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Cap VI. Qué puede dar el pensamiento histórico a la formación cultural hispanoamericana.

En éste capítulo, Góngora hace un breve recuento del suceso que marcó la vida cultural de
Hispanoamérica como una huella indeleble de larga duración: el violento choque entre dos mundos
radicalmente distintos, donde uno se impone frente al otro por un mayor poder bélico (temprana
militarización de la vida americana) y organizacional, dejándolo así subordinado al nuevo orden
que se le imponía por la fuerza. Este encuentro cultural dejó institucionalizados unos ideales de
retraso y de progreso, donde lo nativo es correlato del primero, y lo europeo del segundo. Según el
autor este es uno de los problemas de la actualidad que la historia puede ayudar a solucionar, pues
para ésta, siempre está abierta la posibilidad de forjar nuevas formas culturales; sin embargo, esta
posibilidad en el mundo globalizado de la actualidad es casi ilusoria.

Cap VII. Civilización de masas y esperanza.


En éste capítulo, el autor parte de una crítica al sistema, donde el predominio de un materialismo
práctico y técnico, enaltece la ciencia hasta darle un hálito casi epifánico; donde “el
internacionalismo técnico-económico supera los obstáculos ideológicos o de principios”. “El
resultado de todo ello ha sido fatal para el individuo: se ha producido la despersonalización”, el
sujeto se acomoda pasivamente en un “nihilismo de la resignación”, siendo los medios de
comunicación de masas el guía principal hacia el abismo. Ahora bien, ¿qué ideas históricas han
contribuido a dicho proceso tan funesto? El autor propone algunas: La Ilustración (que generaliza
la visión cientificista), la revolución francesa (que exporta la democracia y el individualismo
socio-jurídico), la revolución industrial agenciada por Inglaterra (que impone la tendencia
mecanicista) la idea del progreso (interiorizada hasta el tuétano) y el fracaso de las ideas marxistas
que se vindicaban como una opción. Ante esto, solo queda la esperanza, en un sentido metafísico y
metahistórico.

Cap VIII. Desafíos de la historia a la teología.


El autor propone tres desafíos o tensiones entre éstas:
1) El método histórico-filológico, es decir, el que busca las posibles fuentes para la
investigación y las somete a una doble prueba: la de su autenticidad, y la de su veracidad.
Si bien este método condujo a los positivistas a interpretar el documento erróneamente
como el referente en primera y última instancia para todo lo históricamente acontecido, es
hasta cierto punto “saludable” para cualquier investigación histórica seria. Ahora bien, esto
entraría en conflicto con la teología dogmática, fundada principalmente en los textos
bíblicos, donde la controversia es inadmisible.
2) El concepto de tradición, surgido del medio eclesiástico y por lo tanto impregnado de una
significación sacralizada, entra en confrontación con el concepto forjado por los
académicos decimonónicos, donde la tradición, al ser “el alma de los pueblos”(Herder), es
el reflejo de la sociedad, y por lo tanto, una creación en continuo movimiento y no una
concreción eterna e inmóvil de lo divino en la sociedad.
3) El tercer antagonismo radica en la idea de la historia. En la teología, la historia se divorcia
del método científico pues incluye en su seno todo tipo de documentos de carácter
narrativo y mítico, dejándose guiar por ellos y no sometiendo los mismos a una lectura
crítica. Otro elemento divergente es ver la historia como teleología, ya sea de la salvación o
del apocalipticismo, y no como un proceso en consecución.

Cap IX. Sobre la descomposición de la conciencia histórica del catolicismo.


En este capítulo, el autor propone la hipótesis de la sincretización de la religiosidad de los pueblos,
de acuerdo a unas lógicas político-culturales tanto internas como externas, para darle una
explicación al desmoronamiento del imperialismo católico. Utiliza para argumentar su hipótesis
una serie de explicaciones que no entiendo del todo.

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