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C O N T E N I D O

diciembre 2008 - Nº 36 - ISSN 1409-2158

2 Presentación

Revista semestral de la
Escuela de Ciencias Ambientales,
Universidad Nacional 3 Proyecto de desarrollo turístico del Barva y conflictos por el
agua en 2006-2007
Karol Cisneros y Javier Salazar
Teléfono: 2277-3688
Fax: 2277-3289
Apartado postal: 86-3000
Heredia, Costa Rica
ambientico@una.ac.cr
11 Degradación ambiental y caficultura en Tarrazú entre 1970 y
2006
Rafael Ángel Ledezma y Roberto Granados
www.ambientico.org

Consejo editor
Marielos Alfaro
19 Inundaciones en el río Tempisque: historia y percepciones
sociales (1900-2007)
Yanina Pizarro y Jorge Marchena
Gerardo Budowski
Enrique Lahmann
Enrique Leff
Olman Segura
Rodrigo Zeledón
28 Colonización agrícola e impacto ambiental en la cuenca del río
General (1914-2004)
Carlos Hernández

Director y editor
Eduardo Mora
34 La palma perfecta y los productos del capital genético (1920-
2005)
Patricia Clare
Fotografía
www.galeriaambientalista.una.ac.cr

Asistencia, administración
46 Guerras y semillas. Ciencia y geopolítica en los orígenes de la
Revolución Verde
Wilson Picado
y diagramación
Rebeca Bolaños

Foto de portada
Gregory Basco

1
Historia ambiental de Costa Rica: algunos temas

Si se piensa en su organización, la historia ambiental ha tenido un desarrollo relativamente tardío en compara-


ción con otros campos de estudio de la mitológica Clío. Los dos grandes referentes mundiales, la Sociedad Ame-
ricana de Historia Ambiental y la Sociedad Europea de Historia Ambiental, se fundaron en 1977 y 1999, respec-
tivamente. Y la Sociedad Latinoamericana de Histo-
ria Ambiental se consolidó apenas en el nuevo siglo,
celebrando sus primeros encuentros en 2003. Pero en
un sentido temático, la preocupación por el análisis
histórico ambiental tiene antecedentes lejanos en el
tiempo, que, en el decir de un destacado historiador
ambiental -Donald Worster-, nos llevaría hasta Dar-
win y su comprensión sistémica de la evolución.
En la Universidad Nacional, la historia ambiental
no es una visitante extraña. Su Escuela de Historia ha
desarrollado durante tres décadas numerosos estudios
sobre el pasado agrario de Costa Rica que, de un
modo o de otro, han implicado problemas, teorías y
metodologías hoy objeto de atención y uso de los
historiadores ambientales. Aunque abordados en su
momento con una genuina perspectiva socio-
agrarista, temas como la tenencia y el uso del suelo,
la colonización de las tierras de baldíos, la tecnología
agrícola y la producción de café, e incluso los pro-
blemas sociales existentes en las zonas bananeras,
vistos a la distancia constituyen temas esenciales para comprender el desarrollo histórico de la sustentabilidad am-
biental en Costa Rica. Entendido de otra manera, y también dicho a la distancia, el peso y la calidad de esta heren-
cia acaso hayan perfilado el interés de los investigadores de la Universidad Nacional que durante los últimos años
se han acercado a la historia ambiental. Por una parte, la aproximación a lo ambiental, más allá de ser vista como
una transición o un cambio de tendencia, se ha procurado entender como una ampliación natural de los enfoques
precedentes, lo que sin duda ha reducido el peligro de hablar de nuevas escuelas y paradigmas aferrados a la mo-
da. Y, por otra parte, estos vínculos también han ayudado a fortalecer teórica y metodológicamente la investiga-
ción ambiental, de forma tal que la preocupación por
las fuentes y los métodos continúe siendo el motor del
desarrollo de los estudios.
Esta edición, dedicada a diversos aspectos de la
historia ambiental de Costa Rica, está hecha en cola-
boración con el programa de investigación (pertene-
ciente a la Escuela de Historia de la Universidad Na-
cional) denominado “Sustentabilidad y desarrollo en
perspectiva histórica”, que tiene como objetivo esen-
cial discutir sobre la pertinencia -y las condiciones
requeridas- para la inclusión de la dimensión histórica
en la comprensión del problema de la (in) sustentabi-
lidad. En principio, el programa está compuesto por
cuatro ejes: el problema de los contenidos teóricos y
metodológicos de la sustentabilidad, el problema de la
viabilidad (ambiental, económica y social) de las ca-
denas de producción y comercialización, el problema
de las políticas públicas y las dinámicas sociales (co-
munales) y el problema del desarrollo de los ecosistemas, las cuencas y los fenómenos (amenazas) naturales. Los
artículos presentes en esta edición ilustran algunos avances en el desarrollo investigativo en esos ámbitos, desa-
rrollo al que vienen también contribuyendo, con valiosos aportes, varios colegas de la Universidad de Costa Rica.

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Proyecto de desarrollo turístico del Barva


y conflictos por el agua en 2006-2007

por KAROL CISNEROS y JAVIER SALAZAR

RESUMEN

Desde la perspectiva histórica, se analiza el proceso de conflictividad social desencadenado en Barva de Heredia a
raíz del proyecto de desarrollo turístico del macizo del Barva: sus causas, los actores sociales involucrados y la parti-
cipación del Estado y el poder local. El período cubierto es 2002-2007.

From the historical perspective, there is analyzed the process of social conflict unleashed in Barva, Heredia immediately after the
project of tourist development of the clump of the Barva: this reasons, the social involved actors and the participation of the State
and the local power. The covered period is 2002-2007.

L
as raíces inmediatas del conflicto reciente por el agua en el macizo del Barva (Heredia, Costa Rica) deben
rastrearse en el último quinquenio y en las acciones emprendidas por distintos actores -instituciones e indi-
viduos- opuestos en sus objetivos: unos buscando mejorar el acceso a la denominada Sección Volcán Bar-
va del Parque Nacional Braulio Carrillo y otros intentando detener ese emprendimiento por considerarlo nocivo
respecto de la vulnerabilidad del recurso hídrico. El análisis de los conflictos por el agua en la región barveña
durante el período 2006-2007 deja al descubierto una serie de características que los diferencian de los enfrenta-
mientos ocurridos tres décadas atrás. La dinámica contenciosa es sumamente distinta a la que se suscitó a media-
dos de la década de los setenta del siglo XX, tanto en sus motivaciones como en los canales empleados por los
actores para buscar una solución satisfactoria al problema. Precisamente por lo apuntado hasta aquí es que puede
afirmarse que la interacción contenciosa del período 2006-2007 constituye un conflicto ambiental propiamente
dicho.
El periplo hacia el enfrentamiento se vislumbró desde las postrimerías de mayo de 2005, cuando la Municipa-
lidad de Barva empezó a conocer un proyecto de contrato entre esta instancia, el Ministerio de Obras Públicas y
Transportes, el Ministerio de Ambiente y Energía (Minae) y el Instituto Costarricense de Turismo (ICT), tenden-
te a mejorar la Sección Volcán Barva del Parque Nacional Braulio Carrillo y los servicios que el área podía brin-
dar ante un eventual aumento en la afluencia de turistas. El mejoramiento de la vía hacia el Barva se enmarcaba
en un proyecto de remozamiento de los parques nacionales y otras áreas protegidas con el propósito de que atra-
jesen una mayor cantidad de turistas nacionales y extranjeros (Asesor jurídico de Municipalidad de Barva 27-5-
05: 3).
Luego de la visita a la zona realizada por representantes de las cuatro instituciones interesadas, se proyectó la
firma de un convenio interinstitucional que diera al emprendimiento forma y contenido presupuestario. La Mu-
nicipalidad de Barva aprobó el Convenio de Cooperación entre ella y el ICT en la sesión extraordinaria nº 47-
2005 del 11 de agosto de 2005. Ambas partes -representadas en las personas del alcalde y del ministro de Turis-
mo- refrendaron dicho Convenio el 30 de agosto de 2005 en los siguientes términos: con el propósito de propor-
cionar un acceso seguro a los turistas se rehabilitaría la vía de acceso al volcán Barva en el tramo Sacramento-
entrada a la cima volcánica. El ICT y la Municipalidad destinarían en forma conjunta 75 millones de colones
para la rehabilitación de la vía. El ICT transferiría al cuerpo municipal 50 millones de colones y éste aportaría 25
millones, al tiempo que asumiría la responsabilidad de gestionar la obtención de los recursos necesarios para la
conclusión de la obra y velar por su mantenimiento y buen uso.
El anuncio del desarrollo turístico del Barva se realizó desde fines de septiembre de 2006. El día 29 de ese mes
se inauguró un nuevo puesto de guardaparques en la entrada a la cima volcánica. De acuerdo con la prensa, la
caseta era el primer paso en la consolidación de la declaratoria del Barva como parque nacional, esfuerzo que
Los autores, especialistas en historia ambiental, son estudiantes de posgrado en la Universidad Nacional.
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esperaba lograrse en 2009. El emprendimiento formaba parte del “Plan Heredia 2006- 2010. Una nueva forma de
hacer política”, promovido por quien en el momento de su presentación -julio de 2005- era el candidato a diputa-
do Fernando Sánchez. El plan se había fijado como meta primordial “ejecutar los programas y proyectos defini-
dos, optimizando el aprovechamiento de los recursos naturales, humanos, económicos, institucionales y tecnoló-
gicos” (Sánchez 2008: 1) de la provincia herediana.
Desde septiembre de 2006 empezó a circular el primer borrador del proyecto “Desarrollo de la Sección Barva
del Parque Nacional Braulio Carrillo y su zona de influencia”. Ante cuestionamientos de personeros del Minae,
académicos y comunidades del septentrión herediano, en enero de 2007 se dio a conocer un segundo borrador
denominado “Desarrollo de la Sección Volcán Barva del Parque Nacional Braulio Carrillo y su Ruta de Acceso”.
Como las comunidades siguieran mostrándose inconformes, en junio de 2007 un trabajo de posgrado en arquitec-
tura finalizado el año anterior con el título “Propuesta de Desarrollo de infraestructura para uso público y oficial,
en el Sector Volcán Barva del Parque Nacional Braulio Carrillo, Sinac-Minae” adquirió el rango de propuesta
oficial del proyecto.
El primer borrador del proyecto salido del seno de la Asociación Pro Parques, anunciaba que sus ejes temáti-
cos eran el compromiso con la ecología de la montaña, el fomento recreativo, turístico e investigativo y el desa-
rrollo tecnológico tendente a dar a conocer la riqueza biótica del Barva (Minae et al. 2007: 3). Para lograr la con-
servación y restauración de las cuencas hidrográficas y de las áreas de recarga, el proyecto procuraría que el Mi-
nae y las municipalidades involucradas (de los cantones Barva, Santa Bárbara, San Isidro y San Rafael) promul-
garan y velaran por el cumplimiento de decretos, planes reguladores y acuerdos municipales. Éstos habrían de
normar la construcción de viviendas, hoteles, urbanizaciones e instalaciones turísticas en general. También regu-
larían el uso del agua, el tratamiento de las aguas servidas y la protección de las cuencas superiores y de las áreas
de infiltración.
El proyecto afirmaba que ni el macizo ni la zona de influencia adyacente se habían desarrollado aún de mane-
ra idónea. El volcán podía constituirse en el corazón de un emprendimiento mucho mayor que aprovechara tanto
las riquezas naturales como socioculturales del lugar. En ese esfuerzo se incluirían elementos como el carácter
colonial del asentamiento barveño, sus tradiciones, la gastronomía regional, las ofertas de turismo recreativo en
San José de la Montaña, la existencia de un Museo de Cultura Popular en Santa Lucía de Barva, las celebracio-
nes religiosas y populares, etcétera. Respecto de la forma de dar a conocer la riqueza biótica del macizo, se pro-
cedería a diseñar y construir la carretera de acceso así como las instalaciones típicas de un parque nacional -
centros de visitantes, áreas de almuerzo, senderos, miradores, estacionamientos, estación biológica, etcétera-.
En diciembre de 2006, Rafael Gutiérrez, director del Área de Conservación Cordillera Volcánica Central, di-
rigió una misiva a Mario Boza, de la Asociación Pro Parques, donde hacía observaciones y comentarios al borra-
dor del proyecto turístico barveño. En primer lugar, se oponía a individualizar la Sección Barva por considerarlo
una inconveniente fragmentación de ecosistemas. Por otro lado, rechazaba las ideas sobre construcción de trenes
eléctricos u otros medios de transporte internos puesto que “el sitio es ideal para caminatas guiadas y observación
de flora y fauna”. Comunicaba, además, que se estaba solicitando a la Universidad Nacional y al Servicio Nacio-
nal de Riego y Avenamiento (Senara) los estudios de impacto ambiental y de fragilidad hídrica de la zona para
contar con un apoyo técnico seguro acerca de lo que se quería realizar y la forma de mitigar sus efectos en el en-
torno (Gutiérrez 2006). Gutiérrez terminaba su reflexión recalcando dos cosas: su extrañeza ante la idea de que
entre las entradas económicas del parque se incluyera la venta de agua y la preocupación de varios grupos por los
impactos ambientales que podría traer la apertura de una carretera mucho más amplia que la existente.
El segundo borrador del proyecto turístico apareció en enero de 2007. Aunque en esencia las ideas seguían
siendo las mismas, se eliminaron o modificaron aquellos elementos del texto precedente ante los que las autori-
dades del Área de Conservación Cordillera Volcánica Central mostraron aversión. Hubo otros tres aspectos que
se conservaron íntegros del texto anterior y que merecen atención. En primer lugar, la aseveración de que diferen-
tes autoridades nacionales y locales habían desplegado desde hacía tiempo actividades tendientes a lograr la re-
habilitación de la vía de acceso al macizo. En segundo lugar, se consideraba que el movimiento generado por los
visitantes vendría en beneficio de los habitantes de la región: abriría la posibilidad para el establecimiento de co-
operativas y pymes (pequeñas y medianas empresas) que ofrecieran productos y servicios, convirtiendo al parque
en polo de desarrollo económico, social y cultural, en el que se diversificarían las posibilidades de inversión y
empleo. Por último, se destacaba el carácter de esfuerzo conjunto del proyecto, promovido por el Minae, la ofici-
na del diputado Sánchez, la Municipalidad de Barva, la Asociación Pro Parques y otras instituciones públicas.
Con la publicación del segundo borrador, se hizo palmaria la existencia de una serie de actores que adversa-
ban la propuesta de desarrollo turístico del Barva. Desde junio de 2006, la Unión Cantonal de Asociaciones de
Desarrollo de Barva (Uca-Barva) había empezado a mostrar recelo ante las posibles consecuencias de un em-
prendimiento turístico en las zonas de recarga. En noviembre de 2006, las fuerzas vivas del cantón, en una misiva a
la Municipalidad de Barva, argumentaron que se quería “vestir a un santo desvistiendo a otro” y, al tiempo que

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solicitaban la declaratoria de parque nacional de la zona norte herediana, cuestionaban la desinformación de la
ciudadanía, las implicaciones de la venta de agua por concesión y la falta de estudios técnicos sobre la viabilidad
ambiental e hídrica del proyecto. Apuntaban, finalmente, que querían ser coherentes con el pensamiento de sus
antepasados “en relación con la protección y con una herencia digna para las futuras generaciones” (Camacho
2007: 6). Un mes después, se realizó un cierre simbólico del volcán por parte de quienes solicitaban que el sitio se
constituyera en santuario para el agua.
En ese momento, los detractores basaban su oposición en la idea de que el Decreto-ley LXV del 28 de julio de
1888 no había sido derogado. Esa legislación declaraba “inalienable una zona de terreno de dos kilómetros de
ancho a uno y otro lado de la cima de la montaña conocida con el nombre de Montaña de Barba (sic), desde el
cerro llamado Zurquí hasta el que se conoce con el nombre de Concordia” (Procuraduría General 2004). La Pro-
curaduría General de la República, respondiendo a una solicitud del exdiputado Quírico Jiménez, hecha en octu-
bre de 2003, había aclarado, en septiembre de 2004, que la zona conservaba desde antiguo su carácter de área
protegida. Pero la Procuraduría iba más allá: la legislación posterior en vez de derogar había añadido nuevos
elementos de protección y regulación al definir qué estaba permitido y qué no en las áreas declaradas inaliena-
bles, así como los procedimientos a seguir en caso de que esas tierras se encontraran en manos privadas.
Desde marzo de 2007 se evidenció que los enfrentamientos en Barva tenían distintas aristas. La primera de
ellas se relaciona con la naturaleza misma de los contendores. Por un lado, una colectividad conformada por
vecinos de localidades como San José de la Montaña y Puente Salas, con una conciencia ambiental desarrollada,
para quienes la cuestión del volcán era un problema público al que había que dar solución sin importar que eso
implicara movilizarse para alcanzar ese objetivo. Por otra parte, un conjunto de instituciones públicas y estatales
dispuestas a emprender inversiones consideradas de bajo impacto ambiental en una zona protegida. El choque ha
de visualizarse en un contexto marcado por el debilitamiento del modelo de estado de bienestar y la consiguiente
asunción, por parte de una sociedad civil con suficiente capacidad crítica, de luchas acordes con sus nuevos valo-
res. Los barveños, en su lid por el ambiente, han sido ejemplo de lo que Francisco Sabatini llama la “concentra-
ción de la gente en los asuntos que afectan su vida diaria”: la salud, la pobreza, el ambiente, la delincuencia (Sa-
batini 1997: 53).
En abril, la Comisión Coordinadora del Movimiento Regional por la Defensa de las Montañas del Norte de
Barva, su Ecosistema y su Recurso Hídrico -en la que vecinos de Puente Salas y San José de la Montaña desem-
peñaban a la sazón un papel de primer orden- envió una misiva a los concejales de la Municipalidad y a la alcal-
desa barveña. El Movimiento comulgaba con la dirección del Área de Conservación Cordillera Volcánica Central
sobre la inconveniencia de individualizar el Sector Barva, por considerarlo contrario a los intereses comunales.
Los vecinos suscribían, más bien, la propuesta de la Comisión Interinstitucional de Microcuencas de Heredia, de
acuerdo con la cual había que unificar la mayor cantidad posible de territorio, incluir planes de manejo e impacto
en los planes reguladores cantonales y mantener el ecosistema lo menos alterado posible. Ésa sería la única ma-
nera de proteger una zona que exigía “el máximo respeto en lo referente a su violación, explotación, alteración,
manejo, cuidado o protección” (Movimiento Regional por la Defensa de las Montañas de Barva 2007: 10).
El Movimiento consideraba que el plan presentaba varias amenazas para el ecosistema del macizo. En primer
lugar, el “trencito eléctrico”, que exigiría la tala de árboles y el establecimiento del tendido ferroviario, además
del ruido que generaría. Por otra parte, la venta de agua, que, si bien se había eliminado del segundo borrador,
era un punto medular del proyecto y del Tratado de Libre Comercio, pues la Empresa de Servicios Públicos de
Heredia y Florida Ice and Farm tenían en sus manos la mayoría de nacientes. El tercer peligro lo constituía la
carretera con todas sus implicaciones (mayor tráfico de personas, contaminación sónica, etcétera). Finalmente, el
hecho de que se omitiera el primer paso necesario para el desarrollo de cualquier propuesta local, es decir, la con-
sulta a las comunidades, evidenciaba que ni a los impulsores ni al Gobierno les interesaba articular un verdadero
proceso de consulta popular.
Las razones esgrimidas por los vecinos para justificar su posición dejan claro que los barveños veían en el de-
sarrollo turístico del Barva una grave amenaza de cambio ambiental, es decir, de “un proceso agudo de alteración
de un recurso natural dado” -el agua- provocado por la actividad humana que se proyectaba realizar en la monta-
ña. El caso barveño presenta las tres características que Alexander López considera distintivas de todo conflicto
ambiental: un “proceso de cambio ambiental” indujo un “conflicto abierto” que, si bien tenía como eje la cues-
tión ecológica, exacerbó “factores sociales, políticos y económicos” que desembocaron en interacción contencio-
sa (López 2002: 17).
La reacción de los impulsores del proyecto ante las declaraciones de sus detractores no se hizo esperar. Mario
Boza defendió el desarrollo turístico del macizo en los términos ya conocidos. No obstante, agregó elementos que
dejan ver que en el conflicto se enfrentaban diversas concepciones acerca de la función de los parques nacionales
y las áreas protegidas. Para el funcionario de Pro Parques el papel de los parques nacionales era doble: por una
parte “proteger la integridad ecológica de uno o más ecosistemas para las generaciones actuales y futuras” -punto

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que compartían ambas partes-, y, por otra parte -y éste era el elemento que distanciaba a los propulsores de los
detractores-, “conservar la naturaleza para el disfrute de los visitantes”, lo que implicaba dotar al sitio de las “ins-
talaciones típicas de cualquier parque nacional desarrollado … : carreteras, estacionamientos, casetas de entrada,
centros de visitantes, senderos, miradores, estaciones biológicas, cafeterías y áreas para acampar y para almuer-
zos campestres” (Boza 2007: 3).
Boza consideraba que el emprendimiento turístico no representaba peligro para el Parque, puesto que existían
estudios técnicos sobre su impacto ambiental, se mejoraría una vía de acceso existente, la zona a desarrollar era
ínfima respecto de la superficie total del área protegida y existía una ley que declaraba inalienable un amplio es-

Laguna del Barva Víctor Acosta


pacio fuera del Parque. Desde su perspectiva, la amenaza provenía más bien de un desarrollo desordenado de
construcciones a lo largo de la carretera al volcán que la Municipalidad fuera incapaz de controlar. A pesar de las
reservas de los ciudadanos de Barva -argumentaba Boza-, otros actores como los propietarios de fundos, la
Cámara de Turismo de Barva y diversas organizaciones presionarían hasta lograr el asfaltado de la vía. El cre-
ciente flujo de visitantes tendría como consecuencia lógica el surgimiento de ventas y actividades turísticas, “lo
que podría desembocar en un desarrollo sin planificación, igual al que existe en la mayoría de nuestras playas en
el litoral pacífico y en lugares como La Fortuna”. Era precisamente sobre ese aspecto que los vecinos debían ejer-
cer una acción vigilante, “para denunciar y usar los instrumentos legales ambientales con que contamos, para
exigir un desarrollo verdaderamente sostenible” (Ibid.: 5).
Los detractores del proyecto tampoco se quedaron de brazos cruzados. En junio de 2007, también empezó a
circular la versión oficial del proyecto turístico con el nombre “Propuesta de desarrollo de infraestructura para
uso público y oficial en el Sector Volcán Barva del Parque Nacional Braulio Carrillo, Sinac-Minae” y sus adver-
sarios atacaron el texto desde distintos flancos. En primer lugar, consideraban que existía una contradicción fla-
grante ya que, mientras se afirmaba que era necesario un estudio minucioso de la capacidad de carga para evitar
una visitación incontrolada, se estaba mejorando la carretera de acceso sin parar mientes en que eso podía deve-
nir en una “democratización del sector” que nada tenía que ver con un turismo de bajo impacto y amigable con el

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ambiente. Asimismo, recalcaban dos hechos que ya de por sí cuestionaban el carácter ecológico de la propuesta.
Por una parte, la afirmación de que era necesaria la aprobación del plan regulador de Barva antes de iniciar las
obras; por otro lado, la aseveración de que el turista convencional acudía a un sitio natural para realizar activida-
des que poco o nada tenían que ver con el interés por la ecología (Brenes 2007).
Haciendo un balance general de las tres versiones del proyecto, los vecinos de las comunidades barveñas con-
cluían que un componente esencial era la reparación, ampliación y asfaltado de la carretera que unía a Sacramen-
to con la entrada al sector del lago volcánico (primera etapa) y la ampliación y mejora de la ruta entre la ciudad
de Barva y Sacramento (segunda etapa). Otro elemento de primer orden era sin duda el desarrollo y la construc-
ción de infraestructura dentro del área protegida con una extensión superior a los 4.000 metros cuadrados. Los
emprendimientos anteriores se dirigían hacia un solo objetivo: “lo que persiguen, en síntesis, es crear las condi-
ciones viales y de infraestructura para convertir a la región en un nuevo polo de desarrollo alrededor del turismo
teniendo como imán las bellezas del Parque Nacional Braulio Carrillo y su cercanía con la capital y el Aeropuer-
to Internacional Juan Santamaría … si bien la propuesta se ha ido mimetizando para tratar de ocultar la inten-
cionalidad y propósitos ante la oposición que la misma ha generado” (Movimiento Regional por la Defensa…
2007).
Los impulsores del proyecto deseaban emprenden una acción que para los detractores ponía en riesgo un área
de recarga acuífera sumamente vulnerable. Los intereses de unos y otros eran incompatibles, pues el proyecto
defendido por unos ocasionaría externalidades negativas para los otros. Ahora bien, los argumentos de los oposi-
tores evidenciaron constantemente que, si bien el problema fundamental se relacionaba con la vulnerabilidad del
recurso hídrico y la posibilidad de contaminación de los mantos acuíferos, el factor ambiental tenía vasos comu-
nicantes con otras problemáticas. Los cuestionamientos acerca de la falta de voluntad política para que las locali-
dades involucradas participaran activamente en la elaboración de la propuesta, las dudas alrededor de los meca-
nismos que se emplearían para que los beneficios llegaran efectivamente a las comunidades y no quedaran en
manos de unos pocos, el temor de que el cambio cultural en la zona -a raíz de la mayor afluencia de extranjeros-
pudiera degenerar en problemas sociales como subempleo y drogadicción son solo algunos ejemplos.
El problema de la distribución de los beneficios pecuniarios generados por el proyecto merece una considera-
ción aparte. Desde el punto de vista de los vecinos de Puente Salas y San José de la Montaña, las externalidades
negativas que generaría el proyecto turístico en el Barva se distribuirían de forma desigual entre los distintos acto-
res y algo semejante sucedería con las ganancias. El planteamiento, por tanto, era doble: unos saldrían más bene-
ficiados que otros; algunos deberían pagar facturas más altas que el resto por la alteración del entorno. Como la
determinación de quiénes serían los beneficiarios y quiénes saldrían perjudicados con el emprendimiento turístico
dependía de una relación de fuerzas en la que entraba en juego el poder político y la capacidad adquisitiva de
cada actor, se puede afirmar que el conflicto tenía una faceta distributiva (Martínez 2008: 63). Los barveños tem-
ían ser quienes llevaran la peor parte en el reparto, puesto que ellos mantenían una relación directa con el am-
biente que se quería modificar.
En el segundo semestre de 2007, la férrea oposición al proyecto turístico por parte de los habitantes de Puente
Salas, San José de la Montaña y de otros sectores, devino en que las autoridades municipales y nacionales presta-
ran mayor atención a las demandas de los vecinos. Cuando aquéllos no lograron obtener respuestas satisfactorias
a nivel local no cejaron en su empeño, sino que más bien se dirigieron a instancias superiores. Es en ese contexto
en el que ha de entenderse la recurrencia a la Sala Constitucional a través de un recurso de amparo.
A finales de julio, la Unión Cantonal de Asociaciones de Desarrollo de Barva (Uca-Barva) presentó ante la Sa-
la Constitucional un recurso de amparo en el que aparecían como recurridos el Minae, el Ministerio de Salud, la
Municipalidad de Barva, Senara, el Instituto de Acueductos y Alcantarillados (Icaa) y el Instituto Nacional de
Vivienda y Urbanismo (Invu). En el texto, los suscritos (entre quienes se encontraban Marlene Murillo, presiden-
ta de la asada [asociación administradora de acueducto] de Puente Salas de San Pedro de Barva, José Antonio
Ramírez y Carolina Ruiz, vecinos de San José de la Montaña) exponían en 32 puntos su oposición al “Proyecto
de Infraestructura para el Parque Nacional Braulio Carrillo, Sector Volcán Barva Sinac-Minae”. Partiendo del
hecho de que el Ministerio no había realizado una consulta a las comunidades (carácter inconsulto de la propues-
ta), iban desgranando todos los aspectos que, desde su perspectiva, evidenciaban la inviabilidad del emprendi-
miento.
La reacción de la Municipalidad no se hizo esperar y el 31 de julio volvió a abordar el tema de construcciones
y transacciones en la zona en disputa. Basándose en un informe del asesor jurídico, donde se afirmaba que la
Municipalidad tenía “competencias irrenunciables, intransferibles e imprescriptibles en materia de conservación y
protección de aguas subterráneas que no pueden declinar y se deben ejercer de forma efectiva en aras del derecho
a un ambiente sano y ecológicamente equilibrado”, se concluía que la entidad debía “proteger el manto acuífero
Barva para ofrecerle a las futuras generaciones la posibilidad de contar con el preciado líquido”. Por tanto, mien-
tras se aprobaba el plan regulador y se resolvía el recurso de amparo planteado por la fundación Fuprovirena

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contra la Municipalidad respecto de la aplicación del Decreto LXV de julio de 1888, se acordó prohibir construc-
ciones, urbanizaciones, fraccionamientos, segregaciones, condominios o cualquier otro tipo de asentamiento
urbano, actividades agrícolas intensivas y comerciales en el área protegida.
Aunque no se hizo mención al recurso de amparo de Uca-Barva, es evidente que el Concejo Municipal inten-
taba responder a los cargos que se le imputaban. Por un lado, se negó a otorgar permisos en todo el cantón para
cualquier actividad o inmueble que no contara con planta de tratamiento para aguas residuales y para casas de
habitación cuyas aguas servidas no descargaran en el alcantarillado público. Asimismo, se acordó solicitar a Mi-
nae, Senara, Icaa e Invu, por separado o en conjunto, una serie de estudios en los cuales se especificaran detalla-
damente elementos relacionados con la gestión del agua. Entre ellos se incluía zonas de recarga acuífera, nacien-
tes idóneos para el servicio de cañería y la manera de protegerlos, mapas hidrogeológicos y de vulnerabilidad
pertinentes para fijar y alinear los perímetros de protección, reglamentos sobre restricciones en el uso de suelo en
las zonas de recarga y descarga y un plan de recuperación, expropiación o compra de terrenos en los que se asen-
taban o en los que subyacían recursos hídricos (Municipalidad de Barva 2007). Estas investigaciones eran prácti-
camente las mismas que Uca-Barva requería de cada una de las instituciones mencionadas en su recurso de am-
paro.
El Minae dirigió a la Sala Constitucional una nota de descargo en la que aseguraba que el 18 de abril de 2007
personeros suyos se habían reunido con los miembros de la asada de Puente Salas para discutir el proyecto turísti-
co. La presidenta de esa asada, Marlene Murillo, en nota enviada al Ministerio el 3 de septiembre, desmintió tal
aseveración. Por el contrario, Murillo exigía que “el Minae aclare esta situación y con quiénes se reunió realmen-
te, ya que nuestra Asociación ni siquiera ha sido convocada para tratar ese importante asunto” (Murillo 2007).
Mientras la Universidad Nacional y la Universidad Nacional a Distancia declaraban públicamente que su preten-
sión conjunta era colaborar en la definición de lineamientos claros que regularan y favorecieran un desarrollo
sostenible en el macizo barveño, mediante la valoración de aspectos como la fragilidad hídrica, la vulnerabilidad
de los acuíferos, las emisiones de aire y los impactos socioeconómicos y culturales (La Nación 16-11-07: 13), Ra-
fael López Alfaro denunciaba ante la Sala Constitucional que se estaban iniciando las construcciones sin que la
comisión integrada por ambas universidades hubiese rendido su informe. La Sala, en procura de la tutela de un
ambiente sano y ecológicamente equilibrado y en aplicación del principio precautorio, ordenó al Minae la sus-
pensión inmediata de las obras de construcción del proyecto hasta que se resolviera el recurso presentado por
Uca-Barva (Zárate 18-12-07: 6).
Antes de terminar, conviene rescatar un elemento que Mario Ramírez considera propio de los conflictos am-
bientales y que se evidenció claramente en el caso estudiado. Según el autor, “aunque los problemas ambientales
son, en primera instancia, desbalances biológicos y físico-químicos -es decir, mayoritariamente objetivos, en la
medida en que pueden percibirse sensorialmente-, son también subjetivos, en la medida en que los umbrales de su
percepción dependen de patrones socio-culturales aprendidos, transmitidos y transformados” (Ramírez 2008).
Las percepciones culturales jugaron un papel de primer orden en la conflictividad del período 2006-2007. Un
ejemplo de lo anterior lo constituyen las ideas alrededor de la función de las áreas protegidas. Para los defensores
de la propuesta, un parque nacional no solo debía asegurar la integridad ecológica de los ecosistemas sino tam-
bién conservar la naturaleza para el disfrute de los turistas. En ese sentido, era necesario dotar al Barva de los
elementos de desarrollo necesarios para que los visitantes -nacionales, extranjeros e internautas- pudieran cono-
cerlo sin contratiempos ni incomodidades. Los opositores, en cambio, consideraban que el macizo tenía una fun-
ción única: preservar los mantos acuíferos, fábricas subterráneas de agua. La idea de desarrollar la montaña para
abrirla a las “bondades del turismo” podía dar al traste con el propósito original que se tuvo al proteger el volcán.
Cuando se revisa la documentación, se cae en la cuenta de que las valoraciones científicas o periciales prece-
dieron y acompañaron las percepciones acerca del problema que desarrollaron los habitantes de la zona. Las
reservas del director del Área de Conservación Cordillera Volcánica Central, de Senara, de los ingenieros foresta-
les de la Empresa de Servicios Públicos de Heredia, de miembros de la Comisión Interinstitucional de Micro-
cuencas de Heredia y de académicos de la Universidad Nacional fueron acogidas, internalizadas e incorporadas
en el discurso de los vecinos. Salta a la luz una situación comentada por Ramírez en torno a los conflictos am-
bientales y que el autor denomina “la denuncia que la comunidad científica ha hecho en relación con los sistemas
ecológicos globales y los denominados problemas globales o tragedia de los comunes” (Ibid.). El recurso de am-
paro presentado por Uca-Barva ante la Sala Constitucional muestra la preocupación vecinal ante la posibilidad de
que, como lo indicaran distintos estudiosos, el desarrollo turístico de la montaña afectara un sistema natural que
suministraba agua no solo a la provincia herediana sino que “sustenta, mantiene y protege la salud y la vida de
gran parte del valle Central y Puntarenas” (Unión Cantonal de Asociaciones de Barva 2007: 3).
Cabe añadir que la interacción contenciosa reciente alrededor del recurso hídrico en Barva evidenció una di-
mensión política digna de mencionar: la relación de fuerzas determinó la expresión de la problemática en forma de
conflicto y los mecanismos empleados para su solución. En la fase inicial, ambos contendores definieron clara-

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mente su posición respecto del proyecto turístico. Cuando los actores adquirieron una postura determinada, se
entró en una fase latente: los argumentos esgrimidos por cada uno evidenciaban que sus objetivos eran contradic-
torios y esa incompatibilidad era reconocida públicamente. Finalmente, la contradicción de intereses devino en
un conflicto manifiesto (López 2002: 22-23). Ante la ineficacia de las acciones emprendidas (“cierres simbólicos”,
notas a la Municipalidad, publicaciones en la prensa nacional), los habitantes de los distritos barveños optaron
por recurrir a una instancia superior, la Sala Constitucional, para impetrar de ella una declaratoria definitiva al-
rededor de lo que consideraban agresión a la estabilidad ecológica de la montaña y de los acuíferos subyacentes.

Conclusiones
En un primer momento, los investigadores que suscriben este artículo proyectaron estudiar los conflictos so-
ciales por el agua en Barva a lo largo del período 1976-2007. Posteriormente, ante la premura y la complejidad
del objeto de estudio se acordó que lo más conveniente era estudiar dos momentos álgidos en la dinámica con-
tenciosa que se desarrolló durante el período: 1976 y 2006-2007. La revisión de las fuentes y su confrontación con
la teoría arrojó un resultado digno de mención: los conflictos protagonizados por los vecinos de San José de la
Montaña y Puente Salas durante 1976 eran de naturaleza distinta a los enfrentamientos más recientes (2006-
2007). En artículo posterior se abordará los conflictos sociales por el recurso hídrico desarrollados en 1976.
En los conflictos por el agua durante el período 2006-2007, los vecinos salieron en defensa de un recurso del
cual no estaban faltos pero que consideraban vulnerable, susceptible de contaminación por las actividades pro-
ductivas que se pretendía desarrollar en la cima del Barva. Mientras los impulsores del plan aseveraban que éste
reportaría beneficios económicos para la región barveña porque ésta se integraría en un circuito turístico que
tendría al macizo como centro neurálgico, los habitantes de la zona pensaban que un proyecto en cuya formula-
ción no habían participado y cuyas externalidades negativas para el ambiente no estaban definidas era el meca-
nismo empleado por quienes pretendían enriquecerse sin importarles el daño causado a bienes que pertenecían a
todos. La falta de voluntad de las autoridades locales para mediar en el conflicto condujo a los barveños a recurrir
a una instancia superior: presentaron ante la Sala Constitucional un recurso de amparo en el que sistematizaron
los argumentos por los cuales consideraban nocivo el proyecto y a los que el cuerpo municipal de Barva había
prestado muy poca atención.
Un estudio futuro deberá analizar en profundidad el momento y la forma en que se configuran los conflictos
ambientales del período 2006-2007. Por el momento, la prudencia recomienda únicamente esbozar algunos as-
pectos que habrán de tomarse en cuenta en ese emprendimiento investigativo:
En primer término, la terciarización de la economía costarricense en el último cuarto de siglo y el descenso de
la participación del sector primario, fenómenos relacionados con las políticas de los programas de ajuste estructu-
ral. El efecto de esos procesos ha sido un aumento en el consumo eléctrico y de combustibles y un modelo de
desarrollo predador con altos costes ambientales: uso insostenible del suelo, deforestación, pérdida de biodiversi-
dad, contaminación del recurso hídrico, emisión excesiva de gases e insostenibilidad de la estructura energética
(Orozco et al. 2000).
Otro aspecto digno de tomar en cuenta se relaciona con el desarrollo de la educación ambiental y la elabora-
ción de políticas públicas tendientes a crear en la población una cultura conservacionista. Desde la Conferencia
de Río (1992) se ha ido incorporando la cuestión ambiental como tema transversal en los programas de educa-
ción en todos los niveles de la educación formal. El esfuerzo ha traspasado la esfera estatal, involucrando a
académicos y profesionales de muy diversas disciplinas y a organizaciones no gubernamentales dispuestas a tra-
bajar en y con las comunidades para crear conciencia de los actuales problemas ecológicos. No han sido pocas las
ocasiones en que distintos actores han hecho causa común para hacer denuncias y asumir luchas en pro del am-
biente.
Finalmente, resalta la presencia creciente de la empresa privada en lo que Barlow y Clarke (2004:14) han lla-
mado la comercialización de los bienes comunes, en este caso específico del recurso hídrico. En un contexto de reduc-
ción alarmante de las reservas mundiales de agua dulce, que en diversas regiones ha alcanzado el rango de emer-
gencia, no son pocas las compañías que han tenido éxito en obtener derechos exclusivos sobre fuentes por las que
pagan sumas risibles y de las que obtienen grandes ganancias. Una parte significativa de las nacientes barveñas se
halla en manos de unas pocas compañías que han sabido sacar ventaja de su posición en la zona y del recurso
que obtienen fácilmente y con el que lucran incluso fuera de nuestras fronteras.
Los tres aspectos mencionados son apenas algunos elementos que han de tomarse en cuenta en el momento
de estudiar el proceso de transformación de los conflictos sociales de contenido ambiental en conflictos ambienta-
les propiamente dichos para el caso de Puente Salas y San José de la Montaña. Tal emprendimiento ha de estar
obligatoriamente ligado al trabajo con las comunidades de la zona, adalides en lo que a la defensa del preciado
líquido se refiere. El estudio propuesto contribuiría a arrojar mayor luz sobre todo lo dicho hasta aquí, al tiempo
que posibilitaría la comprensión por parte de los actores sociales barveños de un proceso que ha culminado con

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su adopción de una conciencia ambiental madura, fortalecida por la acción colectiva y evidenciada en la defensa
de las montañas y los acuíferos de Barva.

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Laguna del Barva Eliécer Duarte

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Inicio – Siguiente

Degradación ambiental y caficultura


en Tarrazú entre 1970 y 2006

por RAFAEL ÁNGEL LEDEZMA y ROBERTO GRANADOS

RESUMEN

Se da cuenta de los cambios que se han generado dentro de las prácticas agrícolas cafetaleras a raíz de la degrada-
ción ambiental provocada por la implementación de una caficultura intensiva, tecnificada y en expansión que tuvo
lugar durante la segunda mitad del siglo XX en el cantón de Tarrazú. Se resalta el papel que jugaron instituciones
públicas y privadas en la promoción de una caficultura más sostenible ambientalmente.

The article explores the changes that have been generated within the coffee farming practices in the wake of environmental degrada-
tion caused by the implementation of an intensive coffee farming, tech and expansion that took place during the second half of the
twentieth century in the canton of Tarrazú. In this process, it is necessary to highlight the role played institutions, both public and
private, in promoting a more sustainable coffee farming with the environment.

A
partir de la década de los setenta del siglo XX, en el cantón de Tarrazú -en San José-, se inició la sustitu-
ción de las variedades de café poco productivas y de porte alto, como las arábigas, por otras más produc-
tivas y de porte bajo, como la caturra. Asimismo, fue a partir de esa década que las innovaciones tec-
nológicas en el agro, incentivadas por la Revolución Verde, comenzaron a tener mayor auge en los sistemas de
producción agrícola. Las innovaciones tecnológicas acarrearon no solo cambios en la dinámica de la agricultura
tradicional, sino también alteraciones en el ambiente que se manifestaron en una constante degradación del suelo
agrícola y en contaminación de los ríos. Durante la década de los ochenta los problemas ambientales se hicieron
evidentes, ante lo cual los caficultores, asesorados por instituciones como el Instituto del Café (Icafé) y Coopeta-
rrazú, tuvieron que introducir cambios en su sistema de producción. El presente artículo da cuenta de una inves-
tigación que analizó los efectos ambientales de la actividad cafetalera y la forma en que esos efectos han propi-
ciado cambios dentro del sistema de cultivo de café en Tarrazú.

Aproximación teórica
Algunos investigadores han afirmado que el estudio de la actividad cafetalera se ha orientado a elogiar la im-
portancia que ésta, como actividad económica, le otorgó históricamente al país. De acuerdo con ellos es necesa-
rio recalcar otros aspectos, tales como su impacto ambiental y la manera en que ha afectado la dinámica del pai-
saje natural. Así, el historiador Carlos Granados afirma que “[c]omo resultado de la actitud elogiosa con que la
materia ha sido tratada, el tema del impacto ambiental de la caficultura tampoco ha recibido mayor interés. In-
cluso en la obra de Hall, geógrafa de profesión, las referencias al café como problema ambiental, que las hay, son
escasas. Esto último no es de extrañar si se considera que el movimiento mundial ecologista era apenas incipiente
cuando el libro fue escrito … así, aunque la producción cafetalera haya sido señalada como responsable de nume-
rosas complicaciones ambientales, la conciencia social de estos males, por los que el país paga hoy un elevado
precio, es muy restringida … la investigación se ha dirigido a mejorar la productividad cafetalera, dejando al
margen la consideración de sus repercusiones ambientales” (Granados 1994: 1).
La historia ambiental es una especialidad que comenzó a tener auge a partir de la década de los sesenta del si-
glo XX, época en que el ser humano mostró mayor preocupación por conocer mejor los efectos que sus acciones
provocaban en el ambiente. La historiadora Silvia Meléndez afirma que “[l]o importante de tener en cuenta es
que este proceso de consolidación del campo de la historia ambiental se da debido a que los problemas ambienta-

Los autores, especialistas en historia ambiental, son estudiantes de posgrado en la Universidad Nacional.

11
les ya no son ni locales ni regionales, sino que son a escala planetaria, por lo que la conciencia ecológica de histo-
riadores, geógrafos, antropólogos y ecólogos, entre otros, estaba a flor de piel y determinó el desarrollo exitoso de
esta nueva forma de interpretar el pasado. Por otro lado, la evolución de las ciencias y de las ideas sobre la natu-
raleza permitieron que los historiadores, involucrados en los movimientos ambientalistas de la década de los
setenta encontraran el momento oportuno para concretar este nuevo paradigma histórico y de comprender el
desarrollo de la civilización y el origen de la crisis ambiental que vivimos” (Meléndez 2002: 10). Por esta razón es
posible afirmar que el surgimiento de la historia ambiental responde a una preocupación social por el ambiente,
que ha sido alterado por la acción humana.
El desarrollo de la caficultura trajo como consecuencia el establecimiento de unidades de producción que re-
presentaron un cambio sustancial en la dinámica natural del paisaje geográfico del cantón de Tarrazú. Un paisaje
en el cual prevalece un bosque tropical que se ve afectado con la incorporación de dichas unidades. Según Gra-
nados, las plantaciones de café rompen la lógica del bosque tropical: “La conversión de la selva en cafetal, de por
sí, habla de un poderoso impacto en el ambiente, porque el monocultivo es la negación del trópico. El trópico
propende naturalmente a la diversidad, y todo intento de especializar lo que por naturaleza está llamado a ser
diverso implica un gran trastorno. Desde este punto de vista, puede decirse que el café, a pesar de la idílica ima-
gen suya que consta en la imaginación de los costarricenses, ha representado una amenaza ambiental” (Granados
1994: 4). En el cantón de Tarrazú esta problemática es ampliamente visible, ya que confluyen zonas actualmente
protegidas de bosque con siembras de café. Ahí se observa cómo el ecosistema natural, caracterizado por la exu-
berancia de la flora, es alterado notablemente por un área dedicada a la plantación que es conservada por la ac-
ción humana.
A nivel general es necesario conocer ciertas dialécticas que permitan teorizar la problemática en estudio. La
dialéctica ser humano-naturaleza muestra como el humano interactúa con el ambiente que lo rodea a través de
un conjunto de ideas y concepciones socialmente construidas (Cardoso y Pérez 1979: 16). El ser humano tam-
bién forma ideas sobre la naturaleza que son construidas y alteradas sin cesar a lo largo del tiempo. Por lo tanto,
la noción de naturaleza es una construcción.
La percepción de un problema ambiental también es una construcción socialmente conformada que se repro-
duce a lo largo del tiempo. Cuando los actores sociales identifican un problema ambiental, en esa identificación
están interactuando patrones socio-culturales que lo determinan, delimitan y conforman. Mario Ramírez argu-
menta que “los problemas ambientales son los resultados socio-culturales percibidos de la contaminación, la de-
gradación, la destrucción -o la amenaza de que ocurra cualquiera de ellas- sobre un recurso natural o un conjunto
de ellos, desplegados en una región o en un sistema ecológico -dentro del cual se relacionan diferentes expresio-
nes de la biodiversidad- incluyendo la naturaleza modificada, transformada o construida por la sociedad, y/o por
las diversidades étnicas y culturales. En este sentido, aunque los problemas ambientales son, en primera instan-
cia, desbalances biológicos y físico-químicos -es decir, mayoritariamente objetivos, en la medida que pueden per-
cibirse sensorialmente-, son también subjetivos, en la medida que los umbrales de su percepción dependen de
patrones socio-culturales aprendidos, trasmitidos y trasformados. La delimitación de los problemas ambientales
depende algunas veces de valoraciones socio-culturales, periciales o científicas, en relación con el grado de con-
taminación, degradación o destrucción, así como debido a la inminencia de una amenaza, la probabilidad del
riesgo o la vulnerabilidad de los sistemas involucrados” (Ramírez 1-2).
Comprender esta relación entre el ser humano y la naturaleza como una construcción socialmente reproduci-
da a través del tiempo es esencial para estudiar la respuesta de los actores sociales a una problemática ambiental.
En el caso de Tarrazú, los actores identificaron problemas ambientales, sobre la base de sus propias valoraciones
socio-culturales, para elaborar programas dentro del ámbito agrícola destinados a resolver los efectos que éste
estaba ejerciendo sobre los sistemas de producción. Un sistema de producción es un conjunto articulado que im-
plica disponibilidad de medios de producción y las repercusiones sociales que genera. Además, su desarrollo gira
en torno a las variables de un contexto ecológico determinado. “Un sistema de producción resulta de la combina-
ción que realiza el productor de los diferentes medios de producción disponibles (tierra, fuerza de trabajo y capi-
tal de producción), y cuyo objeto es la reproducción social del sistema en su conjunto, simple o ampliada en un
contexto ecológico (suelos, clima, pendientes) y socioeconómico (relaciones sociales de producción y de inter-
cambio) determinados” (Damais 1986: 6). La importancia de este concepto radica en la forma en que se pueda
comprender el contexto agrario en estudio.

Tecnificación y degradación ambiental (1970-1990)


Tecnificación
Durante la segunda mitad del siglo XX, la caficultura de Tarrazú pasó por un período de cambios importantes
en materia de tecnología y prácticas agrícolas, cambios derivados de un proceso de tecnificación, no exclusivo del

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cantón, destinado a obtener mejores rendimientos de cosecha y métodos de conservación de la plantación más
rentables y eficientes.
La evolución tecnológica de la caficultura costarricense es un largo proceso que se inicia durante la primera
mitad del siglo XIX. El historiador Carlos Naranjo ha realizado importantes estudios sobre las recomendaciones
en caficultura hechas en el siglo XIX a partir de los que es posible afirmar que la obra de mayor trascendencia en
dicha materia, publicada durante esa centuria, fue un pequeño folleto titulado Memoria sobre el cultivo del café arre-
glada a la práctica que se observa en Costa Rica, escrito por Manuel Aguilar a solicitud del Consulado de Comercio de
Guatemala en 1845. En las páginas de ese texto se describe la manera en que se debía de sembrar un cafetal para
hacerlo más productivo. Los manuales y folletos destinados a mejorar los rendimientos de las cosechas de café
fueron elaborados por extranjeros, generalmente viajeros, que por sus estancias cortas solían visitar las plantacio-
nes de los productores más acomodados para elaborar y publicar sus recomendaciones. Por esto, ellos no se per-
cataron de la gran diversidad de unidades de producción que hubo en tal actividad agrícola durante ese siglo
(Samper 2000: 17).
Dicho manual recomendaba sembrar árboles frutales de gran tamaño con una distancia de 10 varas entre uno
y otro, colocar una calle de plátanos que quedara a tres varas de distancia de los cultivos de café y dedicar parte
del área central de la unidad al almácigo, otra al cultivo de árboles frutales y hortalizas y una, ubicada en el cen-
tro de la unidad de producción, a la casa de habitación, oficinas y patios (Samper 2000: 17). Con base en esta
descripción se puede apreciar un interés por organizar territorialmente la unidad de producción, promover la
siembra de árboles y centralizar en la misma el complejo residencial y agroindustrial.
Durante el siglo XX, el proceso de tecnificación comenzó a tener nuevas manifestaciones gracias al auge pre-
maturo de la industria química que surgió durante la primera mitad de ese siglo. En Costa Rica, dicho proceso
fue impulsado por los paquetes tecnológicos elaborados por la Oficina del Café, el Ministerio de Agricultura y los
centros de investigación agronómica. Con esta tecnificación se pretendió obtener un mayor rendimiento por
manzana cultivada y hacer un constante uso de agroquímicos para lograr una alta densidad de siembra (Samper
2000: 41). La evolución tecnológica de la caficultura es un proceso de largo plazo que no se inició con la Revolu-
ción Verde de mediados del siglo XX. Durante la primera mitad de esta centuria se elaboraron programas que
buscaban mayor rendimiento en el sistema de cultivo a través del uso de agroquímicos (plaguicidas y fertilizan-
tes). De esta manera, la Revolución Verde es el producto concreto que se obtiene después de un largo proceso de
experimentación tecnológica, que inicialmente se aplicó a los cultivos de cereales.
De acuerdo con Paul Sfez, durante las décadas de 1920 y 1930, en Estados Unidos y Europa la agricultura
comenzó a experimentar cambios técnicos importantes tales como “la utilización cada vez mayor de herramien-
tas mecánicas sofisticadas, que aprovechaban la fuerza de motores. Asimismo, recurrió de modo importante al
uso de fertilizantes y plaguicidas que producía una industria química en pleno desarrollo” (Samper 2000: 59).
Posteriormente, estos cambios se fueron extendiendo hacia otras latitudes igualmente desarrolladas, mientras que
en los países menos desarrollados, como Costa Rica, persistían los modelos agrarios heredados del siglo XIX.
En las zonas tropicales, la Revolución Verde fue implementada con el objetivo de desplazar los modelos agra-
rios tradicionales. En el caso de la caficultura, se dio la adopción de nuevas variedades de café de porte bajo y el
uso constante de agroquímicos. En Costa Rica, la caficultura adoptó de manera más directa estos cambios a par-
tir de la segunda mitad del siglo XX, de manera que, poco a poco, la variedad arábiga de porte alto fue sustituida
por otras de porte bajo, tales como el híbrido tico, la caturra y el catuaí.
Paul Sfez caracteriza la plantación cafetalera que implantó la Revolución Verde como un sistema “constituido
por una plantación homogénea de caturra o catuaí. La densidad de siembra de los cafetos se sitúa entre 5.000 y
7.000 plantas por hectárea. El tiempo para la entrada en producción es de dos a tres años y la vida útil de los cafe-
tos es de unos 15 años. El nivel de rendimiento es de entre 35 y 60 fanegas por hectárea, según el grado de uso de
insumos, el tipo de poda y las condiciones específicas del ambiente” (Samper 2000: 67).
Durante la década de los cincuenta del siglo XX, en Tarrazú predominaban los sistemas de cultivo orgánico.
Según Wilson Picado, en esa época “no más del cinco por ciento del total [de campesinos] aplicaban abonos
químicos y eran menos aun los que disponían de automotores o fuentes de energía artificial como generadores de
electricidad” (Picado 2000: 70). Este panorama llegó a cambiar cuando la Revolución Verde trajo el cambio en
las técnicas de cultivo, transformándose no solo el paisaje del cafetal sino también la forma de fertilizar los suelos
y de combatir las enfermedades. Haciendo un enfoque detallado, es posible identificar ya en 1963 una tecnifica-
ción incipiente en la caficultura de Tarrazú. La fuerza motriz no era común, ya que predominaba la fuerza
humana para las labores agrícolas y la animal para el transporte de la producción y la labranza. Además, un bajo
número de explotaciones utilizaba insumos químicos. De un total de 558 explotaciones agropecuarias, 265 decla-
raron utilizar abonos y, de éstas, siete informaron utilizar herbicidas, trece fungicidas y dos insecticidas. Además,
de las 558 explotaciones un 44 por ciento trabajaba con técnicas orgánicas de cultivo, mientras que el abono se
extendió hacia la mayoría de las explotaciones pero de una manera desigual, representando un 48 por ciento. Las

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fincas con riego ascendían a un cinco por ciento, mientras que las que utilizaban fungicidas representaban un dos
por ciento. Asimismo, solo un uno por ciento aplicaba herbicidas dentro de sus explotaciones, fenómeno que
cobró mayor auge en las década de los setenta y ochenta (ver tabla 1).

Tabla 1.

En cuanto a las variedades de café, la transformación fue lenta. Comenzó a mediados de los sesenta, cuando
variedades como la caturra todavía no se habían introducido. La variedad predominante era la arábiga, presente
en 473 unidades de las 485 registradas como cafetaleras. La segunda variedad presente fue el híbrido con 12 ex-
plotaciones (tabla 2).

Tabla 2.

El proceso de tecnificación agrícola incidió considerablemente en la producción cafetalera después de los se-
senta. En los ochenta, el cultivo de café en Tarrazú experimentó un importante incremento en los rendimientos.
“En los últimos veinte años, la producción de café en Tarrazú se expandió de manera extraordinaria. Los sem-
bradíos del grano cruzaron los límites de la zona intermedia y se extendieron en todas direcciones, pero princi-
palmente hacia al sur del cantón. El crecimiento territorial de los sembradíos y el uso intensificado de la tecnolog-
ía contribuyeron para que la producción creciera, en términos porcentuales, con mayor fuerza que los promedios
nacionales, y que lo hiciera, además, en una coyuntura de precios decrecientes en el mercado nacional” (Picado
2000: 189-190).

Degradación ambiental
El beneficiado de café tuvo un papel protagónico en la degradación ambiental durante la segunda mitad del
siglo XX en Tarrazú. El beneficiado húmedo, que ha sido el proceso tradicional más utilizado por los beneficios
del cantón para procesar la cosecha, consiste en un sistema de procesamiento en el que se utiliza agua para des-
pulpar el grano y eliminar las mieles naturales. “El mismo día se despulpa, haciéndolo pasar por las pilas de fer-
mentación, donde se deja en reposo sin agua para que por fermentación natural se corte la miel … La separación
de la pulpa (despulpe) se efectúa en máquinas llamadas despulpadoras, las cuales se encargan de separar las dos
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primeras coberturas del fruto: la pulpa (exocarpio o cáscara) y el mucílago (mesocarpio)” (Ugarte 2004: 36). El
proceso de eliminar las mieles se denomina correteo y generalmente se produce en canales con agua con cierta
inclinación para hacer efectiva la separación. Las aguas que se desechan contienen estas mieles y pulpas cuando
son vertidas en las vías fluviales más cercanas al complejo agroindustrial.
En épocas anteriores, en Tarrazú fueron comunes los malos olores y la propagación de enfermedades gas-
trointestinales, como manifestaciones más palpables de esa problemática. Los testimonios expuestos por los cafi-
cultores permiten corroborar esta situación: “Antes era la broza, todo lo echaban las cooperativas, ahora de vez
en cuando vacían las lagunas, un agua que sobra ahí, y, diay, el río siempre está contaminado … antes la broza
usted la veía en todo lado amontonada, casi ni bajaba el río, porque era tanta broza y poca agua, viera usted co-
mo olía, aquí no se podía, aquí en verano usted salía, las casas con las puertas cerradas” (Araya 2008). El caficul-
tor que así se manifestó, posteriormente, a la pregunta sobre quiénes tiraban esos desechos a los ríos, respondió
de la siguiente manera: “Todos los beneficios, la Cooperativa más que todo, que era la que estaba ahí a la par;
pero llegó el Ministerio de Salud y entró duro y no permitieron más brozas de nada. Tuvieron que hacer lagunas
largo y, a veces, las sueltan, pero ya es agua, agua que baja y en un par de horas se baja, diay, siempre están con-
taminando” (Araya 2008). Pero no solo la contaminación de las aguas ha sido manifestación palpable del impac-
to ambiental provocado por la caficultura en Tarrazú.
Coopetarrazú, que en la actualidad cuenta con 2.600 asociados, ha elaborado programas institucionales diri-
gidos a tratar los materiales sólidos y líquidos que produce el beneficiado. Además, realizó un estudio donde
explica el proceso de degradación de los suelos en las plantaciones de café y cómo esto afecta la productividad y
el rendimiento de cajuelas por hectárea. El objetivo de esa investigación, realizada por el ingeniero Ricardo Zúñi-
ga, coordinador del departamento técnico, fue advertir que la caída en la productividad nacional de las planta-
ciones cafetaleras no se debe única y exclusivamente a la edad de los cafetales, sino a la destrucción de los suelos,
la cual fue incentivada por el cambio tecnológico a escala general. Según los resultados publicados de ese estudio,
“[l]a productividad por área de los cafetales de Costa Rica pasó de un promedio de 29,54 fanegas por hectárea al
año, en el periodo 2000-2001, a apenas 23,86 fanegas por hectárea en el año 2005-2006, según el informe anual
de Icafé. En la zona atendida por Coopetarrazú se calcula que la producción por área era de 35 fanegas por
hectárea hace 20 años. Actualmente, el promedio de la región está en 28 fanegas por hectárea al año” (Barquero
2-4-2007).
Esta problemática se debe, de acuerdo a la investigación, a la implementación de paquetes tecnológicos que
han aplicado un conjunto de recomendaciones que aumentaron la erosión del suelo y el uso de herbicidas, op-
tando por quitar la sombra en los cultivos. “Los productores y dirigentes de Coopetarrazú consideran un error la
aplicación de paquetes técnicos que eliminaron la sombra en los cafetales y estimularon la aplicación de herbici-
das para eliminar la mala hierba. En la década de los ochenta, recordó Zúñiga, se diseminó la tendencia de eli-
minar totalmente la sombra en las fincas de café. Los viejos cercos que presentaban poró, banano, plátano o gui-
neo, aguacates, naranjas, jocotes y otras especies asociadas al café, pasaron a ser historia. De esa manera, se eli-
minó la incorporación natural de materia orgánica en el suelo. Ya son casi 30 años de vida cafetalera sin que las
plantaciones obtengan este aporte de materia, advirtió Zúñiga. Paralelo a este problema surgió otro igual de difí-
cil: al eliminar la sombra se da paso a una mayor aparición de mala hierba en el cafetal. Los abuelos usaban la
pala para eliminarla, pero con los nuevos paquetes se estimuló la aplicación de los herbicidas. Esa práctica con-
tribuyó a erosionar los suelos en la zona” (Barquero 2-4-2007).
Con base en los resultados expuestos de esa investigación, en la información obtenida de la fuente oral y en
los censos agrícolas, se observa cómo la tecnificación implementada por la Revolución Verde en Tarrazú creó
una problemática ambiental manifestada en la degradación de los suelos agrícolas. Además, esta situación de
impacto ambiental se vio complementada con la contaminación de las aguas fluviales del cantón a raíz del bene-
ficiado de la cosecha recolectada.
Ante este panorama, las instituciones que promovieron las prácticas agrícolas basadas en el uso de agroquími-
cos, y que contribuyeron con la contaminación de las aguas, han identificado en la actualidad un problema am-
biental que les preocupa, ya que perjudica la productividad de las plantaciones sujetas a sus recomendaciones.
Esas instituciones, Icafé y Coopetarrazú, recientemente han empezado a hacer recomendaciones que representan
un nuevo cambio en el sistema de producción. Esta realidad comprueba cómo las instituciones, o los productores
ligados a una actividad económica, construyen y reproducen, como actores sociales, la percepción del problema
ambiental. En el caso analizado, dicha construcción ha respondido a un criterio de productividad.

Cambio tecnológico por degradación ambiental


La degradación ambiental provocada por la caficultura en Tarrazú hizo posible la aparición de nuevas prácti-
cas de cultivo destinadas a mantener el rendimiento de las cosechas, prácticas que comenzaron a ser promovidas
y ejecutadas a partir de los noventa.

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Abono orgánico
Coopetarrazú se ha encargado de incentivar el uso de abono orgánico entre los caficultores. Por ejemplo, da al
agricultor un saco de abono orgánico por cada fanega entregada. Este abono orgánico se obtiene de los desechos
producidos por el beneficiado que anteriormente eran lanzados a las aguas de los ríos. Además, la Cooperativa
ha promovido en las plantaciones la siembra de árboles que producen sombra cuyos desechos también sirven de
abono natural para el terreno. Respecto de ello, el caficultor Carlos Valverde afirma que “Coopetarrazú es núme-
ro uno en cuestión de eso; más bien en asambleas dan palitos para sembrar … y antes, también, la broza se bota-
ba, ahora de todo eso … se está sacando el mismo abono” (Valverde 2008).
La Cooperativa también diseñó un plan destinado a proteger el suelo de la erosión, de la contaminación y del
desgaste debido al uso constante de agroquímicos, el cual viene funcionado desde hace dos años. Dentro de sus
principales ideas se encuentran la promoción del uso de abono natural y trabajar la mala hierba sin herbicidas.
“En los cafetales de la zona se vuelve a las prácticas de sombra con guineo, plátano, banano, poró, aguacate y
otros frutales, los cuales incorporan materia orgánica al suelo con las hojas que sueltan, desechos del tronco y
otros. Además, se regresa a eliminar la mala hierba con pala, a las chapeas o corte de hierba manualmente, a las
obras de conservación como terrazas, a las siembras en contorno y a los desagües de escurrimiento” (Barquero 2-
4-2007).
Como parte del cambio tecnológico reciente, se ha vuelto a promover el cultivo de árboles dentro de los cafe-
tales que sirvan para sombra y, a la vez, que brinden el material orgánico necesario para regenerar los suelos y
detener la erosión. Esto surge como respuesta a muchas de las recomendaciones llevadas a cabo durante los
ochenta, destinadas a eliminar paulatinamente la sombra de los cafetales con el fin de aumentar la producción.
La nueva recomendación ha sido aceptada por los caficultores, cuyas unidades de producción están ubicadas en
fuertes pendientes. Además, se promueve el uso de sombra que colabore con la diversificación de la producción y
pueda ser una entrada económica extra -en este caso el aguacate-. “Por eso a uno le recomiendan que siembre
guineo, banano, poró … y usted está arreglando todo y lo picotea ahí, y ahí todo eso mismo va sosteniendo todo
eso y el abono; no hay tanto lavadero, todo eso es buenísimo para la tierra … y a la misma vez tiene que haber
alimento para las aves, un guineo se madura y ahí viera como llegan los pajarillos a comer guineo maduro y ojalá
tener aguacate. Yo tengo ahí abajo aguacate sembrado … esos son árboles de aguacate ya injertados, ya ahorita
empiezan a cosechar. El otro año, ya un árbol de éstos cosecha un montón y a la misma vez a un árbol de éstos
uno le puede sacar un montón de kilos y también vende aguacate; eso es otro que tiene un montón de salida; aquí
están utilizando mucho esto ya, a una manzana le mete uno cincuenta árboles de aguacate y le saca un montón
de plata…” (Araya 2008).
La broza de café actualmente se está utilizando para producir el abono orgánico. Coopetarrazú cuenta con un
terreno destinado al procesamiento de la broza para elaborar dicho abono. La Cooperativa elabora este insumo
con cal y se lo entrega a los caficultores que lo solicitan o de acuerdo con el volumen de café entregado. “Ahí la
broza la llevan, ahí la chanean, la arreglan para abono orgánico. El que quiera le pide [a Coopetarrazú]; ahí nada
más se lo dan, todo eso lo encalan, le echan cal… Si uno les dice “ocupo una vagonetaza”, ellos se lo llevan, o
también la gente va y carga carros pick-up… lo que usted entregue de café por fanega, ellos le dan no sé cuantos
sacos por fanega, como un saco o algo así” (Araya 2008).

Prácticas antierosivas
Actualmente, existen programas que buscan proteger los suelos de la erosión y evitar el desperdicio del abono
químico. La Cooperativa ha promovido la siembra de árboles generadores de abono natural mientras que Icafé
recomienda preservar en el suelo este abono natural con el fin de crear una barrera que evite el lavado y la pérdi-
da del abono químico. El Icafé ha implementado un conjunto de recomendaciones agrícolas con el objetivo de
promover una agricultura más productiva y de mejor calidad. Muchas de estas prácticas estuvieron destinadas a
proteger los suelos, lograr una fertilización eficiente y mejorar la manera de preservar los sistemas de cultivo. La
oficina regional creada en enero del año 2000 se ha encargado de hacer tales recomendaciones, por medio de
asambleas destinadas a capacitar a los caficultores en materia de prácticas agrícolas, surgidas de investigaciones
realizadas por la misma institución. Esta oficina regional tiene varios programas: “programas de almácigos, eva-
luaciones, asistencia técnica, charlas, guías de campo, seminarios, análisis de suelos. Básicamente es soporte
técnico para los productores” (Naranjo 2008).
La topografía predominante en la zona de Los Santos está caracterizada por las fuertes pendientes, situación
que posibilita un mayor desgaste del suelo con las lluvias, lo que no solo arrastra nutrientes esenciales para la
fertilidad natural del terreno sino que, también, acarrea los agroquímicos que finalmente son depositados en los
desagües de la plantación. Icafé recomendó utilizar el material orgánico que se desprende de los árboles de som-
bra para que se forme en el suelo una barrera que sirva como cobertura para disminuir la erosión y no desperdi-
ciar el abono químico. “Las ramas y la hojarasca que caen de los árboles naturalmente, o por efecto del arreglo de

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sombra, pasan a formar una cubierta natural que evita la proliferación de malezas y evita la erosión excesiva del
suelo” (Icafé 2003: 4).
El caficultor Carlos Luis Valverde explicó el trato que antes se le daba al material orgánico y el uso actual:
“Todas estas ramitas de acá, esto era muy común limpiarlo y tenerlo todo bien limpiecito … Antes llegaba uno a
abonar, esto había que hacerlo así, bien así [limpiar el terreno de los desechos orgánicos que producen los árboles
de sombra], para echar el abono … según uno para que penetrara. Al contrario, usted echa el abono, ahí llueve,
jaló; y usted así echa el abono, ahí queda, ahí quedó el abono y el agua no puede llevárselo. Y antes viera usted el
montón de gastos de plata que se hacía limpiando, pero bien limpio … Antes todo esto se sacaba a los callejones,
hasta se le metía fuego, vea usted qué pecado, esto es un abono y se le metía fuego en los callejones” (Valverde
2008). Icafé además recomendó a los caficultores que los árboles que se siembren para este fin deben de tener un
rápido crecimiento, un buen follaje que no atraiga plagas y enfermedades y que, de ser posible, también puedan
ser utilizados como recurso maderable. Las especies más aptas son el plátano, el guineo, el banano, la higuerilla,
el gandul, la cuernavaca y la guaba (Icafé 2003: 4).
Las técnicas antierosivas se complementan con otras prácticas surgidas durante las décadas de los cincuenta y
sesenta, tales como la siembra en contorno y las terrazas. Respecto de la primera, la lógica de sembrar los cultivos
de café de esta forma estriba en que cada hilera de plantas constituye un obstáculo que se opone al paso del agua
disminuyendo su velocidad y su capacidad de arrastre. Por su parte, las terrazas se utilizan desde el mismo mo-
mento en que se inicia la plantación. Existen las terrazas de base ancha, para las zonas donde la topografía es
uniforme; las terrazas de banco para terrenos con diferentes grados de pendientes, y las terrazas de bancos alter-
nos, que consisten en bancales de forma circular u ovalada con espacios irregulares en los que se deja el terreno
natural sin movimiento de tierra.
Los productores de café han tenido que acoplar sus cafetales a muchas de estas prácticas, debido a que la zona
presenta pendientes muy marcadas que promueven la erosión. Dentro de los cafetales de Tarrazú, la terraza no es
una técnica nueva, ha estado presente durante varias generaciones de cafetaleros y su uso se expandió conforme
el área de cultivo aumentó. En la actualidad, al igual que en el pasado, la terraza cumple con la función de ser el
mecanismo que facilita el tránsito dentro de los cafetales y detiene la erosión. “La terraza es para uno abonar,
coger café; si no hay terraza uno tiene que andar ahí matándose, ¿me entiende?, se cae a cada rato. En cambio,
usted en una terraza coge aquí, abonando, o fumigando, usted va tranquilo por la callecita, y usted echa abono y,
como la tierra está suelta, se sumerge; en cambio, si no hay terraza se lava más...” (Araya 2008).
Se puede observar que las prácticas agrícolas recomendadas por ambas instituciones fueron complementarías
entre sí. Como se planteó en párrafos anteriores, el uso de agroquímicos disminuyó, pero no ha sido desplazado
del todo. A pesar de que las prácticas agrícolas menos nocivas para el ambiente han promovido el uso del abono
orgánico, el caficultor, al igual que la institución que lo asesora, son concientes de que el agroquímico es necesa-
rio para seguir produciendo dentro del lugar.

Conclusiones
La tecnificación de la caficultura en Tarrazú, surgida con la Revolución Verde, se fue dando de manera paula-
tina a partir de los sesenta del siglo XX y cobró mayor auge en los setenta y ochenta. Dicha tecnificación se ca-
racterizó, en un primer momento, por el aumento del uso de agroquímicos destinados a abonar la tierra. Poste-
riormente, se fue incorporando otros como los fungicidas y los insecticidas, que en el largo plazo cambiaron la
lógica de producción. En este cambio tecnológico se debe incluir la transformación casi total que enfrentaron los
cafetales del lugar cuando se comenzó a incorporar la variedad caturra, que hizo la siembra más intensiva y faci-
litó una mayor productividad por área cultivada. Con el aumento de la productividad aumentó la actividad de-
ntro del beneficiado. Y por ser éste de carácter húmedo, y ante la necesidad de procesar más fanegas de café reco-
lectadas, aumentaron las cantidades de desechos que se desprendieron de ese proceso, siendo vertidas en el río
Pirrís provocando su contaminación y molestias en la comunidad por los malos olores.
A partir de los años noventa se implementó prácticas agrícolas destinadas a preservar la productividad de las
plantaciones, la cual se vio afectada por la tecnificación conllevada por la Revolución Verde. Tales prácticas res-
ponden a una problemática ambiental que afecta directamente la dinámica del sistema de producción. La Coope-
rativa e Icafe incentivaron la utilización de los desechos orgánicos como un medio para abonar naturalmente la
tierra y detener la erosión, y ejecutaron planes de rescate destinados a utilizar los desechos del beneficiado para
producir abono orgánico.
No podemos afirmar que la tecnificación en la caficultura de Tarrazú es un proceso concluido, dado que mu-
chas de las técnicas que se analizó en este trabajo se nutrieron de prácticas surgidas de la Revolución Verde. Co-
mo prueba de esto está el continuo uso de agroquímicos bajo la justificación de que son necesarios para preservar
la productividad de los cafetales. Queda por analizar a profundidad la manera en qué los caficultores han adop-
tado tales prácticas y el papel de los beneficios de café privados dentro de la promoción y ejecución de aquéllas.

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Café Gregory Basco

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Inicio – Siguiente

Inundaciones en el río Tempisque: historia


y percepciones sociales (1900-2007)

por YANINA PIZARRO y JORGE MARCHENA

RESUMEN

Se aborda la problemática de las inundaciones del río Tempisque desde la perspectiva de la historia ambiental, enfa-
tizando en el desarrollo de ella a lo largo del siglo XX y concentrando la atención en los poblados de Filadelfia, La
Guinea, Ortega y Bolsón, localizados todos en las márgenes del Tempisque. Se pretende demostrar que las inunda-
ciones no son eventos nuevos ni provocados únicamente por la naturaleza, sino que están íntimamente relacionados
con actividades humanas y procesos extractivos de muy antigua data. Asimismo, se toma en cuenta las diversas per-
cepciones sociales como una herramienta útil para entender las inundaciones desde la perspectiva particular de los
pobladores.

The present article is about the subject of the floods from the perspective of the environment history, making emphasis on the devel-
opment of this problem in the course of the twentieth century and concentrated in the populations of Filadelfia, La Guinea, Ortega
and Bolsón, all settled in the margins of the Tempisque river. The objective of this work is to demonstrate that floods aren’t new or
trigger only by nature, but are also linked to human activities that for decades has used the natural resources of the basin. Like-
wise, social perceptions are considered like a tool to understand the floods from the position of his inhabitants.

E
n los últimos años, las noticias acerca de la ciudad de Filadelfia -en Guanacaste-, asolada por grandes
inundaciones, han sido frecuentes, lo mismo que el temor a que el dique local ceda, provocando una ma-
yor tragedia. La situación de Filadelfia no es excepcional, ya que también otros poblados del cantón de
Carrillo, como La Guinea, ubicado en la margen derecha del río Tempisque, y las localidades santacruceñas de
Ortega y Bolsón, ubicadas en las inmediaciones de algunos afluentes del mismo río, se encuentran afectadas.
Ante esta situación, resulta indispensable un análisis en perspectiva histórica, como una vía efectiva para conocer
los cambios y permanencias del entorno y el papel que en éstos ha jugado la acción humana.

Historia de las inundaciones del Tempisque


No son pocas las personas que afirman que cada inundación del Tempisque “había sido la peor de todas”, que
“ahora son más peligrosas que las de antes”, o bien que en el impreciso pasado “jamás” se habían inundado. Tras
llevarse algunas casas o bienes materiales y obligar incluso a la evacuación de varios pueblos, las aguas general-
mente arrastran hasta el olvido la memoria histórica de otras inundaciones. A tal extremo que hasta las “llenas”
del mes anterior rápidamente se pierden en el olvido. Los actores sociales en zonas aledañas al río Tempisque
suelen no recordar que, mucho antes de que ellos colonizaran esta cuenca, ya era normal que el río ocasional-
mente se desbordara.
Recordar y entender las inundaciones conduce a reconstruir el paisaje que rodeaba al Tempisque. La belleza
natural de Guanacaste es evidente, pero lamentablemente es solo un vestigio de la original. Siglos atrás, durante
la época precolombina, en la cuenca del Tempisque imperaban los densos bosques y la abundante fauna. Esto
cambió un poco durante la Colonia, pero sobrevivieron sin mayor alteración vastos bosques hasta el siglo XIX,
como lo demuestran diversas crónicas de viajeros europeos en las que, hacia mediados del siglo XIX, se hace
referencia a “las márgenes del Tempisque, uno de los ríos más hermosos del mundo” (Meléndez 1974: 234).
De igual forma, a principios del siglo XX distintos viajeros describían Puerto Humo, en el Tempisque, como
un lugar ampliamente cubierto de bosques altos que fueron mermando con la tala, dando paso a un panorama

Los autores, especialistas en historia ambiental, son estudiantes de posgrado en la Universidad Nacional.

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repleto de maraña en la vegetación superficial y abundantes bancos de arena. Entre las especies de árboles esta-
ban el poró-poró, el guayabo, el guanacaste y el cedro amargo. Las aves eran garzas de tipo real, azul y gris, así
como gallinetas, algunos lagartos, monos congo, cariblancos y loros. El ancho del río, de acuerdo con este viaje-
ro, era de 400 o 450 metros (cerca del actual Bolsón). En estas primeras décadas del siglo XX ya existían extensos
potreros, pero coexistían con amplias selvas, aunque no es claro si eran bosques primarios o secundarios.
Desde la época colonial y hasta las primeras décadas del siglo XX, el paisaje del río se caracterizó por una
exuberante vegetación y por la diversidad de fauna. No obstante, los cambios en el uso del suelo, la intensifica-
ción de la actividad ganadera, la agricultura comercial (de granos básicos y de caña) y la sobreexplotación made-
rera (para la elaboración de muebles y exportación) condujeron a un paulatino deterioro de la cuenca, que se
agravó notablemente después de 1950.
Las inundaciones han sido un problema común desde la época colonial (Peraldo 2004: 7), debido a lo llano
del terreno y a que los ríos se llenan en el periodo lluvioso. No obstante, desde 1883 la ciudad de Filadelfia (por
entonces la más grande de la zona) había intensificado la explotación maderera para su exportación hacia Esta-
dos Unidos y Europa y, también, para el mercado interno. Por entonces, los vecinos solían vender derechos para
la corta de madera, y fue tal la cantidad de árboles talados que, según referencias debidamente constatadas, las
balsas se formaban con miles de “tucas” que luego arribaban a Puerto Ballena para su posterior exportación. Es
claro que los bosques fueron masivamente talados.
Paralelamente a la tala, y desde antes de 1910, las márgenes del Tempisque estaban degradándose rápidamen-
te. La zona se tornó “arenosa … de exigua vegetación, en lugar de arcilla y aderezo de árboles” (Meléndez 1974:
375). Estas carencias de árboles y demás pronto degenerarían en mayor aridez de la tierra, por el rápido creci-
miento de los potreros, entre otros cambios, que globalmente influyeron en la conformación de espacios más
expuestos y frágiles a los estragos de las inundaciones. Inicialmente, en 1905, los primeros problemas provocados
por las inundaciones se relacionaron con la incomunicación y el aislamiento de Filadelfia, ya que en “la época
lluviosa queda incomunicada con el interior de Liberia pues solo un globo puede viajar en esa época…” (El Noti-
ciero 4-11-1905). Sin embargo, pronto el problema se agravó, dado que las inundaciones alcanzaron los cinco pies
de altura (153 cm.). En 1907, las poblaciones debieron desplazarse a otros sitios por la fuerte crecida del río que
traía consigo grandes árboles y arrastraba cultivos de arroz, frijoles y maíz; asimismo se perdió gran cantidad de
ganado.
Al tiempo que el problema se agudizaba, en la fase anterior a 1940, con ayuda del Servicio Técnico Interame-
ricano (Stica) las grandes haciendas construyeron profundos pozos y algunos canales para regar cultivos, lo cual
demuestra que muchas de estas modificaciones giraban en torno a los beneficios generados por el río, ya fuera
por acceso al agua o mejoras en las rutas comerciales, por lo que el ambiente se estaba alterando sensiblemente,
sin que se tomara en cuenta los potenciales riesgos que se originaban a mediano y corto plazo. Ya para 1939 la
Municipalidad de Filadelfia se había sumado a los intentos por controlar el río, construyendo un borde o cortina
de cemento en el cauce; sin embargo, el problema persistía y, por ello, poco tiempo después el Ministerio de Fo-
mento destinó 25 mil colones para construir dichas defensas (La Gaceta 18-5-1939).
Las inundaciones del Tempisque no son aisladas, generalmente las acompañan desbordes en los ríos Cañas,
Las Palmas, Enmedio, Diría, Charco y Bolsón, que perjudican en un efecto dominó (cuando se inunda uno, su-
cede lo mismo con los otros) a los poblados más cercanos, como Paso Tempisque, Río Cañas, Barrio Limón y
Santa Bárbara. Así, por ejemplo, el río Cañas se desbordó en 1954 arrastrando casas, cultivos y puentes, en tanto
se registraba inundaciones en todo el resto de la región estudiada (Pampa 10-1954). Nuevamente, en 1955 y 1959,
el Tempisque asoló la región y comunidades como Filadelfia, Bolsón, Ortega y La Guinea enfrentaron inunda-
ciones entre septiembre y octubre, que se extendieron por más de tres días, alcanzando alturas mayores a un me-
tro. Éstas se consideraron más hostiles que las de años anteriores, ya que, adicional a la llena, se dio la carestía de
víveres y medicamentos, fuertes corrientes, incomunicación (perjudicó la carretera interamericana) y todas las
regiones agrícolas de Carrillo resultaron anegadas, con las consecuentes pérdidas totales en cultivos.
En estos años se advierten diferencias en el discurso en torno a las inundaciones. Por una parte, la “causa”
principal se relacionaba con una fuerza descontrolada de la naturaleza (huracanes) y cada vez el río era más po-
deroso y perjudicial, es decir, ya no se trataba solo del río, sino que se daba la concurrencia de una fuerza mayor.
No obstante, no solo las inundaciones se habían modificado sino también el entorno humano, pues ahora las
nuevas carreteras de asfalto impedían la permeabilidad del suelo o se convertían en literales diques, mientras que
otras calles funcionaban como cauces anexos de los ríos (como sucedía en el centro de Filadelfia). Por otra parte,
otro aspecto novedoso fue la mayor importancia concedida a la protección de la agricultura de granos básicos,
que a partir de 1950 cobró mayor fuerza y reclamó grandes extensiones de tierras antes cubiertas por bosques.
Las medidas básicas -como el dragado de ríos-, que en estos primeros años demandaban la remoción de árbo-
les caídos en los cauces, resultaban insuficientes. Estas prácticas se convirtieron, en 1955, en un reclamo común
de los vecinos al Gobierno, el cual procuró satisfacerlo por medio de Defensa Civil (germen de la futura Comi-

20
sión Nacional de Emergencias). Aunque los más perjudicados no fueron los pobladores, sino la Cámara de Ga-
naderos, que en esos años reportó pérdidas superiores a los cinco millones de colones en todo el sector del Pacífi-
co. En la década de 1960, alternaron las inundaciones y la sequía, pero las primeras fueron de una intensidad
notable. De acuerdo con Álvaro Cascante, vecino de Ortega, la inundación de 1960 “fue la más grande que he
visto” (Cascante 2008); la altura fue tal que ninguna, ni siquiera las posteriores, se le aproximó. Este pequeño
temporal, como la prensa lo calificó, obligó a una masiva evacuación que se prolongó por tres días y desplazó a
más de 200 familias. En estas inundaciones, principalmente las de 1960 y 1969, los daños materiales y humanos
fueron considerables. A diferencia de la creencia popular imperante, en la región afectada sí hubo muertos en dos
ocasiones, pero este hecho fue totalmente olvidado y solo en la prensa o en otros documentos se menciona, pero
con un incierto número de víctimas.
En la década de 1960, las inundaciones se describen como más extensas, de más o menos una semana de du-
ración, con nuevos ríos desbordándose y con múltiples evacuados, como en Bolsón con 387, en Corralillo con
112, en Ortega con 498 y en La Guinea, donde toda su población fue evacuada. Cabe recordar que, antes de
1950, estas localidades estaban escasamente pobladas, por lo que la llena no es que fuera más fuerte sino que
afectó a una mayor población.
Es a partir de este periodo que se puede construir un patrón generalizado de las inundaciones, que se mantiene
con pocas variaciones hasta el presente. Por lo general, la zona donde se concentra la atención mediática es Fila-
delfia, aunque esto no implica que sea la más perjudicada; La Guinea debe ser evacuada casi totalmente cada vez
que se da una inundación severa, y Ortega-Bolsón permanecen incomunicados.
En la década de 1970, las mismas poblaciones se inundaron encarando los mismos trastornos y efectos. Esta
vez los habitantes presentaron fuertes críticas y reclamos, con el fin de que se construyera un dique o muro de
contención, resguardando específicamente la zona de Filadelfia. Tal obra fue construida hacia 1974 y para su
levantamiento se requirió de la colaboración de los vecinos del centro de Filadelfia, quienes tuvieron que donar o
entregar parte de sus solares o terrenos para la efectiva construcción del dique. A la postre, el muro protector tuvo
una longitud superior a los tres kilómetros y una altura promedio de seis metros, extendiéndose desde el actual
barrio Los Jocotes, en el norte de la ciudad, hasta el barrio Los Bambúes, en el sur.
El tipo de dique hecho en Filadelfia es de los más baratos y rápidos de construir, lo cual explica que desde su
levantamiento ha presentado diversas deficiencias: se encuentra desprotegido respecto del margen del río (por
una escasa vegetación), está expuesto a la erosión y las filtraciones de agua y es propenso a fracturas. Estas defi-
ciencias no tardaron en hacerse manifiestas, ya que en el mismo año -1974- nuevas inundaciones asolaron la zo-
na, aunque no el centro de Filadelfia. La situación del principal poblado estuvo lejos de ser afortunada pues,
aunque no hubo inundación, las calles ubicadas a los extremos del dique, se convirtieron en cauces temporales y
la ciudad, en esta y las siguientes inundaciones, quedó convertida en una isla, totalmente rodeada de agua e in-
comunicada por vía terrestre.
La inundación de 1974 afectó a las comunidades de la zona de manera severa y, aun así, las personas de la
comunidad no lo recuerdan. Contrariamente, la prensa y los sectores productivos sí lo tuvieron presente: el 19 de
septiembre La Nación anunciaba: “Temporal interrumpe vías y causa inundaciones en Guanacaste”; dos días
después remarcaba que había “Millones de colones de pérdidas por inundaciones en Guanacaste” (La Nación 19-
9-1974 y 21-9-1974). En estos artículos se describía la zona de inundación, pero los montos de las pérdidas
económicas eran imprecisos, como se denota en la siguiente cita: “Las inundaciones en la provincia de Guana-
caste, causadas por el desbordamiento del río Tempisque, en todo el valle del mismo nombre, han dejado pérdi-
das que se calculan en varios millones de colones … Grandes extensiones de terreno, cultivadas en su mayoría
con arroz, y fincas ganaderas, situadas a ambas márgenes del río, están totalmente cubiertas de agua y en algunos
lugares tienen hasta tres metros de alto en extensiones de cinco kilómetros a cada lado.” (La Nación 21-9-1974).
Resulta más que evidente que en esta información el poblador estuvo ausente de las afectaciones del río y que la
verdadera emergencia estuvo representada por los daños en infraestructura y, más aun, por las pérdidas en culti-
vos de arroz y en las haciendas ganaderas, situadas en las márgenes del Tempisque.
Las inundaciones reaparecieron en 1979, afectando esta vez las zonas desprovistas de dique, es decir, La Gui-
nea, Corralillos y las incomunicadas comunidades de Ortega-Bolsón. Por supuesto, se dieron masivas evacuacio-
nes y el río se desbordó al norte de Filadelfia en Paso Tempisque y en Catsa (Central Azucarera del Tempisque S.
A.). Tras los funestos procesos de cambio y las alteraciones provocadas por las obras de infraestructura, es claro
que tanto la dinámica del río, como el mismo paisaje se habían modificado sustancialmente y, con esto, subse-
cuentemente, el grado de impacto de las inundaciones. La cuenca del Tempisque actualmente no ofrece gran
variedad de vida, para muchos pobladores más bien ha comenzado a lucir como un área agonizante.
Además de la gran tala ya antes referida, en la segunda mitad del siglo XX se extrajo gran cantidad de árboles
con el propósito de extender las zonas agrícolas. En el paisaje de la década de los setenta quedaban residuos de
vegetación en los potreros que servían como sombra para el ganado. En las zonas aledañas al río se podía encon-

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trar los llamados playones, propicios para las actividades recreativas de la comunidad. Con posterioridad a la
construcción del dique, el río se encontraba a unos 200 metros de ése, por lo que aún eran abundantes la vegeta-
ción y la tierra firme. Este espacio fue reducido considerablemente en las últimas décadas por la continua tala de
árboles y la falta de reforestación, lo que, sumado a las inundaciones y a la erosión, alteró el cauce, y algunos
consideran que ahora es más estrecho (Canales 2008).

Costa Rica Comisión Nacional de Emergencias

Otro factor que ha cambiado el cauce ha sido los nuevos asentamientos humanos. En Filadelfia, antiguas zo-
nas agrícolas cercanas al río, como los Jocotes, La Guinea y Corralillo, paulatinamente han sido ocupadas por la
creciente población y han sido más afectadas por inundaciones. En ello ha tenido que ver la sobreexplotación del
suelo para cultivos y pastos, además de la predisposición a desbordes en estos terrenos y la carencia de un muro
de contención. A la anterior situación habría que agregar que, años después de la construcción del muro, durante
la década de los ochenta, se formaron los dos barrios denominados Los Bambúes, el primero como un proyecto
de vivienda de interés social y el segundo como un precario de inmigrantes extranjeros. Este último se ubicó fuera
del área protegida por el dique, contiguo al río, en una zona que, como más adelante veremos, se ha tornado más
inestable y propensa no solo a inundaciones sino también a deslizamientos. En resumen, la situación es de clara y
lamentable degradación e, incluso, en diversas fotografías aéreas se advierte la disminución de la cobertura bos-
cosa en el río, y en muchas zonas como las urbanizaciones ya citadas casi no existe, y, en otras, son solo delgadas
franjas. Algunos manglares desaparecieron, no hay pesca a causa de la contaminación y las aguas lucen inútiles y
casi sin vida, en gran medida por la contaminación de las agroindustrias, los residuos de agroquímicos y también
por la basura vertida junto con otro tipo de desechos humanos.
El problema de la contaminación no es reciente. Desde 1981 se menciona masivas muertes de peces y aves en
el Tempisque, ocasionadas por el lavado irresponsable de contenedores de pesticidas. Ante denuncias, el Ministe-
rio de Agricultura hizo investigaciones, pero era iluso esperar una recuperación del lugar. Además de la contami-
nación, en los ochenta irrumpió la sequía, causada no simplemente por el “cambiante” clima del trópico seco,

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sino por la acumulación de daños humanos: deforestación masiva, erosión aparejada, sobreexplotación, activida-
des productivas excesivas y abuso de las reservas de agua por parte de los asentamientos humanos.
Paralelamente a la sequía, en esos años se estableció el Proyecto de Riego Arenal-Tempisque con el propósito
de aliviar la escasez de agua y reactivar la producción de la región. No obstante, las grandes empresas y hacien-
das optaron por aplicar la tecnificación construyendo múltiples canales, diques y pozos e instalando bombas de
extracción de agua (aun más grandes que las de los años cuarentas), que con facilidad se observan a ambos lados
de las márgenes del Tempisque. Además de estas obras, el Proyecto de Riego Arenal-Tempisque, a través del
trabajo conjunto del Servicio Nacional de Riego y Avenamiento y la Comisión Nacional de Emergencias en 1982
(La Gaceta 24-3-1999), “corrigió” el cauce del Tempisque, arguyendo que así se ayudaba al buen desplazamiento
de las aguas, pero pareciera que, más bien, se agregó nuevos problemas, como el continuo daño/alteración de
cauces o canalizaciones sin planificación. Todo esto ha conllevado una sobreexplotación del agua que podría
constituir un potencial problema o desastre para los sectores productivos y para el conjunto de la población de
buena parte de la península de Nicoya.
Este paisaje alterado con canales y demás ha implicado un fuerte cambio en los cauces de los ríos; el agua se
ha contenido pero no siempre se ha desaguado, y si las inundaciones no afectan directamente a Filadelfia sí per-
judican a otras zonas, debido a que el Tempisque, con su caudal excesivo, no se desagua y, con la fuerte marea
en la desembocadura (en el golfo de Nicoya), el agua puja por otra salida, que termina siendo los mismos cauces
de los ríos tributarios, como el río Las Palmas, que corre paralelo al Tempisque y, junto con éste, rodea a Filadel-
fia, o el río Cañas, que corre hasta Santa Cruz perjudicando diversos poblados, como barrio Limón y Río Cañas.
Lo anterior implica que las inundaciones han sido forzosamente desplazadas a otras zonas, perviviendo también
algunas de las tradicionales. Regularmente, en los meses de octubre del periodo 1980-1985, la región nuevamente
se inundó, dándose como explicación que se trataba únicamente de un “sistema de baja presión” que afectaba
especialmente a La Guinea, zona indefensa ante inundaciones.
En la década de los noventa se repitieron afirmaciones en el sentido de que la inundación de 1995 fue la “más
grande de todas”, afirmándose lo mismo de la de 1998, de la de 1999 y de otras posteriores al año 2000. Estas
inundaciones se consideraron provocadas por huracanes, pero pocas fueron las veces en que se mencionó la tala,
la influencia de otras actividades productivas o la creciente extracción arenera, consolidada a finales de los no-
venta. Esta inculpación a los huracanes se puede deber a la tendencia de los medios de comunicación a tipificar el
desastre como un evento exclusivamente natural o del todo ajeno a la influencia humana. Tales inundaciones
fueron severas en lo económico, con varios miles de millones de colones en pérdidas, y obligaron a la reubicación
parcial de poblados en riesgo (principalmente de Los Bambúes y de poblaciones de Paso Tempisque). Por ello no
sorprende que cada año se prometa, se espere, se proteste y se incumpla el traslado o ayuda a estas comunidades.
De igual forma, se exige constantemente la reparación y extensión del dique de Filadelfia, el cual se repara ca-
si todos los años para, poco después, quedar en igual o peor estado. Quizás a raíz de esto las comunidades expre-
san (por la prensa escrita y otros medios) que las inundaciones han empeorado, que zonas que antes no se inun-
daban ahora se ven afectadas, que las llenas tienen mayor duración y que “hay más agua”. Esto, como ya se ha
dicho, es solo parcialmente cierto, pues en realidad lo que sucede es que los nuevos ríos que tienden a inundarse
son los tributarios del Tempisque, muchos pequeños y con bajo caudal, que a causa de los bloqueos existentes en
el núcleo de la cuenca ahora se sobrecargan y, por ende, tardan más tiempo en desaguar, inundando incluso du-
rante semanas.
En los últimos años, la continua tragedia de las personas luce como un simple añadido o apostilla del proble-
ma y, entonces, de una forma muy materialista, el sector más afectado resulta ser el económico y no se sopesa
suficientemente las necesidades de la población local. De este modo se remarca que las actividades productivas
más afectadas han sido la caña de azúcar y, más recientemente, el melón, ya que ambos sustituyeron a los granos
básicos. Llamativamente, si bien el arroz ha manifestado sus reclamos por las inundaciones, los expertos afirman
que, al contrario, éste se beneficia mucho de las inundaciones (Retana y Solórzano sin fecha: 8). Este bienestar
quizás se pueda extender a otras actividades, dado que las inundaciones pueden arrastrar sedimentos que nutren
los suelos y que, a largo plazo, mejoran la productividad general de la zona. Prescindiendo de lo anterior, estos
terrenos han mostrado una alta fertilidad, pero en el discurso de las grandes empresas lo importante de subrayar
es las pérdidas económicas a corto plazo para solicitar reajustes crediticios, subsidios y otras facilidades que les
beneficien (La República 20-10-1995).
Dentro de este marco de desequilibrio progresivo, las inundaciones se han hecho más frecuentes a partir del
año 2000, y en algunas zonas su impacto es muy severo. Lo anterior, como ya se expuso, fue causado por la alte-
ración de los cauces y por los distintos efectos derivados de la ocupación de terrenos por diversas poblaciones con
limitaciones socioeconómicas, pues antes de 1990 prácticamente no existían precarios tan grandes en la zona
estudiada, y ya en 1995 se reportó daños serios en casas que estaban virtualmente en el lecho del río o en terrenos
planos que en época de inundaciones se convierten en salidas de él.

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Los efectos son más patentes en la periferia de Filadelfia: en Los Jocotes, que logra sobrevivir sin mayores
problemas, y en Los Bambúes, donde continuamente las aguas han arrasado las precarias casas del lugar (hasta
unos tres ranchos desde 1998), mientras el centro de la ciudad teme las fisuras del dique o que las aguas rebasen
la altura de éste. La Guinea y Corralillo deben encontrar un pronto refugio y ser evacuadas por pangas o por vía
aérea; como albergue suelen encontrar alguna escuela, iglesia o salón comunal de Filadelfia o de las incomunica-
das poblaciones de Ortega y Bolsón. Llegada la época seca, se clama por reparar o extender el dique y crear una
solución mágica que impida las inundaciones, aunque las acciones se quedan en promesas, que en todo caso la
próxima inundación haría desaparecer. La anterior es la descripción de una inundación cualquiera entre 2000 y
2007, aunque fácilmente se confunde con muchas de las anteriores. Por eso llama la atención que, por muchos
años, se ha conocido y atestiguado el problema pero, de la misma forma, se suele olvidar o ignorar y todo se limi-
ta a leer y lamentar cínicamente las tragedias propias y ajenas, sin la concreción de medidas que definitivamente
favorezcan el control de la problemática (aunque ha habido propuestas interesantes pero inexplicablemente des-
echadas).
A modo de síntesis, se puede recordar una vieja anotación acerca del Tempisque: “A pesar de su hermosura,
que en partes tiene hasta 100 metros de ancho; a pesar de lo apacible de su corriente, que en algunos parajes hay
que observar y pensar hacia qué lado corren sus aguas; a pesar de que por su cauce pasan muchos miles de litros
de agua por segundo, agua y energía que día a día estamos lastimosamente perdiendo; a pesar de todo eso, día a
día, año tras año, con toda tranquilidad y hermosura, está amenazando de ruina y miseria y muerte a los caseríos
y pueblos que en sus márgenes hay, desde el Salto de Ruiz a Bolsón” (Edelman 1998: 271). Aunque tienen más
de cincuenta años, estas palabras atribuidas a Daniel Clachar, dueño de la Hacienda El Tempisque, parecieran
dichas el día de hoy. Sin duda, en el Tempisque se mezclan y conviven la tragedia y la prosperidad, aunque más
la primera, ya que hoy imperan hasta más allá del horizonte los campos cultivados de caña y de melón, lo que
implica que toda otra forma de vida tiene que ser eliminada para salvaguardar el éxito de la producción. Solo
unos pocos árboles (receptores de basura) adornan las asoleadas y polvorientas calles de la región, así como unos
pocos manchones verdes que se observan junto a los ríos, mientras muchos pobladores, por miedo a las futuras
inundaciones (debido a los derrumbes o a que los árboles destruyan sus casas), prefieren verlos desaparecer (Cen-
teno 2007).
Atrás quedaron los gritos de los monos congos y las sombras del insigne siete cueros, del guanacaste y los
tempisques: ahora son solo recuerdos. Lo que impera es el ruido de las bombas de agua, las secas y arenosas ori-
llas de los ríos… donde aún quedan orillas. Tal vez esta misma carencia y repudio a los árboles es la que nos ha
dejado tan expuestos al calor, sin una confortable sombra y sin un ciclo natural de crecimiento de las plantas y los
árboles. Tal vez la próxima inundación sea de arena, por la proliferación de desiertos. Se ha olvidado que el río es
muy antiguo y ha contemplado a múltiples generaciones y sociedades de seres humanos, algunas desaparecidas y
otras perdurando. La naturaleza estuvo mucho antes que nosotros, pero ahora queremos estar solos. En nuestro
humano egoísmo hemos olvidado quién llegó primero.

Percepción social de las inundaciones


En el análisis de las inundaciones ocupa un lugar destacado la percepción de la sociedad, que ha sido la ver-
dadera afectada, y que es el objeto de estudio de las ciencias sociales. La percepción es una representación y/o
explicación que las personas generan en torno a un determinado evento -en el caso nuestro, las inundaciones-. La
percepción incorpora todo el aparato cultural e ideológico de una persona y se conforma de opiniones, visiones,
estereotipos, etcétera. Cabe aclarar que no existe una percepción absoluta; lo que se busca es destacar patrones
generales en toda la zona estudiada y, en otros casos, advertir particularidades.
Los habitantes consultados en la zona de Filadelfia, La Guinea, Ortega y Bolsón, consideran que una inunda-
ción es causada por diferentes factores, tales como el deterioro ambiental, los daños infligidos por el ser humano
al medio, el fuerte invierno, la carencia o debilidades de un muro de contención y, en general, la sobreexplota-
ción económica de la cuenca del Tempisque, representada por las actividades de los ingenios y la extracción de
arena. Al respecto, la mayor parte de los entrevistados hizo referencia a uno o más de los diferentes factores re-
cién citados, pero no priorizaron ni dieron mayor importancia a ninguno. De este modo, las personas identifica-
ron diversas causas del evento. La inundación, como tal, no fue recordada con mucha precisión, pues raramente
se detallaron lugares o fechas. Se le caracteriza como una crecida del río y el desborde del agua, mientras las per-
sonas vigilan día y noche el estado del cauce esperando el momento del desborde. Por eso, uno de los afectados
en Los Jocotes afirmó que “en la noche uno no duerme, que ya viene el río para arriba, cada hora hay que irlo a
ver” (Pizarro 2008).
Rápidamente, la descripción de la inundación se torna en una mirada emocional del problema. Cuando una
persona es presa de la inundación sus emociones son principalmente el miedo, la angustia y la desesperación.
Sobre el particular algunos entrevistados expresaron: “ahora en la inundación yo tenía miedo, entonces yo bus-

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qué una casa en Belén y llevamos colchones y comida para cocinar, pero, gracias a Dios, no salimos, pero ya
estábamos preocupados” (Canales 2008). Las inundaciones, a diferencia de otros eventos como erupciones o
sismos, no siempre son repentinas, en muchos casos son paulatinas y las personas pueden monitorearlas, prepa-
rarse para evacuar o tomar otras medidas de emergencia. Asimismo, los desbordes son progresivos; el río se “lle-
na” por varias horas o días, por lo que el desborde en muchos casos no es tan violento, exceptuando, entre otros,
los casos de las llamadas cabezas de agua. Por ende, esas emociones se asocian a la incertidumbre, ya que la
persona teme verse afectada, a pesar de que en muchos casos no es seguro que ocurra la inundación, e incluso
existe la posibilidad de que el río disminuya su caudal antes de impactar a la comunidad.
Tras expresar sus emociones ante una inundación, que son vagas y se reducen en esencia a lo ya mencionado,
el damnificado detalla ampliamente las curiosidades del evento y los daños materiales. Las personas generalmen-
te olvidan en qué año exactamente fue la inundación o qué lugares afectó, pero sí precisan muchos detalles pinto-
rescos, por eso no es extraño escuchar anécdotas acerca de “cerdos nadadores”, “chanchas en pangas y recién
paridas”, “lagartos que pasan por la calle”, “bares acuáticos” y “gallinas mojadas”; incluso, muchos manifiestan
una paradójica alegría ante las inundaciones. No es para menos: ante una vida cotidiana rutinaria, un evento
extraordinario excita la imaginación y las emociones, y éstas se expresan eventualmente con humor. La inunda-
ción, irónicamente, permite que la persona se sienta escuchada, que la sociedad sin nombres se detenga por un
instante y escuche la voz de personas que, en general, son olvidadas y pasan desapercibidas.
De la exploración del imaginario y las actitudes ante la catástrofe resulta llamativo el que la prioridad para los
afectados no siempre fue salvaguardar sus vidas, sino asegurar sus bienes materiales, evitando los daños directos
por el contacto con el agua, la cual en muchos casos estaba contaminada: “hay mal olor, todas las cosas se las
lleva, el arroz, la comida, los trastes, la ropa…” (Bonilla 2008). Asimismo, muchos permanecieron en las vivien-
das para evitar convertirse en víctimas del vandalismo, que, de acuerdo con varios entrevistados, es muy común
durante las inundaciones, por lo que la verdadera amenaza que perciben muchos afectados por la inundación no
es por parte de ésta sino del crimen, ante lo cual el abandono de sus casas se vuelve imposible, teniendo muchas
veces las autoridades que obligar al desalojo.
Otra visión reiterada que se manifestó en las personas consultadas se refirió a la estadía en albergues. Habi-
tualmente, los refugios son considerados sitios incómodos, con deficiente alimentación y donde el damnificado
debe competir por un lugar para dormir, proteger a su familia y, en algunos casos, confrontar violentamente con
otros afectados, así como lidiar con robos y otros actos delictivos. Por eso, “la vida en un albergue es muy dura,
es triste, hay que compartir los baños, la comida, a veces hasta el mismo plato donde se está comiendo” (Cascan-
te 2008). Las enfermedades también son un asunto común en los albergues -y en general en época de inundacio-
nes-, sobresaliendo la gripe, la depresión, los problemas gastrointestinales y el dengue (pululan los zancudos de-
ntro de los albergues). Entre los niños las enfermedades son similares, pero para ellos uno de los principales pro-
blemas es emocional, por el alejamiento del hogar, e incluso de sus familias, durante la evacuación.
Interesantemente, las inundaciones son enfrentadas distintamente según género. Desde la visión patriarcal, en
la que el hombre es el principal proveedor del hogar y la mujer se limita a las funciones domésticas y el cuidado
de los infantes, las funciones de los varones en la inundación son salvaguardar la integridad física de la vivienda,
proteger del crimen los bienes, conducir a sus familias a los albergues y, después de la inundación, mantener el
aprovisionamiento básico de la familia. También desde esa visión se afirma que el hombre posee la capacidad
física para enfrentar al agua y las fuertes corrientes, mientras que la mujer es más frágil, invisibilizando así, o
reduciendo, el papel de ésta. Pero algunas anécdotas de los entrevistados connotan que el papel de la mujer es
igual o aun más trascendente que el de los varones.
Por la edad, las percepciones tienden a ser distintas. Las personas en edades medias tienden solo a recordar
inundaciones recientes, mencionando rara vez las acaecidas antes de 1995. Mientras, los ancianos recuerdan
algunas más específicas, debido a que dejaron huella en sus vidas. Esas percepciones más que contradictorias son
complementarias, pues, conforme crece, la persona toma más conciencia del problema, acrecentándose su capa-
cidad de colaboración ante esos eventos.
En cuanto a la percepción local de las inundaciones, varios vecinos en Filadelfia aseguran que son algo muy
reciente debido a tres grandes razones ya explicitadas: la carencia de un dique en ciertos sectores, la extracción de
arena y la excesiva altura de la carretera interamericana, que impide el rápido desagüe. Por eso comentan que
“los areneros se benefician con las inundaciones… sube la arena, un metro vale cinco mil … los asociados todos
ganan bien ... hay muchas argollas” (Obando 2008). En esta comunidad, los pobladores también comentaron que
las autoridades, principalmente la Municipalidad, les prometieron que el dique se extendería hasta cubrir Catsa
en Liberia y con un presupuesto que alcanzaría los mil millones de colones (La Nación 17-1-2008), pero la prome-
sa aun permanece incumplida.
Los vecinos del centro de Filadelfia aseguran que esta región no se inunda desde la construcción del muro en
1974, pero que los medios de comunicación y el resto del país desconocen o malinterpretan la situación, pues tal

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localidad solo permanece incomunicada durante los desbordes del río. Asimismo, el centro de Filadelfia aglutina
los principales comercios, instituciones y autoridades del cantón, por lo que goza de una ventajosa situación so-
cioeconómica, de una mayor disposición de recursos y de mejores vías de comunicación, como carreteras y pistas
de aterrizaje para atender las emergencias. Al sur de la ciudad de Filadelfia se encuentran los ya mencionados
barrios marginales de Los Bambúes, ampliamente expuestos a inundaciones. Si bien las promesas de ayuda y
bonos de vivienda han sido abundantes, la realidad es la pobreza y, como los vecinos afirman, simplemente se
resignan a vivir en tales condiciones.
Por otra parte, las comunidades de Corralillo y La Guinea constituyen la región que, de acuerdo con la mayor
parte de los entrevistados, es la más perjudicada, después de Los Bambúes. Estas comunidades presentan varios
problemas: Permanecen aisladas e incomunicadas en tiempo de inundaciones, por lo que la evacuación debe ser
rápida y afrontando diversos obstáculos. Además, La Guinea se encuentra junto al Tempisque, en un meandro
de éste, totalmente expuesta a las inundaciones -ambas localidades se encuentran muy asociadas al Ingenio El
Viejo, que en muchos casos ha facilitado su maquinaria para el desplazamiento y rescate de los afectados-. Y,
finalmente, Ortega y Bolsón son afectados por inundaciones originadas en ríos menores o quebradas de la cuen-
ca, que se desbordan cuando el Tempisque presenta un excesivo caudal; ambos pueblos permanecen incomuni-
cados y los barrios periféricos en algunas ocasiones son perjudicados con las llenas, pero, generalmente, el salón
comunal de Ortega es el receptor de los damnificados de la zona, especialmente de los provenientes de Corralillo
y otros barrios.
Un punto en común de muchas de estas percepciones es, a la vez, un encuentro para la discordia: el dique, a
partir del que se tejen superficialmente las diferencias inter-locales, ya que para los poblados más afectados el
problema se reduce a la carencia de tal muro, en tanto que las percepciones de los pobladores del centro de Fila-
delfia, resguardados por el dique, son de dos tipos: por un lado, de plena tranquilidad, y, por el otro lado, de te-
mor a que el dique colapse y arrase la comunidad: “el dique es un falso sentimiento de seguridad, ya que, antes
de éste, Filadelfia siempre se inundaba… el río puede tener más fuerza si se revienta” (Chanto 2008). Si unimos
las percepciones de toda la zona, el deseo compartido por la población es que se construya un superdique que pro-
teja a todos los poblados de la cuenca baja del Tempisque. En este caso, simplemente se cree que el dique es la
solución definitiva, ya que es fácil de construir (pero carece de calidad y resistencia) y por casi treinta años solo
ha protegido hasta cierto punto a Filadelfia.
Todo esto concuerda con las políticas públicas desarrolladas, ya que las inundaciones son visualizadas como
una emergencia. Por lo tanto, la atención ha recaído en la Defensa Civil, en la década de los sesenta, en la Comi-
sión Nacional de Emergencias a partir de 1969 y en la Cruz Roja. Han existido tres leyes de emergencia relacio-
nadas con las inundaciones, centradas en la recolección de donativos voluntarios y la utilización de su porción
del presupuesto nacional. Por otra parte, dentro de las leyes se estipula las fases de atención de una emergencia,
supervisar presupuestos, nombrar personal, coordinar con otras instituciones (públicas y privadas) y elaborar el
Plan Nacional de Emergencias con la finalidad de enfrentar estas situaciones o prevenirlas -no necesariamente
ambas-. En la última legislación, se creó los comités locales, que son actualmente los encargados de atender ese tipo
de emergencia o desastre.
Por otra parte, han existido algunas propuestas para contener las inundaciones, aunque ninguna se ha concre-
tado. Una de las más destacadas fue presentada durante el mandato de Miguel Ángel Rodríguez y consistía en un
proyecto para contener el agua del río Tempisque. En 1999, los ministerios de Obras Públicas y Transportes y de
Agricultura impulsaron dos proyectos de ese tipo. El primero consistía en la limpieza y ampliación -sobre la mar-
gen izquierda- del cauce del Tempisque, lo cual permitiría que el agua drenara rápidamente. La segunda obra que
se planeaba era la construcción de tres embalses para contener el agua que inunda diferentes poblados en Filadel-
fia y Santa Cruz, proyecto éste que sería financiado por la Agencia Internacional de Cooperación de Japón (La
Nación 4-10-1999) y que no solo tendría la ventaja de proteger la región, sino también la de que las aguas fueran
aprovechadas para la irrigación de aproximadamente 130.000 hectáreas de la zona.
La propuesta de los embalses no prosperó, alegándose diversos inconvenientes como, por ejemplo, la dificul-
tad para la adquisición de los recursos monetarios, los escasos estudios sobre el manejo de cuencas y la posible
degradación ambiental. Según los vecinos, las razones del rechazo son inciertas y hasta ilógicas. El proyecto fue
olvidado y, en su lugar, las únicas alternativas que las autoridades han ofrecido son la expansión del dique de
Filadelfia y el dragado irregular de los ríos cercanos al Tempisque, acciones que demandarían millones de colo-
nes y generarían pocos cambios importantes. Ante esto, es claro que las limitaciones en las ayudas no son pocas,
además de las limitaciones burocráticas, lo que se relaciona con las políticas estatales y con las propias de cada
entidad.

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Conclusiones
El problema de las inundaciones no se reduce a la carencia de un dique o a la fuerza de un río, sino que tiene
que ver estrechamente con la delicada relación entre el ser humano y la naturaleza. Gran parte de la población de
la cuenca está dedicada a actividades socioeconómicas vinculadas con el río o con los recursos naturales de la
cuenca. Cada sector, en diferente medida, ha modificado a través del tiempo la cuenca, sea por la deforestación
en el pasado, por la construcción de muros de contención, por la extracción de arena, por los cultivos de caña,
melón y arroz, por el transporte acuático o por otras vías. El Tempisque convierte a Filadelfia en una zona muy
próspera, a pesar de todos los daños de las inundaciones, y las personas en su totalidad se muestran felices con el
lugar que habitan. Por supuesto, desearían que el río no causase daños, pero ése es precisamente el núcleo de la
relación.
El Tempisque brinda una seguridad económica plena a la región, pero la percepción -inconsciente- de la so-
ciedad es que el río es un sirviente de ella. La relación entre la cuenca y el ser humano se basa en la explotación,
en utilizar todos los recursos posibles, sin percibir que éstos pueden agotarse y que, eventualmente y a largo pla-
zo, la influencia humana podría destruir no solo la cuenca sino todo el ambiente. Hace más de cien años la vida
rebosaba en la cuenca, hoy luce bastante degradada y las inundaciones son parte del desastre resultante.
El problema no se reduce a falta de conciencia ambiental. En nuestra sociedad, la prioridad es conseguir una
vida digna, traducida, la mayoría de veces, en un trabajo que brinde un ingreso para satisfacer las necesidades
básicas y otras más asociadas al consumismo moderno. En términos generales, las personas no destruyen el am-
biente por irresponsabilidad o malevolencia, sino para satisfacer tales necesidades.
Numerosas personas se asientan al lado de un río no por negligencia ni ignorancia, sino por su precaria situa-
ción económica, que las obliga a colonizar zonas de alto riesgo. También -es cierto- muchos habitan tales lugares
menospreciando el nivel de riesgo que existe. Y, asimismo, abundan los que están asentados allí por la identidad
con el lugar, dado que sus familias o ancestros habitaron el sitio desde muchas décadas atrás, lo que es frecuente
en Filadelfia y Ortega-Bolsón, donde los primeros pobladores llegaron en el siglo XIX. En Guanacaste, donde el
acceso al agua es difícil, el Tempisque la proveyó siempre.
Muchos pobladores conocen el problema de las inundaciones pero lo perciben como un mal temporal, que
pronto se disipa y regresa la calma habitual del lugar. Además, muchos afirman que siempre han vivido ahí y no
tienen suficientes motivos para marcharse, e incluso dentro del folclor se asegura “que los que se bañan en las
aguas del Tempisque se quedan a vivir en el lugar” (Canales 2008). El río es el pilar de estas regiones, por lo que
el riesgo es concebido como aceptable, y el objetivo principal es lograr la adaptación a las inclemencias tempora-
les del río. Al final, colectiva o individualmente, la mayor parte de las personas concluyen que: “yo vivo feliz de
la vida aquí, el problema es el Tempisque, yo he vivido toda una vida aquí”.

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Pizarro. 2008.

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Inicio – Siguiente

Colonización agrícola e impacto ambiental


en la cuenca del río General (1914-2004)

por CARLOS HERNÁNDEZ

Yo supe lo que fue cruzar ese río cuando no había puente. Había que pasarlo por dentro a caballo, y montado le llegaba a uno el agua para arriba de la rodilla... Tenía
muchos árboles en las orillas y era más profundo y caudaloso. Ahora hasta en invierno lo pasa cualquiera sin saber nadar... Es una lástima, porque era un gusto verlo
cuando estaba muy sombreado, pero se fue descomponiendo y, después del huracán César, fue que ya al final quedó así todo pelado y hecho un pedregal.
Salomón Montero –vecino de General Viejo- (2007)

RESUMEN

Este artículo reconstruye los procesos fundamentales de antropización del territorio en una región caracterizada por
desarrollos conspicuos que resumen las ilusiones y desencantos desarrollistas del segundo tercio del siglo XX. Con
base en información extraída de fuentes orales, censales, fotografía aérea, documentos de archivo e impresos, se es-
tablecen las coyunturas de crecimiento económico y, en asocio con ello, los ritmos y fases de detrimentación en una
zona de creciente incidencia de eventos como deslizamientos, pérdida de suelos e inundaciones sumamente destruc-
tivas.

This paper studies the impact of human activities, in a region characterized by important development that reflex the dreams and
deceptions related to progress during the second third of the Twentieth Century. The study is based on testimonial sources, census,
air ealphotographs, archive documents, and newspaper articles, and it identifies the economic progress periods its growing rhythm
and phases in a region where landslide, erosion and floods are very destructive.

E
l estudio del medio natural y, más específicamente, el de su relación (in)sostenible con procesos sociales y
actividades económicas especialmente impactantes, es una orientación de trabajo que ha ganado bastante
terreno en distintas comunidades científicas y socio-profesionales latinoamericanas en las últimas décadas.
Dentro de esta tendencia analítica y este repertorio de opciones interpretativas, y de cara a los enormes desafíos
del tiempo presente, los estudios históricos parecieran pertinentes y sumamente oportunos para rastrear en el
pasado los orígenes y evoluciones de ciertas lógicas predatorias que hoy amenazan con severas alteraciones -e
incluso con la destrucción- del paisaje y ponen en serio riesgo tanto la disponibilidad de ciertos recursos vitales
como la continuidad de la vida misma.
A diferencia del panorama construido por otras disciplinas, el paisaje de la historia -más allá de los datos fijos
del medio físico, las vías de comunicación y los asentamientos humanos en un momento o coyuntura determina-
da- se concibe como un auténtico observatorio del cambio social, de reestructuraciones económicas, de articula-
ción o encadenamiento de actividades extractivas, de difusión de innovaciones y de disputas o alianzas entre
actores sociales diversos (Pérez y Lemeunier 1990, García y González 1999).
A continuación se procura precisamente eso: reconstruir y explicar la dinámica del cambio y los procesos de
estructuración económica desde el ángulo particular de las incidencias ambientales, en una escala de análisis
reducida que justamente permite el análisis a profundidad y el reconocimiento de lógicas sociales y culturas ínti-
mamente vinculadas a los usos y percepciones de la naturaleza.

Contextualización
La historia del poblamiento y despegue de las actividades productivas en el valle de El General, por efecto de
la emigración de colonos desde la parte central del país y de zonas montañosas colindantes con él, fue en realidad
El autor, especialista en historia ambiental, es profesor e investigador en la Universidad Nacional.

28
un proceso más o menos tardío. Hacia 1892, según referencias bastante creíbles de autoridades gubernativas,
clérigos y viajeros, la zona de General Viejo, el núcleo fundacional y zona de mayor concentración de población,
contaba con apenas unas pocas decenas de ranchos pajizos, que a lo sumo albergaban a 284 colonos, una modes-
ta población que creció a duras penas alcanzando, con el cambio de siglo, la irrisoria cifra de 315 almas (Chinchi-
lla 1978: 93).
El valle de El General dio generoso asiento en sus fértiles planicies y playones a una población perseverante
que desde el principio supo sacar ventaja de sus buenas condiciones climáticas, edafológicas y de relieve (Zúñiga
2000). Lo que vino inmediatamente después es materia de fácil recuento: intensos crecimientos económicos, in-
centivos ideológicos y materiales para la migración y establecimiento y, como producto de todo ello, expansión
prodigiosa y posterior diseminación de la población (Sfez 1995). Más tarde, como consecuencia de los sustancio-
sos réditos políticos de la segunda república, y tras la apertura de un largo tramo de la llamada “carretera militar”,
que en 1946 habilitó la comunicación y el transporte automotor desde la ciudad capital, se revolucionó el desarro-
llo social y se reforzó el intenso y rápido proceso de crecimiento económico y de expansión demográfica.
La zona de interés, por tanto, es la parte en la que el proceso de poblamiento, denuncios y roturación de terre-
nos tuvo su origen, lo cual no es en modo alguno gratuito, pues esta zona de frontera abierta, aparte de compren-
der las mejores tierras de vocación agrícola, recibía el favor de un privilegiado posicionamiento dentro de la ele-
mental red de trochas y caminos (de las crónicas de viajeros se colige que en el establecimiento de El General
como frente de frontera agrícola tuvieron importancia estratégica las picadas que, al descender al valle, recorrían
los terrenos menos abruptos, junto al cauce de los afluentes más importantes de la zona). Existiendo condiciones
naturales por efecto de la acumulación de materiales y fertilidad de la tierra, particularidades climáticas y una gran
ventaja productiva derivada de la considerable renta forestal, es entendible que, desde las fases iniciales, los primeros
colonos decidieran ubicarse en estas atractivas partes del valle y que procuraran a toda costa obtener prontamente los
cuantiosos beneficios de tal establecimiento. Sobre el particular pueden verse detalles en crónicas de viajeros y anota-
ciones de viaje (Conejo 1975: 77, Leiva 1908: 2999).
Aunque es claro que los colonos partieron de ciertas formas rudimentarias y prácticas productivas heredadas,
rápidamente el horizonte agrícola varió y se empezó a introducir una serie de cambios que rompieron con los
patrones de la elemental agricultura preexistente. En poco tiempo, la posesión y la explotación colectivas de la tierra
fueron reemplazadas por la propiedad individual, y la dependencia relativa de los productos del bosque cedió terreno
a la ampliación de las tierras cultivadas y la producción excedentaria (Sandner 1961: 8).
Buena parte de las tierras, al poseer una vegetación más o menos ligera, tenían la ventaja de requerir poco trabajo
en actividades como el desmonte y la preparación del suelo. Aquí los productores echaron a andar un elemental
sistema de roza y quema, muy propio de los agricultores del subcontinente (Cardoso y Pérez 1981), a partir del cual,
empleando herramientas simples como el machete y el espeque, pudieron desarrollar plantíos diversos. En este
contexto, entonces, los primeros sistemas agrícolas que surgieron fueron de naturaleza agroforestal, desarrollándose
en ellos una incipiente agricultura a la par del alivianado proceso de tumba de bosque, breñones y “montañuela”.
Dentro de estos sistemas, dada la disponibilidad de espacios, se acudió sobre todo a la rotación de la tierra antes
que a cultivos permanentes, siendo una práctica frecuente para aumentar los rendimientos la de establecer las
plantaciones en el rastrojo habilitado, una vez que se limpiaba el terreno o se talaba la montaña.
Ya bien avanzado el siglo, en dichas explotaciones también resultó vital la extracción de los recursos del
bosque, de donde los productores obtuvieron los materiales para la construcción de sus viviendas, la energía para
la calefacción y la preparación de sus comestibles, junto a una amplia gama de alimentos y materiales para una
vida menos penosa (ceras, carne, iluminación, jabones, etcétera).

Grandes fases y evoluciones regionales


El efecto de los procesos de poblamiento de fines del siglo XIX, una tendencia que se extendería en el siglo
XX hasta el periodo de entreguerras, provocaría alteraciones importantes, con un saldo significativo de
devastación y sacrificio forestal y un leve deterioro del entorno natural más inmediato, luego de lo cual, con el
desarrollo de una red de caminos y los incentivos representados por la apertura de una más expedita
comunicación aérea y terrestre, se abriría una nueva fase de colonización agrícola y desarrollo monocultivista,
con sus evidentes secuelas de pérdida de suelos y zonas boscosas, dilapidación de recursos hídricos, de lenta
degradación por la persistencia del sistema de roza y quema y, a más largo plazo, pérdida relativa de
biodiversidad.
Este panorama variaría -aunque no precisamente por atenuantes- con el impulso de un nuevo estilo de
desarrollo en la segunda mitad del siglo XX (Bandy, Sánchez y Garrity 1994), fase en la que los repuntes
demográficos, el crecimiento de las prácticas monocultivistas y agroindustriales, la expansión productiva y la
intensificación de la explotación de la tierra, relacionadas todas con la implementación de políticas públicas, la
modernización económica y el desarrollo de nuevas líneas y criterios de empresa, impactaron de forma onerosa

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el paisaje geográfico y el ambiente (tierra, agua y bosques), antes todavía recuperables y en buena cantidad de
casos solamente resentidos.
La última fase iniciada hacia la década de los ochenta, la liberalización económica con sus severos impactos
en el sector agrícola tradicional, la modernización de la red de comunicaciones y servicios, la expansión urbana,
el despegue de una actividad turística relativamente descontrolada y el repunte de patrones de consumo
intensivos en insumos energéticos y materias primas, llevaron a una situación sin precedentes de degradación y
sacrificio ambiental en las partes aledañas e incluso distantes de las zonas más pobladas.
Con prescindencia de las anotaciones anteriores cabría recalcar que, desde los primeros tiempos, los retos de
transformación prosperaron desacatando una débil legislación conservacionista (Fournier 1991), originalmente
dictada para limitar la destrucción de nacientes y espacios de recarga acuífera y, por aparte, prever la destrucción
y pérdida cuantiosa de suelos. (Después de la independencia, alumbró un tímido esfuerzo de protección de los
recursos más elementales y, especialmente, se puso atención a la conservación de bosques y nacientes; y a princi-
pios del siglo XX surgió la preocupación por controlar y moderar la práctica ancestral de dar fuego a los terrenos,
lo cual llevó a que en 1909 se dictara una ley -nº 121- contra la quema de rastrojos [ver Colección de leyes y decretos
de la República de Costa Rica 1973]).
Lo anterior, que ya sería suficiente para explicar el débil respaldo y la inconsecuencia para una eventual e in-
cipiente política ambiental, resulta poca cosa si se repara en la posterior orientación estratégica del nuevo estilo
de desarrollo y, más precisamente, en la expansión de actividades productivas orientadas al mercado externo,
como la caña y el ganado de engorde, que desatendieron y relegaron a un tercer plano las insuficientes reglamen-
taciones y partes sustantivas de la legislación conservacionista en la fase de oro del desarrollismo que comprende
el tercer cuarto del siglo XX. (Esa situación se recalcó en 1959 al constatarse la falta de conciencia conservacio-
nista y voluntad política estatal para aprobar, en un contexto desarrollista y de reformismo agrario, el primer
código forestal y otras iniciativas posteriores que no prosperaron. Este panorama no cambiaría significativamente
hasta bien entrada la década de los setenta, luego de la Ley forestal de 1969 y la aparición de diversas entidades,
entre ellas la Dirección General Forestal, centros universitarios especializados, la Sección de Pesca y Vida Silves-
tre del Ministerio de Agricultura y el Departamento de Parques Nacionales.)
Esta tensión entre la incipiente y no muy arraigada conciencia conservacionista y las tentativas de relanza-
miento de la economía se vio afectada no solo por la fuerte presión de los grupos de interés sino, además, por las
implicaciones de la modernización económica y el nuevo papel del crédito estatal, que vinieron a dinamizar el
mundo rural (Jiménez 2001). Luego de un largo periodo de moderado reformismo agrario, a partir de la particu-
lar coyuntura del New Deal y por muy largo tiempo, Costa Rica avanzó hacia esquemas asistencialistas y de pro-
moción productiva y, con la creación del Banco Nacional de Costa Rica, surgieron las juntas de crédito rural que
se multiplicaron rápidamente para atender las solicitudes de préstamos de los agricultores.
En ese contexto de insuficiencias institucionales y normativas, expansión agropecuaria y crecimiento del mer-
cado de bienes primarios es que se entiende la recalcada preocupación y acciones iniciales en lo referente a la
conservación de suelos. Desde sus mismos orígenes, que se remontan a 1949, el Servicio de Extensión Agrícola
se preocupó por esta materia. Evidentemente, sus resultados estuvieron lejos de ser inmediatos y, en lo que se
refiere a la Costa Rica profunda, aún debieron pasar décadas antes de que la acción preventiva y las prácticas de
conservación de suelos tuvieran un grado importante de incidencia. (Desde la década de los cuarenta, entre los
programas del Servicio Técnico Interamericano de Cooperación Agrícola existían programas de promoción de
prácticas de conservación de suelos, y la ley nº 1.540, de 1953, estableció la necesidad de prácticas conservacio-
nistas bajo la supervisión del Ministerio de Agricultura.) Así, entonces, esas primeras fases del siglo XX, en re-
giones como las del valle de El General, fueron de intensa tala, pérdida de suelos, sacrificio de nacientes, quemas
desproporcionadas y destrucción masiva de vida silvestre y bosque.
En fases posteriores, en un nuevo contexto de oportunidades de inversión y expansión de la agricultura co-
mercial y la actividad pecuaria, un efecto perverso no contabilizado de las políticas públicas, el financiamiento
externo y la acción interventora estatal, lo constituyó el papel desequilibrante jugado por el hambre de crédito, la
obsesión por títulos y la expectativa de propiedad formal de la tierra como incentivo dirigido a los campesinos
para que incursionaran en la producción comercial de la caña, en la caficultura, en la ganadería extensiva y en
otros usos del suelo ambientalmente más onerosos (Hedstrom 1989: 164).

Otras facetas del crecimiento empobrecedor


Las consecuencias directas de la demanda generada por la nueva cuota azucarera que sobrevino tras la revo-
lución cubana, ciertas secuelas de la cooperativización del sector cafetalero, el despunte urbano y, muy particu-
larmente, las implicaciones de la llamada hamburguer connection -que dispararon el mercado internacional de la
carne de res estimulando la producción y las exportaciones desde países centroamericanos-, llegaron a alterar

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severamente, en cuestión de años, el paisaje geográfico en importantes zonas del valle Central, como Puriscal y
Turrialba, y en vastas extensiones del Pacifico seco, las llanuras del norte y la Zona Sur.
La situación llega a tal extremo que podría decirse que la deforestación que acompañó el auge maderero en
Guanacaste y la actividad monocultivista de ciertas empresas transnacionales en las llanuras del Caribe, entre
1880 y 1930, resulta bastante modesta si se compara con la experimentada en el periodo posterior a 1950, a causa
de la expansión de los repastos (ver Edelman 1998), la acrecentada demanda interna de alimentos y la emersión
de un modelo económico -orientado en lo esencial a la sustitución de importaciones- más intensivo en recursos
energéticos y forestales (por eso, en la literatura histórica se alude a otro tipo de crecimiento empobrecedor, que
es el que, aparte de pauperizar al campesinado, sacrifica los recursos naturales [ver Cardoso y Pérez 1981]).
Junto al crecimiento de la infraestructura institucional y la implosión urbanística (así como el hambre de ma-
dera que aparejaron), el crecimiento de nuevas zonas bananeras, cacaoteras y cafetaleras, y la expansión de la
producción azucarera, hubo una fuerte demanda externa de carne vacuna que fue atendida, no solo porque se vio
como un buen negocio, sino además porque la exportación a gran escala de bienes primarios y la diversificación
productiva coincidían justamente con la visión transformista prevaleciente en el tercer cuarto del siglo XX, cuan-
do con toda celeridad y decisión se promovió la expansión productiva y la modernización económica con recur-
sos propios y externos.
Es dentro de este marco que se entiende que las instituciones financieras internacionales dieran sustento e im-
pulsaran tan decididamente el auge ganadero centroamericano mediante la financiación de la construcción de
vías y otras obras de infraestructura, mediante el otorgamiento de fondos para programas de mejoramiento del
ganado y crédito de producción y también ejerciendo presiones diversas para que los gobiernos nacionales y los
sistemas bancarios reorganizaran sus operaciones en pro de la expansión ganadera. En ciertas regiones, como
Guanacaste, el crecimiento de las haciendas, con su correlato de descampesinización y de saldos migratorios
negativos, parecía inspirar la parodia de una vieja y doliente sentencia inglesa sobre las ovejas y el campesinado:
en el caso de Costa Rica, la avidez de los ganaderos y los irresistibles estímulos del mercado externo provocaban
una situación en que las reses parecían estar devorando a los hombres.

Impactos del cambio de uso del suelo y la intensificación productiva


Ésas que parecen ser las coordenadas fundamentales del desarrollo social costarricense constituyen piezas cla-
ves para la comprensión de la problemática contemporánea de la sustentabilidad económica, la equidad y la rela-
ción amigable con el entorno. Y esto se demuestra en el caso de la zona de interés, pues las distintas fuentes con-
sultadas dan prueba contundente del efecto pernicioso de las malas prácticas agropecuarias, de los desequilibrios
y colapsos provocados por el sacrificio del bosque y de las consecuencias de la alteración -o abandono- de siste-
mas agroecológicos de mayor complejidad sobre ciertas formas de vida, sobre microclimas y sobre el balance
hídrico.
Además, las fuentes son sugerentes en cuanto a que, tanto por el tipo de estructuración de la propiedad como
por el cambio en las dinámicas y las lógicas productivas, hubo un progresivo efecto de alteración del medio natu-
ral con crecientes sacrificios y afecciones del agua, los suelos y las zonas boscosas. A mediados del siglo XX, en
los primeros momentos de la transición hacia un nuevo estilo de desarrollo que acentuó las opciones representa-
das por la agricultura comercial y la economía de exportación, las unidades productivas -indistintamente de su
tamaño- tendieron a cifrar sus posibilidades de éxito y distanciamiento de los umbrales económicos mínimos en
la ampliación del área de producción, con lo cual -bajo las nuevas condiciones mercantiles e infraestructurales de
la segunda mitad de siglo- la orientación hacia la explotación extensiva de cultivos permanentes, complementada
con actividades pecuarias, requirió de un nuevo y mas fuerte avance sobre la montaña y la tumba de áreas de
reserva en las fincas.
A partir de construcciones tipológicas sobre propietarios, algunos autores han planteado incluso que en me-
dianas y grandes fincas locales, dadas las características y potencialidades de las unidades, se desarrolló una mo-
dalidad económica donde la baja capacidad de inversión de capital fue hasta cierto punto subsanada mediante la
paulatina ampliación del área productiva, lo cual implicó fuertes desequilibrios agroecológicos, un incremento
adicional del ritmo de explotación de los bosques y menores áreas de reserva (Durán 2006: 156).
En el caso de los pequeños propietarios, la referencia de un informante resume tal lógica extractiva de forma
contundente al indicar -en sus propias palabras- que en sus tiempos mozos, allá por la década de los cuarenta,
sobraba la comida pero nadie tenía plata, al punto que las más de las veces el licor consumido solo podía ser de
contrabando, y claro que bajo esas condiciones, aunque fuera matando a palos los bueyes y haciendo el mayor de
los esfuerzos a lo largo de caminos polvorientos o enfangados, se traía madera hasta los lejanos aserraderos de
San Isidro, pues con la venta se podía hacer, en tan solo uno o dos días, el jornal de casi dos semanas, y esa plata
no era nada fácil de conseguir. Ése, y no otro, fue, desde su punto de vista, “el tesoro del monte” (López 2008).

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Al margen de tal tipo de referencias, cabe decir que el proceso de desgaste o devastación de la zona tuvo rit-
mos variables, y los impactos en ese sentido, tanto por efecto de acumulación como por cambios violentos de
fuerte incidencia, fueron bastante diferenciados y discernibles en el tiempo. En más de treinta entrevistas y en
frecuentes conversaciones informales –como parte del trabajo de campo realizado con viejos residentes de la zo-
na- fue constante la referencia a la irrefrenable eliminación del “monte”, y, aun así, las informaciones sobre el
entorno y la existencia de “montaña” -ciñendo y casi presionando los linderos de los poblados-, y de animales
silvestres irrespetando las inciertas fronteras de ambos mundos -tan tarde como en los años sesenta-, resultan más
que reveladoras del grado de alteración -aún reversible entonces- del medio natural sobreviviente en la zona y sus
proximidades.
Indistintamente del momento e intensidad del proceso, las consecuencias de la deforestación fueron diversas.
Pese a la larga pervivencia de ciertos agroecosistemas, la eliminación de cobertura forestal y vegetación en los
tributarios del río General ocasionó a largo plazo desastres sociales impresionantes, mayor erosión de los suelos,
incremento de la sedimentación en redes fluviales, inundaciones proverbiales y la perturbación de ciclos de nu-
trientes –lo que contrajo la capacidad regenerativa de los bosques y los suelos agrícolas-, además de la extinción
de numerosas especies de flora y fauna y el empobrecimiento del banco genético (sobre factores de deforestación
en el trópico ver: Carr 2006).
Resulta evidente que la actividad productiva descontrolada y complicada por las lógicas de intensificación
asociadas al paquete tecnológico de la Revolución Verde provocaron importantes desgastes y desequilibrios, lo
cual fue desastrosamente complementado con el crecimiento del negocio y la explotación industrial de las made-
ras. En asocio con esta fiebre maderera, otras actividades, como la pecuaria, repercutieron en la subcuenca no
solo desgastando los suelos y propiciando deslizamientos sino también menoscabando la biodiversidad y alteran-
do los microclimas y el paisaje, lo cual supuso una afección profunda de los sistemas agroecológicos conforma-
dos a lo largo de décadas, al originar un uso extensivo -y hasta abandono- del suelo, poniendo así fin a la rotación
de cultivos, a áreas de reserva y a las dinámicas policultivistas de las viejas fincas.
A lo anterior se agrega el hecho de que, con todo y no ser una actividad tan lesiva como otras, el café provocó
en ciertas partes de la cuenca del río General un fuerte cambio en el paisaje, contaminación, erosión y deslaves,
por lo que -tal y como se advirtió en muchas de las entrevistas- su efecto –aunque menos pernicioso- también fue
relativamente descompensador. El círculo terminaría de cerrarse en décadas recientes cuando, por efecto del re-
punte de actividades como la porcicultura, la piscicultura, el cultivo de caña y la extracción a gran escala de ma-
teriales del río, la cuenca experimentaría otro tipo de impactos sumamente negativos.

Conclusión
El repaso realizado lleva de la fase fundacional, con procesos monumentales de voltea y práctica perenne de
roza y quema, pasando por fases intermedias de estabilización productiva, proclividad policultivista, lentos cre-
cimientos del área de cultivo, rotación de cultivos y moderada explotación de los recursos forestales, hasta llegar
a una última etapa de auge de la agricultura comercial, con cierta tendencia algo limitada a la mecanización y
explotación intensiva y/o avance sobre las partes boscosas.
A lo largo del periodo, la situación de la cuenca ha reflejado las grandes orientaciones e impactos del estilo de
desarrollo y la intensidad y naturaleza de la relación del ser humano con el medio. Un modelo explicativo más o
menos general llevaría a considerar el peso de ciertas variables esenciales para dar cuenta del cambio a largo pla-
zo en la cuenca: Un primer elemento a destacar sería la deforestación y, con ella, todo un conjunto de factores
condicionantes (políticas públicas, poblamiento, fragmentación de las propiedades, tipos de producción, dinámi-
ca de mercado, características y tamaño de las unidades productivas) y consecuencias de corto y largo plazo,
como alteración de microclimas, fuerte afectación de quebradas, nacientes y tributarios, deterioro o pérdida de
acuíferos, suelos y biodiversidad, contaminación por arrastre de materiales o vertido de sustancias y desechos
sólidos e interrupción de los ciclos de recarga como resultado de la destrucción del bosque.
La travesía a lo largo de casi un siglo de alteraciones ambientales permite advertir, asociado a una intensifica-
ción de la producción, un aceleramiento del desgaste ambiental. La imagen global es la de un proceso cada vez
más vertiginoso de deterioro de la cuenca -especialmente visible en las fotografías aéreas-. Y la situación ha llega-
do casi a la irreversibilidad en la época más reciente, cuando la extracción ininterrumpida de materiales y recur-
sos y el embate de fenómenos como huracanes e inundaciones parecieran abismar a la cuenca en la destrucción
total, haciendo desaparecer bosques de galería, patrimonios familiares, propiedades y sueños respecto del futuro.
En suma, el peso de las determinaciones internas, asociadas con el poblamiento y los patrones de tenencia y
división de la propiedad, tuvieron una apreciable incidencia sobre la intensificación de las explotaciones, la am-
pliación de las áreas productivas y la tecnificación no amigable con el medio. Y a ello va unido al influjo de pro-
cesos internacionales y extrarregionales que pusieron en correspondencia los estímulos y señales del mercado -
nacional y externo- con las políticas públicas tendientes a satisfacer los requerimientos de bienes primarios.

32
Referencias bibliográficas
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Zúñiga, Yolanda. “Desarrollo de sistemas de producción agrícola en un área de frontera durante la primera mitad del siglo XX. Pérez Zeledón:
1900-1955”, en Revista de Historia 42, julio-diciembre 2000. Costa Rica.
Entrevistas
López, Jerico. 2008. San Pedro de Pérez Zeledón.
Montero, Salomón. 2007. General Viejo, Pérez Zeledón.

Río General Carlos Hernández

33
Inicio – Siguiente

La palma perfecta y los productos del capital genético


(1920-2005)

por PATRICIA CLARE

RESUMEN

Se examina el proceso de desarrollo de las variedades mejoradas de palma aceitera por parte de la United Fruit
Company en el período 1900-2005 y se explora los encadenamientos que generó. La primera parte se enfoca en visi-
bilizar las redes de poder que apoyaron los desarrollos genéticos, especialmente los sistemas de jardines botánicos de
los imperios coloniales y del Departamento de Agricultura de Estados Unidos. Seguidamente, se examinan los cam-
biantes parámetros que se les iban planteando a los científicos sobre las características deseables en una fruta de
palma y en la arquitectura de la planta. Esto lleva a cuestionar quiénes deben de participar en los réditos del comer-
cio genético. Finalmente, se considera el complejo aceitero que se generó en torno a las palmas de alta productivi-
dad.

This paper examines the development of oil palm breeding by United Fruit Company during 1900-2005 and the power structures
that made this development feasible. Initially the company collected palms from Africa and Asia through a complex web of impe-
rial botanic gardens and through the assistance of the U.S. Department of Agriculture. During the second half of the century it also
collected American palmas (E. oleifera) from which it developed a compact palm program, an plants resistant to lethal spear rot.
This brings to bearing the possibility of the participation of the regional states in the profits of the genetic transactions. Finally, it
examines the industries that have appeared related to the palm oil business. It states that the organization of such ventures in a
cluster model could boost the economy of the costarican South Pacific.

I
rónicamente, casi todas las doctrinas sobre desarrollo hacen énfasis en la importancia del cambio tecnológico,
sin embargo rara vez indican cómo se produce. Dentro de los neoestructuralistas, José Antonio Ocampo
afirma que una dinámica estructural exitosa debe presentar tres procesos básicos: (1) el desarrollo de nuevas
actividades o innovaciones en el sentido más amplio de ese término, (2) las innovaciones deben poder tener la
capacidad de transformar la estructura económica, particularmente mediante su difusión, los procesos de apren-
dizaje y las externalidades que propicien el desarrollo de nuevos sectores y sus encadenamientos con el resto de la
economía, generando de esta manera tejidos productivos integrados, y (3) la reducción de la heterogeneidad es-
tructural (unos sectores muy productivos y otros no) que caracteriza a los países en desarrollo. Estas característi-
cas determinan la “eficiencia dinámica” de un sistema económico (Ocampo 2005). Aquí se analiza el desarrollo
de las variedades mejoradas de aceite de palma por la United Fruit Company, cambio de naturaleza esencialmen-
te tecnológica, bastante conocido en los círculos de agrónomos y biólogos pero rara vez estudiado por las ciencias
sociales, a pesar de comprender y afectar el 1 por ciento del territorio nacional.
El objetivo de la presente investigación es determinar la lógica que siguió el desarrollo de las variedades mejo-
radas y confrontar sus efectos en las condiciones locales. En la primera parte se trata de visibilizar las redes de
poder que apoyaron el cambio tecnológico. En este caso se requería de un gran patrimonio genético a partir del
cual desarrollar variedades de alta productividad. Se exponen las redes a través de las cuales la United Fruit
Company se apropió de ese capital genético resaltando la importancia de los jardines botánicos, señalando aparte
cómo las palmas locales de la especie E. oleifera sirvieron de medio de intercambio. En la segunda parte se abor-
da, específicamente, los procesos de desarrollo y los cambiantes parámetros que guiaban la selección de varieda-
des. Se analiza cómo se intentaba producir una planta que diera fruta con un alto contenido de aceite, tuviera una
arquitectura que hiciera la cosecha manejable, se adaptara a las condiciones ambientales y resistiera las enferme-
dades, satisfaciendo al mismo tiempo las exigencias de calidad y los distintos requerimientos de los consumido-
La autora, historiadora, es investigadora y profesora en la Universidad de Costa Rica.

34
res. En la tercera parte se cuestiona a quién pertenece la biodiversidad y se considera la posibilidad de participa-
ción estatal en los beneficios de los ingresos por el trasiego genético. En la cuarta parte se aborda los aspectos a
los que se refiere Ocampo, la capacidad potencial de un cambio tecnológico de influir en los cambios estructura-
les y, al respecto, se alude a las condiciones necesarias para desarrollar nuevos sectores y encadenamientos de-
mostrándose, a partir de ello, que el núcleo del desarrollo genético palmero ha potenciado esa dinámica pero que
se requiere de un proyecto coherente que permita el acceso a la tierra, el financiamiento y la educación para que
se materialice un verdadero cambio estructural. Se afirma, también, que el complejo aceitero, al propiciar otras
empresas, puede contribuir a reducir la presión sobre los parques nacionales del Pacífico sur de Costa Rica dentro
de un proyecto de ordenamiento territorial.
Se debe advertir al lector que la United Fruit Company cambió de nombre varias veces, pasando en 1970 a
llamarse United Brands, y en 1989 su sección dedicada a la palma se convirtió en Empresa Palma Tica y su De-
partamento de Investigación en Agricultural Services and Development (ASD).

Apropiación de recursos genéticos: colecciones de palmas


Primera etapa: Imperios coloniales y exploradores botánicos (1920-1960)
A lo largo del siglo XX, la United Fruit Company, impulsada por un amplio interés en diversificar sus pro-
ducciones, ensayó el cultivo de una gran cantidad de productos. Entre los experimentos más conocidos se en-
cuentran los de abacá y de piña; sin embargo, hubo otros intentos menos populares, como el de carambola, de
manga, de zapote blanco, de naranja y de mamón (Popenoe 1931, Viales 2003). En concordancia con esta políti-
ca, en los informes anuales de sus laboratorios, desde 1956, hubo siempre un capítulo dedicado a esos “otros
productos”, donde se comunicaba los avances de los respectivos estudios. Unido a este esfuerzo por expandir su
línea de negocios, la empresa buscaba desde inicios de siglo nuevas variedades de bananos que resistieran la en-
fermedad del mal de Panamá que estaba causando estragos en sus plantaciones. Esta necesidad de recursos gené-
ticos la satisfacía la Compañía por medio de tres estrategias: alianzas con las estructuras coloniales de los impe-
rios europeos, expediciones de exploración de sus propios botánicos y una colaboración estratégica con el Depar-
tamento de Agricultura de Estados Unidos.
Ya para inicios del siglo XIX, los imperios coloniales habían establecido una red de 1.600 jardines botánicos
por todo el planeta (Schiebinger 2004) que constituían estaciones experimentales de agricultura y sitios de aclima-
tación para plantas candidatas a ser cultivadas en las metrópolis y también reservorios de especies medicinales,
posibles sustitutos de productos de altos costos y potenciales artículos de comercio. La Compañía logró insertarse
en estas redes y acceder a sus colecciones, y justamente este trasiego de material genético palmero que se dio en
la década de 1920 ilustra la relevancia y el dinamismo de esos movimientos. Es por ello que, en esa década, la
multiplicidad de experimentos llevados a cabo por la empresa incluyó el inicio de la recolección de palmas. Las
primeras palmas las obtuvo por medio del secretario colonial de Sierra Leona a pedido del administrador de la
división bananera de Guatemala. Se utilizaron como ornato y, más adelante, pasaron a formar parte de las colec-
ciones. La estación experimental de Njala, en Sierra Leona, servía como almacenaje para las variedades africa-
nas. Ésta le proveyó a la Compañía accesiones nigerianas, angoleñas y sierraleonesas. De las colonias holandesas
obtuvo accesiones del Jardín Botánico de Serdang, en Malasia, y del Jardín Botánico Bogor, en Java, que fungía
como uno de los principales centros de acopio del Sudeste Asiático. Otro jardín que proveyó a la Compañía de
semillas fue el Eala, en Congo Belga. Producto de todos estos intercambios ya en 1930 había 35 variedades de
palma sembradas en la estación experimental de Lancetilla, Honduras (Richardson 1993). Queda con ello patente
la enorme relevancia del papel que jugaron los jardines botánicos en la formación de las primeras colecciones
palmeras. Esta dinámica se mantuvo a lo largo del siglo, pero otras instituciones privadas fueron aumentando su
relevancia.
Por su parte, los viajeros expedicionarios de la Compañía hacían excursiones de recolección a las zonas tropi-
cales en busca de variedades de bananos y de cultivos alternativos. Estos funcionarios visitaban jardines botáni-
cos, estaciones experimentales, colecciones privadas y todo sitio que coleccionara especies que pudieran resultar
de interés, incluyendo las áreas silvestres. Esos botánicos eran científicos de renombre que a lo largo de sus vidas
transitaban por diversas instituciones. A través de ellos fluían conocimientos y contactos. Era típico que pasaran
por la United Fruit Company, las compañías farmacéuticas, el Departamento de Agricultura norteamericano y
las universidades. En esta primera etapa se puede mencionar tres casos que ilustran con especial claridad esa
dinámica: Otto Reikin, Wilson Popenoe y David Fairchild. Popenoe laboró para el Ministerio de Agricultura
norteamericano, para la compañía farmacéutica Merck & Co. y para la United Fruit; durante 14 años fue el di-
rector de la Estación Experimental de Lancetilla, en Honduras, la cual más adelante sería la Escuela de Agricul-
tura el Zamorano; y también fue uno de los responsables de la recopilación del material genético para el proyecto
palmícola. Por su parte, Reiking, que fue uno de los principales expedicionarios de la Compañía, estudió en la
Universidad de Wisconsin, luego trabajó en Hawai, Filipinas y Alemania y también formó parte del equipo de
35
investigación de patología botánica de la Universidad Cornell, haciendo expediciones de recolección a China,
Oceanía, Sudeste Asiático y África (Cornell Alumni News 28-5-1936). De las accesiones de palma de la década de
1920, este botánico colectó el 20 por ciento. David Fairchild, por su parte, fue uno de los principales exploradores
del Departamento de Agricultura norteamericano, siempre dispuesto a colaborar con la Compañía en el trasiego
de plantas, lo que convenientemente permitió a ésta obtener las palmas de la gran colección del Jardín Botánico
de Florida, actualmente Fairchild Garden (Fairchild 1982).
La importancia del Departamento de Agricultura se refleja en las accesiones incorporadas en la muestra de la
década de 1920, ya que por su medio se obtuvo el 30 por ciento de ellas mismas, y esto tiene especial expresión
en el contexto de las guerras mundiales, cuando se estableció una alianza entre la Compañía y el Gobierno nor-
teamericano (Richardson 1993). El cultivo de abacá intentaba suplir la cordelería para la marina, anteriormente
proveniente de las islas de Filipinas, abastecimiento interrumpido por la invasión japonesa de éstas. En esa mis-
ma línea se veía el proyecto aceitero, como parte del esfuerzo de guerra, pues las invasiones alemanas en África,
las japonesas en el Pacífico y la interrupción de las rutas marinas obligaron a buscar el abastecimiento dentro del
ecúmene americano. Al tratarse, por lo tanto, de una empresa conjunta entre la United Fruit y el Departamento
de Agricultura de Estados Unidos, la Compañía disponía de toda la infraestructura de captación genética del
Estado norteamericano.
En menor medida, también se intercambiaban especímenes entre compañías. Un caso típico fue los intercam-
bios con la U. S. Rubber Co., la cual por su naturaleza también trabajaba en los trópicos y recopilaba diversos
materiales genéticos de posible utilidad. La finalidad de estas recolecciones no era solo la utilización por parte de
la misma compañía, sino que se trataba de la acumulación de un patrimonio genético que, casualmente, permitía
la entrada a las redes de intercambio en que participaban otros recolectores como United Brands y los jardines
botánicos. De ahí que en las expediciones de la U. S. Rubber Co. se recolectara palmas, bananos y toda una serie
de materiales que podían ser de utilidad.
En general, en esta primera etapa el material genético provenía de Asia, África y Oceanía, pasando por la in-
termediación de las instituciones europeas y norteamericanas, y no sería sino hasta la segunda etapa, que princi-
pia en 1960, que habría un interés recalcado por las palmas americanas, las Elaeis oleifera.

Segunda etapa: El mundo en una palma (1960-2000)


En esta segunda etapa, al incorporarse especímenes de palmas americanas a las colecciones de la United Fruit,
todas las regiones tropicales del planeta quedaron representadas. Fue durante este período que los proyectos de
germoplasma se profesionalizaron y consolidaron como una actividad económicamente rentable, al tiempo que
el programa de palmas compactas despegó.
A fines de la década de los cuarenta, se sembró las primeras plantaciones agroindustriales de palma en Hon-
duras y Costa Rica, y en 1960 había un marcado interés por parte de la Compañía de expandir la producción
aceitera. Al final de la guerra mundial, se restablecieron las comunicaciones con las contrapartes malayas y, co-
mo producto de esos frecuentes contactos, los científicos de las estaciones centroamericanas se percataron del
interés de los asiáticos por las variedades de palmas mesoamericanas, las Elaeis oleifera.
Costa Rica se encontraba precisamente en el centro originario de esta variedad y fue entonces que se organizó
expediciones de recolección de palmas en la región. En 1968 y 1969 se recogió en Costa Rica especímenes de
Palmar, Quepos, Limón y Golfito. En Panamá se hizo recorridos por los territorios de Armuelles y Chiriquí, así
como excursiones a Colombia, Surinam y Brasil. Esto fue un gran esfuerzo que involucró a una gran cantidad de
personas y, gracias a ello, en la década de los noventa la colección de oleiferas llegó a tener 365 accesiones que
cubrían 43 zonas de vida, lo que la hizo una de las colecciones de oleiferas más grandes del mundo. Las palmas
recolectadas se plantaron en Coto, pues allí no se habían dado casos de una enfermedad llamada pudrición letal
del cogollo, un mal que en Colombia, Panamá y Sarapiquí había destruido gran parte de las plantaciones experi-
mentales.
El personal del laboratorio empezó a promover intercambios de este material oleifera con los diversos jardines
botánicos. Se hicieron trueques con el jardín Banting en Malasia y Kew Gardens en Londres. Además de con
estas instituciones gubernamentales se intercambió con la poderosa transnacional Unilever, la empresa más im-
portante a nivel mundial en grasas y aceites. Ésta había recolectado una serie de especies silvestres en Camerún,
en las tierras altas de Bameda, las cuales estuvo dispuesta a compartir a cambio de algunas de las nuevas accesio-
nes americanas. Las colecciones oleifera de esta manera entraban a funcionar como capital en el comercio genéti-
co de palmas. Y conforme se fue comprobando que eran resistentes a la enfermedad de la pudrición letal del co-
gollo se hicieron más atractivas y el interés en ellas aumentó (Richardson 1993).
Entre 1969 y 1974 la dirección de la United Fruit clausuró el programa de fitomejoramiento, lo cual significó
la pérdida de gran parte de la información recopilada. En 1974, el Institut pour le Recherche de Huiles et Oléagi-
neux (Irho), que más adelante formaría parte del Centre de Coopération Internationale en Recherche Agronomi-

36
que pour le Développement, propuso a United Brands desarrollar un híbrido E. guineensis X E. oleifera en conjun-
to, pues este instituto venía de desarrollar un proyecto similar en Colombia y resultaba más que evidente que las
colecciones de oleiferas que poseía la Compañía la convertían en un aliado interesante para tal proyecto. En
términos de material genético esta alianza fue sumamente rentable para la United Fruit. El Irho le proveyó valio-
sas accesiones y cruces de sus propias colecciones; pero lo más importante fue los nuevos proyectos de intercam-
bio que se establecieron con otras empresas e instituciones.
Especialmente valioso para nuestro objetivo de ver las redes de poder que yacen tras los desarrollos genéticos
es la serie de intercambios que se dieron con la Société Financière des Caoutchoucs, conocida como Socfin, una
entidad que formaba parte del grupo empresarial Rivaud-Bolloré, de capital belga. La compañía controlaba en la
década de 1990, según el Banco Mundial, 169.584 hectáreas de plantaciones de palma y 36.600 de caucho en
Costa de Marfil, Camerún, Malasia e Indonesia. Otra empresa privada con la cual se hizo intercambios fue el
Instituto de Investigación Dami, que pertenecía a la Compañía New Britain Palm Oil Limited y cuya casa ma-
triz estaba ubicada en Papúa Nueva Guinea. Dami era la rama dedicada a la investigación y desarrollo de tecno-
logía y de él fue que se obtuvieron más accesiones, ya que se recibió 30 variedades diferentes. Para efectos com-
parativos tómese en cuenta que el Irho aportó 15 accesiones.
Igual que en los períodos 1920-1960 y 1961-1969, en esta etapa se estableció intercambios con institutos esta-
tales, entre los que sobresalen el Malaysian Agricultural Research y el Development Institute Station, ambos
centros de investigación y extensión agrícola del Gobierno malayo, la Estación de Investigación de Chemara, el
Oil Palm Research Center de Banting también en Malasia y el Nigerian Institute For Oil Research, de Nigeria.
Al igual que en las etapas anteriores, se hizo expediciones de recolección a Asia y África. G. Blaak fue en esa
época uno de los principales recolectores. Manteniendo el patrón seguido desde inicios del siglo XX, este científi-
co pasó posteriormente a trabajar con Fao (Blaak 2005). Las accesiones recopiladas por él en la década de los
setenta, sirvieron al proyecto de fitomejoramiento de la United Fruit para desarrollar palmas aceiteras que produ-
jeran en altitudes mayores a los 1.000 m. Posteriormente, en la década del 2000, Blaak se dedicó con Fao a pro-
mover el uso de pequeñas prensas en los poblados africanos para añadir valor a la producción, convirtiendo la
fruta en aceite de palma, una prueba más de que estos científicos no solo llevaban con ello mera información sino
conocimiento en el sentido más amplio y pleno.
Las investigaciones realizadas conjuntamente entre Irho y la United Fruit presentaron los problemas que fre-
cuentemente suceden en la selección de las tecnologías a aplicar. A pesar de que la Compañía venía desarrollan-
do excelentes variedades con cruces guineensis, el Irho consideró que estas líneas estaban superadas y las desechó,
pues estimaba que se debían concentrar en híbridos guineensis X oleifera. Degwen Richardson, uno de los principa-
les científicos de la United Fruit, considera sin embargo que las líneas que ellos habían desarrollado eran tan bue-
nas como cualquiera de los nuevos híbridos del momento. Lo novedoso introducido por una entidad de renom-
bre obviaba los 30 años de avances genéticos que se habían logrado a nivel local, a pesar de su efectividad.
Como parte de las prospecciones de oleiferas de 1966, en Quepos, en un potrero cercano a las colecciones, se
encontró una palma de una arquitectura totalmente peculiar. Ésta era un cruce natural entre Elaeis oleifera y Elaeis
guineensis. La palma se recolectó y polinizó con E. guineensis, y nacieron dos palmas anormales, una con hojas
largas pero el tronco grueso, la otra con las hojas cortas y el tallo corto. Éstas fueron el material a partir del cual
se desarrolló todo el programa de las “palmas compactas”, probablemente el logro individual más importante de
los cien años de investigaciones.
El mantenimiento de las colecciones de palma era muy costoso, pues se requerían grandes extensiones de te-
rreno para evitar entrecruzamientos. También debían existir sistemas de monitoreo especializados por largos
períodos de tiempo, ya que una palma duraba en llegar a su desarrollo pleno seis años. Analizadas sus caracterís-
ticas se cruzaba con otra palma que tuviera características deseadas, y para ver el resultado se tardaba seis años
más, o sea que en total se requerían doce. De tal manera, los ritmos biológicos de los desarrollos genéticos cho-
caban constantemente con el ritmo vertiginoso del mundo de los negocios, y por aparte se daban conflictos por el
espacio en las plantaciones entre el Departamento de Investigación y los administradores de ellas.
Como se verá más adelante, de estas colecciones de palma surgieron los programas de exportación de semillas
y clones de palmas de alta productividad con características específicas y adaptadas a condiciones determinadas.
La rama palmera de la United Fruit pasó a llamarse Palma Tica en la década de 1980, y el Departamento de In-
vestigación Agricultural Services and Development (ASD). Ambas empresas se convirtieron en negocios renta-
bles y productivos y la base de las dos fue el capital genético recopilado. Ha quedado claro, al examinar la forma-
ción de las colecciones de palma, que el capital genético representa una barrera de entrada al fitomejoramiento.
Este activo solo es asequible para las entidades capaces de apropiarse de recursos locales y con ellos negociar
intercambios con otros institutos públicos y privados. También se debe disponer de espacio y monitoreo por lar-
gos períodos de tiempo. Actualmente, ASD mantiene sus colecciones en Coto 54, Costa Rica.

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Desarrollo de variedades mejoradas
El mejoramiento de las palmas respondía a criterios económicos, culturales y ambientales. Los rendimientos
económicos estaban asociados al contenido de aceite dentro de la fruta, a una arquitectura física de la planta que
permitiera su manejo, a su adaptabilidad a las condiciones ambientales y, finalmente, a su resistencia a las plagas.
Los criterios no eran estáticos, cambiaban según los administradores iban conociendo los mercados o de acuerdo
a las exigencias de los consumidores. Asimismo, las condiciones ambientales variaban conforme se ampliaban las
plantaciones. Aquí justamente se presenta la trayectoria de los cambiantes objetivos del desarrollo genético y se
plantea cómo las exigencias acumuladas fueron conduciendo hacia una planta con características cada vez más
específicas.

¿Cómo es una fruta de palma perfecta?


En 1942, la dirección de la Compañía evaluaba la factibilidad de establecer plantaciones de palma en los anti-
guos terrenos bananeros. El objetivo era aprovechar esas tierras que estaban dotadas de una costosa infraestructu-
ra pero que ya no servían para banano. La enfermedad del mal de Panamá y las atomizaciones con caldo bor-
dolés usado para controlar la sigatoka habían dejado los suelos saturados de sulfato de cobre e inservibles para
muchos cultivos.
Como parte del proyecto se debía decidir con qué variedad de palma se plantarían los terrenos. Las coleccio-
nes sembradas en el Jardín Botánico de Lancetilla en Honduras tenían ese año aproximadamente 14 años. De la
gran diversidad que había en la colección, ¿cuál era la más apropiada? La palma aceitera da dos productos: el
aceite de palma y el aceite de coquito. Los administradores ejecutivos del proyecto debían decidir el interés
económico prioritario. El Departamento de Investigación, por su parte, debía seleccionar la variedad mejor adap-
tada a las condiciones locales que respondiera a los criterios de los ejecutivos y de máxima productividad.
Taxonómicamente, las palmas se clasifican dentro de la familia Palmaceae, la tribu Cocoineae, el género Ela-
eis y existen tres especies: E. guineensis, de África Occidental, E. oleifera (Elaeis melancocca), de Centroamérica a
Brasil, y E. odora, de América del Sur, siendo las dos primeras especies las de utilidad comercial. Los frutos de la
especie E. guineensis o palma africana tienen un contenido más alto de aceite que las E. oleifera o palmas america-
nas. Las variedades o tipos de palma se distinguen principalmente con base en las características del fruto. Esto es
importante porque de ello depende el porcentaje de pulpa en el fruto, que es la materia de la cual se extrae el acei-
te. Los frutos están compuestos de un pericarpio o piel lisa brillante, un mesocarpio o pulpa amarillo-anaranjado
muy aceitoso, un endocarpio o cáscara dura de color negra y el pericarpio, que envuelve de una a cuatro almen-
dras (coquito). La apariencia de la fruta de palma se asemeja al pejibaye común. Las tres variedades o tipos prin-
cipales de palma aceitera son las dura, que, como su nombre lo indica, tienen una cáscara gruesa y dura superior
a 2 mm; las ténera, cuya cáscara tiene un grosor variable pero es mucho más delgada que el tipo dura, y las pisífe-
ra, cuyo fruto está desprovisto de cáscara. El cruce entre dura y pisífera produce la variedad ténera (United
Brands) (en figura 1 se ilustran las diferencias entre las variedades de fruta).
Figura 1. Variedades de fruta de palma aceitera

Fuente: United Brands. Aspectos generales de la palma africana

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Para llevar a cabo la selección de las palmas que habría de sembrar en sus plantaciones, el Departamento de
Investigación de la Compañía decidió evaluar un racimo por mes de cada una de las variedades que tenía en sus
colecciones. Los factores que guiaron la valoración fueron la producción de racimos (peso), la relación de aceite
de la semilla o coquito respecto de la semilla, y la relación entre semilla y fruto (Richardson 1993). El contenido
de aceite del mesocarpio no se consideró en esa etapa inicial como relevante. Esto es interesante porque más ade-
lante ésa sería la característica medular a calificar. No queda claro en los reportes si existía un interés por aprove-
char los dos tipos de aceite o si simplemente se consideraba que el rango de variabilidad del aceite en el mesocar-
pio no era significativo.
La colección se agrupó bajo cinco categorías: las palmas de variedad deli introducidas del Jardín Botánico de
Bogor (Buitenzorg) en Java, las deli introducidas de Sumatra, las deli introducidas de la Universidad Agrícola de
Serdang, en Malasia, las variedades africanas y las mejores variedades africanas.

Cuadro 1. Pruebas de rendimiento de las variedades de palmas.


United Brands 1942-1944.
Deli Deli Deli Mejores Africanas
Característica
Bogor Sumatra Serdang africanas promedio
Peso promedio (kg) 26,8 24,1 21,4 20,3 11,8
Aceite/racimo (%) 14,1 13,6 13 11,7 12,3
Frutos/racimo (%) 6,4 6,6 6,6 8,3 7,3
Aceite/ha ™ 2,9 2,5 2,1 1,6 1
Fuente: Richardson 1993.

De las pruebas de rendimiento de la variedad de palmas (cuadro 1) sobresalen dos cosas: la superioridad del
material de Bogor y la relevancia que han tenido las palmas de la variedad deli. La trayectoria de esas plantas
ilustra las rutas del poder inherentes al mejoramiento genético que se intenta visibilizar. Todas las palmas de la
variedad deli provienen originalmente de cuatro palmas introducidas al Jardín Botánico de Bogor en Java (antes
Buitenzorg) a mediados del siglo XIX. Éstas tienen que haber tenido un origen africano pero no se conoce su
procedencia. Dos de las plántulas llegaron a Bogor de Amsterdam y las otras dos provenían de las islas Mauricio
o las islas Reunión -no se sabe con certeza de cuál de las dos-. En ninguno de los tres puntos de procedencia se
dan las palmas aceiteras de manera silvestre, pero tampoco existen registros que indiquen de dónde venían cuan-
do llegaron a Amsterdam o a las islas. Los primeros informes conocidos son las anotaciones de su entrada a Bo-
gor cuando Indonesia aún era parte de las Indias Holandesas. A pesar de la diferencia en las rutas, Amsterdam y
Mauricio-Reunión, las palmas eran idénticas, lo que indicaba un origen común. Los frutos de estas palmas de-
mostraron tener un contenido excepcionalmente alto de aceite, sin embargo en un principio no se utilizaron co-
mo cultivo. Parte de sus progenies se enviaron a Sumatra donde se utilizaron como ornamentales en las avenidas
de las plantaciones de tabaco de Deli, de ahí su nombre. Cuando la United Fruit estableció intercambios de pal-
mas con Bogor, ya Indonesia y Malasia habían establecido grandes plantaciones con las palmas deli. A pesar del
origen africano de la palma, su explotación industrial la iniciaron en Sumatra y Deli, en el siglo XX, empresarios
europeos. Pronto se desarrollaron plantaciones en Congo, Zaire y otros países africanos, pero siempre en manos
de europeos. El material genético se había convertido, de esta manera, en un elemento más del poder colonial
con capacidad de reproducir ese mismo poder.
En los años sesenta, la United Fruit tenía claro interés en la cantidad de aceite extraíble del mesocarpio, que-
dando claro el papel secundario del coquito. Irónicamente, sin embargo, las pruebas de evaluación se hacían
pesando los racimos, sin medir la extracción del aceite. Con base en esas nuevas valoraciones se pasó a sembrar
deli y cruces de deli X téneras africana. Se utilizaban las deli como plantas madre y se fecundaban con polen de
ténera africana. Estas palmas producían excelentes racimos pero también tenían un acelerado crecimiento, lo que
hacía que alcanzaran gran altura en pocos años. Esto dificultaba la recolección de la fruta.
En la década de 1970, se consolidó el interés por la fruta tipo ténera. La semilla se producía a partir de cruces
de palmas madre dura fecundadas con polen de palmas de tipo pisífera. Este cruzamiento producía un 100 por
ciento de téneras con un alto contenido de aceite en el racimo. Véase el siguiente cuadro comparativo que presen-
taba la United Brands:

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Cuadro 2. Características de las variedades dura y ténera

CARACTERÍSTICA DURA TÉNERA


Frutos en el racimo 45-65 45-65
Pulpa en el fruto (%) 40-65 70-85
Almendra en el fruto (%) 10-15 5-15
Cáscara en el fruto (%) 25-55 1-30
Aceite en el mesocarpio 40-55 40-55
(%)
Extracción industrial nor- 15-16 20-21
mal (%)
Fuente: United Brands. Aspectos generales de la palma africana.

Esta estrategia elevaba la productividad en términos de aceite hasta niveles muy cercanos a los máximos in-
ternacionales. A pesar de los buenos rendimientos, en la década de 1980 la fruta se veía cuestionada por sus ca-
racterísticas nutricionales y los efectos de las grasas saturadas sobre la salud. El aceite de palma en esa década se
había convertido en el principal competidor del aceite de soya, de ahí que la Asociación Americana de Soya pi-
diera al Departamento de Alimentos y Drogas de Estados Unidos que aquellos productos que contuvieran aceite
de palma presentaran una leyenda diciendo “Contiene aceite de palma una grasa saturada”. Tras una campaña
de más de $2.000.000 en contra del aceite de palma, la industria a nivel internacional respondió promoviendo
estudios independientes. Esto sacó a la luz que si bien el aceite de palma tenía hasta un 45 por ciento de grasa
saturada, no tenía ácidos trans-grasos presentes en otros aceites. Además, se estableció que tenía un alto conteni-
do de caroteno y, por lo tanto, vitamina B y vitamina E que pueden inhibir la síntesis del colesterol (Henderson y
Osborne 2000). Por su parte, localmente el Departamento de Investigación de United Brands llevó a cabo sus
propios estudios, demostrando, en 1989, que el aceite de las especies E. oleifera o palma americana tenía niveles
de ácidos grasos insaturados de entre 60 y 75 por ciento. En otras palabras, los saturados se daban en un rango de
25-40 por ciento, significativamente menor que los contenidos en las E. guineensis o palma africana (Chávez y
Sterling 1989).
Evaluando la trayectoria del desarrollo genético para lograr una fruta de palma perfecta, encontramos que los
criterios de evaluación fueron cambiando. En las primeras incursiones tentativas al cultivo no se tenía clara la
relación económica entre el aceite de coquito y el aceite de palma. Una vez enfocada la atención en el aceite del
mesocarpio, se buscó un alto contenido de éste en la fruta, y solo más adelante adquirió importancia la relación
entre ácidos grasos saturados e insaturados. Desde ese enfoque, entonces, la especie oleifera representaba las me-
jores alternativas.
En conclusión, el concepto idealizado de lo que constituía la fruta meta era circunstancial, por lo que los
científicos debían readecuar constantemente sus criterios. De ahí la importancia y el valor del capital genético.
Esta dinámica incluía criterios de productividad y percepciones sobre salud, entre otros. El cambio de parámetros
implicaba un constante enfrentamiento entre los ritmos biológicos y los económicos. En esta discrepancia jugaba
un papel central el director de los laboratorios, quien debía de ser un excelente científico con capacidades di-
plomáticas, combinación ciertamente difícil de encontrar.

¿Qué es una palma perfecta?


La fruta ideal debía ser producida por una planta que se adaptara a las condiciones ambientales específicas y a
los intereses económicos de la Compañía. La palma perfecta también debía resistir enfermedades y ser de fácil
manejo. La combinación entre las calidades físicas de la planta y el fruto deseado era, por tanto, el delicado equi-
librio que buscaban los cruces interespecíficos.

Los tormentos de la cosecha


Para la empresa, uno de los atractivos de la producción palmera era su bajo requerimiento de mano de obra.
Durante las primeras décadas no se fertilizaba y el manejo de suelos era mínimo, lo que hacía que el peso propor-
cional de la cosecha fuera el rubro que mayor atención demandaba. La palma aceitera da fruto todo el año, por lo
que la recolección continúa siendo el problema logístico más complejo. Si la fruta se corta antes de que madure se
pierde un porcentaje del aceite, pero si se corta pasado cierto grado de madurez se producen ácidos grasos que
alteran la calidad. Viniendo de cultivar banano con su consiguiente uso intensivo de mano de obra, la dirigencia
de la empresa propiciaba la mecanización de las labores.

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Como se ha visto, las primeras siembras se hicieron con variedades deli dura. Estas palmas crecen hasta gran-
des alturas (en jardines botánicos han llegado hasta 20 metros), lo que con el paso del tiempo va dificultando la
cosecha. En los primeros años se utilizaron escaleras para recolectar la fruta, hasta que a partir de la década de
1960 se implementó el uso del cuchillo malayo, que era una vara larga con un cuchillo curvo en el extremo, un
modesto pero importante cambio técnico que significó un gran avance ya que agilizaba muchísimo el proceso. A
fines de la década de 1970 e inicios de 1980, los palmares de Quepos ya tenían más de veinte años y medían cerca
de 10 metros de altura. Concentrada en los beneficios de la mecanización, la Compañía invirtió en unos costosos
brazos mecánicos para alcanzar la fruta, mas esto no fue una solución porque el peso de las máquinas maltrataba
las raíces, por lo que se debió retornar a la utilización del cuchillo hasta tanto no se renovaran los palmares
(según informes de entre 1970 y 1990 de United Brands).
Dadas las complicaciones que generaba la altura de las palmas, es comprensible la importancia que tuvo el
programa de palmas compactas desarrollado a partir de los especímenes recolectados en Quepos. Éstos se utiliza-
ron como plantas madre y se fecundaron con polen de las mejores variedades introducidas de Asia y África. Re-
ducida la altura se ha tratado de seleccionar los cruces para reducir el tamaño de las hojas, que son anormalmente
grandes en las palmas compactas, con lo cual se podría aumentar la densidad de siembra. Ciertamente, las nue-
vas variedades tienden a disminuir sus rendimientos por palma, pero esto se compensa con mayor volumen de
producción al haber más plantas por hectárea.
En la década de 1980, el laboratorio bajo la dirección de Degwen Richardson y Nidia Guzmán logró reprodu-
cir las palmas por medio del cultivo de tejidos. Tras una serie de experimentos fallidos con tejido de las flores se
intentó el procedimiento usando material de las raíces, logrando clonar exitosamente las plantas, lo que aceleró
radicalmente el ritmo de reproducción, pero, en contrapartida, esto hizo a las plantaciones aun más vulnerables,
al ser todas las plantas genéticamente idénticas. Actualmente se exporta cerca de 50.000 plántulas por año.

La resistencia a las enfermedades


Una de las grandes limitantes que enfrentó el desarrollo palmero en Costa Rica fue la presencia en la región
Caribe de la enfermedad conocida como la pudrición letal del cogollo. Desde 1928, ésta había aparecido en las
colecciones de palma precediendo incluso al desarrollo mismo de las plantaciones. Llamativamente, la enferme-
dad no se ha presentado en la región del Pacífico, ni en Honduras.
Después de la década de 1960, cuando se iniciaron las recolecciones de E. oleifera, se fue comprobando que las
variedades de esta especie no eran susceptibles a la enfermedad. Actualmente, aún no se ha logrado determinar si
la pudrición letal la causa un virus, una bacteria u otra cosa. Por esta razón se la ha enfrentando por medio de
cruces entre las variedades más productivas de E. guineensis con E. oleifera. Esto ha ampliado las regiones aptas
para la siembra de palma tanto en Costa Rica como en Colombia y Panamá.
Dentro de una tendencia hacia materiales adaptados a condiciones específicas (“plantas a la medida”), se han
producido cruces altamente resistentes al Fusarium, enfermedad que ataca a las palmas en Ecuador. También se
han desarrollado plantas adaptadas a alturas de más de 1.000 metros con las accesiones recolectadas en expedi-
ciones a Tanzania.
Al igual que el ideal de la fruta perfecta, la palma más idónea fue adquiriendo características cada vez más es-
pecíficas. En las primeras décadas se buscaba una alta productividad y, más adelante, ante la complejidad de la
cosecha y la dificultad de alcanzar los frutos, se buscó palmas de crecimiento lento. Ante la amenaza de la pudri-
ción letal del cogollo también se procuró la resistencia a esa enfermedad y, por ello, desde otras latitudes se “en-
cargó” palmas que se adaptaran a determinadas condiciones del suelo, pluviosidad y altitud.

Alcances y límites del poder de la palma


Alcances
La presencia en las semillas de palma del fenómeno de la latencia y la posesión de las variedades de alto ren-
dimiento le dio al consorcio United Fruit-United Brands el control del eslabón inicial de la cadena de producción
del aceite de palma, y los empresarios no dudaron en aprovechar esa ventaja objetiva para garantizar el abasteci-
miento de fruta a sus plantas procesadoras. A partir de la década de 1980, cuando se multiplicaron los producto-
res, Palma Tica les ofreció tres grandes alternativas: (1) entrega de las matas con opción a no pago, lo cual impli-
caba en lo esencial que se entregaban las plantas únicamente y el resto de los costos los asumía el interesado, a
cambio de la entrega de fruta comprometida por contrato por espacio de 12 años e hipoteca en segundo grado; (2)
regalado de la mata y financiamiento de los insumos, con hipoteca en primer grado; y (3) financiamiento de las
matas, fertilizante, drenajes, infraestructura, y el productor aporta el transporte de matas y siembra contra hipote-
ca en primer grado, con cuatro años de gracia y seis para pagar (Bolaños 2005). Conforme variaban los precios o
aumentaba la competencia por la fruta, las condiciones cambiaban prolongando o reduciendo los plazos de los

41
contratos. Tras una serie de disputas por los precios de la fruta en la década de 1990, éstos se empezaron a calcu-
lar siguiendo el precio internacional establecido en Ámsterdam. Estos esquemas de financiamiento y los contra-
tos de entrega reflejan la importancia que tenía su producción para la empresa.
El negocio del aceite está sujeto a la economía de escala, por lo que el productor de fruta necesita tanto de la
procesadora como ésta necesita la fruta del productor. Esto no significa que haya una distribución equitativa del
valor producido entre las dos partes; tan solo se afirma que su interdependencia establece ciertos límites en sus
interacciones. La apropiación del valor por parte del parcelero se acerca mucho al costo de la mano de obra agrí-
cola, que representa aproximadamente el 25 por ciento del costo total del aceite (Clare -en prensa-).
Una vez que el campesino incursiona en la actividad palmera, no tiene una salida fácil de ésta, pues la siembra
de un palmar representa una inversión muy costosa. Más allá de las condiciones particulares, por lo general cons-
tituye un poco más de $2.000/ha. Y se requiere de una considerable infraestructura de drenajes, caminos internos
y puentes para movilizar la fruta, a los que debe sumarse que las plantas tardan entre tres y cuatro años para pro-
ducir. Por esta razón los parceleros implementan a veces estrategias que, si bien no son las óptimas desde el pun-
to de vista productivo, sí les permiten cierta versatilidad para enfrentar los vaivenes de la actividad. Es usual ver
ganado pastando en los palmares a pesar de que se sabe que esto daña las raíces de las plantas, afectando su pro-
ductividad por el resto de la vida de la planta, o sea unos veinte años. En otras ocasiones, mientras las palmas
permiten la entrada de la luz, intercalan plátano, maíz, yuca o frijoles y aun en otros casos entregan parte de su
fruta según lo contratado y negocian la otra parte como “contrabando” con otra procesadora.
En resumen, el material genético permite al industrial incorporar dentro de su órbita de influencia al nuevo
productor de palma, en tanto el parcelero busca alternativas que le proporcionen flexibilidad ante las cambiante
situaciones.

Cuadro 3. Costos de la cosecha y de los materiales.


1984-1992 (dólares corrientes / ha).
AÑO 1984 1992
Labor cosecha/ha Absolutos Relativos Absolutos Relativos
Corta fruta 38,90 48,06
Acarrea fruta 32,74 39,30
Sociedades cosecha finca 58 0,00 11,13
Total labor cosecha/ha 71,63 15,12 98,49 18,39
Materiales 38,39 8,43
Transporte fruta 0,00 2,09
Carretas boyeras 2,81 3,29
Carretas góndolas 13,78 4,44
TOTAL COSECHA HA. 126,61 26,73 116,73 21,80
(materiales + labor)
Fuente: Construcción propia con base en datos de la United Brands.

Los límites
A estas alturas es claro que United Brands hizo todo lo posible por lograr un cultivo mecanizado; empero, la
fragilidad del sistema radicular de las palmas aceiteras no permitió el uso de maquinaria en los palmares. Esto se
ha traducido en la dependencia, por parte de los palmeros, de la disciplina de trabajo y las destrezas del coseche-
ro. El manejo de los cuchillos malayos es difícil y se debe aprender desde joven, y esta particular cualificación
hace comprensible el que Palma Tica-United Brands en un intento por reducir los costos tratara de implementar
esquemas de compra de servicios a asociaciones de cosecheros; opción ésta que, sin embargo, dada la importan-
cia crucial del momento de la cosecha y la necesidad de asegurar irrestrictamente la disponibilidad de trabajo, ha
sucumbido ante el esquema de trabajadores permanentes, lo cual representa costos regulares por concepto de
garantías sociales, a diferencia del sector de los parceleros cooperativistas y productores independientes, caso en
el que el trabajo de la cosecha corre enteramente a cargo del dueño de la tierra o de peones cosecheros contrata-
dos a destajo. En esos casos no tienen garantías sociales y a lo sumo pueden aspirar a una póliza del Instituto de
Seguros.
Los ensayos de mecanización aumentaron los costos de la cosecha (véase cuadro 3). A pesar del aumento re-
lativo del rubro de la mano de obra, en 1992, en términos absolutos, ésta disminuyó dado el costo tan elevado de
la maquinaria que se quiso utilizar. Obsérvese que el costo de los “materiales” en 1984 era de $38,39 (en dólares
corrientes) -esto se refería al “brazo mecánico”-. En 1992, los materiales se habían reducido a $8,49, pero la mano
de obra de la corta había aumentado en 23 por ciento. Aun así, el costo total de la cosecha disminuyó un 18 por
ciento entre los dos períodos. En conclusión, las palmas aceiteras implicaron un manejo manual de la cosecha,

42
imponiendo así límite a la mecanización. Incluso el transporte de la fruta en los palmares se hace hoy con peque-
ñas carretas jaladas por mulas, ya que los tractores afectan las plantas.

¿A quién pertenece la biodiversidad?


Tras examinar el proceso de desarrollo de las variedades mejoradas, es imposible obviar la polémica sobre a
quién pertenece la biodiversidad. El movimiento Cartel de la Biodiversidad (Vogel 2003) sostiene que en la teoría
neoclásica se justifican los monopolios sobre derechos de propiedad intelectual, porque la producción de infor-
mación es muy costosa, pero su reproducción resulta muy sencilla. Igual sucede con la biodiversidad, los costos
de oportunidad de mantenerla son sumamente altos, pese a que los costos de acceder a ella sean sumamente ba-
jos. Las empresas, sean de semillas, farmacéuticas u otras, ofrecen a los países participaciones irrisorias a cambio
del acceso a sus recursos. En el caso de los derechos de autor, usualmente se reconoce un 15 por ciento sobre las
ventas. El cartel promueve la formación de una organización regional que implemente certificados de origen y
cobre tarifas cercanas a las de la propiedad intelectual. Los ingresos deben ser repartidos entre los diversos países
poseedores del recurso respetando un 2 por ciento para el país donde se patentó el material. En Costa Rica, el
acuerdo entre Inbio y Merck marca una tendencia opuesta, pues se concedió el acceso a los recursos genéticos a
cambio de participaciones ínfimas y sin ninguna perspectiva regional. Asimismo, los contratos se mantienen se-
cretos, pero los costos de la manutención de las áreas de conservación siguen corriendo a costa del Estado. Por su
parte, ASD cobra las licencias por el uso de sus palmas en el Sudeste Asiático, dentro de un esquema en el que no
se reconoce ningún derecho por el uso del material genético del área. Aun concediendo que, tras cien años de
coleccionar palmas y sesenta de investigación para el desarrollo de variedades mejoradas, los cobros de ASD son
justificados y legítimos, no deja de inquietar la duda de si no debería el Estado participar también del uso de las
E. oleifera
Aunque una asociación como la que propone el Cartel de la Biodiversidad sería lo idóneo para regular la
apropiación y pago de los recursos genéticos en casos como éste, no es una alternativa realista, tal como lo han
demostrado las negociaciones en torno a la Convención para la Diversidad Biológica de las Naciones Unidas.
Allí, la presencia explícita del derecho a la “soberanía” sobre los recursos genéticos de los países ha llevado a una
competencia suicida. Por otra parte, Estados Unidos se ha negado a ratificar la Convención, y, por su gran diver-
sidad de ecosistemas, las empresas preferirían realizar bioprospecciones en ese territorio desregulado. Dadas estas
circunstancias, la apuesta que sí se podría hacer es la del establecimiento de redes de colaboración para promover
el derecho a la regulación y pago por el uso de los materiales genéticos.

Encadenamientos y clusters
Se ha examinado el desarrollo de las variedades mejoradas de la United Fruit-United Brands en Centroaméri-
ca y las redes de poder que lo respaldaron. Paralelamente a ese progreso, la actividad palmera evolucionó hasta
convertirse en todo un complejo productivo, incluyendo la producción especializada de semillas. Resta determi-
nar si las actividades que florecieron produjeron la “dinámica estructural exitosa en donde… las innovaciones
propician el desarrollo de nuevos sectores y encadenamientos con el resto de la economía, generando de esta
manera tejidos productivos integrados” a que se refería Ocampo. Por su parte, Eduardo Silva, otro de los pensa-
dores de la escuela neoestructuralista, considera que para lograr un desarrollo equilibrado y aceptablemente equi-
tativo a nivel local es necesario que existan grandes, medianas y pequeñas empresas (Silva 1999, Murray 2004).
Las empresas grandes, según su criterio, proveen tecnología y financiamiento, las medianas y pequeñas proveen
trabajo. En otras palabras, siguiendo a estos autores se debe de examinar las actividades generadas en torno al
cambio tecnológico en su conjunto.
Observando el recorrido del sector agroindustrial palmero-aceitero gestado desde las colecciones de palma se
encuentra un complejo bastante interesante. Un sector agrícola diverso, cinco plantas procesadoras, dos industria-
lizadoras, una oleoquímica, un sector de industria jabonera, una empresa de feromonas, y productores de palmas
ornamentales.
Dentro de la industria palmera, a partir de 1984 se pasó de un promedio de expansión de 450 ha al año a
1.600 ha. Los agricultores pasaron de ser una sola compañía transnacional a incluir a 16 cooperativas, aproxima-
damente 350 productores de fruta de palma independientes y a un significativo sector de proveedores de Palma
Tica, con lo cual en total hay cerca de 2.000 palmeros. El sector procesador industrializador también se ha ex-
pandido. Actualmente está compuesto por las empresas Palma Tica, Coopeagropal y Consorcio Industrial de
Palma Aceitera (Cipa). Palma Tica cuenta con tres plantas procesadoras en el Pacífico Central y Sur y con la
planta industrial Numar en San José. Coopeagropal tiene una planta procesadora e industrializadora en Corredo-
res, en el Pacífico Sur, y una planta de industria oleoquímica denominada Quivel, ubicada en Alajuela. El Con-
sorcio Industrial de Palma Aceitera tiene una planta procesadora en Osa. El sector agrícola es, sin lugar a dudas,
el más numeroso de todo el complejo. Entre los cultivadores hay importantes diferencias socioeconómicas; los
43
asociados a Coopeagropal y a las cooperativas más fuertes tienen una situación mucho más holgada que los pe-
queños parceleros o los peones agrícolas (Clare -en prensa-).
Desde el extremo de los insumos, en la década de 1990 se desarrolló una empresa de feromonas para controlar
el picudo, insecto vector causante del anillo rojo, una de las enfermedades de la palma. La empresa Chem Tica
actualmente exporta sus productos y ha expandido sus actividades al control del picudo del banano y de pestes en
guanábana, carambola, mango, mosca de la fruta, etcétera. Lo valioso de la aparición de esta empresa es que se
trata de una compañía totalmente independiente del consorcio Palma Tica, lo cual representa una ruptura con la
integración vertical.
Derivada de las colecciones de palma se está formando una asociación de productores y coleccionistas de
palmas ornamentales en Quepos. Quizá el colector particular más importante en Costa Rica sea uno de los anti-
guos investigadores de United Brands, D. Richardson, quien tiene más de 300 variedades de palmas, lo que a las
claras ratifica la relevancia del capital humano y la capacidad potencial de éste para aumentar el nivel tecnológi-
co.
La industria jabonera también integra el complejo palmero, ya que el aceite de palma es materia prima para la
producción de jabones. Coopeagropal y Palma Tica abastecen a Punto Rojo y otras industrias del sector, en tanto
Quivel, la planta oleoquímica de Coopeagropal, hace pellets de jabón y glicerina para el mercado nacional y la
exportación.
Los laboratorios de ASD en Coto han integrado aproximadamente a 150 personas. Desde la década de 1970
la mayoría de los científicos son centroamericanos, entre los que sobresalen Nidia Guzmán, Amancio Alvarado,
Francisco Escobar, Carlos Chinchilla y Francisco Sterling. Todos ellos de renombre internacional pero rara vez
mencionados en la historia reciente de la ciencia costarricense.
Se puede afirmar que el núcleo del desarrollo genético de las variedades mejoradas de palma ha generado una
base mínima de impulso científico y tecnológico para establecer un “bucle productivo” -en términos de Edgar
Morin- o una suerte de “cluster productivo” -al estilo de Michael Porter-, en el Pacífico Central y Sur de Costa
Rica. Desde este enfoque de “cluster” se puede visualizar en el sector un potencial para nuevas actividades. La
combinación entre los diversos tamaños de empresas, presenta la dinámica enunciada por Silva: la transnacional
provee financiamiento, tecnología y cierta seguridad a un sector de pequeños y medianos productores de fruta.
Pero es la fase agrícola la que absorbe la mayor parte de la mano de obra, a pesar de la presencia de tecnología de
punta en el complejo. Paradójicamente, el sector de productores de insumos, de bienes derivados y de servicios a
la industria palmera ha tendido a ubicarse fuera de la región del Pacífico. Se hace necesario investigar a qué res-
ponde esta tendencia e implementar políticas que reviertan tal orientación. Un análisis inicial apunta a las vías de
comunicación, pues la carretera costanera se está terminando y no hay un aeropuerto internacional. Se puede
decir que los “circuitos integrados y sus efectos locales” han quedado a medio camino
Como reflexión final se considera que el desarrollo técnico-científico debe ser parte de un plan coherente entre
tecnología, economía, ambiente y sociedad. Las decisiones deben surgir de las negociaciones entre comunidades,
empresas y Estado. En el Pacífico Central y Sur de Costa Rica la tríada palma, conservación y turismo puede
perfectamente constituirse en el eje dinamizador de la economía. En esa región, las áreas de conservación abar-
can gran parte del territorio y constituyen a la vez una carga y una oportunidad. Son reservas genéticas y espacios
de recreo. El turismo -tanto el de aventura como el de patrimonio cultural- puede generar pequeñas y medianas
empresas, lo que es de suma importancia pues justamente la generación de empleos en estas regiones aliviaría
apreciablemente la presión sobre las áreas de conservación. La actividad turística tiene además la capacidad de
integrar las otras actividades pues los jardines botánicos son tanto empresas científicas como sitios de excursión,
del mismo modo que los patrimonios culturales y los palmares pueden ser escenario de paseos en carretas de
mulas y otros tipos de actividades recreativas. Vistas como conjunto, las empresas se necesitan unas a otras y se
pueden fortalecer mutuamente, y ese esfuerzo de eslabonamiento e integración, es un reto de creatividad para
todos.

44
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Entrevistas
Richardson, D. 20-6-2006.
Guzmán, Nidia y Juan Bulgarelli. Febrero-2006. San José.

45
Inicio

Ciencia y geopolítica
en los orígenes de la Revolución Verde

por WILSON PICADO

RESUMEN

Se analiza el peso de la geopolítica en la expansión de las semillas de alto rendimiento en el Tercer Mundo, a través
del estudio de los casos de México, India y Costa Rica. En México, la investigación agrícola, apoyada a partir de
1943 por la Fundación Rockefeller, permitió el desarrollo de semillas de trigo altamente productivas. En India, cuna
de la denominación Revolución Verde, la llegada de estas semillas ocurrió en el marco de la expansión del comu-
nismo en el Sudeste Asiático y del consecuente interés de Estados Unidos por controlar la conflictividad social en
los campos agrícolas. En Costa Rica, su posición estratégica en torno al Canal de Panamá, implicó un notable in-
terés de EU en el desarrollo de un programa de producción de alimentos que prepararía el terreno para que, años
después, se adoptaran las semillas y la tecnología de la Revolución Verde.

In this article, the influence of geopolitics is analyzed in the case of spreading seeds of high-yielding varieties in the Third World,
through study cases in Mexico, India and Costa Rica. In Mexico, agricultural research, supported by the Rockefeller Foundation
since 1943, allowed the development of high-yielding varieties of wheat. In India, the cradle of the so-called Green revolution, the
arrival of these seeds happened within the frame of the expansion of communism in Southeast Asia, and the resulting interest of the
United States in controlling social conflicts. In the case of Costa Rica, its strategic position in relation to the Panama Canal, in-
volved a remarkable interest of the United States in the development of a program for food production that would prepare the land
so that, years later, the seeds and the Green revolution technology would be accepted.

L
a aparición de las plantas con flores, un centenar de millones de años atrás, permitió una verdadera con-
quista vegetal de la Tierra. El viento, los insectos y animales han jugado un papel esencial en la dispersión
de las plantas por el planeta durante la mayor parte de este gran período, y no fue solo hasta hace unos
miles de años que el ser humano entró en el juego como un gran distribuidor de semillas. Un agente que, a pesar
de su tardía y breve aparición, desde entonces ha podido modificar con una notable incidencia los paisajes ecoló-
gicos y sociales de la Tierra, trayendo y llevando simientes y culturas de consumo de norte a sur y de este a oeste.
Casos de los que sobran ejemplos en la historia: la papa y el tabaco de América a Europa, la uva llevada por las
factorías griegas al sur de Francia, la caña de azúcar redescubierta por Alejandro Magno en India; el arroz y una
innumerable cantidad de plantas traídas a Occidente por los árabes y europeos desde Oriente Próximo y Asia
(Mazoyer 2001: 131). Tampoco faltan ejemplos en la historia de casos en los cuales el cultivo de una semilla ex-
ótica en una agricultura, más allá de las respectivas implicaciones ecológicas, llevaba implícitos determinados
procesos y valores sociales. Los españoles sembrando el trigo y la vid en la América colonial; el nefasto cultivo
esclavista de la caña de azúcar en las Antillas y el Brasil, y hasta el reciente cultivo transnacional de bananos en
Centroamérica, son ejemplos de cómo la dispersión geográfica de las plantas es, también, un proceso relacionado
con la dispersión de los sistemas de poder económicos y políticos.
En la historia reciente, la Revolución Verde constituye un buen ejemplo de esta dinámica de dispersión. Sin
embargo, a diferencia de otros procesos en el pasado, en los que la llegada de semillas foráneas a un continente
implicaba, de alguna manera, una ampliación de su biodiversidad, esa Revolución supuso una distribución de
semillas en el denominado Tercer Mundo, tendiente no solo a una notable homogenización genética, que con-
trastaba con la variabilidad agroecológica y social de las agriculturas en las cuales se insertaba; sino que, también,
a una marcada uniformización de los sistemas de cultivo, cada vez más presionados a la mecanización, la irriga-
ción y el uso de fertilizantes de origen industrial. Tres cambios que implicaron que las agriculturas modernizadas
El autor, historiador, es investigador y profesor en la Universidad Nacional.

46
-sin importar su posición geográfica o su cultura agraria- a partir de ese momento se hallaran en una dependencia
inevitable con la incorporación de energía de origen fósil a las labores de siembra y cosecha, universalizando, de
esta forma, los contenidos de la revolución agrícola experimentada en Europa y Estados Unidos unas décadas
atrás.
Pero, ¿cuáles fueron los motores impulsores de tan drásticos cambios? En este artículo intentaremos aportar a
la respuesta de esta pregunta analizando el contexto histórico en el cual se desarrolló la Revolución Verde. Para
ello, tomaremos como base la revisión de cuatro procesos fundamentales: primero, el contenido geopolítico y
militar del concepto Revolución Verde acuñado en 1968; segundo, las condiciones del nacimiento de los progra-
mas de experimentación en semillas híbridas de trigo y maíz en México en la década de 1940; tercero, las co-
nexiones entre estos programas y la inserción de las semillas de alto rendimiento de trigo en India en la década de
1960; y, cuarto, el caso del desarrollo de la investigación agrícola en Costa Rica a partir de 1942. Detrás del estu-
dio de estos procesos, subyace la hipótesis de que la expansión de las semillas híbridas, y del conocimiento
agronómico de origen estadounidense en India, México y Costa Rica, fueron procesos que estuvieron estrecha-
mente relacionados con el posicionamiento geoestratégico de EU en el contexto de la Segunda Guerra Mundial
y, luego, con su posicionamiento como potencia hegemónica en el marco de la Guerra Fría. Es decir, que fueron
procesos distantes en el tiempo y en el espacio, así como en los ambientes agroecológicos y sociales en los que se
desarrollaron, pero que en un marco global estaban conectados en torno a una variable que complementaba el
peso definitorio de la ecología, la ciencia y la tecnología: la geopolítica.

Origen geopolítico de la Revolución Verde


Uno de los aspectos que más llama la atención respecto de los orígenes del concepto Revolución Verde es su
franca identificación con un vocabulario de tipo geopolítico y militar, lo cual resulta sorprendente si pensamos
que, usualmente, han predominado aquellas nociones que la contemplan como un proceso de cambio tecnológi-
co neutro, resultado excepcional de la experimentación científica y de ciertas dotaciones de los factores de pro-
ducción en los mercados (Hayami 1971: 445-472). No obstante, en la propia cuna de la etiqueta se halla presente
el sello geopolítico: se considera que la primera mención pública de la denominación Revolución Verde la hizo
en 1968 William S. Gaud, administrador de la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos
(USAID). La etiqueta era parte del título del discurso que Gaud presentó en marzo de ese año en Washington
D.C ante la Sociedad para el Desarrollo Internacional, titulado The Green revolution: Accomplishments and Apprehen-
sions (Spitz 1987: 56). Gaud era administrador de la USAID desde 1966 y tenía una corta, pero significativa ca-
rrera en la Agencia. En el período 1964-1966 tuvo un puesto cercano a la Administración principal, y durante los
primeros años de la década de 1960 había sido nombrado administrador asistente para el Cercano Oriente y el
Sudeste Asiático. Abogado de formación, durante 1945 y 1946 había fungido como asistente especial del secreta-
rio de Guerra Robert P. Patterson.
En ese discurso, Gaud realizaba una entusiasta presentación de los éxitos logrados con el cultivo de las semi-
llas de trigo de alto rendimiento en Asia (como veremos adelante, semillas traídas desde México), y de lo que ello
podía significar en términos de la eventual solución del problema mundial del hambre. Gaud indicaba que se
estaba al borde de una revolución agrícola, una Revolución Verde cuyos alcances ya se podían constatar en paí-
ses como Pakistán, India, Turquía y Filipinas. Con un notorio interés por destacar el supuesto contenido revolu-
cionario de la tecnología, el funcionario presentaba sus datos de una manera categórica y contrastante, compa-
rando, por ejemplo, los niveles de producción, de rendimientos y de áreas cultivadas de nuevas semillas con la
producción en años precedentes y en zonas donde predominaban las variedades locales; una comparación cier-
tamente apresurada, poco representativa geográficamente y que no abarcaba más de tres años atrás en el tiempo.
En todo caso, para Gaud se trataba de una revolución benigna, que se diferenciaba de los contenidos violentos de
las revoluciones rojas que amenazaban la estabilidad del continente asiático: “It is not a violent Red Revolution like
that of the Soviets revolution…”, recalcaba, “…nor is it a White Revolution like that of the Shah of Iran. I call it
the Green revolution…”. Y sentenciaba: “This new revolution can be as significant and as beneficial to mankind
as the industrial revolution of a century and a half ago...” (Gaud 8-3-1968). Las palabras de Gaud evidenciaban
que, en el juego de poder del Sudeste Asiático, para los intereses norteamericanos era indispensable la contención
del comunismo en India dado el avance que mostraban los intereses soviéticos y la consolidación de China co-
munista. Contención en la que el cambio agrario, léase la modernización tecnológica, constituía la vía idónea
para controlar la conflictividad social, al tratarse de una ruta que no demandaba una transformación de la estruc-
tura de tenencia de la tierra, la ejecución de políticas agrarias radicales ni el control estatal de la producción y los
mercados, sino, más bien, que se fundamentaba en la propiedad privada de la tierra y en la iniciativa individual
como motor del crecimiento agrario.
La trascendencia política de la mención de Gaud queda confirmada cuando se sigue la historia posterior de la
etiqueta. Unos meses después de ese discurso, en diciembre de 1968, la Revolución Verde fue presentada como
47
tema de discusión en el Subcomité de Política de Seguridad Nacional y Desarrollo Científico, adscrito al Comité
de Asuntos Externos, en la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Las actas de las discusiones que allí
tuvieron lugar fueron recopiladas bajo un título algo más que simbólico: Symposium on science and foreign policy: the
Green revolution (Spitz 1987: 57). Confirmando su ingreso en las plataformas de debate más prestigiosas de EU,
cinco meses después de su presentación política, en abril de 1969, la Revolución recibió su primera gran crítica en
el artículo de Clifton R. Wharton, The Green revolution: Cornucopia or Pandora´s Box?, publicado en la influyente
revista Foreign Affaire (Wharton 4-1969: 464-476). Otras críticas también se publicaron en la revista Ceres, de Fao,
en diciembre de ese mismo año, suscritas por Solon Barraclough (Barraclough 9/10-1969: 21). Sería Norman
Borlaug, uno de los directores del Programa de Investigación Agrícola de la Fundación Rockefeller en México,
quien saliera a la defensa del proceso (sobre todo, en reacción al artículo de Wharton) en un artículo publicado en
septiembre de 1969 en la revista Columbia Journal of World Business (Borlaug 9/10-1969: 9). Finalmente, en di-
ciembre de 1970, el mismo Borlaug confirmaría el uso consensual del término al titular su conferencia de recibi-
miento del Premio Nobel de la Paz, The Green revolution, Peace and Humanity (Borlaug 10-12-1970); premio que se
le entregaba precisamente por sus investigaciones exitosas en México en torno al desarrollo de semillas híbridas
de trigo de alto rendimiento. Entre la primera aparición pública de importancia de la denominación y su recono-
cimiento internacional no transcurrieron ni siquiera dos años..
El carácter revolucionario del proceso tuvo, a su vez, una dimensión combativa y religiosa. Contradictoria-
mente, aunque Gaud identificara con claridad la Revolución Verde a partir de su contraste con las revoluciones
rojas comunistas, las publicaciones de políticos y científicos estadounidenses relacionadas directa o indirectamen-
te con ella, tanto inmediatamente antes de su presentación pública como después, se alejaban poco a poco de su
justificación geopolítica, prefiriendo plantear la legitimidad en términos de su potencial para combatir el hambre,
ya no el comunismo. Esto es, activando un llamativo proceso de des-ideologización del proceso. La mejor evi-
dencia de ello son los informes que las grandes fundaciones privadas emitían en tales años. La Fundación Rocke-
feller, para citar un caso, a partir de los años sesenta en sus informes anuales presentaba una sección exclusiva
titulada “La conquista del hambre” para evaluar el avance de los programas agrícolas en diferentes países, y se
refería a programas de investigación en torno a las semillas híbridas y nuevas técnicas de cultivo, entre otros as-
pectos. Sección en la cual estaban prácticamente ausentes las referencias de tipo geopolítico (Fundación Rockefe-
ller 1964: 101). En lo que respecta a publicaciones de especialistas, la dimensión combativa se destacaba en el
libro Campañas contra el hambre, escrito por los primeros científicos enviados por la Fundación Rockefeller a
México: E. C. Stakman, R. Bradfield y P. C. Mandelsdorf. Este emblemático libro era una manifestación directa
del interés de los investigadores estadounidenses por presentar su trabajo científico como una batalla contra el
hambre, como ellos mismos lo reconocían: “Hemos adoptado como tema de nuestro libro el de „campañas contra
el hambre‟, porque deseábamos subrayar la importancia de la coordinación y continuidad del esfuerzo … No ha
sido nuestro propósito hacer publicidad a favor de cualquier institución o persona, ni abusar de analogías y
términos militares. Parece apropiado, sin embargo, pensar en términos de una guerra mundial contra el hambre”
(Stakman 1969: IX).
En el texto se planteaba que esta guerra contra el hambre tenía como precedente más notable la revolución
agrícola en México (refiriéndose al programa de investigación de la Fundación Rockefeller), que marcaba un
antes y un después en la historia agraria reciente del país. Un antes que estaba determinado por el predominio de
una agricultura tradicional poco productiva, apenas beneficiada por una reforma agraria con limitaciones, donde
la redistribución de la tierra, afirmaban los autores en alusión a ésta, “estaba satisfaciendo el hambre de tierra de
quienes no la poseían; pero ¿satisfacía también su hambre de alimentos?” (Stakman 1969: 1). En contraposición,
el después era la introducción de las semillas y técnicas modernas (sin reforma agraria, agregaríamos) y el conse-
cuente aumento de la productividad. Como detalle simbólico, y avivando estos afanes combativos, en el prólogo
de Campañas contra el hambre, Raymond B. Fosdick, funcionario de la Fundación Rockefeller, se refería a Stak-
man y colegas como “hombres que son afectuosamente conocidos como „Los Tres Mosqueteros de la Agricultu-
ra‟ ” (Stakman 1969: VIII).
La legitimidad del combate contra el hambre también hallaba una argumentación de tipo religioso y, hasta en
cierto sentido, mesiánico. Un año después de la publicación del texto de Stakman, apareció el libro Un mundo sin
hambre, de Orville L. Freeman, secretario de Agricultura de Estados Unidos durante las administraciones de J. F.
Kennedy y L. B. Johnson. Para Freeman, la extensión por el mundo de la tecnología agrícola y del conocimiento
agronómico estadounidense era un proceso que se legitimaba no solo por una razón de evidente superioridad
técnica sino que, además, se trataba de una obligación moral por parte de los gobiernos norteamericanos. “Los
Estados Unidos han sido colmados de bienes…”, resaltaba Freeman, “[c]reo que es muy justo que compartan
algunas de estas bendiciones. Toda gran religión enseña que quien se ve favorecido con la abundancia debe com-
partirla con los que no tienen” (Freeman 1970: 34). Por ello, debían ayudar y convertirse en el “guardián y sostén
de su hermano”, movidos por la “sola y sencilla bondad”. No debe pensarse que ésta era una moral descargada

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por completo de sapiencia estratégica. Freeman asumía que la promoción del cambio tecnológico podía evitar
que las hambrunas y la pobreza dieran paso a revoluciones o a una agudización no deseada de la conflictividad
social en los campos y, por tanto, con una sencillez plena advertía que “[l]a turba hambrienta se entregará al sa-
queo y el pillaje; la nación hambrienta hará la guerra” (Freeman 1970: 34).

En busca de la “cuna” de la Revolución


Las semillas de trigo de alto rendimiento que atestiguaban la Revolución Verde observada por William C.
Gaud en India provenían de México. Estas semillas híbridas fueron el resultado de los experimentos iniciados en
1943 por científicos de la Fundación Rockefeller y del Gobierno mexicano. Experimentos que empezaron a des-
arrollarse a partir de un convenio entre la Fundación y el Gobierno mexicano en 1941, con el objetivo de mejorar
el potencial de este país para producir alimentos, e implicaba la implementación de proyectos de ayuda técnica en
los campos de educación, salud y agricultura (Stakman 1969:20). En estas negociaciones y acuerdos previos pare-
cen haber tenido un papel fundamental el entonces embajador norteamericano en tierras aztecas, Josephus Da-
niels, y el vicepresidente de Estados Unidos, Henry A. Wallace, exsecretario de Agricultura y accionista entonces
de una poderosa empresa productora de semillas híbridas: Pionner Hi-Bred Company. El interés estadounidense
por el desarrollo de estos programas no era casual: en el marco de la Segunda Guerra Mundial, la búsqueda de
mercados proveedores de materias primas y de productos fundamentales como el trigo se convirtió en una tarea
prioritaria para los norteamericanos ante el evidente expansionismo japonés en Asia. En medio de esa situación,
México era, sin duda alguna, una alternativa óptima para constituirse en un mercado suplidor emergente.
Una vez iniciados los contactos, los proyectos en educación y salud por diferentes razones fueron relegados,
no así el de agricultura, que avanzó con cierta rapidez. Una de las primeras acciones tomadas por la Fundación
fue el envío de un grupo de observadores para obtener informes sobre el contexto en el que se desarrollaría el
programa agrícola, grupo compuesto por los científicos Elvin C. Stakman, fitopatólogo de la Universidad de
Minnesota, Richard Bradfield, agrónomo y experto en suelos de la Universidad de Cornell y Paul C. Mangles-
dorf, genetista de la Universidad de Texas A&M. Una vez presentado su informe, la Fundación le ofreció a
Stakman la posibilidad de dirigir el programa pero éste la rechazó y, en su lugar, propuso a J. George Harrar,
director del Departamento de Fitopatología de la Universidad de Washington-Pullman, entonces base científica
de la región triguera de Palouse y en la que se disponía de un importante banco de semillas. Harrar aceptaría e
integraría su equipo de trabajo con Edwin Wellhausen, con amplia experiencia en el cultivo del maíz en Idaho;
Norman E. Borlaug (fitopatólogo), William E. Colwell (agrónomo experto en suelos), John J. McKelvey (en-
tomólogo), Lewis A. Roberts (experto en genética de maíz) y Dorothy Parker, especialista en botánica.
La integración de este grupo no fue casual, pues sus miembros estaban vinculados entre sí por varios aspectos.
Se trataba de científicos que, en su mayoría, provenían de zonas rurales de Estados Unidos (Ohio, Oklahoma,
Idaho, Missouri…), habían cursado sus estudios en universidades de prestigio en el campo de las ciencias agra-
rias y tenían una experiencia previa en el trabajo en las estaciones experimentales agrícolas e, incluso, uno de
ellos, Borlaug, había fungido como fitopatólogo en el laboratorio de pruebas de fungicidas en el Du Pont Agricul-
tural Laboratory. Stakman y Manglesdorf habían sido profesores de Harrar y Borlaug, así como de Roberts, res-
pectivamente, mientras que Harrar lo fue de McKinvey. Como Deborah Fitzgerald lo indica, este equipo de
jóvenes investigadores tenía muy claro que su trabajo consistía, en esencia, en exportar el modelo de investigación
y extensión agrícola de Estados Unidos a México, sin tomar en cuenta eventuales problemas de adaptabilidad
ecológica o social de la tecnología. En ese sentido, no fue casual, entonces, que una de las primeras acciones em-
prendidas fuese la creación de la Oficina de Estudios Especiales (OEE), a partir del modelo de las estaciones ex-
perimentales estadounidenses (Fitzgerald 1994: 73-74).
La OEE fue abierta en 1943. Junto al Instituto de Investigaciones Agrícolas (IIA), formaron la estructura bási-
ca de la investigación y la extensión agrícola del Gobierno mexicano durante las décadas de 1940 y 1950. El IIA
se fundó cuatro años después de la creación de la Oficina; sin embargo, es importante aclarar que este Instituto
era, en realidad, la entonces nueva denominación de una sección de estaciones experimentales establecida desde
la década de 1930. Ésta era una sección que llevaba desde sus inicios un claro perfil cardenista, plenamente iden-
tificado con el desarrollo de los estudios en pro de campesinos pobres, para lo que se apoyaba en una serie de
escuelas de agricultura destinadas a la educación de los dirigentes de las comunidades fundadas por la reforma
agraria. Hasta 1961, las actividades del IIA coexistieron con las investigaciones de la OEE, aunque de un modo
bastante desigual. En teoría, el IIA representaba la investigación oficial del Gobierno, pero era la OEE la que
concentraba la atención gubernamental y recibía el mayor financiamiento interno y externo. Así, por ejemplo, los
costos en investigación entre 1943 y 1956 se distribuyeron sobre todo a favor de la OEE, como resultado del apor-
te del gobierno local en la compra de terrenos y en mano de obra, así como del financiamiento que le otorgaba la
Fundación Rockefeller. No fue sino hasta 1956 cuando los gastos en el IIA superaron los montos de este finan-

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ciamiento, justo cuando la Fundación Rockefeller se replegaba y cedía poco a poco su control sobre los progra-
mas de investigación de la OEE (Hewitt de Alcántara 1978: 34)
La OEE constituía una estructura paralela en la investigación agraria del Gobierno mexicano, con una condi-
ción jurídica semiautónoma, adscrita a la Secretaría de Agricultura. Pero ostentaba una posición verdaderamente
híbrida, al desenvolverse en una frontera difusa entre su condición administrativa y sus vínculos con la Funda-
ción Rockefeller. El análisis de Hewitt de Alcántara es bastante categórico al respecto, sosteniendo ella que “[e]l
jefe de la oficina era al mismo tiempo el director de campo de la Fundación Rockefeller en México; y, por su
mediación, la Fundación mantenía un control eficaz de la nueva organización, proporcionaba la mayor parte de
su presupuesto y todo su personal científico de alto nivel” (Hewitt de Alcántara 1978: 33).
La Oficina se dedicó al desarrollo de la investigación aplicada a través de los programas de maíz y trigo -este
último, el programa estrella coordinado por Norman Borlaug-. La atención sobre otras actividades agropecuarias
fue apenas marginal, aunque llegó a incluir los cultivos de frijol, papa, hortalizas, verduras, sorgo, cebada y le-
guminosas forrajeras, además de realizar estudios para la ganadería a finales de los años cincuenta. En el caso del
trigo, los trabajos de hibridación arrancaron en 1943 con la selección de variedades locales; en 1945, bajo la di-
rección de Borlaug, se realizaron los primeros cruces con semillas extranjeras procedentes de Texas, Kenia y Aus-
tralia. A pesar de este trabajo, los resultados al inicio no fueron del todo alentadores. Sin embargo, en 1953 el
panorama cambió de manera positiva cuando Borlaug recibió de Orville Vogel, de la Universidad de Washing-
ton-Pullman, semillas de variedades de trigo enano procedentes de Japón, entre las que se destacaban las semillas
del trigo Norin 10. Esta variedad había sido redescubierta en los campos japoneses por el Dr. Samuel Cecil Sal-
mon, integrante de la misión científica estadounidense durante la ocupación militar del Japón por las tropas del
general Mac Arthur. Sobre el trabajo con estas semillas, en 1960, el equipo de Borlaug liberó los primeros trigos
enanos mexicanos denominados Pitic, Sonora (63-64) y Pénjamo, altamente productivos; serían estos híbridos los
que llegaran a tierras de India unos años después.
Pero la obtención de tales híbridos puede dar una visión engañosa de las labores de experimentación de la
OEE. En realidad, la selección de semillas fue un proceso que, desde sus comienzos, tuvo delimitadas sus posi-
bles líneas de desarrollo. En los primeros años, los científicos se propusieron obtener plantas que cumplieran con
varias importantes condiciones: que ofrecieran: un alto rendimiento, resistencia al chahuixtle (Puccinia recondita),
ciclos de desarrollo breves, resistencia a la sequía, menor tendencia a la caída o a liberar el grano antes de la cose-
cha, resistencia a los insectos y adaptabilidad a la siembra de verano. La liberación de variedades prometedoras,
como las Yaqui (48-50-53), Mayo (48-54) y Sinaloa 54, constituyó solo éxitos parciales y temporales, debido a la
aparición de nuevas variaciones de chahuixtle, que obligaron a retomar la búsqueda de la planta que ofreciera
tanto altos rendimientos como resistencia a esa enfermedad. A partir de entonces, el peso de estos dos aspectos
fue decisivo y definió finalmente las rutas de la experimentación. El combate a la enfermedad se mantuvo como
un problema determinante, aunque se logró importantes avances con la variedad Lerma Rojo, liberada en 1954.
En cuanto al problema de los rendimientos, las investigaciones continuaron dirigidas a encontrar una planta que
respondiera de la mejor manera posible a la aplicación de elevadas dosis de fertilizantes y fungicidas de origen
químico, así como al uso de medios mecánicos en el cultivo y la cosecha y la consecuente irrigación (Hewitt de
Alcántara 1978: 43). Los trigos enanos de Borlaug cumplieron aparentemente bien con estos propósitos.
Las líneas de trabajo de la OEE y el IIA eran bastante diferentes entre sí, en especial si comparamos sus
propósitos en los programas de investigación en maíz. Los investigadores del Instituto tenían como meta la pro-
ducción de semillas mejoradas para zonas no irrigadas, en su mayor parte ocupadas por sistemas de producción
de tipo familiar, en manos de campesinos con pocos recursos económicos. Un perfil distinto al que predominaba
en el mercado de los estudios de la OEE: el campesino dueño directo de la tierra y con capacidad adquisitiva para
adoptar el paquete tecnológico (mecánico y químico) que conllevaba el uso de las nuevas semillas. Estas distin-
ciones motivaban que no siempre sus relaciones fueran cordiales, sobre todo en lo que se refería a las labores de
extensión agraria. La OEE controlaba las dos organizaciones encargadas de extender las semillas híbridas a los
campesinos: la Comisión Nacional del Maíz (creada en 1947) y la Comisión para el Incremento y la Distribución
de Semillas Mejoradas (de trigo). Aun así, pronto se demostró que para la Oficina los canales públicos de exten-
sión no eran su prioridad. Las dos comisiones mencionadas fueron relegadas a un segundo plano (cuando no
eliminadas, como sucedió con la Comisión del Trigo) y, en su lugar, la OEE desarrolló un sistema informal de
distribución basado en las carteras de clientes de los bancos oficiales y en la entrega de semillas a grupos privados
de agricultores. Como producto de estos cambios, y sin entidades gubernamentales que mediaran, en los merca-
dos agrícolas se daba una competencia frontal entre las semillas de la OEE y las generadas por el IIA, a tal punto
que en 1956 surgió la necesidad de crear una comisión calificadora de semillas que arbitrara en este conflicto de
intereses (Hewitt de Alcántara 1978: 80).

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Maíz Alfredo Huerta

El logro más espectacular de la OEE fue la generación de semillas de alto rendimiento, en particular las varie-
dades de trigo enano que años después llegarían a la agricultura india. Sin duda, éste fue un extraordinario avan-
ce puntual, y diríamos que por sí solo justifica la presencia de la experiencia mexicana en las historias y los ante-
cedentes de la Revolución Verde. Sin embargo, el balance también debe hacerse en un plano general. Tras casi
dos décadas, el trabajo de la oficina consolidó el proceso de exportación de los componentes del modelo tecnoló-
gico de EU a la agricultura mexicana y abrió la senda para que este proceso se expandiera con rapidez en el resto
del Tercer Mundo. Estos componentes serían la base de la plataforma de la Revolución. Tal plataforma implica-
ba no solo la instalación de grandes centros de investigación como el Cimmyt (Centro Internacional para el Me-
joramiento del Maíz y del Trigo, México), y el posicionamiento de los fertilizantes de síntesis y la mecanización
en la agricultura destinada a los mercados, sino que también supuso la creación de circuitos de información y
transmisión tecnológica no materiales. Es decir, vehículos que propiciaron la extensión de un paquete tecnológi-
co externo en realidades agrarias por completo distintas a la situación de la agricultura de EU. Un buen ejemplo
de ello fue la formación de técnicos mexicanos por parte de expertos extranjeros, o bien la preparación de cientí-
ficos en las universidades de Estados Unidos. Entre 1943 y 1963, por ejemplo, unos 700 técnicos locales recibie-
ron capacitación dentro de los programas de la Fundación. En 1956, por otra parte, el país disponía de más de
150 estudiantes con grado de maestro y unos 80 con estudios doctorales en disciplinas relacionadas con las cien-
cias agrarias, la mayor parte de ellos cursados en Norteamérica (Hewitt de Alcántara 1978: 51).

Exportando las “semillas de la Revolución” a India


La noción de una evolución sucesiva del programa mexicano a la modernización de la agricultura de India es
discutible. En las historias referenciales de la Revolución Verde, presente en textos como Semillas de cambio, de
Lester Brown, el envío de las semillas híbridas de México a India se plantea como el eslabón que encadenó el
progreso y la abundancia en la agricultura asiática (Brown 1970). Una visión secuencial del proceso que calza bien
con los enfoques heroicos y mitológicos pero que desvirtúa intencionalmente acontecimientos y procesos de
carácter geopolítico. Cuando, en 1963, Norman Borlaug realizaba sus giras por India y afirmaba que el terreno
era óptimo para la siembra de los híbridos enanos mexicanos, ya había pasado al menos una década desde que los
intereses de los gobiernos estadounidenses y las fundaciones privadas Ford y Rockefeller se habían posicionado
sobre el subcontinente.
En efecto, los primeros contactos de la Fundación Ford con el Gobierno indio se dieron en 1951 y, apenas
unos meses después, ya se había firmado un acuerdo de financiamiento para programas de desarrollo comunita-
rio y servicios de extensión (Perkins 1997: 153). En ese mismo año, la Fundación Rockefeller enviaría a J. Geor-
ge Harrar, Paul C. Mangelsdorf (pioneros del programa mexicano) y Warren Beaver a una visita de análisis de la

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situación agraria. Cinco años después, en 1956, la Fundación había formalizado un acuerdo que garantizaba su
cooperación para el desarrollo del Indian Agricultural Research Institute (IARI) y la promoción del cultivo de
semillas híbridas de cereales. La influencia de las fundaciones y las agencias oficiales estadounidenses igualmente
se expandió sobre las estructuras nacionales de investigación y extensión agrícola. En 1960, se estableció la pri-
mera universidad agrícola del país, en Pantnagar (Uttar Pradesh), con el apoyo financiero del Indian Council of
Agricultural Research y la USAID. La presencia de ésta permitió, a su vez, la firma de un contrato con la Uni-
versidad de Illinois para que brindara asistencia técnica y científica a la nueva institución. Otras universidades
agrícolas se fundaron bajo términos semejantes en Udaipur (Rajasthan), Bhubaneswar (Orissa) y Ludhiana, en el
Punjab, ésta última creada bajo la asesoría de la Universidad del Estado de Ohio. En cuanto a la formación de
expertos, según datos de Vandana Shiva, entre 1956 y 1970, cerca de 2.000 técnicos de India recibieron algún
tipo de instrucción agrícola en Estados Unidos con financiamiento de USAID (Shiva 1993: 30).
Un proceso clave en esta coyuntura fue el desarrollo de los programas de desarrollo comunitario de la Funda-
ción Ford en los años cincuenta. En 1959, estos programas fueron cerrados en su formato original, a partir de las
observaciones planteadas por una misión de agrónomos estadounidenses que advirtieron de la imposibilidad de
extender ese modelo a todo el país y recomendaron, en su lugar, el desarrollo de un programa más intensivo en
distritos-líderes previamente seleccionados. En palabras de C. C. Malone, funcionario entonces de la Fundación,
los expertos argumentaban que India “should organize a new type of intensive agricultural development pro-
gramme in selected districts as a pilot demostration of a more rapid development process” (Malone 1970: 371).
Estas observaciones dieron paso al surgimiento del Programa de Distritos de Desarrollo Agrícola Intensivo, en
1960. A partir de ese momento, los distritos seleccionados se convirtieron en campos de experimentación y pro-
moción de las nuevas tecnologías agrícolas, sobre todo de las semillas de trigo traídas desde México. Los esfuer-
zos de la Fundación y del Gobierno indio se dirigieron, entonces, a satisfacer los requerimientos necesarios para
que la producción de granos despegara a través del incremento de sus rendimientos por hectárea, buscando de esa
manera dotar de capacitación técnica a los trabajadores, suministrarles insumos técnicos modernos, fortalecer las
instituciones crediticias locales, definir precios remunerativos para los productores y crear un programa de sopor-
te e información técnica en cada distrito.
Estos distritos se constituyeron en la plataforma de la Revolución Verde. A partir de la llegada de los primeros
híbridos mexicanos de trigo, en 1963, en sus parcelas se desarrolló gran parte de los experimentos destinados a
probar su adaptabilidad a las condiciones agroecológicas locales. Fueron también los lugares donde se crearon las
primeras parcelas para demostrar las supuestas bondades de las nuevas semillas (en 1963 y 1964), los terrenos
donde estas variedades se extendieron con mayor rapidez y se constataron los mayores incrementos en los ren-
dimientos por hectárea. La plataforma era, aparentemente, óptima para el paquete tecnológico de la Revolución.
Sin embargo, se trataba de una idoneidad ciertamente sesgada: años después, gran parte de las críticas a la Revo-
lución Verde giraban en torno al carácter excepcional de los resultados de la tecnificación agrícola en India. Se
argumentaba, con razón, que los distritos seleccionados no representaban la realidad de la agricultura del subcon-
tinente; una observación que se confirmaba con el contraste de los rendimientos por hectárea obtenidos entre
zonas productoras ubicadas en los distritos (en su mayoría, zonas bien irrigadas y bien dotadas en general de
condiciones infraestructurales) y las zonas situadas fuera del programa (Chakravarti 3-9-73: 319-330). Más allá de
esto, si algo dejaba en evidencia la implementación de este programa, era que la coyuntural manera en que surgía
la Revolución Verde en 1968 contrastaba con la longevidad y la profundidad de las conexiones existentes entre el
desarrollo de la agricultura de India (y el Sudeste Asiático) y los intereses geopolíticos de los gobiernos y las fun-
daciones privadas estadounidenses.

Guerras y semillas en Costa Rica


Como en México e India, la guerra y los granos son dos palabras claves en la historia agraria reciente de nues-
tro país. La primera de ellas, desdoblada en una guerra mundial y en una guerra civil, es un elemento de funda-
mental importancia para entender la evolución de la investigación agronómica en Costa Rica a partir de los años
cuarenta del siglo XX. Por su parte, los granos, en específico el arroz, constituyen tal vez el mejor ejemplo de la
forma como la tecnología de la Revolución Verde se insertó en nuestra agricultura. En cierto sentido, Costa Rica
representa un caso ideal para observar, en pequeña escala, lo que en México y en India se desarrolló en grandes
dimensiones. Lejos de la visión coyuntural de una Revolución Verde granera, surgida espontáneamente en 1968,
en Costa Rica es posible contemplar la forma en que procesos aparentemente distantes en el tiempo, como la
estructuración de “agriculturas de guerra” durante la Segunda Guerra Mundial, y la importación de semillas
híbridas de arroz procedentes de Filipinas o Colombia, estaban muy interrelacionados entre sí.
Empecemos por la guerra. Si en México el interés estadounidense por el desarrollo de programas de investiga-
ción agrícola se explicaba por la posición fronteriza estratégica de ese país, en Costa Rica ese interés era igual-
mente fronterizo, pero en relación con nuestra posición geográfica respecto del Canal de Panamá. Una vez que la

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guerra tomó una dimensión mundial y que EU intervino de modo directo en ésta, nuestro país se convirtió en
una pequeña pieza geoestratégica para la potencia del norte. Pruebas de estos intereses fueron los contratos cele-
brados en torno a la producción de materias primas para una economía en guerra, los créditos y ayudas financieras
y los acuerdos establecidos en materia de cooperación agrícola durante la década de 1940.
Un primer ejemplo del caso de las materias primas lo representa el contrato celebrado en 1942 entre la com-
pañía bananera, de capital estadounidense, y el Gobierno costarricense, con el objetivo de fomentar el cultivo, la
industria y la exportación de abacá. Un contrato fundamentado en cláusulas realmente ventajosas para la com-
pañía: su vigencia se extendería por 25 años, implicaba el cultivo de por lo menos 1.500 hectáreas en el Caribe
costarricense; la compañía podía construir la infraestructura vial necesaria para asegurar el transporte de la pro-
ducción, así como el uso libre de “las aguas del dominio público para el riego de sus cultivos y para la prepara-
ción de sus productos” (Leyes y Decretos 12-3-42: 121-126); quedaba facultada, además, para construir canales y
emplear los materiales que se pudiese extraer de los ríos. Asimismo, la importación que realizara de semillas y
otros insumos estaría libre de gravámenes de aduana y otros tipos de cargas fiscales.
Las especiales condiciones de ese contrato se mantendrían en los contratos que el Gobierno de Costa Rica
firmaría para explotar el hule, la balsa y el caucho; todos éstos, típicos productos de guerra (Samper 2006: 137). Por
ejemplo, poco tiempo después de haberse aprobado en el Congreso costarricense una legislación reguladora de la
explotación de hule, el Gobierno nacional firmaba un acuerdo con la Rubber Reserve Company (vinculada al
Gobierno de Estados Unidos) para establecer una agencia para el desarrollo de su producción, venta y exporta-
ción a Estados Unidos (Leyes y Decretos 16-6-42: 271). Se firmaría convenios semejantes con la International Balsa
Company S. A. para la explotación de balsa también en el litoral caribe (Leyes y Decretos 26-5-1943), con la com-
pañía bananera para la explotación de distintas variedades de caucho (Leyes y Decretos 9-4-1943) y con la Corpora-
ción de Abastecimientos de Defensa de Estados Unidos para el cultivo de cinchona o árbol de quina (Leyes y De-
cretos 21-3-1944).
La presencia de los intereses estadounidenses en el país también se notaría con la aplicación de créditos desti-
nados a la estabilización de la agricultura nacional y para la construcción de vías de comunicación estratégicas,
como la denominada carretera interamericana. Pero esta presencia sería especialmente significativa a través de la
firma del convenio, en 1942, entre el Gobierno costarricense y el Instituto Interamericano en representación de su
par estadounidense, que tenía como principal objetivo “ayudar a la economía nacional… por medio de un au-
mento de la producción agrícola, uno de cuyos resultados será el abastecer la zona del Canal [de Panamá] de los
comestibles que en la actualidad necesita” (La Gaceta 5-1-1943: 5). El Instituto Interamericano, denominado tam-
bién Instituto de Asuntos Interamericanos (IAI), había surgido en 1942 con el respaldo del Departamento de
Estado de EU, a partir de los acuerdos tomados en la conferencia de cancilleres realizada en Río de Janeiro, y
que implicaron la creación de programas de educación, salud pública y de producción de alimentos en los países
latinoamericanos (Stica 1949: 1). El convenio costarricense formaba parte de una serie de acuerdos que se im-
plementaron con otras naciones de la región y que permitieron la creación de programas como el Scipa (Servicio
Cooperativo Interamericano de Producción de Alimentos) en Perú y Haití, programas bilaterales en Cuba (Coo-
perative Agricultural Comission), Brasil (Programa Acar) y Ecuador (Servicio Agrícola Bilateral), entre otros.
En concreto, el convenio establecía la apertura de depósitos en diferentes sectores del país con el objetivo de
que el Instituto adquiriese comestibles y los exportara a la zona del Canal para el suministro de las tropas nor-
teamericanas allí instaladas. Pero, además, planteaba que los agentes estadounidenses brindarían asistencia técni-
ca a los agricultores partícipes del programa, de forma que éstos “siguieran las prácticas culturales que le eran
sugeridas”, y se lograran, de esa manera, los estándares y las especificaciones “razonables” en cuanto a tamaño,
color y peso de los productos.
En 1948, este convenio temporal se convirtió en un programa cooperativo, con el nombre de Servicio Técnico
Interamericano (Stica). A partir de esta nueva condición jurídica, el Stica desarrolló sus acciones tomando como
base cinco grandes objetivos. Por una parte, se definía que la entidad brindaría asistencia técnica a los campesi-
nos en la producción de alimentos, además fomentaría la implementación de un sistema de extensión agrícola,
procuraría el suministro de herramientas, equipos, insecticidas, semillas y otros insumos necesarios en la produc-
ción y posibilitaría el desarrollo de las tierras por medio de la irrigación, el drenaje y la conservación de los sue-
los. También determinaba que se facilitaría a los gobiernos firmantes toda la información técnica y científica, así
como los “descubrimientos de interés para los agricultores”, originados en cualquiera de los dos países (Stica
1949: 7).
De esta forma, el Stica se convirtió en un vehículo para la adopción de la tecnología moderna por parte de los
agricultores costarricenses. Una revisión de los informes anuales del propio Ministerio de Agricultura y Ganader-
ía durante los años cincuenta bastaría para identificar el rol catalizador que la entidad tuvo en el desarrollo de la
investigación y de la extensión agraria en el país. En lo que se refiere a la extensión, por ejemplo, además de sus
labores en la promoción del uso de insumos químicos y de nuevas variedades de cultivo, el Stica respaldó los

53
programas de los Clubes 4 S en las zonas rurales -una emulación de los Clubes 4 H en Estados Unidos-, y los
programas de Mejoramiento del Hogar, consistentes en la enseñanza de técnicas de administración del hogar.
Respecto de la investigación, ya desde sus inicios la entidad promovió la aplicación de estudios sobre conserva-
ción de suelos, sistemas de fertilización con base en abonos químicos y sanidad vegetal e irrigación, entre otros
(Stica 1949: 12-51).
La entidad tenía una condición administrativa y jurídica particular, de cierta manera semejante a la condición
de la OEE en México. Se trataba de una entidad que formaba parte del Estado costarricense, adscrita, por tanto,
al Ministerio de Agricultura y Ganadería. Sin embargo, en sus primeros años sus directores eran usualmente ex-
tranjeros nombrados por el Instituto de Asuntos Interamericanos. No fue casual que en el primer informe de la
entidad, en 1949, estuviese explícito el interés por presentarse como un departamento especial del Ministerio, que
trabajaba en estrecha relación con éste (no bajo su mando, en sentido estricto), y que hubiese preocupación por
aclarar que “aunque el Stica es parte integrante del Ministerio de Agricultura, tiene autonomía en sus funciones y
se rige mediante proyectos que una vez aprobados son firmados por el ministro de Agricultura, el jefe del Institu-
to de Asuntos Interamericanos y el Director del Stica” (Stica 1949: 7-8). En igual sentido que la OEE mexicana,
también el Stica terminaría fusionándose en la estructura pública costarricense, y daría paso al Servicio de Exten-
sión Agrícola a finales de la década de 1950 (Jiménez 2001: 57-84).
La presencia del Stica en Costa Rica se ajustaba perfectamente bien a los cambios políticos que experimentaba
nuestro país en esos años, sobre todo a partir del desarrollo de la guerra civil de 1948 y del consecuente ascenso al
poder de la elite socialdemócrata. Una consecuencia de esta coyuntura, más allá de los cambios políticos y
económicos ya conocidos, fue la consolidación de una política de granos, destinada a mejorar la producción na-
cional de maíz, frijoles y arroz, en la cual el Consejo Nacional de Producción tendría un papel fundamental. En
la década de los cincuenta, el respaldo político a estos sectores permitió el desarrollo de diferentes programas de
investigación a través de convenios entre el Stica, el Consejo de Producción y el Ministerio de Agricultura. En el
arroz, estos programas fueron notablemente relevantes, sobre todo si se piensa que, de acuerdo con la visión do-
minante de la época, se trataba de una actividad que mostraba sistemas de cultivo tradicionales, sin mecanización
alguna y con variedades que no respondían de forma adecuada a la aplicación de insumos químicos. En esta
línea, los primeros experimentos implementados por los técnicos buscaban mejorar los procesos de purificación
de las semillas, hallar las densidades de siembra adecuadas dependiendo de la variedad, avanzar en el control de
plagas y enfermedades, además de realizar pruebas de fertilización química en fincas experimentales situadas en
el Pacífico del país, como la Estación Experimental Socorrito, en Barranca, y en fincas privadas como El Pelón
de la Bajura, en Guanacaste.
Estos experimentos se llevaban a cabo sobre la base de un banco de semillas formado por dos grandes grupos:
El primero, compuesto por semillas locales, introducidas por el Gobierno o por particulares en las décadas ante-
riores, entre las cuales destacaban las Rexoro, Chino, Berlín y Fortuna. Se trataba de semillas que, de acuerdo a
la visión de los agrónomos en los años setenta, tenían varias limitaciones debido a que “mostraban un desarrollo
muy vigoroso, que generalmente repercutía en un volcamiento muy acentuado; de fácil desgrane para facilitar la
trilla a mano; no respondían a un manejo racional de los fertilizantes y eran muy susceptibles a las principales
enfermedades” (Mag-BCCR 1970: 2). El segundo grupo estaba formado por semillas procedentes de EU, intro-
ducidas a partir de 1945, denominadas líneas americanas y entre las que destacaban las Bluebonnet 50, Texas Pat-
na, Centenario y Bluebonnet mejorado (Mag-BCCR 1970: 3). Algunas de estas semillas americanas fueron libe-
radas en los laboratorios del Departamento de Agricultura de EU, en Texas, por el Dr. Hank Beachell, agrónomo
nacido en Nebraska que era una de las figuras más importantes en la investigación en arroz en el sur de EU, pres-
tigio que lo llevó a trabajar en los años sesenta junto a Robert Chandler en el Instituto Internacional del Arroz
(Irri), en Los Baños, Filipinas; donde se le consideró uno de los padres de la variedad IR8, que revolucionaría el
cultivo del arroz en Asia. Las semillas americanas tuvieron un control del mercado nacional hasta por el final de
los años cincuenta, cuando fueron relegadas por las importadas de Surinam (Dima, Tapuriba, Alupi, etcétera).
Casualmente, estas variedades de Surinam surgieron de los cruces entre semillas americanas (la Bluebonnet in-
cluida) y otras provenientes de Indonesia, India y Madagascar, en experimentos realizados primero en las esta-
ciones experimentales holandesas y, luego, en la Fundación para el Desarrollo de la Mecanización Agrícola
(Mag-BCCR 1970: 4).
En los años setenta, la paulatina introducción de semillas de arroz provenientes de Filipinas y Colombia
marcó una ruptura en la actividad arrocera en Costa Rica. En términos del mercado de semillas, en 1972 las va-
riedades procedentes del Irri y del Ciat (Centro Internacional para la Agricultura Tropical, Colombia), acapara-
ban cerca del 80 por ciento de las semillas introducidas al país, desplazando a las variedades americanas y de
Surinam (Matamoros 1985: 119). Las semillas procedentes de Filipinas fueron introducidas a partir de 1965, y
desde su llegada fueron contempladas como variedades que presentaban “una serie de características agronómi-
cas excelentes”, tales como tamaños enanos, altos rendimientos y gran resistencia a las enfermedades (Mag 1965:

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45). Ciertamente, llegaban precedidas del prestigio que tenía el Irri en la investigación en el arroz, sobre todo a
partir de la liberación de la variedad IR8. Fundado en 1960, con el aporte financiero de las fundaciones Ford y
Rockefeller, y amparado en el apoyo del régimen anticomunista de Ferdinand Marcos, este Instituto pronto se
convirtió en un centro mundial de estudios sobre el grano en el que se daban cita los principales científicos esta-
dounidenses. Las semillas del Ciat, por su parte, fueron importadas a partir de los años setenta y se posicionaron
de forma rápida en el mercado nacional. Cabe destacar que, a pesar de la distancia evidente, existía bastante fa-
miliaridad entre el trabajo que realizaban ambos centros de investigación: en el caso concreto del arroz, uno de
los principales investigadores del programa del Ciat era Peter Jennings, científico estadounidense que había traba-
jado en el Irri durante los años sesenta, donde junto a Beachell había logrado desarrollar la mencionada IR8.
La llegada de estas semillas representó un arribo simbólico: por una parte, consolidó la conexión del país con
la estructura internacional de institutos de investigación del CGIAR (Consultative Group on International Agri-
cultural Research), levantada en torno a la nueva tecnología; por otra parte, y como la han comprobado numero-
sos estudios en el país, a partir de esa década el cultivo del grano en Costa Rica asumió características agroecoló-
gicas y sociales cada vez más semejantes a las predominantes en las grandes regiones agrícolas beneficiadas por la
Revolución. En cuanto a las condiciones agroecológicas, la actividad se concentró en el Pacífico Norte, región
relativamente seca (Matamoros 1985: 168). Debido a los requerimientos de las nuevas variedades genéticamente
modificadas, y de sus sistemas de cultivo, este traslado geográfico de la producción implicó una creciente deman-
da de agua y energía; necesidades oportunamente asistidas por proyectos públicos de irrigación y de electrifica-
ción rural. Al respecto, la similitud con lo sucedido en México es sorprendente: los experimentos de la OEE, que
hemos detallado en las páginas anteriores, se desarrollaron en función de las necesidades de medianos y grandes
productores asentados en el norte del país, especialmente en el estado de Sonora. El surgimiento de este verdade-
ro “oasis” agrícola en medio de esa región implicó el desarrollo de grandes proyectos públicos de construcción de
represas y embalses, con el objetivo de satisfacer los requerimientos de la nueva agricultura (Evans 2006: 46-78).
Pero también hubo “oasis” sociales, tan delimitados geográfica y socioeconómicamente como los distritos de
desarrollo agrícola de India antes mencionados. La expansión arrocera de Costa Rica a partir de 1970 estuvo
caracterizada por una notable concentración de la producción en fincas con superficies superiores a 100 hectáreas
(Matamoros 1985: 153). La constitución de este “oasis” estaba lejos de ser el producto consecuente de las fuerzas
del mercado: a partir de esa década el crédito brindado por las entidades financieras públicas mostró una acen-
tuada concentración en el arroz, por encima del resto de granos básicos (Piszk 1981: 34-35). También el caso de
los seguros de cosecha denota que el peso político de los grupos de grandes arroceros pudo influir en el estableci-
miento, por parte de los gobiernos y del Instituto de Seguros, de una política bastante favorable a sus intereses
(Vargas 1982: 219). El mercado de las semillas también sería controlado tanto como el de la tierra y el capital: en
1972, se promulgó una primera Ley de semillas (nº 5029) como condición previa para la firma de un contrato de
cooperación con la Agencia Internacional de Desarrollo (de EU) por cerca de 16 millones de dólares; un marco
jurídico que regulaba la producción y circulación de las semillas, y que, sobre todo a partir de su ampliación en
1978 (ley nº 6289), le daría un papel cada vez más importante a la gran empresa privada en la investigación y la
venta de semillas. De alguna manera, con estas leyes se empezaba a cerrar el ciclo de desarrollo de la Revolución
Verde en la agricultura arrocera de Costa Rica.

Conclusiones
Es frecuente hallar en los medios de comunicación planteamientos que sugieren que la Revolución Verde re-
presenta la base primera de la revolución biotecnológica actual, y en no pocas ocasiones se ha indicado que ésta
última constituye una segunda Revolución Verde, aseveración que resulta fácil de sostener si se advierte que al-
gunas de las grandes empresas comerciales que se beneficiaron del desarrollo de la tecnología de las semillas
híbridas en las décadas de los cincuenta y sesenta se hallan en la actualidad involucradas e<n la implementación
de la nueva oferta biotecnológica. Sin embargo, esta noción de continuidad puede resultar bastante peligrosa. Por
una parte, sugiere que el cambio tecnológico en la agricultura es un proceso automático, que evoluciona por la
fuerza de sus propios mecanismos, sin establecer vínculos con las dinámicas sociales y políticas. Por otra parte,
condiciona la posibilidad de pensar en los costos ecológicos y sociales de estos procesos en el pasado, de tal ma-
nera que podamos prevenir o cuestionar lo que está sucediendo en el presente.
Sobre ambos aspectos la historia ambiental tendría algo que decir. En este breve artículo se ha tratado de plan-
tear que la promoción y la expansión de las semillas híbridas de alto rendimiento no fue un proceso impulsado
solo por razones de mercado o por el peso definitivo de la ciencia. Si hubo un rasgo que caracterizó a la Revolu-
ción Verde fue su extrema dependencia, en cuanto a su desarrollo, del contexto geopolítico de la época. No fue
casual que su mismo nombre surgiera de una contraposición cromática con las revoluciones rojas comunistas. Este
dato, aparentemente contextual y no explicativo, en realidad es fundamental para cuestionar los enfoques que

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defienden la idea de la inevitabilidad del cambio tecnológico en la agricultura. En ese sentido, puede afirmarse que
la Revolución Verde no era inevitable, tanto como seguramente no lo es la alternativa biotecnológica.
Finalmente, el caso de Costa Rica, a pesar de la brevedad con la que ha sido tratado aquí, ofrece además un
buen ejemplo -en pequeña escala- de la dinámica de desarrollo de la Revolución Verde global: en el caso del arroz
se trató de una agricultura que mostró una evolución estrechamente relacionada con la extensión del conocimien-
to y la tecnología agrícola estadounidense de postguerra; inserta, además, en un esquema de modernización ca-
racterizado por el uso de semillas genéticamente modificadas y el uso de medios mecánicos y químicos de pro-
ducción. Una modernización notablemente costosa en términos de agua y energía y, asimismo, en términos so-
ciales y políticos, tanto como lo fue en México y en el resto del Tercer Mundo. Además de sus implicaciones
ecológicas por el uso de los insumos químicos y por los costos energéticos implícitos en su lógica, la Revolución
Verde, lejos de aquellas posiciones que la defendían como un proceso eficiente y democratizador, generó costos
sociales debido a las tendencias de concentración de la tierra y el capital que merecen estudiarse con detalle. Pe-
ro, además, implicó costos políticos e institucionales, que daban cuenta de que eran tan productivas las semillas
híbridas como las relaciones de poder económico y político que se establecían en su agricultura.

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