Marinetti, "Le Futurisme", Le Figaro , 20 de febrero de 1909]
1. Queremos canta r el amor al pelig ro, el hábito de la energía y de la
temeridad. 2. El coraje, la audacia, la rebelión, serán elementos esenciales de nuestra poesía. 3. La literatura ex altó, hasta hoy, la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño. Nosotros qu eremos exaltar el m ovimiento agresivo, el insomnio febril, el paso de corrida, el salto mo rtal, el cachetazo y el puñetazo. 4. Nosotros afirmamos que la mag nificencia del mundo se ha enriquecido con una nueva belleza, la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo... un automóvil rugiente, que parece correr sobre la ráfaga, e s más bello que la Victoria de Sam otra cia. 5. Queremos ensa lzar al hombre que lleva el volante, cuya lanza ideal atraviesa la ti erra, lanzada también ella a la carrera, sob re el circuito de su órbita. 6. Es necesario que el poeta se prodig ue, con ardor, boato y liberalidad, para aumentar el fervor entusiasta de los elementos primordiales. 7. No existe belleza alguna si no es en la lucha. Ninguna obra que no tenga un carácter agres ivo p uede ser una obra maestra. La poesía debe ser concebida como un asalto violento contra las fuerzas desconocida s, para forzarlas a postrarse ante el hombre. 8. ¡Nos encontramos sobre el promontorio más elevado de los siglos!... ¿Por qué deberíamos cuidarnos las espaldas, si queremos derribar las misteriosas puertas de lo impo sible? El Tiempo y el Espacio murieron ayer. Nosotros vivimos ya en el absol uto, porque hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente. 9. Queremos glorificar la guerra –única higiene del mund o – el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas por las cuales se muere y el desprecio de la mujer. 10. Queremos destruir los museos, la s bibliotecas, las academias de todo tipo, y combatir contra el moralismo, el feminismo y contra toda vileza oportunista y utilitaria. 11. Nosotros cantaremos a las grandes masas agitadas por el trabajo, por el placer o por la revuelta; cantaremos a las marchas multicolores y polifónicas d e las revoluciones en las capitales modernas; cantaremos al vibrante fervor nocturno de las m inas y d e las canteras, incendiados por violentas lunas eléctricas; a las estaciones á vidas, devorad oras de serpientes que humean; a las fábricas suspendidas de las nubes por los retorc idos hilos de sus humos; a los puentes semejantes a gimnastas g igantes que husm ean el horizonte, y a las locomotoras de pecho amplio, que pat alean sobre los rieles, como enormes caballos de acero embridados con tubos, y al vuelo resbaloso de los aeroplanos, cuya hélice flamea al viento como una bandera y parece aplaudir sobre una masa entusiasta. Lanzamos en Italia este manifiesto d e heroica violencia y de incendiarios incentivos, porque queremos librarla de su gangrena de profesores, arqueólogos y cicerones. Italia ha sido durante mucho tiempo el mercado de los chalanes. Queremos li brarla de los innumerables museos que la cubren de innumerables cementerios. ¡Museos, cementerios! ¡Ta n idénticos en su siniestro acodamiento de cuerpos que no se di stinguen! Dormitorios públicos donde se duerme siempre junto a seres odiados o desconocido s. Ferocidad recíproca de pintores y escultores matándose a golpes de línea y de color en el mismo museo. ¡Que se les haga una visita cada año como quien va a visitar a sus muertos, llegaremos a justificarlo!... ¡Que se dep ositen flores una vez por año a los pies de la Gioconda, también lo concebimos!... ¡Pero ir a pasear cotidianamente a los museos nuestra s tristezas, nuestras frágiles decepciones, nuestra cólera o nuestra inquietud, no lo admitimos! ¿Queréis emponzoñaros? ¿Queréis pudriros? ¿Qué pod éis e ncontrar en un anciano cuadro si no es la contorsión penosa del artista esforzándose por romper las barr eras infranqueables de su deseo de expresar enteramente su sueño? Admirar una vi eja obra de arte es verter nuestra sensibilidad en una urna funeraria en lugar de emplearla más allá en un derrotero inaudito, en violentas empresas de creación y a cción. ¿Queréis malvender así vuestras mejores fuerzas en una admiración inútil del pasado de la que saldréis aciagamente consumidos, achicados y pateados? En ve rdad que la frecuentación cotidiana de los museos, de las bib liotecas y de las ac ademias (¡esos cementerios de esfuerzos perdidos, esos calvarios de sueños crucific ados, esos registros de impetuosidades rota s...!) es para los artistas lo que la tutela prolongada de los parientes para los jóvenes de inteligencia, enfebrecidos de talento y de volunta d. Sin embargo, para los moribundos, pa ra los inválidos y para los prisioneros, puede ser bálsamo de sus heridas el admirable pasado, ya que el porvenir les está prohibido. ¡Pero nosotros no, no le queremos, nosotros los jóvenes, los fuertes y los vivientes futuristas! ¡Con nosotros vienen los buenos incendiarios con los dedos ca rb onizados! ¡Helos a quí! ¡Helos aquí! ¡Prended fuego en las estanterías de las bibli otecas! ¡Desa rraigad el curso de los canales para inundar los sótanos de los museos! ¡Oh! ¡Que naden a la der iva los cuadros gloriosos! ¡Sean nuestros los azadones y los martillos! ¡Minemos los c imientos de las ciudades venerables!... Los más viejos entre nos otros no tienen todavía treinta años; por eso nos resta todavía toda una d écada para cumplir nuestro programa. ¡Cuando tengamos cuarenta años, que otros más jóvenes y más videntes nos arrojen al desván como manuscritos inút iles!...Vendrán contra nosotros d e muy lejos, de todas partes, saltando sob re la ligera cadencia de sus primeros p oemas, agarrando el aire con sus dedos ganch udos, y resp irando a las puertas de las Academias el buen olor de nuestros espíritus podridos, ya destinados a las sórdidas catacum bas de las bibliot eca s!... Pero no, nosotros no iremos nunca allá . Los nuevos adelantos nos encontrarán al fin, una noche de invierno, en plena campiña, bajo un doliente tinglado combatido por la lluvia, ac urrucados cerca de nuestros aeroplanos trepidante s, en acción de calentarnos las manos en la fogata miserable que nutrirá n nuestros libros de hoy ardiendo alegremente bajo el vuelo luminoso de sus imágenes. Se amotinarán alr ededor de nosotros, desbordando despecho, exasperados por nuestro coraje infatig able, y se lanzarán a m atarnos con tanto más denuedo y odio, cuanto mayores sean la admiración y el amor que nos tengan en sus entrañas. Y la fuerte y sana injust icia estallará rabiosamente en sus ojos. Y estará bien. Porque el arte no puede ser más que vio lencia, injusticia y crue ldad. Los más viejos de entre nosotros no tenemos aún treinta años, y por lo tanto hemos despi lfarrado ya grandes tesoros de amor, de fuerza, de coraje y de dura voluntad, con precipitación, con d elirio, sin cuenta, sin perder el aliento, a manos llenas. ¡Miradnos! ¡No estamos sofocados! ¡Nuestro corazón no siente la más ligera fatiga! ¡Está nutrido de fuego, de valor y de velocidad! ¿Esto os asombra? ¡Es que vosotros no os acordáis de haber vencido nunca ! En pie sobre la cima de l mundo arrojamos nuestro reto a la s estrellas! ¿Vuestras objeciones? ¡Basta! ¡Basta! ¡Las conocemos! ¡Son la s consabidas! ¡Pero estamos bien cerciorados de lo q ue nuestra bella y falsa inteligencia nos afirma! –Nosotros no somos –decís –más que el resumen y la prolongación de nuestros antep asados. ¡Puede ser! ¡Sea! ¿Y qué importa? ¡Es que nosotros no queremos escuchar! ¡Guardaros de repetir vuestras infames palabras! ¡Levantad, más bien, la cabeza!¡En pie s obre la cima del mundo lanzamos una vez más el re to a las estrellas!
Sentado sobre el depósito de gasolina de un aeroplano, con el vientre caliente
por la cabeza del aviador, sentí la ridícula inutilidad de la vieja sintaxis heredada de Homer o. ¡Violenta necesidad de liberar las palabras, sacándolas de la prisión del periodo latino! Naturalmente, como todo imbécil, tiene una cabeza previsora, un vientre, dos piernas y dos pies planos, pero jamás tendrá dos alas. ¡Apenas lo nec esario para cam inar, para correr algunos instantes y pararse casi en seguida res oplando!... He aquí lo que me dijo la remolinante hélice, mientras volaba a doscie ntos m etros sobre la s poderosas chimeneas d e Milán. Y la hélice a ñadió: I .- Es necesario destruir la sinta xis, disponiendo los sustantivos al azar, tal como nacen. 2.- Se debe usar el verbo en infinitivo para que se adapte elásticamente al sustant ivo y no lo someta al yo del escritor que observa o imagina. El verbo en infinitivo puede sólo dar el sentido de l a continuidad de la vida y la elasticidad de la intuición que la perc ibe. 3.- Se debe abolir el adjetivo para que el sustantivo desnudo conserve su color esencial. El adjetivo, que tiene en sí mismo un carácter matizador, es incompatible con nuestra visió n diná mica, porque supone una pausa, una meditación. 4.- Se debe abolir el adverbio, vieja hebilla que tiene unidas las palabras las unas con las otras. El adverbio conserva en la frase una fastidiosa unidad de tono. 5.- Todo sustantivo debe tener su dob le, es decir el sustantivo debe ir seguido, sin conjunción, de otro sustantivo al que está ligado por analogía. Ejemplo: hombre-torpedero, mujer -golfo, multitud -resaca, plaza -embudo, puerta -grifo. Así como la velocid ad aérea ha multiplicado nuestro conoci miento del mundo, la percepción por an alogía se hace mucho más natural para el hombre. Por lo tanto hay que suprimir el c omo, el cua l, el así, el parecido a. Mejor aún, ha y que fundir directam ente el objeto con la imagen que evoca, dando la imagen abreviad a mediante una sola p alabra esencial. 6.- Abolir también la puntuación. Al suprimirse los adjetivos, los adverbios y las conjunciones, la puntuación queda lógicamente anulada, en la continuidad variada de un estilo vivo que se crea por sí mismo sin las pa usas absurdas de las comas y los p untos. Para acentuar ciertos movimientos e indicar sus direcciones se empl earán signos m atemáticos: + - x = ( ) y signos musicales. 7.- Los escritores se han entregado hasta ahora a la analogía inmediata. Han comparado, por ejemplo, el animal al hombre o a otro animal, lo que casi equivale, más o m enos, a una especie de fotografía. Han comparado por ejemplo un foxterrier a un pequeñísimo pura sangre. Otros, más avanzados, podrían comparar ese mismo fox -terrier trepidante a una pequeña máquina Morse. En cambio yo lo comparo con el agua hi rviendo. Hay en ellos una gradación de analogías cada vez más amplias y unas rela ciones cada vez más profundas y sólidas, aunque muy distantes. La analogía no es más que el amor profundo q ue une la s cosas distantes, - aparentemente diversas y hostiles. Sólo por medio de analogías amplísimas se logrará un estilo orquestal, al mismo tiempo policromo, polifónico y polimorfo capaz de cont ener la vida de la materia. Cuando en mi Batalla de Trípo li he comparado una trinchera erizada de bayonetas a una orquesta, una ametralladora a una mujer fatal, he introducid o intuitivamente una gran parte del universo en un breve episodio de batalla africana. Las imágenes no son flores para escoger y recoger c on parsimonia, como decía Voltaire. Ellas constituyen la sangre misma de la poesía. La poesía debe ser una serie inint errumpida de imágenes nuevas, sin las cuales no es más que anemia y clorosis. Cuanto más amplias relaciones contengan las imágenes, más t iempo conservarán su fuerza de sorpresa. Es necesario, dicen, no fatigar la admiración del lector. ¡Vamos! Curémonos, más bien, de la fatal corrosión del tiempo que destruye no solamente el valor expresivo de una obra maestra sino además su fuerza de asomb ro. ¿Nuestros o ídos demasiado entusia stas no han destruido a Beethoven y Wagner? Por lo tanto hay que eliminar de la lengua todo lo que ella contiene de imágenes -cliché, met áforas descoloridas, es decir, casi todo. 8.- No existen ca tegorías de imágenes, n obles o groseras, elegantes o vulgares, excéntricas o naturales. La intuición que las percibe no tiene preferencias ni preju icios. El estilo analógico es, por lo tanto, el dueño absoluto de toda la materia y de su intensa vida. 9.- Para representar los mo vimientos sucesivos de un objeto es necesario ofrecer la c adena de las analogías que éste evoca, cada una condensada, recogida, en una palabra esencial. He aquí un ejemplo expresivo de una cadena de analogías toda vía ocultas y sobrecargadas por la sintaxi s tradicional: "¡Claro que sí!, usted es, pequeña ametralladora, una m ujer encantadora, y siniestra, y divina, al volante de un invisible cien -caballos que ruge con explosiva imp aciencia. ¡Oh! ¡Dentro de poco os arrojaréis al circuito de la muerte, hacia el vuelco aplastante o la victoria !... ¿Quiere que le escriba unos madrigales plenos de gracia y de color? A vuestra elección, señora... Usted me recuerda a un tribuno gesticula nte cu ya lengua elocuente, infatigable, golpea el corazón de los oyentes en cí rculo, emocionados... Sois, en este momento, una perforadora todopoderosa que atraviesa en redondo el cráneo demasiado duro de esta noche obstinada... Sois, también, un lam inador, un tornillo eléctrico y ¿qué m ás? Un gran soplete oxhídrico que quema, cince la y funde poco a poco las puntas metálicas de las últimas estr ellas!..." (Batalla de Trípoli). En algunos casos será necesario enlazar las imágenes d e dos en dos como balas enramadas que en su vuelo arrancan a todo un grupo de árboles. Para envolver y at rapar todo lo que hay de más huidizo e imperceptible en la materia es necesario formar tup idas redes de imágenes o analogías que se lanzarán al mar misterioso de los fenómenos. Salvo la forma tradicional, esta frase de mi Mafarka el futurista es un claro e jemplo de una tupida red de imágenes: "Toda la acre dulzura de su juventud subía por la garganta, como desde los patios de las escuelas remontan los gritos alegres de los niños hacia sus viejos maestros inclin ados en los pretiles de las terrazas desde d on de se ve alejarse a los barcos en la mar..." He aquí otras tres redes de imágenes: "Alrededor del pozo de la Bumeliana, bajo los olivares frondosos, tres camellos, confortablemente recostados en la arena, se relamían de alegría como vieja s goteras de piedra mezclando el chac -chac de sus escupitajos con el golpear regular de la bomba a vapor que abastece a la ciudad. Estridencias y disonancias futuristas en la orquesta profunda de las trincheras de hoyos sinuosos y cantinas sonoras, entre el va ivén de las bayonetas, arcos de violines que la roja batuta del poniente inflama de entusia smo... Es el poniente -d irector de orquesta quien con un gesto amplio r ecoge las pauta s esparcidas por los pájaros en los árboles y las arpas quejumbrosas de los insectos y el cr ujido de las ramas y el rechinamiento de las piedras. Él es quien para en seco los tímpanos de las gamelas y de los fusiles entrechocados para dejar ca ntar a plena voz sobre la orquesta de los instrumentos en sordina a todas las estrellas vest idas de oro, rectas, los brazos abiertos sobre la rampa del cielo. Y una gran dama presencia el espectáculo... Ampliamente descotado, el desierto estacionario pone de relieve su seno inmenso de curvas limadas, todas barnizadas de colorete rosado bajo las gemas ruinosas de la pródiga noche (Batalla de Trípoli). 10.- Teniendo en cuenta que toda clase de orden es fatalmente un producto de la inteligencia cauta y reservada, es necesario orquestar las imágenes disponiéndolas según un máximo de desorden. 11.- Destruir en la literatura el "yo," es decir toda la psicología. El hombre completamente deteriorado por la biblioteca y el museo, sometido a una lóg ica y a una sabiduría espantosa, ya no ofrece ningún interés. Por lo tanto debemos eliminarlo de la literatura y sustituir lo finalmente por la materia cuya esencia se debe alcanzar a golpes de intuición, cosa que no podrán hacer jamás los físicos ni los químicos. Descubrir a través de los ob jetos en libertad y los motores caprichosos la respiración, la sensibilidad y los ins tintos de los metales, de las piedras, de la madera, etc. Sustituir la psicología del hombre, ya agotada, por la obsesión lírica de la materia. Protegeos de atribuir sentimientos humanos a la materia, adivinad sobre todo sus diferentes impulsos directivos , sus fuerzas de comprensión, de dilatación, de cohesión y de disgregación, sus riadas de moléculas en masa o sus torbellinos de ele ctrones. No se trata de expresar los dramas de la materia humanizada. Es la solidez de una plancha de acero la que nos inter esa por sí misma; es decir, la alianza i ncomprensible e inhumana de sus moléculas y de sus electrones, que se oponen por ejemplo a la penetración de un obús. El calor de un pedazo de hierro o d e madera es para nos otros en lo sucesivo más apasionante que la sonrisa o las lágrim as de una mujer. Queremos expresar en literatura la vida del motor, nuevo a nimal instintivo cuyo instinto general conoceremos cuando conozcamos los instintos de las diferentes fuerzas que lo componen. Nada es más interesante para un poeta futurista que la agitación del teclado de un piano mecánico. El cinematógrafo nos ofrece la danza de un objeto que se divide y se recompone sin la intervención humana. También nos ofrece el impulso hacia atrás de un nadador cuyos pies salen del mar y rebotan violentamente por el tra mpolín. F inalmente, nos ofrece la carrera de un hombre a 200 kilómetros por hora. Son otros ta ntos movimientos de la materia fuera de las leyes de la inteligencia y por cons ig uiente de una esencia más significativa. Además es necesario representar el peso (facultad de vuelo) y el olor (facultad de esparcimiento) d e los objetos, cosa que ha sido descuidada hasta ahora en literatura. Esforzarse en restituir, por ejemplo, el paisaje de olores que percib e un perro. Escuchar los motores y reprod ucir sus disertaciones. La materia siempre ha sido contempla da por un yo distra ído, frío, demasiado preocupado de sí mismo, lleno de prejuicios de sabiduría y de obsesiones humanas. El hombre tiende a manchar con su joven alegría o con s u viejo dolor a la materia, que posee una admirable continuidad de impulso hacia un mayor ardor, un mayor mov imiento, una mayor subdivisión de sí misma. La materia no es ni triste ni alegre. Tiene por esencia el coraje, la volunta d y la fuerza absoluta. P ertenece entera al poeta adivinador que sepa liberarse de la sintaxis tradicional, pesada, estrecha, p egada al suelo, sin brazos y sin alas, porque ella es solamente inteligente. Sólo el poeta asintáctico y de palabras desligadas podrá penetrar en la esenc ia de la mat eria y destruir la sorda hostilidad que la separa de nosotros. El periodo latino que nos ha servido ha sta ahora era un gesto pretencioso con el que la inteligencia arrogante y miope se esforzaba por dominar la vida multiforme y misteri osa de la materia. El periodo latino había por lo tanto nacido muerto. Las intuiciones profundas de la materia, unidas una a la otra, palabra por palabra, siguiendo su nacimiento ilógico, nos ofrecerán las líneas generales de una psicología intuitiva de la materi a. Ella se rebeló a mi espíritu desde lo alto de un aeroplano.
Mirando los objetos desde un nuevo punto de vista, no más de cara o de
espaldas, sino a pico, es decir, en síntesis, he podido romper las viejas trabas lógicas y los hilos de plomo de la comp rensión antigua. Todos vosotros, los que me habéis amado y seguido hasta aquí, poetas futuristas, seréis como yo, frenéticos constructores de imágenes y valientes exploradores de analogías. Pero vuestras tupidas redes de metáforas están desafortunadamente muy sobrecargadas del plomo de la lógica. Os aconsejo aligerarlas para que vuestro ge sto inmensificado pueda lanzarlas lejos, desplegadas sobre un océano más a mplio. Inventaremos juntos lo que yo llamo la imaginación sin hilos. Alcanzaremos un día un arte aún más esencial cuando nos atrevamos a suprimir todos los primeros términos de nuestras analogías, para no ofrecer nada más que la continuación ini nterrumpida de segundos términos. Será necesario, para ello, renunciar a ser co mprendidos. El ser compren didos no es necesario. Por otra parte, no lo necesitábamos cuando expresábamos los fragmentos de la sensibilidad futurista mediante la si ntaxis tradiciona l e int electiva. La sintaxis era una especie de intérprete o de cicerone monótono. Es necesario suprimir este intermediario para que la literatura entre directamente en el universo y haga cuerpo con él. Indiscutiblemente, mi obra se distingue netamente de las d emás por su tremenda potencia de analogía. Su sorprendente riqueza de imágenes casi iguala su d esorden de puntuación lógica. He desembocado en el primer man ifiesto futurista, síntesis de un 100 HP lanzado a las más locas velocidades terre stres. ¿Por qué servirse t odavía de cuatro ruedas exasperadas que se aburren, desde el momento en que podemos separarnos del suelo? Liberación de las palabras, alas desplegadas de la imaginación, síntesis analógica de la tierra abrazada por una s ola mirada concentrada toda entera en palabras esenciales. Nos gritan: " ¡Vuestra literatura no será bella !” ¡No lograremos las sinfonías verbales de los armoniosos balanceos y de las cadencias tranquilizantes! Por supuesto. ¡Qué suerte! Nosotros utilizaremos, por el contrario, todos los sonidos brutales, t odos los gritos expresivos de la vida violenta que nos rodea. Hagamos valerosamente el "br uto" en literatura y matemos por todos los sitios la solemnidad. ¡Vamos! ¡No adoptéis esos aires de grandes sacerdotes al escucharme! ¡ Es necesario escupir c ada día sobre el Altar del Arte! ¡Nosotros entramos en los dominios ilimitados d e la libre intuición! ¡Después del verso libre, he aquí finalmente las palabras en libertad! En esto no ha y nada de absoluto ni de sistemático. El genio tiene ráfagas impetuosas y torrentes fangosos. A veces impone lentitudes analíticas y explicativas. Nadie puede renovar de un golpe su propia sensibilidad. Las células muertas están me zcladas con las vivas. El arte es una necesidad de destruirse y de esparcirse, inmensa regadera de heroísmo que inunda el mundo. Los microb ios –no lo olvidéis –son necesarios para la salud del estómago y del intestino. También existe una especie de m icrob ios necesarios para la vitalidad del arte, p rolongación del bosque de nuestras venas, que se despliega fuera del cuerpo en el infinito del espacio y del tiempo. ¡Poetas futur istas! Y o os he enseñado a odiar las bibliotecas y los museos, para prepararos a odiar la inteligencia, despertando en vosotros la divina intuición, don característico de las razas latina s. Mediante la intuición venceremos la hostilidad ap arentemente irred uctible que separa nuestra carne humana del metal de los motores. Después del reino animal se inicia el reino mecánico. Con el conocimiento y la amistad de la materia, de la cual los científicos solamente pueden conocer la s reacciones físico -químicas, nos otros preparamos la creación del hombre mecánico de partes cambiables. Nosotros lo liberarem os de la idea de la muerte, por lo tanto de la misma muerte, suprema definición de la inteligencia lógica.
¡Futurismo! ¡Insurrección! ¡Algarada! ¡Festejo con música wagneriana !
¡Modemismo! Violencia sideral! ¡Circulación en el aparato venoso de la vida! ¡Antiuniversit arismo! ¡Tala de cipreses! ¡Iconoclastia! ¡Pedrada en un ojo de la Luna! ¡Movimiento sísmico resquebraja dor que da vuelta s a las tierras para renovarlas y darles lozanía! ¡Rejón de arador! ¡Secularización de los cementerios! ¡Desembarazo de la mujer p ara tenerla en la libertad y en su momento sin esa gran promiscuación de los idilios y de los matrimonios! ¡Arenga en un campo con pirámides! ¡Conspiración a la luz del sol, conspiración de aviadores y «chaufeurs»! ¡Abanderamiento de un asta de alto maderamen rematado de un pararrayos con cien culebra s eléctricas y una lluvia de estrellas flameando en su lienzo de espacio! ¡Voz juvenil a la que basta oír sin tener en cuenta la palabra: ese pueril grafito de la voz! ¡Voz, fuerza, volt, más que verbo! ¡Voz que debe unir sin pedir cuentas a todas las juve ntudes como esa hoguera que encienden los árabes dispersos para preparar las contiendas! ¡Intersección, chispa, exhalación, texto como de. marconigrama o de algo más sutil volante sobre los m ares y sobre los montes! ¡Ala, hacia el Norte, ala hacia el Sur, ala hacia el Este y ala hacia el Oeste! ¡Recio deseo de estatura, de ampliación y de velocidad! ¡Saludable espectá culo de aeródromo y de pista desorbitada! ¡Camaradería masona y rebelde! ¡Lirismo desparramado en obús y en la proyección de extraordinarios r eflectores! ¡Alegría como de triunfo en la brega, en el paso termopilano! ¡Crecida de unos cuantos hombres solos frente a la incuria y a la horrible, apatía de las multitudes des! ¡Placer de agredir, de deplorar escéptica y sarcásticamente para verse al fi n con rostros, sin lascivia, sin envidia y sin avarientos deseos de biena venturanzas: deseos d e ambigú y de reposterías! ¡Gran galop sobre las viejas ciudades y sobre los hombres sesudos, sobre todos los palios y sobre la procesión gárrula y grotesca! ¡Bod as de Camacho divertidas y entusiastas en medio de todos los pesismismos, t odas las lobregueces y t odas las seriedades! ¡Simulacro de conquista de la tierra, que nos la da!