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"La vida de Jesucristo":


Lecciones 3 y 4

Lección 3
ALEGRANDO LA VIDA
(Lectura: Evangelio de San Juan capítulo 2)

1. Cristo, Señor de la naturaleza (vv.1 al 12). En esta porción se nos describe la


primera de las señales de Jesús, que puso claramente de relieve la divinidad de
Cristo, confirmando más fuertemente la fe de los discípulos. Juan nos relata en su Evangelio
siete de estas señales, que son: el agua transformada en vino, la curación del hijo de un
noble, la sanidad del paralítico de Betesda, la multiplicación de los panes y los peces, Jesús
andando sobre el mar, la curación del ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro.
Ahora bien, los milagros de Cristo no fueron hechos sin razón ni sin lógica, sino que todos
tenían propósitos bien definidos, tales como:
a) manifestar su gloria y revelar quién era,
b) acreditar su misión e inspirar fe a los hombres,
c) ilustrar su obra espiritual (en este sentido eran «señales»: v. 11), y
d) ayudar a otros en sus pruebas y dificultades. En este último aspecto es interesante
observar que el Señor nunca utilizó su poder en beneficio propio.
Aquí vemos la gloria de Cristo como Creador manifestándose en dos circunstancias: su
poder sobre la creación natural al transformar el agua en vino, y en relación con la institución
del matrimonio, que Él confirmó y dignificó con su presencia. Notemos que la finalidad del
autor, al registrar este episodio, no es otro que ensalzar a Cristo, pues no menciona siquiera
a los novios, y la intervención de María no tiene más trascendencia que la que tuvo la mujer
cananea y Jairo, quienes intercedieron también por sus respectivas hijas (si el estudiante
posee un Nuevo Testamento puede leer en Mateo 15:21-28 y Lucas 8:40-56).
Sin duda, María había aprendido a depender de su hijo (pues como no se dice nada de
José, es de suponer que ya había muerto), y por esto al darse cuenta de la falta de vino
acude a Él con toda naturalidad, sabiendo que Jesús tenía recursos para resolver cualquier
contingencia. Este incidente nos enseña que la vida del Señor era tan perfectamente
ordenada que cada acción suya tenía su hora y aun su minuto. Por eso, María se somete al
momento de Jesús e incluso aconseja a los siervos que también le obedezcan en todo.

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LA VIDA DE JESUCRISTO Lección 3

2. Cristo, Señor de las circunstancias (vv. 9 y 10). Es importante notar que la


presencia de Jesús, en las bodas a las cuales había sido invitado, cambió por
completo la fiesta, porque aun las circunstancias están bajo su control. Esto nos enseña que
Dios tiene interés también en nuestros placeres y quiere santificarlos con su presencia en
nuestra vida. Además, cambiando el agua en vino el Señor nos dio la clave sobre su
propósito: en lugar de las «aguas estancadas» de este mundo había de darnos alegría de
fuentes celestiales, «una fuente de agua que salta para vida eterna» (4:14).
En efecto, la transformación del agua en vino es una figura del cambio que Cristo puede
efectuar en las vidas de aquellos que se entregan a Él. El Señor nos hace nuevas criaturas y
nos da nuevo poder y gozo, y aun lo más insípido de nuestra vida adquiere un nuevo sabor
cuando Cristo está presente.

3. Cristo, Señor del Templo (vv. 13 al 25). Entenderemos mejor esta vergonzosa
profanación del Templo de Dios si recordamos que los adoradores necesitaban
animales para sus sacrificios y les era imprescindible poder comprarlos cerca; y que el
cambio de distintas clases de moneda era también preciso, toda vez que las autoridades de
los judíos, los sacerdotes, no aceptaban las ofrendas en dinero romano o extranjero. Jesús
amaba a su Padre y, por ende, honraba al Templo con celo santo. De ahí que Aquel que era
«mayor que el templo», por ser Dios (Mateo 12:6), se indignara al ver los precios abusivos
que, por lucro personal, se cobraban a expensas de los adoradores verdaderamente
piadosos. Así que fue su pasión por la justicia lo que le hizo confeccionar un sencillo látigo
de cuerdas para expulsar fuera del atrio a los bueyes y ovejas en ruidoso tropel, y trastornar
las mesas de los cambiadores de moneda.
En los versículos 19 al 22 hay una referencia a otro templo: el del cuerpo de Jesús. Los
judíos destruirían su cuerpo, pero Él lo resucitaría al tercer día. La resurrección física del
Señor es la gran «señal» del cristianismo. Y en los versículos 23 al 25 tenemos otra clara
evidencia de la deidad de Cristo, pues solamente Dios puede ser omnisciente: «...porque
sólo tú (Dios) conoces el corazón de todos los hijos de los hombres» (1 Reyes 8:39). A lo
largo de nuestro estudio notaremos que Cristo siempre se aplicaba atributos divinos, y quien
tiene atributos de deidad es Dios.

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LA VIDA DE JESUCRISTO Lección 4

Lección 4

ENTRANDO A LA VIDA

(Lectura: Evangelio de San Juan capítulo 3)

1. Necesidad del nuevo nacimiento (vv. 1 al 8). El Señor Jesús nos ofrece aquí
enseñanzas maravillosas sobre dos nacimientos y dos reinos. Sabemos que, por el
nacimiento natural, los seres humanos entramos en el reino de lo físico o material; pero para
entrar en el Reino espiritual de Dios nos es necesario nacer otra vez. Esta declaración de
Cristo es, en realidad, una ampliación de la verdad proclamada en 1:12-13: todos los que
creen en Jesucristo y le reciben como Salvador son engendrados de Dios. El propósito de la
venida del Hijo de Dios era precisamente el de dar ese nuevo nacimiento a los hombres e
inaugurar así una nueva creación espiritual. He aquí las principales características del nuevo
nacimiento:
a) Es indispensable: para entrar en el Reino de Dios se exige algo más que un mero
convencimiento intelectual: hay que volver a nacer; y sin esta experiencia el hombre no
puede ver (o sea, entender) las cosas del Reino de Dios.
b) Es «de lo alto»: la palabra traducida «de nuevo» significa también en el original
«desde arriba», lo que indica el origen divino de la regeneración; este hecho no viene de
ninguna base humana, sino a través de la obra de Cristo consumada en el Calvario.
c) Es del Espíritu Santo: como en la primera creación, cuando «el Espíritu de Dios se
movía sobre la faz de las aguas», e igual que cuando Dios alentó en el primer hombre el
soplo de vida, haciéndole un ser viviente.
d) Es inescrutable: como el viento que «sopla de donde quiere», manifestándose así la
soberanía de Dios en esta nueva creación.
El nuevo nacimiento no es, pues, una reforma moral, sino una poderosa regeneración
sobrenatural obrada por el Espíritu Santo.

2. Necesidad de la mirada de fe (vv. 9 al 21). Si el estudiante no ha tenido todavía


esta bendita experiencia, lea detenidamente los versículos 14, 15, 16 y 18, pues allí
se le dice la única condición que Dios exige para recibir tal bendición: una mirada de fe
personal a Aquel que murió en el lugar del pecador, del mismo modo que los israelitas
mordidos por las serpientes en el desierto se curaron milagrosamente con sólo alzar sus
ojos hacia la serpiente de metal (tipo de la crucifixión de Cristo) que Dios ordenó construir a
Moisés. Notemos, una vez más, que la vida eterna que recibimos es un regalo del gran amor
de Dios.
Dios amó, Dios dio, Dios envió y Dios salvó. Todo es de gracia. Alguien ha comparado el
amor de Dios a un gran lago situado entre montañas: el don de Dios en Cristo es como un
río que conduce el agua del lago a la tierra sedienta, y la fe es el vaso que el hombre
sumerge para satisfacer su sed. Así, pues, desde el principio la salvación viene sólo de
Dios. Ahora bien, la nueva naturaleza que recibimos en virtud de la acción del Espíritu en
nosotros —y que es el resultado de este amor de Dios manifestado en Cristo— divide a la
humanidad en dos grupos que a su vez quedan clasificados en dos clases de destino: los
que no creen, acarreándose muerte y perdición eterna, y los que creen, recibiendo salvación
y vida eterna.

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LA VIDA DE JESUCRISTO Lección 4

3. Necesidad de un testimonio fiel (vv. 22 al 36). Esta porción nos presenta el


ministerio de Jesús y el de Juan el Bautista, respectivamente: ambos predicando y
ganando discípulos.
Pero la fama y la popularidad de Cristo estaban creciendo de tal forma que empezaban a
eclipsar las de Juan, porque ya dijimos que su obra consistía en preparar el camino para el
Mesías y, como este había venido, a él le tocaba ahora retirarse de escena, sin
resentimiento ni vestigios de envidia, como un embajador que se pone a un lado cuando
aparece el rey, destacándose así en el Bautista su humildad y fiel testimonio a Jesús.
Testificar de quién es Cristo y de su misión salvífica, sigue siendo hoy una necesidad
para poder ofrecer a las almas el genuino mensaje del Evangelio.

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