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SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA

ANDRES L. MATEO
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA

LA CIUDAD COLONIAL DESDE LA FAROL PLAZA DE LA HISPANIDAD


CAPILLA DEL ROSARIO La historia del mancebo aragonés llamado Miguel Díaz, que abre
la fundación de la villa de Santo Domingo, y con ella la polémica
que comienza en el l498, ¿qué es? ¿Discurso ficcional o crónica?
¿Suceder real o imaginación desbordada? ¿Imaginería de cronista
empeñado en darle una sustentación de leyenda a la edificación
de la Primera Ciudad del Nuevo Mundo, o hecho documentado?
La aventura colombina del proceso del descubrimiento, con-
quista y colonización, fue, en principio, más que una proeza mili-
tar, un hecho de la lengua. Situados frente a la realidad de un mundo
recién descubierto, portadores ellos mismos de una cultura, la len-
gua que debía nombrar objetivamente todo lo desconocido que se
presentaba ante sus ojos, no tenía ni la idoneidad léxica, ni el refe-
rente cultural apropiado para denominar las cosas, tanto del mun-
do social como de la flora y la fauna. Esa lengua, además, era pri-
sionera del deslumbramiento lírico, extasiada ante las imágenes
que captaba y proyectaba como si fueran las nuevas maravillas del
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mundo, y urgentemente necesitada de difundir en el continente soldados olvidados, como el propio Bernal? Ese soldado raso que
europeo, la grandeza de la empresa del descubrimiento. era Bernal Díaz del Castillo hizo tanta literatura, como la que él le
Era desde la lengua que se fundaban las grandes ciudades del atribuye a los capitanes de la conquista.
mundo nuevo. La lengua edificó en el imaginario europeo todas La fundación de la ciudad de Santo Domingo se inicia como se
las desconocidas riquezas de un continente exótico y remoto. De inicia todo en el mundo americano: mediante un acto de lengua.
la grandilocuencia de la hipérbole se nutrió el nacimiento del Y es esta historia del mancebo aragonés Miguel Díaz la primera
mundo americano. En la hipérbole reiterada de Cristóbal Colón, visión literaria de la ciudad del Nuevo Mundo que albergará el
escribiendo afanoso y entusiasmado en su Diario que glosará des- mayor rosario de primogenituras. Gonzalo Fernández de Oviedo la
pués el padre Las Casas, la descripción que dibuja el paisaje lleva- esculpe, entre el mito y la crónica:
ba también todo lo que su imaginación aportaba. En la relación a «No teniendo ya otro socorro sino el de Dios, El permitió su reme-
los Reyes de las cosas que veía, Colón dice que «no bastarían mil dio; y éste fue la mudanza de la cibdad de la Isabela, donde estaban los
lenguas a referillo, ni su mano para lo escribir, que le parecía que estaba españoles avecindados. Y para esta transmigración acaesció que un
encantado». Y ese encantamiento lo llevará a descubrir «indios que mancebo aragonés, llamado Miguel Díaz, hobo palabras con otro espa-
cogen oro con candelas de noche en la playa y después con martillo diz ñol, e con un cuchillo dióle ciertas heridas e aunque no murió dellas, no
que hacían vergas de ello». Como el Almirante, todos los cronistas osó atender, puesto que era cridado del adelantado Don Bartolomé
forzaban la lengua a ir más allá de la descripción objetiva, del suce- Colom, e ausentóse de temor del castigo, e con él, siguiéndole e facién-
der real, y en cierta forma inventaban otro tipo de realidad. Es por dole amigable compañía; cinco o seis cristianos; algunos de ellos porque
eso que la línea divisoria entre literatura y crónica es tan delgada, habían sido participantes en la culpa del delito del Miguel Díaz, e otros
e incluso tiene vasos comunicantes tan fluidos que nadie sabe dónde porque eran sus amigos. E huyendo de la Isabela, fuéronse por la costa
comienza una y termina la otra. ¿No es, acaso, el Inca Garcilaso de arriba hacia el Leste o Levante, e bojáronla hasta venir a la parte Sur,
la Vega el arquitecto de una gran reivindicación histórica, y al adonde agora está aquesta cibdad de Santo Domingo, y en este asiento
mismo tiempo, el artífice de un prodigioso discurso ficcional? ¿Cuál pararon, porque aquí hallaron un pueblo de indios. E aquí tomó este
es el fundamento de las airadas reclamaciones de Bernal Díaz del Miguel Díaz amistad con una cacica que se llamó después Catalina, e
Castillo, en su Verdadera historia de los sucesos de la conquista de hobo en ella dos fijos, andando el tiempo».
Nueva España, en la cual el testimonio verídico y la imaginación Miguel Díaz y la cacica Catalina bordean, más que el dato
sin freno emprenden juntos un mismo vuelo, tratando de revertir histórico del cronista, la necesidad de hacer encarnar la historia
las glorias de los grandes capitanes de la conquista, en favor de los objetiva en acontecimientos de la ficción literaria. Miguel Díaz
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es un personaje datado (aunque no la aventura que lo lleva al Balbuena, que es la construcción de un universo verbal, no hay
relato de Oviedo), la cacica Catalina, en cambio, es una inven- Ciudad México. Como no hay Lima, sin Ricardo Palma y sus
ción, pero, como en La Canción de Roldán, se mezclan con ac- Tradiciones peruanas.
tores documentados de la historia real para fundar y dar dimen- Y no hay Ciudad de Santo Domingo sin las angustias de sus
sión mítica a la epopeya. Fray Bartolomé de Las Casas no sólo cronistas, discutiéndose cada piedra, cada huracán. Cada mudanza
confina a la imaginación de Oviedo la realidad de estos hechos, de sitio, cada cerco lingüístico que se inflama en su historia. Y no
sino que los refuta por improbables con un argumento demole- hay Ciudad de Santo Domingo, tampoco, sin su río: el Ozama.
dor: El río Ozama es el primer personaje literario de la ciudad de
«Lo que dice de Miguel Díaz, que huyó del Adelantado por cierta Santo Domingo. Las ciudades nacen con sed, a la vera de los ríos.
travesura y vino a parar aquí a este puerto y provincia, pudo ser, pero Quizás no haya un río en América al que se le hayan escrito tantos
nunca tal oí, siendo yo tan propincuo a aquellos tiempos, mas de tener requiebros, ni sobre el que se hayan edificado tantas hipérboles. El
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RUINAS DE SAN FRANCISCO por amiga a la cacica o señora del pueblo que aquí estaba, y rogarle que Ozama es un río verdadero y un río inventado. Un río con un
fuese a llamar a los cristianos para que se pasasen de la Isabela a vivir puente que lleva de la fantasía a la historia objetiva, y viceversa.
aquí es tan verdad, como ser escuro el sol a medio día. Donosa fama los Casi en un salto mágico, atravesarlo es ver surgir la Ciudad. En la
españoles por sus obras tan inhumanas tenían, para que la cacica ni fantástica historia de Oviedo, después que el mancebo aragonés le
hombre de todos los naturales desta isla los convidasen a venir a vivir a contara la aventura, el propio adelantado, Don Bartolomé Colón,
su tierra; antes se quisieran meter en las entrañas de la tierra por no lo atraviesa para fundar la ciudad:
verlos ni oírlos. Así que, esto es todo fábula y añadiduras que hace «E tentó este río llamado Ozama, que por esta cibdad pasa, e hízolo
Oviedo suyas». sondar, e tentó la hondura de la entrada del puerto, e quedó muy satis-
«Fábulas y añadiduras», es el cemento de todas las grandes ciu- fecho y tan alegre como era razón».
dades de América. El andamiaje del barroco de Bernardo de Pero José Joaquín Pérez, en su Fantasías indígenas, de l887, lo
Balbuena teje, más que nada, el México colonial que se levanta espiritualiza, labrando la imagen de la sacrificada india Anacaona,
esplendoroso del mundo virreinal. Esa destreza para fijar deta- como si surgiera de sus aguas:
lles, esa filigrana en la descripción de las chalupas, el mercado y «Esbelta, como junco de la orilla
la abundancia de frutos minuciosamente dibujados por el horror de Ozama rumoroso, y sonrosada
al vacío del barroco como estilo literario, hacen de su poema como esos caracoles que tapizan
Grandeza mexicana, una piedra fundacional inestimable. Sin el extenso arenal de nuestras playas».
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Pérez es un escritor del romanticismo, y la invocación de la raza Es lo que ocurre en la coyuntura de la primera intervención
indígena opera como una condena idílica del exterminio de los norteamericana al país, en el 19l6. Se propagó la noticia de que la
aborígenes. Todo el siglo XIX americano se batirá furioso oponién- llamada Ceiba de Colón había sido talada por las tropas de inter-
dole estos seres idealizados a la realidad histórica. En Santo Do- vención. Domingo Moreno Jimenes, el poeta mayor del movimien-
mingo, el Ozama será un testigo, un túnel del tiempo, por el que se to Postumista, escribió su poema La fiesta del árbol, indignado fren-
desplazará la ficción y la historia. El propio José Joaquín Pérez, en te al hecho:
su célebre Ecos del destierro, pese a ser un defensor de la raza abori- ¡Oh ceiba de Colón!
gen, magnifica el martirio de Cristóbal Colón, quien según la his- En cuyo tronco el grito de mi niñez estalló
toria (fieramente tan bien desmentida por el Padre Las Casas) fue Con júbilo
hecho prisionero por sus compañeros, y embarcado con grilletes Y más tarde la cólera de mis días viriles
desde el Ozama: Fueron un holocausto.
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RÍO OZAMA
Juega en las linfas del Ozama undoso
¡Oh tú que recibiste el eterno arrullo de las
besa los muros do Colón, cautivo,
océanicas del Ozama
de negra y vil ingratitud quejoso
y los ultrajes de Yanquilandia!
el peso enorme soportara altivo.
(...)¡Ojalá nos hubiera tragado la mar
Y si en la Ceiba centenaria miras antes que permitir que la más seca de tus hojas
muda ya el arpa que pulsé inspirado fuera tocada
con los trinos de amor con que suspiras o la más estéril de tus raíces rotas!
haz que vibre mi nombre ya olvidado. El postumismo es, en la Historia de la Literatura Dominicana,
La ceiba de la que habla el poeta, es el árbol que según la leyen- una fuerte visión de lo nacional. Consciente o inconscientemen-
da utilizara Colón para amarrar una de las carabelas del descubri- te, los postumistas se aferraron a la inmediatez de lo propio, en un
miento. Esta historia de la ceiba centenaria a la orilla del río que momento en que la individualización de lo nacional estaba ame-
circunda la ciudad, prohijará numerosas composiciones en las que nazada de disolución. El Ozama, en la simbología postumista, es
se unen acontecimientos históricos distantes en el tiempo, pulsan- una metáfora de la historia, vista en un eterno fluir, como el río
do el valor simbólico de la ceiba y la primigenia virtud mitológica heracliteano, uniendo el pasado y el presente, y definiendo el fu-
del río. turo. El encrespado Domingo Moreno Jimenes de este poema, frente
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a los acontecimientos de 19l6, es el mismo poeta que se detiene


arrobado por las cosas sencillas de la ciudad, haciendo personajes
de sus poemas a los seres y los acontecimientos que configuran su
existencia. El Ozama es, por lo tanto, esa metáfora, y la ceiba, un
árbol frondoso de la historia mítica particular de Santo Domingo,
que enlaza dos tiempos.
Papel de símbolo que también le atribuye el poeta de la Gene-
ración del 48, Abelardo Vicioso, en los acontecimientos de la gue-
rra de abril de 1965, propiciados por la segunda intervención nor-
teamericana, y en los cuales la Ciudad fue el escenario preponde-
rante. La invocación de la ciudad asediada levanta, de nuevo, su
CALLE SALOMÉ UREÑA
río como testigo. En Canto de amor a la ciudad herida, todo el círcu- (ENTRE 19 DE MARZO Y HOSTOS)

CASA DE NAVARIJO
lo amargo de una historia trágica se vierte sobre una Ciudad que se (CALLE ESPAILLAT)

transforma en sujeto heroico:

La ciudad no se asoma ya más a las vidrieras


Ni habla sobre béisbol en las cafeterías
La ciudad está herida por los cuatro costados.

(...)Por el Ozama bajan cuerpos de la esperanza


sin que sea el tiempo justo para una dulce muerte
y el mar es una línea flotante de cañones
apuntando directamente al corazón.

Ah, el corazón de la ciudad latiendo


A ritmo universal, el corazón
Herido, acorralado por los canes de presa
Que juegan por el mundo con la cola encendida
En un triste pentágono de fuego.
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de Salomé Ureña de Henríquez, escritos en ocasión del regreso del


joven Temístocles Amador Ravelo, proveniente de Cuba, y a quién
le dice:

La margen abandona
del límpido Almendares
y vuelve, de tus lares,
la brisa a respirar;
y vuelve, del Ozama,
que corre dulcemente,
la rápida corriente

MURALLA DE LA CIUDAD
feliz a contemplar.
(FUERTE DE SANTA BÁRBARA)
O como cuando su espíritu decepcionado, a la muerte de José F.
Espaillat, en una rápida pincelada dibuja ese malhadado signo de
la historia, que el positivismo hizo siempre flamear ante cada difi-
cultad enfrentada en el camino hacia su idea del progreso:

¿Qué acento de amargura,


del Yaque hasta el Ozama, en raudo vuelo,
cruza en el viento que gimiendo pasa?

Desde la amplia franja mitológica de su río, que aparecerá como


una hipermetáfora a lo largo de toda la literatura dominicana, la
Ciudad se irá expandiendo lentamente. En su novela autobiográfi-
ca Navarijo, Francisco E. Moscoso Puello describe con precisión la
El Ozama es aquí un sobre-significante de la historia, que clava
Ciudad de Santo Domingo de 1883, es decir, treinta y nueve años
la ciudad en un gesto suspendido, desde el que se labra silenciosa-
después de la Independencia:
mente el destino. En la artillería de símbolos que relacionan la
«Aquella ciudad tenía en 1883, 1097 casas y 74 ruinas y, según D.
ciudad y la historia sirve para despedir al proscrito, o es la puerta
Luis Alemar, en el año 1893, 293 casas altas y 2361 casas bajas; 1287
de entrada del desterrado que regresa. Como en los breves versos
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eran de mampostería y 1367 de maderas; 907 estaban techadas de ya-


guas; 868 de hierro galvanizado; 687 de romano; 89 de tejas de barro;
54 de tablitas y, sin techo y en ruinas 49. En toda la ciudad había 2654
casas, de las cuales 1593 solamente, tenían caños de desagüe. La po-
blación fija de aquella ciudad era de 14.072. Esta última fracción, 72,
representaba la población de tránsito»
Para el siglo XIX americano, que precisamente generó la ideolo-
gía del desarrollo a partir de los modelos europeos y norteamericano
de sociedad, la ciudad era un barómetro que servía para expresar el
grado de civilización de los pueblos. El esfuerzo por adquirir lo exte-
rior de las manifestaciones materiales del progreso, que reconocían
FAROL DE LA PLAZOLETA CASA DE RODRIGO DE BASTIDAS
DE LOS CURAS
como civilización, significaba que, para los latinoamericanos del si-
glo XIX, el progreso podía medirse cuantitativamente por el volu-
men de exportaciones, por el número de calles asfaltadas, por los
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tranvías, las máquinas a vapor o los alumbrados de gas. El signo de libremente los animales domésticos de los vecinos. Por las tardes desen-
los tiempos era contraponer la «civilización a la barbarie», según la ganchaban allí sus carros los carreteros y soltaban sus animales.
reconocida fórmula de la generación argentina de l887( y según la Había 20 abogados, 5 ingenieros, 5 agrimensores y 4 dentistas, 6
consabida prédica de Domingo Faustino Sarmiento), y el nivel de notarios públicos, 2 maestros de obras, 18 médicos, y 10 boticas. Ha-
modernidad alcanzado de acuerdo con el modo de vida citadino bía 23 coches de alquiler y 24 particulares. 115 carretas, 356 faroles
simbolizaba la meta de la regeneración colectiva. para alumbrado público, 1 restaurante, 8 cafés y 2 hoteles.
La ciudad de Francisco E. Moscoso Puello, en su novela Navarijo, La mayoría de las casas de mampostería se encontraban en los ba-
dista mucho, todavía, del ideal que la ideología del desarrollo difun- rrios céntricos. En las proximidades de las murallas abundaban los
dió en el mundo americano. Es una ciudad pequeña como un pa- bohíos.
ñuelo, aldeana, que inicia la expansión urbana desde la ruralidad: Eran las de mampostería, casas coloniales, de techo romano, con
«Aquel Santo Domingo de Guzmán era una ciudad pequeña, que paredes anchas, ventanas de rejas y amplios zaguanes. Los patios de
CALLE SALOMÉ UREÑA
(ENTRE DUARTE Y JOSÉ REYES) apenas contaba con quince mil almas. No había alcanzado todavía las estas casas eran grandes y estaban sembrados de árboles frutales.
murallas que la rodeaban. Entre éstas y la verdadera ciudad, se exten- Se abastecían de agua los vecinos de aquella ciudad, por medio de
día una faja de tierra, cubierta de grama y matorrales, donde pacían aljibes y de pozos. Había pozos en los patios de casi todas las casas y
había pozos también en algunos sitios públicos y aún en las mismas
calles. Eran profundos muchos de estos pozos, a tal punto, que el agua
tenía que ser sacada con fuerza animal.
Los aljibes, por el contrario, eran contados. Y las casas que los te-
nían eran consideradas como casas muy principales.
Hasta l884, a la oración, cuando se escuchaba en la ciudad el
toque del Rosario, se cerraba la Puerta del Conde y ninguna perso-
na se atrevía a salir sin permiso de la Guardia allí establecida, des-
pués de esa hora. La ciudad quedaba completamente aislada de sus
alrededores».
Lo cierto es que aquella era una Ciudad de desarrollo relativo,
encerrada en sus murallas, presa todavía en la realidad aldeana,
pero empujada por el espíritu de la época en su determinación de
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Y Francisco E. Moscoso Puello describe en Navarijo lo que ha-


bía del lado allá de la muralla, es decir, en esa zona que no era
«ciudad»:
«Al otro lado de la muralla se encontraba basura, montes, sabanas,
botados, conucos, estancias y hornos de carbón. A trechos, bohíos de
yaguas y alguna que otra construcción de mampostería levantada por
alguno de los pocos vecinos pudientes que tenía la ciudad».
En esa ciudad amurallada el alcohol se vendía profusamente, y
la atmósfera que se respiraba estaba acribillada por el agrio sudor
de los campesinos que acudían a ella a vender sus productos, y por

GARITA DE LA PUERTA DEL CONDE ALJIBE DE LA CASA DE LOS JESUITAS

someter al área rural. «Las calles se iluminaban buena parte del mes
con la Luna y, las demás noches, con una escasa cantidad de faroles de
gas que se apagaban a la media noche en las orillas, y permanecían
encendidos hasta el amanecer, únicamente en los barrios céntricos»
–nos dice Alemar.
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las recuas de mulos y caballos que la inundaban. Moscoso Puello


describe con mucho colorido, los olores y el ambiente de la calle
en que le tocó nacer:
«La calle en que yo nací hedía a aguardiente y a estiércol, porque
había en las manzanas próximas a mi casa, más de catorce alambiques
de cabezote, la industria más próspera de aquellos días, y porque, era
esa calle, el camino obligado de los campesinos de los alrededores, que
entraban a la ciudad montados sobre bestias, por la Puerta del Conde».
Describe, también, la división de la Ciudad en barrios:
«La ciudad estaba dividida en barrios de diferentes tamaños y con
características propias. Por el norte: La fajina, El Polvorín, San Láza-
DOBLE PÁGINA ANTERIOR: COVENTO DE LOS DOMINICOS
SAN LÁZARO ro, San Miguel, San Antón, Santa Bárbara; en el centro: La Catedral, Y SU ENTORNO

BARRIO EL POLVORÍN
(CALLE JUAN ISIDRO PÉREZ) Santa Clara, las mercedes, y el Convento; Por el oeste: el Navarijo y
ENTORNO DE LA IGLESIA por el Sur, la Misericordia y Pueblo Nuevo. Cada barrio constituía una
DE LAS MERCEDES

Parroquia y contaba con su correspondiente Alcalde».


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He ahí la semilla de lo que será la Ciudad de Santo Domingo,


en el sentido de la importancia que la ideología del desarrollo im-
puso en el mundo moderno. En la novela Navarijo no se perfilan
todavía todos los hilos que la complejidad de la vida ciudadana
teje. Pero aparecen rasgos que serán definitorios de la vida en la
ciudad, relacionados con el poder y con el sentido del desarrollo.
Moscoso Puello resalta factores fundamentales que se están produ-
ciendo en su época, a saber:
La aceleración de la urbe capitalina como sitio de mercado y
centro de intermediarios para hacerse cargo de los negocios.
Paulatino mejoramiento del transporte para facilitar el flujo de
IGLESIA DE SANTA BÁRBARA CIUDAD NUEVA
Y SU ENTORNO
alimentos y personas a las áreas urbanas. La presencia cada vez
CIUDAD NUEVA
mayor de un número de campesinos desposeídos o degradados que
veían en la ciudad una oportunidad de mejorar su suerte.
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La conciencia de que la Ciudad era el centro de la toma de dad encarna un espacio de civilización que libera al hombre y la
decisiones que afectaban al interior. mujer del dominio de las fuerzas ciegas de la naturaleza. Ciudad
En su afán de cronista costumbrista, Moscoso Puello, hablando Nueva, el poema de José Joaquín Pérez de l885, inicia así el canto
desde su memoria que teje el dato sociológico con la imaginación barrial, fijando para siempre en la textura de la obra literaria, el
creativa, deja plasmado el desarrollo desigual de esa Ciudad en testimonio de la nueva ciudad que estaba emergiendo:
expansión. Cuba tuvo el primer ferrocarril latinoamericano en los Campo inculto, tendido en solitaria
inicios del 1829. Río de Janeiro tuvo línea a vapor en 1851. Y en el Quietud al pie de la vetusta y triste
1853 Río de la Plata tenía también su línea a vapor. Con el fín del Muralla, que la heroica y legendaria
siglo XIX, poco a poco, se va cambiando la rusticidad del agro por Ciudad defiende aún ¡despierta ahora!
la bulliciosa agitación urbana. Las ciudades se erguían en el um-
Cuando nada resiste
bral de una explosión demográfica mayor. El estilo de vida de las
A la voz del progreso triunfadora
élites urbanas se había impuesto.
cuando el raíl y el alambre estremecidos,
Pero Santo Domingo vivió un lento proceso de expansión ur-
llevan la humanidad, llevan la idea
bana. La literatura recoge con gracia esa expansión, moviendo en
a cumbres do luz esplendorea,
la trama de la ciudad que crece, personajes de la ficción literaria
donde enjambres de pueblos redimidos
con personajes y acontecimientos verdaderos, como en las cróni-
al sol del porvenir alzan la frente
cas del Descubrimiento. Ese proceso de expansión se inició con el
«campo de soledad», llena de gente,
barrio de Ciudad Nueva, la primera barriada de importancia edifi-
de ruido. De armonía,
cada fuera de los muros de la ciudad. Ese jalón de progreso no
de trabajo, de vida, de fe ardiente
podía pasar desapercibido para el espíritu de los positivistas, cuya
tu ámbito mudo y tu extensión vacía».
influencia intelectual en el país, a finales del siglo XIX, era ya he-
La utilería con la que este poema de José Joaquín Pérez es traba-
gemónica por la presencia del maestro Eugenio María de Hostos.
jado, pone de relieve la importancia que el nuevo sector de la ciu-
De manera que, de inmediato, Ciudad Nueva pasó a ser objeto de
dad adquiría. Son como clarinadas de progreso las que se oyen al
la preocupación estética de los escritores.
leer el poema. Observemos que el poeta recrimina al «Campo in-
En 1885 José Joaquín Pérez celebra el nacimiento de esta ba-
culto», muerto de quietud «al pie de la muralla». Y lo conmina:
rriada, entusiasmado por el signo de progreso que significa, y pro-
¡Despierta ahora! Para luego proclamar como inevitable «la voz
fundamente influenciado por la idea del positivismo de que la ciu-
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del progreso triunfadora», que rechina en «el raíl y el alambre es-


tremecidos», símbolos ambos de la vida civilizada de las ciudades
modernas.
Ciudad Nueva abrió, para el positivismo literario dominicano,
una idea concreta del valor de la urbe ciudadana, signando en la
expansión el sentido que debía guiar el desarrollo.
En la novela Eusebio sapote, de Enrique Aguiar, se evoca el tra-
siego comercial de los barrios extramuros con el viejo casco de la
ciudad. Aguiar narra la manera como se fue armando el nombre
del barrio de El Navarijo, que como hemos visto usa Francisco E.
Moscoso Puello en su novela costumbrista y autobiográfica:
CALLE EL CONDE
«En la época de María Castaña, en esos buenos tiempos en que se
amarraban los perros con longaniza, existían en la calle del Conde, en
su cruce con la de Regina, donde más tarde estuvo la mercería el Globo
de Isidoro Bazil, una razón social: Navar hijo y compañía cuyo letrero,
colocado en el ángulo de la casa, se adelantaba seis o siete pies hacia el
medio de la calle. Este anuncio flamante, con su fondo blanco y sus
letras rojas, siempre estaba como acabado de pintar y se leía, de uno a
otro lado, con toda comodidad, a varias cuadras de distancia. El sitio
elegido por el señor Antonio Navar para establecer su comercio de loza
fina y telas de fantasía, era de lo más estratégico que podía existir en la buen gusto con que eran presentados al público las vistosas mercancías
ciudad de Santo Domingo desde el punto de vista comercial; todos los de los aparadores.
vecinos de Ciudad Nueva y de San Carlos, cuando iban «allá aden- Tanto interés había despertado en el vecindario capitalino esta im-
tro», como solían decir los que vivían afuera de las murallas, al caminar portante razón social, que todo el mundo señalaba como punto de
por la calle del Conde, tenían necesariamente que pasar por el intere- orientación la tienda de los señores Navar hijo y compañía: antes de
sante y surtido establecimiento, donde muchas veces entraban atraídos llegar a Navar hijo; De Navar hijo para allá; En la misma esquina de
por la solicitud del dependiente, y nada más que a curiosear el orden y Navar hijo, eran señales que se daban constantemente a las personas
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que, buscando residencias particulares o comerciales caminaban, de


un lado a otro, las calles despobladas de Santo Domingo de Guz-
mán».
El nombre de la firma Navar hijo, usado como referencia con-
tinua se corrompió hasta convertirse en una denominación de
toda una barriada: El Navarijo. En Eusebio Sapote se describen
sus coordenadas geográficas: Desde la esquina de la calle Palo Hin-
cado, donde tenía su establecimiento el señor Federico Velázquez, hasta
la esquina del «Globo» de Isidoro Bazil, esos cuatrocientos metros de
extensión, comprendían uno de los sitios más interesantes de la ciudad
romántica.
DOBLE PÁGINA ANTERIOR: EL PARQUE COLÓN
CASA DE SAN CARLOS El Navarijo se convirtió en un nombre que evocaba una barria- CALLE ARZOBISPO MERIÑO,
ATARDECER SOBRE NAVARIJO ANTIGUA CALLE DEL PLATERO
(CALLE PADRE BILLINI) da popular y activa. Ciudad Nueva, desde su apelación simbólica, (ENTRE LAS MERCEDES Y EL CONDE)

era la expresión de esa movilidad social que vivirá el Santo Do-


mingo de finales del siglo XIX. La literatura dominicana de este
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periodo, y particularmente su novelística, construirá toda la com- de Jesús García ponía mucho esmero en que el parque estuviera lleno de
posición de la obra narrativa haciendo de la ciudad el escenario flores. Había, sin embargo, personas que se acercaban a las reatas y se
por el que se desplazan los acontecimientos. Novelas como La san- llevaban las flores y aún tronchaban las plantas para llevar a su casa
gre, de Tulio Manuel Cestero, Eusebio Sapote, de Enrique Aguiar, espigas. Don Manuel, viendo que la Policía Municipal, a la cual nadie
Navarijo, de Francisco Moscoso Puello, o Renacimiento, de Haim respetaba, no podía poner remedio al mal, recurrió al Presidente
H. Lopez-Penha, son novelas cronológicamente ubicadas a finales Heureaux. Este le dijo: «Bueno, Ud. Sabe cómo arreglo yo mis cosas.
del siglo pasado, y transcurren durante la tiranía del general Ulises De hoy en adelante no habrá quien le coja a Ud. Las flores del parque».
Heureaux, Lilís, desplegándose y nombrando las cosas en medio Llamó al Comandante Zacarías, y le habló: «Comandante, deles orden
de una ciudad que adquiría cada vez más una importancia espiri- a los serenos de que a todo al que se vea cogiendo una flor en el parque,
tual. Por el ventanillo del calabozo de La Torre del Homenaje que le hagan un disparo». Cuando Don Manuel de Jesús García lo supo,
Antonio Portocarrero, mira o presiente la ciudad, en La sangre, de él, que era incapaz de matar una gallina, le dijo: «No, no, no; Presi-
Cestero, observa también los barcos del río Ozama, prisionero del dente; que se lleven todas las flores; pero yo prefiero eso a una orden
mismo tirano, Héctor Pereda, el personaje de Renacimiento, de como la que Ud. dio». El Presidente le observó: «No, la orden está
Lopez-Penha. dada».
En el período de Ulises Heureaux la ciudad tomó, según parece, Troncoso de la Concha cierra la historia de sus Narraciones Do-
dimensiones épica y dramática. El propio Lilís tenía una preocu- minicanas, con un final feliz, estremecedor, propio de la tradición
pación personal por su cuido. En su libro Narraciones dominicanas, autoritaria que la literatura ficcional, y la histórica, estudian en
Manuel de Jesús Troncoso de la Concha cuenta una de esas histo- éste periodo: «De ahí en adelante, gozaron de tranquilidad las flores»
rias truculentas del tirano, relacionada con la construcción del par- -dice, después de narrar el episodio de un joven herido por arran-
que Colón: car unas flores del parque.
«Don Manuel de Jesús García era Presidente del Ayuntamiento. Con Lilís como personaje, la literatura dominicana reflejará las
Vivía en frente del parque Colón. El ponía mucho cuidado en todo lo transformaciones que vive la ciudad a finales del siglo XIX. En su
que tenía a su cargo. El parque Colón empezaba entonces a formarse. novela El hombre de los pies de agua, el escritor Armando Oscar
Antes de eso había sido únicamente la «Placeta de la Catedral». Era el Pacheco, describe los finales del siglo en medio de los vapores del
nombre con que se conocía popularmente, aunque su nombre oficial mundo citadino:
era el de «Plaza de Armas». Se empezó a sembrar flores, allí, a formar «Eran aquellos tiempos de la muy romántica y muy confiada ciudad
jardincillos, más o menos hacia el año 92 del siglo pasado. Don Manuel de Santo Domingo de Guzmán. El ochocientos se alejaba a paso tardo,
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como un caminante cansado, sajeado, con el morral al hombro. La giraba en torno al sentido del desarrollo que tenía como meta el
ciudad estaba enmarcada en sus muros de piedra. Ya no desconfiaba de engrandecimiento de la vida ciudadana. Son «ciudadanos» los
los piratas de afuera, pero tampoco se preocupaba de la amenaza de héroes de las novelas de éste período. Lilís, gobernando el esce-
adentro. Se revolucionaba en el Parque Colón. A la sombra de la esta- nario despótico de la ciudad novelada, tanto en la novelística de
tua del Almirante se planeaba el derrocamiento de los gobiernos, se Cestero como en la de Lopez-Penha, y otros, encarna el polo
fraguaban las asonadas, se decidía del destino de un pueblo. Y, cosa opuesto de la civilización. Es en la época de Lilís que la Ciudad
rara y simbólica, en este parque, las desnudeces de Anacaona, plasma- adquiere importancia suficiente como para convertirse ella mis-
da en estatua de bronce, remataban en un panal de avispas. ma en un lenguaje, y adoptar el polo opuesto de la significación
Las calles lucían nombres sugestivos: La calle del Platero, la calle de lo rural, lugar común de la ideología del desarrollo de princi-
Colón, que otrora se denominaba «de las Damas»; las siete cuestas de pio del siglo XIX.
la ciudad, como las siete colinas de Roma, entre las cuales la Atarazana Pero en la etapa en que la Ciudad de Santo Domingo, toda ella,
DOBLE PÁGINA ANTERIOR: CALLE 19 DE MARZO
LAS REALES ATARAZANAS y la Cuesta del Vidrio ocupaban lugar prominente. Todo eso estaba ahí, se transforma en un mito fundador, y en un referente hiperbólico
con una nota de sol, muy andaluz. Con sus rejas, con sus macetas de del progreso, es en la llamada «Era de Trujillo». Usando la invoca-
claveles rojos, con sus mujeres de ojos moros. Con sus focos incandes- ción permanente de la ciudad, el trujillismo, y su literatura, atraje-
centes y con sus faroles de gas. Con sus coches de punto tirados por
caballos jadeantes, cuyos cascos repicaban con insinuante sonoridad al
filo de la medianoche. Con su teatro «La República» donde Roncoroni,
Luisa Martínez Casado y Esther Laclaustra recibían ovaciones(...).
Hacia allí corrían los pregoneros de maní. Junto a esa arquitectura an-
tigua se vendían las golosinas en conos multicolores de papel satinado y
pasaban de mano en mano, como en un rito».
De suceso en suceso, Santo Domingo absorbió la atención de
los literatos de finales del siglo pasado y principio del presente.
La urbanización acelerada fue una de las grandes tendencias del
siglo XIX, lo mismo que la asociación de la ciudad con el Progre-
so. La vida en la ciudad era el paradigma de convivencia univer-
sal, la prédica de todo el pensamiento dominicano del siglo XIX
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
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ron hacia regiones lejanas de su propia ensoñación de grandeza el rrollo, las élites intelectuales del trujillismo no lo podían conce-
mito de una Ciudad pletórica de modernidad, que resurgía de sus bir como un prototipo nacional conveniente. Mediante la crea-
propias cenizas, franqueando la oposición de la naturaleza. ción de este polo nacional urbano, Trujillo se proclamó triunfa-
El primer gobierno de Trujillo se instaló el 16 de agosto de 1930. dor en la misión de introducir la civilización, declaró la supera-
El 3 de septiembre se desató sobre la ciudad de Santo Domingo un ción definitiva en nuestro país, de la batalla verbal que habían
ciclón de proporciones considerables. Es el llamado ciclón de San librado los intelectuales del mundo americano, entre la «civili-
Zenón, que abre todo el aliento sagrado de la figura de Trujillo, zación y la barbarie».
hasta arribar al mito. La literatura trujillista suele comenzar la his- La ciudad de Santo Domingo pasó a ser, por todo lo señalado,
toria de la administración aludiendo al ciclón, y configurando las un mito fundacional, una metáfora espacial ineludible que inau-
glorias de la empresa de reconstrucción de la ciudad. guraba el mundo moderno. Los panegiristas de la «Era de Trujillo»
La reconstrucción de la ciudad, en 193O, dividió mitológica- la juzgan como una realización auténticamente gloriosa del Bene-
DOBLE PÁGINA ANTERIOR:
CALLEJÓN DE REGINA mente la historia dominicana. A partir de esa epopeya, habrá un factor, y no hay discurso, biografía, poema o propaganda que no la
antes y un después. Primero, dio inicio a lo que la propaganda tru- refiera.
jillista llamó con vehemencia durante los treinta y un años del Pero la literatura trujillista, que ligaba los acontecimientos his-
régimen «La patria nueva». Según esta leyenda; de la destrucción tóricos, el suceder real, con la ficción narrativa, saqueó sin piedad
que el ciclón San Zenón produjo en la ciudad, se convirtió con el la metáfora de la ciudad reconstruida, como el símbolo de la trans-
esfuerzo y la grandeza de Trujillo en una ciudad portentosa que formación de un modelo de vida general del dominicano. Si algo
merecía ser llamada «La patria nueva». A partir de este hecho es abundante en la bibliografía de este periodo es la ciudad de San-
epónimo, Trujillo comenzó a ser llamado «Padre de la Patria Nue- to Domingo (rebautizada Ciudad Trujillo), como objeto de pre-
va», y poco tiempo después, la ciudad cambiaría su vetusto nom- ocupación estética. La novela, la abundante poesía, el cuento y el
bre de Santo Domingo, por el de Ciudad Trujillo. teatro trujillista, no se cansan de postular una revelación sublime
La reconstrucción magnificada por la instrumentalización po- de la historia: Trujillo haciendo resurgir toda la grandeza de la ciu-
lítica a que el régimen la sometió, creó también, desde el punto dad de su propia inexistencia.
de vista de la importancia de la Ciudad, un prototipo nacional En su poema En el mapa la Patria redimida, del escritor Héctor
urbano alejado del modelo rural. En la República Dominicana el Incháustegui Cabral, la canción épica recupera la Ciudad, como
campesinado es la base constitutiva de la nación, pero en las corolario heroico del accionar de Trujillo, y como entrada triunfal
nuevas condiciones, bajo la hegemonía de la ideología del desa- al ideal del progreso:
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
284

El ciclón limpió, Trujillo, el solar para tu planta,


«no basta cuanto debes hacer
-dijo rugiendo-
Aquí tienes la espada entre las piedras,
El caballo sin domar que nadie monta,
Tu río que vadear,
Ruinas para levantarte, fabricando, entre los hombres;
la fuerza de tu brazo
la probará cuanto hagas, y tu estrella».

(...)Se levantó la ciudad,


por encima de las torres que quedaron, TRINITARIAS

digna y más bella, con sus notas de verde,


el jardín multicolor,
armoniosos, el acero y el cemento;
un millón de ojos de cristal de las ventanas,
las ventanas con macetas y con cielo,
y el corazón lleno de orgullo,
siempre floreciendo la sonrisa,
posible la virtud
el pecho lleno de limpio aire perfumado,
perfumado limpio aire que en árbol
anida cuando hay flor
y la bandera despliega consagrada.

Incháustegui teje un poema total, una epopeya sublime sociali-


zada por la evidencia misma de una Ciudad de antiguas glorias,
que resurge después del ciclón de 1930. La literatura trujillista, en
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
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relación con la metáfora de la Ciudad, instituye su palabra como por su prestigio histórico en América,
una naturaleza cerrada, que reúne a un tiempo la estructura del dióse pronto a mirar reconstruida...
lenguaje ficcional y la función histórica. La Ciudad atrapada en el ¡Quién tal hazaña realizara entonces,
poema o en la novela, ya no es sólo atributo, es sustancia, lleva en al ver la Patria desastrosa y pobre,
sí su naturaleza de indicador de la gloria de la obra de gobierno del vió claros medios para redimirla!
dictador. En su poema Gesta epónima, el escritor Juan Bautista La-
Estaba niña la Era de Trujillo...
marche, exclama:
Juzgo que el Héroe en sus adentros dijo:
Edificaste en medio del desierto, -Como adalid, yo he reconstruido
Rehiciste una ciudad, le diste un puerto, una ciudad a tono con el siglo;
Y a tu poder, omnímodo y preclaro, ahora tengo la empresa decidida

brillará como antorcha refulgente, de laborar porque la Patria viva

sobre el tumulto de la mar rugiente honrada siempre, venturosa, rica

el faro de la Raza, que es tu Faro. presentándole al Mundo su valía.

O como el poeta Juan de Jesús Reyes, en su poema «Canto a la Ese juego de espejos tipifica la literatura trujillista de la ciudad.

era de Trujillo con motivo de su vigésimo quinto aniversario», en el La Ciudad se convierte en un significante que remite a otro signi-

cual el espacio de la ciudad es, al mismo tiempo la realización de la ficante. Procedimiento que es un lugar común en la novela.

historia: Atravesar la ciudad que Trujillo «levantó de sus cenizas como el


ave Fénix», es solo una oportunidad de ponderar la grandeza del
Terrorífico meteoro despedaza
régimen. La Ciudad trujillista tenía ya calles asfaltadas, avenidas,
casi en total a la Ciudad Primada;
barrios residenciales, edificios, luz eléctrica, guaguas de dos pisos,
allí a millares, víctimas humanas
etc. Pero novelas como Gente de Portal, 1954, de Miguel Alberto
bajo escombros yacían sepultadas.
Román, La octava maravilla, 1943, de Luis Henríquez Castillo, La
-Ante el bravo oleaje del Caribe
montaña de Azúcar, 1961, del mismo Henríquez Castillo, El mensa-
hay que librar una faena horrible;
je de las abejas, 1943, de Julio González Herrera, No hay peligro en
¡qué nadie, nadie el tiempo desperdicie!-
seguirlo, 1937, de Colón Echavarría, Santuario en ruinas, l957, de
dijo una voz de mando intensa y firme:
Pedro L. Vergés Vidal, o cualquiera de las numerosas novelas que
¡es voz del Jefe! La ciudad primera
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
288

repetían hasta la saciedad el esquema de la filosofía de la historia


del trujillismo, solo escudriñan la ciudad como pretexto para ala-
bar a su constructor insigne. La Ciudad es una metáfora en la lite-
ratura trujillista, y como Trujillo es el espíritu absoluto cuyo des-
envolvimiento encarna toda la trama de la historia, no hay des-
cripción que no sea la de su verbo edificándolo todo. Contradicto-
riamente, en el período de la llamada «Era de Trujillo», cuyas glo-
rias se inician siempre con el vaho de la reconstrucción, la ciudad
se convierte en un fantasma; como ya hemos dicho, en un signifi-
cante que remite a otro significante mayor: Trujillo.
La Ciudad en ebullición, la ciudad tendida en la complejidad
PUERTA DE LA MISERICORDIA
de la existencia de la vida moderna, la ciudad de los barrios ar-
dientes, la ciudad que revienta como una granada y se desparrama
en barriadas populares, en villorios rencorosos, en comunidades y
cordones de miseria que circundan todo el entorno citadino, sur-
girá en medio de la gran movilidad social que produjo la desapari-
ción de la tiranía de Rafael Leónidas Trujillo Molina. Y de inme-
diato, esa ciudad penetrará la preocupación de los escritores, y la
práctica de la literatura.
Hay dos instantes de agudas transformaciones de las relaciones
de fuerza de la sociedad dominicana, y ambos tienen que ver con
la figura de Trujillo. Cuando en el 1930 Trujillo ascendió al poder,
se debilitaron considerablemente las normas del reconocimiento
social. Trujillo llevó al aparato del Estado a figuras provenientes
de los estratos sociales más bajos, únicamente respaldadas por la
lealtad incondicional hacia él, o por el prestigio alcanzado en cual-
quiera de las manifestaciones de la vida social. Se rompió por com-
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
290

pleto la sociedad de los dones de primera, segunda, o tercera, y se


abrió un amplio abanico de movilidad social que caracterizará todo
el período. Nunca antes en la historia dominicana, la sociedad
había cambiado tan radicalmente sus criterios, respecto de la esca-
la de valores para ascender a los máximos puestos de dirección de
la cosa pública. La pequeña burguesía que acompañó a Trujillo en
la aventura cuartelaria del 23 de febrero de 1930, tenía sobrados
intereses en la empresa. Todas las jerarquías sociales se barajarán,
en el centro mismo de los acontecimientos históricos.
El segundo proceso histórico de profunda movilidad social se
abre con la muerte de Trujillo, en 1961. El absoluto que el régimen
CALLE LUPERÓN
trujillista había significado agotó por completo las posibilidades
de ascenso social fuera del marco de la instancia política. Todo el
mundo se jugaba su futuro en el estrecho margen del Estado truji-
llista, fuera del cual no existían posibilidades de realización perso-
nal alguna. De esta manera, la caída del totalitarismo trujillista
significó una sacudida de las jerarquías sociales, y del estancamiento
que las estructuras del poder dictatorial representaban para la ma-
yoría de los sectores de la sociedad.
Abiertas de par en par las corrientes del pensamiento universal maban su espacio recorriendo las calles, con piedras y palos en las
que la atmósfera del absolutismo habían cercenado en nuestro país, manos, tintineando pedazos de cadenas para golpear calieses.
las luchas sociales darán un nuevo giro al contenido y a la forma De la metáfora engalanada en que la convirtió la zalamería
de las obras literarias. La Ciudad se convertirá en el escenario de la escandalosa de la literatura trujillista, la Ciudad de Santo Do-
vertiginosa historia en movimiento. De golpe, como tomados por mingo, pasó a ser una abigarrada multitud de leyendas colectivas
el cuello, las multitudes se descubrieron actores de la historia. Tru- y personales, que consumían su existencia bajo el sol ardiente de
jillo había ocupado todos los roles, la personalización de la historia sus calles. Un nicho de la memoria en el que duermen infinitas
objetiva cedió bruscamente frente a las turbas airadas que recla- historias.
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
294 295

La literatura, en medio de esa gigantesca movilidad social de los siempre la muerte o el acabamiento de un ideal, y en el tiempo
años sesenta, prendida al fuerte aliento de la espiritualidad que dirigido en que transcurre se agota siempre un destino. Juan, mien-
desataba el sentimiento de liberarse de la tiranía (en la medida tras la ciudad crecía, desdobla la pusilánime personalidad del inte-
que se considera al espíritu capaz de sacar todo de nada), se ligará lectual Juan Ventura, volcado sobre su ambición y su miedo. Con-
a la historia en movimiento, al deslizamiento vertiginoso de tan- templativo, ruin, suspendido entre el ayer y las transformaciones
tos acontecimientos, encarnándose en el designio inexorable de la del presente, la carga de sus valores heredados no tienen ya ningu-
ciudad. na vigencia en una Ciudad que se ha tragado sin misericordia todo
Una saga novelística con el telón de fondo de la Ciudad, la vestigio de piedad.
inicia el escritor Carlos Federico Pérez, en el portal mismo de la El final de Juan, mientras la ciudad crecía, entrecruza destinos
década de los años sesenta. Juan, mientras la ciudad crecía, novela diferentes que la segunda novela de la saga, La ciudad herida, pro-
publicada en el 1960, y La ciudad herida, publicada en 1977, son fundizará. Juan está encerrado en su habitación, atemorizado por
DOBLE PÁGINA ANTERIOR:
CALLE SAN PEDRO DE MACORÍS textos en los cuales el contorno de la Ciudad es más un decorado los hechos que se han desencadenado contra el gobierno de Don
en el que se sustenta psicológicamente la construcción de los per- Paco, y su padre le toca la puerta, anunciándole que tiene una
sonajes, que un espacio arquitectónico o unas cuantas avenidas carta del senador Joaquín Dolores Batisterio, figura destacada del
asfaltadas. La Ciudad es aquí una trampa que crece, inexorable, en régimen de Don Paco. Cuando el contenido de la carta revela que
cuyas calles transcurren vidas incontables, magníficas o medio- el senador Batisterio solicita los servicios de Juan, después de la
cres, provocadoras frente al destino o devoradas por la tentacular revuelta aplastada, para un cargo en el gobierno, éste exclama: «no
molicie de la urbe. me conformaré con nada menos que una diputación».
En las dos novelas que componen la saga sobre la Ciudad, Car- La Ciudad será sólo testigo de estas veleidades de la pequeña
los Federico Pérez es un novelista con pretensiones de ensayista. burguesía, que permitirán el entronizamiento del poder absoluto.
Aunque sus textos salvan la especificidad del discurso ficcional, En la contracara del destino que se cumple, están el doctor Augus-
en ambas novelas, el telón de fondo de los sucesos históricos, y el to Lima y Cosme Ramírez, obligados a emprender el camino del
punto de vista personal del autor respecto del curso de los aconte- destierro:
cimientos que se vivían, sobredeterminarán las coordenadas del «A la ciudad, la contemplaban desde el mar. En la cubierta del pe-
relato. La Ciudad es por lo tanto una visión psicológica, un espa- queño buque conversaban el doctor Augusto Lima y Cosme Ramírez.
cio acribillado de signos, una puesta en escena de ese gesto fatal -Nos quieren alejar- decía el primero. Bien saben que no somos cul-
que señala la máscara que todo citadino lleva puesta. La novela es pables pero por el momento desean arreglárselas sin nosotros. Com-
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prendo que te teman a tí, que eres joven y fuerte, y has demostrado de lo
que eres capaz. Pero mi único pecado es haber sido un poco diferente.
Tener algo así como el presentimiento de cómo habrá de ser la ciudad de
mañana.»..
Los personajes de la saga novelesca de Carlos Federico Pérez
van de una a otra novela. Al final de Juan, mientras la ciudad crecía,
la escena se cierra con una visión premonitoria de la ciudad del
futuro, labrada como un quejido por el doctor Augusto Lima que
la mira distante, alejándose en el mar. Al inicio de La ciudad heri-
da, el mismo doctor Augusto Lima aparece en medio de la Ciudad
presentida. La vocación historicista de la saga va condicionando
CALZADA ALTA DE LA CALLE
el flujo narrativo, a partir de lo que la historia objetiva narra. La HOSTOS

novela se inicia con el ciclón de San Zenón, pórtico heroico de la


«Era de Trujillo» que ya hemos visto su gran valor de símbolo en la
literatura trujillista, pero trabajado con signos contrarios. Es la
Ciudad desarbolada en la tragedia la que anuncia el drama:
«El airecillo travieso, mordisqueante, se introdujo poco a poco, en la
ciudad, proveniente del mar».
Lo que se desencadena después es el ciclón, en un sentido directo
y metafórico. La novela reconstruye desde el discurso ficcional las
peripecias de la historia política dominicana, y las figuras principa-
les remiten al bestiario nacional. Entre todos, el senador Joaquín
Dolores Batisterio personifica la trayectoria política de Trujillo, y el
espacio novelado es una hipermetáfora de la circularidad de la his-
toria. Lo interesante de la saga de la novela de la Ciudad, de Carlos
Federico Pérez, es que a partir de Juan, mientras la ciudad crecía, el
entorno citadino es finalmente el lazo que encadena a una pequeña
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
299

Captada en la claridad de los signos novelísticos, diluída en la


densidad existencial de la poesía, la tragicidad de la escritura de
los años sesenta es un soliloquio tardío que pretendía darle a lo
imaginario la dimensión de lo real. Ni absurda ni misteriosa, con-
tenida en la mano de un creador, todo el temblor de la existencia
de la nación dominicana, se despliega en la Ciudad. Después de
los años sesenta, la Ciudad es sin apelación un universo autár-
quico, que fabrica sus dimensiones, ensancha sus límites sin pie-
dad, doblega los sueños, siembra la vigilia, desparrama su pobla-
ción y ordena su tiempo. Pero sobre todo, erige sus mitos y des-
perdiga la fascinación del destino. Ya no hay jerarquía en el im-
ESPALDAÑA DE LA CAPILLA
DE LOS REMEDIOS
perio de los hechos que no se inicie y concluya en la Ciudad. La
literatura se hace depositaria de la historia, y borda el espesor de
la existencia. Más que todo, porque la Ciudad de Santo Domin-
go de los años sesenta es ya un complejo universo en el que ani-
dan las ansias y las apariencias del mundo moderno, pero en el
cual el pasado no se ha ido.
En los años sesenta el crecimiento urbano no es sólo despro-
porcionado, sino que acompaña el nerviosismo del ajuste social
que se produce después de la desaparición de la tiranía trujillista.
burguesía que reproduce la mentira creíble de su propia vida sin nin- Los cambios en los estilos de vida, el surgimiento potente de una
guna heroicidad, con los signos falsos de su alienación. El héroe pequeña burguesía con ansias de ascenso social, la aparición de
melancólico y atribulado de la novela lilisista de la Ciudad, dará las ideologías en el análisis de la composición social y en la prác-
paso al héroe contradictorio y cínico, como Juan Ventura, que se tica política, la multiplicidad de acontecimientos históricos vi-
juega su lugar en la vida social abdicando de toda mortificación éti- vidos simultáneamente, la guerra de abril y la intervención nor-
ca, pero lo vemos convertirse en diputado, en la barahúnda de acon- teamericana, la violencia de Estado, etc., todo ese apretado rosa-
tecimientos que llevan al senador Batisterio al poder. rio de hechos y tragedias de la historia contemporánea, en los
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
300

cuales la Ciudad ha sido el escenario, convirtieron a la urbe capi-


talina, desde la expresión literaria, en el acta de posesión de su
pasado.
Para los integrantes de la Generación del 60, deslumbrados por
la ingeniosa presión de su libertad, el mundo citadino es un uni-
verso arrojado, desplegado, y ofrecido desde un signo operatorio
que enlaza la euforia y la tragedia. Ambigüedad típica de la peque-
ña burguesía, enfrentada a la tarea de expresar su tiempo. Y se
tiene el poder de recusar la opacidad de los hechos, echando ma-
nos del desgarramiento existencial, uno de los pactos formales es-
tablecidos entre el escritor y la sociedad. He aquí la viñeta de René
CASA DEL TOSTADO E IGLESIA
DE SANTA CLARA
del Risco:

Debo buscar a los demás,


a la muchacha que cruza la ciudad
con extraños perfumes en los labios,
al hombre que hace vasijas de metal,
a los que van amargamente alegre a la fiesta.
Debo saludar a los camaradas indiferentes
y a los que viajan hacia otra parte del mundo,
porque todo ha cambiado de repente
y se ha extinguido la pequeña llama Es hermoso ahora besar la espalda de la esposa,
que un instante nos azotó, la muchacha vistiéndose en un edificio cercano,
quemó las manos de alguien, el cabello, el viento frío que acerca su hocico suave
la cabeza de alguien. a las paredes,
Ahora se acaban aquellas palabras, que toca la nariz, que entra en nosotros
se harán cenizas del corazón, y sigue lentamente por la calle,
se quedarán para uno mismo... por toda la ciudad...
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Esa Ciudad gélida es la ciudad de la postguerra de abril de 1965. atraviesa de golpe toda la historia. Pero lo que queda bien estable-
René del Risco Bermúdez no esculpe una dulce efusión retórica en cido es que esa Ciudad que vivió el simplismo épico del inicio de
los poemas de su libro El viento frío. En la poesía desgarrada de esa la década de los años sesenta, ya no será la misma. La guerra de
pequeña burguesía que emergió despavorida de la conflagración abril de 1965, y la frustración que esa pequeña burguesía acopió en
de abril de 1965, la Ciudad despliega en el alma una gran compli- el espíritu, se expresó en la literatura imprimiéndole a la visión de
cidad de impotencia. Es esa misma Ciudad la que ha debido arder la Ciudad, la imagen de un espacio en el que se consuma la decep-
por los cuatro costados, al momento del desplome de la tiranía. ción de la historia.
Son esas calles mustias y silenciosas las que pisaron numerosos caí- Miguel Alfonseca, uno de los más importantes escritores de la
dos. En esas enmarañadas esquinas se tejieron las más bellas ilusio- Generación del 60, en Los trajes blancos han vuelto, (cuento de ex-
nes sobre la igualdad y la justicia. Airados, reclamando su tiempo, traordinario poder de síntesis, en el cual el desenvolvimiento de la
trenzados a la multitud que bullía; los girones de sueños se desper- historia asume la circularidad, y el personaje recapitula todos los
digaron en retirada, diluyéndose sin piedad en la desenvoltura de acontecimientos como si estuviera en el mismo punto de partida,
una Ciudad que se hacía incomprensible, que se convertía en el como si la lucha no hubiera valido la pena, como si el riesgo glo-
gestuario del desapego de un pequeñoburgués entrampado, y que, rioso de lo vivido resultara inútil) sitúa esta idea de la Ciudad como
como colofón, en el residuo de un movimiento trágico, se transfor- cerco, haciéndola provenir de las magulladuras del alma que la
mó en la parábola impecable de la derrota. historia reciente aporta:
Lo curioso de esta Ciudad de los años sesenta es que asume la Los trajes blancos han vuelto y a ti te echaron del empleo que tenías
doble tributación de ser realista y utópica. Se percibe el desgarrón desde la muerte del chivo. Ahora tienes que caminar por la Ciudad, bien
del alma, en los poemas de René del Risco, pero sea cual fuere la peinado y afeitado, caminar, gastando un saco a cuadros vistosos, y una
ambigüedad del sacrificio del pequeño burgués que ausculta la Ciu- verborrea atosigante de la que te burlas amargamente para tus adentro,
dad como su nicho funerario, se reintegra finalmente a la claridad cuando tus manos se zambullen veloces en el maletín y extraen del oscuro
de su espíritu. La Ciudad es una figura sublimada, en la que se vientre apestoso a talabartería las muestras médicas, los frascos que vas
realizan los sueños o se sobrevive sufriendo en carne viva la frus- colocando en los escritorios mientras piensa en las lomas donde fueron
tración. Incluso hay autores que la condensan en el espíritu. El masacrados aquellos jóvenes, o en la Guerra de Abril, todavía reciente,
también miembro de la Generación del 60, Rafael Añez Bergés, con sus multitudes de cadáveres, con su invasión extranjera,
escribió un libro titulado La Ciudad en nosotros, que es como un ¡HEALT! LEAVING U.S. SECTOR que dividió la Ciudad, la
débil estremecimiento por la propiedad infusa de una Ciudad que partió con sus extensos rollos de alambre de púas, los padres en una
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
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acera y los hijos en otra, saludándose de lejos, sin osar decirse los senti-
mientos porque los centinelas miraban desconfiados; las interminables
granizadas de plomo alimentando los cementerios, la resistencia en ape-
nas diez cuadras, al borde del arrase de los cañones extranjeros, tam-
bién el amor y la ternura a pesar de la trampa.
Es esa ciudad escindida la que recuperará la literatura dominica-
na de los años sesenta. Santo Domingo verá transitar por sus calles a
estos personajes derrotados, que asumen la doblez y la simulación
como una coartada inevitable de la sobrevivencia. Jeannette Miller,
en sus libros Estadías y Fichas de identidad, abomina de ese cerco casi
doblegada por el desgarramiento existencial:
DOBLE PÁGINA ANTERIOR: FAROL Y TORRE IGLESIA DE LA
CASAS DE LA CALLE HOSTOS ALTAGRACIA
De la ciudad del agua he regresado triste.
Conmigo los espacios inmensos,
altas ramas deteniendo el cielo,
la tierra vieja
...........

A veces
odio las ciudades con su terrible olor a muerte.
A veces
Sur atravesando norte.
Me niego a podrirme permanentemente.
Este a Oeste invertebrado límite del estropicio
La lengua puede producir la sensación de una motivación fa- Vértice opaco espuma caribe
tal en el signo poético que describe la Ciudad de Santo Domingo Ciudad de Santo Domingo clausurada
de la postguerra. Ese momento furtivo de la desesperanza será un Línea muriente ojo vespertino
lugar común de los años sesenta. En su libro Oficio de post-muer- Fulguran en la matriz de tu vientre
te, el poeta Alexis Gómez sobrecarga esa significación de esta Polvo de huesos políticos que en tu historia
manera: Subyacen.
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
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Y un poeta más reciente, Miguel D. Mena enfatiza aún más la Boca de sarcoma, cintura de malezas,
sobrecarga de este signo, en su libro Armario urbano: Mujer que irradia cantos, fangal, jardín de lilas,

Esta Ciudad no será la misma ni en sus azoteas ni en Boca de sarcoma, Ciudad, te reivindico.

Sus escaleras ni en sus realengos que se pasan la vida Este signo de la ciudad como un espacio existencial que alberga
Entera vagabundeando entre los desechos del vecindario contradicciones infinitas, se plasma en la literatura dominicana tar-
Cuando uno se decide echar el cadáver del río Ozama díamente. La novela de la Ciudad en el mundo americano, por ejem-
Por la ventana y levantar la alfombra que cubre la plo, es un fenómeno de la década de los años cuarenta. En el siglo
Elaboración más fina de las termitas y tal vez XIX las élites intelectuales se rebelaron contra el provincialismo de
Derribar las estatuas y sus banderas tricolores que no sus naciones, y fijaron en la palabra «progreso» la clave de todo el
sirven para los vientos de algún sueño... impulso civilizatorio, expresado en la construcción de las ciudades

Hasta llegar a José Mármol, la figura más sobresaliente de la IGLESIA DEL CARMEN
inspiradas en el modelo europeo. Todo ese universo intelectual or-

llamada Generación de los ochenta, en cuya poesía Rosa urbana, denó la existencia de acuerdo a una norma universal válida para

de su libro Lengua de paraíso, la ciudad desfigura toda referenciali- juzgar la «civilización», y determinó, influido por muchas de las ideas

dad ideal, y asume una deformación grotesca: de la ilustración y el positivismo, que el progreso objetivamente
medido se encarnaba en la vida social de la Ciudad.
Boca de sarcoma, yo te necesito.
Me desvelo por el vaho de tu rancia podredumbre
Como ráfaga de polvo resurges intangible
Del fluir, del hedor de aguas negras y hambre
Boca de sarcoma, pechos desprendidos,
Piernas como espesas avenidas de tormentos.
Cielo tan salobre para techar la infancia
Aroma de furor, barrio, te necesito.
Madre pestilente, vegetación de piedra,
Mis huesos elongaron su dolor en tus esquinas
Bajo la tensa lluvia que no calma, que no cede
Y los septiembre anchos con pasos de huracanes.
Las literaturas que primero recuperaron como un espacio exis- comportamientos superficiales. En el 1948 Ernesto Sábato puede
tencialmente conflictivo el universo de la Ciudad, fueron las de iniciar su saga novelística de la Ciudad, con su novela El túnel,
los países americanos que edificaron ciudades entendidas en el sen- porque el mundo citadino de Buenos Aires era ya considerado como
tido moderno. Las grandes urbes del Cono Sur americano, vieron el de una Ciudad moderna. Sus otros textos, Sobre héroes y tumbas,
surgir, primeramente, a los personajes de la novela de la Ciudad y Abbadón el exterminador, son la cartografía íntima de personajes
aturdidos por la incomprensión, doblados por el pesado fardo de la innominados que se juegan la vida en los azares de una Ciudad
simulación, o sumergidos en la perversidad de un espacio vital cuyo encorvada por el misterio, llena de ciegos y tranvías, cabizbaja y
escenario es el reinado de la anarquía de las costumbres y de los ruín, bajo las luces de neón. Sin el telón de fondo de esa ciudad
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verdadera, la Ciudad del discurso ficcional de Ernesto Sábato, no miento del llamado Movimiento de la Poesía Sorprendida, que co-
podría ser comprendida. Nadie podría descifrar la turbia reflexión nectó con las transformaciones y las técnicas modernas todas las
de estos hombres y mujeres que transitan la Ciudad, si la Ciudad ansias de renovación y universalización del discurso del arte y la
misma no impusiera sus coordenadas sicológicas a la interactua- literatura, o la aparición de publicaciones como los Cuadernos Do-
ción social. Es esta misma errancia por la ciudad lo característico minicanos de Cultura, dan una idea de la intensa vida espiritual que
de autores como Juan Carlos Onetti, cuyos personajes tienen ama- vivía una urbe alejada ya del modelo rural.
rilla las yemas de los dedos por la nicotina de los cigarrillos, y mi- Pero los escritores no incorporaron la riqueza de la vida en la
ran siempre por la ventana de los bares mugrosos las calles de una Ciudad, ni sus conflictos, al discurso ficcional. La literatura no
Ciudad inventada, Santa María, a cuyos designios están fatalmen- asumió la complejidad de la vida ciudadana. Ya hemos visto que la
te atados. O Mario Benedetti, que en su libro Montevideanos, es- literatura trujillista que transcurre en el entorno urbano sirve sólo
culpe el fresco más acabado de una pequeña burguesía citadina para desplegar el espíritu absoluto del propio Trujillo como crea-
DOBLE PÁGINA ANTERIOR:
VENTANA COLONIAL que se soñó a sí misma como perfecta, y despertó en medio de la dor del cielo y de la tierra. Para que la Ciudad se entronice como
(CALLE 19 DE MARZO)

DETALLE ARQUITECTÓNICO DE tortura y la represión más violenta de la historia americana. personaje sobredeterminante habrá que esperar las postrimerías de
NAVARIJO (CALLE SANTOMÉ)
Santo Domingo dejó de ser una ciudad de colorido rural en la la década de los años cincuenta, con la cuentística de Virgilio Díaz
década de los años cuarenta. Trujillo salió altamente fortalecido, Grullón, porque aunque los personajes de Díaz Grullón no le pa-
desde el punto de vista económico, después del fin de la Segunda san inventario a los ornamentos de la Ciudad, sus actos, la sicolo-
Guerra Mundial. El crecimiento económico del país era bien visi- gía, y la idea de sí mismos, responden ya a la mentalidad del hom-
ble. Se dio inicio a la industrialización, se construyeron los grandes bre y la mujer que desenvuelven su vida en el entramado social de
edificios públicos de la nación, se urbanizó aceleradamente todo el la Ciudad. Estas narraciones no resisten otro marco que no sea el
casco de la Ciudad, se ampliaron las avenidas, se electrificó el país, subordinado a la trama de la existencia del mundo de la Ciudad.
se multiplicaron las carreteras de acceso a la capital etc. Santo Do- Pese a no existir una correspondencia mecánica, en el arte los
mingo pasó a ser realmente una Ciudad pujante. Incluso en las artes efectos deben surgir de causas directas. La complejidad de la vida
en general este empuje pretendió adoptar un discurso universalista. urbana, ese mundo acelerado de superpoblación barrial, que levanta
La influencia de los españoles, que pasaron a dirigir las expresiones un villorio popular en una noche; la expansión de una pequeña bur-
artísticas en el Palacio de las Bellas Artes que inauguró el régimen a guesía ambiciosa que veía en la derrota de sus propios sueños la trampa
mediado de la década de los cuarenta, trajo a nuestro territorio el infranqueable de la sociedad, y que era capaz de todo con tal de
tono grandilocuente del arte de las vanguardias europeas. El surgi- ascender en la escala social; el río incesante de campesinos que emi-
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
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graban hacia la Ciudad, el aumento de los chiriperos, las calles lle-


nas de automóviles, la vida nocturna, la incitación al consumo, los
vicios, el auge de los medios de comunicación electrónicos, la mul-
tiplicación de las instituciones de educación superior, la emigración
a los Estados Unidos, etc. hicieron de la Ciudad un telón de fondo
frente al que se consumían numerosos destinos. La ciudad podía ser
ya el escenario de aventuras totales. Todo el cúmulo de la existencia
nacional, de alguna manera, se había frisado en ella. El desgarra-
miento de esa pequeña burguesía que la habitaba, en su expresión
literaria, tomaba el lugar del país entero, y su épica particular adqui-
ría la dimensión de la historia. Sólo entonces, la complejidad de la
ANTIGUO HOTEL COSMOS
vida citadina saltó en profundidad a la literatura dominicana. (EN LA CALLE ARZOBISPO NOUEL)

Quien se lee los cuentos de Antonio Lockward Artiles, reuni-


dos en su libro Hotel Cosmos, de 1966, percibirá numerosas histo-
rias cuajadas por la interacción trágica del hombre y la mujer do-
minicanos emergidos torpemente de una estación de la ira sobre la
que la Ciudad ha como determinado el destino de todos. Hay un
trasfondo histórico común, los acontecimientos de abril de 1965,
y la Ciudad repleta de premoniciones, transformándose. Hotel
Cosmos, el cuento que da título al libro, describe ese ambiente de
la siguiente manera:
Tu hotel permaneció en esa manzana pálida después que desapare-
cieron los niños de la escuela. A no ser un letrero verdoso que colgaba
del segundo piso nadie hubiese notado su presencia en la acera colonial.
Esa parte de la ciudad es un sólo bloque de edificios enrejados y altos.
Hasta la escuela contrastaba con los niños.
Y se quedó de pronto vacía.
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De ahí en adelante se desencadenarán los acontecimientos, que detrás de cada piel y cada hueso
tendrán como escenario las calles de la Ciudad Colonial. Lockward hay un hombre dramático y terrible,
es un escritor furiosamente atado a un compromiso histórico, sus un hombre ineludible a quien le falta un brazo.
personajes no respiran sino en la atmósfera inundada de tragedia Visión de la calle El Conde que, unos años antes, el poeta Pedro
que asfixia la Ciudad de los años sesenta. Esa Ciudad no puede Mir había contrastado:
sino estar vacía, como vacíos están sus habitantes. La legibilidad
Es la calle de El Conde asomada a las vidrieras
perfecta del drama humano que recoge el discurso ficcional de este
Aquí las camisas blancas,
período, adquiere sentido únicamente con la pintura temática de
Allá las camisas negras,
la Ciudad. Juan José Ayuso testimonia el leve escándalo de insta-
¡Y donde quiera el sudor emocional de mi tierra!
lar en el ámbito de una Ciudad ardida, los nuevos esquemas con-
¡Qué hermosa camisa blanca!
sumistas:
Pero detrás:
No digo, ¡La tragedia!
ahora y hoy
Porque la calle El Conde, casi desde la fundación de la Ciu-
que sea un pecado
dad, postula un pasado, una memoria, un orden comparativo de
comprar nuevas camisas en La Opera
la vida social. En este período son numerosos los escritores que
lucirlas en El Conde
escribirán sus poemas, sus cuentos o sus novelas, haciéndolos dis-
y verlas desteñir heroicamente.
currir por las aceras, las esquinas o los comercios de esta calle-
......
testigo. Novelas como Curriculum, el síndrome de la visa, de Efraím
simplemente declaro
Castillo, levantan una conciencia imaginante a partir del marco
que tras esa camisa
que la coartada de la calle El Conde teje en la verosimilitud de
y detrás de la chica
los personajes. El Conde es una coartada perpetua para la litera-
y en el fondo del mar de Boca Chica
tura dominicana. Pedro Peix puede escribir un libro de cuentos
y en la acera de El Conde
titulado El fantasma de la calle El Conde, porque esa calle es un
y en todos los lugares y elementos
granero de personajes que te pasan por el lado aportándote una
detrás de cada hombre, si es un hombre,
confidencia y una complicidad. Esa calle es nuestro callejón de
detrás de cada risa y cada hijo
los milagros, la gente camina en ella soñándose a sí misma, sin
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ninguna huella de la historia que lo produjo, aunque al mirarlo par en el tiempo algo permanente, algo que le permita fundarla de
de reojo se sienta la impresión de recibir una invitación imperio- nuevo. Incluso, a la Ciudad le ha dedicado un libro completo: Ritual
sa, personal, de inventarle una historia. Pasarela por la que desfi- onírico de la ciudad y otras memorias, en el que la propia Ciudad nave-
la todo el poder de mostración social del país, su simple invoca- ga en el celaje de la calle El Conde. Esa calle es para él:
ción contiene en sí el esbozo de un sistema de signos destinado a Como vuelo tibio de una llama
postular ese orden comparativo. De la calle El Conde se puede en que la Patria se convirtió en calle,
hablar incluso despojándola de sus ornamentos, haciendo des- en paisaje de alondra y llanto.
aparecer a sus contertulios habituales, sus alguaciles emboscados
Como pisadas que se vuelven danzas,
en las esquinas, sus políticos marrulleros discutiendo las últimas
rituales de amores paralelos,
escaramuzas de los partidos, sus poetas, sus bellas muchachas con
blandos instantes, lloviznas,
el ombligo afuera, sus policías secretos y sus pervertidos. Y en lo
DOBLE PÁGINAS ANTERIORES: honduras fugaces donde se citan amantes.
EL CONDE DE NOCHE escrito se instala cómodamente la misma coartada. Giovanni
EL CONDE DE NOCHE
Ferrúa escribe su poema El Conde a las dos, confiado de que las Como farsa y asombro,
(ENTRE HOSTOS Y ARZOBISPO
MERIÑO)
ambiciones esencialistas del lenguaje poético le permitan retrans- corredor de tunantes

formar el signo que la calle El Conde ha adquirido en la vida de lienzos de la rosa y el lobo,

la ciudad de Santo Domingo. Son las dos de la mañana, El Con- ladrillos donde alguien confiesa con grafitti

de está desierto, el poeta hace virtual el sentido: esa calle bullan- su naufragio, su éxtasis,

guera, siempre recorrida, puede fácilmente insinuarse, dilatarse, su díscola mudanza de amor.

en el silencio de las dos de la madrugada. Sólo que su vitalidad Oh calle El Conde,


alberga los mismos fantasmas que Pedro Peix recupera, y alrede- como tú, embeleso y fortuna,
dor del sentido final flotan otros sentidos. Esa calle convoca un celaje de feroz dulzura,
signo invencible. como cielo y luna,
El poeta Tony Raful, también ha intentado domesticarla, en la como nupcias del alma
visión metafísica de su entorno. La poesía de Tony Raful se ha nutri- como duende de violeta grávida,
do siempre de la Ciudad, atravesándola por un ámbito de realizacio- se gestó esta canción,
nes, de caídas y extravíos, de luchas y arbitrariedades, de alborotos y que en tu voz
de silencio; hasta esa exigencia metafísica que es la manera de atra- navega por la ciudad...
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E incluso, las epopeyas totales de la literatura dominicana con- gento acababa de revolverle el cuerpo, le había resucitado el anterior
temporánea desembocan en la calle El Conde, internando el des- malestar de la resaca, de tal forma que ahora, ya bajando hacia El
enlace en esa forma ya plena de sentido para los signos poéticos. Conde, había vuelto a sentirse, de repente, mareado, tembloroso. (...)
La novela de Pedro Vergés, Sólo cenizas hallarás. (Bolero), es una A medida que se acercaba a la avenida Mella notaba cómo el cuerpo se
narración que transcurre mayoritariamente en las calles de la Ciu- iba convirtiendo en una lenta náusea(...) En Benito González se detu-
dad. Como el Ulises, de James Joyce, la prosa de Pedro Vergés está vo y apoyó en la pared, esperando que la espiral del vómito completara
atravesada por una viva memoria verbal, que incorpora las innu- su ciclo y lo dejara nuevamente libre(...) Al final vomitó un chorro
merables asociaciones lingüísticas del habla dominicana. En los espeso, agrio y maloliente que rebotó en el muro amarillento de la esqui-
dieciocho capítulos del Ulises, toda la acción transcurre en las ca- na(...) Algunos transeúntes se le acercaron a preguntarle si le pasaba
lles de Dublín. Joyce edifica un universo verbal haciendo errar a algo(...) después lo ayudaron a levantarse(...) Freddy les dió las gra-
Stephen Dédalus y a Leopold Bloom por esas calles donde se reali- cias, dijo que se encontraba bien y echó a andar calle abajo, por el lado
za la vida. Sólo cenizas hallarás. (Bolero), es una novela de exterio- de sombra, algo incómodo aún, con el sabor espeso y agridulce del vó-
res, en la cual la Ciudad de Santo Domingo resulta tan palpable, mito esparcido en la boca. Sus ojos veían ahora la ciudad sucia, llena de
que no se puede entender ni la sicología ni el accionar de los per- letreros, las aceras cubiertas de papeles, de latas de basura, la gente
sonajes que interactúan en la trama, sin el trasfondo de ella. Errar sudada que bajaba y subía, los escolares en grupos reducidos y sueltos,
por la Ciudad, observando acontecimientos, mirando el flujo de la expresión de una huelga que acababa de lanzarlos fuera de los planteles,
historia en movimiento que cruza ante tus ojos, es una de las ma- los comercios cerrados. Todo como embutido en una atmósfera cargada
neras de insuflarle al personaje dimensiones épicas, de involucrar- de calor que se pegaba al cuerpo como si la empujaran contra uno.
lo en el fluido ritmo de los cambios que se vivían, y que el discurso En la avenida Mella tropezó con un grupo de muchachos que venían
ficcional reconstruye. palmoteando en torno a una pequeña camioneta(...) Freddy se paró a
Freddy, uno de los numerosos personajes que se entrecruzan en contemplarlos, detenidos ahora en la esquina de Mella con Tomás de la
la novela, recorre la Ciudad después del asesinato del sargento en Concha, y los vió discutir, apiñados, nerviosos, como quienes se esfuer-
su barriada. Proviene de un barrio de la parte alta, y el personaje zan en no perder la calma por nimiedad.(...) Freddy cruzó la calle y los
narrador significa lo real nombrando las calles de la Ciudad por las dejó pasar(...) Durante unos segundos le dieron ganas de marcharse con
que va cruzando, hasta desembocar en la calle mítica de El Conde: ellos(...) Bajó, pues, hacia Francisco Cerón, se metió en el local de los
«No saludó a nadie, no se detuvo a preguntarle a nadie lo que había españoles, donde ponían hasta la saciedad el mismo disco de la misma
sucedido, todo le daba igual, el hecho estaba claro. La sangre del sar- cantante quejumbrosa, y pidió que le hicieran un batido de naranjas con
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
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hablar, a descargar su ira. Lo que vio, sorprendido, fue todo lo contrario,


la columna de gente dispersándose, sus componentes convirtiéndose de
una forma espontánea en simples transeúntes (de la Catedral hacia el
Baluarte, y viceversa, como todos los días), los grupitos formándose de
nuevo en los mismos lugares de siempre».
En Sólo cenizas hallarás. (Bolero), hay todo un esquema de inter-
pretación simbólica de los apresurados acontecimientos que vive
la nación dominicana, después de la muerte de Trujillo. La obra se
desplaza como un crucigrama en el que la gran movilidad social de
la época baraja muchas vidas, las entrecruza, las pone a chocar
entre sí, y las vuelca sobre el destino de una pequeña burguesía que
CALLE EL CONDE (ENTRE LAS ESPALDAÑA DE LA PUERTA DEL
DAMAS E ISABEL LA CATÓLICA) se jugaba su momento. Lo relatado en esta novela es una abarca- CONDE

dora etapa de la historia contemporánea, utilizando informacio-


nes y referencias externas al discurso ficcional, hábilmente pren-
dida a la memoria verbal que reconstruye todo. Zambullirse en sus

leche(...) Llegó en eso a Mercedes y se detuvo un rato a contemplar la


columna de gente que a solo unos doscientos metros de él cruzaba por El
Conde camino del Baluarte. Allí estarían Paolo, Evelinda, Wilson, Yo-
landa, sus restantes amigos, allí estaba su mundo de los últimos meses,
ese otro Freddy altanero, bulloso, discutidor, su propio tiempo muerto
aferrado a las sucias paredes de esa calle provinciana y ridícula(...) Cuando
por fin llegó a la calle El Conde Freddy no vio que nadie estuviera subido
en ningún sitio ni esperando un silencio total y receptivo para romper a
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
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páginas dejándose llevar por lo narrado, es como un viaje por el nisio Blanco, en el que nos ofrecen, entre otras cosas, un testimo-
Santo Domingo de los años sesenta. El realismo de Sólo cenizas nio desgarrado en el lenguaje a la vez ligero y vertical de la poesía.
hallarás. (Bolero), que se entrega a una restauración arqueológica Testimonio que abre un periplo, sacándole partido al poder de sín-
de las calles de la Ciudad en que se mueven sus personajes, encar- tesis de la poesía, que va desde las Devastaciones de Osorio, en
na un valor semiológico. El sustrato histórico está allí muy cerca, y 1605-1606, hasta la fundación mítica del barrio de Villa Francis-
una circunstancia cualquiera de las vidas que se consuman en ese ca, pero que hace pendular de uno a otro costado del tiempo circu-
crucigrama que asume la ficción, lo pone de manifiesto clavando lar, toda la trama de los acontecimientos que forjarán al hombre y
los personajes a la Ciudad y su destino. En esa Ciudad se postula ya la mujer pobladores de esta Ciudad.
un universal, una representación, una ideología. Esa es ya una Ciu- Los barrios de Santo Domingo trazan también un universo épi-
dad que procesa la experiencia de la inmigración. Una Ciudad en co en la literatura que convoca la Ciudad. Los años sesenta, como
la que cada quien es también la casa que sueña tener, el casamien- ya se ha visto, transforman la dimensión de la vida en la ciudad.
to que nos conmueve, el carro anhelado, el viaje, el ceremonial Lo cerrado y perfecto de los antiguos barrios clásicos de Santo
del poder económico, la ropa que se lleva, etc. Una Ciudad que Domingo (San Miguel, San Carlos, Ciudad Nueva, Gazcue, San
propaga las representaciones del pequeño burgués, y que las ha Antón, Villa Francisca, etc.) revienta y se desborda en la expan-
naturalizado. Una Ciudad en la que la vida que refleja la novela La sión más insospechadamente vertiginosa de la antigua Ciudad.
pandilla, de Haim H. Lopez-Penha, no tiene ya cabida. Pulsando una técnica del hallazgo, los escritores vuelven la vista
Es por eso que son numerosas las obras literarias que despliegan hacia la historia chica del barrio. Mirar hacia el barrio es como
las acciones de sus personajes en la calle El Conde. En la literatura una purga emotiva, una interrogación violenta respecto del valor
dominicana El Conde ha pasado de una forma heroica a una forma de todo lo que se está perdiendo ante el avance incontenible de la
clásica, y esta espiritualización puede leerse en la insignia alada modernidad. El barrio pasa a ser la captación del instante único, el
que es pasear un personaje por esa calle, en la esbeltez de clase que signo del pasado reducido al estado de puro lenguaje.
acompaña al entorno, en el brillo histórico y en la pompa que, de Un escritor costumbrista como Mario Emilio Pérez, armado de
todas maneras, es sufrir sintiéndose reflejado en sus vitrinas. una divina simplicidad, perpetúa las vivencias del barrio de San
La Ciudad puede ser cantada, además, desde la perspectiva del Miguel, dibujando viñetas sabrosas de sus personajes populares,
amor. Escritores como Lupo Hernández Rueda, Marcio Veloz Ma- esculpiendo hábitos y costumbres, conjurando lo infinito del mundo
ggiolo, Tony Raful y Tomás Castro Burdiez, escribieron un libro en en la epopeya barrial. Mario Emilio ha escrito una larga saga con
conjunto llamado La Ciudad y el Amor, con dibujos del pintor Dio- numerosos personajes migueletes, y saqueando la memoria históri-
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
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ca de su pequeña comarca, ha configurado arquetipos risueños de


la inocencia y las virtudes de la vida barrial. Aunque el costado
costumbrista de Mario Emilio Pérez pone límite al vuelo del dis-
curso ficcional, la reconstrucción recupera nítidamente buena parte
de la aventura espiritual del barrio, haciéndola surgir de las histo-
rias jocosas que recupera el escritor en sus libros. Tanto los perso-
najes populares como las historias se instalan en el universo de la
Ciudad, vociferando su pertenencia al barrio chico. Es por ser mi-
guelete que se trasciende a la representación de citadino legítimo.
Los migueletes de Mario Emilio Pérez dibujan, también, la Ciudad.
Son la imagen utópica, quizás ya ida, de la impostura de una forma
DOBLE PÁGINA ANTERIOR: SAN MIGUEL Y SU ENTORNO
PLAZA DEL COMERCIO EN EL BARRIO de vivir heroica (basada en la parranda, las serenatas, la galantería
DE SAN ANTÓN CASA DE VILLA FRANCISCA
(CALLE ENRIQUILLO)
barrial, el piropo, la ideología del machismo, el miedo al ridículo,
la vida pequeña y los sueños largos, las borracheras, las novias, los
pleitos de pandillas, etc.), que desde todas las figuras posibles se
desdibujan en los tiempos actuales, pero que como un mito de pro-
yección definen la dominicanidad.
Es, sin embargo, el escritor Marcio Veloz Maggiolo, el arquitec-
to de una epopeya barrial que se adentra en lo universal. Partiendo
del barrio de Villa Francisca, Marcio hace desembocar en sus sím-
bolos, todas las representaciones de la cultura universal. La Ciu-
dad se contempla a través de las coordenadas del barrio de Villa
Francisca, que ofrece una gama infinita de pequeñas vidas, peque-
ñas glorias, y pequeñas tragedias, con las cuales se puede edificar
una épica.
Marcio ha escrito tres textos fundamentales, en los que se can-
tan y se instauran todos los ritos iniciáticos de esta leyenda. El
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
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primero fue su protonovela Materia prima, después, una selección Ciudad Trujillo. Manchas de un pasado como Gazcue o trozos del ba-
de artículos titulada Trujillo, Villa Francisca y otros fantasmas, y fi- rrio de San Carlos, hablan de una cronología que el «progreso» ha sella-
nalmente, sus «protopoemas para villanos», que él titula El univer- do, ha consolidado, dejando detrás historias perdidas en lugares desapa-
so por encargo, poemario en el que se arriba a la descripción mítica recidos. Sólo la memoria, ese monstruo hecho de nada, recupera y siem-
de Villa Francisca. bra nuevamente -esta vez en lo más hondo del espíritu- lo que había.
Marcio esculpe sus viñetas trabajando con esmero los signos de Para mí es imposible recorrer Santo Domingo sin ir mirando hacia el
la emoción. Su fuerte es la memoria, la sensualidad del recuerdo, atrás que lo constituyó. Donde hay un edificio de cinco pisos, o una
el guiño al tiempo con el que construye y deconstruye numerosos ristra de apartamientos, desentierro con el pensamiento el espacio ante-
relatos que forman el patrimonio verbal de la barriada. Marcio rior. Porque los espacios anteriores son la historia no escrita, la vida no
despliega y luego hace explotar la memoria sobre todo lo que está relatada, la emersión -o acaso emergencia- de la ciudad perdida».
amenazado de desaparecer. Puede atrapar la línea musical en la Con ese procedimiento, Materia prima, refunda la historicidad
DOBLE PÁGINA ANTERIOR:
CASA DE GAZCUE que se sostiene un bolero, y desenrrolla a continuación toda una particular del barrio de Villa Francisca, dándole a la cotidianidad
historia que deja al descubierto la plebeya genealogía de Villa Fran- de una barriada, el paralelismo de las grandes realizaciones univer-
cisca. Un personaje, cualquier héroe prostibulario, puede desenca- sales. El cronista va de lo particular a lo general, teje una historia
denar la desdicha, arrinconar el recuerdo en la tragedia, y él des- pequeña porque esa es la vida que le permite recuperar las cosas
arregla esas congojas terribles distribuyéndola en la historia gene- verdaderas. Narra un acontecimiento sin importancia, porque de
ral del país. Porque el origen mítico con el que se bautiza el barrio esas epifanías es que están llenas las heroicidades:
de Villa Francisca en sus textos le ha permitido empinarse sobre «Son, igualmente, de esa época mis primeras angustias. La mudan-
una historia recurrente que es, al mismo tiempo, la historia del za, el cambio de hogar fueron una némesis, y un terror. Recuerdo aque-
país entero. lla carreta cargando cachivaches. El mulo movía la cola, espantaba cien-
En el artículo «Elogio y memorias de las ciudades», contenido tos de moscas girantes en torno al rabo paciente y pegajoso, mientras
en su libro Trujillo, Villa Francisca, y otros fantasmas, él nos explica Juan el carretero, a quien mi padre conocía desde su último trabajo en
su método para recuperar esos espacios perdidos, que la prodigiosa la aduana de Santo Domingo, iba colocando una montaña de objetos,
memoria verbal de sus libros realiza: tales como poncheras descascaradas, mesas ahuecadas en las que se
«Las ciudades envejecen y rejuvenecen a tientas. Se quedan viejas colocaban las tinajas, platos galvanizados, higüeras y recipientes de
en algún lugar mientras que en otro siguen naciendo, en un intento de madera, calderos ennegrecidos, mecedoras tejana cuyo tejido comenza-
perennizarse. Es lo que siento cuando recorro Santo Domingo, Antes ba a deshacerse, camas pequeñas con espaldares de hierro y bronce he-
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rencia de mis abuelos, sillas con forro de guano, las clásicas bacinillas y Manolo vivió en la calle Félix María Ruiz y no en la Ravelo, como
escupideras de incierto destino y uso nocturnal». apunta Persio. Podía, basado en mi gran poder de concentración apren-
(...) Me importa mucho hacer una historia. Más que la mía la del dido en mi época yoga, retrotraer las imágenes, diafanizarlas con solo
barrio. Más que la del barrio la de mucha gente sin historia. desplazar de mi mente los pensamientos que no eran de mi interés, re-
Además de estas transformaciones espirituales, que la memoria construí pedazo por pedazo el barrio, las calles. Allí estuvo el patio alto
rebusca de una zona interna de los personajes literarios, sin impo- en donde Isabel durmió dejando ver sus piernas desnudas al niño que
nerlos desde el exterior como un signo puramente intelectual, el luego le narrara a Persio estos hechos.
barrio de Villa Francisca atraviesa un verdadero cataclismo mate- (...) Allá, casi en la esquina, estaba la tienda La Higüeyana, en
rial, que le ha cambiado la faz. Las construcciones del gobierno donde era posible encontrar encajes, cintas, botones, tapicerías míni-
han demolido las viejas casas, para dar paso a multifamiliares, y mas, pañuelos, telas de calidad, y alguno que otro aditamento corporal,
alterado con ello todo el esquema de las relaciones primarias con como camisetas y calcetines».
el cual transcurría la vida en esa barriada. Un personaje que retor- Materia prima es así una historia real y una historia inventada,
na melancólico a su antigua barriada, se derrama decepcionado una barriada recuperada en la memoria y la perversión del recuer-
sobre las viejas imágenes del ayer: do. Toda la «realidad» del relato está subvertida, y la novela se
«A mi llegada a Villa Francisca el primer objetivo fue localizar los puede leer a sí misma, los personajes se pueden transformar en sus
sitios claves del pasado. Sin embargo recibí un duro impacto. El gobier- deseos, el barrio se puede convertir en trasunto del país, y el país
no dominicano había iniciado la demolición de numerosas calles y ca- sobreindicar el universo. Incluso, la novela plantea la imposibili-
sas. Una avenida de penetración y otra de circunvalación habían dado dad del relato, porque en ese mundo en destrucción, cada quien
cuenta de todas las viviendas de la calle Félix María Ruiz. Ampliadas agrega su propia biografía a la historia general, y la geografía del
para ser convertidas en avenidas se habían destruido grandes zonas de barrio depende de quien sea que la mire, así como los recuerdos y
rememoración. Tractores, palas mecánicas, obreros, listeros, hormi- las vivencias se estructuran cargándolos de la subjetividad y la pa-
gueaban sobre los escombros. Las entrañas del barrio emergían conver- sión con que cada personaje lo evoca.
tidas en tierra amarilla, en caliche. Los patios de las viviendas de los Materia prima reconstruye la memoria verbal de los últimos
años 40 y 50 habían desaparecido totalmente, puesto que las viejas años de la dictadura de Trujillo, y la composición narrativa se
empalizadas, ya modificadas en ocasiones varias, volaron uniéndose las mueve afirmando y negando, tejiendo y destejiendo la narración,
áreas y haciéndose difícil, por tanto, la delimitación del patio de la casa fundando y desnaturalizando el relato. Nadie sabe con certeza
de Manolo con la de otros sitios de habitación. cómo ocurren las cosas. Pero esta infinita madeja de afirmacio-
SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA SANTO DOMINGO EN LA LITERATURA
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nes y contradicciones van, poco a poco, mitificando lo único bolizan una parte indesterrable del ser. Y como el barrio de Villa
concreto, el referente permanente: Villa Francisca. En su poe- Francisca de Marcio Veloz Maggiolo, pueden saltar de lo más con-
mario El universo por encargo (proto-poemas para villanos), apare- creto a la sublimación más etérea.
ce ya una genealogía, un origen y un patrón fundacional de ca- Desde la polémica histórica de aquel mancebo aragonés llama-
rácter mitológico, que abre al tiempo los inicios de ese pedazo de do Miguel Díaz, Santo Domingo ha sido una Ciudad engalanada
Ciudad que es Villa Francisca, y mueve la enorme simpatía que por su literatura. Investida de complacencias literarias desde su
nos suscitan sus desdichas. inicio, de la imagen imperativa de la Ciudad la escritura domini-
De un barrio popular, Villa Francisca pasa a ser una entidad cana registra una presencia abrumadora en todas las épocas. Por-
metafísica, con un jodido fundador llamado Torcuato Alcaraván: que como Constantino Cavafis, el poeta de Alejandría, de la Ciu-

Alcaraván Torcuato se murió en su botella dad de Santo Domingo se pueden decir los versos que él le escribió

Cuando intentó salir en razón de su luna podrida de a su Ciudad:


DOBLE PÁGINA SIGUIENTE:
BALCONES DE LA CALLE HOSTOS
llamados No hallarás otra tierra ni
y lentas nubes Otra mar.
de fétido claror La ciudad irá en tí siempre.
hacia unos cielos donde eructaban voces Volverás
que lo llaman estando en su botella a las mismas calles
por tanto se hizo nube, se puso a hacer canciones y en los mismos suburbios llegará tu vejez:
no escuchó los deseos de quienes le pedían pues la ciudad siempre es la
que se fuese al carajo misma
pero un día unos hombres hallaron la botella otra no busques
y abrieron el tapón en donde un esqueleto diminuto no hay ni caminos ni barcos para tí
reía. Y vieron un pequeño plano con la lupa, la vida que aquí perdiste
Villa Francisca dijeron, como si hubiesen encontrado la has destruido en toda la tierra.
la isla del tesoro. Y se creó nuestro barrio.

Las ciudades son como un designio inexorable, enterradas en el


corazón de sus habitantes, sembradas en la memoria colectiva, sim-
SOBRE LOS AUTORES

JOSÉ CHEZ CHECO es licenciado en Historia, de la Universi-


dad Autónoma de Santo Domingo. Ha laborado para diversas ins-
tituciones estatales y privadas como la Fundación García Arévalo,
el Museo del Hombre Dominicano, el Archivo General de la Na-
ción y el Museo Nacional de Historia y Geografía, entidad de la
cual fue Director. Fue directivo de la Comisión Dominicana para
la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de Amé-
rica y actualmente es miembro de la Comisión Permanente de Efe-
mérides Patrias y de la Comisión Permanente de la Feria del Libro.
Fue Presidente de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos. Es miem-
bro de número de la Academia Dominicana de la Historia y Direc-
tor General del Patronato de la Ciudad Colonial de Santo Do-
mingo. Autor entre otras obras, de «Temas Históricos», «El ron en
la historia dominicana», «Vocabulario del ron», «ideario de Lupe-
rón», y en colaboración con otros autores, de «Azúcar, dependen-
cia y otros ensayos históricos», y «Religión, Filosofía y Política en
Fernando A. de Meriño».
SOBRE LOS AUTORES SOBRE LOS AUTORES
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MARCIO VELOZ MAGGIOLO es Doctor en Historia en la yista ha publicado el laureado libro «Mito y cultura en la Era de
Universidad de Madrid, donde siguió cursos intensivos de arqueo- Trujillo», uno de los textos más celebrados de los últimos años en
logía y antropología. Es una de nuestras principales figuras litera- la literatura dominicana. Otros libros suyos son: «Manifiestos lite-
rias, con una obra novelística amplia e importante. Ha recibido rarios de la República Dominicana», «Poetas de Postguerra/Joven
altos galardones en el campo de la arqueología, entre ellos la Me- poesía dominicana» y «Al filo de la dominicanidad».
dalla Spinden, otorgada por científicos del Smithsonian Institute.
Obtuvo el Premio Nacional de la Academia de Ciencias de la Re- JULIO GONZÁLEZ es uno de los principales fotógrafos artísti-
pública Dominicana, en 1981. Además, el Premio Nacional de cos dominicanos. En 1969 funda con otros compañeros en el arte
Literatura, en 1996, máximo galardón de las letras dominicanas, y el Grupo Fotográfico Jueves 68, con el cual publicó la obra «10
el Premio Nacional Feria del Libro «Don Eduardo León Jimenes», años de fotografía dominicana», en 1979. Sus obras fotográficas
en 1997 por su libro «Trujillo, Villa Francisca y otros fantasmas». han sido exhibidas en Europa, Estados Unidos y América Latina.
Su bibliografía es muy amplia e incluye obras de antropología (Ar- Ha obtenido numerosos premios de fotografías en concursos na-
queología Prehistórica de Santo Domingo, Las Sociedades Arcai- cionales e internacionales. Se ha dedicado igualmente a la crea-
cas de Santo Domingo); novelista (De abril en adelante, El buen ción y producción de audiovisuales profesionales.
ladrón, La biografía difusa de Sombra Castañeda, Los Angeles de
hueso, Materia Prima, Ritos de cabaret); cuentista (La fértil ago-
nía del amor, Cuentos, Recuentos y Casi Cuentos), ensayista (So-
bre cultura dominicana y otras culturas; Barril sin fondo), poesía
(Apearse de la máscara). Ha sido traducido al francés, al inglés y al
alemán.

ANDRÉS L. MATEO, Doctor en Ciencias Filológicas de la Uni-


versidad de la Habana. En 1981 obtuvo el Premio Nacional de
Novela y en 1991 el Premio de Novela de la Universidad Nacio-
nal Pedro Henríquez Ureña. En 1994 ganó el Premio Nacional de
Ensayo. Autor de las novelas «Pisar los dedos de Dios», «La otra
Penélope» y «La balada de Alfonsina Bairán»; además como ensa-

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