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Siglo XXI- ¿Qué hacer?

1ra aproximación

por Osvaldo Drozd

El proceso de integración latinoamericana no debiera detenerse si es que pretendemos crear


un mundo más justo, y romper con la lógica que imperó durante casi todo el Siglo XX sumiendo
a la mayoría de la Humanidad en el más cruel desamparo.

El desarrollo ininterrumpido del capitalismo conduce inevitablemente a la concentración y


centralización de la economía, y por ende al expansionismo imperialista, que tiene como ley
económica, el desarrollo desigual y a la vez combinado. Esto último es lo que marca las
profundas desigualdades que le son necesarias a las clases dominantes, para establecer un
determinado predominio económico y su consiguiente hegemonía política.

Las revoluciones del S. XX fueron el resultado de las correctas definiciones de los núcleos de
vanguardia, que supieron unificar en coyunturas precisas, alianzas de clases sociales,
transformándolas en bloques de fuerzas políticas, con capacidad de ruptura, es decir con un
programa alternativo a lo existente. La suposición en cuanto a dicha corrección fue
principalmente la cuestión de la hegemonía proletaria, como condición principal para la
realización del proyecto transformador, es decir como una propuesta concreta para todos los
sectores populares desde la óptica del trabajo.

La caída de los socialismo reales en verdad uno debiera leerla como la derrota de dicha
hegemonía establecida como precondición, aunque la realidad actual tal vez nos esté
mostrando que el supuesto triunfo del capitalismo no fue tal como se trató de mostrarnos en los
90.

La Unión Soviética fue desarticulada con la reducción de la bipolaridad de entonces, en una


supuesta unipolaridad. El actual gobierno de la Federación Rusa dice que lo actual en aquel
lugar, es el resultado de la negación a lo anterior a 1991, pero en el marco de un mundo
multilateral, no unipolar.

La República Popular China no fue desintegrada, y aún hoy su gobierno es el del Partido
Comunista (PCCh), pero se convirtió en una superpotencia donde las relaciones de producción
capitalistas son predominantes. Hoy tanto Rusia como China son grandes potencias que si bien
abandonaron el programa socialista, uno no tendría que dejar de reconocer que ellas no serían
lo que son hoy, sin los procesos revolucionarios que se produjeron en sus territorios con el
concomitante destrabe de sus fuerzas productivas, que las llevó a un fuerte desarrollo
económico.
Sino hubiera habido revolución, ambas seguramente serían hoy dos naciones poco
desarrolladas y con grandes bolsones de pobreza.
La revolución no pudo transcurrido un tiempo considerable de establecimiento, imponer la
permanencia de la hegemonía del trabajo sobre el capital, ni pudo establecer un camino
ininterrumpido hacia el socialismo, pero lo que no debiéramos dejar de obviar es que sí pudo
romper con la lógica del desarrollo desigual y combinado que condena a la mayor cantidad de
las naciones del mundo al atraso y a la miseria, es decir a la dependencia. Ni siquiera nuestra
Cuba sería lo que es hoy sin haber pasado por ahí el soplo revolucionario. Obviamente que el
capitalismo triunfó, pero ese triunfo hoy va siendo demostrado que no es el de la fracción que
promulgaba la Unipolaridad y el Pensamiento Único, sino el de los nuevos emergentes, el de
los nuevos gigantes que se pronuncian por la Multipolaridad y el Multilateralismo, y que hoy
están mejor anclados que un mundo occidental aquejado de grandes crisis a las que intentan
sobrellevar a base de escaladas bélicas. Los empresarios del primer mundo para consolidarse
como tales siempre han llevado políticas de alianzas no con los empresarios del mundo
periférico sino con las oligarquías nativas mayormente retrógradas y enemigas del progreso.

La actual izquierda latinoamericana, tanto el denominado Socialismo del S. XXI como el resto
de fuerzas, como lo son el Partido de los Trabajadores de Brasil, o el Frente Amplio del
Uruguay, que navegan entre el nacionalismo popular y la socialdemocracia, son el resultado de
la resistencia ejercida al neoliberalismo preponderante en los 90, siendo también la resultante
opuesta a quedar subsumidos en la pobreza y el atraso, como resultado del desarrollo desigual
y combinado que propician para nosotros las grandes potencias imperiales con la sociedad
efectiva de las oligarquías terratenientes devenidas financieras. Mal que nos pese la izquierda
latinoamericana no es anticapitalista, sino una interna del capitalismo al igual que también lo
son hoy tanto China como Rusia, una interna que promueve el Multilateralismo, y le recorta el
poder de acción a los Estados Unidos.

En Latinoamérica, la reforma agraria aún hoy es una tarea pendiente, y si bien desde el Che
hasta el último socialista revolucionario la plantearon como tarea, no hay que olvidar que allá
en los principios del S. XIX, un revolucionario como José Gervasio de Artigas la enarbolaba
como programa desde la Banda Oriental del Río de la Plata.
Las oligarquías autóctonas ligadas en su momento a la corona española nunca fueron
derrotadas completamente y es por esto que hasta hoy los legados de San Martín, Bolívar, O
´Higgins, Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Monteagudo o Artigas están inconclusos. Tal vez
lo que esperamos de estos gobiernos nacionalistas o progresistas es que realicen lo que
tendría que haber sido dos siglos atrás. Es una tarea muy dura pero creo que no imposible a
partir del panorama actual.
La reciente creación de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), la existencia de
organismos económicos multilaterales como el Mercosur y políticos como el ALBA, nos
muestran que existe al menos un camino para recorrer y profundizar.

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