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“oe Wek PRET Titulo uriginal: La YETTA DE PEDRO URLEMALES 1999, Flosioe Péres © De tes ilustrnipnds 1999, Carkos Rejes, oficing de proyecros escuela de Disefio Universidad ARCIS © De esta edicidn: 2002, Aguilas Chiteng de Ediciones. $A. Dy, Anthal Ariztfa 1444, Providencia Santiago de Chile * Grupo Santillane de Ediciones 5.A, ‘Yorrelaguna 66, 78043 Madrid, Espaha » Aguilar, Altes, Taurus, Alfaguara, S.A. de CV. Buda, Uninertided,, 767. Gall del Valle, Mexico DL 05100 © Aguilar, Akea, Taurus, Alfaguars, S.A. de Ediciones Bearley 3860, 1437 Buenos Aires, Argentina « Sancillana S.A. Avda. San Pelipe 731, Jesis Maria 11, Lima, Peri + Ediciones Santillana $A. Conscieucion, 1889, 11800 Monvevideo, Uruguay * Santillana 5.4, CI Rio de Janeiro, 1238 esquina Frutos pane Asuncién, Paraguay * Santillana de Ediciones 5.A. Avda. Arce 2333, entre Rosendo Gutiérrez ¥ Belisarin Salinas, La Paz, Bolivia ISBN: 956-239-081-0 Lnsctipcién Ne 110,495 Primera edicién en Chile: septiembre 1994 Cuarta edicién: noviembre 2002 Impueso co ChilefPrinted in Chile DiseBie de colecchbas Jost Crespo. Rosa Marin, Jestis Sanz, Todontos decechos reservados, Esta publicacié, wo pucde ser reprowucida i én tose at Ar, ni en, parwe, ni cegiereda en, transcnitide por SN fats sisseont de recupericldn de informacion, cf ove Bingues forma ai por wingtin tacdio. sex ine SE einico, Foroquingice, clectrénica, magerdsicc * eceraspticas pit Fomicupia. 6 cuakgeter orc tin el permisa previo por escrito de ta editorial: La vuelta de © Pedro Urdemales Floridor Pérez Hast ractones de Carlos Rojas Pedro Urdematles, un huaso del campo, pero no de las chacras Cuando yo era nifio, conocl a Pedro Urdematles en mi Libre de Lec- tura, donde era el cartere del otro mundo. A la salida de la escuela me volvta lentamente a casa, deteniéndo- me en cada esquina, sin perder la espe- ranza de verlo entrar al pueblo mon- tado al revés en un burro, mirande hacia atrds... jUrde - males...! Can ese apellida le resulta bien dificil negar su fama de pills. Sin embargo, él asegura que no en- gana a nadie. ;Otra cosa muy distinta es que no se deje engafiar! Y yo dirta que junto con algu- nay diabluras suele darles un merecido escarmiento a los dvaros, que quiste- ran tener una olltta que caliente sin’ fuego, o un drbol que en vez de frutos dé dinero, 0 un sombrerite que pagne sus gastos... Pedra Urdemates les dice «no, sefiores: st quieren gastar menos, eco- nomicen combustible, gdnense el dine- ro con el sudor de su frente y paguen sus deudas», Pero la opinién mds importan- te es la que cada uno se forme después de conocer fas aventurds J desventuras de este roto sufrido y divertido, de este huasito que, segin dicen que dice, vie- ne del campo, pero no de las chacras:.. Floridor Pérez Una verdad del porte de un cerro Un pueblino de esos que creen saberlo todo, se encontré con Pedto Ur- demales en un polvoriento camino rural. Al verlo de chupatla, pan- talén arremangado y ojotas, se le ocurrid burlarse de ese huasito. A poco de entablar conversa- cién, le dijo: —i¥ qué tal es para calcular, " amigo? —Me defiendo no mas, sefior —respondid Pedro, con humildad. —Bueno pues, digame en- tonces, jde cudntas camionadas cal- cula usted que podria llevarme a la ciudad aquel cerro? 12 Y¥ le mostraba el cerro mds al- to del lugar, en cuya cumbre una enorme cruz parecta abrazar al valle. Pedro se acomodé la chupalla con aire pensativo: —Eso depende del tamafio de su camién, caballero. Si su camién es de la mitad del cerro, va a necesitar dos camionadas. Pero si se consigue un camién del porte del cerro, jde una camionada se lo Ileva! La apuesta con un campedn Una helada mafiana de invier- no, camino de la ciudad, Pedro Ur- demales encontré un gorrién casi escarchado, que ni podia caminar, mucho menos volar. Compadecido, lo recogié y se lo eché al bolsillo. Entrando a la ciudad pasdé por el estadio, donde se entretuvo mirando a un atleta que se entrenaba en el lanzamiento de la bala. Pedro parecia tan interesado, que el deportista pensé jugarle una brama y lo Hamé a la pista. —Pareces un huaso forzudo —tc dijo a modo de saludo— y si me 15 ganas a lanzar Ja bala, ce invitaré a una patrillada en el restaurante del frente... De una cancha vecina habia caido una destefiida pelota de tenis, y el lanzador la tomé, simulando que pesaba como las balas de fierro con que se estaba entrenando. Luego, to- mando impulso, la lanzé con tal fuerza, que fue a caer debajo de las galerias de la cancha de futbol. —jLejazos la tiré! ~comentd Pedro agachdndose a recoger algo-. Alld en el campo sdlo lanzo pefiasca- zos —explicé-, de modo que lanzaré esta piedra. ¥ mientras el atleta aprobaba sin preocuparse de lo que lanzara, Urdemales cambié la piedra por el gorrién que llevaba en el bolsillo. —jAlla va! —exclamé Pedro lanzando el pajarillo que, repuestas 16 sus energfas y recobrada su libertad, vold, volé y volé en linea recta. El arleta no salfa de su asom- bro, mientras eso que crefa una pie- dra cruzaba sobre la pista, las galerfas y hasta las blancas murallas del Esta- dio Municipal. Por un momento temié que el pefiascazo fuera a caer justo en los ventanales del restaurante del frente, donde ahora deberfa it a pagar su apuesta a Pedro Urdemales, que ya lo esperaba con un hambre olimpica. Las tres flores El fundo Las tres flores era la admiracitén de todas en la cofmarca. A los agricultores se les hacia agua la boca ver sus tubios trigales, y a los huasos jévenes, las rubias trenzas de las tres hermosas hijas de su propie- tario: Rosa, Margarita y Jazmin. Sea porque el padre no se con- solara de su temprana viudez, sea que pensara que en la zona no habja amis- tades dignas de J, lo cierto es que rara vez salia de su propiedad. 7¥ las nifias? jApenas podia vérselas algunas veces, tras un velo de polvo levantado por su caballo cochero trotande rumbo a la ciudad! Si Jas nifias se animaban a 9 pedir permiso para paseos o fiestas la respuesta del padre era siempre: jno! Era dificil creer, entonces, que Pedro Urdemales pudiera presentarse con las tres sefioritas en la inaugura- cidén de las préximas ramadas de Fies- tas Pacrias. Pero asf lo habia asegura- do él en unas carreras a la chilena. Y las apuestas no se hicieron esperar. La mds sonada fue la de un conocido agricultor, que le prometidé un caballo ensillado si llegaba con las tres nifias... Pero si no lo consegula, deberia cosecharle a echona, sin ayu- . day gratis, una cuadra de trigo. Como vispera de fiesta, en las casas del fundo Las tres flores ese 17 de septiembre se almorzé cazuela de pava y empanadas de horno. Hasta una jarra de vino de su propia mesa mandé el patrén a la cocina, peto aunque todo estaba sabroso y todos 20 gozaban la comida y la bebida, Pedro Urdemales andaba desabrido. ;Cé- mo harfa para ganar la apuesta? La inauguracién oficial de las ramadas seria a las siete de la tarde, y ° a las cinco, metido ya en su pantaldén de mezclilla y su camisa a cuadros, Pedro recibié la orden de acompafiar al pacrén a la loma. Dos lefiadores habian descubierco alli un derrumbe en un canal de riego, y era urgente remediarlo. Como para ese caso de nada servian Jas hachas de los lefia- dores, el patrén le dijo a Pedro: —Te veo demasiado elegante para esto: te puedes ir a esas rama- das, pero antes mandame a Ruperto con las tres palas grandes. «Las tres...o, pensd feliz Pe- dro y volé cuesta abajo, Ya en la casa, se planté frente a las tres hermanas: 21 —El patrén se ha arrepentido de negarles permiso, sefioritas, y me manda que las Ileve a las tres a la inauguracién de las ramadas. Y¥ como a las bellas nifias, con toda razdn, les costaba creer lo que oian, les dijo: —Asémense a esa puerta y lo veran. Acto seguido se paré en me- dio del patio y, haciendo bocina con las manos, grité hacia la loma: —jPatrdéooon...! ;Me dijo que lleve las treeees...? Y el patrdn, impaciente, res- pondis: —;Siili... las treees... y pron- tooo...! —Ya ven ~les dijo Pedro-, y a él no le gusta repetir las érdenes. Y eso si lo sabian muy bien sus hijas. 22 Y mientras Ruperto subfa la loma cargando las tres palas, por la puerta del fondo Pedro subia su pre- ciosa carga al coche. Y no paré el trote hasta ver las banderas de las ra- madas ondeando al viento. Los cerdos empantanados Aburrido de su fama de hom- bre poco serio, Pedro Urdemales se de- cidié a buscar trabajo, y lo encontrd en una granja. Y¥ sucedié que el granjero, des- contento con su crianza de cerdos, se decidié a vender el ultimo pifio. —Dan poca ganancia —dijo él. —-Y muy mal olor -agregé su mujer. Como Pedro se habia ganado pronto su confianza, no dudé en man- darlo a vender el pifio a la feria mas proéxima. Fijé el precio de cada cerdo y dijo a Pedro: —Fste serd tu primer negocio, 24 si le sacas mejor precio, cendrés una buena comisién. Eso le parecié muy bien a Pe- dro, que ya empezaba a comprender que tener ganancias era parte de las , preocupaciones de todo hombre serio. Arrear media docena de cerdos no era tarea facil, y a Pedro le costaba evitar que se metieran a un gran pan- tano que habfa justo al lado del cami- no. En eso estaba, rabiando con los cerdos, cuando lo alcanzé un jinete que parecfa hombre de negocios. —Bonitos sus cerdos, ami- go... jLos lleva a la feria? —Para alld voy. Si es asf, yo se los compro aquf mismo —propuso el jinete, ofre- ciéndole el mismo precio fijado por el granjero. -—Allé pagan mds -comentéd Pedro, haciéndose el desinteresado. 25 ~-Seguramente —replicéd el cometciante—, pero los compran al peso, zy ha pensado cudntos kilgs ba- jarin en el viaje? Pedro no lo habia pensado ni pensaba pensarlo, pero puso cara de pensativo. Lo que en realidad caleu- laba era cudnto mds se cansarfa él mismo en el resto del viaje. — Yo se los venderfa, mi sefior dijo por fin Urdemales con exage- rada humildad-, pero con una condicién, -—Si es por el pago, pienso hacerlo en efectivo... —No es cuestién de dinero ~aclaré Pedro-. Es algo mds impor- tante... Es que he criado a estos chan- chitos desde pequefios, y me gustaria guardar sus colitas de recuerdo... El jinete pensé que era lo més descabellado que habfa ofdo en su 27 vida, pero el negacio era bueno y coma él queria el pifio para hacer cecinas, na- die le reclamarfa una ridfcula cola. Echando pie a tierra y mano al pufal que Hevaba en su montura, fue cortando cada cola de cerdo que Pe- dro iba guardando cuidadosamente en un pafiuelo, tal como las sefioras antiguas guardaban las monedas de més valor, Hecho el negocio, Pedro Urdemales se senté sobre una piedra con cara de hombre que vefa partir algo muy querido. Pero apenas el comprador se * perdid tras un monte, se pard dgil- mente y se dedicé a pegar cada colita de cerdo en la zona mds endurecida del pantano. No bien terminé tan cu- ciosa labor, aparecié otro jinete en la misma direcci6n del anterior. Tan pronto lo vie, Pedro se puso a caminar 28 de un lado a otra, con ademanes de hombre desesperado. —j;Puedo ayudarle en algo, hombre por Dios? ~dijo a manera de saludo el recién llegado. —-Ya no hay remedio, amigo ~exclamé Pedro, mostrandole el panrano-. Un afio engordando me- dia docena de cerdos, y ahora que los llevo a la feria, un perro me los es- panta y se van de cabeza al panta- no... No més las colitas se ven, como haciéndome burla. Sélo entonces el jinete obser- v6 el pancano, tratando de recompo- ner la escena ocurrida. Entre frases de consuelo fue averiguando el ta- mafio de los cerdos y calculando cudnto producirfan convertidos en manteca, jamén y longanizas... —En fin dijo el jinete, siem- pre con tono de consuclo~, mejor es 19 perder menos que més, y si parados en el camino sus cerdos valian mucho, en el fonda del pantano no valen nada. Por suerte para usted yo iba a comprar cerdos a la feria , y me atrevo a ofrecer- le unes buenos pesos ahi mismo don- de estan, a ver si recupero algo, Pedro no dijo ni si ni no, pero cuando el jinete le extendié los bille- tes, se los eché al bolsillo con cara de resignacion, y parti. El comerciante volvié al galo- pe a buscar gente que le ayudara a sacar del pantano aquellos cerdos que tan barato le habfan costado. Pedro Urdemales cegresd donde el granjero, y rindié detallada cuenta de la venta de la media doce- na de cerdos que llevé a la feria. Pero nada més... porque ne- gocios de colitas de cerdo nadie le habia encomendado... El charqui pa’ Julio Se cuenta de una viejecita que siempre andaba guardando un mon- t6n de cosas, como hacen todos los ancianos, Vivia con su nieta, una ni- flita que todo lo trajinaba y todo lo preguntaba, como hacen todas las nifitas. Entre los muchos objetos guardados de la abuela se contaba una bolsa de charqui, que cuidaba como hueso de santo. La nifia solia pregunearle: — iY pa’ qué guarda esa bolsa, abuclita? —-La puatdo pa’ julio --res- pondia la anciana. 32 Y en verdad Ja guardaba para comer charqui tomando mate en las lluviosas noches de julio... pero la nieta entendia otra cosa. Ye no sé cémo Ilegé a ofdos de Pedro Urdemales la historia de es- ta bolsa, pero el caso es que un dia que vio salir a la anciana, llamé a la puerta de calle. —Cémo ke va, sefiorita —salu- dé muy atento a la nifia que vino a abrirle. —;Qué se le ofrece, joven? -pregunté timidamente ella. —Sélo paso a ver a su abue- lita... —Lo siento pero acaba de salir. —Bueno, pues, qué le voy a hacer. Digale que le dejé muchos sa- ludos, y que después vendré. —Muy bien —dijo la nifia-, pero :quién es usted, para decirle? 33 —jYo soy Julio... pa servir a su mercé! —Entonces espere un poco —dijo la inocente nifia, que no tardé en volver con la famosa bolsa de la abuela. -—Adids, buena sefiorita —di- jo Pedro, tomando la bolsa-, jy mu- chas gracias! Y en verdad harto agradecié su pobre estémago, siempre medio vacio, aquella sabrosa porcién de charqui. El cartero del otro mundo Al tlegar a Jas primeras casas de un poblado, Pedro Urdemales vid jun- to al camino un burro flaco mordis- queando el pasto de un potrero, Pensando en cémo ganarse el sustento ese dia, se acercé al animal y se monté al revés, mirando para atrds, cosa que no preocupé al borrico. Le hincé los talones y el burro comenzé a caminar. Al pasar frente a las primeras casas, Pedro se lanzé a pregonar: — El cartero del otto munde! ;Aqui va el cartero del otro munda! Los aldeanos estaban acos- tumbrados a esos forasteros que pa- satan comprando lana o charqui y 36 vendiendo sal o cochayuyo, pere ja-_ tnds habfan visto a un cartero del otro mundo, ni tampoco de este mundo, por la simple razén de que alli no habfa correo. jQué raro este pregdn y qué raros ese jinete y burro! A pesar de ir juntos parecian avanzar en distintas direcciones, it y¥ venir, alejarse y re- gresar al mismo tiempo. —iQuién tiene cartas para el mis alld? —voceaba Pedro Urdemales-, jSe va.el carcero del otro mundo! Hombres, mujeres y nifios le dedicaban un momento de atencién, y una vez satisfecha su curiosidad, volvian a sus trabajos y sus juegos. Cuando Pedro comenzaba a perder toda esperanza, una anciana ves- tida de riguroso luto le salié al camino: — Es verdad que viene del otro mundo, sefior? 37 ——;Para alla voy, sefiora! —dijo Pedro, sin mentir casi nada, pues ya se sentia moric de hambre. ——jLastima no haberlo sabido antes para escribirle unas letras a mi Juancho —se Jamencé la anciana-, pero al menos espere un minuto pa- ta enviarle algunas cositas...! Pedro esperé gustoso y con mds gusto atin recibiéd un gran pa- quete y dos billetes de los mds gran- des, con el encargo de entregarselo todo personalmente a Juancho, sin olvidar decirle que ella lo tenia muy presente en sus araciones. Urdemales le aseguré que asi lo haria. Puso en marcha al burro y se alejé pregonando: —jSe va el cartero del otro mundo! ;Se fue el cartero del otro mundo.,..! Tras la ultima casa del poblado 38 se monté como es debido, y més alld s¢ detuvo junto a un atroyo. Las «cositas» enviadas resulta- ron ser un traje y un par de zapatos del finado, que le quedaron a la me- dida, ademas de una tortilla al rescol- do, jamén ahumado y huevos duros. Pedro Urdemales se puso tra- je y calzado y, muy contento, se echd to demas al cuerpo. La ollita de virtud Vagando por esos mundos, a Pedro Urdemales le Hegé la hora del mediodia. Encendié un pequefio fuego entre unas piedras, y puso a calentar una ollicra con su modesto almuerzo. Cuando éste hervia que daba gusto, vio a la distancia venir a un ji- nete. Pronto reconocié en él a un se- for famoso en la comarca por bo ava- ro y negociante. Tapdé con tierra el fuego, y se trasladé con su ollica jun- to al camino, dando la espalda al ji- nete, como si no lo hubiera visto. Tomé dos varillas y se puso a tambo- rilear sobre Ja tapa, repitiendo: 41 Hierve, hierve, ollita hervidora, que no es para mafiana, sing para ahora... Muy intrigado, el jinete se detuvo a contemplar la extrafa operacién. —j{Qué haces, buen hombre? —Lo que usted ve, patron- cito: cocer mi comida. Sospechando que se tratara de un vagabundo chifiado, comenté: —Y, jno crees que serfa bue- no prenderle fuego primero? —WNo se preocupe, patrén, que esta ollita es de virtud, y basta con pedirle, golpedndola con mucho carifio: : Hierve, hierve, ollita hervidora, gue no es para manana, sino para ahora... A todo esto el jinete ya habia echado pie a Gerra y estaba junto a la 42 olla. Al destaparla, incrédulo coda- via, se quemé los dedos. Tentado por la avaricia, pensé que seria un des- perdicio dejar tamafio milagro en manos de un vagabundo. Mira, hombre —dijo con ai- re compasivo-, no tienes para qué sacrificarte preparando tu comida. Yo te compraré la olla y podrds co- mer bien por mucho tiempo. —jNi pensarlo! —respondié Urdemales, sentandose a comer-, mire que esta ollira me alimenta donde sea, sin trabajo de acarrear le- fia ni encender fuego. E] jinete pensdé entonces que le resultarfa ideal para sus largos via- jes de negocio, y metiéndose la mano al bolsillo le ofrecié un billete de los grandes, —Ni nunca, patroncito —dijo Pedro, meneando Ia cabeza. 43 Sin decir nada, el jinete mos- tré un segundo billete. También en silencio, Pedro meneé la cabeza. El jinete agregé otro billete y Pedro volvié a menear la cabeza. El avaro monté a caballo, si- mulando que partia, pero antes mos- tré un billete més. —Tal vez con otro me tenta- tia —exclamé Urdemales, haciéndose el distrafdo, El jinete agregé otro billete ys mientras Pedro guardaba el dinero, metié la olla a las prevenciones y partié al galope, sin despedirse, te- meroso de que el «inocentes vende- dor se arrepintiera de desprenderse de una olla tan prodigiosa. Pero el arrepentido fue él, cuando al llegar a casa quiso mostrar a todos los presentes las bondades de 44 su ollita de virtud comprada tan barata. Y dicen que estuvo largo rato azotando la Viejisima cacerola de Pedro: Hierve, hierve, ollita hervidera, que no es para mahana, sino para ahora... Pero nit ahora ni mafiana ni nunca, porque la verdadera magia de la ollita fue darle a Pedro Urdemales el dinero suficiente para tener comi- da caliente varios dias. ¥ hasta: un par de zapatos usados se compré pa- ra seguir sus incansables andanzas por esos mundos. Ganar mucho y perderlo todo Una mafiana Pedro Urdema- les atravesé una chacra de pororos, Distraidamente tomé un capi, lo apretd y se quedé con sus cinco gra- nos en la mano, porque habia ofdo decir que es malo botar los frutos que Dios nos da. A poco andar Ilegé frente a una casa donde una anciana bartia el corredor, y se le ocurrié pasar a dejar encargados sus porotos, como una semilla muy especial. ~—Déjelos sobre la mesa -dijo ella, que por vivir junto al camino estaba acostumbrada a recibir en- CAPPOS, © Yo ose hubiera olvidada para siempre de aquellos porotos, sia la manana siguiente no hubiera pasado Pedro a busear su sencarguitoy. -Ah, esos porotos - records la anciana~, jaquella gallina patoja se los comid!, pero ahi tiene un saco Ile- no de pororos..., elija los que quicra. ——No pues, su mercé -dijo Pedro—, porque mis peraros eran de virtud, y en la gallina ha quedado. iYo a la gallina me la Hevo! ~—Cémo se va a llevar mi ga- lina por unas cuantos porotos! —re- clamé fa buena mujer, pero Pedro ya se habia echado la gallina bajo el pancho y se alejaba por el sendero. A medio dia pasé frente a otra casa, donde una sefiora tendia ropa en el patio. Sin pensarlo dos veces, Urde- males pasé a encargar su gallina patoja. 1 8 B 47 La sefiora se la recibid y Pedro siguidé su camino, Mas tarde la gallina se metid al chiquero y el chancho la maté. Asf se lo explicéd la sefiora, cuando al otro dia Pedro pasé a buscar su en- cargo. —Pero no se apene —le dijo, ielija usté mismo otra del gallinero! ~-Eso sf que no —dijo Urde- males-, porque mi gallina patoja era de virtud, y en el chancho ha queda- do. ;Yo al chancho me lo Ilevo! Y¥ mientras la sefiora protesta- ba, Pedro ya iba arreando el chancho por el camino. Mas alld Pedro pasdé con su chancho por las casas de un rico ha- cendado. ~-Déjalo ni mismo en aquel chiquero ~fue la respuesta del caballera cuando Pedro se lo dejé encargado. 49 El hacendado tenia una hija, una joven muy hermosa. Y muy con- sentida, al decir del ama de llaves, las cocineras y nanas, pues su padre ja- mas le decfa «no» en nada. Y ese dia, apenas vio el cerdo a [a nifia se le antojé comer sopaipi- Nas con chicharrones. EI] padre no lo pensd dos veces, y pronto el cerdo estuvo con- vertido en una lata de manteca, me- tos de longaniza y una pirdmide de chicharrones. Cuando al otro dia Pedro fue a buscar su chancho, el hacendado lo hizo pasar a la cocina y le ofrecié un jarro de café de trigo y sopaipillas con chicharrones, mientras le expli- caba el antojo de la nifia. —;Pero no te apenes! —lo consold—, pues si quieres te puedes llevar dos de mis cerdos por el tuyo, 50 ~—Ni dos ui cien -dijo Pedro— porque mi cerdo era de vir- cud, y en Ja niftia ha quedado. jYo a la nina me la Ilevo! —jEso sf que no! —lo inte- rrumpié el patrén, sorprendida por tamafia ocurtencia. Pero Urdemales parecia tener arguimentos muy atendibles: hablé de honradez, de confianza y de honor, El caballero se sentia indeciso. Llegé ta hora de almorzar, y la discusién con- tinud. Vino la tarde y tomaron once. Anochecié y cenaron, A la hora en que parecia pru- dente irse a dormir, el caballero dio su tiftima palabra: ~—Mira, Pedco —le dijo-, si esa virtud es cuya y en mi hija que- dé, hay una sola forma de que la cui- des, y es que te quedes en mi casa, trabajando para mi. 51 A Pedro le parecié un buen arreglo y aceptd. Pasé unos dias muy tranqui- Jo; nunca en su vida habia sido me- jor atendido, pero como dice el re- fran, «el que nace chicharra, muere cantando», y pronto Urdemales co- menz6 a «urdir maldades», que asi se habia ganado ese apellido. Se le veia siempre demasiado cerca de la senorita, por ver —seguin decia— que no escapara la virtud de su cetdo, que en ella habia quedado. Una tarde en que ella pidid una limonada desde el estanque que usaba coma piscina, Pedra se apuré a llevarsela. La joven le dio las gracias y con aire muy inocente, le pidiéd que probara si estaba tibia el agua. En tanto Pedro se agaché pa- ra _cocarla, ella de un empujén le mandé de cabecita al estanque. 52 Y¥ mientras Urdemales chapo- teaba hacia la orilla, la nifia, sin pie- ca de enojo, le decia: —Mira, Pedro, yo me acabo de bafiar, de modo que la virtud de tu cerdo en el agua ha quedado. Si quieres, te fomas toda el agua del es- tanque o te largas ahora mismo bien empapado en tu virtud. —Maldita sea mi suerte —se lamentaba Pedro, marchando cabiz- bajo por el camino-, ganar tanto y perderlo todo. Por un pufiado de po- rotos tuve una gallina, por una galli- _ fa tuve un chancho, por un chancho liegué a una nifia, por la nifa tuve casa... Y de la casa, ;qué tuve? ;Sdlo la puerta de calle...! E| Arbol de la plata Yo no sé dénde ni cémo las obtuvo, pero es el caso que Pedro Urdemales tenia un pufiado de monedas de plata, de esas que los artesanos les hacen un hoyito para pasarles un alambre dorado y con- vertirlas en pulseras 0 aretes... Estaban tan pulidas y brillan- tes, que se le ocurrié una idea. Corté una rama de un espi- nudo arbusto, la acomodé en un tarro vacio.a modo de macetero, y fue ensartando en sus espinas cada una de las monedas ahuecadas. Luego Pedro se eché al cami- no con su extrafia carga al hombro. 35 El sol relumbraba en el meral dando a la pobre rama el aspecto de un Arbol de Navidad. No es raro entonces que un co- merciante que volvia del pueblo en ca- brita se asombrara ante aquel prodigio. —iY qué planta tan sara es esa, amiga? —dijo el viajero ajustan- do al paso de Pedro la marcha de su fino caballo cochero. —El 4rbol de la plata te lla- man en las lejanas tierras donde se cultiva -respondid Urdemales con aire de hombre experimentado. ~ — —Bonita se ve ‘la planta -coments el viajero—. Y usted se ve muy cansado con ella al hombro. ;Véndame- la mejor, y asf tendrd plata sin tener que esperar que florezca de nuevo su planta! Como si fuera haciendo cAlculos, Pedro caminé varios pasos antes de responder: 56 —Mafana me voy pal sur, sehor..., sélo por eso la venderia -y agregd-: jclaro que si alguien me pa- gara lo que vale! Y en verdad no fue facil po- nerse de acuerdo sobre el valor de la planta, pero al final pudo mis la co- dicia del viajero, que ya estaba pen- sando en la posibilidad de un cultivo en gran escala. . . Por fin, convenido el precio y pagado el dinero, el mismo. Pedro Urdemales acomod6 la planta en la parte crasera del coche, y el caballero puso a trote largo el caballo, mien- tras Pedro agjtaba su mano. en sefial de amistosa despedida. Pero el viajero ni se digné a mirarlo, pues toda su mente estaba puesta en la quinta de arboles de la plata que ya se imaginaba plantando. El huevo de yegua Esto le ocurrié a un gringo que venia de alguna de esas mo- dernas citudades del mundo, donde sus habitantes no ven vacas mds que en ef zooldgico, y arvejitas sdlo en conserva. Descendiendo por la falda de una loma, se cruz6 con Pedro Urde- males, que subfa penosamente, con un enorme zapallo al hombre. Muy intrigado, el gringo le dijo: —Yo querer saber qué ser eso, my amigo... —tL QO que AY Ve, pues -Tepuse Pedro: jes un huevo de yegua! -—3Y cudnto costar? 59 —Cien doélares, mister —res- pondiéd Urdemales, pensando que eso valdria un zapallo como ése en Nueva York. Y¥ Jo mismo debié pensar el gringo, pues se las pagé de inmediato. No alcanzé el caballero a dar veinte pasos, cuando se le cayé el za- pallo. Rodé loma abajo unos cien metros, se estrellé contra un roble, y se partié ruidosamente. Una liebre que dormitaba junto al drbol arrancé espantada. Ante esa repentina aparicién, el gringo supuso que da liebre habfa salido de su «huevo de yeguan, y co- trié detrds gritando: . —jAtajen mi potrilla! ;Atajen mi porrilla! El sombrerito buen pagador Yo no sé si habrd sombreros de «tres cachitos», pero la tradicién cuenta que Pedro Urdemales consi- guid uno asf. Y es el caso que Pedro se dispuso a sacar provecho de su ex- trafio sombrero. Con una platita que habla ga- nado en esos dias, se fue a la ciudad. Pasé a una zapaterfa y a un restau- rante, Pero no salié con zapatos nue- vos ni almorz6. {Qué hizo entonces? Hizo algo muy curioso: en la zapater(a eligi6 unos zapatos. Jos pagé y le dijo al vendedor que mafiana vendria a Hevarselos, En el 62 restaurante pregunté cuanto valia una parrillada para cuatro personas, pagé y le dijo al gaczén que mafiana vendria a comersela. Al otro dia invité a tres sefio- res a comerse una parrillada, y al pa- sar frente a la zapaterfa les pidid acompafiarlo. Se puso un par de zapatos y tocando el ala del sombrero, dijo por lo bajo: —Ahora paga ca, sombrerito buen pagador. Luego se acercé a la caja y pregunté: —;Estin pagados mis zapatos? —Pagados estdn, sefior —res- pondié el cajero. Muy asombrados, sus acom- pafiantes lo siguieron hasta el restau- rante, Alli eligi una mesa y pidié una parrillada que consumieron felices. 63 Al terminar, Urdemales se tocé el ala del sombrero, y dijo por la bajo: —Ahora paga ti, sombreriro buen pagador. Luego Uamé al garzén y le pregunté si estaba pagada la comida. ——Pagada esta, sefior —respon- dié el garzén, y los cuatro abandona- ron el local. Uno de los sefiores, que ya no aguantaba la curiosidad, le pregunté cémo era eso de gastar él y que paga- ra el sombrero. —Es un secreto ~aseguré Pe- dro y sdélo después que le juraron guardarlo, les confesé que ése era un sombrero de vircud. El curioso, que era también muy avaro, pensé en las ventajas de un sombrero asf, y quiso comprarselo. Que si. que no, que cuaénto, 4 que tanto... hasta que al fin el som- brero fue vendido en un precio que alcanzarfa para comprar zapatos, tra- je, sombrero y guantes, Y cuenta la tradicién que el nuevo duefio del famoso sombrero de tres cachitos invité a un lujoso restaurante a un comerciante muy fi- co, con quien pensaba hacer buenos negocios. Después de almorzar, se tocé disimuladamente el ala del sombrero y dijo por lo bajito: —Ahora paga ti, sombrerito buen pagador. Luego Ilamé al garzén: — Esta pagado el almuerzo? — Cémo va a estar pagado si no ha pagado? —dijo el garzén con cara de pocos amigos mientras le en- tregaba una carisima cuenta. ¥ :cémo termind este cuento? 65 Pedro Urdemales nunca lo supo, porque a esas horas ya iba muy lejos, por alguno de esos caminos que Ile- van y traen a los eternos aventureros. GLOSARIO Bala: bola de fierro usada en la prue- ba de atletismo llamada lanzamiento de la bala. Casas: se llama «las casas» de un fun- do, a la habitacién ec instalaciones patronales, donde viven los duefias. Capi: vaina de algunas semillas, co- mo el porote. Cabrita: coche tradicional de dos ruedas y un asicnto. tirado por un caballo. Chanchito: cn los campos, y ~ we 68 especialmente en el sur, el cerdo sdlo se llama chancho. Charqui o charque: carne de vacu- no, caballo, cordero, etc., cortada en rebanadas, salada y desecada al sol. Chicharra: cigarra; «el que nace chi- charra, muete cantando»: refran que advierte lo dificil que suele ser aban- donar los malos hdbitos. Consentida: persona demasiado mi- mada, muy regalona. Cuneta: zanja de desagiie; en el cam- po puede conducir también aguas de riego. De las chacras: ser de Jas chacras: ser persona simple o de poco enten- dimiento. 69 Echona: hoz; se usa para cosechar trigo a mano. Finado: muerto, deudo. Gringo: persona extranjera, espe- cialmente inglés, alemdn o estado- unidense. Lata: en la ciudad la Hamarian sim- plemente «tarco», pero en este caso, se trata de uno especial para envasar manteca (grasa de cerdo). Ojotas: calzado campesino hecho antiguamente de cuero de vacuno y hay, de neumatico. Andrés Sabella la define asf: Ojota, limite entre el hombre y la tierra. Parrillada: asado de carnes a las brasas. 70 Pifio: conjunto y especialmente arreo de animales. Pueblino: hombre de ciudad, poco entendido en las cosas del campo. Platita: poco dinero, generalmence juntado con sacrificio. Prevenciones: alforjas que el jinete lleva en la montura. Ramadas: fondas, especialmente las de Fiestas Patrias. Su mercé; su merced: antiguo trata- mienco de cortesia. Tortilla al rescoldo: sabroso pan tradicional, que se cocina enterrado en ceniza caliente. 74 Urdemales: es decir, que urde males o planea maldades. En Espafia se llamdé Urdemalas y en Chile y otras partes también Urdimale. Venir de las chacras: ser simplén, tontorrén, facil de engafiar. Virtad: magia, poder sobrenatural. INDICE Pedro Urdemates, un huaso del campo, pero no de las chacras ........ 7 Una verdad de] porte de Un COTO oe ceccecsseeaes 1} La apuesta con un campeén. ........ 13 Las cres flores oo....ccceccseeeeeeees 17 Los cerdos empantanadaos ............ 23 El charqui pa’ Julio wow 31 El cartero def otro mundo wo. 35 La ollita de virtud wo... eee 39 Ganar mucho y perderlo todo ...... 45 EL arbol de Ja plata o..ee eee 53 El huevo de yegua .....cceceee 57 El sombrerito buen pagador ........ 61 GLOSarIO sieeesessecsteeteeseesesseeseeserseecees 67

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