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Trueno, el ateo que dice

no creer en Dios
J. Enrique Cáceres-Arrieta

En los 80 publiqué un artículo titulado Las dos clases de ateo, donde


analizo dos tipos de ateo. Ahora veremos uno: el que asegura no creer en
Dios. Según el DRAE, ateo no es quien dice no creer en Dios, sino el que
“niega la existencia de Dios”. No creo que haya alguien que no crea en
Dios.
Hay una tenaz lucha interna en quien niega a Dios, pues su espíritu
(médula y timón del ser, que el ateo niega) sabe que Dios existe, mas el
ego (intelecto, parte del alma que nos da conciencia de nosotros, también
objetada) alienado, al ser obligado a creer que “Dios no existe”, lo rechaza
a pesar de la protesta del espíritu. Es decir, el ateo sabe intuitivamente de la
existencia de Dios por su espíritu, mas lo niega verbalmente con la razón
del alma. (¡Qué terrible escisión del ser y qué desgaste horrible de energía
negar lo que sabes que es real!) Y, contra los deseos del ateo, el intelecto
siempre lleva las de perder, salvo que la conciencia esté cauterizada.
De ahí que el ateísmo consecuente o puro -tratar de vivir sin Dios-
conduzca al suicidio o a la locura; y que los ateos consecuentes sean muy
pocos. Ejemplo: el barco se hundía; todos empezaron a invocar a Dios. De
pronto alguien preguntó: “¿Dónde está Trueno, el ateo?”. Empezaron a
buscarlo. Lo encontraron arrodillado en su camarote, bañado en lágrimas y
orando: “Dios mío, no permitas que me ahogue; no quiero morir...”. Los
pasajeros le preguntaron desconcertados: “Oye, ¿acaso tú no eres ateo?
Trueno respondió: “Sí, pero en tierra”. “El ateísmo aparece más bien en los
labios que en el corazón del hombre”, manifestó Bacon.
El inconsecuente con su ateísmo vive bajo la sombra de un fetiche, una
ética, filosofía, estética, profesión o fundación humanista y social, aunque
niega la sombra en cuestión. Los ateos ignoran que la mayor parte de
valores morales, principios, derechos humanos, estéticas y éticas del
mundo occidental tienen sus raíces en el cristianismo, enraizado a su vez en
principios mosaicos y los Diez Mandamientos, que algunos aspiran
“reescribir”.
Los estériles intentos de revoluciones ateas por desarraigar la
religiosidad de sus pueblos y el Holocausto judío han demostrado que en
momentos extremos y en el túnel más tenebroso y macabro la mayor parte
de los humanos mira hacia arriba y hace una oración salida de lo profundo
del ser. Quizá no sepan orar, pero el fervor de la súplica emerge de un alma
ansiosa de ser rescatada y puesta a salvo. Negar nuestra innata religiosidad
es querer tapar el Sol con un dedo. Intentar extirpar la creencia en Dios es
golpear al aire. Que los ateos “en tierra” opten por fetiches y variadas
formas de religiosidad “progresista” y “científica” no desvirtúa que somos
seres religiosos y morales.
En general, el ateo se autodenomina escéptico, librepensador o
agnóstico; debido, hasta cierto punto, por la dificultad de sostener la
creencia atea. Con todo, fanáticos proselitistas como Richard Dawkins
persisten negar a Dios. Este creyente del mito evolutivo afirma ser un ateo
“intelectualmente satisfecho”. ¿Será verdad que hay ateos
“intelectualmente satisfechos”? Eso solo lo cree Dawkins y la Úrsula
Iguarán de García Márquez que “[...] acabó consolándose con sus propias
mentiras”.
El otrora ateo Sartre expresó que el ateísmo es “cruel”; el buscador de
sentido Camus lo calificó “terrible”; Nietzsche, que lo etiquetó
“enloquecedor”, murió demente. Pascal sostiene que “el ateísmo es una
enfermedad”.
Casi al final de sus días, Sartre asevero: “No me percibo como producto
del azar, como una mota de polvo en el universo, sino como alguien
esperado, preparado, prefigurado. En resumen, como un ser que solo un
Creador pudo colocar aquí; y esta idea creadora hace referencia a Dios”.
En su poema tardío El lamento de Ariadna, Nietzsche exclama: “[...]
¡Oh, vuelve/ Mi Dios desconocido, mi dolor!/ ¡Mi última felicidad!/ [...]”.
Parece que el filósofo en medio del dolor y vaciedad pide a Dios, que tanto
se esforzó en negar, que vuelva e imparta la felicidad buscada en otros
lados sin éxito alguno.
El reverendo Howard Mumma reveló que Camus le confesó: “Soy un
hombre desilusionado y exhausto. He perdido la fe, he perdido la esperanza
(...). Es imposible vivir una vida sin sentido.” “[...] Amigo mío, ¡voy a
seguir luchando por alcanzar la fe”.
Habrá quienes aseguren que el encuentro del autor de La Peste con
Mumma es una patraña, tal como aspiran “rescatar” a Darwin de la
introspección, contrición y retorno a beber en las fuentes de la verdad pura
de la Biblia para encontrarle sentido a su vida.
Al envejecer, el agnóstico Kant reconoció que Dios, la libertad y la
inmortalidad del alma -postulados que rechazó siendo joven por
considerarlos sin sentido para la “razón pura”- eran en realidad principios
de la “razón práctica”; y, por ello, infaltables en la vida del humano.
¿Tenía razón José Ingenieros al hablar que en la “bancarrota de los
ingenios” decae la genialidad al punto de que cuando viejos negamos y
contrariamos declaraciones esbozadas en la edad más fructífera y libre del
ser humano como es la juventud? No del todo. Tampoco creo la estupidez
de que es “brutal” confesar tus faltas cuando viejo, pues la vida es una
escuela abridora de ojos; maestra y sensibilizadora de la realidad del
espíritu que por lo general se niega, pasa por alto o se intenta enmudecer.
La juventud es la etapa más fructífera; pero también de inquietud y
adrenalina, donde crees ser dueño y centro del mundo. En contraste, la
vejez es el estadio de quietud y observación retrospectiva, mas también de
introspección. Ahí muchos ojos y entendimientos son abiertos para darse
cuenta de que han pasado la vida sofocando inútilmente una necesidad
apremiante que no quitó el sueño por años de emociones y rebeldías
propias de juventud.
¿Será dañino mirar hacia adentro cuando las fuerzas desaparecen y todo
invita a la contemplación interna y a reflexionar qué has hecho con tu vida?
Mirar internamente es saludable si lo hago con honestidad intelectual para
hacer cambios en beneficios del ser, no para autoflagelación.

El autor es periodista

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