BHABHA 'Síntomas criollos' e hibridez poscolonial Leslie Bary
En su célebre artículo "DissemiNation" asevera Homi Bhabha que
la hibridez contesta el "pluralismo del signo nacional, en el que la diferencia (lo otro) reaparece como lo mismo (lo uno)". La hibridez según Bhabha no es "una mezcla de identidades estables anteriores" sino "la perplejidad de lo vivo como interrupción de la (representación) de la plenitud de la vida" y "el signo negativo al origen". Sin discrepar con Bhabha en su crítica de la identidad como pedagogía (y la distinción entre lo pedagógico y lo performativo que es una de las mayores contribuciones de su artículo), insisto en los cuatro puntos que vengo defendiendo:
a) que lo "híbrido" como categoría cubre tantas mezclas distintas
que el término se convierte, a mi modo de ver, en una abstracción homogeneizante;
b) que si el valor de la hibridez es su desafío a lo estático y lo
"puro," pues acaba devolviéndoles a ambos términos un valor mítico e ideologizante;
c) que al suponer la híbrización de identidades y culturas como
base del contacto y de las coaliciones, arriesgamos convertir la llamada "hibridez" en precondición para toda conversación o negociación.
Finalmente, d) el pensar "híbridamente" es una solución muy
inadecuada a las luchas sociales que se están librando en la actualidad. Comparto la esperanza de Bhabha de que "al vivir en la frontera de la historia y el lenguage, en los límites de las razas y los géneros, [podremos] traducir las diferencias entre [estas categorías] en una forma de solidaridad". Pero también noto que Bhabha en su análisis se enfoca en lo cultural y elimina la cuestión de clase.
En el discurso de Bhabha (y, desde luego, en el de Laclau y Mouffe) me
parece insuficiente la mera invocación, algo vaga además, de los "nuevos movimientos sociales." Un ejemplo concreto del problema está en el planteamiento de Gloria Anzaldúa en su libro Borderlands/La Frontera, cuando sugiere que, como todos de algún modo habitamos "las fronteras" (de las razas, las etnias, las nacionalidades, las sexualidades, las clases), se ha de formar entre todas estas diferencias una coalición revolucionaria - esperanza que me parece más ingenua que utópica, sobre todo en un libro que tanto enfatiza el dolor de la existencia 'subalterna'.
En ese sentido el discurso del multiculturalismo contemporáneo
repite el gesto de los mestizajes oficiales, que funcionan hegemónicamente al cooptar la oposición y al crear un nuevo ser superior, el híbrido. Tal discurso es insuficiente en parte porque las hibrideces de, por ejemplo, Richard Rodríguez, Domitila Barrios, Alejandra Pizarnik y Esteban Montejo no son las mismas. Ahora bien, estas diferencias dentro del espacio híbrido -espacio que alcanza ya al mundo entero- las reconoce un teórico como García Canclini. Pero me preocupa en García Canclini el tono celebratorio y la proliferación de ejemplos primariamente urbanos. Y si toda cultura es híbrida en sus orígenes y si todos respiramos hibridamente, viene siendo la hibridez una tautología cuya suposición vale más como punto de partida que como punto final en los análisis de política y cultura.
Señas de otredad
He sugerido en estas páginas que el invocar la hibridez es una
manera de suponer, una vez más, que una cultura común, basada en una mezcla de identificaciones culturales si no de sangres, es necesaria como base de la extensión de derechos universales. He sugerido también lo problemático de la valorización excesiva de identidades raciales y culturales, por sobre clases y economías, que se da con la invocación de hibrideces - la cual, además, a mi modo de ver, privilegia lo más mezclado por sobre lo menos mezclado, y celebra las yuxtaposiciones sorprendentes que produce el mundo globalizado mientras esquiva la violencia y la explotación que forman la base de muchos procesos de hibridación. La hibridez como "significación imaginaria" reinstaura, además, una problemática política de identidades, y legitima que el privilegiado hable por el otro, ya que siempre tendrá el primero algún modo de declarse "híbrido," manteniendo así su posición privilegiada y también sus señas de otredad. De esa actitud me sigue interesando la inhabilidad para enfrentar una diferencia sin apropiarla o exigir la participación propia en ella. Insisto, pues, en que ese deseo de hibridarse enmascara otro deseo más siniestro -el de mantener una posición de poder. Porque la extensión universal de los derechos significa necesariamente que los privilegiados dejen de serlo.
Si una de las razones principales por las que se habla de la
hibridación es, precisamente, la necesidad de establecer una base teórica para las garantías de derechos, ¿qué alternativas hay a la ideología de la híbridación? ¿Hace falta, por ejemplo, reimaginar el estado cívico (en contraste con el estado étnico)? ¿Si eso hacemos, cómo evitaremos recaer en "universalismos" exclusivos? O bien ¿cómo hacemos para abolir las condiciones que requieren la ilusión de las "razas" (Lewontin)? ¿Cómo teorizamos una justificación de las especificidades culturales, y de la supervivencia de grupos étnicos minoritarios?
Según Jean Guéhenno ya se acabó el estado-nación como
vehículo viable de la democratización, y se ha iniciado el imperio de las redes: networks, hibridizaciones. Mi pregunta, tanto en la práctica como en la teoría, para los próximos años, será si los "nuevos movimientos sociales" y las organizaciones transnacionales para la defensa de los pueblos habrán de cobrar el poder necesario para defender y ensanchar lo que hay de democracia.