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Cuando la tinta salpica el celuloide

Por: Patricia Díaz Terés


“El lenguaje y la imaginación no pueden ser aprisionados”.
Salman Rushdie
William Shakespeare, J.K. Rowling, Miguel de Cervantes, Agatha Christie, Isaac
Asimov, Alejandro Dumas, J.R.R. Tolkien, Arthur Conan Doyle… todos estos autores tienen algo
en común; además de su talento para crear y expresar a través de la palabra escrita increíbles y
apasionantes historias, numerosas obras de cada uno de ellos han sido adaptadas con mayor o
menor éxito a la pantalla grande.
Y es así como nos encontramos con una palabra que para los oídos de algunas personas es
un genuino improperio: adaptación. Según el autor del ensayo “Las adaptaciones literarias al cine: un
debate permanente”, José Luis Sánchez Noriega, este controversial vocablo se refiere únicamente
a la manera en que un texto literario es transformado en su estructura, para ser convertido en
imágenes y por lo tanto, en un texto fílmico.
Sin embargo, algunos de los más acérrimos detractores de la adaptación literaria al
séptimo arte, consideran que el trabajo de los guionistas se limita a destruir atrozmente novelas y
cuentos, al tratar de traducirlos al lenguaje cinematográfico; mientras que en la postura contraria,
ubicamos a quienes sostienen –como Marcos Ripalda (2009)- que “las adaptaciones de obras
literarias emblemáticas avalan de antemano la obra cinematográfica resultante”.
Pero las generalizaciones son demasiado peligrosas, como bien nos advierte el gran
Alejandro Dumas, y consecuentemente, no nos es posible afirmar categóricamente que ninguna
buena obra de la literatura universal haya sido producida jamás como un buen filme.
Ahora bien, en este inseguro terreno debemos andar con mucho cuidado. Es cierto que hay
diversos relatos de menor envergadura, que han sido mejorados con los recursos de los que
disponen los cineastas; así como también existen maravillosas novelas, que han resultado en cintas
de calidad francamente mediocre e incluso mala.
Respetando aquél refrán que reza “sobre gustos no hay nada escrito”, podemos mencionar
algunas películas, basadas en cuentos o novelas que si bien no son joyas cinematográficas, sí son
bastante buenas, así tenemos Orgullo y Prejuicio (2005) de Joe Wright cuyo guión se basa en la
novela homónima de Jane Austen; Historia Sin Fin (1984) dirigida por Wolfgang Petersen y
adaptada de la obra La Historia Interminable escrita por Michael Ende o Stardust (2007) realizada
por Matthew Vaughn e inspirada por el relato de Neil Gaiman, por mencionar sólo algunas.
No obstante, cuando un guionista o director tiene como objetivo trasladar la tinta y el papel a
la imagen y el sonido, debe guardar cierto respeto por el original, aún cuando su finalidad sea mostrar
una perspectiva personal del texto; de otra manera nos encontramos con películas como Diez
Negritos (2004) dirigida por Peter Collinson y “adaptada” por Enrique Llovet y Erich Krohnke, en la
que sin reparo alguno estos individuos, hacen añicos la excelente novela creada por Agatha
Christie, o la extraña animación El Señor de los Anillos (1978), de Ralph Bakshi basada en los libros
de la trilogía de Tolkien –llevada a la pantalla grande con gran maestría por Peter Jackson-.
Para tratar de arrojar cierta luz sobre la discusión, me remito al escritor Gabriel García
Márquez quien en 1987, desveló el meollo del asunto al afirmar que “…hay una concepción, una
estructura y unas soluciones para la novela, completamente distintas a las que hay en el cine”; esta
postura es complementada por el escritor Salman Rushdie, quien señala que una adaptación
funciona cuando los realizadores cinematográficos entienden el original, a la vez que tienen una clara
idea de cómo quieren adecuar los elementos literarios, y de esta forma las palabras transmitan los
sentimientos e ideas originales, a través del nuevo medio.
Por otra parte, además de las adaptaciones de libros que producen cintas más o menos
homónimas, encontramos aquellas que sólo toman una parte, un personaje o incluso únicamente el
título de una obra.
Así damos con películas como Yo Robot (2004), inspirada en el libro así titulado por el gran
escritor de ciencia ficción Isaac Asimov, en la que aparecen 9 historias, ninguna de las cuales
muestra la trama que incluye a Del Spooner, interpretado por Will Smith. Otro caso similar lo
constituye el filme nominado al Óscar como Mejor Película el año pasado, El Extraño Caso de
Benjamin Button (2008), en la que las aventuras del camaleónico Brad Pitt, poco tienen que ver con
la vida del personaje creado por F. Scott Fitzgerald.
Continuando con estos ejemplos, podemos mencionar incluso la recién estrenada Sherlock
Holmes (2009) dirigida por Guy Ritchie; y he aquí que nos encontramos con un emblemático
personaje que ha sido adaptado al cine, la televisión y la radio durante casi cien años y que, en pleno
siglo XXI, ha sido reinventado por los guionistas Michael Robert Johnson , Anthony Peckham y
Simon Kinberg, obteniendo sorprendentes resultados.
Sin ser mi intención hacer una detallada crítica del filme, puedo decir –haciendo hincapié en
que esto es una opinión meramente personal- el carácter de algunos de los personajes creados por
Sir Arthur Conan Doyle en el siglo XIX –Holmes, Watson, Irene Adler y el inspector Lestrade- fue
agradablemente modificado, con el objetivo –probablemente- de que los jóvenes que conformarían la
audiencia de la película, se sintieran identificados con lo que observaban.
No puedo decir que la cinta sea una copia fiel de la idea de Conan Doyle pero, siguiendo con
lo expresado por Marcos Ripalda, más bien la entiendo como una recreación del original, que
conlleva una “interpretación subjetiva artística del guionista-adaptador” y también del cineasta;
asimismo coincido con la posición de Sánchez Noriega quien argumenta que “hay que valorar la
obra en sí, dentro de los medios que utiliza y de la historia de la cultura en la que se inscribe”.
De esta forma, podemos dar un juicio a favor de Ritchie y es que encontró una forma
atractiva de acercar a una juventud, acostumbrada a los filmes de acción y aventura rebosantes de
magníficos efectos especiales, a ese flemático e icónico Holmes -a quien estamos acostumbrados a
ver con un abrigo, una gorra y una pipa-, encarnándolo en Robert Downey Jr. que logra aportar al
personaje características humanas, sin arrancarle su esencia; lo mismo que sucede con James
Watson, el inseparable compañero de Sherlock, a quien desde el siglo pasado se le ha representado
–sin fundamento en la obra original-, como un rechoncho y más bien torpe individuo que vive a la
sombra de su famoso amigo, para transformarlo en un colega y aliado tan valiente, audaz e
inteligente como el propio detective.
Y es así como llegamos a la conclusión de que no importa en realidad la fidelidad con la cual
se adapten las obras literarias a la pantalla grande, sino que es importante entender que los
escritores tienen recursos diferentes –no mejores ni peores- a los cineastas y que por lo tanto, si se
tiene una materia prima –los argumentos y personajes literarios- a la que se muestre el debido
respeto a su esencia, puede exhibirse desde los más distintos puntos de vista sin que se perpetre un
atentado en contra del autor original, ya que como dijo el crítico británico John Ruskin: “La calidad
nunca es un accidente; siempre es el resultado de un esfuerzo de la inteligencia”.

FUENTES:
“El riesgo de las adaptaciones”. Diario Hoy. Quito, Ecuador. 31 de mayo 1994.
“Las adaptaciones literarias al cine: un debate permanente”. Aut. José Luis Sánchez Noriega.
Revista Comunicar No. 17. Huelva, España. 2001
“¿Se deben llevar las grandes novelas al cine?”. Aut. Manuel Cabello Pino. Espéculo, revista de
estudios literarios. Univ. Complutense de Madrid. España, 2005.
“Cine ylLiteratura, amistades peligrosas”. Aut. Salman Rushdie. ABCD de las Artes y las Letras.
2009.
“Literatura para disfrutar en pantalla grande.”. Aut. Marcos Ripalda Ruiz. Suite101.net. 2009.

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