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FE, MAS PRECIOSA QUE EL ORO

La Palabra del Señor dice en I Pedro 3: 8 : “Bendito el Dios y padre de nuestro


Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer por una
esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia
incorruptible, incontaminada, inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros,
que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación
que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En el cual vosotros
os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser
afligidos por diversas pruebas, para que al ser sometida a prueba vuestra fe,
mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego,
sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo a quien
amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque no lo veáis, os alegráis con
gozo inefable y glorioso”. Según esta Escritura, la fe es más preciosa que el oro.

Tú sabes que el oro está catalogado como un metal precioso y valioso, y que por
toda la historia de la humanidad se ha catalogado como algo de valor, es algo que
la gente ha guardado, atesorado e invertido en el, y aún en tiempo de crisis los ha
sacado adelante cuando lo han tenido que vender y cuando han tenido que salir
hacia otro país, han llevado oro y les ha servido para luego venderlo y generar
capital de trabajo y levantar empresas. El oro es algo que se aprecia mucho por el
valor que tiene. Pero hay cosas en la vida que son más preciosas que el oro y que
las joyas. Por ejemplo, la Palabra dice que el buen nombre y la buena fama es
mejor que el mucho oro y la mucha plata (Proverbios 22:1), de tal manera que
tener un buen nombre es mucho mejor que tener mucho oro. Pero la humanidad ha
puesto su mirada en ese tipo de riquezas para tener ese oro en caso tengan una
crisis, pero descuidan su nombre, y el nombre es algo que sirve para salir adelante
en una crisis. Si tienes deudas e insistes en conservar algo, antes de conservar el
bien, conserva tu buen nombre, no sea que te quiten el bien y nunca más te
vuelvan a dar un centavo por el mal nombre que tomaste.

Hay cosas que son más bonitas y más valiosas que el oro, pero la gente ha tomado
el oro como algo que le puede ayudar a salir adelante y lo atesora, lo ahorra e
invierte en él, pero ¿cuántos invierten en su nombre? Cuando se menciona tu
nombre, se recuerda cómo eres; menciona un todo. Los nombres desde pequeños
en el colegio o después en la universidad, encierran lo que hace que la gente te
identifique. Por ejemplo, viene alguien y dice: “¿Te acuerdas de Carlos? ¿Qué
Carlos? ¿El que copia en los exámenes? ¡No, el que jugaba! Y aunque sea el mismo
nombre, no significa lo mismo en la mente de las personas. Hágase un nombre más
que atesorar oro, porque el buen nombre es mejor que el oro y la plata.

Hay cosas que son mejores que el oro y nuestra fe es más preciosa que el oro. Te
pueden quitar el dinero, pero si tienes buen nombre, puedes salir adelante; te
pueden quitar el oro, pero si tú conservas la fe, lo vuelves a producir.

Muchos ni siquiera se imaginan que pasando por la crisis en la que están, lo que
Dios está haciendo es preparando su fe para darles algo mejor de lo que tenían
antes. Pero, ¿hasta dónde llega tu fe o llegaron tus fuerzas humanas? Dios te va a
dar las riquezas mediante la fe que Él te dio, no mediante tus fuerzas y tu carne.
¿Por qué? Porque cambiaste de reino, y en el reino de Dios se juega diferente, las
reglas son distintas, los métodos y los principios son otros. Dios empezó a trabajar
lo que hará que las promesas lleguen a tu vida y que se llama fe.

La Biblia dice: “Nuestra fe, más preciosa que el oro, la cual debe ser probada” (1 de
Pedro 1:7). Todos saben que el crisol es un horno para el oro y para la plata y que
allí se prueba su pureza. Así son las pruebas para nosotros en nuestra vida, esas
pruebas son el horno que purificarán nuestra fe. Por ejemplo, si fueras un
comerciante de oro de los que tiene que hacer que el oro se vuelva más puro, el
horno sería tu amigo y sería una herramienta valiosa en tus manos para hacer que
ese oro agarre una mayor pureza. Pero si fueras ese oro y te muestran el horno en
donde te van a meter, no lo miras como tu amigo. Muchas veces, uno ve las
pruebas como lo último que va a vivir en la vida, porque cree que después de esa
prueba lo único que le queda es irse al cielo. Todos sentimos que tenemos la
prueba más grande y difícil de llevar, pero si le preguntas a otros qué sienten en su
prueba, sienten lo mismo, cada uno siente que su prueba es la más grande. Si
aprendemos a ver las pruebas como Dios las mira, vamos a ver que esa prueba es
el instrumento que Dios va a usar para purificar la fe para que sea más preciosa y
pueda alcanzar todas las promesas que Él ha hecho y que tiene para tu vida.

Cuando eres sometido a una prueba, estás siendo honrado por Dios, porque cree y
confía que la puedes pasar. Cada vez que pasas una prueba, tu fe es aprobada. Por
ejemplo, cuando estás en la universidad y te dicen que te van a dar fecha para el
examen privado, lo primero que dices es: “Y a qué hora voy a estudiar”, en vez de
agradecerle a Dios por que has llegado hasta allí. Pero si tú ves que ese examen
privado es un honor, porque no cualquiera llega, cambia tu forma de ver y de sentir
las cosas. Esa prueba es un honor y hay que entrar a ese examen con la frente en
alto y dándole gracias a Dios porque creen en ti, porque si te están dando un
examen, si te están probando, es porque creen que tú puedes aprobar. Cuando
eres sometido a una prueba, estás siendo honrado por Dios, porque cree que la
puedes pasar y que tu fe es tan preciosa que la vas a pasar.

En la vida de fe, sales de una prueba, respiras y entras a otra. En esta vida hay
tres tipos de personas: los que acaban de salir de una prueba, los que están en
medio de ella y los que están por entrar a una. Pero cada vez que pasas una
prueba, tu fe es probada, y si sales de la prueba, eres encontrado agradable para el
Señor.

En la versión de la Biblia al Día en I Pedro 1: 7 dice: “Las tribulaciones presentes


ponen a prueba la firmeza y pureza de su fe, así como el oro se prueba y se purifica
en el fuego, su fe que es más valiosa que el oro, es sometida al fuego purificador
de las tribulaciones. Si permanecen firmes, recibirán alabanza, gloria y honra el día
en que regrese, Aquel a quien aman sin haberlo visto y en quien confían aunque no
lo ven”. Cuando nosotros vamos a pasar una prueba, ponemos la mirada en
nosotros mismos, en lo que podemos perder o ganar, en lo que nos puede pasar o
dejar de pasar, en lo que sentimos o dejamos de sentir, en la alegría o en la
angustia que podemos llegar a tener. Si tú dejas que Espíritu Santo impregne tu
mente de sus pensamientos, vas a salir adelante. El Señor no dice que te va
abandonar en medio de la prueba, Él te dice que te va a sacar porque le has creído.
Cuando estés en medio de una prueba, cierra tus ojos y deja que el Espíritu Santo
te dé revelación de lo que va a pasar ese día, para que puedas salir adelante.

En el salmo 27: 13 dice: “Hubiera yo desmayado si no creyere que veré la bondad


de Jehová en la tierra de los vivientes”. Mientras creas que Dios tiene bendiciones
para tu vida sólo en el cielo, no vas a verlas suceder en la tierra. Dios es un Dios no
sólo del cielo, Él está aquí también en la tierra. La Biblia está más llena de
promesas para la tierra que promesas para el cielo; Dios no se conforma con
bendecirnos sólo en el cielo, Él quiere hacerlo también aquí y debemos creerle a
Dios que así será.

El desmayo y el ánimo de nuestra vida dependen directamente de nuestra fe. La


Biblia dice que el buen ánimo del hombre ahuyenta su enfermedad y que la queja la
aumenta (Proverbios 14:18). El buen ánimo lo lleva a usted a salir adelante, como
nuestra fe así serán nuestras fuerzas. Dios le dijo a Josué, “esfuérzate y sé
valiente” (Josué 1: 6). En nuestra vida, no es una sola vez la que pasamos por
pruebas, serán varias las veces que pasaremos por pruebas, pero si tú has pasado
por alguna prueba y el Señor te sacó adelante, debes de declarar y confesar que lo
ha hecho.

En el Salmo 116: 1 dice así: “Amo a Jehová porque sé que Él ha oído mi voz y mis
súplicas, porque ha inclinado a mí su oído, por tanto, le invocaré en todos mis
días”. Dios inclina su oído hacia nosotros, háblele.

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