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Ya soy sacerdote
Colección Abbá
Ya soy sacerdote
Nada obsta
Carlos Castro Tello, MSpS.
México, D.F., 15 de abril de 2001
Imprímase
Jorge Ortiz González, MSpS.
Superior General
México, D.F., 25 de abril de 2001
ISBN: 970-92563-1-9
Impreso y hecho en México
Primera edición: Febrero de 1989 (Temas de Espiritualidad de la Cruz).
Segunda edición: Junio de 2001
A lo largo de estos tres años que llevo de sacerdote, he tratado de descubrir, con
mirada contemplativa, lo que significa ser sacerdote. Algo he vislumbrado, pero es
mucho lo que me falta todavía. Ese “algo” que he ido entendiendo me ha llenado de
alegría por ser lo que soy; de anhelos por ser, cada día con mayor plenitud, lo que ya
soy, y de entusiasmo por colaborar con Jesús en su obra salvadora.
Hace unos tres meses, me encontré con el padre Enrique Sánchez, y por segunda
vez me invitó a que presentara algún artículo para que fuera publicado en esta
colección de Temas de Espiritualidad de la Cruz. Mi respuesta fue la misma que la
primera vez que me invitó: que no tenía tiempo para escribir algo especial, pues el
ritmo del Noviciado no me lo permitía —tendría que ser algo inédito, es una de las
condiciones de estos Temas—. Sin embargo, yo me quedé con la “espinita”: ¿por
qué no escribir algo? Además, yo tenía otro motivo: desde que apareció el segundo
volumen de estos Temas, los formadores del Noviciado hablamos de la posibilidad
de que cada uno escribiera un artículo para que fuera publicado. Sin embargo, tener
el deseo no significa tener el tiempo.
Entonces me acordé que por ahí tenía guardadas mis reflexiones en torno a la
ordenación sacerdotal.
A pesar de estas dificultades, me decidí a que estas páginas fueran publicadas, pues
el padre Enrique, que ya las había leído, me dijo que él creía que podrían ser un
medio de promoción vocacional. Y pensé que bien valía la pena no ser entendido o
pasar vergüenza, si, a través de la lectura de mis reflexiones y vivencias, el Espíritu
Santo suscitaba en el corazón de algún joven el anhelo de ser sacerdote; o bien, si
este mismo Espíritu esclarecía un poco, en la mente de quien leyera esto, el misterio
del sacerdocio, o suscitaba en su corazón el deseo de orar y sacrificarse por los
sacerdotes.
Tú, que lees este folleto, aquí tienes algo de lo que entonces reflexioné y viví. Espero
que a través de la lectura te vayas encontrando, no conmigo, sino con el Dios que
realizó tales maravillas en mí; y que vayas conociendo mejor, no a este sacerdote
concreto que soy yo, sino a Cristo Sacerdote y Víctima.
4
24 de agosto de 1988
Ojo de Agua, Méx.
Hace tiempo que se agotó la primera edición de esta obra (el núm. 8 de la colección
Temas de Espiritualidad de la Cruz). Y puesto que varias personas aún la buscan,
con gusto la vuelvo a publicar. Respetando el texto original, he precisado algunos
detalles para darle mayor claridad (como los nombres de algunas personas, la
puntuación) y he añadido alguna frase que me pareció necesaria.
Para hacer esta edición tuve que releer mi escrito. Me dio gusto recordar lo que,
hace más de quince años, sentía y pensaba respecto del sacerdocio, de mi
sacerdocio; suscitó en mí una nueva gratitud hacia Dios por el maravilloso don de mi
vocación, y me impulsó a luchar por ser cada día mejor sacerdote.
14 de enero de 2001
México, D.F.
El próximo sábado seré ordenado sacerdote. Hace poco más de doce años
comencé mi formación; ahora sólo cinco días me separan del sacerdocio. ¡Qué
cercano y qué lejano me encuentro de esa meta! Cercano en el tiempo; lejano en la
preparación, en la santidad de vida requerida, en las capacidades necesarias para
ejercer el ministerio.
Me siento en paz, tranquilo. Hace unos meses, estando todavía en Roma, donde mis
compañeros y yo estudiábamos, cuando pensaba en los días anteriores a mi
ordenación, me imaginaba que iba a estar muy nervioso. Y sin embargo, no. Ahora
que estamos en ejercicios espirituales, en Jesús María, S.L.P., me parece una
desfachatez estar tan tranquilo. ¿Será que no estoy plenamente consciente del paso
que voy a dar? ¿O será que he dejado todo en las manos de Dios? Creo que ambas
cosas.
La liturgia de hoy me invita a reflexionar sobre el llamado: ven y sígueme (Mt 19,16-
22). No se trata de cosas por “hacer”, sino de una nueva manera de “ser”. Ser
seguidor de Jesús; en definitiva, ser Jesús (cf Ga 2,20). Y para esto es necesario
“venderlo todo”, dejarme a mí mismo.
Celebramos la memoria de san Juan Eudes. Él dijo: «El sacerdote requiere tres
eternidades: la primera, para prepararse; la segunda, para ofrecer dignamente el
santo sacrificio de la Misa; la tercera, para agradecerle a Dios su gracia»1.
1
Citado por HAVERS GM: Vivieron el Evangelio. México, Buena Prensa, 1981, p 257.
5
Hoy, como los otros días de los ejercicios, como último acto de nuestra jornada,
hicimos un “ensayo” de la celebración de la Eucaristía. Nos juntamos por parejas;
uno dizque celebra y el otro hace la crítica. Hacemos todo como si fuera “la pura
verdad”. El primer día de ensayo, por equivocación, dije: «Del mismo modo, acabada
la cena, tomó el cáliz, lo partió…». En caso de que las cosas hubieran sido así,
Jesús debería haber sido bastante fuerte. El ensayo tuvo que interrumpirse a causa
de la risa. Una vez reanudado, la contagiosa risa nos acompañó hasta el final.
Martes 20
Después del desayuno, el padre Roberto González Colunga nos pidió que fuéramos
a la Cruz del Apostolado, para tomarnos allí la foto del recuerdo. Estábamos los 5
diáconos, el padre Luis Ruiz, quien fue nuestro Maestro de novicios, y el padre José
Guzmán, que era el Superior General cuando ingresamos a la Congregación. Fue él
quien, después de vernos actuar en una “chorcha”, dijo al Maestro de novicios que
estábamos «muy broncos».
La única explicación de por qué nosotros siete seremos sacerdotes y los otros diez
no, es la misericordia de Dios, su libre y gratuito amor que llama «a los que quiere»
(Mc 3,13).
2
CABRERA DE ARMIDA C: A mis sacerdotes, t II. México, Editorial La Cruz, 1961, p 227 (+ publicado como
Anónimo, pues en la edición no aparece el nombre del autor).
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sólo en kinder saqué ese premio). Tampoco es una conquista que realizamos por
nuestros esfuerzos. Menos aún es algo a lo que tengamos derecho por lo que
somos. No. La vocación sacerdotal es un don, un regalo. Nosotros no hemos hecho
nada para merecerlo o conquistarlo. Simplemente hemos recibido el regalo.
Pero, ¿por qué nosotros siete sí, y los otros diez no? ¿Por qué yo? En definitiva,
porque Dios así lo quiso; porque a Dios le pegó la gana de que así fuera. ¡Y ya!
Son las 12 del día. Se escucha por Jesús María el canto de las campanas que nos
invita a rezar el Angelus. «María, Madre del Sumo y Eterno Sacerdote. María, Madre
de los sacerdotes. María, Madre mía».
Con emoción leo lo que Jesús decía a Conchita: «Si los sacerdotes son otros Yo, no
sólo a la hora de la misa, sino siempre, siempre María estará a su lado. María los
amará con la ternura misma que a Mí me ama. María será más su Madre, en grado y
calidad… Por tanto, los sacerdotes deben amar a María con el mismo amor, con la
misma ternura, respeto, obediencia y fidelidad, gratitud y pureza con que Yo la
amé»3.
María me ama como ama a Jesús. Debo amar a María como Jesús la ama. Ser
sacerdote es ser Jesús.
Recuerdo una estrofa de unos versos que le hice a María, hace nueve años, cuando
estudiaba filosofía —y me sentía un poco poeta—:
Eso de “almas” ahora ya no me gusta, pero así lo escribí. Hoy más bien diría
“personas”, aunque se perdiera la métrica.
Rezando el rosario en el atrio de la Cruz del Apostolado, pude ver las lápidas de las
tumbas del padre Chemita (José María González) y del padre Salvador Sánchez.
«Quinto misterio doloroso: Jesús muere en la cruz». Ellos también murieron
3
Ibid., pp 137-138.
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crucificados por amor a Cristo en favor de los demás. Yo no espero otra cosa. Sé
que seguir a Cristo implica negarme a mí mismo y tomar cada día la cruz (cf Lc
9,23). Tengo miedo, pero mi confianza es mayor.
Miércoles 21
«Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo». Acabo de escuchar, con gratitud y alegría, estas palabras de labios del
padre Luis Ruiz. Hice con él una confesión general. Puse ante el Padre
misericordioso mis heridas y enfermedades, y Él, como médico celeste, me ha
curado: «Vete en paz y no vuelvas a pecar».
En el rito de la ordenación hay una pregunta que espanta: «¿Sabes si son dignos?»
Esta pregunta es parte del diálogo que se entabla entre el Obispo y el Superior de
quienes se van a ordenar. Éste pide al Obispo que ordene como presbíteros a los
diáconos que antes le han sido presentados. Luego viene la preguntita: «¿Sabes si
son dignos?» De la respuesta del Superior depende que el Obispo, en nombre de
Dios y de la Iglesia, elija a esos hombres para ser sacerdotes.
Cuando damos un regalo, lo hacemos, en primer lugar, por el amor que le tenemos a
la persona. Pero también por el significado o utilidad del regalo. Como sacerdote,
como regalo de Dios a la Iglesia, tendré un nuevo significado: ser sacramento de
Cristo Sacerdote, ser su representante, re-presentarlo, esto es, hacerlo presente
aquí y ahora, realizando la salvación.
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La Iglesia celebra hoy la memoria de san Pío X, el Papa que dio el permiso para que
se fundara nuestra Congregación. Fue él quien, por sugerencia de Mons. Ibarra, nos
dio el nombre de Misioneros del Espíritu Santo. Mi futuro ministerio sacerdotal
deberá estar impregnado del carisma de la Congregación: debo realizar el ministerio
profético principalmente por medio de la predicación de ejercicios y retiros
espirituales; el ministerio pastoral, mediante la dirección espiritual; el ministerio
sacerdotal, por la celebración de la Eucaristía y del sacramento de la Reconciliación.
Mi servicio a la Iglesia deberá ser concretizado en el servicio prioritario a sacerdotes
y religiosos.
Jueves 22
Esta mañana, en Jesús María, concluimos nuestros ejercicios espirituales con una
Eucaristía que celebramos en la casa de las Madres de la Cruz. ¡Qué consuelo y
qué fortaleza da el tenerlas como apoyo de nuestra vida y ministerio sacerdotal! Su
oración y sacrificio, su vida entregada generosamente a Dios en favor de los
sacerdotes, nos han ayudado a llegar hasta este momento. Y nos ayudarán a
perseverar fielmente.
Recuerdo que hace casi trece años, después de haberme decidido a ingresar a la
Congregación, cuando iba ya de camino al Noviciado para hacer un retiro, el
hermano Miguel Mier hizo una “parada técnica” en el Noviciado de las Hermanas de
la Cruz, en Tlalpan. Hicimos una visita a la capilla donde dos novicias estaban en
adoración. A la salida, lacónicamente me dijo: «Estas mujeres piden por nosotros».
Estas palabras hicieron que el miedo —o pavor— que sentía, disminuyera un poco.
9
Y fue su oración y sacrificio, y el de otras muchas personas, lo que hizo que fuera
posible nuestro sacerdocio. Si bien la vocación sacerdotal es un don que Dios da a
su Iglesia, Él quiere que la Iglesia colabore activamente en el desarrollo de ese don.
La vocación sacerdotal es una gracia que Dios da, pero no la da ya terminada, sino
como en semilla. En la semilla está contenido todo lo que se requiere para que la
planta germine, crezca, florezca y fructifique. Así también, la gracia de la vocación
lleva consigo todas las demás gracias que necesita para desarrollarse. Pero, así
como la semilla no puede llegar a ser árbol maduro y dar fruto, si no está plantada en
la tierra, y si no tiene suficiente agua, aire y sol, así tampoco la gracia de la vocación
sacerdotal puede desarrollarse si carece de un ambiente adecuado.
De manera concreta he visto los cuidados de la Iglesia por hacer germinar la semilla
de mi vocación sacerdotal, en todos aquellos que durante estos doce años de
preparación para el sacerdocio han sido mis formadores. Recuerdo a cada uno con
afecto y gratitud; en especial al padre Luis Ruiz, que fue mi Maestro de novicios,
quien me recibió “bronco” y supo domarme y domesticarme para Dios.
Pienso también en tantos otros que de un modo u otro han colaborado con Dios en
la obra de dar un sacerdote a la Iglesia.
Agradezco a Dios que me haya sembrado en esa tierra buena. Pido a Jesús que
recompense abundantemente a cada uno. De manera especial le pido por todos
aquellos que no conozco ni me han conocido, pero que oran y se sacrifican por los
sacerdotes y las vocaciones. A todos ellos debo mi sacerdocio. Soy de la Iglesia. La
intención de la Eucaristía del domingo 25, la aplicaré por ellos.
Viernes 23
«¡Mañana seréis sacerdotes!». Así comienza una carta del padre Félix de Jesús
Rougier escrita en 1929 a los estudiantes de teología que se encontraban en Roma.
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Hoy he reflexionado sobre ésta y otra carta que Nuestro Padre escribió en 1934 a los
Misioneros del Espíritu Santo que se preparaban para el sacerdocio. Copiaré
algunas frases:
Deberán vivir más adheridos a Dios, los más entregados a Jesús, y LOS MÁS
DADOS de todos los hombres.
¡Tantos años, aquí y en Roma, han esperado con ansia y con mucho amor
esta “consagración”! Se han preparado con todo el corazón… ¡y qué profunda
alegría, ahora, de verse a punto de ser ordenados, mañana!…
Allí estará Jesús, NUESTRO JESÚS, para hacer de cada uno de vosotros
otro Jesús, otro Cristo, otro Mediador, otro Sacerdote como Él… “Sacerdos
alter Christus”…
Allí estará el Espíritu Santo, para infundir en sus almas “la fuerza de la gracia
sacerdotal…”
Allí estarán sus excelentes padres, su papá, su mamá… sea que estén en el
cielo, sea que vivan todavía, y que, dentro de pocos días, antes de su Primera
Misa, les darán, de cerca o de lejos, los ojos bañados en lágrimas de alegría y
de agradecimiento a Jesús, su más cariñosa bendición.
Allí estará presente, con mucho amor, su padre que les escribe estas líneas,
allí estaremos todos… envolviéndolos en nuestro profundo cariño, como a
Hermanos amadísimos.
Allí estará la Iglesia, Nuestra Madre, para pedir Ella Misma vuestra promoción
al sacerdocio.
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Adelante, pues y Arriba, mis amados hijos, arriba hasta las cimas…
Sábado 24
¡Hoy!
Qué alegría me ha dado el saber que para Ella, como para mí, hoy es la fiesta más
grande; ¡hoy es nuestra fiesta!
Son las 9:30 de la mañana, estoy en la capilla, frente a Jesús. Siento dentro de mí
un hervidero de emociones. Siento profunda alegría por estar a unas cuantas horas
de la ordenación, y por constatar la fidelidad incansable de Dios en mi vida: hace
más de doce años me llamó, y hoy me sigue llamando.
Experimento una inmensa gratitud para con Dios porque libremente me ha llamado a
ser su sacerdote, su representante ante la Iglesia.
4
ROUGIER FJ: Escritos: Circulares - cartas, t I. México, Edición privada, 1953, pp 152-160.
5
CABRERA DE ARMIDA C: A mis sacerdotes, t I, ed 3. México, Editorial La Cruz, 1975, p 168.
12
Tengo mucho miedo, pues sé de qué barro estoy formado, y conozco —un poco, al
menos— la grandeza de la misión que Dios me dará con el sacerdocio. Tengo miedo
de mí mismo.
Me preocupa el ser un don de Dios para su Iglesia, pues tanto Dios como la Iglesia
esperan que yo haga presente a Cristo Sacerdote. Me preocupa de veras.
Siento vergüenza de haber sido llamado por Dios para ser depositario y
administrador de sus gracias. Pondrá sus tesoros en un vaso de barro (cf 2Co 4,7).
Confío en que la gracia de Dios es más fuerte que mi debilidad. Confío en que Él es
fiel.
1:30 p.m. De nuevo en la capilla y “en capilla”. Hace unos momentos tuvimos un
como ensayo de la celebración. Ya se me fue la calma que hasta hace unas horas
tenía. Siento profundamente mi miedo. Estoy como asustado.
10:30 p.m. ¡Ya soy sacerdote! ¡Sacerdote para siempre! ¡Bendito seas, Señor!
Hace unos momentos que llegué a mi cuarto. Al mirarme en el espejo del baño sentí
una extraña sensación de asombro de mí mismo. Sin creerlo aún, le repetía a mi
imagen reflejada en el espejo: «eres sacerdote», y me daba cachetadas, como
queriendo asegurarme de que estaba despierto. El sueño dorado del sacerdocio es
ahora una realidad para mí: soy sacerdote. El solo hecho de escribir estas dos
palabras me hace vibrar.
Siento la incapacidad de expresar lo que viví en esas dos horas que duró la
ordenación. Pienso en esas boas que se tragan a sus presas y que duran semanas
para digerirlas. Así me siento yo. Necesito semanas, o mejor, una vida, para
alcanzar a digerir lo que hoy Dios ha hecho en mí. Por el momento, solamente
puedo enumerar algunos de los muchos momentos que me llenaron de asombro.
La cuarta pregunta del interrogatorio me impresionó: «¿Quieres unirte cada día más
estrechamente a Cristo, Sumo Sacerdote, que por nosotros se entregó al Padre
como víctima pura, y consagrarte a Dios junto con Él para la salvación de los
hombres?». Consciente de mi decisión y de mis limitaciones, respondí: «Sí, quiero,
con la gracia de Dios».
El momento que más me impactó fue cuando el Obispo impuso sus manos sobre mi
cabeza. De los cinco que nos ordenamos, yo fui el último en pasar. Así que pude
observar bien lo que Mons. Watty hacía: primero se preparaba orando, con la mirada
hacia lo alto y con las palmas de las manos hacia arriba —como queriendo atrapar al
Espíritu Santo—; luego, continuando su oración en silencio, imponía las manos
sobre la cabeza del que estaba arrodillado ante él, para comunicarle el Espíritu.
Puso sus manos sobre mi cabeza y presionó con fuerza; así estuvo unos momentos.
Yo, lleno de emoción, le repetía al Espíritu Santo: «¡Ven, ven!»
El padre Luis Ruiz me ayudó a revestirme con los ornamentos sacerdotales. Era el
ornamento del padre Vicente Monroy; se lo había pedido prestado. Tenía bordado un
Espíritu Santo que en ese momento relucía sobre mi pecho. Pensé que este
revestimiento no era sino la manifestación exterior del milagro interior de haber sido
revestido de Cristo, el Hombre Nuevo (cf Ef 4,24), sobre quien descendió y
permaneció el Espíritu Santo (cf Jn 1,32).
Me maravillé al ver que mis manos brillaban por el óleo consagrado con el que el
Obispo me estaba ungiendo. Mis manos eran manos sacerdotales. Después, al irnos
a lavar las manos, no resistí la tentación de probar aquel aceite de oliva, perfumado
y consagrado, con el que había sido ungido. Estaba sabroso.
Mis papás llevaron en procesión las ofrendas de pan y vino; su ofrenda sería
transformada en el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo; después, yo les
entregaría a ellos mismos, para que lo comieran, el alimento que da vida eterna. Así
también, la ofrenda de su hijo que hacía doce años ellos habían hecho a Dios, se
acababa de transformar en sacramento de Cristo Sacerdote; y era entregado por el
Padre como don para la Iglesia.
Recibí las ofrendas de manos de Mons. Watty, quien, al entregármelas, me dijo con
timbre brillante y pronunciando casi sílaba por sílaba —como para que yo cayera en
cuenta de lo que ya era—: «Fernando, sa-cer-do-te: Recibe la ofrenda del pueblo
santo para presentarla a Dios. Advierte bien lo que realizas, imita lo que tendrás en
tus manos, y configura tu vida con el misterio de la cruz del Señor».
Apliqué la intención de esta mi primera misa por todas las personas a las que serviré
como sacerdote, por todos aquellos que el Padre pondrá en mi camino, para que, a
través de mí, lleguen a Él.
Por primera vez invoqué al Espíritu Santo sobre la ofrenda de la Iglesia, para que la
convirtiera en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por primera vez pronuncié
eficazmente las palabras de Jesús: «Éste es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre». Tuve
que hacer un explícito acto de fe en la presencia real de Jesús en la Eucaristía, en la
realidad de mi transformación por medio del sacramento del Orden, y en la eficacia
de mis balbucientes palabras sacerdotales.
admirables maravillas
ha hecho en mí el Dios fiel.
Santo es su Nombre» (Lc 1,46-49).
Antes de irme a dormir, quiero terminar este día, el más grande de mi vida hasta hoy
—después del de mi bautismo—, con una idea que me sirva de proyecto para mi
sacerdocio. Tomo para esto aquellas palabras de Jesús a Nuestra Madre Conchita,
que tanto me impresionaron cuando las leí por primera vez, y que me las sé de
memoria (y “de corazón”):
Colección Abbá
Libros
Grítale a Dios: Cómo orar cuando sufres o sientes rabia. México, Editorial La Cruz,
2000 (2ª edición).
6
CABRERA DE ARMIDA C: Cuenta de conciencia. Edición privada, t 49, pp 249-250.
16
Folletos
La Cruz del Apostolado: Un símbolo. México, Editorial La Cruz, 1996 (2ª edición).
Ya soy sacerdote
se terminó de imprimir
en junio de 2001
en los talleres de
Encuadernación Técnica Editorial, S.A.
Calz. San Lorenzo 279, local 45
Col. Granjas Estrella
09880 México, D.F.