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Uno de los temas centrales de la antropología, desde sus inicios como disciplina con aspiraciones
científicas, es la cultura, entendida de muy diversas maneras: como una red de significados, un
catálogo de costumbres, o como el ejercicio de alguna identidad. Se le ha definido como la
contraparte de la naturaleza, todo aquello que es producto del raciocinio y la creatividad del ser
humano en oposición –o complementando– a lo natural; incluso en una de las primeras
definiciones, como un “todo complejo” que incluye las tradiciones, las costumbres, las artes, las
formas de organización, entre muchos otros elementos. Tomar una definición concreta resulta,
aun en nuestros días, una tarea ardua y complicada.
La política, por su parte, también tiene sus dificultades de aprehensión, aunque podríamos
aventurarnos y restringir nuestra búsqueda a una definición clara y sencilla, únicamente para
efectos de este ensayo: “el proceso orientado ideológicamente hacia la toma de decisiones para la
consecución de los objetivos de un grupo” 1. Recurriendo a una simplificación excesiva del término
por motivos de espacio, podemos referirnos a la cultura política como las representaciones e ideas
que las personas sostienen acerca de los procesos y fenómenos en torno al ejercicio y la
organización del poder. La cultura política se convierte así en formas para la acción y la
1 http://es.wikipedia.org/wiki/Política
participación de la población respecto a los asuntos que atañen los intereses colectivos.
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2. La sagrada democracia
Desde que la revolución agraria finalizó en nuestro país, entre 1920 y 1940, el Partido
Revolucionario Institucional se instaló en el poder y puso en práctica, explícitamente, un modelo
particular de democracia, que sorprendió a los más capaces teóricos y a los más agudos analistas.
Con un partido de Estado, la clase gobernante se aseguraba su auto-reproducción y supervivencia,
a costa, muchas veces, del bienestar de la población. Sucedieron calamidades, como la matanza de
estudiantes en 1968, que permanecen todavía en la memoria histórica de la sociedad mexicana;
pero también importantes logros, como el milagro mexicano desde 1940, un dulce y fugaz sueño al
que muchos desean regresar, ya sea implementando reformas, reemplazando gobernantes, o
migrando hacia el norte.
Hoy en día los políticos se han dado cuenta de algunos de sus errores, y podemos ver cierta
alternancia en los puestos de gobierno (ya no es el PRI el hegemónico), indignación ante las
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fechorías de los servidores públicos, intensos debates (montados o auténticos) acerca del futuro de
la nación, denuncias, exigencias y demandas mejor articuladas de la sociedad civil, y muchos otros
fenómenos que antes eran inimaginables. Los políticos, y algunos analistas e intelectuales, han
agregado al sustantivo “democracia” el adjetivo “verdadera” para designar las aspiraciones
inmediatas del pueblo, producto de un pacto entre la sociedad y sus dirigentes, que permita el
desarrollo del país hacia el primer mundo, la generación de empleos, el mejoramiento de los
servicios, la inserción de nuestra economía en el mercado global en una buena posición, el avance
de la ciencia y de la educación, entre otros tantos sueños guajiros alimentados de esperanzas
endebles. Eso nos espera, nos dicen, cuando logremos alcanzar la “verdadera democracia”, cuando
tanto unos como otros se comprometan a participar, a renovar la credencial de elector, a contestar
los sondeos y las encuestas sobre la nueva línea del metrobús, a apretarse los cinturones y soportar
como buenos machos mexicanos los embates furibundos de la recesión mundial, orgullosos de
nuestras raíces, con doscientos años de historia celebrados vía televisión y las 650 actividades
programadas por los gobiernos federal y local.
Es un fenómeno extraño, pues si antes no funcionó, quién nos asegura que ahora sí. Los
políticos, lo podemos confirmar en todos los periódicos y noticiarios, no han cambiado las
prácticas y los vicios. La distribución de la riqueza continúa generando desigualdad, la libertad se
limita a una pantalla, a una sensación de, la sociedad no es mejor, ni más abierta, ni más plural, ni
4 AFP: “La sangre es la vida y la entregamos por la democracia”, 16 de marzo de 2010.
http://www.google.com/hostednews/afp/article/ALeqM5gaV9mTkU-6Krntk5KpwfEgEoEIbA
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más respetuosa, ni más participativa que antes. Desde que se instauró en el mundo moderno, la
democracia ha beneficiado sólo a los que detentan el poder y a sus aliados, a los portavoces de las
maravillas del liberalismo. En nombre de la democracia se realizan saqueos, engaños y
explotación. Y sin embargo, se sigue percibiendo como la única salida, tras el fracaso del
socialismo, la única organización aceptable, bien vista, naturalmente vinculada con la libertad y
los derechos, ideas rechazadas, según se dice, por los comunistas, que son partidarios de la
represión y la violencia, y por los socialistas, practicantes de las peores injusticias y calumnias. De
la monarquía mejor ni hablamos. No hay mejor salida, dicen, que pulir la democracia, ensayarla
una y otra vez hasta dar con la fórmula mágica que permitirá el desarrollo automático y
exponencial de la sociedad, sino vean a los Estados Unidos, a Suiza, a Dinamarca, los países más
democráticos, y los más desarrollados.
Nuestras estructuras del pensamiento, ligadas a las ideas sobre la modernidad, y en las
últimas décadas influenciadas por la posmodernidad, no permiten imaginarnos la vida sin la
democracia. Hemos llegado a creer que democracia y libertad, o democracia y derechos civiles, o
democracia y cualquier otro elemento que suele asociarse a ella son indisolubles, y nadie quiere
vivir sin libertad o sin derechos civiles... aunque ya todos estemos hartos de la democracia, y
5 La crónica de hoy: “El gobierno de Chávez 'atenta' contra la democracia y los derechos humanos: CIDH”. 25 de febrero
de 2010. http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=490290
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justifiquemos sus errores. Las utopías nunca se concretarán, y nos hemos esforzado tanto, como
sociedad, en construir a la democracia como utopía, que nos olvidamos de la realidad, de las
necesidades de la vida colectiva. Ciertamente, la enajenación mediática, promovida (¡vaya
sorpresa!) por los defensores de la democracia, ha ayudado a que los ciudadanos se conformen, a
que no participen, a que no cuestionen y no critiquen, bajo la promesa de que algún día
alcanzaremos la “verdadera democracia”, y entonces, ya verán, todo será mejor que hoy.
No pasará, pero supongamos que la sociedad comienza a intuir que tal vez, no son los políticos,
sino la democracia en sí la que no funciona, al menos como la hemos venido practicando hasta
ahora. ¿Qué hacer? ¿Hacia dónde ir? ¿Cómo organizarse? Cuestiones difíciles de responder, a tal
grado de que es mejor no preguntárselas. Aun si aventurasemos respuestas, vivir sin democracia
implicaría una revolución total en la forma de vida social. La sociedad se ha ido construyendo
como un frágil castillo de naipes, donde todo se encuentra en un delicado equilibrio y la forma de
gobierno tiene que ver no sólo con la toma de decisiones o el poder, sino con las prácticas
económicas, las formas culturales, hasta con el estilo de vida cotidiano que estamos tan
acostumbrados a llevar. Además, la tarea intelectual de crear un nuevo modelo organizacional,
aunque fuese sobre el ya existente, es una labor difícil, sino imposible, dadas las estructuras del
pensamiento ya creadas: es equiparable a entender los principios de la física cuántica 6 en la vida
cotidiana, y aplicarlos en la realidad.
6 http://es.wikipedia.org/wiki/Mecánica_cuántica
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riqueza o de bienes es causa de frustración, desencanto y desinterés en el ejercicio de la política.
Dado este panorama, ni la clase gobernante ni el resto de la población estamos en condiciones
factibles para pensar en modelos más allá de la democracia en cuanto a la administración del
poder se refiere. Al convertirse en algo que no se puede, y no se quiere, cuestionar, la democracia
goza de una inmunidad desmedida tras su máscara utópica, protegida por los escudos que la
vinculan con otras ideas de la cultura (política y de todas índoles), colocadas en posiciones
privilegiadas dentro de los imaginarios de la sociedad.