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CHORRILLOS Y MIRAFLORES

(Lima, enero 21 de 1881)

Señor Don Anselmo Soto,


Santiago.

Querido padre:

¡Por fin se cumplieron mis deseos i se realizaron mis esperanzas! Me encuentro en la


ciudad de Lima, en la soberbia capital que nos amenazara tanto tiempo con sus
formidables trincheras i sus inaccesibles alturas erizadas de cañones. El entusiasmo que
me domina por tan fausto acontecimiento es tal, que no se si pueda coordinar cual
quisiera mis pensamientos, encerrados en esta carta portadora de un saludo patriótico
que envía a usted su hijo i un fuerte abrazo a mis queridos hermanos.

A Lima! A Lima! Eran las palabras que repetían ayer los labios de todo chileno: la
ciudad de los virreyes es para nosotros lo que Jerusalén para los cruzados de la Edad
Media.

Yo, mi buen padre, he cumplido con mi deber, coadyuvando en algo a la libertad i


defensa de nuestra patria.

Ojalá pueda ver dentro de poco la prosperidad y el engrandecimiento del suelo que me
vio nacer; de ese Chile por el cual se han sacrificado en tantas gloriosas batallas millares
de sus hijos, peleando como verdaderos espartanos.

Aunque a los bravos Cazadores a Caballo no les cupo en suerte, como tanto lo
deseábamos, recojer los laureles de eterna gloria que se conquistaron en Calama i Agua
Santa, no fue, sin embargo, tan despreciable el rol que tuvo la honra de desempeñar la
primera compañía del primer escuadrón a que pertenezco. A poco de haberse roto el
fuego por una i otra parte, cuando la batalla o sorpresa de Miraflores, me tocó ir en una
mitad mandada por mi teniente don Miguel 2º Rios, con el objeto de observar a la
caballería peruana que intentaba flanquear el ala derecha de nuestro ejercito.
Anduvimos con mucha suerte; pues, por mas que se opuso el teniente, nosotros
aleccionados por el 1º. De mi compañía, don Gregorio Rios, nos fuimos a la carga, a
poca distancia al norte del cerro de San Juan, por donde se nos vino encima un
escuadron peruano, que, al juzgar por el terreno que ocupaba, no podía tener menos de
cien hombres. Estos se dividieron en dos porciones: una de ellas, avanzó- ¡ qué
descaro!. A quitar una cuantas cargas de municiones que bajaban en ese momento de los
cerros de Lurin. Cayeron heridos dos arrieros, i los demas volvieron atras a lo que daban
sus mulas.
Ver esto y lanzarnos a la carga, con un chivateo infernal, fue todo uno. Las espadas
hicieron algo, pues dejamos en el campo seis o siete muertos, i tomamos unos cuantos
prisioneros. ¡Si hubiera visto, padre, a mis compañeros en aquel instante del ataque,
qué hombres y qué leones! En fin, algo es algo, aunque todavía no nos podemos
conformar con que los Granaderos y los Carabineros nos aventajaran, respectivamente,
en San Juan y Miraflores.

En Chorrillos tuvimos que correr como rayos, tras los derrotados, que emprendían la
fuga por los potreros i las calles del pueblo.

Yo siento mucho que mi coronel Soto Aguilar- lo que no es estraño en los jefes- haya
dado cuenta al general en jefe de aquel hacho atribuyendo la gloria al alférez
Harrington, tal vez por ser extranjero; no ha tenido siquiera una palabra de elojio i
estimulo para el 1º Rios i sus compañeros. Esto me hace recordar lo que ha dicho
Vicuña Mackenna: ¡ el pago de Chile!

La entrada de nuestro ejercito vencedor por las calles de Lima se efectuó en el mayor
orden i con toda solemnidad i decoro. Mientras la marcha, tanto las tropas vencedoras
como pueblo vencido que nos contemplaba, guardaban el mas profundo silencio. Aquel
acto fue el más solemne i grandioso que haya presenciado jamás.

Enviemos, cariñoso padre, en nombre de la patria un sentido adiós a los que murieron
por ella: justo, aunque modestísimo homenaje tributado a los héroes que en premio de
sus hazañas se conquistaron la gloria i la inmortalidad.

Salvador Soto
Oficial del Escuadrón Cazadores a Caballo

(Nota: se mantienen la redacción y la ortografía originales)

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