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CAPÍTULO 4

EL LIBRO DE LOS JUECES (III)


¿UN LIBRO HISTÓRICO?

Durante siglos, el libro de los Jueces fue considerado la fuente principal para conocer la
época desde la muerte de Josué hasta poco antes de la institución de la monarquía. Es
decir, para cuatro siglos y medio de historia, según los datos que ofrece el libro e
incluyendo los relativos a Elí y Samuel en 1 Sm 1-12, que también corresponden a la
época de los Jueces.
En definitiva, poco se podía saber con tan pocas páginas para tantos años: que el
pueblo no había conseguido eliminar plenamente a los cananeos, que cayó
continuamente en la idolatría, que Dios lo castigó con la amenaza de pueblos
extranjeros, y lo libró mediante libertadores surgidos en distintas tribus, pero que, en
definitiva, no eran héroes locales sino nacionales.
Aunque el libro se detiene en contar batallas y conflictos, el período de los
Jueces aparece como un total de 336 años de paz1 salpicados de 114 años de opresión2.
Leyendo con atención los relatos, se puede intuir una historia más compleja de
las relaciones entre las tribus (la ausencia de algunas de ellas en momentos culminantes,
como la de Judá en la batalla contra Sísara, los conflictos con efraimitas y benjaminitas)
o la organización primitiva del poder. En este sentido, el Canto de Débora (c.5) se
llevaba la palma por la antigüedad que se le atribuía y sus interesantes alusiones de tipo
histórico.
Pero eran datos dispersos, difíciles de reducir a unidad. Fue Martin Noth quien
intentó poner un poco de orden con su idea de la anfictionía. Basándose en las
anfictionías griegas (asociaciones de ciudades), Noth propuso que los israelitas, antes de
la monarquía, formaban una confederación anfictiónica de doce tribus, con un santuario
central y un derecho anfictiónico, el Código de la Alianza (Bundesbuch = Ex 20,22-
23,19). Aunque la teoría gozó de bastante aceptación durante años (aunque no faltaron
voces críticas), actualmente no la defiende nadie. El Israel premonárquico no era una
confederación de doce tribus, ni tenía un santuario central ni un derecho anfictiónico. La
situación debía ser mucho más desorganizada.
El valor histórico del libro de los Jueces sufrió un nuevo golpe con las teorías
más recientes sobre el origen de Israel. Frente a la idea de que el antiguo Israel procede
de una multitud salida de Egipto, que conquista en poco tiempo la tierra de Canaán, hoy
se ven las cosas de manera muy distinta.
Ya en 1925 propuso Albrecht Alt su teoría del asentamiento pacífico. Siguieron
las de la revolución campesina (Mendenhall, Gottwald), retirada pacífica (Callaway,
Ahlström, Soggin, Boling, etc.), nomadismo interno (de Geus, Fritz, Finkelstein),
transformación pacífica (Lemche, Coote, Whitelam, Albertz, Rösel), fusión o síntesis
pacífica (Halpern, Dever, Thompson). Véase el apéndice (punto 4, págs. 35-36).
A pesar de las diferencias, estas teorías estarían de acuerdo en que el antiguo
Israel no es un bloque homogéneo, compuesto por personas salidas de Egipto, que se
sienten vinculadas por una fe y una experiencia común, sino el resultado de un largo
proceso en el que se integran los grupos más distintos.
La escasez de datos hace que la época de los Jueces sea de las más debatidas y

1 40 años después de Otniel, 80 después de Ehud, 40 tras Débora y 40 tras Gedeón; 23 + 22 de


Tolá y Yaír; 6 + 7 + 10 + 8 de Jefté, Ibsán, Elón y Abdón, 20 de Sansón, 40 de Elí y ¿? de Samuel.
2 8 antes de Otniel, 18 antes de Ehud, 20 antes de Débora, 7 antes de Gedeón, 3 de Abimélec, 18
antes de Jefté, 40 antes de Sansón.
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conflictivas. Descartada la teoría anfictiónica, ¿existía al menos una conciencia mínima


de unidad? ¿Qué puesto desempeñó la fe en Yahvé durante esta etapa de formación del
pueblo? ¿Fue un papel esencial, como pretenden Mendenhall y Gottwald? ¿O no
desempeñó papel alguno, como afirma Lemche? Todas estas son preguntas no resueltas,
que probablemente nunca llegaremos a resolver3.
En definitiva, el libro de los Jueces aparece como una construcción bastante
tardía; incluso aceptando que empezara a redactarse durante la época monárquica,
habrían pasado muchos siglos desde la época que narra. Con esto no pretendemos
negarle todo valor a las diversas tradiciones que contiene; algunas de ellas pueden ser
muy antiguas, y en la exégesis de cada episodio analizaremos este aspecto. Pero, en
conjunto, el libro de los Jueces, más que para conocer esos siglos, nos sirve para
conocer la mentalidad de las distintas épocas en que se fue escribiendo. Esa mentalidad
la advertimos en dos cuestiones muy distintas: 1) la forma de presentar la historia del
período; 2) la manera de ver y contar los hechos.

1. La forma de presentar la historia de la época

El libro ofrece una visión en parte idealizada y en parte demasiado pesimista.


Idealizada, porque se presenta a Israel como un bloque compacto, con gran
sentimiento de unidad. Es el pueblo como totalidad el que peca, el pueblo como
totalidad el que es salvado, y el pueblo como totalidad el gobernado por cada juez. Este
ideal “panisraelita” está muy lejos de la realidad histórica. De hecho, cuando leemos las
tradiciones concretas sobre cada uno de los jueces advertimos que, generalmente, sólo
intervienen las tribus o grupos de la zona afectada (el clan de Abiezer, los habitantes de
Galaad); a lo sumo, unas cuantas tribus juntas (Débora-Barac).
¿Por qué se ha idealizado la historia? Este fenómeno, que coincide con el que
refleja el libro de Josué (todas las tribus actúan juntas en la conquista, incluso las de
Transjordania), se explica por motivos políticos: la reforma de Josías pretende volver a
la unidad del Norte y del Sur. Esta visión del pasado sirve para fomentar la idea.
Por otra parte, la visión que ofrece el libro sobre el pueblo y las tribus es
demasiado pesimista, y el historiador debe tenerlo presente. El pesimismo tiene motivos
teológicos y políticos. Los relatos sobre los jueces (2,6-16,31) están encuadrados en un
marco teológico que subraya de forma cada vez más intensa el pecado del pueblo. Es
probable que la frase “los israelitas hicieron lo que el Señor reprueba” no se refiriese
inicialmente a la idolatría, sino a cualquier tipo de pecado. Fueron los dtr los que le
dieron este enfoque en la introducción y en el importante pasaje que precede a Jefté
(10,6-16). En cualquier caso, el pueblo aparece siempre aferrado al pecado, volviendo a
él con insistencia. Quien lee los marcos de cada juez, uno por uno, con detenimiento, no
encontrará en ellos ni una sola palabra positiva sobre el pueblo. Lo único bueno que
hace es reconocer su pecado (10,10.15) y “apartar los dioses extranjeros” (10,16).
Estamos ante una mentalidad típicamente profética, que sólo reconoce la bondad de
Dios y acentúa el pecado humano para subrayar la gracia del perdón.
El pesimismo lo encontramos también en la primera introducción y en los
apéndices, pero por motivos distintos, de carácter político. Si estas tradiciones son
3 Cf. R. de Vaux, Historia antigua de Israel II, aunque después de su publicación han aparecido
obras esenciales sobre el tema. Excelente visión de conjunto, aunque anticuada y con soluciones que no
todos aceptarían, en A. D. H. Mayes, Judges (Sheffield 1985). Puntos de vista más recientes en I.
Finkelstein – N. Silberman, La Biblia desenterrada. C.3: “La conquista de Canaán” pp. 81-107; C. 4:
«¿Quiénes eran los israelitas?», pp. 109-137; M. Liverani, Más allá de la Biblia, c. 2: "La transición
(siglo XII)", pp. 37-59.
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antiguas, como opinan muchos autores, estarían escritas desde el punto de vista de la
monarquía, e intentan presentar la etapa anterior como una época en que las tribus,
carentes de unidad, son incapaces de conquistar el territorio (c.1), caen en las mayores
corrupciones religiosas (cc.17-18) o incluso se aniquilan entre ellas (cc.19-21). La
repetición en los capítulos finales de “por entonces no había rey en Israel”, enmarcando
las historias más desgraciadas, obligan al lector a desear la llegada de la monarquía. Y si
advertimos que la única tribu que queda medianamente bien, la única a la que el Señor
encomienda por dos veces que tome la iniciativa, es la de Judá (1,2; 20,18), resulta
evidente la tendencia del autor: la salvación de la debilidad y del caos se encuentra en la
monarquía nacida en Judá, en la casa de David.
En definitiva, unas veces por motivos teológicos, otras por intereses políticos,
han presentado el tiempo de los Jueces como una época oscura, pecadora y caótica.

2. Manera de ver y contar los hechos

Al leer el libro de los Jueces debemos recordar que en Israel existen tres
concepciones básicas de la historia con tres formas correspondientes de contarla.
La historiografía épico- sacral
Sus rasgos fundamentales los detectamos en las llamadas “sagas de héroes”,
narraciones centradas en un personaje famoso por sus hazañas militares: Sansón,
Gedeón, etc. Los autores que nos trasmitieron estas sagas (primero oralmente, luego por
escrito) carecen de una visión profunda de la historia: les falta un análisis serio de los
factores económicos, políticos o sociales; son incapaces de captar una relación de causa
y efecto entre los diversos acontecimientos; a su obra le falta unidad y continuidad. En
definitiva, las sagas de héroes no son más que un conglomerado de relatos individuales.
Transmiten a veces noticias de gran valor histórico, pero carecen de una concepción
auténtica de la historia.
Esta historiografía épico-sacral no se encuentra sólo en dichas sagas; aparece
también en numerosas páginas del Pentateuco y de los restantes libros históricos.
Tomando el material en conjunto, podemos indicar dos rasgos fundamentales. Primero,
la tendencia a exagerar los datos: los ejércitos son de enormes proporciones; las
dificultades, casi insuperables; el botín conquistado, inmenso etc.4.
Segundo, la afición a introducir milagros. Quizá sería más exacto decir que
estos autores no conciben que la historia marche adelante sin una serie de
intervenciones directas de Dios. De hecho, el Señor siempre ocupa el primer plano, por
encima del héroe o del protagonista.
Esta forma de concebir la historia y de escribirla es típica de los primeros siglos
de Israel, pero sigue dándose en tiempos posteriores, incluso hasta el siglo II a.C.
Como ejemplos concretos de este tipo de historiografía aconsejo la lectura de
Jue 7,1-8,3; Is 37,36 (comparándolo con Is 37,37-38); 2 Mac 3,24-30.
La historiografía profana
Frente a la postura anterior, que introduce el milagro como elemento esencial de
la historia, nos encontramos aquí con una actitud totalmente opuesta. La historia se
desarrolla según sus fuerzas inmanentes, dirigida por la voluntad de los hombres,
arrastrada por sus pasiones y ambiciones, sin que en ningún momento se perciba una
intervención extraordinaria de Dios.
No se puede comparar a estos historiadores con los actuales, pero se encuentran
mucho más cerca de nosotros que los de la anterior concepción. Véase, por ejemplo, el

4 Sobre este punto puede verse el artículo de M. García Cordero, Idealización épico-sacral en
la historiografía bíblica: XXVI Semana Bíblica Española, Madrid 1969, págs. 85-104.
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modo en que se cuenta la división del reino a la muerte de Salomón (1 Re 12). O


compárese la batalla de Gedeón contra los dos reyes madianitas (Jue 8,4ss) con el
capítulo anterior (Jue 7), ejemplo típico de la postura épico-sacral. Para algunos, la
producción más perfecta de este tipo de historiografía es la “Historia de la sucesión al
trono de David” (2 Sam 9-20; 1 Re 1-2).
La historiografía religioso-teológica
El tipo de historiografía que predomina en el AT es el religioso-teológico. Los
autores o redactores han dedicado un enorme esfuerzo a recopilar datos del pasado y a
ofrecerlos desde un punto de vista que no es —ni pretende serlo— el del historiador
imparcial, sino el del teólogo con un mensaje que transmitir y unas ideas que inculcar.
Naturalmente, los puntos de vista varían según las épocas y los autores (profetas,
sacerdotes). Sólo la común preocupación teológica permite que los englobemos en el
mismo apartado, que abarca las grandes obras “históricas” de Israel, (Jos Jue Sam Re),
la Historia Cronista, y —si admitimos la teoría tradicional sobre el Pentateuco— la
producción del Yahvista (J), el Elohísta (E) y el Sacerdotal (P).
Al servicio de su idea o su mensaje, estos autores no tienen inconveniente en
prescindir de hechos de gran interés histórico para nosotros, o incluso en falsear los
acontecimientos o deformarlos. Tendremos ocasión de ver numerosos ejemplos. Pero su
ingente trabajo nos hace pensar que eran personalidades enormemente creativas,
especialmente dotadas para la exposición histórica. Tenemos la impresión de que, si no
fueron grandes historiadores, en el sentido técnico del término, no es porque no
pudieran, sino porque no quisieron. Así se explica ese extraño fenómeno, que Shotwell
ha expresado de forma genial: “Fueron los deformadores de la historia hebrea quienes
hicieron que esa historia valiera la pena”5.

***
Aunque de estas tres concepciones se pueden indicar ejemplos concretos, sería
absurdo diseccionar las páginas de la Biblia repartiéndolas entre ellas. El resultado final
ha sido una amalgama de las tres posturas. En ciertos momentos predomina la primera,
en pocas ocasiones la segunda, en gran parte la tercera. En definitiva, cada autor, con su
mentalidad, intentó dejar claro a sus contemporáneos que el pasado no es algo
accesorio, porque «el que no aprende la lección de la historia corre el riesgo de volver a
repetirla», como dirá Santayana.

3. Nota sobre el marco cronológico1

Las cifras ofrecidas por el libro podemos agruparlas en tres categorías:


a) duración de la opresión extranjera (3,8; 3,14; 4,3; 6,1, 10,8; 13,1);
b) años de judicatura de algunos personajes: Abimélec (9,22), los jueces
menores (9,22; 10.2.3; 12,7.9.11.14), Sansón (15,20 = 16,31);
c) períodos de paz (3,11; 3,31; 5,31; 8,28).
Todos los autores están de acuerdo en que estas cifras están en función de la
construcción del templo, que 1 Re 6,1 sitúa el año 480 de la salida de Egipto. Sin
embargo, resulta muy difícil hacer coincidir las cantidades ofrecidas a lo largo de Jos-
Jue-Sam con esos 480 años6.
5 J. T. Shotwell, Historia de la historia en el mundo antiguo (Madrid 1982) 152.
6 Sobre la cronología, los intentos de explicación anteriores a Noth los expone E. Jenni, «Zwei
Jahrzente Forschung an den Büchern Josua bis Könige»: ThRu 27 (1961) 1-32, 97-146. Estudios
recientes: J. Hughes, Secrets of Times: Myth and History in Biblical Chronology, JSOT SS 66 (Sheffield
1990); D. L. Washburn, «The Chronology of Judges: Another Look»: BS 147 (1990) 414-25; G. Galil,
«The Chronological Framework of the Deuteronomistic History»: Bib 85 (2004) 713-21; A. E.
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4. Apéndice: Algunas teorías alternativas a la conquista

4.1. Asentamiento pacífico

Abrecht Alt7 (1935). Unas tribus nómadas o seminómadas pasan del desierto a
la tierra cultivable, y se instalaban en zonas retiradas de las ciudades cananeas, poco
aptas para la agricultura, donde no encontrarían muchos habitantes y podían ponerse
fácilmente de acuerdo con posibles pastores cananeos. Este grupo se dedica más tarde a
la agricultura y adopta una vida sedentaria. Es un proceso pacífico, en el que sólo más
tarde se darán algunos conflictos militares.

4.2. Revolución campesina

G. E. Mendenhall8. Los campesinos cananeos, sometidos a un régimen de


opresión por las ciudades-estado, entraron en contacto con un grupo de excautivos
procedentes de Egipto, unidos por la misma fe en un nuevo dios, Yahvé, con el que
habían establecido una alianza. Esto les impulsó a rechazar las obligaciones religiosas,
económicas y políticas relacionadas con los poderes existentes. Este proceso los
convirtió en "hebreos". En definitiva: «No hubo una invasión estadísticamente
importante de Palestina al comienzo del sistema de las doce tribus de Israel. No hubo un
desplazamiento radical de población, no hubo genocidio, no hubo expulsión a gran
escala de la gente, sólo de los administradores reales (¡como era inevitable!). En
resumen, no hubo una conquista real de Palestina en el sentido en que se ha entendido
habitualmente; lo que sucedió puede ser denominado más bien, desde el punto de vista
de un historiador secular interesado sólo en los procesos sociopolíticos, una revolución
campesina contra la red de ciudades-estado cananeas". Estas ideas fueron recogidas y
difundidas por N. K. Gottwald en un inmenso trabajo de casi mil páginas9.

4.3. Retirada pacífica hacia la montaña

Gösta Ahlström10. Subraya la continuidad de cultura material, especialmente


cerámica y tecnología, entre cananeos e israelitas. Los cananeos se retiraron de los
valles a causa de la amenaza de los egipcios y de los Pueblos del Mar. Es posible que
algunos extranjeros entrasen por el sur y el este, desde Edom, trayendo el culto a Yahvé.

4.4 Nomadismo interno

Israel Finkelstein11. Los grupos que terminarían formando el pueblo de Israel


estaban en el país desde mediados del siglo XVIII o XVII a.C., cerca de las ciudades,
pero sin sedentarizarse. Cuando decayeron las ciudades tuvieron que dedicarse a la

Steinmann, «The Mysterious Numbers of the Book of Judges»: JETS 48 (2005) 491-500; R. B. Chisholm,
«The Chronology of the Book of Judges: A Linguistic Clue to solving a Pesky Problem»: JETS 52 (2009)
247-55.
7 A. Alt, «Erwägungen über die Landnahme der Israeliten in Palästina»: PJB 35 (1939) 8-63.
8 G. E. Mendenhall, «The Hebrew Conquest of Palestine«: BA 25 (1962) 66-87.
9 N. K. Gottwald, The Tribes of Yhwh. A Sociology of the Religion of Liberated Israel, 1250-
1050 B.C.E. (Londres 1979).
10 G. W. Ahlström, Who Were the Israelites? (Winona Lake, 1986).
11 I. Finkelstein, The Archaeology of the Israelite Settlement (Jerusalén 1988).
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agricultura. Durante el siglo XIII se instalaron primero en la serranía de Efraín, donde


mejoraron los cultivos. El aumento de población hizo que se expandiesen hacia los
valles, provocando conflictos violentos hasta la unificación de David.

4.5. Fusión pacífica de distintos grupos

Baruch Halpern12. Israel es el resultado de la fusión de grupos muy distintos. La


mayor parte procede de la sierra y estaba ya asentado en ella. Unos pocos proceden de
los valles. Hay también extranjeros: a) un grupo proveniente de Egipto con la
experiencia o el recuerdo del éxodo, que trajo el nombre de Yahvé y la fe en él; b) otro
procedente de Siria, empujado hacia el Sur por la expansión asiria de los siglos XIII y
XII; trajo el nombre de Israel y costumbres extrañas, como la circuncisión y el rechazo
de la carne de cerdo. En la época de Débora (1050-1000) existía una confederación y los
serranos eran conscientes de su identidad étnica por oposición a los vecinos de los valles
y de Transjordania. Las tribus fueron evolucionando de diversas formas en cada región,
pero terminaron uniéndose por motivos económicos, especialmente por la necesidad de
mantener los lazos comerciales después del colapso del imperio egipcio.

12 B. Halpern, The Emergence of Israel in Canaan (SBLMS, 29; Chico, CA 1983).

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