You are on page 1of 3

La resistencia pacífica.

La corrupción de la justicia tiene dos causas,


la falsa prudencia del sabio y la violencia del
poderoso.
Santo Tomás de Aquino.

Luego de una serie de medidas desacertadas por parte del gobierno, los
agropecuarios colmaron su límite de tolerancia y se rebelaron. El hartazgo del campo,
no fue más que un fruto de la falta de confianza y credibilidad en el gobierno. Con una
tranquila firmeza, enfrentaron a sus oponentes y esperaron un dialogo que dejara
conforme a las partes. Sabiendo que la confrontación no resuelve nada, buscaron
establecer un dialogo razonable.
Pero salieron con las manos vacías; ante un conflicto que no puede resolverse con
simples parches burocráticos. Se dirigieron a conversar con sus bases, sin soluciones
concretas y con algunas medidas que les cuesta trasmitir. En medio de su perplejidad,
saben que no alcanza con una serie de generalidades inentendibles y de escasaza
consistencia. Después de dieciséis días de un paro, que ha generado un conflicto de
magnitudes colosales, sus legítimos representantes, sólo pudieron concretar una sola
frase: “estamos estudiando”.
Pero en verdad, observamos que en medio un dialogo respetuoso y democrático, se
sigue manipulando al campo. Se siguen dilatando las cosas, meditante un dialogo que
por ahora ha sido una pérdida de tiempo, una estrategia política con el fin de diluir las
presiones. Con vanas promesas y demostraciones de fuerza, se sigue humillando al
campo, suponiendo que los humildes pueden ser avasallados. Ellos deben padecer los
desplantes y los amagos de propuestas concretas. Deben padecer el dolor de estar frente
a un piquete, abandonando sus tierras y su trabajo.
Ellos son hombres, acostumbrados al contacto con la naturaleza. La dureza del
medio ambiente, los hace algo rudos. La lejanía del las ciudades los mantiene un poco
reacios a la comunicación. El trabajo y el esfuerzo cotidiano, los muestra un poco
reservados. Son algo desconfiados, porque muchas veces se han aprovechado de su
ignorancia. Son conservadores, pues saben que no se puede arriesgar mucho, cuando
uno respeta los ritmos de la naturaleza. Su erudición es escasa, pero su espíritu firme y
de una profundidad envidiable. No tienen muchos datos e información, pero un sentido
común infalible. Son un poco individualistas, pues se han acostumbrado a luchar solos,
contra las adversidades naturales. Pero sobre todo, tienen una dignidad, que no quiere
ser atropellada.
Como lo afirma el gobierno redistribucionista; quienes vivimos en la ciudad, le
debemos mucho a estos hombres. El pan, la leche y la carne, que compramos a precios
irrisorios, son pagados con su esfuerzo. También soportan algo de subsidios a los
colectivos en que nos movemos y nos permiten tener un boleto muy barato. Les
debemos el gas, la electricidad y el combustible de un precio muy inferior a los
internacionales. Con parte de sus impuestos, han pagado el hospital en que me atiendo,
las calles por las que transito, o la educación pública que he tenido. Ellos han
permitido, la pacificación de la gente que vive en la villa a dos cuadras de mi casa,
gracias a los miles de planes trabajar que el gobierno ha entregado.
Creo que el poder ha sido injusto con ellos. Hasta he llegado a pensar, que en la
ciudad estamos siendo una especie de parásitos, que vivimos a costa del campo y de
espalda a las provincias. Ellos nos siguen brindado muchos beneficios que jamás les
podremos pagar. Hemos constituido un país unitario, como nunca lo ha tenido nuestra
historia. Por ello, me gustaría poder pagar las dádivas injustas que el gobierno me regala
e impedir la injusta presión a que el campo estás siendo sometido. Pero como para el
gobierno, esto parece imposible, solo puedo decirles, que no se merecen que los
humillemos de semejante manera.
Ante esta difícil situación, quisiera expresar mi apoyo a sus medidas y manifestarles
mi gratitud. Quisiera pedirles perdón por un gobierno que no los reconoce y una parte
ingrata de la ciudad, que le da las espaldas. Confió en su resistencia abierta al dialogo y
en su racionalidad. Pero espero que mantengan una paciencia serena, firme y
persistente, que no permita el atropello a su dignidad. La ideología de los adversarios
del campo, siempre ha dicho que la huelga es un factor importantísimo de la resistencia
civil. Pero ahora les parece injusto, que el campo levante las banderas que ellos siempre
han enarbolado.
La rebeldía de los hombres del campo, no apela a métodos violentos, ni plantea una
revolución que corte de raíz con el pasado. Ellos no son golpistas, ni esperan el colapso
de un gobierno legítimo. Sólo apelan a la resistencia pacífica y no soportan que se los
atropelle o se los humille. Su lucha es por una dignidad, que les permita poder mirar de
frente a sus familias. Sus esperanzas están cifradas en poder llevar a sus hogares, el
sustento cotidiano, adquirido con el esfuerzo de su trabajo. Al igual que sus oponentes
del gobierno, sueñan con una patria más justa y solidaria. Comparten la defensa de los
derechos humanos. Saben que en la Edad Media, ya se hablaba del derecho a la
resistencia, que luego será incorporado en la “Declaración de los Derechos del hombre”.
Pero no quieren sangre, odios, muertes ni violencia. No comparten con quienes los
enfrentan, la prepotencia ni las muestras de poder. No fomentan el odio visceral, el
resentimiento, ni la lucha de clases. Sólo quieren ser escuchados y ganarse la vida con el
esfuerzo de su trabajo.
El poder y la victoria, algunas veces, puede llevarnos a la arrogancia. Saberse el
poseedor de la representatividad del pueblo es un signo de gloria y orgullo. Ser el
poseedor del monopolio de una fuerza, con capacidad de reprimir cualquier resistencia,
es una gran fortaleza. Pero el poder es ante todo un servicio, más que el uso mezquino
de la prepotencia. El exceso de arrogancia, puede nublar nuestra razón y llevarnos al
fracaso. Cuando triunfamos en nuestras conquistas cotidianas, tendemos a ser menos
objetivos. Cuando la gloria y el poder nos enceguecen, es difícil ser realistas y tener
sentido común. La soberbia y la prepotencia, son los mayores enemigos del éxito. Toda
violencia que se ejerce contra otros, repercute en quien la realiza. Pues a nadie le gusta
ser humillado y menos aún que se lo someta a la más absoluta impotencia. El libro de
los proverbios nos dice: “Antes de la catástrofe está el orgullo, y antes de la caída, el
espíritu altanero” (Prov 16, 18).
A veces es difícil, ponerse en la piel del otro, comprender sus dolores y dificultades.
Pero también dice Gandhi, que la violencia surge del miedo a los ideales de los otros.
Depende del poderoso envivenciarse con quienes sufren o ejercer su poder ante el
miedo que le causan los débiles. El humilde poder del agro, sólo está en la racionalidad
de su verdad y en la defensa de sus ideales. Ellos no han aprendido la verdad, en las
universidades de Buenos Aires, sino con la humildad de quien se inclina ante la tierra.
Ellos saben que un error o una injusticia, no puede transformarse en verdad, por medio
del imperio de la fuerza.
En un período no lejano de la historia, el arrogante imperio británico se adjudicó el
monopolio de la producción y distribución de la sal. Este monopolio, obligaba a todos
los consumidores indios, incluso los más pobres, a pagar un impuesto sobre la sal y la
prohibición de recolectarla. Ante semejante injusticia, un solo hombre, llamado
Mohanadas Gandhi, les opone resistencia y dice: “Primero nos ignoran, después se ríen
de nosotros, luego te atacan, entonces ganas”.
Entonces, luego de un breve tiempo de resistencia, se dirige hacia el mar y avanza
dentro de él. Allí recoge un poco de sal y la coloca en sus bolsillos, mostrando su
descontento. Ante este gesto simbólico, la multitud reunida en la playa, avanza con sus
cacerolas y recoge agua de mar. A partir de allí, todos los indios evaporan el agua de
mar, para obtener su sal y desafían a los británicos. Con un simple gesto, la mayor
potencia imperialista de la historia comienza a derrumbarse. Ante la resistencia pacífica
de un pueblo oprimido, los poderosos son derribados. Quiera Dios, que nuestras
cacerolas vacías, no sean el inicio de la decadencia de un gobierno. Y que muy pronto,
vuelvan a los hogares, para alimentar a nuestras familias.

Horacio Hernández.

You might also like