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guatemaltecos en Chiapas
Resumen
Introducción
En este estudio se discuten y analizan los resultados de una investigación que indagó
sobre políticas con perspectiva de género, orientadas a la construcción de la equidad
entre población refugiada guatemalteca en proceso de integración, en el Sur de
Chiapas, México. La estrategia se fundamentó en la operación de programas de
desarrollo con perspectiva de género, financiadas por el Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), por Organizaciones no
gubernamentales (ONG) y diversas instancias del gobierno mexicano. Este proceso
iniciado en 1980 pasó por diversas etapas. El presente trabajo analiza el período 1996
a 1999 que comprende el fin del proceso de retorno y repatriación de esta población.
1
La metodología empleada consistió en el análisis de información generada de la
sistematización de los proceso impulsados por el ACNUR y la COMAR, el análisis de
los resultados de una encuesta aplicada a mujeres y hombres participantes en estos
procesos, la realización de talleres participativos, y la discusión, y análisis de los
resultados de estos procedimientos técnicos y metodológicos desde la perspectiva de
género.
Se abordaron las percepciones de la población beneficiaria1 de estos programas,
su participación, los efectos de la política y los beneficios. Destaca la importancia de
considerar la perspectiva de género de manera crítica al incluir en la muestra a varones
y mujeres. Se buscó analizar los cambios en la condición y posición de género de las
mujeres a partir de su participación en programas con perspectiva de género,
comparándolas con aquellas en las que no se consideró este punto de vista y, las
diferencias en cuanto a la participación de los hombres. Se identifican en los
programas, con perspectiva de género, estrategias orientadas a la construcción de la
equidad de género: el “empoderamiento”2 de las mujeres y la construcción de la
llamada “masculinidad deliberada” (Lagarde, 1992b) en los varones. Lo anterior
fundamentado en la participación efectiva en procesos de diagnóstico, planeación y
gestión del desarrollo local, acceso a información, reflexión y acción, con efectos en las
identidades de género establecidas y reconocidas en esos grupos de refugiados y
redimensionadas por la clase, la etnia, la generación, en la construcción de relaciones
de género hacia la equidad.
La resultados permiten el análisis de cinco variables que muestran evidencia de
los efectos de los programas en la construcción de la equidad de género: participación
en talleres y reuniones, reflexión sobre violencia doméstica y sexual, salud reproductiva,
producción y empleo y, percepción sobre el trabajo de intervención sobre la
problemática de los y las refugiados. Con ello, se logra la recuperación de los procesos
y su análisis desde y con los actores involucrados: el ACNUR, las ONG, las y los
refugiados y se da cuenta de cambios socioeconómicos y culturales experimentados
por los hombres y mujeres refugiados/as, fundamentados en nuevas identidades y
relaciones de género.
Antecedentes
1
Se escogió una muestra y se aplicó un cuestionario diseñado para tal fin.
2
Para Naila Kabeer (1999), el empoderamiento puede definirse como la capacidad y habilidad de hacer elecciones y
a su vez es un proceso de generación de poder y cambio sociocultural que se da en el contexto de sociedades y
culturas, las cuales implican estructuras, relaciones sociales, valores, reglas y normas.
2
extrema de la población refugiada. A inicios de los 90 se diseñó una política de
transición hacia el desarrollo, principalmente con el impulso de programas de
generación de ingresos y organización comunitaria; la implementación de políticas de
asistencia y protección fueron gradualmente modificadas hacia una visión integral de
desarrollo. La población refugiada se caracterizó por carecer de recursos productivos
propios, principalmente tierra, bosques y agua, baja disposición de servicios públicos
otorgados por el gobierno. Durante el refugio de la población, pasó por diversas etapas,
siendo las más importantes la de emergencia, la de retorno y repatriación y la etapa de
integración. Es esta última la que se estudia, -1996 a 1999- comprende el fin del
proceso de retorno y repatriación, y clarifica la política de integración a México,
incluyendo la situación migratoria de los refugiados y las refugiadas como visitantes
inmigrantes (FM3), y posteriormente como inmigrantes asimilados (FM2). La nueva
condición migratoria, así como la posibilidad de la naturalización, precisaron cambios en
las políticas ya que auguraban con mayor claridad el fin del refugio y por tanto, se tenía
que preparar a la población para su integración en un contexto de extrema pobreza y
desventaja en relación a la precaria situación de las comunidades mexicanas aledañas.
En la transición se incorporó la perspectiva de equidad de género como uno de
los elementos de la política del ACNUR hacia la población refugiada. Se orientó en un
primer momento hacia el fomento de la participación de las mujeres. Para Quiroz y
Medellín (1998:19), participar es una situación que se genera por la confluencia y
complementariedad de dos dinámicas distintas: la capacidad subjetiva de participar y la
oportunidad objetiva, suscrita a instituciones y/o en políticas, diseñadas para alentar la
participación. Esto, posteriormente se convirtió en un tema de política en el ejercicio de
los programas y proyectos de las organizaciones no gubernamentales financiadas por el
ACNUR, así como de la COMAR.
La política de atención a población refugiada desde las Naciones Unidas
(ACNUR), de los organismos locales gubernamentales y civiles es, en un primer
momento, de atención a necesidades básicas a través de programas de asistencia, sin
diferenciación de género, sin embargo una vez que se ha superado esta etapa, como
ocurrió en México con la población refugiada guatemalteca, continua otro momento
llamado de "repatriación voluntaria", en donde retornaron a sus lugares de origen una
buena parte de esta población y, otra que optó por la integración a través de su
naturalización y programas de desarrollo local, a continuación se describen estas
etapas en el caso de la población refugiada en Chiapas.
3
La participación de las mujeres promovida por el ACNUR, la COMAR, las
organizaciones civiles a través de los diversos programas: de salud, educación,
alfabetización y crédito con perspectiva de género, se visualizó como un requisito para
tener acceso a programas institucionales. Después, esta visión cambió hacia fortalecer
procesos de capacitación y sensibilización, seguimiento e impulso de proyectos con
perspectiva de género, que permitieron que las mujeres abrieran espacios propios de
participación y organización comunitarios y con ello cambios identitarios y en las
relaciones de género.
Consideramos que en las estrategias de desarrollo rural, en este caso, con
población refugiada, marcada por un largo proceso de asistencia y dependencia, la
equidad de género podría ser un instrumento de transformación de la realidad y
mejoramiento en el marco del desarrollo humano sustentable.
Se planteó la hipótesis general, si la aplicación del enfoque de equidad de
género en políticas de desarrollo incide en cambios en la condición y situación de las
mujeres indígenas refugiadas al integrar sus necesidades prácticas y estratégicas y con
ello fuera posible la promoción de cambios en las relaciones entre los géneros y
favoreciera una distribución más equitativa de los recursos, así como un mayor control
de los mismos por parte de las mujeres, considerando que en los sistemas de género
en comunidades indígenas, son las mujeres quienes ocupan una posición de
subordinación y discriminación.
Las hipótesis específicas proponen que (i) la inclusión de la perspectiva de
equidad de género promueve cambios en las relaciones intergenéricas, aspecto que
incluye la definición de políticas que consideren a mujeres y hombres en los procesos;
(ii) esto propiciará una mayor distribución de los recursos y un mayor control de las
mujeres en la toma de decisiones, incluyendo aquellas que pasan por las que hagan en
torno a su cuerpo; (iii) lo anterior incide en cambios hacia un desarrollo humano
sustentable y avance socioeconómico y cultural en relación a la construcción de la
equidad; (iv) el enfoque de equidad de género es un instrumento de cambios sociales
aún en contextos socioeconómicos de extrema marginación siendo un medio de
redistribución de recursos y de justicia social para las mujeres ya que favorece el
ejercicio de sus derechos.
Así, el objetivo general de este trabajo fue conocer el impacto de la aplicación de
políticas con perspectiva de género, analizando la percepción de hombres y de mujeres
en los temas de reconocimiento de derechos, vida sin violencia, y acceso a recursos,
para comprender la influencia que los programas con perspectiva de equidad de género
tienen en la vida cotidiana. A continuación se abordan los elementos conceptuales que
guiaron la investigación.
4
comprender de manera más integral y explícita por qué las mujeres han permanecido
excluidas de los beneficios del desarrollo social y económico, y genera propuestas de
transformación.
El enfoque de género en las políticas públicas, es un campo fértil de análisis,
como señala Incháustegui (1999:87) “...supone de entrada hacer visible, contable y
evaluable un conjunto de variables sociales y económicas referentes al mundo
femenino, buena parte de ellas excluidas del funcionamiento de las instituciones
públicas y de los modelos de política...”.
Tales políticas tienen como punto de partida los aportes que el concepto teórico y
metodológico de género han hecho al análisis de las relaciones sociales y otros, el cual
incluye el conjunto de creencias, actitudes, sentimientos, conductas, actividades,
valores y afectos que diferencian a mujeres y hombres, producto de un proceso
histórico de construcción social. En el sistema patriarcal, la construcción social del
género produce diferencias, desigualdades y jerarquías entre ambos. Por ello, los
estudios desde la perspectiva de género tienen carácter relacional, en las que se
dilucidan las relaciones entre el género masculino y femenino, marcando que el sexo
tiene como sustrato el hecho biológico de la especie humana, mientras el género se
relaciona con el significado que se atribuye socialmente a la diferencia biológica
(Money, 1955; Stoller, 1968; Burín, 1996 ).
Según Burín (1996:21), "los estudios se han centrado en la predominancia del
ejercicio del poder de los afectos en el género femenino y del poder racional y
económico en el género masculino, y en las implicaciones que tales ejercicios tienen
sobre la construcción de la subjetividad femenina y masculina".
Los sistemas de género entran en relación con la implementación de políticas en
el medio rural ya que estas "generalmente ubican a las mujeres en una posición
subordinada relacionada con la falta de acceso a recursos, a la capacitación, al acceso
a la toma de decisiones y demás" (Martínez, 2000:20). En estos trabajos se parte de
que el desarrollo es un proceso que permite construir las condiciones sociales,
económicas, políticas y culturales en que una población determinada utiliza y controla
sus recursos naturales, sociales y humanos con la finalidad de alcanzar sus
necesidades humanas, incluyendo aquellas llamadas básicas (salud, alimentación,
vivienda, educación) y aquellas necesidades que tienen que ver con su bienestar
integral incluyendo recreación, descanso y disfrute pleno de sus derechos. Este
concepto incluye los de equidad, sostenibilidad, democracia, participación y
empoderamiento en prácticas que le posibiliten a la mayor parte de la población y no
sólo a unos cuantos, conquistar el cumplimiento de sus derechos económicos, políticos,
sociales y culturales.
Las teorías del desarrollo han tenido su base conceptual principalmente en el
terreno de la economía, generalmente explican el problema del avance o atraso de la
sociedad en términos de crecimiento o decrecimiento económico (Smith, 1976). Este
acercamiento conduce hacia la formulación de las principales teorías del desarrollo: la
teoría de la modernización, la dependencia y la teoría de la globalización. Mientras la
primera ve el desarrollo en etapas sucesivas y ascendentes, la dependencia aborda la
relación de atraso de los países latinoamericanos en relación a las potencias
capitalistas y el subdesarrollo como proceso histórico. Ninguno de estos dos
acercamientos ha logrado dar una solución a los acuciantes problemas del
subdesarrollo.
5
Menos aún lo ha hecho la tercera aproximación: las teorías de la globalización
que imponen la implementación de políticas de corte neoliberal, que lejos de solucionar
han agudizado la situación de pobreza, marginación y falta de oportunidades. En
México, la población en pobreza extrema pasó de 17 a 26 millones de 1995 a 1999 y
72% es pobre; dato similar a los índices de pobreza de inicios de los 70 (Boltvinik,
2000). La incidencia de la pobreza es significativamente más alta en el campo que en la
ciudad (2.5 veces más alta) ya que en 1989, 61.8% de los habitantes rurales eran
pobres extremos de los cuales se encontraban 45.7% en condiciones de indigencia
(Boltvinik, 2000).
El recrudecimiento de la pobreza afecta particularmente a las mujeres por su
condición de género pues aun dentro de una misma posición social, las mujeres tienen
menos acceso y control de los recursos que se generan, por su papel subordinado en la
toma de decisiones al interior de los grupos domésticos y a la diferente valoración de
mujeres y hombres (Salles y Tuirán, 1995a; Kabeer, 1998).
Las políticas públicas tendrán que partir de las diferencias y las necesidades
específicas de género incorporando la tesis de que la pobreza afecta mayormente a las
mujeres. Este fenómeno es reconocido como “feminización de la pobreza”, término que
se acuñó durante el decenio de la mujer (1975-1985) como resultado de diversos
estudios sobre la nueva dimensión internacional del trabajo y el trabajo de las mujeres.
En este contexto, los estudios de la mujer visualizaron al menos tres temas
fundamentales: la emigración y factores diferenciales de género y raza, la feminización
de la pobreza y la relocalización de las industrias (Molyneux, 2001). De los análisis
realizados bajo el auspicio del Decenio de la Mujer de las Naciones Unidas (1975-
1985), se dedujo que las mujeres constituían casi 70% de las más pobres del mundo.
Como responsables de la reproducción y ante la rígida división sexual del
trabajo, las mujeres han resultado mayormente afectadas por los recortes del gasto
público, la baja de los salarios, el desempleo, la inflación y en general, la posibilidad de
mantener la sobrevivencia de la familia. Sin duda, como ha sido señalado por Rocha et
al (1989), las mujeres han sido el “sector invisible ajustado” y han servido como
“colchón de la crisis” al asumir mayores cargas de trabajo sin que esto se refleje en el
ingreso, el acceso a recursos productivos, y como receptoras de políticas de bienestar y
antipobreza a bajo costo.
Esta situación afecta más a las mujeres indígenas, ya que sobre ellas se
acumulan opresiones por su condición étnica caracterizada por el monolingüismo, el
analfabetismo, mayores tasas de fecundidad, escaso acceso a recursos productivos y
toma de decisiones, escasa representación de sus necesidades en las políticas
públicas, abandono y marginación resultado de la explotación de los pueblos indios
desde la colonización. La relación que existe entre indicadores de pobreza y
marginalidad con la densidad de población indígena por municipio, permite observar
que “la línea de pobreza extrema de nuestro país afecta especialmente a las
poblaciones indígenas de Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Hidalgo y Puebla” (Bonfil y Del
Pont, 1999:35).
En las políticas para las mujeres se han conceptualizado principalmente dos
grandes tendencias, conocidas como Mujeres en el Desarrollo (MED) y Género en el
Desarrollo (GED). El primero (MED) (inicios de los 70), atravesó varias etapas,
transitando por los enfoques de la Igualdad, Antipobreza y Eficiencia. Proponen todos
6
estos acercamientos, sin cuestionar la subordinación, que las mujeres sean
beneficiarias directas de proyectos, políticas y estrategias, considerando que ellas han
quedado fuera de las estrategias de desarrollo (Moser, 1991). Los proyectos derivados
del enfoque MED atienden sobre todo las necesidades materiales vinculadas a lo
reproductivo, llamadas necesidades básicas o prácticas3 de género. Atenderlas supone
afectar la situación de género, definida como el estado material en el que se
encuentran las mujeres de una determinada clase social, etnia, grupo específico y de lo
cual se derivan sus necesidades prácticas (Moser, 1991).
El enfoque GED, también conocido como enfoque de “empoderamiento”, o
apoderamiento, retoma elementos del enfoque de la igualdad y entre sus propuestas
sobresale la “transversalidad” del género, que implica que la política debe incluir las
necesidades específicas de ambos géneros sin necesariamente optar por proyectos
específicos de carácter marginal para las mujeres. Supone la modificación de las
relaciones de poder entre mujeres y hombres y colocar la subordinación como aspecto
fundamental a cuestionar. Pone en el centro la toma de conciencia sobre la identidad de
género asignada y su transformación como cuestión metodológica. Es decir, supone la
atención de las necesidades estratégicas o encaminadas a transformar la subordinación
de las mujeres. La atención de las necesidades estratégicas también supone modificar
la condición de género, categoría que ubica social y económicamente a las mujeres en
relación con los varones (Moser, 1991).
En el marco de las políticas de ajuste estructural y el incremento de la pobreza,
la perspectiva de género es una propuesta que busca incluir las necesidades de
mujeres y hombres en la definición de programas, proyectos y acciones públicas, desde
un marco alternativo de desarrollo, perfilado como desarrollo humano sustentable.
Respecto a los nexos entre el enfoque de género y el planteamiento del
desarrollo rural, Pérez y Campillo (1999) señalan que la perspectiva de género permite
obtener una mejor y más precisa comprensión de la lógica de producción-reproducción
(quién hace qué, quién decide, cuáles son las expectativas de sus miembros, quiénes
concentran los beneficios, qué implicaciones tiene la división del trabajo existente), y
facilita la delimitación más adecuada de los grupos de población, al considerar las
variables de clase, edad, etnia, como asociadas al análisis de género.
En las políticas globalizadoras se sigue considerando que el trabajo de las
mujeres es flexible y que se puede estirar para compensar cualquier déficit de recursos
disponibles para la reproducción y mantenimiento de los recursos humanos. Así es
como muchos de los éxitos de las políticas macroeconómicas se hacen a costa de una
jornada más dura y más larga de las mujeres.
El aporte de las mujeres al desarrollo para quienes formulan las políticas es
invisible porque es tiempo y trabajo no pagado, al que no se le asigna valor monetario.
Pero esto se refleja en el deterioro del estado de salud física y mental de esas mujeres.
“Cualquier política que se establezca, sea en el campo macro económico o sectorial,
tiene un impacto diferenciado sobre los diferentes sujetos sociales” (Pérez y Campillo,
1999:15), puesto que las políticas no son neutrales ni en su concepción y formulación,
ni en el impacto producido (León, 1997).
3
Necesidades prácticas son aquellas que satisfacen las condiciones materiales y se refieren a la condición de las mujeres. Las necesidades
estratégicas se refieren a la posición de éstas y tienen potencial para producir cambios (Young, 1991).
7
A pesar de lo anterior, se ha observado que las mujeres tienen mayor disposición
a participar cuando de proyectos se trata, ya sea como promotoras, coordinadoras y/o
beneficiarias directas de los proyectos. Son las mujeres las que han respondido en
mayor medida a convocatorias de desarrollo local (Rosete, 2001; Zapata y Mercado,
1996 ). Esto, debido a que son ellas quienes sufren cotidianamente el impacto
negativo de las políticas de ajuste estructural, vividas como escasez de recursos
materiales y simbólicos para continuar cumpliendo con funciones derivadas de sus
rígidos roles e identidades de género que pueden sintetizarse en “seres para y de los
otros” (Lagarde, 1997).
El acceso a recursos económicos, productivos y materiales son fundamentales
en los procesos de cambio; al mismo tiempo lo son los cambios de identidades ya que
es desde estos donde se tejen las relaciones de poder entre los géneros, y permean
para deconstruir relaciones de inequidad, desigualdad y subordinación entre mujeres y
hombres. Para las mujeres, su participación está relacionada con los problemas de sus
próximos (hijos, hijas, otras mujeres, los y las vulnerables, los y las pobres, el medio
ambiente, etcétera), para los varones, es un factor de autoafirmación y de despliegue
de sus derechos como ciudadanos.
Existe una íntima y estrecha asociación entre identidad de género y el acceso, uso y
falta de poder entre hombres y mujeres, y por tanto, se puede establecer la asociación
entre identidad, poder y participación (Cortina y Stromsquist, 2001).
La promoción de la participación de las mujeres que considera su especificidad
de género se traduce en un incremento en la toma de decisiones con relación a su
propia vida y a su cuerpo, en su sexualidad, maternidad, cuidado del cuerpo y de la
salud reproductiva e intolerancia hacia la violencia (Martínez, 2000).
Las políticas públicas y programas con perspectiva de género, ubican a las
mujeres como sujetos, y por tanto promueven la participación social, convirtiéndose en
espacios de potenciales transformaciones en la condición de la mujer, y con ello,
transformando su perspectiva de “ser para otros” en “ser para sí misma” a la par que
con los hombres se buscan cambios desde su identidad tradicional de “ser para sí
mismos”, sustentadas en los atributos y mandatos de la masculinidad hegemónica4 que
se traducen en el control y dominio sobre las mujeres y androcentrismo en seres que
comparten con los otros y las otras.
Aunque el discurso de algunos de los proyectos de desarrollo en la escala
regional incorporan mujeres y hombres en sus estrategias de participación y se habla
de enfoque de género, aún está ausente la perspectiva de construcción de la equidad
genérica que tienda hacia la superación de los obstáculos que las mujeres pobres
enfrentan para una integración al desarrollo, que transforme las relaciones de poder y
subordinación al interior de la familia y en las relaciones de pareja y en las
organizaciones en las que participan desde su identidad de género.
Existe la necesidad de que los programas que afectan las relaciones sociales,
económicas y políticas, resultado del impulso de paradigmas y propuestas de
desarrollo, tendrán que abonar a la construcción de relaciones más equitativas no sólo
desde el punto de vista económico. Es fundamental ubicar que las prácticas de los
sujetos que conforman las sociedades, y en específico las comunidades rurales e
indígenas, están permeadas por la edad, el género, la etnia y otras variables que
4
La masculinidad hegemónica se refiere la forma culturalmente más aceptada de ser hombre (Connell, 1995).
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usualmente no se consideran en las estrategias de desarrollo y es también desde las
identidades de las y los sujetos que se tendrán que buscar alternativas en términos de
construcción de sociedades más justas desde lo cotidiano.
En este trabajo pretendemos conocer algunos de los impactos de la participación
social sobre la condición femenina y masculina, en tanto que consideramos que lograr
cambios de identidad de las mujeres y de los hombres y el acercamiento a sus
necesidades específicas de género, es una forma de construir el poderío de las
mujeres; aspectos que tienen que ser abordados en los contenidos y metodologías de
las instituciones que implementan proyectos de desarrollo con mujeres pobres e
incorporar la reflexión sobre la condición masculina para que los procesos de cambio
sean más sustentables. En ese sentido Connell (1995) y Seidler (2000), sostienen que
el genero es una categoría social que organiza y jeraquiza a hombres y mujeres,
intervine en la construcción de sus identidades, regula sus relaciones y establece que
las sociedades construyan diversos sistemas de sexo-género. En este sentido, la
discusión que persiste sobre los estudios de las masculinidades, convergen en
reconocer que “la masculinidad no se puede definir fuera de su contexto
socioeconómico, cultural e histórico en que están insertos los varones y que esta es una
construcción cultural que se reproduce socialmente” (Olavarría, 2001, Connell, 1995)
Así pues, la perspectiva de la equidad de género como eje transversal en el
diseño de políticas y programas de desarrollo significa una esperanza en este proceso
de construcción y deconstrucción de identidades y de relaciones entre los géneros,
como se pretende mostrar en el presente estudio.
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son mexicanos por nacimiento y muchos de ellos en el 2001, llegaron a la mayoría de
edad.
La experiencia empírica con población refugiada ha mostrado que la condición
de género durante el refugio puede girar en torno a diversas direcciones: se viven
modificaciones en tanto cambio de contexto sociocultural, en algunos casos los roles de
género femenino tienden a flexibilizarse ya que implica transformaciones en la vida
cotidiana promovidos por la misma situación de desplazamiento, los beneficios
derivados del acceso a la protección incluyendo poder allegarse mayores recursos y
oportunidades (sistemas de salud, movilidad dentro y fuera de la comunidad,
participación en asambleas y reuniones comunitarias). Mientras que, para los hombres,
el refugio puede vivirse como carencia de masculinidad en tanto tienen la dificultad de
ejercer como proveedores del grupo doméstico por la falta de acceso a la tierra,
elemento fundamental dentro de la economía y cultura campesina. En este contexto, la
feminidad y masculinidad vividas desde la especificidad étnica, de refugio y género
tenderían a modificarse y a adaptarse ante las modificaciones del contexto
socioeconómico.
Metodología
10
capacitada para ello. El número de personas encuestadas fue de 48 mujeres y 37
hombres. Se estimó inicialmente el mismo número de cuestionarios, pero esto no fue
posible. De los municipios en donde hay refugiados, se seleccionaron cuatro: Las
Margaritas, La Trinitaria, San Pedro Bellavista y La Independencia.
11
Cuadro 2. Número de cuestionarios aplicados por género
Mujeres en Hombres en Mujeres en Hombres en Total
comunidades comunidades comunidades comunidades
con con perspectiva sin sin
perspectiva de género perspectiva perspectiva
de género de género de género
Número de
cuestionarios
36 27 12 10 85
aplicados
% de la 42 32 14 12 100
muestra
Fuente: Trabajo de campo. Elaboración propia (1999).
Resultados
12
recursos que se asignaron y que beneficiaron a hombres y a mujeres.
13
violencia
Nunca han ido al doctor 41.66 11
Se han realizado la prueba del 30.5 48
PAP
Planifican 75 45
Promedio de hijos 6.3 7.4
Fuente. Elaboración propia a partir de los datos del cuestionario, 2001
14
planteadas en el sentido de que las políticas de equidad de género permiten un mayor
acceso a recursos en la medida en que propician cambios en percepción y actitudes, se
puede establecer que las mujeres que han tenido mayor acceso a información muestran
cambios de actitud respecto a la violencia sexual e intra familiar, así como en el nivel de
cuidados sobre el cuerpo tal como la realización de la prueba del PAP y el acudir a los
servicios de salud, ya que mientras en comunidades con política se observó que sólo
11% de las entrevistadas nunca habían ido al doctor, éste se incrementa a 41.66% en
comunidades sin política (Cuando en ambos casos existen clínicas o servicios de
salud).
Las mujeres en comunidades con política tienen en promedio un hijo más que en
las comunidades sin política. Esto se puede explicar porque los servicios oficiales de
salud realizan campañas sobre planificación familiar, mientras que los organismos no
gubernamentales utilizan el paradigma de la regulación de la fertilidad que considera el
acceso a la información y la toma de decisiones de las mujeres, antes que la imposición
de métodos anticonceptivos. En ambos casos el promedio de hijos es casi el triple que
el promedio nacional, aspecto que muestra diferencias específicas debido a que es esta
una población con características definidas desde lo étnico y cultural en donde para las
familias es muy importante tener muchos hijos.
En términos generales y tomando la participación, la salud y la intolerancia a la
violencia como un factor positivo que incide en cambios en la condición de las mujeres,
podemos concluir que las mujeres que viven en comunidades con trabajo de género,
han tenido avances en el trastocamiento de su subordinación con respecto a las
mujeres que viven en comunidades sin política. Es atinado señalar que en este contexto
de trabajo la aplicación de políticas de equidad propició el empoderamiento de las
mujeres, con relación a las comunidades en donde no se aplicaron dichas políticas.
Estos resultados permiten corroborar la hipótesis general ya que la aplicación
transversal de la perspectiva de la equidad de género, de acuerdo con los resultados
anteriores, permite incidir sobre la condición y situación de las mujeres al incorporar sus
necesidades específicas de género en la implementación de programas y proyectos.
El análisis entre los resultados encontrados y el marco conceptual aquí expuesto,
permiten indicar que la perspectiva de equidad de género en los programas y proyectos
vinculados a propuestas de desarrollo regional facilitan el avance en una dirección de
desarrollo humano en donde los factores de etnia, clase y género están presentes en
los sujetos de desarrollo. Esto es posible cuando el género estuvo como instrumento de
política en las comunidades donde éste fue impulsado respecto a aquella en donde no
lo fue. Sin embargo, los procesos subjetivos y en cambios actitudinales, como ha sido
señalado por Alberti (1993), implican cambios, conflictos y negociaciones.
En el caso de las mujeres, la contradicción más importante en la dinámica de sus
conflictos personales y como impulsor de procesos de cambio hacia el
empoderamiento, es en el ámbito de la identidad. El conflicto de identidad se define por
los cambios en ésta estructurada en torno al Ser para los otros, frente a la de Ser para
sí misma. El acceso al mundo público a través de la participación social, al trabajo fuera
de la casa; es decir, la escisión entre el mundo público y el mundo privado, es uno de
los mayores conflictos y cambios que se presentan en la identidad de las mujeres. La
15
maternidad voluntaria, la sexualidad como disfrute y la intolerancia hacia la violencia
como forma de relacionarse con los hombres, son aspectos fundamentales en la
deconstrucción de la identidad femenina. Abordado desde esta perspectiva, la inclusión
de la perspectiva de equidad de género en el trabajo con mujeres, comunitario y de
desarrollo rural incide en estos cambios, lo cual es un componente fundamental para el
desarrollo humano desde la esfera individual, familiar, comunitaria y macrosocial.
En el contexto de refugio y desplazamiento es fundamental considerar tanto los
factores de etnia y clase desde una perspectiva de relaciones intergenéricas, ya que
como también indica Zapata et al (2003), los factores inhibidores de estos procesos de
cambio tienen que ver precisamente con los atributos y mandatos de la masculinidad
hegemónica que se orientan hacia el control y dominio sobre las mujeres y se traducen
en exceso de trabajo para las mujeres, y la escasa movilidad social por lo que como
señaló Alberti (2003:375) “este despliegue de factores nos muestra la complejidad,
profundidad y diversidad de aspectos que se relacionan con los procesos de
transformación identitaria individual y colectiva hacia el desarrollo de las mujeres”.
Por ello, es igualmente importante entrar al análisis sobre las relaciones de
género en poblaciones con características similares y la importancia de aplicar políticas
incluyentes desde la perspectiva de equidad genérica en la implementación de
programas y proyectos con poblaciones indígenas en donde los atributos y mandatos
de la masculinidad hegemónica se orientan hacia el control y dominio sobre las mujeres
y la identidad masculina juegan un papel muy importante como inhibidores de los
procesos de desarrollo de las mujeres y analizar por otro lado, en qué medida, las
masculinidades pueden ser también susceptibles de modificarse y hacia qué dirección.
16
En el contexto del estudio, la equidad de género fue asumida en la práctica de
los programas y proyectos cómo realizar aquellas acciones tanto para hombres y
mujeres, y otras acciones en donde las mujeres fueron sujetos específicos, todas ellas
con perspectiva de género. La metodología incluyó a su vez talleres sobre masculinidad
en donde en algunos casos los hombres fueron los sujetos específicos, así como
talleres en donde acudieron tanto hombres como mujeres, tales como los de derechos
humanos y donde se trataron específicamente los derechos de las mujeres. Los temas
sobre violencia, anticoncepción y salud, fueron realizados conjuntamente, dejando
algunos espacios sólo para mujeres.
Como se observa en el cuadro 5, fue también significativo que los hombres de
comunidades con política de género tuvieran un mayor entendimiento de lo que
considera violencia, atendieron más su salud y una mayor participación en la
planificación familiar.
El cuadro anterior permite observar que para el caso de los hombres, es también
notoria la diferencia en algunos indicadores. A pesar de que se reúnen casi en la misma
proporción, un mayor porcentaje de hombres en comunidades con política saben lo que
es violencia y violencia sexual, están informados sobre salud, y se tiene un mayor
porcentaje de hombres que participan en la planificación familiar. Aunque es menor la
diferencia que entre mujeres, en donde se ha centrado el impacto, es significativo que
los hombres de las comunidades con mayor política, también manifiestan cambios en la
percepción en los indicadores principales.
Los cambios en la masculinidad dominante en América Latina, de acuerdo con
Lagarde (1992ª y b) se viven como una trasformación de las masculinidades que se
traduce en: menor omnipotencia y deseo de poder y de control, sentimientos de
cercanía entre los hombres y una aproximación menos enajenada a las mujeres
17
aceptando “la humanidad” y el intercambio erótico con las mujeres no como control,
cambios importantes en la paternidad y asumiendo las tareas consideradas “femeninas”
como el trabajo doméstico. Un cambio fundamental es la deconstrucción de la violencia
sexual y de la violencia como una forma de vida asociada al dominio y legitimada como
atributo particular de los hombres. A este conjunto de cambios se le llama “masculinidad
deliberada”.
La transformación de las relaciones de género, indica Lagarde (1992:34)
“debería desmontar la asociación entre la legitimidad de la violencia como dominio o
como defensa, eliminándola de las relaciones entre mujeres y hombres, adultos e
infantes”.
En el presente estudio, considerando la complejidad de transitar de la percepción
al nivel de acción en los cambios de identidad masculina y roles tradicionales de estos,
pasa como en el caso de las mujeres por la deconstrucción de la identidad tradicional,
en donde el elemento de “pérdida de poder y de control”, es mucho más complejo de
asumir para los hombres, en tanto el poder y el control son elementos fundantes de la
identidad masculina tradicional. En este sentido, y con las limitaciones propias del
presente estudio, podemos afirmar que aunque las diferencias son menos significativas
para los hombres que para las mujeres, estas sí existieron entre hombres de
comunidades con política respecto a los hombres de comunidades sin política.
Estos cambios, por pequeños que sean, no pueden considerarse menos
importantes ya que el estudio pone de manifiesto que cuando se trabaja con enfoque de
equidad de género y los hombres se incorporan en alguna medida a los procesos de
reflexión, estos cambios son un avance no superficial ni pequeño, ya que las relaciones
de poder en donde sobresale la supremacía masculina, son uno entre los nudos a
trastocar en las relaciones de desigualdad entre mujeres y hombres.
18
comunidades con menos políticas de género, manifestaron que sólo se reúnen para
hablar de salud y más de la mitad de las entrevistadas no contestó. En menor
porcentaje también agregaron que se reúnen para obras públicas o problemas varios.
Cabe mencionar la diferencia cualitativa que existe entre ambos grupos. En
primer lugar, más de la mitad de las comunidades sin política de género, no
contestaron, lo que estaría significando que ellas no se reúnen o no le dan importancia.
Otro aspecto cualitativamente diferente es el tema de los derechos, que si bien, en bajo
porcentaje, sólo lo mencionan las mujeres en comunidades con política de género.
Alberti (2003:375) señala que la participación en organizaciones y la capacitación sobre
los derechos de las mujeres y género, la confianza entre mujeres y el compartir
problemas juntas son factores impulsores de cambio hacia el empoderamiento, tanto en
la dimensión personal, como en las relaciones cercanas y en la dimensión colectiva.
Estos aspectos son sumamente importantes a tomar en cuenta si asumimos que la
participación frecuente en reuniones, talleres y diversos espacios de encuentro permite
a las mujeres la reflexión colectiva, el desarrollo de habilidades, capacidades,
incluyendo el aumento de la autoconfianza y el poder “decir su palabra” todos estos
factores muy importantes en el proceso de empoderamiento. En este sentido, tanto los
recursos materiales, como los simbólicos a los que pueden acceder las mujeres
derivado de políticas de equidad de género son una contribución sensible hacia una
mayor equidad no sólo entre géneros, en la esfera de lo íntimo y de lo privado, sino en
el terreno en que los programas tendrán que ampliar sus horizontes en la perspectiva
de incluir al otro 50% de la población que tradicionalmente ha estado fuera de las
estrategias de desarrollo: el género femenino.
5
No todas identificaron la violencia intradomésticas en los mismos términos, pero todas sabían algunas características de la
misma.
19
Aquí serían importantes las relaciones de negociación, cooperación y conflicto.
Además, en las expresiones de las mujeres de las comunidades con políticas de género
se puede apreciar rechazo hacia la violencia intrafamiliar en todas sus expresiones.
El tema de la violencia contra la mujer e intrafamiliar, es un punto que no es
frecuentemente discutido en comunidades indígenas, por ello, consideramos aquí que,
el que las mujeres tengan información, cuestionen y sepan qué hacer en situaciones de
violencia, es un avance muy significativo desde una perspectiva de desarrollo humano,
en tanto que uno de los resultados más devastadores en las relaciones humanas
derivado de la condición de subordinación del género femenino y la supremacía del
masculino es precisamente la violencia perpetrada en contra de la mujer y la continua
situación de conflicto en que viven las parejas en comunidades indígenas.
20
mayor información sobre diferentes temas significativos para las mujeres que propicia la
reflexión desde lo individual y lo colectivo en la medida que en estos espacios tienen la
oportunidad de reflexionar sobre su situación de género. Al promover la participación
equitativa de las mujeres en los programas de salud comunitarios se propicia el
empoderamiento de las mujeres en el terreno de la salud y de sus derechos
reproductivos y es por tanto un elemento fundamental a impulsarse en las estrategias
de desarrollo que vinculen el enfoque de género de manera transversal a la ejecución
de cualquier acción en este caso, en el campo de la salud.
21
Es importante resaltar que para las mujeres participar en proyectos productivos
les produce beneficios, no sólo económicos, sino “otras ganancias” que se refieren a
juntarse, capacitarse, y por otro lado, con la experiencia obtenida tienen mayores
elementos de juicio para participar involucrarse o no en los proyectos.
Si lo observamos desde el punto de vista del acceso a los recursos productivos
otorgados por las diferentes instituciones fue significativo que las mujeres informadas,
que participan en los proyectos y acceden a un recurso productivo fue superior en los
campamentos con política, en comparación con los sin política de género.
Respecto de esta misma variable, se preguntó únicamente a las mujeres: Si
usted participa (o participó) en algún proyecto, ¿Cómo le ayuda (o ayudaba) su pareja?
Las mujeres de las comunidades con programas con política de género dicen en casi un
50% que ellos ayudan “con el cuidado de los niños” “con los pagos (dinero)”, “trabajos
del propio proyecto”o con otras “ayudas” no especificadas. A diferencia de las mujeres
de las comunidades sin política de género, quienes sólo mencionaron que sus maridos
apoyan en los trabajos relativos al proyecto. No se observó en éste caso, ninguna
mención al trabajo doméstico o a otros apoyos a diferencia del primer grupo de mujeres.
Se puede concluir que el nivel de empoderamiento que las mujeres muestran en
su participación, derecho a vivir sin violencia y derecho a la salud, no está directamente
correlacionado con el acceso a créditos o participación en proyectos productivos, como
ha sido señalado en otros estudios. Esto permite reflexionar que en la medida en que
las intervenciones sean integrales y con perspectiva de género, no es el acceso a
recursos económicos y productivos el factor principal de empoderamiento y autonomía
de las mujeres. Por otro lado, esto quizá pueda deberse a que evaluaciones de
intervenciones institucionales se ha centro en el impulso de proyectos económicos y a
evaluar las estrategias de intervención en sus diferentes componentes como la salud,
quizá porque no estuvieron claramente impulsados en dichas intervenciones. Sin
embargo cabe la reflexión sobre este proceso que hace Kabeer (1999).
22
mujeres” y “porque tenemos los mismos derechos”. En relación a la respuesta NO, se
refiere a que “ACNUR trata de forma especial a las mujeres, porque ellas están en
peores condiciones6”.
Conclusiones
6
Estar en peores condiciones no es tratarlas como víctimas. Es entender una realidad donde las mujeres indígenas están en
perores condiciones.
23
Los cambios más importantes en las mujeres fueron: aumento de su participación
en la toma de decisiones, mayor autocuidado del cuerpo, reconocimiento de la violencia
en sus diversas manifestaciones como prácticas nocivas y mayor acceso a recursos
productivos. En síntesis, se incrementó la posibilidad del ejercicio de sus derechos. En
las conductas masculinas se registraron cambios importantes como un mayor cuidado
de su salud, participación en la reproducción y reconocimiento de la violencia contra las
mujeres como una práctica nociva.
En este trabajo se muestra que cuando aplicamos estrategias incluyentes a
ambos géneros, poniendo especial énfasis a los derechos de las mujeres, los cambios
que se dan aunque son significativos y se dan en la dirección de transformación de las
desigualdades. Son las mujeres quienes dentro de la construcción social de los
géneros, les toca actuar desde la posición de mayor subordinación y opresión aun en
condiciones similares de pobreza que sus compañeros varones, por lo que el enfoque
de género es un instrumento válido en el diseño, ejecución y evaluación de políticas
que impulsan la equidad e igualdad entre hombres y mujeres y propician una mejor
distribución de los recursos.
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