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— ¿Cómo dice usted señor? ¡Yo no soy plebeyo! Soy tan noble como
la emperatriz— le repliqué muy orgulloso. Al instante escuché unas
risotadas escandalosas. Cuando éstas cesaron, los guardias
recuperaron el aspecto pedante que los caracterizaba.
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— Súbase mano. Usted sigue la misma ruta que nosotros— me dijo
amablemente ese tipo al que nunca había visto.
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— Me asombra su ingenuidad. Por si no lo sabía, el hambre está en
toda Guatemala. Hasta nosotros, que nunca creímos que nos fuera
afectar, la padecemos. El miserable sueldo que nos dan ya no alcanza
para mantener a nuestras familias. Una libra de tomate cuesta Q
100.00, una libra de frijol negro Q 125.00 y Q 150.00 si es colorado,
una libra de pollo Q 250.00 y una libra de carne Q 300.00. En día y
medio ya nos gastamos todo nuestro salario en alimentos, y el resto
del mes ¿qué podríamos comer? La carne humana no sabe tan mal
después de todo, y es muy adictiva; una vez que usted la haya
probado no dejará de comerla.
— Pero eso que usted dice se refiere para dar a entender que nos es
permitido comer carne de reptiles.
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alma matar a estos malditos y comerme su carne corrompida pero
rica en proteínas que tanta falta nos hacen.
Cuando la élite del Estado bajó de los vehículos y pisó tierra, los
policías y soldados los encañonaron. Un policía delgado y moreno les
dijo:
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— ¡Manos arriba! ¡Nadie se mueva! Señores representantes del
Estado de Guatemala, ustedes tienen pocos segundos de vida. Todos
van a morir irremisiblemente; luego van a servirnos de alimento a
nosotros y a esta pobre gente hambrienta.
— Le ordeno que deje de encañonarnos y nos deje ir. ¿Es que no sabe
usted en que líos se está metiendo? No sólo va a perder el trabajo;
también se va a podrir en la cárcel.
— Mire infeliz ¿es que usted es tan estúpido que no entiende que ya
perdió toda su autoridad? Delante del janano ese puede ser el
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ministro de gobernación; delante de nosotros es un maldito bastardo
al que vamos a dar un boleto gratuito al infierno. Muchachos,
¡quiébrense a este viejo!
Una lluvia de balas se escuchó por unos minutos. Los cadáveres de los
altos funcionarios y diputados yacían en el suelo boca arriba. Aquellos
que todavía respiraban fueron rematados con el tiro de gracia. Las
mujeres se apresuraron a arrancarles la piel con cuchillos afilados;
sacaban gruesos trozos de carne y las cortaban en filetes más
delgados. Lo más repugnante era observar cuando le sacaban las
entrañas.
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— ¡No sea delicado!— me reprendió Alirio—. Coma porque si no lo
hace seguro que se muere. Mire como está de desnutrido. Déjese de
tonterías y coma por su salud.
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adeptos egocéntricos. Pero el fin de la ONU y todas sus ramificaciones
ha llegado. ¡Ha caído la gran Babilonia! ¡Arrepiéntanse!
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