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CAPÍTULO 4
Durante siglos, el libro de los Jueces fue considerado la fuente principal para conocer la
época desde la muerte de Josué hasta poco antes de la institución de la monarquía. Es
decir, para cuatro siglos y medio de historia, según los datos que ofrece el libro e
incluyendo los relativos a Elí y Samuel en 1 Sm 1-12, que también corresponden a la
época de los Jueces.
En definitiva, poco se podía saber con tan pocas páginas para tantos años: que el
pueblo no había conseguido eliminar plenamente a los cananeos, que cayó
continuamente en la idolatría, que Dios lo castigó con la amenaza de pueblos
extranjeros, y lo libró mediante libertadores surgidos en distintas tribus, pero que, en
definitiva, no eran héroes locales sino nacionales.
Aunque el libro se detiene en contar batallas y conflictos, el período de los
Jueces aparece como un total de 336 años de paz1 salpicados de 114 años de opresión2.
Leyendo con atención los relatos, se puede intuir una historia más compleja de
las relaciones entre las tribus (la ausencia de algunas de ellas en momentos culminantes,
como la de Judá en la batalla contra Sísara, los conflictos con efraimitas y benjaminitas)
o la organización primitiva del poder. En este sentido, el Canto de Débora (c.5) se
llevaba la palma por la antigüedad que se le atribuía y sus interesantes alusiones de tipo
histórico.
Pero eran datos dispersos, difíciles de reducir a unidad. Fue Martin Noth quien
intentó poner un poco de orden con su idea de la anfictionía. Basándose en las
anfictionías griegas (asociaciones de ciudades), Noth propuso que los israelitas, antes de
la monarquía, formaban una confederación anfictiónica de doce tribus, con un santuario
central y un derecho anfictiónico, el Código de la Alianza (Bundesbuch = Ex 20,22-
23,19). Aunque la teoría gozó de bastante aceptación durante años (aunque no faltaron
voces críticas), actualmente no la defiende nadie. El Israel premonárquico no era una
confederación de doce tribus, ni tenía un santuario central ni un derecho anfictiónico. La
situación debía ser mucho más desorganizada.
El valor histórico del libro de los Jueces sufrió un nuevo golpe con las teorías
más recientes sobre el origen de Israel. Frente a la idea de que el antiguo Israel procede
de una multitud salida de Egipto, que conquista en poco tiempo la tierra de Canaán, hoy
se ven las cosas de manera muy distinta.
Ya en 1925 propuso Albrecht Alt su teoría del asentamiento pacífico. Siguieron
las de la revolución campesina (Mendenhall, Gottwald), retirada pacífica (Callaway,
Ahlström, Soggin, Boling, etc.), nomadismo interno (de Geus, Fritz, Finkelstein),
transformación pacífica (Lemche, Coote, Whitelam, Albertz, Rösel), fusión o síntesis
pacífica (Halpern, Dever, Thompson). Véase el apéndice (punto 4, págs. 35-36).
A pesar de las diferencias, estas teorías estarían de acuerdo en que el antiguo
Israel no es un bloque homogéneo, compuesto por personas salidas de Egipto, que se
sienten vinculadas por una fe y una experiencia común, sino el resultado de un largo
proceso en el que se integran los grupos más distintos.
La escasez de datos hace que la época de los Jueces sea de las más debatidas y
antiguas, como opinan muchos autores, estarían escritas desde el punto de vista de la
monarquía, e intentan presentar la etapa anterior como una época en que las tribus,
carentes de unidad, son incapaces de conquistar el territorio (c.1), caen en las mayores
corrupciones religiosas (cc.17-18) o incluso se aniquilan entre ellas (cc.19-21). La
repetición en los capítulos finales de “por entonces no había rey en Israel”, enmarcando
las historias más desgraciadas, obligan al lector a desear la llegada de la monarquía. Y si
advertimos que la única tribu que queda medianamente bien, la única a la que el Señor
encomienda por dos veces que tome la iniciativa, es la de Judá (1,2; 20,18), resulta
evidente la tendencia del autor: la salvación de la debilidad y del caos se encuentra en la
monarquía nacida en Judá, en la casa de David.
En definitiva, unas veces por motivos teológicos, otras por intereses políticos,
han presentado el tiempo de los Jueces como una época oscura, pecadora y caótica.
Al leer el libro de los Jueces debemos recordar que en Israel existen tres
concepciones básicas de la historia con tres formas correspondientes de contarla.
La historiografía épico- sacral
Sus rasgos fundamentales los detectamos en las llamadas “sagas de héroes”,
narraciones centradas en un personaje famoso por sus hazañas militares: Sansón,
Gedeón, etc. Los autores que nos trasmitieron estas sagas (primero oralmente, luego por
escrito) carecen de una visión profunda de la historia: les falta un análisis serio de los
factores económicos, políticos o sociales; son incapaces de captar una relación de causa
y efecto entre los diversos acontecimientos; a su obra le falta unidad y continuidad. En
definitiva, las sagas de héroes no son más que un conglomerado de relatos individuales.
Transmiten a veces noticias de gran valor histórico, pero carecen de una concepción
auténtica de la historia.
Esta historiografía épico-sacral no se encuentra sólo en dichas sagas; aparece
también en numerosas páginas del Pentateuco y de los restantes libros históricos.
Tomando el material en conjunto, podemos indicar dos rasgos fundamentales. Primero,
la tendencia a exagerar los datos: los ejércitos son de enormes proporciones; las
dificultades, casi insuperables; el botín conquistado, inmenso etc.4.
Segundo, la afición a introducir milagros. Quizá sería más exacto decir que
estos autores no conciben que la historia marche adelante sin una serie de
intervenciones directas de Dios. De hecho, el Señor siempre ocupa el primer plano, por
encima del héroe o del protagonista.
Esta forma de concebir la historia y de escribirla es típica de los primeros siglos
de Israel, pero sigue dándose en tiempos posteriores, incluso hasta el siglo II a.C.
Como ejemplos concretos de este tipo de historiografía aconsejo la lectura de
Jue 7,1-8,3; Is 37,36 (comparándolo con Is 37,37-38); 2 Mac 3,24-30.
La historiografía profana
Frente a la postura anterior, que introduce el milagro como elemento esencial de
la historia, nos encontramos aquí con una actitud totalmente opuesta. La historia se
desarrolla según sus fuerzas inmanentes, dirigida por la voluntad de los hombres,
arrastrada por sus pasiones y ambiciones, sin que en ningún momento se perciba una
intervención extraordinaria de Dios.
No se puede comparar a estos historiadores con los actuales, pero se encuentran
mucho más cerca de nosotros que los de la anterior concepción. Véase, por ejemplo, el
4 Sobre este punto puede verse el artículo de M. García Cordero, Idealización épico-sacral en
la historiografía bíblica: XXVI Semana Bíblica Española, Madrid 1969, págs. 85-104.
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Aunque de estas tres concepciones se pueden indicar ejemplos concretos, sería
absurdo diseccionar las páginas de la Biblia repartiéndolas entre ellas. El resultado final
ha sido una amalgama de las tres posturas. En ciertos momentos predomina la primera,
en pocas ocasiones la segunda, en gran parte la tercera. En definitiva, cada autor, con su
mentalidad, intentó dejar claro a sus contemporáneos que el pasado no es algo
accesorio, porque «el que no aprende la lección de la historia corre el riesgo de volver a
repetirla», como dirá Santayana.
Abrecht Alt7 (1935). Unas tribus nómadas o seminómadas pasan del desierto a
la tierra cultivable, y se instalaban en zonas retiradas de las ciudades cananeas, poco
aptas para la agricultura, donde no encontrarían muchos habitantes y podían ponerse
fácilmente de acuerdo con posibles pastores cananeos. Este grupo se dedica más tarde a
la agricultura y adopta una vida sedentaria. Es un proceso pacífico, en el que sólo más
tarde se darán algunos conflictos militares.
Steinmann, «The Mysterious Numbers of the Book of Judges»: JETS 48 (2005) 491-500; R. B. Chisholm,
«The Chronology of the Book of Judges: A Linguistic Clue to solving a Pesky Problem»: JETS 52 (2009)
247-55.
7 A. Alt, «Erwägungen über die Landnahme der Israeliten in Palästina»: PJB 35 (1939) 8-63.
8 G. E. Mendenhall, «The Hebrew Conquest of Palestine«: BA 25 (1962) 66-87.
9 N. K. Gottwald, The Tribes of Yhwh. A Sociology of the Religion of Liberated Israel, 1250-
1050 B.C.E. (Londres 1979).
10 G. W. Ahlström, Who Were the Israelites? (Winona Lake, 1986).
11 I. Finkelstein, The Archaeology of the Israelite Settlement (Jerusalén 1988).
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