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¿CÓMO TRATAR A LOS QUE YERRAN?

Por: Nilser Richard

¿Qué hacer cuando alguien se equivoca?


¿Cómo ayudarlo de la manera como Jesús lo
haría? ¿Qué enseñó el Señor al respecto?
¿Qué enseña la Biblia? ¿Qué dice el Espíritu
de profecía?

Este artículo expone la enseñanza bíblica


sobre cómo tratar a quien peca, sea
voluntariamente o no, sea un miembro del hogar, de la iglesia, un compañero de estudios,
quien sea, con el fin de promover la edificación de la fe, la práctica el amor, la ética y la
asertividad cristiana.

El ideal de Dios

Él Señor hizo a sus criaturas para que sean felices, para vivir en unidad, en armonía, en amor,
(Juan 3:16; 13:34; Efe.3:17-19). Sin embargo, el propósito de Satanás es robar, destruir, y
engañar porque odia a Cristo y quiere bloquear todos los propósitos de Dios, y no hay ser
humano que escape de tal influencia. “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre
vosotros? Dice el apóstol “¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros
miembros?” Santiago 4:1. Luego afirma: “vestíos de toda la armadura de Dios, para que
podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre
y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas
de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (Efe.4:11-12; 1
Pedro 5: 8; Apo. 12: 9-10). La Palabra de Dios, la Biblia, sus promesas y enseñanzas son
nuestro único refugio contra la influencia de satanás y sus impredecibles artimañas.

El desafío de amar al pecador y abordar el pecado

Lo primero que hace falta reconocer es que los errores o pecados humanos como: el orgullo,
el egoísmo humano, la mentira, ignorancia voluntaria o involuntaria, etc., tienen un solo
origen: La situación de pecado en el cual estamos inmersos y no podemos evadir (Romanos
7:14-24). Por otro lado, el desafío de tratar con el pecador. Y es que Dios ama al pecador. Él
vino para salvarlo y no perderlo (Luc. 19:10), pero desprecia el pecado (Rom 3:23). No
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obstante, aunque el hombre peque, Dios está dispuesto a perdonarlo muchas veces y
restaurarlo a una situación privilegiada (Mateo 18:21; 1 Pedro 1:18-19; 2:9). El asunto es,
cuántos son conscientes de cómo Dios ve al pecador y aborda el pecado, y quienes deciden
actuar de acuerdo con su voluntad, y no la suya.

Porque, como decía un reconocido teólogo, para errar en la vida, no hace falta ser malo, basta
ser hombre, mientras estemos en este mundo los problemas se suscitan de un modo inesperado
trayendo consecuencias tristes. Porque los problemas son como las sombras de existencia
humana, una especie de papelera de reciclaje del devenir cotidiano. El hecho no es cuánto
pecado fluye en un contexto dado, ni cómo evitarlos, sino cómo respondemos ante ellos. Es
decir, cómo manejamos la situación problemática. Dios desea que enfrentemos los errores con
amor; cuidado, cautela, respeto, mucha oración, teniendo en cuenta su voluntad revelada en
la Biblia. Hay que recordar que, tras cada situación problemática, hay por lo menos un ser
humano que clama por ayuda y requiere de especial atención y cuidado. Así, el deseo de
ayudar a quien se equivoca resulta muchas veces ser un desafío para cualquier líder. Porque
cualquiera sea el error y los motivos, incluso por simple que parezca, requiere de una dosis de
espiritualidad, conocimiento y experiencia, dependiendo del perfil de la persona necesitada de
ayuda.

Él Señor afirma que las luchas de la vida diaria, son también sus batallas. El Señor desea
pelearlas, y darnos la victoria (Deut.3:22; Juan 16:33). Solo hace falta aceptar nuestra
fragilidad humana, y aprender a depender del Señor. Porque el trajín de esta vida puede aislarte
de la única Fuente de Vida que es Jesús. Las tentaciones del enemigo y circunstancias oscuras
pueden rodearte, asaltarte, o de pronto manipularte, y pueden llevar a la deriva tu frágil
capacidad y razonamiento humano. Así, cuando debieras dar buen ejemplo, puedes fracasar y
quedar mal si no estás alerta permanente de tu gran necesidad de Dios. Jesús advirtió: “Mirad
también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de... los afanes de esta
vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día” (Lucas. 21:34).

¿Qué hacer si alguien está en falta?

¿Qué hacer frente a una situación lamentable? ¿Qué hacer cuando alguien se equivoca?
¿Cómo respondes a tu mejor amigo, novio o tu novia, esposa o esposa, tu hijo o hija, cuando
te fallan? ¿Cómo tratas a alguien que advertido se empecina en hacer su propio camino?
¿Cómo ayudas a alguien que no reconoce su error y se ve incapaz de cambiar? A diario vemos
jóvenes con futuros brillantes que fracasan, pierden sus cargos en la iglesia, despedidos de sus
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trabajos, dejando de estudiar, y desfraternizados de la congregación… ¿Cómo responder ante


las situaciones frustrantes de la vida? Lo más simple y corriente es oír a las personas criticar,
murmurar, juzgar y esparcir cizaña en su entorno. Porque a menudo las personas se apresuran
a hablar, adelantar opiniones, creando más zozobra, división, ira, decepción y resentimiento
que solo empeoran la situación.

Hermanos, enseña el gran apóstol, “si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros los
que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo,
no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid
así la ley de Cristo.” Gal.6:1,2. ¿Cuál es la ley de Cristo? Su Palabra, sus enseñanzas en la
Biblia. En ella Jesús enseña que: “todas las cosas que queráis que los hombres hagan como
vosotros, así también haced vosotros con ellos…” (Mat. 7:12). En el pasaje Jesús ordena que
tratemos a los demás como quisiéramos que nos traten. De manera que, en la iglesia no hay
lugar para el trato rudo, irrespetuoso, altisonante, desconsiderado, pues los que dicen ser
seguidores de Jesús deben amar a su prójimo como se aman a si mismos, y mejor aún, como
aman Jesús el Salvador y a Dios el Padre, tratando bien a sus hermanos, aun a los más
pequeños de la congregación: “respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto
lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. (Mat. 25:40).

Entonces, ¿cómo quisieras ser tratado cuando fallas? ¿Cómo quisieras que traten a los tuyos,
a quienes más amas, cuando yerran? ¿Cómo quisieras que te hablen para hacerte razonar
respecto de un error para ayudarte a mejorar en algún aspecto de tu vida?

Él Señor Jesús nos enseñó cómo tratar al hermano cuando falla: “Por tanto, si tu hermano
peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.
Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o a dos, para que en boca de dos o tres testigos
conste toda Palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y sino oyere a la iglesia, tenle
por gentil y publicano.” (Mat. 18:15-17).

De modo que, cuando alguien se encuentra en falta, hay que buscar a esa persona, hablarle
con cautela, a solas, con discreción, con calma y con el amor que quisiéramos recibir un día
estando en problemas. Si la persona reconoce su falta y se arrepintiere, lo has ganado para el
Señor y has salvado su alma (Lucas 17:3; Sant. 5:19-20).

¿Qué hacer si no reconoce su falta? Jesús ordenó buscar a uno o a dos personas que te
acompañen a hablar con la persona en falta. Aquí se indica el esfuerzo que se debe hacer a fin
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de llegar al corazón de quien está en error, antes de revelar el problema a la iglesia. Puede ser
el pastor, un anciano de iglesia, un hermano con reconocida espiritualidad.

La responsabilidad de la iglesia ante el pecado

¿Qué hacer si no quisiere escuchar a los dos o tres hermanos? “Si no los oyere a ellos”, enseña
Jesús, dilo a la iglesia. Ahí la iglesia, representada por sus líderes, le toca hacer un esfuerzo
final a fin de alcanzar a tal persona con el mensaje de la Palabra de Dios. Eso implica invertir
horas de visitación, identificación, empatía y un genuino interés en el bienestar de la persona
en pecado, para sensibilizarlo a la influencia del Espíritu de Dios a fin de traerlo a los pies de
Jesucristo, ayudarlo a volver al redil; que es la fraternidad de la iglesia.

En ese proceso, el apóstol enseña: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien
con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo. No mirando
cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.” (Filipenses 2:3-4).
Y también afirmó: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis
lugar al diablo.” (Efesios 4:26-27).

El pasaje inspirado nos insta a imitar a Jesús, nuestro Líder Modelo, Poderoso, Humilde
y Amoroso Jesús. Veamos este consejo del Espíritu de profecía:
“Nada debilita tan manifiestamente a una iglesia como la desunión y la contienda.
Nada batalla más contra Cristo y la verdad que ese espíritu. "Por sus frutos los
conoceréis" (Mat. 7: 20). "¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua
dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la
vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce. ¿Quién es
sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia
mansedumbre" (Santiago 3: 11-13. Recibiréis Poder, pag.78).

¿Qué hacer si la persona cuestionada no hiciere caso a la iglesia? El mismo Señor dijo:
“tenle por gentil y publicano.” Es decir, la conducta de una persona en pecado puede
llegar a un punto en el que la iglesia no tiene nada que hacer. Tal persona puede
considerarse como alguien que decidió irse, que no quiere nada con Dios ni con la
iglesia. Entonces, su caso ya no competencia de la iglesia. El tal desconoce a sabiendas
la voluntad de Dios, se autoexcluye, y pone sus argumentos por encima de la voluntad
del Señor. Al tal no se le puede obligar a cambiar, ni querer que piense de otro modo. Él
Señor nunca lo haría, menos nosotros. Es momento de dejarlo ir y seguir su propio
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camino. Allí la iglesia, debidamente convocada y dirigida tiene la autoridad respecto de


la disciplina de sus miembros. Recordando que la disciplina, debe ser siempre redentora,
es decir, tiene como objetivo rescatar al pecador. Por supuesto tras la censura aplicada,
debe haber un plan de rescate en favor de los que engañados por el diablo se apartan de
la iglesia, a fin de traerlos de vuelta al redil.
"Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas
para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado. Seguid la
paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno
deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por
ella muchos sean contaminados" (Heb. 12: 12-15).

Los miembros de la iglesia que invocan el nombre de Jesús, son parte del cuerpo que es la
iglesia, cuya cabeza es Jesús. La iglesia es la mediadora y responsable de ayudar a sus
miembros a resolver sus problemas, a través de sus líderes. En donde el único líder soberano
es Jesús: “el Autor y Consumador de nuestra fe” (Hebreos 13:1,2).

La iglesia es el cuerpo de Cristo, del cual Él mismo es la cabeza (Col 1:18). ¿Cómo está
conformado el cuerpo de Cristo? El apóstol Pablo enseña que la iglesia está conformada por
personas con una serie de defectos y virtudes. Pero que a pesar de todo eso, la iglesia es el
objeto de su más tierno amor y cuidado (Efe. 4: 11-13; 22-32).

La iglesia, el Gran Hospital del Señor

La iglesia del Señor es como un hospital, cuyo Médico es Jesucristo y los pacientes son todos
los que creemos en Él (Isaías 1:3-20). Un día, enterado de las geniales indicaciones del
incomparable médico divino, quedé atraído hacia Él, y dejando atrás las cosas del mundo, me
entregué al Él e ingresé a la iglesia trayendo mi “enfermedad” del mundo para que Él me sane.
Aprendido que la receta para el tratamiento de cualquier enfermedad está en su Palabra, la
Biblia, es mi decisión como paciente seguir fielmente sus indicaciones o no también.

La Biblia muestra que, en el hospital espiritual, llamado iglesia, hay por lo menos cuatro
diferentes tipos de pacientes.

El primer tipo, está representado por aquel que es serio y maduro en sus obligaciones para con
Dios. Él tal sigue fiel a las indicaciones del Médico, y logra una pronta y notoria recuperación.
Este tipo de paciente aprende a amar a su médico y vive en continua obediencia a Él. Este tipo
de “paciente” es mayormente un grupo minoritario de hermanos y hermanas en la iglesia, son
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aquellos que maduran en su debido tiempo y producen frutos de fe y amor para la gloria de
Dios.

El segundo tipo, está conformado por aquellos espiritualmente tibios. Él tal está enterado del
Tratamiento, pero no lo toma en serio. Este grupo frecuentemente acepta la Palabra de Dios,
afirma gustar de ella, incluso canta, ora, predica, y hasta tiene algún cargo, pero al mismo
tiempo: come, toma, piensa, habla, y vive como le place, y se molesta cuando alguien le dice
algo. En consecuencia, suele estar siempre “enfermo”. En la iglesia, este es el tipo más
temerario y nocivo (Proverbios 6:16-19; Apocalipsis 3: 16).

El tercer tipo de paciente es el frío espiritual. Este tipo no ha experimentado el nuevo


nacimiento. Si apenas tiene una vaga idea del tratamiento, poco le importa. Él dice: “ya! está
bien, pero yo pienso que…” Al frío le importa pasarla bien, complacer sus apetitos y lograr
sus objetivos. Él practica cosas malas que le hacen daño, pero tan pronto pasan los efectos se
olvida de todo. El frío es duro de corazón. Él escucha más por costumbre y compromiso que
por necesidad. Es ciego, sordo y mudo espiritual (Apo.3:15,16). Es incapaz de entender y
aceptar la voluntad de Dios, y vive como le parece. En ocasiones, puede ser confundido con
el cuarto tipo que veremos a continuación.

El cuarto tipo de paciente es especial, nace como él bebe en “cuidados intensivos”. Este es el
grupo más variado y múltiple, al cual Dios dirige su mayor atención (Rom.12:4-9). Está
conformado por los niños espirituales o débiles en la fe. Luego pasan a ser adolescentes y
después jóvenes, y finalmente pacientes en plena recuperación o maduración espiritual. La
característica de este tipo es difícil de precisar a simple vista. No obstante, el evangelio nace
un día en su corazón. Con el tiempo, él experimenta a Dios, y conoce lo maravilloso que es
Él. Ya siendo adolescente y joven, lucha día a día por estar al lado de su Médico. Él
honestamente practica las indicaciones de su Médico procurando su sanidad. Pero de pronto
se descuida, hace lo que no debe, entonces sufre, llora, reconoce su falta y pide perdón.
Entonces vuelve a buscar a su Médico, y se aferra a sus prescripciones y sigue en pos de Él.

¿Qué dice la Biblia de sus seguidores que están en la iglesia? “Hasta que todos lleguemos a
la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la
estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por
doquiera de todo viento de doctrina, … sino que, siguiendo la verdad en amor, crezcamos en
todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo...” (Efe.4:13-16).
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Quizá te preguntes: ¿Qué tipo de creyente o paciente soy? Por cierto, Dios quiere que seas
maduro espiritualmente, pero esa lo que más le preocupa al Señor es que aprendas a estar
unido Él, a su cuerpo (su iglesia) y entonces puedas crecer y lograr la madurez: “siguiendo la
verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo
el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan
mutuamente...” (Efe.4:15).

¿Por qué muchas veces fallamos y no somos lo que debemos ser? Porque nos falta crecimiento
o desarrollo espiritual. ¿Cómo podemos crecer espiritualmente? Uniéndonos a Jesús cada día.
La única manera de hacerlo es aprendiendo a depender de Él cada día mediante la comunión
personal con Él, tomándote tiempo para meditar en su Palabra, orar y compartir con otros
acerca de Él (Mateo 6:33; Juan 15: 4-5; Romanos 10:17; Efesios 6:10-18).

Jesús enseña que quien le ama debe relacionarse con todos por igual los pacientes del hospital
espiritual; estando en el hogar, en la iglesia, en la universidad, en el trabajo, de un modo
inevitable, tienen que relacionarse e interactuar con los miembros de la iglesia, el cuerpo de
Cristo, conformado por los hermanos, hermanas, colegas, padres y madres, hijos e hijas, etc.
Nos pertenecemos los unos a otros, como miembros los unos de los otros y todos somos uno
en Jesús (Efe. 4:15, 25).

El asistir y participar años en la iglesia no nos garantiza el crecimiento espiritual. Tampoco


los títulos o grados académicos, los cargos administrativos, la cultura y el estatus social
tampoco cuentan. El crecimiento en la Gracia de Dios, ocurre únicamente a través de una
permanente relación de fe y amor con Jesucristo, de un sometimiento total a la voluntad y la
dependencia de Él.

“La educación, la cultura, el ejercicio de la voluntad, el esfuerzo humano todos tienen


su propia esfera, pero para esto no tienen ningún poder. Pueden producir una
corrección externa de la conducta, pero no pueden cambiar el corazón; no pueden
purificar las fuentes de la vida. Debe haber un poder que obre en el interior, una vida
nueva de lo alto, antes de que el hombre pueda convertirse del pecado a la santidad.
Ese poder es Cristo. Solamente su gracia puede vivificar las facultades muertas del
alma y atraerlas a Dios, a la santidad…” White, Elena. El Camino a Cristo, pg.10

En ese sentido, para crecer en la gracia, tenemos que vincularnos al cuerpo de Cristo, que es
la iglesia, visitar, enseñar, hacer obra misionera y todo lo que fuese necesario hacer. Elena de
White (en adelante EGW) enseña:
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“Es imposible que escapemos por nosotros mismos del abismo del pecado en que
estamos sumidos… nuestro corazón es malo y no lo podemos cambiar…” "¿Quién
podrá sacar cosa limpia de lo inmundo? Nadie” (Job 14: 4).

El apóstol afirma que los miembros del cuerpo (la iglesia), menos apreciables, son los que
deben recibir más honra. Los menos decorosos deben ser tratados con más decoro: “Porque
los que entre nosotros son más decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo,
dando más abundante honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo,
sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros.” El texto inspirado concluye:
“Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.” (1 Cor.12:14-
27).

El apóstol amado también refiere la enseñanza del Gran Maestro: “Un mandamiento nuevo
os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a
otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los
otros.” Que revelador versículo (Juan 13:34-35).

El amor genuino en el corazón es la cualidad distintiva de quienes aman a Dios. El Señor


quiere que los suyos se amen unos a otros (1 Juan 4:7-8). A fin de que: “los niños espirituales,
aun débiles o fluctuantes”, “los adolescentes y los jóvenes espirituales”, “los tibios y los fríos”;
quienquiera fuese, viéndonos actuar correctamente como fieles representantes del Señor,
glorifiquen al Padre que está en los cielos (Mat.5:16).

En ese sentido, el Salvador subordinó sus vínculos físicos-terrenales sobreponiendo el vínculo


de la fe y el amor a Él; que es el vínculo perfecto en la vida de sus seguidores (Lucas 11: 27,
28; Mat.12: 46-50). Jesús lo estableció: “¿Quién es mi madre y mis hermanos?, mirando a
los que estaban a su alrededor (sus doce discípulos, su madre entre ellos y las mujeres que le
seguían), les dijo: “He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la
voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana, y mi madre.”

Del mismo modo, en la vida cristiana, los suyos son los míos y recíprocamente todos somos
del Señor por la fe y por el amor que nos une a Él: Somos una Gran Familia en Jesús: “Amaos
los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los
otros” (Romanos 12:10).

De manera que, ser hermanos en la fe significa tener responsabilidades entre unos y otros.
Hacer caso omiso a esto, es hacer de la iglesia un mero club social, ese es el propósito del
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diablo, hacernos pensar que la iglesia es apenas un club de “buenas personas que se llevan
bien, que se sonríen y se hablan bonito”, para luego frustrar a sus miembros mostrándoles que
en la iglesia no todos son “tan buenos como parecieran ser”. Así, el diablo termina
chasqueando y esparciendo a las ovejas del redil; porque él anda como león rugiente buscando
devorarte, queriendo que vuelvas a tu vida pasada de pecado (1 Pedro 5:8).

Hay que evitar los escándalos

Al tratar un problema, el apóstol exhorta, considérate "a ti mismo, no sea que también seas
tentado." "(Gálatas 6:1.) En otras palabras, si sentimos nuestras propias flaquezas, nos
compadeceremos de las flaquezas ajenas. "¿Por qué juzgas a tu hermano? o tú también, ¿por
qué menosprecias a tu hermano?" "Así, no juzguemos más los unos de los otros: antes bien
juzgad de no poner tropiezo o escándalo al hermano." (Romanos 14:10,13.)

Las definiciones de la RAE (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española) para


el término “escándalo” (Del lat. scandălum, y del gr. σκάνδαλον) concitan atención:
Escándalo es:

a) Una acción o palabra que es causa de que alguien obre mal o piense mal de otra
persona; b) el alboroto, tumulto, ruido; c) el desenfreno, desvergüenza, mal ejemplo;
d) el asombro, pasmo, admiración; e) el dicho o hecho reprensible que es ocasión de
daño y ruina espiritual del prójimo; f) el escándalo que se recibe o se aparenta
recibir sin causa, mirando como reprensible lo que no lo es; g) la ruina espiritual o
pecado en que cae el prójimo por ocasión del dicho o hecho de otro. (Tomado de:
http://lema.rae.es/drae/?val=esc%C3%A1ndalo el 27 de abril del 2014).
Jesús enseña que debemos evitar difundir los errores del hermano; es decir, no poner tropiezo
hablando a otros de los pecados de nuestros hermanos. No hay lugar para los escándalos en la
vida de quienes aman al Señor.

“Dijo Jesús a sus discípulos: Imposible es que no vengan tropiezos (gr. σκάνδαλον);
mas ¡ay de aquel por quien vienen!” Otra traducción: “Imposible es que no vengan
escándalos (gr. σκάνδαλον); mas ¡ay de aquel por quien vienen!” La versión Dios
habla Hoy traduce así: “Jesús dijo a sus discípulos: No se puede evitar que haya
incitaciones al pecado; pero ¡ay del hombre que haga pecar a los demás! Mejor le
sería que lo echaran al mar con una piedra de molino atada al cuello, que hacer
caer en pecado a uno de estos pequeñitos.” (Lucas 17:1-2).
Entonces, el pecado se convierte en un escándalo, toda vez que el error del hermano; sale de
las fronteras de la interrelación personal, fuera del círculo íntimo familiar, cuando surgen
comentarios en el trabajo, en la iglesia, haciendo que todos se enteren y hablen del error,
encendiendo toda suerte de emociones, lo cual desprestigia a los miembros y trae consigo
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oprobio a la causa de Dios. El problema pudo resolverse en el nivel de la relación personal,


pero de pronto se convierte en un escándalo.

El escándalo genera habladurías exageradas, expresiones fuera de lugar, comentarios


innecesarios, chismes de toda suerte, y malos pensamientos en los más débiles que Satanás
multiplica para alejarlos de la grey. El escándalo termina minando tanto el honor del pecador
como su experiencia espiritual, como también puede arruinar la vida de los involucrados en
el problema. Leamos las siguientes citas con cuidado:

“Es siempre humillante que se nos señalen nuestros errores. Nadie debe amargar tan
triste experiencia con censuras innecesarias. Nadie fue jamás regenerado con
oprobios, pero éstos han repelido a muchos y los indujeron a endurecer sus corazones
contra todo convencimiento. La ternura, la mansedumbre y la persuasión pueden
salvar al extraviado y cubrir multitud de pecados” (Ministerio de Curación, Id., pág.
123).

“El Salvador no suprimió nunca la verdad, sino que la declaró siempre con amor. En
su trato con los demás, él manifestaba el mayor tacto, y era siempre bondadoso y
reflexivo. Nunca fue rudo, nunca dijo sin necesidad una palabra severa, nunca causó
pena innecesaria a un alma sensible. No censuró la debilidad humana. Denunció sin
reparos la hipocresía, incredulidad e iniquidad, pero había lágrimas en su voz,
cuando pronunciaba sus penetrantes reprensiones. Nunca hizo cruel la verdad, sino
que manifestó siempre profunda ternura hacia la humanidad.” (Obreros Evangélicos,
pag.123).

El Señor desea que cada uno de nosotros sus hijos, seamos instrumentos para salvar, dar
refugio, dar luz y esperanza a los sedientos y ensombrecidos en las tinieblas del pecado (1
Ped.2:9).

“El testimonio silencioso de una vida sincera, abnegada y piadosa, tiene una
influencia casi irresistible. Al revelar en nuestra propia vida el carácter de Cristo,
cooperamos con Él en la obra de salvar almas… Un carácter noble, cabal, no se
hereda. No lo recibimos accidentalmente. Un carácter noble se obtiene mediante
esfuerzos individuales, realizados por los méritos y la gracia de Cristo. Dios da los
talentos, las facultades mentales; nosotros formamos el carácter. Lo desarrollamos
sosteniendo rudas y severas batallas contra el yo. Hay que sostener conflicto tras
conflicto contra las tendencias hereditarias. Tendremos que criticarnos a nosotros
mismos severamente, y no permitir que quede sin corregir un solo rasgo
desfavorable…” (Dios nos cuida, pag. 332).

“Todos y cada uno de nosotros, tenemos una esfera de influencia, “cuanto más amplia
es la esfera de nuestra influencia, mayor bien podemos hacer. Cuando los que
profesan servir a Dios sigan el ejemplo de Cristo practicando los principios de la
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ley en su vida diaria; cuando cada acto dé testimonio de que aman a Dios más que
todas las cosas y a su prójimo como a sí mismos, entonces la iglesia tendrá poder
para conmover al mundo…” (Ibid,332).

“Las medidas benignas, las respuestas impregnadas de mansedumbre y las palabras


agradables se prestan mucho más para reformar y salvar que la severidad y la
dureza. Un poco de dureza excesiva puede colocar a las personas fuera de nuestro
alcance, mientras que un espíritu conciliador sería el medio de vincularlas con
nosotros, y podríamos entonces corroborarlas en el buen camino. Debemos ser
también impulsados por un espíritu perdonador y reconocer todo buen propósito y
acto de los que nos rodean. 1876 (Joyas de los Testimonios. T4, pag 65).

“Las palabras pronunciadas con apresuramiento hieren y magullan las almas y la


herida más profunda se produce en el alma del que las pronuncia. El que no puede
equivocarse declara que el don de Cristo, el adorno de un espíritu manso y sereno,
es de gran valor… Cada alma tendrá que hacer frente a cosas que provocan, que
despiertan la ira, y si no están bajo el pleno control de Dios, serán provocados
cuando ocurran estas cosas. Pero la mansedumbre de Cristo cambia el espíritu
exasperado, controla la lengua, pone todo el ser bajo sujeción a Dios. Así
aprendemos a tener paciencia con la censura de los demás. Seremos juzgados mal,
pero el precioso adorno de un espíritu manso y sereno nos enseña cómo soportar,
cómo tener piedad con aquellos que pronuncian palabras apresuradas y
desconsideradas. (Dios nos cuida, pag.116).

Alguien afirmó: “¿Para qué vivir, si no es para amar y hacer la vida menos difícil a los
demás?” Es deber de los seguidores de Jesús ser luces y sal para el mundo que perece en
tinieblas. El apóstol Juan también declara: “Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo
sino para que el mundo sea salvo por El” (Juan 3:16,17). El Amor Sublime de Jesús por sus
seguidores, demostrado a raudales en las horas del Calvario, inspira a valorarnos, a amarnos
de verdad unos a otros, como Dios nos amó en Cristo (1 Juan 4:7-11).

“El símbolo del cristianismo no es una señal exterior, ni tampoco una cruz o una
corona que se lleven puestas, sino que es aquello que revela la unión del hombre con
Dios. Por el poder de la gracia divina manifestada en la transformación del carácter,
el mundo ha de convencerse de que Dios envió a su Hijo para que fuese su Redentor.
Ninguna otra influencia que pueda rodear el alma humana ejerce tanto poder sobre
ella como la de una vida abnegada. El argumento más poderoso en favor del Evangelio
es un cristiano amante y amable” (Dios nos cuida, pag. 238).

“Con energía y fidelidad los jóvenes deben arrostrar las exigencias que se les hace;
y eso será una garantía de éxito... La experiencia religiosa se obtiene solamente por
el conflicto, por los chascos, por severa disciplina propia y por la oración ferviente.
Los pasos que llevan hacia el cielo deben darse uno a la vez; y cada paso nos da fuerza
para el siguiente.” (Consejos para los Maestros, pags. 78-79).
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¿Qué hacer cuando parece que nada funciona?

Unidos en una misma fe y en un mismo pensamiento en Cristo Jesús podemos experimentar


nuevas fuerzas y paz verdadera. Lejos de Él estamos muertos en nuestros pecados. En Cristo,
con Él y por medio de Él, nadie tiene que desesperarse con el pecado ni con los pecadores. Al
pretender corregir el pecado, tenemos que hacerlo con mucho amor, humildad y paciencia,
rechazando el pecado, pero amando cuidadosamente al pecador y buscando su restauración
como lo haría Jesús. Y cuando la disciplina es necesaria, hay que aplicarla con amor, agotando
todos los medios necesarios a fin de rescatar al pecador de su mal camino y llevarlo de vuelta
a Cristo.

Así que, si un miembro cae en pecado, deben hacerse esfuerzos sinceros para rescatarlo, dice
el Manual de Iglesia:

“Si el que erró se arrepiente y se somete a la disciplina de Cristo, se le ha de dar otra


oportunidad. Y aun cuando no se arrepienta, aun cuando quede fuera de la iglesia, los
siervos de Dios tienen todavía una obra que hacer en su favor. Han de procurar
fervientemente que se arrepienta. Y por grave que haya sido su ofensa, si él cede a las
súplicas del Espíritu Santo y, confesando y abandonando su pecado, da indicios de
arrepentimiento, se le debe perdonar y darle de nuevo la bienvenida al redil. Sus
hermanos deben animarle en el buen camino…” (Joyas de los testimonios, T.3, 202,
203) tomado del Manual de Iglesia, 2005, pag. 202.

Si a pesar del esfuerzo realizado no hay resultados, la cosa huele mal, hay que actuar:

“El pecado y los pecadores que hay en la iglesia deben ser eliminados prestamente,
con el fin de que no contaminen a otros. La verdad y la pureza requieren que hagamos
una obra más cabal para limpiar de Acanes el campamento. No toleren el pecado en
un hermano los que tienen cargos de responsabilidad. Muéstrenle que debe dejar sus
pecados o ser separado de la iglesia.” (Joyas de los testimonios, T.2, 38). Tomado del
Manual de Iglesia, 2005, 203.

Sin duda, el camino al cielo es el camino de la cruz: “Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23). Un autoexamen nos ayuda
a reconocer nuestras faltas; confesándolos y pidiendo perdón a Dios, llamado también
arrepentimiento, luego, hay que desandar el camino, es decir: volver a empezar. Muchas
veces, hay que acercarnos o buscar a quien nos ofendió o hemos ofendido, perdonarlo o pedirle
perdón y hacer la paz con quien sea necesario (Romanos 12:18). No debemos esperar que
quien nos ofendió venga a buscarnos para restablecer nuestra relación con él o ella. Al
contrario, debiéramos ir a buscarlo como a la oveja perdida y conversar amablemente, aclarar,
razonar brevemente sobre los hechos ocurridos, a fin de restaurar nuestra relación con el
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hermano y, en efecto, con Dios. En tal caso, debemos de centrarnos en escuchar y perdonar a
nuestro hermano, pues esa es la voluntad de Dios.

El apóstol Pablo enseña el tipo de vida de quienes se preparan para la Vida Eterna:

“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si
es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os
venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque
escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo
tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto,
ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence
con el bien el mal.” (Romanos 12:17-21).

¿Cómo empezar todo de nuevo?

El primer paso es humillarse, entregándolo todo al Señor, aceptando su voluntad y soberanía


en nuestras vidas; cuánto somos, tenemos, hacemos, soñamos, sin reservarnos absolutamente
nada.

A través de una dependencia continua de Dios, de andar en íntima comunión con Él, en su
presencia cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo, entregándole nuestra débil fuerza
de voluntad y sometiéndolo todo a su dirección, el hará de nosotros instrumentos valiosos en
sus manos (Salmos 25:8-14).

“Tenemos a menudo que postrarnos y llorar a los pies de Jesús por causa de nuestra
culpas y errores; pero no debemos desanimarnos. Aun si somos vencidos por el
enemigo, no somos arrojados, ni abandonados, ni rechazados por Dios. No; Cristo
está a la diestra de Dios e intercede por nosotros. Dice el discípulo amado: "Estas
cosas os escribo, para que no pequéis. Y si alguno pecare, abogado tenemos para con
el Padre, a saber, a Jesucristo el Justo" (1 S. Juan 2: 1). Y no olvidéis las palabras de
Cristo: "Porque el Padre mismo os ama' (S. Juan 16: 27). El quiere que os reconciliéis
con él, quiere ver su pureza y santidad reflejadas en vosotros. Y si tan sólo queréis
entregaros a él, el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará, hasta el
día de Jesucristo. Orad con más fervor; creed más plenamente. A medida que
desconfiemos de nuestra propia fuerza, confiaremos en el poder de nuestro Redentor,
y luego alabaremos a Aquel que es la salud de nuestro rostro. Cuanto más cerca estéis
de Jesús, más imperfectos os reconoceréis, porque veréis más claramente vuestros
defectos a la luz del contraste de su perfecta naturaleza (El Camino a Cristo, pag. 46).

Unidos a Jesús somos más que vencedores. Él lo prometió: “Permaneced en mí, y yo en


vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid,
así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que
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permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis
hacer.” (Juan 15:4-5).

Recibe ánimo y esperanza en las palabras del gran apóstol:

“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de
Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo
por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es
por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de
conocerle, ... No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver
si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo
no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda
atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (Filp. 3:7-14).
Por lo tanto, queridos hermanos, les desafío a meditar, a orar, a testificar y trabajar en este
sentido. A invertir una renovada dosis de fe, de amor, de paciencia, de tolerancia para con tu
hermano o hermana. Ellos jamás lo olvidarán. Sino que, por nuestra positiva influencia, un
día ellos guiarán a otros del mismo modo, a los pies del Salvador. Un testimonio así es de
inapreciable valor, lo hemos aprendido. Lo cual hará que no sólo tu vida sea más significativa
y gratificante, sino también la de aquellos que te rodean.

Finalmente, con Jesús al lado todo es posible, confiando en Él día a día, aprendemos a tener
una actitud asertiva frente a las dificultades. Con Él haremos mejor nuestro papel de líderes,
hermanos administradores, médicos, docentes, y todos aquellos que aman a Dios: Jesucristo
está a las puertas, alistémonos para vivir con Él en Gloria. En aquella Patria Maravillosa,
donde no habrá más fracasos, ni sufrimientos; sino que todos viviremos juntos en Armonía y
Amor Perfectos, como una sola familia unida a nuestro Glorioso Señor y Redentor Jesucristo.
Alabado y Glorificado sea el Nombre de Jesús.

Tu hno y amigo en Jesús, nilser richard

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