticia puede ser tan urgente que no puede esperar a que
lleguemos a las Torres Arcanas para que nos sea comunicada?
Mentor no contestó. Eso mismo se preguntaba él, sobre
todo teniendo en cuenta que las Torres estaban tan solo a dos
leguas de distancia.
Algo le decía que no podían ser buenas noticias.
“Adiós al pequeño momento de tranquilidad” -pensó
con tristeza, pero enseguida prestó toda su atención al mago
que llegaba sin saber si se trataba de algo grave.
El jinete detuvo su montura cuando llegó hasta donde
se encontraban el Archimago y su mano derecha. Mentor vio
que, pese a que había recorrido una corta distancia desde las

326
Torres Arcanas, el hombre jadeaba de cansancio debido a la
excitación que denotaba todo él.
Mentor reconoció enseguida al muchacho. Era Jonás,
uno de los magos más jóvenes del Consejo junto con Dezra.
No hacía ni dos años que había adquirido dicha categoría y,
como tal, se le había permitido formar parte del Consejo.
- Señor, gracias a los dioses que os encuentro tan rápido -
resolló el joven mago-. Me dieron órdenes de partir en vuestra
búsqueda e informaros de los últimos acontecimientos, pero
no sabíamos que os encontrabais tan cerca de las Torres
Arcanas.
- Está bien, Jonás, cálmate -intervino Theros con su
parsimonia habitual-. El Archimago está ante ti, ¿qué es eso
tan importante que debes decirnos?
El joven levantó la cabeza algo más tranquilo
señalando dubitativamente hacia una pequeña colina que había
a su derecha.
- Acompañadme y vedlo por vosotros mismos, mis señores –
dijo Jonás, haciéndoles gestos para que le siguieran.
Sin hacer preguntas, tanto Mentor como Theros fueron
tras él, y en unos segundos coronaron con sus caballos la cima
de aquella colina.
No hubo necesidad de palabras. Supieron al instante
qué era lo que había asustado de esa manera al Consejo de
Magos.
- Ha aparecido esta misma mañana, señor –aclaró Jonás con
gesto de estupor.
Mentor asintió lentamente pero no dijo nada, y volvió
su vista de nuevo hacia el norte. Hacia el norte, donde unas
nubes negras cubrían todo el cielo sobre la tierra de Darkun.

Muy lejos de allí, la reina Esmeralda contempló con


ojos llenos de frialdad el templo que era objetivo de su visita.
Enseguida hizo un gesto de desagrado. No le gustaba tener que
ir ahí, pero desde que Gerald y Coral se marcharan a Kirandia,
aquel sitio le atraía como un imán.

327
Esmeralda, reina de los elfos de Var Alon y Señora del
Trono de Plata, se sentía preocupada.
Era extraño que aquella mujer, que se jactaba de ser
una persona fría y que nunca perdía la calma, estuviera tan
inquieta, pero ya hacía varios días que sus hijos habían
partido, y el no saber dónde podrían estar ahora le llenaba de
una honda preocupación.
Era por eso por lo que había decidido acudir a los
Escribas. Odiaba hacer eso, pues no le gustaba esa gente, pero
era cierto que sólo ellos conocían las respuestas y eran capaces
de desenmarañar la urdimbre del destino. Por eso estaba ahí.
Durante las dos décadas que duraba su reinado, la reina
siempre había estado dándole vueltas en su cabeza a una
disparatada idea. Y es que desde los tiempos de Lorelai, allá
por las Guerras de Hierro, los elfos habían desaparecido de la
vida de Mitgard. Un muy escaso contacto con el mundo que
les rodeaba, aislados en aquel refugio seguro que representaba
el bosque de Var Alon, pero también podía verse como una
cárcel. Lo mismo que impide que otros entren te impide salir.
En los mil años que habían transcurrido desde las
Guerras de Hierro pocas eran las veces que los elfos habían
salido de allí, haciendo que la mayoría de los habitantes de
Mitgard les creyese más seres de leyenda que personas reales.
Pocos eran los contactos que mantenían con algunos reyes y
siempre al amparo de la noche y del secretismo. Por caminos
secretos se reunían con los mandatarios, sin más testigos que
la luna que les iluminaba.
Pocos eran los reyes a los que frecuentaban. El
Supremo Rey sabía de su existencia, así como Alric de
Kirandia, pero poco más, y Esmeralda siempre había sido del
parecer de que ya era hora de que volvieran a darse a conocer
al mundo.
Ése era su pensamiento cuando hablaron los Escribas,
trastornando todos sus planes. Fue el motivo por el que había
ido allí, al templo, para hablar con ellos.
Entró comprobando que no había guardias en aquel
lugar, al igual que en ninguno de los territorios elfos. Aún no
328
se había concebido un elfo con malas intenciones para los de
su propia raza. Por ello no había necesidad de proteger los
edificios oficiales. Los humanos, en cambio, sí debían hacerlo,
un signo inequívoco de la debilidad de los hombres.
En poco tiempo Esmeralda llegó a una sala de grandes
dimensiones donde, en el centro de la misma y reunidos en
torno a lo que parecía un fuego, había un puñado de enlutadas
figuras. Eran las suyas siluetas extrañas y deformes, de escaso
parecido con las esbeltas formas de los elfos.
Una de ellas se percató de su presencia, fue hasta ella y
para cualquier observador ya no hubo duda alguna. La criatura
que estaba ante la reina era un elfo porque tenía las orejas
puntiagudas, pero allí acababa toda semejanza con ellos,
incluso con los humanos podría decirse.
Esmeralda vio con sus propios ojos que el ser que tenía
delante era un hombre, pero jorobado y horriblemente
deformado. Horribles protuberancias salían de su cuerpo, y
numerosos bultos podían adivinarse a través de la tela oscura
que le cubría.
- Es el precio por el poder -susurró el castigado ser, viendo
que Esmeralda no podía evitar un gesto de lástima, como cada
vez que estaba en presencia de alguna de aquellas criaturas.
- Me presento antes vos, Evor -dijo la reina elfa, intentando
no mirar directamente al semblante del hombre-. Para
preguntaros por…
- Quieres saber si tenemos alguna novedad sobre vuestra hija
-murmuró Evor con una media sonrisa que fue la mueca más
horrible que Esmeralda había visto nunca.
La reina se dio por vencida de nuevo.
- Así es, Escriba -admitió-. Ya hace varios días que partieron.
¿Ha aparecido algo nuevo en vuestras lecturas?
- Nada nuevo, hermosa reina -respondió el Escriba-. Hace ya
tiempo que no tenemos ninguna novedad. La última fue
cuando se nos reveló el destino que debía cumplir tu hija.
- ¡¿Pero cómo puede ser?! -protestó Esmeralda en voz baja.
Por el gesto de disgusto del Escriba no era la primera vez que
le hacían esa pregunta- ¿Qué puede hacer ella?
329
- No somos quiénes para discutir los designios de los dioses,
mi señora. Lo cierto es que tu hija tiene una misión que
cumplir. Ella lo ha aceptado, acéptalo ahora tú.
- ¡Ella no es consciente del peligro! -se revolvió la reina
conteniendo su ira. Odiaba a aquellas criaturas, las odiaba pero
al mismo tiempo las necesitaba, su pueblo entero precisaba de
ellas.
Evor el Escriba hizo una pequeña reverencia ante ella y
volvió con los suyos, dando por finalizada la discusión. La
reina elfa salió todo lo rápido que pudo de aquel templo, el
único lugar de su amada Var Alon que odiaba con toda su
alma.

Se despertó gritando, como acostumbraba a hacer


desde que su hija se marchara y, sudoroso y con el corazón
latiéndole con fuerza en su pecho, se sentó sobre la cama y
volvió poco a poco a la realidad. Esta vez el sueño había sido
muy real, y había visto el cadáver de su hija señalándole de
manera acusadora.
“Me has matado”, decía ella.
Y, en verdad, ¿no era así?
- Oh, sagrado Tror, ¿qué he hecho? -gimió Justarius, general
de los Hijos del Sol.
Hacía ya tiempo que había comenzado a tener esos
sueños. Al principio pensó que eran simples pesadillas, pero
más tarde ya no supo qué pensar, pues los sueños no dejaban
de acosarle, tenía miedo hasta de dormirse. Sentía una gran
culpa en su interior. Había enviado a su hija a una muerte casi
segura, ¿de verdad valía el poder tanto como la vida de su
hija? ¿Que hubiera dicho su mujer de eso?
Desde que su esposa muriera, sabía que había perdido
el rumbo. Ahora sólo el ansia de poder le ocupaba la mente, y
en su lecho lloraba muchas noches cuando a su mente acudían
recuerdos de un tiempo en el que él, un simple soldado de los
Hijos del Sol, sin preocupaciones ni grandes obligaciones,
jugaba con su hija pequeña junto con su mujer.

330
Los dos, tanto el hombre como la mujer, reían al ver
que la pequeña Karina intentaba atrapar entre sus manos a un
esquivo saltamontes.
Hoy, unos quince años más tarde, su mujer estaba
muerta y había enviado a su hija pequeña a una misión suicida
que, eso sí, le procuraría a él grandes ganancias y un mayor
poder.
Los golpes en la puerta de su habitación le asustaron.
Se recuperó lentamente y, tras secarse el sudor de la cara con
una toalla, abrió la puerta.
Un joven soldado estaba ante él, seguramente no haría
ni un año que había sido nombrado Hijo del Sol y parecía
temeroso de encontrarse ante uno de los generales de mayor
prestigio de su Orden.
- El…, el Dorado os espera, mi señor -Justarius asintió
ausente y despidió al chico con un gesto. Éste no esperó más y
se marchó de allí lo más rápido que le permitieron sus piernas.
Justarius respiró hondo. Era posible que hubiera
noticias de Lord Variol y de los Hijos del Sol que con él
habían ido a aquel lugar donde vivían y se entrenaban los de la
Hermandad, aquella academia donde se ocultaban.
Fuera como fuese se vistió enseguida y echó a andar
por los pasillos de la Torre Blanca. Se cruzaba a veces con
soldados y algunos sirvientes, que se apresuraban a saludarle
respetuosamente. Todos le conocían y le temían, dada su
importancia.
Llegó finalmente a la sala donde le esperaba el Dorado.
Galior era su nombre, pero hacía ya tiempo que ya nadie le
llamaba así.
- ¿Qué ha pasado? -preguntó sin más preámbulos. Los nervios
le hicieron olvidarse de que estaba en presencia de su líder.
El Dorado le miró con semblante magnánimo.
- Buenas noticias, amigo mío –le comunicó Galior-. Lord
Variol y los Hijos del Sol que iban con él han conseguido
hacerse con el Cuerno de Telmos y viajan ya para Kirandia.
Hemos tenido algunas bajas pero es un precio pequeño en
comparación con el tener el cuerno en nuestras manos.
331
- ¿Y mi…?
- Nada sabemos de vuestra hija, pero es de suponer lo que ha
debido pasar -le cortó el Dorado-. Querido Justarius, tu hija
nos ha prestado un gran servicio, te aseguro que la
recordaremos durante mucho tiempo. Además, ha conseguido
una gran gloria para su padre quien, a partir de hoy, será
nombrado mi sucesor en el cargo. Sí, querido amigo, algún día
llevarás mis galones y conducirás a la Orden hacia un futuro
mejor.
Justarius ni siquiera tuvo fuerzas para contestar. Pese a
que era una noticia esperada y mil veces soñada, no por ello
fue menos dura para él. Así pues todo había acabado, a su
mujer la mató el destino, siempre implacable. A su hija, la
había matado él.
- Piensa en la gloria que nos ha deparado -prosiguió el
Dorado, ajeno al dolor interior de Justarius-. Lord Variol
llevará el Cuerno a nuestro embajador en Kirandia. Allí estará
a salvo, pues cualquier intento de hacerse con él significaría la
guerra, y el rey Alric bien lo sabe.
Algo en todo lo dicho por el Dorado despertó su interés
y, pese al dolor que sentía, levantó la cabeza y miró cara a cara
a su líder.
- Siendo así, ¿por qué llevar el cuerno a Kirandia? -preguntó-
¿No sería mucho más seguro traerlo aquí mismo?
- Ah, ahí va la última parte de mi plan, mi querido amigo -
sonrió felizmente Galior-. Esto es algo que sólo sabemos Lord
Variol y yo. Desde este momento, tú también.
Aquel secretismo no podía ser bueno. Un escalofrío
comenzó a recorrer la espalda de Justarius.
- ¿De qué se trata, mi señor?
- Antes que nada debes entender que ser un líder conlleva
tomar decisiones difíciles –meditó el Dorado, como dando por
hecho que las siguientes palabras no le iba a gustar a su
compañero-. Lo entenderás cuando me sucedas en el mandato.
Sacrificar a tu hija Karina fue una decisión dura, pero
necesaria -Justarius bajó la vista, de nuevo aquel dolor-,

332
sacrificar a los Hijos del Sol que están en Kirandia, ha sido
también un duro golpe para mí, pero necesario.
Justarius palideció, y por un momento incluso llegó a
olvidarse de que acababa de perder a su hija, miró a su señor
incrédulo.
- ¡¿A qué os referís?! -dijo con la voz alterada.
- Ah, mi querido amigo, qué difícil es gobernar -en opinión de
Justarius, parecía sincero al decirlo- pero es necesario tomar
decisiones como ésta para extender nuestro dominio. Lord
Variol tiene allí órdenes precisas, salidas de mi propia boca y
que solo él, y ahora tú, conoceréis.
- Te he dicho que si el rey Alric intentara hacerse con el
cuerno por la fuerza, tendríamos guerra –continuó-. Unos
Hijos del Sol muertos en el reino de Kirandia convencerán al
Supremo Reino de que debemos someter a Alric. Sin embargo,
si ello sucediese, en Kirandia contarían con el Cuerno de
Telmos, y eso podría darnos la derrota en la batalla -murmuró
el Dorado por lo bajo, como si hablara para sí-. No, no es así
como deben hacerse las cosas.
- ¿Qué es, pues, lo que tenéis pensado? –preguntó Justarius,
aún con desconfianza- ¿Por qué han de morir nuestros
hombres?-
El Dorado acusó el golpe.
- No es ésa la visión que debes tener de todo esto -aclaró-.
Algún día, cuando ocupes mi puesto, lo entenderás -tomó
asiento. De repente parecía un hombre viejo y cansado y,
realmente, lo era-. Yo también fui una vez un hombre con
ideales como tú. Luego me di cuenta de que la vida no es así
como nosotros creíamos.
- Hace ya tiempo que Kirandia se nos está yendo de las
manos. Cada día es mayor el tráfico de armas de hierro en ese
reino, pero no tenemos pruebas suficientes para inculparles y
poner de nuestra parte al Supremo Reino de Angirad. Cuando
la Hermandad del Hierro se hizo con el Cuerno de Telmos, se
nos brindó esa oportunidad. Llevaremos el cuerno al
embajador de los Hijos del Sol que está en Kirandia. Una vez

333
allí, y con el más absoluto sigilo, Lord Variol matará a los
nuestros y se escapará con el cuerno.
Justarius tragó saliva, pero no interrumpió al Dorado.
Quería saber cómo justificaría semejante crimen.
- Lord Variol escapará, pero me traerá el cuerno a mí -
continuó Galior en voz baja-. Una vez lo haya hecho, el
mundo solo verá unos Hijos del Sol muertos en el palacio real
de Kirandia, y el Supremo Rey dará por hecho que el rey Alric
lo hizo para conseguir el Cuerno de Telmos. Habrá guerra y
los Hijos del Sol contaremos con el apoyo del Supremo Reino
de Angirad.
- Sin embargo, amigo mío –no pudo ocultar el tono satisfecho
de su voz-, y ahí va la mejor parte de mi plan, el cuerno estará
en nuestro poder, y los de Kirandia no podrán utilizarlo contra
nosotros en la batalla.
El Dorado dejó de hablar, y levantó la cabeza para
mirar a su general.
- Con el Supremo Rey de nuestro lado y el Cuerno de Telmos
en nuestro poder, la victoria está asegurada -razonó Justarius-.
Incluso es posible que Alric no presente batalla y se rinda de
inmediato.
- ¡Así es, amigo mío! -saltó el Dorado con la cara enrojecida
por la satisfacción-. Además de ahorrar otras vidas entre los
nuestros, exigiremos la abdicación de Alric, y pondremos a
alguien de confianza en el trono. Estoy convencido de que el
Supremo Rey dará su beneplácito.
Justarius se arrodilló ante el Dorado, impresionado por
la aguda inteligencia de su líder. Karina ya había quedado
relegada a un rincón de su mente.
- Me inclino ante vuestra infinita sabiduría, mi señor -dijo con
tono reverencial Justarius.
El Dorado sonrió a su vez.

Lejos de aquella conversación, una figura solitaria


detuvo un momento su caballo y levantó la cabeza para otear
el horizonte. El viento movía su grisácea capa y aquellos
blancos cabellos le daban un aire fantasmal. Hacía ya tiempo
334
que descubrió que su apariencia provocaba temor en los que le
rodeaban y eso, lejos de frustrarle, le había producido un gran
placer.
Con sus fríos ojos azules contempló a los Hijos del Sol,
afanados en montar el campamento. Le habían acompañado
desde la Torre Blanca hasta la Academia y luego, pese a la
pérdida de varios de sus compañeros y el temor que sentían,
continuaron con él a través del Gran Bosque. Habían
demostrado ser unos hombres fieles y valientes.
Lástima que tuvieran que morir.
Lord Variol volvió la vista clavándola en el ya lejano
bosque. En su interior maldijo en voz baja su suerte. Habían
conseguido el Cuerno de Telmos, eso es cierto, y todo el
mérito del plan había sido suyo. Fue él quien llegó a la Torre
Blanca fingiendo una gran fidelidad hacia el Dorado, y
ofreciéndole el plan para hacerse con el cuerno, penetrando en
la mismísima Academia. Suya era también la idea que tenía
pensado realizar cuando llegaran a Kirandia.
Pero no era menos cierto que el chico se había
escapado de nuevo. Él mismo se había encargado de retrasar la
marcha de los Hijos del Sol para asegurarse de que sus
perseguidores le darían caza. Luego, tal y como había
acordado, Skôll se había presentado con los suyos a tiempo.
Contaba con que Jack estaría en el grupo perseguidor, pues
conocía al Gran Maestre Derek. ¡Qué previsible era!
Era conocedor de que el Gran Maestre dejaría que el
chico formase parte del grupo que partiría de la Academia en
su busca. Querría que el chico encontrase su propio destino,
más ahora que la guerra estaba tan próxima. Querría darle
libertad al chico para que él pudiese elegir.
Pero únicamente le estaba poniendo las cosas más
fáciles al Señor de la Guerra.
Todo había sido sorprendentemente fácil. Skôll y sus
lobos estaban donde debían estar. Dio órdenes a los Hijos del
Sol de que se detuvieran a esperar a los de la Hermandad para
presentar batalla. Estos le habían hecho caso, y el propio Lord
Variol no había podido contener una sonrisa al ver el susto que
335
se llevaron cuando aparecieron los lobos. ¡Idiotas, ni siquiera
imaginaban que los lobos estaban al servicio del Señor de la
Guerra!
Sin embargo, algo había salido mal. Skôll tenía
órdenes precisas de matar a los demás y dejar vivo al chico,
quien caería en manos de Lord Variol con facilidad. En la
Academia Valian había frustrado sus planes. No dejaría que
sucediera por segunda vez.
Luego todo se había torcido. Los de la Hermandad opusieron
más resistencia de la prevista y habían logrado abrirse paso
hasta llegar al Gran Bosque.
A partir de ahí había tenido que improvisar. Ordenó a
los Hijos del Sol que marcharon al borde del Bosque, que él
contendría a los lobos. Tan aterrorizados estaban que no
objetaron nada al respecto y espolearon a los caballos sin
echar una mirada atrás.
Una vez se hubo asegurado que habían huido, se reunió
con los lobos.
Allí estos le abrieron paso y pudo hablar con Skôll, lo
cual siempre le desagradaba. No es que temiera al gigantesco
lobo, pero no sabía mucho de él. Para Lord Variol en el
conocimiento del adversario siempre había estado la clave de
la victoria, por ello no le gustaba la presencia del Señor de los
Lobos.
El chico había huido hacia el interior del Gran Bosque,
según confirmó el enorme lobo, los suyos se negaban a entrar
ahí. Lord Variol les maldijo y decidió encargarse él mismo de
todo. Sería él mismo quien cogería al muchacho. Ahora que le
tenía tan cerca no iba a dejarle escapar.
Entró en el Bosque, pero para su disgusto Skôll le
acompañó, aunque reconoció que su concurso podía ser
fundamental para imponerse a los de la Hermandad. Sin
embargo sucedió lo que más temía, pues él tenía ciertas
habilidades y era capaz de ocultar su presencia a las criaturas
del bosque, no así Skôll, cuyo corazón estaba tan
emponzoñado de maldad que ni siquiera el Señor de la Guerra
podría hacerle invisible a los seres del bosque.
336
Llegó hasta ellos Nébula, ese fastidioso silfo que tenía
por costumbre aparecer en los momentos más inoportunos. Ya
le había visto en el pasado, y el silfo se encargó de
recordárselo enseñándole aquel medallón.
Un símbolo de una vida ya casi olvidada para él.
Y él, Lord Variol, Señor de la Guerra, uno de los seres
más poderosos de toda Mitgard, se había batido en retirada.
Dagnatarus quería a ese chico, pero tendría que ser en otro
momento. No omitiría aquel medallón.
Así, un día después, se encontraban a pocos kilómetros
del final de la Llanura, en el propio valle que desembocaba en
Kirandia. Lord Variol miró nuevamente a los Hijos del Sol
que reían y charlaban en torno a la hoguera. Mañana llegarían
a Gálador, capital de Kirandia, y allí se resarciría del fracaso
en el Gran Bosque.

Y aún mucho más lejos de donde estaban tanto elfos


como Hijos del Sol, más todavía de donde el Señor de la
Guerra se hallaba sumido en sus pensamientos, una enjuta
figura se dejó caer sobre el árido terreno.
El sol castigaba sin piedad aquel lugar, un eterno
páramo de tierra reseca, sin ninguna loma, sin riachuelos
donde poder refrescarse. Era con toda probabilidad el sitio
donde menos accidentes del terreno había en todo Mitgard.
Nada alteraba la quietud de los Llanos, un lugar que pocas
veces había sido hollado por un ser humano tras las Guerras de
Hierro.
Sin embargo, era la segunda vez que pasaba por algo
parecido. Ya le había ocurrido una vez en el pasado, cuando
había escapado con vida por muy poco. Esta vez había sido
más afortunado, nadie le había descubierto, más los años no
pasaban en balde, hubo de reconocer que no era un lugar para
alguien de su edad. Más bien, no lo era para nadie que
estuviera en sus cabales.
A veces sentía que sería más fácil quedarse tendido
sobre la dura tierra y dejar que todo terminara. Que Orión se
apiadara de él, le había servido suficientemente durante todos
337
sus años de vida. Sin él la Hermandad no sería ahora más que
un confuso recuerdo en las mentes de los que quedaran ahora
con vida. Nadie podía culparle de no haber puesto su granito
de arena en la guerra que sacudiría Migard dentro de poco,
pero no era suficiente. Aún no había dicho su última palabra.
Y es que debía llegar vivo a Kirandia. Lo que había
descubierto era demasiado importante para que muriera con él.
Echó una ojeada hacia atrás, tumbado como estaba en el suelo.
Pese a la distancia a la que se encontraba, podía divisar
algunos picos de lo que se había dado en llamar las Montañas
de la Noche. Eso le dio fuerzas para seguir adelante, pues
aquello le recordó que no había ido a ese lugar en vano. Si
bien no había logrado su objetivo inicial, tampoco se había
marchado con las manos vacías, al igual que le ocurriera la
otra vez que estuvo allí.
Así que, recurriendo a toda su fuerza de voluntad,
consiguió ponerse en pie y, paso a paso, continuó su camino
hasta la lejana tierra de Kirandia.

338
CAPITULO 6
Con los elfos

Para Jack salir del Gran Bosque fue como ver la luz
del sol al despertar por la mañana, un brusco pero agradable
cambio. Si antes la luz del sol se filtraba apenas a través de los
resquicios que dejaban la maraña de ramas, ahora se extendió
en el horizonte la tierra de Cedric y Eric. Ambos contemplaron
su reino en silencio, llenos de emoción. Por lo que pudo saber
Jack, el Gran Maestre les dejaba volver a Kirandia cada varios
meses interrumpiendo sus clases en la Academia. Era el único
privilegio con el que contaban los dos príncipes, pero aún así
volvieron a dejarse llevar por el mismo sentimiento de
felicidad que les invadía cada vez que veían su hogar.
Junto a él Karina sonrió satisfecha al ver el gesto de
absoluta alegría de Eric. Al volverse se dio cuenta de que Jack
la había descubierto y se sonrojó, bajando la vista al instante.
Desde luego para Jack era también motivo de
satisfacción ver la tierra de los Caballeros de Kirandia, pero
más lo era aún saber que sus dos mejores amigos parecían
haber arreglado sus diferencias. Después del ataque de los
lobos en la Llanura, que Eric hubiera salvado a Karina de las
fauces de una de aquellas bestias, debían de haber hablado en
el Bosque, antes de ser sorprendidos por los elfos. Jack había
encontrado un hueco para preguntárselo al propio Eric el día
anterior cuando anduvieron por el bosque pero éste había sido
muy parco en palabras, como si le costara admitir que no
había tenido razón cuando se enfadó con Karina.
- Sí, cruzamos unas palabras cuando los demás te estaban
buscando después de que huyéramos al bosque -había
confesado el joven príncipe a regañadientes, en uno de los
descansos que habían hecho el día anterior-. No es que no nos
preocupáramos de ti -añadió a toda prisa- pero Karina se me
acercó y dijo que me agradecía que le hubiera salvado la vida
allá fuera.
339
- ¿Y qué le contestaste? –preguntó Jack.
Y éstas fueron las palabras que más le había costado
pronunciar a Eric.
- Pues…, pues que tenía razón y yo había sido un estúpido al
ponerme así con ella -le miró compungido-. Tenías razón,
Jack, me he dado cuenta de que no se la puede culpar
eternamente por lo que hizo. Cuando nos atacaban los lobos,
supe que apreciaba a Karina y que no quería que saliera de
nuestras vidas. He aprendido a perdonarla.
Jack, aunque aún era algo inocente en temas de
sentimientos, había tenido el acierto de quedarse callado y no
reprocharle nada a su amigo.
Sonrió de nuevo al contemplar la cara de felicidad de
su amigo y la mirada avergonzada de Karina. Por un
momento, ni siquiera se acordó de que sólo dos días antes
habían sido atacados por los lobos, que gente que viajaba con
él había muerto, pero la realidad se le presentó del modo más
crudo cuando vio el semblante de Perk.
El joven bárbaro llevaba grabado en su cara el estigma
del dolor. Al contemplarle, se dio cuenta de cuánto había
sufrido, de lo dura que había sido la vida con él, un hijo del
jefe de una de las tribus bárbaras, un hombre llamado a ser
uno de los representantes de la Llanura.
Cinco años atrás Perk ya había probado en sus carnes
lo cruel que podía ser el destino. Durante una cacería, había
matado a un caballo por salvarle la vida a un hombre. La Ley
de la Llanura era inflexible, y Perk había sido desterrado por
ello. Cinco años más tarde, de nuevo la diosa fortuna se había
cebado con él, sobre sus hombros recaía el peso de la muerte
de cuatro bárbaros que estaban a sus órdenes. Se decía en la
Llanura que matar a un Desterrado era como acabar con un
niño, pero los lobos nada entendían de esas cosas.
Sentía respeto y estima por Perk, era demasiado joven
para haber sufrido tanto, pero estaba empezando a saber que la
vida no siempre era justa.
Desde que había estado en Vadoverde había vivido una
vida alejada de la realidad, solitaria, con la única compañía de
340
Tarken, al que por entonces creía su tío. Nunca había tenido
amigos desde que éste comenzara a instruirle en el manejo de
la espada. Él mismo había creado un muro en torno a sí y tuvo
que mantenerlo en pie para que ninguno de los demás niños
descubriera su terrible secreto, el de que él no era como ellos,
pues había usado el hierro, un material prohibido desde hacía
mil años.
Había crecido con el temor de que alguno de aquellos
niños supiera la verdad, a fin de cuentas a su alrededor todo el
mundo pensaba que el hierro era algo maligno. Supo desde
pronto que eso era falso, se podían hacer grandes cosas con el
hierro. Uno de sus mejores recuerdos de Vadoverde era
precisamente cuando acudía al claro del bosque a practicar con
la espada Colmillo.
Luego había llegado Lorac, y se lo había llevado a la
Academia. Allí conoció por primera vez lo que era tener
amigos. Pero no todo habían sido parabienes durante su
estancia pues, por vez primera también, descubrió lo que era
tener enemigos. Enemigos como Garik, que había acabado sus
días bajo el yugo de Colmillo, la espada de Jack, en una
terrible noche que el joven recordaría toda su vida, pues nunca
antes había matado a un ser humano.
Tardó largo tiempo en recuperarse de aquello, pero se
sobrepuso, y desde entonces no había tenido tiempo ni para
acordarse, pues los acontecimientos se habían precipitado. Los
Hijos del Sol robaron el Cuerno de Telmos en aquella terrible
noche en la que conoció lo que le había deparado el destino.
Ya nada quedaba del niño que pasó su infancia en
Vadoverde. Ahora caminaba junto a príncipes, magos, al lado
de elfos… Al pensar en estos últimos frunció el ceño, todavía
no sabía qué pensar de ellos.
Y es que durante los dos días que habían viajado por el
Bosque en compañía de los habitantes de Var Alon, había
sentido curiosidad pero también había contemplado en ellos
desprecio e ira.
Desde el primer momento uno de los elfos que le había
caído peor había sido ese tal Vanyar, quien no hizo ningún
341
esfuerzo en ocultar su desagrado por tener que viajar con seres
que consideraba visiblemente inferiores a él. Lo peor de todo
es que los demás elfos pensaban como él, aunque no se
mostraran tan abiertamente hostiles. Únicamente los príncipes
Gerald y Coral intentaban calmar un poco los ánimos.
Pero no es que Coral fuese un ángel, ni muchísimo
menos. Durante todo el viaje había tenido que aguantar sus
malos tonos, su enfado y sus caprichos. No había parado de
recordarle que por su culpa había perdido el mejor traje de su
vestuario, que era un granjero palurdo e idiota.
Definitivamente, no tenía la mejor opinión de los elfos.
Había crecido con el convencimiento de que eran criaturas
semidivinas. Nada más lejos de la realidad, ahora que les
había conocido le parecían unos estúpidos engreídos.
Tan sólo había habido un momento en el que se había
sentido inexplicablemente a gusto con alguno de ellos, y había
venido de la persona menos pensada.

Los demás habían hecho una parada para dar descanso


a sus monturas. Los elfos iban a pie pero los de la Hermandad
del Hierro marchaban con sus caballos, a trote lento pero
constante, aunque en el bosque eran más un impedimento que
una ayuda. Perk seguía con su montura yendo a su lado.
Jack se había alejado un poco del grupo, pues
comenzaba a oír la irritante voz de Vanyar diciendo que “los
humanos” les estaban retrasando. Se dejó caer al pie de un
gran tronco para disfrutar de unos minutos de soledad.
Sintió la dureza de la madera presionándole la espalda
cuando se apoyó. Con satisfacción desenvainó la espada y la
sostuvo ante sí para contemplarla.
Realmente nunca se había puesto a observarla
detenidamente. Por eso se sorprendió al observar un pequeño
grabado en la empuñadura. ¿Cómo se le había pasado por alto
durante tanto tiempo? Se fijó atentamente y vio que se trataba
de un dibujo muy curioso, una espada en cuya empuñadura se
hallaba entrelazada lo que parecía ser una rosa.

342
Seguía extrañado cuando una voz le sacó bruscamente
de sus pensamientos:
- Bonita espada, Jack de Vadoverde.
Se giró con cara de fastidio hacia la princesa elfa Coral
que estaba ante él y observaba con curiosidad la espada.
- Es una espada de… -comenzó Jack con amabilidad, pero
ella le interrumpió de nuevo.
- Quería enseñarte mi nuevo vestido -dijo con coquetería-. Es
una monada -dio una vuelta en torno a sí para que él pudiera
admirarlo por completo. A Jack le parecía igual que el otro.
Vale, había intentado explicarle sobre su espada con
amabilidad, pero como siempre la presumida le había vuelto a
ignorar. Jack prefirió esta vez no empezar otra discusión, y
quedó en silencio deleitándose en la contemplación de su
espada.
Casi se había olvidado de la chica cuando ella volvió a
hablar.
- ¿Quién te dio esa espada? Debía de quererte mucho para
darte un arma tan valiosa. Colmillo no es un arma de la que
uno se desprenda porque sí.
Iba a contestarle con otra pulla cuando se dio cuenta de
lo que había dicho.
- ¿Cómo sabes el nombre de la espada? ¿La habías visto
antes? -preguntó extrañado. Fue el arma de Tarken, era normal
que supiesen su nombre en la Hermandad donde había sido
Gran Maestre, pero una princesa elfa…
- Claro que no, y por eso me ha sorprendido verla en tus
manos -para su sorpresa, ella tomó asiento a su lado para
examinarla mejor, tan cerca que sus rojizos cabellos le rozaron
suavemente el brazo. Sin saber por qué, Jack se estremeció-.
Los elfos estudiamos todas las grandes espadas que fueron
hechas durante las Guerras de Hierro. Son muy pocas, pues los
Uruni, los gigantes -aclaró por si Jack no lo sabía- tuvieron
poco tiempo para hacerlas antes de que Dagnatarus acabara
con ellos. Son escasas pero su poder es grande. Aún recuerdo
algunas, aunque de pequeña era capaz de recitarlas todas de
memoria. Colmillo fue hecha para los Irdas, Mórbida para uno
343
de los generales de Dagnatarus -una de las pocas que los
gigantes hicieron para él-, Pesadilla se hizo para el rey de
Ergoth, un hombre del que decían que fue un auténtico azote
para las criaturas de la Oscuridad, y así alguna que otra más.
- Heredé Colmillo de la persona que me cuidó cuando era
niño -murmuró acariciando el extraño dibujo de la
empuñadura-. Ignoraba que los gigantes tuvieron tiempo de
hacer más antes de que Dagnatarus les embrujara.
Coral se quedó en silencio observándole fijamente.
- ¿La persona que te cuidó? -dijo, frunciendo el ceño- ¿Qué le
ocurrió a tus padres?
- Murieron al poco de nacer yo –susurró Jack bajando la
cabeza, pero no añadió más porque no quería darle detalles.
Aún no confiaba en los elfos.
Él se quedó de piedra cuando Coral le puso una mano
en el brazo. Su piel era increíblemente suave.
- Entiendo –repuso ella-. También yo perdí a mi padre cuando
era chica.
- Siento oírlo. ¿Cómo murió?
- No. No murió -respondió Coral en voz baja-. Los Escribas
leyeron que traería la ruina a Var Alon y le desterraron. Él se
despidió de nosotros, regalándome esto el día que se fue.
Se lo enseñó a Jack. Era un bonito medallón al que se
le había engarzado una perla. Jack apenas se fijó, pues había
algo que no entendía.
- ¿Cómo? ¿Quiénes son esos Escribas? ¿Cómo es posible que
una palabra suya pueda exiliar a un rey?
- Olvido que no sabes nuestras costumbres -asintió Coral-. La
verdad, sería raro que un simple niño de pueblo supiera lo que
es un Escriba -Jack ignoró la pulla, pues sentía curiosidad-.
Son solo un puñado, pero tienen el poder de hacer
predicciones.
- ¡¿Quieres decir que leen el futuro?! -saltó Jack
sobresaltándola.
- No, tonto, no es algo tan simple. Interpretan los hados, pero
no saben con certeza qué es lo que va a pasar. ¡Nadie puede
saber eso! Leyeron hace diez años que Dagmar, mi padre y rey
344
de los elfos, debía abandonar nuestra tierra o sería nuestra
perdición. No sabían qué iba a pasar, pero si sabían que si no
era desterrado algo terrible nos ocurriría.
Jack sacudió la cabeza con incredulidad. ¡Desde luego,
los elfos ya no es que le parecieran semidivinos, ni siquiera
normales, es que eran tontos de remate!
- Ajá, déjame que lo piense un segundo -repuso Jack con
sorna-. Van unos tipos y le dicen a todo un rey que si no se va
algo malísimo os pasará, va él, se lo cree, ¡y se larga!
- ¡No subestimes a los Escribas, niño de pueblo! -contestó ella
furiosa-. Su palabra es la de los dioses, y mi padre se
comportó como un auténtico rey sacrificándose por nosotros.
No he vuelto a verle desde aquel día. No sé qué hago
contándote todo esto. Eso me pasa por intentar acercarme a los
pueblerinos como tú.
Y sin mediar palabra había salido de allí indignada.

Jack volvió a la realidad y de nuevo se centró en mirar


la tierra de Kirandia, que se abría ante él. A lo lejos se veía la
silueta de una ciudad enorme. No era otra que Gálador, la
capital, la mayor ciudad fortificada al norte de Mitgard. Aún
estaban lejos, pero calculaba que si se ponían en marcha
inmediatamente llegarían a tiempo para almorzar.
Por eso le sorprendió lo que dijeron los elfos a
continuación.
- Bien, el pasadizo debe de estar por aquí cerca -habló Gerald,
haciendo señas a los suyos para que se pusieran a buscar.
- ¿De que habláis? -se adelantó el príncipe Cedric a Lorac,
que ya había abierto la boca para hablar.
- Supondría que vuestro padre no os lo diría hasta que fuerais
un poco más mayor, príncipe -dijo Gerald-. Cierto es que, tras
las Guerras de Hierro, los elfos nos refugiamos en nuestra
tierra y perdimos contacto con el resto de los pueblo libres de
Mitgard, pero no tanto como se cree.
- ¿No podéis ser algo más concreto? -pidió Lorac,
súbitamente interesado. A su lado, Valian observaba los
movimientos de los elfos con interés.
345
Gerald asintió comprensivamente.
- Una vez cada diez años, un mensajero de los nuestros viaja a
Kirandia a entrevistarse con el rey, al igual que otro lo hace
con el Supremo Rey de Angirad.
Los miembros de la Hermandad soltaron silbidos de
sorpresa, sobre todo Cedric y Eric.
- ¡Padre nunca nos dijo nada! -protestó el segundo.
- ¿Cómo es que nunca os vimos llegar? -preguntó Cedric con
el ceño fruncido-. Menudo revuelo se hubiera organizado si en
la Corte se ve a uno de los vuestros.
De nuevo el príncipe elfo sonrió animadamente.
- Precisamente, como queríamos mantener en secreto nuestra
visita, se construyó un pasadizo en ambos reinos, solo
conocido por nosotros y por el rey. Conduce directamente a
los aposentos privados del rey en palacio.
Los compañeros se quedaron de piedra. Cedric y Eric
se miraron anonadados, pues pese a que habían pasado
muchos años en el palacio real de Kirandia jamás se habían
imaginado algo así.
- Nuestro padre nos lo ocultó bien -murmuró Cedric, sin salir
aún de la sorpresa-. Supongo que por motivos de seguridad.
Nunca me hubiera imaginado algo parecido.
- Pero los tiempos son distintos, algo está cambiando en el
mundo -sentenció Gerald en voz baja, y Lorac le miró
súbitamente interesado por sus palabras-. Es posible que haya
llegado el tiempo en que los elfos se den de nuevo a conocer
en Mitgard.
- Es posible que haya llegado el tiempo en que nadie deba
esconderse ante lo que está por venir -agregó Lorac en tono
solemne. Gerald le miró con curiosidad pero no añadió nada a
sus palabras.
Mientras tanto los elfos seguían buscando
aparentemente el pasadizo secreto. El príncipe Gerald empezó
a impacientarse.
- Por desgracia el mensajero que estuvo aquí hace diez años
para hablar con el rey Alric no pudo acompañarnos en nuestro

346
viaje -se lamentó el príncipe elfo-. Sólo contamos con sus
indicaciones. Mirad ahí...
Todos se volvieron hacia donde señalaba divisando un
gigantesco tronco de árbol. A Jack le dio la sensación de que
debía de ser antiquísimo, pero todo indicaba que había sido
talado hacía ya mucho tiempo.
- Al pie del gran árbol -explicó Gerald-. Hubo un tiempo en
que el Gran Bosque llegaba hasta aquí, y se extendía incluso
hasta lo que hoy es el bosque de Thorgrim, en la Llanura. Pero
pasaron los años y el hombre fue comiéndole terreno al
bosque -Gerald suspiró con tristeza, como si estuviera
hablando de un tema delicado para él. Jack recordó entonces
lo unidos que se sentían los elfos a la naturaleza, según le
había contado Perk hacían unos días-. Éste es uno de los
grandes árboles que antaño poblaban el Gran Bosque, pero de
los que hoy quedan muy pocos. Cerca de él fue donde,
después de las Guerras de Hierro, se construyó el pasadizo.
- Debió de ser un esfuerzo enorme –manifestó Lorac
asombrado-. Aún quedan cinco leguas hasta Gálador, donde
está el palacio del rey y, si no me equivoco, debe tratarse de
un paso subterráneo hasta allí.
- Decís bien -intervino en ese momento Coral-. Fue el último
intento de los elfos después de la guerra para que nuestro
recuerdo no cayera en el olvido.
Fue en ese momento cuando uno de los elfos dio un
grito de alegría. Todos vieron que, tras apartar unas matas,
había descubierto lo que parecía la entrada de un estrecho
túnel. Unas escalinatas llenas de verdín les mostraban el inicio
de lo que, efectivamente, parecía un pasadizo secreto. La
entrada no permitía que los caballos entrasen por ella.
- Dejadlos atados aquí si vais a venir con nosotros -propuso
Gerald-. Más tarde alguien vendrá a recogerlos, pero es
importante que por el momento sólo el rey sepa de nuestra
llegada.
- A nosotros nos ocurre algo parecido -asintió Lorac-. Hay
Hijos del Sol en Kirandia, y si los príncipes llegasen de

347
improviso acompañados de gente como nosotros, tendrían que
contestar a muchas preguntas incómodas.
- De acuerdo pues –confirmó Valian, al tiempo que ataba los
caballos a un árbol más chico que había cerca de allí-.
Bajemos todos por el túnel.
Empezaron a descender. Sólo cuando estuvieron dentro
Lorac se dio cuenta de que faltaba alguien. Jack se dio la
vuelta y vio que Perk no había bajado con ellos.
- ¿Qué ocurre? -preguntó Lorac, mientras los elfos se volvían
impacientes por el retraso.
- No bajaré con vosotros -dijo el bárbaro compungido-.
Cuatro hombres de la Llanura han muerto a manos de los
lobos. Esto es algo que tengo que comunicar a los jefes de las
tribus. Debemos reunirnos en Erebor, y ver qué es lo que van a
hacer los bárbaros. Puede que los que hayan muerto sean
Desterrados -añadió con amargura en la voz- pero no por ello
son menos valiosos que cualquier otro hombre de la Llanura.
Espero volver a veros algún día.
Y sin mediar palabra dio media vuelta y se marchó.
Jack le llamó y quiso ir tras él, pero Valian le sujetó por el
hombro y negó con la cabeza.
- Necesitará un tiempo para estar solo –reflexionó el que fuera
príncipe de los Irdas-. Déjale marchar. Si el destino así lo
quiere, algún día volveremos a verle.
Jack quedó inmóvil durante unos segundos, mientras a
sus espaldas los demás comenzaban a bajar por el túnel.
Lamentaba la marcha de Perk aunque la entendía.
Mentalmente, le deseó buena suerte en su camino. Después se
dio la vuelta y comenzó a bajar hacia la tierra de los
Caballeros de Kirandia.

348
Tercera parte

349
350
CAPITULO 1
La corte del rey

La noticia se extendió rápidamente por todo Kirandia.


Una embajada de la que formaban parte nada más y nada
menos que dos príncipes elfos iba a hacer una entrada triunfal
en el palacio real en los próximos días. Para festejar tal
acontecimiento y que todos los ciudadanos de Kirandia
pudieran verlos, el rey Alric había declarado una semana de
fiestas en la tierra de los Caballeros.
Sin más dilación, numerosos habitantes de la cercana
población de Rodstanby se echaron al camino para
homenajear a los recién llegados como se merecían. Los
padres y madres traían a sus hijos aunque fuera a cuestas,
aquel era el mayor acontecimiento en Kirandia desde hacía
varios siglos, desde las mismísimas Guerras de Hierro se
atrevían incluso a decir los más antiguos del lugar. Y es que
no todos los días podían verse elfos en su reino. Muchos
consideraban ya extinto aquel pueblo, pues nadie, joven o
viejo, recordaba haber tenido noticias suyas alguna vez.
Algunos decían que cada cierto tiempo un mensajero elfo
llegaba a Kirandia, por sendas sólo conocidas por él, para
entrevistarse con el monarca, pero aquello era más leyenda
que otra cosa. Lo que sí era real sin duda es que los elfos
acababan de llegar al reino después de muchos siglos en el
anonimato.
Pero no sólo de Rodstanby acudía la gente a Gálador,
la capital del reino. También de Otswhire e incluso de la
lejana población de Wetmund se echaban los aldeanos a la
calle. Nadie estaba dispuesto a perderse semejante momento.
El día indicado las calles de Gálador estaban abarrotadas, las
cercanías al palacio real del rey Alric eran un auténtico
hervidero de gente.
Y de repente las conversaciones se convirtieron en un
rugido. Acababan de salir varios Caballeros que conducían
351
gallardamente a sus monturas para abrir paso a lo que parecía
una comitiva. ¡Así era! En unos esplendorosos caballos
blancos iban los elfos, con dos de ellos, un hombre y una
mujer a la cabeza. Saludaban con la mano al gentío, que les
aclamaba eufórico, aunque algunos sacudían la cabeza
decepcionados, pues a aquella distancia los supuestos elfos
parecían personas normales y corrientes, no daban la
impresión de que tuvieran nada de especial.
Fuera como fuese, el rugido se transformó casi en un
aullido enloquecido, pues la comitiva elfa estaba llegando a
palacio, ante cuya plaza se había dado cita un sinfín de
curiosos. Y es que el momento cumbre estaba a punto de
producirse, las puertas de palacio se habían abierto de par en
par para acoger a los visitantes, era el instante en el que el
propio rey Alric les daría la bienvenida a Kirandia.

El sonido golpeó a Jack como un mazo. Allí, junto a


Lorac, Valian, Karina y entre muchos nobles y lores del reino
se sentía como una gota de agua en un inmenso océano. El
gran salón del palacio real de Kirandia estaba lleno a rebosar
con personalidades de todo tipo. Ambos lados del salón se
encontraban repletos de gente, únicamente se había habilitado
un pasillo que iba desde la puerta principal que daba a la plaza
mayor de la ciudad, hasta las escalinatas que llevaban al trono.
Al trono donde se sentaba el rey Alric.
Jack miró en esa dirección observando que, a la
derecha del trono, estaban Cedric y Eric con sus mejores
galas, y a la izquierda, la joven maga Dezra. En cualquier otro
momento la visita de un representante del Consejo de Magos
de las Torres Arcana habría sido también motivo de un gran
recibimiento, pero aquel suceso quedaba absolutamente
empañado por la llegada de los elfos.
Y en el trono, el gran trono de Kirandia, tierra de los
Caballeros, antaño una Orden poderosa pero ahora un simple
recuerdo de aquella época, estaba sentado el rey Alric.
Desde el primer momento Jack había esperado a un
hombre mayor, pero Alric no tendría más de cuarenta años.
352
Con su recia barba, su dura mirada y la espada de bronce
colgada del cinto -no una espada de ceremonias, sino una
auténtica espada de combate- era lo que Jack creía que debía
ser un rey guerrero. Aún recordaba lo que le había
impresionado en su primer encuentro, hacía tan solo dos días.

Habían transcurrido casi un par de horas en las


oscuridades del pasadizo secreto. Gerald, que iba el primero,
hizo un gesto para dar el alto.
- Ya hemos llegado -anunció, mientras todos se paraban ante
una puerta vieja y enmohecida.
- No es un pasadizo que se utilice mucho -apuntó Karina
desde donde estaba, justo al final del grupo. Jack no pudo por
menos que darle la razón al ver la cantidad de suciedad que se
acumulaba en el pórtico.
- Sí, este lado del pasadizo no es muy frecuentado. Tan solo
una vez cada diez años -sonrió el príncipe Gerald- pero el otro
lado da al palacio, a los aposentos privados del rey Alric.
Ahora os pido que guardéis silencio.
Y, llevándose las manos a la boca, hizo un extraño
sonido que sonaba como el arrullo de un pájaro. Repitió esa
especie de señal tres veces y después quedó callado.
No tuvieron que esperar mucho. Con un sonido
infernal la puerta se abrió. De pronto Jack y los otros se vieron
deslumbrados por la luz que provenía de la iluminada
habitación del monarca de Kirandia.
Gerald tuvo un momento de duda, pues el rey Alric no
estaba solo. Un joven caballero le acompañaba.
- No temáis -pidió el rey-. Este es Sir Belerion, uno de mis
mejores caballeros.
- Me alegro de saberlo, rey Alric -fue Gerald el primero en
hablar, bajándose la capucha y saliendo de la habitación-. Soy
Gerald, príncipe de Var Alon, y ésta es mi hermana Coral.
- Os esperaba pronto ya –dijo sencillamente el monarca.
Siguiendo a Lorac, que ya había entrado en la
habitación, Jack examinó más de cerca al monarca de
Kirandia. Era mucho más joven de lo que pensaba, su larga
353
barba le daba un aspecto de fiereza que no desentonaba con
los enormes músculos que lucía. Desde luego, y aunque
hubieran pasado unos tiempos de paz, Alric no había estado
ocioso.
- Una visita inesperada, príncipes Gerald y Coral -continuó el
rey-. Normalmente vuestro padre suele enviar sólo un
mensajero, jamás a sus propios hijos y tan acompañados.
- Traemos noticias de Var Alon que es necesario que
conozcas, rey Alric –repuso Gerald con el semblante sombrío-
. Dagmar ya no gobierna desde hace diez años.
El rey iba a contestar cuando en ese momento se quedó
con la boca abierta, pues dos figuras acababan de abrirse paso
entre las demás.
- ¡Qué Orión me lleve! ¡¿Qué hacéis ahora en compañía de
elfos?! -rugió abrazando a sus dos hijos.
- También nosotros tenemos muchas cosas que contaros,
padre -rió Cedric, separándose un poco.
- Así es, mi señor -esta vez fue Lorac el que habló-. Han
ocurrido cosas que debéis saber.
- ¡¿Qué ocurre aquí?! -frunció el ceño Alric-. ¡Lorac! Hacía
ya mucho tiempo que no veníais por Kirandia.
- Urgente es nuestra necesidad, mi rey -las risas del rey
cesaron cuando vio que el tono de Lorac era serio-. Hay
importantes cosas de las que tenemos que hablar. Hemos
acompañado a los príncipes elfos para hacerlo con la mayor
discreción posible.
El rey Alric retrocedió unos pasos tomándose unos
segundos para analizar la situación. Allí estaban cerca de unos
diez elfos, entre los que se contaban dos príncipes de Var
Alon, y sus hijos, acompañados de los que sin duda eran
varios miembros de la Hermandad del Hierro, de la que ellos
mismos formaban parte.
El rey les volvió a mirar a todos con el ceño fruncido y
semblante serio. Ya no cabía el tono jocoso de antes cuando
habló de nuevo.
- No es tiempo de preguntas, sino de reunirnos a hablar -
anunció-. Veo que tenéis noticias que comunicarme, y en
354
breve hablaremos de ello, pues en unos días nos reuniremos
con el resto del consejo.
- Mi señor, no olvidéis que…
-Ya lo sé, amigo mío -Alric levantó una mano acallando las
palabras de Sir Belerion-. Mi fiel caballero tiene razón, la
reunión deberá producirse en secreto. Debemos obrar con
prudencia, hay oídos a los que no queremos que lleguen
ciertas noticias.
De nuevo el silencio por unos segundos, hasta que
Lorac tomó de nuevo la palabra.
- ¿El embajador de los Hijos del Sol? -preguntó Lorac.
- Así es -asintió huraño el monarca- ¡Qué Orión se lleve a ese
perro! Pero no podemos bajar la guardia mientras los Hijos del
Sol estén entre nosotros. Si supieran que sois miembros de la
Hermandad del Hierro tendríamos serias dificultades, así pues
haremos una cosa, príncipe Gerald. Volveréis al pasadizo y yo
mismo me encargaré de hacer saber al pueblo que una
embajada elfa viene a visitarnos, así evitaremos preguntas
embarazosas. Vendréis un día antes como escolta de la maga,
no en calidad de miembros de la Hermandad.
- No hay el menor inconveniente, rey Alric -se mostró de
acuerdo Gerald-. Vivimos tiempos difíciles. Difíciles son,
pues, las decisiones que debemos de tomar a partir de ahora.
Antes de que Alric pudiera contestar, se comenzaron a
oír voces que venían de fuera. El rey miró rápidamente a Sir
Belerion, quien hizo un gesto de asentimiento y salió de la
habitación.
- Mi señor -se extrañó el príncipe Gerald - ¿Qué está
ocurriendo?
Alric le interrumpió con un gesto de la mano. Lejos de
mostrarse ofendido, Gerald comprendió que algo sucedía y
optó por guardar silencio. Al poco rato entró de nuevo Sir
Belerion. Entró con la respiración agitada. Ni siquiera llamó a
la puerta antes de entrar en los aposentos privados del rey de
Kirandia.
- ¡Mi señor, es el embajador Gardar! ¡Viene hacia aquí! -
anunció Belerion con el rostro encendido.
355
Cedric y Eric miraron a su padre con incertidumbre.
Los demás empezaron a agitarse con nerviosismo, Valian
incluso acercó su mano a la empuñadura de su espada.
- ¡No! ¡Aquí no! -alertó Alric, viendo el gesto de Valian, pero
sin perder la calma- ¡No deben veros aquí, y menos con
espadas de hierro!
- Volvamos al pasadizo. Nos veremos pronto, rey Alric -dijo
Gerald, tomando el mando de la situación con rapidez.
- De acuerdo, yo mismo le comunicaré al embajador Gardar
que llegaréis en dos días -asintió Alric.
Lorac les hizo una seña a los demás. Jack y los otros
fueron tras los elfos hacia donde estaba el pasadizo. Cedric y
Eric se disponían a seguirles cuando el rey Alric les detuvo.
- Vosotros os quedáis conmigo. Sois mis hijos y no permitiré
que os veáis obligados a huir como ladrones mientras estéis en
mi reino -les dijo. Acabáis de volver de la Llanura.
Cedric y Eric se miraron un momento. Ciertamente era
así. Jack se detuvo en antes de entrar en el pasadizo, miró a
Eric y ambos se entendieron sin necesidad de palabras. Ambos
príncipes de Kirandia le dieron sus espadas al joven de
Vadoverde.
- Aquí estamos bajo la supervisión de los Hijos del Sol, Jack -
dijo Cedric-. No podremos llevar espadas de hierro durante un
tiempo.
- Suerte, amigo, nos veremos pronto -añadió Eric, tendiéndole
su arma. La misma que su padre le diera para ir a la Academia,
antes de que los Hijos del Sol enviaran un emisario a Kirandia
para supervisarles.
Jack cogió ambas espadas, y ya se disponía a dar media
vuelta en dirección al pasadizo cuando sorprendió una tensa
mirada del rey Alric.
- ¿Tú eres Jack? ¿El mismo del que me habló el Gran Maestre
Derek? -Jack no contestó, y el rey Alric entendió enseguida-.
También tú y yo hablaremos más tarde, Jack. Lo sé todo.
Jack no contesto limitándose a inclinar la cabeza en
señal de asentimiento. Cogió las espadas de los dos hermanos
y siguió a los demás al pasadizo.
356
Volvió a la realidad del palacio de golpe y porrazo,
cuando uno de los cortesanos que estaba al lado suyo se movió
para poder verles de cerca, dándole con su codo en las
costillas.
Jack gruñó molesto, pero pudo entender enseguida el
motivo por el que el hombre se había sobresaltado de esa
manera. Mejor dicho, por el que todos se habían sobresaltado
así, y es que en ese momento la comitiva elfa acababa de
entrar en palacio. Nobles, lores e incluso Caballeros de
Kirandia se afanaban por poder ver mejor a los recién
llegados. Pronto los murmullos y cuchicheos se redoblaron.
Jack oyó algunos de ellos, que sonaban decepcionados, pues
se habían imaginado a los elfos como a seres angelicales, y
estaban comprobando que no era así. Los elfos eran tan
humanos como cualquiera de ellos. Con sus mismos defectos,
tan sólo se les diferenciaba en que poseían unas orejas
ligeramente puntiagudas. Aunque, tenía que admitir, todavía
no había visto un elfo que fuera gordo o feo. Todos resultaban
muy esbeltos, y su presunción era proporcional a su belleza,
según el parecer del joven. Quizá habían sido escogidos para
causar esa impresión.
- Los príncipes Gerald y Coral, de Var Alon -anunció el
heraldo con su voz de tenor, haciéndose oír por encima del
murmullo de la multitud congregada en el gran salón del trono
del palacio real.
Ambos elfos se adelantaron haciendo una leve
inclinación ante el monarca de Kirandia. Muy breve pues ellos
también eran príncipes. Alric se levantó de su trono y contestó
con otra reverencia aún más corta. Por lo que Jack había oído
sobre las normas de protocolo de la corte, ningún rey tenía la
obligación de inclinarse ante nadie, salvo en el caso de que
éste fuera el Supremo Rey de Angirad.
- ¡Bienvenidos! -proclamó Alric con su enorme vozarrón. Sus
brazos abiertos en señal amistosa, y su sonrisa sincera
caldearon la recepción- ¡Bienvenidos a Kirandia! Mucho
tiempo ha pasado desde que los elfos se dignaran visitar estas
357
tierras. Por ello éste es un momento de gozo para todos
nosotros. A partir de este momento sois huéspedes de la casa
real de Kirandia, y estáis bajo nuestra protección. Y no
ocultaré -añadió alzando la mano, y dirigiéndose al público
presente en el salón- la satisfacción que me produce que
hayáis elegido primero a Kirandia y no al Supremo Reino para
retomar relaciones con el resto del mundo.
Se oyeron risas entre los comensales, e incluso algunos
aplausos, aunque hubo gente más prudente que se mantuvo en
silencio por no considerar inteligentes aquellas alusiones al
Supremo Reino. Era del dominio común que Kirandia y
Angirad no pasaban por muy buenos momentos en lo que a
relaciones se refería, quizás por ello los más sabios del lugar
no consideraban necesarias aquellas palabras.
Y es que, desde que los Hijos del Sol denunciaran ante
la corte del Supremo Reino de Angirad que había sospechas
de que el gobierno de Kirandia traficaba con armas de hierro,
el Supremo Rey dio su beneplácito para que un embajador de
los Hijos del Sol supervisara las actividades del rey Alric.
“Un rey justo y honesto -lo había denominado Lorac el
día anterior, recordó Jack- pero en ocasiones demasiado
vehemente”.
Se fijó entonces que los murmullos de nobles y lores
bajaban de volumen pues el príncipe Gerlad había tomado la
palabra.
- Os damos las gracias, mi señor Alric –contestó con cortesía-
. A vos y al pueblo de Kirandia. Cierto es que ha pasado
mucho tiempo sin que tengáis noticias de nosotros, ya es hora
de que las cosas cambien.
- Corren tiempos difíciles, buen rey Alric -habló entonces
Coral-. Nada ganaremos manteniéndonos ocultos en nuestra
caja de cristal, pues ésta puede romperse en cualquier
momento. Es hora de que las antiguas alianzas se restablezcan.
Esta vez no hubo tantos murmullos, pero los asistentes
se miraron algo confusos. ¿Tiempos difíciles? Bueno, cierto
era que las cosas con los Hijos del Sol y el Supremo Reino no
andaban muy bien. ¿Quería eso decir que los elfos estaban
358
dispuestos a apoyarles en una posible confrontación entre
ambas partes?
Jack también se dio cuenta de las suspicacias que
habían despertado las palabras de Coral, y sacudió la cabeza.
En la naturaleza de la princesa elfa debía estar el no poder
mantener la boca cerrada. Poco acertadas habían sido esas
palabras, que podían levantar recelos con los Hijos del Sol tan
cerca. O quizá era una provocación premeditada.
Eso le hizo acordarse de una cosa. Giró la cabeza y
pudo verle a unos pasos del trono del rey, acompañado de
varios de los Hijos del Sol.
Lord Variol.
No podía creer que estuviese ahí, impasible, junto al
embajador Gardar de la Torre Blanca. Quería gritarles a todos
que ahí estaba la mano derecha de Dagnatarus. El enemigo, ¡el
verdadero enemigo de todos ellos! No los Hijos del Sol ni el
Supremo Reino. ¿Es que nadie se daba cuenta? ¡Ahí estaba el
asesino de sus padres, la mano ejecutora del ser que estaba
maquinando la ruina de todo Mitgard!
El hombre que se había llevado a su hermano.
Ahí se encontraba Lord Variol, rodeado de los Hijos
del Sol que estaban en Kirandia, al lado el embajador de la
Torre Blanca. Intocable, pues nada podrían hacerle en la corte
del rey Alric mientras gozase de la protección de los Hijos del
Sol, pues podrían incluso provocar una guerra.
Lord Variol observaba el gran salón con un profundo
desinterés. Daba la sensación de que le importaba muy poco o
nada lo que allí estaba ocurriendo. Cerca de él se encontraba
Gardar, el embajador, quien al contrario que el Señor de la
Guerra, parecía muy contrariado por lo que estaba viendo.
Jack aún se acordaba de su primer encuentro, no hacía
ni un día de eso.

- Sed bienvenida a nuestro reino, señora Dezra -dijo el rey


Alric con semblante amable-. Siempre es un honor recibir una
visita de una representante del Consejo de Magos.

359
Esas palabras las había pronunciado Alric el día
anterior, cuando Jack y los demás llegaron “oficialmente” a
Kirandia. El plan que habían diseñado era muy sencillo. Los
miembros de la Hermandad harían en ese momento de escolta
de la maga Dezra, que venía en visita oficial de las Torres
Arcanas, para tratar algunos asuntos de menor importancia.
Habían actuado con rapidez tras ocultarse en el
pasadizo de la llegada del embajador de los Hijos del Sol.
Lorac les había hecho dejar allí mismo las espadas de hierro.
- Kirandia está actualmente bajo la supervisión de los Hijos
del Sol -explicó-. No podemos circular libremente con
nuestras armas mientras estemos aquí, ni siquiera ocultas.
Y Jack, por mucho que le doliese, se había visto
obligado a dejar a Colmillo junto con las espadas de los demás
en aquel pasadizo.
Luego se habían despedido de los elfos acudiendo a
uno de los puestos fronterizos. Allí les habían explicado la
situación a los guardias, quienes al ver entre ellos a una
miembro del Consejo de Magos no habían dudado un instante
de sus explicaciones.
Allí Lorac había cogido para cada uno de ellos una
espada de bronce, con la que Jack se había sentido extraño. No
parecía tan resistente como Colmillo ni por asomo y le daba
una mayor sensación de inseguridad.
Pero era lo único factible con los Hijos del Sol en el
reino. Se quedaron allí esa noche y al día siguiente,
acompañados además por varios guardias del puesto
fronterizo, habían llegado oficialmente a Gálador.
Y fue entonces cuando por fin, y por primera vez en
sus dieciséis años de vida, cuando Jack entró en una gran
ciudad, de hecho, de las mayores que había en todo Mitgard.
Se quedó mudo de asombro, pues una enorme muralla
rodeaba todo el perímetro de la urbe, donde únicamente una
pequeña barriada podía ser tan grande como todo Vadoverde.
Resultaba impresionante observar la cantidad de gente que
podía caber en una ciudad de ese tamaño. Del mismo modo
resultaba asombroso comprobar lo que podía crear la mano del
360
hombre, desde pequeñas casas de viviendas y acogedores
hostales, hasta gigantescos edificios donde según le contó
Valian podían convivir decenas y decenas de familias.
Finalmente llegaron al palacio real de Kirandia, que ya
no sorprendió tanto a Jack, pues no era tan impresionante
como la Academia. Si bien era un palacio lujoso y de un
tamaño considerable, con una muralla externa que rodeaba el
jardín, y luego el castillo, hogar de todos los reyes de la
historia de Kirandia desde que lo erigieron hacía más de mil
años
Les hicieron pasar al salón del trono, lugar de
recepción de las visitas a la corte de Kirandia, y allí sonrieron
aliviados cuando vieron que el rey Alric les esperaba, sentado
en su enorme trono. A ambos lados se encontraban los
príncipes Cedric y Eric.
- Os saludamos, majestad –se presentó Dezra, pues el
encuentro no se consideraba lo suficientemente importante
como para que hubiera un heraldo que les anunciara-. Soy
Dezra, miembro del Consejo de Magos y enviada del
Archimago Mentor, de las Torres Arcanas.
- Sed bienvenida a mi reino, mi señora -respondió Alric
levantándose-. Espero que disfrutéis de una larga y agradable
estancia entre nosotros.
- Así lo esperamos yo y mi escolta -contestó, señalando a Jack
y a los demás que venían con él, es decir, Lorac, Valian y
Karina.
Jack se estaba preguntando por qué tanta formalidad, si
al fin y al cabo ya se sabía para qué venían a Kirandia. Una
cosa era guardar el secreto de su llegada el otro día, cuando
estuvieron a punto de ser sorprendidos por los Hijos del Sol,
pero estaban solos en el gran salón.
Aparecieron de repente.
Eran diez, a nueve de ellos no les conocía, aunque
suponía que el que llevaba la capa roja y estaba al frente del
grupo sería el embajador de los Hijos del Sol, pero sí que
conocía al que iba a su lado, con su capa gris y su cabello
blanco como la nieve. De hecho, todos le conocían.
361
Con un profundo odio miró Jack a Lord Variol, que se
encontraba a diez metros, relajado y tranquilo. Una enigmática
sonrisa le cruzaba el semblante, como si supiera de una broma
de la que solo él tenía conocimiento. Jack comprobó que le
observaba con detenimiento. Sí, Lord Variol había clavado en
él sus fríos ojos azules, y sonreía, mirándole como si le retara
a hacer lo mismo.
- Maldito sea -oyó que susurraba Valian a su lado, y en ese
momento se maldijo por no llevar su espada de hierro en esos
instantes.
Para su sorpresa, también Karina murmuró algo
ininteligible, y bajó la cabeza, temiendo que alguno de
aquellos Hijos del Sol la reconociera. Tarde se acordó de que
los Hijos del Sol la creían muerta tras el ataque a la Academia.
¿La reconocería alguno de ellos?
La tensión se palpaba en el ambiente. El rey Alric
había dejado de sonreír, pero se levantó igualmente para
anunciar a los recién llegados.
- Mi señora Dezra, os presento al embajador Gardar, enviado
especial de los Hijos del Sol, quien ha venido para hacernos
una pequeña visita.
- Puede que no tan corta, mi señor –repuso Gardar, un hombre
que a Jack le dio la impresión de que adonde quiera que fuese,
iba siempre con aquel gesto amargo en su rostro, como si no le
gustara nada lo que estaba viendo-. Me sorprende ver a un
miembro del Consejo de Magos tan lejos de sus Torres
Arcanas. ¿Qué asunto os trae a Kirandia, mi señora Dezra?
- Tengo órdenes directas de mi maestro, el Archimago
Mentor, de tratar este tema tan sólo con el rey -replicó Dezra
sin arredrarse lo más mínimo, agitando airada sus rubios
cabellos-. Únicamente con él, embajador Gardar.
Éste fue a contestar, pero el rey de Kirandia se volvió
hacia él con cara de pocos amigos.
- Recordad la misión que os ha traído aquí, embajador -habló
el rey-. Tenéis permiso para investigar en mi reino las redes de
tráfico de armas de hierro, si las hubiera, pero los asuntos de
mi consejo privado son de mi incumbencia.
362
Gardar frunció aún más el ceño pero no dijo nada,
pensando que tampoco le convenía levantar la ira del rey. A su
lado, Lord Variol se permitió una ligera sonrisa, no vista por el
embajador de los Hijos del Sol, como si le hubieran divertido
las palabras del monarca.
- Sea como sea también los Hijos del Sol nos alegramos de
tener entre nosotros a tan afamada representante del Consejo
de Magos -consiguió decir finalmente Gardar-. Nos alegrará
tener noticias del Archimago Mentor, por supuesto, y de cómo
marcha todo por las Torres Arcanas.
Lo dijo mirando a Dezra con una muda súplica en los
ojos, como si esperara que le confiase el motivo de su visita,
pero ésta contestó con una amplia sonrisa, nada más.
Para Jack la situación era extraña. Ahí estaba Lord
Variol, como si no pasara nada. Se extrañó de no ver a los
otros cuatro Hijos del Sol que escaparon con él de la
Academia, pues los que estaban ahí venían con el embajador.
Quizás por eso Karina se relajó un poco, aunque había
convivido con los Hijos del Sol toda su vida.
- Ninguno de esos me conoce -susurró a Jack, más tranquila.
Pero Jack no podía estar tranquilo. Ahí estaba Lord
Variol, no podía dejar de odiarlo cuando le veía y, al mismo
tiempo, ejercía una extraña fascinación sobre él. No dejaba de
preguntarse quién sería realmente ese hombre, de dónde venía,
qué era lo que buscaba…

El sonido de los aplausos fue lo que hizo que


nuevamente abandonara sus pensamientos y se fijara en lo que
tenía delante. En ese momento la gente aclamaba a la
embajada elfa. Vio que los príncipes Gerald y Coral
respondían a los vítores saludando con la mano. Jack frunció
el ceño y no aplaudió, ¡ni mucho menos! ¡Cómo se notaba que
aquella gente no conocía en persona a la caprichosa Coral o al
presuntuoso Vanyar! Tan solo Gerald se salvaba de la quema,
porque en opinión de Jack todos los demás elfos del mundo
eran unos cretinos prepotentes.

363
Notó que lo agarraban de la manga, y vio con sorpresa
que era Valian quien le llamaba.
- Tenemos que hablar -se limitó a decir, aunque no se le podía
pedir más al taciturno miembro de la Hermandad del Hierro,
que una vez fuera príncipe heredero de un pueblo del que era
su último representante.
Llamó a Karina, y los dos siguieron a Valian
abriéndose paso a través de la multitud. Recibió algunos
codazos y empujones, y más de un noble le miró con mala
cara, pero tras un rato lograron llegar a un extremo del salón,
más tranquilo y menos vigilado, pues nadie les hacía caso.
Jack no alcanzaba a ver desde ahí a los elfos, tan solo
distinguía la punta del trono sobresaliendo entre las cabezas
del gentío.
Estaban solos, pues, Lorac, Valian, Karina y él. Dezra
se encontraba junto al rey Alric, al igual que sus hijos.
- ¿Y bien? -preguntó Karina cuando estuvieron los cuatro
juntos.
- ¿Cómo estás, Jack? -preguntó Lorac, mirándole.
- ¿Cómo se supone que debería estar? -inquirió el joven de
malhumor. Siempre lo mismo, todos pendientes de él, atentos
a cualquier gesto suyo. Desde que se enterara de todo lo que le
dijo el Gran Maestre aquella noche en la Academia, se sentía
como un niño chico, sobreprotegido por todos.
- Déjate de tonterías y malos tonos, Jack -gruñó Valian junto
a él-. Lord Variol está ahora en este mismo salón. No creas
que nos ha pasado desapercibido el odio con el que le miras.
Queremos asegurarnos de que no harás ninguna imprudencia.
No es el momento.
Jack se quedó callado y miró a Valian, al que
consideraba su amigo, sin saber qué decir. Era cierto, desde
que había visto al Señor de la Guerra a su alcance, se había
sentido confuso, desorientado y lleno de ira. ¿Qué era lo que le
pasaba? Ahora lo sabía, ahí estaba el asesino de sus padres, y
por fin sabía ponerle un nombre a lo que sentía, lo que lo
había estado turbando aquellos días.
Venganza.
364
Venganza, eso era. ¡Quería vengarse de aquel hombre!
No es que quisiera saber quién era y qué era lo que le había
impulsado en el pasado a convertirse en la mano de
Dagnatarus en el mundo. ¡No! ¡Aquello carecía de
importancia! Quería verle muerto, eso era lo único que
importaba. La muerte de Garik había sido accidental, pero esta
vez quería matar de forma premeditada, y eso que una vez juró
que jamás volvería a blandir a Colmillo contra un ser humano
para causarle la muerte.
- Yo… -Jack no sabía muy bien qué decir. Valian le miró y
comprendió.
- Llegará el día en que debamos matar a Lord Variol, pero no
será por la sed de venganza, Jack -dijo Valian-. Será para
liberar a Mitgard de la tiranía de Dagnatarus. Ten paciencia,
ese día llegará.
Los cuatro quedaron callados durante unos momentos.
Nadie se atrevía a romper el silencio, pese a que el salón
entero seguía rugiendo y aclamando a los elfos.
- ¿Era ése el motivo por el que nos has llamado? -intervino
entonces Karina.
- No, aunque nunca viene mal recordar lo que ha dicho Valian
-admitió Lorac, alzando la cabeza en un intento por ver a
través de la muchedumbre que abarrotaba el gran salón del
trono-. Hay algunas cosas que debéis saber, pues anoche me
reuní en secreto con el rey Alric. Tuvo que ser así, pues los
Hijos del Sol meten sus narices en todo lo que pueden. Por lo
que veo el embajador Gardar ha venido aquí con un objetivo,
comprometer al rey y, de paso, demostrar que los Hijos del Sol
tienen aquí mucho poder. Tendremos que andarnos con ojo,
desde luego.
- Pero no quería hablaros de eso, si no de lo que hablamos
ayer el rey Alric y yo. Fue una conversación breve, nada pude
decirle del cuerno. Me llamó para advertirme de una cosa. El
rey sabe de Dagnatarus, conoce el caso de Jack incluso, que
tenemos una guerra en ciernes, pero me dijo una cosa. La
guerra será contra Dagnatarus, no contra los Hijos del Sol ni el
Supremo Reino de Angirad.
365
A la cabeza de Jack acudieron unas palabras
pronunciadas en la Academia no hacía ni dos semanas.
- Pero…, el Gran Maestre dijo que habría guerra, lo
quisiéramos o no -comentó-. Por eso llevamos el Cuerno de
Telmos a Kirandia.
- No es eso lo que quiere el rey Alric, y éste es su reino, así
que debemos actuar con prudencia, pues la situación ha
cambiado -explicó Lorac-. Cuando el Gran Maestre pronunció
aquellas palabras, el cuerno estaba en nuestro poder. Ya no es
así. No sé si os habréis fijado, pero Lord Variol no lo lleva,
sería una locura atacarles sin saber dónde lo esconden. En
primer lugar, cualquier acción cometida contra el embajador
Gardar y los Hijos del Sol, provocaría que el Supremo Reino
entrase en juego, y apoyara a los Hijos del Sol. En segundo
lugar, no sabemos dónde guarda Lord Variol el cuerno.
- Entonces, ¿qué hacemos? -Karina se mostraba
desconcertada.
- Hay una cosa que podamos hacer -le tocó el turno a Valian-.
Resulta muy arriesgado, pero no veo otra opción. Es la única
manera de recuperar el cuerno sin forzar la guerra -
Lorac y Valian miraron a Jack. Entonces le dijeron lo que
pensaban hacer.

Lord Variol se retiró junto con el embajador Gardar


una vez acabaron los festejos en honor de los elfos. Varios
Hijos del Sol les acompañaron, su eterna escolta. Mañana se
había organizado un gran baile para agasajar a los recién
llegados, y el Señor de la Guerra había decidido que ese sería
el momento apropiado. El baile se extendería hasta bien
entrada la noche, y se bebería mucho. Todos sabían del buen
beber del embajador, así como de muchos de los Hijos del Sol
que los acompañaban.
Cuando hubieran terminado de beber, sería el momento
de Lord Variol.
Disfrutaba con anticipado deleite, pues nada le
produciría más placer que matar al hombre que ahora
caminaba a su lado.
366
Cuando estaban llegando al ala oeste del palacio,
ocupada ahora por Gardar y su guardia, uno de los Hijos del
Sol se adelantó y le tendió una carta a Lord Variol.
Éste la cogió extrañado. No esperaba ningún mensaje.
Toda su vida el Señor de la Guerra había sido un hombre
prudente, le gustaba saber el terreno que pisaba, y por eso no
le gustaban las sorpresas. Una carta en ese momento y en
aquel lugar, era una sorpresa.
Sin embargo, la abrió y la leyó.

Quiero saber. Saber dónde está mi hermano. Saber para qué


estoy aquí. Solo tú tienes las respuestas. Iré contigo. Hay un
viejo roble a las afueras de la ciudad. Trae caballos. Lorac y
los demás no deben saber nada. Mañana a medianoche nos
marcharemos los dos de aquí.

Lord Variol estrujó la carta entre sus manos y soltó una


estruendosa carcajada.

367
368
CAPITULO 2
Baile de sangre
En su camino hacia el gran salón del trono, Jack se
cruzó con numerosos nobles y lores del reino luciendo sus
mejores galas para la ocasión. También pasó por habitaciones
del castillo con las puertas abiertas de par en par, donde a
través de ellas se contemplaban salones lujosos para
recepciones.
Se dirigía al gran baile que el rey Alric había
organizado para homenajear a la embajada elfa que había
llegado el día anterior.
Jack comprobó que no le gustaban ese tipo de
celebraciones. Los únicos bailes a los que había asistido
alguna vez eran los que tenían lugar en Vadoverde cuando
había una fiesta local. Se reunían todos en la plaza del pueblo
y unos con otros se ponían a danzar, colgados del brazo y
dando saltos entre risas. Por lo que le habían comentado, no se
parecían mucho al tipo de baile que se daba en una corte real.
Por el contrario, los bailes de salón eran mucho más elegantes,
se bailaba además en parejas, cosa que hacía que a Jack le
incomodara por alguna extraña razón que no alcanzaba a
comprender.
Fuera como fuese no importaba. Ni siquiera en
Vadoverde había participado en aquella danza popular, pues
aunque Tarken le permitía asistir, todos le tenían por un bicho
raro y los niños de su edad siempre le habían rehuido. Y todo
indicaba que los bailes de salón eran mucho más complicados
que las danzas de pueblo.
Por si fuera poco, se suponía que había que pedirle a
una chica que fuese tu pareja.
Aquello era excesivo para un Jack, poco acostumbrado
a estos ritos sociales. Se quedaría junto a Valian –que tampoco
tenía pinta de bailar mucho- y dejaría que el tiempo pasase
hasta que llegara la hora.

369
La hora en que, si Lord Variol picaba el anzuelo,
recuperarían el Cuerno de Telmos.
Era muy arriesgado, así lo habían dicho Lorac y
Valian. Cuando le contaron el plan a Eric también se mostró
asustado de que algo saliera mal, pero era lo único que tenían.
La idea había sido del primero. Su única esperanza de
que el plan saliera bien era la necesidad que tenía Lord Variol
de llevarse a Jack. Y ahora el propio Jack le decía que quería
irse con él. Para el Señor de la Guerra aquello debía
representar su mayor triunfo.
Jack suspiró repasando el plan mentalmente una vez
más, ya lo había hecho mil veces. Poco antes de medianoche
abandonaría el salón donde se celebraba el baile, acudiendo
puntual al lugar donde se había citado con Lord Variol.
Durante todo este tiempo Valian iría tras él, silencioso como
una sombra. Una vez allí, le sorprenderían, y le forzarían a
darles el cuerno. No habría ningún conflicto con los Hijos del
Sol, pues éste no era uno de ellos realmente, y el objeto
mágico volvería a su poder. Un plan perfecto.
En teoría, claro.
¿Realmente creía que Lord Variol caería en la trampa?
Posiblemente no, pero había que intentarlo.
Se cruzó con varios nobles más, que acudían con sus
mejores galas al baile. Se detuvo un momento para fijarse en
sus propias ropas. Sencillas, de buen corte, pero sin grandes
lujos. Se suponía que para un simple escolta de una miembro
del Consejo de Magos ya era todo un honor que le permitieran
asistir al baile, pero resultaría más que extraño que sus
atuendos fueran de mayor valor aún que los de algunos nobles
y lores de la corte.
No era algo que le importara. Dejaría que pasase el
tiempo durante el baile, cuanto más rápido mejor, y cuanto
más desapercibido mejor aún. Una cosa era que asistiera, pero
daba por hecho que no esperarían de él que encima se pusiera
a bailar.
Oyó ruidos a su izquierda, y vio que estaba pasando
por delante de unas lujosas habitaciones, las mejores del
370
palacio del rey Alric. Si no le fallaba la memoria eran las que
les habían cedido a la embajada elfa. Las puertas estaban
abiertas, y no pudo resistir la curiosidad de asomarse a su
interior, aprovechando que en ese instante no se veían
guardias por ninguna parte.
Le llamaron la atención unas risas que provenían del
fondo. Dirigió hacia allí su mirada, y vio con sorpresa que la
propia Coral estaba allí, junto con varias mujeres de la corte
del rey Alric. Sirvientas que la estaban ayudando a vestirse.
Jack comprendió que sólo un descuido le había
permitido observarla y se sintió curioso pero avergonzado.
Estaba a punto de irse cuando se fijó entonces en que Coral
llevaba un largo vestido de color rojo, espectacular, que le
hacían parecer distinta. Su cabello castaño rojizo le llegaba
casi hasta la cintura, y en ese momento brillaba con luz propia,
muy por encima de todas las damas que la acompañaban.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que llevaba
ahí un rato demasiado largo, observando con estupor las
bromas y risas de Coral y su séquito. Fue ese el motivo de que
se sobresaltara mucho cuando le tocaron suavemente en el
hombro.
- ¿Qué ocurre, Jack? -era el príncipe Gerald el que estaba
delante, mirándole con aire divertido-. Te he visto en la puerta
de nuestras habitaciones durante un rato. ¿Ocurre algo?
- Er…, nada, príncipe Gerald -Jack se había puesto rojo como
la grana. “¡Que Orión me guarde!” tragó saliva avergonzado-.
Vi la puerta abierta y pensé si debía cerrarla...
Gerald intentó pasar con una sonrisa pero Jack se puso
delante, sin pensar en lo que estaba haciendo.
- Os estaba buscando, Gerald -dijo sin que sonara muy
convincente-. Pasaba por delante de vuestras habitaciones y de
repente me he dado cuenta de que no sé llegar al salón del
baile, he pensado que me podríais acompañar.
- Está bien, no hay problema, amigo -asintió Gerald, y Jack
sintió un gran alivio cuando ambos se alejaron de allí.
Pasado el mal rato, Jack pudo relajarse un poco y
olvidar aquel absurdo incidente. Había tenido un momento de
371
despiste, solo eso podía explicar que se hubiera quedado allí
como un idiota viendo cómo arreglaban a la princesa Coral,
esa estúpida chiquilla incapaz de mantener la boca cerrada.
Sin embargo, aún no se borraba de su memoria la imagen de la
princesa elfa con aquel vestido brillante de tonos escarlatas.
“Recuerda que no es más que una elfa presumida” -se dijo
acordándose de su encuentro en el bosque.
- Oye, Jack, ¿puedes correr menos? -dijo en ese momento
Gerald, que iba detrás-. Pensaba que me habías dicho que no
sabías llegar al salón del baile, pero en todo momento has ido
tú por delante.
Jack se paró en seco y se dio cuenta de que el príncipe
tenía razón. Tan ofuscado estaba con lo que le había sucedido
que sin percatarse había estado yendo por delante de Gerald
durante todo el rato. De nuevo el elfo le miraba entre
extrañado y divertido, y Jack comenzó a sentir un extraño
calor que le subía hasta la cabeza.
- ¿Seguro que te encuentras bien? -preguntó nuevamente el
príncipe de Var Alon.
Ambos siguieron andando, y esta vez Jack se cuidó
mucho de ir siempre al lado de su compañero.
Afortunadamente estaban cerca del salón de baile, y allí pudo
respirar un poco más tranquilo.
Llegaron juntos, pero nadie se extrañó por ello. Lorac
se lo había explicado hacía unas horas. No había ningún
protocolo en la recepción del baile. Una vez se les daba la
bienvenida a los recién llegados a palacio, dentro eran todos
iguales, podían mezclarse entre ellos sin que hubiera reglas
que seguir al respecto. Lorac decía que la corte del rey Alric
era la única que practicaba aquellas maneras de todos los
reinos que había en Mitgard.
De todas formas, el príncipe Gerald pronto se vio
asediado por numerosos nobles y damas de alta alcurnia, que
intentaban arrancarle alguna sonrisa y ganar puntos a ojos del
rey, así que Jack pudo escabullirse sin que nadie le echara de
menos.

372
Vio que había ya numerosas parejas bailando en el
centro del salón. Durante unos segundos observó cómo se
movían, llevándose unos a otros y girando en torno en una
sutil danza. No parecía muy difícil, pero por si acaso Jack
prefería no tener que intentarlo. La profecía que oyera en la
Academia afirmaba que él tenía que acabar con Dagnatarus,
pero no mencionaba nada de que tuviera que bailar, así que
mejor no arriesgarse. Se volvió topándose cara a cara con los
Hijos del Sol.
Estaban todos allí. El embajador Gardar lo observaba
todo con ojos vivaces, mirando a un lado y otro, como
anhelando descubrir algo que se saliera de lo normal. Junto a
él estaba Lord Variol, con aire de nuevo aburrido. No llevaba
en ese momento encima ni el cuerno, ni aquella espada roja
como la sangre que siempre portaba consigo. Mórbida se
llamaba. Obviamente si ellos habían sido lo suficientemente
astutos como para esconder sus armas de hierro, el Señor de la
Guerra también.
Sus miradas se cruzaron unos instantes, y vio que Lord
Variol sonreía. Lentamente, levantó una copa de vino hacia él,
como si le estuviera saludando.
Con el corazón latiéndole desbocado en el pecho, Jack
se alejó de allí dando tumbos. ¡Maldito fuera! ¿Qué estaba
pensando en ese momento aquel hombre? ¿Sabía que le habían
tendido una trampa? ¿Lo intuía? Desde luego, no parecía
preocupado en absoluto, como si fuera dueño de lo que
sucedía a su alrededor. Jack se apoyó contra una columna
mareado. No aguantaba más aquella situación. Había
momentos en los que pensaba que lo más fácil sería coger una
espada, ponérsela al cuello a Lord Variol, y obligarle a que les
dijera dónde estaba su hermano. Dónde estaba Jasón.
Fue Lorac el que le encontró sumido en aquellos
negros pensamientos.
- ¿Estás bien, Jack? preguntó, apoyando una mano en su
hombro.
- Sí -respondió mecánicamente, pero levantó la cabeza y vio
que el semblante de Lorac era sincero y parecía preocupado de
373
verdad- ¡No! ¿Cómo voy a estar bien? Quiero que esto acabe
cuanto antes. Deseo una vida en la que no tenga que
preocuparme por nada. Quiero ver cómo es mi hermano, saber
dónde está y si se encuentra bien. Quiero…, quiero volver a
casa, Lorac.
Agachó de nuevo la cabeza y por unos momentos
estuvo a punto de echarse a llorar, pero se recompuso y respiró
hondo. No podía venirse abajo, menos ahora. ¿Quién sabe?
Puede que en unas horas tuvieran entre sus manos a Lord
Variol, el Cuerno de Telmos, y todo se arreglara pronto. Tenía
que resistir…, aguantar un poco más.
- Siento todo esto, Jack, lo siento de verdad -decía Lorac
compungido-. Ojalá el destino te hubiese deparado otra vida,
con menos responsabilidades que la que tienes ahora, pero son
muchas las cosas que dependen de ti, mi joven amigo, y debes
seguir adelante porque si no jamás conocerás otra vida mejor.
Jack asintió lentamente, y se sorprendió de ver una
solitaria lágrima resbalando por una de las mejillas de su
compañero.
Y se preguntó entonces quién sería Lorac en realidad.
Había oído hablar a Eric y a Cedric de su propio pasado en la
corte de Kirandia, escuchado también a Karina decir cómo fue
su infancia entre los Hijos del Sol. Incluso el duro Valian se
había sincerado una vez, para contarle todo lo relativo a su
trágico pasado como último príncipe de los Irdas, una raza ya
extinta.
Pero, ¿y Lorac? ¿De dónde venía? ¿Cómo había
terminado siendo uno miembro tan destacado de la
Hermandad del Hierro? Era quien había ido a buscarle a
Vadoverde, el primero al que había conocido y, sin embargo,
sabía bien poco de él.
Y, pese a todo, allí estaba, prestándole su apoyo,
siempre a su lado, siempre fiel. Un amigo de verdad.
- ¿Mejor ahora? -preguntó Lorac, apoyando una mano en su
hombro, y esbozando incluso una ligera sonrisa. Jack asintió
más animado, contento de poder tener a su amigo junto a él en
aquellos momentos de duda-. Bien, vayamos entonces con los
374
demás. No lo olvidemos, estamos en un baile. Intentemos
disfrutar también nosotros.
Vieron que Eric estaba apoyado contra una columna,
con gesto hosco. Detrás suya, Valian parecía una sombra.
Siempre rígido, siempre serio. No era la clase de persona que
Jack se imaginaba bailando hasta el amanecer.
- ¿Disfrutando del baile, amigos? -preguntó Lorac con cierta
sorna cuando se reunieron con ellos. Ambos se volvieron para
mirarle. Eric tenía el ceño fruncido, y Valian el semblante tan
serio como era habitual en él.
- ¿No bailas? -Jack se puso junto a Eric, mientras Lorac y
Valian intercambiaban algunas palabras. En otro momento, se
hubiera metido en la conversación pero Lorac tenía razón en
una cosa. Aquello era un baile. Por una vez en la vida, quería
olvidarse aunque fuera durante unas horas de todos sus
problemas y divertirse con su amigo en el baile.
- No -gruñó Eric con indiferencia- aunque Karina si lo hace.
Buscó en la pista de baile, donde ya numerosas parejas
danzaban alegremente, hasta que por fin la encontró. En
efecto, allí estaba Karina bailando como podía con uno de los
nobles petimetres de la corte. Por lo que le habían dicho, era el
hijo mayor de uno de los condes del reino. Jack había oído su
nombre pero no lo había retenido. Lo que sí recordaba y de
qué manera, era la visión de los dientes de aquel joven noble,
una hilera de piezas torcidas bastante espectacular. Aunque
claro, tampoco podía decirse que hubiera tenido mucha suerte
con la pareja que le había tocado. Jack reconocía que Karina
era una chica maravillosa y una estupenda amiga, pero no muy
agraciada. “No como Coral”, pensó.
“Bueno, en general es una pareja que pega bastante” -
pensó inocentemente, observando al resto de parejas, muchas
de ellas radiantes y lujosas. Se fijó entonces en que el príncipe
Cedric bailaba en esos momentos en el centro de la sala con
Dezra, del Consejo de Magos. Aquella pareja era el centro de
atención. Ambos jóvenes y guapos. Por donde pasaban se oían
murmullos de admiración, y todos los ojos estaban clavados
en ellos.
375
- No debería bailar, siendo esta noche tan importante -
masculló en voz baja Eric. Tenía los ojos entrecerrados y
miraba a Karina con despecho.
- Bueno, la verdad es que no veo problema en disfrutar de la
velada -adujo Jack encogiéndose de hombros. No entendía el
repentino enfado de Eric.
Eric le miró también enfurruñado y sacudió la cabeza
irritado.
- No entiendes nada -dijo-. Aquí estamos los demás,
jugándonos lo que nos jugamos esta noche, y ella
divirtiéndose.
Jack se dio cuenta de que Eric, sin embargo, no decía
ni una palabra acerca de Cedric y Dezra, que también estaban
al corriente de sus planes para aquella noche y que, pese a
ello, no habían dejado de bailar ni un instante.
Le restó importancia a las palabras de su amigo y cogió
uno de los aperitivos que había en las mesas. Se estaba
hartando de los enfados entre aquellos dos, había decidido que
lo mejor que se podía hacer en aquellos casos era quitarse de
en medio. “Al menos la comida está buena” –empezó a
saborear diversos platos que se habían servido. Aquello estaba
evitando que la noche fuera un desastre. Si además les salía el
plan que habían trazado, todo iría a las mil maravillas.
Le llamó la atención unos ruidos provenientes de la
mesa en la que estaban sentados los Hijos del Sol. Vio que el
embajador Gardar bromeaba con sus hombres, hacían brindis
entre risas y bromas. Por lo coloradas que aparecían las
mejillas del enviado de los Hijos del Sol, podía adivinarse que
ya llevaba unas cuantas copas de más, y lo mismo se podía
decir de los veinte hombres que le acompañaban.
El único que no reía con los demás era Lord Variol.
Cómo no, el misterioso Señor de la Guerra, siempre
enigmático, no parecía capaz de actuar como uno más,
siempre había algo en él que lo hacía diferente a los demás.
“¿Vendrás esta noche?” –querría haberle preguntado,
obligándose a mirarlo. Lord Variol se percató de que lo hacía.
Cuando se fijó en él asintió ligeramente.
376
El embajador Gardar se levantó entonces y dijo unas
palabras a los suyos. Estaba tan borracho que le costaba
incluso mantenerse en pie. Tampoco es que los veinte Hijos
del Sol que le acompañaban estuviesen en mucho mejores
condiciones. Todos se retiraron del baile, dando por concluida
la fiesta. Tras mostrarle sus respetos al rey Alric, se retiraron
del salón. Lord Variol se fue con ellos, y Jack buscó a Valian
con la mirada.
- Espera un poco más -susurró a su lado, haciendo que diese
un respingo. No sabía que le tenía al lado.
Jack retrocedió unos pasos confuso. A veces tenía la
sensación de que Valian era más una sombra que otra cosa.
Siempre aparecía donde menos se lo esperaba uno.
Quizás sería por el vino que había probado o porque le
pilló en mal momento, pero lo cierto es que trastabilló y se dio
de bruces con alguien, pues sintió un contacto en el hombro y
un quejido. Ya iba a disculparse cuando vio quién era con
quien se había tropezado.
-Vaya -dijo ella frotándose el hombro, allí donde la había
golpeado sin querer- ¿Ya estás borracho o es ésta tu forma de
sacarme a bailar?
La última persona que deseaba ver.
- Lo siento, princesa -se disculpó a regañadientes-. No os
había visto.
Se quedaron los dos en silencio un instante. Jack no
sabía por qué ella le miraba, como esperando algo. Iba por fin
a despedirse cuando ella habló de nuevo.
- Entonces, ¿bailamos? -preguntó Coral, mirándole como si
fuese tonto.
Silencio.
- Eh… ¿bailar? -Jack se quedó de una pieza. ¿Dónde estaba
Lord Variol? No era necesario esperar hasta la medianoche.
Quería irse con él ya. Y esta vez casi prefería encontrarse con
el Señor de la Guerra.
- Sí, bailar, Jack de Vadoverde. Eso que están haciendo los
que ves en el centro del salón. ¿O es que los niños de granja
como tú no saben bailar?
377
- Claro que puedo.
Ella se le quedó mirando fijamente.
- Demuéstramelo –le retó.
Y así fue como Jack se encontró bailando, rodeado de
nobles, condes y barones, con la princesa de los elfos de Var
Alon. Vio que muchos de los lores le miraban con envidia,
incluso algunos con gestos de educada incredulidad. No podía
olvidar que todos pensaban que era un simple escolta de la
guardia de una miembro del Consejo de Magos, y estaba
bailando con toda una princesa de un pueblo que era casi una
leyenda.
- Por todos los dioses, Jack de Vadoverde, un pisotón más y te
juro que bailaré con el gato -se quejó Coral, con gesto de
profundo martirio.
- Perdón –respondió confuso.
Se dejó llevar por Coral, aunque por lo poco que sabía
era el hombre el que solía conducir a la mujer en un baile de
ese tipo. Vio a varios hijos pequeños de nobles del reino que
les señalaban y se reían. “Bailo tan mal que debo ser un
espectáculo público” -maldijo para sus adentros,
preguntándose cuándo acabaría esa tortura.
- No lo hagas tan forzado, Jack -dijo entonces ella, y esta vez
no había burla en sus palabras-. Piensa solo en que estás
bailando conmigo, déjate llevar por la música.
Desvió entonces la mirada de los niños que se reían de
él, y se topó con los ojos de Coral a poco más de un palmo de
su cara.
“Qué ojos más azules tiene” -se le ocurrió pensar. Se
fijó en los rasgos suaves de su cara y por primera vez vio que
le sonreía. También por primera vez hizo caso a Coral, y se
dejó llevar por la música pensando en que estaba bailando con
ella, solo con ella. Todo fue mucho más fácil, al cabo de un
rato se sorprendió levantando la cabeza y descubriendo que ya
llevaban así un buen rato.
Por desgracia, la realidad se entrometió demasiado
pronto.

378
- Se acabó la diversión -Valian había aparecido de nuevo a su
lado, salido de quién sabe dónde-. Es hora de otro tipo de baile
–susurró.
Jack se detuvo. Con todo aquello había olvidado que
tenía una misión que cumplir aquella noche. Miró a Coral sin
saber qué decir. Ella les estaba mirando con una ceja enarcada,
hasta que abrió la boca, y aquel momento mágico que
acababan de vivir se vino abajo de golpe.
- Bueno, si él te quiere sacar a bailar por mi ningún problema
-dijo encogiéndose de hombros.
“Estúpida cría” - Jack frunció el ceño y le dio la
espalda. Siempre tenía que decir algo.
- Tengo que irme. No me eches mucho de menos -gruñó
dándole la espalda.
- No, mis pies seguro que no te echan de menos -y dio media
vuelta. Jack la vio irse con un extraño sentimiento de tristeza.
No había pretendido decirle aquello pero le fastidiaba mucho
que ella tuviera que tener siempre la última palabra.
- Vamos de una vez –acució Valian impaciente-. Lord Variol
espera.
Jack tragó saliva y asintió dubitativo. Todo recuerdo de
Coral se borró de su mente como por arte de magia. Ahora
sólo debía preocuparse de una cosa: Lord Variol.
Se dio la vuelta encaminándose hacia la salida. Vio que
los demás le miraban con semblantes de todo tipo. Eric con
temor, Karina con mucho miedo, Lorac, Cedric y Dezra con
más seguridad en los ojos que los demás. Echó un último
vistazo a Coral, pero vio que ya estaba bailando con otro, ni
siquiera se había percatado de que se marchaba. Mejor, era un
niña tonta que sólo podía entorpecer sus planes.
Se despidió del rey Alric, con una profunda inclinación
de cabeza. Éste le correspondió pero no preguntó nada más,
Jack sabía que ambos tenían una conversación pendiente.
Alric estaba al tanto de todo sobre él y querría conocerle cara
a cara.
Salió del salón de baile con paso apresurado. Era
posible que Lord Variol estuviera haciendo igual en otra parte
379
del palacio. Respiraba cada vez más agitadamente, pero no
podía evitarlo. Estaba nervioso, se acercaba la hora convenida.
Echó una ojeada a sus espaldas, pero no vio nada. Sin
embargo sentía una presencia cerca. Valian sabía ser
silencioso cuando quería. Si todo salía como debía de salir,
Lord Variol ni siquiera se percataría de que estaba cerca hasta
que lo tuviera encima. Sería entonces cuando recuperarían el
Cuerno de Telmos.
El plan era muy sencillo, aunque demasiado evidente,
en opinión de todos. Incluso Lorac pensaba así, pero era lo
único que tenían, y a eso se tenían que aferrar. Lorac lo basaba
todo en el anhelo de Lord Variol de conseguir a Jack. Quería
creer -todos querían creer-, que Lord Variol sería capaz de
todo por tener una posibilidad de conseguir al muchacho, y
eso podía hacerle perder la prudencia. Si de verdad quería
hacerse con él, se arriesgaría esa noche.
Primero había sido el mensaje que le habían dejado.
Un mensaje escrito de puño y letra de Jack, algo que había
sorprendido a todos, porque Tarken se había ocupado de
enseñarle a leer y escribir desde chico, cundo volvían de su
diario entrenamiento con la espada. No era habitual que un
chico de pueblo tuviera esos conocimientos.
A medianoche Jack acudiría puntual a la cita en el
viejo roble que había a la afueras de Gálador. No era un lugar
cualquiera. Según Eric constituía uno de los últimos vestigios
de grandes árboles que existieron en el pasado, cuando el Gran
Bosque se extendía más hacia el oeste, antes incluso de que
existiera Kirandia. Luego el hombre le fue ganando terreno a
la naturaleza, pero ese enorme y milenario roble había
quedado, símbolo de una época ya pasada. Lord Variol sabría
donde era.
Y, si el Señor del la Guerra caía en la trampa, creería
que Jack quería ir con él. A lo mejor pensaba que el deseo de
saber el paradero de su hermano le había ofuscado hasta el
punto de querer abandonar la Hermandad del Hierro e ir con
Lord Variol, tal y como éste le había pedido cuando se vieron
cara a cara en los sótanos de la Academia.
380
Debían atrapar a Lord Variol. Era el único que podía
decirles dónde estaba el Cuerno de Telmos. Y debían atraparle
lejos de los Hijos del Sol, de forma que no supusiera una
ofensa contra ellos. Si se encontraba lejos de su protección
podrían obligarle a que les dijera muchas cosas, entre ellas
dónde estaba el cuerno.
“Y dónde está mi hermano” -pensó Jack para sus
adentros.
La gran pregunta era: ¿se tragaría Lord Variol la
mentira? En cualesquiera otras condiciones todos lo habrían
descartado, pero si existía una posibilidad, por mínima que
fuese, debían intentarlo.
Sumido en tales pensamientos salió Jack del palacio.
Los guardias le conocían como miembro de la escolta de
Dezra, no hicieron preguntas, solamente le saludaron. Saber
que Valian vigilaba suponía una gran tranquilidad, pues la
ciudad de día era una cosa, pero de noche otra bien distinta.
Eric le había dicho que Gálador era una ciudad muy segura,
pero eso no terminaba de tranquilizar a Jack. Tan sólo unas
débiles farolas alumbraban el camino. Se cruzó con poca gente
en su paseo nocturno: Un par de borrachos, una carreta de
transporte de maíz, y poco más. Pasó por delante de varias
tabernas de donde provenían voces y risas, lo únicos sitios que
seguían abiertos de noche. Por lo demás, la ciudad de Gálador,
capital de Kirandia, aparecía desierta.
Pese a lo intranquilo de tal situación, prefería no
cruzarse con ninguna patrulla y tener que responder a
preguntas que difícilmente podía contestar. Eric le había dado
un salvoconducto real por si tenía problemas, pues fuera de las
murallas de palacio, y caminando solo en la noche, era un
completo desconocido para los guardias de las puertas.
Así fue como llegó a las murallas de la ciudad. Allí los
guardias le dieron el alto, pero tras enseñar el salvoconducto
no le hicieron más preguntas, y Jack salió del recinto
amurallado.
Fue extraño encontrarse de nuevo en campo abierto. A
sus espaldas, las luces de la ciudad de Gálador brillaban
381
tenuemente, las estrellas lucían magníficas en la noche.
Mucho más a lo lejos, se divisaban las luces de Rodstanby,
una de las poblaciones de Kirandia, pero no era allí hacia
donde se dirigía. Tuvo que andar unos veinte minutos para
llegar al viejo roble.
Desde la distancia se podía distinguir el magnífico
árbol de casi sesenta metros de altura. Una reliquia del pasado,
sin duda alguna. Ya no habían árboles tan grandes, salvo en lo
más hondo del Gran Bosque. Se les llamaba los grandes
árboles, pero ya quedaban muy pocos. Jack solo había visto
uno antes que este, y era la casa-árbol de Nébula, el silfo que
protegía el Gran Bosque. Que él supiera, fuera del bosque solo
quedaba éste.
Pero fue otra cosa lo que le llamó la atención. No había
nadie allí.
Posiblemente fuese porque había llegado demasiado
temprano, pero no pudo evitar intranquilizarse. Ni siquiera era
medianoche aún. Debía conservar la calma, si quería que todo
saliera bien. Si Lord Variol veía que estaba nervioso,
empezaría a sospechar algo.
No veía a Valian, pero sabía que debía estar cerca,
escondido en alguna parte. Pasado un tiempo comenzó a
preguntarse dónde podría estar, pues no había ningún sitio
donde ocultarse en varios kilómetros a la redonda. Tampoco
perdió la calma por ello. Si Lord Variol acudía a la cita, su
caballo se vería venir desde lejos, y le daría tiempo a Valian a
prepararse.
Sin embargo, no fue así. Transcurrió una hora, luego
otra, y finalmente Jack perdió la paciencia. Hacía ya mucho
tiempo que la medianoche había quedado atrás, y no había
visto a nadie. Parecía claro que su absurdo intento de
recuperar el Cuerno de Telmos había fallado.
- No se lo ha tragado -se dijo en voz baja-. No va a venir.
- Así es -dijo una voz por encima suya-. No va a venir.
Miró hacia arriba y pegó un grito que resonó de
manera extraña en la quietud de la noche, cuando una figura
oscura aterrizó de manera brusca a su lado. Se trataba de
382
Valian, que había estado escondido durante todo aquel tiempo
entre el follaje del viejo roble, bajo el que había estado
esperando Jack varias horas.
- ¿Cómo…? -Jack seguía un poco aturdido por la forma de
aparecer de Valian, pero éste no le prestaba atención.
- Debí haberlo supuesto. Nada hace perder el sentido común a
nuestro querido amigo, ni siquiera el saber que puede tener
una mínima oportunidad de atraparte -Valian casi parecía
satisfecho, como si cualquier otro comportamiento por parte
del Señor de la Guerra le hubiese decepcionado.
Jack no estaba tan tranquilo, todavía seguía confuso
por la forma de llegar de su compañero.
- Bueno, ¿y ahora qué hacemos?
- Volver al baile, chico –repuso Valian - ¿Qué otra cosa
podemos hacer?
- Quiero decir, supongo que tendremos que intentar otra cosa,
¿no? -a Jack le fastidiaba la calma con la que se parecía tomar
las cosas el imperturbable Valian.
Éste ni se inmutó ante el enfado del joven. Se detuvo y
observó atento, pendiente de los ruidos de la noche.
Finalmente se encogió de hombros, y se volvió hacia Jack.
- Ahora ya podemos volver.
- ¿Qué estabas haciendo? -preguntó Jack.
- Oía a la noche -se limitó a decir-. Algo que quizás tú
también deberías aprender a hacer, chico. Pensaba que Lord
Variol podía estar escondido en alguna parte, esperando ver si
realizabas algún movimiento sospechoso, tal y como yo estaba
haciendo, pero efectivamente, parece ser que nuestro amigo
del pelo blanco no ha picado el anzuelo -comenzó a andar
hacia Gálador-. Ahora ya sí que podemos volver.
Jack se quedó mudo de asombro. Realmente ni siquiera
se le había pasado por la cabeza que el Señor de la Guerra
pudiera haberse escondido cerca para saber si se trataba de una
trampa. Sacudió la cabeza y siguió a Valian en silencio. Había
veces en que se preguntaba si los Irdas habrían tenido algo de
sobrehumano. Seguramente no, y Valian fuese la excepción

383
que confirma la regla. Se encogió de hombros y siguió a su
compañero.

La ciudad continuaba tan silenciosa como siempre.


Llegaron sin problemas a las murallas del palacio. Allí de
nuevo les reconocieron los guardias de la entrada. Aún así,
uno de ellos lanzó una maldición cuando les vio llegar.
- ¿Pero qué demonios os pasa hoy a todos esta noche? -gruñó
el guardia, lanzándoles una hosca mirada-. No hacéis más que
entrar y salir, entrar y salir…
Jack iba a darles una explicación que sonara
convincente cuando Valian le apretó el brazo con su mano
derecha con fuerza. Su rostro aparecía tenso y contraído en
una extraña mueca.
- ¿A qué os referís? -preguntó- ¿Ha salido alguien más esta
noche?
- Oh, ya lo creo que sí -respondió el guardia de malos modos-
El tipo ese del pelo blanco que acompaña a los Hijos del Sol
también se marchó hace un rato. Ni siquiera dijo dónde iba y
que… ¡por todos los infiernos!
Un gran alarido segó la quietud de la noche. Provenía
del palacio real, y enseguida le siguieron varias explicaciones
más. Gritos que parecían asustados y llenos de terror. Jack
miró a Valian desconcertado, pero éste no había perdido el
tiempo, había desenvainado la espada de bronce que le dieran
cuando llegaron a Kirandia.
- ¡Rápido! -le exhortó, empuñando la espada y corriendo
hacia el interior del palacio.
Jack titubeó unos instantes y siguió a Valian a toda
velocidad. Oyó detrás las maldiciones de los guardias, quienes
llamaban a gritos a sus compañeros. Pronto los dejaron atrás,
por eso fueron los primeros en llegar al palacio y ver el caos
que reinaba en él.
La gente corría despavorida en todas direcciones,
muchos de ellos eran nobles vestidos aún con los atuendos de
gala que habían lucido en el baile. Jack vio que muchas de las
damas de la corte tenían que ser atendidas por sus doncellas de
384
compañía, pues se habían desmayado. Incluso algunos de los
lores habían desenvainado sus espadas, y corrían de un lado a
otro con el arma alzada. ¿Qué demonios había pasado allí?
Jack se había ido dejando una velada tranquila y agradable,
donde la corte del rey Alric disfrutaba al completo de un gran
baile de alto nivel. ¿Qué había podido provocar semejante
pavor?
En ese momento vieron a Eric al mando de una patrulla
de guardias. Tenía el rostro serio y asustado, pero cuando les
vio se paró en seco, y un gran alivio se reflejó en su mirada.
- ¡Sois vosotros! Temía que os hubiera pasado algo -por un
momento incluso se permitió esbozar una leve sonrisa. A sus
espaldas, los guardias le esperaban impacientes.
- Todo ha sucedido tan de repente. Pero hacemos lo que
podemos. Mi padre me ha encargado revisar todas las alas del
palacio, y…
- ¿Qué ha pasado? -Valian se adelantó a las palabras del joven
príncipe de Kirandia, que hablaba sin parar como si así
pudiera descargar la tensión. Sin embargo, pareció recobrar el
control sobre sí mismo cuando Valian le habló.
Fue sólo una frase, pero pareció que un trueno se
hubiera descargado sobre ellos cuando la dijo.
- Han matado a los Hijos del Sol.
Jack se quedó mudo de estupor. ¿Quería eso decir que
Lord Variol también…? A lo mejor por eso no había podido
acudir a la cita aquella noche, y…¡un momento! ¿Qué había
dicho el guardia que vigilaba la puerta? ¡Lord Variol había
salido de palacio aquella noche! ¿Qué estaba pasando?
Valian, como siempre, fue el primero en reaccionar.
- Rápido, llevadnos a ese lugar.
Eric les hizo una señal a los guardias, y todos fueron
tras él. Valian fue de los primeros en seguirle, así que Jack
pensó que también tendría que ir él. A su alrededor observó
soldados por todas partes, e igualmente muchos de los
comensales que habían estado presentes en el baile se
encontraban ahora escoltados por grupos de hombres armados.

385
De repente, el palacio se había transformado en un caos
absoluto.
Se abrieron paso a través de gente asustada, y llegaron
a un pasillo amplio y bien iluminado. La presencia de guardias
era mucho mayor. Al final del pasillo estaban las estancias que
se habían reservado a los Hijos del Sol y el embajador Gardar.
Pero Jack no pudo distinguir qué pasaba en su interior, pues
un numeroso grupo de soldados guardaba la entrada.
- Sir Belerion -saludó Eric a uno de los caballeros al que Jack
ya conocía- ¿Está mi padre dentro?
- Así es, mi señor -Belerion estaba pálido y su tez presentaba
un aspecto ceniciento-. No…, no os aconsejo pasar, joven
príncipe. He visto cosas horribles en esta vida, pero
francamente, lo que ha ocurrido esta noche ahí dentro es una
crueldad -sacudió la cabeza con incredulidad-. Ojalá supiera
quién es el responsable de todo esto.
- Soy el hijo de mi padre, Sir Belerion -repuso Eric, y a Jack
le pareció más príncipe que nunca-. Entraremos.
El caballero no dijo más. Tras hacer una reverencia dio
unas órdenes a los guardias para que les dejaran pasar. Cuando
estuvieron dentro Jack se arrepintió de haber pasado. Lo que
había ocurrido allí aquella noche no tenía nombre.
Eran unos amplios dormitorios que daban cabida para
veinte camas, justo el número de Hijos del Sol que había en
palacio. Ahora estaban todos muertos.
Los habían asesinado en sus camas, mientras dormían.
Degollados, en los lechos reposaban veinte cuerpos sin
cabeza. Por el suelo de la habitación se encontraba lo que les
faltaba, veinte cabezas sumergidas en un mar de sangre.
Horrorizado, Jack vio que la estaban pisando en ese mismo
momento. Casi vomitó cuando reconoció una de las cabezas
que estaba tirada a su lado. Era la del embajador Gardar, que
le miraba con ojos vacíos. Jack empezó a sentir nauseas, y
estaba a punto de vomitar cuando sintió una fuerte mano en su
hombro. Se volvió viendo a Valian a su lado, contemplando
todo con el semblante tan inalterable de siempre.
- Sé fuerte, Jack -dijo simplemente.
386
Sé fuerte. Como si fuera fácil. Muchos hombres más
grandes y preparados que él no lo habían sido, y mezclada con
la sangre del suelo podían verse restos de vómitos.
- Quiero saber quién ha hecho esto -fue la voz del rey Alric
que les sorprendió a todos. Estaba rodeado de soldados, en el
centro de la estancia, y contemplaba todo con gesto duro, casi
tanto como el de Valian.
“Yo sé quién ha hecho esto” –pensó Jack tragando
saliva. Poco a poco fue recuperando el aliento, las náuseas
remitieron.
- Alteza –respondió uno de los soldados-. Falta el hombre de
cabello albino que iba con el embajador Gardar.
Ahora entendía por qué Lord Variol no había podido
acudir a la cita bajo el viejo roble aquella noche. Había tenido
deberes que hacer.

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388
CAPITULO 3
Revelaciones

La noticia se extendió por todo Mitgard tan rápida


como los fríos vientos que soplaban por las montañas de la
Marca Helada. Varios Hijos del Sol e incluso el embajador
habían sido asesinados en Kirandia. ¡El propio rey Alric lo
había hecho mientras dormían! ¡No, el rey envió a sus dos
hijos para que hicieran el trabajo! ¡Fue un perro del infierno
invocado por el monarca el que lo había hecho!
Fuera como fuese, todos los rumores coincidían en un
punto: los Hijos del Sol, incluyendo su embajador, habían sido
asesinados en Kirandia mientras gozaban de la hospitalidad
del rey Alric. No había peor crimen que asesinar a un huésped
bajo tu propio techo.
La Torre Blanca clamaba venganza, o eso decían los
más viejos del lugar. Hacía muchos años que los Hijos del Sol
no sufrían una pérdida semejante, y en el ambiente comenzó a
flotar un aroma a guerra. Los ojos de todos se dirigieron al
Supremo Reino. Angirad no podía permanecer impasible ante
este hecho y de eso se encargó el propio Dorado. Nada más
conocerse la noticia, el líder de los Hijos del Sol acudió a
Angirad, acompañado de una numerosa escolta, y allí el
Supremo Rey Kelson, Señor de todo Mitgard, escuchó sus
acusaciones. Todo un día permanecieron reunidos el monarca
y el Dorado, junto a todos sus consejeros. Al final una frase en
boca de todos, una frase suficiente como para que el miedo a
tiempos sombríos alcanzase a los habitantes de Mitgard.
El Supremo Reino iría a la guerra contra Kirandia.
Un triunfo para el Dorado, decían todos. Sólo una
acción de semejante calibre podía inducir al Supremo Reino a
apoyar a los Hijos del Sol en una confrontación de tal
magnitud. Algunos decían que aquello les traería la ruina;
unas nuevas Guerras de Hierro, se atrevían a aventurar los más

389
osados. Otros argumentaban que por muy duro que pudiera
ser, había que castigar a los culpables de tan alevoso crimen.
Y la guerra llegó de nuevo a Mitgard.

Desde donde se encontraba, subido a su gallardo


caballo blanco, Kelson, Supremo Rey de Angirad y soberano
señor de todo Mitgard, contemplaba con gesto adusto cómo
formaba su ejército ante las puertas de la ciudad de Teluria, la
capital de Angirad, para muchos la del mundo. Numerosos
ciudadanos se habían agolpado en las murallas para
contemplar la enorme concentración militar. Allí estaban los
mejores caballeros de Mitgard, los señores más poderosos. El
ejército del Supremo Reino se ponía en marcha por primera
vez en cientos de años, y la gente les aclamaba entusiasmados.
Su rey, en cambio, mostraba un semblante que parecía haber
envejecido varios años en pocos días.
“Míralos, estúpidos imberbes -Kelson observó con rabia a
unos jóvenes caballeros que hacían cabriolas con sus caballos
ante el deleite de la multitud-, ninguno de ellos ha estado antes
en una guerra. No saben lo que les espera”.
Y lo decía porque conocía a su rival. Kelson siempre
recordaba con deleite los años que pasó junto a Alric de
Kirandia en una de las tribus bárbaras de la Llanura. Era
costumbre de muchos reyes enviar a sus hijos cuando eran
chicos a aprender de la vida salvaje de los bárbaros, bajo la
tutela de un jefe de alguna de las tribus. Hacía ya muchos años
de eso, pero Kelson y Alric eran de la misma edad, habían
coincidido en la tribu del Viento. Ya entonces recordaba que
se había sorprendido de lo bien que lo hacía todo Alric. Un
buen amigo, un enemigo peligroso, le había definido entonces
el que era jefe de la tribu por aquella época. Kelson no podía
estar más de acuerdo.
¿Pero qué otra cosa podía hacer? Alric era un contrario
difícil, y además era su amigo, pero no había nada capaz de
evitar esa guerra, Kelson lo sabía. La única manera era que
Kirandia aceptara sus condiciones, pero estaba seguro de que
Alric jamás lo haría. Las repasó mentalmente de nuevo,
390
sacudiendo la cabeza con pesar. Sus consejeros no conocían lo
más mínimo a Alric si pensaban que podría estar de acuerdo
con ellas.
Detuvo sus pensamientos cuando uno de sus hombres
se acercó.
- Eral de Thule vendrá dentro de tres días con cinco mil
hombres más, Alteza -dijo el caballero, inclinando la cabeza
ante su monarca.
- De acuerdo -Kelson miró de nuevo la enorme ciudad de
Teluria, que quedaba ahora a sus espaldas-. Avisad a
Armeisth. Voy a traerle conmigo.
El caballero carraspeó un poco cuando habló de nuevo, algo
más pálido.
-¿Es... es necesario, Alteza? Los lores no se sienten cómodos
en su presencia.
- Conozco a Alric. Sé lo que va a hacer, así que avísale -
ordenó el Supremo Rey Kelson, girándose en su caballo y
mirando hacia el noreste. Más allá del río Gris estaban las
montañas Lemures, que marcaban la frontera entre Angirad y
la Llanura. Y tras ella estaba su destino- ¿Dentro de tres días
has dicho? Pues dentro de tres días partiremos hacia Kirandia.

- Nos ha engañado, mi señor.


Galior, el Dorado, señor de la Torre Blanca, miró con
gesto torvo a su compañero. Justarius aguantó la mirada sin
titubear, acariciando su montura al tiempo que clavaba la vista
en el enorme ejército que se estaba congregando ante ellos.
Las tropas de Angirad lucían con luz propia, y a su lado
numerosos destacamentos de Hijos del Sol ponían el
contrapunto a tan magnífica concentración de tropas. La
mayor desde hacía siglos decían algunos.
A estas alturas, Galior tendría que estar acariciando el
Cuerno de Telmos en sus manos, pero no era así. Solo tenía
una explicación y es que el rey Alric se había adelantado a sus
planes y había matado a sus hombres. Si fuera así el cuerno
estaría ahora en sus manos y sus soldados no tendrían el
mismo poder.
391
- Los informes que nos han llegado niegan que Lord Variol
estuviera entre los muertos. -continuó diciendo Justarius-. Así
que no creo que haya sido el rey Alric el que haya decretado la
muerte de nuestros hombres. En mi opinión han sido
asesinados por la mano del propio Lord Variol, quien además
se habrá llevado el cuerno consigo.
- No oiré más, Justarius –se sentía aburrido de oír a su
segundo. Tenía la guerra que quería, y el Supremo Rey les
apoyaría en la guerra contra Kirandia, pero algo había salido
mal, y eso había provocado que el Cuerno de Telmos no
estuviera en sus manos. “El rey Alric se adelantó a nuestra
treta”, pensaba, “mandó matar a nuestros hombres para
hacerse con el cuerno con ayuda de esos bastardos de la
Hermandad del Hierro. Ahora el Cuerno de Telmos lo tienen
ellos”
Se produjo un silencio, aunque finalmente Justarius se
atrevió a decir lo que había estado dudando en pronunciar.
- Entonces, ¿dónde está Lord Variol? -dijo en voz baja-. Nos
han devuelto veinte cadáveres, junto al del embajador Gardar.
No hay ni rastro de Lord Variol.
- ¡Ya basta! -el Dorado le miró furioso-. Casi parece que
defiendes a Alric y a los suyos. Mataron a nuestros hombres,
no hay duda de eso, y robaron el cuerno. Nos espera una
batalla dura por delante, así que más vale que vayas
preparando a los demás. Dentro de unos días quiero la cabeza
del rey Alric clavada en una pica.

- El Cuerno de Telmos.
El susurro atónito del rey Alric fue seguido de un
profundo silencio. Nadie se atrevió a romper aquel momento,
hasta que el monarca habló de nuevo.
- Así pues, Lorac, los Hijos del Sol os robaron el Cuerno de
Telmos -continuó diciendo- y ahora…
- Ahora es Lord Variol el que se ha quedado con él –concluyó
el propio Lorac, que parecía estar impaciente-. Después de
matar a los Hijos del Sol para culparos a vos.

392
Todos guardaron silencio por enésima vez en aquella
calurosa mañana de agosto. Estaban reunidos en la sala de
consejo del palacio real de Gálador. Por lo que Jack pudo ver,
el rey presentaba una tez macilenta y gruesos goterones de
sudor le corrían por la cara. Tras varios días de auténtica
locura donde el monarca parecía haber estado en todas partes a
la vez, había sacado un hueco y los había reunido a todos.
Y allí estaban, el rey Alric flanqueado por sus dos
hijos, junto a ellos Lorac, Valian, Karina, Dezra y el propio
Jack. Éste se fijó en que la mesa a la que se sentaban estaba
hecha para albergar un número mucho mayor de comensales,
muchos asientos aparecían sin ocupar. Tan solo faltaban los
elfos, a los que estaban esperando. Durante el caos de aquellos
días se habían mantenido al margen de todo pero ya había
llegado el momento de que todos hablaran.
- ¿Está comprobado que fue él, verdad? -preguntó Alric con
voz ronca, girando ligeramente la cabeza en dirección a Lorac.
- No pudo ser otro, mi señor -respondió éste-. Es el único que
falta de los Hijos del Sol. Los guardias de palacio dicen que
salió aquella noche, poco antes de que se descubriesen los
cuerpos sin que haya vuelto. Y es el único que sabía dónde
estaba el Cuerno de Telmos.
- Sabía que los Hijos del Sol estarían borrachos esa noche -
esta vez fue Valian el que habló, sorprendiéndoles a todos,
pues no había abierto la boca desde que habían empezado la
reunión-. Esperó a que estuvieran durmiendo. Sabía, por
supuesto, que la noche del baile sería cuando más bajarían la
guardia, apostaría mi vida a que cogió su espada Mórbida, y
en la oscuridad de la noche los degolló a todos. Tras eso se
hizo con el Cuerno de Telmos y salió tranquilamente de
palacio. Los guardias de la entrada le conocían, y no tenían
por qué dudar de él -había una extraña amargura en el tono de
Valian-. Le gusta matar de noche. No es la primera vez que lo
hace.
- ¿A…, a qué te refieres? -inquirió Karina, un poco
atemorizada por las palabras de Valian.
Éste no contestó.
393
- Sea como sea, ese maldito diablo parece haberse esfumado
de la faz de la tierra -rugió Alric, haciendo que todos se
sobresaltaran-. Cien jinetes salieron a buscarle esa misma
noche. Los guardias que estaban en las fronteras fueron
avisados y ninguno dio con él. ¡Ninguno! Hoy han vuelto los
últimos caballeros que intentaron darle caza. Habían
alcanzado Taris, y no quisieron avanzar más porque más allá
del Pico del Titán las tierras no son lugar seguro.
- Lord Variol posee poderes que están fuera de nuestro
alcance -razonó Lorac, que parecía el único que estaba
tranquilo-. Nos costó dar con él durante nuestra persecución
por el bosque, y únicamente lo tuvimos de frente cuando quiso
tendernos una trampa en la Llanura para hacerse con Jack.
Todos clavaron sus miradas en Jack. Éste sintió que de
nuevo le embargaba aquella sensación se sentirse perdido en
un mar de dudas. No sabía por qué, pero en ese instante echó
de menos los días en Vadoverde junto a Tarken. Días que ya
habían quedado atrás.
- Derek y Tarken antes que él me hablaron de ti, chico,
explicándome lo de la canción que descubrió Tarken cuando
estuvo en Darkun -Alric le evaluaba con la mirada como el
que examina un caballo que no está muy seguro de si debe
comprar o no-. Que me aspen si me acuerdo, algo así como
dos no se qué…,

Dos hermanos para devolverle a la gloria,


dos espadas para enterrarle de nuevo,
ambos distintos, ambos opuestos,
uno por la luz, otro por la sombra,
ambos unidos en lo más hondo de su memoria.

Había sido Lorac el que recitó los versos y fue él el que


prosiguió la conversación.
- Ya tuvimos una conversación al respecto en la Academia.
Estabais ya al tanto de nuestras conclusiones, Alteza.
Obviamente, Jack es uno de los hermanos, y uno de los que

394
pueden acabar con Dagnatarus, pero también, junto a su
hermano, devolverle sus antiguos poderes.
- Ya me sé la cantinela, Lorac, no es menester que me la
repitas de nuevo -gruñó Alric con el ceño fruncido-. Dos veces
he recibido la visita del propio Gran Maestre Derek, y la de
Tarken antes que él. Primero fue este último, quien tras su
viaje a Darkun me comunicó las nuevas acerca del chaval y
ese Dagnatarus. Siempre he tenido una fe ciega en los de la
Hermandad, al igual que mi padre antes que él, y el padre de
mi padre, y el…, bueno, ya me entendéis. El caso es que en
aquella ocasión me costó mucho aceptar lo que me decía. ¡Que
Dagnatarus no había muerto del todo! ¿Pero de qué demonios
me estaba hablando? ¡Y que un crío tendría la clave para
terminar con él! -sacudió la cabeza y soltó una risotada-.
Acabáramos, yo y mi mujer estábamos entonces muy
ocupados por el reciente nacimiento de Eric, no tenía tiempo
para ocuparme de aquellas locuras, pero años más tarde me
empezaron a llegar noticias inquietantes del norte.
- Así es, uno de mis caballeros se aventuró más de lo normal,
llegando hasta las Tierras Ásperas con sus hombres. Dijo que
una noche vio una extraña luz saliendo de Darkun, pero no se
atrevió a acercarse más. Al día siguiente avistaron un enorme
grupo de lobos dirigiéndose a ese mismo lugar. Recuerdo que
aquello me inquietó mucho.
- Más tarde –continuó-, recibí de nuevo la visita de Derek,
ahora como Gran Maestre, y me contó lo mismo que Tarken,
que estuviera alerta contra ese malnacido de Lord Variol. Dos
años después vino a verme y me lo repitió. Ahora, ahora...,
ahora me encuentro con que delante de mí tengo un chaval que
parece un polluelo recién salido de su cascarón, y con una
guerra en ciernes queréis que esté pendiente de cómo podemos
ayudarle a derrotar a Dagnatarus.
Alric alzó los brazos furioso, y descargó un golpe
tremendo contra la mesa, que hizo que todos retrocedieran
sorprendidos.
- ¡Pues no, maldita sea! -rugió el rey iracundo- ¡Me importa
un bledo lo que hagáis! Tan solo me importa la guerra que
395
tengo por delante. Si queréis ayudarme, salid a buscar el
Cuerno de Telmos, o decidles a vuestros amigos de la
Hermandad que me faciliten más guerreros -se volvió hacia
Cedric-. Hijo mío, los elfos vendrán ahora, pregúntales qué
diablos quieren, y si no me van a apoyar en la guerra por mí
que se vayan.
- Padre… -intentó protestar Cedric, pero éste le cortó con un
gesto de la mano.
- No tengo nada más que decir en este asunto, hijo. Los
ejércitos de Angirad partirán en pocos días hacia nuestras
murallas. Junto con ellos vendrán los Hijos del Sol, y yo…-
Alric pareció perder toda la fuerza que tenía bajando los
brazos con desaliento-. Y yo espero dejarte algún día un reino
que puedas gobernar.
En silencio salió de la sala, y los compañeros se
quedaron silenciosos. Jack contemplaba con fijeza el suelo que
había a sus pies. Las palabras del monarca aún resonaban en
sus oídos. Todos esperarían a un gran guerrero para vencer al
nigromante más poderoso de todos los tiempos, y sin embargo
tenían a un chico de dieciséis años para defenderles, nada más.
“Tiene razón en todo lo que ha dicho -tragó saliva y
buscó a los demás con la mirada-. Mejor hubiera hecho
quedándome en Vadoverde, jugar con amigos en vez de
practicar en secreto con la espada todos los días, mejor…”.
- No es él mismo -dijo entonces Eric, y a su lado Cedric le
puso una mano en el hombro-. La guerra le tiene trastornado.
He oído decir a los generales de mi padre que el ejército del
Supremo Rey es mucho mayor que el nuestro y está
preocupado porque no tenemos protección ante los Hijos del
Sol, pero es un gran hombre. Estoy seguro de que conseguirá
sacarnos de ésta.
- Lorac, ¿no podríamos pedirle al Gran Maestre Derek ayuda?
-Cedric apretó los puños esperanzado- ¿Cuántos estudiantes y
miembros de la Hermandad hay en la Academia? ¿Tres mil?
¿Cuatro mil? Y son los mejores guerreros del mundo. ¡Nadie
está tan preparado como nosotros, somos los únicos que
contamos con hierro!
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Lorac negó con la cabeza.
- El rey Alric tiene su propia batalla y nosotros la nuestra. La
Hermandad nunca luchará contra un enemigo que no sea
Dagnatarus. No podemos contar con la ayuda de Alric en estos
momentos. Bien, tendremos que arreglárnoslas nosotros solos.
Los demás se miraron unos a otros, esperando que
alguien dijera algo esperanzador, pero nadie lo hizo. Cedric y
Eric estaban cabizbajos, afectados por la desesperación de su
padre, mientras que Valian guardaba silencio, como siempre,
ninguno daba la impresión de que tuviera nada nuevo que
aportar.
“Hemos perdido antes de empezar la guerra -Jack
apretó los puños con furia por debajo de la mesa-.
Seguramente Lord Variol debe de estar riéndose de nosotros
en alguna parte con el cuerno a buen recaudo. Ha sido más
listo que nosotros”.
- Debemos aprovechar lo que tenemos -todos levantaron la
cabeza sorprendidos, pues era Dezra la que había tomado la
palabra-. Así estaremos más seguros de que los pasos que
demos a partir de ahora son los correctos.
Lorac se permitió una breve sonrisa.
- Con todo lo que ha pasado me había olvidado de que
contábamos entre nosotros con un miembro del Consejo de
Magos -observó. A Jack se le hacía difícil verla como tal, pues
Dezra era muy joven, contaba cuatro años más que él mismo.
Sin embargo, por lo que había oído decir, no había llegado
hasta esa posición de casualidad-. Tenéis razón, mi señora,
como siempre. El rey Alric tiene sus propias batallas,
luchemos nosotros las que nos corresponden. Antes de nada
debemos decidir, ¿qué vamos a hacer ahora?
- Podríamos partir tras Lord Variol -sugirió Eric.
Lorac sacudió la cabeza.
- Ha pasado una semana desde que se marchó. Cien
caballeros del rey partieron en su busca, las patrullas recorren
la frontera en alerta, a pesar de lo cual todas han obtenido el
mismo resultado. Realmente parece haber desaparecido de la
faz de la tierra.
397
-Entonces…¿quieres hacernos creer que Lord Variol tiene
poder para salir volando? -Eric tenía los ojos tan abiertos por
la impresión que en ese momento era susceptible de creerse
cualquier cosa que le respondiesen.
Lorac sonrió al ver el rostro atónito del joven príncipe
de Kirandia, recordando que una vez él también había sido
joven. A su mente acudió la masacre que había perpetrado el
propio Señor de la Guerra hacía una semana, y de su cara se
borró toda expresión relajada. Puede que Lord Variol no
tuviera el poder de salir volando, pero no cabía duda de que
poseía otras habilidades.
Entre las que se contaba la habilidad de poder matar a
veinte personas mientras dormían sin que ninguna de ellas se
levantase alarmada en ningún momento. Sí, el Señor de la
Guerra podía ser tan sigiloso como una sombra cuando quería,
pero no podía volar, afortunadamente.
- No, no se marchó volando -dijo al fin-. Más bien me inclino
a pensar que se adentró en el Gran Bosque de nuevo. A partir
de ese momento fue inalcanzable para nosotros.
- ¿Cómo? -Jack enarcó las cejas asombrado- ¿Volver al
bosque? Eso es territorio de la Hermandad, podríamos cogerle
ahí.
- No, Jack, estamos muy al norte de las sendas marcadas por
el dios Orión para los miembros de la Hermandad del Hierro -
esta vez fue Valian el que tomó la palabra. Su rostro mostraba
la misma expresión inflexible de siempre-. Así le fue
comunicado a Sir Ragnar, el caballero que fundó la
Hermandad cuando Orión le mostró la Academia. La zona
norte del Gran Bosque es tan peligrosa para nuestra Orden
como para cualquier otro habitante de Mitgard.
- Pocos son los que pueden adentrarse en el bosque sin riesgo
–añadió-, y una de esas personas es el propio Lord Variol,
como ya nos ha mostrado antes. Tengo el convencimiento de
que nuestro amigo albino abandonó Gálador y se dirigió al
noreste. No tuvo necesidad de cruzar las fronteras de Kirandia,
pues no hay fronteras con el Gran Bosque. Atravesaría el paso
que hay entre la ciudad de Stanfort y el Templo de las
398
Estrellas entrando por allí en el Bosque. A los caballeros del
rey Alric que partieron en su busca ni siquiera se les pasaría
por la cabeza que se hubiera adentrado en un lugar tan temido.
A estas alturas debe estar ya en las Montañas de la Calavera.
- Vayamos en su búsqueda -se levantó Eric, negándose a
darse por vencido.
Lorac soltó una risotada.
- Entonces sí que vas a necesitar volar para cogerle. No,
amigos míos, Lord Variol ya no está a nuestro alcance, sugiero
que tracemos nuestros planes a partir de ahora contando con
que el enemigo tiene el Cuerno de Telmos.
- De acuerdo entonces -Dezra no perdió más tiempo en
lamentaciones-. Seguimos donde estábamos. ¿Qué podemos
hacer ahora? Es posible que haya llegado el momento de que
cada uno vuelva con los suyos para trazar nuevos planes.
Cedric y Eric deben estar al lado de su padre cuando comience
la guerra, los demás imagino que tendréis noticias que
comunicar a vuestro Gran Maestre. Yo, por mi parte, debería
partir cuanto antes a las Torres Arcanas, Mentor querrá saber
de todo esto cuanto antes.
- ¡No pienso volver a la Academia con las manos vacías! -
estalló Karina, mirando a Dezra enfurruñada.
- Si te quedas aquí, entonces es posible que vuelvas envuelta
en una mortaja -la cortó Dezra con frialdad- ¿O has olvidado
que estamos en un reino en guerra? Y no creo que los Hijos
del Sol sean muy benévolos contigo cuando descubran que
eres una miembro de la Hermandad del Hierro.
- ¡No tengo miedo! -gritó ella, poniéndose roja de rabia.
- ¡Basta! No arreglaremos nada discutiendo, pero sí, es
posible que Dezra tenga razón -Karina miró a Lorac con
incredulidad-. Karina, debes entender que a veces una retirada
a tiempo es la mejor estrategia. No tenemos ya nada que hacer
aquí, la pérdida del cuerno y la guerra entre Kirandia y el
Supremo Reino lo cambian todo. No habíamos previsto esta
situación -Lorac lo repitió para sí mismo como para intentarse
convencer de que no era culpa suya- y necesitamos del
consejo del Gran Maestre. No tenemos otra opción.
399
Karina bajó la cabeza derrotada, y Jack y Eric se
miraron desesperanzados. ¿Era eso lo que les quedaba?
¿Separarse? Eric se quedaría allí con su padre, y se suponía
que Jack volvería a la Academia para ver qué era lo que
disponía el Gran Maestre para él. ¿Volvería a ver a su amigo,
a su mejor amigo? ¿Moriría Eric en el campo de batalla? Por
enésima vez maldijo a Lord Variol, maldijo al que había
matado a sus padres, raptado a su hermano, y ahora les había
robado el Cuerno de Telmos, su única esperanza contra los
Hijos del Sol.
Se encontraban todos sumidos en turbios
pensamientos, cuando llamaron a la puerta. Sin dar tiempo a
que contestasen ésta se abrió y tres elfos entraron en la
habitación. Se trataba de los príncipes Gerald y Coral, con
ellos iba el otro elfo tan callado, Vanyar se llamaba.
Jack frunció el ceño con disgusto. Recordaba que su
tío…, es decir, Tarken, le solía contar historias cuando era
pequeño sobre que, de portarse bien, los elfos vendrían a
visitarle. Jack siempre había intentado ser bueno y justo
cuando estuvo en Vadoverde, ilusionado porque los elfos le
honraran con una visita, pero nunca sucedió así.
Ahora, varios años después, estaba deseando tener la
oportunidad para portarse mal, con la esperanza de que así
quizás no tendría que aguantar su presencia.
Y es que no podía sentirse más incómodo con ellos. El
alto, Vanyar, era un presuntuoso que no hacía más que
mirarles por encima del hombro, mientras que Coral le
insultaba y provocaba. Pensaba que se llevarían mejor después
de aquel breve momento que habían disfrutado bailando la
pasada semana. Pero sólo había sido un espejismo. Al día
siguiente habían tenido otro intercambio de pullas, porque
Coral le acusó de largarse en medio del baile y dejarla tirada,
preguntándole si había aprendido a bailar con los cerdos de su
pueblo. Al día siguiente Lorac había ido a hablar con ellos, y
les había contado lo de Jack.
Desde ese día no se había cruzado con ella.

400
“¿Qué pensará ahora mismo de mí? ¿Qué soy un bicho
raro? ¿Es por eso por lo que me ha estado evitando todos esos
días? -escrutó el semblante de la princesa elfa, pero no
encontró respuestas a sus preguntas-. Da igual lo que piense de
mí, es una cría estúpida y nada más”.
Se acordó del momento en que Lorac había ido a
hablar con él, un día después del asesinato de los Hijos del
Sol.
- Voy a contarles toda la verdad sobre ti y Dagnatarus a los
elfos -dijo sin más preámbulos-. He estado hablando con ellos
y parece ser que también tienen una parte importante que decir
en la guerra que libraremos dentro de poco. Además, ya es
hora de que los pueblos libres sepan de tu existencia.
Dagnatarus ha movido sus piezas, ahora nos toca a nosotros.
Los elfos fueron los únicos que no tomaron parte en las
Guerras de Hierro, pero esta vez la situación es diferente.
Estoy seguro de que podemos contar con su ayuda, para eso
necesito que lo sepan todo y ¿quién sabe?, puede que ellos
sepan algo que nosotros desconozcamos respecto de ti. Los
elfos son la raza más antigua de todo Mitgard, y son
guardianes de secretos ancestrales. Es el momento de contar
con su ayuda.
Jack no había dicho nada a las palabras de Lorac, se
limitó a asentir. Aquella noche no durmió bien, pensaba en lo
que dirían los elfos al día siguiente, pero para su sorpresa no
acudieron a hablar con él. Cuando le preguntó a Lorac qué
había pasado, éste no parecía muy contento.
- No estoy seguro de haberles convencido –comentó Lorac
con gesto hosco, no parecía tener ganas de hablar del tema-.
Gerald fue de los pocos que me prestó atención, pero ese
Vanyar se rió en mi cara comentando que no pondría su vida
en manos de ningún niño humano. Tampoco la princesa Coral
estaba muy convencida. Al menos ella me escuchó, pero me
dijo algo así como que los dioses debían estar muy
desesperados como para poner el destino de todos en tus
manos. Sea como sea no me quisieron decir nada más hasta la
reunión con el rey Alric la próxima semana.
401
Y había llegado esa reunión. Allí estaban los elfos, tal
y como habían prometido. Vanyar con su gesto agrio de
siempre. Aunque buscó respuestas en el rostro de Coral, no
encontró ninguna. ¡Que simpáticos esos elfos! Tan solo Gerald
se salvaba de la quema, aunque se reservaba su opinión hasta
que no oyese qué tenían que decir sobre él.
- ¿El rey Alric está…? -Gerald se quedó extrañado al no ver
al monarca entre ellos.
- Ausente. Está ausente, príncipe Gerald -fue Cedric el que
tomó la palabra, y dudó solo un instante antes de ocupar la
silla que estaba en la cabecera de la mesa, la que por
costumbre estaba destinada al que presidía las reuniones en la
sala del consejo del palacio real de Gálador. La que
normalmente estaba reservada a su padre-. Otros asuntos le
mantienen ocupado, pero me ha mandado para que os dé la
bienvenida a este Consejo y escuche lo que tengáis que decir.
Los tres elfos tomaron asiento a la izquierda de Cedric.
A su derecha estaba su hermano Eric. Gerald fue el primero en
tomar la palabra.
- Tenemos mucho de qué hablar -comenzó-. Lorac acudió a
nosotros el otro día, nos reveló sus secretos, los suyos y los de
la Hermandad, cosa de la cual estamos muy agradecidos. Hoy
venimos a daros nuestra respuesta, explicaros también el
motivo de que estemos aquí.
Un momento de silencio antes de que Gerald
continuara hablando.
- Quizás debería empezar por contaros algo sobre los Escribas
-todos le prestaban atención en ese momento, aunque Jack vio
que Coral no parecía muy interesada en el asunto, y Vanyar no
hacía más que dirigirles miradas hoscas a los miembros de la
Hermandad, especialmente a él. Ajeno a esto, Gerald continuó
con su historia-. Ellos son el motivo por el cual estamos hoy
aquí entre vosotros.
- Creo que sé algo sobre ellos -dijo Dezra dubitativa-. Leí
algo al respecto en las crónicas que guardábamos en las Torres
Arcanas. Hablaba de unos seres deformes y monstruosos, pero
con un extraño don. El don de predecir el futuro.
402
- No exactamente, pero supongo que si los humanos lo
entendéis mejor así, de esa forma podéis interpretarlo -replicó
Gerald sacudiendo la cabeza-. Desde el principio de los
tiempos los elfos siempre hemos sido los hijos predilectos de
los dioses. Estábamos aquí mucho antes de que el hombre
hollara estas tierras. Los dioses nos crearon a su imagen y
semejanza, y por eso siempre se ha considerado que un elfo es
el ser más bello y perfecto que existe -Jack le echó un vistazo
a Vanyar, que escuchaba todo con una agria mueca, y tuvo sus
dudas-. Sin embargo, para compensar todo esto en contadas
ocasiones nacía uno de nosotros horrendo y deforme.
- Equilibrio -murmuró Lorac con los ojos clavados en Gerald.
- En efecto -asintió éste-. Equilibrio podría ser la palabra. Por
todos los elfos que han nacido bendecidos con los dones de los
dioses, uno de cada mil aproximadamente, nacía castigado por
ellos.
- Los Escribas son seres deformes y tullidos -apuntó de
improviso Coral quien, como Jack estaba comprobando, no
era capaz de mantener la boca cerrada más de dos minutos
seguidos-. Su aspecto externo causa pavor en todos los que
están ante ellos.
- Bueno -no pudo contenerse-. Aparte de saber ya que hay
elfos feos, ¿qué queréis decirnos con esto?
Gerald se apresuró a contestarle, antes de que se su
hermana se enzarzara en una discusión con Jack, quien parecía
estar deseándolo.
- No es sólo eso –explicó el príncipe elfo-. Los dioses les
castigan por fuera, pero les bendicen por dentro. Así es, los
Escribas nacen con el poder de consultar los hados.
- No digas inconveniencias, muchacho -susurró Valian a su
lado. Jack asintió y se dijo que desde aquel momento no
prestaría atención a las tonterías de Coral. Ésta no se había
tomado a bien sus palabras, de vez en cuando le lanzaba
miradas enfadadas.
- Consultar los hados -se mostró de acuerdo Lorac-. Algo así
había oído yo también, pero no sabía hasta qué punto era
cierto.
403
- En Var Alon, la palabra de un Escriba es ley -prosiguió
Gerald-. Jamás se pondría en duda lo que dijesen. Desde
siempre fueron parte de nosotros. Los hombres llegaron a
Mitgard doscientos años antes de las Guerras de Hierro, y los
elfos y sus Escribas llevaban ya en esta tierra cientos de años.
Ya entonces la palabra de los Escribas era sagrada para
nosotros. Reyes, altos señores y damas de noble cuna se veían
obligados a obedecer a sus dictados. Muchas bodas eran
concertadas por los propios Escribas. Nuestros propios padres
se casaron por orden suya -una triste sonrisa le cruzó la cara-.
Recuerdo que aquello causó gran sensación, pues mi padre era
de rancio linaje, pero no así mi madre, de una casa mucho más
humilde. Sin embargo, nadie discute las palabras de un
Escriba.
Gerald dejó de hablar bruscamente, dándoles unos
segundos para que asimilaran toda aquella información. Lorac,
Dezra y Valian sí daban la impresión de que no era la primera
vez que escuchaban algo al respecto, pero por las caras de los
demás Jack supo que todo aquello era totalmente nuevo.
Incluso Cedric y Eric, que eran príncipes y por tanto habían
recibido una amplia educación eran ignorantes en ese tema.
- De acuerdo entonces -asintió Cedric con solemnidad- ¿y qué
papel juegan los Escribas en esta historia?
- Todo. Hace diez años anunciaron una noticia sorprendente -
Gerald habló en voz baja, como si hubiera llegado a una parte
delicada-. Anunciaron que Dagmar, mi padre y por aquel
entonces rey de Var Alon, debía ser desterrado o provocaría la
ruina. Nunca antes había sucedido algo así, incluso hubo
algunos que se opusieron por primera vez a las palabras de los
Escribas, aunque mi padre finalmente aceptó. Imaginaos el
revuelo que causaría esa misma sentencia en vuestra tierra.
¿Exiliar a un rey? Nunca se había hecho y muchos no
quisieron que se cumpliera esa sentencia.
- Fueron malos años, hubo muchos disturbios entre los
miembros de nuestro pueblo. Los enfrentamientos eran cada
vez más graves entre los partidarios de los que querían que se
cumpliera la palabra de los Escribas, y la de los que la
404
rechazaban. Una noche los desórdenes pasaron a mayores y se
produjeron varias muertes. Mi padre se dio cuenta entonces de
que si se quedaba, efectivamente, traería la ruina a Mitgard.
Fue entonces cuando se despidió de todos nosotros y marchó.
Jamás volvimos a saber de él.
- Todo esto es muy extraño -comentó Eric rascándose la
cabeza desconcertado-. Tal parece que fueron las propias
palabras de los Escribas las que provocaron que vuestro padre
fuera el motivo de los males que os aquejaron entonces. La
pregunta es, ¿si los Escribas no hubieran anunciado aquello, se
habrían originado esos enfrentamientos entre vosotros?
Gerald se encogió de hombros, pero fue Coral la que
contestó.
- No está en nuestra mano discutir sus palabras -dijo la
princesa elfa-. Los Escribas hablan con la voz de los dioses,
eso es bien sabido entre nosotros. Fuera como fuese, Var Alon
no quedó indefenso, mi madre gobierna allí. Desde los
tiempos de Lorelai ha sido siempre la reina y no el rey quien
ha gobernado entre nosotros. Yo pensaba que ese sería mi
destino algún día, pero los Escribas tenían pensado otros
planes para mí.
- ¿Queréis decir con eso que también vos habéis sido
exiliada? -Lorac no daba crédito a sus palabras, y por primera
vez Jack miró a Coral estupefacto. ¿Era cierto eso? ¿Era Coral
una desterrada para los suyos? Se acordó de Perk, el bárbaro
que les había acompañado en su viaje por la Llanura. También
había sido desterrado, aunque por causas muy diferentes a las
del padre de Gerald y Coral. Había sido el infortunio quien le
había expulsado de su tribu, no la palabra de unos hombres.
Pero Coral negó con la cabeza. Aún había cosas por
decir aquel día.
- No, no ha sido así, si bien es cierto que los Escribas también
tenían un destino reservado para mí -la elfa frunció el ceño
cuando dijo las siguientes palabras-. Hace unos meses les
fueron reveladas las siguientes palabras sobre mí: Será un
escudo contra la venganza, en la tierra de los Caballeros
comenzará su camino.
405
Los compañeros se miraron unos a otros
desconcertados. Jack estuvo a punto de hacer una burla al
respecto, pero algo en la cara de Coral le hizo guardar silencio.
¡Estaba preocupada! Era la primera vez que la veía así.
Siempre había mostrado una actitud burlona y prepotente pero
esta vez no pudo ocultar el miedo que se reflejaba en sus ojos.
Y Jack se sorprendió a sí mismo deseando poder
ayudarla de alguna forma. Estuvo a punto de abrir la boca para
decir algo, pero se acordó de que era Coral de quien estaba
hablando, la misma que le humillaba y parecía no aguantar su
presencia.
Así que cerró la boca y dejó que fueran otros los que
hablaran. Mejor así, ya que aquel día parecía que había
muchas cosas que decir, mucho se temía que pronto llegaría el
momento en que se hablara sobre él.
Más tarde descubrió que no se equivocaba.
- Extrañas palabras -murmuró Lorac- ¿Los Escribas no fueron
más concretos al respecto?
- Los Escribas pocas veces hablan con un lenguaje entendible
para los demás -había amargura en los ojos del Gerald cuando
habló-. Perdí a mi padre por ellos, y no quiero perder a mi
hermana también. Así que no dudé ni un segundo en
acompañarla cuando salió de Var Alon. Poco claras eran esas
palabras, en efecto, en lo que no parece haber duda es que la
tierra de los Caballeros es Kirandia. Así pues, aquí estamos, en
un reino alejado de nuestro hogar, ante un destino incierto, y
puede que sumidos en lo que podría ser el preludio de una
guerra como no se veía desde que Dagnatarus asoló Mitgard
hace ya mil años.
- Hay un poder que se está despertando, eso está claro a estas
alturas –aclaró-. Desde hace tiempo los trasgos y lobos salen
de sus guaridas, se dice que los fuegos de las forjas de la Torre
Oscura han sido de nuevo encendidos. El Cuerno de Telmos
ha sido hallado de nuevo, luego robado y una guerra se está
fraguando entre dos reinos que siempre han sido amigos. Pero
yo digo que todo esto no es sino el comienzo de algo más.
Sólo somos piezas en el gran tablero, pero incluso las piezas
406
más pequeñas pueden ganar la partida. Por eso cuando Lorac
acudió a nosotros y nos contó quién es Jack y la verdad acerca
de la suerte que corrió Dagnatarus tras las Guerras de Hierro,
le creí. Y ahora, ante todos vosotros, os digo esto, contad
conmigo para vencer al Oscuro. Siempre he pensado que todos
hemos nacido para jugar un papel en el gran juego de los
dioses, algunos desempeñaremos una tarea insignificante, pero
otros, como Jack y mi hermana, están llamados a cumplir
destinos que puedan decantar la balanza a nuestro favor. Así
que aquí me tenéis, el príncipe Gerald de Var Alon, me pongo
en vuestras manos para lo que os sea necesario. Haré todo lo
que me pidáis, pues hace ya tiempo que estaba escrito que
serán los miembros de la Hermandad del Hierro los que
jugarían un papel determinante en lo que está por llegar. Con
el hierro comenzó todo, y con el hierro terminará. Solo una
cosa no haré jamás, y es apartarme de mi hermana. Estoy aquí
para que pueda cumplir ese destino al que parece estar
abocada. A su lado estaré hasta que lo cumpla.
Cuando terminó de hablar, se sentó lentamente. Jack
soltó el aliento que había estado conteniendo durante aquel
rato, al igual que los demás. Gerald había hablado con
claridad, había dicho que les apoyaría. ¡Estaba de su lado!
Miró a Lorac para ver qué respondía a estas palabras, y vio
que éste tenía la vista clavada en la princesa Coral, quien
descubrió que se había levantado y se disponía a hablar.
- Y vos, princesa Coral -dijo Lorac sin apartar su mirada de
ella, como si quisiera leerle la mente- ¿Qué pensáis de todo
esto?
Ella se tomó su tiempo antes de hablar. Estaban
pendientes de ella, y eso era algo que le gustaba. “No cabe
duda de que disfruta siendo el centro de atención” -pensó Jack
para sus adentros.
- Sólo diré esto. Desde antes de las Guerras de Hierro, antes
de que el hombre llegara por primera vez a esta tierra, quedó
establecido que los dioses solo hablarían a los hombres por
boca de los Escribas. Fue un regalo que nos fue concedido a
los elfos, ya que siempre estuvimos aquí. Crecimos al mismo
407
tiempo que Mitgard, y con él pereceremos. Así pues, yo os
pregunto, miembros de la Hermandad del Hierro, a ti, señora
del Consejo de Magos, incluso a mi hermano, que tan rápido
se ha apresurado a dar credibilidad a las palabras de Lorac.
¿Cómo pudo ser que los dioses os hablaran para deciros el
destino que cumpliría el que lleva la sangre de Dagnatarus? Os
fue revelada una profecía, pero yo digo que es falsa, o incluso
inventada. Eran tiempos turbios los que siguieron a las
Guerras de Hierro, muy dados a que circularan toda clase de
rumores y profecías. Ni siquiera me acuerdo de lo que nos dijo
Lorac, ¿cómo era? Algo así como dos hermanos…
Pero una nueva voz le respondió enseguida.

Dos hermanos para devolverle a la gloria,


dos espadas para enterrarle de nuevo,
ambos distintos, ambos opuestos,
uno por la luz, otro por la sombra,
ambos unidos en lo más hondo de su memoria.

Todos se volvieron sobresaltados, Valian incluso echó


mano de la espada. Un hombre acababa de entrar en la
habitación, un anciano que presentaba numerosas heridas,
algunas antiguas, otras más recientes, un hombre que se
apoyaba en un bastón para andar.
- ¡Tío! -tardíamente se acordó de que aquel hombre no era
realmente su tío, pero en ese momento le dio igual- ¡¿Qué
haces aquí?! ¡Y tus ropas, tu cara…, estás herido!
- ¡Que Orión nos guarde, Tarken! -Lorac se había levantado,
la palidez de su rostro era evidente- ¿Acaso vienes de…? -no
pudo seguir.
Con tranquilidad, Tarken dejó el bastón a un lado, les
miró a todos uno por uno. Si se sorprendió de ver a los elfos,
no lo demostró.
- La profecía es falsa, le oí decir a la joven elfa. Ella defiende
que los dioses pueden hablar por boca de los Escribas. Es
totalmente cierto -Tarken pronunciaba pausadamente,
ignorando el estupor que había provocado su repentina
408
aparición-. Lo que no sabe es que fueron los Escribas los que
hablaron cuando cantaron la estrofa que os acabo de decir.
- ¿Cómo? -esta vez fue el príncipe Gerald el que le miró
asombrado- ¿Qué queréis decir?
Tarken avanzó hacia ellos y puso las palmas de sus
manos sobre la mesa con un golpe que les sobresaltó a todos.
- Lo que os quiero decir es esto -habló con voz tensa-.
Dagnatarus está ya preparado para atacar, y Jack es nuestra
única esperanza.

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410
CAPITULO 4
Dos espadas para enterrarle de nuevo

Tarken. El hombre que le cuidó en su infancia, que


una vez fue Gran Maestre de la Hermandad del Hierro, la
única persona con la que había podido hablar durante gran
parte de su vida estaba allí. Su aspecto era penoso y
preocupante. Presentaba algunas cicatrices que no lucía
cuando se despidieron en Vadoverde, y en sus ojos adivinaba
una sombra que no tenía la última vez que le vio. Salvo por
esto era la misma persona de siempre.
Sin embargo, había dejado a Tarken en Vadoverde,
pensando que querría disfrutar sus últimos años en calma y
sosiego. Entonces, ¿qué le había ocurrido?
- Tarken – exclamó Jack, dejando su asiento y acercándose a
él.
Éste se volvió y, dejando el bastón a un lado, le puso
una callosa mano en el hombro, observándole con atención.
- Me alegro de verte, Jack. Has cambiado -dijo, y había
satisfacción en su voz-. Estás más crecido y fuerte que cuando
te dejé en Vadoverde. Sí, la Academia produce ese efecto en
los jóvenes como tú -retiró la mano de su hombro, dejándose
caer pesadamente en uno de los asientos libres que había en la
sala, cerca de donde estaba Lorac-. Por cierto, puedes seguir
llamándome tío. Pensaba decírtelo en persona algún día,
cuando regresase con tu hermano, pero por desgracia, los
acontecimientos me han superado, como siempre me ha
pasado.
- Mi hermano… -Jack se quedó mudo- ¿A qué te refieres?
¿Es que has ido a buscarle?
- Hay cosas que debes saber. Por no causarte mayor
desconcierto, no te las dijimos cuando estuviste en la
Academia -Lorac intervino mirando a Tarken-. Yo mismo me
enteré por boca del Gran Maestre la noche en que Lord Variol
nos robó el Cuerno de Telmos. Me dijo entonces que Tarken
411
había continuado la búsqueda donde la dejó cuando
abandonaste Vadoverde.
Jack no entendió en principio pero entonces hizo
memoria y… ¡Oh! Ahora lo veía claro. Miró a Tarken con
asombro. ¿Cómo un hombre tan mayor podía hacer eso? Pero
las heridas que mostraba su cuerpo indicaban que era cierto.
- ¡¿Fuiste de nuevo a buscar a Jasón?! -le preguntó a
bocajarro- ¡Te marchaste a Darkun otra vez! -lo último ni
siquiera era un pregunta.
Se oyeron algunos murmullos asombrados. Al menos,
según lo que pudo comprobar Jack, no era algo que le
hubiesen ocultado todos. Tan sólo Valian continuaba
impertérrito, pero los demás se miraban sorprendidos entre sí.
Incluso los elfos parecían conmocionados por aquellas
noticias.
- Señor Tarken -Coral rompió el silencio-. Dijisteis al llegar
que fueron los Escribas los que hablaron en el pasado a Sir
Ragnar y al propio Dagnatarus cuando hicieron las profecías
acerca de Jack. ¿Cómo podéis afirmar semejante cosa? ¿Es
algo que habéis descubierto con vuestro viaje a Darkun?
Tarken se quedó por un tiempo mirando a Coral
fijamente, hasta que se decidió a hablar.
- Habéis dado en el clavo, princesa Coral -dijo con una ligera
sonrisa-. Desgraciadamente, no podré deciros mucho más al
respecto, tendréis que confiar en mi palabra. Hice un
juramento de que no diría nada y no pienso romperlo ahora.
Sin embargo, sí puedo deciros, y ahí no os oculto nada, que no
sé qué significa lo que dijeron los Escribas sobre vos. Mucho
me temo que será algo que tendréis que descubrir vos misma,
princesa.
- ¿Estabas escuchando tras la puerta? –preguntó Jack, pero no
estaba enfadado en realidad. Lo único que importaba era que
Tarken estaba otra vez a su lado, y esta vez sin secretos entre
los dos.
- Oh, sí –rió-, llevo un buen rato escuchando. Entré cuando
consideré que tenía que entrar. Yo también conozco ciertos
pasadizos secretos que llevan hasta los aposentos del rey
412
Alric. He podido reunirme con él hace unos minutos, pero ha
sido un encuentro breve -Tarken les lanzó una mirada de
lástima a los hijos del monarca-. Mucho me temo que las
preocupaciones están afectando a vuestro padre.
- Lo sabemos -se limitó a decir Cedric, hablando antes de que
lo hiciera su hermano-. Y bien, señor Tarken, habéis estado en
Darkun decís. Contadnos qué os ha ocurrido exactamente.
- Es la hora de hablar –comentó simplemente Valian. Tarken
y él intercambiaron una rápida mirada. Jack se acordó
entonces de que eran muchas las cosas que unían a los dos
hombres.
Tarken quedó en silencio durante unos segundos, hasta
que finalmente asintió y comenzó a hablar:
- Fue hace ya medio año cuando abandoné Vadoverde -no les
miraba en ese momento, sino que parecía absorto, como si
estuviera perdido en sus recuerdos-. Jack acababa de irse con
Lorac para comenzar su instrucción en la Academia, y mi
presencia en ese lugar ya no tenía ningún sentido. Era Gran
Maestre cuando Lord Variol se llevó a Jasón, el hermano
gemelo de Jack. Siempre recordaré esa noche en el valle de
Asu, cuando el Señor de la Guerra mató a los padres de Jack
en mi presencia, sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo.
Hace ya más de dieciséis años de eso, pero algunas noches me
despierto empapado en sudor reviviendo ese momento. Sea
como fuere siempre me culpé por haber perdido al chico. Tras
mi intento fallido de recuperarle, consideré que había llegado
el momento de retomar la búsqueda donde la había dejado.
- Así que me fui de Vadoverde en busca de Jasón. Dónde
podía buscarle, era mi gran pregunta. El único sitio que se me
ocurría era el lugar donde Dagnatarus levantó su morada hace
mucho tiempo, y donde la ha vuelto a construir. Así pues, dejé
el pueblo donde había estado tanto tiempo y me encaminé
nuevamente a Darkun. En mi mente aún perduraban las
torturas que me inflingieron cuando fui atrapado y conducido
a las mazmorras de la Torre Oscura, pero superé mis miedos y
decidí intentarlo de nuevo. Cogí una mochila y la llené de
provisiones e incluso me hice con una espada, de simple
413
bronce por supuesto, pues Jack se había llevado a Colmillo
consigo, y me lancé al camino.
- Conseguí un caballo en Aldora, cerca de los pantanos de
Durín, y seguí mi camino bordeando el Gran Bosque por el
sur. Pese a que podía haber acortado camino atravesando las
sendas del Bosque, que como miembro de la Hermandad
también conocía, prefería no hacerlo, pues no quería que nadie
supiese de mi paradero, y mi presencia hubiera llamado la
atención a los poderes del lugar. Haciéndolo así pronto llegué
a Ergoth. Apenas me detuve en ese reino, continuando mi
viaje hacia el norte ahora. Finalmente llegué a los Llanos, un
erial desolado. Dicen que una vez fue un paraje verde y lleno
de vida, pero ahora no es más que un interminable desierto de
arena y piedra reseca. Una vez allí me dirigí hacia un lugar
que conocía, donde hablé con la misma persona que me ayudó
a entrar la vez anterior. De nuevo me prestó su ayuda y gracias
a él entré en Darkun.
- ¿Quién es? ¿Quién te ayudó a entrar? -esta vez había sido
Eric el que había hablado. Jack pegó un respingo, pues estaba
tan abstraído en la historia de Tarken, que se sobresaltó al oír
otra voz.
Tarken hizo una pausa en su relato para poder observar
con atención al hijo menor del rey Alric. Éste no pudo evitar
sentirse incómodo ante su escrutinio.
- Juré en el pasado no revelar su identidad, y hace poco
renové esa promesa -dijo con parsimonia-. Lo siento, príncipe
Eric, espero que te baste con que te diga que es una persona
que ha sufrido mucho en esta vida. Ha cometido algún que
otro desatino, y está intentando enmendar el mal que ha hecho,
merece por ello un poco de paz. Gracias a él descubrí varias
cosas, entre ellas que fue un Escriba el que por boca de los
dioses habló, primero a Dagnatarus, y años más tarde a Sir
Ragnar, el caballero de Kirandia que fundó la Hermandad del
Hierro -se giró hacia los elfos, quienes le observaban con
recelo-. Creedme o no me creáis, pero os digo que la profecía
que se hizo sobre Jack es cierta. Dagnatarus nunca abandonó
del todo este mundo, y es ahora cuando más cerca está de
414
poder regresar a él en plenitud de facultades. Una vez fui el
Gran Maestre de la Hermandad del Hierro, y los que juran mi
cargo dedican su vida al servicio de Mitgard. Estoy aquí para
ayudaros, y aunque no sé qué significan las palabras que los
Escribas dijeron sobre la princesa Coral, creo que su destino se
entrelaza con el del propio Jack. Ambos están aquí para hacer
algo importante por la causa de la Luz, y nosotros no somos
más que meras herramientas para ayudarles a cumplir sus
objetivos. Juntos triunfaremos.
Al sentir los profundos ojos de Tarken clavados en
ellos, incluso los elfos se amilanaron un poco.
- Estoy aquí para ayudar a mi hermana –repuso Gerald, que
fue el primero en hablar-. Si ayudando a Jack contribuyo a
conseguirlo, no dudaré en hacerlo.
A Tarken pareció bastarle con eso, y asintió
ligeramente.
- Sea pues, os revelaré entonces la parte más importante de mi
historia. La que ha hecho que valiera la pena este viaje -
Tarken les miró a todos ahora, y Jack sintió que lo que vendría
a partir de ahora sería vital para todos ellos-. Por segunda vez
en mi vida, entré en la tierra de Darkun. Tenía miedo, no lo
niego, pero era lo único que me quedaba por intentar:
Recuperar a Jasón. En el pasado fui yo el que tomó la decisión
de llevar a la familia de Jack al valle de Asu. Lord Variol se
había presentado ante nosotros poco antes para decirnos que
su amo quería a los hijos de Corbin y Elorien. Yo era Gran
Maestre por aquel entonces, pensé que a lo mejor la Academia
no era un lugar seguro para ellos, y decidí llevarles en secreto
al valle de Asu. Un lugar apartado del mundo y donde desde
hacía tiempo se reunieron varias familias que no encontraban
su lugar entre sus semejantes. No sé cómo, pero aquella acción
llegó a oídos de Dagnatarus, enviando allí a su perro de presa.
Aquella noche conseguimos poner a salvo a Jack, pero Lord
Variol se llevó a su hermano. Después me hice responsable del
muchacho, llevándolo conmigo a Vadoverde. Fue una acción
acertada, pues esta vez Lord Variol nos perdió la pista y pude
criarlo en paz casi dieciséis años.
415
- Pero me estoy desviando del tema –reflexionó-. En efecto,
me encontraba de nuevo en Darkun, pero aquel lugar había
cambiado mucho desde la última vez que estuve allí. Entonces
era una tierra muerta y la propia Torre Oscura un monolito
negro y sin vida. Sí, muchas cosas han cambiado desde
entonces. Ahora Darkun es un hervidero de trasgos y lobos,
las forjas de la Torre Oscura vuelven oírse todo el día por
primera vez en mil años. Tuve que andar con muchas
precauciones, pero tuve la fortuna de entrar en la propia Torre
Oscura. Un error por parte de Dagnatarus el no poner más
vigilancia en su propia guarida. Se siente demasiado a salvo
allí, pues, ¿quién osaría adentrarse en su negra morada?
Quizás un ejército, pero un ejército sería avistado mucho antes
de que llegara. Así pues, es factible que una simple persona
pase desapercibida a los ojos de la torre y consiga entrar. Eso
hice en el pasado, eso volví a hacer esta vez.
- Una vez allí, busqué a Jasón, el hermano de Jack, pero debía
andarme con ojo. Cada rincón de las entrañas de la Torre
puede albergar una sorpresa. Es un lugar de pesadilla. Sin
embargo, de nuevo obtuve el mismo resultado. Mi
desesperanza aumentaba cada hora que pasaba. Encontré un
lugar donde esconderme y, de vez en cuando, salía a renovar
mi búsqueda, tomando mil precauciones, por supuesto. Pero
las provisiones se me iban acabando, y ya no sabía que hacer.
Hasta que un día me topé con un lugar en el que ya había
estado en el pasado. Si no me equivoco era el lugar que
Dagnatarus utilizaba como laboratorio durante las Guerras de
Hierro.
- Allí, cubierto de polvo, encontré el mismo libro donde había
visto la profecía sobre Jack. Hacía dieciséis años fui
descubierto mientras leía dicho libro, y pasé una buena
temporada en las mazmorras de la Torre Oscura,
constantemente asediado por las preguntas de Lord Variol
acerca del chico. Sobreviví entonces, pero esta vez tuve más
suerte, y conseguí acabar el libro. No es otro que las memorias
que Dagnatarus escribió durante las Guerras de Hierro antes
de que se autoinmolara en la explosión que arrasó el campo de
416
batalla. Tras esto, decidí que lo más importante era regresar
con vida y comunicar mis noticias, y eso hice. Abandoné la
Torre Oscura, salí de Darkun de nuevo gracias a la ayuda del
mismo compañero que me ayudó a entrar. Mi intuición me
decía que sería en Kirandia donde tendría que ir primero. Eso
hice, y aquí estoy.
Cuando Tarken acabó de hablar, Jack sintió de pronto
un gran vacío en su interior. Por un momento había
recuperado la esperanza de tener noticias de su hermano, pero
no había sido así. Tarken no lo había encontrado. En cambio,
había descubierto algo lo suficientemente importante como
para hacerle volver abandonando la búsqueda de Jasón.
- Ya veo, Tarken -habló entonces Lorac- Muchos peligros has
corrido. Debo suponer que han merecido la pena. ¿Qué pudiste
averiguar en ese libro?
- En efecto -asintió Tarken con aire ausente-. Oíd esto.

Dos hermanos para devolverle a la gloria,


dos espadas para enterrarle de nuevo,
ambos distintos, ambos opuestos,
uno por la luz, otro por la sombra,
ambos unidos en lo más hondo de su memoria.

- Una vieja canción -sonrió Tarken con aire triste-. Tuvimos


claro desde el principio que los hermanos eran Jack y Jasón,
aquellos que llevaban la sangre de Dagnatarus en sus venas.
Parece ser que los necesita a ambos con vida para recuperar
sus poderes, del mismo modo parece ser que sólo ellos podrán
derrotarlo mediante dos espadas de las que no conocemos
nada más.
- Eso ya lo sabíamos -dijo Eric con el ceño fruncido-, no es
ninguna novedad. Debe haber algo más.
- Presta atención, chico - para sorpresa de todos, Lorac estaba
sonriendo-. No puedo creerlo, viejo lobo, no me digas que
has…
Dejó la frase en el aire, pero Tarken le devolvió la
sonrisa.
417
- Así es, amigo mío. Creo saber de qué espadas habla la
canción.
Jack se puso tenso. Lo que iba a oír a continuación era
parte de su destino. Incluso los demás rebulleron inquietos. Se
sorprendió al descubrir una mirada de Coral, quien apartó la
vista inmediatamente. Borró de sus pensamientos a la princesa
elfa y se centró en lo que iba a decir Tarken a continuación.
- Una de las últimas anotaciones de Dagnatarus decía -
Tarken se levantó de donde se había sentado lentamente-:
-
Dos para matarle,
una por su mano,
y otra por la de su enemigo.

Se quedó un momento en silencio mirando a Lorac,


como si fuese un profesor que esperase que su alumno
adivinara la respuesta a un enigma. Éste tardó un rato en
responder. Los demás permanecían callados observando cómo
Lorac fruncía el ceño abstraído en sus pensamientos.
Finalmente asintió con un leve cabeceo, levantando la vista
hacia Tarken.
- Una por su mano -dijo Lorac. Todos estaban pendientes de
sus palabras. Jack se dio cuenta de que retorcía nerviosamente
las manos-. Parece razonable creer que se refiere a la espada
que él mismo creó.
- Venganza -le ayudó el mismo Tarken.
- Venganza -repitió Lorac-. Resulta irónico pensar que la
espada que él mismo fabricara sea una de las dos que puedan
matarlo.
- Sí, puede que sea irónico, pero tiene sentido -Valian hizo
que muchas cabezas se giraran hacia él sorprendidas, pues
hacía mucho tiempo que no abría la boca-. La espada que él
forjó mediante artes que solo él conoce. Quizás sea por ello la
única capaz de vencerle.
- La única no -intervino Cedric.
Tarken sonrió volviéndose hacia el príncipe de
Kirandia, que algún día sería el rey.
418
- Cierto, príncipe. Otra por la de su enemigo. ¿Y quién fue el
gran rival de Dagnatarus durante las Guerras de Hierro?
Esta vez pasaron menos segundos antes de que saliera
la respuesta.
- El Supremo Rey Girión -razonó Dezra con prontitud. Jack
recordó entonces que la joven dama era un miembro del
Consejo de Magos de las Torres Arcanas. Sus conocimientos
eran más amplios que la mayoría y, desde luego, si había
conseguido hacerse un hueco entre gente mucho mayor que
ella sería por algo-. La espada de Girión se llamaba Justicia,
pero no fue hecha por él. Se dice que el rey suplicó a los
dioses para que le concedieran un arma capaz de hacer frente a
Venganza. Estos escucharon sus plegarias otorgando sus dones
a los Uruni, los gigantes, quienes crearon la mejor espada que
había salido nunca de sus forjas. Y ésa era Justicia, que fue
hecha para Girión, pero no por Girión. Un extraño juego de
palabras pero que podría ser clave para descubrir de qué
espada estamos hablando.
- Fueron las oraciones del Supremo Rey las que permitieron
crear esa espada –añadió Tarken-. Los Uruni no fueron más
que meras herramientas en manos de los dioses. Así que
podría decirse que fue el propio Girión el que propició que
Justicia fuese forjada.
- Un razonamiento un tanto discutible -opinó Dezra,
frunciendo el entrecejo-. Sin embargo, ya es algo. Antes de
que llegaras estábamos desorientados y sin ninguna esperanza
a la que aferrarnos.
- De acuerdo entonces -Lorac asintió y se levantó para que
todos pudieran verle-. No sabemos nada de Jasón, por lo que
tendremos que centrarnos en el propio Jack. Él es el único con
el que contamos que tiene alguna posibilidad contra
Dagnatarus. Y las únicas espadas con las que puede acometer
semejante tarea son Venganza, que fue la espada del propio
Dagnatarus, y Justicia, la del Supremo Rey Girión durante las
Guerras de Hierro.
Guardó silencio por si alguien quería añadir algo más.
Jack suspiró y miró a Tarken con tristeza. Nadie dudaba de
419
que las noticias que había traído eran de suma importancia,
pero estaba seguro de que su tío estaría mucho más satisfecho
si hubiese encontrado a Jasón. Por lo que sabía, Tarken se
había sentido culpable de la captura de aquel niño desde que
sucediera hacía ya dieciséis años. Tanto tiempo sin saber nada
de él. Jack se preguntó si se seguiría martirizando por ello
hasta su muerte.
Fuera como fuese había otras preocupaciones más
acuciantes. Venganza y Justicia. Dos espadas y dos hermanos
para empuñarlas.
Pero ahora solo quedaba uno.
- Entonces hemos perdido antes de empezar –anotó Cedric
con tono lúgubre. Cerca de él estaban su hermano Eric y
Karina, quienes daba la impresión de estar impacientes por
terminar. Jack lo comprendió, pues a él le pasaba lo mismo.
Ellos tres eran los más jóvenes. Si no fuera porque habían
pertenecido al grupo desde el principio y por ser quiénes eran,
no habría sido necesaria su presencia en el consejo debido a
que no tenían nada que aportar.
Cedric tenía su elocuencia al hablar, a Dezra le
respaldaba su sabiduría, mientras que Lorac, Valian y Tarken
eran los miembros más antiguos de la Hermandad, y a nadie se
le habría ocurrido despreciar la opinión de los elfos. Sin
embargo, ellos tres no eran de ninguna utilidad en aquel
consejo.
“Entonces, mira y aprende como se hace, idiota”, se
recriminó a sí mismo.
Qué remedio.
- ¿Por qué decís eso, príncipe Cedric? -preguntó Tarken con
tranquilidad.
- Justicia se quebró durante la batalla entre Dagnatarus y
Girión -contestó-. Sus pedazos se llevaron tras la guerra a los
salones de Teluria, en el Supremo Reino de Angirad, y todo el
mundo sabe que no es más que un objeto decorativo en estos
momentos. Cuando la maldición de Dagnatarus cayó sobre los
gigantes, se perdió la capacidad de volver a forjar a Justicia.

420
Su poder se perdió para siempre, y ya no es más que un
pedazo de metal roto.
Tarken asintió en acuerdo con él, pero no por ello
perdió la calma.
- No os falta razón, mi señor príncipe. Así pues, sugiero que
nos olvidemos de la espada de Girión, y centremos nuestros
esfuerzos en Venganza, la espada que el mismo Dagnatarus
forjó.
- Tampoco tenemos nada que hacer entonces -replicó a su vez
Cedric-. Se perdió tras las Guerras de Hierro.
Cundió la desesperanza por unos momentos. Jack no
supo si aquello le suponía incluso un alivio. Si la profecía no
podía cumplirse, quizás él perdiese importancia para todos.
Pasaría a ser un simple hombre más de la Hermandad del
Hierro, uno entre tantos.
- Lo que está perdido puede volver a encontrarse -apuntó de
repente Valian.
- Estoy de acuerdo -asintió Tarken-. Debemos ponernos
manos a la obra enseguida.
- Creo recordar que leí una vez que el Consejo de Magos hizo
un intento por recuperarla, hace varios siglos de eso -dijo
Dezra, intentando hacer memoria-. Sí, es casi seguro que
sucedió así, pero no hay muchos datos sobre el tema.
- Bien, amigos -esta vez fue Lorac el que habló-. Haremos lo
siguiente. Hay una gran biblioteca en Gálador. Rastrearemos
la pista de Venganza, desde el mismo momento en que se
perdió al provocar Dagnatarus la explosión que terminó con
las Guerras de Hierro. Se nos ha brindado una oportunidad, y
no vamos a desaprovecharla.
Los demás asintieron mostrándose de acuerdo. Jack se
fijó en que Tarken había dejado que Lorac dijese lo que había
que hacer, pese a que él había sido una vez Gran Maestre de la
Hermandad. No había intentado tomar el liderato del grupo,
dejaba que fuese Lorac el que lo hiciese.
El resto del grupo comenzó a levantarse de los
asientos. Cedric y Eric se dirigieron hacia la puerta. Por el
contrario, Jack se detuvo al ver que Lorac y Valian se
421
agrupaban en torno a Tarken. Quería hablar con él a solas,
pero no tenía ganas de que fuese en presencia de los otros dos.
Quizás sería mejor dejarlo para otro momento. Dio media
vuelta y siguió a los hijos del rey Alric, pero al girarse Tarken
y él cruzaron una rápida mirada.
- Os ruego que me deis unos minutos para charlar con Jack -
pidió Tarken a Lorac y a Valian-. Luego hablamos.
Valian se limitó a asentir, Lorac apretó el brazo de Jack
un momento ante de irse y, finalmente, cuando la puerta se
hubo cerrado a sus espaldas, Jack y Tarken se quedaron a
solas en la habitación.
Y sucedió que cuando se quedaron solos el muchacho
no sabía qué decir.
¿Cuántas veces había pensado en ese momento?
Volver a ver al que creía que era su tío hasta hacía poco.
Recordaba muchas noches en la Academia, el silencio cuando
todos dormían y él permanecía despierto mirando la oscuridad,
acordándose de los buenos momentos con Tarken vividos en
Vadoverde.
Luego Lord Variol había entrado en la Academia, y en
una noche sangrienta para la Hermandad se había llevado el
Cuerno de Telmos. Aquella misma noche el Gran Maestre
Derek le había dicho quién era en realidad, a partir de lo cual
no supo qué era lo que sentía por Tarken. ¿Estaba resentido
por ocultarle la verdad? ¿Le estaba agradecido por ocuparse de
él toda su vida, arriesgando la suya al buscar a su hermano
Jasón?
Jack se sentía en un mar de dudas.
- Siento no haberte dicho antes algunas cosas, Jack -Tarken
no se había acercado a él. Permanecía sentado con la vista
baja. En aquel momento, a Jack le dio la impresión de que
estaba contemplando a un anciano-. Y siento también haber
perdido a tu hermano. ¿Podrás creerme si te digo que habría
dado la vida porque nunca se lo hubieran llevado?
- Te creo -asintió Jack absorto en la contemplación de lo
frágiles que parecían las manos de Tarken. ¿De verdad lo

422
recordaba tan viejo?-. Pero eso no cambia el hecho de que no
esté entre nosotros.
- Lo sé. Durante mucho tiempo no hice mas que culparme por
su pérdida hasta que me di cuenta de que a ti te tenía conmigo.
Decidí entonces que lo prioritario era ponerte a salvo de Lord
Variol -Tarken recostó la cabeza contra el respaldo del asiento
y suspiró con cansancio-. Te llevé a Vadoverde porque creí
que era un lugar seguro, pese a que después de lo del valle de
Asu ya no estaba seguro de nada. Allí te intenté criar lo mejor
posible, pero desesperaba al ver que no conseguías integrarte
con los otros muchachos del pueblo. Me di cuenta de que eso
era por mi culpa. Fui yo el que te enseñó la primera espada de
hierro que veían tus ojos. Ya entonces me pregunté si hacía
bien, si no te marcaría eso demasiado. Por un lado quería que
tuvieras una vida normal como la de los otros chicos de
Vadoverde, pero por otro quería prepararte para lo que te
deparaba el destino. No sé si hice bien o mal, pero no hay
vuelta atrás. Sea como sea, Jack, espero que no me guardes
rencor por ello.
Miró a Tarken, le vio viejo y cansado. Le había
querido y odiado a la vez. Le había cuidado toda su vida, pero
también le había mentido sobre sus padres y su pasado. Bien y
Mal. Luz y Oscuridad. La pregunta era, ¿se merecía Tarken su
resentimiento?
- No, Tarken, no te culpo de nada, pero hay algo que quiero
saber -él mismo se sorprendió al ver que ponía una mano
sobre el hombro del que había sido su tío durante dieciséis
años-. Mis padres ¿cómo eran? ¿cómo se conocieron? Lo
quiero saber todo sobre ellos. Sé que tú les conociste bien,
porque eras el Gran Maestre en aquella época.
No era una pregunta, sino una orden. Así lo entendió
Tarken, que asintió dócilmente con la cabeza.
- Dime -contestó- ¿Qué quieres saber exactamente?
- Para empezar ¿qué pasó la noche en que ellos murieron?
Tarken le miró por unos segundos, y luego empezó a
hablar:

423
- Las llamas amenazaban aquella noche con consumirlo
todo… -comenzó Tarken con voz pausada.
Y Jack escuchó.

Le encontró solo a su padre en sus aposentos, inclinado


sobre una mesa en la que había desplegado un enorme mapa
de Kirandia. La habitación estaba en penumbra, y Cedric se
preguntó si se habría dado cuenta de que no había suficiente
luz para distinguir los puntos marcados en el mapa.
- ¿Padre? -preguntó inseguro- ¿Estás bien?
Éste levantó la cabeza al oír su voz. Estaba pálido y sus
ojos tenían una mirada perdida. No obstante, seguía siendo el
rey de Kirandia.
- Cedric -una leve sonrisa asomó a los labios del rey Alric
cuando le vio-. Me alegro de verte ¿Habéis hablado con
Tarken? Le dije donde estabais -el monarca fijó la vista donde
estaba la entrada al túnel secreto que conectaba sus
habitaciones con las cercanías de Kirandia-. Apareció de
repente. El pasadizo se hizo para que el rey pudiera recibir
visitas que no deseara que fueran vistas por otros ojos, pero
últimamente casi parece un camino expedito a todos. Me
contó lo que ha descubierto en Darkun.
- ¿Y qué te parece? -preguntó Cedric con cautela. No
olvidaba su enfado de hacía unas horas en la sala de Consejo.
Alric se encogió de hombros sin darle mayor
importancia.
- La información en sí no me ayuda demasiado en estos
momentos -volvió a inclinarse sobre el gigantesco mapa-.
Aunque he de decirte que si pudiésemos contar con la espada
Venganza tendríamos una oportunidad contra Angirad y los
Hijos del Sol.
- Padre, no buscamos a Venganza para usarla contra nuestros
aliados.
- ¡¿Nuestros aliados?! -se burló el rey con una carcajada- ¿Te
refieres a los mismos que están agrupando sus ejércitos en
Teluria para lanzarlos contra nosotros?

424
- Tendremos que unir fuerzas cuando Dagnatarus dé la cara -
Cedric encendió una de las lámparas de aceite. Odiaba hablar
entre oscuridades-. Cuando eso ocurra el Supremo Rey se dará
cuenta de quién es realmente nuestro enemigo, todos
estaremos en el mismo bando.
- Cuando eso ocurra debemos seguir teniendo un reino que
defender -le cortó Alric-. Aún no he visto a Dagnatarus, pero
lo que sí sé es que dentro de unos días tendremos un ejército al
pie de nuestras murallas. Una cosa era ofrecer mis servicios a
la Hermandad del Hierro cuando corrían tiempos de paz, pero
otra muy distinta es estar alertas ante el ataque de un hombre
que murió hace mil años cuando los ejércitos del rey Kelson y
del Dorado llegarán en unos días aquí.
- No, hijo mío, Lorac y los suyos pueden dedicarse a buscar a
Venganza donde les plazca. Sea como sea la espada
desapareció hace mucho tiempo, eso es bien sabido. Si
estuviera al alcance de todos yo mismo la habría cogido hace
tiempo.
- Padre, yo no…,
- ¡Maldita sea, Cedric! ¡¿Estás de mi lado o del de Lorac?! -
rugió el rey descargando su puño sobre la mesa-. Si hay
alguna posibilidad de recuperar a Venganza, enviaré a Eric en
su busca dejándole bien claro a quién ha de traérsela si se hace
con ella.
- ¿A Eric? ¿Por qué a él? –repuso Cedric atónito.
- Porque a ti te voy a necesitar en la Torre del Crepúsculo -
explicó su padre, indicando un punto sobre el mapa-. Nuestro
bastión en el norte, la llave para entrar en Kirandia. Kelson
nos atacará por ahí, no tengo duda de eso. ¡Y tú estarás a mi
lado cuando llegue ese momento!
- Sí, padre -se limitó a decir Cedric. Inútil hablar con él.
Nunca antes había visto tal desesperación reflejada en el rostro
de su padre.
Éste pareció notar algo extraño en las palabras de su
hijo, y se volvió para mirarle. Sus caras quedaron muy cerca la
una de la otra. Desde esa distancia, Cedric fue consciente de
cada una de las arrugas que surcaban la faz de su padre. Y
425
hasta él llegó un profundo olor a vino. Tardíamente vio una
botella medio vacía tirada en uno de los rincones de la
habitación.
- Estamos perdidos, hijo mío -el rictus de furia había
abandonado al rey Alric, ahora parecía que estaba a punto de
echarse a llorar-. Si hubiéramos tenido el Cuerno de Telmos
en nuestras manos aún tendría esperanzas, pero estamos solos
ante el Supremo Reino y los Hijos del Sol. Estamos solos -
repitió con un quejido.
- Padre, yo permaneceré a tu lado -Cedric puso una mano en
su hombro- Salvaremos el reino.
Alric no contestó, apartando la mirada de su hijo.
- Espero que algún día tengas un reino que heredar, hijo
mío -dijo en tono sombrío.

Lejos de todo aquello, una figura de blancos cabellos y


luciendo una capa grisácea detuvo su montura. Una espada de
hierro de tono rojizo le colgaba de la cintura. En cualquier otro
lugar tendría que haber tomado más cuidado en que no fuera
visible para los demás, llevándola a la espalda, oculta bajo la
capa. Pero estaba en las montañas de la Calavera, cerca del
Bosque Viejo, lejos de las ciudades pobladas, y en ese lugar
no tenía por qué tomar semejantes precauciones.
Echó mano de uno de los sacos que portaba el caballo
y de allí sacó un precioso cuerno de fina orfebrería. Se podían
leer unas palabras grabadas, pero Lord Variol ni siquiera las
miró. Sabía lo que ponían y con eso le bastaba. En vez de eso,
echó la vista atrás para contemplar el bosque que había dejado
a sus espaldas.
Todo había salido como quería. Llegó a Kirandia junto
a los otros cinco Hijos del Sol que habían huido con él desde
la Academia. Allí les dio órdenes de que volvieran a la Torre
Blanca, e informaran de todo al Dorado. Sumisos, le
obedecieron sin hacer preguntas, pese a que aquello no era lo
que les habían mandado. Por el contrario, debían permanecer
al lado de aquel hombre extraño que hacía uso del hierro,
fuera a donde fuese. El Dorado les había dicho que, pese a que
426
portaba tal espada, debían acatar sus órdenes. Pero el hombre
de gris les había salvado en la Llanura del ataque de un grupo
de lobos que aparecieron de la nada, sin que nadie supiera qué
hacían allí. No era normal ver lobos tan al sur, mucho menos
una manada tan grande en pleno corazón de la Llanura.
Habían salido con bien de aquello, así que ninguno se había
preguntado cómo era posible que, después de que Lord Variol
les dijese que huyeran, que él se quedaría y retrasaría el
ataque, hubiera aparecido al poco tiempo sano y salvo, sin un
rasguño.
Así había llegado a Kirandia, donde el embajador
Gardar le recibió con los brazos abiertos. El muy estúpido
ignoraba todo el plan del Dorado, y Lord Variol se cuidó de
ocultar el Cuerno de Telmos y a Mórbida a los ojos de aquel
inepto. Pobre infeliz, estaba convencido de que el Dorado le
enviaba para reforzar su presencia en Kirandia. Merecía morir.
Sí, merecía morir. Sin embargo, Lord Variol no había
sentido placer con su muerte. No le gustaba acabar con la vida
de un hombre a sangre fría. Había disfrutado enormemente
dando muerte a cuatro hombres de la Hermandad del Hierro
cuando atacaron la Academia. Nada le gustaba más que
dejarse llevar por el sonido de las espadas chocando entre sí.
Matar así era una cosa, pero degollar a veinte Hijos del Sol
que dormían borrachos en sus camas no era algo de lo que
pudiera vanagloriarse. Le recordaba mucho a la anterior y
hasta el momento única vez que había tenido que recurrir a
aquello. No disfrutó entonces y no lo había hecho ahora.
Sin embargo, era necesario. Ahora tenía el cuerno, y
aunque no traía al chico, no se presentaba con las manos
vacías.
- Veo que lo has conseguido -el sonido de aquella voz que
sonaba como un trozo de cuero podrido al desmenuzarse le
hizo levantar la cabeza. El gigantesco lobo blanco apareció a
pocos metros de donde él estaba.
- Justo a tiempo, como siempre -Lord Variol estaba
disgustado. Había esperado que Skôll tardara un poco más en
llegar, dado que el lobo no podía internarse en el Gran Bosque
427
como lo hacía el Señor de la Guerra, pero era muy rápido
cuando quería.
El lobo giró la testa y clavó su único ojo en el cuerno
que sostenía Lord Variol entre sus manos. A esa distancia, el
Señor de la Guerra podía ver con claridad la cuenca del ojo
izquierdo, y la fea cicatriz que le cruzaba la cara. El único
combate que había perdido el Señor de los Lobos, hacía ya
mucho tiempo, había dejado una huella en él que jamás se
borraría.
- Todo está preparado -gruñó Skôll. Sus garras se clavaban
profundamente en la tierra que pisaba. Lord Variol agradecía
enormemente estar montado en el caballo, pues si hubiese
estado de pie su cara habría quedado a la misma altura que la
del Señor de los Lobos-. Te están esperando.
- ¡Cuánto honor! -sonrió Lord Variol irónicamente.
- En marcha entonces -siseó el lobo.
Lord Variol espoleó a su caballo, comenzando a trotar
tras el lobo. Era un caballo criado en Darkun, pues ningún otro
habría aguantado tan impasible la presencia de Skôll.
Contempló de nuevo el cuerno y asintió satisfecho. Jack
estaba fuera de su alcance, sin duda, pero había otros caminos
para obtener el triunfo, y quizás el Cuerno de Telmos fuese
uno de ellos.

428
CAPITULO 5
Venganza

Hacía calor esa mañana. Desde su posición en el


balcón de sus habitaciones, Jack contemplaba los ejercicios de
entrenamiento del ejército del rey Alric. Aquel día se habían
dado cita un grupo numeroso de soldados y Caballeros de
Kirandia en el jardín que iba desde las murallas del castillo
hasta el propio palacio en sí. Los sonidos del entrechocar de
espadas le habían despertado. Incorporándose, se había
quedado a observar el entrenamiento de los hombres de Alric.
Por los comentarios que oía, pudo saber que eran los más
novatos del ejército de Kirandia. Ante la proximidad de la
guerra contra Angirad y los Hijos del Sol, los Caballeros se
estaban empleando a fondo para prepararles. No hubiese
estado mirando mucho tiempo, de no ser porque había llegado
Valian, y les había dicho que ese día se prepararían con él.
Sin más preámbulos había escogido al primero de
ellos, dándole una serie de instrucciones sobre cómo
colocarse. Luego habían cogido dos espadas de entrenamiento
y empezado el baile. Desde el primer momento pudo verse que
el joven soldado no tenía la más mínima opción contra el que
una vez fue príncipe de los Irdas. Valian era un ciclón con la
espada, y el pobre soldado apenas veía venir los golpes. Pero
Valian no intentaba humillarles, sino que constantemente les
corregía y daba consejos. El objetivo era que aquellos jóvenes
imberbes mejoraran en lo posible ante el conflicto que se
avecinaba, no que salieran de ahí con los huesos molidos y
pisoteados en su orgullo.
Valian se había desecho ya de diecisiete soldados
cuando llamaron a su puerta. Se volvió y vio a Tarken, que no
esperó la invitación para entrar. Tenía el rostro serio, pero le
sonrió cuando se saludaron.
- ¿Cómo estás, Jack? -Tarken se asomó también al balcón, y
silbó ante el espectáculo- ¡Pobres muchachos! Valian no ha
429
perdido facultades en estos años. Siempre ha sido el mejor
entre nosotros -dejó de observar el entrenamiento y se fijó en
él-. Hace días que no hablamos.
En efecto, lo habían hecho el día en que Tarken se
presentó de improviso en la sala de Consejo, nada más. Desde
entonces el anciano, aunque rocoso antiguo Gran Maestre de
la Hermandad del Hierro, se había dedicado a la biblioteca real
de Gálador, una de las mejores que existían en todo Mitgard.
Sin embargo, para Jack había sido suficiente. Ahora
sabía algo más de sus padres. Por boca de Tarken averiguó
que Corbin había conocido a Elorien, por ser ésta nieta de uno
de los antiguos miembros de la Hermandad, que la había
traído a la Academia para que la conociera. Allí se habían
visto por primera vez, enamorándose enseguida. Por lo visto,
el abuelo materno de Jack era un miembro retirado de la
Hermandad, vivía en Ergoth desde muchos años antes. No
había querido que su hija tuviera la misma vida que él, por eso
no la llevó a la Academia a la edad estipulada de dieciséis,
sino años más tarde para que pudiera verla por sus propios
ojos, en una visita de cortesía, sellando así su destino.
Corbin y Elorien se casaron según las tradiciones de la
Hermandad del Hierro y vivieron en la Academia. Un año
después de aquello nacieron Jack y Jasón, dos hermanos
gemelos como gotas de agua, según decía la gente.
Al poco tiempo recibieron la amenazante visita de
Lord Variol y Tarken, que entonces era el Gran Maestre,
decidió que en el valle de Asu estarían seguros. El joven
matrimonio fue hasta allá con sus hijos recién nacidos.
Obviamente Tarken cometió un error, de alguna forma
que aún ignoraban Lord Variol se enteró del paradero de los
niños y fue hasta el valle de Asu a buscarlos. Allí mató a sus
padres y cogió a Jasón. Según le contaron, un joven Derek,
por aquel entonces uno de los hombres de confianza de
Tarken, se llevó a Jack de allí, salvándolo de las garras del
Señor de la Guerra.

430
Mucho tiempo había pasado desde aquello, muchas
cosas cambiaron en ese intervalo, pero Jack se sentía
satisfecho porque ahora sabía un poco más sobre su pasado.
Le quedaba encontrar a su hermano y así cerraría el
círculo. Eso y matar a Lord Variol por lo que hizo.
Pero no sería aquel día cuando lo hiciera. Dejó de
observar el entrenamiento y fijó su atención en Tarken.
- ¿Lo habéis conseguido? -preguntó con una ligera tensión.
Tarken asintió con aire ausente, pero no parecía del
todo feliz.
- Algo hemos encontrado, sin duda, tras una semana de duro
trabajo en la biblioteca. Lorac siempre ha servido para estas
cosas, y desde luego la maga Dezra también. Sin su ayuda
jamás habríamos sabido cómo empezar. He venido a decirte
que el rey Alric ha decidido dejar los mapas, los planes de
batalla y las reuniones con sus generales por un momento y ha
accedido a dedicarnos algo de tiempo.
- No le culpes -Jack sacudió la cabeza-. También yo estaría
preocupado si un ejército estuviera a punto de llegar a mis
murallas.
- No, no le culpo por eso, pero debería entender que el
verdadero enemigo no es el Supremo Rey, ni siquiera los
Hijos del Sol -Tarken comenzó a pasear de un lado a otro con
las manos cruzadas a sus espaldas-. Sea como sea, con el
tiempo se darán todos cuenta, me temo. Espero que no sea de
la peor manera.
- ¿Y qué hacen los elfos? -Jack se sorprendió a sí mismo
pensando en la princesa Coral. Con ella tampoco había
hablado desde el día del Consejo. De hecho, los elfos llevaban
casi una semana recluidos en sus habitaciones, apenas sabían
de ellos. Tarken, Lorac y Dezra llevaban ese tiempo ocupados
recopilando información en la biblioteca de Gálador, Cedric
estaba casi siempre en las reuniones del rey Alric con sus
generales, mientras que Valian se dedicaba a vapulear a los
soldados del ejército de Kirandia.
Por eso aquellos días habían sido de una relativa calma
para él. Estuvo la mayor parte del tiempo con Eric y Karina,
431
sus mejores amigos. El joven príncipe no era llamado muy a
menudo por su padre para aquellas reuniones, para eso estaba
Cedric, y les había enseñado el reino a sus amigos. Así era
como habían visitado el Templo de las Estrellas, dedicado al
dios Gwaeron, dios de la naturaleza, el Señor del Gran
Bosque. De hecho el templo estaba contiguo al mismo. Jack se
había sorprendido observando con esperanza la última línea de
árboles del bosque, esperando que el silfo Nébula saliera de
ahí. Había muchas cosas que hubiera querido preguntarle, pero
tendría que ser en otra ocasión.
Habían sido momentos gratos, pero por lo que parecía
ya quedaban atrás.
- Acabo de hablar con ellos –continuó Tarken, sacando a Jack
de sus pensamientos-. No han dicho mucho, pero creo que
acudirán a la reunión.
- Ya es algo -bufó Jack. A su mente vino la imagen del rostro
de Coral. La impredecible princesa era capaz de irse por donde
habían venido sin dar ninguna explicación.
- Tienen sus propios problemas, al igual que nosotros -se
encogió de hombros Tarken-, aunque confieso que me siento
intrigado por lo que los Escribas dijeron sobre la princesa elfa.
En cierto modo es una profecía, parecida a la tuya, me
atrevería a decir, pero algo más confusa. No parece muy claro
lo que se supone que debe cumplir la elfa para consumar la
profecía.
Jack no le dio mayor importancia. Lo que Coral hiciera
con su vida era asunto suyo, no le importaba en lo más
mínimo. Tenía suficiente con sus propios problemas, al igual
que todos.
Y había llegado el momento de resolverlos. Así que se
puso manos a la obra, y siguió a Tarken hasta el lugar donde
se celebraría la reunión.

- Os agradecemos el haber podido sacar un momento para


atendernos –comenzó Lorac, que cargaba con un fajo
considerable de pergaminos-. Somos conscientes de que estáis

432
muy ocupado, pero no os lo habríamos pedido si no fuera un
asunto de vital importancia.
- No hay problema, Lorac -ojeroso y con la ropa arrugada, el
rey Alric daba señales de un profundo cansancio- ¿Y quién
sabe? Puede que si encontrarais a Venganza tuviéramos una
oportunidad frente al Supremo Rey y los Hijos del Sol.
Lorac no dijo nada, pero se le pudo notar que fruncía
los labios con severidad. Por un momento Jack pensó que iba
a replicar, pero finalmente optó por callar mirando los
pergaminos que yacían sobre la mesa.
Se encontraban en las habitaciones privadas del
monarca. Todos se habían sentado en torno a Lorac, Tarken y
Dezra, que eran los que habían estado trabajando a destajo en
la última semana, recopilando información en la biblioteca.
Parecía que el esfuerzo había dado sus frutos. Junto al rey y
sus hijos, se habían sentado el propio Jack, Karina y Valian.
Los elfos no habían acudido esta vez, pues aquello podía
considerarse un asunto interno de la Hermandad. Tampoco el
rey Alric les había invitado a asistir, pues desde que se enteró
de que estaban allí por la princesa Coral, había perdido el
interés en ellos. La princesa era un escudo contra la venganza,
le habían dicho al rey los elfos. Éste se había encogido de
hombros cuando le preguntaron si sabía a qué se refería con lo
de que en la tierra de los Caballeros comenzaría su camino, y
no había vuelto a reunirse con ellos desde entonces.
Jack sospechaba que Alric se había tomado la molestia
de dedicarles algo de su tiempo por el interés que parecía
haber despertado en él la posibilidad de que Venganza pudiera
ser recuperada. La espada que Dagnatarus forjó hacía ya mil
años bien podía decantar la balanza en su favor ante la
inminente guerra contra el Supremo Rey, y a esa esperanza
parecía aferrarse el monarca de Kirandia.
Por ello era por lo que estaban aquel día reunidos.
Llegaba el momento de tomar decisiones, y si querían alcanzar
la victoria no podía demorarse más.
- Hemos estado investigando durante toda esta semana -
continuó Lorac, viendo que ni Tarken ni Dezra se oponían a
433
que él llevara la voz cantante-. Debo deciros, mi señor, que
contáis con una biblioteca magnífica, y los que allí trabajan
nos han sido de gran ayuda a la hora de orientarnos para saber
dónde debíamos rastrear la pista de Venganza exactamente.
- Sí, sí -apremió Alric con un gesto impaciente de la mano-.
Vayamos al grano, Lorac. ¿Qué pasó con Venganza? Por lo
que yo sé fue destruida en la explosión que arrasó el campo de
batalla durante el último combate, frente a la Puerta Negra de
Darkun.
- En efecto, la mayor parte de la gente creyó eso tras las
Guerras de Hierro -asintió Lorac, como el maestro que le
explica una difícil lección a un niño- pero hagamos memoria
de aquellos últimos y terribles sucesos. La batalla postrera fue
el mayor enfrentamiento de la historia de Mitgard. Los
ejércitos de Girión estaban arrinconando a las fuerzas de la
Oscuridad, que se vieron obligadas a replegarse. Fue en aquel
momento cuando el propio Dagnatarus se presentó en el
campo de batalla.
- Imbuido del poder de su espada Venganza, Dagnatarus
resultaba un oscuro e invencible poder -Alric se inclinó hacia
delante súbitamente interesado. Pese a que aquella era una
historia conocida por todos, el monarca se puso alerta en
cuanto oyó nombrar la enorme fuerza de Venganza-. Nadie se
atrevía a interponerse y el que lo hacía era irremisiblemente
muerto. Tan sólo el Supremo Rey Girión se enfrentó a él de
igual a igual. Tuvo lugar entonces la mayor batalla de todos
los tiempos. Un duelo del que se dice que hasta los dioses
interrumpieron sus quehaceres para poder echar un vistazo
hacia abajo contemplando el desenlace de la lid.
- Es bien sabido que Dagnatarus derribó a Girión, y Justicia
se quebró ante el poder del nigromante. Justo en el momento
en que el primero se disponía a rematarle, Lorelai se interpuso
entre los dos y resultó muerta por la mano de aquel al que
amaba. Después de eso, Dagnatarus enloqueció, perdió los
últimos lazos con la cordura que aún le quedaban, y subiendo
a Gar Mordeth, el pico más alto de Mitgard, desencadenó todo
su poder a través de Venganza provocando una explosión que
434
asoló la región en kilómetros y kilómetros a la redonda. Las
historias cuentan que se levantó una nube de humo tan grande
que ni siquiera la curva del mundo pudo ocultarla
completamente, y hasta desde Angirad la divisaron.
Lorac dejó de hablar, y los demás guardaron silencio
sobrecogidos por aquel relato. Todos conocían aquella
historia, pero quizás no con tantos detalles. Jack se estremeció
involuntariamente. “Desde el Supremo Reino” -tragó saliva.
No se atrevía a calcular cuantos cientos de kilómetros podía
haber desde Darkun hasta Angirad.
- Y Venganza fue destruida junto con Dagnatarus en la
explosión -terminó de decir Alric-. Acabas de darme la razón,
Lorac. Nada pudo sobrevivir a semejante poder, ni siquiera
Venganza.
- Lo más lógico sería pensar eso -estuvo de acuerdo Lorac-
pero también sería evidente que Dagnatarus hubiera perecido
en tal explosión. Sin embargo, encontró la fuerza necesaria
para aferrarse a la vida de una manera que se sale de toda
comprensión. No -sacudió la cabeza como resistiéndose a
pensar eso-, Venganza fue creada por la mano de Dagnatarus,
y mientras él siguiese entre nosotros de alguna manera, la
espada perduraría.
- ¡Pura teoría! -bufó Alric impaciente-. Dame una prueba de
que lo que dices es cierto.
- Dezra -llamó Lorac.
La joven maga se adelantó unos pasos. Todos vieron
que llevaba, al igual que Lorac, un fajo de hojas consigo.
- Comenzamos la investigación gracias a una vieja historia
que se contaba en los tiempos en que yo era novicia en las
Torres Arcanas -empezó a hablar Dezra, y fue tomando
confianza poco a poco-. Recuerdo que entre las chicas que
estudiábamos para acceder al Consejo de Magos se contaban
muchas cosas sobre Alexandra, la única mujer en la historia de
las Torres Arcanas que ha sido Archimaga. Una de esas
historias narraba que Alexandra recuperó a Venganza para
poder destruirla personalmente -sonrió como recordando
tiempos pasados-. Éramos jóvenes e inocentes, teníamos a
435
Alexandra por una heroína. Pero no era así exactamente.
Rastreando esa pista he descubierto que, en efecto, Alexandra
quiso recuperar la espada, pero no para destruirla, sino para
estudiarla. Obviamente pensaba que podía obtener algún
beneficio si lo hacía -sacó varias hojas que puso encima de sus
rodillas-. Bien, a partir de ahora lo que os relataré son los
testimonios de uno de los magos que fue con Alexandra en la
expedición que partió de las Torres Arcanas para encontrar la
espada de Dagnatarus. Estos documentos datan de una época
unos cinco siglos anterior a la que nos encontramos. Han
transcurrido unos quinientos años desde las Guerras de Hierro,
y la Prohibición está instaurada desde mucho antes en
Mitgard. La situación se había normalizado mucho, y pocos
cambios ha habido desde entonces hasta ahora. Esto es lo que
sucedió.
Se apoltronó en un sofá que había libre y comenzó a
leer los ajados pergaminos.

La noticia nos ha sorprendido hoy a todos los


del Consejo -dijo leyendo con fluidez-. El Dorado
Grendel, líder de los Hijos del Sol, ha autorizado a la
Archimaga Alexandra a encabezar una partida que
tendrá la misión de adentrarse en Darkun intentando
recuperar la espada Venganza. He oído comentarios
de todo tipo a lo largo de este agitado día, desde que el
Dorado nos ha hecho esta concesión para estrechar
lazos con el Consejo, hasta que es una maniobra suya
para quedarse con la espada. Estoy cansado de tener
que pedirles permiso para todo. Somos magos, y si
queremos ir a buscar una espada, por muy de hierro
que sea, pues…, bueno, esto nos lo podemos saltar -
Dezra pasó varias páginas con rapidez-. Lo siguiente es
de tres días después -se aclaró la garganta-. Hoy ha
sido confirmado. Nuestra bienamada Alexandra ha
defendido su teoría de que Venganza sobrevivió a
Dagnatarus frente a los más reacios -otro veloz salto
de páginas-. No puedo creerlo, estoy emocionado. He
436
sido elegido para formar parte del grupo que irá a
Darkun para encontrar la espada. Partiremos dentro
de una semana…

Dezra dejó de leer y levantó la vista de los pergaminos.


- Así pues, Alexandra creía que existía la posibilidad de que
Venganza siguiera intacta. Los escritos dejan bien claro que,
una semana después de lo último que os he contado, un
numeroso grupo formado por siete miembros del Consejo de
Magos, contando con Alexandra, y trescientos soldados,
partieron de las Torres Arcanas el quince de Octubre del año
ochocientos doce Después de la Colonización.
- Un viaje a Darkun no es un paseo por la pradera -bufó el rey
Alric, irritado por semejante temeridad-. Incluso quinientos
años después de las Guerras de Hierro seguía siendo una tierra
muy inhóspita.
- Alexandra lo sabía, pero aún así consideró que el riesgo
valía la pena -apuntó Lorac.
Alric se encogió de hombros pero no contestó. Dezra
esperó a que Lorac le hiciera una señal y continuó leyendo.
- Habían tenido que pasar cinco siglos para que un Archimago
se atreviera a pensar en la posibilidad de que Venganza aún
existía -prosiguió Dezra-. Pero estaba hecho. Dos semanas
después el grupo se internó en los Llanos, y al poco divisó las
Montañas de la Noche. Me saltaré todos los comentarios
relativos al viaje pues son irrelevantes, y continuaré la
narración a partir del día en que el grupo llegó a Darkun -
frunció el ceño y continuó leyendo, haciendo un esfuerzo para
entender la escritura, que estaba ya borrosa por el tiempo-.

Acabamos de divisar la Puerta Negra. Parece


increíble, pero está abierta de par en par, tal y como la
dejaron el día que acabaron las Guerras de Hierro.
Un extraño silencio impera en el ambiente. Tengo que
reconocer que todos nos hemos sentido impresionados
al pasar a través de los enormes portones. Son de
hierro auténtico, y puedo decir que deben medir casi
437
cien metros. Jamás había visto algo así… -Dezra
levantó nuevamente la mirada, haciendo una pausa.

- Es curioso -hizo notar Tarken-. Las dos veces que entré en


Darkun, me encontré la puerta cerrada -carraspeó ligeramente-
. No estoy hablando de una puerta que pueda cerrarse con un
golpe de viento. Cada uno de los portones de la Puerta Negra
debe medir unos cien metros de alto y casi cincuenta de ancho,
su grosor supera los cinco metros. Es toda de hierro, y se
necesita un grupo numeroso para poder moverla.
Alric se encogió de hombros, y como no había nada
que decir, Dezra volvió su mirada de nuevo al papel.
- Ahora viene la parte más importante -aclaró-. Escuchad
porque me quedé impresionada cuando lo leí -los demás
guardaron silencio.

Tengo que decir que no he visto un paraje más


desolado que la tierra de Darkun. Es una tierra
muerta. No hemos encontrado ningún ser vivo en todo
el día, tan sólo nos hemos parado unos minutos
cuando a lo lejos hemos divisado la silueta de la Torre
Oscura. Pero no era nuestro objetivo, y al atardecer
hemos alcanzado Gar Mordeth -esta vez los demás se
inclinaron sobre Dezra interesados. El lugar donde
murió Dagnatarus. No se mencionaba demasiado en las
historias, que se centraban más en lo que pasó, no
dónde sucedió, pero Gar Mordeth era el pico más alto
de toda Mitgard-. No puedo creer lo que hemos visto.
Incluso he oído a algunos decir que aquel lugar estaba
maldito y no he podido llevarles la contraria. Donde
antes se encontraba la montaña más alta de Mitgard,
había ahora un gigantesco agujero más o menos
circular en el suelo. Debe de tener unos cinco
kilómetros de diámetro, y aunque no se ve el fondo,
pues eso está más oscuro que el culo del diablo,
calculamos que tendrá unos tres kilómetros de
profundidad. Alexandra piensa que la explosión hizo
438
ese cráter en el suelo, y que puede que haya agua en el
fondo. Ni lo sé ni me importa, pero ya no tengo tantas
ganas de recuperar la espada después de ver esto.

Los compañeros se quedaron en un estupefacto


silencio, al imaginar una hoquedad de semejantes
dimensiones. ¡Dioses! ¡El poder que desencadenó Dagnatarus
aquel día fue algo inimaginable!
Dezra parecía algo conmocionada y Jack no pudo
culparla por ello.
- Yo…, incluso a pesar de haberlo leído varias veces no
puedo creerlo –añadió jadeante-. Soy miembro del Consejo de
Magos, y sé lo que un mago es capaz de hacer y lo que no.
El…, el poder desatado para hacer algo esto es inimaginable.
Ni siquiera toda la fuerza unida de las Torres Arcanas podría
obrar un prodigio aproximado. ¡Dioses, cuántas cosas podrían
haberse hecho con tal energía!
Nadie supo qué responder nuevamente. Sí, Dagnatarus
fue una vez un joven que parecía sido llamado para realizar
grandes cosas. ¡Las había hecho! Pero algo se torció en él, lo
demás ya era historia.
- En fin, sea como sea habían llegado a Gar Mordeth, si
bien ésta era bien distinta de lo que una vez había sido -
explicó Dezra-. Gar Mordeth significa en la antigua
lengua Señor de los Cielos. Cabe decir que deberían
cambiar ese nombre -nuevamente se centró en su lectura.

Alexandra quiere enviar a un grupo para que tanteen


cómo es el fondo del agujero. Ha elegido a dos de los
nuestrso y quince soldados irán con ellos. Ni qué decir
tiene que no les envidio. Ni por todo el oro del mundo
bajaría allí abajo -pasó varias páginas más-. Hoy, el
tercer día desde que llegamos aquí, han bajado los
nuestros por la ladera del cráter. Es un descenso
peligroso, pues las paredes de la sima son muy verticales,
pero afortunadamente hay asideros a los que agarrarse.
Todos ellos llevaban antorchas. Nos extrañó mucho
439
cuando les vinos descender y dejamos de distinguir el
brillo de sus fuegos… -con cuidado pasó una nueva
página-. Han tardado casi dos días en volver a subir. Les
hemos visto hoy, y no nos ha gustado su aspecto. Comin y
Marlin parece que están bien, pero de los quince soldados
que bajaron con ellos sólo han vuelto nueve. Comin dice
que no sabe qué pasó. Mientras veo su rostro, noto que
está demacrado y cansino. Afirma que a partir de cierta
profundidad las antorchas se apagan, y es imposible
encender un fuego. Cuando llegaron al fondo, notaron
agua, y Marlin afirma que cubre hasta la cintura. Se
ataron con pequeñas cuerdas, se dividieron en varios
grupos para poder explorar la zona. Todo esto en una
completa oscuridad. Es extraño pero tanto Marlin como
Comin coinciden en que desde el fondo no se distingue la
abertura del cráter, que todo es una absoluta oscuridad.
Ninguno sabe darle una explicación a eso, incluso
Alexandra se ha mostrado perpleja. La contemplo ahora
mientras tomo mis anotaciones y la veo preocupada.
Comin dice que en un momento dado oyó un grito, y poco
después habían desaparecido seis soldados. Tras aquello
salieron de allí en cuanto pudieron. Ni rastro de
Venganza, pero aunque muchos de los nuestros han
querido volver, Alexandra se mantiene firme en su
esperanza de que recuperaremos la espada -Dezra hizo
un alto para ver si alguno tenía alguna pregunta, pero
todos estaban callados como muertos, y continuó pasando
páginas-. Un nuevo grupo ha vuelto a descender hoy, y
hemos perdido a tres soldados más. Trahen sostiene que
notó un fuerte tirón de la cuerda, y que cuando la
recogió, ésta aparecía cortada. Algo raro pasa ahí abajo,
pero no sabemos qué es. Trahen dice que tiene la
sensación de haber estado tan solo unas horas, pero ha
tardado cuatro días en regresar. No sabemos qué pasa,
pero Alexandra ha tomado la decisión de bajar ella
misma, junto con Zarek. Quiere llevarse a cincuenta
soldados consigo, pero algunos de ellos no quieren bajar.
440
No les culpo. Doy gracias por ser el encargado del diario,
de que se me necesite aquí arriba para tomar
anotaciones. Ni siquiera por nuestra querida líder me
atrevería a bajar a lo que sea que haya en el fondo de
este agujero -Dezra tragó saliva inconscientemente. Hasta
Jack parecía notar una extraña tensión en el ambiente-.
Hoy han bajado Alexandra y los demás. Nuestras
esperanzas van con ellos… -Dezra pasó una página-. Han
pasado dos días y no sabemos nada de ellos…-otra más-.
Llevan ya cuatro días allí abajo y nada…-y otra más-.
Que los dioses nos asistan. Una semana y Alexandra y los
demás no han vuelto todavía. Algunos de los nuestros han
empezado a sugerir que deberíamos regresar…-y en la
última página-. ¡Allí están! ¡Les hemos visto subir!
Aparecen cansados y sus ropas están embarradas,
algunas incluso llenas de sangre, pero Alexandra está
entre ellos. Hemos perdido a veinte soldados, pero ha
pasado una cosa maravillosa, y Zarek lleva algo consigo
que nos ha hecho gritar a todos. ¡Venganza! ¡Venganza!
¡Venganza!

Tras aquello se guardó un tenso silencio, que el rey


Alric rompió al poco tiempo.
- Entonces era cierto -susurró atónito-. La espada de
Dagnatarus sigue existiendo. ¿Por qué nunca se ha sabido
nada de esta historia? -estaba enfadado, pero a la vez perplejo.
- Pasó algo más -respondió Lorac, antes de que lo hiciera
Dezra-. Termina de leer, por favor.
Así lo hizo la joven.

Ni Alexandra ni Zarek ni los soldados que han


vuelto quieren decir nada de lo que ha pasado allí
abajo. Mi felicidad inicial se ha visto empañada al ver
que no parecen los mismos de siempre. Algo les ha
cambiado, pero al menos puedo decir que volvemos a
casa. He podido ver hoy la espada que tanto
sufrimiento nos ha causado, y no tengo palabras para
441
describirla. Zarek la lleva consigo, y Alexandra parece
mostrar su acuerdo con tal medida, pues afirma que
cuanta menos gente la lleve mejor. Es algo extraño,
pero cuando la he tenido cerca, me ha parecido oír
gritos en mi cabeza. No sé cómo definirlo, pero tuve
que salir corriendo de la tienda. Sea como sea,
volvemos a casa.

- Dezra se detuvo al ver que Alric se levantaba de un salto.


- ¡Entonces está en las Torres Arcanas! -la miraba incrédulo-.
¿A qué viene continuar esta historia? Rápido, mandaré a un
grupo numeroso que os acompañe hasta Ergoth, y allí le decís
al Archimago Mentor que contará con toda mi gratitud si me
facilita la espada, siquiera momentáneamente. Cuando haya
terminado todo esto os la devolveré. Tenéis mi palabra.
Dezra negó con la cabeza.
- Aún no he terminado, mi señor. No os mentía cuando os
dije que el Consejo de Magos no sabía nada sobre el
paradero de la espada -se alzó sobre el último de los
documentos-. Esto sucedió tres días después de aquello -
continuó leyendo.

No puedo creer lo que ha pasado esta mañana. Al


levantarnos hemos visto algo que jamás voy a olvidar.
Alexandra, Comin, Marlin y Trahen han aparecido
ahorcados en sus tiendas. ¡Y también todos aquellos
soldados que bajaron con ellos! Nadie se ha enterado
mientras sucedía. Nadie sabe nada de cómo ha podido
pasar. Los soldados que montaban guardia esta noche
dicen que no notaron movimientos extraños ni oyeron
gritos. Pero ya es tarde, nuestra amada Alexandra a
muerto, ahorcada por su propia mano, al igual que todos
los demás. Sólo Zarek ha desaparecido llevándose la
espada con él. Los soldados han encontrado su rastro, se
dirige hacia el oeste. Han preguntado si debían partir en
su busca, pero les he dicho que no. Con la muerte de
Alexandra, yo tomo el mando. Si Zarek quiere quedarse
442
con esa aberración del infierno, que se la quede. Lo
mismo quería mi amada Alexandra, y así ha terminado.
Volvemos a casa. Estoy cansado, y quiero poder llorar
tranquilamente a mis muertos. Maldigo el día en que
emprendimos esta búsqueda. Hoy, con gran dolor de mi
corazón, soy el nuevo Archimago de las Torres Arcanas.
Espero que si alguien lee este diario algún día le sirva de
advertencia.

Dezra pasó la última página con gesto triste.


- Aquí termina este relato -concluyó-. Durante mucho tiempo
se nos dijo que la Archimaga Alexandra murió por su propia
mano, pero nunca nos fue explicado el motivo. Es posible que
Mentor conociera esta historia, pero no es de dominio público,
ni mucho menos, ni siquiera entre el Consejo de Magos.
- De acuerdo, pues -asintió Alric-. El mago Zarek huyó con la
espada. ¿Algún dato o referencia de dónde pudo dirigirse?
- En efecto -esta vez fue Lorac el que tomó la palabra-.
Buscamos toda la información que estaba en nuestras manos
sobre aquella época. Ésa fue la parte más difícil, pues los
escritos que acabamos de leer no dejaban constancia de dónde
podría haberse dirigido el mago. Finalmente, tuvimos suerte, y
hayamos algo importante.
- Sí -asintió Tarken a su lado-. Mi señor, recordad vuestras
lecciones de historia. ¿Qué suceso marcó la historia en
Mitgard hace cinco siglos?
El rey frunció el ceño, pero fue Cedric el que contestó.
- La Guerra de las Aguas -apuntó el príncipe. Jack cayó en la
cuenta, y no era la primera vez que lo hacía, que el hijo mayor
de Alric se estaba preparando para ser rey algún día-. La
guerra entre el Supremo Reino de Angirad y Eregión. Las
flotas navales de ambos reinos se enfrentaron en la
desembocadura del río Gris, tras la coronación en Eregión de
Eurón, al que llamaban el rey Mano de Hierro.
- No la conozco -Jack tuvo que admitir nuevamente su
ignorancia. Estaba rodeado de gente que había recibido una
amplia cultura, viviendo en grandes castillos con bibliotecas a
443
su disposición. Tarken le había enseñado lo básico en su etapa
en Vadoverde. Incluso sabía leer, cosa poco habitual entre la
gente que vivía en aldeas tan pequeñas y apartadas de las
grandes ciudades.
- Eregión coronó rey a Euron, un fanático que descubrió una
cantera de donde se podía extraer hierro -explicó Cedric-.
Eurón desafió al Supremo Reino y a los Hijos del Sol y se hizo
construir una mano de hierro, afirmando ante todo su pueblo
que Eregión volvería a ser grande gracias al hierro. Aquello
hizo que los Hijos del Sol se alzaran, y también Angirad. Hay
que tener en cuenta que Eregión es el único reino limítrofe con
Angirad, y eso hizo que estos también se unieran a la causa.
Un poder creciente de Eregión también podría afectarles.
Hubo una batalla entre la flota de ambos reinos. Fue muy
famosa porque en el mar el poder de los Hijos del Sol
disminuye notablemente. Eso equilibró la balanza a favor de
Eregión, que contaba con el hierro. Los dominios del dios Tror
acaban donde empieza el mar.
- Una suerte que nosotros no tenemos -refunfuñó Alric en voz
baja.
- Finalmente y de manera sorprendente Eregión se rindió,
Eurón fue quemado en una hoguera por los Hijos del Sol, y un
nuevo rey fue nombrado en aquella desgraciada tierra.
Nombrado por el propio Supremo Rey Akelón, claro. Un
monarca a su conveniencia.
- Un destino que no va a repetirse con nosotros -saltó Eric de
repente. Su padre y él se miraron fijamente por unos
momentos, y el rey asintió ligeramente con la cabeza.
- Es una parte de la historia de Mitgard que nunca ha estado
muy clara -hizo notar Lorac-. Eurón parecía contar con
ventaja. Su flota arrasó a la del Supremo Reino en la batalla de
las Aguas, dicen que colocó espolones de hierro en sus barcos,
embistiendo con ellos los del Supremo Rey Akelón. Éste tuvo
que replegarse, pero tres días después de aquello,
misteriosamente, Eurón se rindió acatando la justicia de los
Hijos del Sol.

444
- Es extraño, sí -estuvo de acuerdo Karina- ¿Qué fue lo que
ocurrió para que actuara así?
Lorac sonrió en gesto de triunfo.
- Eso fue lo que investigamos y ¡premio! En los registros del
consejero del Supremo Rey Akelón, consta que un mago llegó
a la corte el día después de la batalla de las Aguas, portando
un paquete alargado y cubierto con una manta.
- ¡Zarek! -asintió Valian, sentado junto a Jack y Karina.
- ¡Exacto! No nos fue difícil deducir que debió obtener una
enorme suma a cambio de Venganza. Poco después hubo un
encuentro bajo bandera blanca entre los dos reyes. Nadie sabe
qué ocurrió en el interior de la tienda donde tuvo lugar la
reunión, pero he encontrado testimonios que afirman que el
Supremo Rey Akelón acudió a la cita con ese mismo paquete.
Suponían que sería un pago para comprar su voluntad.
- Así pues, Euron debió rendirse cuando vio que Akelón tenía
a Venganza con él -razonó Valian rápidamente.
Los ojos de Alric brillaron de codicia. Fue algo muy
fugaz, Jack pensó que tan sólo él se había dado cuenta, pero
no se le escapó el interés creciente del monarca por la espada
de Dagnatarus.
- Entonces, fue Akelón el que se quedó con la espada –afirmó
Eric, mientras Tarken sacaba un nuevo fajo de pergaminos.
- Todo parece indicar que sí –confirmó Lorac.
- Eso quiere decir que ambas espadas están en Angirad -Alric
les miró con cara de pocos amigos-. Magnífico. Las dos
espadas en poder de nuestros enemigos. Una de ellas rota e
inservible y la otra cogiendo polvo en alguno de los almacenes
de Angirad.
- El Supremo Reino no es nuestro verdadero enemigo, mi
señor -recordó Tarken con gesto serio-. Y olvidáis una cosa.
El Supremo Rey Akelón abdicó en favor de su hijo. Su pueblo
estaba descontento con él, mientras que su hijo era muy
querido por la plebe. Así lo hizo, y como en Angirad ya no
tenía sentido su presencia, fue nombrado señor de la ciudad de
Cecania.
Cecania. Ese nombre no le decía nada a Jack.
445
- ¿Qué…? - pero Tarken se le adelantó.
- La conoceréis mejor como Vaer Morag –aclaró.
Un estremecimiento recorrió a la mayoría de los
miembros del grupo. Ese nombre sí le era más familiar a Jack.
Aún recordaba las historias que contaba el alcalde Otis en la
posada del Roble Solitaria, allá en Vadoverde. Vaer Morag fue
un protectorado del Supremo Reino, alejado de Angirad, al
oeste de Mitgard. Hacía poco más de cuatrocientos años una
gran epidemia de peste asoló la ciudad. A aquella epidemia se
la llamó la Muerte Negra, y los supervivientes huyeron de allí.
Vaer Morag quedó convertida en una ciudad muerta, maldita
para siempre por los dioses, decía el alcalde.
- ¿Quiere eso decir que la espada está en Vaer Morag? -
preguntó Cedric con precaución.
- Todo parece indicar que sí -prosiguió Tarken, y él mismo
echó mano un pequeño cuaderno lleno de anotaciones. Estaba
ajado y enmohecido. Pasó sus páginas con cuidado para que
no se desmenuzaran en sus manos-. Uno de los consejeros del
rey Akelón se llevó esto consigo cuando huyeron los últimos
habitantes de la ciudad. El diario personal del antiguo rey, un
tesoro de gran valor que hemos encontrado criando polvo
entre pilas de libros en la biblioteca.
- Muchos es posible que no lo sepáis, pero la ciudad de
Cecania era hace cinco siglos una de las grandes maravillas de
Mitgard, famosa porque estaba situada en una isla en pleno
centro del lago de Plata, donde únicamente se podía llegar a
través de un puente, el más grande que se hizo jamás. Así era
la ciudad el día en que el antiguo Supremo Rey Akelón fue
nombrado señor de la misma -bajó la vista hacia el pequeño
cuaderno-. Comenzó a escribir este diario el día en que llegó a
Cecania.
- Decidnos, pues -gruñó Alric, dando muestras de
impaciencia- ¿Dónde está la maldita espada de una vez por
todas?
Tarken asintió y comenzó a leer, al igual que lo hiciera
Dezra antes que él. Contaba lo que realmente fueron los

446
últimos días de una ciudad que desapareció hacía ya
cuatrocientos años.
- Los primeros años fueron tranquilos -explicó Tarken-. Todo
parecía ir bien, y era seguro que la espada estaba con él, pues
hace referencia a ella en una de sus primeras páginas -tosió
ligeramente y leyó.

Hoy he tomado posesión de la ciudad. Ha sido


una bella ceremonia donde en todo momento me sentía
tranquilo, pues tenía la confianza de que Venganza me
esperaba guardada en mis aposentos. Los Hijos del Sol
creen que me deshice de ella después de la guerra,
pero fue fácil engañarles. No, ella permanecerá
conmigo hasta mi muerte…

- Akelón se sentía más seguro con Venganza a su lado -


explicó Lorac-. Aunque al principio todo fue bien, hemos
observado que poco a poco se fue produciendo un cambio en
él.
- Así es –confirmó Dezra-. En las historias recuerdo que se
decía de él que fue un hombre extraordinariamente longevo.
Incluso se llegó a pensar que tuviera sangre de elfo corriendo
por sus venas.
- Pero comenzó a ocurrirle algo extraño. Observad, estos son
dos escritos con un solo día de diferencia -dijo Tarken,
empezando a leer con voz suave.

Me siento cansado y viejo. Creo que ya me


queda poco en este mundo. Es extraño pero desde hace
un tiempo voy notando el paso del tiempo en mí de una
manera mucho más rápida… -Tarken pasó una página-
. Hoy me he levantado mucho mejor, pero me dieron
una trágica noticia. Alguien ha degollado a un niño
esta noche en su propio lecho. Investigaré eso a fondo,
pondré a toda mi guardia a buscar al culpable, y le
atraparemos.

447
Tarken levantó un momento la cabeza.
- Estamos en los días previos al comienzo de la peste
en Cecania. Es aquí cuando comienza a ocurrir algo extraño,
ni nosotros mismos hemos podido identificar bien qué es
exactamente. Algo empezaba a pasarle a Akelón, pero ignoro
qué era -bajó nuevamente la vista. Los compañeros se habían
callado de repente, incluso el rey Alric escuchaba con
atención.

Hoy me han comunicado que han encontrado


cinco niños muertos mientras dormían. Dioses, no sé
qué está pasando, pero he aparecido vestido y
empapado en sudor en mi lecho esta mañana… -nuevo
salto-. Esta noche han sido trece y entre ellos había
también mujeres. La ciudad comienza a estar aterrada,
mi guardia desconcertada... -tres páginas más-. Que
los dioses me guarden. Me he levantado esta mañana y
tenía aferrada a Venganza en mi mano. Y, oh dios mío,
estaba llena de sangre…. -otra más-. Mi pelo se ha
vuelto blanco como la nieve. Mis consejeros dicen que
es de la preocupación, pero incluso ellos se han
sorprendido ante este cambio…-y otro-. Esta noche ha
sido una masacre. Han muerto varias decenas,
asesinaron a una patrulla entera de guardias. Nadie
duerme ya, la ciudad está enloquecida por lo que está
pasando, y yo…, yo tengo miedo de permitir que el
sueño me lleve, porque creo que…, creo que soy yo el
que está haciendo esto. Algunos están huyendo de la
ciudad, han estallado disturbios entre el gentío y mi
guardia. No sé explicarlo pero creo que Venganza me
habla. ¡Oh, por favor, debo estar enloqueciendo!
Porque siento que me habla, y me dice que quiere
más…

Tarken pasó la página y vieron que era la última.


Todos permanecían silenciosos ahora, esperando que dijese
algo más.
448
- Esto es lo último que escribió Akelón. Uno de los últimos en
huir de la ciudad fue uno de sus consejeros, que encontró el
cuaderno y se lo llevó consigo. Muchos huyeron a Kirandia.
Entre el caos que debió reinar entonces, el diario de Akelón
debió llegar por casualidad a la biblioteca -Tarken les miró
uno por uno antes de continuar hablando-. Se dijo entonces
que la ciudad de Cecania había sido víctima de una peste,
pasándose a llamar Vaer Morag, que en el idioma de los
primeros hombres quería decir La Muerte Cabalga de Noche.
El Supremo Reino de Angirad declaró la ciudad lugar maldito,
y que se sepa permanece abandonada desde hace cuatrocientos
años.
- Y Venganza sigue ahí, si he entendido bien -Alric se levantó
y comenzó a pasear por la habitación con aire nervioso.
- Todo hace indicar que así es -asintió Lorac con calma.
- Bien, enviaré a un grupo de soldados en su búsqueda. No es
un buen momento, pero podré prescindir de cien o doscientos
de mis guardias. Saldrán mañana al amanecer, es posible que
estén de vuelta antes de que los ejércitos del Supremo Rey y
los Hijos del Sol lleguen ante nuestras murallas.
Lorac se levantó a su vez, y sus ojos quedaron a la
misma altura que los del monarca.
- Mi señor, es misión de los miembros de la Hemandad del
Hierro recuperar la espada de Dagnatarus -Alric se volvió
hacia él y le miró con dureza, pero Lorac no se dejó intimidar-
. Ésta es la espada que Jack empuñará para cumplir su destino.
No se le dará otro uso. Si en mi mano estuviera el poder elegir,
por mí la espada se pudriría en Vaer Morag hasta el fin de los
tiempos. No sabemos exactamente qué le ocurrió a Akelón,
pero tal parece que Venganza influyó en él de manera
negativa. No puedo impedir que Jack se sirva de ella, porque
así debe ser, pero temo por él, y no permitiré que nadie más lo
haga.
Los demás aguantaron la respiración ante las palabras
de Lorac. “¡Cuidado!”, Jack miró asustado a Alric, que se
había quedado muy quieto de repente. “Alric es un rey muy
orgulloso. No dejará que nadie le diga lo que tiene que hacer”.
449
- ¿Que tú no me permitirás? ¿Que tú no me permitirás? -el rey
de Kirandia entrecerró los ojos hasta que no fueron más que
dos rendijas es su cara.
- Lorac tiene razón, padre -para sorpresa de todos, Cedric se
levantó sujetando con firmeza al monarca por el hombro-. Es
competencia de la Hermandad del Hierro hacerse con
Venganza. Además, no sabemos qué nos encontraremos en
Vaer Morag. Por eso creo que es preferible que sea un grupo
pequeño y que no llame la atención el que vaya hasta allí.
- Habláis bien, príncipe Cedric -Lorac inclinó ante él la
cabeza, como no lo había hecho ante su padre-. Exacto, un
grupo pequeño. Ignoro si la señora Dezra querrá
acompañarnos, y sé que vos debéis tener obligaciones aquí,
pero os propongo que dejéis que el príncipe Eric venga con
nosotros. Os prometo que le cuidaremos bien. Vaer Morag es
una ciudad muerta, no deberíamos encontrar mayores
problemas que los que nos supongan cruzar las Ciénagas de
Malg, pero Eric ha estado con nosotros desde el principio y
creo que se ha ganado un puesto en el grupo.
Alric respiró hondo, pero se calmó visiblemente al
sentir la mano de su hijo mayor en el hombro. Lentamente,
asintió con la cabeza.
- Sea -asintió con voz queda-. Ahora, debo ir a ocuparme de
la guerra que pronto llamará a mi puerta. Cuando volváis con
la espada quizá cambiéis de parecer.
Hizo un último gesto de despedida y se marchó de sus
habitaciones. Los demás se quedaron solos.
- ¿Y bien? -Lorac les interrogó a todos con la mirada.
- Yo iré, por supuesto -dijo Karina, levantándose con
presteza.
- Yo también, creo -dijo Tarken, para sorpresa de todos-. Fui
el primero en ver el comienzo de esta historia. Quiero ver
también el final.
A Valian no hizo falta preguntarle. Siempre estaría en
el lugar más comprometido.
- No iré -confirmó Cedric, como todos suponían- pero dejaré
que mi hermano vaya.
450
- Tú no me dejarás -saltó Eric poniéndose en pie-. Voy porque
así lo he querido yo.
Los demás rieron, pero se callaron al ver que Derza no
se levantaba.
- Me quedaré aquí -afirmó-. Mi maestro Mentor querrá un
testimonio de primera mano de lo que ocurre aquí. Soy una
miembro del Consejo de Magos, tengo inmunidad. Los
hombres del Supremo Reino no me tocarán, y pienso que aún
puedo hacer algo aquí para impedir lo que está a punto de
suceder.
Lorac asintió sabiamente, y por fin se volvieron todos
hacia Jack, quien no había abierto la boca desde hacía rato.
- Bueno, Jack -preguntó- ¿Qué harás tú?
Les miró encogiéndose de hombros. No sabía si hacía
lo correcto. No conocía nada de lo que le deparaba el futuro.
Pero sí sabía que junto a sus amigos estaba su lugar.
- ¿Acaso tengo otra opción? -repuso, esbozando una ligera
sonrisa.
Lorac asintió y sonrió a su vez.
- Entonces, seis formaremos el grupo. Dormid bien esta
noche, amigos míos. Mañana antes de que salga el sol,
partiremos hacia la ciudad donde La Muerte Cabalga de
Noche.

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452
CAPITULO 6
La despedida

Se dio de bruces con ella por casualidad. Se había


puesto un ligero justillo de cuero como protección, de forma
que le dejara libertad de movimientos a la hora de usar la
espada. Bajo la capa llevaba a Colmillo, oculta a la vista de
todos. Realmente no era necesaria tal precaución, pues estaban
en el interior del palacio real de Kirandia, y los Hijos del Sol
ya no estaban entre ellos. Lorac, sin embargo, les había dicho
que viajarían por zonas habitadas antes de llegar a la Marca
Helada, sería mejor que nadie viera que llevaban hierro con
ellos. No creía que pasara nada porque atravesarían lugares
alejados de grandes ciudades. A sus habitantes poco les
importaba si violaban la Prohibición o no, pero Lorac era
hombre prudente, y hombre prudente valía por dos, le había
dicho Tarken.
Sin embargo, fuera prudente o no, la verdad es que se
llevó una sorpresa al encontrarse a Coral tan de repente. Con
todo lo que estaba pasando se había olvidado de ella. Algo en
su interior le decía que tendría que haberle dicho al menos que
se marchaba lejos.
Lamentablemente, ya era demasiado tarde para ello.
- ¿Te vas ya? -preguntó Coral. Había una extraña tristeza en
su mirada, y por primera vez Jack no encontró ese tono irónico
y burlón en sus palabras cuando se dirigía a él.
- Err…, sí, nos vamos. Vamos en búsqueda de… -se quedó
callado sin saber cómo continuar. Ahí estaba el hombre
prudente. A las primeras de cambio ya había estado a punto de
decirle el objetivo de su misión, que Lorac les había dicho
que callaran.
Bueno, en su defensa podía decir que Coral no era una
cualquiera. Era una princesa elfa, y aunque no había tomado
partido en la reunión que celebraron acerca de ir a buscar a

453
Venganza, supondría que el rey Alric les habría puesto al día
sobre ello.
Ella pareció leerle los pensamientos una vez más.
- Sí, el rey ya nos ha dicho que marcháis a Vaer Morag,
buscando la espada de Dagnatarus -habló Coral con voz
suave-. Un lugar peligroso. Siempre lo ha sido y algo me dice
que aún lo es más en los tiempos que corren -levantó la cabeza
y le miró con sus ojos azules-. Creía que al menos vendrías a
despedirte, Jack de Vadoverde.
No supo qué decir. Por un lado daba la impresión de
que había quedado muy mal, pero por otro, y pensando con
pura lógica, Coral tenía el mismo derecho a quejarse de no ir a
despedirse como el hombre que cuidaba las caballerizas del
rey. ¡Pero si no hacía más que meterse con él, y ahora le venía
con ésas! Seguramente Coral estaría deseando quitárselo de en
medio, y por si fuera poco le hacía quedar ahora como un
desagradecido.
- Lo siento, todo ha ido muy rápido -contestó finalmente-. Me
hubiera despedido si nos hubieran dado más tiempo, pero el
rey Alric marcha hoy hacia la Torre del Crepúsculo, hacia la
guerra, y no podíamos demorarnos más. De todas formas -hizo
acopio de valor y lo soltó-, tampoco creo que te importe
mucho que me vaya.
Venga, ya lo había dicho. Ahora estaba seguro de que
ella le insultaría, se largaría, y todo aquello sería como si
nunca se hubieran encontrado en ese pasillo, en el que por
cierto, siempre había visto mucha gente cruzándolo de un lado
para otro. ¿Por qué no habría nadie ahora mismo, más que
ellos dos?
- No sé, no debería importarme pero…, he pensado que puede
que no volvamos a vernos, y… -Coral de repente se dio cuenta
de lo que estaba diciendo, y cuando levantó la mirada vio que
Jack la miraba pasmado. La chica agitó la cabeza como si
despertara de un mal sueño-. Y puede que no pueda ya
reclamarte el traje que me debes, Jack de Vadoverde. Eres un
desagradecido. Me refería a eso, por supuesto. Te salvo la vida
y te vas sin decir ni gracias.
454
- Tranquila, si es por el traje ya te lo regalaré algún día de
estos, en cuanto destruya a Dagnaturus –gruñó con ironía,
aunque se sentía aliviado. Aquella conversación tenía algo
más de sentido. Lo otro debía de haber sido un lapsus-. De
todas formas no me costará mucho, para lo que valía tu traje...
Ella le miró ofendida, y Jack se dio por satisfecho.
Pese a ello, sentía una extraña tristeza por dentro. Por un
momento había parecido que él y Coral podían haber tenido
otro tipo de conversación, pero la oportunidad había pasado.
- Eres un idiota, Jack de Vadoverde. Siempre lo has sido, y
siempre lo serás. Además, un idiota con mal gusto, porque
solo un necio diría que aquel traje no era lo último en moda, y
lo más bonito que…
Unos minutos de verborrea imparable de la princesa,
que Jack aprovechó para desconectarse. Aquella conversación
era una estupidez sin sentido, resultaba un buen momento para
darla por terminada.
- En fin, princesa Coral -dijo, aprovechando que ella se tomó
unos segundos para tomar aliento antes de volver a la carga-.
Mucha suerte en todo. Espero que te vayan bien las cosas.
Adiós.
Se dio media vuelta y reanudó su camino. Esperaba las
últimas palabras de la princesa elfa, pues ella siempre tenía
que decir la última palabra, por supuesto. Le llamaría mil y
una cosas distintas, a cual peor. Pero estaba ya llegando al
final del pasillo, y todavía no escuchaba nada a sus espaldas.
“Se debe de estar tomando su tiempo para decirme lo más
horrible que se le ocurra” -pensó con desánimo.
Se equivocaba. Lo que oyó no era para nada lo que se
esperaba.
- Jack… -la llamada sonó débil, como si tuviera que haber
hecho un gran esfuerzo. No Jack de Vadoverde ni niño de
pueblo, nada por el estilo.
Sólo Jack.
Se dio la vuelta y vio que Coral le miraba desde la
distancia, en el sitio donde la había dejado. Aquellos ojos

455
azules ya no parecían de nuevo irónicos ni burlones sino otra
vez tristes.
- ¿Qué…, qué ocurre? -¿qué más quedaba por decir? Nada, ya
se habían echado los suficientes trastos a la cabeza como para
irse en paz.
Ella tragó saliva, como si lo siguiente que fuera a decir
se lo tuvieran que arrancar de dentro de su ser con tenazas.
- Quiero…, quiero darte una cosa -dijo con voz tímida-. Ven
un momento, por favor.
Durante unos momentos Jack no supo qué hacer, y se
quedó en el sitio clavado. Pasaron lo segundos y vio que Coral
le miraba desconcertada. Entonces se dio cuenta de que se
suponía que tenía que acercarse. Lentamente, avanzó unos
pasos hasta situarse a la altura de la joven elfa.
“¿Querrá despedirse a lo grande?” -pensó Jack,
mientras en su mente se imaginaba qué podría estar
maquinando para meterse con él por última vez. Por eso se
quedó helado totalmente cuando ella se echó las manos al
cuello y se quitó el pequeño colgante acabado en una perla que
siempre llevaba consigo.
- Me gustaría que lo llevarás tú durante el viaje -susurró ella
en voz baja-. Siempre me ha dado suerte, y adonde vas
necesitarás toda la suerte del mundo.
- No.., no es peligroso -atinó a decir, sorprendido como
estaba-. Vaer Morag es una ciudad muerta, no hay gente allí.
No será nada del otro mundo.
- Aun así, me gustaría que lo llevaras.
Le tendió el colgante y Jack alargó la mano para
cogerlo. Cuando Coral depositó el colgante en su mano, éstas
se rozaron por un momento. Jack sintió que un escalofrío le
recorría la espalda.
- Pero…, éste es el colgante que te dio tu padre, ¿no? -Jack
aún no salía de su asombro. ¿Era Coral la que estaba delante o
una hermana gemela?
Ella asintió ligeramente con la cabeza. Seguía
envolviéndola el mismo halo de tristeza.

456
- El colgante que mi padre me diera antes de partir por orden
de los Escribas -confesó Coral-. Siempre estuve muy unida a
mi padre, más incluso que mi hermano Gerald. Yo era muy
pequeña cuando él se marchó, pero siempre recordaré el
momento en que me dio este collar. “Con esto será como si yo
estuviera siempre contigo”, me dijo -le miró a los ojos-, espero
que así ocurra contigo.
Jack seguía sin respuesta. Se le había acabado todo el
repertorio ante esta situación nueva para él. Estaba preparado
para contestar a sus pullas e insultos, pero ante su amabilidad
se sentía como un pez fuera del agua.
“¿Y ahora que hago?” se dijo a sí mismo, todavía
inmóvil por la sorpresa, “no tengo nada para darle”.
“Dale al menos la gracias, idiota”, era extraño, pero
aquella voz sonaba como a la de la propia Coral, como cuando
le recriminaba algo que había hecho mal.
- Gracias, princesa -dijo al fin-. Así será como si tú estuvieras
cerca.
- Llámame Coral, niño de pueblo -sonrió ella, pero esta vez
no lo había dicho como un insulto, y Jack lo notó enseguida.
Hasta él rió la broma, por un momento fue agradable reír
juntos. Luego recordó que le estaban esperando abajo, y sonrió
por última vez.
- Gracias por todo, Coral. Mucha suerte de aquí en adelante -
dijo sonriendo de nuevo.
- Ve en paz y vuelve, Jack -Coral se acercó más a él, y Jack se
aterrorizó tanto, que estuvo a punto de cubrirse con los brazos
como para defenderse de un ataque. Logró quedarse quieto, y
fue recompensado con un ligero beso en la mejilla-. Nos
volveremos a ver.
No dijo nada más, y dio la vuelta. Finalmente dobló un
recodo y se perdió de vista para él.
Tardó varios minutos en darse cuenta de que
permanecía parado en medio del pasillo, con la vista clavada
en el lugar por el que había desaparecido. Inconscientemente
se acariciaba la mejilla. Tardó unos segundos más en
reaccionar, pero al fin dio también media vuelta y marchó por
457
el lado contrario por el que había desaparecido la princesa
elfa.

- Suerte a todos -dijo el rey Alric, con una mano puesta en el


hombro de su hijo pequeño-. Puede que si volvéis con
Venganza, ésta cambie de nombre y pase a llamarse
Esperanza.
- Lo dudo mucho, rey Alric -contestó Lorac, que acariciaba
las crines de su caballo con suavidad-. Algo maligno se
esconde en esa espada. Sólo el hecho de que sea la única
manera de acabar con Dagnatarus me impulsa a emprender
esta misión para recuperarla. Si no fuera así, el mundo estaría
mucho mejor sin que Venganza vea de nuevo la luz.
Alric asintió con gesto hosco llevándose a Eric aparte
para despedirse de él. Jack vio que el monarca le hablaba en
voz baja, y que éste asentía varias veces. Por su parte comenzó
a asegurar las correas de su caballo. Quería hacerlo él mismo,
pues era la mejor manera de acostumbrarse a montar. Lorac
decía que era bueno con la espada, pero cabalgando no tanto, y
debía practicar. Aquel viaje le vendría bien para hacerlo.
Cedric y Dezra se despedían de los demás uno a uno,
hasta que le llegó el turno.
- Buena suerte, Jack -le sonrió Dezra-. Una gran
responsabilidad ha caído sobre tus hombros, amigo mío. Ojalá
todo salga bien. Cuídate, eres muy importante para todos
nosotros.
Y le dio otro beso en la mejilla. Sin embargo, Jack
sintió algo distinto esta vez. Aquello era un beso de hermana
mayor. Lo de Coral…, aún no sabía qué significaba el beso
que le dio en el pasillo.
Cedric se acercó también a él, tras la joven miembro
del Consejo de Magos.
- Bueno, Jack, espero que vuelvas en forma -le palmeó el
hombro en señal de complicidad-. Aún tenemos pendiente un
juego en el Foso de la Academia. Recuerda, los Fénix contra
los Tejones. No os lo pondremos fácil, amigo.

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Rieron la broma ¿quién podía dar importancia a eso
ahora? Era verdad, ya casi ni se acordaba de que en la
Academia sus compañeros de los Tejones debían de seguir con
su rutina normal, entrenamiento y encuentros en el Foso.
Seguramente habrían elegido a un nuevo capitán, todo sería
allí como siempre. Por lo poco que sabía del Gran Maestre
Derek, era un hombre al que le gustaba conservar la
normalidad. Era cierto que la Hermandad del Hierro se
enfrentaba a una guerra en ciernes, pero ello no era óbice para
que sus alumnos siguieran entrenándose con la normalidad de
siempre.
Cedric y Dezra fueron a despedirse de Karina. Jack
tuvo por fin un momento para poder contemplar a los que
serían sus compañeros de ahora en adelante. Seis serían lo que
se irían, y seis los que debían volver.
Y allí estaban todos. ¿Hablarían las historias en el
futuro de ellos? Los compañeros que recuperaron la espada de
Dagnatarus. ¿Estaría Jack ante un momento histórico para
Mitgard? Siempre se preguntó qué sintió el Supremo Rey
Girión cuando proclamó que la guerra había terminado, o Sir
Ragnar cuando sus ojos contemplaron por primera vez la
Academia, una soleada mañana de verano en el Gran Bosque.
Incluso qué habrían sentido los primeros hombres cuando
avistaron las playas de Mitgard, y desembarcaron a orillas de
lo que más tarde se convirtió en la ciudad de Teluria, capital
del Supremo Reino de Angirad y del mundo conocido.
Momentos para la historia, grandes momentos. Puede que él
estuviera formando parte de uno de ellos. Desgraciadamente,
no viviría tanto como para saber qué dirían las historias sobre
ellos con el paso de los siglos.
Allí estaba Lorac, el eterno jefe de la compañía, el guía
de la misma. Su pasado era una incógnita para Jack. Jamás
había hablado con él sobre ello, ni se había preguntado de
dónde venía. Siempre estaba allí dispuesto a dar buenos
consejos, aportar su sabia voz en la discusión. Posiblemente,
el próximo Gran Maestre de la Hermandad del Hierro, cuando
Derek dejara su cargo.
459
A su lado se encontraba Valian, inescrutable como
siempre. Sin embargo, en su rostro se podía leer que era la
propia vida la que lo había endurecido. Testigo de primera
mano del final de los Irdas, la postrera matanza del último
siglo. Cuando le veía casi podía imaginarse al niño que, hacía
ya mucho tiempo, se había levantado asustado en mitad de la
noche, entre los gritos de muerte de su familia y de los suyos a
manos de los Hijos del Sol. Aquel niño sobrevivió a esa
terrible noche. Ahora, esos mismos ojos se habían enfriado,
pocas eran las cosas que podían hacer penetrar en el muro que
había levantado en torno a sus sentimientos. Así era Valian.
Así le había tratado la vida.
Luego estaba Eric, que siempre viviría a la sombra de
su hermano. Jack hacía tiempo que lo notaba. Eric hablaba
maravillas de Cedric, le quería mucho, pero ya habían sido
varias las veces que le había descubierto mirando a su
hermano mayor con envidia. De genio inestable, Eric era su
mejor amigo, el primero que le tendió una mano cuando llegó
a la Academia. Esperaba que el tiempo no cambiara las cosas
entre ellos, tenerle siempre a su lado, que le prestara su
confianza. Ojalá fuera así.
Y cerca de él Karina. Karina, que ya les había
traicionado una vez. Karina, quien se sentía dividida entre el
amor por su padre, que tanto había sufrido por la muerte de su
madre, y el odio que le producía su ansia de poder. Justarius,
el padre de Karina, que había sido capaz de sacrificar a su
propia hija para conseguir más poder. Por mucho que le
hubiera costado tomar esa decisión, nada perdonaría aquel
acto, a pesar de todo el amor que Karina le profesaba.
Más lejos, apartado de los demás, se encontraba
Tarken, con quien Jack pasó su infancia. El único padre que
conoció, el que le profesó amor durante mucho tiempo. La
misma persona que había dedicado gran parte de su vida a
Jack y su hermano. Dieciséis años se hizo cargo de Jack, y
pese a todo ello, había envejecido más las dos veces que
intentó encontrar a Jasón. Una vida marcada por aquellos dos

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jóvenes. Esperaba que viviera lo suficiente como para saber
que habían merecido la pena aquellos años perdidos.
Y por último el propio Jack. Muertos sus padres,
perdido su hermano gemelo, todos esperaban de él que
cumpliera un destino que ni siquiera le habían dado opción de
elegir. Siempre se preguntaría qué habría pasado si hubiera
sido un chico normal de Vadoverde, uno más de los que
jugaban en la plaza, de los que se espantaban ante las historias
que se contaban sobre el hierro. Uno más. Nunca lo sabría. Su
destino le estaba esperando. Había llegada la hora de la
acción. Venganza le aguardaba. Hacía mil años su antepasado
había llevado esa espada. Ahora sus manos debían empuñarla
del mismo modo que lo hizo Dagnatarus. Era el momento.
Sus manos tocaron inconscientemente el colgante que
ahora llevaba anudado a su cuello. Se deseó suerte a sí mismo,
y dio el primer paso del viaje que le llevaría a su destino.

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CAPITULO 7
Comienza la partida

Desde la distancia podía Celina divisar el gigantesco


ejército que se acercaba por el sur. Una larga serpiente
multicolor vadeaba en esos momentos el río Largo. Incluso
consiguió avistar al que los comandaba, el Supremo Rey de
todo Mitgard. Había veces en que odiaba ser la que tuviera
que encargarse de la tarea de recibir a los líderes de los otros
reinos, y ésta era una de ellas. Sabía lo que significaba la
presencia del ejército del Supremo Rey de Angirad en la
Llanura por primera vez en varios siglos, lo que habría que
hacer a continuación.
Suspiró con fuerza y echó un vistazo a su izquierda,
donde su esposo Trok, montado a horcajadas sobre su caballo,
tampoco parecía estar disfrutando del momento.
- Ya han superado el río -dijo Trok, con su habitual voz
tranquila. Era capaz de mantener la calma aún en un momento
como aquel.
- Vayamos pues -asintió ella-. Hay cosas que debemos hablar.
Echó una mirada atrás, viendo a unos trescientos pasos
de distancia a sus espaldas, toda su tribu reunida casi en pleno
para ver llegar al ejército del Supremo Rey Kelson. Ni los más
viejos del lugar recordaban el paso de un ejército que no fuera
bárbaro en tierras de la Llanura. Muchos habían salido de sus
tiendas para contemplar el “espectáculo”, como habían dado
en llamarlo los más jóvenes e impetuosos muchachos de la
tribu del Viento.
Ella era suficientemente sabia para pensar así, pero
pese a ello no pudo dejar de admirar la grandeza del ejército
que les esperaba al pie del río Largo a medida que se
acercaban a ellos. Miles y miles de soldados, y en una de las
alas del ejército, los Hijos del Sol.
No pudo evitar un escalofrío al verlos. No gozaban de
mucha fama en ningún lugar de Mitgard, que ella supiese. La
463
forma que tenían de castigar en la hoguera a los que traficaban
con objetos de hierro no gustaba ni siquiera al Supremo Rey,
pero ellos parecían estar por encima de las leyes terrenales,
como si no tuvieran nada que ver con ellos. Así eran las cosas.
Lo mejor que podían hacer era terminar con aquel asunto
cuanto antes.
Estaban aún a más de doscientos pasos de la primera
línea del ejército, cuando vieron que tres figuras se separaban
del resto de la enorme tropa. Conocían a una de ellas, las otras
dos podían imaginar quiénes eran.
A media distancia entre el ejército y el campamento
bárbaro de la tribu del Viento se encontraron los dos grupos.
- Os veo estupendamente hoy, majestad -saludó Celina, y se
sorprendió a sí misma esbozando una sonrisa sincera-. Sed
bienvenidos a la Llanura. Hacía mucho que no os veíamos por
aquí.
- Vaya que sí, muchos años, demasiados -saludó Kelson,
sonriendo a su vez, y controlando a su montura con gran
maestría-. Si no recuerdo mal, la última vez que nos
encontramos no erais más que una cría.
Celina esbozó otra sonrisa, triste esta vez. Había
ocurrido hacía treinta años al menos, cuando los reyes de
Angirad y Kirandia habían mandado a sus hijos a pasar una
temporada entre los bárbaros de la tribu del Viento, como era
costumbre desde hacía muchos años. Ella no era más que una
mocosa de diez años, pero recordaba lo que le sorprendió
entonces ver a los mozalbetes Kelson y Alric, que eran hábiles
en todo. Se admiró entonces de lo bien que cabalgaban, que
manejaban las espadas. Recordaba incluso lo amigos que se
hicieron.
Ahora, tanto tiempo después de aquello, ambos se
habían declarado la guerra.
- Han pasado muchos años desde que nos visitasteis, mi señor
-dijo Celina, intentando dejar atrás aquellos recuerdos-. Os
presento a Trok, mi esposo y jefe de la partida de caza de la
tribu del Viento.

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- Tengo mucho gusto en conoceros –y continuó girándose
hacia los señalados-. Estos son el señor Galior, ungido el
Dorado por la mano del todopoderoso dios Tror, y su segundo,
el comandante Justarius.
Se intercambiaron nuevos saludos, más fríos esta vez.
Los Hijos del Sol era respetados y temidos por todos, pero
pocas veces eran apreciados. Celina nunca había visto al
Dorado, señor de la Torre Blanca, y líder de los Hijos del Sol,
pero era como se lo imaginaba. Un hombre imperturbable,
impasible e inquebrantable. Seguramente no fuese un hombre
malo de verdad, y cuando mandaba quemar a un hombre en la
hoguera lo hacía porque de verdad pensaba que de esa forma
salvaría su alma.
Apartó la vista del Dorado en cuanto pudo,
volviéndose de nuevo hacia el Supremo Rey.
- Mi señor Kelson, siento que tengamos que vernos en estas
condiciones –afirmó sin más preámbulos-. Es mi deber como
súbdito del Supremo Reino dejar cruzar a este ejército la
Llanura, pero no puedo evitar advertiros de la tormenta que se
avecinará sobre todo Mitgard si se desencadena una guerra
entre Angirad y Kirandia.
- Hay otras maneras de resolver este asunto, mi señor rey -
añadió Trok secundándola, aunque hablaba con voz tímida.
Técnicamente, Celina estaba entre iguales cuando hablaba con
el rey Kelson, salvando las distancias, por supuesto. Ella era
jefa de una tribu bárbara, pero Trok era tan solo el líder de la
partida de caza.
- Me temo que no va a poder ser -negó con firmeza Kelson,
aunque Celina creyó detectar una nota de pesadumbre en su
voz-. Alric ha cometido un crimen horrible, y ha de pagar por
ello. Los Hijos del Sol son los emisarios del Supremo Reino.
Nadie puede alzar la mano sobre ellos, por eso Kirandia será
sometida al orden de inmediato. Será por las buenas o por las
malas, así que espero que Alric sea inteligente y se atenga a
razones, pero de todas formas será.
- Sea entonces, mi señor -Celina inclinó la cabeza-. Tenéis mi
permiso para atravesar la Llanura.
465
Obviamente era una fórmula ritual, más que nada. Por
supuesto que el Supremo Rey tenía permiso, además de poder,
para atravesar la Llanura si quería, pero de esa manera se
mantenían las formas protocolarias.
- Bien, querida Celina, si no hay nada más que añadir….
- Una cosa más, mi señor –exclamó en ese momento Trok,
sorprendiéndoles a todos. Había interrumpido al Supremo
Rey, un hecho inaudito viniendo de alguien que realmente no
tenía ni voz ni voto en aquella reunión.
Kelson se volvió a mirarle enarcando una ceja con
educado asombro. Celina intercambió una mirada con su
esposo y asintió.
- En efecto, mi señor, hay una cosa más -la jefa de la tribu del
Viento se volvió hacia el monarca-. Un oscuro asunto, que
pese a todo lo que está pasando, no deberíamos dejar de lado.
- ¿De qué se trata?
Celina meditó unos segundos antes de decidir cómo
abordaría aquel tema.
- Hará cosa de un mes, varios de los nuestros fueron
asesinados por una manada de lobos -dijo a bocajarro.
Esta vez se enarcaron más de una ceja en señal de
incredulidad. El Dorado incluso llegó a resoplar de manera
escéptica.
- Es extraño, mi señora -atinó a decir Kelson, aún sorprendido
por la declaración-. Supongo que un puñado de lobos habrá
logrado llegar desde el norte. No creo que vuelva a pasar.
- Es algo más que eso, mi señor -esta vez fue Trok el que
habló, y ya no había timidez en su voz, sino decisión-. No era
un puñado, sino varios cientos, y según nos han dicho no se
toparon con ellos de casualidad, sino que formaba parte de una
emboscada planificada.
- Y todavía hay más, y eso es lo que de verdad nos ha
alarmado -prosiguió Celina, hombro con hombro con su
esposo-. Un gran lobo blanco les comandaba. Un lobo con una
cicatriz que le cruzaba toda la cara.
La estruendosa risa del Dorado les pilló a todos
desprevenidos.
466
- ¡¿Estáis diciéndonos que el legendario Skôll lideraba una
bandada de lobos?! Que Tror nos guarde, señora, el lobo
blanco hace ya siglos que debió de morir.
- ¡Un momento! -todos callaron al instante, pues era el rey
quien había hablado. En su rostro no había ni le más leve
asomo de burla como en el del Dorado. A Celina le sorprendió
ver que tampoco el hombre llamado Justarius se había tomado
aquello a broma, y presentaba un gesto preocupado-. Cierto es
que las historias cuentan que Skôll escapó de la justicia de
Girión tras la batalla final de las Guerras de Hierro, pero mi
señora, hace mil años de aquello. Jamás se volvió a tener
noticia del Señor de los Lobos, ¿qué pruebas tenéis de que lo
que decís es cierto?
- Mi hijo fue el único superviviente del ataque -continuó
Celina, y esta vez usó un tono más duro. Nadie se reía de una
jefa de los bárbaros en el corazón de la Llanura, ni siquiera los
Hijos del Sol-. Nos reunimos con él en Erebor a petición suya
hace unas semanas. Gracias a sus indicaciones pudimos
encontrar los cuerpos de los nuestros.
Las risas del Dorado se acabaron bruscamente.
- Habrían peleado entre ellos… -empezó a decir.
- Los cuerpos estaban devorados casi hasta el hueso -le cortó
el propio Trok, y esta vez sí que fue bruscamente-. Los lobos
se debieron saciar con ellos.
Unos segundos de tenso silencio. Celina recordaba la
sorpresa que sintieron ella y Trok cuando fueron convocados a
Erebor. Allí, el propio Perk había sido quien les había hablado.
Pese a que era uno de los Desterrados les pidió que le
escucharan, porque nadie más lo haría, y ellos oyeron lo que
contó. Escucharon el relato de su hijo, quien junto al grupo de
los hombres de la Hermandad del Hierro que habían pasado
unos días con ellos, fueron atacados en la mismísima Llanura
por los lobos. Aún recordaba lo que le impresionó, días
después, el encontrar los cadáveres irreconocibles de los
Desterrados junto con sus torkas, tirados en medio de la
hierba.

467
Habían decidido que se lo contarían al Supremo Rey, y
que él decidiera qué hacer. Así lo habían hecho en la primera
oportunidad que tuvieron de hacerlo. Éste asintió seriamente
con la cabeza.
- Cuando acabe este asunto me encargaré de todo esto -dijo
con firmeza-. Si es necesario, incluso haré una batida y
acabaré con los lobos que hicieron esto, pero antes Alric debe
aprender cuál es la Justicia del Supremo Rey.
Celina y Trok se inclinaron ante Kelson. No había nada
más que pudieran hacer. El rey había hablado, y sus palabras
eran la ley.

Durante una hora las tropas del Supremo Rey y las de


los Hijos del Sol desfilaron ante los ojos de Celina y Trok,
quienes desde su campamento contemplaron aquel largo paso
a través del corazón de la Llanura. Al atardecer pasaron los
más rezagados, y la mayoría de los miembros de la tribu del
Viento regresaron a sus tiendas. Tan sólo Celina y su esposo
se quedaron un rato más, por eso pudieron oír un lejano ruido
de caballos. Cuando se volvieron, ante sus atónitos ojos pasó
un solitario jinete que despedía destellos dorados y seguía al
ejército desde lejos. Pero fue el jinete en sí y no el hecho de
que cabalgara tan alejado del propio ejército lo que causó el
asombro en los ojos de la pareja.
Y es que, sin duda, jamás un hombre así había puesto
un pie en la Llanura. Si es que era un hombre.

El Gran Maestre Derek presenciaba el duelo desde uno


de los balcones de la Academia. No solían ocurrir
acontecimientos así todos los días, y aquel en especial había
despertado su interés. Dos hombres combatían en el patio con
armas de entrenamiento. Contemplaba la danza del combate
con ojos divertidos. Una de las pocas cosas que se salían de la
rutina en los últimos tiempos en la Academia.
Uno de los contendientes era Ajax, llamado también el
Coloso de Galdor, quien hostigaba con su gigantesco martillo
a un joven que le había desafiado por el liderazgo del equipo
468
de los Toros, del que Ajax era capitán. A veces ocurrían cosas
así. Un estudiante podía solicitar un duelo con el capitán
actual, y si le vencía, sería nombrado el nuevo líder del
equipo. Si perdía, debería limpiar los desperdicios del resto de
miembros del equipo durante un año entero.
El precio del fracaso.
El duelo terminó cuando el enorme Ajax derribó con su
martillo al joven, quien cayó al suelo con un suspiro, como si
supiese el destino que le esperaba, y se arrepintiera en ese
momento de haber desafiado al gigantesco capitán del equipo
de los Toros. Muchos de sus compañeros que observaban el
duelo se echaron a reír, pero ayudaron al chico a levantarse.
Derek asintió satisfecho. Reinaba un buen ambiente entre los
estudiantes y eso era buena señal. Debían estar unidos ante lo
que les esperaba.
Llamaron a la puerta, y se volvió a tiempo de ver a
Michael entrar. Era uno de los veteranos, había confiado en él
para esa misión, pues desde que Lorac y Valian se fueran,
Michael se había convertido en su mano derecha.
- Los estudiantes están tranquilos -comentó Michael, echando
un vistazo a lo que sucedía en el patio. El propio Ajax había
subido a hombros al chico al que acababa de derrotar y le
conducía a los urinarios públicos ante el jolgorio de los demás.
- Que aprovechen este pequeño intervalo de diversión -dijo
Derek, esbozando una sonrisa cuando vio que el Coloso
bajaba al chico, y entraba él mismo en los urinarios para darle
su primer trabajo al joven-. Les costó recuperar la calma
después del ataque de los Hijos del Sol.
- No creo que dure, mi señor -suspiró Michael, mucho más
melancólico de lo habitual. Normalmente solía ser un hombre
dicharachero hasta el punto de resultar pesado. Sin embargo,
ahora aparecía triste y preocupado.
- La guerra es lo que tiene -murmuró el Gran Maestre con
semblante sombrío también.
- Fui al norte del Gran Bosque como me dijisteis, mi señor.
Llegué hasta las inmediaciones de las montañas de la
Calavera, pese a que esa zona nos es ajena a los de la
469
Hermandad, y allí vi algo que solo puedo calificar como…
extraño.
Michael parecía desconcertado, y aquello más que
nada fue lo que intrigó al Gran Maestre.
- Espero que no encontrases muchos problemas, amigo mío -
dijo Derek, sintiéndose culpable. Había sido él el que le pidió
que hiciera eso-. Cierto es que el norte del Gran Bosque carece
de rutas por las que cruzar con seguridad, pero confío en que
ninguna de las criaturas del bosque te molestara.
- Oh, no fue por eso, mi señor –repuso Michael-. Encontré a
Nébula en el camino, o mejor dicho, puede decirse que él me
encontró a mí, acompañándome parte del viaje, hasta que la
mañana apareció y tuvo que retirarse -los silfos eran criaturas
nocturnas, como era bien sabido-. Y por eso estuve solo
cuando lo vi.
- Pero… ¿qué viste?
Michael carraspeó antes de contestar, como si no
supiera muy bien cómo expresarse.
- Una gigantesca nube negra, al norte de las montañas de la
Calavera. Como si una tormenta se aproximara. Pero que
Orión me guarde, yo…., yo nunca querría estar bajo una
tormenta así.
El Gran Mestre Derek miró con perplejidad a su
compañero.
- Vaya, es raro -se limitó a decir. No sabía qué más podía
añadir.
- No estoy seguro de esto, mi señor -titubeó Michael- pero
creo que la nube avanza hacia Kirandia.

Estaba solo, como casi siempre. Era el Guardián del


Bosque, súbdito fiel del señor de todas las criaturas que
habitaban en él, pero la soledad había marcado su vida. Se
encargaba de que nada alterase la placidez del Bosque, pero
procuraba no interferir en las vidas de los seres que lo
habitaban. De vez en cuando se permitía hablar con alguna de
ellas, principalmente con los miembros de la Hermandad del
Hierro. Eran los más divertidos, aunque no sólo prestaba su
470
ayuda a ellos. Sin ir más lejos, hacía una semana tuvo que
mediar en un conflicto entre dos hadas, que se habían peleado
por la posesión de un círculo de hongos. Cada una de ellas
decía que había descubierto el mágico círculo antes que la
otra. Dos días después ayudó al viejo oso gris que vivía cerca
del Lago Milenario a encontrar a una de sus crías, que se había
extraviado, y al día siguiente hubo de acompañar a uno de la
Hermandad hasta las inmediaciones de las montañas de la
Calavera, al límite de sus territorios.
Y allí seguía Nébula, el silfo nocturno del Gran
Bosque, pese a que el hombre de la Hermandad hacía ya
tiempo que se había marchado de regreso a la Academia.
Simplemente, no podía dejar de contemplar lo que veían sus
ojos.
Era de noche, aunque dentro de poco amanecería, y
debía irse, porque pronto se haría de día. No obstante, había
decidido quedarse un rato más, para contemplar en soledad las
negras nubes que habían aparecido muy al norte de donde él
estaba en esos momentos. Jamás había visto algo parecido, y
llevaba más de mil años viviendo en el Gran Bosque.
Sin embargo, sintió un escalofrío cuando llegó ella de
improviso.
Se volvió y allí estaba. Una aparición, una luz azulada
muy tenue envolvía el cuerpo de la mujer que apareció ante él.
Contuvo la respiración, pues hacía mucho que no la veía. Por
primera vez en casi cien años la tenía de nuevo ante él.
La mujer de azul habló con voz suave.
- Me alegro de verte, pequeña criatura -dijo con voz suave.
- Lo mismo digo, mi señora -Nébula se inclinó, pese a que no
tenía por qué hacerlo ante nadie que no fuera su señor
Gwaeron, menos dentro de los límites del Gran Bosque.
- Ha pasado tiempo…, mucho tiempo -susurró ella. Su voz se
la llevaba el viento.
Nébula no sabía si estaba hablando del tiempo que
había pasado desde que no se veían, o de otra cosa. Sus ojos
estaban tristes. Siempre lo habían estado desde….

471
Una vez aquellos ojos habían brillado de alegría. Por
un momento recordó el momento en que se habían visto por
primera vez como si hubiera ocurrido ayer, pese a que habían
pasado siglos de aquello. Su mente evocó la primera visión
que había tenido de ella llegando a uno de los claros del
bosque. En vez de asustarse le había sonreído.
- Hola, criatura del Bosque –le dijo hacía tanto tiempo-. Creo
que me he perdido. ¿Podrías ayudarme?
Luego aquel ser no había conocido más que
sufrimiento. Sin embargo, era verdad que parecía ayer cuando
la vio por vez primera. Una vez fue feliz, pero todo eso le fue
arrebatado. Desde entonces sólo había conocido dolor.
La mujer más desgraciada de Mitgard.

472
CAPITULO 8
El Muro de Hierro

Desde el primer momento Valian fue a la cabeza del


grupo. Se dirigían hacia una zona que hasta hacía pocas
décadas había sido el hogar de los Irdas, por lo que nadie se
opuso a que comandara la compañía. Abandonaron sin
mayores problemas Kirandia, continuando viaje por el Camino
del Norte, antigua ruta de comercio con el pueblo ya extinto
del que Valian era el último representante. El viaje le estaba
resultando agradable a Jack si no fuese porque continuamente
debía recordarse a sí mismo que no estaban de vacaciones.
Y es que se daba cuenta de que deseaba ver mundo.
Durante dieciséis años no había conocido otro hogar ajeno a
Vadoverde. Había dado su primer paso en aquel viaje que le
daría a conocer Mitgard cuando fue con Lorac a la Academia.
Luego había conocido a los bárbaros de la Llanura, estuvo en
Kirandia, tierra de los otrora gloriosos Caballeros. Pero
aquella era la primera vez que salía a conocer el mundo
salvaje, tal y como era sin que lo hubiese tocado la mano del
hombre. Valian le había dicho que la Marca Helada era un
territorio inhóspito, que irían por sitios no hollados por el
hombre desde hacía siglos.
Así pues, emprendieron ruta por el largo y sinuoso
Camino del Norte, que les llevaría hasta Taris, una aldea
abandonada desde veinte años atrás. Una vez, cuando la tierra
de los Irdas era una nación poderosa, fue lugar de paso de
constantes caravanas de mercaderes, pero aquello se acabó.
Los últimos habitantes de Taris dejaron su aldea para
refugiarse tras los protectores muros de Kirandia. Estaban
demasiado solos y desprotegidos allí en el frío norte, hasta los
más arraigados del lugar optaron finalmente por irse.
Les llevó dos días de viaje llegar hasta allí. Jack se
sorprendió mucho al ver que la pequeña población se parecía
mucho a Vadoverde.
473
- Todas las aldeas son parecidas -se encogió de hombros
Tarken, cuando Jack se lo comentó-, pequeñas y con el mismo
tipo de personas, trabajadores pero incultos.
- En ésta los habitantes se han ido -añadió Lorac,
encaminando su caballo hacia las inmediaciones del pueblo-.
Tendremos que ocupar su lugar.

Se instalaron en una vieja taberna abandonada, al igual


que el resto del pueblo. Un viejo cartel se bamboleaba al
compás del viento. Jack pudo leer unas letras pintadas a mano.
Estaban borrosas pero consiguió descifrar su significado.
- Taberna del Vino Rojo -pronunció en voz alta.
- Espero que sea verdad -dijo Eric entrando en la posada, y
relamiéndose de anticipado placer.
Poco después salió con cara de pocos amigos.
- Más bien es la taberna de las Ratas Grandes como gatos -
murmuró malhumorado-. Es un sitio asqueroso.
- Pues pasaremos aquí la noche, joven príncipe –comentó
Lorac, atando su montura a uno de los postes de madera
clavados frente a la posada-. Ya no podrás dormir en los
mullidos colchones del palacio de tu padre. Lo sabías cuando
te uniste al grupo, así que vete acostumbrando. Puedes verlo
como un nuevo aprendizaje de tu instrucción en la Academia.
Eric farfulló unas palabras en voz baja, pero ató
también su caballo con firmeza. Jack les imitó al momento. A
diferencia de Eric, si estaba contento aunque tuvieran que
dormir en el duro suelo. Este viaje era lo mejor que le podía
haber pasado.
- Bueno muchachos, aún quedan unas horas hasta que
anochezca –anunció Valian-. Hace tiempo que no usáis una
espada, estáis bastante desentrenados. Es hora de practicar un
poco.
- Sólo traemos nuestras espadas de hierro -hizo notar Karina.
- No importa. He traído dos armas de entrenamiento conmigo
-desató una de las correas de su caballo, y de una larga bolsa
sacó dos espadas de madera con varillas de metal a los lados

474
para darle firmeza, muy semejantes a las que usaban en la
Academia-. Se acabó el paseo. Empecemos a trabajar.
Más tarde Jack ya no estaba tan seguro de que aquello
del viaje fuera una buena idea. Le dolían todos los huesos del
cuerpo, y tenía moratones allí donde Valian le había
alcanzado. Lo único bueno era que Eric y Karina no estaban
mucho mejor que él.
- Estáis en baja forma -les recriminó Valian con dureza-. A
partir de hoy os entrenaré al menos una hora al día. Tú, Eric,
eres un príncipe, espero que lo seas también algún día en el
campo de batalla. Karina, creía que por ser mujer te
esforzarías más por demostrar que puedes ser tan buena como
un hombre manejando la espada. Y tú, Jack, vas a empuñar el
arma más poderosa de toda la historia de Mitgard. Sé digna de
ella.
No dijo más y se retiró con presteza. Eric gruñó algo
por lo bajo, frotándose el hombro izquierdo magullado, allí
donde le había alcanzado uno de los golpes de Valian.
- No sé qué pretende humillándonos así -se quejó el príncipe-.
No tengo por qué aguantar esto. Si estuviera en Kirandia…
- Pero no lo estás -le cortó Karina-. Valian quiere herirnos el
orgullo y sacar lo mejor de nosotros mismos. Ya no estás en tu
reino, Eric, vuelves a ser un miembro más de la Hermandad
del Hierro.
- ¿Y a ti qué diablos te pasa? -saltó Eric, volviéndose hacia
ella con la cara enrojecida. Jack pensó que lo que más le dolía
era que las palabras de la joven habían dado en el clavo.
- Bueno, llegado este punto os dejo que sigáis hablando
amigablemente –interrumpió Jack levantándose. Los dos le
miraron con cara de culpables, pero Jack se alejó de allí sin la
menor sensación de que había actuado mal.
La verdad es que últimamente estaba empezando a
hartase de tanta pelea entre Eric y Karina. Al principio había
llegado a pensar que sus dos amigos no se soportaban, pero en
los últimos días opinaba algo distinto. Quizás las continuas
peleas no hacían sino enmascarar un sentimiento más
profundo entre ambos. No sabía si aquello le parecía bien o
475
mal. Suponía que si alguna vez surgía algo entre los dos se
alegraría por ellos. Realmente sería una relación de amor
verdadero, porque Eric, por ser príncipe, tendría un ejército de
mujeres deseosas de casarse con él cuando llegara ese
momento. Las mujeres más bellas se pelearían por tan
codiciado partido. En el lado opuesto estaba Karina, una chica
sencilla y no demasiado agraciada. Aquello le hacía
empequeñecerse, lo había notado sobre todo durante el tiempo
que estuvo en el baile que tuvo lugar en el palacio del rey
Alric. Allí las damas más bellas se habían dado cita, y desde
luego Karina no estaba entre ellas. Seguramente se habría
sentido torpe y fea junto a ellas, pero Jack no cambiaría a su
amiga ni por la dama más bella del mundo.
Inconscientemente se echó la mano al cuello, tocando
el collar que le había regalado Coral cuando se despidieron.
Aquello sí que había sido una sorpresa. No entendía por qué lo
había hecho, pero fuera como fuese lo mejor que le podía
haber pasado con aquel viaje era que había puesto tierra de por
medio entre la princesita elfa y él. Hubo un tiempo en que
creyó que algún día vería a los maravillosos y legendarios
elfos. Había sido un sueño que se truncó en pesadilla cuando
descubrió que no eran más que una pandilla de pretenciosos,
sobre todo Coral. Estaba mucho mejor sin ella, y con un poco
de suerte no la vería nunca más.
Pese a todo, la noche anterior se había despertado de
golpe y porrazo, sudoroso, después de un sueño en el que ella
había aparecido. Y en el sueño él mismo se había visto
diciéndole a la elfa que la amaba.
- Eso sí que debe de ser lo que llaman una pesadilla -se dijo a
sí mismo en voz alta, riendo su propio chiste.
- En efecto, puede serlo -dijo una voz cerca suya.
Se volvió sobresaltado y vio que allí estaba Lorac,
quien con rostro serio miraba algún punto en la lejanía. Estaba
de espaldas a él, y no se había vuelto para hablarle. Jack
comprobó con sorpresa que se había alejado bastante de la
vieja taberna donde habían instalado el campamento. De

476
hecho, estaban casi en las afueras de la aldea. Pero lo que más
le dejó perplejo, fue ver que Lorac también estaba allí.
- ¿Ocurre algo, Lorac? -se acercó a él, viendo que el Maestro
de Armas de la Hermandad seguía sin mirarle.
- No deberías alejarte del grupo, Jack –comentó Lorac, aún
con la mirada ausente-. Es peligroso que vayas solo.
- Lo siento, me despisté y…. -calló al ver que Lorac no
parecía estar escuchándole. ¿Pero qué demonios le pasaba? Le
agarró por el hombro y le dio una ligera sacudida- ¿Lorac, qué
te pasa?
- Mira, Jack -se limitó a decir.
Y entonces Jack miró hacia donde lo hacía Lorac, y lo
vio todo.
Una gran nube negra se acercaba por el noreste. Era
muy extraña, como si fuera una especie de animal gigantesco
que se movía y tuviera forma. Todavía estaba muy lejos, pero
incluso desde esa distancia Jack tuvo la sensación de que
aquella cosa tenía vida propia.
- Lorac, qué….
- Viene del noreste, por lo tanto es muy posible que haya
nacido en Darkun -habló Lorac, y por primera vez se volvió
para mirarle a la cara-. No sé lo qué es ni lo que significa, pero
sé una cosa. Debemos darnos prisa, Jack, antes de que la
Oscuridad nos trague.
Jack asintió al tiempo que tragaba saliva. Mucho se
temía que lo que había comenzado como un agradable viaje se
estaba tornando en un oscuro camino.

El ejército de Kirandia partía hacia la guerra.


Desde pequeño, Cedric siempre se había preguntado si
viviría alguna vez este momento. Su padre no había tenido esa
oportunidad, tampoco su abuelo Danric, que había llegado a
reinar casi cincuenta años en un período de paz y prosperidad
para su pueblo. Había que remontarse a los tiempos del abuelo
de su abuelo, hacía más de cien años para poder ser testigo de
otra situación semejante. Fue durante la Batalla de las Nieves,
cuando un grupo de bandidos muy numeroso se había
477
refugiado en los aledaños de la Marca Helada. Durante varios
años realizaron varias incursiones a las tierras que contaban
con la protección de Kirandia. El por entonces rey Baric, había
llevado su ejército hasta la propia Marca y allí acabó con los
rebeldes. Fue una batalla corta y no demasiado sangrienta,
pues la mayoría de los bandidos se rindieron al ver el
numeroso ejército de Kirandia, pero había sido la única
ocasión de ver al ejército de Kirandia en marcha.
Ahora se repetía la historia, pero esta vez no iban a
ajustarle las cuentas a un grupo de malhechores, si no a
enfrentarse a las tropas del Supremo Rey y de los Hijos del
Sol.
Cedric pensaba de chico lo emocionante que sería si él
pudiera ver alguna vez al ejército de Kirandia entrar en
combate. Ya no pensaba eso, teniendo en cuenta lo que les
esperaba. Muchos de allí morirían. Probablemente su padre y
él fueran respetados inicialmente, pero sólo para recibir la
justicia propia de los Hijos del Sol.
Sacudió la cabeza y espoleó a su caballo para llegar a
la cabeza del ejército. Allí vio a su padre reunido con todos
sus generales. Iban hablando mientras discutían y conducían al
ejército. Más a la derecha, algo alejados del grupo que
lideraba el rey Alric, estaban los elfos.
Había sido una sorpresa para todos ellos que les
acompañaran desde Gálador, y Cedric se sorprendió a sí
mismo recordando el momento en que decidieron
comunicárselo.

Estaba reunido con su padre cuando entró el


chambelán en la sala de reunión del palacio real.
- Lo elfos solicitan audiencia, mi señor -dijo.
Su padre y él intercambiaron una mirada
desconcertada. Sería para decirles que volvían a Var Alon, la
tierra de los elfos. Algo lógico, si se paraba a pensar unos
momentos Cedric, pues no querrían verse en medio de un
conflicto en el que nada tenían qué decir.

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Entraron todos. Eran unos veinte, y a la cabeza venían
los príncipes Gerald y Coral.
- Príncipe Gerald -saludó el rey-, Princesa Coral -otra
inclinación de cabeza-. Siento que vuestra visita no haya
tenido lugar en circunstancias más agradables para todos.
Entiendo que hayáis decidido volver a vuestra tierra. En
cuanto acabe todo esto, espero que podamos volver a vernos
algún día y tratar más tranquilamente otros temas.
- No venimos a despedirnos. Iremos con vosotros, mi señor
rey –afirmó Gerald sin más preámbulos, y haciendo una leve
reverencia ante el monarca-. Hemos sido testigos de todo lo
ocurrido, sabemos que no fueron vuestros hombres los que
asesinaron a los Hijos del Sol. Estamos al tanto de la amenaza
de Dagnatarus, y creemos que a partir de ahora habrá que estar
unidos para hacerle frente -Gerald tomó nuevamente aliento
antes de hablar-. Iremos con vosotros al combate pero antes de
que tenga lugar hablaremos con el Supremo Rey.
Alric frunció el ceño poco convencido con aquellas
noticias.
- Príncipe Gerald, yo mismo hablaré de todo esto con el
Supremo Rey, hasta es posible que podamos evitar el
conflicto. Aún confío en que Kelson me crea, que pueda
iniciar su propia investigación sobre lo sucedido y lleguemos a
un acuerdo.
Cedric miró por unos momentos a su padre, y supo en
lo que estaba pensando en esos momentos. Kelson y él habían
sido amigos de jóvenes. Una vez fueron reyes aquella amistad
fue perdiéndose, pero es posible que todavía quedara un
resquicio que alentara la esperanza de un diálogo. Su padre
parece que confiaba en poder hablar a solas con el Supremo
Rey y llegar a algún tipo de acuerdo. Era por ello por lo que
seguramente no querría que nadie les interrumpiera.
- Espera un segundo, padre -intervino Cedric-. Todos saben
que los elfos son los seres más puros de Mitgard. Ellos no
mienten, y si hablan con el Supremo Rey puede que los
considere unos testigos fiables.

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- No tengo ningún problema en que lo hagan -se encogió de
hombros Alric-. Pueden partir incluso ahora mismo y acudir a
su encuentro. No será difícil que den con él. Cuando vean un
grupo de gente de más de diez mil hombres, allí estará el
Supremo Rey.
- Iremos con vosotros, mi señor rey -esta vez fue la princesa
Coral la que habló. Había guardado silencio durante toda
aquella discusión, pero finalmente se había decidido a
intervenir-. Así lo dijeron los Escribas. En la tierra de los
Caballeros comenzará su camino. Os acompañaremos. Os
acompañaré donde vayáis.
El rey Alric quedó durante un rato ligeramente
desconcertado. Cedric no sabía si por el hecho de que una
mujer le hubiese hablado en aquel tono o por las palabras en
sí. Cedric creía más en lo primero, pues su padre no trataba
con mujeres desde que su madre muriera hacía ya más de diez
años.
- De acuerdo, pues -atajó Alric agitando una mano como si
quisiera espantar a una mosca particularmente molesta-. Venid
con nosotros. Total, nada se puede perder además de lo que ya
hemos perdido.
Y desde aquel momento los elfos no se habían
separado de ellos.

Tres días después de aquello, los elfos cabalgaban en


cabeza, a pocos metros de donde lo hacían el rey Alric y sus
generales.
- ¿Sigues preocupado por tu hermano? -oyó una voz cerca
suya, y al volverse vio que Dezra había colocado su montura
junto a la suya.
Se tomó unos segundos para contemplar a la joven
miembro del Consejo de Magos. La más joven de los suyos.
La había conocido durante su estancia en la Academia, y
desde entonces se había ido dando cuenta de que su presencia
era una de las cosas que más le gustaban. Era una de las pocas
personas con las que podía hablar últimamente. Eric estaba
lejos y su padre había cambiado bastante en los últimos días,
480
desde que supo que tenía que hacer frente al ejército del
Supremo Rey. Las conversaciones que mantenía con él eran
única y exclusivamente sobre la guerra que les esperaba y los
planes de batalla.
Con Dezra podía hablar sin tensión alguna de otros
temas más agradables.
- No sólo por él. También mi padre me preocupa -era verdad.
La guerra había cambiado al monarca. Antes era más alegre,
bromista. Ahora una permanente sombra cubría su rostro,
como si supiese de antemano que cabalgaban hacia la derrota.
Cedric recordaba haber visto la misma expresión una vez en
un reo que fue condenado a muerte, pero jamás había esperado
encontrársela en la cara de su padre.
- La guerra cambia a las personas -suspiró la chica con pesar.
- No tengo ganas de hablar de eso -de repente Cedric sintió
ganas de olvidarse de todo por un rato-. Cabalguemos un
poco.
Ella sonrió. Era agradable ver un gesto así en su cara.
Tampoco ella había sonreído mucho últimamente. Ninguno de
los dos lo había hecho.
- Te echo una carrera –le retó y sin más aviso espoleó a su
caballo y salió disparada.
Él la siguió con una carcajada. Vio que varios de los
generales de su padre se volvían para mirarles sorprendidos,
pero le dio igual. “Que piensen lo que quieran”. En ese
momento no quería estar pendiente de otra cosa que no fuera
en aquella carrera.
La alcanzó al poco, no en vano era una de los mejores jinetes
de Kirandia, y aunque continuaron la carrera un poco más,
finalmente Dezra hizo detener a su montura, que daba la
sensación de que se había cansado antes.
- Esperaremos aquí a los demás -dijo ella. Echó un vistazo
atrás y cayó en la cuenta de que habían dejado al ejército a
varias leguas. Era un espectáculo impresionante ver cómo se
acercaba la larga serpiente del ejército de Kirandia desde la
lejanía.

481
- De todas formas, hemos llegado a nuestro destino -
respondió Cedric.
Dezra se giró y vio lo que mencionaba Cedric en ese
instante.
La Torre del Crepúsculo.
Tras las Guerras de Hierro, el rey Telmos de Kirandia,
uno de los grandes héroes del último conflicto frente a la
Puerta Negra, acudió a la corte del Supremo Rey Girión, para
comunicarle la decisión que su pueblo había tomado ante la
Prohibición decretada por el monarca respecto al hierro.
Allí le había encontrado, sentado en el famoso Trono
del Dragón. Las cicatrices que le dejara Dagnatarus durante su
famoso combate aún estaban recientes en su cara y en su
cuerpo, pero aquello no amilanó a Telmos a la hora de tomar
su decisión.
- Mi señor rey -dijo en tono respetuoso-. Hemos decidido ya
qué hacer, y os diré esto: con hierro mataremos y con hierro
moriremos. Luchamos contra Dagnatarus para poder hacer uso
libre del hierro como quisiéramos, y por eso os digo que mi
pueblo no renunciará a él.
Girión se había levantado del Trono del Dragón.
- Malas noticias me traes, amigo mío, pero sea pues, con
hierro moriréis. Pero moriréis.
Tras esto comenzó la última guerra entre el Supremo
Reino y Kirandia. Hacía ya poco menos de mil años desde
entonces, pero fue en aquella época cuando surgieron los
Hijos del Sol como una organización autónoma. Tomaron
parte en el conflicto al cabo de varios años. Desde su
intervención se inclinó la balanza a favor de Girión y los
suyos.
Telmos, desesperado porque veía que perdía la guerra,
dijo entonces:
- Haré frente al poder del dios Tror con la torre más poderosa
que se haya visto en Mitgard.
Comenzó a construir desde aquel día la Torre del
Crepúsculo. Se llamó así porque la primera piedra se puso
cuando caía el sol una noche de hacía mil años. Diez tardó en
482
levantarse, pese a que se trabajó a marchas forzadas, y casi
cien hombres perdieron la vida en aquella década. Así se creó
la Torre del Crepúsculo, que para siempre sería la segunda
más alta de todo Mitgard.
- La hemos hecho a imagen y semejanza de la Torre Oscura
de Darkun, mi señor rey -dijo el jefe de constructores a
Telmos, cuando éste acudió a verla.
- ¿Por qué? -preguntó el rey.
- Porque de esa forma vuestros enemigos creerán que es
contra el propio Dagnatarus contra el que combaten, y huirán
atemorizados ante vos. La única diferencia es que resulta un
metro más baja que la propia Torre Oscura. De esa forma
recordaréis que por pretender llegar más alto que nadie,
Dagnatarus encontró la perdición.
Y aquella misma noche Telmos subió a lo más alto de
la Torre. Nadie supo que pasó, pero estuvo una noche entera
en la cima de la misma. Cuando a la mañana siguiente fueron
a buscar a su rey, Telmos apareció ante ellos con un cuerno en
la mano.
- Os traigo un regalo del dios Orión, que cambiará la suerte de
esta guerra.
Así fue durante tres años, pero finalmente Telmos cayó
en una emboscada de los Hijos del Sol, y el cuerno se perdió
aquel día. Poco después, su hijo juró vasallaje al Supremo Rey
Girión y se acogió a la Prohibición a los pies de esa misma
Torre.
Desde entonces, la Torre del Crepúsculo se había
convertido en el gran bastión de los antiguos Caballeros de
Kirandia. Si algún ejército pretendía tener paso libre hasta el
reino, sería por allí por donde tenía que pasar.
Casi mil años después de su construcción, esa misma
torre era ante la que estaban Cedric y Dezra.
- Tu padre está convencido de que será por aquí por donde
ataque el Supremo Rey -dijo Dezra, contemplándola junto a
Cedric.
- Sin duda -si algo tenía claro el príncipe de Kirandia, era que
la Torre del Crepúsculo constituía la clave de esa guerra, el
483
único paso franco hacia Kirandia. El mayor bastión de los
pueblo libres. Tan sólo la Torre Oscura la superaba, y como
siempre habían dicho en Kirandia: apenas por un metro.
Y ésa era la razón de que el rey Alric estuviera
llevando todo el ejército hasta ese punto. La guerra la decidiría
quien tuviera el dominio de esa fortaleza. Si el rey Alric perdía
aquel castillo, ya podía dar por concluido el conflicto con su
derrota.
- Es una poderosa defensa –comentó Dezra, en un intento por
animar al joven heredero de Kirandia, que contemplaba la
Torre del Crepúsculo con ojos tristes.
- No salvó al rey Telmos -suspiró con resignación Cedric-. Ni
tampoco creo que nos salve a nosotros.
Dejó de observar la Torre y quedó cabizbajo, pensando
en la de cosas que perderían si eran derrotados. Sintió que
Dezra le cogía la mano para darle fuerzas. Al menos a ella
esperaba no perderla nunca.

Después de tres días siguiendo el curso del río


Admentires, Jack y sus compañeros llegaron por fin a la
Marca Helada. Allí fue donde vio por primera vez en su vida
la nieve. El cambio se produjo prácticamente de golpe y
porrazo. El día antes habían pasado la noche en la abadía de
San Damaris, un pequeño monasterio habitado por una orden
de pacíficos monjes que se dedicaban al estudio y la
meditación. Una vez al mes recibían un carromato de
provisiones enviadas por el propio rey Alric, que siempre les
había tratado con generosidad. Se alegraron mucho de conocer
al hijo menor del rey de Kirandia, pero se entristecieron
enormemente sabiendo que había estallado la guerra entre
Kirandia y el Supremo Reino. No preguntaron los motivos de
que un grupo de viajeros tan variopintos, con el propio hijo
menor de Alric entre ellos, viajara por tierras tan alejadas del
mundo civilizado, lo cual fue lo mejor para las dos partes.
Luego habían ido sintiendo que cada vez hacía más
frío. El único que pareció alegrarse del cambio de temperatura
fue Valian, que volvía a su hogar después de tantos años. En
484
efecto, el grupo pasaría cerca de Puerto Antiguo, la ciudad
donde una vez vivieron los Irdas, y Jack se esforzó por
intentar descubrir algún sentimiento en la cara habitualmente
imperturbable de Valian. Hasta el momento no le había visto
alterarse.
Luego doblaron un recodo del río avistando las
montañas nevadas de la Marca Helada. Jack quedó
boquiabierto al ver las altas cumbres cubiertas de aquella
sustancia espesa y blanca. Más tarde comprobó que era fría al
tacto, deshaciéndose en la mano. Toda su vida había vivido en
Vadoverde, un pueblo situado muy al sur de Mitgard. Los
inviernos allí no eran especialmente virulentos. Los más viejos
de Vadoverde decían haber visto una vez nevar hacía setenta
años, pero Jack no había presenciado nada semejante en sus
dieciséis años de vida. Más tarde fue a la Academia y
Kirandia, pero ya había pasado el invierno en aquellos lugares.
Aunque Eric decía que en Kirandia nevaba de manera suave
en Invierno, no lo iba a hacer ahora que estaban en agosto.
Pero en la Marca Helada siempre nevaba, fuera el mes
que fuese. La gente sostenía que el día que no nevara allí, es
que el fin de Mitgard estaría cerca.
- Hicimos bien en traer ropas de abrigo -indicó Lorac a los
demás, sacando varias capas gruesas de las alforjas de su
caballo-. Ya os avisé que una persona descubre lo que es el
frío cuando va a la Marca Helada por primera vez.
Así lo hicieron, y aunque supuso un alivio para Jack,
no por ello le abandonó la sensación producida por la baja
temperatura. Pisaban un metro de nieve a cada paso que
daban, el aullido del viento no dejaba de sonar.
- Debí de estar loco el día que acepté esta misión -gruñó Eric
arrebujándose en su capa, y eso que era de los que más
acostumbrados estaba a la nieve. Karina, al igual que Jack,
tampoco había visto jamás la nieve, y también pasaba un mal
rato.
- Quizás hubiera sido preferible ir a la guerra con tu hermano
-replicó Karina malhumorada. El frío la volvía irritable,

485
pensaba que si alguien tenía derecho a quejarse era ella y no
Eric.
- ¡Pues a lo mejor hubiera sido preferible si con eso me podía
ahorrar el oírte decir tonterías! No creo que… -se calló
bruscamente. Todos lo hicieron, pues habían llegado por fin a
la mayor creación de la mano del hombre. La más odiada por
los Hijos del Sol.
El Muro de Hierro.
Jack no podía concebir que una obra semejante saliera
de la mano del hombre. ¡Era imposible! Ante ellos se alzaba el
famoso Muro de Hierro, una gigantesca muralla de unos cien
metros de altura, puede que veinte de grosor, que se extendía a
lo largo de la Marca Helada. Jack no veía el final desde donde
estaban, y cuando a su lado oyó también jadeos de asombro y
respeto, supo que aquello no era algo que le sorprendiera
únicamente a él. Era la mayor creación de la historia de
Mitgard, y ni la Torre Oscura o el Bosque de Cristal podían
comparársele. Aunque Jack no había visto las otras entendía
que no había nada capaz de superar aquello.
Fabricado a base de bloques de puro hierro colado que
se habían ido superponiendo y anclando unos a otros
formando una muralla, llegaba a los cien metros de altura. En
la cima se podían divisar las almenas e incluso algún que otro
adorno casual, como alguna gárgola, también de hierro por
supuesto. De hecho, el muro era irregular en muchos puntos,
no tenía formas bonitas ni vistosos colores, en muchos lugares
estaba oxidado, algunas partes se habían desprendido de tan
podridas que se encontraban. El Muro de Hierro no era
hermoso, era simplemente imponente.
- Una persona llegaba a la edad adulta cuando forjaba su
primer bloque de hierro y lo llevaba al Muro para colocarlo.
Luego allí los ingenieros se encargaban de sujetarlo de manera
adecuada al resto -la voz de Valian sonaba triste y preñada de
recuerdos-. Este es el Muro de Hierro, fueron los Irdas los que
lo crearon.
Los compañeros se volvieron hacia él. Lorac se acercó
y le puso una mano en el hombro.
486
- Quien sea capaz de construir algo así, cuenta con toda mi
admiración –comentó sencillamente.
- Recordaré siempre la primera vez que vi el Muro de Hierro -
dijo Tarken, mirando a Valian con respeto-. Fue durante el
viaje en el que te conocí, entonces supe de la grandeza de los
Irdas.
Eric también estaba aturdido, y hasta se le había
olvidado protestar por el frío que hacía. A su lado, Jack y
Karina continuaban mudos de asombro.
- ¿Cómo…? -Jack se volvió hacia los demás pidiendo una
explicación, y de nuevo fue Valian el que habló.
- Los Irdas comenzaron a levantar el muro hace mil años,
poco tiempo después de que el descubrimiento de Dagnatarus
se propagara por todo Mitgard -dijo Valian con la vista
clavada en la gigantesca estructura-. En Puerto Antiguo, la
antigua capital donde vivían los míos, se descubrió hace ya
tiempo la que es hasta el momento la mayor cantera de hierro
de Mitgard. Nuestro rey en los tiempos de las Guerras de
Hierro inició su construcción. Se siguió trabajando en el muro
incluso una vez acabada la guerra e instaurada la Prohibición.
Sería una defensa para nuestro pueblo, y cada generación
contribuía a añadir más bloques a su estructura -Valian
comenzó a caminar hacia el muro-. Durante mil años los Irdas
erigimos este bastión, yo fui el último en agregar un bloque al
Muro de Hierro. Luego todo acabó.
Valian se alejó de ellos caminando en solitario hacia la
muralla. Los compañeros le dieron unos minutos para dejarle
solo. Luego Lorac hizo una señal y se dirigieron hacia el
monstruo de hierro que se alzaba ante ellos.
- Pasaremos la noche en el muro -avisó-. Luego seguiremos
su curso hasta que salgamos de la Marca Helada.
- ¿Cuán largo es? -preguntó Karina.
Esta vez fue Tarken el que contestó:
- Tiene más de cien kilómetros, muchacha.
Nadie dijo nada, pero a partir de ese momento
anduvieron en silencio el resto del trayecto que les quedaba
hasta el Muro que les esperaba.
487
Entraron por un pórtico viejo y oxidado, donde la
herrumbre parecía haberse adueñado de todo. Los portones
debían medir casi treinta metros. En un tiempo seguramente
hubieran sido hasta hermosos, pues se podía adivinar que los
forjadores se habían esmerado más en su trabajo en esos
elementos del Muro, pero aquello no era más que un recuerdo.
Ahora se presentaba feo y roído por los años.
Lo que más sorprendió a Jack, fue que el interior era
enorme también. Había numerosas habitaciones y salas,
algunas abiertas o con la puerta desgajada de sus goznes, otras
cerradas donde era imposible pasar, pues el óxido había
sellado la puerta de tal manera que necesitarían un ariete para
poder abrirse paso. No era macizo como había pensado al
principio, no en toda su extensión al menos.
Allí descubrieron algunas armas, la mayoría igual de
viejas que el propio Muro, pero otras estaban todavía en buen
estado. Lorac cogió una de las que estaban más presentables, y
la blandió con habilidad.
- Tras la Maldición que cayó sobre los Uruni, los gigantes,
durante las Guerras de Hierro, no hubo mejores forjadores de
hierro que los Irdas -dijo a todos-. Ésta todavía se puede usar.
- Todo está hecho de hierro -señaló Eric asombrado, pasando
una mano por uno de los bloques de metal que formaban la
estructura del muro.
- Por eso es la creación más odiada por los Hijos del Sol -
aclaró a los demás Tarken-. Lo que más les enfurece es que no
pueden eliminarla. Consiguen fundir una espada o un escudo
hechos de hierro, pero no pueden deshacerse de una estructura
tan descomunal.
Los demás siguieron conversando en voz baja, según
notó Jack. El muro imponía un respeto reverencial, y dado el
silencio que reinaba en él, parecía un atrevimiento reír o gritar
en un lugar semejante. Se alejó del resto porque tenía ganas de
caminar solo durante un rato, y se adentró en el corazón de
aquella bestia de hierro.

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Pasó por varias habitaciones, muchas llenas de óxido y
podredumbre. Encontró más armas que habían sido dejadas
allí, la mayoría en tan mal estado que resultaban casi
irreconocibles. Muchas de las estancias estaban encharcadas.
Jack vio que había numerosas aberturas que daban al exterior,
como pequeños ventanales, y por ahí se colaban la nieve y la
escarcha que llegaban de la Marca Helada.
Así pasó por cuatro o cinco habitaciones, hasta que en
la última algo le llamó la atención. Se acercó y vio que era un
muñeco de peluche, viejo y feo, que estaba tirado en medio de
la habitación.
Le extrañó encontrar un objeto así en un sitio como
aquel, por lo que lo cogió examinándolo con detenimiento,
como si de repente fuera a desvelar algún enrevesado secreto.
No ocurrió por supuesto nada parecido, el muñeco no
era más que lo que veían sus ojos, un muñeco.
- Le llamé Señor Popo -dijo una voz a sus espaldas-. Era mío.
Yo lo puse ahí y parece que se ha conservado sin que nadie se
lo lleve.
Se volvió sobresaltado, pero se tranquilizó al ver que
era Valian el que estaba allí. Como de costumbre, se había
acercado tan sigilosamente que no se dio cuenta de que estaba
a su espalda.
- Quería explorar un poco el lugar -dijo Jack a modo de
explicación. Realmente no sabía por qué se había alejado del
resto, pero el caso es que lo había hecho.
- Entiendo, también yo quiero estar solo en ocasiones -asintió
Valian como si no necesitara más explicaciones-. Cuando era
pequeño mi tío Galamiel solía llevarme al muro, visitar la
guardia que patrullaba siempre por sus almenas. Él fue quien
me regaló el muñeco. Recuerdo que varios años después
construí mi primer bloque de hierro, y lo llevé aquí. Todos me
aclamaron, pues era un momento muy importante en la vida
de un Irda. El día en que te haces mayor -cogió al Señor Popo
de manos de Jack, examinándolo con su habitual semblante
impenetrable-. Al día siguiente, me desperté por la noche entre

489
los gritos de los míos -le miró con gesto serio, y pareció tomar
una decisión-. Camina conmigo, Jack.
Así lo hicieron. Le condujo a más habitaciones, todas
ellas muy parecidas. Después de un rato subieron por una
empinada escalerilla y salieron a las almenas, donde fueron
recibidos por la ventisca y la nieve en toda su crudeza. Jack
apenas se dio cuenta de aquello, pues en ese momento tuvo la
sensación de estar contemplando el mundo desde el cielo.
- Cosas como éstas fueron las que hicieron grande a mi
pueblo –comentó en voz baja Valian-. Andemos un poco,
quiero enseñarte una cosa.
Dos figuras solitarias arrebujadas en sus capas
caminaron por todo lo alto del Muro de Hierro. Jack vio que
ante sus ojos el mundo entero era blanco, se extendía
interminable ante sí. Se sintió por unos instantes en la
auténtica cima del mundo.
Luego se detuvo sobrecogido, pues sus ojos vieron
algo que jamás se habría imaginado que fuera posible.
A pocos metros de donde se encontraban, el camino se
interrumpía. No podían seguir, el Muro de Hierro aparecía
roto. Como si una gigantesca espada se hubiera descargado
sobre él y lo hubiera partido por la mitad. Los bordes estaban
fundidos y ennegrecidos. Jack jadeó impresionado y miró a
Valian.
- Dagnatarus -dijo él como respuesta.
- No es posible –balbuceó Jack aturdido.
Valian asintió suavemente.
- Fue durante las Guerras de Hierro -explicó-. Estamos en la
parte más antigua del Muro de Hierro. Los Irdas no llevaban
construidos más que un par de kilómetros. El propio
Dagnatarus encabezó un ataque contra ellos, pero para eso
tenía que atravesar primero las defensas del muro -se giró y
entrecerró los ojos-. Aquí fue donde descargó su poder.
Jack boqueó como un pez fuera del agua. ¡Qué fuerza
tan tremenda hubo de ser! Si fue capaz de hacer algo
semejante, Dagnatarus tuvo que resultar casi un dios.

490
- No podemos permitir que recupere sus antiguos poderes -
susurró Valian apretando los puños, en el primer gesto de furia
que Jack le había visto nunca-. No lo permitiré -lo dijo como
si él solo pudiera ganar la guerra que tenían en ciernes.
- Lo haremos -asintió Jack, pero había poca seguridad en sus
palabras.
Valian le miró y se permitió esbozar una ligera sonrisa.
- Cuánta responsabilidad para alguien tan joven –comentó
simplemente-. El destino de todos nosotros está en gente como
tú, Jack.
No añadió más y volvieron con el resto del grupo, que
ya había comenzado a preocuparse al ver que no regresaban.
Al día siguiente dejaron atrás la enorme muralla de los Irdas, y
aquella fue la última vez que Valian estuvo en el Muro de
Hierro en vida.

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492
CAPITULO 9
Bajo bandera blanca

Las Ciénagas de Malg -entonó Lorac con una mirada


ceñuda y el cuerpo en tensión-. El último obstáculo en nuestro
camino hacia Vaer Morag.
- Debemos extremar las precauciones aquí -avisó Valian, y
para sorpresa de todos desenvainó su espada-. No quiero tener
que perder tiempo en sacarla si tengo que utilizarla.
Los demás empezaron a dar muestras de nerviosismo.
Eric imitó a Valian sólo por el hecho de que se sentía más
seguro si hacía lo mismo que él, Karina se acercó
inconscientemente al príncipe de Kirandia. Jack no desenvainó
a Colmillo, pero volvió la vista, y se asombró una vez más de
lo rápido que podía cambiar el mundo.
A sus espaldas aún se podían distinguir los últimos
vestigios de la Marca Helada, las altas montañas blancas que
la formaban, e incluso alcanzó a ver el final del Muro de
Hierro, una negra línea que recorría todo aquel paraje blanco
como si de una cicatriz se tratara.
Habían dejado de seguir el Muro al final de la noche
pasada, comprobando que el frío comenzaba a menguar. Cada
vez se veía menos nieve, y finalmente las montañas de la
Marca Helada habían acabado bruscamente. Se toparon
entonces con un paraje desolador. Sólo había durado unos
kilómetros, pues al atardecer habían llegado a las Ciénagas de
Malg.
Y Jack se había estremecido al verlas, pues si en el
Gran Bosque los árboles se alzaban hermosos y fuertes hacia
el cielo, en aquel lugar los árboles se mostraban retorcidos,
como si les hubieran abandonado las fuerzas y dejado de
crecer de repente. Inmundas charcas cubrían su terreno. La
palabra pantano se aproximaba más a lo que estaban viendo.
- En los manuscritos que encontramos en Gálador decía que,
en los tiempos de mayor esplendor de Cecania, esto fue un
493
hermoso jardín, y la gente acudía a Cecania para ver sus
magníficos jardines –explicó Tarken, que también estaba
afianzando su espada al cinto-. Venganza corrompió su belleza
al tiempo que hería para siempre el corazón del rey Akelón.
Mucho cuidado, pues no sabemos hasta qué punto se
contaminó este lugar. No sabemos qué nos espera.
- Se acabó el viaje plácido que hemos tenido hasta ahora -
agregó Lorac, mirándoles a todos, en especial a Jack-. A partir
de este momento comienza el peligro. Enfundaos las espadas
al cinto. Estamos lejos de toda presencia humana. Así pues, no
tengáis problemas en descubrir vuestras armas. Aquí no hay
Hijos del Sol que vean nuestras espadas de hierro.
Así lo hicieron todos. Jack sintió un gran alivio al sacar
a Colmillo de donde la tenía oculta bajo su capa,
enganchándola a su cinturón. Se sentía más seguro así, de esa
forma podría desenvainar antes, pero al mismo tiempo se
sentía extraño. Era la primera vez que actuaba con tanta
libertad mostrando a Colmillo a la vista de todos desde que
saliera de la Academia.
- No os separéis –añadió Lorac. Así entraron en las Ciénagas
de Malg.
Los retorcidos árboles acogieron a los compañeros
entre susurros de ramas. Jack tuvo la sensación de que cientos
de ojos les observaban en la oscuridad. Lorac dio órdenes de
encender las antorchas que llevaban y, tras empapar de aceite
las puntas, Valian consiguió tras varios intentos encender un
fuego y prender las antorchas de los demás. Él mismo se puso
a la cabeza del grupo, hecho que todos vieron como natural.
Jack se dio cuenta enseguida de que le habían dejado en medio
del grupo, como para protegerle. En último lugar marchaba
Tarken, silencioso y siempre alerta.
Los pies de los miembros del grupo se hundían
constantemente hasta los tobillos en el inmundo lodo del
pantano, y Lorac tuvo que ponerse al lado de Valian para ir
tanteando con una larga vara el terreno por el que pasaban.
Los caballos, sujetos de las bridas, piafaban inquietos. Más de
una vez tuvieron que detenerse repentinamente para dar un
494
rodeo, pues la vara de Lorac se había hundido más de lo
conveniente. La oscuridad iba en aumento. Jack podía oír los
cada vez más pronunciados jadeos de Eric, o la agitada
respiración de Karina, que no dejaba de protestar cada vez que
sus pies se quedaban trabados en el barro.
- ¡¿Por qué en este maldito lugar se ve tan poco?! –protestó
Eric a sus espaldas. Esta vez no se quejaba por quejarse, como
otras veces. Se podía advertir una nota de miedo en su voz, y
es que realmente apenas se veía en aquel lugar. Jack había
estado en el Gran Bosque donde, aunque la vegetación era más
tupida, la luz del sol pasaba más a través de las ramas de los
árboles. En esta ciénaga era distinto, una extraña neblina
parecía rodearlo todo, era como si la luz no pudiera pasar
apenas.
- Cuidado ahora, amigos -avisó Lorac.
Jack vio que ante ellos se extendía una especie de
marisma. Tuvieron que meterse en el agua turbia de aquel
lugar, pues no había otro sitio por el que poder pasar.
Caminaban en fila india tras Valian, a quien Lorac iluminaba
el camino con la antorcha, ya que el antiguo príncipe de los
Irdas tenía la espada en una mano, y la vara con la que iba
palpando el terreno en la otra.
Y así fueron arrastrándose paso a paso. Eric gritó
diciendo que algo le había pasado rozándole la pierna, y al
momento Jack tuvo la misma sensación, como si una serpiente
se le hubiera deslizado junto a la cintura. Empezó a sudar, y
una extraña somnolencia fue apoderándose de él. Tenían que
salir de ahí como fuera. ¿Por qué tenía tanto sueño? Debía
seguir adelante, pero cada vez veía menos. Tenía tanto sueño,
tanto, tanto….
Se despertó de repente, como si hubiera estado
soñando. Sudaba profusamente, y se frotó la cabeza dolorida.
Había sido raro, había soñado que atravesaba un pantano, y
que el agua y el lodo le llegaban hasta la cintura. Pero eso era
imposible, estaba con sus amigos en…. ¿dónde estaban? A su
mente acudieron imágenes de un lugar lleno de algo a lo que

495
llamaban nieve, un enorme muro hecho de hierro, negro y
alto…
El grito le cogió desprevenido. Cuando se volvió vio
que la bestia se le echaba encima. Alzó los brazos y detuvo la
espada enemiga con Colmillo. ¿Cuándo la había
desenvainado? No lo recordaba, pero lo que le sorprendió fue
que el monstruo también llevaba una espada de hierro. Espera,
era un trasgo. Sí, los había visto antes, en concreto a uno que
yacía muerto junto a la Academia.
Y lo hizo. El trasgo no era un espadachín muy hábil,
confiaba en su fuerza bruta, y atacaba con lo que fuera, tanto
espada como colmillos y garras. Puede ser que aquello le
sirviera con un guerrero no muy entrenado, pero Jack era una
de las mejores espadas de la Hermandad del Hierro, lo que
equivalía a decir que era uno de los mejores entre los
guerreros de Mitgard. En un descuido evidente del trasgo, le
atravesó su negro corazón con la espada.
Sacó a Colmillo de ese cuerpo repugnante con un
violento tirón. Cuando levantó la cabeza vio que estaba en una
aldea. Era de noche, muchas de las casas de aquel pueblo
estaban en llamas. Percibió oscuras siluetas recortándose a la
luz de los fuegos encendidos. Oyó gritos, y consiguió
vislumbrar cómo varios trasgos mataban a una mujer y su niño
pequeño. También había hombres luchando contra ellos con
espadas de hierro. Los reconoció al instante. ¡Eran miembros
de la Hermandad! Debía ayudarles.
Vagó por la aldea y mató a varios trasgos más. Uno de
ellos le alcanzó de refilón en el hombro, y comenzó a sangrar.
Le dio igual, lo único que quería era matar a aquellas odiosas
criaturas. Oyó un grito de mujer que venía de una de las casas
que aún no habían ardido, y entró en ella con la espada en alto.
Y allí los vio. Su madre -porque estaba seguro de que
era ella- aferraba contra su pecho dos bultos de ropa entre los
que pudo distinguir una diminuta manita que sobresalía, y a
pocos pasos su padre y un jovencísimo Tarken luchaban
contra un hombre de blancos cabellos, Lord Variol.

496
- ¡Sálvanos, Jack! -su madre se volvió hacia él con una
expresión suplicante.
- ¡No, Jack! -era Corbin, su padre, quien le hablaba ahora.
Intentaba mantener a Lord Variol a raya con un ridículo palo
de madera-. ¡Nosotros ya estamos perdidos! ¡Sálvate tú!
- ¡¡¡No os dejaré solos!!! -gritó Jack sintiendo una furia como
nunca antes había sentido. Se lanzó como un poseso contra
Lord Variol, y le asestó un golpe que él paró a duras penas-
¡No dejaré que les mates! ¡Acabaré contigo, maldito bastardo!
Hizo retroceder a Lord Variol por toda la habitación,
dándose cuenta de que era más hábil y fuerte que él. El Señor
de la Guerra estaba asustado, no hacía más que recular. Un
gesto inútil, porque Jack le mató de un certero golpe de
Colmillo. Su espada Mórbida se quebró, y Lord Variol exhaló
su último suspiro.
- Lo he conseguido -Jack se volvió hacia sus padres
incrédulo-. Estamos a salvo.
- Sí, Jack, lo estamos -asintió Corbin con gesto serio-. Ahora
sálvate tú.
¿Por qué su padre le miraba con tanta tristeza? ¿A qué
se debía que su madre llorara en silencio? ¿No se daban cuenta
de que les había salvado? ¿Por qué entonces tenía la sensación
de que aquello no debía de estar pasando?
Entonces recordó que sus padres habían muerto, habían
muerto…, aquello no podía estar sucediendo. ¡Pero a sus pies
el cuerpo de Lord Variol seguía inmóvil y cubierto de sangre!
¡Era imposible! ¡Él no podría haber sido capaz de vencer al
Señor de la Guerra con tanta facilidad! Y sus padres seguían
mirándole apenados. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
- ¡Nooooooo! -Jack despertó gritando fuera de sí. Notó que
unas manos le aferraban, y vio que Tarken le abrazaba
fuertemente.
- Tranquilo, Jack, ya ha pasado todo -Jack sollozó, apoyando
la cabeza en el pecho del único hombre que había cuidado de
él desde que era chico. Poco a poco, sintió que en efecto se iba
calmando. Estaba con sus amigos, y hasta sonrió débilmente

497
cuando Eric y Karina le pusieron una mano en su hombro,
mirándole a su vez.
- ¿Qué…, qué ha pasado? -miró a su alrededor aturdido.
Todos estaban a su alrededor, y hasta Valian parecía afectado
esta vez.
- Una pesadilla, eso es lo que ha pasado -Tarken le tendió una
mano y ayudó a Jack a levantarse. El joven lo hizo titubeante
pues aún notaba las piernas temblorosas-. No imaginaba que la
corrupción en este lugar hubiera alcanzado un punto tan
extremo como para…
Frunció los labios incapaz de seguir. Jack vio que
todos parecían muy afectados. Únicamente Lorac mantenía la
calma en esos momentos. ¿Pero qué demonios había ocurrido?
- ¿Qué es lo que has visto, Jack? -preguntó Lorac de repente.
Le miraba fijamente sin despegar sus ojos de los suyos.
El chico tragó saliva mientras sus compañeros le
observaban expectantes. ¿Qué era lo que había visto? Eso
mismo se preguntaba él. Lo que había visto no tenía ni una
pizca de maldito sentido.
- Estaba…, estaba en un pueblo en llamas. Se parecía a
Vadoverde, pero creo que no era Vadoverde. Yo… -se pasó
una mano por la frente perlada en sudor frío- ¡Vi a mis padres,
Lorac! ¡Los vi! Y Lord Variol también estaba ahí…
- De acuerdo, no hace falta que sigas –le interrumpió Lorac, y
asintió con gesto serio-. A todos nos ha pasado lo mismo.
Cada uno de nosotros ha revivido un momento especialmente
trágico para él, el instante en que su vida cambió para siempre.
- Es peligroso -murmuró Tarken cabizbajo.
- ¿Por qué? -quiso saber Karina-. Estaba frente a la cama
donde mi madre murió hace diez años, ¡sólo que esta vez ella
se salvaba! Era feliz, pero mi madre no lo era, y por eso, por
eso…,
- Por eso volviste -terminó Lorac-. Finalmente conseguiste
sobreponerte y de alguna manera tu mente te dio el aviso de
que algo andaba mal. Creo que todos nos hemos visto
inmersos en una especie de…, desdoblamiento de la realidad,
por llamarlo de alguna forma -Lorac estaba confuso, como si
498
no pudiera dar crédito a lo que había ocurrido-. Nunca había
presenciado nada semejante, pero tengo que suponer que todos
nos hemos sumido en un sueño donde hemos revivido el
momento que ha marcado nuestras vidas, sólo que esta vez
conseguíamos cambiar los acontecimientos. Karina vio como
su madre sobrevivía las fiebres, Valian cómo su pueblo
vencía a los Hijos del Sol cuando estos les atacaron, y así los
demás.
- En efecto –estuvo de acuerdo Tarken con aire ausente-. Se
nos ofrecía la posibilidad de tener otra vida. ¿Qué hubiera
pasado si en ese momento que nos ha marcado a todos
hubiéramos logrado cambiar las cosas? -se encogió de
hombros-. No lo sé, pero afortunadamente hemos conseguido
despertar todos.
- ¿Por qué afortunadamente? -Jack se volvió hacia Tarken-
¿Qué hubiera pasado si no quisiera despertar?
Tarken se limitó a señalar con la mano hacia algo que
había tirado a pocos pasos de donde se encontraban. Jack dio
un respingo al ver que había un esqueleto humano cerca.
Estaba apoyado placenteramente contra la base de un árbol, y
de no saber que era imposible Jack habría jurado que había
muerto feliz.
- Probablemente eligió no despertarse -dijo Tarken-. Al
menos murió conforme, si puede decirse tal cosa. Realmente
se nos ofrece una vida alternativa, una donde superamos con
éxito ese momento que nos cambió la vida a todos. Puede que
fuera feliz en esa otra vida -sacudió la cabeza con disgusto-.
Pongámonos en marcha de nuevo. Tenemos que salir de este
maldito lugar cuanto antes.
Los compañeros recogieron sus cosas y comenzaron a
abrirse paso de nuevo a través del espeso pantano. Jack aferró
con más fuerza a Colmillo y, tras echarle un último vistazo al
esqueleto sonriente, se situó junto a Tarken en el centro del
grupo. Como siempre, Valian iba en cabeza.
Poco después le hizo la pregunta a Tarken que llevaba
rato martilleándole por dentro.
- Y… ¿y qué viste tu, Tarken? preguntó.
499
- Yo también regresé a aquella noche de hace dieciséis años
en el valle de Asu, Jack -respondió de forma escueta-. Aunque
no conseguía salvar a tus padres a tiempo, sí impedía que Lord
Variol se llevara a tu hermano.
Siguieron caminando.

Al contemplar el mundo que se extendía ante él, Cedric


empezó a creer que realmente era posible que una vez hacía ya
casi mil años, el dios Orión le diese el Cuerno de Telmos al
entonces rey de Kirandia en ese mismo lugar.
- Es impresionante -murmuró Dezra a su lado.
- Estamos en la segunda torre más alta de Mitgard -recordó
Cedric con una ligera sonrisa.
Miró hacia el patio del castillo, viendo que éste era un
hervidero de soldados pululando de un lado a otro. Hasta ese
día, el rey Alric había dejado una pequeña guarnición en ese
bastión pues, siendo tiempos de paz, no eran necesarias más
precauciones.
Pero ahora había estallado la guerra, el ejército del
Supremo Reino de Angirad junto con los Hijos del Sol se
acercaban a Kirandia. Por ese motivo el ejército del rey Alric
estaba ahora al completo en la Torre del Crepúsculo. Habían
llegado hacía dos días, y Cedric logró finalmente unos
minutos para poder relajarse. Había decidido subir hasta lo
más alto de la Torre. Dezra le había dicho si podía
acompañarle. Él se había alegrado de oírla decir eso, ahora los
dos disfrutaban de un pequeño momento de tranquilidad
mientras veían cómo el sol aparecía entre las montañas en la
mañana del tercer día desde que llegaran allí.
Y es que el heredero del trono no había tenido ni un
momento de respiro desde que llegaran a la fortaleza. Su padre
parecía estar en todas partes y constantemente le exigía que
estuviera a su lado todo el tiempo. El ritmo de la guerra había
vuelto febril al rey de Kirandia. Iba de un sitio a otro
arengando a sus soldados, se reunía con sus generales para
discutir planes de batalla, hasta sacó unos minutos para
entrenarse con la espada. Había sido la noche anterior. Cedric
500
ya iba a acostarse cuando llegó su padre con dos espadas de
entrenamiento.
- Quiero ver si estás en forma, hijo -dijo al tiempo que le
lanzaba una de las armas-. Hace tiempo que no te veo
combatir. Veamos si en esa Academia vuestra os tratan como
a niños chicos o como hombres.
Era verdad. Al menos hacía dos años que su padre no
le veía manejar una espada. Se había ido a la Academia hacía
ese tiempo. Desde entonces, siempre que había vuelto a
Gálador fue por poco tiempo y no tocaba una espada. Ya las
usaba mucho en la Academia, y los días de permiso que le
daban eran para estar con los suyos. Ver a su padre, pasear con
su hermano, visitar juntos la tumba de su madre.
Realmente había mejorado mucho con la Hermandad
del Hierro. Cuando se fue su padre era muy superior a él.
Ahora las cosas habían cambiado.
Así estuvieron casi una hora. Finalmente, Alric bajó la
espada.
- No está mal -jadeó-. Ya eres tan bueno como yo, que no es
poco. Mejor que yo, me atrevería a decir.
Aquello era algo más que un halago, pues su padre
había sido la mejor espada de Kirandia desde hacía mucho
tiempo.
- Bien, hijo, ya seguiremos otro día -por primera vez en
mucho tiempo se permitió una sonrisa sincera con él.
Había sido un momento agradable, recordaba ahora
Cedric con satisfacción, uno de los pocos de los que
seguramente disfrutarían de ahí en adelante.
- Creo que a partir de ahora cualquier amanecer me parecerá
triste y frío si no lo presencio desde aquí –comentó Dezra,
esbozando una ligera sonrisa- Cuando era aprendiz, subí una
vez a las Torres Arcanas, pero no son tan altas como ésta. Es
más bonito desde aquí.
- Me alegro de que te guste -Cedric echó un vistazo abajo, y
vio los Campos del Destierro, que se extendían a sus pies. Una
vez, hacía mucho tiempo, un rey fue exiliado de su tierra a las

501
puertas de esa misma torre. Desde entonces el terreno que se
abría ante ella se llamaba así.
- Supongo que estar aquí junto a un príncipe será un
privilegio por ser miembro del Consejo de Magos -dijo ella sin
dejar de sonreír-. He tenido que trabajar duro, pero aquí estoy.
Cedric se volvió para mirarla.
- En verdad sé poco de vosotros los magos -confesó-. Espero
que algún día me cuentes algo más de cómo funciona la
magia.
- Lo haré –repuso Dezra mirándole fijamente-. Espero
también que algún día me acompañes a las Torres Arcanas y
veamos el amanecer desde su torre más alta.
Cedric asintió con seriedad. Sentía curiosidad por saber
algo más del Consejo de Magos, siempre tan celosos con sus
secretos, pero más interés tenía en conocer a la mujer que
tenía a su lado. Sería agradable poder disfrutar de unos días de
paz a su lado. Ahora no había tiempo para ello.
No supo qué fue lo que le hizo fijarse en el horizonte,
pero fue el primero que vio al solitario jinete que cruzaba a
toda velocidad los Campos del Destierro. Enseguida le
reconoció como uno de los exploradores que habían mandado
hacia el sur. Y pese a que estaba todavía muy lejos, pudo oír lo
que gritaba.
- ¡¡¡Ya llegan!!! ¡¡¡Ya llegan!!!
Notó que Dezra le apretaba la mano con fuerza. Tras
un momento, se soltó y fue corriendo hacia el enorme cuerno
que había en la cima de la Torre del Crepúsculo. El cuerno que
no se había hecho sonar en casi mil años.
Lo sopló con todas sus fuerzas.
El momento de la verdad había llegado, ya era hora de
que todos conocieran al príncipe de Kirandia. Y lo conocerían.

- ¡Son muy numerosos, mi señor! -gritó uno de los soldados


más jóvenes.
- ¡Puedo verlo, muchacho! -respondió Alric con gesto serio.
Cedric miró a su padre y envidió su aplomo. Estaban
apostados en las murallas de la fortaleza, junto a muchos de
502
los generales y un gran número de soldados. El patio del
castillo era un hervidero en esos instantes, muchos capitanes
organizaban a sus batallones, los Caballeros controlaban sus
monturas. Era la hora de la acción, el momento en que un
soldado debía mostrar su valía. La batalla resultaba inminente.
Giró la cabeza contemplando al ejército enemigo.
Desde donde estaban podían ver las numerosas tropas
del Supremo Rey Kelson. Multitud de jinetes perfectamente
organizados. Filas interminables de soldados de Angirad, que
habían venido desde tan lejos para librar una guerra. Cedric
soltó una maldición cuando observó cuatro enormes torres de
asedio que traían con ellos. Ante sus ojos se estaba mostrando
el poderío del Supremo Reino. Serían ellos los que lo sufrirían
en sus carnes.
Pero aquello no era todo pues junto a las tropas de
Angirad se encontraban los Hijos del Sol. Cedric podía verlos,
empuñando aquellos extraños bastones que emitían luz
verdosa. Los bastones eran de simple madera de caoba, pero
habían sido ungidos por el dios Tror, decían, y ningún arma,
ya fuera de hierro o incluso bronce, podría hacer frente a
aquella fuerza. El heredero del trono de Kirandia veía la
muerte en aquellos bastones, la de él y su pueblo. Entonces
comprendió por qué su padre se mostraba tan desesperado
desde hacía tiempo.
Jamás podrían vencer.
Quizás si los Hijos del Sol no hubieran intervenido en
el conflicto pudieran haber tenido alguna remota posibilidad,
pese a la amplia superioridad del ejército del Supremo Rey
Kelson, pero nada podría frenar el poder conjunto de ambas
fuerzas. Las tropas de Angirad serían el yunque y los Hijos del
Sol el martillo sobre el que terminarían los sueños del rey
Alric de ver a su nación crecer fuerte gracias al hierro. Aquella
guerra sería su perdición, y Dagnatarus no tendría más que
recoger sus pedazos cuando se decidiese a atacar.
- Padre… -se volvió hacia él, pero entonces supo que no sabía
qué decirle. Quería que supiera que tenía miedo, que ojalá las

503
cosas hubieran sido de otro modo, pero ya no había vuelta
atrás.
- No lo permitiré, Cedric -su padre se volvió hacia él, y había
un brillo febril en su mirada-. Serás rey algún día, hijo mío, te
lo prometo. Yo moriré, pero tú serás rey.
No dijo más, siguió dando instrucciones a los suyos.
Cedric vio que Dezra estaba a su lado pero también los elfos
habían salido de sus aposentos, de donde apenas se movían,
para ver llegar al Supremo Rey.
- Supongo que es la estupidez de los hombres la que les lleva
a luchar entre ellos -dijo la princesa Coral, mirándolo todo con
ojos que a Cedric le parecieron tristes.
Cedric se volvió hacia ellos asaltado por una molestia
profunda. Ahí estaban los elfos, que habían acudido a ellos, no
hacían más que menospreciar lo que hacían. No les ayudaban,
no comprendían, pero allí estaban. ¡Ojalá se largaran por
donde habían venido!
- ¡¿Qué es lo que queréis?! -gritó, y muchos se volvieron
sorprendidos al verle furioso- ¡Si no vais a ayudarnos, mejor
será que os vayáis de aquí! ¡No os necesitamos!
Se interrumpió jadeante, todos le miraban. Había
perdido el control, le estaba sucediendo lo mismo que a su
padre. Ahora que por fin había visto a lo que se enfrentaban,
sabía que estaban perdidos sin remedio. Estaban perdidos,
perdidos….
- Cálmate, hijo -Alric le puso una mano en el hombro-. Un
príncipe demuestra que lo es cuando se enfrenta a un destino
adverso. Demuestra cuánto de príncipe hay en ti.
- Tiene razón, príncipe Cedric -fue Gerald el que habló ahora.
Todos los ojos se clavaron en el elfo-. Disculpad las palabras
de mi hermana -por una vez Coral estaba avergonzada. La
repentina reprimenda de Cedric la había sorprendido, optando
por callarse-. Todavía podemos hacer algo por vosotros, por
todo Mitgard. Sabemos ahora cuál es nuestro verdadero
enemigo. Es hora de que el Supremo Rey lo sepa también.
Hablaremos con él, le haremos entrar en razón. Nos escuchará,
pues somos quienes somos. Fuimos los primeros habitantes de
504
Mitgard, recibimos a los primeros hombres cuando arribaron
con sus barcos a las playas junto al río Gris. Y fuimos nosotros
quienes vimos cómo esos mismos primeros hombres fundaban
Teluria, la capital del reino de Angirad. Nos escuchará,
príncipe Cedric, debe oírnos.
Todos se habían quedado en silencio. Cedric se dio
cuenta entonces de ante quién estaba. Los legendarios elfos,
que habían desaparecido de la faz de la tierra tras las Guerras
de Hierro, los Hijos de Mitgard, pues ellos habían sido los
primeros en pisar esa tierra, y siempre lo serían. Hechos a
imagen y semejanza de los dioses, decían, y en verdad puede
que fueran los únicos capaces de ayudarles, aunque no fuera
con la fuerza de las espadas.
El silencio se rompió de repente.
- ¡Vienen dos jinetes! -gritó alguien.
Miles de ojos se clavaron en las dos diminutas siluetas
que habían abandonado a caballo el grueso del ejército.
Todavía estaban muy lejos y Cedric no las distinguía bien.
Tampoco los que estaba junto a él, pero parecía que una de
ellas llevaba algo encima suya. Algo que no distinguía bien.
Era como una….
-¡Una bandera blanca! -dijo la princesa Coral. Los elfos
también tenían una vista más aguda que la mayoría de los
hombres- ¡Son parlamentarios, mi señor rey!
Efectivamente, uno de ellos portaba una bandera
blanca, símbolo desde el principio de los tiempos de un
tiempo para hablar y tratar de llegar a un último acuerdo.
Jamás en la historia de Mitgard, salvo una vez, había sido
asesinado un emisario bajo la bandera blanca. Aquello sucedió
durantes las Guerras de Hierro, el conflicto más salvaje que
nunca se había visto. Alric conocía al rey Kelson, eran amigos,
se podía decir, la bandera blanca podía ser un signo de
reconciliación.
Los dos jinetes se detuvieron a mitad de camino entre
el ejército de Angirad y la Torre del Crepúsculo, y no se
movieron de allí. Cedric vio que su padre tenía la vista clavada

505
en las dos siluetas, todavía demasiado lejanas para poderlas
distinguir con claridad.
- Preparad mi caballo -pidió el rey-. Voy a bajar yo mismo a
los Campos del Destierro.
Se empezaron a oír murmullos nerviosos entre los
soldados.
- Mi señor -intervino Sir Belerion, uno de sus Caballeros de
confianza-. No sabemos si puede ser una trampa. Lo más
lógico es enviar a un emisario que actúe en vuestro nombre.
Incluso me ofrezco yo a acudir al encuentro, pero que Orión
me guarde, no cometáis una locura. El reino estará perdido si a
vos os pasa algo.
- El reino está perdido conmigo o sin mí, Sir Belerion -se
limitó a decir Alric-. Sólo veo una posibilidad, para
aprovecharla tengo que ir ahí abajo. ¡Preparad mi caballo, por
todos los dioses, y no discutáis con vuestro rey! -se volvió
hacia los elfos- ¿Queríais hacer algo por nosotros? Pues venid
conmigo y haced lo que tengáis que hacer. Yo, por mi parte,
haré también lo que tenga que hacer.
Los elfos se mostraron silenciosamente de acuerdo.
Nadie era capaz de rebatir en ese momento la palabra del rey
Alric. Hasta la princesa Coral guardó silencio. Seguramente
continuaría escarmentada por la reprimenda que le había
echado Cedric.
- Padre, puede ser una trampa…
- ¿Pero qué demonios pasa aquí? -Alric miró con impaciencia
a su hijo mayor, que le había salido al paso-. El rey ha dado
una orden. Punto. Además, creo que sé quién me espera ahí
abajo.
- No puede ser tan imprudente. No creo que… -Cedric estaba
aturdido. ¿Es que todos los hombres se volvían locos cuando
se convertían en reyes?
- No es lo que tú piensas, hijo -Alric sacudió la cabeza-.
Kelson y yo fuimos amigos de pequeños. Me conoce bien, y
yo a él. Quiere hablar conmigo cara a cara, y yo también.
Cedric no supo qué responder a eso. Al fin y al cabo,
su padre era el rey. Él sabría lo que había que hacer.
506
- Yo también bajaré con vos, mi señor -se adelantó Dezra-. La
palabra de un miembro del Consejo de Magos tiene tanto peso
como la de los elfos. Si es verdad que el propio Kelson es
quien nos espera ahí abajo, entonces tendrá que escucharme.
El rey de Kirandia se encogió de hombros.
- Sea pues, ¿alguien más quiere ir conmigo a los Campos
del Destierro? A lo mejor el cocinero también quiere
acompañarme -bufó con inesperado humor. Clavó sus
ojos en Cedric-. Puede que el cocinero tenga otras cosas
que hacer, hijo mío, pero tú si estarás a mi lado. Ya es
hora de que aprendas cómo actúa un rey.

Las enormes puertas de bronce de la Torre del


Crepúsculo se abrieron con un rugido que debió oírse en una
legua a la redonda dando paso a cinco jinetes. Uno de ellos era
un rey, otros tres eran príncipes, más un miembro del Consejo
de Magos que les acompañaba. Posiblemente nunca antes
desde que se levantara la Torre del Crepúsculo una comitiva
tan distinguida había pisado los Campos del Destierro. Con el
rey Alric de Kirandia a la cabeza, los príncipes elfos de Var
Alon, Gerald y Coral, y la habitante de las Torres Arcanas
Dezra, acudió Cedric al encuentro de los dos hombres que les
esperaban bajo la bandera blanca.
Miles de ojos les observaban en un profundo silencio.
Cedric vio que las murallas de la Torre del Crepúsculo estaban
llenas de soldados. Igualmente los soldados del ejército del
Supremo Rey, contemplaban con atención la escena. Suspiró
hondo y cabalgó junto a su padre por la tierra que una vez
hacía mucho había visto a un rey arrojar la corona a sus pies y
ser expulsado de su hogar.
Ahora, acudían al encuentro de otro rey.
Su padre tenía razón. Cedric había visto sólo una vez
hacía muchos años al Supremo Rey Kelson. Entonces las
relaciones entre ambos reinos no estaban tan enrarecidas. Le
recordaba bien, aquel cabello negro como ala de cuervo, los
ojitos vivaces que siempre parecían saber algo que los demás
no conocían. El pelo era ahora más grisáceo, pero lo que no
507
había cambiado era aquella expresión de profunda inteligencia
que le caracterizaba. Por eso supo que el Supremo Rey Kelson
seguía siendo igual de peligroso que hacía quince años cuando
le vio.
Su acompañante fue una sorpresa. Cedric no le había
visto nunca, pero supo quién era enseguida, por sus blancos
ropajes y su expresión ávida, tal y como la había oído
describir a los que le conocían.
- Kelson -saludó el rey de Kirandia con un leve cabeceo. No
se inclinó, pese a que todo rey debía hacerlo ante el Supremo
Señor de Angirad-. Acudo bajo la bandera blanca sin armas -el
antiguo lema.
- Alric, yo te recibo a ti bajo la bandera blanca sin armas,
igualmente -respondió Kelson.
Voces frías e impasibles. No eran dos amigos
hablando, sino dos reyes en guerra.
Cedric tomó aliento una vez más. ¡Qué situación! Allí
estaban, siete jinetes solitarios en medio de dos ejércitos. Con
el peso de miles y miles de miradas clavadas en ellos. Y no
había hecho más que empezar.
- Te presento al señor Galior, Dorado de la Torre Blanca -
presentó Kelson, que era de los dos el que llevaba la bandera
blanca.
- Estos son mi hijo Cedric, la señora Dezra de las Torres
Arcanas, y los príncipes Gerald y Coral de Var Alon -apenas
hubo ningún saludo entre Alric y el Dorado.
- Así que era cierto que los elfos estaban con vosotros -se
volvió hacia ellos-. Vuestra madre me envía cada varios años
un emisario al que veo siempre en secreto, nuestras relaciones
son buenas. Espero que vuestra presencia junto a un rey
declarado proscrito sea una mera casualidad.
El Dorado era quien más había acusado el ver a los dos
elfos. Estaba sorprendido, Cedric no pudo por menos que
esbozar una ligera sonrisa al darse cuenta. Al menos, traer a
los dos elfos les había dado alguna ventaja. Seguramente, el
líder de los Hijos del Sol no había visto un elfo en su vida.

508
- Es más que una casualidad, mi señor rey -intervino Gerald
con pasión en la voz-. No tomamos parte en vuestros
conflictos, pero esta vez debemos hablar de un asunto que nos
atañe a todos.
El Supremo Rey se limitó a mirarles en silencio, cosa
que entendió Gerald como una señal para que siguiera
hablando.
- Tenéis que saber, mi señor, que vuestro enemigo no es
Kirandia. Hay otra amenaza mucho mayor que pronto nos
echará las garras al cuello -Kelson se limitó a enarcar un ceja
en un gesto escéptico-. Vos sabréis mucho de él, sin duda,
pues fue uno de vuestros reyes el que lo derrotó.
- Prosigue -dijo Kelson sin inmutarse.
- Han surgido señales, mi señor rey, señales inequívocas de
que las fuerzas de la Oscuridad están recobrando sus poderes.
Pues bien, fueron esas fuerzas y no otras las que asesinaron a
los Hijos del Sol en el palacio real de Gálador. Y no sólo eso,
mi señor, esas fuerzas cuentan con un poderoso aliado, que es
el hierro.
El Dorado explotó por fin.
- ¡No hemos acudido aquí a oír semejantes tonterías! –dijo
con el rostro enrojecido por la ira. Al oír hablar del asesinato
de sus hombres en Kirandia había recuperado la voz-.
¡Estamos aquí para que el rey Alric se someta a la justicia de
los Hijos del Sol, que cuentan con el favor real del Supremo
Reino, que…!
- ¡Silencio! -rugió Kelson. Todos callaron. El Dorado, poco
acostumbrado a que le hicieran guardar silencio, frunció el
gesto pero se tragó las palabras que estaba a punto de decir-
¿Es cierto que no ordenaste el asesinato de los Hijos del Sol,
que residían en tu palacio en calidad de huéspedes?
- Es cierto –repuso Alric.
- ¿Y es verdad que has traficado con hierro en los últimos
años? -preguntó Kelson, impasible.
-Sí.
- ¿Has mantenido contacto con esa Orden conocida como la
Hermandad del Hierro?
509
- Sí -hubo un breve silencio-. He sido sincero contigo en todo,
Kelson, así que ahora escúchame tú a mí, todo lo que he hecho
ha sido por un motivo bien justificado.
Kelson levantó la mano imponiendo silencio.
- No me importa, Alric, el fin no justifica los medios. Lo
cierto es que has transgredido las leyes que Girión impuso en
su tiempo. Has violado la Prohibición, y por eso serás
sometido a la Justicia del Supremo Rey.
- Girión estaría de acuerdo si supiese por qué hizo lo que hizo
el rey de Kirandia -saltó de repente Coral, cogiendo a Kelson
por sorpresa-. Fue para defenderse de su peor enemigo.
- ¿De qué habla esta elfa? -protestó el Dorado.
- Os digo esto, mi señor -Coral ignoró la pulla-. Las fuerzas
de la Oscuridad recuperan su poder, lo están haciendo
mientras hablamos. Cuentan con armas de hierro, nada podrán
hacer los Hijos del Sol para detenerles, pues han recuperado
el Cuerno de Telmos. Lo hizo un hombre, el mismo que mató
a los Hijos del Sol, y que estoy seguro conoce el Dorado. Ese
hombre se llama Lord Variol.
- Es cierto que Lord Variol trabajaba para mí –respondió
Galior, el hombre que era el Dorado, señor de los Hijos del
Sol-. Pero también fue asesinado junto con los míos en
Gálador. Tenía la misión de recuperar el Cuerno de Telmos
que los de la Hermandad del Hierro habían obtenido para el
rey Alric.
- Sabéis que no es verdad -Coral le miró con frialdad. Cedric
estaba impresionado. Tenía a la princesa elfa por una joven
caprichosa y superficial. Jamás se habría imaginado que fuera
capaz de hablar como lo estaba haciendo. Hasta su hermano se
había callado y la escuchaba en un respetuoso silencio-. La
prueba de todo esto es que Kirandia no tiene el Cuerno de
Telmos, y lo comprobaréis si atacáis la fortaleza. Nadie hará
sonar ningún cuerno porque lo tiene Lord Variol, el mismo
que escapó de Gálador aquella noche con destino desconocido.
- Ya hablaremos de toda la información que me habéis
ocultado, Galior -Kelson miró con dureza al Dorado-. Así que
el Cuerno de Telmos. Ya hablaremos -se giró hacia Coral-. En
510
cuanto a Lord Variol, jamás he oído hablar de él, mi señora,
pero una vez se aplique la Justicia del Supremo Rey,
escucharé vuestras palabras.
- Lord Variol no es más que un peón de su amo, mi señor rey
-la voz de Coral era ahora toda frialdad-. Él sirve a
Dagnatarus. De éste sí que habréis oído hablar. Soy la princesa
y heredera de Var Alon, y juro que todo lo que he dicho es
verdad.
- ¿Dagnatarus? -el Dorado soltó una carcajada- ¡Esta elfa está
loca de verdad!
- Cuidado con lo que decís -Gerald no iba armado, como
ninguno de los presentes, pero la mirada que le dirigió al
Dorado era capaz de tumbar a uno de los uros de la Llanura.
- Yo, Dezra, señora de las Torres Arcanas, enviada del
Archimago Mentor, juro que todo lo dicho por la princesa
Coral es cierto.
Alric se volvió hacia Kelson con el corazón en un
puño. Aquella era su oportunidad, su última oportunidad.
- Escúchame, Kelson, recuerda que un día fuimos amigos, que
jamás te mentiría. Es cierto que he tenido tratos con la
Hermandad del Hierro, pues son ellos los únicos que podrán
hacer frente a la Oscuridad que está por llegar. Reúnete
conmigo, tú y yo a solas, y podré explicarte con tranquilidad
todo. ¡No te ocultaré nada! ¡Tienes mi palabra! -Alric tragó
saliva, y a Cedric le pareció que estaba a punto de llorar-. Por
nuestra amistad, Kelson.
Cedric se volvió hacia el Supremo Rey de Angirad y
de todo Mitgard. Esperó a oír las palabras que sellarían su
destino.
Y el Supremo Rey habló:
- Has violado las leyes que en su día Girión, Supremo Rey
antes que yo, impusiera para todos los reinos bajo la suprema
tutela de Angirad. Por eso deberás someterte a la Justicia del
Supremo Rey -palabras inflexibles, rostro imperturbable-. La
embajada elfa y la señora del Consejo de Magos podrán
abandonar la Torre del Crepúsculo, serán tratados como
huéspedes de honor en Angirad. Terminado este conflicto,
511
podrán exponerme sus quejas, y prometo que les protegeré de
todo mal que amenace a Mitgard -Cedric fue cayendo en la
desesperanza a medida que el Supremo Rey hablaba-. Has
dicho que no asesinaste a los que eran tus huéspedes bajo tu
techo, y te creo. Por ese motivo se rebajará tu condena, y ni tú
ni tu familia sufriréis daño alguno -y entonces- pero has
violado la Prohibición, por eso te condeno a ti y a tu prole a
ser exiliados de Kirandia. El Supremo Rey ha dictado
sentencia, y su palabra es la Ley. Kirandia será gobernada por
un regente que será nombrado por el Dorado, Señor de los
Hijos del Sol. Ningún hombre, mujer y niño que entregue sus
armas, y jure lealtad al gobernador elegido por el Dorado,
sufrirá condena alguna. Tú y tus dos hijos seréis desterrados
de Kirandia, jamás ningún miembro de vuestra familia volverá
a ocupar el trono de Kirandia. Que se cumpla la Justicia del
Supremo Rey.
El más absoluto silencio cayó sobre el grupo. Cedric
vio que su padre estaba cabizbajo, no le veía el rostro.
Exiliado. Sería un paria, junto a su padre y su hermano, como
lo era el bárbaro Perk, al que había conocido en la Llanura.
Gente buena, que eran castigados por el destino.
Sin embargo, su sacrificio salvaría a miles de soldados
que estaban ahora mismo en la Torre del Crepúsculo. Los
Hijos del Sol tendrían poder sobre ellos, y uno de los suyos
gobernaría Kirandia, pero el reino estaría intacto para hacer
frente a Dagnatarus.
- Vamos, Alric -habló de nuevo el Supremo Rey-. Sé un rey y
salva a los tuyos. Nada hay que no desee menos en este
momento que comenzar una guerra.
Pero el rey Alric seguía con el rostro oculto entre las
sombras. Todos estaban pendientes de sus palabras. En ese
momento las vidas de miles de personas dependían de lo que
dijera.
Finalmente levantó la cara y miró con firmeza al
Supremo Rey.

512
- Sea pues, me someto a la Justicia del Supremo Rey -dijo-
pero exijo mi derecho a proclamar mi inocencia. Solicito
el Combate de los Campeones.

513
514
CAPITULO 10
La ciudad donde La Muerte
Cabalga de Noche

Cuéntanos otra historia sobre Sir Lancel -pidió el niño


con ojos ansiosos y brillantes por la emoción.
A su lado, un chico de su misma edad bufó burlón.
- Padre, creo que tendremos que darle a Alric el retrato de Sir
Lancel que tengamos, para que así pueda hacerle reverencias -
el niño rió su propia gracia.
Frente a los dos jovencitos de no más de siete años, se
hallaba sentado un hombre de unos cincuenta años, alto y
robusto.
- No está bien reírse de los demás, Kelson -le reprendió-.
Además, Alric es nuestro invitado, debe ser agasajado como se
merece. Si él quiere saber más sobre Sir Lancel, debemos
complacerle.
Kelson gruñó algo ininteligible y el hombre mayor
continuó hablando:
- Sir Lancel fue un famoso Caballero al servicio del Supremo
Rey -dijo-. Ha sido, o al menos eso cuentan las historias, el
mejor espadachín de toda la historia de Mitgard. Sir Lancel
cogió fama porque fue el campeón del Supremo Rey durante
casi treinta años. El rey nunca dudaba en elegirle para que le
representara en el Combate de los Campeones.
Los dos niños fruncieron el ceño aturdidos.
- ¿El Combate de los Campeones? -preguntó Alric- ¿Qué es
eso?
- Esa ley data de muchos años atrás. Es una ley sabia porque
ahorró muchas vidas -explicó el hombre-. En los siglos
posteriores a las Guerras de Hierro, hubo otras batallas.
Aunque no fueron tan devastadoras, sí causaron gran número
de muertes. Siempre que había guerra, solían contarse muchas
bajas en ambos bandos, hasta que el Supremo Rey Raelor, que

515
reinó en Angirad hace setecientos años, creó una ley que
salvaría muchas vidas: el Combate de los Campeones.
- Mediante este sistema –continuó-, cada uno de los dos
bandos en contienda elegiría a su campeón, y lucharían el uno
contra el otro. El que perdiera se rendiría al otro, así no habría
necesidad de una batalla mayor donde muchos hombres
morirían.
Los dos niños abrieron los ojos sorprendidos.
- Por eso se hizo famoso Sir Lancel -siguió diciendo el
hombre-. El Supremo Rey le eligió como su paladín en una
época en la que estaba de moda acogerse a esa ley. Sir Lancel
ganó cientos de combates, ya fuera en justas y torneos, o
tomando parte en el Combate de los Campeones. Sólo perdió
uno, aunque las narraciones no son claras en este punto, pues
dicen que un niño le venció, cosa que es imposible. Una de las
reglas del Combate de los Campeones es que los contendientes
deben ser varones de al menos veinte años.
Alric saltó emocionado y se giró hacia Kelson.
- ¡Vamos a jugar al Combate de los Campeones! -dijo
entusiasmado- ¡Me pido ser Sir Lancel!
- Está bien, chicos -rió el hombre-. Pero no os emocionéis
mucho. Ya hace años que nadie se acoge a esa ley, son pocos
los que se arriesgan a peder la guerra en un único combate.
- Pues yo pienso hacerlo cuando sea rey -dijo Alric-. Y seré
mi propio campeón tan famoso como Sir Lancel.
- ¡Vaya estupidez! -se burló Kelson-. Únicamente aceptaría si
estuviera seguro de que mi campeón ganaría el combate!
Los niños siguieron discutiendo el resto de la tarde y,
tras ese día, nunca más volvieron a hablar del tema.
Ahora, más de treinta años después, volvían a hacerlo.

Cedric se tambaleó sobre su caballo como si le


hubieran sacudido con un mazo tras oír las palabras de su
padre. ¡El Combate de los Campeones! ¡¿Pero qué clase de
locura era ésa?! Hacía casi doscientos años que nadie se
acogía a esa ley para dirimir un conflicto. Era una ley casi
olvidada, adecuada para otros tiempos, no para estos.
516
Sin embargo, todos se quedaron sin aliento cuando
vieron que el Supremo Rey Kelson se estaba riendo.
- Alric, Alric -rió con ganas-. Nunca cambiarás. Aún te
acuerdas de las historias que nos contaba mi padre cuando
éramos niños.
- Entonces espero que tengas dignidad y aceptes el desafío –
respondió Alric con frialdad-. Si fue un Supremo Rey el que
decretó la Prohibición, otro promulgó esa ley. Espero que su
sucesor tenga el suficiente honor como para aceptarla.
Kelson dejó de reír bruscamente y clavó sus ojos en su
antagonista.
- No te equivoques conmigo, Alric -murmuró con voz cargada
de ira-. Soy un hombre de honor y aceptaré tu reto. En verdad,
esperaba que hicieras algo así, y por eso he traído a mi
campeón conmigo.
- Muy bien, ¿aceptas entonces someterte a su veredicto? Un
combate, a muerte o rendición. Pongamos ahora las
condiciones.
Kelson torció el gesto, ignorando la atónita mirada que
le dirigió el Dorado.
- Muy bien, si mi campeón pierde retiraré a mi ejército de
aquí, y dejaré que tengas tratos con la Hermandad del Hierro –
respondió el Supremo Rey.
Alric asintió con la cabeza.
- Si es mi campeón el que cae, yo y mis hijos aceptamos ser
desterrados de Kirandia para siempre, y…-las siguientes
palabras se las sacaron a la fuerza- y dejaré que el hombre que
el Dorado elija gobierne mi reino.
El Dorado estalló entonces.
- ¡¿Pero qué clase de locura es ésta?! ¡¡¡El Combate de los
Campeones!!! ¡Por Tror, hace siglos que nadie se acoge a esa
ley! ¿No os dais cuenta de que el rey Alric busca una salida
como puede? Sabe perfectamente que le superamos en el
campo de batalla, y solicita esta ley desfasada y estúpida para
aferrarse a la única oportunidad que tiene de salir con bien. ¡Y
vos os mostráis de acuerdo!

517
- Siempre estoy de acuerdo en lo que a salvar vidas se refiere
-respondió el Supremo Rey con dureza-. Recordad que es
Alric el que ha cometido un delito, no su pueblo. Si puedo
evitar una guerra, haré lo que sea para lograrlo -su expresión
cambió, y una leve sonrisa asomó a sus labios-. Además, he
aceptado también porque estoy seguro de que mi campeón
ganará. ¡Estad atentos, porque estáis a punto de ver ante
vuestros ojos mi secreto mayor guardado!
Se volvió hacia su ejército y levantó la bandera blanca
haciendo unos peculiares movimientos con ella a modo de
señales.
Cedric y los demás esperaron expectantes. Sentía que
algo iba a pasar, notaba la respiración de los demás agitada y
nerviosa. ¿Por qué de repente le temblaban las rodillas? Las
tropas de Angirad comenzaron a abrir filas. ¡Estaban dejando
un corredor! Un corredor para que, naturalmente, algo o
alguien pasara.
Entonces lo vio.
Jamás olvidaría Cedric el momento en que vio por
primera vez a Armeisth, el que recibía el sobrenombre de la
Bestia. Iba a lomos de un caballo enorme, el único en todo
Angirad capaz de soportar su peso, pero lo que más llamaba la
atención no era eso, ni siquiera los dos metros largos que
medía el hombre que lo montaba, si no la armadura que
llevaba puesta.
Una armadura hecha toda de oro. Numerosas púas de
casi medio paso le sobresalían de las hombreras, y de las
protecciones de la rodilla, así como de las coderas. Una
gigantesca armadura hecha de oro puro, y rematada con
numerosos pinchos de gran tamaño. Tan solo unos ojos
marrones se veían a través del casco. Cedric se quedó de
piedra al ver el arma que empuñaba aquel guerrero
descomunal, el mayor que nunca antes había visto. Una maza
de oro acabada al igual que la armadura en una multitud de
pinchos de alrededor de medio metro de largo. La maza -que
Cedric dudaba que pudiera ni siquiera levantar, y mucho
menos blandir- estaba en consonancia con el hombre que la
518
llevaba, si es que era un hombre lo que se escondía tras aquel
muro de oro.
Su caballo comenzó a agitarse nervioso cuando el
enorme ser llegó a su altura, y no pudo culparle por ello, pues
hasta él estaba aturdido ante la visión que tenían ante sí.
- Os presento a Armeisth, o la Bestia, como le solemos llamar
-si al hombre le molestaba que le llamaran así, no dejó
entreverlo-. Será mi campeón.
Los demás estaban demasiado asombrados para
replicar. Hasta Alric había perdido parte de su aplomo al ver al
gigantesco ser de dos metros y pico de altura embutido en
aquella armadura.
El Dorado soltó una carcajada llena de felicidad.
- ¡Magnífico, mi señor! Jamás habría imaginado que
albergarais un guerrero semejante entre vuestras filas.
- A Armeisth no le gusta mucho salir -contestó en tono seco el
Supremo Rey Kelson, sin mirar al Dorado. Sus ojos también
ignoraron al resto del sorprendido grupo, y se clavaron con
determinación en Alric-. Y bien, Alric, llama a tu campeón.
¿O es que no hay nadie entre los tuyos capaz de defender el
honor de su rey?
Y ocurrió que el rey de Kirandia no se dejó amilanar.
Por primera vez en mucho tiempo hizo lo que le dictaba su
corazón y no su cabeza, y aceptó aquel reto que no podía
rechazar.
- Sí que lo hay –adujo Alric sin inmutarse-. Yo mismo
combatiré contra tu campeón.

El mundo era gris.


O al menos, eso era lo que veían los ojos de Jack. Una
niebla espesa les había sorprendido al poco de salir de las
Ciénagas de Malg. Se había alegrado de dejar atrás aquel
inmundo pantano, pero se sorprendió deseando volver y entrar
de nuevo en aquel sueño donde le salvaba la vida a sus padres.
¿Cómo habría sido su vida entonces? Nunca lo sabría, porque
estaban muertos, y nada de lo que hiciera podría devolverles a
la vida.
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Y ahora estaba además aquella extraña neblina que lo
envolvía todo. Tenían que caminar los seis muy juntos para no
perderse. Incluso habían dejado los caballos amarrados en un
claro e iban andando, cogidos de la mano como mayor
precaución.
- Es muy extraño. No entiendo el por qué de esta niebla, así
que tengamos cuidado -fue lo único que dijo Lorac-. Ya
debemos estar cerca de nuestro objetivo.
Anduvieron en silencio durante casi media hora más,
siempre juntos y luego…
- Oigo como agua -intervino Karina titubeante.
- La chica tiene razón -se mostró de acuerdo Valian, que
como de costumbre iba a la cabeza del grupo-. Parece como el
rumor del mar, olas barriendo la playa.
Poco después descubrieron el motivo de aquel sonido.
Habían llegado a lo que parecía ser, en efecto, una playa. Las
olas azotaban constantemente la arena, pero apenas si
conseguían ver lo que había a diez metros de distancia, pues la
niebla les impedía ver nada.
- Es el lago de Plata -sentenció Lorac sin ninguna duda.
- ¿Estás seguro? No quiero dudar de tu palabra, Lorac, pero
francamente, no parece un lago. Sus aguas están revueltas y
agitadas, ¡como un mar embravecido! -Eric sacudió la cabeza
como si no pudiera creer lo que veían sus ojos- ¿Es que no hay
nada en este maldito lugar que pueda ser normal?
- Es el lago de Plata -insistió Tarken, viendo como las olas
azotaban la playa en la que estaban con fuerza-. Al igual que
las Ciénagas de Malg fueron corrompidas por Venganza,
parece ser que también lo fue el lago de Plata.
- Dicen las historias que en un tiempo sus aguas era tranquilas
y los niños acudían a ellas a bañarse todos los días -Valian
contemplaba el continuo rugir de las violentas olas casi con
pesar-. Vamos, tenemos que buscar el puente que lleva al
centro del lago. Allí está Vaer Morag.
Nadie dijo nada más tras escuchar a Valian,
siguiéndole obedientemente cuando comenzó a andar
siguiendo la línea de playa. Jack vio que las aguas además de
520
revueltas, aparecían turbias y ennegrecidas, rezumando un
continuo aire insalubre. Ignoraba cómo fue el lago hacía
quinientos años, pero desde luego ahora no se metería en esas
aguas por nada del mundo.
Anduvieron durante casi una hora. En todo ese tiempo,
Valian no dejaba de mirar a sus espaldas. Cuando Eric
preguntó por qué lo hacía, Tarken le dijo con sequedad que
simplemente comprobaba que nadie les siguiera. El joven
príncipe de Kirandia farfulló algo de que sólo un loco
intentaría seguirles a través de esa niebla, pero guardó silencio
desde aquel momento. Flotaba una extraña tensión en el aire
que invitaba a estar callado. Jack pronto se descubrió
escuchando con atención cualquier sonido fuera de la
normalidad que alterarse la quietud reinante.
Y ocurrió que doblaron un recodo del lago, viendo por
fin el antaño famoso puente que atravesaba casi todo el lago
de Plata. O al menos, vieron lo que quedaba de él.
- Hubo una vez en que fue el mayor puente de todo Mitgard -
señaló Tarken casi con nostalgia.
Seguramente, lo seguía siendo. El mayor podría ser
pero no el más deslumbrante. Quizá quinientos años antes sí lo
fuese, pero ahora el enorme puente de piedra aparecía
resquebrajado y roto. Muchos de los pilares de dura roca que
formaban parte de la sujeción del puente se habían
desprendido, había lugares incluso en los que se había
derrumbado la pasarela por la que debían pasar. Por si fuera
poco, el moho y la vegetación se habían enseñoreado del
lugar. A pesar de ello era factible cruzarlo.
- Vamos, pues -dijo Lorac, volviendo a echar mano de la
espada-. Con cuidado y en fila india.
- Pisad sólo donde yo lo haga -avisó Valian, subiendo con
prudencia a la gran pasarela.
Poco a poco, lo fueron haciendo. Para Jack aquel rato
fue una tortura. Oía debajo el rumor de las olas chocando
contra los pilares del puente, pero no podía ver esas olas, pues
la niebla lo inundaba todo. De hecho, no veía más allá de tres

521
metros, y caminaba cogido de la mano de Eric por un lado, y
de la de Karina por el otro.
Hubo una vez que Eric resbaló, y el suelo se
desmenuzó bajo sus pies, como si fuese de barro y no de
piedra. Entre Lorac y Jack consiguieron agarrarle, mientras
Eric gritaba asustado al oír el rugir del agua debajo justo de
donde se encontraba. Finalmente consiguieron izarle, y
tumbaron a Eric unos segundos en una de las protecciones del
puente que parecía más segura.
- Desde luego, si había alguien cerca, hemos llamado su
atención -gruñó Valian con cara de pocos amigos-.
Continuemos, y pisad solo donde yo lo haga.
El pobre Eric hizo lo que le pidió Valian, pero el resto
del camino anduvo cabizbajo, bastante escarmentado por la
reprimenda del que una vez fuera príncipe de los Irdas. Jack
no tuvo tiempo de consolar a su amigo, pues bastante trabajo
tenía con seguir sus consejos y no cometer el mismo error que
Eric.
- Ya hemos llegado -anunció Valian de improviso.
Jack levantó la cabeza sorprendido viendo que,
repentinamente, la niebla se disipaba bastante. Sin apenas
transición habían pasado de estar sobre un inestable puente, a
los restos de lo que en un tiempo debió de ser una gran ciudad.
- Bienvenidos a Vaer Morag -informó Valian con una sonrisa
irónica.
Lo que quedaba de lo que antaño fue una gran ciudad
estaba ante sus ojos. Numerosos edificios, algunos derruidos
casi por completo, otros prácticamente intactos, aparecían en
una continua sucesión ante sus ojos. Largas avenidas llenas de
polvo, con el suelo resquebrajado y roto en algunos puntos,
numerosas columnas y pilares de piedra que una vez debieron
adornar las calles de lo que entonces era la ciudad de Cecania
se presentaban tirados en medio de las calles. La niebla allí era
menos espesa, aunque desde luego seguía ocultando la luz del
sol. Gracias a ella pudieron contemplar lo que significaba el
paso del tiempo sobre las maravillas de otro tiempo.

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- Es increíble -Karina estaba anonadada ante lo que veía-.
Estamos pisando un suelo que no ha sido hollado desde hace
cinco siglos.
- Yo no estaría tan seguro.
Las palabras de Valian les hicieron volverse
bruscamente, y todos vieron que el imperturbable hombre
señalaba con la punta de su espada algo que había en el suelo.
- Mirad esto.
Se acercaron y vieron que, sobre el polvo que lo cubría
todo, aparecían marcadas con claridad unas extrañas pisadas.
Sí, no cabía duda de que eran huellas. Jack no se tenía por el
mejor rastreador de la Hermandad del Hierro, pero hasta un
necio sabría que aquellas marcas en el suelo eran huellas,
aunque no parecían humanas.
- Trasgos -gruñó Lorac, repentinamente alerta-. Y son muy
recientes.
- No debería haber trasgos en este lugar -se alarmó Tarken, el
ceño muy fruncido-. De hecho, no debería haber nadie en este
lugar.
- Pues parece ser que sí que hay alguien o algo –constató
Valian simplemente, en esos instantes la viva imagen del
peligro-. Rápido, tenemos que encontrar un refugio seguro.
- ¿Y qué vamos a hacer? ¿Dónde está Venganza? -Eric
comenzó a ponerse nervioso.
- Tranquilizaos -les calmó Lorac, imponiendo orden en el
grupo-. Buscaremos un lugar que nos parezca adecuado y allí
nos instalaremos de momento. Luego, ya veremos lo que
vamos a hacer. Tenía pensado que el sitio más probable donde
pueda estar la espada sería el antiguo palacio de Akelón, pero
lo primero es lo primero. Valian, guíanos.
De nuevo siguieron a éste a través de las silenciosas
calles de Vaer Morag. Vaer Morag, La Muerte Cabalga de
Noche en el idioma de los primeros hombres que hollaron la
tierra de Mitgard hacía más de mil años, los que
desembarcaron en las playas junto a la desembocadura del río
Gris, al suroeste de Mitgard, donde fueron recibidos por los

523
elfos. Así bautizaron a Cecania, tras la maldición que cayó
sobre ella.
Y allí estaban ellos, en esa misma ciudad donde una
vez hacía cinco siglos miles de hombres murieron. Tal vez la
calle que atravesaban ahora estuvo hace quinientos años
plagada de cadáveres humanos. Ya no era así, pero fuera como
fuese un escalofrío recorría la espalda de Jack a cada paso que
daba.
Así estuvieron durante unos minutos más, hasta llegar
al final de la calle, donde se encontraron ante un edificio
enorme, menos ruinoso que los demás.
- Mirad eso -indicó Tarken, y había una ligera nota de
sorpresa en su voz.
Siguieron su mirada, y descubrieron una enorme
cristalera en el suelo, a modo de alcantarilla. A Jack le recordó
los ventanales que adornaban las paredes de la iglesia de
Vadoverde, aunque a una escala mucho mayor. Se encontraba
frente al gran edificio y aparecía llenas de grabados
policromados. La pieza tenía una forma circular, debía de
tener más de diez pasos de diámetro.
- Oíd -dijo Valian-. El agua corre con fuerza bajo esos
cristales.
- Sí -asintió Lorac, tras estar escuchando un buen rato-.
Antiguamente esto debió de ser un enorme pozo, bajo el que
corrían las aguas del lago de Plata. Alguien pensaría que sería
más bonito si el pozo se cubría con esta cristalera.
- Pues yo no pondría el pie encima -opinó Eric, pisándola con
prudencia y sintiendo que crujía bajo su peso-. Puede que hace
quinientos años la gente pasara por encima sin problema, pero
yo ahora no me fiaría demasiado.
- No cometas estupideces -gruñó Valian apartándole
bruscamente de ahí-. Esta estructura posiblemente se vendría
abajo con tu peso, y caerías a una corriente de aguas
subterráneas que podrían llevarte a cualquier parte.
- Sólo estaba probando -murmuró Eric por lo bajo.
Jack dejó de fijarse en la cristalera para ver el gran
edificio ante el que estaba. Era realmente gigantesco, el mayor
524
que habían visto en la ciudad, sin duda alguna. De hecho, se
parecía a…
- El palacio real de Cecania –confirmó Tarken, que también
lo estaba contemplando.
Eric alzó la cabeza para verlo también.
- Se parece mucho al de mi padre en Gálador.
- Así es -asintió Tarken-. Quizás sea aquí donde debamos
instalar nuestro campamento base. Con un poco de suerte, y si
es verdad que Venganza se encuentra donde esperamos, puede
que esta misma noche podamos irnos de aquí.
Se detuvo de repente, levantando la cabeza como si
oyera algo que los demás no pudieran oír. O casi todos.
- ¡Trasgos! -el grito de Valian fue seguido de un alud de
alaridos y risotadas, y sin que Jack tuviera apenas tiempo para
reaccionar, se encontró en una fracción de segundo luchando
por su vida.
Aparecieron de todas partes, y en gran número.
Totalmente cogidos por sorpresa, cualquier otro grupo de
exploradores habría muerto enseguida, pero no en vano eran
miembros de la Hermandad del Hierro.
Jack se giró violentamente y detuvo un golpe que iba
destinado a degollarle. Hierro contra hierro, pues los trasgos
eran las criaturas de la Oscuridad, al servicio de Dagnatarus, y
no estaban sometidos a las leyes de la Prohibición. Colmillo
despedía brillantes destellos aquel día, como si estuviera
deseando entrar en acción, y Jack accedió a sus deseos. Paró
otro tajo del trasgo, y haciendo una finta hacia la izquierda,
consiguió atravesarle el costado.
Oyó un grito y comprobó asustado que se había
separado de sus compañeros. El ataque le había pillado algo
más alejado de los demás. De pronto se vio rodeado por una
multitud de aquellas horribles criaturas. ¡Cómo las odiaba!
Seres como aquellos habían sido los que atacaron el valle de
Asu hacía dieciséis años. Un pueblo indefenso lleno de
familias enteras, que habían perecido salvajemente la noche en
que sus padres murieron. ¡Malditos fueran todos ellos!

525
Se lanzó gritando hacia ellos y rebanó la cabeza a uno
de los trasgos brutalmente. Casi sin darse un respiro le
atravesó el corazón a otro, y sonrió al ver que los ojos de su
enemigo se abrían sorprendidos al sentir el frío hierro en sus
carnes.
Pero aquello le quitó un tiempo precioso, y gritó, ahora
de dolor, al sentir la mordedura del hierro en la espalda, un
tajo que le abrió una fea herida entre los homóplatos.
- ¡¡Los quiero vivos!! -chilló una voz. Una voz humana.
Intentó ver quién había hablado, pero le dolía la
espalda y no conseguía distinguir nada. Oía gritos y gruñidos,
pero no sabía de dónde. Entonces oyó un grito que se
sobrepuso por encima de los demás.
- ¡¡Jack!!
Allí estaban. Vio que Eric le llamaba, y comprobó con
horror que una horda de enemigos se abatía sobre sus
compañeros. Estaban los cinco juntos, y Valian mataba trasgos
a pares, pero poco a poco fueron retrocediendo, hasta llegar al
centro de la cristalera que habían descubierto un rato antes.
No aguantaría su peso.
- ¡Salid de ahí…! -gritó, intentando llegar hasta ellos.
No le dio tiempo.
Gritó como si le hubieran herido de muerte cuando la
cristalera se hundió bajo el peso de sus amigos. Eric intentaba
aferrarse a un asidero que nunca encontró, Karina le miraba
con ojos cargados de tristeza. Por unos segundos, le dio la
impresión de que sus amigos quedaban suspendidos en el aire
lo que le pareció una eternidad. Luego cayeron al vacío y ya
no les vio más.
- ¡Nooo..! -intentó correr hacia ellos, aunque sabía que ya no
podía hacer nada por ayudarles, pero de nuevo fueron los
acontecimientos los que decidieron por él.
Notó un golpe en la base del cráneo, y luego ya no oyó
ni vio nada más.

526
Se notaba un ambiente mucho más tenso que otras
veces en la sala de Consejo de Erebor, o al menos, así lo sentía
Cular, el anciano jefe líder de los Desterrados. Desde hacía
tiempo tenía la impresión de que las cosas estaban yendo a
peor, mucho se temía que aquello no era más que el preludio
de algo mucho mayor. Hacía cincuenta años que fue
desterrado de su tribu, y sabía de lo que hablaba.
Recordaría siempre el día en que fue exiliado de la
tribu de la Tierra. Era joven e impulsivo, pero gozaba de
bastante fama entre los suyos, pues resultaba uno de los
mejores cazadores de la tribu, lo que le permitió cortejar a la
propia hija del jefe. Fueron años muy felices aquellos, estaban
enamorados, o eso creía él.
Un día encontró a la hija del jefe con otro de los
jóvenes valores de la tribu, y a partir de ahí todo se hizo muy
confuso para él. Recordaba haber sacado su cuchillo de
bronce, el que siempre llevaba consigo. Nada más. El
siguiente recuerdo que tenía era frente al propio jefe de la
tribu, oyendo cómo le expulsaba de la misma por haber
asesinado a uno de sus miembros. La que hasta entonces había
sido su novia, ni siquiera le había echado una mirada.
Y pasó a formar parte de los Desterrados. Pronto se
hizo un hueco en el Consejo de Erebor, pues era sabio y
valiente. Con os años ganó en prudencia. Sólo una vez en su
vida no lo había sido y había pagado caro su error.
Siempre viviría con la humillación de ser uno de los
parias de la Llanura, pero seguía siendo un bárbaro, eso lo
sentiría con orgullo hasta el fin de sus días.
Pero algo pasaba últimamente. Flotaba un ambiente de
inconformismo entre los Desterrados, sobre todo entre los más
jóvenes. Antes todos acataban la Ley de la Llanura, aquella
impuesta por Arkonis y su mujer Andrómeda hacía ya mil
años, tras su regreso triunfal de las Guerras de Hierro.
Asumían habitualmente su papel entre los Desterrados de
Erebor, pero cada vez proliferaban más los que maldecían
aquel sino, exigiendo los mismos derechos que otros bárbaros,

527
como por ejemplo montar a caballo, y no en uno de aquellos
torkas, animales despreciables para cualquiera.
La puntilla había llegado hacía varias semanas, cuando
varios de los suyos murieron emboscados por los lobos.
¡Lobos en la Llanura! Aquello era inimaginable, las cuatro
tribus habían sido puestas al corriente de inmediato. Por lo que
Cular sabía, estaban ahora mismo en estado de máxima alerta
ante un nuevo ataque.
Malos tiempos, sin duda. Por si fuera poco empezaba a
dolerle la pierna otra vez, símbolo de una cojera que arrastraba
desde hacía ya veinte años, cuando su torka tropezó y cayó
sobre él. Los torkas eran animales más torpes que los caballos.
Seguramente aquel accidente no le habría ocurrido si hubiera
montado sobre un caballo. Pero ése era el castigo que tenían
que soportar, pues eran los Desterrados de la Llanura.
Y, además de todo eso, estaba Perk.
En otro tiempo, le consideraba un chico juicioso y
prudente, como él cuando era joven. Sería el líder del Consejo
de Erebor algún día, pero algo se había torcido en él. Le había
sucedido desde que volviera de Kirandia. Era otro, se había
tornado más rebelde. Agrupando en torno a sí un grupo de
jóvenes que pensaban igual que él, comenzaron a llamarse la
Quinta tribu. ¡Qué locura! Aquel día Perk les había hecho
reunirse en la sala de Consejo, porque había dicho que
anunciaría algo importante. Cular no tenía ni idea de qué podía
ser, pero tenía miedo de que todo se trastornase
definitivamente.
Las puertas de la sala del Consejo de Erebor se
abrieron bruscamente, y por ella entró el propio Perk, seguido
de varios jóvenes bárbaros de aspecto desafiante.
- ¡Buenas a todo el mundo! -dijo casi gritando. Daba la
impresión de estar irritado-. ¡Hoy va a ser un gran día para
nosotros! ¡El más importante desde que Arkonis creara la Ley
de la Llanura!
No era el mismo Perk de siempre. Cular podía ver su
ceño fruncido y en sus ojeras la falta de sueño de los últimos
días. Algo terrible estaba a punto de pasar. Lo presentía.
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- Nos hemos reunido aquí a petición tuya, Perk -dijo uno de
los más ancianos, sentado junto a Cular- ¿Qué es lo que
ocurre?
Perk apretó los dientes, irritado.
- ¡Ocurre que estoy harto! ¡Harto! -descargó un puñetazo
sobre la mesa- ¡Hace menos de dos meses murieron varios de
nuestros compañeros a manos de los lobos, lo hicieron porque
su torkas no tenían la suficiente fuerza y velocidad para
escapar de ellos! Fui el único en escapar. Pero lo más curioso
de todo es que también lo hicieron los que iban conmigo.
¡Todos ellos a caballo, por supuesto! ¡Qué casualidad!
Silencio por respuesta. No había nada que decir a
aquello. Perk fue cogiendo confianza.
- ¡Ocurre que el otro día hablé con mis padres, y les dije que
las fuerzas de la Oscuridad están recobrando poder! Les ofrecí
la ayuda de los Desterrados para luchar contra ellos, y se
negaron. Dijeron que aquello era tarea de los bárbaros, no de
los Desterrados.
Se oyeron algunas protestas y maldiciones. Cular ya
sabía todo esto, pero era la Ley de la Llanura. Todos ellos la
habían violado alguna vez, y por ello tenían que pagar.
- ¡Los Desterrados somos los parias de la Llanura! ¡Nos
humillan! ¡Ni siquiera nos permiten vengar a nuestros
muertos!
Aquella última aseveración levantó más gritos entre los
presentes, pues Perk había dado en el clavo.
- Ya es hora de que los Desterrados tengamos un nombre
entre los nuestros, y se nos compense por todos estos años de
humillaciones -Perk echó mano a algo que llevaba a la
espalda, cubierto por su capa-. Ya es hora de que nos
rebelemos. Estuve en contacto con personas pertenecientes a
la Hermandad del Hierro. Ellos lo hicieron así, y por eso ahora
tienen poder. ¡Y tienen poder porque tienen esto!
Se levantaron gritos espantados y confusos cuando
Perk desenvainó una espada de hierro ante el Consejo de
Erebor. ¡Una espada de hierro!

529
- ¡Con el hierro nos haremos fuertes! -exclamó alzando la
espada ante sí- ¡No seremos nunca más los Desterrados! ¡Ha
llegado la hora de que se nos resarza de mil años de dolor!
¡¿No os parece que ya es hora de que los bárbaros cuenten
también con un rey?!
Y esta vez se alzaron muchas voces apoyándole, un
clamor que se extendió más allá de Erebor, más allá de la
Llanura. Un clamor que se sumó a los vientos de guerra que
soplaban por todo Mitgard.
- ¡Rey Perk! ¡Rey Perk! ¡Rey Perk!
Sólo una persona no se sumó a aquel grito. Una
persona olvidada por todas, el anciano Cular, que lloraba por
aquel joven que una vez fue un hombre bueno.

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CAPITULO 11
Los Nopos

Lo primero que hizo cuando abrió los ojos fue vomitar


una gran cantidad de agua. Tras esto, Eric tosió violentamente
y poco a poco se hizo consciente de su situación.
Estaba, al igual que el resto de sus compañeros,
agarrado a un saliente, mientras aún permanecía con medio
cuerpo metido en la corriente de agua que no dejaba de tirar de
él. Al darse cuenta de esto, se agarró con más fuerza a dicho
saliente, un bloque de piedra donde apenas había sitio para
estar de pie.
- Tenemos que salir de aquí o la corriente nos llevará -dijo un
voz cerca suya, haciéndose oír por encima del estruendo del
río.
Vio que era Valian. El príncipe de los Irdas se sujetaba
al saliente al igual que Eric, solo que él también aferraba con
otro brazo los cuerpos de Karina y de Lorac, que yacían
inconscientes todavía.
- ¡Te ayudaré! -gritó Eric. Continuó sujeto al saliente con su
brazo derecho, mientras que con el izquierdo apretó contra sí
el cuerpo de Karina. Podía sentir que todavía respiraba, lo cual
le tranquilizó. Pero de nada serviría que siguieran vivos en su
precaria situación. Tarde o temprano el cansancio les haría
soltarse de aquel saliente, y el río les llevaría con ellos. Era
una corriente subterránea, y podía ocurrir que les condujera al
lago de Plata, o bien les llevara cada vez más profundo sin que
pudieran tomar siquiera una bocanada de aire. En el primer
caso, saldrían a las embravecidas aguas del lago, donde
tendrían que luchar a brazo partido para llegar a la orilla, y en
el segundo estarían muertos en pocos minutos.
- ¡No sé qué podemos hacer! -era Tarken el que hablaba.
También tenía que gritar para sobreponerse al rugir del río-
¡No veo ninguna salida!

531
Iba a decir algo más cuando todos oyeron un sonido
que les hizo girar la cabeza hacia arriba al unísono. Eric vio
que, algo más de un metro por encima, un pequeño pasadizo
que jamás habría imaginado que pudiera estar ahí, se abría con
un golpe seco.
Eric, Valian y Tarken contemplaron boquiabiertos
cómo una pequeña cabecita se asomaba por la entrada y les
miraba con curiosidad. Tenía un rostro bastante juvenil, Eric
no le echó más de diez años.
- So eraduya a ribus -les dijo de repente, tendiéndoles un
brazo.
Eric no entendió nada de lo que dijo, pero el
ofrecimiento de ayuda estaba claro.
- ¡Yo cogeré a Karina! -gritó Valian- ¡Sube tú y ayúdanos
desde arriba!
Así lo hicieron, y cuando Eric agarró la mano que le
tendía el niño, comprobó que éste tenía una fuerza más propia
de un hombre adulto que de un chico de diez años. Aún así le
costó un gran esfuerzo llegar hasta arriba. Una vez allí, vio
que se encontraba en un largo pasadizo, donde el niño había
abierto una puerta que daba justo al saliente donde habían
quedado agarrados los compañeros.
- Sebed risub a sut sogiam -oyó la vocecilla del niño a su
lado.
Seguía sin entender lo que decía, pero ahora tenía
cosas más importantes de las que ocuparse, así que se inclinó
sobre el pasadizo, tendiendo una mano a Valian.
- ¡Pásamelos! -gritó.
Valian agarró con fuerza a Karina, y la izó con un solo
brazo. Eric no tenía tiempo para asombrarse de la fuerza de su
compañero, y pudo agarrar a su amiga por las axilas. Con un
intenso esfuerzo, logró subirla y ponerla a salvo en tierra
firme, cerca de donde él estaba.
Luego izaron de la misma manera a Lorac, mientras
que Tarken y Valian subieron casi sin necesidad de ninguna
ayuda. Una vez estuvieron todos a salvo arriba, Eric se dejó
caer en el suelo al tiempo que jadeaba exhausto. Sudaba
532
copiosamente y le ardían los brazos del esfuerzo al que les
había sometido. Pero estaban a salvo.
- ¿Dónde estamos? -Lorac se incorporó aturdido. Estaba
empapado, como todos los demás, y miraba a un lado y otro
confuso.
- Caímos a un río subterráneo que pasa por debajo de Vaer
Morag cuando se rompió la cristalera -respondió Valian, ya en
pie y mirando a un lado y a otro alerta-. Supongo que tarde o
temprano hubiéramos desembocado en el lago de Plata. Vivos
o muertos, eso ya no lo sé.
La siguiente en despertar fue Karina. Tosió varias
veces, pero finalmente también pudo ponerse en pie.
-¿Y…, y Jack? -preguntó, tras echar un vistazo a los demás.
-Lo hemos perdido arriba…., de momento, al menos -Tarken
habló con voz ronca. Su rostro parecía esculpido en granito,
pero todos pudieron ver que estaba sufriendo-. Se separó de
nosotros. La última imagen que tuve de él, fue rodeado de
trasgos, pero estoy seguro de que está vivo.
- Los quiero vivos -dijo Valian, asintiendo lentamente-. No
pude ver quién gritó esas palabras, pero era humano y parecía
ejercer cierto poder sobre los trasgos. También yo pienso que
sigue vivo.
Llegadso a este punto, todos se volvieron hacia Lorac.
El eterno líder del grupo les miró con un gran dolor reflejado
en su semblante.
- No…, no se qué podemos hacer -sacudió la cabeza
pesaroso-. Hemos perdido a Jack, y no sé ni dónde estamos.
- ¿Siatisecen aduya? Dinev, so eravell noc sol sois -dijo una
voz cerca de él.
Casi habían olvidado de la persona que les había
rescatado.
- Emdiuges –insistió en decir. Eric no estaba seguro, pero se
imaginaba que les estaba ofreciendo ayuda.
Lorac no supo qué responder. Obviamente el chiquillo
hablaba una lengua desconocida hasta ese momento en
Mitgard. Sin embargo les hacía gestos para que le siguieran.
Lorac no se lo pensó dos veces, mirando a los demás en señal
533
de interrogación. Karina observaba al niño como si fuese una
aberración del infierno pero comenzó a andar y ellos fueron
detrás.
- Vamos, pues -Lorac se encogió de hombros con cansancio-.
Iré a cualquier lugar donde encontrar algo de comer.
Nadie tenía nada más que comentar, así que siguieron
al extraño niño. Había muchas cosas que no encajaban en todo
aquello, según el parecer de Eric. En primer lugar, qué
demonios hacía un niño en un sitio como aquel, y además,
quitando el hecho de que hablaba una lengua desconocida
totalmente para ellos, aquel niño era raro de por sí. Eric no
tenía otra manera de definirlo, pero se dio cuenta al ver que el
niño tenía su misma altura, pero la cara de un chiquillo de diez
años. ¿Qué diablos significaba esto?
Tardaron poco en llegar al pie de una gran losa de
piedra. Eric no supo qué era lo que estaba pasando por la
cabeza de su guía cuando éste aporreó con fuerza la enorme
pared de piedra.
- Sondajed rasap, ogiart sogima -dijo, sin dejar de golpear.
Eric pensó que a lo mejor había muerto y no se había
dado cuenta, cuando la roca se apartó, dejando al descubierto
un corredor hasta ahora oculto a sus ojos. El niño entró dentro.
- Que los dioses me lleven -exclamó Lorac-. Vayamos dentro,
sea como sea allí estaremos más calientes que aquí afuera. Y
si ese niño nos lleva hasta el mismísimo infierno, bienvenido
sea, pues al menos moriremos calientes.
Entraron los cinco. Allí vieron que el niño les estaba
esperando. Eric tenía la ropa empapada, se dio cuenta de que
estaba tiritando de frío. En realidad, pensó después, todo era
extraño desde que habían salido de Kirandia.
- Aroha so erañesne ortseun oigufer -dijo, y siguió andando.
Lo mismo hicieron los miembros del grupo tardando
poco en observar que el corredor se ensanchaba. Llegaron así
a una amplia sala bajo una enorme bóveda en las entrañas de
Vaer Morag.
Lo que vieron les hizo pensar que, realmente, habían
llegado al infierno. Aunque no era como se lo imaginaban.
534
Serían unos cien. Había varios niños más, todos ellos
casi tan altos como el propio Eric. Pero también ancianos
pequeños, algunos diminutos. Tanto él como los demás se
sorprendieron cuando vieron que una mujer de aspecto juvenil
y una estatura considerable, mecía la cuna donde reposaba un
anciano con la cara arrugada como un pergamino viejo, pero
que era tan chico como un bebé.
- Lorac tiene razón, en verdad hemos llegado al infierno -
susurró Karina a su lado.
Eric no se veía con fuerzas para negarlo. Observó que
el niño que les había conducido hasta allí era rodeado por los
suyos, que le asaeteaban a preguntas, todos hablando aquel
idioma extraño a sus oídos. Se callaron sólo cuando el niño
levantó las manos, imponiendo así silencio.
- Sorejnartxe -exclamó en voz alta, para que todo le oyeran-.
Des sodinevneib la onier ed sol Sopon.
Silencio. El niño les miró esperando que hablaran, pero
los compañeros estaban tan aturdidos que no supieron qué
decir. De pronto pareció entender algo y pegó un grito.
- ¡Rotcudart! -llamó.
De entre el variopinto gentío se abrió paso otro de
aquellos seres (Eric no sabía de qué otro modo calificarlos), y
se dirigió hacia ellos.
- Hola, extranjeros -giraron la cabeza sorprendidos-. Nosotros
dar bienvenida a vosotros a reino de los Nopos. Nosotros ser
Nopos, y yo ser traductor de rey Aglup.
- Eh…, encantado –balbuceó Lorac, aún sorprendido-. Os
damos las gracias por enseñarnos este vuestro…., hogar.
Vuestro magnífico hogar –concluyó, cortés.
Los Nopos murmuraron entre sí con aspecto de estar
contentos. Su jerga estaba empezando a volver loco a Eric.
Cerca de él, Karina seguía observando todo como si de verdad
siguiera creyendo que estaba en el infierno.
El rey Aglup, que no era otro que el niño que les había
salvado antes, dijo algo al traductor.
- Nosotros contentos de ver a vosotros -dijo-. Estar a punto de
comer, ¿vosotros querer?
535
Los compañeros asintieron. Siguieron a los Nopos
hasta una larga mesa, donde tomaron posiciones. Eric se
extrañó de que en vez de comida, hubieran puesto una especie
de orinales alrededor de la mesa.
Luego supo por qué.
- Siedop razepme -gritó alegremente el rey Aglup.
- Vosotros empezar a comer -dijo el traductor.
Lo siguiente quedaría para el recuerdo en la mente de
Eric de por vida. Se hablaba de la visión de un dragón como el
mayor espectáculo del mundo, se decía que nada era más bello
que contemplar a los grandes jinetes de la Llanura a lomos de
sus monturas. Nada de eso llegaba a la altura de presenciar a
cien Nopos comiendo.
Los cien seres se acercaron a la mesa, se bajaron los
pantalones, y comenzaron a mear en los orinales.
- Esto es el infierno -dijo Karina, estupefacta y asqueada.
Eric ya no se atrevió a decirle que no. Poco después,
los Nopos se subieron los pantalones y rieron satisfechos. El
traductor les miró confundido.
- ¿No tener hambre? -preguntó. Algunos Nopos también les
miraban con curiosidad.
Lorac no sabía qué contestar, pero le salvó uno de los
Nopos, al que vieron aferrándose la tripa como si tuviera un
apretón. Se alejó discretamente de la mesa, y pensando que
nadie lo veía, se sacó de las ropas una manzana, y sin más le
dio un mordisco.
Se oyeron gritos avergonzados, Eric observó que
alguna de las mujeres Nopo se tapaban la mirada con las
manos escandalizadas. El rey Aglup le gritó algo enojado, y el
Nopo que había sido causante de aquel tumulto, se marchó por
un corredor fuera de la vista de los demás. Estaba colorado,
parecía realmente avergonzado.
- Perdonar lo que habéis visto -el traductor daba la impresión
de sentirse en un apuro-. Nopo estúpido que no aguantar hasta
llegar al baño para hacer sus necesidades.

536
Eric y Karina se miraron aturdidos. Y así fue como
conocieron a la raza de los Nopos y sus costumbres más
características.
Era ésta una raza peculiar, pudo comprobar Eric. Por el
traductor pudo saber que los dioses habían hecho a los Nopos
de mala manera. Ellos empleaban la expresión: “empezar la
casa por el tejado”, realmente, así era. Un Nopo nacía hecho
un anciano, viejo y apergaminado. Crecía al contrario que los
hombres, se iba haciendo más joven con el paso de los años.
Por eso supo que el rey Aglup, de aspecto tan juvenil, era uno
de los reyes más ancianos que habían tenido.
Al cabo de un día conviviendo con ellos logró
entenderles en parte cuando hablaban, pues simplemente
hablaban al revés. De ahí dedujo que en realidad el rey Aglup
debía de ser el rey Pulga, aunque prefirió no preguntarle el
motivo de semejante mote.
También aprendieron a entender a los Nopos, a la hora
de hacer sus necesidades básicas. Les costó un poco, pero para
no ofenderles les imitaron. Cuando un Nopo tenía hambre, iba
a una mesa donde disponía un orinal y hacía sus necesidades.
Era un acto público, y se decía que una pareja Nopo tenía su
primera cita cuando estaban sentados juntos en un orinal. Por
el contrario, cuando un Nopo debía hacer sus necesidades, se
llevaba algo de comida al cuarto de baño, y ahí la engullía.
Los Nopos solían ser muy recatados con eso. Eric sólo
sorprendió a un par de ellos comiendo a escondidas. Ambos
fueron descubiertos y el rey Aglup les echó una bronca en
público.
Karina, en cambio, decidió seguir haciendo las cosas
como siempre. Cuando Eric le preguntó por qué no les seguía
la corriente a los Nopos, ésta casi le tira uno de los orinales a
la cabeza. Los Nopos empezaron a hablar de ella como si
fuera un bicho raro.
Así eran los Nopos, con sus peculiaridades, pero seres
tan racionales como los hombres, al fin y al cabo. Por el
traductor se enteraron de que siempre habían vivido allí,
ocultos, desde que la Muerte Negra asolara Cecania y los
537
hombres abandonaran la ciudad. Pocos sabían de su existencia
y aunque algunos se aventuraron a conocer mundo en el
pasado, aquello terminó cuando varios murieron durante las
Guerras de Hierro. Los Nopos no habían nacido para luchar,
eso lo pudo comprobar Eric al verles practicar con burdas
espadas de bronce. Era raro ver a niños combatiendo, mientras
que los ancianos, algunos casi recién nacidos, animaban a los
contendientes.
Sin embargo, los Nopos no estaban pasando por su
mejor momento, así se lo dijo el rey Aglup, por medio de su
traductor.
- Hace tres años llegar hombre-dragón con trasgos –comentó
el monarca-. Nosotros esconder desde entonces en
profundidades de ciudad, porque trasgos matar Nopos.
Los compañeros se reunieron todos en torno al rey
Aglup y su traductor.
- ¿Hombre-dragón? -Lorac se mostró confuso- ¿A qué os
referís exactamente?
El rey Aglup y su traductor se miraron confusos.
- Ser hombre-dragón –repitió simplemente el traductor
encogiéndose de hombros, y a su lado el monarca asintió
sabiamente.
Tras casi una hora intentando que les diesen una
explicación más concreta, Lorac tuvo que desistir. Tendrían
que averiguarlo por ellos mismos. Los Nopos no eran la raza
más inteligente de Mitgard, por lo que parecía.
- ¿Y dónde están ahora el hombre-dragón y sus trasgos? -
preguntó Tarken, intentando ir al grano impaciente.
- En gran palacio. Hombre-dragón vivir allí, en enorme trono.
- El palacio real de Akelón -Tarken se volvió hacia los
demás-. Allí deben de tener a Jack. Sé que sigue vivo -daba la
impresión de que intentaba convencerse a sí mismo-. Debemos
rescatarle.
Lorac asintió con aire ausente.
- Hombre-dragón, me preguntó qué será eso -frunció el
entrecejo-. Sea como sea si existe la más mínima posibilidad

538
de que Jack esté preso en ese lugar, tenemos que hacer lo que
sea por liberarle.
- Hombre-dragón siempre allí. Junto a esqueleto con espada –
añadió el traductor, dándose aires de saberlo todo.
Se volvieron como movidos por un resorte.
- ¿Has dicho espada? -esta vez fue Eric el que había quedado
perplejo.
- Venganza -se limitó a apuntar Valian-. Mataremos dos
pájaros de un tiro si vamos al palacio donde vive el hombre-
dragón.
- Así es -Lorac estaba ahora más animado, como si el tener un
plan definido le estuviera devolviendo las fuerzas-. Decidnos,
rey Aglup, ¿conocéis alguna forma de entrar en el palacio?
- Oh, Consejo de Mayores saber camino secreto, pero ser muy
peligroso -apuntó temeroso el rey.
- Mostradnos ese camino secreto, y nosotros os libraremos de
los trasgos -Lorac veía una esperanza, y no la dejaría pasar
tan fácilmente.
El rey Aglup y su traductor discutieron durante unos
minutos, y finalmente estuvieron de acuerdo.
- Ir por Consejo de Mayores –comunicó el traductor, y salió
corriendo.
Los compañeros miraron a Lorac dubitativos.
- No sé, Lorac -Karina no parecía muy segura de sí misma, y
seguía mirando a los Nopos con mala cara-. Confiar en ellos
para una tarea tan peligrosa...
Pero Lorac estaba tan convencido que no dudó ni un
instante.
- Se nos ha brindado una oportunidad -dijo, y hasta esbozó
una rápida sonrisa-. No la dejaré escapar.

Le arrastraron como a un fardo roto, y tras conducirle


por un laberinto de pasillos húmedos y oscuros, fue arrojado a
una celda. Allí le dejaron sólo en un silencio completo. Jack
aún no se había recuperado del golpe recibido, y se encontraba
demasiado débil para presentar resistencia, así que se limitó a
dejarse caer en el cuelo de la habitación y sumirse en el sueño.
539
Despertó dolorido y cansado, pues no había sido un
sueño reparador, sino uno lleno de pesadillas en las que se
veía rodeado de crueles criaturas. Se preguntó cuánto de lo
que recordaba había sido real y cuánto solo un sueño, pero
fuera como fuese daba igual. Cuando su vista se acostumbró
algo más a la penumbra vio que, efectivamente, los trasgos le
habían encerrado en una celda pequeña y fría, le habían dejado
allí, posiblemente para que muriera.
Y, por primera vez desde hacía ya mucho tiempo, Jack
se echó a llorar.
Pese a todo lo que había pasado, y lo rápido que se
había visto obligado a madurar debido a las circunstancias,
seguía siendo un niño, un niño que todavía no había cumplido
los diecisiete años, que ahora estaba solo y sin el apoyo de sus
amigos. Un niño que probablemente estaría condenado a morir
en aquella fría y oscura celda.
Los demás habían desaparecido, ahora lo recordaba
con claridad. Aquella cristalera se había hundido ante su peso,
y los cinco habían caído, Jack no sabía adónde, pero
seguramente hubieran muerto ahogados en aquel pozo. Aquel
fue el peor momento en la vida de Jack, peor incluso que
cuando se enteró de quién era y de la sangrienta noche en la
que había perdido a su familia, peor que todo. Estaba solo en
la oscuridad, no había nadie a su lado.
Siguió llorando en silencio durante largo rato. No sabía
si era de día o de noche, pues la celda no tenía ventanas, y
hasta el aire que respiraba parecía viciado.
Pero dejó de llorar bruscamente al oír un ruido, un
agudo chirrido que le indicó que alguien había abierto la
puerta de la celda.
Abrió los ojos y se secó las lágrimas lo más rápido que
pudo. En cuanto giró la cabeza, gritó de puro terror cuando vio
que una horrible faz monstruosa lo miraba en medio de la
oscuridad.
- No temas, sólo es un yelmo. Un yelmo muy oportuno, pues
mantiene a raya a los trasgos -dijo una voz a través de aquella
cara bestial que le miraba con atención.
540
Se recuperó un poco al oír una voz humana. Cuando se
calmó vio que, realmente, había sido un necio por dejarse
asustar por esa visión. A la tenue luz de la antorcha que
sostenía el hombre ante sí, pudo ver que iba embutido en una
gruesa armadura y el casco, que le cubría toda la cara y a
través del cual se divisaban sus ojos, tenía un cierto parecido
con la cara de una serpiente gigantesca. A Jack le parecía que
la intención del que había forjado aquella pieza había sido
quizás la de que se asemejase a un dragón, aunque como Jack
no había visto ninguno, tampoco podía hacer grandes
comparaciones. Afortunadamente, todas las historias contaban
que los dragones se habían extinguido hacía ya mucho tiempo
de Mitgard, así que lo que tenía delante no era más que un
hombre con una fea armadura de hierro.
- No creo que existan muchas en Mitgard -dijo el recién
llegado, al ver su cara de asombro-. Una armadura hecha
entera de hierro. Uno de los privilegios de ser siervo de quien
soy.
- Nunca…, nunca había visto antes una -era cierto, en la
Academia había visto espadas y hachas hechas de hierro,
incluso cotas de mallas y pequeñas corazas, pero jamás toda
una armadura, hecha exclusivamente del material más
prohibido de Mitgard.
- Bueno, Jack, pues aquí estamos -el hombre colgó la
antorcha en una pequeña argolla de la pared, y le miró a través
de su máscara con atención-. Obviamente habéis descubierto
la verdad acerca de Venganza y venido a por ella. Felicidades,
admito que yo jamás lo conseguí, sólo tras jurar lealtad ante el
trono de la Torre Oscura, se me permitió ser su custodio.
- ¿Qué…? -Jack sacudió la cabeza aturdido por aquella
repentina descarga de información-. ¿Sabes quién soy?
- Claro, eres igual que él, salvo por…, pero no he venido aquí
por eso. Pronto vendrán a buscarte y habré perdido la
oportunidad de hablar contigo, de que me digas lo que
necesito saber -el extraño hombre dio unos pasos por la celda,
aparentemente despreocupado de que Jack intentase algo.
Éste, por el momento, no se veía con valor ni fuerzas
541
suficientes como para atacar a aquel enigmático personaje. Al
menos se dirigía a Jack amablemente, eso le hizo calmarse un
poco-. Desde que llegué aquí he intentado que él me la dé,
pero no quiere hacerlo -había frustración en su voz,
distorsionada por la máscara- y creo que tú puedes obtenerla
para mí.
- ¿Qué…?
- Ahora te la enseñaré, y lo comprenderás todo…. -Jack se
movió ligeramente, pero no había sido un movimiento
sospechoso, sin embargo el hombre se había puesto tenso de
repente, y las rendijas que eran sus ojos se clavaron en él con
intensidad.
- No…, -estaba tan atemorizado que hasta levantó las manos
para hacer ver que no tenía malas intenciones.
Por toda respuesta, el hombre de la armadura de hierro
dio dos largas zancadas y cuando estuvo a su lado agarró con
fuerza por el hombro a Jack. Éste estaba tan atemorizado que
no intentó nada que resultara amenazador. De todas formas el
otro era mucho más fuerte que él, un adulto robusto, no un
joven asustado, por mucho entrenamiento que hubiera recibido
a lo largo de su vida.
El hombre cogió algo que colgaba del cuello de Jack, y
lo sostuvo ante sí. Jack parpadeó confuso, ¿pero qué demonios
estaba pasando allí? Vio qué era lo que había llamado tanto la
atención de su antagonista y quedó totalmente atónito.
Ante sus ojos estaba el colgante que la princesa Coral
le diera cuando se despidieron en Gálador, la capital de
Kirandia.
- Yo… -Jack no sabía qué decir. ¿Pero qué le pasaba?
El hombre de la armadura de hierro se volvió hacia él,
y Jack pudo sentir su ira. Le agarró bruscamente de la camisa,
y sus rostros quedaron casi pegados. Se encontró de repente
frente a aquella faz de hierro, que se asemejaba a la de una
serpiente.
- ¿Cómo…, cómo has conseguido esto? -su voz sonaba
rasposa, como si estuviese a punto de perder el control-. Si le

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has hecho daño, te juro que te mataré, por muy importante que
seas.
- Yo…, me lo dio una persona -Jack tartamudeaba,
aterrorizado. La fuerza de aquel hombre era muy superior a la
suya. Él solo era un niño, y no había hecho nada malo, nada
malo…
- ¿Quién? -se limitó a decir el otro.
- Una princesa elfa -consiguió atinar a decir jadeando porque
se estaba ahogando. El otro le cogía de la camisa con tanta
fuerza que le estaba asfixiando-. Se…, se llama Coral.
Le soltó tan de repente que cayó al suelo
violentamente. Tardó unos segundos en recuperarse, y cuando
levantó temeroso la mirada, sin saber qué iba a encontrar, vio
que el otro le miraba a través de su horrible yelmo como si
hubiera sido Jack el que saltara de pronto fuera de sí, y no él
mismo.
- Te lo ha dado… -parecía hablar con incredulidad-. Debes
importarle mucho para que te lo haya dado.
- ¿Co…, Coral? No.., no, eso es imposible. Ella me desprecia.
El hombre se recuperó un poco y sacudió la cabeza.
- No, Jack, de hecho, si te ha dado esto, es que de alguna
manera eres una persona muy especial para ella –reflexionó en
voz alta.
Se quitó el casco, y vio un rostro de facciones duras
pero hermosas. Su cabello era largo, tan blanco como el de
Lord Variol, como el de Skôll, el Señor de los Lobos, se
percató entonces Jack. Parecía ser la señal de identidad de los
que servían a Dagnatarus.
También supo que se parecía mucho a alguien que ya
había visto anteriormente. De hecho, a varias personas que ya
había visto antes. Observó sus orejas ligeramente puntiagudas,
sus ojos almendrados, y entonces lo supo.
- Te digo que lo es -repitió el hombre-. Porque yo mismo le
regalé ese collar hace ya mucho tiempo. Me llamo Dagmar, y
soy el padre de Coral.

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544
CAPITULO 12
El Combate de los Campeones
- Hace diez años, los Escribas me dijeron que debía abandonar
Var Alon, la tierra de los Elfos -comenzó a decir Dagmar, con
una voz preñada de recuerdos-. Entonces gobernaba junto a mi
mujer, Esmeralda. La que reinaba era ella, pues siempre ha
sido así desde los tiempos de Lorelai, pero siempre me pedía
consejo, éramos felices junto a nuestros dos hijos. Gerald tenía
ya diez años, y Coral seis, las cosas iban muy bien, hasta que
todo eso ocurrió.
- No se si lo sabrás, pero los Escribas son la voz de los dioses,
y su palabra está por encima de la de un rey entre los míos.
Fue entonces cuando me comunicaron aquello, y tuve que
marcharme. Si me hubiera quedado habrían estallado
disturbios, de hecho ya había altercados entre los que
apoyaban la palabra de los Escribas y los que decían que los
reyes estaban por encima de ellos. Así que hice lo que tenía
que hacer, me marché. Fui el primer elfo en el exilio desde
hacía mucho tiempo.
Jack notaba la amargura en las palabras de Dagmar, y
por primera vez desde que había llegado a su oscura celda no
sintió miedo ante la presencia del otro hombre.
- Me despedí entonces de mi mujer, de mi hijo mayor, y por
último de mi querida Coral, mi pequeña -tragó saliva y
carraspeó incómodo. Era extraño ver a aquel hombre
protegido por una armadura de hierro, con aquel casco de
serpiente, dejándose llevar por sus sentimientos-. Le regalé ese
collar que llevas tú ahora. Es muy especial, hay ocasiones en
que te permite tener una conexión con la persona que te lo dio.
Con esa intención se lo entregué a Coral, para que me sintiera
cerca en todo momento. Supongo que, con el tiempo, tú
también establecerás con ella esa relación.
“Espero que no” -se estremeció Jack. Prefería a los
trasgos. Bueno, casi.

545
- Sea como fuera, me fui de Var Alon preguntándome el por
qué de los augurios de los Escribas, cómo habría traido la
ruina a mi pueblo de hamer quedado -continuó diciendo
Dagmar-. Estaba solo y amargado, vagué por el Gran Bosque
un tiempo sin saber dónde ir. Así seguí caminando, siempre
hacia el norte, no sabía por qué. Fue él quien me encontró. Un
día, cerca de las Tierras Desoladas, un jinete me salió al paso.
Era Lord Variol.
- Saludos, gran rey de los elfos -me dijo entonces-. Mi amo
desea conocerte, pues tiene en gran estima a tu pueblo. Ven
conmigo y tu vida tendrá un sentido.
- ¿Quién es tu amo y qué quiere de mí? -respondí- ¿Y cómo
es que sabes quien soy?
Tenía un aspecto horrible, después de varios meses de
vagar por toda Mitgard. La ropa la tenía destrozada, miles de
pequeñas heridas y llagas surcaban mi piel. Mi cabello,
entonces rubio, estaba apagado y sin brillo.
- Él sabe quien eres, sabía dónde encontrarte, pues siempre
tendrá una conexión especial con los que lleváis la sangre de
Lorelai en vuestras venas -dijo Lord Variol-. Únete a nosotros
y cumple tu destino, rey de los elfos. A partir de ahora ya no
serás más un elfo. Ellos te han repudiado. Sé uno de nosotros.
- ¿Y quiénes sois vosotros, si puede saberse? –pregunté
dispuesto a rendirme a su voluntad.
Y entonces me dijo las palabras que nunca podré
olvidar.
- Somos aquellos que hemos roto los lazos con lo que una vez
fuimos -explicó-. Jamás olvides que has olvidado a los tuyos,
rey elfo, pues a partir de hoy una nueva vida te espera.
Desde aquel día fui uno de los señores al servicio de
Dagnatarus. Se me otorgó entonces una importante misión.
Dagmar dejó de hablar y miró a Jack con ojos que casi
podían ser tristes.
- ¿Te uniste a las fuerzas de la Oscuridad? -preguntó Jack,
sacando coraje cuando pensaba que ya no lo tenía-. Fuiste
expulsado de tu tierra, y era tal tu rencor contra todos que

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decidiste unirte a aquellos que quieren que la tierra que una
vez amaste sea destruida.
- Te equivocas, Jack. Dagnatarus no es tal y como os lo
imagináis. Quiere el poder, sí, y quiere ser el que una vez fue,
pero no pretende destruir nada sino construir un mundo
distinto. Someteos a él y seréis tratados con benevolencia.
- ¿Y si no?
- Entonces sí seréis destruidos -se limitó a decir-. Dagnatarus
no es ni mejor ni peor que cualquier otro rey actual. Mientras
se le jure obediencia, será magnánimo, pero si no es así…-
dejó la frase en el aire-. La que era mi familia me desterró. No
les debo nada.
- Y, sin embargo, te avergüenzas de lo que estás haciendo -
dijo Jack. No supo por qué, pero dio en el clavo porque
Dagmar retrocedió unos pasos.
- No es así. He ofrecido mi vida por una causa. Eso es
honorable.
- Aunque esa causa te lleve a hacer cosas horribles -Jack
habló en voz baja-. Vuelve con tu familia, vuelve con tu hija, y
ayúdanos. Tú no eres como ellos.
De pronto Dagmar se puso furioso.
- ¡Ya está bien! Hemos hablado demasiado! ¡Elegí esta vida,
y ni tú ni nadie me haréis dudar! Pronto vendrá Lord Variol a
por ti -Jack no pudo evitar asustarse, y Dagmar se dio cuenta
enseguida-. Sí, Jack, ¿no querías reunirte con tu hermano?
Muy pronto será así, Dagnatarus será entonces el que una vez
fue. He visto que estáis al tanto de la profecía y de su
significado -continuó diciendo Dagmar-. Dagnatarus contaba
con eso, aunque no pensaba que encontraríais el paradero de
Venganza tan pronto. Mejor así, de esa forma podrás
ayudarme.
Le hizo levantarse, al tiempo que con la otra mano se
ajustaba el casco.
- Ahora me darás lo que quiero -le puso en la mano el
amuleto que Coral le diera una vez, hacía ya mucho, o eso le
parecía a Jack-. Te devuelvo esto, Jack, pero nunca más
volverás a ver a mi hija. Otro destino te espera. Y no pienses
547
en escapar -desenvainó una espada, y Jack vio consternado
que era Colmillo, que se la habían arrebatado cuando le
capturaron-. Tranquilo, puede que pronto te devuelva tu
espada, cuando me ayudes a obtener otra que ansío mucho
más.
- ¿Mi…, mi hermano? ¿Dónde está? ¿Sigue vivo? -noticias
sobre su hermano. Aquello le hizo olvidar por un momento su
precaria situación.
- Así es -se limitó a decir, conduciendo a Jack-. Alégrate,
dentro de poco estaréis de nuevo en familia, algo que yo he
perdido para siempre.
Y le condujo por oscuros y fríos pasillos. Jack vio que
había trasgos por donde ellos pasaban, y que eran muy
numerosos, pero se apartaban a su paso casi con el mismo
miedo que sentía Jack en esos momentos.
- Me temen -dijo Dagmar, y se podía advertir una cierta
satisfacción en su voz-. Pronto lo harán aún más.
Subieron más niveles. Durante todo el recorrido,
Dagmar apuntaba con Colmillo a la espalda de Jack, y éste no
osaba hacer ningún movimiento que pudiera resultar
sospechoso. Puede que el padre de Gerald y Coral hubiera sido
una buena persona hacía ya tiempo, por unos instantes eso le
había parecido a Jack mientras estuvieron hablando en la
celda, pero en algún momento de su vida Dagmar había
perdido el norte, al igual que una vez le pasó a Dagnatarus.
Finalmente llegaron a una gigantesca sala. Jack se fijó
en que los ventanales de aquel lugar ya daban al exterior, por
lo que al menos estaban a nivel de suelo. El salón era tan
grande como el del palacio real de Gálador, donde estaba el
trono del rey Alric.
Miró hacia su derecha y vio otra clase de trono,
ocupado por otro rey.
- Sí, Jack, estás en el palacio real de lo que una vez fue la
ciudad de Cecania, y aquí tienes a su antiguo rey -dijo
Dagmar.
Allí estaba. Un monstruoso solio ocupaba el final del
salón, en lo alto de unas escalinatas. Sentado en él, estaba el
548
que una vez fuera Supremo Rey de Angirad y de toda Mitgard,
el rey Akelón, o lo que quedaba de él.
Un esqueleto embutido en ricas ropas, intacto a pesar
del tiempo que había pasado, reposaba en el trono de lo que
hacía quinientos años era la ciudad de Cecania. Allí estaba el
hombre maldito por los dioses, el que provocó que la ciudad
pasara a llamarse Vaer Morag, la ciudad donde La Muerte
Cabalga de Noche. Dagnatarus, Akelón y ahora Dagmar,
hombres que una vez fueron grandes y nobles, destinados a
hacer cosas importantes. Hombres que no aguantaron la
presión que eso suponía, cayendo en la locura y en la
Oscuridad.
- Aún sigue ahí -comentó Dagmar, con voz rasposa a través
del casco-. Murió solo, olvidado por todos. Aún sostiene lo
que supuso su perdición. Ni siquiera entonces fue capaz de
desprenderse de ella.
Jack observó lo que sostenía la esquelética mano
derecha del rey Akelón. Venganza. Por fin.
Grisácea, fría y maligna. La espada de Dagnatarus
podría ser cualquiera de esas cosas, pero entonces por qué
Jack se vio atraído por ella desde el primer momento en que la
vio. Ahí estaba la espada que Dagnatarus forjara hacía mil
años. Jack se imaginaba a un joven e impetuoso mago,
encerrado en su laboratorio, dando forma a la espada en el
calor de su crisol, susurrándole palabras nunca antes dichas
por nadie para darle esencia. Casi podía visualizar el
semblante de Dagnatarus, sus ojos azules, de mirada perdida y
fría, sus rubios cabellos pegados a un rostro sudoroso del calor
de la forja.
Y ése era el fruto de su locura, una espada que casi
había arrasado todo Mitgard durante las Guerras de Hierro. La
misma espada que estaban contemplando sus ojos en esos
momentos.
- Él no quiere dármela -tan absorto estaba en la
contemplación de Venganza, que oír a Dagmar a su lado hizo
que se volviera sobresaltado-. Lo he intentado, pero no quiere.
Jack no entendía el sentido de sus palabras.
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- ¿A qué te refieres? -preguntó, aunque seguía sin poder
despegar los ojos de la espada. ¡Oh, dioses, lo que le dijera
una vez Lorac era verdad! ¡Aquella espada realmente parecía
que rezumaba maldad!
- A esto –explicó Dagmar, y sin más preámbulos, descargó
con Colmillo un terrible golpe sobre la esquelética mano que
sujetaba la espada.
Fue como si se hubiera chocado contra un muro
invisible. Colmillo rebotó. Dagmar retrocedió dos pasos, como
si el golpe se lo hubieran asestado a él.
Jack presenció confuso toda la escena. No era posible.
- Lo he intentado todo, pero no lo consigo. ¡Es como si el
bastardo no quisiera soltar la espada! Dagnatarus dice que
prefiere que se quede donde está, pero no voy a obedecerle en
esto -se volvió hacia Jack. A través de las rendijas del yelmo
en forma de serpiente, podía ver que el antiguo rey elfo había
caído en la locura, como una vez lo hiciera Dagnatarus-. Creo
que está esperando las manos adecuadas para darle a
Venganza. Por eso te necesito, Jack -le miró fijamente, y Jack
ya no tuvo dudas de que Dagmar había perdido la razón-. Tú
conseguirás la espada de Dagnatarus para mí.

- ¡Es una locura, mi señor príncipe!


Cedric se volvió con amargura hacia el hombre que le
había dicho eso.
- Lo sé, Sir Belerion, lo sé -sacudió la cabeza agotado-. No
he hecho otra cosa sino intentar que atendiera a razones desde
que nos reunimos con el Supremo Rey bajo la bandera blanca,
pero ya no me quedan fuerzas para hacer nada más. Le dije
cosas terribles a mi padre, hemos tenido un enfrentamiento
continuo desde ese momento. No haré más.
Sir Belerion asintió con aire ausente, y se fue a reunir
con el resto de Caballeros. Se respiraba un ambiente a tristeza
en el aire, y Cedric no podía hacer nada para remediarlo. Lo
había discutido varias veces con su padre, le había incluso
gritado improperios a la cara, pero nada había servido para
hacerle cambiar de parecer.
550
Ya habían pasado tres días desde que se acordara
celebrar el Combate de los Campeones. La suerte de Kirandia
estaba en juego. Hoy tendría lugar la batalla.
La batalla entre su padre y aquel al que llamaban la
Bestia.
Durantes ese tiempo Cedric había argumentado de
todos los modos posibles contra la participación de su padre.
- El Combate de los Campeones se hizo para que cada rey
eligiera a uno de los suyos que le representara, padre –le había
dicho Cedric mil veces-. No para que el rey tomara parte en él.
- Ya lo hemos discutido, Cedric. Mía es la responsabilidad,
como rey que soy -le había contestado siempre el rey Alric-.
Kirandia está a salvo, y debe permanecer intacta para cuando
Dagnatarus decida atacarnos. Es sólo nuestra familia la que se
juega algo en esta disputa, y yo defenderé nuestro honor
porque es mi obligación. No meteré a ninguno de mis hombres
en esto.
- Tienes una legión de Caballeros que te suplican que les
cedas ese honor -dijo Cedric, intentando mantener la
paciencia- ¡Tu reino te necesita, maldita sea! ¡Al menos, deja
que sea yo el que se bata en duelo! ¡En la Academia ya vencí a
un hombre semejante! ¡Puedo volver a hacerlo!
Se estaba refiriendo a su combate contra Ajax, el
capitán del equipo de los Toros, el llamado Coloso de Galdor.
Lo cierto es que el gigantón resultaba pequeño al lado de esa
mole que respondía al nombre de la Bestia. Por si fuera poco,
acorazado bajo esa armadura de oro salpicada de enormes
púas, más parecía un engendro del Infierno que un hombre. Ni
por asomo pensaba Cedric que podría batir a aquella
aberración del Abismo, pero si él no podía, mucho menos su
padre.
- No, Cedric –contestó su padre sin perder la calma-. Yo lo
haré. Es mi destino.
Y no habían hablado más desde entonces. Pero el día
llegó por fin, el tiempo de hablar se había acabado. Ahora
estaban en el tiempo de matar o morir.

551
Notó que alguien le ponía una tranquilizadora mano en
el hombro, y agradeció la presencia de Dezra en esos cruciales
momentos, cuando todo estaba en juego. Cerca de donde
estaban, se encontraban también Gerald y Coral. Aquel día ni
siquiera la princesa elfa estaba con ánimos para hacer
comentarios y se mantenía en silencio.
Todos estaban en silencio, desde los Caballeros al
servicio de su padre hasta el cocinero del castillo. Su hora
había llegado.
Oyeron un ruido, y vieron que era Armeisth, que
gritaba a voces que saliera el rey de Kirandia a su encuentro.
Cedric le miró y sintió un profundo odio por él.
Todos se habían sorprendido al ver que, aún faltando
una hora para que llegara el momento del duelo, Armeisth
había acudido a los Campos del Destierro a lomos de su
enorme caballo. Su monstruosa armadura despedía destellos
dorados, por encima de su cabeza hacía oscilar la descomunal
maza. De vez en cuando gritaba pidiendo que su contrincante
saliera a dar la cara.
A poco más de cien metros, todo el ejército de Angirad
y los Hijos del Sol se habían desplegado para presenciar el
combate. Al frente podía divisar al Supremo Rey Kelson. A su
lado estaba el Dorado, y Cedric también les odió. Les odió por
hacerles todo ese mal, por estar tan ciegos ante el verdadero
mal que muy pronto azotaría Mitgard. Les odió por todo.
- Ten esperanza, Cedric -Dezra le cogió la mano e intentó
transmitirle su fuerza, pero Cedric estaba tan ofuscado que no
disfrutó con aquel gesto.
Se oyó un sonido, y las primeras puertas de la Torre
del Crepúsculo se abrieron. Un jinete salió por ellas, a
horcajadas sobre un gran caballo de batalla. Un grito de
asombro se oyó cuando todos le vieron en el patio.
Era el rey Alric, cubierto con una armadura completa
hecha de hierro.
Cedric y todos los que le acompañaban estaban
estupefactos. El príncipe de Kirandia jamás podría haberse
imaginado que su padre dispusiera de una armadura hecha por
552
completo de hierro. Las armas que habían conseguido de la
Hermandad siempre habían llegado a cuentagotas. Disponer
de una espada de hierro ya era todo un logro, pero… ¡una
armadura entera hecha de ese material!
Se soltó de la mano de Dezra y acudió al encuentro de
su padre.
- ¡Padre! -llamó.
- Mi señor -esta vez fue Sir Belerion el que cayó de rodillas
ante su rey-. Os lo suplico por última vez, dejad que alguno de
nosotros se bata por vos. La primera misión de todo Caballero
es proteger el honor de su rey y, si no cumplimos con esa
tarea, seremos deshonrados.
Alric miró a su hijo y al Caballero desde las alturas de
su caballo, y se levantó la visera del casco para poder
hablarles mejor.
- La decisión ya ha sido tomada, Sir Belerion. Que vuestro
siguiente rey sea más juicioso que yo -se volvió hacia su hijo-.
Quedas provisionalmente al mando del reino de Kirandia, hijo
mío. Sé feliz y cuida de los tuyos. Que tú y tu hermano tengáis
una larga vida –luego dudó antes de añadir-. Acordaos de mí.
Cedric no pudo siquiera abrir la boca para replicar,
pues las palabras de su padre eran una despedida. Se despedía
de él y de todos.
- ¡¡¡Abrid las puertas a vuestro rey!!! -gritó Alric.
Se oyó como un quejido cuando las puertas exteriores
de la Torre del Crepúsculo se abrieron, y el rey Alric espoleó
su caballo enarbolando su espada.
- ¡Que los dioses guarden por siempre a Kirandia! -se oyó
decir al rey mientras su caballo salía fuera de la Torre del
Crepúsculo.
Y así fue como, espada en ristre, el rey Alric salió a los
Campos del Destierro y acudió siempre presto a la batalla,
donde su rival Armeisth, al que también llamaban La Bestia,
le esperaba.

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- Es un maestro -había dicho Sir Belerion unos días antes.
Y era cierto, el rey Alric era todo un ejemplo de un rey
guerrero. Siempre amante del arte del combate, había
derrotado a numerosos Caballeros. Se decía que en toda
Kirandia tan solo su hijo mayor le superaba en esa faceta.
Cedric recordaba algunos torneos amistosos, en los que el
propio monarca había participado y vencido a un sinfín de
Caballeros. Gran parte de la habilidad del propio Cedric con la
espada se la debía a las lecciones que su padre le impartiera
antes de ir a la Academia.
Luego vio la forma de combatir de Armeisth, y sintió
que sus esperanzas se desvanecían rápidamente. Era imposible
que nadie, por muy fuerte y rápido que fuera, venciese a
semejante criatura de los Infiernos.
Había pensado que quizás la Bestia fuese del mismo
estilo que Ajax, su compañero en la Academia, que pese a ser
grande y fuerte como un toro, no era muy ágil. Ahí radicaba su
punto débil, pero no en el caso de Armeisth. Puede que Alric
fuese algo más veloz que su adversario, pero no mucho más y,
desde luego, lo que le faltaba de agilidad lo compensaba
ampliamente con fuerza bruta, una fuerza demoledora e
imparable. Cedric estaba seguro de que nunca antes se había
visto algo así.
- Que Orión nos guarde -susurró Sir Belerion desalentado al
ver las brutales arremetidas de Armeisth.
Se oyeron gritos cuando la mortífera maza de la Bestia
pasó a escasos centímetros del rey de Kirandia, pero Cedric
suspiró tranquilo al ver que su padre se recuperaba y
conseguía mantener el equilibrio. Pero no aguantaría así
mucho más tiempo, tarde o temprano alguno de esos terribles
golpes acertaría al monarca, y entonces su padre estaría
perdido.
- Ten fe, mi amor -creyó oírle susurrar a Dezra, que estaba a
su lado, pero estaba tan pendiente del combate que ni siquiera
se percató de ello. Cerca de donde estaban, Gerald y Coral
también se encontraban absorbidos por aquel duelo. Gerald

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aparecía pálido, y hasta la siempre caprichosa Coral
permanecía callada y con los ojos muy abiertos por el miedo.
- ¡Ahora! -gritó Sir Belerion a su izquierda, casi saltando de
las almenas de la muralla.
Su padre había despistado por un momento a la Bestia
con un movimiento falso, y éste había desprotegido su flanco.
¡Era el momento! El rey Alric estaba desequilibrado, pero aun
así consiguió acertarle una estocada, que al encontrarse con la
armadura de oro hizo que saltaran chispas.
Con el corazón en un puño, vio que Armeisth
retrocedía unos pasos, pero se le cayó el alma a los pies al ver
que soltaba una carcajada seca y volvía a la carga. Por un
momento había albergado una pequeña esperanza.
-Te quiero, padre -murmuró en voz baja Cedric, sin que nadie
le oyera. Una lágrima se deslizó por su mejilla, había
comprendido que su padre estaba perdido, y reuniendo todo el
valor que pudo, se obligó a fijar la mirada en lo que estaba
ocurriendo en los Campos del Destierro para ver el final del
combate.
El rey Alric soltó un grito de triunfo cuando consiguió
asestarle un golpe lateral a su enemigo, pero se truncó en una
maldición al ver que sólo conseguía hacer saltar chispas de su
armadura. No había sido un golpe suficientemente fuerte, y a
pesar de que combatía con una espada de hierro, no había
logrado atravesar por completo la gran armadura de oro de su
contrincante.
Retrocedió unos pasos para darse un respiro, pues se
estaba cansando con rapidez. Había esperado que Armeisth se
agotara antes que él al tener que cargar con esa pesada
armadura, por no hablar de la descomunal maza, pero todo le
empezaba a fallar, no sólo en este combate. Se había aferrado
como pudo a la única esperanza que tenía de que algún día su
reino pasara a manos de Cedric, pero no podría hacer nada,
como no pudo hacer nada cuando su mujer murió. Él también
moriría ese día, y sus hijos serían desterrados de su hogar.
De nuevo la maza de la Bestia se alzó, y otra vez Alric
se echó a un lado como pudo para evitar el fatal golpe. Las
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afiladas púas de la maza de Armeisth pasaron cerca de su
cabeza, y se libró por poco. No podría aguantar eternamente
así, tarde o temprano uno de esos demoledores golpes daría en
el blanco y sería su perdición. Él lo sabía, y también la Bestia,
que luchaba con la tranquilidad del que sabe que su enemigo
durará poco tiempo más en pie.
Por un momento pensó en rendirse. Era una
posibilidad. A muerte o rendición, se había dicho, y no dudaba
de que Kelson le perdonaría la vida. Hubo un tiempo en que
fueron amigos, ambos podían recordar con alegría las trastadas
que habían hecho de chicos. Ahora, años más tarde, Kelson
había mandado a su campeón para que matara al que fuera su
amigo.
Se echó a un lado e intentó asestar una estocada a su
enemigo. Fue inútil, la Bestia se apartó con rapidez. “Maldita
sea”, protestó Alric con frustración. Se suponía que todo tenía
que tener un equilibrio, si su rival era grande y fuerte como un
uro de la Llanura, debería al menos ser lento, pero no era así,
“¿dónde demonios está el equilibrio en todo esto?”.
Estaba cansado y veía que Armeisth todavía tenía
resistencia para rato. Fue en ese momento cuando Alric fue
consciente de que iba a morir. Moriría porque no se rendiría.
Había tomado esa decisión mientras esquivaba un golpe tras
otro. Su hijo tendría un día un reino que gobernar, a un
hermano a su lado para aconsejarle. Y daría su vida por ello.
Ese pensamiento le dejó helado, pues comprendió
entonces lo que debía hacer. No esperaría hasta que uno de los
golpes de Armeisth le alcanzase, acudiría él a su encuentro,
pues tras un rato combatiendo, había visto que tenía una
oportunidad, una sola oportunidad, si fracasaba estaría muerto.
Y es que, si bien los golpes de la Bestia eran
tremendos, era cierto también que tardaba bastante rato en
volver a recuperar la posición después de cada embestida. Era
lógico, le imprimía tanta fuerza a sus golpes, que le costaba
volver a arremeter de la misma forma.
Así pues, no retrocedería tras el siguiente golpe. Se
arrojaría contra la Bestia con rapidez, dándole un golpe que
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esperaba pudiera ser lo suficientemente fuerte como para
derribarle. Si no era así, ya podía suceder lo que fuera.
Y ocurrió que el rey de Kirandia hizo acopio de todo su
coraje. Por primera vez en su vida miró a la muerte a la cara.
¡Ahí venía! Otro de los brutales golpes de la Bestia.
No retrocedió esta vez.
Logró agacharse, y se impulsó con una pierna contra su
rival. La maza pasó tan cerca que sintió el golpe de viento a
través de las rendijas de su yelmo. Lanzó entonces su último y
desesperado ataque contra su rival, reuniendo las últimas
fuerzas que le quedaban. Y lo hizo en nombre de sus hijos, a
los que siempre querría.
La espada de Alric consiguió acertar en uno de los
costados de la Bestia. Saltaron chispas de nuevo, y también
gotas de sangre, pues esta vez el ataque había alcanzado su
objetivo, aunque de un modo superficial.
No fue suficiente. En realidad, nunca lo había sido, y
seguramente Alric ya lo sabía de antemano, pero aquello fue
lo último que hizo por sus hijos, por su mujer, muerta hacía ya
muchos años, por Kirandia.
Mientras caía, totalmente desequilibrado, se acordó de
aquellos años en que Cedric no era más que un niño, Eric un
bebé, junto a su mujer. Al menos, había sido feliz una vez,
pero hacía tanto, tanto…
- Perdóname, Cedric -susurró cuando cayó al suelo. Ya no
heredaría ningún reino, pero prefería quedarse con la imagen
de él y su hermano Eric, riendo junto a su mujer una vez hacía
mucho tiempo.
La maza de Armeist no tardó en caer sobre él, y así
murió el rey Alric de Kirandia. Las historias dirían de él que
fue un rey bueno, o quizás demasiado impulsivo. El tiempo lo
diría, pero él nunca lo sabría.

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CAPITULO 13
Estalla el duelo

Esto es una locura -refunfuñó Eric, suspirando


sonoramente.
Los demás se volvieron hacia él con aspecto de pocos
amigos. Pese a que todos eran conscientes de la verdad que
había en las palabras de Eric, hasta el momento nadie se había
atrevido a decirlo en voz alta.
- Puede que así sea, Eric -contestó Lorac de malhumor, pues
suya había sido la idea a partir de la cual se encontraban en esa
situación- pero no podemos aferrarnos a nada más. Si existe
una mínima oportunidad de encontrar a Jack, la llevaremos a
cabo.
Por un momento Eric estuvo a punto de responder,
pero fue Karina la que le cogió del brazo y, al volverse a
mirarla, vio que sacudía ligeramente la cabeza. Era extraño
que su amiga se tomara aquellas confianzas con él.
Normalmente actuaba de forma tímida cuando él estaba
delante. No sabía si era algo bueno o no, pero de momento así
estaban las cosas. Por una vez le hizo caso, no polemizó más
con Lorac.
El miembro del Consejo de Mayores de los Nopos se
acercó a ellos, seguido por el traductor, que no les había
abandonado en el último día casi ni un instante.
- Em otneis otseupsidni. Emdanodrep nu otunim -les dijo el
gigantesco bebé.
- Mayor tener un apretón -tradujo su compañero-. Perdonadle
un momento.
Eric aún no se acostumbraba a ver a ese enorme niño
andando junto a ellos. Le habían visto la noche pasada, cuando
Lorac le había solicitado al rey Aglup un guía que les
introdujera en el palacio real de Vaer Morag. Éste les había
respondido amablemente que entre ellos sólo los del Consejo

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de Mayores conocían al dedillo todos los pasadizos de la
ciudad de la que decían había sido maldecida por los dioses.
Les había presentado entonces a un grupo de bebés
grandotes, pues no podían definirse de otra manera. Eric se lo
tenía que haber imaginado, pues teniendo en cuenta que los
Nopos nacían y crecían al contrario que el resto de los
mortales, no le tendría que haber sorprendido comprobar que
el Consejo de Mayores no era sino un grupo de cuatro ó cinco
niños de teta, extremadamente crecidos. Aún le recorría un
escalofrío cada vez que veía al miembro del Consejo de
Mayores, con los carrillos hinchados como los de los críos, la
piel suave como la de un bebé. ¡Es que era un bebé! Eso sí, de
casi metro ochenta.
Pero aquello no había arredrado a Lorac, mientras ese
gran bebé o lo que fuera supiera de un acceso oculto al palacio
del caído en desgracia rey Akelón, le seguiría hasta los
Infiernos si fuera necesario.
Y allí estaban los cinco, un día después de haber
conocido a los Nopos, con uno de los del Consejo de Mayores
que por lo que decía el traductor conocía la ciudad mejor
incluso que los que la construyeron. Aunque los compañeros
habían medio deducido el criterio que seguía el lenguaje de los
Nopos (muy apropiado, pues todo lo hacían al revés), ni Eric
ni el resto eran capaces todavía de seguir su habla fluida y
rápida.
Lo peor de todo es que, evidentemente, estaban con
uno de los Nopos más ancianos, y sufría de incontinencia,
pues a esas edades la próstata ya no es lo que era. Cada dos
por tres se paraba a hacer sus necesidades.
- Mayor terminar en un segundo –explicó inútilmente el
traductor.
El Mayor se ocultó en una esquina, junto con un
pedazo de pan y queso. Así eran los Nopos, y cuando
necesitaban ir al baño lo hacían para comer.
Los compañeros se miraron unos a otros aburridos.
Todavía les costaba acostumbrarse a ese tipo de
peculiaridades, pero no parecía que tuvieran otra opción.
560
El Mayor regresó al poco, con aspecto de sentirse
mucho más aliviado, y dijo unas pocas palabras al traductor.
- Quedar poco para llegar a palacio -informó.
Lorac intercambió una mirada con los demás.
- Estad alertas -fue lo único que les dijo.
El resto del grupo comenzó a desenvainar las espadas,
lo cual asustó un poco a los Nopos, pero tras la emboscada que
habían sufrido nada más llegar, ya no se fiaban de nada.
Valian era la viva imagen del peligro, y los demás no le
andaban muy a la zaga.
De todas formas, Eric dudaba de que los trasgos
tuvieran conocimiento de todo el entramado de pasadizos y
corredores ocultos que salpicaban la ciudad. Si una cosa tenía
que admitir, es que sin el Nopo se habrían perdido hacía ya
mucho rato. Desde el primer momento les había llevado por
sitios por los que incluso habían pasado anteriormente, pero
que les habían pasado desapercibidos a la vista. Atravesaron
pasillos estrechos, por los que tuvieron que ir en fila ya que no
cabían de otra manera, por oscuras sendas que recorrían las
entrañas de Vaer Morag, que tuvieron que recorrer medio a
ciegas y a cuatro patas ya que no tenían más de un metro de
altura.
Finalmente habían salido a lo que parecía un corredor
más amplio y, por lo que les había mencionado el Mayor no
quedaba mucho para llegar. Llegados a ese punto quedaba
saber qué se encontrarían cuando el Nopo les condujera al
palacio real
No tenían ningún plan en concreto. De hecho, eran
conscientes de que los trasgos eran más numerosos, y aunque
Lorac les había prometido a los Nopos que les librarían de
ellos, Eric no veía cómo podrían hacerlo, cuando habían sido
derrotados nada más entran en Vaer Morag. Llegarían, verían,
y sobre la marcha decidirían, así lo había dicho Lorac, pues no
tenían tiempo para hacr más planes. A Eric no le gustaba lo
más mínimo, pero era cierto que no estaban seguros de la
suerte corrida por Jack, y el tiempo apremiaba. Todos
confiaban en que estuviera vivo -Tarken con una fe ciega que
561
incluso daba miedo-, pero Eric no estaría tranquilo hasta que
le viera.
- Allí ser -dijo de repente el traductor, después de que el bebé
le susurrara unas palabras al oído-. Tras esa puerta gran sala
de palacio real.
- Está bien -Lorac les correspondió con una cabeceo
agradecido, y levantó la espada con gesto firme.
El traductor les vio y se puso pálido.
- Tener cuidado -dijo-. Hombre-dragón casi siempre en esa
sala, intentando romper mano de esqueleto para obtener
espada mala.
- ¿Qué galimatías es ése? -frunció el ceño Karina.
- No lo sé, pero hay una espada por medio, así que lo vamos a
averiguar -Lorac dio dos pasos al frente, espada en ristre.
- Seamos prudentes, amigo mío -Valian le sujetó por el
hombro, pues Lorac parecía mucho más en tensión que de
costumbre.
Lorac esbozó una ligera sonrisa.
- Lo soy, Valian, siempre lo he sido -dijo en un susurro- pero
ha llegado la hora de la Hermandad del Hierro. ¡No nos
ocultaremos esta vez! Toda mi vida me he estado
escondiendo. ¡No lo haré más! ¡Es la hora de la batalla!
Y esta vez hasta Valian se retiró al oír las palabras de
su compañero, y Tarken asintió sabiamente. Eric sintió que se
estremecía. La hora de la Hermandad del Hierro había llegado.
Lorac sonrió al ver que cuatro espadas se alzaban prestas para
el combate en respuesta a su llamada.
Eric notó que Karina le cogía una mano, y esta vez le
devolvió el apretón. Ya no estaban en la Academia, ya no se
estaban preparando para otro juego en el Foso con el resto de
amigos del equipo de los Tejones. Ahora la batalla sería de
verdad y podría morir alguno de ellos. Miró a Karina y le
sonrió, su visión le llenó de fuerzas.
Y con esa fuerza acudió raudo y veloz a la llamada de
la guerra.
Lorac abrió ligeramente la puerta, y se quedaron de
piedra al ver que estaban ante un enorme salón, tan grande
562
como pudiera serlo el palacio real de Kirandia. Pero no
estaban a ras de suelo, sino que la puerta estaba situada a casi
tres metros de él. Fue entonces cuando los vieron.
Había sido una imprudencia exponerse de esa manera,
si la gran sala estuviera repleta de trasgos les habrían
descubierto. Por una vez habían tenido suerte, y no había sido
así.
Solo había dos personas en la sala.
Eric notó que una fría mano le agarraba el corazón al
ver a su amigo, al que había conocido hacía ya lo que parecía
una vida, ante un hombre cubierto por una armadura hecha
entera de hierro, con un monstruoso yelmo en forma de
serpiente.
- Hombre-dragón -susurró el traductor asustado, y tanto él
como el Mayor huyeron aterrorizados, pero ya daba igual.
¡Esta vez ellos no huirían!
Además, otra cosa les había llamado poderosamente la
atención.
- Venganza –musitó Lorac, y todos sus músculos estaban en
tensión- ¡Ya la tenemos!
Era cierto. Eric sintió que a partir de aquello nada
podría volver a impresionarlo en la vida. A tres decenas de
pasos de donde él se encontraba, el esqueleto del rey Akelón
sostenía aún entre sus manos -o lo que quedaba de ellas-, la
espada que le había llevado a la ruina hacía ya quinientos
años.
Pero no había tiempo para sorprenderse. Los
acontecimientos se estaban precipitando, pues el hombre-
dragón acababa de descargar un terrible golpe con su espada
sobre el esqueleto de Akelón.
Y no había sucedido absolutamente nada.
- ¡Tú conseguirás la espada de Dagnatarus para mí! -gritó el
hombre-dragón, avanzando hacia Jack empuñando su espada.
Jack retrocedió asustado.
- Ahora entiendo por qué traerías la ruina a los tuyos -dijo-
¡El ansia de poder te ha consumido! ¡Vuelve a nosotros! ¡Tú
no eres como ellos!
563
- ¡Yo estaré por encima de ellos! -rugió el hombre-dragón, y
de un puñetazo lanzó a Jack contra las escalinatas por las que
se subía al trono donde el esqueleto sonriente de Akelón les
observaba a todos- ¡Y me darás lo que quiero, chico!
¡Estaba totalmente fuera de sí! Eric miró a Lorac
alarmado.
- ¡Lorac! -dijo.
Pero Lorac no necesitó que le apremiaran. Toda su
vida había estado al servicio de la Hermandad. Desde pequeño
se había preparado para un momento como aquel. En una vida
marcada por el secretismo, viendo cómo algunos de los suyos
eran quemados por los Hijos del Sol en la hoguera,
ocultándose porque si no lo hacía él podría ser el siguiente.
Por fin su momento había llegado.
No lo desaprovecharía.
- ¡¡¡Por la Hermandad!!! -gritó.
Y sus compañeros le siguieron. Se lanzaron hacia el
vacío, en un salto de casi tres metros, y cuando cayeron al
suelo se las compusieron para levantarse en un instante con las
armas preparadas. Eran la élite de los guerreros de Mitgard.
Para eso habían sido entrenados desde pequeños. Unos más,
otros menos, pero todos compartían la misma vida.
El hombre-dragón se giró y les miró sin alarmarse en
lo más mínimo. Eric casi se imaginó que estaba sonriendo a
través del horrendo casco.
- ¡¿Creísteis que no me esperaba algo así?! -soltó una
carcajada metálica- ¡Bienvenidos a Vaer Morag, Hermandad
del Hierro!
Y entonces estalló el caos.

Jack retrocedió asustado cuando vio la locura reflejada


en los almendrados ojos de Dagmar a través de las rendijas de
su casco.
- Ahora entiendo por qué traerías la ruina a los tuyos -le
gritó. Tal vez el padre de Gerald y Coral fuera una buena
persona una vez hacía ya mucho tiempo, pero desde luego
ahora había perdido el norte completamente, y lo peor de todo
564
es que él era el destinatario de su ira- ¡El ansia de poder te ha
consumido! ¡Vuelve a nosotros! ¡Tú no eres como ellos!
- ¡Yo estaré por encima de ellos! -gritó Dagmar fuera de sí-
¡Y me darás lo que quiero, chico!
Jack tendría que habérselo esperado, pero aún así el
puñetazo que le propinó con la mano que no sostenía la espada
le cogió desprevenido, notó el sabor de la sangre en su boca.
Los Escribas le habían dicho que traería la ruina a su
pueblo y él abandonó su hogar. Fue entonces cuando debió
cambiar y convertirse en el monstruo que era ahora, sediento
de más poder. Desde luego, ese hombre era capaz de llevar la
ruina a donde fuera, pero la pregunta que quedaba era,
¿hubiese cambiado si los Escribas no le hubieran dicho nada?
Bonita paradoja, tendría que detenerse a meditarla un día de
estos.
Pero no ese día.
- ¡¡¡Por la Hermandad!!! -oyó gritar.
Se volvió y los vio. Allí estaban. Sus amigos nunca le
abandonarían, y pese a que estaba tendido en el suelo,
sangrando por la boca, sonrió.
Pero aún no habían acabado las sorpresas.
- ¡¿Creísteis que no me esperaba algo así?! -la voz de Dagmar
estaba cargada de triunfo- ¡Bienvenidos a Vaer Morag,
Hermandad del Hierro!
Trasgos. Muchos. En un segundo la sala estuvo repleta
de ellos, y de pronto sus amigos se vieron de nuevo envueltos
en el fragor del combate.
Se levantó para ir a ayudarles, pero la figura de
Dagmar se interpuso entre él y sus amigos.
- Demasiado tarde para ellos, Jack -susurró- Así les verás
morir.
Y avanzó hacia él, espada en ristre.
Jack volvió a recular atemorizado. Dagmar hacía ya
tiempo que no estaba en sus cabales, en ese momento se podía
esperar cualquier cosa. Vio a sus amigos, en medio de una
nube de enemigos. Eric y Karina luchaban hombro con
hombro, y también Tarken lo hacía con Lorac. Tarken, que le
565
había cuidado desde que era chico, que aquel día moriría al
igual que el resto de sus amigos. Tal vez a él le dejaran con
vida, hasta que Lord Variol o cualquier otro viniera a llevarle
hasta donde estuviera Dagnatarus. Lo usarían, lo utilizarían, y
cuando hubiera cumplido su propósito, se librarían de él, al
igual que harían con su hermano.
No podía dejar que ocurriera. Levantó la vista, y vio
que Valian mataba trasgos casi de tres en tres, pero no era
suficiente. Habían venido a buscarle porque eran sus amigos y
nunca le abandonarían, pero ahora iban a morir, y morirían por
él.
Siguió subiendo por la escalinata a gatas, en dirección
al trono donde el esqueleto del que fuera una vez Supremo
Rey de toda Mitgard, le esperaba allí, solo y olvidado por
todos.
- No tienes escapatoria, Jack -dijo Dagmar-. Tus amigos van a
morir. Todos. Y tú me darás lo que ansío.
Siguió subiendo. De pronto chocó contra la base del
trono, y al levantar la cabeza vio que el esqueleto de Akelón
olía a polvo. Llevaba allí muerto tanto tiempo. Jack ni siquiera
entendía cómo es que no se había desmenuzado. Tendría que
estar ya reducido a cenizas. De hecho, más sorprendente era
aún que resistiera los constantes ataques de la espada de
Dagmar. ¿Era su impresión o el esqueleto estaba casi caliente?
Entonces lo entendió. Todo este tiempo había sido así. ¿Cómo
no lo había comprendido antes?
Estaba esperándolo.
En aquel momento oyó un grito y vio que Eric, perdida
la espada, había caído, rodeado de trasgos. Estaba perdido. Por
un instante Eric giró la cabeza y a través del caos sus miradas
se encontraron. Recordó el día que le conoció, el primero que
le recibió cuando un temeroso Jack acudió al cuartel general
del equipo de los Tejones. Su amigo, su mejor amigo…
La figura de Karina -otra amiga-, se cruzó para
proteger a Eric, y el golpe destinado a matar al joven príncipe
de Kirandia la alcanzó a ella en plena cara. Karina cayó

566
envuelta en una nube de sangre. Oyó un grito desgarrado, y
tardó unos segundos en comprender que era el suyo.
Su mano derecha se cerró en torno a la empuñadura de
una espada, cuyo tacto tanto conocía. Se giró y vio que
Dagmar le miraba sorprendido, incluso un poco asustado.
Quería matar, quería destruir, quería venganza. Por
todo el mal que les habían hecho, por sus amigos, por todos
ellos, por la Hermandad del Hierro.
Por él.
Se giró y atacó al que una vez fuera rey de los elfos.

- Vete, no queremos que juegues con nosotros.


El niño retrocedió apenado, sin saber qué decir ni
hacer. Se apoyó desolado en el tronco de un árbol, mientras
veía a un corrillo de chicos como él, que en ese momento
estaban jugando a un juego muy popular. El que le había
rechazado dijo algo que debió ser muy gracioso, y los demás
rieron divertidos.
Se pasó el resto de la tarde allí sentado, solo, viendo
cómo jugaban los demás. En ningún momento se volvieron
para mirarle, nadie le propuso que se uniera a ellos.
Pasó solo todo aquel día, y allí siguió incluso cuando
los demás ya hacía tiempo que se fueron. Caía la noche
cuando se le acercó un hombre con una gran cicatriz en su
cara, y al que le faltaba el ojo derecho.
- ¿Te lo has pasado bien con tus amigos, Jack? -preguntó.
- No me han dejado jugar -contestó. Miró a su tío como
preguntándole el por qué.
Pero él no tenía respuesta. Contempló a Jack con la
tristeza reflejada en sus ojos. Finalmente sacudió la cabeza
abatido.
- No te preocupes, Jack -dijo-. Algún día te presentaré a los
que serán tus amigos de verdad. La gente como nosotros tiene
amigos muy especiales.
- No quiero ser especial -contestó el niño simplemente.
Su tío suspiró con resignación y se llevó al niño de
allí.
567
Y el niño se juró a sí mismo que algún día se vengaría
de aquellos que le habían rechazado. Sí, algún día tendría su
venganza.

Dagmar detuvo la espada de Jack a duras penas con la


suya propia. Saltaron chispas cuando las dos armas se
encontraron, y el antiguo rey elfo retrocedió unos pasos.
- ¡Eres mío! -Jack no se reconocía a sí mismo diciendo eso,
pero lo cierto es que aquellas palabras salieron de su boca, y
rugiendo se lanzó de nuevo sobre su enemigo.
Era un gran rival. Pero él era mejor. Antes Dagmar era
más fuerte que él, pero ya no. Ahora era el más fuerte de los
dos, el mejor espadachín. Le atacó con saña, y esta vez estuvo
a punto de alcanzarlo. Quería ver su sangre, quería verle sufrir.
Quería matarle.

Con terror observó el niño cómo aquellos hombres


ataban a aquel desgraciado al tronco que habían levantado,
arrojando más paja bajo sus pies. Todo el pueblo se había
reunido para ver aquello. Hasta el alcalde Otis se mostraba
pálido, aunque el niño todavía no sabía muy bien qué era lo
que iba a ocurrir.
- Que el fuego purifique sus pecados -dijo uno de ellos,
levantando una antorcha.
- Que Orión guarde tu alma, Caleb -oyó susurrar a su tío,
que estaba a su lado.
El hombre arrojó la antorcha a la paja. El fuego
comenzó a quemar al que se llamaba Caleb, que comenzó a
gritar desgarradoramente. El niño vio que muchos del pueblo
se tapaban los ojos y los oídos aterrorizados. Otros miraban
el espectáculo con curiosidad y hasta satisfacción.
- Esto es lo que nos hacen, Jack –susurró en voz baja su tío-.
Por eso luchamos contra ellos.
Caleb siguió gritando, y el niño vio que algunos de los
hombres que habían prendido la hoguera sonreían, el niño
sintió odio contra ellos, odio y venganza.

568
Dagmar hizo un rápido giro hacia la derecha pero Jack
detuvo su estocada con habilidad. Podía oler su miedo. Era
obvio que Dagmar no había esperado esto. Quería guerra,
¡pues la tendría!
De nuevo atacó por enésima vez. Durante unos
segundos danzaron como auténticos maestros de la espada,
lanzándose golpes y deteniendo múltiples estocadas. Las
espadas se movían a toda velocidad, y Jack sentía que cada
vez se hacía más fuerte. Dagmar estaba a cada instante que
pasaba más cansado, pero él era más fuerte.
Iba a ganar este combate.

Detuvo por los pelos el golpe que le lanzó Garik. ¡Si


no lo hubiera hecho, habría muerto! Entonces era verdad que
el capitán de su propio equipo había perdido la razón y quería
verle muerto. No estaba, pues, fanfarroneando, le había
tendido aquella emboscada para matarle.
Vio que Eric y Karina le miraban impotentes, sujetos
todavía por los esbirros de Garik, sin poder hacer nada. Iba a
morir sino se defendía. Y eso hizo.
Garik abrió mucho los ojos cuando Colmillo le
atravesó de parte a parte, y Jack notó la sangre de Garik
resbalando por sus dedos, empapándole entero. Había
obtenido por fin su venganza.

- Jack, escúchame -la voz de Dagmar sonaba asustada-


¡Detente y hablemos! ¡No tiene sentido que sigamos así!
Jack no le escuchó y realizó una hábil maniobra, que
Dagmar rechazó, pero que hizo que casi cayera al suelo. Se
veía derrotado, aquello era más que evidente. Jack le oía
jadear casi sin fuerzas a través del casco, la espada del rey elfo
ya no se movía con tanta velocidad como al principio.
Estaba en sus manos.
- ¡Por favor, Jack, tú no quieres hacer esto! -resolló Dagmar,
aterrorizado.
Oh, sí que quería.

569
Jack sintió que un puñal le atravesaba el corazón
cuando se enteró de la verdad. Sus padres muertos a manos
de Lord Variol, y su hermano…
Así que tenía un destino que cumplir. Dagnatarus les
quería a él y a su hermano, eran la puerta para su regreso al
poder. Y su hermano le había sido arrebatado cuando aún era
un bebé.
Todos querían utilizarlo, desde Dagnatarus hasta el
Gran Maestre Derek, pero no les dejaría, ni muchísimo
menos.
Quería vengarse de todos ellos, de todos los que le
hacían sufrir, de los que pretendían manejarlo, de todos ellos,
de todos ellos... ¡Claro que se vengaría!
Quería venganza, venganza, venganza…

Un chorro de sangre salió del cuerpo de Dagmar


cuando la espada de Jack le salió por la espalda. Por segunda
vez en su vida, las manos de Jack se mojaron de sangre
humana pese a que una vez había prometido que nunca más
volvería a hacerlo.
Que nunca más mataría a una persona.
Dagmar giró la cabeza y Jack pudo ver sus
almendrados ojos a través de las rendijas del casco, por
primera vez no tenían aquel brillo de locura. En sus últimos
momentos de vida, el que fuera rey de los elfos volvió a ser el
gran hombre que una vez fue.
Los ojos de Dagmar se quedaron fijos en los de Jack.
Su brillo se iba apagando rápidamente.
- No se lo digas a Coral -dijo.
Luego murió.
Y Jack sintió entonces que el mundo estallaba en su
cabeza.

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CAPITULO 14
Sangre y Fuego

- Ya es la hora, mi señor.
Cuando Cedric miró el semblante de Sir Belerion, uno
de los más fieles Caballeros de su padre, vio que éste aparecía
pálido y sombrío. También había sido un duro golpe para él.
Echó un último vistazo al cuerpo de su padre, que
reposaba con la tranquilidad de los muertos en la capilla
sagrada de la Torre del Crepúsculo. Tras el combate el
Supremo Rey les había permitido recoger el cadáver para que
se lo llevaran y le dieran un entierro honorable, como
correspondía al que había sido señor de Kirandia durante casi
treinta años. El propio Cedric era el que había cargado con la
mortaja en su caballo, pues no habría permitido que otro lo
hiciera. Ahora, tres días después de aquello, el cuerpo seguía
allí, y sería enterrado con todos los honores en Gálador cuando
el ejército regresara. Sería el último acto donde estaría
presente Cedric, había sido la última concesión del Supremo
Rey.
Luego, sería desterrado de Kirandia.
Por eso había peleado su padre hasta el final, para que
sus hijos fueran los legítimos señores de la tierra de los
Caballeros. Pero había perdido, lo había hecho en un combate
que ya había pasado a la historia. El Combate de los
Campeones había sido la última apuesta de su padre, pero la
perdió. Ahora ya nada podría redimir a sus hijos.
- La suerte está echada -murmuró con la mirada perdida.
Se levantó y le crujieron todos los huesos del cuerpo.
Se encontraba dolorido y en baja forma, pero el que había
luchado en los Campos del Destierro había sido su padre, no
él. Si hubiera sido al revés, era probable que ahora fuese Alric
el que contemplara el cadáver de su hijo mientras se disponía a
rendir su honor ante el Supremo Rey.

571
Pero era él el que estaba vivo, y al que le tocaba hacer
esto. Sería una ceremonia corta y breve, donde el príncipe
Cedric acudiría ante el Supremo Rey Kelson jurándole
fidelidad eterna, a él y a los Hijos del Sol. Alric había
preferido morir antes que hacer eso, y sus deseos se habían
cumplido.
Salió de la capilla al tiempo que otro trueno le hacía
estremecerse. Cerca de donde él estaba, Sir Belerion maldijo
en voz baja.
- Los dioses han maldito este día -dijo el Caballero en tono
malhumorado.
Había sido otra de las sorpresas del día, pues todos se
habían levantado y habían visto con estupor que el cielo estaba
negro. A Cedric ni siquiera le parecía que fuesen nubes
negras, más parecía que alguien hubiera pintado el cielo de ese
color esa mañana. Por doquier se oían truenos y se veían
relámpagos, pero ni una gota de lluvia les había caído encima.
- Al menos hasta el ejército de Angirad parece inquieto -
murmuró Dezra, que había acudido junto a él nada más le vio
salir de la capilla.
Cedric echó un vistazo a su alrededor, viendo muchos
soldados que murmuraban con nerviosismo, y echaban
fugaces miradas hacia el cielo. Realmente hacía un día
extraño, era mediodía pero la oscuridad cubría el cielo y se
oían truenos a los que no seguía ninguna tromba de agua. Ni
los más viejos del lugar recordaban algo así, y Cedric entendía
que hasta en el ejército de Kelson estuvieran perplejos.
Un día en consonancia con su ánimo. El día en que su
familia renunciaría al trono de Kirandia desde hacía
trescientos años. En ese tiempo los miembros de su linaje
habían sido los reyes de Kirandia, una tradición que acabaría
aquel día, en el momento en que se arrodillara ante el
Supremo rey de Angirad y de todo Mitgard y le jurara
vasallaje para toda su vida.
Muchos se habían dado cita esa mañana, aunque
resultara hasta gracioso llamar mañana a aquel cielo más
negro que el Abismo. Hasta el último de los hombres del
572
castillo se había congregado en las murallas para presenciar
aquel acto. Cedric sentía que quería estar lejos de allí, lejos de
todo aquello. Sonrió con tristeza al comprender que muy
pronto así sería.
- Valor, Cedric -Dezra le apretó la mano.
- Os deseamos suerte, príncipe Cedric -ahora eran Gerald y
Coral los que habían hablado. Los dos elfos aparecían callados
y un poco pálidos, pese a que el tema no iba con ellos. A su
lado, el agrio Vanyar mantuvo la boca cerrada.
Sir Belerion se acercó de repente al frente de un grupo
de Caballeros que habían servido a su padre. En realidad, eran
los miembros más antiguos de la Orden de Caballería, los
primeros en jurar lealtad al rey Alric cuando esté se coronó
rey, hacía ya de eso muchos años.
- Mi señor -se arrodillaron ante él-. No importa lo que diga el
Supremo Rey, para nosotros sois el verdadero rey de Kirnadia,
no aceptaremos en el trono a un enviado de los Hijos del Sol.
Solo decídnoslo y combatiremos hasta el final contra ellos.
- No -Cedric sacudió la cabeza enfurecido. ¿Cuántas veces
tendría que repetirles lo mismo?-. Cuando mi padre salió a los
Campos del Destierro a batirse en duelo, sabía que se estaba
comprometiendo a las leyes que implican este tipo de duelos.
No me deshonraré de esa manera. Ya no hay nada que hacer,
Belerion.
El Caballero agachó la cabeza abatido, y los demás
Caballeros también se retiraron avergonzados. Muchos
soldados sintieron que con ese intento se diluía la última
esperanza de que el príncipe Cedric se quedara entre ellos.
Pero Cedric nunca haría eso. Kelson les trataría
respetuosamente porque se habían acogido a las leyes del
Combate de los Campeones. Si Cedric hubiera seguido
combatiendo después de aquello, no podría esperar ninguna
piedad por parte de Kelson. Y su padre le había enseñado a ser
un hombre de honor, un hombre así jamás hubiera ignorado
las leyes del Combate de los Campeones.
- Acabemos de una vez cuanto antes -susurró en voz baja-. Va
por ti, padre. Y por ti, hermano, dondequiera que estés.
573
No necesitó ayuda, de un saltó montó en su caballo.
- Id reuniendo al ejército, Sir Belerion -ordenó al Caballero-.
En cuanto haya hecho lo que tengo que hacer, marcharemos de
vuelta a Gálador. El cuerpo de mi padre debe ser transportado
con todos los honores.
- Así será, mi rey -contestó Sir Belerion. Su rostro era una
máscara de dolor, vivo reflejo de la que debía ser la del propio
Cedric en esos momentos.
El príncipe sacudió la cabeza con pesar, y se volvió
hacia las puertas de la fortaleza, abiertas. Saldría por ahí como
rey de Kirandia, y regresaría como un paria, como un
desterrado.
- ¡Salve al rey de Kirandia! -gritó alguien.
- ¡¡¡Salve!!! -gritaron todos, y Cedric tuvo que bajar el rostro
para que no le vieran llorar.
Así fue como salió el príncipe Cedric por las puertas
abiertas de las murallas de la Torre del Crepúsculo. Una figura
solitaria a lomos de su caballo, en medio de la noche que había
sustituido al día en aquellos grises momentos para Kirandia.
Sólo cuando había recorrido más de cien metros, y las
murallas de la Torre del Crepúsculo comenzaron a quedar
detrás, tuvo ánimos para levantar la cabeza y ver lo que le
esperaba ahí delante. Allí estaban. Todo el ejército del
Supremo Reino y de los Hijos del Sol se había congregado
para recibirle, para contemplar ese momento, igual que lo
hicieran el día en que su padre fue vencido por aquel monstruo
que les miraba a todos a través de aquella armadura dorada y
terrorífica.
Vio que tanto Kelson como el Dorado estaban en
primera línea, preparados para recibirle, y ser testigos de cómo
el legítimo heredero del trono de Kirandia entregaba su poder
a un hombre ajeno a su reino. Desde esa distancia podía
observarles con detalle, pudo distinguir a Kelson mostrando
un rostro serio y solemne, muy adecuado para la ocasión.
También pudo contemplar la cruel sonrisa que lucía el
semblante del Dorado, regodeándose de anticipado placer. Ni
siquiera era capaz de contenerse ante el deleite que le producía
574
presenciar cómo el príncipe heredero del trono de Kirandia se
arrodillaba ante ellos.
Y Cedric le odió con todas sus fuerzas. Odiaba al
Dorado, y a Armeisth, la Bestia, y se prometió que a partir de
ese día dedicaría su vida a su venganza personal.
Se había jurado que algún día vería a esos dos hombres
muertos.
Sería un desterrado dentro de unos instantes, ya nada le
importaba. No tenía ni hogar ni familia, y moriría, sí, pero no
sin obtener su merecida venganza.
Un relámpago surcó el cielo cubierto de oscuridad, y
por un momento se iluminó la llanura que quedaba a espaldas
de donde estaba el ejército del Supremo Rey.
Fue suficiente para Cedric. Lo había visto.

- ¡¿Qué demonios…?! -Dezra se aferró a las almenas de la


muralla del castillo, clavando su mirada en la solitaria figura
que se había detenido de repente a mitad de camino entre los
dos ejércitos.
Coral intercambió una atónita mirada con su hermano.
¿Es que ahora el príncipe Cedric se arrepentía de su decisión?
Le había visto muy convencido, y le extrañaba aquel repentino
cambio de parecer. Y si no era así, ¿por qué había detenido a
su caballo ahí, en tierra de nadie?
- Las tropas de Kelson se están poniendo nerviosas -dijo Sir
Belerion, apretando con fuerza las manos sobre la empuñadura
de su espada. Miraba la figura de Cedric con los ojos muy
abiertos. ¿Qué era lo que estaba pasando?
Coral miró a sus alrededor, viendo que los hombres de
Kirandia también empezaban a murmurar inquietos. No podía
ser que el príncipe Cedric se hubiera arrepentido de lo que iba
a hacer en el último momento. ¿O quizás sí? ¿Les llamaría a la
lucha finalmente?
Entonces un nuevo relámpago les dejó ver lo que
Cedric había visto unos instantes antes, y el terror más
profundo invadió el corazón de la joven princesa elfa.

575
Los hombres del ejército de Kelson le contemplaban
atónitos. ¿Por qué se había parado ahí, a mitad de camino
entre un ejército y otro? ¿Qué era lo que le ocurría al príncipe
de Kirandia?
Un cuerno sonó en la distancia. Cedric supo al instante
qué era lo que significaba, y entonces lo entendió todo.
Pero ya era demasiado tarde.
El sonido de un cuerno como no había otro en el
mundo se oyó por primera vez en Mitgard desde hacía mil
años, y estalló el caos.
Los hombres del ejército del Supremo Reino se giraron
confusos, y a la luz de un nuevo relámpago lo vieron.
Miles de ojos rojos, terribles en la noche, se
aproximaban a ellos. El primer soldado de Angirad solo tuvo
tiempo de gritar antes de que se les echaran encima.
Cedric no se detuvo a ver qué ocurría, hizo dar media
vuelta a su caballo para salir al galope en dirección a la
seguridad de las murallas de la Torre del Crepúsculo. La
locura y la destrucción estaban a sus espaldas, casi podía notar
su aliento en su nuca, y en ese momento comenzaron a sonar
los cuernos de batalla.
Las puertas de las murallas le acogieron con
desesperación, y oyó gritar a Sir Belerion que las cerraran una
vez hubo pasado el príncipe.
- ¡¡¡No las cerréis!!! -gritó, haciéndose oír sobre la orgía de
destrucción que se había desatado.
- ¡Mi señor! -Sir Belerion le miró atónito. Su rostro era la
viva imagen del terror más absoluto.
- ¡¡¡Mirad!!! -gritó alguien.
Y entonces lo vieron. Miles y miles de trasgos, un
número incontable de lobos, atacaban en esos momentos la
retaguardia del ejército del Supremo Reino. Sus ojos brillaban
rojos y voraces en la noche, y los truenos no dejaban de
descargarse uno tras otro. En la distancia le pareció ver al
Supremo Rey Kelson, dando órdenes y con la espada
desenvainada. Pero no eran rivales, no para la marea negra que
se les echó encima aquel día. Ninguna fuerza en todo Mitgard
576
podría hacer frente a lo que se les vino encima a los hombres
de Angirad en aquel funesto día. Pronto el propio Kelson lo
entendió, pues a través de la maraña de muerte y destrucción,
dio una desesperada orden de retirada. Los ojos del Supremo
Rey se clavaron en las puertas abiertas de las murallas de la
Torre del Crepúsculo.
- ¡Mi señor! -el caballo de Sir Belerion se acercó
rápidamente. A su alrededor, todos los hombres del castillo
corrían de un lado a otro espantados. Vio que muchos se
habían acercado al mecanismo de cierre de las puertas, y
comenzaban a cerrarlas.
- ¡¡¡Deteneos!!! -se hizo oír el príncipe Cedric por encima del
estruendo- ¡No tienen otra escapatoria!
Se volvieron. Y lo vieron. Las tropas de Kelson huían a
la desbandada, se dirigían hacia las puertas abiertas de las
murallas de la Torre del Crepúsculo, promesa de refugio ante
la locura que había estallado en los Campos del Destierro.
- ¡Es muy arriesgado, mi señor! -Sir Belerion tenía los ojos
enloquecidos ante lo que estaban presenciando.
- ¡No condenaré a la muerte a esos hombres! -gritó Cedric, y
él mismo acudió a las puertas con la espada desenvainada,
pero sus hombres obedecieron sus órdenes. Se volvió hacia
ellos con la espada en alto- ¡Cuando hayan pasado los
hombres del ejército de Angirad, debéis cerrar las puertas con
rapidez! ¡Así que estad atentos!
Le obedecieron, tal era la fe ciega que tenían en su
señor. Cedric se volvió, y hasta él mismo dudó de su decisión
cuando vio el horror que se estaba desencadenando ante sus
ojos.
Atropelladamente huían los hombres de Kelson ante el
mar de enemigos que les atacaban. Vio a muchos hombres
caer ante las embestidas de los trasgos y lobos, criaturas de la
Oscuridad, seres de Dagnatarus, el que había desatado esa
lluvia de guerra y destrucción. Vio que los trasgos empuñaban
espadas de hierro, y que incluso los Hijos del Sol se mostraban
impotentes ante ellos.

577
- ¡Ese cuerno! -Dezra apareció a su lado, pálida como un
cadáver.
Cedric ya lo había oído cuando se inició el combate, y
no había dejado de sonar desde entonces.
- El Cuerno de Telmos -asintió Cedric.
Los soldados del ejército de Angirad comenzaron a
llegar en tropel a la seguridad de las murallas de la Torre del
Crepúsculo. Sus rostros reflejaban el horror que habían vivido.
Cedric se volvió cuando vio quién era el que acababa de entrar
ahora, rodeado de soldados y con la espada desenvainada.
- ¡Os agradezco esto, príncipe Cedric! -gritó Kelson,
contemplando cómo entraban sus últimos hombres. Los que
habían sobrevivido a lo que había pasado allí fuera- ¡Debéis
cerrar las puertas cuanto antes!
Cedric se volvió, viendo que un bosque de lanzas y
ojos crueles brillaban rojos como la sangre de los hombres de
Angirad que había sido derramada aquel día, se les acercaba.
- ¡¡¡Cerrad las puertas!!! –ordenó entonces Cedric.
Fue entonces cuando recibieron el último golpe del
destino. Las historias que se contaron tras lo que sucedió aquel
día siempre se preguntarían qué hubiera pasado si las puertas
se hubieran podido cerrar. Pero todos fueron testigos en ese
crucial momento del verdadero horror que se había desatado
sobre Mitgard.
Llegó del cielo.
Los que sobrevivieron aquel día no supieron nunca si
aquello había formado parte más de sus mentes despavoridas o
había sido real, pero hasta los más gallardos Caballeros del rey
Alric gritaron y huyeron aterrorizados cuando una criatura
alada, como nunca antes se había visto otra en esta tierra,
apareció de repente en el cielo cubierto de nubes negras sobre
ellos. ¡Y a su grupa iba un jinete! ¡Un jinete que más parecía
la Muerte en persona que venía a llevarse el alma de los
condenados antes incluso de que éstos hubieran muertos!
Soldados y Caballeros por igual se tiraron al suelo
escabulléndose como pudieron ante la visión de la criatura de
las Tinieblas. Cedric contempló horrorizado cómo el oscuro
578
ser atrapaba a varios desgraciados entre sus garras y los
lanzaba al vacío.
Y así fue como apareció en los cielos de Mitgard Lord
Drevius, el más terrible de los Señores de la Guerra de
Dagnatarus. Junto a él iba su criatura, su “gatita”, como él la
llamaba, y juntos provocaron aquel día el caos en las filas del
ejército de Kirandia.
Nadie pudo cerrar las puertas, y como una avalancha
entraron los trasgos y lobos. Al frente de todos ellos apareció
un jinete que no dejaba de tocar constantemente un cuerno
dorado. Y hasta los más valientes sintieron que estaban
perdidos cuando vieron a Lord Variol atravesar las puertas
abiertas de la Torre del Crepúsculo soplando el Cuerno de
Telmos, haciendo que los poderes de los Hijos del Sol fueran
inútiles contra el hierro que esgrimían los trasgos. A su lado
iba un gigantesco lobo blanco cuyo fiero rostro estaba surcado
por una terrible cicatriz.
Cuando Cedric vio aquello supo entonces que todo
estaba perdido, que lo único que podrían hacer era intentar
escapar. Todo a su alrededor se convirtió en un caos absoluto.
Caminó de un lado a otro desorientado viendo a varios
Caballeros de Kirandia morir bajo el ataque de un numeroso
grupo de trasgos, también a Sir Belerion, al que todavía
recordaba dándole sabios consejos cuando era pequeño, acabar
bajo las fauces de Skôll, el gran lobo blanco, único
superviviente de la última batalla frente a la Puerta Negra
hacía mil años. Vio como los normalmente letales bastones de
los Hijos del Sol, resultaban de simple madera ante el poder de
aquel que soplaba el Cuerno de Telmos. Que la Orden de los
Caballeros vuelva a ser lo que era, rezaba la inscripción. En
ese nefasto día aquel lema había sido mancillado y pervertido
en lo más hondo, ahora eran los Caballeros de Kirandia los
que morían ante los que tocaban el cuerno. Hombres de
Kirandia y de Angirad, el Supremo Reino, combatían y morían
juntos, Cedric tuvo el pensamiento fugaz de que Dagnatarus
debía de haber disfrutado mientras luchaban entre ellos.
Ahora, también morirían juntos.
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Continuó deambulando confuso, tuvo que desenvainar
su espada cuando uno de los trasgos le atacó. Le mató de un
rápido golpe. Buscó más rivales con la mirada. ¡Qué las
fuerzas de la Oscuridad supieran quién era el príncipe de
Kirandia! Había sido el mejor estudiante de la Hermandad del
Hierro, tan sólo Valian le superaba en el manejo de la espada
entre todos los que residían en la Academia. Las criaturas de
Dagnatarus no tenían ni idea de a quién se estaban
enfrentando. Moriría matando, no se podía hacer otra cosa
aquel día.
Mató a tres trasgos más, e incluso a un lobo que le
salió al paso. Al poco rato estaba cubierto de sangre, de las
numerosas heridas que le habían provocado. Cuerpos sin vida
yacían por todas partes, hombres de Kirandia, Angirad,
incluso Hijos del Sol. Muerte, muerte por todas partes.
Dondequiera que mirara su vista se tropezaba con un espanto,
hasta que se dio cuenta de algo que le llamó la atención.
Vio que la princesa Coral había quedado atrapada en
uno de los puentes de las murallas, que sobre ella se cernían
varios trasgos. Les hacía frente con valentía, pero tan solo
armada con un cuchillo. Los trasgos se reían y se mofaban de
ella, al tiempo que se relamían de anticipado placer ante la
visión de la joven elfa. El bocado más apetitoso para las
criaturas de la Oscuridad, pues los elfos siempre habían sido
los Hijos de la Luz.
Corrió hasta allí lo más rápido que pudo, y llegó antes
de que los trasgos se lanzaran sobre la princesa. Cuando
estuvo ante ellos, los trasgos se asustaron por un momento,
pero luego se rieron y se burlaron al ver que era sólo uno el
que les desafiaba. No tendrían problemas en acabar con él,
pues ellos eran cinco.
Tres murieron tras el primer ataque, y otro al poco rato.
El último optó por lanzarse al vacío desde las murallas de la
Torre del Crepúsculo antes que enfrentarse a aquel hombre
cubierto de sangre y que combatía como si fuera un demonio,
armado con esa espada de hierro que brillaba como la luna.
Cuando hubo acabado, Cedric cayó de rodillas jadeando por el
580
esfuerzo realizado. Sentía que iba a explotar de un momento a
otro, pero le daba igual, mejor morir acabando con tu enemigo
que a causa del miedo, eso solía decirle su padre. Ahora su
padre estaba muerto, y seguramente él no tardaría en hacerle
compañía.
- Tenemos que salir de aquí, príncipe Cedric -Coral estaba
asustada, pero tampoco se había dejado llevar por el pánico.
Cedric tuvo que admitir que le sorprendió la actitud de la elfa.
Hasta el momento la había considerado una chica caprichosa,
pero se daba cuenta que era algo más. Solo así se explicaba
que fuera ella misma la que ayudase a incorporarse al príncipe
de Kirandia, manchando su vestido de sangre.
- Mi hermano y algunos más dicen que hay una salida por la
parte trasera del castillo -informó rápidamente Coral-. Han
encontrado al Supremo Rey y se han unido a él, pero yo me
separé del grupo. ¡Hay que salir de aquí!
Esta vez su voz si tenía una última nota de pánico, y
Cedric se levantó para acompañarla.
- Vayamos entonces –asintió.
No les dio tiempo. De los cielos bajó la criatura, y
cuando la tuvieron más cerca pudieron ver sus coriáceas alas,
como las de un gigantesco murciélago, y sus fauces surcadas
de una hilera de enormes colmillos. Coral gritó de puro terror,
y hasta Cedric tuvo que reconocer que le abandonó el aplomo
cuando tuvo ante sí a ese ser salido de los Infiernos.
De su lomo descendió una negra figura. Llevaba su
rostro oculto por una capucha, y en sus manos portaba dos
espadas de negro hierro. Ante el príncipe de Kirandia y la
princesa de Var Alon se plantó aquel ominoso ente, y ambos
se sorprendieron cuando habló, pues no podía esperarse de
semejante ser que bajo esos oscuros ropajes saliera una voz
humana.
- No tienes por qué morir hoy, príncipe de Kirandia, pues es a
ella a quién vengo buscando -dijo, con una voz suave que
contrastaba con su tétrico aspecto-. Apártate, y deja que me
lleve a la elfa.

581
- ¿Quién eres tú, que me pides tal cosa? -preguntó Cedric,
obligándose a permanecer donde estaba, sin retroceder un
ápice.
- Soy Lord Drevius, Señor de la Guerra y sólo respondo ante
Dagnatarus. Dame a la elfa.
Cedric le miró fríamente, y en aquella oscura hora su
coraje fue un faro que se abrió paso en medio de la oscuridad.
- Tendrás que matarme para llevártela -respondió. Detrás de
él, Coral era incapaz de moverse, todo valor disipado ante la
visión del Señor de la Guerra y su alada criatura.
Lord Drevius alzó sus dos espadas, del hierro más
negro que se había forjado jamás sobre Mitgard.
- Que Tormento y Pesadilla prueben la sangre del heredero
del trono de Kirandia -dijo-. Ven a bailar conmigo, y aprende
el poder de Dagnatarus.
- Encantado –respondió Cedric, desenvainando su espada.
Tuvo lugar entonces el mayor combate a espada sobre
el suelo de Mitgard desde que una vez hacía mil años el propio
Dagnatarus y el Supremo Rey Girión lucharan ante la Puerta
Negra. El combate allá abajo pareció perder intensidad para
presenciar lo que estaba sucediendo, e incluso Lord Variol
separó el Cuerno de Telmos de sus labios por unos instantes
para deleitarse ante aquel espectáculo. Así combatieron el
príncipe de Kirandia y Lord Drevius, en el puente sobre las
murallas de la Torre del Crepúsculo.
Cedric combatió como nunca lo había hecho, pero
desde el primer momento se percató de la verdadera naturaleza
de Lord Drevius, del que decían que nadie podía derrotarle.
Había conocido la forma de pelear de Armeisth, brutal y feroz,
la de Valian, que se movía como un maestro, incluso conocía
la suya propia, hábil y llena de recursos, pero aquel día que se
había convertido en noche supo quién era la mejor espada
sobre Mitgard.
Como centellas se movían las dos espadas de Lord
Drevius. Durante unos momentos Cedric bastante tuvo con
detener sus ataques. Combatían sobre el puente de piedra, a
casi cincuenta metros del suelo, y en un espacio muy reducido,
582
de apenas tres pasos de anchura. Detrás suya, Coral esperaba
el resultado del combate, donde se decidiría su suerte.
Y ésta no tardó en decantarse del lado del Señor de la
Guerra. Ocurrió que Cedric no pudo parar la siguiente
embestida de su enemigo, y con su espada Pesadilla cercenó
limpiamente la mano del heredero del trono de Kirandia. ¡La
mano que sostenía la espada! Mano y espada cayeron al vacío,
y un rugido de dolor atravesó el corazón del príncipe mutilado,
quien cayó al suelo sujetándose el muñón sanguinolento.
- Voy a dejarte con vida, príncipe de Kirandia, pues nunca
antes nadie me había proporcionado un combate semejante -
oyó Cedric a través de una neblina de dolor, y se volvió hacia
Coral-. Tú vendrás conmigo. Que los elfos queden a un lado si
quieren volver a ver a su princesa con vida.
Coral estaba tan asustada que no ofreció resistencia
cuando Lord Drevius la cargó como a un fardo, subiéndola
con él sobre su bestia de los aires.
- Adiós, príncipe de Kirandia, nunca más vuelvas a cruzarte
en mi camino, o no seré tan benevolente.
Y la criatura alada se elevó por los aires, llevándose al
Señor de la Guerra y la princesa Coral, quien en el último
momento pareció recobrar parte de su coraje perdido y gritó
pidiendo ayuda. Pero ya era todo inútil, la Sombra se perdió en
la negrura del cielo de Kirandia.
Ajeno a todo eso, Cedric gritó de dolor y lloró por fin,
al tiempo que se aferraba el muñón y sentía que la vida se le
escapaba por él. Por un momento vio lo que estaba sucediendo
en el patio de la Torre del Crepúsculo, lo más parecido que
podía haber a un Infierno sobre la Tierra. Pudo levantar
débilmente la cabeza cuando escuchó unas risas cerca suya,
viendo que dos trasgos se le acercaban ansiosos y babeantes,
riendo y disfrutando al ver lo indefenso que estaba en esos
momentos. Sobre él se cernieron los trasgos, dispuestos a
acabar de una vez con todas con su sufrimiento, y en aquella
última y crucial hora, Cedric encontró la paz.
“Padre, me reúno contigo”, se dijo interiormente. Su
último pensamiento fue para su hermano, al que le deseó toda
583
la dicha del mundo, en una época en que las tinieblas parecían
cubrir el mundo.
Una gigantesca maza dorada acabó con la vida del
primer trasgo. El otro se volvió solo para recibir la misma
suerte, y cayó al suelo muerto, con la cabeza destrozada, sin
proferir ni un solo grito.
Aturdido, Cedric se volvió arrastrándose por el suelo, y
pudo ver una figura dorada que se cernía ante él.
- Salgamos de aquí, rey de Kirandia -dijo aquel dorado ser,
tendiéndole una mano-. No os preocupéis. Yo os cargaré.
Cedric perdió el sentido justo después de reconocer a
aquel hombre, y acordarse de que debía odiarle.

- Se está despertando, mi señor -dijo una voz.


- Gracias a los dioses -respondió otra, claramente aliviada.
Cedric abrió los ojos y notó que tenía fuego en la mano
derecha. Se volvió y vomitó todo lo que tenía, lo cual le alivió
bastante. Seguidamente, intentó agarrarse la mano pero
alguien le detuvo.
- No debes hacerlo, Cedric -¿Era Dezra quien le hablaba?-.
Hemos podido hacerte una cura provisional, pero por el
momento nada más.
Dezra le miraba, observó heridas en su rostro, que
estaba muy cerca del suyo. ¿Dónde estaba? ¿Por qué había
tanta gente en torno a él? Oía lamentos y sollozos por todas
partes. ¿Dónde demonios estaba?
- Tranquilizaos, príncipe Cedric -cerca suya también estaba
uno de los Hijos del Sol-. Soy el general Justarius -dijo,
viendo que no le reconocía-. Estamos ya salvo.
- Hemos salido de ahí, Cedric -aclaró Dezra, pasándole la
mano suavemente por el rostro-. Combatiste contra ese
monstruo de negro, y te desmayaste.
- Afortunadamente Armeisth pudo salvaros a tiempo –
intervino otra voz. Pudo girar la cabeza, y vio con sorpresa
que el rey Kelson también estaba a su lado, cubierto casi por
completo de sangre. Incluso el Supremo Rey de Mitgard había

584
sufrido heridas en aquel Infierno en el que se habían visto
envueltos.
Y a su lado descubrió una gigantesca figura. Su
armadura aparecía ahora ajada y llena de sangre por
numerosos sitios, muy distinta a como la había visto el día en
que acabó con la vida de su padre.
- No me odiéis, príncipe Cedric -Armeisth se había quitado el
enorme casco, y Cedric pudo ver un rostro humano igual que
el de cualquier otro-. Hice lo que hice porque era mi deber, así
como os he salvado la vida ahora. No tengo nada contra vos, y
me alegro de veros con vida.
Cedric no pudo replicarle, de lo confuso que se sentía.
Giró la cabeza de nuevo y entonces contempló el dantesco
espectáculo.
La Torre del Crepúsculo envuelta en llamas.
Estaban lejos, pero incluso desde esa distancia podía
distinguir numerosas formas oscuras bailando en torno a las
llamas de la caída torre. Miró a su alrededor, y observó a
muchos hombres, la mayoría heridos, de Angirad, Kirandia o
incluso Hijos del Sol, que se ayudaban los unos a los otros,
pues todos habían sido víctimas de aquella carnicería.
- Mi hermana -susurró una voz hueca a su izquierda. Era
Gerald. El príncipe elfo tenía la vista completamente
desorientada - Ese…, ese monstruo se la llevó. Se la llevó.
- Hice lo que pude -murmuró Cedric.
- Nadie os culpa -dijo Kelson. El Supremo Rey tenía
igualmente la mirada perdida, clavada en aquel fuego que
brillaba en la distancia, de donde habían escapado
milagrosamente-. Si hay algún culpable en todo esto soy yo…
-cayó de rodillas y se cubrió el rostro con las manos- ¡Oh,
dioses! ¡¿Alric, qué he hecho?!-
Nadie le respondió. Nadie era capaz de atreverse a
decir nada. Cedric descubrió al Dorado, casi oculto tras el
gigantesco Armeisth. Ya no parecía tan satisfecho de sí
mismo. Cedric no sabía lo que estaría pasando en aquellos
momentos por su cabeza, pero estaba seguro de que, al igual

585
que todos, había visto a Lord Variol entrando a caballo
mientras soplaba el Cuerno de Telmos.
- ¡Mirad! -dijo alguien en ese momento.
Todos se volvieron, y vieron que un nuevo blasón
ondeaba en lo más alto de la Torre del Crepúsculo,
distinguible incluso desde esa distancia. Una espada en un mar
de sangre grabado en él. Supo lo que significaba pese a que no
lo había visto nunca antes.
- El emblema de Dagnatarus –gimió en voz baja.
Dezra sacudió la cabeza con lágrimas en los ojos,
abrazando con fuerza a Cedric.
- Que los dioses nos den fuerzas para hacer frente a lo que nos
espera a partir de ahora -susurró en voz baja.
Todos la oyeron, pero nadie fue capaz de responderle.
Un trueno resonó en la distancia, en aquella noche eterna que
había ocultado la luz del día. Desde ahí se podían oír las
crueles carcajadas provenientes de la Torre del Crepúsculo.
En un día a sangre y fuego, la noche sustituyó al día en
los cielos de todo Mitgard.
En un día a sangre y fuego, los ejércitos del Supremo
Reino y de Kirandia, junto con los Hijos del Sol, fueron
masacrados y la sombra de la guerra se hizo presente una vez
más.
La insignia de Dagnatarus fue izada mil años después,
y el mundo cambió para siempre.

586
EPILOGO
Transformación

Fue abriendo los ojos poco a poco. En un principio


sólo distinguió formas difusas, hasta que al rato ya logró ver
con claridad lo que le rodeaba. Se encontraba en una playa, y
cuando se giró pudo ver que estaba cerca de la orilla de lo que
posiblemente fuese un gigantesco lago, cuyas aguas aparecían
muy revueltas. Aún se encontraba algo confuso, había tenido
uno sueños muy extraños en los que había oído a Coral gritar
pidiendo ayuda. No sabía por qué pero el sueño le había
parecido muy real.
- Estás despierto, Jack -dijo una voz aliviada.
Tarken estaba a su lado, como siempre, y esbozó una
ligera sonrisa al verle.
- He vuelto de muy lejos -sonrió débilmente el propio Jack-.
No recuerdo muy bien qué me pasó -Lorac se acercó también,
y Valian asintió con la cabeza al verle despierto, hasta se
permitió sonreír ligeramente. No les veía con mucha claridad,
pues era de noche. De hecho, el cielo estaba oscuro y sin
estrellas, ni siquiera ser veía la luna.
- Así es -asintió Lorac con gravedad-. Lo has pasado mal,
Jack, pero lo conseguimos. Estamos ahora en un pequeño
refugio a orillas del lago de Plata.
Lorac señaló un bulto que había apoyado cerca suya, y
que tenía forma alargada. Estaba enrollado en unas mantas,
pero Jack supo enseguida lo que era, y entonces lo recordó.
- ¡Oh, dioses! -se echó las manos a la cabeza.
- No te preocupes, Jack, lo lograste -Tarken malinterpretó su
reacción-. Acabaste con el hombre de Dagnatarus en Vaer
Morag, y recuperaste a Venganza.
Ellos no lo sabían. ¿Cómo lo iban a saber? Pero ahora
lo recordaba todo. Oh, sí, claro que se acordaba.
Había matado al padre de Coral.

587
“No se lo digas a Coral”, habían sido sus últimas
palabras, y lo cierto es que si lo hacía, la elfa pasaría de sentir
cierta antipatía por él a odiarle con toda su alma. ¿Cómo
podría decirle nunca que había acabado con la vida de su
padre?
Sus ojos se quedaron fijos en el objeto que tanta
desgracia le había traído. Incluso desde donde estaba, sentía
que la espada le llamaba. De nuevo había probado el sabor de
la sangre, tras tanto tiempo abandonada por todos, y ahora
quería más.
- ¿Cómo te hiciste con la espada? -preguntó Lorac intrigado-.
Vimos que el hombre-dragón, como lo llamaban los Nopos, no
pudo romper la mano del rey muerto que sujetaba la espada.
¿Cómo lo conseguiste tú?
- Él…, él me la dio -sacudió la cabeza, agobiado por todas las
cosas que le habían pasado-. No sé más.
- Dejadle tranquilo -Tarken echó una airada mirada a Lorac-.
Ya ha sufrido bastante. Dejemos que descanse al menos un
poco, no podremos hacerlo más adelante.
Algo en el tono de Tarken hizo que Jack lograra
olvidar por unos momentos todo lo que había sucedido en
Vaer Morag.
- ¿Qué ocurre? -inquirió.
- ¿No lo ves? -Tarken le miró sombríamente-. Es mediodía
ahora mismo, Jack -agregó, alzando la vista hacia la oscuridad
que les rodeaba.
Jack levantó la mirada igualmente, y pudo ver que
tenía razón. ¡Aquella no era una noche natural! ¡¿Qué estaba
pasando entonces?!
Tarken frunció el ceño, con lo que la cicatriz de su cara
se acentuó aún más. Un recuerdo de Lord Variol, la noche en
que el Señor de la Guerra mató a sus padres y se llevó a su
hermano Jasón. ¿Por qué no había sido él el que estuviera en
Vaer Morag y no Dagmar?
- La oscuridad cubre el mundo, Jack -dijo en un susurro-.
Valian dice que algo malo ha ocurrido en Kirandia.

588
Jack buscó con la mirada al antiguo príncipe de los
Irdas, pero éste sacudió la cabeza.
- No lo sé con seguridad, pero siento una gran inquietud –
confirmó Valian. Su rostro era una máscara de granito
impenetrable, siempre había sido así-. Algo me dice que la
guerra ha comenzado.
Un trueno retumbó en la distancia. Nadie dijo nada,
nadie se atrevía a decir nada. Jack sintió entonces que echaba
algo en falta.
- ¿Dónde están Eric y Karina? -preguntó.
Los demás intercambiaron miradas preocupadas. Jack
notó enseguida que algo malo pasaba, y el corazón se le
aceleró. Entonces recordó de nuevo la sala del trono del
palacio real de Vaer Morag, a Karina cayendo en un charco de
sangre. Sintió de pronto un cuchillo helado atravesándole las
entrañas.
- ¡Oh, dioses, no…! -Lorac le señaló algo.
- No se ha separado de ella desde que todo ocurrió hace tres
días -dijo con tristeza-. Los Nopos han conseguido
estabilizarla, pero no saben si vivirá o no. Puede que no sepan
hacer mucho más, pero los Nopos son unos buenos sanadores.
Estaban agradecidos, pues los trasgos abandonaron Vaer
Morag en cuanto vieron caer a su líder, lo cual nos salvó
también a nosotros. Yo…, tiene la cara destrozada, Jack.
- Pobre chica -fue lo único que pudo decir Tarken, siguiendo
la mirada de Lorac.
Hacia allí se volvió Jack, viendo a Eric -que parecía
mucho más viejo de lo que recordaba-, sentado junto a un
cuerpo envuelto en una manta hasta el cuello. Eric no había
dicho nada y a Jack le había pasado desapercibida su
presencia. Entonces levantó la mirada, y sus ojos se clavaron
en los de Jack. Tenía profundas ojeras, parecía realmente
haber envejecido treinta años.
Numerosas imágenes pasaron por la mente de Jack en
esos instantes. En todas aparecían Eric y Karina sonrientes y
felices. Jack sintió pena por ellos, por cómo les había tratado
el destino. Lejos quedaban ya aquellos maravillosos meses los
589
tres juntos en la Academia. Parecían haber pasado siglos de
aquello, y la vida había sido cruel con sus dos amigos.
Pero si Eric era una sombra de lo que una vez había
sido, mucho peor era la suerte que le había tocado a Karina,
quien yacía en una manta que la cubría hasta el cuello. Una
multitud de vendas sanguinolentas le ocultaban el rostro, y
permanecía ahí inmóvil, respirando tan débilmente que casi
parecía que no lo hacía.
- Ha quedado destrozada, Jack -dijo en esos momentos Eric
con una voz ronca que nunca le había escuchado-. Ni…, ni
siquiera saben si vivirá.
Se cubrió el rostro con las manos y se echó a llorar.
Jack sintió que una garra helada le aferraba el cuello. ¡Karina!
¡Su amiga! ¡Su mejor amiga! Quería gritar, quería sollozar,
pero no le quedaban fuerzas ni para eso.
- Ojalá me hubiera pasado a mí -murmuró Eric con voz hueca,
la mirada perdida en el vacío.
Los demás intercambiaron miradas preocupadas, y
Jack notó que algo más estaba ocurriendo.
-¡¿Qué?! -gritó, perdiendo el control- ¡¿Qué más ha pasado?!
Ni Lorac ni Tarken supieron cómo reaccionar, Eric
seguía sollozando sobre el cuerpo inmóvil de Karina, ajeno a
todo lo que le rodeaba. Entonces Valian cogió un objeto y se
lo tendió sin decir más a Jack. Era un espejo.
Jack se miró en él.
- No…, no sabemos qué es lo que te ha ocurrido, Jack -
Tarken estaba asustado y miraba al que durante dieciséis años
había sido su sobrino, con desesperación- pero…, de alguna
forma Venganza ha dejado su huella en ti, aunque no sabemos
hasta qué punto eso te afectará.
- ¡Qué el dios Orión nos ayude a todos! -susurró Lorac
cuando Jack descubrió lo que le había pasado.
Sus cabellos. Blancos. Blancos como la nieve. Iguales
a los de Lord Variol, iguales que los del Señor de la Guerra.
Miró a Venganza, y se preguntó qué le había hecho la
espada de Dagnatarus.
Luego tiró el espejo y gritó de terror.
590
(Fin del Libro I de la Bilogía “La Hermandad del Hierro”)

591
592
PERSONAJES

En el valle de Asu
Corbin: padre de Jack, descendiente de Dagnatarus.
Elorien: madre de Jack.

En La Academia
Derek: Gran Maestre de la Hermandad del Hierro.
Lorac: Maestro de Armas de la Hermandad del Hierro.
Michael: miembro de la Hermandad.
Garik: capitán del equipo de Los Tejones.
Eric: príncipe de Kirandia, hijo menor del rey Alric.
Cedric: heredero al trono de Kirandia.
Karina: miembro de los Tejones, natural de Eregión.
Honkar: miembro de los Tejones.
Menesk: miembro de los Tejones.
Trevor: miembro de los Tejones.
Ajax (el coloso de Galdor): capitán del equipo de los
Toros.
Kerion: miembro de la Hermandad.

En Vadoverde
Jack: hijo de Corbin y Elorien, descendiente de
Dagnatarus.
Otis: alcalde de la ciudad.
Tarken: Tío de Jack.

593
Caleb: miembro de la Hermandad, quemado por los Hijos
del Sol.

Los poderes
Orión: dios del hierro y de los cielos.
Tror: dios de los Hijos del Sol.
Nebula: silfo y Guardián del Gran Bosque.
Gwaeron: dios del bosque.
Señora de Azul: espíritu del bosque.

Del pasado
Girión: Supremo Rey durante las Guerras de Hierro.
Lorelai: amante de Dagnatarus.
Uriel: rey de los Irdas.
Galamiel: su hermano menor.
Telmos: rey de Kirandia durante las Guerras de Hierro.
Arkonis: líder bárbaro durante las Guerras de Hierro, que
instauró la Ley de La Llanura.
Andrómeda: mujer de Arkonis.
Akelón: Supremo Rey y Señor de la antigua ciudad de
Cecania.
Alexandra: Archimaga que organizó la expedición a
Darkun para buscar la espada Venganza.
Euron Mano de Hierro: rey de Eregion durante la Guerra
de las Aguas.
Sir Lancel: antiguo caballero a las órdenes del Supremo
Rey.

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Kirandia
Sir Belerion: Caballero de confianza del rey Alric.
Alric: rey de Kirandia.

Las Torres Arcanas


Mentor: Archimago de las Torres Arcanas.
Theros: miembro del Consejo de Magos.
Dezra: miembro del Consejo de Magos.

En La Llanura
Celina: jefa de la tribu del Viento.
Trok: jefe de cacería de la tribu del Viento.
Perk: Hijo de Trok y Celina, uno de los Desterrados.
Cular: Anciano, líder de los Desterrados en Erebor.

En Var Alon
Esmeralda: reina de los elfos.
Dagmar: rey de los elfos, exiliado por los Escribas.
Coral: princesa de los elfos, hija de ambos.
Gerald: su hermano mayor.
Vanyar: un noble elfo que les acompaña.
Evor: uno de los Escribas.

595
La Torre Blanca
Galior: el Dorado, líder de los Hijos del Sol.
Justarius: su lugarteniente.

Angirad (el Supremo Reino)


Kelson: Supremo Rey de Angirad y Señor de toda
Mitgard.
Armeisth (La Bestia): campeón del Supremo Rey.
Eral: conde de Thule.

La Oscuridad
Dagnatarus: antiguo miembro del Consejo de Magos,
creador del hierro y autoinmolado durante la Última
Batalla frente a la Puerta Negra.
Lord Variol: Señor de la Guerra a su servicio.
Lord Drevius: Señor de la Guerra a su servicio.
Skôll: Señor de los Lobos.

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HISTORIA DE MITGARD
El calendario de Mitgard tiene como referencia el día en que
los primeros hombres, también llamados los Valondar, fueron
recibidos en las playas de Mitgard por los elfos. Ese día fue
llamado el día del Desembarco, por lo que todas las fechas son
establecidas Después del Desembarco (DD):

198 AD: El silfo Nebula es nombrado Guardián del Gran


Bosque por Gwaeron.
007 AD: La Ruina de los Valondar.
201 DD: Dagnatarus y Lorelai se conocen.
205 DD: Dagnatarus descubre el hierro.
208 DD: Dagnatarus crea a Venganza.
208 DD: Masacre del Consejo de Magos. Comienzo de las
Guerras de Hierro.
213 DD: Maldición de los Uruni.
227 DD: Fin de las Guerras de Hierro. Dagnatarus se
autoinmola sobre Gar Mordeth y arrasa el campo
de batalla en la Última Batalla frente a la Puerta Negra.
231 DD: Se instaura la Prohibición.
234 DD: Arkonis crea la Ley de La Llanura.
236 DD: Aparecen los primeros Hijos del Sol.
242 DD: Telmos recibe del dios Orión su cuerno.
245 DD: Telmos cae en una emboscada de los Hijos del
Sol. El Cuerno de Telmos se pierde.
253 DD: Sir Ragnar funda la Hermanad del Hierro.
761 DD: Guerra de las Aguas entre Angirad y Eregion.
776 DD: Caída de Cecania.
1149 DD: Destrucción del pueblo de los Irdas.
1184 DD: Nacen Jack y Jason.

NOTA DEL AUTOR: Solo están reflejados los hechos históricos más
relevantes que tengan relación directa con la historia narrada.

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