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Para que el hombre viva, Dios ha de morir; para que la vida florezca
en la tierra, no debe haber mas allá. Pero Dios ha muerto, como fruto
de la modernidad. A través de las experiencias del antropocentrismo
del Renacimiento, el racionalismo desde Descartes, el poder del
pueblo con la Ilustración y del auge de la ciencia con el positivismo,
no hay lugar para Dios en la cultura moderna, que es una cultura
secularizada. Hemos matado a Dios.
Como resultado de la muerte de Dios, el hombre moderno,
consecuencia del desarrollo de la cultura occidental, ha llegado al
nihilismo, que significa una falta de metas, una falta de respuestas a
los porqués que se habían respondido desde Dios. Nos hallamos
perdidos. Nuestra existencia es una vació. La experiencia del
nihilismo se acentuara en el siglo XX después de las dos grandes
guerras mundiales y todos sus horrores.
Por la muerte de Dios y el Nihilismo resultante surge la posibilidad de
liberar al hombre o construir una alternativa. Esta alternativa supone
una nueva moral que signifique una exaltación de la vida y de los
instintos, una moral mas dionisiaca –inspirada en Dionisos, símbolo
para los griegos de la pasión, la embriaguez y la desmesura – que
apolínea – Apolo es el dios de la belleza, la razón y la medida, es
decir, del espíritu clásico griego – que valore la fuerza, el poder, la
pasión, el orgullo y hasta la crueldad. También supone la superación
del hombre, ese ser miserable que desprecia el cuerpo y la tierra, y
su reemplazo por el superhombre que siente ansias de vivir una vida
corporal plena, que subordina el conocimiento a la acción, que se
encuentra mas allá del bien y del mal, en el sentido cristiano, que
frente al rebaño tiene conciencia de su superioridad, que desdeña el
mas allá y es fiel a la tierra y que tiene voluntad de poder, de
dominio y de acción.