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Universidad de Salamanca
Centro Tecnológico de Diseño Cultural
Qué duda cabe que esa impresión está motivada en parte por el papel central asignado
por el propio Vygotski a la explicación genética desde el origen, es decir, por su énfasis
en la filogénesis y la históricogénesis de la humanidad como explicación causal de la
ontogénesis de la mente individual. Desde un enfoque evolucionista este énfasis parecía
en el primer tercio del siglo XX totalmente necesario si se deseaba sacar a la psicología
del dualismo y del fixismo. El objetivo era entonces comprender el lento cambio del
sistema funcional de nuestra mente acumulado durante millones de años de filogénesis
y miles de años de histórico-génesis.
Lo que vamos a tratar de sostener con esta breve reflexión es que los pasos dados por la
aportación vygotskiana sobre la evolución humana deben ser continuados - más allá de
la tarea iniciada por Vygotski y sus colaboradores-, hacia la apremiante tarea de afrontar
con decisión el rápido futuro. Se trata de replantear la psicología no sólo desde la
genética retroactiva sino también, conjuntamente, desde la genética pro-activa que
necesita la humanidad para su agenda inmediata. Y ello desde un evolucionismo que no
recurra a una reducción ni de la biología ni de la cultura. Esa tarea es tanto más urgente
cuanto menos pensemos que la evolución humana está cerrada y cuánto más nos
preocupe el impacto de los profundos cambios históricos, sociales y culturales que
tienen lugar en el planeta de manera crecientemente acelerada.
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cultura generacional y con ello el cambio histórico, y resulta en general bastante fácil
hacer abstracción de él.
Debemos comprender sin embargo que, al igual que el pasajero que camina por el
pasillo de un tren en movimiento, el niño que se desarrolla sobre un mundo en
desarrollo acumula un cambio sobre otro. Debe reconstruir lo humano en un mundo que
ya no es el de sus padres pues, como decía Margaret Mead (1971), los niños son como
emigrantes en el tiempo que, por la fuerza de la mutación cultural, se desarrollan en una
cultura distinta a la de sus progenitores. Los padres tendemos a no tener en cuenta este
hecho, tendemos a reestablecer la estabilidad del mundo y a caminar por el vagón y ver
caminar a nuestros hijos como si estuviéramos haciéndolo por la plaza de nuestro
barrio.
Esto es así porque, afortunadamente, la mente humana es estructural: está armada de tal
modo que conseguimos estabilizar, seleccionar y organizar la abrumadora riqueza y
movilidad del universo construyendo la realidad de tal modo que sea reconocible y
estable y podamos vivir en ella. Esta ceguera o filtro perceptivo al cambio se nos
impone a todos, tanto al hombre de la calle como al científico. Y en contra de una
evidencia cada vez más aplastante: la fuerza evolutiva de la humanidad ha marcado una
aceleración añadida a la del cambio del mundo físico y natural con las transformaciones
introducidas por nosotros mismos. Toffler (1970) denominaba el resultado conjunto “la
furiosa tormenta del cambio”. Ante esa oscilación del terreno que se nos mueve bajo los
pies y que nos haría tambalear si no fuésemos capaces de estabilizar el equilibrio, la
tendencia natural de nuestra mente estructural es la de protegerse negando el cambio
mediante diversos mecanismos de fijación social (los ritos) y cognitiva (la reducción de
la disonancia de los psicólogos sociales). Galileo se vio obligado, por la presión social e
institucional, a jurar que la tierra no se movía, y su frase coloquial a seguido del
juramento (epure si muove, ¡pero se mueve!) expresa que la presión contradictoria entre
cambio y estabilidad es algo consustancial a lo largo de nuestra historia humana.
Umberto Eco reflexionaba hace casi treinta años sobre esa doble tendencia: la de los
“apocalípticos” que temían, negaban o condenaban el cambio, y la de los “integrados”,
dispuestos a acoger con los brazos abiertos cualquier nueva transformación
entendiéndola como progreso.
El intenso y extenso cambio cultural en el siglo que acaba de terminar ha creado nuevos
entornos humanos de vida, de desarrollo y, con ello de conciencia e inconsciencia. La
necesidad de una ciencia evolutiva del cambio humano no es sólo una necesidad
epistémica para comprender nuestros orígenes, es además, y sobre todo, una exigencia
para poder salvaguardar lo esencial humano en el futuro; para realizar adecuadamente la
tarea imprescindible de criar y educar a las nuevas generaciones comprendiendo a
nuestros hijos como un nuevo, renovado, diseño humano para un nuevo contexto. Sólo
de ese modo podremos ayudarles a realizar su propia construcción personal de la mejor
manera posible, salvaguardando lo mejor del pasado, ayudándoles a apropiarse de lo
mejor del futuro, defendiéndoles en lo posible de los ataques de las mutaciones
destructivas.
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del eje bipolar, en un reduccionismo productivo en los primeros pasos empíricos pero
riesgoso si es demasiado perseverante. Podemos clarificar algo este proceso analizando
los tres grandes ámbitos en que se han circunscrito los procesos a explicar.
Las especies animales han desarrollado dos poderosos sistemas de memoria para
acumular su aprendizaje y su desarrollo. El de los genes, que hoy está siendo
desentrañado por la maquinaria de la ingeniería genética, y el neurológico, que lo está
siendo por la neurociencia. El primero es altamente estable pero reacio al cambio y al
aprendizaje; el individuo puede difícilmente incidir en él (aún cuando la ingeniería está
encontrando, por vía del cambio histórico cultural, mecanismos para entrar bajo la piel,
en los genes, desde fuera de la piel). El segundo es flexible y el individuo inscribe con
facilidad en él sus cambios y aprendizajes; en cambio no es estable y sus logros se
pierden de una generación a otra. Pero, aunque todos los animales tienen sistemas de
ambos tipos, mucho más poderosos los segundos en las especies más evolucionadas, el
ser humano se ha construido mediante un nuevo sistema, el cultural, que combina las
potencialidades de los dos anteriores. Con él, se consigue mantener una cierta
estabilidad de una generación a las siguientes (mediante la tradición oral, las bibliotecas,
las instituciones…) y a la vez proporcionar una gran capacidad de cambio y de
aprendizaje. Los dos primeros sistemas operan, o han venido operando bajo la piel,
dentro del organismo; el tercero lo hace en el entorno del organismo y, gracias a los
avances científicos, puede hoy revertir sus mecanismos artificiales y culturales al
interior del propio organismo.
Es harto frecuente que los dos primeros sistemas se perciban por los psicólogos como
equivalentes, considerando el contenido del segundo sistema como un trasunto del
primero, de modo que las funciones y psicológicas están definidas en el cerebro como
traducción directa de la información en los genes. La neurología evolutiva nos enseña
sin embargo, gracias al trabajo de Luria y otros, que la organización funcional del
segundo sistema desde el momento del nacimiento se debe tanto a las influencias del
primer sistema como del tercero. En general las concepciones escisionistas y
simplificadas no han propiciado investigaciones de las inter-influencias de los tres
sistemas conjuntamente, de modo que se han alentado visiones estáticas y se ha tendido
a mantener formulaciones polares simplificadas del viejo debate herencia-medio. Toda
la estructura cerebral se supone en estos enfoque tan fruto de la herencia como los genes
mismos, y el contexto físico y cultural se apunta en el haber del medio, excluyendo de
él todas las funciones de estabilidad y transmisión propias de la herencia.
La comprensión del desarrollo del cerebro desde el nacimiento y el análisis de las
neoformaciones (Luria, 1978) nos enfrenta a un proceso en que los tres sistemas se
articulan en una ontogénesis dialéctica renovada, en que la gran flexibilidad de la
genética humana de su primer sistema, la no menor flexibilidad de su segundo sistema
(el conexionismo está haciendo en ese territorio aportaciones decisivas) y el dinamismo
no menor del tercero, confrontan a cada nuevo individuo y cada nueva generación con
una especie de filogénesis personalizada que articula evolutiva e integradamente los tres
sistemas. El concepto de epigénesis propuesto por Gottlieb (1996), con el que designa
el proceso integral de desarrollo del sistema genético y el desarrollo en contexto en cada
individuo, podría dar muy bien cuenta de este juego de desarrollo genético integrado.
Como dice Bronfenbrenner (1996), la característica principal de la genética humana
sería justamente ese carácter integral. Por su parte, René Zazzo al reflexionar sobre la
organización funcional de la mente y su diagnóstico, apuntaba otra característica que
emerge de las mismas premisas: el carácter flexible y cambiante de los diseños
evolutivos humanos. Por tanto, si los tres tipos de memoria son flexibles, podemos
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pensar que las epigénesis resultantes se caracterizarán aún más por la flexibilidad y que
la especie humana mantiene una genética muy abierta, una genética cultural. En ella los
genes -la memoria genética- son leídos desde el contexto -la memoria cultural-, del
mismo modo que éste, concebido a la vez como medio presente y como memoria
ecológica, lo es desde los genes; y la inter-influencia de los tres se configura en un
desarrollo neurológico distintivo.
Si las funciones superiores humanas no están garantizadas por la sola herencia genética
natural, el objetivo de una genética integrada o cultural estribará en descubrir los
procesos históricos, culturales y sociales por los que se produce ese desarrollo integrado
de lo natural y lo cultural.
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Todas las evidencias de la investigación evolutiva indican que el cambio ontogenético
(el desarrollo) requiere, no paradójicamente como pudiera pensarse, cierto grado de
estabilidad o, como señalaba Bronfenbrenner en su informe a la UNESCO sobre la
transformación mundial de los contextos de crianza (1989), la construcción del sistema
funcional de las nuevas generaciones requiere contextos estables.
De hecho, y volviendo a nuestro ejemplificación a través del caso de la memoria, la
genética integrada parece sugerir que existen mecanismos de compensación y de
amortiguación del cambio en los tres sistemas de memoria La incorporación del
principio de estabilidad ecológica al primer sistema de memoria (genes) plantea un
problema de sensatez biológica. En el primer sistema de memoria (la memoria de los
genes), y si el lamarckismo actuara directamente, las especies se precipitarían a cambios
que de inmediato podrían ser adaptativos y a la larga resultar desastrosos. El mecanismo
más modulado y difícil propuesto por Darwin permite esa sensatez biológica. En el
segundo sistema de memoria (el sistema neurológico) ocurre algo parecido. Los
registros últimos, como ha demostrado la neuropsicología, deben una pleitesía a los que
han ido conformando la ”personalidad” funcional, evitando la fragmentación y la
desestabilización psicológica. Y también en el tercer sistema de memoria (la cultura)
ocurre, afortunadamente, algo parecido, aunque tanto en éste como en el segundo
sistema las aceleraciones y cambios producidos en los últimos tiempos pueden ser más
dramáticos. Lo importante es que el primer sistema está haciendo de ancla y de
estabilizador de los otros dos, incluido el tercero. Si la ingeniería genética y la nano-
neuro-ingeniería actúan con demasiada precipitación y rompen ese equilibrio, la frase
con que Goya alertaba sobre los excesos del racionalismo ilustrado afrancesado en la
España de principios de siglo XIX podría hacerse literal: “el sueño de la razón produce
monstruos”.
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básicamente situado y enactivo del sistema funcional humano, su basamento espacial y
directivo (del Río, 1990; del Río y Álvarez y, 2002).
Por ejemplo, para comprender las arquitecturas culturales históricas de la mente estamos
analizando la organización eco-psico-funcional de funcional de tres generaciones de
castellanos o de diversas comunidades culturales (Álvarez y del Río, 1999 y 2001).
Este apunte no es pues más que una pequeña reflexión desde nuestra actual línea de
trabajo. Un libro en preparación incluirá los materiales sobre las investigaciones ya
realizadas o actualmente en curso que presten soporte empírico y sirvan de ejemplo para
mostrar las tesis que aquí avanzamos de manera muy somera sobre genética cultural y
diseño cultural.
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parte de los efectos documentados en las dos últimas décadas sobre los efectos en las
nuevas generaciones de los “experimentos culturales” masivos llevados a cabo en la
historia reciente: el consumo masivo o “efecto de cultivo” de los medios de
comunicación (Gerbner y Gross, 1976; del Río, Álvarez y del Río, 2003) y de la
escolarización, junto a la fragmentación de los ecosistemas y destrucción de los
sistemas de actividad productiva y significativa (Elkonin, 1984; Bronfenbrenner, 1989;
del Río y Álvarez, 1992, 1996 y 2002; Álvarez, 1994, 1996) alertan de que el impacto
en desarrollos disfuncionales de los cambios culturales no puede ser ignorado.
La re-mediación a nivel individual de efectos masivos y de organizaciones funcionales
sistémicas al nivel de toda la cultura y el contexto de desarrollo resulta la mayoría de las
veces a educadores y psicólogos tan heroica como insuficiente. La alternativa de una
investigación y de actuaciones más sistemáticas y sistémicas, más creadoras, parece
inevitable.
El Diseño Cultural
Con esa reflexión Vygotski esbozó un problema que a nuestro juicio habría que
actualizar y desarrollar de manera profesional, técnica y específica. Si analizar la cultura
y la mente conjuntamente es el objetivo del diagnóstico genético-cultural del desarrollo,
la intervención a partir del diagnóstico realizado puede definirse como la de construir o
re-construir mente y construir la cultura de esa mente al la vez. Producir y crear cultura
aparece aquí como metodológicamente convergente con crear mente y se perfila así
como el gran objetivo general que implica a todas las ciencias humanas y a todas las
actuaciones del ser humano con impacto sobre nuestras funciones. En los dos últimos
siglos el progreso se ha realizado sobre el supuesto de que, cambiando el mundo sólo
cambiamos el mundo, pero no a nosotros mismos.
La perspectiva del cerebro externo y la genética cultural nos sugiere que si cambiamos
los objetos de nuestro escenario humano que repercuten en y trenzan nuestros sistemas
de actividad y de conciencia, nos cambiamos también a nosotros mismos. Son estas
ideas que están presentes en el pensamiento occidental alrededor de las Nuevas
Tecnologías de la Comunicación desde McLuhan . El conocimiento de la arquitectura
mediacional de las funciones superiores permite a la perspectiva genético cultural
realizar una genética cultural prospectiva: diseñar auténticas ingenierías de los
instrumentos psico-culturales y de los sistemas de actividad y conciencia mediados por
estos operadores externos. Estamos experimentando en el CTDC con un modelo de
“puesta en escena funcional”, que integra la aproximación dramática con la eco-cultural.
En él, las repercusiones del diseño no sólo operan en el terreno de las mediaciones
instrumentales, sino también de las mediaciones sociales y de los modos por los que
organizamos, anclamos, compartimos y distribuimos nuestras funciones con otras
personas y comunidades.
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El Diseño Cultural no es más que una ciencia del desarrollo humano que toma
conciencia de que el desarrollo no está completamente escrito, que una parte muy
grande de él lo escribimos, muy deprisa, y sin suficiente atención. La intervención
lúcida desde ese diagnóstico genético-cultural define un conjunto de conocimientos que
puede guiar las actuaciones humanas para tratar de optimizar los aspectos positivos de
nuestro desarrollo y para tratar de evitar los nocivos. Para intentar ver y valorar a
tiempo, antes de destruirlas, herencias culturales con valor funcional; para no dar lo
humano por garantizado y evitar actuaciones masivas destructivas de su tejido cultural o
construcciones irreversibles excesivamente rápidas.
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que caracteriza las culturas informales y el que, adecuada y conscientemente
planificado, podría caracterizar una educación escolar bien construida.
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parecemos ser aprendices de brujo de una ciencia que mira sólo los efectos en los
terceros y no los efectos sobre sí misma.
Referencias
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- Pablo del Rio is Dr. in Psychology and Professor at the Faculty of Social
Sciences, University of Salamanca, Spain, where he teaches in Psychology
doctoral courses and Communication graduation and doctoral studies, and where
he is in charge of the research unit CTDC -Technological Centre for Cultural
Design.
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- Amelia Álvarez Rodríguez is Doctor in Psychology, Universidad Autónoma,
Madrid (1996), member of the Department of Sociology and Communication,
researcher in the Centro Tecnológico de Diseño Cultural and Head of a Doctoral
Programme in Comunicación, Cultura y Educación .Editor of the journal Cultura
y Educación and member of the Editorial Board of Mind, Culture and Activity.
- link:
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