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Formación para nuestro servicio como comunión y participación desde la perspectiva de

los consejos evangélicos

“No he venido a ser servido sino ha servir” (Mc 10,45)

1. Marco doctrinal

Si hay una dimensión que haya trascendido tanto a nivel humano como a nivel bíblico es el
sentido del servicio. Podríamos decir que para eso hemos sido llamados: para servir. Si
quisiéramos hacer una síntesis al estilo de Jesús, sobre la Palabra de Dios, podríamos agregar
que además del amor, la santa Palabra se resume en servicio, servir a Dios y a los hermanos.
La mejor ilustración que podemos encontrar en el Antiguo Testamento es aquella narrada por
Isaías en la figura del siervo sufriente1. Si pudiéramos además agregar algo nuevo a la
consabida respuesta que Jesús dio a Pilato a propósito del objeto de su misión, sin correr el
riesgo de tergiversar el sagrado mensaje, sería el servicio, así: “para esto he venido al mundo
para servir y dar testimonio de la verdad” ( Cf. Jn 18, 37). San Pablo en el cántico de los
Filipenses2 expresa esto mismo bajo el signo de la obediencia como también ya lo dejaba ver
el profeta Isaías en el cántico arriba mencionado del siervo sufriente. Los teólogos modernos
han querido prestar atención a esta dimensión del servicio en lo que han llamado la kénosis.
Esta no es otra cosa que la contemplación del misterio de la encarnación: Jesús se ha
despojado de su condición divina para ponerse al servicio de los pobres y del Reino de Dios.

Siguiendo este marco doctrinal para avanzar en nuestra reflexión nos podemos preguntar ¿qué
tipo de servicio nos pide Dios a través de la misión que la Congregación nos ha
encomendado? La respuesta debe ser el resultado de la oración y de la obediencia evangélica.
“Que no se haga mi voluntad sino la tuya3”, decía Jesús cuando tuvo la tentación de desistir de
su misión redentora sobre la cruz. La obediencia fiel y confiada nace de una experiencia viva
con el Padre en la oración.
Hoy se nos pide que reflexionemos sobre el servicio de formadores en la comunión y en la
participación a la luz de los consejos evangélicos. Considero que este servicio no es sólo
deber de los formadores sino también de los formandos y de la Iglesia. No se entiende una
comunidad eclesial fuera de una comunión y de una participación plena y real en su función
1 Is 42,1; Is 49,1; Is 50, 4; Is 52, 13
2 Fil 2, 6ss)
3 Mt 26,42

1
de miembro activo en el cuerpo místico de Cristo. En la Biblia esta es la expresión más
genuina de la primera comunidad eclesial, como lo expresa el libro de los hechos de los
apóstoles en sus primeros capítulos: “a diario acudían al templo fielmente e íntimamente
unidos; en sus casas partían el pan y compartían la comida con alegría y sencillez sincera”
(He 2,46)
Este acontecimiento sucede en un momento importantísimo de la iglesia primitiva. Después
de la muerte de Jesús todos sus simpatizantes se dispersaron; unos por miedo, otros por
decepción (Cf Emaús) y otros inclusive por pena (Cf Pedro). Pero Jesús se presenta en medio
de ellos para darles sus últimas recomendaciones. Les promete el Espíritu y se aleja de una
vez por todas. Esta vez los discípulos y algunos simpatizantes de Jesús se encierran
nuevamente pero ahora lo hacen en comunidad, una comunidad orante (He 1, 13-14). Es en la
oración común cuando el Espíritu de la promesa desciende sobre ellos produciendo como
primer fruto la unidad de la Iglesia incipiente. No una unidad aparente, como un grupo de
personas que se reúnen a ver un espectáculo tal como hubiera podido parecer en el momento
de la ascensión (Cf Hec 1,10) o en la Pentecostés misma ( Cf Hec 2,3), sino una unidad
verdadera. Una unidad que se construye en la casa del Señor (la Iglesia)pero que se prolonga
en la casa de cada uno, en nuestras comunidades locales. Y es que los consejos evangélicos
son nuestro apellido. Son ellos los que hacen de nosotros una familia y deben contribuir a
que vivamos como familia, en otras palabras “como hermanos que se quieren bien”. Esta
unidad de la que hablamos esta fundamentada según los mismos deseos de San Vicente en la
imagen trinitaria.

El hacer comunidad no es algo facultativo en nuestro instituto, es nuestra razón de ser. No se


puede entender un cohermano que viva solo, que le guste la soledad. Una verdadera
comunidad debe estar unida por la fe, la oración y la fracción del pan conjugada con una
verdadera relación fraternal, que en nuestro caso esta íntimamente ligada a nuestros votos; por
eso decía que ellos son definitivamente nuestro apellido, lo que nos identifica. Recordemos
que no se trata de uniformar sino de crear comunidad a partir de lo que somos, nuestras
singularidades, nuestras diferencias.
“Los discípulos de Jesús están llamados a vivir en comunión con el Padre (1 Jn 1, 3) y con su
Hijo muerto y resucitado, en “la comunión en el Espíritu Santo” (2 Cor 13, 13). El misterio de
la Trinidad es la fuente, el modelo y la meta del misterio de la Iglesia: “un pueblo reunido por
la unidad del Padre del Hijo y del Espíritu Santo”, llamada en Cristo “como un sacramento, o
signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”. La

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comunión de los fieles y de las Iglesias Particulares en el Pueblo de Dios se sustenta en la
comunión con la Trinidad (DA 155)

a. Iglesia: Pueblo de Dios


Decir que la Iglesia es el pueblo de Dios no atañe solamente su propia naturaleza sino ante
todo su manera de ser y de existir. La comunidad se construye realmente cuando sus
miembros sean capaces de confesar juntos el mismo bautismo que nos reclama de la misma
sangre de Cristo. Esto implica que cada uno de nosotros sea realmente actor dentro de su
comunidad. En una comunidad como la nuestra, según dicen nuestras constituciones, cada
uno de sus miembros se esfuerza por cumplir el mismo fin: “la santificación personal y la de
cada uno de sus miembros”.
Tomar consciencia de ello implica que la corresponsabilidad, la igualdad, la solidaridad y la
caridad entre nosotros no son solo adornos sino que son la esencia misma del carisma
vicentino. Hoy más que nunca se nos pide dar testimonio real que lo que exigimos desde
nuestros púlpitos. San Vicente quiso presentar las reglas a la compañía cuando estaba seguro
que ellas se podían vivir; ellas son fruto de la experiencia personal de nuestro santo. San
Vicente no quería que lo tuviesen a él por modelo, pues él consideraba a justa razón, que
nuestro modelo es Cristo que nos ha llamado a participar de su sacerdocio para anunciar a los
pobres la buena Nueva, a los ciegos la vista, la libertad a los cautivos y aliviar los corazones
afligidos (Cf Lc 4,16-18).

b. Iglesia: Cuerpo de Cristo


Con el pueblo de Dios nosotros también somos llamados a formar el cuerpo místico de Cristo
pero en calidad de cabeza. Tomar consciencia de ello nos debe hacer reflexionar seriamente
sobre nuestra santidad, ofreciendo nuestro ser como sacrificio in persona Christi. Esta
convicción también debería fundar nuestra fraternidad. Una firme exigencia fraterna pero
decidida para guiar y orientar a todos por el camino que lleva a la santidad. Esta tarea no es un
anexo a nuestra misión , realmente hace parte de nuestra esencia: “santos y sabios sacerdotes”
repetía nuestro fundador. Nuestra comunidad no es una simple reunión de creyentes, es la
representación real del cuerpo de Cristo-cabeza.

c. Iglesia: Templo del Espíritu


Confesar que la Iglesia es el templo del Espíritu es reconocer que el Espíritu Santo es la
fuente misma donde nace la comunidad. Seria también confesar y reconocer que los dones del

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Espíritu se ofrecen a nosotros en el seno de la comunidad. Esto lleva implícito una capacidad
de escucha mutua, de comprensión y de caridad. Además, el espíritu tiene la particularidad de
no dejarse encerrar en nada, así cada miembro esta invitado a no dejarse absorber por su
comunidad; cada uno debe sentirse libre, amado y respetado en su diferencia para que pueda
ejercer su misión de una manera libre, generosa y responsable. “Esta libertad evangélica lleva
consigo un gozo profundo. Gozo en el convivir con los pobres, gozo en servir a los seres
humanos con los que el Señor nos pone en relación, gozo en aprender a compartir de manera
nueva, no desde nuestra riqueza sino desde nuestra pobreza. Pero por encima de todo, gozo de
sentir que caminamos con el Espíritu del Señor, y de tener experiencia de los frutos del
Espíritu: caridad, alegría, paz, perseverancia paciente, generosidad, bondad y mortificación
(Gal 5,22ss)4”. Los múltiples dones del espíritu traducido en la diferencia de cada uno de los
miembros de la comunidad debe enriquecerla, fortalecerla y hacerla crecer siempre en función
del bien común según la gracia que haya recibido. No tenemos porque temer las diferencias,
ni siquiera las controversias, siempre y cuando estas no atenten contra el espíritu comunitario.
La comunidad no es un lugar de castraciones sino el lugar propicio donde cada uno de sus
miembros puede crecer en creatividad para servir de una mejor manera a las necesidades del
tiempo actual siendo “inventivos hasta el infinito”. La comunidad se enriquece con los dones
de cada uno de sus miembros y debe valorarlos como un único don que el espíritu le concede
para responder a las necesidades de nuestros amos y señores, los pobres.

4 P. Robert Maloney. Instrucción sobre los votos p9

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2. A la luz de los consejos evangélicos

Cuando pensamos en los votos, pensamos directamente en el evangelio, no en vano les


llamamos consejos evangélicos. Pensar en el evangelio es pensar primero en Jesucristo5 y
segundo en la congregación6. Si vivimos en comunidad es para responder el llamado que
Jesús nos sigue haciendo: “vengan y yo les haré pescadores de hombres”( Mt, 19). Ese
“vengan” es un claro llamado a seguirlo y nosotros en la comunidad entendemos ese
seguimiento como un ponerse en camino hacia los mas pobres7. De ahí nuestro consabido
lema: “Seguimiento de Jesucristo evangelizador de los pobres y en orden a la misión” (C
3,28). No se puede seguir al Señor sin un encuentro personal con él en la oración. Así lo
acoge la Instrucción sobre los Votos: “Jesucristo es la Regla de la Misión”. Este encuentro
fundamental de fe conlleva el compromiso decidido de caminar en la línea del Evangelio. Si
hemos respondidos positivamente, debemos tomar consciencia que el llamado es permanente
y que la respuesta se debe renovar día a día. Al señor se le debe decir sí cada día que amanece;
consciente de ello, san Vicente quiso que nosotros hiciéramos la opción de vivir y morir en la
Congregación. Este seguimiento de Jesucristo se caracteriza por la radicalidad; estamos
dispuestos a grandes renuncias. Sin esta disponibilidad correríamos el riesgo de cargar con la
cruz pesada de nuestra vocación y simplemente fatigarnos de llevarla. Nuestra vocación no la
viviríamos como una respuesta libre y voluntaria sino como una obligación de cargar con un
peso de algo que finalmente no nos pertenece.
Según las Constituciones, el horizonte espiritual aporta dos principios: Consagración a
Jesucristo mediante los Consejos Evangélicos y vida de oración.
La vida espiritual del misionero es una llamada de Jesucristo a responder en el
seguimiento. Las Constituciones y Estatutos plasman en el misionero la humanidad de
Jesucristo. Por ello, es muy importante la primera parte del reglamento sobre los Votos: Para
imitar al Cristo misionero, hay que “revestirse del espíritu de Cristo”. Consagración y Misión
van juntas en nuestra espiritualidad y colocan al misionero en estado de misión.
La consagración es parte integral del fin. Según san Vicente, la eficacia de su
ministerio depende de la relación íntima con Cristo. Los sacerdotes de la Misión deben

5 Acuérdese, padre, de que vivimos en Jesucristo por la muerte en Jesucristo, y que hemos de morir en
Jesucristo por la vida en Jesucristo y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo, y que, para morir
como Jesucristo tenemos que vivir como Jesucristo I, 295
6 Todos hemos traído a la compañía la resolución de vivir y de morir en ella” XII,98
7 Cf. DA 8.3

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integrar en sus vidas la lógica de la Misericordia evangélica (Samaritano y Juicio final) “El
pobre pueblo se muere de hambre y se condena”.
San Vicente estuvo preocupado por la vida interior de sus misioneros; de ahí, que haya
optado por la vivencia de los votos. La vida espiritual cristiana busca que el hombre no viva
para sí mismo. La relación con el Otro se transforma en su propia vida. Los consejos
evangélicos expresa una relación substancial con Cristo. Sin ella, nuestra vida sería algo
insoportable. La relación de alteridad Jesucristo-Pobres, es sumamente importante en nuestra
vocación. Cristo será el samaritano, el pobre; Sacramento del encuentro con Dios. La práctica
de los consejos evangélicos ayuda al misionero a un distanciamiento de sí mismo para
encontrarse en los pobres.

La vida fraterna es una buena aliada de la fidelidad: Las relaciones humanas con
calidad y transparencia deben llevarnos a vivir nuestra experiencia comunitaria como
“Amigos que se quieren bien”. Nuestra estabilidad para la misión ha de manifestarse desde la
alegría, el buen humor, la comunión de las personas8.
Debemos aprender a dejarnos evangelizar por los pobres, en quienes se encuentra la
verdadera religión; pero también debemos practicar la humildad y la fe para también dejarnos
evangelizar por nuestros cohermanos en cada comunidad local. Los principales problemas
comunitarios surgen cuando creemos que el otro no tiene nada para aportar y que en
comunidad nos toca soportarlo con la sola esperanza que algún día lo cambiaran o nos
cambiaran. Muchas veces vivimos como mártires unos de otros cuando en realidad
deberíamos vivir el encuentro fraterno con una mirada teológica: ver en mi hermano a Cristo
pobre, obediente y buen pastor! Lo que san Vicente concebía de los pobres lo tenemos que
aplicar entre nosotros mismos llamados a vivir la pobreza como Jesús que no tenia otro lugar
donde recostar su cabeza fuera de anunciar el Reino de Dios. Vivir en actitud disponible para
practicar el servicio ad intra de tal manera que cuando lo ejerzamos ad extra no sea mas que
el resultado de una vivencia comunitaria al ejemplo de la primera comunidad eclesial. En
nuestras comunidades locales deberíamos vivir nuestras relaciones fraternas como un don de
Dios. Nuestros cohermanos no son un obstáculo para nuestra felicidad sino hermanos que me
ayudan a consolidar mi vocación. Si somos capaces de recibir este don con corazón abierto
nuestra fidelidad estará más afirmada y nuestra entrega mas renovada.

8 Guía práctica del superior local

6
Pobreza, Castidad y Obediencia están fundamentadas en la Estabilidad y dirigidas a la misión:
Amor-servicio a los pobres, desde la universalidad del amor de Jesucristo. Desde esta relación
para con los pobres debemos abrir nuestro amor al prójimo.
Se necesita una profunda vida interior para ser fieles y felices en nuestra vida de especial
consagración. La oración es el motor de nuestras tareas. La fidelidad a la vocación debe
traducirse en fidelidad a nuestra estabilidad.

Veamos una pequeña reflexión sobre los consejos evangélicos antes abordar el tema del
servicio que nosotros podemos prestar como formadores.

a. Castidad:
Las Constituciones no hablan de consejos evangélicos. A partir del nº 28, dicen que
“para continuar la misión de Cristo abrazan la castidad, la pobreza y la obediencia. Los
números 29-30 presentan la castidad con relación a Dios: Imitación de Cristo, don de Dios.
Nos abre el corazón a Dios, es una expresión gozosa de Cristo a su Iglesia. Se convierte en
testimonio escatológico y expresión de la unión íntima con Cristo en el misionero.
La castidad no es el estado de una persona simplemente no casada; al contrario, como
decía Charles de Foucauld, es el estado de un ser casado con el esposo amado: Jesús de
Nazaret exigiéndole una fidelidad hasta en el pensamiento (Cf Mt 5, 27-28)
Castidad, en relación con la comunidad: Es necesaria la comunión fraterna y la solidez de la
amistad para mantenerse en castidad. En relación con la propia persona, la castidad abre el
corazón. Necesitamos medios ascéticos para mantenernos: ser castos no es del todo “normal”.
“Es contracultural; contra-humano”. Este voto nos lleva a pensar en una vivencia celestial, de
alguna manera como dice la carta a los hebreos hemos sido sacados del mundo y vueltos a él.
Esa visión celestial nos la presenta Jesús mismo: “los hombres de este mundo se casan para
asegurar la posteridad, en el cielo no habrá necesidad de ello pues no volvemos a morir” (Cf
Mt 22, 29-30).
Para vivir la castidad en este mundo erotizado debemos creer que la gracia de Dios lo hace
posible y que es una disciplina que valoriza la misión sacerdotal. También se logra en la
oración constante, contemplando el verbo encarnado y no muestras propias ideas sobre Dios.
b. Pobreza:
Nuestra pobreza ha tenido dificultades de comprensión. Ya San Vicente tenía claro que debía
vivirse de diferente manera: saber retener para sí y saber compartir. Debemos ayudar a los
pobres a salir de su miseria.

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Nuestro ejemplo es siempre, Jesucristo: Su vida, su entorno, su anonadamiento-Encarnación.
Cfr. CC, nos. 31-34.
Lo nuestro debe proceder del esfuerzo común y estar al servicio de la evangelización de los
pobres. Dar lo que tenemos de más a los pobres no es un deber de caridad sino de justicia.
Nuestras constituciones nos hablan de corresponsabilidad en el uso de los bienes; compartir
los bienes entre casas y provincias.
En relación con uno mismo: debemos trabajar. Estamos sujetos a la ley a del trabajo.
Debemos observar un estilo de vida sobrio, sencillo, yendo más allá de meros formalismos
legalistas, de permisos...cumpliendo el espíritu y deseo de San Vicente.
Nuestra constitución en el número 34, dice: “Por razón del voto, contar con el permiso del
superior”; pero no basta. El ámbito de esta virtud es mucho más amplio. “En el seguimiento
de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida del
mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor
humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su
amor servicial hasta el don de su vida”. (DA 139)
“Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5,3) Aquellos a
quienes Mateo llama felices en las bienaventuranzas no son otra cosa que los pobres. Pero
estos pobres son transformados por la acción directa de Dios. Dios actúa como liberador para
sacar al pobre del lugar donde se encuentra, para ponerlo a gozar en la sima del monte. Y este
anuncio se convierte así en evangelio. Es decir en algo esperanzador que busca la felicidad a
quien la recibe. En ese sentido Jesús anuncia su buena nueva como profecía. Un
acontecimiento futuro que significaría una autentica bendición para los pobres. La venida del
Reino será para ellos, para los pobres. Pobre en el evangelio es quien se identifique con una
de las categorías expresadas en las bienaventuranzas.
Debemos agregar que el hecho de que Jesús llame bienaventurados a quienes sufren no quiere
decir que Jesús alabe la pobreza. No podemos hacer una traducción directa para nuestra vida.
Es decir que no podemos ver el sufrimiento como condición para alcanzar la beatitud. Como
si Dios-Padre se complaciera en el sufrimiento de sus hijos. Aquello de cargar con nuestra
cruz no es una invitación a glorificar el sufrimiento. Recordemos que Jesús combatió la
pobreza como un mal social en cuanto que es fruto de la injusticia. También Jesús cuando
sabia que su hora había llegado imploro a su padre para que apartara de él el cáliz de la
amargura. Aquí hay que entender la pobreza como una actitud de vida y no a la manera de un
dolorismo sin sentido. Vivir la pobreza como actitud equivale a no poner la confianza en
nadie más que en Jesús. “Donde esta tu riqueza allí esta tu corazón”. En últimas es la

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condición del verdadero discípulo que debe estar libre y disponible como en el envío de los 72
que no debían llevar ningún tipo de seguridad externo al evangelio. Jesús pide a quien decide
ser discípulo suyo un desprendimiento total.

Pero también tenemos que decir que quien decide seguir al Señor en el camino del
discipulado también el Señor le pide algo especial. No solo debe conformarse viviendo la
actitud del pobre, sino que le exige también un contacto directo con el pobre. Quien es
discípulo debe saber que el servicio al pobre no es algo facultativo a su ministerio, es su razón
de ser. No se entiende un discípulo que no tenga en su vida un contacto directo con el pobre.
En nuestro caso, cada miembro de la congregación debería conocer con nombre propio un
pobre. Jesús no hizo otra cosa que servir a los que estaban en necesidad y no a quienes
estaban satisfechos. El Señor nos ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres.

A Jesús no se le encuentra en otro lugar que en medio de los pobres. Quien quiera tener un
encuentro personal con Cristo debe buscarlo donde realmente él se encuentra: entre los
pobres. “A Jesús lo encontramos de un modo especial en los pobres, afligidos y enfermos (cf.
Mt 25, 37-40), que reclaman nuestro compromiso y nos dan testimonio de fe, paciencia en el
sufrimiento y constante lucha para seguir viviendo. ¡Cuántas veces los pobres y los que sufren
realmente nos evangelizan! En el reconocimiento de esta presencia y cercanía, y en la defensa
de los derechos de los excluidos se juega la fidelidad de la Iglesia a Jesucristo. El encuentro
con Jesucristo en los pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo” (DA
N° 257). Bienaventurados también nosotros si el Señor nos encuentra siguiendo sus pasos, no
solo viviendo nuestro ministerio en un espíritu de pobres sino también sirviendo a los pobres.
“Todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con
los pobres reclama a Jesucristo” (DA 393). Mucho se nos ha enseñado sobre este voto de la
pobreza, de muchas maneras lo podemos entender, pero según nuestra propia espiritualidad es
una condición necesaria para construir nuestra comunidad y al mismo tiempo compartir desde
lo que somos para construir verdadera comunidad. El papa ( Benedicto XVI) nos recuerda que
la pobreza puramente material no salva, aun cuando sea cierto que los más pobres de este
mundo pueden contar de un modo especial con la bondad de Dios. Porque también el corazón
de los que no poseen nada puede endurecerse, ser malvado, estar por dentro lleno de afán de
poseer olvidado a Dios y codiciando solo bienes materiales. Pero la Iglesia, la comunidad
vicentina en su conjunto debe ser consciente de que ha de seguir siendo reconocible como la

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comunidad de los pobres9. Creo que el voto de pobreza además de hacernos participes de ése
lugar teológico donde Dios se manifiesta, también debe llevarnos a reflexionar a nuestra
vocación, hemos sido llamados para servir a los pobres. Pensar el voto de pobreza va mas allá
de nuestra propia experiencia personal y nos lleva a pensar en los pobres.
La pobreza construye solidaridad, el amor conlleva a una exclusividad y a un amor
preferencial tanto por los pobres como por el reino de Dios, mientras que el deseo de poder
destruye la armonía, crea conflicto y atenta contra la obediencia.

c. Obediencia:
Alguien lo considera el voto más difícil de cumplir. Las mediaciones humanas, hoy, están en
otro contexto. Vivimos en problema con la autoridad. Las constituciones nos invitan a
sumergirnos en el misterio obediente de Jesucristo y la búsqueda de la voluntad de Dios de
manera voluntaria y libre.
Hoy es importante el clima de comunicación y diálogo responsable. Las diferencias tienen
que confluir en consenso para encontrar la voluntad de Dios. Se necesita diálogo, respeto,
humildad... La autoridad no viene de arriba, sino de la participación y de la comunión.
Con esto de la autoridad si que debemos ser cuidadosos entre nosotros. El mundo vive en la
lógica del tener. Parece que el ser humano valiera por lo que posee. Un desenfrenado deseo de
poseer nos puede llevar a una objetivación de la persona. Hoy se compran consciencias,
sentimientos inclusive personas. Podemos ser dueños de alguien. Repito que debemos ser
prudentes como formadores y más quienes ejercen la autoridad en la comunidad, porque es
una tentación muy latente. Esas relaciones exclusivistas a veces con los formandos pueden
llegar a comprarlos. Las gratificaciones especiales hacia una persona a cambio de una
exigencia de nuestra parte. Lo secretarios privados que a veces nos damos el lujo de tener,
tanto llegan a veces a fusionarse con quien es su superior que termina hablando y actuando
como él. Con esto estamos matando la libertad, la creatividad e inclusive la hermandad con
ese cohermano. Deja de ser mi hermano para convertirse en mi servidor. Ejercer la autoridad
no debe llevarnos a “poner cargas a los otros que nosotros no estamos dispuestos a cargar”,
inclusive podemos caer fácilmente en el revanchismo: “te acuerdas lo que tu me hacías pasar
cuando tu eras mi superior, pues ahora me llego el desquite”. Ese no es un lenguaje de
hermanos que se quieren bien. El buen ejercicio de la autoridad debe ir ligado con la

9 Joseph Ratzinger. Jesús de Nazareth.

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obediencia. Obediencia ante todo a la voz del Señor quien hablaba con autoridad por que era
consecuente con el hablar y el obrar.
La obediencia forma parte de la llamada y del envío misionero. Si fuese una cosa mecánica no
sería obra de amor. En nuestras constituciones nos. 35-38, se nos habla de un seguimiento a
Jesucristo, obediente. Obedecer, dentro del marco constitucional, la tradición vicentina y el
carisma.
La Instrucción sobre los votos nos marca unos elementos importantes para vivir este
voto:
 A ejemplo de Jesucristo, obediente
 Conforme a los signos de los tiempos y el clamor de los pobres.
 En diálogo sincero.
 En humildad constante.
 Mediante la mortificación que pueda acarrear.
 En formación permanente para el liderazgo.
En relación a Dios, nuestra obediencia nos invita a seguir a Cristo, obediente hasta la muerte
dejándose conducir por el Espíritu.
Con respecto a los pobres: La voluntad de Dios se manifiesta de muchas maneras. Nos dice
que seamos obedientes a la evangelización de los pobres.
En relación a la comunidad: Buscar juntos la voluntad del Padre en comunicación y diálogo
responsable.
Respecto a uno mismo: Es bueno tener conciencia de las limitaciones personales. Humildad:
Obedecer a la luz de la fe (Cfr. R. Comunes).
El hombre por si mismo es incapaz de seguir la voz que conduce al bienestar porque muchas
veces el pecado es mas fuerte que él. Cada vez mas el misionero debe seguir el ejemplo del
buen pastor. Es permitiendo que Dios obre en nosotros como podremos actuar según el
evangelio: que se haga tu voluntad. Inclusive Jesús mismo se hizo obediente hasta la muerte
(Fil 2, 8-9) pues para eso es que ha venido al mundo (Hb 10, 4-9).
Muchas veces la voluntad de Dios pasa por hombres y mujeres llenos de defectos y
debilidades como nosotros, por eso debemos con humildad obedecerles cuando el hablar y el
obrar esta conforme con el Evangelio (Cf Mt 23, 2-3). Obedecer nos cuesta, como ya lo
dijimos y lo volvemos a repetir, porque es algo que no esta de moda, hoy es el dialogo lo que
prima. Obediencia dialogada como solemos decir popularmente.

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3. Nuestro Servicio como formadores

Ya que la formación de los alumnos depende en primer lugar de la idoneidad de sus


educadores, han de procurarse moderadores y profesores con sólida doctrina, conveniente
experiencia pastoral y preparación especial (C 94)

Quiero que abordemos este punto bajo dos aspectos: como don y como responsabilidad.

a. Como Don
La Congregación ha depositado en nosotros, en nombre de Jesucristo, una gran confianza al
juzgarnos dignos de las exigencias de nuestras constituciones según el articulo que acabamos
de citar. Con un espíritu de humildad profunda debemos acoger este don. Una humildad que
nos lleva a reconocer que no somos los mejores, que no estamos por encima de nadie y que no
estamos exentos de equivocarnos. No es mas que un servicio que en nombre del Señor
estamos aceptando y acogiendo con el mismo sentido de anunciar la Buena Nueva a los
pobres. Nuestro modelo es una vez mas Jesús buen pastor. De lo que se deduce una serie de
actitudes como educadores:

“Enseñaba como alguien que tiene autoridad” (Mt 8, 28-29).


No se trata de un autoritarismo. La autoridad debe ser natural, no a la fuerza. Tener autoridad
según el evangelio es ser capaz de seguir el camino correcto “Camina delante de sus ovejas y
ellas le siguen” (Cf Jn 10, 4). El formador tiene autoridad porque es la primera persona que
debe vivir lo que va a transmitir; la autoridad le viene una vez más de una vivencia personal.
“Que cada uno se someta a las autoridades establecidas, porque toda autoridad procede de
Dios” (Rm 13,1) No enseñar tanto con palabras como con testimonio. “Los hombres de hoy
escuchan mas testigos que grandes elocuentes” Cuando la autoridad falla queda la comunidad
acéfala, pierde su dirección En este sentido el formador esta obligado a equivocarse lo menos
posible, por eso su oración debe ser constante. El mismo Jesús nos dice que: “sin mi nada
podéis hacer” (Jn 15,5); cada decisión nace de una experiencia con Dios en la oración. Como
recordamos hace un instante somos llamados a formar parte del cuerpo místico de Cristo pero
como cabeza.

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Cuando la autoridad se convierte en autoritarismo es signo que el norte se esta perdiendo. las
enseñanzas por sabias que sean, serán recibidas no como un bien sino como algo arrogante,
imponente y deseoso de dominar.
Enseñar con autoridad implica también une preparación consciente de sus ponencias, no
podemos engañar: “el asalariado que no es pastor no le importan sus ovejas” (Cf Jn 10, 12-
13). La porción del pueblo de Dios que nos toca regir, gobernar, pastorear y enseñar son
nuestros alumnos por quienes, como buenos pastores, debemos estar dispuestos a ofrendar la
vida “A nosotros Dios nos ha puesto en el ultimo lugar como condenados a muerte” (1cor
4,9).
Aquí el voto de referencia es el de la obediencia. “No hagan nada por ambición o vana gloria,
antes con humildad estimen a los otros como superiores a ustedes mismos… Cristo a pesar de
su condición divina se hizo obediente hasta la muerte” (Fil 2, 3.6.8).
veamos algunas convicciones extraídas del Evangelio:

- “No esta el discípulo por encima del maestro, al discípulo le basta ser como su maestro” (Mt
10,24)

Como pastores debemos procurar que nuestros alumnos aprendan también la humildad. Para
vivir en comunión y en participación debemos sentirnos todos en igualdad de condiciones. Sin
olvidar ciertamente las diferencias, con ellos somos hermanos y para ellos formadores. “Cada
uno según el ministerio que ha recibido” pero sin sentirnos por encima de nadie. Debemos
guardar una cercanía fraterna pero también una distancia formativa. Nuestro estudiantado
necesita puntos de referencias, necesita saber quien lleva el timón de su barca. Pero cada uno
en su lugar. El alumno debe esforzarse por imitar las virtudes de su maestro, pero ante él
también tiene la obligación de aclarar su consciencia. Si la orientación dada atenta contra sus
valores o contra los valores de los demás, es decir que la orden no es conforme con el
evangelio, el estudiante, tiene no solo el derecho sino el deber de desobedecer. Lo que implica
de nuestra parte un cuidado especial para actuar conforme al evangelio, sabiendo que solo
buscamos el bien y la santificación de todos incluyendo la propia. “Quien te declara superior?
¿Qué tienes que nos hayas recibido?” (1cor 4, 7): En esta diferencia se debe, por formación,
separar la amistad de la exigencia; teniendo en cuenta de actuar en caridad buscando el
progreso de quien se beneficia con nuestras enseñanzas. Debemos despertar en nuestros
discípulos el interés por la búsqueda sincera de la verdad a través del evangelio y apoyados

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por los métodos científicos que le se les faciliten. Creo que la virtud de la mansedumbre nos
es de gran ayuda cuando reflexiones en este aspecto.

- Pastoral vocacional “Viendo a la multitud se conmovió porque estaban maltratados y


abatidos como ovejas sin pastor y fue llamando a sus doce discípulos” (Mt 9,36.10,1)

Otra tarea, sin lugar a dudas, es la responsabilidad que como formadores tenemos en la
pastoral vocacional. Si somos configurados con Cristo maestro y pastor supremo estamos
llamados a continuar su misión. “La mies es abundante, pidan al dueño de la mies obreros”, es
una obligación que se impone a los formadores de orar por las vocaciones, por la
perseverancia de los que ya están en proceso “a los que tu mismo llamaste consérvalos en tu
nombre y santifícalos en la verdad”. Esta fue una de las principales preocupaciones de la
misión de Jesús. “yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has
confiado” (Jn 17, 9). Además también como formadores tenemos como función el envío
misionero. Con Jesús tenemos que decir sin miedo a equivocarnos “me han concedido plena
autoridad, vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos” (Cf Mt 28, 18-19). Es una parte
que como formadores no debemos pasar por alto, si estamos formando pastores, se debe
facilitar el espacio para que los alumnos vayan ejerciendo, desde lo que son, un pastoreo en el
nombre del Señor. Debemos preocuparnos porque este trabajo se haga de manera comunitaria
no aislada, “los envió de dos en dos”. El voto que nos puede ayudar en nuestra reflexión es el
de la estabilidad: vivimos en comunidad para la misión.

- Una misión: “Proclamen que el reino de Dios esta cerca” (Mt 10,7)

Esta misión lleva consigo como es normal el anuncio del kerigma cristiano. Ella no nos
pertenece, no nos la hemos apropiado, la hemos recibido y la trasmitimos: “Porque yo recibí
del Señor lo que les trasmití” (1Cor 11,23). En el proceso de formación, como nos lo recuerda
el documento de Aparecida no es algo opcional. “La misión principal de la formación es
ayudar a los miembros de la Iglesia a encontrarse siempre con Cristo, y así reconocer, acoger,
interiorizar y desarrollar la experiencia y los valores que constituyen la propia identidad y
misión cristiana en el mundo. Por eso, la formación obedece a un proceso integral, es decir,
que comprende variadas dimensiones, todas armonizadas entre sí en unidad vital. En la base
de estas dimensiones está la fuerza del anuncio kerygmático. El poder del Espíritu y de la

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Palabra contagia a las personas y las lleva a escuchar a Jesucristo, a creer en Él como su
Salvador, a reconocerlo como quien da pleno significado a su vida y a seguir sus pasos. El
anuncio se fundamenta en el hecho de la presencia de Cristo Resucitado hoy en la Iglesia, y es
el factor imprescindible del proceso de formación de discípulos y misioneros”. (DA 279)

Como formadores debemos preocuparnos por hacer amar a Cristo y que esta experiencia con
él motive gritar al mundo entero al ejemplo de los miraculados a lo largo del evangelio, que
Jesús es el Hijo de Dios venido al mundo para traer la Buena Nueva de la Salvación a través
de medios pobres. “El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la
necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a
Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más
necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios” (DA 278). Nuestros alumnos
tendrán esta convicción si nosotros como formadores estamos convencidos y enamorados de
Jesús, de tal suerte que nuestra enseñanza transmita ese mismo entusiasmo. San Vicente nos
recordara que la virtud del celo apostólico atizará el ardor misionero.

- La oración: “Señor enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos” (Lc 11,1)

Sobre la necesidad de la oración abundan los textos, tanto bíblicos como vicentinos. Creo que
todos tenemos esta gran convicción. Ella hará siempre parte de nuestras metas, sin embargo
siempre se debe estar recordando. Jesús lo hizo hasta el final de su vida: “Estén despiertos y
oren incesantemente” (Lc 21,36). Como formadores llevamos la responsabilidad de orar como
haciendo nuestras las palabras de Salomón: “Enséñame a escuchar para que sepa gobernar a
tu pueblo y discernir entre el bien y el mal” (1R 3,9) pues en esta tan responsable y difícil
tarea somos conscientes que “sin mi, dice Jesús, no podéis hacer nada”. Una comunidad como
la nuestra no se entiende sin la referencia explicita a la oración asidua, comunitaria y personal.
Como formadores no podemos caer en la tentación del cansancio frente a la responsabilidad
en este campo. San Vicente nos dirá “dadme un hombre de oración y será capaz de todo”. Esta
es una herencia que debemos grabar en lo más profundo del corazón de nuestros formandos.

- Derecho a su salario (Mt 10,9b)

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Si bien es cierto que también el Señor nos dice en un texto: “lo que habéis recibido gratis
dadlo gratis” 8Mt 10,8), también podemos recordar que el “trabajador tiene derecho a su
paga” (Lc 10,7). También San Pablo nos lo recuerda: “el que no trabaje que no coma” (2Tes
3,10). No se trata de una falta a la pobreza, ni mucho menos que tengamos que estar
pendientes de los sueldos para cumplir nuestra tarea, pero someter nuestro trabajo a un salario
representa un gesto solidario. Con los pobres que deben ganar el sustento diarios, con la
comunidad porque nuestros sueldos le pertenecen, con nosotros mismos porque se nos da la
oportunidad de que nuestro trabajo sea valorado y reconocido. En este aspecto todos
ganamos, gana la congregación beneficiándose con lo que ella misma ha invertido en nuestra
formación, ganan nuestros cohermanos en tierras de misión, ganan los pobres pues “somos
administradores de sus bienes” y ganamos nosotros tanto en humildad, como en pobreza, en
sentido de pertenencia y talvez en la mortificación.
Alabamos a Dios porque en la belleza de la creación, que es obra de sus manos, resplandece el
sentido del trabajo como participación de su tarea creadora y como servicio a los hermanos y
hermanas. Jesús, el carpintero (cf. Mc 6, 3), dignificó el trabajo y al trabajador y recuerda que
el trabajo no es un mero apéndice de la vida, sino que “constituye una dimensión fundamental
de la existencia del hombre en la tierra”, por la cual el hombre y la mujer se realizan a sí
mismos como seres humanos. El trabajo garantiza la dignidad y la libertad del hombre, es
probablemente “la clave esencial de toda ‘la cuestión social (DA 120)

Como formadores debemos educar en esto, es un asunto bastante delicado. Nuestros


seminaristas reciben ciertos beneficios económicos, debemos saber insistir sobre este punto de
manera que no se tome como un apropiarse de su trabajo sino como un desprendimiento y un
crecimiento en la pobreza para vivir en libertad. Otro asunto que también es delicado en este
aspecto son las contribuciones de parte de benefactores: madrinas. Si como formadores no
tocamos este punto estaremos fallando en algo grave. Nuestros alumnos se volverán
acomodados, llevando agendas ocultas y atesorando bienes. Si tenemos la suficiente
prudencia, la caridad para hacerlo y también el imperativo categórico para hacer crecer en la
honestidad estaremos, como formadores, creando y construyendo comunidad. Nuestros
alumnos deben aprender a crear comunidad, a participar de ella como parte integrante de la
misma y estaremos evitando que sean solamente consumidores de comunidad.

- Evaluación “Señor en tu nombre hasta los demonios se nos sometían” (Lc 10,17b)

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Una revisión periódica de nuestro trabajo se hace necesaria. Como formadores y como seres
humanos no sólo nos equivocamos sino que tenemos ese derecho. Por eso al hacer nuestra
revisión de vida debemos reconocer con humildad nuestras falencias, primero para practicar
la paciencia con nosotros mismos, la bondad con nosotros mismos y la caridad hacia nosotros
mismos. La mayoría de nosotros tenemos talvez muchas cosas que perdonarnos a nosotros
mismos; pero no podemos ser conformistas. Si reconocemos nuestras debilidades es para
fortalecernos y tratar de ser cada día mejor, dicho de otra manera, es buscar día a día nuestra
propia perfección. Por eso los errores, decimos popularmente, nos ayudan a crecer; se debe
hacer de cada uno de ellos una ocasión para progresar.
Si quisiéramos reflexionar sobre uno de nuestros votos en este campo yo diría que se debe
pensar en la castidad. Una mirada sana hacia nuestro interior como a hacia nuestro exterior.
Teológicamente tiene valor de escatología. Dejar las miradas pesimistas para abrir las puertas
a la esperanza como diría Juan Pablo II. Que mejor manera de crear comunión y
participación que reconocernos como somos, con nuestras fortalezas y debilidades, con
nuestras asperezas y caprichos, con nuestras potencialidades para que en tal diversidad
formemos una verdadera comunidad.

- El descanso “Vayamos a un lugar para descansar” (Mc 6,31)

También sobre este aspecto mucho se ha dicho. Decimos que somos contemplativos en la
acción, agregamos que debemos trabajarle al activismo en el sentido de reducirlo. Aquí
también el voto de la castidad tendría mucho que sugerirnos. Respetar nuestro cuerpo es
reconocer que no es una maquina, necesita su reposo. Para mi el descanso es signo
vocacional. Si nos ponemos la mano en el corazón podríamos reconocer que este punto hemos
fallado mucho y que hemos pagado altos costos con la deserción de nuestros cohermanos.
¡Estamos quemando vocaciones! Por dejar que nuestro trabajo se vuelva maquinal. Si no
hacemos altos en el camino simplemente nos volvemos funcionarios o simplemente esta
opción de vida no tiene sentido, podemos ser igual que los demás y no necesitamos
someternos a la disciplina que exige nuestra opción de vida en la congregación. El descanso
es necesario para el equilibrio de nuestra vida. ¡Quien no descansa termina fatigando a los
demás!

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b. Como responsabilidad
Nuestro ministerio de formadores quizá sea el que mas responsabilidad exige: “con el
esfuerzo de nuestros brazos y con el sudor de nuestras frentes” estamos modelando el pastor
de mañana, el futuro de la Iglesia. Si bien el Señor nos ha proporcionado el don de la
inteligencia y de la sabiduría, si bien la Congregación nos ha hallado dignos de este servicio,
esto implica de nuestra parte una gran responsabilidad. “Como diría San Pablo “llevamos este
don en vasijas de barro” (2Cor 4,7). Un gran don exige una gran responsabilidad. Esta
responsabilidad debe llevarnos a dudar de nuestras capacidades. No podemos confiar
demasiado en nuestros medios humanos, ellos muchas veces fallan. Si bien tenemos el
derecho al error, procurar que este no sea frecuente. Ser responsable en este campo es no tener
tiempo para otra cosa que no sea para este servicio. Acompañar procesos, discernir la
voluntad de Dios para cada uno de los miembros, preparar con dedicación y con cariño cada
una de las clases y darle espacio a la formación permanente. Es responsabilidad de los
formadores estar actualizados con la situación del mundo para solidarizarse y enseñar a
solidarizarse con él. Esto nos lo dice el evangelio (Cf Mt 16, 2-3) y nos lo recordó el concilio
vaticano II. Alguien afirmaba que para ejercer bien nuestro trabajo de formación deberíamos
tener bajo un brazo el breviario para la oración y bajo el otro el periódico del día. Nuestras
enseñanzas no puede de ninguna manera estar desenraizada de la realidad, es para salirle al
paso a los desafíos científicos cada día más exigentes que nos estamos preparando. Con una
buena preparación de nuestra parte estaremos contribuyendo a la construcción de este mundo
que cada día quiere suplantar a Dios, pues el hombre se siente encandilado frente a la ciencia.
“La ciencia y la tecnología no tienen las respuestas a los grandes interrogantes de la vida
humana. La respuesta última a las cuestiones fundamentales del hombre sólo puede venir de
una razón y ética integrales iluminadas por la revelación de Dios. Cuando la verdad, el bien y
la belleza se separan; cuando la persona humana y sus exigencias fundamentales no
constituyen el criterio ético, la ciencia y la tecnología se vuelven contra el hombre que las ha
creado”. (DA 123 )
Debemos como participes de la Iglesia y responsables de su porvenir, permanecer como el
águila mirar de frente al sol (que nace de lo alto) pero al mismo tiempo hacia abajo buscando
la manera de sobre vivir. Esto nos permitiría no dejarnos también nosotros encandilar por los
rayos provocadores de la ciencia pero con buenos elementos de juicio para poder bajarla y
adecuarla a la realidad para que también los hijos de Dios sobrevivan. Con nuestro servicio de
formadores deberíamos ser pioneros en el dialogo eclesial de fe y razón. “Vivimos un cambio
de época cuyo nivel más profundo es el cultural. Se desvanece la concepción integral del ser

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humano, su relación con el mundo y con Dios; “aquí está precisamente el gran error de las
tendencias dominantes en el último siglo… Quien excluye a Dios de su horizonte, falsifica el
concepto de la realidad y sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas
destructivas. (DA 44)

4. Conclusión
Nuestro servicio como formadores es fundamental no solo en la comunidad sino en la Iglesia.
En gran parte de nosotros depende el buen desempeño ministerial de los futuros pastores.
Pero al igual es responsabilidad del formado que ha hecho una opción libre y voluntaria de
dejarse modelar, de tal manera que como el alfarero pueda formarse la imagen de Jesús-Pastor
en él. “La opción del candidato por la vida y ministerio sacerdotal debe madurar en
motivaciones verdaderas y auténticas, libres y responsables” (DA 322).
Como promotores de la vida comunitaria, los formadores debemos cada día asemejarnos más
a Cristo. Debemos crear espacios para el crecimiento libre de cada uno de sus miembros en
una actitud de observación, de escucha y de acompañamiento. Ser conscientes de nuestras
propias debilidades para no faltar a la caridad fraterna. El formador como ya lo dijimos, se
configura con Cristo-cabeza, es decir es él quien tiene la responsabilidad de señalar el camino.
Además el formador deberá asumir con naturalidad y sin angustias, pero con plena autoridad
“las exigencias de la vida comunitaria, la cual implica diálogo, capacidad de servicio,
humildad, valoración de los carismas ajenos, disposición para dejarse interpelar por los
demás, obediencia y apertura para crecer en comunión misionera” (DA 324). El superior debe
mantener una calidad de escucha impecable. Escucha de la Palabra de Dios, de los miembros
de su comunidad, de los pobres. El formador no debe ponerse en el puesto del alumno, debe
permanecer en su misión construyendo día a día la fraternidad.

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