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pero s6lo de manera transitoria. El hecho de que no pensemos todavia sin duda seria digno de pensarse y, sin embargo, como un estado instanténeo y suprimible del hombre actual, nunca po- dria llamarse lo digno de pensarse por antonomasia. No obstan- €1 necno ae que no pensemos ae ninguna manera se aeve a que e1 hombre todavia no se dirija en medida suficiente a lo que origi- nalmente quisiera ser pensado, que en su esencia permanece como lo que ha de pensarse. Nuestra tardanza en pensar procede, mas bien, de que lo merecedor mismo de ser pensado se aparta del hombre y se ha apartado ya desde hace tiempo. gtin invento, Ademés los hombres actuales slo podemos apren- der sia la vez desaprendemos; en el caso que nos afecta: sélo podemos aprender el pensamiento si desaprendemos desde la base su esencia anterior. Mas para ello es necesario que al mismo tiem- po la conozcamos. La afirmaci6n queda formulada en los siguientes términos: lo que més requiere pensarse en nuestro tiempo problemitico es el hecho de que nosotros no pensamos todavia. dor, lo tenebroso, en general, lo adverso. Si hablamos de lo que deja pensativo, normalmente nos referimos en primer plano a algo perjudicial y, con ello, a algo negativo. Un enunciado que habla de un tiempo problematico e incluso de lo que mas da que pensar en él, segtin lo dicho apunta de antemano a un tono nega- tivo. Tiene a la vista solamente los rasgos adversos y sombrios de la época. Mira a lo indigno y negativo en ella, a los fendmenos nihilistas. Busca su nticleo necesariamente en una carencia, segiin nuestra frase, en que hay una ausencia de pensamiento. pensado. Lo problematico asi entendido de ninguna manera tie- ne que ser lo que produce preocupacién, 0 lo perturbador. Pues también nos da que pensar lo alegre, lo bello, lo misterioso, lo henchido de favor. Quiz esto que acabamos de mencionar es incluso més digno de pensarse que todo lo demas, que todo aque- Ilo que, por lo general sin pensarlo, acostumbramos a Ilamar «lo que da que pensar». Lo mencionado nos da que pensar, siempre y Ppresentacion que se rige por su objeto. Desde hace mucho tiem- po esta rectitud de la representaci6n se equipara con la verdad, es decir, se define la esencia de la verdad por la rectitud de la repre- sentacin. Si digo que hoy es viernes, esta frase es correcta, pues ella dirige la representacin a la sucesién de los dias de la semana y acierta con el actual. El juicio es una representacion recta. Cuan- do juzgamos sobre algo, por ejemplo, cuando decimos: «Aquel Arbol florece», nuestra representacién ha de mantener la direc- cidn al objeto, al arbol que florece. Pero ese mantener la direc- ci6n esta siempre acompafiado por la posibilidad de que, o bien no alcancemos la direccién, o bien la perdamos. Con ello la re- presentacién no carece de direcci6n, pero no es correcta en rela- cién con el objeto. Dicho con mayor exactitud, el juicio es una representaci6n recta y, por eso, posiblemente también incorrec- ta. Para que ahora veamos qué cardcter enunciativo tiene nuestra afirmacién sobre la época actual, hemos de mostrar més clara- mente cémo esta el asunto con los juicios, es decir, con la repre- sentaci6n correcta y la incorrecta. Y si lo pensamos de manera adecuada, estamos ya en medio de la pregunta: équé es en gene- ral la representacion? cuanto nosotros nos Jo representamos. «kl mundo es mi repre- sentacién.» En esta frase ha resumido Schopenhauer el pensa- miento de la filosoffa reciente. Hemos de mencionar aqui a Scho- penhauer porque su obra principal El mundo como voluntad y representacion, desde su aparicidn en el afio 1818, ha ejercido un influjo duradero en todo el pensamiento de los siglos x1x y xx, incluso allf donde esto no se echa de ver inmediatamente, incluso alli donde se impugna la afirmaci6n citada. Olvidamos con de- masiada facilidad que un pensador actiia con més fuerza alli don- de es impugnado que alli donde se le rinde asentimiento. Incluso Nietzsche hubo de pasar a través de una confrontacién con Scho- penhauer, a través de un encuentro en el que aquél, a pesar de su concepcién opuesta de la voluntad, retuvo el principio de Scho- penhauer: «El mundo es mi representacién». Schopenhauer mis-

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