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DE LA TEORÍA A LA NORMA1
RESUMEN
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Este trabajo ha sido posible gracias al patrocinio de la Comisión Interministerial de Cien-
cia y Tecnología, proyecto PB94-1382.
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resultados de una tómbola a celebrar cada mañana, por ejemplo), sino tam-
bién, o más bien, y esto es sin duda más importante, una más entre las razona-
bles2 (entre las varias que personas sensatas e informadas estarían dispuestas a
considerar). Por supuesto, una más no quiere decir una cualquiera, pues no
tendría sentido perder en tal el tiempo del lector y del autor. Quiere decir que,
una vez que partimos de que la justicia de la distribución (el valor entendido
como tal) es un problema normativo, sería absurdo pretender que hay una teo-
ría o norma perfecta frente a todas las demás equivocadas y es preciso admitir
que, aunque consideremos alguna como la mejor posible —en circunstancias
dadas—, puede haber y seguramente habrá otras casi tan buenas o, al menos,
dignas de ser tenidas en cuenta.
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Pretendo usar el adjetivo razonables —distinto de racionales— en el mismo sentido en que
lo hace Rawls (1993: 67, 74, 83, 165 et passim) cuando habla de «pluralismo razonable», «doctri-
nas comprehensivas razonables», etc. En realidad es la acepción común del término, como cuan-
do se afirma de algo con lo que no se está de acuerdo que, no obstante, se puede discutir.
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«El problema fundamental de la Economía Política consiste en determinar las leyes que
regulan esta distribución» (Ricardo, 1817: 15).
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«1. Las personas tienen derecho a sus capacidades naturales. 2. Si las personas tienen dere-
cho a algo, también lo tienen a lo que quiera que derive de ello (vía tipos especificados de proce-
sos). 3. Las posesiones de las personas derivan de sus capacidades naturales. Por consiguiente,
4. Las personas tienen derecho a sus posesiones. 5. Si las personas tienen derecho a algo, deben
tenerlo (y esto está por encima de cualquier presunción de igualdad que pudiera haber sobre las
posesiones)» (Nozick, 1974: 225-226).
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CUADRO 1
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«En verdad, la división primaria de la riqueza a distribuir es dual, no tripartita. El capital
no es más que una forma de trabajo, y su distinción del trabajo no es en realidad más que una
subdivisión, tal como lo sería la división del trabajo en cualificado y no cualificado» (George,
1879: cap. X).
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«La distinción real y natural es entre las cosas que son producto del trabajo y las cosas que
son ofrecimientos gratuitos de la naturaleza; o, por decirlo en los términos de la Economía Polí-
tica, entre la riqueza y la tierra» (George, 1879: cap. XX).
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sistencia, mientras que la distribución pro labore de los productos del trabajo lo
hace a una economía de producción para el cambio.
El derecho a los recursos naturales puede regularse de diversas formas:
como derecho de primer ocupante sin límite alguno, como derecho a apropiar-
se de los recursos naturales con el límite del propio trabajo y/o las propias
necesidades o como derecho limitado por los derechos iguales de los demás. Si
excluimos la primera posibilidad, la segunda y la tercera podrían expresarse
mejor como apropiación proporcional (según el trabajo o las necesidades) y
apropiación per capita, en partes iguales por el mero hecho de existir. De las
dos opciones parece más razonable la apropiación igualitaria, per capita, por
varios motivos. En primer lugar, si se trata de la apropiación de los recursos
naturales como tales, es decir, sin su transformación por el trabajo, resulta difí-
cil justificar la pertinencia de éste. En segundo, a los recursos naturales cua-
dran mejor los derechos naturales, es decir, los derechos ontológicamente ante-
riores al trabajo. En tercero, la apropiación per capita no excluye a los incapaci-
tados para trabajar, que se distinguen de los demás hombres por esa incapaci-
dad pero son iguales a ellos en su condición humana. En cuarto, la apropia-
ción per capita es necesariamente más igualitaria en sus resultados que cual-
quier forma de apropiación proporcional. En quinto, resulta más acorde con la
tradición liberal sobre la apropiación originaria.
La forma primera de apropiación de la naturaleza fue la apropiación en
común, bien fuese para su uso igualmente en común, como en el caso de la
caza y recolección, bien para su uso individual respetando el acceso y las nece-
sidades de los otros miembros del grupo, como en el caso del aprovechamiento
de las tierras comunales para el pastoreo, la recogida de madera, etc. Una vez
que la agricultura elevó espectacularmente la productividad de la tierra, lo que
significa que alteró radicalmente el peso relativo del proceso de la naturaleza y
el trabajo del hombre del lado de éste, el problema tenía que plantearse necesa-
riamente en términos de apropiación particular. Una solución posible era y fue
la apropiación por parte de los hogares familiares, pero con reversión de la tie-
rra a la comunidad al perecer o disolverse el hogar, como era el caso del mir
ruso, de la comunidad aldeana en algunas formas de despotismo oriental o de
algunas culturas agrícolas africanas. Otra, la apropiación definitiva por los
hogares, incluida la transmisión intergeneracional a través de la herencia, con
la concentración del poder de disposición en la figura del patriarca o cabeza de
familia y con su correlato de obligaciones mutuas entre los miembros de la
familia y regulación de la sucesión. Finalmente, la apropiación estrictamente
individual, libre o sustancialmente libre de los límites directos impuestos por
los vínculos familiares, que se distingue de la anterior, sobre todo, por la alie-
nabilidad plena de la propiedad en contraposición a las limitaciones y obliga-
ciones sucesorias.
Pero, una vez que se pasa de la apropiación en común (con disfrute en
común o particular) a la apropiación particular, sea por hogares o personas, se
plantea el problema de la justicia de la misma, es decir, el problema de los
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«Ningún daño se causaba a los demás hombres con la apropiación, mediante su mejora y culti-
vo, de una parcela de tierra, puesto que quedaba disponible todavía tierra suficiente y tan buena como
aquélla, en cantidad superior a la que podían utilizar los que aún no la tenían» (Locke, 1690: § 32).
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«La medida de la propiedad la señaló bien la Naturaleza limitándola a lo que alcanzan el
trabajo de un hombre y las necesidades de la vida» (Locke, 1690: § 35).
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O, subsidiariamente, ignorando su trabajo y sus necesidades como no civilizados, con lo
cual recobrarían vigor las otras dos cláusulas.
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CUADRO 2
Parte alícuota De la tierra y sus recursos, en térmi- Del valor de los recursos naturales
nos físicos
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última, y establecido algún tipo de equivalencia con los productos del trabajo
(por el juego del mercado, por una decisión burocrática, por un referendo o
por cualquier otro sistema), su contribución al producto nuevo daría a sus pro-
pietarios un derecho sobre éste: la renta de la tierra. Una vez más, como en los
guiñoles infantiles, surge una figura poco querida, esa a cuyo apaleamiento
siguen siempre los aplausos: el terrateniente, con un curriculum vitae poco
recomendable desde la perspectiva de la igualdad y la justicia; pero lo que le
otorga su peor perfil no es haber puesto su parte alícuota de los recursos natu-
rales a producir —que quizá sea lo único bueno que se pueda esperar de él—,
sino poseer mucho más que su parte alícuota debido a mecanismos que no
podrían reducirse a sus personales propensiones al trabajo o al ahorro, sino,
casi con total seguridad, a un pasado familiar iniciado con la rapiña y prolon-
gado a través de la explotación y de la herencia.
Pasaríamos, así, de una distribución pro labore de los productos del trabajo a
una distribución pro rata de los productos de la cooperación, sobre las cuales toda-
vía debemos añadir la observación de que ambas corresponden al estadio de la
producción para el cambio, pero la primera lo hace al subestadio de la produc-
ción independiente y la segunda al de la producción cooperativa. En este sentido,
podría verse la teoría del valor-trabajo, en la versión de Marx y, sobre todo, en
la de otros socialistas como Hodsgskin (1825) y Thompson (1825), que pre-
tendían explícitamente que el trabajador se apropiara de la totalidad del pro-
ducto, como un residuo de los valores artesanales, del modo de producción
mercantil, proyectado sobre la época industrial, sobre el modo de producción
capitalista. Marx, aun sosteniendo que sólo el trabajo vivo creaba valor, recha-
zó de forma explícita esta pretensión15, pero no a favor de los propietarios de
los demás factores, sino de la sociedad en general.
¿Cómo establecer la equivalencia entre los recursos naturales y los produc-
tos del trabajo? El problema no se plantearía si los recursos naturales fuesen los
únicos factores de producción, o los aplastantemente predominantes, como lo
eran en las sociedades agrarias, pues la cuestión sería siempre dotar a los indivi-
duos (personas u hogares) de recursos bastantes, de factores suficientes, no de
su valor equivalente (a esto responde la redistribución periódica de la tierra en
algunas sociedades agrarias). Una vez que los recursos naturales son sólo una
parte, y decreciente, tanto de la riqueza social total como de los factores de
producción en particular, no hay razón alguna, como ya hemos indicado, para
que no sean sustituidos por su valor equivalente, con la consiguiente ganancia
de flexibilidad. La cuestión, entonces, es cuál es el valor de los recursos natura-
les, a qué cantidad absoluta o relativa de la riqueza social total equivale la parte
alícuota de los recursos naturales. Una solución, por supuesto, la da el merca-
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Véase su diatriba, por lo demás algo forzada, contra la idea lassalliana del «reparto equita-
tivo del fruto del trabajo» (Marx, 1875: 17), del cual habría que deducir la amortización, la
inversión, un fondo asegurador, la administración, el equipamiento colectivo y los fondos para
los incapaces.
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do: el precio de la tierra, pero sabemos que está viciada de antemano por la
distribución inicial de las dotaciones 16. La solución alternativa es un precio
político que podría calcularse en cualquier momento teniendo en cuenta su
escasez, su precio de mercado, las perspectivas de crecimiento demográfico y/o
cualquier otro elemento que pudiera considerarse oportuno.
Ahora bien: si existe fundamento para establecer un precio político a la
parte per capita de los recursos naturales, ¿por qué no establecer directamente
el valor de la ciudadanía nuda? Pues esto es, precisamente, lo que la sociedad
hace cuando acuerda que, por el mero hecho de nacer y vivir, sus miembros
tienen ciertos derechos sociales efectivos: cierto período de escolarización, cier-
to nivel de asistencia sanitaria no contributiva, una especie de seguro no con-
tributivo contra el desempleo o la incapacidad (los subsidios y pensiones no
contributivos), algún grado de protección policial y jurídica, etc. Por supuesto
que se trata de un grado muy bajo, muy por debajo de lo que sería su parte alí-
cuota en la riqueza, incluso de lo que sería una participación típica en los nive-
les inferiores de su distribución a través del trabajo, pero también, sin duda,
por encima de lo que, en un mundo de recursos naturales limitados, densidad
demográfica creciente y productividad agraria muy inferior a la de la industria
e incluso a la de los servicios, obtendrían del aprovechamiento individual y
directo de su parte alícuota de la tierra sin cooperación social y sin la infraes-
tructura y la tecnología que la cooperación de su generación y de las preceden-
tes han creado, es decir, en una economía de subsistencia.
Permítaseme, de pasada, una observación: el derecho natural a la parte alí-
cuota de la naturaleza, o a su valor equivalente, sería el único fundamento
posible, en términos de derechos, para un ingreso universal incondicional, es
decir, para un ingreso ofrecido a todos sin ninguna contrapartida contributiva
y sin otra condición que la ciudadanía. Éste es, por cierto, el mismo funda-
mento que le atribuyó Thomas Paine17, con independencia de las fórmulas que
propuso para realizarlo18. Sería la consecuencia del reconocimiento del derecho
a apartarse de la sociedad, pero sin hacer a ésta incurrir en costes extraordina-
rios. El individuo tiene derecho a apartarse de la sociedad con su parcela de
tierra, pero, puesto que para la sociedad sería demasiado complejo y costoso
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Si no, no habría inconveniente alguno en servirse de él como propone Dworkin, como
una gran subasta: «La igualdad de recursos supone que los recursos destinados a la vida de cada
persona deberían ser iguales. Ese objetivo necesita una métrica. La subasta [el mercado] propone
lo que la prueba de la envidia asume de hecho: que la verdadera medida de los recursos sociales
dedicados a la vida de una persona se fija preguntando cuán importantes, de hecho, son esos
recursos para los demás.» Pero él mismo añade: «Por supuesto, es capital en este argumento, y en
esta conexión entre el mercado y la igualdad de recursos, que la gente acceda al mercado en tér-
minos de igualdad [es decir: con igual capacidad de compra]» (Dworkin, 1981: 289).
17
«[E]l primer principio de la civilización debería haber sido, y debería ser todavía, que la
condición de toda persona nacida en el mundo después de comenzar un estado de civilización no
debería ser peor que si hubiese nacido antes de ese período» (Paine, 1795).
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Paine propuso una dotación inicial, al llegar a los 21 años, y una pensión vitalicia a partir
de los 51.
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INCENTIVOS Y DESIGUALDAD
ρ = πτg = πτiτx
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«La civilización [...] ha actuado de dos formas: para hacer a una parte de la sociedad más
rica, y a la otra más pobre, que lo que habría correspondido a cada una en un estado de naturale-
za» (Paine, 1795).
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Véase Enguita (1997).
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«[M]ientras ese sistema [el liberalismo económico, o sea, el mercado] no se haya estableci-
do, los liberales deberán pedir y pedirán sin vacilar la intervención del estado con el objetivo de
establecerlo y, una vez establecido, con el de mantenerlo» (Polanyi, 1974: 149).
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En realidad, entre la unidad de la producción cooperativa y la sociedad propiamente glo-
bal, es decir, planetaria, media la sociedad nacional, pero podemos ignorar este nivel intermedio
en aras de la simplicidad.
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Así lo hace Berger (1986: 48): «Si se quiere mejorar las condiciones materiales de la gente,
especialmente las de los pobres, es aconsejable optar por el capitalismo. Si se quiere modernizar,
bajo cualquier forma de organización socioeconómica (capitalista o socialista), probablemente
habrá que establecer una medida considerable de desigualdad material.»
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Por ejemplo, en el ámbito de una economía de mercado, o mixta, o planificada. El colecti-
vismo burocrático también tuvo su dosis de debate sobre el grado de desigualdad aceptable en
aras del crecimiento económico global: en la Unión Soviética, desde los escritos de Lenin sobre
la emulación socialista, pasando por el debate sobre la NEP o el stajanovismo, hasta las reformas
Lieberman-Trapeznikov; en Cuba, con el debate sobre «el socialismo y el hombre» auspiciado
por Ernesto Guevara.
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«[S]e aplica al sistema del derecho público y de las leyes públicas (sistema que goza de
notoriedad pública); no a las transacciones y a las distribuciones particulares, ni a las decisiones
de los individuos y de las asociaciones, sino al trasfondo institucional que envuelve a esas tran-
sacciones y decisiones» (Rawls, 1993: 319).
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«Premios espectaculares, mucho mayores de lo que hubieran sido necesarios para estimular
el esfuerzo particular, son arrojados a una pequeña minoría de ganadores, empujando así mucho
más eficazmente de lo que lo habría hecho una distribución más igual y más “justa” la actividad
de esa gran mayoría de hombres de negocios que reciben a cambio una compensación muy
modesta, o ninguna, o menos que ninguna, y a pesar de ello se esfuerzan al máximo porque tie-
nen los grandes premios a la vista y sobrevaloran sus posibilidades de conseguirlos también»
(Schumpeter, 1942: 73-74).
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Lo dicho no implica nada sobre dónde y cómo partir la diferencia. Se puede considerar,
como lo ha hecho la mayor parte de la economía a partir de Mill, que no se debe interferir la
asignación de los factores de la producción a través del mercado, pero que se puede intervenir la
distribución. Esto es lo que, en cierta medida, hace el Estado social.
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CUADRO 3
Condición cua- Mejorar la situación de los menos Mejorar la situación de los menos
litativa favorecidos favorecidos
Requiere para Que mejore su situación en alguna Que mejore todo lo posible, salvando
los peor situa- medida el incentivo
dos
Otorga al me- Todo menos alguna mejora para los Sólo el incentivo suficiente para
jor situado peor situados lograr la mejora
Parte la diferen- A favor del mejor situado A favor del peor situado
cia
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CUADRO 4
Da al individuo acce- Los recursos naturales Los productos del tra- Las aportaciones ex-
so a bajo traordinarias
Proporciona a la so- Que nadie ha produ- Que cualquiera puede Que pocos pueden
ciedad bienes cido producir producir
Tipo de derecho a los Derecho absoluto, Derecho potestativo, Facultad jurídica, pro-
recursos incondicional condicional tegida
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Dudoso pero atractivo, como lo demuestra la ubicuidad del mito del paraíso perdido.
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No es difícil asociar esto a la concepción schumpeteriana del beneficio empresarial como
renta dinámica y temporal, recompensa por la innovación (Schumpeter, 1912).
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Bajo el epígrafe del ingreso ciudadano pueden incluirse propuestas sustancialmente distin-
tas entre sí. En cualquier caso, nadie debe verse llevado a suponer que las propuestas actualmente
en debate tengan algo que ver con lo que aquí se sugiere sobre el derecho a los recursos naturales.
Probablemente, la defensa más popular de la propuesta, al menos en el ámbito académico, sea
hoy la de Parijs (1994, 1995), quien a su vez se inspira en la propuesta —ésa, sí, mucho más cer-
cana a nuestro razonamiento— de Paine (1795).
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Puesto que lo que se exige al individuo para ser acreedor a cada uno de
estos tres tipos de recursos es diferente, sobre esa base se configuran oportuni-
dades y derechos de orden distinto. La recolección de los recursos naturales se
basa tan sólo en la existencia, de modo que supone una oportunidad garantiza-
da, segura, sin ningún requisito adicional y, por lo tanto, un derecho absoluto
e incondicional. La retribución, que se basa en el trabajo o el esfuerzo, requiere
la realización de éste, pero en condiciones tales que todo individuo ha de tener
la oportunidad de realizarlo, sin que deba caber otra posibilidad de no hacerlo,
para un adulto capaz, que la renuncia expresa a ello (al ejercicio del derecho,
porque el derecho en sí es irrenunciable); se trata, pues, de un derecho potesta-
tivo, al alcance de la voluntad de cada individuo sin depender del arbitrio de
terceros, pero al mismo tiempo condicional en su disfrute, por cuanto el acce-
so a los recursos requiere la realización del trabajo o esfuerzo31. Por último, la
posibilidad de optar a la recompensa por una aportación considerada extraor-
dinaria es siempre una oportunidad abierta a todos, a la que no debe oponerse
ningún obstáculo negativo32, pero también una simple facultad jurídica, prote-
gida en la posibilidad de su ejercicio pero sujeta en su eficacia al reconocimien-
to de terceros.
REFERENCIAS
BERGER, P. L. (1986): The capitalist revolution, N. York, Basic, 1991.
ENGUITA, M. F. (1997): «Formas de explotación», Documentos de Trabajo del Departamento de
Sociología de la Universidad de Salamanca, Serie Propuestas núm. 4, disponible en
http://sociologia.usal.es/mfe/content/documentos/Propuestas/P04.pdf.
DWORKIN, R. (1981): «What is equality?», Philosophy and Public Affairs, X, 3, 185-246, y X, 4,
283-345.
GEORGE , H. (1879): Progress and poverty, http://www.henrygeorge.org, según la edición de la
Robert Schalkenbach Foundation, abreviada por A. W. Madsen.
LOCKE, J. (1690): Ensayo sobre el gobierno civil, Madrid, Aguilar, 19761+2.
MACPHERSON, C. B. (1962): The political theory of possesive individualism, Londres, Oxford UP,
19751+6.
M ARX , K. (1867): El Capital (1867, libro I; 1885, libro II; 1894, libro III), Madrid, Siglo
XXI, 8 vols., 1975-1981.
— (1875): Crítica del Programa de Gotha, publ. orig. 1891, Madrid, Aguilera, 19714.
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Estas condiciones, obviamente, no son satisfechas por el actual reconocimiento constitu-
cional del derecho al trabajo y el seguro de desempleo. Lo serían, si acaso, por un sistema con
garantía del empleo a todo el que quisiera trabajar. La forma de compaginar esto con la asigna-
ción eficaz de los recursos por el mercado sería dejar funcionar libremente el mercado de trabajo
pero ofrecer empleos con una remuneración mínima a los que no pudieran obtener otros, sin
ninguna retribución para los que no trabajasen (excepto, claro está, su «recolección»). Un
empleo de reserva, más que un seguro de desempleo.
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Ésta es la primera mitad del principio de diferencia rawlsiano, en la que hasta ahora no
nos habíamos detenido: que las posiciones desiguales «se vinculen a empleos y cargos asequibles
para todos», que «los cargos y las funciones sean asequibles a todos, bajo condiciones de justa
igualdad de oportunidades» (Rawls, 1971: 82, 341).
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ABSTRACT
An approach to the problem of inequality, or more specifically that of justice, means starting
from a distributive criterion and contrasting the distribution actually existing against this. Locke
proposed a theory or standard of the original application referring to the distribution of natural
resources, but was unable to solve the problem of intergenerational justice. Marx drew up a
value-work theory which was unable to explain why the use of the activity itself as work, rather
than its consumption as leisure, would give the right to appropriation of the surplus, but the
use of wealth as capital rather than its consumption as income, would not. Rawls suggests the
principle of difference as a liberal theory of justice, and in this it is possible to find room for
inequalities on the condition that these improve the situation of the worst placed person. This
article defends the relevance of all three problems which concern, respectively, the appropriation
of natural resources (and, therefore, inherited wealth), the products of labour, and the incentiva-
tion of extraordinary contributions. Also proposed, however, is a correction of all three: in the
case of the first, replacing the original appropriation with initial endowments to make room for
equality between generations; in the second, resorting to a standard of increased work value that
includes compensation for abstinence, that is, from capital; in the third, replacing its blind
acceptance with idea of starting out from the difference, in other words reducing compensation
for extraordinary contributions to the incentive necessary for these.
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