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los ojos corporales entrar en su posada el Seor, entrbase con l (C 34, 8). Cristo entra en
su posada -el alma- y Teresa se entra con l en el interior de su corazn, despreocupndose
de todas las cosas exteriores.
Ahora bien, esta intimidad que la santa tena con Cristo en la oracin no la apartaba del
compromiso apostlico, del servicio a los dems. El conocido pasaje de las hermanas Marta
y Mara en el Evangelio (Lc 10, 38-42), en ocasiones, ha sido interpretado errneamente
como modelo de dos actitudes religiosas distintas y separables en la vida del cristiano: la
contemplacin o la accin, la oracin o el compromiso. Al contrario, Santa Teresa ensea a
sus monjas: Creedme, que Marta y Mara han de andar juntas para hospedar al Seor y
tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer. Cmo se lo
diera Mara, sentada siempre a sus pies, si su hermana no le ayudara? Su manjar es que de
todas las maneras que pudiremos lleguemos almas para que se salven y siempre le alaben
(7 M, 1) Si Marta haca la comida, Mara, escuchando al Mesas, se preparaba para atraer a
las almas a Cristo, a fin de que, como apostilla, para que se salven y siempre le alaben. No
es, pues, una disyuntiva oracin o compromiso social y misionero, contemplacin o servicio
al prjimo, sino dos actitudes indivisibles en la vida de todo cristiano para el perfecto
seguimiento de Jesucristo.
Por eso Santa Teresa nos advierte: Si no es naciendo de raz del amor de Dios, no
llegaremos a tener con perfeccin el del prjimo (5 M, 3,9). Slo habr autntico
compromiso cristiano, verdadero servicio de caridad, si no nace meramente de un
sentimiento humano de compasin, sino del amor a Dios, que se nos hace visible y
necesitado en el prjimo. Adems, ese amor a Dios, la amistad con Cristo, es lo que nos da
constancia y radicalidad en el amor al prjimo. As nos dice en sus Meditaciones sobre el
libro del Cantar de los Cantares: Yo lo miro con advertencia en algunas personas, que
mientras ms adelantados estn en esta oracin y regalos de nuestro Seor, ms acuden a
las necesidades de los prjimos (MC 7, 9).
Resumiendo la enseanza de Santa Teresa, podemos afirmar: Es Dios, en definitiva, quien
nos hace comprometernos con los hombres. Desde Dios se comprende que vivimos para
darnos. La plenitud de la oracin es la plenitud de la entrega. La oracin y el compromiso
Maximiliano Herraiz, La oracin, historia de amistad, Editorial de Espiritualidad, Madrid 2003, p. 181.