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Apunte N ° 47

Historia Americana I

LA MUJER EN LA SOCIEDAD COLONIAL HISPANOAMERICANA


Bethell, Leslie (Ed). Historia de América Latina. Tomo 4. Cap. IV.
Barcelona, Cambridge University. Editorial Crítica (1991).

Ni desde el punto de vista personal ni institucional pudieron las mujeres definirse


históricamente mediante acciones de tipo político. Pero no puede decirse que su papel
social fuera totalmente pasivo o marginal. Entonces, se hace necesario observar a las
mujeres no sólo a través de las instituciones de las cuales ellas formaron parte intrínseca,
sino también a través de las formas de conducta colectiva, estilos y costumbres de las
clases y grupos a los cuales pertenecieron.

• Asentamiento y migración de mujeres peninsulares.

El primer contingente de mujeres peninsulares que llegó a las islas del Caribe fue como
colonizadoras y esposas. El número de mujeres españolas que emigraron al Nuevo mundo
después de la conquista nunca fue muy grande. Después de mediados del S XVI, el número se
incrementó considerablemente. La mayoría de ellas procedían de Andalucía, siendo México y
Perú sus puntos de destino. Hubo más demanda de mujeres solteras como futuras esposas del
gran número de conquistadores.
Las mujeres que emigraron al Nuevo Mundo tenían esperanzas de un rápido ascenso
social, pero no todas lograron acomodarse fácilmente en el nuevo medio. Un sexto de las
mujeres que emigraron entre 1560 y 1579 estaban registradas como sirvientas. A las cueles se
les dificulto debido a la disponibilidad de una gran cantidad de mano de obra indígena femenina
barata.
Hacia fines del S XVI, un buen número de mujeres se encontraba en situación de viudas
desvalidas e hijas de conquistadores pobres y primeros colonizadores. Patronos ricos y piadosos,
alentados por la Iglesia, fundaron casas de recogimiento para que las mujeres pobres de
descendencia española pudieran retirarse con la esperada dignidad de los representantes de la
elite social.
Una vez que la primera generación de mujeres criollas o mestizas nacidas en America
alcanzó su madurez, el mercado de mujeres peninsulares empezó a reducirse, produciéndose un
agudo descenso durante el S XVII. Pero, en el SVI, las mujeres migrantes desempeñaron un
papel importante, actuando como transmisoras de la cultura material y doméstica hispánica, y de
los valores sociales y religiosos. Por lo común, las mujeres emigrantes no eran cultas ni letradas,
aunque ellas establecieron modelos para todo tipo de detalles de la vida cotidiana (la moda, el
arte culinario, el cortejo, las diversiones y el cuidado de niños, entre otras).

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La réplica de muchos aspectos importantes del estilo de vida hispánico, en gran parte, fue
posible por la oleada de mujeres emigrantes.

• Matrimonio y parentesco.

El matrimonio fue uno de los pilares de la sociedad hispanoamericana, como fundamento


de la familia y base para la legitimación de los descendientes.
El matrimonio aseguro la colonización y la estabilidad que la corona española había
tratado de establecer y mantener el nuevo orden colonial. Por su parte, la Iglesia consideraba el
matrimonio como un sacramento esencial de la vida cotidiana.
La erradicación de la poligamia entre los indios fue parte de la política encaminada a
fomentar el matrimonio, que con tanto vigor persiguieron la corona y la Iglesia, especialmente
durante la primera mitad del S XVI.
La incidencia de matrimonios endogámicos entre mujeres indias y de ascendencia
española fue más alta que la de otros grupos de mujeres. Las de castas o razas mezcladas
fueron más dadas a casarse con hombres de origen étnico diverso, posiblemente debido a que
estaban bajo menor presión social para mantener la homogeneidad racial. La incidencia mas
baja de matrimonios se dio entre las mujeres negras.
En las zonas rurales el matrimonio tuvo más incidencia que en las zonas urbanas,
posiblemente como resultado de una supervisión o presión social mayor.
Hacia fines del S XVIII la cuestión del matrimonio se convirtió de nuevo en una
preocupación de la corona. En 1776, Carlos III promulgó una pragmática legal que regulaba las
prácticas matrimoniales de la clase social alta, interpretado como un esfuerzo tardío encaminado
a cortar los matrimonios exógamos entre los grupos socioeconómicos dirigentes.
Es importante subrayar que existe el supuesto de que el Estado tenía poderes
reguladores sobre el individuo, cuyo propósito era el crear o mantener una estructura social
específica.
El matrimonio fue la base para establecer el tejido social mediante parentesco y
consolidar la posición de la familia o del individuo; particularmente importante para el sector
hispánico de la sociedad; también fue el medio para incorporarse a los grupos que ostentaban el
control de los gobiernos municipales, la burocracia administrativa y judicial y, por lo tanto, la
puerta de acceso al poder político.

El fortalecimiento de los vínculos de parentesco tomó tiempo y planificación. Las redes


familiares empezaron a desarrollarse a fines del SXVI. Empresarios ricos y burócratas
afortunados formaron grupos elitistas, los cuales intentaron vincularse sobre la base de la
encomienda y la tierra. El papel de la mujer en este tipo de redes familiares fue obvio.

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Estos matrimonios mantuvieron las vías de movilidad abiertas a los herederos masculinos,
cuya tarea era mantener o mejorar la posición de la familia. Como productora de herederos, la
mujer fue indispensable en el sentido físico, pero en el contexto político-social sólo jugaron un
papel instrumental al estar inmersas en una sociedad controlada por hombres.
Las mujeres estaban condicionadas por la educación y la religión para tratar de ver sus
funciones como apropiadas y naturales a su sexo. Éstas se beneficiaron en su propio ascenso
por la posición socioeconómica de sus familias.

• Posición y ocupación.

Las sociedades de la America española colonial compartieron con España la idea de la


debilidad intrínseca del sexo femenino y heredaron el sistema legal que pretendía protegerlo.
Dicho sistema contenía conceptos restrictivos y protectores, esta combinación dio a la mujer
ventajas considerables, aunque el concepto de primacía del hombre continúo imperando.
Las mujeres estaban primero najo el control del padre y después bajo el del marido, lo
que no suponía un sometimiento total. La esposa, como madre, después de la muerte del marido
ejercía la patria potestad sobre los hijos. Después del matrimonio la mujer necesitaba el
consentimiento legal de su marido para realizar cualquier actividad.
Las mujeres podían mantener el control sobre los bienes adquiridos antes del matrimonio
(bienes parafernales) y disponer de ellos según su voluntad. El sistema hereditario era bilateral y
los hijos podían heredar tanto de la madre como del padre. De este modo, la personalidad legal y
económica de las mujeres no era absorbida completamente por el matrimonio. Después de la
muerte del padre, los bienes adquiridos durante el matrimonio (bienes gananciales) eran
divididos, a partes iguales, entre la mujer y los hijos.
Para evitar la potencial fragmentación de la propiedad de una familia, las dotes y las arras
fueron utilizados como mecanismos legales de protección. La dote, el más importante, se uso
para proporcionar una seguridad económica adicional a la mujer al morir su marido. Éste tenía
que certificar mediante notario la dote ene el momento de recibirla, y adoptar el compromiso de
compensar su valor con su propiedad antes de que esta pudiera sufrir cualquier división después
de su muerte. Muchos novios añadían las arras, que consistía en un regalo de no más de un 10
por 100 de sus bienes presentes o futuros. Este capital también iba a parar a la esposa junto con
la dote, puesto que se consideraba que era parte de la misma. La aportación de dotes era una
costumbre practicada principalmente por el sector hispánico de la sociedad ya que, éstas,
indicaban la posición de la novia y su familia.
Otra institución fue la encomienda, que en un principio no estaba destinada a beneficiar a
las mujeres directamente, en los inicios de la sociedad colonial contribuyó a realzar su posición.
Las encomiendas fueron creadas para recompensar a los hombres por los servicios prestados a
la corona durante la época de la reconquista de España, y a regañadientes aceptadas como

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recompensa para los conquistadores del Nuevo Mundo. Las encomiendas fueron vinculadas al
matrimonio y sólo podían ser legadas a los hijos legítimos. Las Leyes Nuevas (1542) prohibieron
a las mujeres estar a cargo de las encomiendas, pero en las prácticas esto fue desatendido y, en
ausencia de hijos varones, las esposas e hijas pudieron heredarlas y, algunas veces,
administrarlas.
El equilibrio de las implicaciones negativas y positivas del concepto legal de protección,
dio a la mujer colonial un considerable grado de libertad y autoridad. El sistema, sin embargo, no
concedía a la mujer la máxima libertad: la de permitir a la mujer divorciarse de su marido. La
Iglesia sólo permitió la separación matrimonial bajo circunstancias extremas, tales como adulterio
consuetudinario y público por parte del marido, abusos físicos durante largo tiempo, o abandono
del hogar. Debido a las complicaciones de los trámites, las dificultades económicas que todo ello
implicaba y la vergüenza social que producía, la gran mayoría de las mujeres permanecieron
casadas durante el resto de su vida, cumpliendo sus funciones como madres y esposas.
La maternidad era una función preeminente porque la esperanza de la familia en el futuro
se apoyaba en la reproducción y la crianza de sus hijos. Las mujeres contraían matrimonio antes
de alcanzar los 20 años con hombres mayores ya establecidos. Las familias numerosas y una
fertilidad elevada fueron la norma.
Los grupos indígenas y las mujeres esclavas al parecer tuvieron un índice de fertilidad
mucho menor que el de las mujeres de clase alta. Las prácticas contraceptivas parecen no
haberse llevado a cabo seriamente por parte de la inmensa mayoría de la población. Si bien la
maternidad fue muy importante, ésta no absorbía totalmente la vida de todas las mujeres,
especialmente a las de la clase baja.

Las actividades de las mujeres variaban de acuerdo al grupo étnico y social al que
pertenecían. Las mujeres criollas y mestizas a menudo estaban ocupadas en la administración
de pequeñas tiendas, como propietarias o atendiendo los establecimientos de sus cónyuges. La
administración de estancias y haciendas pequeñas era menos común, pero desde el S XVI en
adelante era llevada a cabo por mujeres de todos los grupos étnicos que carecían de parientes
varones. Prestar dinero en pequeñas cantidades, tejer, hacer cerámica, coser, preparar bebidas
y comidas para vender y la venta de diversos productos, fueron actividades desempeñadas por
mujeres, principalmente de las clases bajas. En algunos centros urbanos, las mujeres
administraban panaderías y trabajaban en las fábricas de cera y tabaco. El trabajo por cuenta
propia gozaba de una posición más elevada. El estado civil de la mujer no era impedimento para
el trabajo, ya que, el matrimonio no siempre proporcionaba una seguridad económica sólida.
Entre la gente pobre, los hombres raramente ganaban lo necesario como para mantener a una
familia, y a medida que la familia iba aumentando, la mujer se veía obligada a trabajar para
aportar una renta complementaria.

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Durante el reinado de Carlos III (1759-1788), se llevaron a cabo algunos intentos


encaminados a incorporar a la mujer en diversos proyectos industriales en España y América,
pero las guerras de Independencia interrumpieron su desarrollo. Sin embargo, y teniendo en
cuenta los prejuicios existentes en torno al sexo, las mujeres se emplearon en una sorprendente
variedad de ocupaciones. No obstante, sólo unas pocas de todas estas ocupaciones realizaron
su posición, mientras que otras, no obtuvieron el reconocimiento ni la movilidad social de las
mujeres que estuvieron obligadas a desempeñarlas.

• Costumbres sociales.

El modelo ideal de conducta fue muy severo y estricto para la mujer de la América
colonial, dado que se daba por sentado que las mujeres tenían menos resistencia a la tentación,
que eran seres menos racionales, más violentos y más emocionales que los hombres. Al mismo
tiempo se les cargaba con más responsabilidades morales que a los hombres. De éstas, la
preservación de sí mismas y del honor de la familia era de extrema importancia. La reputación de
la mujer dependía profundamente de la valoración social que se hiciera de su castidad, virtud y
fidelidad, cualquiera fuera su rango social. Por su parte, los hombres no estaban exentos de las
responsabilidades morales. Entre las más importantes estaba la de proteger el honor de sus
mujeres en el hogar. Hombres y mujeres estaban entrelazados en la importante tarea de proteger
mutuamente el honor. Pero, la doble moral existente hizo más fácil al hombre entregarse a
prácticas que estaban totalmente condenadas para las mujeres. Un hombre podía mantener una
concubina y conservar su posición social. En la América española, las ventajas sexuales que el
hombre de la clase dominante disfrutaba eran realzadas por la disponibilidad de innumerables
indígenas, castas o esclavas, quienes eran vistas como menos respetables u objetos más fáciles
de la agresividad o explotación masculinas.
La comunicación entre hombres y mujeres comenzaba a cerrarse después de la infancia.
Las normas de conducta social los mantenía separados, proporcionándoles un conocimiento
limitado de cada uno. Los conceptos de sexualidad desarrollados daban por sentado que la
pasión masculina era natural e incontenible. La rectitud y virtud de las mujeres, estuvieron
constantemente a prueba, porque su sexualidad, en caso de expresarse libremente, era
peligrosa para ellas mismas y sus familias.
Las mujeres de clases bajas tuvieron menos presión que las de elite, para ellas las
uniones consensuales no eran necesariamente malas, pocas eran las económicamente
independientes. La relación con un hombre podía significar una protección económica adicional,
social y emocional, y un medio de movilidad social para su descendencia. Las mujeres que no
podían, o no deseaban, afrontar la vergüenza del concubinato o de una descendencia ilegítima, o
quienes deseaban obtener alguna forma de desagravio económico, intentaban forzar a los
hombres a contraer matrimonios con ellas, o al menos ser dotadas con una suma de dinero. Un

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hombre que prometía matrimonio a una mujer y posteriormente la desfloraba era responsable de
su honor ante las autoridades civiles y eclesiásticas; si éste estaba dispuesto a casarse con una
mujer y borrar el “pecado” en el que ambos habían incurrido, lo más frecuente era que la Iglesia
bendijera la unión.
El problema de la legitimidad era agudo en ciertas áreas. Desde 1610 los niños
empezaron a ser registrados como de “madre desconocida”. Se ha sugerido que dos tipos de
mujeres podían hacer uso de este mecanismo: mujeres blancas que buscaban proteger su
identidad, o mujeres esclavas que trataban de asegurar la libertad de su descendencia. El índice
de ilegitimidad entre indígenas, negros y mulatos fue extremadamente alto.

• Desviación social.

Las mujeres fueron objetos con más frecuencia las víctimas que las perpetradoras de
crímenes. Tanto las mujeres de los núcleos urbanos como las de los rurales, fueron objeto de
homicidio, violación violencia física. La violencia personal de los hombres contra las mujeres fue
frecuente a lo largo del período colonial., aceptado como una prerrogativa y no condenable.
El abuso sexual en forma de violación fue más veces denunciado entre indios y castas.
Durante la conquista, la violación de mujeres indias fue frecuente y denunciada, pero raramente
condenada. Con la aplicación gradual de las reglas morales, la violación pasó a ser detestable y
susceptible de condena mediante trabajo forzado o exilio físico. Empero la violación no era tan
severamente castigada como la sodomía. Puesto que entre la clase baja las relaciones
prematrimoniales eran comunes, para poder probar una violación debía haber mediado la
violencia. La seducción también estuvo clasificada como un crimen. Entre los casos más
comunes de seducción estaban los de los frailes y curas, acusados de solicitar relaciones
sexuales con mujeres que estaban bajo su cuidado espiritual.
La investigación de formas ambiguas de actividad criminal, tales como la brujería, fue
garantizada por la Inquisición. Generalmente, estas mujeres eran indias o castas. Hubo también,
casos de mujeres blancas involucradas. La mayoría de estos casos investigados tratan de
intenciones de hechizar personas o de preparado de pociones. Aquellas personas a las que se
les probaba estar involucradas en tales prácticas podían sufrir el castigo de flagelación o el exilio.
El homicidio fue muy poco frecuente entre las mujeres, los crímenes más comunes
fueron: pequeños hurtos, venta de licor ilegal, hechicería, blasfemia, bigamia e incontinencia
sexual. Las referencias sobre prostitución son irregulares, ésta sólo podía prosperar en algunas
ciudades grandes; en cualquier otro sitio la Iglesia logró evitar que pasara de ser una profesión
practicada individualmente.
La corrección del crimen se llevó a cabo en <<casas de recogidas>>, cárceles u obrajes.
Las mujeres trabajaban durante unos años para reparar sus supuestos crímenes. Allí, las
condiciones de vida eran notoriamente malas. Estas casas se empezaron a desarrollar a finales

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del S XVI como solución a dos problemas: los de mujeres virtuosas, pero desprotegidas, y los de
mujeres <<perdidas>> que necesitaban corrección, para prevenir que continuaran pecando o
contaminando a otras mujeres. A fines del período colonial, el Estado empezó a hacerse cargo
de algunos <<recogimientos>>, usándolos para acomodar a las presas que no querían mandar a
las instalaciones municipales. Cada vez más, pasó a ser responsabilidad del Estado. Esta
secularización en el proceso de la administración de justicia fue reforzada por el movimiento para
la independencia.

• Educación.

La literatura española del S XVI relacionada con la educación de la mujer estaba


profundamente dirigida a su instrucción como esposa y madre. Las actividades de la mujer
estaban centradas en el hogar, y las del hombre fuera de él. En general, el consejo que daban a
las mujeres era el de vivir una vida casta antes del matrimonio, al tiempo que aprendían las
habilidades que más tarde necesitarían como esposas, tales como cocinar, bordar, hilar, etc. La
mujer debía evitar fiestas, bailes, demasiados amigos, gasto excesivo en ropas para salir a
pasear y comportamiento frívolo con hombres jóvenes. Les permitían diversión honesta en casa,
tal como la lectura de buena literatura, música y oración. Se les aconsejaba el modo de ser
buenas esposas, haciendo hincapié en una administración doméstica cuidados, fidelidad
matrimonial y buen cuidado de los hijos.
Si bien estas normas iban dirigidas a la elite, afectaban también a todas las clases
sociales. Eran transmitidas a través de la educación formal e informal o la confesión. A finales del
S XVIII doña Josefa Amar y Borbón escribió un libro en el cual abogaba por una educación de la
mujer más amplia, la cual le permitiría usar sus habilidades y, de este modo añadir más sentido a
su vida.
La educación de la mujer indígena antes de la colonización europea consistía en una
instrucción práctica en las ocupaciones destinadas a su sexo (tejeduría, alfarería y cría de
animales). De hecho, tan importantes fueron estas tareas para la comunidad indígena que,
después de la conquista de México, cuando los misioneros intentaron recluir a las mujeres
indígenas en conventos parecidos a escuelas, sus padres se opusieron, ya que tal encierro
privaría a sus hijas del aprendizaje que necesitaban para realzar su valor económico a los ojos
de sus futuros maridos.
La mayoría de las mujeres de la colonia, aspiraban a poco más que una educación
informal y algún conocimiento rudimentario de los principios del catolicismo, con énfasis en la
preservación del honor y en los modelos femeninos de conducta. Sin embargo, había una
minoría que recibía una formación elemental en el arte de leer y escribir. Las jóvenes que
recibían esta educación pertenecían a la elite socioeconómica. Hacia fines de la colonia la

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aceptación de la idea de educar a todas las mujeres fue uno de los cambios más significativos en
las actitudes sociales sobre la mujer.
Las bases de la educación de la mujer fueron trazadas en el S XVI. En España la
educación de la mujer perteneciente a la clase alta no fue desaprobada mientras permaneciera
como una virtud discreta. Los conventos ofrecieron el doble incentivo de instrucción y, en cierto
modo, el de libertad de expresión. En Perú y Chile, varias monjas escribieron prosa y poesía
mística, pero los mejores ejemplos se han encontrado en Nueva Granada y Nueva España.
La mayoría de las mujeres de la colonia eran analfabetas. Aunque el analfabetismo no era
un obstáculo en el desempeño de actividades fuera de los confines del hogar.
Después de la tercera década del S XVIII, las actitudes empezaron a cambiar. La
capacidad intelectual de las mujeres llegó a aceptarse y a ello le siguió la promoción de una
educación formal para ellas. La primera innovación en la práctica educacional llegó auspiciada
por las instituciones religiosas. Las escuelas laicas patrocinadas por confraternidades o por
seglares fueron el paso siguiente. Aunque estos institutos promovieron la educación de la mujer,
sus metas seguían siendo conservadoras, y continuaron educando a las mujeres principalmente
para cumplir con sus roles en el hogar. Una innovación positiva, sin embargo, fue la aceptación
de las niñas pobres en las clases de la mañana o de la tarde.
La etapa final en el proceso de desarrollo de la educación femenina fue la aparición a
finales del S XVIII de las escuelas públicas, apoyadas con recursos municipales o sociedades
patrióticas, y alentadas por los conceptos educacionales que emanaban de España y de la
Ilustración europea. A pesar de estos nobles ideales, las artes y oficios que se enseñaban en
América española estaban limitados a las clásicas ocupaciones femeninas. No obstante, la
popularización de la idea de educación para la mujer fue un logro real que gano ímpetu con el
inicio de los movimientos por la independencia. Pero, los trastornos causados por las guerras
frenaron esta orientación, y la educación femenina no volvió a retomar el camino hasta los años
de 1830.

• Vida conventual.

Mientras la mayoría de las mujeres en la América española contraían matrimonio, un


pequeño grupo optaba por hacerse monja. Esta elección no estaba abierta a todas las mujeres.
Las primeras monjas que se trasladaron al Nuevo Mundo se dedicaron a la enseñanza y a servir
de modelo de vida virtuosa a las mujeres indígenas. A quienes se les negó el derecho a ingresar
a una orden religiosa a causa de la falta de preparación espiritual. Hasta que en 1742 se fundó
en la Ciudad de México, un convento de monjas destinado a las indígenas pertenecientes a la
nobleza.
Tanto las ciudades como la propia corona, consideraban los conventos como centros de
edificación moral y religiosa. El S XVII presenció una rápida expansión de las instituciones

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conventuales como las de las órdenes carmelitana, franciscana, agustiniana y dominica. Este
crecimiento físico fue sostenido gracias al patrocinio de ricos y pobres, laicos y religiosos,
quienes donaban dinero o propiedades.
Las mujeres enclaustradas en los conventos no sólo obtenían protección y satisfacción
religiosa, sino que también una educación razonable. Pero, se pueden encontrar ejemplos de
frivolidad en el interior de los claustros, ya que, la mayoría de los conventos requerían a las
postulantes que solicitaban ingresar que aportaran dotes comparables con las que la mayoría de
los padres proporcionaban a sus hijas al contraer matrimonio. Las monjas también compraban
celdas dentro de los claustros y llegaban a los conventos con esclavas o sirvientas. Las órdenes
descalzas, guardando una austera pobreza, admitían monjas sin dote alguna o con pequeñas
donaciones. La vida religiosa fue una alternativa para aquellas mujeres que no deseaban
contraer nupcias, que tenían una profunda vocación religiosa, o que apreciaban la relativa
independencia que los claustros le ofrecían.
No obstante, los conventos no fueron meramente centros de espiritualidad. Estaban
vinculados social y económicamente con la elite colonial, de la cual procedían muchas monjas, y
que las apoyaban desde el punto de vista moral y económico. Como receptores de capital,
muchos conventos religiosos ejercían un poder económico importante. Las instituciones más
poderosas estaban en condiciones de prestar grandes sumas de dinero a particulares escogidos
y, a la vez, controlaban una cantidad significativa de propiedades urbanas.

• Mujeres indígenas.

La posición y papel históricos de la mujer indígena en la sociedad colonial fue resultado


de la acomodación gradual de los valores y costumbres de sus sociedades previas al
descubrimiento de América, y de aquellas peninsulares que llevaron consigo los españoles.
La mujer tenía un papel reconocido y definido en la sociedad. El sexo determinaba la
posición ocupacional de las mujeres en la mayoría de las culturas indígenas. Aparte de las
ocupaciones domésticas cotidianas, las mujeres realizaban tareas agrícolas, la preparación de
las bebidas y medicinas, y participaban en la actividad de los mercados locales. De esa manera,
contribuía a hacer frente a las cargas tributarias con su trabajo. El valor económico del trabajo
femenino era reconocido como esencial para la economía doméstica y comunitaria, como
elemento fundamental del ciclo de producción.
La educación de la mujer indígena para cumplir con sus funciones familiares y sociales se
impartía en la casa de manera informal o a través de las tareas comunitarias. Los códigos
morales eran estrictos, en parte similar a los del catolicismo romano. En muchos sentidos, esta
similitud, de actitudes sobre las costumbres y funciones sociales de la mujer facilitó la fusión de
las dos sociedades durante el período colonial.

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Las uniones de los españoles con las mujeres indias fueron un factor crucial en la
conquista de América. Éstas proveyeron a la primera generación de conquistadores aliados,
intérpretes, cuidado personal y satisfacción sexual. A lo largo del período de dicha conquista, e
incluso durante unas cuantas décadas después, las sociedades indígena y española
experimentaron una fase de relajación en las costumbres sociales y sexuales. Los españoles
mantuvieron concubinas y procrearon numerosos hijos, y el concubinato se convirtió en una
arraigada práctica social.
La institución familiar entre las sociedades indígenas sufrió profundas dislocaciones
durante los inicios de la colonia, a causa de la separación forzada de maridos y esposas, y por la
intrusión de un nuevo contingente masculino; las mujeres indias viajaban largas distancias
acompañando a las tropas, y eran secuestradas de sus casas o esclavizadas, también algunas
fueron empeñadas por sus familias, en un intento de ganarse la amistad y protección de los
españoles. Muchas fueron tomadas por éstos, de lo que resultaba una unión con intencionalidad
política por parte de los conquistadores, quienes trataban de obtener poder en las comunidades
indígenas y su posible lealtad. La continua interacción de la mujer indígena con la sociedad
española implicaba que, muchas de ellas, adoptaran sus costumbres e instituciones; pasando a
ser mediadoras entre ambas sociedades. Muchas mujeres de alta posición retuvieron derechos y
privilegios para ellas y sus familias y, de este modo, para su grupo étnico.
La política inicial de la corona, de estimular matrimonios con las mujeres indígenas, fue
abandonada a mediados del S XVI, y reemplazada, cada vez más, por una política oficial de
separación y protección de indios. Los matrimonios mixtos nunca llegaron a prohibirse, pero
aparentemente perdieron atractivo personal y prestigio social, aunque se siguieron realizando
durante varios siglos.
A lo largo del período colonial, la influencia cultural más poderosa que recibió la mujer
indígena fue ejercida por la Iglesia católica. La erradicación eventual de la poligamia de la clase
alta cerró la vía que permitía una movilidad personal a las mujeres no pertenecientes a la elite.
La adopción del cristianismo reforzó muchas de las actitudes sobre las funciones de la mujer en
la sociedad. Es posible que con el transcurso, mujeres indias y las pertenecientes a las castas
emigraran hacia las ciudades en busca de oportunidades de trabajo. Sin embargo a principios del
S XVII continuaban ejerciendo oficios de bajo nivel. El problema de los hijos persistía como otro
rasgo característico de las mujeres urbanas de condición baja.

• Mujeres negras.

Los esclavos tenían garantizado derechos básicos a través del derecho medieval español,
tales como la libertad de casarse y de no ser separados de sus familias, de comprar su libertad,
hacer adjudicaciones testamentarias o apelaciones al sistema legal, el derecho a la propiedad y a
exigir a sus dueños ser vendidos si éstos no los trataban humanamente. A menudo estos

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derechos eran ignorados. La mayor parte de las quejas presentadas por las mujeres esclavas
estaban relacionadas con el maltrato que recibían de sus amos, oposición a la libre opción del
matrimonio, separación de sus familias y obstáculos a su manumisión. El abuso sexual no incitó
tantas denuncias. Los hijos ilegítimos entre la población esclava femenina fue la norma. Los
matrimonios legítimos de esclavos fueron alentados por la iglesia y por amos piadosos y
respetuosos de las leyes. Las mujeres esclavas se casaban principalmente con hombres
esclavos, aunque los matrimonios con hombres libres eran frecuentes. La vida familiar siempre
era precaria, ya que la separación de los hijos podía tener lugar a cualquier edad. La esclava
rural podía quizá tener una vida más estable si pertenecía a una gran plantación de propiedad
religiosa. Los jesuitas establecían una estricta separación de sexos. Las mujeres jóvenes
estaban vigiladas por mujeres mayores hasta que contraían matrimonio. Se les proporcionaban
comadronas y se disponía de cuidado para los niños durante el día, cuando los esclavos estaban
ocupados en sus tareas asignadas. Las ocupaciones de las mujeres esclavas eran diversas,
yendo del trabajo doméstico y venta en la calle a las tareas agrícolas y mineras más duras.
La posibilidad de la manumisión aliviaba alguno de los más gravosos aspectos de la
esclavitud. Ésta podía obtenerse, bien por propia adquisición, bien por el deseo del amo. Los
precios de la compra de manumisiones de esclavas variaban según las zonas, la edad y período,
siendo superiores en los inicios del período colonial y en algunas regiones distantes de los
puertos de entrada. Las mujeres siempre tenían un precio inferior al de los hombres.
Las mulatas libres y las pertenecientes a las castas, cuya libertad les dio un grado mayor
de movilidad, un espectro de actividades más amplio y un rango social diferente. Las mujeres
mulatas y de las castas eran un elemento importante en el mercado de trabajo en las ciudades
coloniales y en las áreas rurales. Atendían y eran propietarias de pequeñas tiendas, parcelas de
tierra y casas pequeñas, trabajaban en las fábricas y prestaban dinero a otras mujeres y hombres
de su estrato social. En términos de matrimonio, estas mujeres parece que se relacionaron más
con hombres de los grupos étnicos, pero principalmente se casaban dentro de su propio grupo.

Síntesis

La experiencia histórica de las mujeres estuvo profundamente definida por su sexo.


Ellas aceptaban las opiniones del hombre sobre sí mismas comos seres necesitados de
un trato y protección especiales, respetaban las distinciones entre lo que era definido
como femenino y masculino. Raramente cuestionaron los papeles que se les habían
asignado en la sociedad como esposas y como madres. Permanecían ancladas a la
familia. La legislación les impedía actividades cívicas y políticas. La Iglesia les ofrecía a
las mujeres una posibilidad de acción en la comunidad. Sin embargo, estaban fuertemente

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motivadas por intereses religiosos familiares. La Iglesia dictaba sus normas de conducta y
disponía del poder institucional para castigar física y espiritualmente cualquier desviación.
Ésta era también el medio para las actividades de la comunidad, y presentaba a las
mujeres una alternativa al matrimonio, bien profesando como monjas o recluyéndose
como beatas. Las mujeres solteras adultas, las viudas y mujeres abandonadas por sus
maridos o amantes, eran las únicas que prácticamente estaban en condiciones de llevar
su propia vida.
Los papeles de la mujer fueron más flexible durante la primera parte del período
colonial que en la última, debido al carácter indefinido que todavía tenía la sociedad
colonial en un principio. Hubo entonces rápidos ascensos y descensos sociales,
oportunidades para la movilidad geográfica y para actividades que iban más allá de los
límites domésticos. Dependiendo de las áreas geográficas, esta situación terminó
alrededor de finales del S XVI, cuando arraigaron los intereses personales y sociales de
aquellos que triunfaron en su consolidación como elite socioeconómica y reforzaron su
posición mediante las uniones endogámicas. Durante el período colonial intermedio, el
endurecimiento de los límites de la clase fue favorecido por la progresiva complejidad
étnica de la sociedad y por la disponibilidad de mano de obra indígena y negra, que colocó
a la mujer de origen español en una situación sumamente privilegiada. La conciencia de
clase, fuertes vínculos de parentesco y la aceptación de los papeles tradicionales de la
mujer fueron muy importantes en el S XVII y en la primera parte del S XVIII, la última parte
del período colonial. La Ilustración favoreció la expansión de las oportunidades
educacionales, y desarrolló una disposición oficial que creó para las mujeres un lugar
fuera de la casa en ocupaciones adecuadas para ellas, sobre todo, aceptables a los
intereses del Estado. Ello impulsó un cierto relajamiento de los prejuicios.

Romi: putón enano! Je! Te amo! Clarex! 12

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