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T.

DELGADO
P. DOMÍNGUEZ

OPERACIÓN GENESIS

LA SUPERVIVENCIA DE LA RAZA HUMANA ESTÁ EN PELIGRO

"...Y los ejércitos de las tinieblas marcharán sobre la faz de la tierra sembrando a
su paso el caos y la destrucción..."

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"...Ay de aquellos que caigan bajo la sombra del águila bicéfala, pues sus almas
serán condenadas y aniquiladas sin remedio por toda la eternidad."

(Profecías apócrifas halladas en Egipto por el profesor y arqueólogo Matthias


Hassel.. Año 2.015)

PROLOGO
El soldado caminaba deprisa pero sin hacer ruido. Temía ser descubierto en
cualquier momento y eso le hacia ser mas precavido de lo habitual. Amparado en
la oscuridad de la noche se dirigió hacia las afueras de la ciudad, apenas veía el
camino, pero parecía conocerlo a la perfección. Se detuvo en seco y giró la

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cabeza, mas por precaución que por haber temido una amenaza real. Apretó con
fuerza el paquete que llevaba bajo el brazo y reanudó la marcha.

Al cabo de unos minutos volvió a detenerse, pero esta vez daba la impresión de
estar buscando algo concreto. Dirigió sus pasos hacia una gran roca situada a
pocos metros de su posición y se detuvo frente a ella. Dejó el paquete en el suelo,
cerca de el, cogió su pala de campaña y comenzó a excavar un agujero.

Mientras cavaba iba mirando a todos lados, asegurándose de que nadie le había
seguido. Se tranquilizó al ver que estaba completamente solo y terminó su trabajo
enterrando el paquete. Después lo cubrió con la misma tierra que había sacado
del agujero y se persignó un par de veces antes de incorporarse. Regresó hacia la
ciudad intentando volver sobre sus propios pasos; pero solo había recorrido un
pequeño trecho cuando una voz le detuvo en seco.

-¿De donde vienes, Bauer?

En ese mismo instante supo que estaba perdido. No podía contarle a nadie lo que
acababa de hacer, como tampoco podía dar a conocer los motivos que le habían
impulsado a hacerlo. Aquel salto era completamente ilegal y no disponía de
ninguna razón valida para justificarlo.

De modo que hizo lo único que podía hacer; escapar.

Comenzó a correr camino abajo confiando en que la oscuridad le ocultase de su


perseguidor el tiempo necesario, pero sus propios pensamientos le impidieron oír
como el desconocido amartillaba una pistola.

Después se oyó un disparo, y un cegador fogonazo rompió la intensa oscuridad de


la noche. Mas pese a dicha oscuridad el desconocido supo que había acertado en
el blanco. El soldado Bauer yacía en el suelo con un agujero de bala en la espalda.

PRIMERA PARTE
CAPITULO PRIMERO

EL LEGADO DE ALBERT BAUER

EGIPTO
Año 1935

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Valle de los reyes

La pequeña patrulla atravesaba el valle en dirección a la tumba de Ramsés III.


Estaba formada por cuatro soldados de las S.S. y un extraño tipo vestido con un
abrigo de cuero, que no parecía molestarle pese al calor reinante. Este individuo
complementaba su vestimenta con un sombrero de fieltro negro y unas gafas
redondas que le daban cierto aspecto de intelectual. Bordearon la tumba del
faraón y se dirigieron hacia un montículo que sobresalía en medio de la planicie.

De pronto y sin mediar palabra, el del abrigo se detuvo delante de lo que parecía
ser una tumba. Con un gesto de la cabeza ordenó a dos de los soldados que
despejasen la entrada, que se encontraba cubierta de grandes piedras. Ya con el
camino despejado los cinco hombres se internaron en las profundidades del
sepulcro. Desde hacia varios años se venia desarrollando una vasta operación que
consistía en recuperar objetos religiosos antiguos por todo el mundo, y Egipto era
por supuesto un objetivo primordial para los planes de Hitler.

Los cinco hombres ya habían registrado dos de los tres niveles que conformaban
la tumba cuando algo llamó la atención de uno de ellos. Se trataba de una
esvástica tallada en la pared, no era exactamente igual que el símbolo adoptado
por el partido nazi; pero las diferencias eran mínimas y eso intrigó al jefe de la
patrulla.

Este se acercó a la pared y comenzó a tocar la figura tallada en la piedra.


Observó que tenia unas pequeñas hendiduras alrededor y pensó que podría
tratarse de un mecanismo de apertura de algún tipo. Apretó la figura hacia dentro
y una sección de la pared se deslizó hacia un lado dejando al descubierto un
pequeño hueco. Dentro había una caja de aspecto metálico que se apresuró a
coger.

Su sorpresa fue mayúscula cuando al abrirla descubrió cinco piezas metálicas en


forma de cruz gamada.

Cogió una de ellas y al tocar una de sus esquinas comenzó a emitir un extraño
resplandor rojizo. Justo en aquel momento pareció como si hubiese llegado el fin
del mundo. Todo ocurrió muy deprisa. Sonó como una especie de trueno y una luz
muy brillante envolvió a los cinco hombres.

BERLIN
Año 1945
Búnker de Adolf Hitler

Todos los habitantes del búnker se hallaban en la sala de reuniones en torno a


Hitler y a su compañera Eva Braun. Asistían emocionados a la recepción que daba
la bienvenida a los recién casados. Acabados los discursos, todos felicitaron
efusivamente a los contrayentes. Ella estaba exultante y así lo demostraba, pero

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Hitler permanecía con semblante serio, pensativo. El ejercito alemán estaba
perdiendo la guerra y las ultimas noticias llegadas desde el frente no contribuían a
mejorar el estado de animo del pequeño dictador. Después de un escueto brindis,
Adolf entro en su despacho seguido de su esposa, cerró la puerta tras de si y todo
quedó en silencio.

Todos los presentes conocían los planes de Hitler; ayudar a Eva Braun a suicidarse
antes de quitarse el mismo la vida. Por eso mantenían un silencio tenso,
esperando oír un disparo. En ese momento alguien entró gritando en la sala.

-¡Por amor de Dios! ¡Deténganle! ¡No permitan que cometa esa locura!

Uno de los reunidos, un general de brigada, le detuvo con un gesto de la mano.

-¿Se puede saber que hace? El Führer ya ha tomado una decisión y nada le hará
cambiar de idea.

-¿Y si le dijera que tengo noticias del proyecto Génesis?

-¿Que noticias?

-Lo hemos conseguido. Conocemos a la perfección el funcionamiento del


artefacto. El general de brigada reaccionó enseguida y sin esperar a que el otro
terminase de hablar entró como una tromba en el despacho de Hitler.

JERUSALEN
Año 33
Huerto de Getsemani

Jesús de Nazaret se hallaba rezando en el huerto mientras sus discípulos caían


víctimas de un profundo sueño. Se encontraba de hinojos bajo un gran olivo, con
los ojos cerrados y las manos sobre las rodillas. Estaba concentrado, ajeno a lo
que ocurría a su alrededor.

cuando por fin terminó la oración se dirigió al encuentro de sus seguidores y


descubrió a una patrulla de policías procedentes del templo.
Los discípulos se despertaron al oír la llamada de su maestro y acudieron a
socorrerle.

Tras un corto enfrentamiento los policías consiguieron llevárselo. pero de camino


al templo fueron asaltados por seis hombres que acabaron con ellos utilizando
armas de fuego del siglo veinte. Solo Jesús quedó en pie. Uno de los atacantes se
dirigió hacia el y sin decir palabra le colocó unas esposas.

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Otro de los atacantes sacó un colgante de entre su ropa, hizo un gesto con la
cabeza señalando hacia la izquierda y todos juntos se dirigieron hacia un pequeño
montículo de tierra.

MADRID
Año 2.007
Plaza de oriente

Cuatro policías habían detenido a ese hombre, esa especie de mendigo mientras
gritaba a voz en cuello delante de la sede del partido. Solo decía incongruencias
en contra de su líder, pero esa actitud era ilegal, máxime cuando se estaba
celebrando el día mundial del partido nazi.

De modo que le cogieron entre los cuatro y se lo llevaron medio en volandas, entre
insultos y gritos por parte del detenido, hasta la sala de interrogatorios de la
propia sede. Le metieron a empujones en un pequeño cuarto donde no había mas
mobiliario que una mesa y dos sillas y le dejaron allí solo mientras seguía
profiriendo insultos y maldiciones. Se echó la mano derecha a la garganta
mientras hacia una mueca de dolor y quedó callado durante un momento, pero
cuando vio un icono religioso con la efigie de Hitler colgado de la pared comenzó a
vociferar de nuevo,

-¡Sacadme de aquí! ¡No me dejéis a solas con esa aberración! ¡El no es ningún
santo! ¿Me oís, malditos bastardos? ¡Es el mayor asesino que haya conocido la
historia!

Siguió gritando durante un buen rato pero cerró la boca de golpe cuando dos
militares entraron en la sala, El de mayor graduación dio un puñetazo sobre la
mesa y el detenido quedó en silencio. En su mirada se adivinaba un profundo odio
hacia aquellos hombres y todo lo que representaban.

Estos dos hombres eran Anton Cifer y Enmanuel Blanc, coronel y capitán
respectivamente.

El coronel era un tipo de aspecto adusto, de porte atlético y con una cicatriz en la
mejilla derecha. El capitán tenia un aspecto similar, un poco mas
delgado y de carácter nervioso. Ambos hombres tenían el pelo rubio y los ojos
azules.

El militar se le quedó mirando y dijo en un tono pausado que mas tenia de


amenazador que de amable:

-Trate de calmarse amigo, si no quiere sufrir un percance.

-¿Percance? Preguntó el mendigo.

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-Eso he dicho. -respondió el militar señalando una de las ventanas- Podría caerse
a la calle y romperse la crisma. En nuestro informe aparecería como un
desgraciado accidente y puedo asegurarle que nadie haría preguntas.

El mendigo miró fijamente a los ojos del hombre y sin el menor atisbo de miedo en
su voz le habló así:

-Les conozco y no me dan ningún miedo. Van por el mundo viviendo sus
pequeñas vidas, seguros de su supremacía. Pero están equivocados. Todo esto no
es mas que la ilusión creada por un megalómano, que forzosamente ha de
terminar algún día.

-No se de que habla, ni me importa. Usted ha insultado públicamente a nuestro


líder y eso se castiga con cadena perpetua.

-Me importa un carajo lo que me digan. Este mundo no es real, ustedes no


son reales y no pueden hacerme nada.

El capitán Blanc había permanecido en silencio hasta ese momento, pero al oír
aquello no tuvo mas remedio que intervenir.

-Deje de desvariar abuelo, si no quiere pasar toda la condena en un manicomio.

El mendigo se le quedó mirandoy le habló en tono pausado pero firme.

-A usted le digo lo mismo capitán, no saben lo que se les viene encima. El


mundo que conocen va a dejar de existir. Tengo pruebas irrefutables y pienso
hacer todo lo posible para reparar el daño causado.

Entonces el coronel dio un fuerte puñetazo sobre la mesa.

-¡Ya basta de monsergas! ¡Díganos ahora mismo quien es usted y que hacia en
medio de la plaza vociferando como un loco, faltando al respeto a nuestro
presidente¡

-Mi nombre es Marco Robledamm, y soy paleontólogo. Solo pretendía reventar la


festividad del partido, pero me he dejado llevar por la emoción del momento y he
permitido que me cogieran. Me he descuidado.

-¿Porqué será que no le creo? -Inquirió el coronel- Comience de nuevo y esta vez
cuénteme la verdad.

-De acuerdo mi coronel- dijo adoptando cierto aire de profesor sabelotodo- Se lo


voy a contar desde el principio, aunque dudo mucho que pueda asimilar la verdad.

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El coronel se encogió de hombros y le invitó a continuar con un gesto de la
mano
-Como quiera, pero luego no diga que no le advertí. Erase una vez un hombre
muy muy malo llamado Adolf Hitler, que allá por la década de los años treinta
organizó una vasta operación secreta junto a varios miembros de su partido. Su
nombre en clave era "Thule" Dicha operación se desarrolló para buscar y localizar
objetos religiosos por todo el mundo.

-Espere- Interrumpió el coronel- ¿se refiere al mismo Adolf Hitler que unificó
todas las naciones de la tierra en 1.507?

-El mismo. Un tipejo que nació a finales del siglo diecinueve, pintor de brocha
gorda y soldado del ejercito alemán hasta que le expulsaron.

-Se da cuenta de lo que dice ¿verdad? Está usted hablando de nuestro profeta,
un hombre que vivió hace mas de 500 años.

-Me doy perfecta cuenta de lo que estoy diciendo.

-Pues no debería hablar así. Podríamos acusarle de blasfemia y alargar su


condena, o cambiarla por pena de muerte.

-Si me deja continuar la historia hasta el final comprenderá que mis afirmaciones
son absolutamente ciertas.

-Está bien, pero procure no agotar mi paciencia. Recuerde que tiene un pase
gratis para el manicomio.

-De acuerdo -dijo el mendigo encogiéndose de hombros- Hace mucho tiempo, en


un país muy lejano...

EGIPTO
Año 1935
Valle de los reyes

Cuando el polvo se despejó por fin, el del abrigo de cuero pudo ver que todos sus
hombres yacían en el suelo.

Uno de ellos parecía muerto, pero los otros tres comenzaban a levantarse
lentamente. Lo que vieron les dejo atónitos. Flotando a quince centímetros del
suelo había una esfera de aspecto metálico, de cinco metros de diámetro por tres
de alto.

Nadie se movió, pero el jefe del grupo se rehizo enseguida y se acercó al artefacto
muy despacio. Tocó levemente su superficie, como si tuviese miedo a resultar
electrocutado, pero cuando vio que no ocurría nada se atrevió a acariciarlo.

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Cual no seria su sorpresa al comprobar que el aparato no era del todo sólido, ya
que al apretar con mas fuerza, su mano derecha traspasó la esfera. La retiró
inmediatamente y se la miró esperando ver una terrible quemadura. Al comprobar
que nada le había ocurrido se envalentonó y penetró en su interior.

MADRID
Año 2.007
Plaza de oriente

-Espere, espere -interrumpió el coronel- Yo no soy universitario, pero tampoco


me tengo por un completo ignorante ¿está diciendo que ese artefacto tiene algo
que ver con Adolf Hitler?

-Ese "artefacto" como usted lo llama no es otra cosa que una unidad de
desplazamiento temporal.

El capitán Blanc volvió a interrumpir al escuchar lo que el creía que eran las
divagaciones de un loco.

-¿Una maquina del tiempo? ¿pero de qué habla?

El coronel se volvió hacia su subordinado y le increpó duramente.

-Le recuerdo capitán que soy yo quien conduce el interrogatorio.

-Vamos coronel -intervino Robledamm- No sea tan duro con el muchacho. El


también tiene derecho a preguntar.

-Si. pero ahora soy yo quien pregunta. Estaba diciendo que esa cosa es una
maquina del tiempo, ¿como lo sabe?

-Porque gracias a ella descubrimos el plan creado por Hitler para cambiar el
curso de la historia.

-Lo siento, pero me resulta imposible creer lo que dice. Mas parece el producto
de una mente perturbada que una verdad absoluta.

-¿Como cree que nos enteramos del plan urdido por los nazis? Gracias a ese
artefacto pudimos viajar al pasado y verificar ciertos datos que habían llegado
hasta nosotros.

-¿Que clase de datos? -Preguntó el coronel visiblemente impaciente- ¿cómo


diablos se hizo con ellos?

-Parece que ahora le intriga lo que digo ¿no estará empezandoa creerme?

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-Ni por un momento. Tan solo siento curiosidad por saber en que termina todo
esto. Después le encerraremos en una institución mental de por vida.

El paleontólogo llevó la mano derecha al cuello de su abrigo y respondió al militar


de forma enigmática.

-No adelante acontecimientos mi coronel, aun podría sorprenderle.

-Me extrañaría mucho, pero de todas formas puede continuar con su fábula.

JERUSALEN
Año 2.005
Excavación arqueológica

Marco Robledamm y su colega Carl Berger se encontraban realizando una


excavación arqueológica a las afueras de la ciudad santa. Estaban buscando
fósiles de dinosaurios, pero en su lugar encontraron algo realmente asombroso,
asombroso y totalmente inesperado.

En una nueva fosa hallaron algo que no debería estar allí, máxime cuando los
estratos de tierra indicaban que aquel lugar correspondía a un periodo evolutivo
de menos de tres mil años de antigüedad. Descubrieron una carta escrita por un
soldado alemán al final de la segunda guerra mundial.

Dicho documento les condujo hasta otra fosa similar en donde hallaron una
pequeña caja de madera con herrajes de cobre envuelta en trapos cubiertos de
alquitrán. Dentro había un ejemplar de la Biblia editado en mil novecientos treinta
y siete, un libro escrito por Adolf Hitler y un colgante en forma de esvástica.
También hallaron un documento escrito en una extraña lengua y las claves para
descifrarlo.

Temiendo que se tratase de una contaminación o de una broma, realizaron a


dichos objetos la prueba del carbono catorce, y de esta manera descubrieron que
los artefactos tenían mas de dos mil años. Cuando leyeron la carta, que se hallaba
en bastante buen estado, se enteraron de los planes de Hitler para cambiar el
curso de la historia y de la existencia de la maquina del tiempo. Lo cierto es que
en un primer momento todo aquello les pareció insólito y totalmente increíble.

Pero cuando manipularon el colgante y la maquina del tiempo surgió de la nada,


no tuvieron mas remedio que creer.

BERLIN
Año 1.945

Albert Bauer se hallaba sentado en una oscura habitación de hotel. Se le veía

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nervioso, como si esperase algún acontecimiento inminente e inevitable. Cogió un
cuaderno que había sobre la mesa y comenzó a escribir:

Mi nombre es Albert Bauer y he destruido el futuro del mundo.

Este testimonio es mi manera de pedir perdón a las generaciones venideras, y


aun no se si servirá de algo. No conozco todos los detalles, solo puedo decir que
los nazis han encontrado la manera de viajar en el tiempo y que tienen planes
para cambiar la historia de la humanidad. Lo llaman operación Génesis.

He formado parte de un comando encargado de saltar hacia la época de Jesús de


Nazaret, interceptar a los policías del templo y evitar la crucifixión. No se
exactamente que se proponen, pero temo que quieran hacerse con el control
absoluto erigiendo a Hitler como único Mesías .

Por si esto llegase a ocurrir he enterrado varios objetos junto a una gran roca a las
afueras de Jerusalén, a unos quinientos metros de la muralla de la ciudad, en
dirección sur-suroeste. El año es el sesenta después de Cristo. Solo pretendo que
quien lea esta carta sepa que su vida no es real, que Hitler no es ningún profeta,
que la religión cristiana existió y que seguramente hayan sido exterminados todos
los pueblos que no cumplan el ideal ario.

Cuando los nazis se dieron cuenta de que iban a perder la guerra pusieron en
marcha la operación, en principio para cambiar el resultado de la contienda, pero
no se muy bien porqué el pasado inmediato no puede ser alterado. Lo que si
puedo decir es que cuanto mayor sea el salto temporal mayores serán las
consecuencias del cambio.

Me gustaría poder dar a quien lea esto la localización exacta de las instalaciones
donde se llevó a cabo el proyecto, pero por desgracia he de decir que nos
trasladaron en camiones cerrados y no pude ver hacia donde nos dirigíamos.

También quiero dejar bien claro que Hitler es un loco, un megalómano. Por eso
incluí un libro escrito por el propio Adolf que demuestra hasta donde llegaba la
perturbación mental de este hombre.

Que Dios me perdone.

Marco Robledamm se quedó mirando a sus interlocutores esperando la reacción


ante sus palabras, pero ninguno de los dos dijo nada. Tan solo le miraban con cara
de incredulidad, sin saber que decir.

-Vaya, parece que les he dejado mudos.

-Francamente no se que pensar- contestó el coronel con un encogimiento de


hombros- O es usted la persona con mas imaginación que he conocido nunca, o

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esta rematadamente loco.

-Bueno, usted me ha exigido que diga toda la verdad, y es lo que hago.

-Creo que ya le hemos dejado hablar demasiado. Le advertí que no pusiese a


prueba mi paciencia.

-Vamos coronel, déjeme terminar la historia. Prometo ofrecerle un final


realmente sorprendente.

-No crea ni por un momento que puede reírse de mi. Si todo lo que dice es cierto
necesito pruebas.

-Primero permítame contarle la historia de la bella Beatrice, experta lingüista y


paleontóloga para mas señas.

JERUSALEN
Año 2.005
Excavación arqueológica

Marco Robledamm y su colega se encontraban desayunando en la tienda comedor


cuando una mujer apareció preguntando por ellos, una rubia de rasgos finos, de
pelo largo y ojos azules.

-Buenos días caballeros ¿tengo el placer de hablar con los doctores Robledamm
y Berger?

-Si, somos nosotros ¿y usted es?

-Merkel, Beatrice Merkel. Encantada de conocerles -dijo estrechándoles las


manos- Soy paleontóloga como ustedes y lingüista además. Lo mío son las
lenguas muertas.

-Ya veo ¿ quien le ha dicho que encontramos un pergamino ?

-Era difícil que no lo supiese. Es la noticia mas comentada en todo Jerusalén.

-Entonces sabrá que está escrito en una lengua desconocida.

-Lo se, y estoy deseando echarle un vistazo.

-Lo que no sabe es que junto al manuscrito encontramos varios objetos mas,
incluyendo las claves para descifrarlo.

-Desconocía ese dato, y si a ustedes les parece bien, puedo serles de gran
ayuda.

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-Entonces acompañemos, quedará gratamente sorprendida.

Beatrice Merkel, Marco Robledamm y Carl Berger se hallaban sentados alrededor


de una mesa formada por caballetes de madera y un tablero del mismo material.
Ella sostenía un pergamino en sus manos. Pese a que este se hallaba protegido
por dos placas de metacrilato lo sujetaba delicadamente, como si temiese dañarlo
en un momento de descuido debido a la gran emoción que sentía ante tal
descubrimiento. Parecía una niña con un juguete nuevo.

-Es realmente increíble ¿seguro que este documento tiene mas de dos mil años?

-En efecto -asintió Robledamm con una gran sonrisa- Y los demás objetos
también.

-Por favor, acérqueme ese libro ¿como lo ha llamado?

-Biblia- dijo Robledamm entregándoselo- Se llama Biblia.

-Aquí se hace mención a un tal Jesús de Nazaret ¿quien se supone que es?

-Por lo visto era una especie de profeta que luchó contra el totalitarismo de su
época . Aun no he terminado de leerlo, pero parece que le condenaron a muerte.

-¿Y que hay del autor de la carta? Ese tal Bauer afirma que existe una maquina
del tiempo

-Es cierto-Intervino Berger- ¿se ha fijado en los dibujos del manuscrito? Yo diría
que es una especie de esfera, y mire, la ha representado como si surgiese de la
nada.

-Ya- dijo Robledamm- ¿ pero que es esa neblina que lo rodea? ¿forma parte del
dibujo, o es una mancha de humedad?

-Yo diría que es algún tipo de campo de fuerza- Conjeturó Berger.

-Lo que no entiendo es por que motivo escribió esta información supuestamente
importante, en una lengua extraña que solo podría descifrar un experto.

-Supongo que por motivos de seguridad. Creo que no se fiaba de nadie.

-¿Porqué no salimos de dudas? -preguntó Beatrice- El manuscrito también


explica como hacer uso de la maquina. Dice que el dispositivo de llamada está
camuflado en un colgante con forma de cruz gamada. ¿han encontrado algo
similar?

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-Si -Afirmó Berger- Ahora mismo se lo traigo.

-Marco- dijo Beatrice dirigiéndose a Robledamm mientras esperaban- ¿cree usted


lo que dice esa carta? me cuesta pensar que toda mi vida sea una gran mentira.
¿como es posible que alguien pueda cambiar el pasado?

-Yo de usted no haría mucho caso a semejantes afirmaciones. No hay duda de


que se trata de un descubrimiento arqueológico sin precedentes, pero lo que está
muy claro es que ese tipo estaba mal de la cabeza.

-Si, pero ¿como explica la antigüedad de esos documentos?

-Solo puedo decir que la prueba del carbono 14 es incuestionable, no hay forma
de falsificar la edad de un objeto. Pero, bueno... lo cierto es que ahora mismo no
puedo explicarlo.

Berger volvía en ese momento trayendo consigo el colgante. Se detuvo delante de


Beatrice y se lo entregó. Ella comenzó a manipularlo y después de un rato
consiguió activarlo. La esfera surgió de la nada acompañada de una especie de
relámpago y los tres fueron lanzados por los aires.

CAPITULO SEGUNDO

LA MAQUINA DEL TIEMPO

MADRID
Año 2.007
Sede del partido nazi

Así fue como desciframos el manejo de la maquina -continuó hablando


Robledamm- Mas tarde, durante nuestro primer salto, Beatrice y Carl fueros
asesinados por los hombres del comando encargado de custodiar a Jesús de
Nazaret.

Al oír estas ultimas palabras, el coronel se acercó a Robledamm. Le miró fijamente


y le dijo así:

-Ya estoy harto de escuchar sandeces. Capitán -dijo llamando a su subordinado-


avise a seguridad y que metan a este desgraciado en una celda de castigo.

-Pero mi coronel -interrumpió Robledamm- Aun no le he ofrecido el final que le


había prometido.

y diciendo esto activó un dispositivo de llamada que llevaba oculto en la solapa


derecha de su abrigo. Después, aprovechando que la aparición de la maquina
había dejado sin sentido a sus captores, empujó a ambos hacia dentro y consiguió

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escapar llevándoselos consigo.

CIUDAD DE ROMA
Año 60
Campo de exterminio Nº 12

Era noche cerrada en la antigua ciudad de Roma. Entre las tinieblas se recortaban
las siluetas de sus característicos monumentos, pero algo estaba completamente
fuera de lugar. A las afueras de la muralla se levantaban una serie de edificios de
aspecto moderno rodeados por una alta alambrada.

Estas construcciones eran barracones que formaban parte de un campo de


selección y exterminio. De hecho si uno se fijaba bien, podía ver claramente que
su distribución era muy similar a la de los campos que los nazis abrieron por toda
Europa durante la segunda guerra mundial.

Los barracones ocupaban el extremo mas alejado de la entrada del campo y


compartían espacio con la cámara de gas y el crematorio. Estos edificios estaban
construidos en ladrillo crudo y se hallaban el uno al lado del otro para facilitar el
transporte de los cadáveres.

Al lado contrario se encontraban la enfermería y las residencias de los oficiales,


dos edificios bajos construidos en piedra y madera. En ese momento el campo
hervía de actividad. A la luz de los potentes focos alimentados por sendos
generadores diesel, desfilaban hileras de prisioneros custodiados por soldados de
las S.S., gentes de aspecto sucio y desaliñado vestidos con harapos.

Caminaban arrastrando los pies con la cabeza gacha. Algunos de ellos


levantaban la vista y miraban de reojo a sus captores, pero la bajaban de
nuevo por temor a una reacción violenta. Entre estas personas había mujeres y
niños, ancianos, gentes de color y asiáticos. Incluso había varios soldados de las
legiones romanas.

Muchos de ellos tenían aspecto de haber sido golpeados y miraban a sus verdugos
con autentico pavor. Otros se tapaban los oídos debido al ruido que producían los
generadores. Todos parecían pasar hambre. También podía verse a dos soldados
situados a la entrada de la cámara de gas, metiendo a empujones a los que iban
llegando.

Un hombre ataviado con una bata blanca seleccionaba a todas aquellas personas
de piel clara o de aspecto teutón. Un par de soldados que estaban a sus ordenes
llevaban a los elegidos hacia un barracón que se encontraba separado de los
demás.

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Un tipo vestido con uniforme de la legión consiguió salir de la fila en un descuido
de sus guardianes y se dirigió hacia la alambrada creyendo que podría escapar
trepando.

En ese momento, al otro lado de la ciudad, tras la muralla se oyó un estruendo y


la esfera temporal surgió de la nada como por arte de magia.

Marco Robledamm salió arrastrando a los dos militares como pudo y solo unos
segundos después la maquina del tiempo desapareció tal como había llegado. Les
quitó las armas y las arrojó todo lo lejos que pudo. Al poco tiempo ambos hombres
comenzaron a recuperar el conocimiento y lo primero que vieron fue al
paleontólogo, que les observabacon una amplia sonrisa dibujada en los labios.

-¡Bienvenidos al mundo real, caballeros!

Los dos se levantaron casi al mismo tiempo y se dirigieron hacia el con intenciones
hostiles. Quisieron echar mano a sus pistolas, pero ya no estaban allí. Se lanzaron
sobre el dispuestos a darle una buena paliza, pero el sonido de un disparo les
detuvo en seco.

Uno de los soldados que custodiaban a los presos se dio cuenta del intento de
fuga y disparó contra el legionario. Este se derrumbó de bruces sobre el barro, y la
sangre que salía a borbotones de su destrozada cabeza se mezcló con el agua de
un gran charco. Los demás prisioneros comenzaron entonces a gritar al ver como
caía muerto uno de sus compañeros y los S.S. tuvieron que restablecer el orden a
culatazos.

El sonido de ese disparo procedente del campo de exterminio hizo que los tres
hombres volvieran la cabeza en aquella dirección. Fue entonces cuando los
militares comenzaron a plantearse si aquel loco decía la verdad.

-¿Va a decirnos que ha pasado?- Exigió el coronel de malos modos. ¿que ha


hecho con nuestras armas?

-las preguntas una a una- respondió burlón Robledamm - Hemos viajado en el


tiempo y nos encontramos en la antigua ciudad de Roma, en el año sesenta
después de Jesucristo. En cuanto a sus pistolas, bueno, me he desecho de ellas.

-No me toque las pelotas y dígame ahora mismo donde coño estamos.

-Lamento decirle querido amigo que es absolutamente cierto. Hemos viajado en


el espacio-tiempo y nos hallamos en la que una vez fuera capital del mundo
conocido.

-¿Y ese disparo? No pretenderá hacerme creer que los antiguos poseían armas

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de fuego en el siglo primero.

-Ellos no por supuesto, pero los nazis, que por cierto aquí son los que mandan,
si las utilizan.

-¿ Está diciendo que aquí hay unidades del ejercito Alemán ? -inquirió el capitán
olvidándose de las armas- Pues no se a que estamos esperando para contactar
con ellos.

-¿Y que piensa decirles? ¡Hola, soy Enmanuel Blanc y vengo del futuro!

-Pero ellos son de los nuestros ¿por que no habríamos de ponernos a su


disposición?

-Ya veo que siguen sin comprender -dijo Robledamm con cierta impaciencia- He
de repetirles que hemos viajado en el tiempo y por lógica este no es el ejercito
Alemán que ustedes conocen. Ellos fueron quienes cambiaron el curso de la
historia y no van a permitir que alguien proveniente del futuro les estropee la
fiesta.

Robledamm hizo una pausa para que sus palabras fueran asimiladas por ambos
hombres y luego prosiguió.

-Se que es difícil de comprender, pero en esta época no todos eran rubios de
ojos azules. Existían infinidad de razas, gentes de todo tipo; blancos, negros,
orientales, hindúes, árabes. Había diversidad. incluso poseían libertad de
pensamiento y eran libres de profesar diferentes religiones. Pero estas...personas
destruyeron ese mundo, metiendonos a todos en una cárcel de barrotes dorados.
Y ahora si no me creen pueden echar un vistazo.

Los dos militares se quedaron de pie mirando el campo de exterminio a través de


una especie de punto de observación construido en lo alto de la muralla. Lo que
vieron les pareció desolador, pero igualmente se negaron a aceptarlo. Cuando
bajaron de la muralla los dos se quedaron mudos, mirando fijamente a
Robledamm. Fue el capitán quien primero le dirigió la palabra.

-No dudo que aquí ocurre algo extraño, pero me niego a creer lo que dice. No me
ha demostrado nada con su truco de magia.

-¿Ha mirado bien a su alrededor? Fíjese como va vestida esa gente.

Aquí no hay autopistas ni grandes centros comerciales, no hay automóviles.


¿Como quiere que demuestre en que siglo estamos? No puedo ofrecerle un
periódico por que aun no se han inventado.

-¡Me importa una mierda! - rugió el capitán- El coronel y yo vamos a bajar a ese

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recinto para ponernos a las ordenes de el máximo responsable hasta que todo
esto se aclare. Usted se viene con nosotros para ser debidamente interrogado.

-Espere un momento capitán -intervino el coronel- ¿y si este hombre tiene


razón? Yo nunca había visto gente como esa de ahí abajo. No puede negar que
resulta extraño ver a esas personas de piel oscura y cabello negro. A mi todo esto
me parece muy raro. Creo que deberíamos irnos a otra parte.

-Con todos mis respetos coronel, he de decirle que no nos vamos.

-No pienso tolerar una insubordinación -Amenazó Cifer- Hemos de replantearnos


nuestra situación y pensar detenidamente que opciones tenemos.

-Nuestra única salida es bajar ahí y presentarnos al alto mando. Quizá ellos
puedan ayudarnos a salir de este embrollo.

-Si, claro -Interrumpió Robledamm- Puede bajar al campo y explicarles que ha


viajado en el tiempo gracias a un artefacto que se considera alto secreto. Así tal
vez consiga que nos fusilen por espías.

-Repito que tenemos que irnos- intervino el coronel- Las probabilidades de que
suceda son muy altas.

-De acuerdo -respondió el capitán- Usted haga lo que quiera, pero yo me llevo al
prisionero.

Entonces el coronel cogió al capitán de la guerrera y le amenazó de nuevo.

-Ya le he dicho que no pienso tolerar una insubordinación, de modo que ahora
mismo nos volvemos al sitio de donde vinimos. Usted -dirigiéndose a Robledamm-
Haga lo que tenga que hacer y sáquenos de aquí.

-Demasiado tarde -dijo señalando el camino- Ya vienen a buscarnos.

los dos hombres se volvieron casi al unísono y vieron cómo una patrulla de
soldados subía por el sendero.

ROMA
Año 60
Campo de exterminio Nº 12

El general Meier abrió la ventana y forzó la vista hasta que consiguió ver lo que
buscaba. Aquella zona del campo estaba apenas iluminada y le costaba mucho
distinguir algo. Ese era su problema. Desde hacia varios meses perdía visión de
forma progresiva, de hecho ese fue el motivo de que le retirasen del servicio
activo y le destinasen a un servicio especial. Nunca hubiese podido imaginar que

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terminaría sus días como militar de carrera en ese nuevo campo de prisioneros
experimental.

Máxime cuando era algo tan sumamente secreto que ni siquiera pudo notificar a
sus familiares a donde le enviaban. No podía decirles que le habían seleccionado
para participar en un proyecto ultra secreto y mucho menos explicarles que había
viajado en el tiempo y se encontraba en la Roma del año sesenta de nuestra era.

Si aquella granada no le hubiese estallado tan cerca de la cara, aun seguiría en los
helados campos de Stalingrado viendo como sus compañeros morían de hambre y
de frío. Pero el tuvo suerte, fue de los primeros en abandonar la estepa rusa
cuando el ejercito aun disponía de medios para evacuar a sus heridos.

Apartando esos pensamientos de su mente volvió a concentrarse en su labor.


Habían encontrado a tres hombres en la zona exterior de la muralla,
(probablemente espías) y los estaban llevando ante el para ser interrogados. Uno
de ellos vestía como un mendigo, pero los otros dos iban uniformados.

Vio a lo lejos como traían esposados a los prisioneros y se apresuró a cerrar la


ventana. Sentándose de nuevo tras su mesa, se dispuso a recibirlos.

FRANCIA
Año 1.307

La pequeña aldea permanecía tranquila. Tan solo las risas de los niños que
jugaban en la plaza perturbaban la quietud de la tarde. Los ancianos descansaban
bajo la sombra de los frondosos árboles y miraban descaradamente a las mozas
que iban hacia el río a bañarse, probablemente desnudas. Nada hacia sospechar
que sobre aquellas pacificas gentes estaba a punto de caer todo el poderío de la
maquinaria de guerra alemana.

Los niños fueron los primeros en verlos. Subían por el viejo camino del norte
desfilando en apretadas hileras, con el sol reflejándose en las bayonetas de sus
fusiles de asalto. Eran unos cincuenta hombres y tras ellos avanzaban dos
camiones, llevados seguramente para el transporte de prisioneros. Una niña
pequeña salió al camino para verles mejor y comenzó a saludarles con la mano.
Un soldado se detuvo delante de ella y sin mediar palabra le metió una bala en el
cerebro. Aquella niña fue la primera víctima.

Minutos después pareció como si hubiese llegado el día del juicio final. Las gentes
corrían de un lado para otro sin comprender lo que ocurría mientras sus vecinos
caían acribillados por las balas. Cuando todo hubo terminado tan solo una cuarta
parte de los aldeanos permanecía con vida. Habían respetado a aquellas personas
de piel clara o con el pelo rubio y ojos azules. El comandante a cargo de la
operación se dirigió a uno de los camiones y se puso en contacto con sus

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superiores.

-¿Base? Aquí Werner. La operación ha sido llevada a cabo con éxito. No hemos
encontrado resistencia de ningún tipo.

-¿Cuantos han cogido esta vez?

-Veinticinco. Posiblemente solo la mitad sirvan para algo.

-¿Y el resto?

-Todos eliminados -respondió Werner fríamente.

-Supongo que aun no tienen problemas de transporte.

-No, señor.

-Entonces continúe hacia el norte. Quiero que revise aldea por aldea
¿entendido? No deje ni un solo granero sin procesar.

-A sus ordenes, mi general.

Devolvió el auricular a su soporte y dio la orden de partir. Mientras se alejaban los


soldados, un hombre que había permanecido oculto bajo un carro se atrevió por
fin a salir. Vestía ropas de campesino y cubría su cabeza con una capucha, pero su
forma de moverse y el tono de su piel delataban que no era oriundo del lugar.
Permaneció de pie mirando aquella horrible matanza, tratando de mantener la
calma.

No sabia que hacer, hubiese querido intervenir para evitar todo aquello, pero esta
vez había llegado tarde.

Estuvo deambulando por entre los cadáveres lamentando la perdida de tantas


vidas. Si al menos hubiese podido avisarles, tal vez habría conseguido
convencerles para que se ocultasen en los bosques de mas allá del río. Pero no
pudo llegar a tiempo y ello pesaba terriblemente sobre su conciencia.

Decidió que debía hacer algo, de modo que cogió una azada que encontró en un
cobertizo y se dispuso a enterrar todos los cuerpos que pudiese. Empezó a romper
la dura tierra. pero se detuvo en seco cuando oyó una voz detrás de el. Se volvió
lentamente y vio a un militar alemán que le apuntaba con una pistola.

-Albert Bauer -dijo el desconocido casi con alegría- He de reconocer que no


esperaba encontrarte aquí, sobre todo teniendo en cuenta que no hace mucho te
metí una bala en la espalda. Debí volver para rematarte.

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-Comandante Werner -respondió Bauer esbozando una media sonrisa.

-Ya veo que gozas de buena memoria.

-¿Vas a terminar el trabajo?

-Tal vez debería matarte ahora mismo, pero tengo ordenes.

-¿Que clase de ordenes? -quiso saber Bauer.

-No estás en posición de hacer preguntas, pero te lo diré de todos modos. Me


han ordenado llevarte a un campo de exterminio.

-¿Como me has localizado?

-No sabíamos que se trataba de ti, pero estábamos buscando al espía que había
reventado las operaciones en Budapest y Moscú . No sé como rayos lo hiciste,
pero al final siempre te nos escapabas de entre los dedos.

-No me ha servido de mucho, a juzgar por mi actual situación.

-No te deprimas, tarde o temprano te hubiésemos encontrado. Y ahora basta de


charla. Entrégame el dispositivo de llamada.

Bauer metió la mano bajo la camisa y sacó su colgante. Miró al comandante a la


cara y le preguntó.

-¿Y si no te lo doy?

-Considérate hombre muerto.

-De acuerdo -dijo levantando las manos en señal de rendición.

-Y ahora vamos -ordenó el comandante- Nos están esperando.

ROMA
Año 60
Campo de exterminio Nº 12

Marco Robledamm se mostraba absolutamente tranquilo pese a ir esposado y


flanqueado por una escuadra de soldados. Ya había pasado por aquel mismo
trance y conocía el final. Dentro de cinco minutos le llevarían ante el general Wolf,
le harían las preguntas de rutina, el pediría que le permitiesen ir a orinar y
aprovecharía para escapar con la esfera temporal. Por supuesto sus compañeros
no tenían la menor idea de que los tres ya habían vivido aquella experiencia, pero
el no tenia ninguna prisa por decírselo. Las otras veces no consiguió convencerles

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para que le ayudasen en sus propósitos, pero ahora parecía que el coronel estaba
mas receptivo.

Aun quedaba una pequeña esperanza. Les metieron en el recinto y se dirigieron


hacia el edificio que ocupaba el alto mando. Robledamm seguía impasible
esperando el momento de poder escapar, pero supo que algo iba mal cuando
entraron en el despacho del general y pudo ver que no se trataba de Wolf.

Se dijo que algo había cambiado desde el ultimo salto, ¿pero qué?

De pronto se había quedado sin ideas ¿como solucionar aquel maldito embrollo?
El hilo de sus pensamientos quedó cortado cuando el general Meier comenzó a
hablar.

-Supongo que carecen ustedes de un motivo creíble para explicar su presencia


en nuestras instalaciones.

-Mi general -comenzó Cifer- Permítame presentarme. Soy el coronel Anton Cifer,
de la quinta compañía aerotransportada, segundo batallón. Este es mi ayudante
de campaña -dijo señalando a Blanc- El capitán Enmanuel Blanc.

El general le miró fijamente a los ojos y le habló en tono amenazador.

-No me importa quienes sean ustedes, solo quiero saber que diablos hacían en
el perímetro exterior de la muralla.

El capitán permanecía callado mientras Marco Robledamm seguía con interés el


desarrollo del interrogatorio, esperando ver en que terminaba todo aquello.

-Es difícil de explicar mi general -respondió Cifer molesto- No sabría decirle


como hemos llegado hasta aquí, pero si puedo asegurarle que no somos espías.
Somos soldados del ejercito alemán.

-De eso nada -rebatió el general- Ni si quiera van vestidos como nosotros. Fíjese
bien en sus uniformes, se parecen a los nuestros pero no son exactamente
iguales. Eso por no hablar de su compañía, jamás oí hablar de la quinta
aerotransportada. ¿es que acaso no disponen de servicios de información? Dudo
mucho que tan siquiera sean alemanes.

-Nos está ofendiendo -contestó el coronel- No tiene usted derecho a dudar de


mis palabras.

-¿Les ofendo? -espetó furioso el general, levantándose de la silla- Tenga por


seguro que podría hacerles fusilar ahora mismo.

-¿Fusilar?

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-Por supuesto, es el tipo de trato que reservamos a los espías.

-No hemos venido aquí para espiar -respondió Cifer perdiendo la paciencia- Nos
hallábamos en un apuro y nos planteamos pedirles ayuda, pero sus hombres nos
encontraron antes.

-Sus problemas no me interesan, y en vista de que no pueden darme una razón


convincente, he decidido enviarles al paredón.

Marco Robledamm había estado esperando el momento propicio para activar el


dispositivo de llamada, y en ese mismo instante decidió que ya no podía esperar
mas. Mientras El coronel y el general hablaban, el se había ido apartando poco a
poco hacia una pared, lo mas lejos posible de los tres hombres. Estaban tan
distraídos que no se percataron de sus movimientos hasta que fue demasiado
tarde.

CAPITULO TERCERO

EL PROYECTO DEL GENERAL KESSLER

BERLIN
Año 1945
Búnker de Adolf Hitler

El proyecto Génesis ya estaba en marcha. Las personas mas cercanas al dictador


no comprendían la tecnología que hacia funcionar a aquella condenada maquina,
pero desde luego funcionaba, y de qué manera. Nadie sabia muy bien de donde
había salido. Le realizaron infinidad de pruebas durante casi una década, pero ni
siquiera los mejores ingenieros del régimen fueron capaces de averiguar si era de
origen terrestre o no. No concluyente, ese fue el informe que presentaron al alto
mando. De todos modos tampoco les importaba su composición molecular, ni la
forma de energía que la alimentaba. Solamente les interesaba una cosa: el poder
que les daba poseerla.

En principio pensaron utilizarla para cambiar el curso de la guerra, pero por alguna
razón que escapaba a su entendimiento no se podía cambiar el pasado inmediato.
Aquello les desalentó durante un tiempo, mas enseguida se dieron cuenta de su

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verdadero potencial y el proyecto comenzó a tomar forma. La primeras fases de la
operación habían salido bien. Capturar a Jesús de Nazaret y evitar la crucifixión
fue relativamente fácil. Crear una red de campos de exterminio por toda Europa y
parte de América tampoco resultó difícil. Pero los problemas comenzaron cuando
un infiltrado desbarató dos operaciones de procesamiento de personal en
Budapest y Moscú . Y ahora estaba ese informe que les llegaba desde Roma.

Allí capturaron a tres hombres que merodeaban cerca del perímetro exterior de la
muralla que rodeaba la ciudad. Este hecho no tendría la menor trascendencia de
no ser porque uno de ellos consiguió escapar de una habitación cerrada llena de
gente sin dejar el menor rastro. El problema era

que lo había conseguido gracias a una esfera temporal, algo que se suponía
era alto secreto. Los otros dos fueron abatidos a tiros. Por eso el General Kessler
(responsable del proyecto) creó una unidad especial encargada de investigar el
hecho, máxime cuando uno de sus oficiales resultó muerto debido a las heridas
causadas por el campo de fuerza de la propia esfera. Kessler se hallaba sentado
en su despacho, concentrado, devanándose los sesos. No comprendía como era
posible que alguien hubiese podido abrir tan fácilmente una brecha en el
dispositivo de seguridad.

El era un hombre muy metódico y siempre calculaba los pros y los contras de
todos los aspectos referentes a su trabajo. Poseía mucha experiencia como
estratega, por eso no entendía que hubiera podido cometer semejante error.
Estaba sumido en sus pensamientos cuando alguien llamó a su puerta dando unos
ligeros golpes.

-Adelante -dijo con cierto tono de fastidio.

Un ordenanza entró en el despacho con aire compungido, como si esperase recibir


una reprimenda en cualquier momento.

-A sus ordenes, mi general. Traigo un mensaje para usted.

-Hable de una vez -Ordenó Kessler visiblemente impaciente.

-Solo vengo a decirle que el cuerpo del general Meier acaba de ser repatriado.

-¿Han hablado ya a los prisioneros?

-No. en la confusión del momento fueron acribillados a balazos.

-¿Sabemos algo del que logró huir?

-No. Pero estoy esperando el informe del comandante Werner. Ha de llegar en


breve.

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-Avíseme en cuanto sepa algo.

-A sus ordenes -Volvió a decir el ordenanza- y dicho esto salió cerrando la


puerta tras de si.

Kessler abrió uno de los cajones de su mesa, cogió un paquete de cigarrillos y se


puso uno en los labios. Llevaba casi dos años sin fumar, pero aquel maldito asunto
le ponía nervioso y notaba como su organismo le pedía a gritos un poco de
nicotina. Encendió el cigarrillo, dio una calada y exhalando una bocanada de humo
masculló entre dientes:

-Algún día, esto acabará conmigo.

Dio otra calada, reclinó la silla y puso los pies sobre la mesa. Mirando el retrato de
Hitler que colgaba de la pared, decidió que no iba a permitir que los
acontecimientos le superasen.

MADRID
Año 2.007
Afueras de la ciudad

La esfera reapareció en el mismo lugar donde ya lo había hecho otras veces, un


solitario descampado por donde nadie se atrevía a pasar. Robledamm salió al
exterior y comenzó a maldecir en voz alta. Dio un puntapié a una piedra y luego
se echó las manos a la cabeza, había vuelto a fallar de nuevo. La paciencia se le
estaba agotando y ya no sabia como hacer para conseguir la ayuda de aquellos
malditos militares cabezas cuadradas. Incluso después de mostrarles lo que sus
colegas estaban haciendo seguían negándose a aceptar la verdad.

Intentó volver varias veces al día en que habían matado a sus compañeros, en
aquel salto a la época de Jesús con la sola idea de salvarles, pero siempre ocurría
lo mismo y el escapaba por los pelos. Por eso decidió buscar ayuda entre los
soldados miembros del partido, ellos poseían la experiencia que a el le faltaba. Se
daba cuenta de la dificultad de su plan, ¿pero que otra cosa podía hacer?

El tampoco había creído en los documentos escritos por el soldado Bauer, pero no
le quedó mas remedio que aceptar su veracidad cuando en un segundo salto
conoció a Jesucristo en persona.

Convivió con el y con sus seguidores durante un tiempo y eso le abrió los ojos.
Aquellas experiencias compartidas no hicieron si no reforzar su decisión de reparar
el daño causado por los nazis. De modo que quitándose de encima el pesimismo
que le embargaba volvió hacia el punto de partida. Encaminó sus pasos hacia la
sede del partido nazi y se preparó de nuevo para llevarse a sus dos compañeros
forzosos rumbo al pasado. Mientras caminaba con paso decidido hacia su destino

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se juró a si mismo que aquel era su ultimo fracaso. Conseguiría la ayuda de
aquellos mal nacidos aunque fuese lo ultimo que hiciera en su vida.

ESCOCIA
Año 485
Campo de exterminio Nº 20

Hacia solo un par de horas que el comandante Werner había entregado al soldado
Albert Bauer a sus nuevos carceleros. No dio muestras de rebeldía durante el
traslado y esa actitud le preocupaba. Sobre todo viniendo de un hombre como el,
que llevó a cabo varios actos de sabotaje sin ser descubierto. Sospechaba que tal
vez estuviese preparando alguna treta, pero no podía estar completamente
seguro.

Así que decidió mantener una vigilancia intensiva para espiar todos sus
movimientos. Werner entró en el barracón y comenzó a buscarle.

Pasó con sumo cuidado entre los prisioneros que se hallaban tendidos en el suelo,
tapándose la boca y la nariz con un pañuelo , tal era el hedor que desprendían.
Esa era la parte que pese a todo mas le gustaba de su trabajo; el contacto con los
condenados a muerte, gentes sin esperanza que se habían abandonado
completamente a su miseria.

Ya los había visto así en el campo de concentración de Dachau cuando los sacaban
de los barracones para llevarlos a la cámara de gas. Hombres y mujeres presas de
una fuerte desnutrición que vagaban por el recinto del campo buscando algo que
llevarse a la boca, aunque solo fueran unas míseras y raquíticas plantas que les
ayudasen a engañar al estomago. Era el en persona quien los metía en los
vestuarios y les obligaba a quitarse la ropa y a vaciar sus bolsillos de las escasas
pertenencias que aun pudieran conservar. Le encantaba oír los gritos de
desesperación cuando se percataban de que aquel sitio a donde les habían llevado
no era una ducha comunal. Solo cuando el gas comenzaba a salir se daban cuenta
de la cruda realidad. Iban a morir y lo sabían.

Precisamente por ese motivo le ascendieron, primero a capitán y luego a


comandante. La falta de compasión que demostraba hacia los que consideraba
sus inferiores hacían de el un excelente verdugo. Siguió buscando a Bauer por
entre aquellos despojos humanos y encontró algo que no le gustó lo mas mínimo.
En un rincón vio a tres hombres con horribles quemaduras en la cara, el pecho y
los brazos. Los tres estaban muertos.

Se acercó para examinarlos y sus temores se confirmaron; aquellas quemaduras


eran producto de la aparición de la esfera temporal en un recinto cerrado. De
modo que Bauer poseía otro dispositivo de llamada. El muy hijo de perra había
conseguido escabullirse de nuevo. Pero Werner sabia exactamente donde
encontrarle, y esta vez no se le escaparía.

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JERUSALEN
Año 33
Huerto de Getsemani

El capitán Blanc se abalanzó sobre Robledamm y le dio un puñetazo en plena cara.


El coronel corrió tras el y le sujetó el brazo cuando ya se disponía a darle otro.

-¿Se puede saber porque diablos ha hecho eso? -le increpó- ¿a que viene esa
actitud?

El capitán se soltó de malos modos y se encaró a su superior.

-¡Suélteme, maldita sea !

Robledamm, que había caído al suelo de espaldas y comenzaba a levantarse


lentamente, contestó por el.

-Está furioso conmigo. - dijo frotándose la mandíbula- Creo que no le caigo bien.

-A mi tampoco me gusta usted- Respondió el coronel- Pero no creo que la


violencia nos ayude a resolver este problema.

-Debería matarle ahora mismo -amenazó Blanc- Por poco consigue que nos
fusilen.

-Hice lo correcto -afirmó Robledamm- De lo contrario nos hubiese fusilado el


propio Meier.

-¿Lo correcto? -espetó Blanc- ¡Ha matado a un general del ejercito alemán!

-Eso no es cierto. El campo de fuerza de la esfera fue lo que le mató. Estaba


demasiado cerca. No pude evitarlo.

-Por lo menos estamos a salvo -intervino el coronel.

-¿A salvo? -preguntó el capitán mirando a su alrededor- ¡Ni siquiera sabemos


donde estamos !

-A eso puedo responderle yo -interrumpió el paleontólogo- Estamos en Jerusalén,


en el año treinta y tres.

-Sigue empeñado en hacernos creer que los viajes en el tiempo son posibles
-dijo el coronel.

-Es curioso. las otras veces dijo exactamente lo mismo.

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-¿Que quiere decir con eso?

-Quiero decir que ya hemos pasado por esto antes. Con este ya van tres saltos.

-Eso es mentira -escupió el coronel con desprecio- Si eso fuese cierto nos
acordaríamos.

-Lo dudo mucho. Las otras veces acabaron muertos.

-¿Muertos? ¿como que muertos?

-Si, ya sabe; muertos, fiambres, kaputt. los soldados les acribillaron cuando yo
escapé y vieron al general destrozado por la onda expansiva.

-¡Está mintiendo! -Chilló el capitán agarrandole por el cuello del abrigo- ¡Es usted
un maldito hijo de perra!

-No le miento -contestó Robledamm soltándose bruscamente-Volví para


ayudarles, pero no pude cambiar los acontecimientos. Lo intenté por dos veces
mas, pero el resultado era siempre el mismo.

-Sigue mintiendo -afirmó el coronel señalando acusadoramente con el dedo-. Si


el resultado era siempre igual, ¿como es que ahora estamos vivos? Usted mismo
dijo hace poco que el pasado inmediato no puede cambiarse.

-No puedo explicarlo -replicó Robledamm encogiéndose de hombros- Tal vez


hallamos alterado una línea temporal. No sabría decirlo con exactitud. El caso es
que en esta ocasión tuve la oportunidad de traerlos conmigo.

-Ya estoy harto de escuchar tonterías -se quejó Blanc- Me largo ahora mismo.

-Yo de usted no lo haría capitán -le advirtió Robledamm- Dentro de cinco minutos
una patrulla de soldados bajará por el sendero, y no creo que les haga mucha
gracia encontrarnos aquí.

-¿Como coño puede saberlo? -Preguntó de malos modos el coronel.

-Porque en este mismo lugar mataron a Beatrice y a Carl. Si quiere comprobarlo


no tiene mas que esperar.

Y efectivamente así fue. Al poco rato vieron bajar por el camino a un grupo de
soldados que llevaban un prisionero esposado. Los tres hombres se tiraron
rápidamente al suelo y observaron en silencio todo cuanto ocurría. Otras tres
personas ascendían por el sendero, sin saberlo, al encuentro del primer grupo.
Los soldados se detuvieron al verles y abrieron fuego contra ellos sin mediar

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palabra.

Beatrice y Carl no tuvieron tiempo de reaccionar, pero Robledamm comenzó a


correr campo a través y activó la maquina del tiempo. Ahora los tres hombres
pudieron verle bien la cara. La esfera temporal apareció de repente y el otro yo del
paleontólogo se tiró dentro de ella. Luego hubo un fogonazo de luz y todo acabó.
Los dos militares miraban atónitos a los miembros del comando mientras
activaban su propia esfera y desaparecían sin mas.

Los tres se incorporaron lentamente. Marco Robledamm miró a sus compañeros


esperando algún tipo de reacción, pero viendo que ellos no decían nada les animó
a hablar, de una manera un tanto brusca.

-¿No van a decir nada? ¿acaso no creen lo que acaban de ver?

-Anton miró al capitán como esperando recibir un poco de ayuda, pero este se
hallaba en estado de shock y no era capaz de articular palabra. De modo que
volvió a mirar a Robledamm, se aclaró la garganta y le dijo así:

-He de reconocer que todo esto es muy raro. Quizá tuviera usted razón al
asegurar que es posible viajar en el tiempo.

-Pues claro que tengo razón -respondió Robledamm molesto- acaban de ser
testigos una vez mas. ¿Está empezando a creer, o aun tiene dudas?

-No me atosigue, maldita sea. Todavía estoy asimilando lo que acabo de ver.

-Mire coronel, me gustaría ser comprensivo con usted y darle tiempo para que se
haga a la idea, pero ya se me está agotando la paciencia. Necesito su ayuda y la
necesito ahora.

-Dice que necesita mi ayuda, pero sigo sin entender para que la quiere.

-Ya se lo dije -contestó Robledamm con impaciencia- Debemos restablecer el


curso natural de la historia. De lo contrario la raza humana corre el peligro de
extinguirse.

El capitán Blanc, que ya comenzaba a reaccionar, salió de su mutismo y se dirigió


al coronel con cierto tono de ironía:

-No le haga caso mi coronel, este hombre está completamente loco. Si le permite
seguir hablando terminará por contarnos que dentro de cien años vamos a ser
esclavizados por una raza alienígena de lagartos humanoides, a la que serviremos
como fuente de alimento.

-¿Que tengo que hacer para que me crean? -espetó Robledamm apretando los

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dientes- ¿enseñarles el futuro de la tierra? Porque le aseguro que no les iba a
gustar en absoluto.

-Ya. -dijo el coronel- Ahora va a decirnos que ese futuro tan terrorífico es
consecuencia directa del cambio en la senda temporal.

-No dude ni por un momento de que es así -contestó Robledamm todavía


enfadado- Ese al que ustedes llaman profeta nos lleva de cabeza hacia la
destrucción total.

-Es usted bastante melodramático- interrumpió el capitán- Nuestra sociedad es


perfecta en todos sus aspectos. Adolf Hitler creó un imperio que debía durar dos
mil años, y le aseguro que puede durar otros mil mas.

-Es lógico que hable así -dijo Robledamm- Usted no conoce otra manera de vivir.
Pero yo he visto muchas cosas y he conocido a mucha gente. Su fe ciega hacia el
partido no le permite ver la realidad.

-¿Que realidad? -escupió Blanc- ¿la que usted quiere vendernos, maldito
lunático?

-La única que conozco, y se lo voy a demostrar.

Robledamm llamó a la esfera y los tres hombres partieron hacia el futuro.

VOLOGDA
A las afueras de Moscú
Año 1.554

Werner había calculado la llegada a unas horas antes del comienzo de la


operación de procesado. Con ese margen de tiempo esperaba encontrar a Bauer
antes de que pudiese avisar a los lugareños sobre el peligro que les acechaba. Se
situó en el camino de entrada a la aldea con un rifle de largo alcance, tras unos
arbustos que le ocultaban por completo.

Cogió sus prismáticos, se tumbó en el suelo lo mas cómodamente que pudo y se


dispuso a esperar a que apareciese su presa. Aquella situación le
recordaba su época de franco tirador, cuando se pasaba días enteros en una
misma posición hasta que cumplía con su objetivo, o le relevaban de la misión.

Observó a los aldeanos durante toda la tarde, viendo como llevaban a cabo sus
quehaceres. Vio a un viejo andrajoso que llevaba sus cerdos de vuelta al corral y a
unos niños que les mortificaban dándoles latigazos en los cuartos traseros con una
fina rama llena de espinas. Werner rió por lo bajo cuando el anciano comenzó a
recoger los excrementos que iban dejando los cerdos por el camino para tirarselos

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a esos mismos niños, esperando que de esa manera le dejasen tranquilo.

También pudo ver a una jovencita morena de largas trenzas sacando agua de un
pozo, que era increpada por su madre tras dejar caer al suelo el contenido del
cubo. Pero de Bauer no había ni el menor rastro. Aunque estaba seguro de que no
tardaría en aparecer, comenzaba a tener serias dudas.

Ya era prácticamente de noche cuando vio a un hombre que iba montado a lomos
de un asno. Vestía exactamente igual que cualquiera de los pobladores de la
aldea, pero el hecho de que llevase una capucha cubriéndole la cabeza y
tapándole casi toda la cara llamó poderosamente su atención. El desconocido se
acercó a un abrevadero que había en una de las esquinas de la plaza y se bajó de
su cabalgadura. Amarró el asno a una estaca y se quitó la capucha para mojarse
la cara. Cuando terminó de refrescarse, se dio la vuelta y Werner pudo verle con
total claridad, era el soldado Albert Bauer. Moviéndose muy despacio cogió su rifle
y lo afianzó en el suelo procurando no hacer ni un solo ruido.

Aunque no estaba lo suficientemente cerca como para ser oído, temía ser
descubierto y que ese malparido se le escapase de nuevo.

Apuntó el arma con cuidado disponiéndose a disparar. Apretó el gatillo


lentamente, casi acariciándolo. Contuvo el aliento y disparó. Pero la bala no salió
por donde debía haber salido. En ese momento no supo cual fue la causa de que
el arma reventase arrancándole un trozo de mejilla, pero mas tarde le explicaron
que aquel modelo de rifle había causado muchos problemas debido a ese mismo
fallo de fabricación.

Bauer oyó la explosión y vio como Werner salía chillando de entre los arbustos
como un marrano a punto de ser degollado, con la cara cubierta de sangre,
sujetándose la mejilla derecha. En cuanto le reconoció supo exactamente por que
estaba allí, de modo que salió corriendo como alma que lleva el diablo llevándose
por delante a todo el que encontraba a su paso.

AÑO 2.999
Jerusalén
Huerto de Getsemani

Estaba a punto de amanecer cuando la esfera reapareció en el lugar exacto desde


donde había partido. Seguía siendo la misma ciudad, con sus montes y sus valles,
pero el paisaje estaba completamente cambiado. Ya no había árboles, ni
vegetación. Tampoco se veía ningún ser humano por las cercanías. Solo campos
quemados, ruinas calcinadas y troncos retorcidos.

Los tres hombres contemplaban aquello con aire compungido, sin querer creérselo
del todo. Para Marco Robledamm no era la primera vez, pero lo que veía le
afectaba tanto como si nunca hubiese estado allí.

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-Este es el futuro que nos espera -dijo a sus compañeros con voz profunda- Esta
es la herencia que nos ha dejado su querido profeta.

-No puedo creer que Hitler haya cometido semejante barbaridad -negó Cifer con
la cabeza- No tiene sentido.

-Ya les advertí de que ese hombre era un loco. No le bastaba con purificar la raza
humana, también quería librar al mundo de su enemigo mas molesto.

-¿Que quiere decir con eso? -preguntó el capitán.

-No puedo contarles como sucedió, pero si puedo decirles que cuando ese
maniaco alcanzó sus metas quiso ir mas allá, hacia la destrucción completa de la
vida en la tierra.

-¿Pero porqué?

-Por una sencilla razón -respondió Robledamm- Con el paso de los años su
megalomanía fue aumentando de manera incontrolable, ya no hacia caso a nadie.
Llegó un momento en que su locura le hizo creer que era el único ser humano
puro con derecho a existir sobre la faz de la tierra. De modo que lanzó un ataque
nuclear masivo para destruir a los que el consideraba sus inferiores.

-¿Y como puede saber todo eso? -interrumpió el coronel. Tan solo hace
conjeturas.

-No puedo saberlo con absoluta certeza, pero creo que los hechos hablan por si
mismos. Podría apostar mi vida a que vayamos a donde vayamos no hallaremos a
ningún ser viviente.

-Mucho me temo que hemos de darle la razón, mi coronel. Todo esto no puede
ser un montaje.

-Aunque me fastidia reconocerlo estoy de acuerdo con usted.

-¿He oído bien? -ironizó Robledamm- ¿he conseguido convencerles por fin?

-Solo en parte -respondió el coronel- No puedo negar sus afirmaciones, pero me


niego a ayudarle.

-¿Puedo preguntar porqué? -dijo Robledamm con cierto tono de desesperación


-Acaba de decir que está de acuerdo conmigo.

-Y lo estoy. Pero creo que este futuro es aun muy lejano y no veo como puede
afectarme.

32
-No puede decirme eso, no después de todo lo que ha visto.

-¿Que quiere oír? ¿que me preocupa el futuro de la humanidad? Pues lamento


decirle que no es así.

-Ya veo a donde quiere llegar. Pretende que le devuelva a su época.

-Desde luego que si. Por eso va a llamar ahora mismo a la esfera y nos va a sacar
de aquí.

-¿Usted que dice capitán? -preguntó Robledamm- ¿también quiere irse?

-Estoy de acuerdo con el coronel.

-Está bien. Como quieran. Pero tengan en cuenta la posibilidad de que su


realidad puede haber cambiado. Quizá ustedes no existan en ese plano temporal.
¿Están dispuestos a arriesgarse?

-Le recuerdo que es usted un prisionero y como tal carece de derechos-respondió


el coronel- Nos ha arrastrado por medio mundo a bordo de esa maquina infernal
solamente por que ignorábamos su funcionamiento. Puedo asegurarle que de no
ser así ya hubiese muerto hace mucho tiempo.

-Podían haberme obligado a enseñarles -dijo burlón Robledamm- Solo tenían que
amenazarme con sus armas.

-No seria mala idea de no ser por que usted las hizo desaparecer cuando nos
desmayamos al entrar en la esfera por primera vez.

-Como comprenderá no podía arriesgarme a recibir un balazo en la cabeza.

-Ya ha oído al coronel -interrumpió Blanc- No puede contar con nuestra ayuda, así
que haga su magia y llévenos a casa.

-¿Han caído en la cuenta de que podría engañarles y llevarles a donde yo


quisiera? No me costaría nada dejarles en la era prehistórica, a merced de los
dinosaurios.

-No juegue conmigo -amenazó Cifer- Si hace alguna tontería puede darse por
muerto, aunque tenga que matarle con mis propias manos.

-Lo hará -aseguró Blanc- Y no pienso hacer nada por impedirlo.

-De acuerdo -se rindió por fin Robledamm- Les llevaré a casa.

33
AUSTRIA
Año 1.945

Albert Bauer había vuelto a escapar por muy poco. Ese maldito Werner era como
un sabueso y estaba empeñado en cazarle a toda costa. Lamentaba la muerte de
los tres hombres del barracón, ¿pero que podía hacer? Tenia que escabullirse para
poder continuar con su plan, de modo que permaneció escondido durante unos
días preparando los detalles de su próxima incursión . Estaba convencido de que
para destruir el proyecto debía eliminar a la persona que lo había puesto en
marcha, de modo que su próximo objetivo era el general Kessler. Recordó que en
una ocasión, cuando le eligieron para el comando y fue entrevistado por el propio
general, este había comentado que nació en un pequeño pueblecito de Austria,
muy cerca de la frontera con Alemania.

Pese a que la información era muy escasa indagó en todas las aldeas y pueblos
importantes, buscando en los registros la fecha de nacimiento de Kessler y el lugar
exacto donde residía su familia.

Cabía la posibilidad de que en la nueva línea cronológica no existiese ni rastro de


el ni de sus familiares, pero sentía la necesidad de arriesgarse.

Cuando ya estaba a punto de darse por vencido consiguió información de primera


mano gracias a una abuela que había ejercido de comadrona en prácticamente
toda la comarca, y por supuesto que se acordaba de los Kessler. Le proporcionó la
localización exacta con todo lujo de detalles, hasta le dio la fecha de su
nacimiento; tres de agosto de 1.899. Era una mujer muy habladora e incluso se
ofreció a acompañarle. Esa misma noche, y tras hallar el domicilio
de la familia del general, saltó hacia atrás en el tiempo con la sola idea de
localizarle y exterminarle. No podía permitirse el lujo de fallar de nuevo.

MADRID
Año 2.007
Sede del partido nazi

Los tres hombres reaparecieron en la sede del partido nazi el mismo día y a la
misma hora en la que habían partido. Lo primero que hicieron Cifer y Blanc fue
llevar a Robledamm a una celda de castigo tras quitarle por la fuerza el dispositivo
de llamada. Después se dirigieron al alto mando regional para informar a sus
superiores, pero cuando se disponían a salir a la calle fueron detenidos por los
soldados que custodiaban la entrada.

-¿De donde salís vosotros? -preguntó uno de los soldados.

-¿Acaso no ve que somos sus superiores, soldado? -dijo Cifer en tono autoritario-
Diríjase a nosotros como corresponde a nuestro rango.

34
-Nombre y numero de placa -exigió el centinela apuntándoles con su arma.

-Apártese de nuestro camino ahora mismo si no quiere que le envíen a Siberia de


una patada en el trasero -advirtió el coronel.

-Vaya -respondió burlón el soldado- Os permitís el lujo de amenazarme y ni


siquiera os habéis presentado debidamente.

-Está bien -dijo Cifer comenzando a impacientarse- Yo soy el coronel Anton Cifer y
este es mi ayudante de campaña, el capitán Enmanuel Blanc.

-Nunca oí esos nombres.

-Compruébelo, maldita sea -dijo Blanc de malos modos.

-Baja el tono amigo -amenazó el centinela- De lo contrario tendré que ponerme


desagradable.

Blanc no pudo contenerse ante semejante provocación y se lanzó sobre aquel


tipejo que ponía en duda su autoridad. Pero el otro centinela estaba pendiente de
todos sus movimientos y le dio un culatazo en la cabeza con su fusil antes de que
pudiese alcanzarle. Blanc se derrumbó en el suelo y llevó sus manos a la zona
dolorida mientras maldecía en voz alta.

-Te lo advertí -dijo su compañero- Ahora no me queda mas remedio que


encerraros hasta que todo esto se aclare.

Los dos soldados levantaron al capitán y se llevaron a ambos a la zona de


calabozos.

-Espere un momento -pidió Cifer- Podemos explicarlo todo.

-¿Explicar que? -preguntó el centinela deteniéndose.

-Como llegamos hasta aquí.

-Habla.

-Conocemos la existencia del proyecto Génesis. Vinimos en una de las esferas


temporales.

-¿Proyecto Génesis? ¿esferas temporales? ¿pero de que demonios estás


hablando?

-Ya sabe, de ese proyecto secreto que utiliza los viajes en el tiempo para cambiar
acontecimientos pasados.

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-¿Viajes en el tiempo? Esa es la excusa mas estúpida que he oído en mi vida.

-No es una excusa, es la verdad, y puedo demostrarlo.

-Hacerte el loco no te va a salvar de la horca si descubren que sois espías. Eso te


lo puedo asegurar.

-Le repito que soy oficial del ejercito alemán, no un espía.

-Eso lo decidirá un tribunal militar -dijo el centinela empujando a Cifer hacia


delante- Ahora sigue caminando.

La cosa se ponía fea y el coronel se daba cuenta. Tenia que hacer algo ¿pero que?
No podían huir, puesto que estaban custodiados por dos hombres armados. Por el
mismo motivo tampoco podían enfrentarse a ellos. Si hubiese hecho caso a
Robledamm no estarían en una situación tan comprometida. Podía intentar
engañarles haciendo aparecer la esfera delante de sus narices, y aprovechar la
confusión que crearía este hecho para escapar con su compañero. Pero no conocía
su funcionamiento exacto y podían acabar perdidos en cualquier lugar, o
apareciendo dentro de un volcán en erupción. Necesitaban al paleontólogo, por
mucha rabia que le diese reconocerlo.

AUSTRIA
Año 1.899

Las calles de aquel pequeño pueblecito estaban completamente desiertas. Tan


solo el rechinar de las ruedas de un carro que se alejaba rompía el silencio de la
noche. Pese a no encontrar a nadie, Albert Bauer caminaba de forma sigilosa,
intentando no hacerse notar. Llevaba todo el día preparándose mentalmente para
aquello que había venido a hacer, pero comenzaba a dudar de que fuese capaz de
hacerlo.

No tenia ningún reparo en matar a un hombre adulto si lo consideraba necesario,


ello no le causaría remordimiento alguno.
Pero quitarle la vida a un niño recién nacido era algo muy diferente, aunque ese
mismo niño fuera años mas tarde el mayor asesino de la historia de la humanidad.

Cuando por fin llegó a la casa aun no tenia la certeza de querer matarle. Rompió
con cuidado el cristal de una de las ventanas de la planta baja, y entró sin hacer
ruido. No podía evitar pensar en lo que había visto durante el tiempo que estuvo
saboteando todas aquellas operaciones de procesado, esas personas tratadas
como animales y asesinadas sin piedad. Así que desterró de su mente todas las
dudas y se aprestó a hacer justicia. Buscó la habitación del niño con cuidado de no
hacer ruido, entró en ella y se acercó a la cuna.

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El niño se encontraba profundamente dormido y estaba solo. Se dijo a si mismo
que aquello terminaría en unos segundos, después todo volvería a la normalidad.
El proyecto Génesis nunca habría existido y el destino de la humanidad estaría a
salvo. Sacó un puñal que llevaba oculto bajo la ropa y lo levantó por encima de su
cabeza. Bajó el brazo y se dispuso a dar el golpe fatal, pero el gesto quedó
congelado cuando alguien habló a su espalda.

-No sabia que fueras un asesino de niños.

Bauer se dio la vuelta muy despacio y se encontró cara a cara con el comandante
Werner, quien le apuntaba con una pistola.

-Esto ya está empezando a aburrirme -dijo Bauer en tono de hastío. Deberíamos


probar a citarnos en un bar, como hace la gente normal.

-Muy gracioso, pero yo solo hago mi trabajo. Ahora suelta el cuchillo y coloca las
manos tras la nuca.

Bauer obedeció dejando el cuchillo en el suelo y llevando sus manos a la nuca,


pero de repente saltó hacia delante y cargó sobre Werner con toda la fuerza que
pudo reunir.

El comandante ya estaba preparado para una reacción semejante, de modo que


sin pensarlo dos veces disparó su arma y le alcanzó en un hombro. Albert cayó
hacia atrás como empujado por una mano invisible y rodó por el suelo.

Werner creyó tenerlo todo controlado, pero cuando iba a agacharse para coger a
su prisionero alguien entró gritando en la habitación . Se giró para ver quien era,
mas no terminó de volverse, porque el desconocido le dio un fuerte golpe en la
cabeza con un objeto contundente. Bauer, pese a estar malherido, aprovechó el
momento de confusión para llamar a la esfera. Otra vez había conseguido escapar
por los pelos.

MADRID
Año 2.007

Anton Cifer y Enmanuel Blanc fueron sacados de sus celdas y llevados a un


despacho en donde tendría lugar el consejo de guerra. Les mantuvieron
encerrados por separado durante el tiempo que tardaron en decidir que hacer con
ellos, y durante ese tiempo el coronel concretó un plan que podría servir para
sacarles del atolladero. Cuando llegaron al despacho se encontraron con un grupo
de gente que les estaba esperando, todos ellos altos mandos con cara de pocos
amigos y evidentes ganas de terminar cuanto antes.

Sus guardianes les obligaron a sentarse de malos modos y comenzó el proceso.

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-Iré al grano -dijo el presidente- Afirman ustedes pertenecer a nuestro ejercito, y
sin embargo no hay constancia de tal hecho. No existe ningún documento que lo
corrobore. Incluso hemos recuperado antiguos archivos de nuestros bancos de
memoria sin obtener resultados satisfactorios.

-¡Eso es imposible! -gritó Blanc levantándose de su asiento.

El centinela que estaba a su lado le agarró por los hombros y le obligó a sentarse
de nuevo.

-Levántese solo cuando se lo ordenen -le dijo al oído en tono amenazador.

Blanc giró la cabeza hacia el soldado con clara intención de protestar, pero la
mirada del otro le disuadió de hacerlo

-Y luego está ese otro asunto -prosiguió el presidente como si no hubiese sido
interrumpido- Lo de esos supuestos viajes en el tiempo. Una absoluta ridiculez.
Creo que la decisión es clara, van a ser condenados por un delito de espionaje, y
la única sentencia posible es la pena de muerte.

-Pido permiso para hablar, señor -dijo Cifer- Puedo demostrar que decimos la
verdad.

El presidente hizo un gesto afirmativo con la mano y Cifer continuó hablando.

-Tenemos un testigo que puede explicarles como llegamos aquí. Se llama Marco
Robledamm, es paleontólogo y se encuentra confinado en una de las celdas de
castigo de este edificio.

-Que alguien lo compruebe -ordenó el presidente.

A los pocos minutos trajeron a Robledamm. Estaba esposado con las manos a la
espalda. Un profundo odio se reflejaba en sus ojos cuando miró a los presentes, y
Cifer se preguntó si estaría dispuesto a ayudarle en caso de que su plan tuviera
éxito.

-No tengo nada que deciros -escupió Robledamm dirigiéndose al jurado- Así que
ya podéis volver a llevarme a mi celda.

-Marco, escucha lo que tengo que decir -pidió Cifer- Tal vez con tu ayuda
consigamos salir de este embrollo.

-¿Van a decir algo en su defensa, o no? -inquirió el presidente comenzando a


impacientarse- No tenemos todo el día.

-Disculpe, señor -se excusó Cifer- Creo que puedo convencerle para que hable.

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-Ni lo sueñes, coronel -respondió Robledamm- Ya tuviste tu oportunidad.

-Si no tienen nada que alegar daremos por terminado este proceso y serán
ejecutados de inmediato -insistió el presidente- Ya les advertí que no me hicieran
perder el tiempo.

-Está bien -dijo Cifer sacando el dispositivo de llamada- Este objeto que tengo en
mi mano demostrará que decimos la verdad.

-¿Como se supone que va a ayudarles un pequeño colgante? -preguntó el


presidente en tono despectivo- ¿acaso posee algún poder mágico?

-Por supuesto que no -respondió Cifer sin hacer caso a la provocación- Esto es un
dispositivo de llamada, no un truco de magia. Un globo incandescente de cinco
metros de diámetro aparecerá en este mismo lugar en cuanto lo active.

-No voy a consentir que se burle de nosotros en nuestra propia cara -gruñó el
presidente- centinela -dijo llamando a uno de los soldados- Saquen a estos
hombres de aquí y vuelvan a meterlos en sus respectivos calabozos hasta que
decidamos la fecha de la ejecución.

En ese preciso instante Cifer supo que ya era imposible esperar mas. No podía
permitir que les separasen de nuevo. De modo que activó el colgante y empujó a
sus dos compañeros dentro de la esfera en cuanto esta apareció.

CAPITULO CUARTO

RETOMAR EL CAMINO

JERUSALEN
Año 32
Huerto de Getsemani

El centinela del campamento estaba sentado en el suelo, apoyado contra un árbol.


Aquella noche había dormido mal, así que aprovechaba la ausencia del maestro y
de sus seguidores para echar una cabezadita. Abdul Hassan era de origen egipcio,
pero se había criado en Nazaret y por eso conocía bien a Jesús. Eran casi de la
misma edad y fueron compañeros de juegos durante mucho tiempo, pero después
al Nazareno le dio por defender los derechos civiles y se volvió demasiado
aburrido.

Mas pese a todo estuvo siguiendo sus pasos. Le interesaba mucho la forma que
tenia de luchar contra el orden establecido, predicando la igualdad entre ricos y

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pobres. Pero lo que mas le gustaba era como trataba la hipocresía de la clase
dirigente y de la casta sacerdotal. Por eso se unió a el. No era uno de sus
discípulos, como ellos mismos se llamaban, pero se consideraba parte integrante
del grupo, con todos sus derechos y obligaciones. Estaba aun desperezándose
cuando vio como tres desconocidos ascendían por el camino de entrada. Dos de
ellos eran bastante jóvenes y aunque vestían las ropas típicas de los habitantes de
la zona, no parecían ser de por allí. Su piel era mas clara y no tenían las
características arrugas producidas por la constante exposición al sol.

Sin embargo el tercer hombre tenia el mismo aspecto que cualquier pastor de
ovejas de los muchos que vivían en la región.

Era un hombre alto, de pelo largo y barba canosa. Su rostro estaba curtido por el
sol, y sus ojos, de un azul intenso, parecían taladrarte cuando te miraban. Se
acercó a el y le saludó en perfecto arameo.

-Que la gracia de Alá esté contigo -dijo Robledamm inclinando la cabeza.

-Que el te proteja -respondió Hassan sin levantarse. ¿en que puedo ayudaros?

-Venimos a ver al maestro -Anunció el paleontólogo- Nos han dicho que acampa
aquí con algunos de sus seguidores.

-Así es -dijo Hassan incorporándose- ¿puedo preguntar quienes sois?

-Mi nombre es Josué, tratante de ganado, y vengo de las tierras del norte. Mis
amigos son naturales de creta.

-¿Y ellos no hablan?

-No pueden. Son mudos de nacimiento. Pero mientras estén por estas tierras yo
seré su voz.

-El maestro no se encuentra en el campamento, pero no tardará en volver, si


queréis esperarle.

-Así lo haremos -respondió Robledamm con otra inclinación de cabeza.

Los tres hombres se sentaron bajo un gran olivo de frondosas ramas y comenzaron
a hablar en voz baja, poniendo mucho cuidado en que el centinela no les oyese.

-No veo por que demonios tenemos que quedarnos aquí -rezongó el capitán- No
pienso achicharrarme vivo esperando a un maldito pastor de ovejas piojoso.

-El no es ningún pastor de ovejas piojoso -dijo molesto Robledamm- Fue la figura
política mas importante de su época, aunque no te lo creas.

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-Me da lo mismo quien fuera. No tengo ningún interés en conocerle. Coronel -dijo
dirigiéndose a Cifer- ¿cuando rayos va a obligar a este loco a que nos lleve de
vuelta a casa?

-Cuando lo considere necesario.

-¿Desde cuando se ha puesto de parte de Robledamm? -preguntó el capitán con


aire dolido? Pensé que estábamos de acuerdo.

-Ya le he explicado cientos de veces el plan a seguir. Tenemos que capturar a ese
tal Jesús y entregárselo en persona al alto mando alemán.

Robledamm miró al coronel de reojo, pero cuando se disponía a abrir la boca para
hablar, Cifer le detuvo con un gesto de la mano.

-Ni se te ocurra -dijo en tono lúgubre- Ya estoy harto de oírte. Necesitamos a ese
profeta de pacotilla para restablecer la línea temporal que nos corresponde.

La cara del paleontólogo cambió de repente, exteriorizando un infinito odio. Se


puso de pie lentamente y señaló con el dedo al coronel.

-¡Eres la peor de las alimañas, maldito seas! -saltó sin poder contenerse- ¡No
eres mas que un oportunista sin entrañas!

-Ya hemos hablado de esto -dijo el coronel a punto de estallar- Te prometí soltarte
y olvidarme de ti si nos ayudabas a volver a nuestra realidad.

-¿Ya has olvidado que tus "colegas" han estado a punto de ejecutaros? - ¡Eso por
no hablar de las veces que habéis muerto a sus manos!

- Suceso que tu cambiaste y que provocó una alteración en nuestra línea


temporal -contestó Cifer- Pero ahora estamos vivos y no pienso dejar escapar
semejante oportunidad.

-¿Seguro que dices la verdad? -quiso saber Robledamm- ¿no vas a matarme en
cuanto consigas lo que te propones?

-No, ya sabes que te necesito para aprender a manejar la esfera.

- ¿Y si me niego a ayudarte?

-Podría matarte con mis propias manos y aprender yo solo.

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-¿Porqué no os venís todos conmigo? -dijo una voz detrás de ellos.

Los tres hombres se giraron al mismo tiempo y vieron a un militar alemán


apuntándoles con un fusil de asalto. Era un hombre joven, de pelo rubio y ojos
azules. Su mirada era fría como el hielo, y una gran cicatriz le desfiguraba el lado
derecho de la cara. Era el comandante Werner.

-¿Quien tiene el dispositivo de llamada? -preguntó.

Los dos militares se miraron mutuamente y después señalaron a Robledamm.

-Lo siento amigo -dijo Werner con una leve sonrisa- Tus compañeros han preferido
salvar su vida a costa de la tuya.

-No son mis compañeros -gruñó Robledamm- Solo son unos mal nacidos egoístas.

-No está bien hablar así de ellos, sobre todo teniendo en cuenta la forma en que
los sacaste del campo de exterminio donde estabais retenidos. ¿no sois amigos,
acaso?

-Escuche, mi comandante -dijo Cifer- Nosotros somos soldados alemanes, no sus


enemigos. Este hombre pretende utilizar su tecnología para destruir el proyecto
Génesis.

-Lo sabemos -respondió Werner- Por eso estoy aquí. Y ahora basta de charla. Tu,
viejo -dijo señalando a Robledamm con el cañón del arma- Dame el colgante.

Entonces Robledamm actuó todo lo deprisa que pudo. Empujó al coronel contra
Werner y consiguió que este cayera al suelo. Salió corriendo mientras el
comandante vociferaba, tratando de quitarse de encima a Cifer.

Robledamm ya había alcanzado cierta distancia cuando Werner comenzó a


dispararle, pero consiguió ocultarse tras un montículo de tierra y llamó a la esfera.
Werner logró levantarse y fue tras el. Entonces Blanc le puso la zancadilla
creyendo que podría quitarle el arma, pero le salió mal. El comandante volvió a
caer, pero no soltó el fusil.

Se revolvió en el suelo y disparó contra el capitán sin pensarlo dos veces. Tenia
ordenes de llevárselos vivos, sin embargo habían conseguido ponerle furioso y no
tendría piedad con ellos. Ya se las arreglaría para ofrecerle al general una
explicación creíble. Blanc cayó hacia atrás como un muñeco de feria golpeado por
una pelota, y antes de tocar el suelo ya estaba muerto. Una de las balas atravesó
su cabeza de parte a parte, salpicando de sangre y trozos de cerebro el rostro de
Cifer.

Werner se incorporó con cierto esfuerzo, se fue hacia el coronel y sin decir una

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sola palabra le metió dos balas en el corazón.

SEGUNDA PARTE

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