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[1] El aristócrata persa Mani o Manes (216-275), fundó el maniqueísmo tras algunas
revelaciones que atribuyó al Espíritu. Considerado como una herejía del cristianismo,
documentos hallados a fines del siglo XIX, permiten considerar que el maniqueísmo es una
religión revelada de carácter sincretista y un estadio final de la gnosis, una de cuyas
afirmaciones fundamentales fue la existencia de dos principios o naturalezas: la luz y las
tinieblas, el bien y el mal, o Dios y la materia. A esta primera fase, fuertemente vinculada con
el tiempo pasado, le siguió otra fuertemente vinculada al tiempo presente y al tiempo medio,
durante los cuales el bien y el mal se entremezclan y marcan el destino ético del hombre, cuya
alma alcanzaría el tiempo futuro final, cuando todo lo que es luz se libera de la materia, que es
el mal. Agustín se constituyó en seguidor de esta religión, pero, aun cuando renunciara a ella y
se convirtiera en un gran detractor del culto, permanecieron en él algunas huellas tales como
el problema del mal y algunos principios dualistas. Véase Cortés Morató, Jordi y Martínez
Riu, Antoni; Diccionario de filosofía en CD-ROM, Editorial Herder S.A., Barcelona. España,
1996.
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significa que sean accesibles. Agustín permaneció nueve años allí. Escribió
un libro (De pulcro, es decir Acerca de lo Bello) que destruyó después. De
tal suerte, toda la producción literaria de Agustín, es de los tiempos de
conversión al cristianismo. Abandona la secta porque se decepciona. En
especial se decepciona de un tal Fausto, quien no da cuenta de los temas
que Agustín plantea y requiere.
Empieza su vida licenciosa y descarriada. Tiene varias mujeres,
un hijo llamado Adeodato, y así discurre la vida de este hombre, hijo de
padre pagano y de madre cristiana, Santa Mónica.
Posteriormente frecuenta, por un breve lapso, el escepticismo
académico, es decir la parte escéptica de la academia platónica. Sin
embargo, escribiría Contraacadémicos, contra los académicos sobre
quienes dispara: todos los hombres desean ser felices... dicen los
escépticos, los epicuros y los cínicos. Pero esa felicidad se encuentra en la
búsqueda de la Verdad en la filosofía, y es inaccesible. Agustín los refuta.
Sostiene que él encontró la felicidad, y no precisamente en el ejercicio de la
filosofía, sino en el acceso a la Verdad.
Luego tiene un doble encuentro: primero (a) con Ambrosio de
Milán, quien le hace descubrir un sentido alégorico, no literal, de la lectura
bíblica; y después (b) con ciertos libros de los platónicos, que le hicieron
abandonar por completo sus ideas anteriores porque concibió una nueva
posibilidad de alcanzar sustancias espirituales no materiales y, con ello, dar
solución al problema del mal. Ambas cosas constituyen una doble
refutación del maniqueísmo.
¿A qué textos platónicos se refería Agustín? No precisamente a
los del propio Platón, ya que, por entonces, solamente había sido
traducido el Timeo, y apenas fragmentariamente, en punto a la cuestión
cosmogónica. Por otra parte, Agustín no leía griego. Se conjetura que lo
que leyó pudieron ser los textos de las Enéadas de Plotino, y algo de
Porfirio. Nada leyó de autor latino clásico alguno de ideas platónicas,
porque ellos mismos no se llamaban a sí propios «platónicos», como sí lo
hacían Plotino y Porfirio.
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• I - Diálogos filosóficos
• Contraacadémicos
• Soliloquios
• De libero arbitrio
• De magistro
• De ordine
• II - De diversi questionii
• De Ideis
• Confesiones (año 400)
• III - Tratados
• De Trinitate
• Civitate Dei
• Retractaciones
Agustín, no es un autor sistemático, y muchas veces se
contradice. Aspectos de los que debemos dar cuenta.
Veníamos trazando una línea de pensamiento centrada en el
platonismo pagano que partiría de Plotino y de Porfirio. Habíamos
advertido en Plotino, una clara tendencia henológica, es decir «to hen», la
vía de predicación negativa de «lo Uno» único y simple, la metafísica que
concibió como primer principio a «lo Uno» Con Plotino, entonces, se da
una clara vertiente henológica. La henología de Plotino proponía la
predicación negativa de «lo Uno» único y simple: lo Uno no es. Por su
parte, Porfirio, que había hecho el comentario al Parménides de Platón,
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propiciaba la doble predicación: «lo Uno es», «lo Uno no es» Esta tendencia
pasa directamente a Mario Victorino. La conoceremos bajo la categoría de
la «ontohenología», porque no descarta la identidad entre Uno y Ser.
En cuanto a fuentes platónicas se refiere, las fuentes
agustinianas son la mismas: Plotino, Porfirio, y Victorino. De ellos recibe
Agustín la ontohenología. Sin embargo, en él prevalece la ontología por
sobre la henología fundada exclusivamente en la predicación negativa de
«lo Uno» Henología es siempre identificada con la vía negativa de «lo Uno»
La ontología se identifica solamente con el Ser, con la metafísica del Ser,
con la predicación por vía positiva. La inspiración es, además de filosófica,
bíblica: «Ego Sum qui sum» (Éxodo 3:14) Dios dice de sí mismo, que es el
mismo Ser. El Dios agustiniano, solamente se identifica con el Ser, no con
el no Ser que es propio de la predicación por vía negativa de «lo Uno» No
hay, pues, tampoco, predicación negativa respecto de la Trinidad. La
metafísica agustiniana es fuertemente ontológica. Parte de un dato: la
«creatio ex nihilo» que no explica, sino que la toma como «dato» La
creación tiene un principio-causa que es Dios, «lo Uno», Sumo Ser, Sumo
Bien y Suma Verdad. No es causa, sino principio-causa. La procedencia, el
origen es «la nada» En esta fórmula está contenido el tránsito del no ser al
ser. Del no ser absoluto (privación) al ser. Así, en su origen, ser creado
implica una mutabilidad. El Creador es Perfecto, Necesario, Inmutable, y
Eterno, y la creatura es imperfecta, contingente, mutable, y temporal.
Lo que vincula al Creador con la creatura es la participatio, que
Agustín no explica. Desde el que participa, la participatio es una donación,
una comunicación del Ser. Desde el participado, hay una dependencia
ontológica. Cada cosa es, es buena, y verdadera porque participa de la
plenitud del Sumo Ser perfecto, necesario, inmutable, y eterno.
El hecho de que la creación se produzca desde la nada, define
una participación débil del vestigio o la huella que el Creador imprime a la
creatura. El mundo creado no es de la misma naturaleza que la naturaleza
del Creador que lo crea. Dios ha hecho el mundo de la nada. No hay exitus
ni reditus. Principio-causa es así porque produce y deja su huella. Dios
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comunica ser como novación. Sin embargo, el mundo no es Dios, hay una
separación fuerte, con lo cual habría una «vuelta al dualismo»
Que Dios Creador siga siendo principio de esa realidad, es
porque su naturaleza es comunicada a la creatura dejando el vestigium,
una huella de lo divino. Así, todo lo que es (ens) tiene un sentido
ontológico, ya que ser Ente, ser Bueno y ser Verdadero no tiene un sentido
ético, sino ontológico: un ente es verdadero si en él se cumplen sus notas
acabadamente (las notas de la piedridad, por ejemplo) Además, todo ente
es un bien porque procede del Bien Supremo. No hay en Agustín, una
degradación ontológica que deviene en materialidad. Dios creó a los
materiales, y vio que era bueno. La Verdad es Verdad porque depende de
la Verdad Suprema y, aunque «verdad» sea un término de las
predicaciones de la lógica proposicional, aquí, en el caso de Agustín, es de
naturaleza ontológica (un verdadero amigo, por ejemplo) No se puede no
ser una verdad ontológica (las piedras son siempre verdaderas piedras,
por ejemplo) El paradigma de referencia, en este caso, es Dios. Para
Agustín el paradigma no puede estar en otro lado distinto que en Dios, del
cual se participa, la Trinidad divina y el Logos (el mundo eidético platónico)
Agustín está en la tradición de los pensadores que al Logos lo
ven en el cuarto Evangelio de Juan: «en el principio (arché) fue el verbo
[logos]... estaba con Dios y era Dios» La Trinidad. Dios hizo todo por
mediación del Logos. La idea aparece en Filón de Alejandría y en los
Padres de la Patrística Griega. No es una idea originalmente agustiniana.
Agustín la toma, y con ella informa toda la Edad Media, hasta el siglo XIV.
Sin embargo, en Agustín no hay continuidad de análisis interno. En su
mundo eidético no hay posibilidad alguna de análisis interno como en
Platón, lo que explicaría la diversidad. Esta cuestión plantea un problema
serio: ¿hay idea de qué? ¿que son la ideas de pájaro, o de pez? ¿hay más
de una idea? ¿hay multiplicidad de ideas? ¿hay multiplicidad en la
eternidad? ¿hay participación de la participación? Si fuera así, la
multiplicidad del modelo alteraría la simplicidad de la unidad de la
naturaleza divina. En Agustín, y en general en los pensadores cristianos,
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[2] Concepto usado en el contexto de la filosofía. Con este nombre Anaxágoras (500 a.C-428
a.C) designaba los elementos primitivos de la materia, con los cuales se formó el mundo.
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alma que está en un cuerpo como un piloto en su nave, y hace que esa
alma sea afín a las ideas, incorpórea, inmutable, y eterna. Agustín ha
concebido al hombre como hecho a imagen y semejanza. Esto implica
que haya una presencia de Dios en el alma (en la memoria como
bienaventuranza, en la racionalidad como maestro interno) y hace, esa
misma imagen, que el pondus humano tenga una determinación diferente.
Así, por semejanza, el hombre es una voluntad libre orientada al fin propio
que es el Bien Supremo. El peso humano es la dirección de su voluntad
orientada hacia el Bien Supremo. A diferencia de los entes naturales, ese
pondus no lo determina a dirigirse al Bien Supremo. Puede dirigirse hacia
otras clases de bienes.
El pondus humano es indeterminado, no tiene límite. La noción
de amor (deseo) es equivalente a la del eros griego, e incluye esa
indeterminación. Es un «hacia» indeterminado. Un acto es voluntario
cuando carece de coacción interna o externa. Esta es la noción de
«libertad» agustiniana. La voluntad es siempre libre. Somos libres, aunque
responsables de y por nuestros actos. La dirección natural de mi amor se
orienta al Bien Supremo, Dios, el primero dentro de una jerarquía de
bienes. Lo que no se me presenta es el mal objetivado, el mal como
substancia. Todo es bueno, aunque algunos espirituales son buenos por
encima de los materiales, sin que ello signifique que esos materiales sean
malos.
La primera construcción de la doctrina de la voluntad, aparece
en De libero arbitrio, subtitulado Contramaniqueos, donde el hombre, tanto
como sus elecciones son libres, y aquel es responsable subjetivo o
imputable. Tenemos una orientación natural en dirección al Bien Supremo.
Cuanto más en Adán, que estaba llamado a la contemplación permanente
del Bien Supremo... hasta que se quebró, hasta que pecó. ¿Por qué?
Según Agustín la voluntad de Adán es una voluntad creada, y, como todo
lo creado, sufrió un tránsito del no ser al ser. No es perfecta, ni necesaria, ni
inmutable, ni eterna; es mutable, pudo cambiar... y cambió... eligió
cambiar. Eligió mirar hacia los bienes inferiores. Es una explicación
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