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El Futuro de Europa

El tiempo de Europa se acaba.


Después de muchos siglos de ser el árbitro mundial y de pasar los últimos años a
ser, al menos, el terreno de juego donde se dirimían los más importantes
asuntos de la política mundial, Europa necesita reinventarse para seguir
teniendo algún papel relevante en la misma. No van a ser necesarios sesudos
estudios para definir la fórmula con la que hacerlo porque de eso ya se encargó
la anterior generación de políticos europeos, aquellos que realmente eran
“europeístas”. Las dos condiciones necesarias para que Europa no se convierta
en la península más occidental de Asia donde poder acudir para admirar los
restos de un pasado histórico que modeló el mundo son: que empiece a actuar
como una Unión real y olvide los nacionalismos y regionalismos que la
condicionan actualmente y que defina cuales son sus intereses globales y se dote
de los instrumentos para perseguirlos.
Europa necesita dotarse de medios en función de los intereses que decida
perseguir y debe evitar a toda costa amoldar sus intereses a los instrumentos
con los que cuenta y conformarse con una posición subordinada respecto a
aquellos que han modelado sus músculos para alcanzar el fin que se
propusieron.

No va a ser fácil, pero todavía es posible invertir la tendencia a la baja en la


cotización de las opiniones y en el peso específico de Europa en el mundo. El
potencial económico y, sobre todo, el capital humano que atesora pueden
permitirnos unirnos al grupo de las potencias emergentes que configurarán en
poco tiempo las aristas de un mundo multipolar. Que Europa sea una de estas
aristas o que se convierta en un vértice definido por la confluencia de los
intereses de varios de los actores principales depende de las decisiones que se
tomen en los próximos pocos años.
Para ello tendremos que actuar en la Política Común de Seguridad y Defensa en
los tres ejes que apuntaba la titular del Ministerio de Defensa, la Señora Chacón:
“el ámbito institucional; el desarrollo de capacidades; y la consolidación del
enfoque integral”.
Acostumbrados a enterarnos por los medios de las actuaciones de los países de
nuestro entorno occidental en pro de la consecución de sus intereses, muchas
veces escapan a nuestra atención los movimientos que, en ese mismo sentido,
hacen los países que están fuera de éste. Sin embargo, varias potencias
comienzan a tomar posiciones en el mercado global con unos intereses muy bien
definidos y con estrategias tan diversas como adaptadas a la consecución de
aquellos y a su propia idiosincrasia.
No es que nosotros mismos no estemos empezando a posicionarnos en los
mercados que suponen estas nuevas potencias, es que lo estamos haciendo a
título individual y persiguiendo objetivos dispersos con medios que están
limitados por las capacidades de cada uno de los países individualmente. Para
nuestra desgracia, no hemos terminado de captar en toda su extensión el
concepto de globalización que, sin embargo, utilizamos a diario para definir
manifestaciones parciales del mismo.
Europa se ha convertido en un gigante financiero sin suficiente base industrial.
Se ha establecido como importador de artículos baratos producidos en China y
en India, de productos energéticos generados en Rusia y en paladín de la
diplomacia sin establecer anteriormente qué objetivos tiene que alcanzar ésta.
Alguien dijo una vez que envejecemos cuando empezamos a añorar lo que
hicimos en lugar de soñar con lo que haremos. Europa está lista para el asilo.
Todavía hace sólo un siglo que los europeos seguían siendo el referente
mundial. Tanto es así que las guerras entre estados europeos tendían a adquirir
una dimensión mundial como ocurrió en dos ocasiones consecutivas. Tras la
segunda, dos potencias industriales de la periferia de Europa se repartieron un
continente que había sido incapaz de comportarse como tal. La vieja estrategia
de Pitt del equilibrio de poderes en el continente que durante tantos años había
dado al Reino Unido la primacía mundial manteniendo siempre en la Europa
continental dos bloques enfrentados, desembocó en un indeseado pero lógico
final que a punto estuvo de arrastrar a las islas al vórtice generado por el
enfrentamiento y del que sólo se libró por la pericia de los pilotos de la RAF y la
miopía de Göering.
Divididos en dos por potencias exteriores, los europeos sintieron por primera
vez la necesidad de unirse. Llegó entonces la edad dorada del europeísmo, la
superación de las diferencias y el nacimiento de acuerdos que iban más allá, por
una vez, de los intereses puramente nacionales. En los últimos años de la Era de
la Industria y en los primeros de la Era de la Información, Europa avanzó hasta
el borde mismo de su independencia justo en el momento en que el mundo
avanzaba hacia la interdependencia multipolar.
Ahora, mientras Europa se implica en Congo o en Chad en actuaciones de
dudoso provecho propio, China se implica en Sudán y en otros puntos con miras
a los recursos naturales necesarios para mantener su ritmo productivo. En tanto
que Europa envía gendarmes a supervisar la situación en Georgia, Rusia
expande su imperio energético por Asia Central y controla la salida de esa
energía hacia los mercados europeos permitiéndose incluso demostraciones
letales de dicho control. A la vez que Europa envía delegación comercial
nacional tras delegación comercial nacional a India para estar presente en el
resurgir del sub-continente, los indios establecen acuerdos estratégicos con
Rusia (cuyo año de la India acaba ahora) por valor de miles de millones de
dólares que incluyen centrales nucleares de producción de energía y barcos y
aviones de guerra de última generación.
La Unión Europea lleva diez años negociando consigo misma el reparto de un
pastel cada vez más pequeño. En la mitad de ese tiempo se ha constituido la
SCO, la Organización de Cooperación de Shanghai que, a pesar de la dificultad
que supone aglutinar los intereses rusos y chinos y los de las repúblicas
centroasiáticas, ha proporcionado un foro en el que con mucha frecuencia se
encuentran formas concretas de cooperación, rutas concretas para el petroleo y
el gas, financiaciones concretas de proyectos hidráulicos y salidas concretas a
crisis entre sus miembros. El resto de las potencias globales y regionales de Asia
– algunas tan significativas como India e Irán – han empezado a interesarse por
pertenecer a la Organización y, de una forma u otra, han empezado a tratar con
ella como foro de negocio.
En el tiempo que la Unión Europea ha necesitado para ratificar el Tratado de
Lisboa - que no para implementarlo - Rusia ha pasado de luchar contra los
insurgentes chechenos dentro de sus fronteras a restablecer un protectorado de
facto sobre la mayor parte de lo que fue la Unión Soviética y arrogarse tanto el
derecho a su zona de influencia como el de picotear en la de su tradicional rival,
como ha demostrado en Venezuela y en Cuba. De hecho, partiendo de la
Comunidad de Estados Independientes en que se disgregó la URSS, Rusia ha
construido la CSTO (Organización del Tratado de Seguridad Común), cuya
bandera incluso es sospechosamente similar a la de la OTAN, si no un plagio
descarado y toda una declaración de intenciones.

En estos últimos años Brasil ha crecido hasta convertirse en la potencia


hegemónica de Sudamérica, a la que pretende aglutinar a su alrededor. India
está desarrollando su industria y afianzando sus recursos energéticos en clara
competencia con China, con la que acabará colaborando o chocando. Irán,
Sudáfrica, Indonesia y Turquía se perfilan como potencias regionales. En todos
los rincones del globo se crean alianzas para aprovechar sinergias entre países,
en Europa los pasos se dan también, pero al ritmo del siglo XX y no del XXI.
La multipolaridad que está surgiendo de la multilateralidad implica que
estamos asistiendo al final del arbitraje mundial de los Estados Unidos. Las
crisis importantes no van a poder resolverse por un país o por una organización
en solitario. Los conflictos que hemos vivido desde la caída del Muro de Berlín
son conflictos que se prolongan en el tiempo durante muchos años y que tienen
que resolverse con un enfoque integral y con una acumulación de recursos que
desgastan, como hemos visto, hasta al más poderoso de los países y hacen
peligrar, en mucho casos, la estabilidad y el futuro de las Alianzas.
En el futuro van a ser necesarias conversaciones entre organizaciones y
liderazgos regionales. Se precisarán aportaciones externas para la resolución de
los conflictos pero serán las potencias regionales próximas las que lideren un
esfuerzo del que salen principalmente beneficiadas. También vamos a necesitar
de órganos que permitan ese dialogo y en los que países, organizaciones
internacionales, gubernamentales y no gubernamentales, y grupos de interés de
todo tipo estén adecuadamente representados para que puedan defender sus
intereses y colaborar con sus modos específicos de acción al enfoque integral del
que hablábamos.
Vamos a ver crecer asociaciones de personas definidas en función de intereses
puntuales y surgidos en entornos virtuales cambiantes sin respeto por las
fronteras nacionales ni por grupos de edad o socio-culturales rígidos. Vamos a
ser testigos de una creciente importancia del papel de la ecología, de la estética,
de los medios de comunicación y de muchos valores intangibles o poco
mensurables que condicionarán las tomas de decisiones de nuestros
gobernantes.
En este contexto se está buscando redefinir el papel de las instituciones
internacionales de las que ya disponemos. Una ONU moribunda puede tener un
papel central en el futuro con un Consejo de Seguridad ampliado en el que
quepan países como Alemania, India – cuya candidatura Rusia afirmó apoyar
esta misma semana – y, necesariamente, Brasil. El papel del G-20 debe ser
igualmente determinante en el área económica. Sin embargo, ambos necesitan
reciclarse para que sus decisiones sean tan representativas como vinculantes. La
invocación a la legalidad de cualquier actuación internacional basándose en la
correspondiente Resolución del Consejo de Seguridad debe pasar a ser Derecho
Internacional y aplicarse tal y como lo está haciendo España.
Las Fuerzas Armadas europeas tienen ante si un reto de adaptación a esta nueva
realidad. Una vez se defina el objetivo a alcanzar, los ejércitos están en una muy
buena situación para avanzar en la dirección que se decida. La responsabilidad
que se reserve a la Unión Europea en el ámbito de la defensa y la que se le
asigne en el terreno de la seguridad deberán compatibilizarse con las que la
OTAN tiene asumidas y lleva a cabo desde hace décadas. La definición de las
responsabilidades de cada organización tiene que basarse en sus capacidades y
en que cada cual haga aquello para lo que está mejor preparado.
Para mejor adaptarse al nuevo escenario mundial, nuestras Fuerzas Armadas
han empezado a dar pasos significativos aunque dispersos en la dirección que se
adivina como correcta. El cambio de foco de la defensa hacia el más amplio de la
seguridad implica un enfoque mucho más global en el que se tengan en cuenta
amenazas de tipos muy diversos y en que se cuente con instrumentos que van
mucho más allá del uso de la fuerza.
Es en este contexto donde hay que ubicar, por ejemplo, la creación de la
discutida Unidad Militar de Emergencias (UME). Sin pretender entrar en la
polémica sobre la oportunidad del momento de su creación y la forma en que se
ha hecho, su misma existencia es una declaración de intenciones respecto al
nuevo papel que se pretende asuman las Fuerzas Armadas. La lucha contra
todas las amenazas que puedan afectar al libre ejercicio de la libertad por parte
de los ciudadanos de la Unión Europea o, en este caso, de España. Si estas
amenazas tienen la forma de desastre natural, de atentado terrorista, de
inmigración descontrolada o de virus informático tendrán que ser abordadas
porque suponen un condicionante que puede ser tanto o más grave que una
acción armada por parte de una potencia extranjera.
A la hora de plantearse la conveniencia de asignar a las Fuerzas Armadas el
papel garante de la libertad contra todas las amenazas contra la Seguridad, será
necesario establecer cuales son estas amenazas y cuales las capacidades reales
para asumir la tarea. Es muy probable que la coordinación de las capacidades de
distintos organismos sea necesaria y es posible que esta coordinación
corresponda a una autoridad militar. Para esa tarea si deberá estar preparada
nuestra milicia en todos y cada uno de los escalones que la conforman. El
dialogo con todo tipo de organizaciones e instituciones será el único modo de
alcanzar los objetivos que se ha fijado la Unión Europea.
Europa parece haber decidido que su papel en el nuevo equilibrio mundial será
el de portador del “poder blando” pero no debe caer en la tentación de pensar
que ese poder se ejerce sólo desde la diplomacia sino que debe buscar la fórmula
que le proporcione los instrumentos necesarios para ejercerlo. Una acción
diplomática que no venga respaldada por una determinada capacidad de
influencia económica o que pueda ser impuesta por una fuerza creíble tiene muy
pocas posibilidades de prosperar. La diferencia entre el papel de una y otra
potencia viene más definido por el énfasis que se hace en una determinada
forma de acción y la zona geográfica de actuación preferente.
En cualquier caso, es en el terreno de los intereses en el que debe definirse en
primer lugar la postura de la Unión. Por muy efectivos que sean los avances que
se puedan hacer en la elaboración de instrumentos para apoyar una
determinada política, difícilmente podrán estos instrumentos ser afinados hasta
que se conozca la partitura que se desea tocar.
A este respecto, la excesiva dependencia de la Unión Europea respecto a otras
potencias respecto a cualquier instrumento – sea el militar, el diplomático, el
económico o cualquier otro – condicionará necesariamente la libertad de
elección respecto a qué intereses defender. Mantener una exclusiva dependencia
de la OTAN en cuanto a seguridad y defensa sin desarrollar un Pilar Europeo
dentro de la misma con capacidad para actuar de forma independiente puede
obligar a la Unión a depender en la defensa de sus intereses de la coincidencia
de los mismos con los de los Estados Unidos.
Compartimos con nuestros socios trasatlánticos el noventa por ciento de
intereses e inquietudes y es bueno que evitemos duplicar esfuerzos por
cualquiera de los dos lados. Estados Unidos y Europa comparten mucha sangre
y ya la han vertido juntos muchas veces para alcanzar sus ideales comunes pero
resultaría imprudente e irresponsable que Europa siguiera depositando parcelas
vitales de su propia defensa en manos de su socio.

El mundo ha cambiado. La globalización implica que los intereses de la Unión


pueden estar tanto en Afganistán como en los Balcanes, que la amenaza puede
ser tanto informática como aparecer en una playa en forma de patera o en alta
mar en forma de esquife cargado de piratas. La globalización convierte el
cambio climático y las pandemias en enemigos tan reales como los terroristas y
nos obliga a estar preparados para hacerles frente. La globalización supone que
China pretenda establecer un complejo de negocios y comercio en las cercanías
de Lorca, en Murcia (http://www.zeic.es) con la idea de acceder desde allí a
África, Europa y Sudamérica tanto como que los grupos de interés se repartan
más por afinidades sociales entre personas de todo el mundo que por
identidades nacionales.
Europa tiene que darse por enterada de la llegada del tercer milenio, tiene que
definir qué papel quiere jugar en él y actuar luego en consecuencia. De lo
contrario, si no consigue dar estos tres pasos, otros decidirán por nosotros cual
es el papel que jugaremos. Y no es probable que nos guste lo que decidan.

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