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La
reconcentración de Weyler
Jean Laille
Un libro negro del capitalismo en América Latina, si pretende ser exhaustivo, debería
ser un trabajo documentalista que reuniera las obras históricas sobre la penetración a
sangre y fuego del indudablemente victorioso capitalismo, desde Río Grande hasta la
Tierra del Fuego. Otro método consistiría en apuntar el proyector sobre algún episodio
concreto, más conocido por los historiadores que por el público en general, pero
significativo de los irreparables estragos imputables a los feroces apetitos imperialistas
británicos, franceses, y posteriormente yanquis, que impusieran la ley del capital
colonial sometiendo a los pueblos que apenas acababan de sacudirse el yugo del
inmenso imperio feudal hispano-portugués. Pensamos entonces en las innumerables
víctimas en torno a las islas Malvinas desde que Inglaterra encontró intereses balleneros
en detrimento de la República Argentina; en torno del opulento Paraguay con la Triple
Alianza argentina, Brasil y Uruguay, que en 1870, tras cinco años sangrientos,
exterminó a toda la población masculina de esta encrucijada de grandes ríos navegables.
Pensamos en los sinsabores del Perú, de Bolivia y del Chile recién independizados,
porque el guano, destronado por el nitrato chileno, provocó durante cinco años, entre
1879 y 1884, la llamada guerra del Pacífico, que en nombre de intereses capitalistas, y
bajo el arbitrio de los Estados Unidos, despedazó a los tres países, privando a Bolivia de
su acceso al mar. Morir por fertilizantes tan bien pagados no impidió a bolivianos y
paraguayos matarse entre sí en los combates fraticidas de la Guerra del Chaco (se
estiman unas 60.000 víctimas), para único beneficio de dos "grandes" del petróleo
(materia que luego no sería explotada). ¿Cómo escoger entre el cono sur y los confines
del istmo central, donde las compañías fruteras penetraron por la vía férrea de la
moderna filibustería ferroviaria, que desde Colombia hasta Guatemala servía los
intereses de la United Fruit?
¿Cómo hablar del Papa verde mejor que Miguel Ángel Asturias, o de las huelgas
bananeras mejor que Gabriel García Márquez? ¿Cómo tratar de la explotación de la
tierra brasileña tan intensamente como Jorge Amado en sus novelas? ¿O apreciar mejor
la consigna Tierra y Libertad que con los frescos mejicanos de Siqueiros?
Una vez escrito, este libro negro tendrá los detractores de la eterna coalición entre
liberales y conservadores, que tomarán la defensa de las virtudes civilizadoras, como ya
lo han hecho antes que ellos los españoles, que rechazan bajo el nombre de Leyenda
negra, la más mínima crítica a su imperio, evangelizado con el fuego y con la espada.
Este debate resurgió en 1992, cuando la celebración del V Centenario del
Descubrimiento de América suscitó en el momento de la Exposición Universal de
Sevilla las conocidas polémicas: la tesis del encuentro entre dos mundos, la del choque
y la de la destrucción pura y simple. El escándalo llegó en 1552, a causa de esta palabra
destrucción, bajo la pluma de ese obispo de Chiapas (¡ya entonces!) llamado fray
Bartolomé de las Casas, quien creó la noción tan controvertida de leyenda negra. Su
tratado, titulado Brevísima relación de la destrucción de las Indias, tuvo una difusión
inmediata, tanto en España como en América, y fue una fuente de infinitas querellas con
la autoridad colonial. Como después de finalizados sus estudios en Salamanca
desembarcó en primer lugar en Cuba, su obra ulterior constató necesariamente la
funesta suerte de los pacíficos indios de la isla, y enlaza siglos después con el discurso
de bienvenida del presidente Fidel Castro al papa Juan Pablo II, el 21 de enero de 1998:
"Usted no encontrará aquí a los pacíficos y dulces nativos que poblaban esta isla cuando
llegaron los primeros europeos. Los hombres fueron casi completamente exterminados
por la explotación y la esclavitud que no pudieron soportar; las mujeres convertidas en
objetos de placer o en esclavas domésticas. Hubo también quienes murieron bajo el filo
de espadas homicidas, o víctimas de enfermedades des-conocidas importadas por los
conquistadores. Algunos curas han dejado desgarrantes testimonios de protesta contra
tales crímenes. En condiciones extremadamente difíciles, Cuba terminó por constituir
una nación. Ella ha luchado sola con un insuperable heroísmo a favor de su
independencia. Y por ello sufrió hace cien años un verdadero holocausto en los campos
de concentración donde pereció una parte considerable de su población, principalmente
mujeres, ancianos y niños; crimen de los colonialistas que no por olvidado en la
conciencia de la humanidad es menos monstruoso".
Encontramos entonces en Cuba los dos extremos de un libro negro que se abre en 1492
y que no se ha cerrado todavía, pues este pueblo rechaza desde hace cuarenta años
"someterse a los chantajes y al imperio de la mayor potencia económica, política y
militar de la historia". ¿Por qué no hojear entonces una de las páginas negras del
capitalismo en América Latina, escrita por el propio capitalismo hace exactamente cien
años, cuando levantaba el vuelo azucarero en Cuba, último jirón de ese imperio que la
Corona española explotó durante quinientos años? Mientras el poderoso vecino del
norte se dispone a recoger este fruto maduro, la humillada España se agarra al mismo
vergonzosamente, y se da entre 1896 y 1898, bajo las órdenes del capitán general don
Valeriano Weyler la reconcentración, deportación de un pueblo en su propia tierra.
Fue así como el capitalismo azucarero tuvo necesidad del ferrocarril para desarrollarse.
Ya no era posible, al ser las zafras cada vez más abundantes, transportar hacia los
puertos las pesadas cargas por caminos rocosos y polvorientos en tiempo seco, e
impracticables en la estación húmeda, al atascarse bestias y carretas. Los propietarios de
los molinos de azúcar (ingenios) perdían dinero en conservar carreteras y caminos.
Entretanto, la alimentación de un negro a razón de dos comidas diarias costaba un real y
medio, mientras que hacían falta tres reales para alimentar a un buey. Fue así como
hubo que dirigir la mirada hacia el ferrocarril, para el que los primeros capitales fueron
reunidos desde 1830, pero que no prosperó hasta 1837, cuando, once años antes que en
la metrópoli española, fueron inauguradas el 19 de noviembre, día del aniversario de la
reina Isabel II, las seis leguas y media existentes entre La Habana y Bejucal. Esta línea
lanzaba al paro a 1.200 carreteros y a otros tantos esclavos negros a su servicio, sin
contar a unos 300 o 400 arrieros. Para ello se crearon sociedades anónimas, donde no
faltaron accionistas cubanos, con riesgo de ser puestas en manos de toda clase de
estafadores para quienes era un juego ventajoso fijar sus ambiciones en un terreno en el
que los propios europeos daban sus primeros pasos. Era necesario en primer lugar tener
relaciones en Londres, pues una locomotora sólo podía ser inglesa; y para ello tener
intermediarios norteamericanos que, poseyendo ya plantaciones en Cuba, ofrecieran sus
relaciones y sus capitales. Los capitalistas de la isla desconfiaban del Gobierno colonial,
arbitrario y corrupto. Por su parte, los banqueros de Londres no tenían ninguna
confianza en las finanzas de Madrid. Fue necesario por ello que el banquero inglés
Roberston prestara dos millones de pesos, garantizados por las entradas fiscales de los
puertos cubanos, empezando por el de La Habana. Es así como el primer ferrocarril
hispanoamericano fue cubano. Un hombre de paja, don Claudio Martínez de Pinillos,
bien introducido en la corte de Madrid, administrador del fisco colonial, garantizaba en
La Habana el préstamo inglés. Habiendo cada cual deducido su comisión, las
locomotoras y los raíles llegaron finalmente de Londres y los trabajos ferroviarios
pudieron comenzar, no sin que el cónsul de España en Nueva York hubiera contratado
ingenieros americanos provistos de miríficos contratos.
El último episodio
Desde el fracaso de la Guerra Chica en 1878, cuando los Estados Unidos cerraron (ya)
su mercado al azúcar cubano, los cubanos comprendieron que la Independencia no era
una simple cuestión de sentimientos. Necesitaban de ella para negociar tratados de
reciprocidad o para figurar de pleno derecho en el sistema norteamericano.
"Cientos de miles de personas fueron agrupadas de este modo. En cosa de unos pocos
días, las localidades que tenían guarniciones se convirtieron en inmensas prisiones para
ancianos, mujeres y niños sin ningún medio de subsistencia. Después de haber sido
concentrados, las tropas españolas tuvieron carta blanca para arrasar con todo, quemar
las viviendas, destruir los campos y sacrificar los animales que no pudieron sustraerse
para las necesidades de avituallamiento del ejército de liberación", explicaba el coronel
Raúl Izquierdo Canoso, en su libro La reconcentración, aparecido recientemente.
Un verdadero genocidio
Esta medida fue aplicada durante los dos años que duró la misión de Weyler en Cuba,
1896 y 1897. Se encuentran rastros de ella incluso en los archivos del ferrocarril
cubano: "Es cierto que la tercera clase es la que transporta un mayor número de
pasajeros de la compañía. Y como la mayoría de ellos son jornaleros que han sido
'reconcentrados' en los pueblos y ciudades sin ni siquiera lo indispensable para
alimentarse, mucho más desprovistos están aún de medios para desplazarse. Como las
autoridades de la ciudad [de Matanzas] han expresado su deseo de que retornen a sus
antiguos poblados, de donde habían venido por miles, la compañía les ha concedido
billetes gratuitos durante los meses de abril y mayo de 1897, ya sea para que puedan
volver a las zonas de cultivos, ya para obligarles a abandonar esta ciudad donde sólo
pueden vivir de la mendicidad. Fueron transportadas de esta manera 2.325 personas,
pero fue necesario repetir la operación en diciembre para que todos los campesinos
'reconcentrados' que vivían aquí fueran a buscar trabajo en los centrales azucareros para
preparar los trabajos de la zafra. Se transportaron así 2.781 personas más". Este
documento fija bien la duración de este reagrupamiento inhumano iniciado a mitad de
1896, impuesto militarmente en octubre, pero que fue insostenible desde finales de
1897, pues a pesar de todo era imprescindible hacer remontar la producción azucarera,
que estaba en caída libre. Sin contar con que el Estado no retribuyó convenientemente el
transporte de las unidades militares de refuerzo que desembarcaron masivamente
durante todo el año 1897. El ferrocarril de Matanzas facturó en 1 mes un total de
117.398 pesos en transportes militares, sólo cobró 77.816, considerándose la diferencia
como servicios gratuitos en beneficio del Estado. Sin embargo, esta compañía llegó a
distribuir entre sus accionistas un dividendo del 2%, a pesar de haber acogido, alojado y
transportado en Regla, entrada del puerto de La Habana, y sólo en el año 1896, a 4.322
soldados llegados de España.
¿Cuál era entonces el precio pagado por el pueblo cubano? Es difícil y al mismo tiempo
fácil establecer las cifras, puesto que su fuente es de origen yanqui, pero éstas fueron
cínicamente abultadas para justificar su intervención militar de 1898 que, entre otras
buenas razones, pretendían responder a una preocupación humanitaria contra el horrible
colonizador español. Nosotros tenemos las cifras del censo de 1887: 1.631.676 (de ellos
1.102.887 blancos, comprendiendo el resto a negros, mestizos y asiáticos). Y el censo
de 1899, realizado por el Gobierno intervencionista de los EEUU, suma 1.570.000. La
disminución constatada no es significativa porque Cuba ya les pertenece y se han
instalado en ella en cantidades muy importantes. El registro de defunciones de 1898
suma 109.272, imputables en gran medida al hambre y a las enfermedades consecutivas
al bloqueo naval establecido desde la declaración de guerra de Estados Unidos a
España, que hicieron todavía más crítica la supervivencia de las víctimas de la
reconcentración. Un informe de la Cruz Roja estadounidense, fechado en La Habana,
describía en octubre de 1898 a decenas de miles de personas que deambulaban por las
calles, incluyendo a gentes acomodadas que no habían tenido nada que ver con la
reconcentración y conservaban gracias a las basuras una, miserable subsistencia. Clara
Barton, presidente de la Cruz Roja americana, había enviado alimentos, medicamentos y
ropas recolectados antes incluso de desencadenarse la guerra contra España. Sin
embargo, ele bloqueo de las costas cubanas impidió (¡ya entonces!) la llegada de estas
ayudas que fueron parcialmente utilizadas en beneficio de las tropas yanquis, lo que
motivó una denuncia de Clara Barton al presidente de los Estados Unidos, William
McKinley. Cien años después de los hechos, Raúl Izquierdo Canosa se queda on
300.000 víctimas como cifra aproximada, sabiendo que no puede ser rigurosamente
exacta, pero otros historiadores avanzan 400 ó 500.000 sin poder demostrarlo. Para una
población de sólo un poco más de un millón y medio de habitantes, la cifra de 300.000,
incluso corregida a la baja, es ya espeluznante.
Pues no nos faltan testimonios, a un siglo de distancia, sobre la amplitud del exterminio.
Tenemos a Lola María, seudónimo literario de Dolores María de Ximeno y Cruz, rica
heredera de una familia criolla de la ciudad de Matanzas, que escribió sus memorias.
Narró el mundo de opulencia en el que vivía, sin despertar los testimonios de los
episodios más dramáticos de la reconcentración vividos en directo. "La isla entera se
había convertido en una inmensa ratonera, se nos perseguía por todas partes. Más bien
una ciudad de dementes que un inmenso asilo de enajenados. Niños ,en proporciones
alarmantes, hombres y mujeres en la plenitud de su vida, ancianos decrépitos con
apenas veinticinco años. Un día nuestra casa se llenó con una numerosa familia de
'reconcentrados' —no querían pan sino un techo— y ella, mi madre, conocía una casita
aislada en los parajes de la vía del ferrocarril, fuera de la ciudad la emigración era
espantosa, únicamente quedaban los que no tenían posibilidades de huir. En nuestra
casa, el hogar más opulento y la despensa mejor guarnecida de Matanzas, tuvimos que
recurrir a sopa de esas verdolagas que crecen hasta en las aceras, que mi madre
preparaba excelentemente orno si fueran raviolis. Diariamente los periódicos publicaban
los éxitos militares de los españoles que, en cada encuentro con los rebeldes, los
pulverizaban inequívocamente. En conclusión, ninguna novedad por nuestra parte. Viví
jornadas que parecían siglos. Adelgacé enormemente”.
Cualquiera que sea la cifra exacta de estos verdaderos rehenes del Ejército español, hay
que añadirle un número insospechado de extranjeros que revelaron recientes
investigaciones en los archivos nacionales de Cuba. Siempre en Matanzas, las actas de
defunciones muestran un porcentaje elevado de víctimas de origen español peninsular o
de las islas Canarias. Se encontraron, sin sorpresa, más de 3.000 chinos, puesto que su
inmigración para la agricultura es consignada desde la segunda mitad de siglo. No hay o
son muy pocos franceses, quizás por gratitud de las autoridades españolas, satisfechas
por las verdaderas fortalezas en que convirtieron sus plantaciones de café en la región
de Santiago de Cuba, prueba de su hostilidad hacia los insurgentes. Más extraña es la
cifra de 1.758 norteamericanos señalada en diciembre de 1897 entre las actas de
defunción que también identificaban a alemanes, mejicanos, y de varias nacionalidades
europeas o americanas más, además de otras con la mención "africanos", sin más
precisión.
Sólo faltaba preparar a la opinión pública con el generoso pretexto del derecho de los
cubanos a la libertad. Para eso era necesario desmontar la contradicción entre la
condena de la falta de humanidad de la reconcentración y las circunstancias agravantes
del bloqueo naval de la isla, primera medida militar de la intervención armada fechada
oficialmente el 1 de enero de 1899. En los famosos memorandos del secretario de
1stado de la guerra no se andaba con rodeos: "Cuba, can un territorio más grande, tiene
también una población mayor que Puerto Rico, entre blancos, negros, asiáticos y sus
mezclas. Sus habitantes son general-mente indolentes y apáticos. Es evidente que su
anexión inmediata a nuestra federación sería una locura y, antes de proceder a ella,
debemos limpiar el país, incluso si para ello es necesario recurrir a los mismos métodos
que la Divina Providencia aplicó a las ciudades de Sodoma y Gomorra".
En su obra Caminos para el azúcar, Oscar Zanetti y Alejandro García añaden a esto que
precede: "La pérfida táctica del mando militar norteamericano de la isla fue negar la
beligerancia a las fuerzas cubanas, apoyándose separadamente en sus diferentes jefes
locales y, una vez conseguida la derrota española, prohibir la entrada de los
combatientes cubanos en las principales ciudades con el objetivo de evitar que el
Ejército español capitulara ante los patriotas que fueron excluidos de la firma del
protocolo que ratificaba la rendición española. De este modo la soberanía de las islas
pasó de las manos del colonialismo español a las del imperialismo norteamericano. El
Tratado de París, inspirado formalmente en 'principios humanitarios y altos deberes
sociales y mora-les', en realidad disimulaba la ocupación militar norteamericana de
Cuba por tiempo indefinido y la adquisición de las colonias españolas del Caribe y del
Pacífico en calidad de botín de guerra". [136]
José Martí, muerto en combate antes de haber conocido ni las tribulaciones de su pueblo
con motivo de la reconcentración, ni la humillación de la victoria confiscada y de la
independencia traicionada, escribía lo siguiente desde Nueva York, el 29 de octubre de
1889: Para que la isla sea norteamericana no tenemos que hacer ningún esfuerzo,
porque si no aprovechamos el poco tiempo que nos queda para impedir que eso sea así,
ocurrirá por su propia descomposición. Es esto lo que espera este país, y a lo que
nosotros debemos oponernos pues una vez los Estados Unidos en Cuba, Quién los va a
sacar?" Si la actual voluntad del pueblo cubano tiende desde hará bien pronto 40 años a
responder a este desafío revolucionario de José Martí, nada tiene de extraño que el
actual jefe de Estado cubano tuviese a bien asistir a la presentación del libro 'obre la
reconcentración sobre el que hemos citado aquí algunos extractos. En ella tuvo ocasión
de recordar que los Estados Unidos recurrieron en Vietnam al mismo método en lo que
ellos llamaban poblados estratégicos, copia de lo que no dudó en comparar a estos
"campos (le concentración de Cuba". De ahí considerar que dos de los mayores
genocidios de nuestra era tienen un precedente cubano. Al menos constituyó una
escuela para el nazismo y para el imperialismo.
Por su parte, el coronel Raúl Izquierdo Canosa, autor del citado libro, declaraba a
Granma el primero de enero de 1998: "Mantener un número tan elevado de personas en
lugares fortificados o en zonas bajo control militar implicaba un aumento de las
medidas de seguridad, en medios y en hombres, aunque quede claro que las autoridades
coloniales tampoco se hayan preocupado por cualquier otra medida de acogida de los
'reconcentrados'. A mi modo de ver, el error inicial de Weyler, al aplicar una medida tan
amplia y tan compleja, fue el no haber creado anteriormente las condiciones
indispensables para su realización. Cuando tomaron conciencia del problema que habían
creado, los españoles adoptaron algunas medidas como la creación de zonas de cultivo
en los terrenos exteriores de las áreas fortificadas el primero de enero de 1897. Era ya
demasiado tarde para Weyler, que no pudo impedir la concatenación de derrotas que se
sucedieron ese año.
Weyler conoció a su regreso a España la triste gloria de ser comparado con el duque de
Alba, al que Felipe II había encargado extirpar el protestantismo de los Países Bajos, sin
éxito a pesar de la ejecución de 8.000 personas. Murió en su lecho en 1930, con 92
años, no sin haber conocido un último avatar: fue condenado por participación en un
complot contra el dictador Primo de Rivera, desmintiendo de este modo una celosa
biografía que también le había acordado "la elegancia de no haberse nunca levantado en
armas contra el Gobierno". Se estaba entonces en plena guerra del Rif, y España había
desembarcado en Marruecos tantos soldados como en Cuba 30 años antes. Weyler era
demasiado viejo para ofrecer sus servicios.
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