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Haber ganado varios premios Oscar siendo una película del tercer mundo la ha
catapultado como un suceso de primer orden en el plano mediático. Casi todos
nos hemos enterado de la existencia de esta cinta, ya la hemos visto, o por lo
menos hemos leído o escuchado comentarios sobre ella.
Latika, una niña con quien comparte su infancia y a quien Jamal ama desde un
principio, siempre está al borde de la prostitución forzada y vive en su juventud
como rehén del poderoso mafioso. Jamal es torturado por la policía en una
flagrante violación de los Derechos Humanos, bajo la sospecha de hacer
trampa en el concurso. Todo lo anterior se vive en Colombia.
En estrecha relación con estos dramas hay imágenes, más allá de diálogos y
palabras, que también sacuden. El gran deterioro ambiental de estas
megaciudades indias, las basuras que sofocan, las aguas podridas, los
gigantescos barrios paupérrimos y miserables. Y todo en contraste con ese
atisbo de sofisticación y glamour producto del milagro económico indio del que
tanto se habla. También se ve un vertiginoso proceso de urbanización y
grandes edificios en medio del caos.
Jamal nos deja muchas lecciones: su capacidad de ver más allá del dinero, su
libertad ante una presión tan grande como la del concurso, su honestidad
consigo mismo mientras era torturado y su amor por Latika, que valía
infinitamente más que los 20 millones de rupias (mil doscientos millones de
pesos aproximadamente).
Qué bueno que podamos ver más películas como “Quien quiere ser millonario”
y que tengamos los ojos para ver lo que muestra en su profundidad, y lo más
importante, que sirvan estas películas para aumentar nuestra conciencia de
tantos problemas nos rodean y que requieren solución.