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La geo-política italiana en la

época de Leonardo

E l estudioso de Leonardo, Ivor D. Hart, define este periodo en términos políticos así:

“Este periodo de Italia se caracteriza ante todo por la organización de ciudades-estados. El paso final
en la organización de estas ciudades-estados, que hace pensar en las de los tiempos clásicos, fue la
institución formal del auto-gobierno democrático mediante la constitución de comunas. A menudo éstas
se conformaban oponiéndose a los superiores feudales, y a muchos de éstos hubo que enfrentarlos en
combate abierto. El objetivo era el de disponer una forma republicana de gobierno, con la obligación de
que si un ciudadano no se unía a la comuna no le estaba permitido quedarse. Las ciudades del norte de
Italia eran poderosos ejemplos de estas ciudades-estados; y en su interior se desarrolló un agudo sentido
de la ciudadanía y el amor por la libertad. Se crearon ideales de igualdad y de servicio tanto público como
social que se asemejaban mucho a los de la era de Pericles (en Grecia).

Pero la nueva libertad de las ciudades-estados no era sólo una cuestión de virtud. Como en las ciudades-
estados de la antigüedad griega también existían los vicios. Eran inevitables las facciones partidistas y con
ellas iba de la mano la crueldad y, con demasiada frecuencia, la lucha abierta. Y, de un modo igualmente
inevitable, había en los campos aledaños a las ciudades y más allá, miradas y corazones ansiosos de
extender su poder y su control. Pocas veces se daba el apoyo mutuo entre los estados-ciudades que con
frecuencia se necesitaba. Por otro lado, los celos mutuos implicaban a menudo que una ciudad podía
asociarse con una monarquía nacional vecina más poderosa para ponerse en contra de otra ciudad-
estado. Eran recurrentes la guerra y los problemas que afectaban el comercio y el buen trato, la ansiedad
y la carencia de libertad y de seguridad en una tierra que pedía ante todo tranquilidad.

En Italia había aún otra tendencia que seguía el patrón de la antigua Grecia. Las facciones y la desunión al
interior de cada ciudad brindaban la oportunidad para que las personalidades del momento -hombres que
con frecuencia eran tanto capaces como populares- que estaban ubicados al mando de la organización de
la ciudad, se convirtieran en algo más que en tiranos autocráticos. Éstos, de hecho, dominaban ciudad tras
ciudad en Italia hasta que, en el siglo quince, sólo Venecia podía decirse que conservara por completo sus
instituciones republicanas, y más tarde, también sucumbiría ante los dictados de la oligarquía despótica.

De modo general, la política de estos déspotas que gobernaban era la de desarmar a sus súbditos. El
objeto era eliminar las facciones entre la gente y asegurar su seguridad personal. La anulación del servicio
militar se dio de un solo golpe. Pero en su lugar vino la práctica de emplear ejércitos mercenarios cuyo
costo se sostenía gracias a los impuestos. Como consecuencia la gente se volvió “consciente de las
finanzas”, y el comercio y los negocios recibieron gran empuje. Por otro lado y, claro, a su debido tiempo,
los mercenarios y aquellos que los guiaban se volvieron cada vez más conscientes de su propio poder y
para el comienzo del siglo catorce un nuevo factor llegó a la vida italiana – el condottieri - que con frecuencia
le dictaba sus propios términos a sus amos nominales. Cuando un mercenario de éstos, Franceso Sforza,
entró en Milán triunfante, en 1450 (dos años antes de que Leonardo naciera), virtualmente produjo una era
en la historia del despotismo. Los déspotas que gobernaban aprendían a confiar cada vez menos en los
ejércitos pagados y en la guerra, y se apoyaron más y más en la diplomacia y en el soborno. El exponente
literario de la filosofía y la técnica de la teoría de esta regla fue Maquiavelo, cuyos escritos cínicos sobre
los principios del estado mediante la aplicación de la inteligencia, la corrupción y la diplomacia han estado
permanentemente asociados con este periodo de la historia italiana. No importa qué se pueda decir del
aspecto político de los tiranos, eran, con todo, patrones liberales del conocimiento en la Italia renacentista
del siglo quince. Entre estos se incluían la familia Medici en Florencia, los Sforza en Milán y los Borgia en
Roma.

Geográficamente, las ciudades-estados se habían vuelto, para decirlo así, países pequeños. (...) La
incapacidad de Italia para emerger como una nación unificada hacía de sus ciudades-estados una presa
fácil para sus ambiciosos y poderosos vecinos. Particularmente desde Alemania se hicieron numerosos
intentos para adquirir un puesto gubernamental en estas ciudades; y todo el tiempo, el lugar especial, la
posición y el poder del papado (el enemigo natural de los reyes y de los emperadores y por lo tanto muy
bien dispuesto hacia las ciudades-estados) se sumaba al complejo general de estas maniobras políticas y
militares. (...) Para la mitad del siglo quince Italia estaba compuesta de cinco unidades principales – El Reino
de Nápoles, El Ducado de Milán, la República de Florencia, la República de Venecia y los estados papales.
(...) A su mando estaban los tiranos que se habían establecido a sí mismos, ya fuera como capitanes del
pueblo o como guías de la Iglesia o como cabezas de los dos partidos opositores de ese entonces – los
Güelfos y los Gibelinos. Estos príncipes auto-nombrados se mantenían en el poder buscando y obteniendo
el favor del pueblo por medio de artificios tales como liberarlos de los requerimientos del servicio militar y
desarmando a los nobles. Al tiempo que su arraigo crecía y que su sentido de pertenencia se afianzaba,
asumieron títulos y propusieron y sostuvieron los derechos dinásticos para sus herederos y sucesores.
Su fuerza radicaba más en el poder del dinero que en el de la espada – en la persuasión financiera en el
interior del estado y en la intriga y en la destreza política en el exterior. Estas estrategias usualmente eran
más efectivas que la coerción interior y las guerras externas, aunque “en casa” siempre estaba la amenaza
escondida de una acción terrorista tras la sonrisa de la persuasión.

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