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Dios nos ha creado para que seamos felices. Ojalá que nuestro gozo no se
agotara nunca pero el paraíso terrenal duró poco y pronto nos colocamos en un
valle de lágrimas. Dios se empeña en hacernos volver al paraíso, aunque el
hombre no entiende sus caminos y prefiere, como Esaú, un plato de lentejas.
Con todo, Dios se acerca al hombre para llenar nuestros vacíos y para
enjugar nuestras lágrimas, para devolvernos la esperanza y hacernos sonreír. Fue
lo que sucedió con Abraham y con Sara.
Abraham se hizo amigo de Dios y fue Dios el que empezó con esta amistad.
Dios se acercó a Abraham para hacerlo amigo y hacerlo crecer. Abraham
necesitaba una tierra y el Señor se la dio. ¿Qué más necesitas? Le preguntó el
Señor. Lo necesario para vivir con mi familia. Te lo daré y en abundancia. ¿Qué
más deseas Abraham? ¡Un hijo! Te lo daré y no uno solo, sino muchos hijos, hijos
incontables como las estrellas. Y Sara se reía.
Abraham y Sara empezaron a vivir sus misterios gozosos. ¿Qué más quieres
Abraham? Nada más Señor. Ya solamente quiero tu amistad, que estés siempre
conmigo. Así será. Existían muchas razones para la alegría.
Abraham, ¿podríamos hacer un pacto, algo así como una alianza con
sangre? Lo que Tú digas Señor. Pero no solo quiero que me ofrezcan víctimas
animales. Quiero pedirte algo más. Tú dirás Señor, responde Abraham.
No te asustes por lo que te voy a pedir. Quiero a tu hijo. A ese que tanto
quieres, al que es la niña de tus ojos y la razón de tu esperanza. ¿Hablas en serio
Señor? Dice Abraham. Quiero que me lo sacrifiques en el monte de Moriá. ¡Hay
Señor! Toma mejor mi vida y no la suya. Si mi hijo muere, yo no podré sobrevivir.
Pero lo mío es tuyo y haz lo que quieras.
La luz del Tabor nos muestra el brillo de la vida de Cristo entregada siempre
a los demás: “Pasó su vida haciendo el bien”, llenando a todos de su luz. La luz
será siempre una forma para encontrar al Señor. Lo que realmente manifiesta la
luz del Tabor es el misterio de la divinidad. Dios es luz y Dios es fuerza, es otra
forma de decir, Dios es amor. El amor que enciende los corazones. Jesús en su
transfiguración experimenta intensamente la presencia íntima del Padre que le
habla: “Este es mi Hijo” y la presencia del Espíritu que la envuelve con una nube.
Son momentos en nuestra vida de Tabor, porque Dios está ahí: ahí está en
la oración, en el trabajo bien hecho, en el servicio, en las tentaciones superadas,
en el silencio, en el sufrimiento asumido con fe; en el ejemplo, en el perdón
ofrecido, en el re-encuentro y reconciliación, en el descanso, en el amor recibido y
ofrecido, en la ayuda brindada, en el ángel de la guarda que se nos cruza tantas
veces en el camino…
1. ¿En qué forma y por qué la oración nos eleva, nos transfigura y nos
diviniza?
2. ¿Por qué la caridad nos hace grandes, nos transforma y nos asemeja a
Dios?