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Sin poderlo resistirlo más, lo probé, y gemí, porque jamás hubiese creído
que algo en Bella pudiese tener tanto poder sobre mi como el canto de
su sangre, como mi amor por ella, pero en ese instante, el sabor de su
sexo en mis labios ,el gusto unico derramándose por mi garganta, borró
de mi vista pasado, presente y futuro, cortó cualquier lazo con la realidad
circundante y nos llevó a ambos a otro estado distinto de la conciencia,
allí no había ponzoña,sangre, o miedo.
Allí solo fuimos Edward y Bella, una confusión de miembros entrelazados,
de manos unidas, de almas aprisionadas ante una avalancha que nos
llevó lejos de todo cuanto conocíamos.
Mi lengua incansable trazaba dibujos, reseguía senderos una y otra vez,
bebiendo aquella humedad, arrancando quejidos de su pecho.
Y mientras, mi cuerpo pedía más, porque aunque sentía sus pétalos latir
en torno a mí, mi respiración se tornó errática, aquel éxtasis no era
suficiente, yo notaba que aún podíamos arrancar un poco mas de placer
de aquella noche.
Mis dedos codiciosos arquearon su cintura y sin esfuerzo, conseguí estar
entre sus piernas, tenerla expuesta ante mi, los pliegues rojizos de su
sexo, hinchados, como una flor exótica, su olor que sentía caliente por
mis venas, me hacía llorar de deseo.
”Edward” la súplica, el ruego, el sollozo de Bella acabó por desquiciar mis
maltrechos sentidos y el poco auto control que conservaba. Giré sobre mi
mismo, en un vago intento de supervivencia y dejé que ella se quedase a
horcajadas sobre mi.
El pensamiento deshilachado de no aplastarla me llegó,como un suspiro.
Sin embargo la visión de sus pechos me volvió loco, gruñí mientras los
devoraba con la boca, succionando las rosadas cumbres y los amasaba
con las manos, casi volví de nuevo a girar, pero en aquel momento,
nuestros ojos se entrelazaron en el silencio, roto por nuestras
respiraciones, rápidas, ásperas y roncas de hambre, que cantaban
nuestro amor en la noche oscura.
Nos besamos lentamente y dejé que probase su esencia en mis labios,
mientras con mis manos en la cintura la llevaba despacio hasta el lugar
adonde pertenecía, sus muslos delgados, se alzaron, acomodándose en
torno a mi cadera.
Ninguno de los dos dijo nada, porque en aquel exacto momento, el
universo se detuvo.Y empezó a girar enloquecido desde el punto exacto
donde nuestros cuerpos se unían, frio y calor, derritiendose,
complemetandose.
Me noté a mi mismo entrando dentro de ella, cada una de las células de
mi cuerpo consciente de lo suave, estrecha y resbaladiza que era. Quise
gritar, cantar de dicha, ella se deslizó aún mas, guiándome en su interior,
entrelazamos nuestras bocas, yo aún bajo su cuerpo, a medias tumbado,
a medias sentado, sus muslos en torno a mi cintura, se alzó retirádose y
volviendo a dejarse caer, y mi cabeza giró.
Estaba completa, absolutamente extasiado ante aquel movimiento, ante
sus sonidos , ante la perfeccion pura de aquel momento.
El cuerpo de Bella era ardiente y húmedo, resbalaba, acogedor, pulsando
ante el placer que mi boca le había dado, y aquella mera idea, el mero
recuerdo de mis labios en su sexo, espoleó mi deseo, sin pensarlo,
embestí dentro de ella, a fondo, notando la fina vaina que nos unía, de
aquel modo tan soberbio e incomprensible, que nadie en el mundo
podría jamás describir.
En aquella milésima de segundo supe que había llegado al hogar, que
por sólo aquella exquisita sensación, merecía la pena morir una y mil
veces, me retiré unos centimetros para poder mirarla, deseando poder
leer en su mente que era lo que sentía ella ante la invasión de su cuerpo
por el mio y en el silencio nuestros ojos se entrelazaron.
El éxtasis de nuestra unión nos impedía hablar, pero no acariciarnos,
porque de pronto, aquel acto fue tan natural como respirar, o
alimentarse, giramos y mis caderas sabias, danzaron con la fuerza justa
y con que cadencia necesaria, y ella supo que,si apretaba mis nalgas, el
placer que yo sentía se multiplicaba, que aunque mi piel es dura como el
diamante,sus dientes arrancaban en mí gemidos de dicha, que sus dedos
serpenteando en mis pezones conseguían hacerme perder la razón, o
que si, lamía mi cuello justo detrás de la oreja, mis manos temblaban
enloquecidas. Que sus manos entralazadas en los mechones rojizos de la
nuca me procuraban emociones indescriptibles.
Su orgasmo, consiguió que mi cuerpo, a su vez, explotase en un millón
de sensaciones que jamás hubiese sabido que existían,una y otra vez,
note como me vaciaba dentro de ella, mientras la besaba,
entremezclados con nuestros fluidos, sentí el regusto de aquel sabor
único y mi ser cobró vida otra vez.
IMAGEN EN EL ESPEJO
Mis brazos se cerraron en torno al cuerpo de Bella creando una cuna en
la cual transportarla , era algo imposible, pero sentía latir mi cuerpo al
unisono con el de ella, que percutía, lejano, transido, tras los momentos
que acabábamos de compartir sobre la arena.
Más yo, lejos de estar cansado, cantaba, vivo, como jamás en décadas
hubiese creído posible, mis manos mecieron mi preciada carga mientras
entre risas, paseaba despacio,sin prisas, casi como si hubiese sido
humano, de camino a la casa, permitiéndome disfrutar de la brisa
marina, húmeda y cálida, que nos
abrazaba como un amante.
Aunque mis ojos me permitían ver a la perfección aún en la oscuridad
reinante, en deferencia a los sentidos humanos de mi mujer, encendí
varias lámparas de luz tenue y dorada a nuestro paso, por nada del
mundo quería que no viviese aquellos instantes con la misma intensidad
que yo. Mis pies descalzos
no hicieron ruido en mi ruta hacia el baño, donde, al llegar,deposité a
Bella con suavidad.
Repentinamente nervioso, cogí sus manos y nos distanciamos, solo la
longitud de nuestros brazos extendidos, paseé mis ojos por su desnudez,
buscando daños. Ella, con aquel infalible radar suyo, sacudió
la cabeza, negando.
“Edward...todo está bien”, su voz tranquila fue un bálsamo en mis oídos,
inspiré y expiré, llenándome
de su perfume, permitiendo a la quemazón adueñarse de mi garganta
por unos instantes, antes de volver a dominarla, por el simple placer de
saberme dueño de mis instintos.
"Ven”, tiré de ella y abrí los grifos, liberando el agua caliente que nos
mojó de forma casi inmediata de pies a cabeza, reímos, ligeramente
azorados, pues nunca nos habíamos bañado juntos, la miré a los ojos,
divertido por la turbación de su mirada.
Nos besamos despacio, en mis labios aún degustaba restos de su
esencia. En los de ella pude notar mi olor, mi sabor, y rastros de salitre
marino, un regusto a mar y algas.
Gemí porque de nuevo sentía el vértigo del deseo, arrastrándome lejos
de mi mismo, llevándome a sitios
desconocidos, aterradores y fascinantes, porque en el curso de aquellas
horas, estaba descubriendo facetas de Edward Cullen que jamás hubiese
soñado poseer.
Bella tomo el jabón que le tendí, indeciso. Con manos suaves llenó mi
pelo de espuma,bajando luego hasta mis hombros y la espalda,
haciéndome temblar de anticipación. Despacio, tomé a mi vez el jabón
que ella me devolvió y comencé un nuevo juego de exploración,
maravillándome del brillo marfileño de su piel, en contraste con la mía,
que, aún en la semioscuridad, desprendía destellos de madreperla.
Noté por el brillo líquido en sus ojos cálidos que aquella yuxtaposición le
gustaba, y de pronto, sentí mis
temblores desaparecer.
”Ah Bella” casi sollocé, rozando con mi aliento su coronilla mojada,
“Cuanto te quiero”
La espuma perfumada me dio una nueva posibilidad táctil que nunca
antes había conocido, bajo el chorro de agua caliente, mis manos fueron
serpientes que culebrearon, ensortijadas en cada uno de
sus huecos y hondonadas, y aquello estuvo bien, porque éramos una sola
persona, porque estaba irremediablemente subyugado ante aquel
descubrimiento erótico, ante el nuevo mundo de
relaciones y posibilidades por explorar.
Sus manos masajeron mis cabellos, alisando los díscolos mechones
dorados hacia atrás, cerré los ojos, porque descubrí que así, las
sensaciones se intensificaban aún más, si aquello era posible,.
Sus yemas trazaron el contorno de mis pómulos, resiguiendo los planos
de mi piel y de mis huesos.
Era bastante mas baja que yo, así que tiró de mis hombros cuando
necesitó seguir aquellos senderos recién
descubiertos, no con los dedos, sino con los labios primero, y con la
punta de su lengua después.
Jadeé ante aquel ardiente contacto, notando como mi cuerpo se estiraba
y erguía en respuesta a aquella invasión sensitiva tan exquisita.
”Ay Bella”, hubiese llorado de placer de haber podido, pero en cambio,
mi alma rugió desperezándose de un letargo que había durado mas de
cien años.
“no te imaginas lo que me haces”, le murmuré junto a sus labios,
alzándola hasta mi boca hambrienta, que devoró sus labios, su cuello,
sus sensibles senos.
Jadeábamos otra vez, como si el denso aire de la habitación se hubiese
convertido en algo viscoso y espeso casi imposible de respirar, como si el
tiempo se hubiese vuelto, a su vez, perezoso.
Mis movimientos se volvieron lánguidos, como en un sueño, me vi
levantando su peso sin esfuerzo y saliendo de la bañera.
La visión de nuestros cuerpos, desnudos , reflejados en el espejo atrajo
mi atención.
Me robó el aliento la belleza de aquel momento, supe que atesoraría
aquel recuerdo por siempre, Bella, expuesta ante el espejo, sus curvas
sinuosas tentándome.La propia visión de mi mismo me hizo parpadear.
¿Era yo aquel hombre joven de mirada arrebatada?. ¿Era yo aquella
“persona” que abrazaba a su mujer por la cintura, pegando su espalda a
mi pecho, mientras mi boca reposaba a centímetros
de sus suculentas venas?.¿Eran mis mejillas las que brillaban
arreboladas?.
Casi no me reconocía a mi mismo en el fondo dorado como la miel de
aquellos ojos asombrados, mi rostro como con una nueva piel, mis labios
mas suaves, mis manos, delgadas y elegantes, de dedos finos,
se enredaban en los mechones de sus pelo oscuro.
”Tus amores son más deliciosos que el vino, y el aroma de tus perfumes,
mejor que todos los ungüentos* “, recité cerca de sus oídos, inspirando
hondo su olor, Bella gimió, deseando volverse, pero la visión frontal que
me ofrecía el espejo seguía cautivándome, subí lentamente mis brazos
por su espalda, llegué a los hombros y recorrí los suyos, ya secos gracias
a la brisa ardiente y tropical.
Tomé sus manos y las guíe hasta que estuvimos apoyados contra el
lavamanos, ahora me encontraba practicamente recostado en su espalda
delgada, pero el espejo me ofrecía el reflejos de sus labios
entreabiertos, sus ojos salvajes, del baile sensual de sus pechos, que
subían y bajaban al compás de la respiración, cada vez más rápida .
"Grábame como un sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo,
porque el Amor es fuerte como la Muerte*” , canté de nuevo, besando su
nuca.
Observándola desde arriba, deslicé mis manos de vuelta a su cintura, y
desde allí, acaricié su vientre pálido y delgado, que tembló espasmódico,
bajo el roce de las yemas de mis dedos helados.
El triángulo oscuro entre sus piernas era como un imán para mi, ya podía
oler de nuevo aquella esencia almizclada, de ámbar, de especias, de
canela y de flores, que se arremolinada en mis venas y en el fondo de mi
paladar, permitiéndome degustarla incluso antes de haberla probado. La
boca se me inundó de humedad, y un quejido hondo surgió del mismo
centro de si ser, tiré de ella abriendo sus piernas para mí, su trasero
apretado contra mis caderas, proporcionándome un dolor físico en las
ingles, en los glúteos. La necesidad de acometer casi imposible de
refrenar.
Mis piernas se entreabrieron, acomodando mi altura a su tamaño, notaba
su aliento ardiente aún desde la distancia que nos separaba, pero ya
nada podía hacer para detener mis caricias, que lujuriosas,
atormentaban su cuerpo, mientras nuestras miradas permanecían
entrelazadas a través del espejo.
Mis dedos pálidos, que desprendían brillos perlados, se perdieron en su
vértice, me maravillé de la sedosidad de aquellos rizos húmedos.
Mientras que con la mano que seguía libre mimaba su espalda y sus
nalgas, pero aún aquello no me bastaba, debía besarla, necesitaba catar
su piel con mi boca.
Me cernía sobre ella como un halcón, todos mis sentidos inhumanos fijos
en la presa de su cuerpo, ella arqueó su espalda, y giro la cabeza, sin
mover las manos.
“Por...favor...”, suplicó con voz estrangulada."Por...Favor..."
Gruñí al notar su trasero aplastado contra mis genitales, que ardieron
llenos de anhelos. Enredé mi mano en su pelo y tiré levemente de los
mechones, acercando mi boca asesina a su cuello, la mordí ligeramente,
y chupé su piel, porque ya nada era suficiente, un frenesí me inundó ante
el tacto sobre mi lengua de su piel, rápidas boqueadas de aire caliente,
saturado de esencias inundaron mi ser.
Volví a morder otra zona, era su nuca, chupé y lamí, quizás infligiéndole
un dejo de dolor, mezclado con placer.
Bella emitió un grito estrangulado, pues mientras la besaba, mis dedos
se hundieron una vez en su resbaladizo interior, acompasé aquella
caricia al baile de mi lengua y mis dientes sobre su piel y supe que debía
volver a entrar en ella o morir.
Me desprendí del último resto de cordura que aún hubiese podido
acompañarme en aquel viaje, y entre jadeos, me estiré cuan alto era,
con mis manos en su cintura, mi pecho subía y bajaba, eco silencioso de
su corazón, que repicaba alocado.
“Bella...Bella, debo hacerlo”, los gemidos de ella en respuesta me
trastornaron, tenía mi misma urgencia dentro de su ser, sino más, y el
entendimiento me traspasó como un rayo, derribando mis últimas
salvaguardas de humanidad.
“No sé si podré ser suave Bella”, murmuré, mas como una oración que
como una frase que esperase respuesta.
La garganta ardió, pero aquel dolor fue bienvenido, porque las
sensaciones que mareaban mi cuerpo eran aún mas insoportables,
temblé de ansias, de ganas de hundir mi cuerpo en el de ella.
Palpitando, me guié hacia su interior, ah Dios Querido, era tan
insoportablemente estrecha, estaba tan deliciosamente mojada que casi
rugí.
Mis ojos la buscaron en el reflejo del espejo, testigo mudo de nuestro
amor y mirarla fue mi perdición.
Me hundí en ella con un solo movimiento que me llevó al éxtasis por
completo, escuché su quejido de placer, la observé mover sus caderas
en respuesta a mis movimientos, sincronizados en una danza tan antigua
como el mismo tiempo.
Acaricié codicioso su espalda, apreté sus pezones erguidos, mientras con
otra mano, alcanzaba su centro, que marticidé con las yemas de los
dedos, sin piedad.
Los gritos de ambos se entremezclaron en la noche cálida, componiendo
una canción única, nunca jamás antes escuchada.
El calor del Hambre me asaltó como una ola, obligándome a arreciar mis
embestidas, sabía que estaba caminando hacia un precipicio y que debía
llegar, llegar a lo más alto y en segundos, minutos u horas, ya que el
tiempo dejó de tener su significado habitual, el placer creció, doloroso,
elevándose como una presencia casi tangible entre los dos, llevándonos
al borde, justo al borde.
De pronto, el corazón de Bella latió aun mas rápido, ¿Era aquello posible,
iba a matarla con mi lujuria?, la escuché gritar, ¿O era yo quien lo hacía?,
su cuerpo me estrujo, una y otra vez, el orgasmo poderoso como una
fuerza de la naturaleza, me hizo llegar a mi mismo al precipicio y saltar.
Me sentí caer, caer, caer, una y otra vez, los latidos de mi cuerpo
ingrávido amplificados por sus propias oleadas de placer en un segundo
orgasmo que la hizo sollozar.
Seguí meciéndome en su interior, los latidos de nuestros cuerpos
amainando, pero sin querer detener aquel maravilloso placer, durante
unos segundos, apoyé mi frente en su espalda y cubrí sus manos, que
se asían al lavabo, con las mías.
Salir de su interior fue casi sentir que me arrancaban un miembro,
hubiese podido permanecer toda la eternidad dentro de Bella, rodeado
por su ardiente seda, por su mareante olor.
Conmovido, me erguí, llevándola de la cintura hasta apoyarla
nuevamente contra mí.
Nuestros ojos seguían conectados, así que en aquel momento de dicha,
sobraron las palabras, la giré lentamente, quedando ambos frente a
frente.
Sus brazos se cerraron en torno a mi cintura, apoyando Bella su cabeza
en mi pecho. Besé su coronilla y sin moverme, nos mecimos, tan
lentamente que apenas nos movíamos, aún demasiado obnubilados para
articular palabra o sonido alguno.
No supe cuanto tiempo pasamos alli, en silencio, sin necesidad de
decirnos nada.
“Te quiero, Edward” murmuró Bella contra mi pecho, apretando aún más
su abrazo.
Miré nuevamente nuestro reflejo en el espejo, éramos un hombre y una
mujer, solamente eso. Mis ojos rieron burlones ante aquel pensamiento,
sacudí la cabeza, alejando mis miedos, tan eternos como mis deseos.
Noté sus piernas zozobrar levemente, al momento, la angustia me llenó
de pesar, estaba siendo un bruto insensible, sólo deseoso de saciar
aquella hambre infinita. Me mordí los labios y la miré,
sonreía, parecía intacta, casi febril, pero sana, entera, completa.
De nuevo, sin ella saberlo, se había enfrentado a la Bestia y había salido
victoriosa.
“Ven mi amor”, tiré de sus manos, entrelazando nuestros dedos, la
conduje hasta nuestra habitación, la enorme cama blanca nos esperaba.
PLUMAS Y BESOS
Según mis hermanos, el goce sexual se hallaba por debajo del placer
dedegustar sangre humana, pero no había sido así para mi.
Recordé el momento de hundirme en Bella, la terrible urgencia que había
impulsado a cada una de las moléculas de mi ser, y no hallé restos de la
Sed, la eterna Quemazón en mi garganta.
Incluso,ahora, en aquel instante, el mero recuerdo, la evocación del acto,
estaba consiguiendo que mi cuerpo volviese a latir, a vibrar como una
enloquecida diapasón.
Inspiré, exhalé, intentando relajar la tensión que volvía mi cuerpo aún
mas duro, si aquello era posible.
Bella dormía y yo me encontraba abrasado, desesperado y ardiendo por
ella, otra vez.
¿Seria posible que me hubiese vuelto aún más adicto a ella, a aquella
tentadora sensación, la de su sexo aprisionando el mío, latiendo a mi
alrededor?.
¿Era en verdad, mi marca de heroína, tal y como una vez le había dicho?.
No podía estar quieto, algo insólito en alguien de mi especie.
Y que distinto era todo aquella noche, mis manos, con vida propia,
desvelaron sus piernas despacio, con suavidad, seguí la curva de sus
pantorrillas subiendo hasta el hueco tras su rodilla.
Estaba imposibilitado para detener su lento ascenso, como apéndices
independientes, las vi vagabundear aún más arriba, calibrando sus
muslos, la redondez de sus caderas, la tersa curvas de sus nalgas.
Cambié de postura, poniéndome de rodillas, inclinado a su costado,
desde allí podía acceder mejor a su cuerpo, que aún en el sueño me
resultaba tentador de una forma enloquecedora.
Podrías despertarla, cantó mi mente.
¿Y si la despertase?.
Provocadoras imágenes me inundaron, los dos enredados en las sábanas,
yo sobre ella, Bella sobre mi, cabalgándome.
Yo hundiéndome en su interior, muy adentro, duro, profundo, llenándole
el vientre, asaltando sus pechos, catándola otra vez, permitiendo que
fuese ella quien me probase, que me tomase con su boca cálida.
La última imagen se volvió insoportablemente deseable.
Me humedecí y al mismo tiempo, la garganta vibró, ardiente. Tragué con
dificultad, la deseaba, ahora, en aquel mismo instante.
Cerré los ojos e inspiré, buscando una tranquilidad que no encontraba,
muy por el contrario, aquel gesto fue el error supremo, porque, a la vez
que tras mis párpados, las ardientes imágenes se volvía aún más
vividas, el olor almizclado de su cuerpo asaltó todas y cada una de mis
inhumanas células.
Trepidando, abrí los ojos , intentando alejarme de Bella, intentando
relajar aquella tensión, sin embargo, mis manos traicioneras rasgaron sin
esfuerzo la sábana que la cubría, dándome acceso a su vientre, a sus
caderas, a las curvas de sus pechos. Boqueé demasiado excitado para
razonar, necesitaba irme, alejarme de ella, de su cuerpo caliente, del olor
crepitante de su sexo.
EL CIELO y EL INFIERNO
Llevaba días sufriendo una lenta tortura, tenerla cerca, poder olerla, casi
sentir su sabor en la lengua y saber que si la tomaba, seria un completo
error, el error mas grande.
Tras aquella noche mágica de amor, de pasión, el amanecer me había
traído el horror, la confirmación de que mi naturaleza era algo
monstruoso, los moratones en el cuerpo de Bella me habían hecho
sentirme un ser maligno, brutal, un ser libidinoso que la había usado para
satisfacer sus deseos sin considerar su integridad, su seguridad.
Ella le había quitado importancia, por supuesto, habíamos discutido.
pero en contra de mis instintos, que a pesar de la visión de aquellos
morados, me pedían a gritos comenzar de nuevo lo que aquella mágica
noche habíamos echo.
Me juré a mi mismo no tocarla...y no lo había vuelto a hacer, en todos
aquellos días, aquellos largos, larguísimos días.
Un nuevo sufrimiento se anidaba en mis entrañas, el calor, el ardor del
deseo no consumado, ah, el dolor infinito en todas y cada una de las
moléculas que conformaban mi ser.
Aquello se convertía, por segundos, en una tortura peor que el momento
de mi conversión en vampiro.
Era un dolor casi físico en los miembros, que notaba insoportablemente
tensos, respirar el aire a su alrededor, “oler” su deseo, era para mi una
lenta tortura que creía merecer, por haberla dañado, por no ser capaz de
contener mis sueños, que al dormirse ella, volvían a mi como una
obsesión.
Bella tenía la bendición del sueño cada noche, yo no era tan afortunado.
Sufría el contacto de su piel con la mía como una quemadura, como una
herida en carne viva, como si mi piel no fuese capaz de distinguir su
cuerpo del mio, casi podía contar los poros de su piel, me sentía
sensibilizado de una forma que me atormentaba, día y noche,
imposibilitado para escapar.
Porque estar lejos de ella volvía la tortura aun mas dolorosa, aquello era,
en verdad, el infierno.
Si algún dios había ideado hacerme sufrir, había acertado de pleno,
porque aquella noche, tras otra de nuestras discusiones, hubiese llorado
de frustración de haber podido.
Caminaba por el cuerto, el cuerpo totalmente desquiciado,
cuando escuche el sonido, poco mas que un maullido, un pequeño
suspiro.
Su llanto.
Sin embargo, para mis sobre estimulados sentidos, el pequeño jadeo
tuvo una vital importancia. Despacio, casi temiendo acercarme, pero sin
poder evitar hacerlo,caminé hacia la cama donde dormía.
Bella era el sol sobre el que mi vida, mi “existencia”, gravitaba.
Irremediablemente.
-–Todo está bien, amor, estás a salvo. Estoy aquí -la acuné nervioso,
consiguiendo que ella llorase aun mas, no podía entender que le ocurría,
pero su olor, aquel olor a ámbar, canela, almizcle, a flores exóticas, a
deseo,me atormento como una puñalada, dejándome tembloroso-– ¿Has
tenido otra pesadilla?
- No era real, no era real.-logré articular, evitando respirar, perderme en
su fragancia.
-No era una pesadilla.- gimió, con autentico dolor- Era un buen sueño...
-Entonces..¿Por que lloras?- besé su pelo, aguardando una respuesta que
tardó en llegar.
–Porque he despertado- sus brazos se cerraron en torno a mi, y el latido
de su corazón inundó con oleadas ardientes mi cuerpo, como una marea
volcánica, tornándome casi un demente, mi cuerpo despertaba ante
aquella invasión, planeada o no.
Bella estaba consiguiendo vencer mi resolución de no hacerle el amor
otra vez
intenté reírme, pero el sonido sonó hueco y vacío, incluso a mis oídos.
–Era muy real. –Lloro, con pena – Quiero que sea real.
sus labios me intoxicaban, necesitaba irme. pero temía por sus lagrimas,
la zarandee con delicadeza, queriendo que reaccionara. Que dejase de
llorar.
–Cuéntamelo –le pedí, con urgencia, quizás oírla alejase de mi el ansia
que provocaba aquel olor.– Tal vez eso ayude-a los dos, pensé en mi
fuero interno
–Estábamos en la playa...
-¿Y...? –la impaciencia, el Ansia, el perfume, me estaba mareando. Era
vagamente consciente que seguía llorando, pero las pulsaciones de las
ingles eran fuertes rápidas, acompasándose al ritmo alocado de su
corazón.
–Oh, Edward…
–Cuéntame, Bella…–supliqué, el dolor en sus ojos era inenarrable, ¿Que
podía haber soñado que la trastornaba de aquella manera?
Ella no me respondió, a cambio, su boca se cerró sobre la mía, su lengua
jugando dentro de mi, pidiendo lo que no había sido capaz de expresar
con palabras.
un calor ardiente, agónico, me inundó, dentro de mi, muy adentro.
La Bestia rugía feliz, libre de la presa de mi auto control, sin embargo,
conseguí desasirme de su tenue abrazo, era tan poco lo que ella podía
hacer contra mi, contra mis músculos de piedra.
Separarnos, fue quizás, igual de doloroso que sentirme partido en dos,
como arrancarme la piel, como respirar aquel aire suculento, de olores
embriagadores, de promesas, de sueños.
-no Bella- boqueé y cada palabra que mi boca expresaba, me dolía en el
pecho. negarme a ella, me estaba matando, literalmente.
El silencio, roto solo por sus sollozos quedos, por mi ronca respiración, se
hizo eterno, frío, como la muerte, como mi existencia había sido sin ella,
un erial sin sentido, sin futuro.
Saber que le estaba haciendo daño me hizo rechinar los dientes, furioso,
conmigo, incluso con ella, por su insistencia, por su cercanía, por aquel
manjar que era su olor.
–Lo s-s-s-siento… –el susurro desgarro cada fibra de mi ser, de aquel
corazón muerto que odié.
La apreté contra mi pecho, despacio, destrozado entre el deseo de
apretarla y la necesidad de cuidar de ella, de no volverla a lastimar
PECADOS...
Pereza
De nuevo, aquella sensación de ingravidez, de sentirme disgregado,
convertido en mil y una moléculas de la mas pura paz, me llenó. Era tan
extraño poder ser capaz de experimentar ese sentimiento, la Serenidad,
el deseo tranquilo, intimo, de no mover un músculo, de no necesitar
nada más, en este mundo que aquel menudo cuerpo, que latía lleno de
vida a mi costado.
Durante décadas, la sed, los remordimientos, los anhelos, el dolor, la
soledad, habían viajado conmigo, como lastres. Pesos muertos que
frenaban mi alma, sombras que aquel sol que era Bella en mi vida, había
difuminado.
Perdí la noción del tiempo con mi mujer entre los brazos, los rescoldos
del gozo aún evocando ecos placenteros en mi, suspiré y tomé una
almohada, recostándome sobre el cabecero de madera lustrosa,
satinada, de la cama.
Mis manos, ociosas, vagaron por su dulce anatomía, cuya presencia me
procuraba calor y tranquilidad.
Bella reposaba la cabeza en mi hombro, podía intuir, por la cadencia de
su respiración, que estaba despierta, sumida en sus pensamientos.
-En lo hermoso que eres Edward...- su rostro ardía, y sin mirarla, supe
que se había ruborizado.-Eres tan...- se alzó repentinamente y me
observó- Eres demasiado guapo- afirmó, una media sonrisa en su rostro.
Sus pequeñas manos, tan tiernas, tan calientes, bajaron por el cuello,
trazaron el camino por la clavícula, deteniéndose en los hombros
desnudos.
El tacto de cada falange tatuado a fuego en mi, era un dolor tan rayano
en el placer, que no supe si era caricia o castigo.
Aquellos besos lentos, o los mimos tiernos, delicados, que se iban
tornando voluptuosos por momentos, me hicieron tensarme, anticipando
el placer que le seguiría.
Respiré despacio, intentando contener el hambre de ella, no sabiendo
aún si la vorágine debía empezar o no.
Quería más, seguía queriendo más.
Avaricia
Continuó con el lento descenso por mi pecho, allí donde casi podía sentir
las pulsaciones de mi corazón muerto, palpitaciones que me hacían
estremecer, eco de sus latidos frenéticos.
A lo lejos, el sonido del pulso acelerado de Bella, fue música para mis
oídos, era tan hermoso saber que compartía aquella urgencia por mi...era
tan increíble saber que me amaba...que aquel desmesurado deseo,
aquella Hambre era reciproca...
Mis brazos tenían vida propia cuando intentaron abrazarla, pero Bella
tenía otros planes, sus manos de hada me apartaron, y aunque su fuerza
no era nada en comparación con la mía, la dejé hacer, protesté en
cambio.
Una débil queja simbólica que la hizo reír.
-Quiero tocarte Bella....-mis dedos rozaron una de aquellas crestas
rosadas, que se erizó en una inmediata respuesta a mi contacto.
Mis manos acariciaron los brazos torneados que estaban a cada lado de
mi cuerpo, Bella cerniéndose sobre mi, nuestras bocas ya juntas,
enredados en un beso lento y profundo, visceral.
Se apartó pasado un tiempo, respiraba con dificultad.
Sin embargo yo quería más, seguía queriendo más.
Los largos mechones oscuros eran alas de mariposa jugando en mi. Con
dedos temblorosos, aparté la oscura cortina porque necesitaba ver lo que
me hacía. Sentir su calor, ver sus labios, que despacio, continuaban
recorriendo senderos que nunca antes nadie había seguido.
Gula. Avaricia.
Sus labios se humedecieron, la punta rosada de su lengua fue una visión
tan breve y suculenta que mis manos hicieron crujir la madera a la que
me asía en un intento de no dañarla, supe, que si me soltaba, podría
matarla.
Pero quería mas, necesitaba mas.
Lentamente, chupó uno de sus dedos y mirándome, rozó el glande
enrojecido con él, jadeé, el contacto caliente, húmedo, sensual, era casi
tan excitante como sentirla a mi alrededor, su otra mano continuó la
lenta caricia arriba y abajo, aun mas lenta, aun mas profunda.
El aire abandonó mis pulmones, inspiré, llenándome otra vez con los
ricos olores y sabores que me envolvían como una nube.
Los sonidos de su boca, sus quejidos, el olor de su placer, que era eco del
mio, me sublimaron, mi mente viajo en un suspiro, se contrajo sobre si
misma y se expandió, mis cuerpo dejo de existir, solo consciente del
punto exacto donde la boca de Bella mimaba mi miembro, sus manos
acariciando con la fuerza justa. En la cadencia exacta.
Su interior estaba insoportablemente caliente, ardía, arrancando
sensaciones tan indescriptibles que no pude dejar de gimotear,
lentamente, conteniendo el deseo de gritar de placer.
Volví a morderme, en un intento desesperado por alargar aquel instante,
el goce convirtiéndose en una nota aguda, vibrante, sostenida dentro de
mi cuerpo, que tremolaba, casi al borde mismo del abismo.
Abrí los ojos y la miré, sus cabellos negros se ensortijaban como zarcillos
sobre mi abdomen, encima de mis muslos, y aquella visión era lo mas
sensual que yo había imaginado que podía existir, verla usar sus labios
con deliberada lentitud, el tacto delicado de sus dientes, todo, se
conjugaba en un intento de hacerme perder la razón.
Sus manos se perdieron despacio, apretando con la justa fuerza sobre
mis testículos, masajeando la sensible piel , y yo seguía queriendo más,
mucho más
A lo lejos, entre el maremágnum de sensaciones, el crujido del cabecero
bajo mis manos me dijo que mi autocontrol era ya un lejano recuerdo,
sentí la madera deshacerse como mantequilla bajo mis dedos. Pura Ira
asesina, inmisericorde. Lujuria.
Rugí, lo había destrozado, y ahora no tenía a lo que asirme, boqueando,
indefenso, con un lamento, me observé a mi mismo, mis caderas se
alzaban a la espera de nuevas caricias, acompasadas a su ritmo
voluptuoso, que seguía mimandome como una marea, su lengua
atormentándome.
Sus manos, sus dientes, acariciaron, apretaron, sujetaron, mimaron.
Bella fue inexplicablemente sabia.
Desenfreno. Lujuria. Gula.
Sus piernas se abrían para mí, temblando como una hoja, mis labios
halagaron aquellos pétalos empapados, fragantes, llenos de un néctar
que fue ambrosía en mi paladar.
Gula de aquel sabor exquisito.
Avaricia de su carne.
Soberbia de saberme suyo, de saberla mía.
El toque delicado de mi lengua la hizo llegar al éxtasis de una forma casi
inmediata, sus muslos se tensaron, bajo mis lisonjas, el cuerpo de Bella
se convulsionó. El orgasmo consiguiendo que el repicar de su sangre
fuese un canto espasmódico dentro de mi.
Los sonidos guturales consiguieron llevarme de nuevo al cielo, bajarme
otra vez al infierno, debía entrar otra vez en ella, cuando aun el orgasmo
era una marea que la hacía jadear.
Estar entre sus piernas fue como regresar al hogar, estar otra vez dentro
de su cuerpo, fue como adentrarse en el paraíso.
Mi mente, mi alma, todo cuanto era, cuanto había sido, cuanto sería, se
convirtió en un único punto de incandescente placer, de la más exquisita
y sublime voluptuosidad.
Me sumí en un vórtice cada vez más frenético, que nos arrastró a ambos
en una confusión de caricias y sonidos estrangulados. Mis caderas
bailaron, ajustándose al ritmo vertiginoso de sus latidos.
Una y otra vez, me hundí en ella, disfrutando de su humedad, de aquel
infinito calor, perdiéndome en su sexo, en su más íntimo ser.
Aquella nota sostenida de lujuria subió de nuevo en la escala, mi cabeza
era un espacio vacío, solo lleno de aquel insoportable frenesí, aquel calor
liquido que conseguía fundir mis músculos pétreos y transformarlos en
algo humano, frágil.
Me oí a mi mismo gritar, cantar, dar gracias, y aquel tono imposible, se
alzó
de nuevo y resquebrajó todo cuanto yo era en un último y desgarrado
lamento.
Placer.
Abrí los ojos y la miré, transido aún, desorientado todavía por la vorágine
de mi propia culminación, palpitaba, una y otra vez, en una cadencia que
se me antojó eterna, lenta.
Eco de su propio orgasmo, el mio era devastador, mis miembros, todo mi
ser, derretidos ante aquel ataque visceral, tan terriblemente terrenal,
que me convertía en un ser real, un hombre, solo eso por una vez,
dándome identidad, recreando mi alma por ella, para ella...Bella.