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A pleno espíritu: Una épica a la Hirst

Por Olga Margarita Dávila

Realmente sorprende el trabajo de Demien Hirst expuesto en la


Galería Hilario Galguera de la Ciudad de México, durante su largo
periodo de exhibición en el año del 2mil6. Además de la presición
en la factura, asunto por demás indispensable, dado el precio de las
obras y la talla del creador, es por su postura teológica.

Reflexionar, exponer, pensar, dialogar, crear, estetizar, sobre Dios


a pleno siglo XXI, sobre pasa los asuntos de mercado y moda, en el
que Hirst ha estado catalogado. Y no es que sea una muestra
atípica en su producción, para nada, si observamos con claridad en
retrospectiva su trabajo, podemos darnos cuenta que ha venido
siendo una magna reflexión sobre la existencia. Y quizá, podría ser
para muchos artistas, impensable, un no lugar, preguntarse por
Dios; más para Hirst, criado en una familia católica, puede ser una
liberación, una pugna, o como parece ser el caso, de la muestra en
cuestión, una autoafirmación y con ello integrar su postura artística
y ontológica. Y que mejor lugar para hacerlo que México, lugar de
mestizaje espiritual.

Locus amoenus
El espacio de la Galería esta tomado como lugar ideal, es clara la
mano de Hilario y su perspectiva arquitectónica. En él se
circunscriben cada una de las piezas y se configura el recorrido
como la suma teológica. Cada momentum es un estadio para el ser
y la conciencia, el recorrido en el espacio esta considerado como un
proceso cognitivo para culminar en una oda casi Shakesperiana.

El inicio es la frase contundente, determinante e inamovible, es el


qué, porqué y para qué de la muestra. Nos comunica que la
exposición no es un cuestionamiento Nietzechiano, ni una postura
punketa, sino una narrativa apócrifa. “La verdad ineludible” es
claramente el Espíritu Santo sobre la materia. En ésta obra, Hirst
nos permite subir al Gólgota y observar desde ahí. Traspasar
nuestra condición material y mirar de frente la verdad: el espíritu
sobrepasa nuestro paso por el humanero, lo que es inamovible es la
condición sutil. Y desde ahí, Hirst y Galguera colocan la plataforma
de aproximación para recorrer la muestra, exhortándonos a mirar
una postura estética más allá de la brutalidad carnal.

Y para deconstruir la carne, en la sala hacia la derecha de “La


verdad ineludible”, esta “Sólo Dios sabe”, en uno de las ya famosos
tanques de Hirst, encontramos una doble crucifixión. Dos carneros
desollados, yacen sobre polines de madera, clavados, invertidos en
relación a la posición de Jesús en la cruz. Los animales están
sumergidos en formol, para conservar la materia y mostrar la
brutalidad humana sobre un animal. ¿De ser “permitido”, haría
Demien, todo su postulado con cuerpos humanos?
Es sorprendente y clara la manipulación del animal para mostrar la
voluntad artística de mantener una expresión sensible, emocional.
Los carneros tienen la lengua de fuera, y la cabeza hacia un lado,
además de una perfecta incisión que los abre en dos.

Flanqueando el tanque “Solo Dios Sabe”, dos piezas que cierran de


manera magnifica el concepto en el espacio en el que conviven, “El
cuerpo de Cristo” y “La sangre de Cristo”. Ambas son gabinetes de
acero inoxidable, que a manera de estantería infinita despliegan
tabletas de Panadol con una gota de sangre, arriba o abajo, según
el mueble en cuestión. Al parecer, necesitamos de anestesiar
fuertemente nuestro cuerpo, para poder asumir la carnalidad que
expone “Solo Dios Sabe”. Más en la esfera de lo sutil es la
Comunión, el rito de incorporar a Cristo en el ser, lo que permite
traspasar el estado corporal.

Continuando con la deconstrucción carnal, a la izquierda de “La


verdad ineludible”, encontramos la pieza mayor de la muestra: “En
el nombre del Padre”. A manera de tríptico, que recuerda el formato
usado en la edad media para los altares portátiles, sólo que ahora
en la era postmoderna son tres enormes tanques de formol, con
tres carneros desollados en postura de cruxifricción, uno en cada
mueble. Con una estética súper refinada, Hirst alude al momento de
la muerte de Cristo. Ya no hay cruz de madera, como en “Solo Dios
Sabe”, aquí los carneros están suspendidos. De una manera grácil,
que ralla en la ambigüedad, expone la expresión sensible de
elevación, humanizando al animal. Barbarie es el pensamiento en
yuxtaposición que decodifica esta pieza, sobre la condición de
algunas acciones de la raza humana y sobre el arte en su
connotación actual de mercado vorágine y en monopolio.

En la sala más grande de la Galería encontramos el cuerpo central


del discurso de la muestra: La pieza “Hacia un mejor entendimiento
de la vida sin Dios a bordo de la nave de los locos”. Un gabinete con
material quirúrgico en perfecto acomodo, que alude a la asepsia.
Espejo, madera, botas de hule, batas para cirugía, ropa de cama,
gasas, tubos de plástico, pinzas, charolas de acero inoxidable,
sierras, plásticos, equipo neuro-quirurgico, un cráneo y un barquito
que dice Zihuatanejo. ¿Y para qué usar la razón, el entendimiento,
si es evidente la luz celestial? Recordemos la plataforma de inicio, el
Espíritu Santo sobre la muerte. No hay salvación material, ni
médicos, ni equipos, que nos pueden sacar de lo inminente: ser una
calavera. Y me recuerdo del refrán, “la muerte esta tan segura de
su victoria que nos da toda una vida por delante”. Y ¿qué hacemos
con ella?
Flanqueando a “Hacia un mejor entendimiento de la vida sin Dios a
bordo de la nave de los locos”, hacia el lado derecho encontramos
“Ave María llena eres de gracia”, frente a la pieza “Escéptico”. Y al
lado izquierdo, “Padre Nuestro que estas en los cielos”, frente a
“Desesperanza”. La directriz está clara, orar es la base. Rezar a la
Virgen y al Padre, como bastiones ante los predicamentos de la Fe,
como puede ser el de la significación de la pieza “La ira de Dios”,
colocada al centro de las anteriores.
Y me permito no describir las piezas en cuestión, para provocar al
lector hacia la acción y que visite la muestra. Si no vives en la
Ciudad de México, viaja y ven y experiencia una de las mejores
muestras que he visto en mis más de 20 años de desempeño
profesional. ¡Bien vale una misa!

En una sala cuadrangular como capilla exenta, o mejor dicho, en


arraigo con el contexto de México y con el sentido conceptual de la
muestra, a modo de capilla poza, en sentido de una instalación, las
piezas: En pintura, sobre la pared, “Hermoso! Pintura de Dios ha
muerto, larga vida a Dios”, “Hermoso! Pintura de la llegada a un
acuerdo con la muerte del hombre barbado en la nube” y “
Hermoso! Pintura de la muerte de Dios, el nacimiento del nuevo
universo”; y al centro de la sala, en ensamble, “ El sagrado corazón
de Jesús”. Es importante nombrar que las pinturas instaladas en
ésta sala se hicieron en el mismo espacio que se exhiben, y al ser
pinturas circulares, pintadas de forma centrífuga, la sala guarda los
residuos de la acción al crearlas; así mismo las tres tienen un
cráneo al centro. El ensamble es de una exelcitud formal,
conceptual y de factura. En un cilindro de acrílico transparente, de
una pieza, un corazón de animal flota, atrapado por hilos de púas
de plata, penetrado por navajas y agujas de jeringas. La
experiencia de estas piezas se encierra en el más profundo éxtasis.
Sublime trascendencia de la materia y los conceptos religiosos
postulados por el encuentro estético, pleno y vibrante.

En la sala transversal a la central, a manera de ruta para transitar,


esta la propuesta anímica de la muestra. Más allá de la reflexión
teológica, esta la práctica religiosa de Hirst. “Que muero porque no
muero”, “Adán y Eva bajo mesa” y “Perdido en el amor”. Todas ellas
con la propuesta del amor en su acción común. Desde su sentido
casi cantinero, entre el desgarre y el goce, pasando por el amor de
pareja, de matrimonio, que juegan a la vida y se encierran en el
exceso de la fiesta y estimulación al cuerpo, para llegar a
sumergirse en un tanque de plenitud amorosa.

En un discurso paralelo al central de la muestra, se encuentran en


todas las paredes de la Galería, una reflexión sobre la pintura. En la
que a manera de continuidad de las prácticas pictóricas del siglo
XVIII de las Vanitas y Veritas, se exhorta a mirar más allá de lo
evidente. Así mismo, en ese discurso, dos piezas vaciadas en plata.
La primera “Unicornio, el sueño ha muerto” en la que un unicornio
con una sierra en lugar de cuerno, muestra que la utopía es
perpetrada por la violencia. Y la segunda “En su infinita sabiduría, el
sueño ha muerto”, en la que una osamenta de animal alterada por
la dualidad, cuestiona las deformidades sociales de la práctica
religiosa, ya que de una de las extremidades del animal pende un
rosario.

Como les cuento más, LA MUERTE DE DIOS, HACIA UN MEJOR


ENTENDIMIENTO DE LA VIDA SIN DIOS A BORDO DE LA NAVE DE
LOS LOCOS, es un poderoso enunciado de profundas connotaciones
espirituales y sociales, en el que queda de manifiesto una
experiencia sublime en el arte contemporáneo.

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