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Universidad de Concepción. Curso Historia del Derecho 2010.

CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN

Aproximación al concepto de Historia. Un alcance sobre su evolución.


Generalidades.
Para aproximarnos a un concepto de lo que es la historia, debemos comenzar
por tener presente que la palabra “historia” posee, al menos, dos sentidos o significados
importantes. Uno que hace referencia a un conjunto de hechos o acontecimientos
realizados por el hombre en el tiempo. Esta historia existe independientemente de que
se la narre o no, con independencia de que se la estudie y de lo que haga o deje de
hace el historiador. Simplemente se trata de hechos del hombre que han acontecido
alguna vez. Cuando se usa el término historia con este sentido, se suele hablar también
de historicidad. Sobre este particular haremos la reflexión que destaca que el hombre
hace muchas cosas, como fabricar los utensilios que le posibilitan procurarse los bienes
que le permiten subsistir, construye casas y caminos que le facilitan la vida, hace
ciencia y desarrolla una tecnología que le permite progresar, crea también un arte y una
literatura que expresan la belleza y el sentimiento de lo sublime que la acompañan, se
da una organización jurídica y política con lo cual conforma una sociedad que le
posibilita convivencia con los demás, etc. Es impensable la vida del hombre actual sin
todo esto que “ha hecho”, es decir, sin su historia. Así entonces, podemos afirmar que
el hombre es un ser esencialmente histórico, tanto que un filósofo contemporáneo, José
Ortega y Gasset, gustaba decir, “el hombre no tiene naturaleza sino historia”. Entre los
muchos productos que el hombre ha hecho y que han ido conformando la historia de la
humanidad, en este curso nos interesa uno particularmente. Se trata del derecho.
El otro significado de la palabra “historia”, la entiende como saber o ciencia.
Cuando se habla de historia en este sentido se la suele denominar “historiografía”.
Consiste en los estudios y el consiguiente relato o narración de los hechos del pasado.
Así considerada la historia constituye una especie de recreación de los acontecimientos
pretéritos. Pero de inmediato se comprende que el historiador no va a poder estudiar y
luego narrar la totalidad de los hechos acaecidos en el pasado, son demasiados. En
efecto, todo lo realizado por millones y millones de hombres durante miles de años, es
simplemente inabarcable para la mente humana. Son demasiados hechos, es imposible
investigarlos todos y además no todos tienen importancia. Habrá entonces, de alguna
manera, que seleccionar aquellos hechos del pasado que son más relevantes, que se
destacan por ejercer algún tipo de influencia permanente en la sociedad. Que la han
ejercido antes, que la ejercen ahora, pensándose asimismo que también la ejercerán en
el futuro. El historiador, en consecuencia, debe llevar a cabo toda una tarea de
investigación, de recolección de datos y de sistematización de ellos para efectuar una

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exposición ordenada y coherente de los mismos. Esta tarea del historiador, realizada
del modo que acaba de señalarse, hace a nuestro juicio que la historia sea una
verdadera ciencia.

La historia como ciencia.


A este respecto se ha discutido si el saber histórico es o no una ciencia. Es
evidente que no lo es de modo idéntico a como lo son las ciencias físico-matemáticas,
pues éstas tienen la peculiaridad de poseer un objeto más homogéneo y determinado,
lo que hace más sencillo su estudio y aprehensión. La historia, en cambio, pertenece a
las llamadas ciencias del espíritu, culturales o sociales, tiene un objeto menos
homogéneo y más fluctuante. Pero, como dice R. G. Collingwood, “lo esencial es que
genéricamente pertenece a lo que llamamos ciencias, es decir, a la forma de
pensamiento que consiste en plantear preguntas que intentamos contestar”. Más
específicamente, por ser ciencia, la historia plantea preguntas sobre el objeto que
investiga, empleando un método tanto en la formulación de dichas preguntas, como en
el proceso mismo de investigación y en la exposición de los resultados a que arriba.
Sobre la base de lo que acaba de expresarse, nos corresponde ahora pasar a
considerar brevemente tanto el objeto de estudio de la ciencia a que estamos haciendo
referencia, es decir la historia, como el método que emplea.

El objeto de estudio de la historia.


“Una ciencia – dice Collingwood- difiere de otra en que averigua cosas de
diferente clase. ¿Qué clase de cosas averigua la historia? Respondo que averigua “res
gesta”, es decir actos de seres humanos que han sido realizados en el pasado.” Estudia
actos humanos del pasado pero, obviamente, en la medida que pueden ser conocidos
por un sujeto del presente. Estas afirmaciones pueden dar lugar a problemas, pero lo
substancial queda en pie. Un problema sería, por ejemplo, el ¿si la historia estudia
fenómenos individuales o colectivos? Naturalmente que para decidirse hay que penetrar
en el significado de estos términos y quizás se estime que la separación entre ellos no
es tan absoluta y que, además, en caso de ser de importancia- he aquí otro término
problemático- muy bien la historia puede comprenderlos a ambos.

El método de la ciencia de la historia.


¿Cómo procede la historia? La historia procede interpretando testimonios.
Entiéndase por testimonio la manera de designar colectivamente aquellas cosas que
singularmente se llaman documentos, en cuanto un documento es algo que existe
ahora y aquí, y de tal índole que, al pensar el historiador acerca de él, puede obtener
respuestas a las cuestiones que pregunta acerca de los sucesos pasados. Aquí surgen

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muchas cuestiones difíciles tocantes a cuáles sean las características de los


testimonios y cómo interpretarlos. No hay, por ahora, sin embargo necesidad de
suscitarlas porque lo decisivo es que cualquiera que sea la manera en que se
contesten, los historiadores concederán que el proceder de la historia, o sea su método,
consiste esencialmente en la interpretación de testimonios (Collingwood).
El gran método de la historia es la interpretación de documentos- lo que
naturalmente conlleva la idea de estudio de documentos- pero este método debe
auxiliarse, y más aún especificarse, con otros métodos. Como por ejemplo el método
filológico, el análisis de textos, la inducción, la deducción, el método comparativo, la
generalización estadística, etc.

Un alcance sobre la evolución de la historia.


No hay dudas que la historia humana ha sufrido y continúa experimentando
cambios de todo tipo. Unos más profundos, otros menos. En algunas ocasiones con
mayor rapidez, en otras de manera más lenta. Por este motivo podemos afirmar que la
historia evoluciona. Ahora bien, en lo que suele no haber acuerdo es respecto a las
características que tiene esta evolución. Por ejemplo, los autores dan respuestas
diferentes cuando responden a interrogantes tales como si la historia tiene o no un
sentido, si hay o no en ella un progreso, si los movimientos que encontramos en la
historia son cíclicos o lineales, qué factores influyen de manera principal en los cambios
históricos, si hay también en la historia un sentido de lo trascendente, etc. Así entonces,
para ver como se ha entendido la evolución de la historia por las distintas concepciones
que se han postulado sobre la misma, pasaremos ha examinar algunas teorías que se
han propuesto sobre ella en distintas épocas y por diversos pensadores.

Algunas teorías acerca de la historia.


1.- La antigüedad clásica griega.
En la antigüedad los primeros en formular una historia con carácter científico
fueron los griegos Heródoto y Tucídides. No reflexionaron mayormente sobre la historia,
pero al escribir historia de hecho tomaron posición con respecto a ella. Eliminando el
mito de sus narraciones escriben una historia sobre el acontecer humano, de hechos
efectuados por los hombres y elegidos por su voluntad sin intervención divina. Por todo
esto, la historiografía antigua afirmaba que toda obra humana siempre se encuentra
sujeta a los vaivenes del devenir, con ello a la corrupción y al cambio. Las instituciones
jurídicas y políticas creadas por los hombres no escapan a esta situación. Este primer
filósofo vivió esta crisis.
Platón (Atenas 428/27 a C. – 347 a. C.) Aristocles tuvo un contacto directo con
la vida política, aunque su experiencia terminó siendo amarga y desilusionadora. Su

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disgusto llegó a un punto culminante con el juicio a Sócrates, en el año 399 a.C., de
cuya condena habían sido responsables los demócratas que habían reconquistado el
poder. Por ello se dedicó a recorrer diversas ciudades, como huésped y consejero de
gobernantes en Italia, Sicilia, Egipto, entre otras. Precisamente en Siracusa discrepó
con el tirano Dionisio I, por apoyar a un pariente de éste, Dión, respecto de quien Platón
consideraba que podría convertirse en rey-filósofo. El tirano llegó al extremo de hacerlo
vender como esclavo, situación de la que fue rescatado por Aníceris de Cirene. Luego
regresó a Atenas, donde fundó la Academia, para posteriormente volver a Sicilia en
otras dos ocasiones, como invitado de Dionisio II, debiendo también ser rescatado.
Finalmente regresó a Atenas en el 360, donde dirigió la Academia hasta su muerte.
Ante este espectáculo, para él desgarrador, trató de encontrar una explicación
para satisfacer la profunda inquietud que lo embargaba y en lo posible entregar un
principio de solución, educando y abriéndoles los ojos a los ciudadanos. Así lo plantea
entre otros escritos suyos en La República y en La Carta Séptima. Partiendo de los
supuestos históricos del antiguo sentido de la filosofía como conocimiento integral de
las razones supremas de las cosas, de la reducción de la esencia del hombre a su
alma, de la coincidencia entre individuo y ciudadano y la ciudad-estado como horizonte
de todos los valores morales y como única forma posible de sociedad; Platón concluye
que sólo si el político se transforma en filósofo puede construirse la verdadera ciudad, el
Estado auténticamente fundamentado sobre el supremo valor de la justicia y el bien.
Desde el punto de vista de la concepción de la historia lo que interesa destacar
aquí es el hecho, según Platón, que los estados que comienzan disciplinados, sobrios,
austeros y hasta heroicos, por el modo de vida sencillo y difícil que llevan los primeros
ciudadanos, con el aumento de la riqueza van entrando en la molicie y en la
decadencia. Lo que intenta con su obra La República es frenar este proceso de
decadencia proponiendo un Estado Ideal. Plantea que el Estado no es más que una
ampliación de nuestra alma, en efecto, en el hombre existe una parte concupiscible
(deseo), irascible y racional (logistike). El Estado nace porque cada uno de nosotros no
es autárquico. En efecto es necesario:
a) servicios de los que satisfacen necesidades materiales, desde vivienda a
alimentación.
b) servicios de los hombres que se dediquen a la custodia y defensa de la
ciudad.
c) servicios de unos cuantos hombres que sepan gobernar de forma adecuada.
Por consiguiente, la ciudad tiene tres estamentos: campesinos, artesanos y
comerciantes; guardianes y gobernantes.
El primer estamento está constituido por hombres en los que predomina el
aspecto concupiscible del alma. Esta clase social es buena cuando prevalece la virtud

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de la templanza, que es una especie de dominio de los placeres, de un orden y


capacidad de someterse a las demás clases. La riqueza y bienes materiales no debe
ser exiguo ni demasiado.
El segundo estamento está constituido por hombres en los que predomina la
fuerza irascible, hombres que se parecen a los perros de noble raza, dotados al mismo
tiempo de mansedumbre y fiereza. La virtud de esta clase social debe ser la fortaleza o
bravura. Deben vigilar los peligros externos e internos, como por ejemplo la
acumulación de riqueza de la primera clase, que engendra ocio y lujo, así como
también la pobreza de éstos.
Los gobernantes, finalmente, son los que saben amar a la ciudad más que los
demás, cumpliendo con celo sus obligaciones y conociendo y contemplando el Bien.
Por ello, predomina el alma racional y su virtud específica es la sabiduría.
En conclusión, la ciudad perfecta es aquella en la que predomina la templanza
en la primera clase social, la fortaleza o el valor en la segunda y la sabiduría en la
tercera. La justicia es entonces la armonía entre estas tres virtudes: cuando cada
ciudadano y cada clase social realizan lo mejor posible las funciones que les son
propias y hacen aquello que por naturaleza y por ley están llamados a hacer.
Haremos además presente que en la antigüedad hay también otras
concepciones de la historia como las de Aristóteles, Polibio, Tito Livio, Tácito, Cicerón,
etc.

2.- La concepción cristiano medieval de la historia.


La historiografía cristiano-medieval, y en general la concepción de la historia de
esta época, caracteriza a la historia por:
a) La historia es una historia universal o del mundo, desde los orígenes del
hombre.
b) Los sucesos históricos hay que vincularlos más a la Providencia que al
hombre.
c) Tratará de descubrir en la historia el ordenamiento inteligible puesto por Dios
en el curso general de los acontecimientos. La vida histórica de Cristo es fundamental
en este ordenamiento. El proceso histórico no es la realización de los propósitos
humanos, sino que los divinos.
c) La historia, entonces, quedará dividida en dos periodos: antes y después de
Cristo.
San Agustín (Tagaste, provincia de Numidia 354- Hipona 430).
Es, tal vez, el mejor exponente de la concepción cristiano-medieval de la historia.
Aunque San Agustín se encuentra más bien ubicado en las postrimerías de la Edad
Antigua, antes que en los comienzos de la Edad Media, es indudable, que desde el

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punto de vista de su concepción del mundo y de la historia pertenece más a ésta que a
aquélla. Nació en África, hijo de un padre aún ligado al paganismo y de Mónica, madre
fervorosa cristiana. Estudió en Cartago, donde se acercó a las obras de Cicerón y se
desempeñó como maestro de retórica en dicha ciudad. Se trasladó a Roma y a Milán,
ciudad en la que mediante un profundo esfuerzo espiritual maduró su conversión al
cristianismo. Renunció a su cargo de profesor oficial y se retiró a una casa de campo.
Luego de ser bautizado regresa a Tagaste, donde vende los bienes paternos y funda
una comunidad religiosa, adquiriendo muy pronto gran notoriedad por la santidad de su
vida. Fue ordenado sacerdote y luego Obispo, cargo que ejerció en Hipona. Desde
aquella localidad africana, con su pensamiento y su tenaz labor, provocó un giro
decisivo en la historia de la Iglesia. Murió en el 430, durante el asedio de los vándalos a
la ciudad.
Lo más importante de la concepción agustiniana de la historia se encuentra en su
obra titulada La Ciudad de Dios (413-417). En ella subordina los acontecimientos
humanos a las cuestiones teológicas y a la grandeza y omnipotencia de Dios. La
expresión Ciudad de Dios habría que contraponerla a la Ciudad del Diablo, una de
cuyas manifestaciones sería la Ciudad Terrena.
Existen diversas interpretaciones sobre los conceptos anteriores. Así, algunos
autores sostienen que la Ciudad de Dios daría la idea o ideal perfecto de Estado, en
sentido Platónico, en contraposición con La Ciudad Terrena que sería una imitación o
copia imperfecta de él. Para otros, la Ciudad de Dios representa a la Iglesia y la Ciudad
del Diablo o Terrenal al Imperio o a la Polis (al Estado diríamos hoy). Gilson, que tiene
en cuenta muy especialmente el sentido religioso y místico de San Agustín,
(recordemos que los temas que preocupan honda y vitalmente a San Agustín son: el
problema del mal, la salvación del alma, los atributos de Dios, etc.), entiende que la
Ciudad de Dios es la ciudad de los elegidos, es decir, de aquellos que van a salvar su
alma y a gozar en la eternidad de la presencia de Dios, la Ciudad del Diablo sería la de
los condenados.
Agustín sostiene que el mal es amor de sí (soberbia) y el bien es amor de Dios,
es decir, el amor al verdadero bien. Esto se aplica al ser humano individualmente
considerado y también al que vive en comunidad. Así, los hombres que viven para Dios,
“el amor a Dios llevado hasta el desprecio de sí mismo” constituyen la ciudad celestial,
en tanto que los hombres que se aman a sí “llevado hasta el desprecio de Dios”, dan
origen a la Ciudad Terrena. La primera busca la gloria de Dios, la segunda, la gloria de
los hombres.
Las dos ciudades tienen un correlativo en el más allá: el ejército de los ángeles
que permanecieron fieles a Dios y el de los ángeles rebeldes. Es la idea de un cuerpo o
sociedad mística que hace un tránsito sobre la tierra en busca de su destino final. Visto

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así el problema la historia humana no es otra cosa que un camino, que no importa tanto
por sí, como la meta que trata de alcanzar. Meta que está puesta por la Providencia y
camino que es guiado- dentro de los límites del libre arbitrio- por ella.
La historia adquiere un sentido completamente desconocido hasta entonces, con
una forma lineal. Comienza con la creación y acaba con el fin del mundo, es decir, con
el juicio final y con la resurrección. Posee tres momentos intermedios esenciales que
determinan su trayectoria: el pecado original con sus consecuencias, la espera de la
venida del Salvador y la encarnación y pasión del Hijo de Dios, junto con la constitución
de su Iglesia. Insiste al final de su obra en la resurrección de la carne, en cierto sentido
transfigurada, aunque seguirá siendo carne. La historia concluirá con el día del Señor
“que será como el octavo día consagrado como la resurrección de Cristo y que
representa el descanso eterno, no sólo del espíritu, sino también del cuerpo. Allí
descansaremos y contemplaremos: contemplaremos y amaremos: amaremos y
alabaremos. Esto es lo que acontecerá en el fin sin final. ¿Y qué otro final es el nuestro,
sino el de llegar al reino que no tiene fin”.
Durante toda la Edad Media, con algunas variantes en el modo de exponerla, en
general se mantiene la concepción de la historia indicada anteriormente. Así Santo
Tomás de Aquino subordina también, con la limitación del libre albedrío humano, los
hechos de este mundo a lo sobrenatural. Además se puede mencionar a Dante, quien
tendría una teoría de la historia expuesta simbólicamente en La Divina Comedia, a
Roger Bacon, a Nicolás de Cusa y otros.

3.- La concepción de la historia en el Renacimiento y en la Época Moderna.


Con el Renacimiento y la Época Moderna, el concepto de la historia pierde en
gran medida sus connotaciones religiosas y se seculariza con figuras como las de
Maquiavelo, Bodin, Campanella o Erasmo. Hay dos nombres que pueden destacarse
en la Edad Moderna inmediatamente después del Renacimiento, como representantes
de dos concepciones antagónicas de valorar y comprender la historia. Ellos son
Descartes y Vico.
René Descartes (1596-1650).
Fue un gran pensador ocupado de las matemáticas, de la física y de la
metafísica. Sólo en estas disciplinas tenía la esperanza de encontrar un pensamiento
seguro e indubitable. Su método para hacer ciencia no comprendía al conocimiento
histórico, pues no lo consideraba en absoluto una rama de la ciencia. En su Discurso
del Método, quiere ofrecer reglas fáciles y ciertas para adquirir el conocimiento
verdadero, aumentando gradualmente la ciencia. Parte desde la premisa de dudar de
todo, luego, “aunque quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, que así

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pensaba, fuese algo”. Su base filosófica es entonces el “cogito, ergo sum”. Luego
entrega cuatro reglas:
a) Regla de la evidencia: nunca acoger nada como verdadero, si antes no se conoce lo
que es con evidencia.
b) Dividir todo problema en estudio en tantas partes menores como sea posible y
necesario para resolverlo mejor.
c) Conducir con orden mis pensamientos, desde los más simples, hasta ascender al
conocimiento de lo más complejo.
d) Efectuar en todas partes enumeraciones tan complejas y revisiones tan generales
que se esté seguro de no haber omitido nada.
Enfrentada la historia y sus fuentes a este método, concluye que no es posible
tener conocimientos indubitados sobre ellos, despreciando el racionalismo cartesiano
los estudios de la historia e incluso los hechos del pasado propio.

Juan Bautista Vico (Nápoles 1668-1744 ).


Hace la crítica de Descartes y en este sentido puede decirse que es un
anticartesiano. Critica su filosofía y su concepción de la historia, la que resulta también
anticartesiana. Según Ferrater Mora fue el primero en utilizar la expresión “filosofía de
la historia”, aunque naturalmente no es el fundador de esta disciplina, la que viene
desde la antigüedad con Platón e incluso antes. Las ideas de Vico las trata en su obra
principal que lleva por título La Ciencia Nueva, escrita entre 1725 y 1744.
Vico, según Collingwood, considera a la historia como un proceso por el cual los
seres humanos construyen un sistema de lenguajes, costumbres, leyes, gobiernos, etc.,
es decir, piensa la historia como historia de la génesis y desarrollo de las sociedades
humanas y de sus instituciones. Aquí tenemos por primera vez una idea completamente
moderna acerca de lo que constituye la materia de la ciencia histórica, la historia es
progresiva y el hombre mismo es el creador de las sociedades e instituciones que son
objeto de la historia.
Este autor, según Norberto Bobbio, estima que antes de la historia narrada y
escrita, que surge después del diluvio, el hombre vivía en un estado bestial, donde no
existía relación social alguna, ni siquiera la familia. Luego se pasa a una forma de vida
de comunidades familiares, que nace con el temor a Dios. Finalmente surge la sociedad
civil, dentro de ella, las principales categorías mediante las cuales Vico trata de
comprender el movimiento histórico son las tres formas clásicas de gobierno:
aristocracia, democracia y monarquía. El paso de la condición familiar a la forma de
gobierno aristocrática se dio porque los esclavos se rebelaron, lo que obligó a los
padres de familia a unirse para defenderse y conservar el dominio. Esta es la primera
constitución del Estado: la unión paritaria de los jefes de familia. El paso de la de la

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república aristocrática a la popular se dio por la rebelión de los plebeyos, de los


sometidos contra los que detentan el poder en su propio beneficio, la lucha del oprimido
por el reconocimiento de sus derechos. Se ve entonces que para él, las luchas y
sublevaciones son interpretadas como un factor de progreso histórico, movimientos
necesarios para el avance social. Finalmente, la democracia deviene en monarquía
producto de la degradación de libertad en vida licenciosa, las facciones y guerra civil.
Así, el principado no surge contra las libertades populares, sino para protegerlas.
Esta diferencia de planos en que se presentan las tres formas de gobierno, es
confirmada con la división de la historia en tres etapas: época de los dioses, de los
héroes y de los hombres.
Corresponde a la época de los dioses la condición familiar caracterizada por el
surgimiento del sentimiento religioso y la subordinación a las advertencias del cielo del
hombre primitivo que viene recién despertando del sueño de la bestialidad. Los
hombres son gobernados por los sentidos y carecen de poder reflexivo.
La época de los héroes se identifica con las repúblicas aristocráticas, que llama
sociedades heroicas, porque están dominados por hombres fuertes, bruscos y
violentos. En esta campea la hazaña personal, gobierna una aristocracia guerrera, la
economía es agrícola, en literatura se impone la balada, etc; como por ejemplo en la
Grecia Homérica. Finalmente la época de los hombres corresponde a la república
popular y la monarquía, cuando el ser humano alcanza el momento más alto de su
humanidad. En esta etapa predomina el pensamiento por sobre la imaginación, la idea
de paz sobre la guerra, la industria sobre la agricultura, etc.
Lo verdaderamente relevante de su concepción de la historia, es su carácter
progresivo y cíclico. En efecto, para Vico hay ciertos periodos de la historia que
muestran las características de otros periodos posteriores. Así nació su concepción
cíclica sobre la historia, de acuerdo con la cual la humanidad pasa fundamentalmente
por las mencionadas tres etapas, las que tienden a repetirse en el orden indicado
aunque no en idéntica forma, sino a otro nivel, con lo cual no hay una mera rotación. Lo
que existe es una especie de avance en espiral. En consecuencia, cuando el curso
histórico llega al final, al período monárquico, sostiene que la humanidad entra en una
etapa de decadencia tan grave que se ve obligada a comenzar desde el principio. Así,
por ejemplo, hace notar que la terminación del imperio romano abre una nueva época
medieval, que este autor llama “barbarie que regresa”. La humanidad regresa a la
condición familiar, pasa a través de las repúblicas aristocráticas y populares,
culminando con las monarquías contemporáneas a él
Vico señala además algunos prejuicios en contra de los cuales el historiador
debe estar prevenido. Ellos son: a) Tener una idea exagerada acerca de la grandeza de
la antigüedad. Esto era algo común en su época. b) La vanagloria nacional. c) La

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vanagloria de los doctos. d) La falacia de las fuentes, que podría incluirse en la


vanagloria nacional. Se da, por ejemplo, cuando dos naciones disputan sobre el origen
de una institución, pretendiendo cada una ser la cuna de ella y e) El prejuicio de creer
que los antiguos estaban mejor informados que nosotros sobre los tiempos que les eran
próximos.
Propone también ciertos métodos para coadyuvar al historiador en su tarea
investigadora: a) Debe aprovechar la filosofía. b) Debe tratar de entender los mitos de
los primitivos, no como meras fantasías, sino como una expresión de las instituciones y
estructuras sociales de un pueblo primitivo, expuestas de acuerdo al estudio de su
desarrollo cultural. c) Las tradiciones deben aceptarse no como literalmente ciertas,
sino como un recuerdo difuso. Hay que tratar entonces de penetrar en su sentido. d)
Hay que recordar que en cierto estado de su desarrollo, la mente humana tiende a crear
siempre, en cualquier tiempo o lugar, el mismo tipo de productos. Así los salvajes, en
cualquier parte, tenderán a crear instituciones y situaciones parecidas.

Jorge Guillermo Federico Hegel (Stuttgart 1770- Berlín 1831).


Finalizando el periodo que conocemos bajo el nombre de Edad Moderna
encontramos a Hegel, cuya influencia e importancia es innegable.
Propone una nueva especie de historia, la filosofía de la historia, que es la
historia misma elevada a una potencia superior. Se trata de una historia universal de la
humanidad, que mostraría un progreso desde los tiempos primitivos hasta nuestros
días.
El pensador a que ahora hacemos referencia contrapone razón y naturaleza,
esta última no tiene historia, ya que sus procesos son cíclicos y de ella nada se erige.
En cambio, la historia nunca se repite, su movimiento no es en ciclos, sino en espirales,
en que las repeticiones no son tales, ya que siempre se diferencian por haber adquirido
algo nuevo. La razón es el soporte del proceso histórico, así la historia es historia del
pensamiento. Los pueblos que no han desarrollado y no se han apropiado de un
pensamiento –pensamiento para Hegel es el filosófico- son pueblos sin historia, son
sólo naturaleza.
La historia se desenvuelve mediante un método dialéctico (una afirmación o tesis
supone siempre su negación o antítesis, y la diferencia entre ambas es superada por
una síntesis que a su vez supone su negación y así sucesivamente). Específicamente
el proceso histórico se da como un camino que dialécticamente recorre el espíritu –del
cual es una expresión la razón- hacia la libertad.
La historia universal es entonces el progreso en la racionalidad y en la
conciencia de la libertad.

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Al efecto divide este proceso en tres fases. Al comienzo sólo un hombre es libre,
como el Sátrapa oriental, donde la libertad constituye un privilegio.
Luego lo son algunos, como en el mundo grecorromano. Indica que la conciencia
de la libertad ya surgió entre los griegos, pero, tal como los romanos, acotada sólo a
algunos hombres, mas no al “hombre” como tal, por eso admitían la esclavitud.
Y finalmente lo son todos, como en el mundo cristiano germánico.
Todo lo que sucede en la historia ocurre por la voluntad del hombre y su voluntad
es su propio pensamiento que se exterioriza en la acción. Cada proceso histórico es un
proceso dialéctico en que una forma de vida, por ejemplo Grecia, genera su propio
contrario, Roma; y de esta tesis y antítesis brota la síntesis: mundo cristiano.
Para Hegel la libertad se alcanza cuando el hombre tiene autoconciencia de ella,
lo que se habría logrado en el mundo cristiano-germánico, su época, la que de este
modo sería la culminación de la Historia.

4.- La Concepción de la Historia en la Época Contemporánea.


De las muchas concepciones que acerca de la historia se han formulado en la
época contemporánea, nos referiremos únicamente a las siguientes:
Karl Marx (Tréveris 1818 – Londres 1883).
De ascendencia judía, estudió Derecho en Bonn y luego en Berlín, donde asistió
a los cursos de von Savigny. Además de abogado, se licenció en Filosofía, obteniendo
un doctorado. Se dedica luego al periodismo, destacando, según Savater, que “sus
crónicas son atractivas y tienen ironía y un sentido despiadado de realismo”. En esos
años conoce a Friedrich Engels, quien será su amigo y colaborador toda su vida. Junto
a él escribió, entre otras obras, La Sagrada Familia, La Ideología Alemana y el famoso
Manifiesto del Partido Comunista, donde reivindica la propiedad pública de los
ferrocarriles y comunicaciones, el impuesto progresivo a la renta, la abolición del trabajo
infantil, la enseñanza gratuita y el pleno empleo.
En 1843 contrae matrimonio con una amiga de la infancia, Jenny von
Westphalen, joven de familia aristocrática. Luego de ser expulsado de Francia, se
radica definitivamente en Londres desde 1849, enfrenta como inmigrante irregular
dificultades y penurias de toda clase. Con una mala situación económica, tres de sus
hijos fallecen en esos años, y la salud de su esposa y la propia se deteriora
irreversiblemente. En realidad, sólo pudo sobrevivir con las ocasionales ayudas
económicas de Engels. Sin embargo, no cesó de estudiar y producir: mejoró su dominio
del francés y el inglés, aprendió ruso y español. Todos los días concurría a la biblioteca
del Museo Británico y allí escribía artículos de prensa. Llevó a cabo investigaciones de
economía, sociología, historia y política, que constituyen la base de su obra cumbre: El
Capital, cuyo primer volumen apareció en 1867 y los otros dos restantes fueron

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publicados por Engels en forma póstuma. Comprometido con la organización del


movimiento obrero, funda en Londres la primera asociación internacional de
trabajadores. En 1881 muere su esposa Jenny. Marx le sigue dos años después.
Su pensamiento se puede resumir en una frase del propio autor. “Los filósofos no
han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo; de lo que ahora se trata es
de transformarlo”.
Dentro de sus muchos planteamientos, a nosotros nos interesa su concepción
respecto a la historia, y el giro de la misma en relación a Hegel. En este sentido plantea
el denominado materialismo histórico. Su hilo conductor para el estudio de la historia
consiste en la teoría según la cual las ideas jurídicas, morales, filosóficas, religiosas,
etc., dependen de la estructura económica, por lo que si ésta cambia, variará también la
supra estructura ideológica.
Indica que la primera acción histórica se da cuando los seres humanos se
comienzan a distinguir de los animales para producir sus propios medios de
subsistencia. Luego que se satisfacen las necesidades vitales surgen otras
necesidades, y así progresivamente, hasta que llega el momento en que no es
suficiente la organización de la familia para satisfacerlas. Por ello, se crean otras
relaciones sociales y surge la división del trabajo.
Posteriormente, el trabajo ya no se hace para satisfacer la necesidad de
apropiarse de la naturaleza exterior, no se trabaja para objetivar o materializar las
propias ideas o proyectos en la materia prima. El hombre trabaja por pura subsistencia.
Por ello, la propiedad privada basada en la división del trabajo, convierte al trabajo en
obligatorio. El obrero es una mercancía en las manos del capital. En esto consiste la
alienación del trabajo –el trabajo es externo al ser humano- de la que surgen las demás
formas de alienación: política o religiosa.
Esto significa que la historia auténtica y fundamental es la de los individuos
reales, la de sus acciones transformar la naturaleza y la de sus condiciones materiales
de vida. El materialismo histórico es la tesis según la cual no es la conciencia de los
hombres la que determina su ser, sino que al contrario, es su ser social el que
determina su conciencia. La conciencia y las ideas sobre moral, religión, metafísica,
etc., son una consecuencia de esta historia y están entrelazadas con ella. No son
autónomas, en sí misma no tienen historia, sino que cuando cambia la base económica,
cambian junto con ésta. El modo de producción de la vida material condiciona, en
general, el proceso social, político y espiritual de la vida. De esta forma, mediante el
cambio de la base económica, se condiciona, con menor o mayor rapidez, toda la
gigantesca superestructura.
Su materialismo es sobre todo dialéctico, pero invierte lo planteado por Hegel,
transportando la dialéctica desde las ideas a la historia, desde la mente hasta los

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hechos. Resulta inevitable el choque, ya que cada momento histórico engendra


contradicciones en su interior: éstas constituyen el mecanismo de avance del desarrollo
histórico. Sostiene que la dialéctica es la ley de desarrollo de la realidad histórica, y que
dicha ley expresa la inevitabilidad del paso desde la sociedad capitalista a la sociedad
comunista, con el consiguiente final de la explotación y la alienación.

Arnold Joseph Toynbee (1888-1975).


Este autor inglés, en su obra Estudio de la Historia, escrita en 12 tomos entre
1933 a 1961, busca la comprensión de los fenómenos históricos en ciertas unidades o
campos que los hagan inteligibles. El “campo inteligible” para el estudio de la historia no
lo dan las naciones, ni mucho menos las antiguas polis u otras similares. Son
sociedades más amplias. Dentro de estas sociedades distingue dos tipos
fundamentales, las sociedades primitivas y las civilizadas. A estas últimas las llama
simplemente civilizaciones y son las que en verdad importan para distinguir la historia.
Se puede incluso hacer un recuento sobre cuántas han sido estas civilizaciones en el
transcurso del tiempo, sumando en total veintitrés. De ellas cinco existen actualmente:
la occidental, la islámica, la greco-ortodoxa, la hindú y la extremo-oriental. Descontando
a las civilizaciones que considera originarias como la mesopotámica original que es la
sumeria, la egipcia, la maya, la inca y la sínica (china), el resto son derivadas.
Para Toynbee el problema es determinar qué es lo que pone en marcha una
civilización. Luego de rechazar la raza o el medio como factores decisivos, estima que
las primeras civilizaciones nacerían debido a un mecanismo que es determinante en la
concepción que Toynbee tiene de la historia. A este mecanismo lo denomina reto y
respuesta. Consiste en que una sociedad se enfrenta a un reto o desafío que le lanza el
medio, en el sentido de enfrentar condiciones difíciles y adversas que ponen en peligro
su posibilidad misma de seguir existiendo. La respuesta de la sociedad ante este reto
puede darse como una reacción positiva, en cuyo caso vence a la adversidad y pasa a
un nivel más alto, o bien como una reacción negativa siendo vencida por el reto, en
cuyo caso decae y desaparece.
El reto que posibilitó la aparición de las primeras civilizaciones fue dado
exclusivamente por el ambiente físico, así por ejemplo, la civilización del antiguo Egipto
habría sido la resultante de una respuesta favorable de sus habitantes al desafío que
significaba una situación geográfica difícil.
Pero las civilizaciones no son estáticas. Constantemente están recibiendo del
medio, y de las condiciones que ellas mismas crean, nuevos desafíos. Las
civilizaciones desaparecidas son las que sucumbieron al reto. Pero en cierto sentido no
desaparecieron totalmente, ya que la nueva civilización o nuevas civilizaciones que le
suceden, son hijas de la antigua. Es decir, están en una relación de filiación. El

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elemento que conservan de la antigua civilización es la religión que ésta tenía al


momento de extinguirse. Dicha religión constituye la clave de su desarrollo y dinamismo
posterior.
Una civilización se desarrolla en razón a su capacidad creciente de determinar su
propia acción, en preparar réplicas eficaces a las exigencias que se le plantean. El
proceso de desarrollo de una civilización implica la retirada de la sociedad y la vuelta
ella de un individuo o minoría creadora, que han preparado en forma aislada una réplica
eficaz a la exigencia.
De la misma forma, la sociedad declina debido a la pérdida de agilidad para
hacer frente a las exigencias. Implicados en dichos fracasos aparecen tres factores:
mecanicidad de la mímesis, rigidez de las instituciones y némesis de la capacidad
creadora.
En la primera, se refiere a que en una civilización en desarrollo que logra oponer
réplicas eficaces a sus exigencias, el pueblo sigue, de ordinario, a sus líderes
impetuosamente. Este espíritu de seguimiento pasa de ser espontaneo a algo rígido,
fijo o consuetudinario, es decir, mecánico.
En la segunda fase, como consecuencia de la primera, se aminora la flexibilidad
de la civilización para ajustarse a nuevas exigencias.
En la tercera, es una civilización que frecuentemente ha hallado una réplica
eficaz, se contenta en permanecer tal como es y mantener las instituciones que hicieron
posible la réplica.
Como puede observarse, Toynbee no caracteriza a las civilizaciones
atribuyéndoles esa especie de ciclo fatal. Al respecto nos dice que cuando el desafío es
muy fuerte, es difícil, pero no imposible, para una civilización superarlo, pero si logra
hacerlo en lugar de extinguirse se fortalecerá.
Si por el contrario fracasa en enfrentarse a la exigencia, la civilización se
desintegrará. En este proceso de desintegración se da un cisma: la escisión de los
miembros de una sociedad en minoría dominante, un proletariado interno y un
proletariado externo.
La minoría dominante se da cuando la minoría creadora, que hasta entonces
había sido capaz de dirigir a los miembros de la comunidad en sus réplicas eficaces,
pierde la capacidad de atraerlos en este seguimiento en forma espontánea y recurre a
la fuerza para exigir obediencia. El resto de la sociedad que ha cesado de seguir
entusiastamente y de sentirse parte de la sociedad, se escinde (cisma) y se convierte
en un proletariado que está en la sociedad, pero que no forma parte de ella, ya que no
tienen nada que perder con el status quo. Finalmente, las poblaciones en torno a la
periferia que anteriormente habían sido atraídas hacia la civilización en curso de

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desarrollo, ahora se desprenden, convirtiéndose en proletariado externo, que incursiona


y ataca desde fuera la civilización.
En el cisma, en la desintegración, también se encuentra un renacimiento como
posibilidad. En este, la minoría dominante crea un Estado Universal, el proletariado
interno crea una Iglesia Universal y el proletariado externo crea bandas de guerra
bárbaras que pueden conseguir echar por tierra el Estado Universal, pero la Iglesia
Universal puede permanecer y de ella nacer nuevas civilizaciones. Ejemplo de esto es
la civilización Helénica, en que la minoría dominante (romanos) estableció el Imperio
como Estado Universal; el proletariado interno (judíos y griegos) crearon la Iglesia
Católica con carácter Universal; y los bárbaros, como proletariado externo, fueron el
instrumento de la caída del Imperio. Pero la Iglesia perduró, y de ella surgieron dos
civilizaciones filiales que aún existen: la Occidental Cristiana y la Cristiana Ortodoxa.

Enrique Molina Garmendia (La Serena 1871 – Concepción 1964)


Abogado y profesor de Historia y Geografía, es una de las personalidades
intelectuales del siglo recién pasado. Prolífico filósofo, merece la pena destacar su
pensamiento en relación al espíritu humano como motor de la historia y generador de
progreso, que se observa en De lo espiritual en la Vida Humana, escrita en el año 1937.
Comienza su análisis destacando que de todos los problemas filosóficos, el que más le
ha interesado es el relativo a un concepto o sentido de la vida humana. Indica que sólo
en el ser humano existe lo espiritual, como una energía en acción perpetua y siempre
en trance de superación. Espíritu y materia se encuentran profundamente ligados y sólo
el hombre adulto, dotado de libertad suficiente, podrá crear el derecho, la moral, el
Estado, la cultura.
En el espíritu personal se destacan como atributos esenciales la libertad1 y la
estimación por los valores morales. Desde la colectividad, el espíritu lo llama objetivo,
que pasa a ser las “agrupaciones sociales naturales”, como los pueblos, naciones,
razas o la familia; así como también las manifestaciones de la vida de los mismos
grupos, como el derecho, su moral, el lenguaje o la moda. Señala que desde el inicio de
la vida individual, el espíritu objetivo pasa a ser una red que cubre a cada persona y en
sus formas se encuentra a los principales protagonistas de la historia: pueblos, razas,
colectividades religiosas; en perpetuo cambio y florecimiento, al igual que el espíritu
personal. Por ello insiste en la estrecha unión de ambos, llegando a formar un todo. En
efecto, cuando se producen períodos de crisis en la historia de las sociedades,

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En el análisis de la libertad, Molina plantea que los actos humanos tienen una causa, y estos sucesivamente otra causa
y así sucesivamente retrocediendo en el tiempo. Pero no es posible llegar a sostener matemáticamente una cadena de causas sin
interrupción. Mas bien en la libertad siempre debe haber algo de misterio, y si este sentimiento desapareciera “desaparecería a la
vez el sentimiento de libertad misma, porque entonces no seríamos más que espectadores de nuestro propio automatismo”.

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aparecen los hombres superiores (dotados de su propio espíritu) que “saben dar forma
y realización al espíritu objetivo”. El espíritu objetivo sólo es encausado por las
conciencias individuales que lo componen, carece de voluntad propia.
Siendo una necesidad del ser humano su realización a través de la creación de
la espiritualidad, Molina sostiene que la vida es primordialmente acción. La acción se
liga con la idea de progreso, el que entiende como la misión de dejar el mundo un poco
mejor de cómo se ha encontrado, tanto en un plano social y político, y también como
creación espiritual. En efecto, analizada la historia, se destaca un constante
menosprecio de todo progreso simplemente material y la importancia al sometimiento
de la vida humana a una valoración ética y espiritual.
Señala que en el progreso subyace una idea nueva, un “chispazo que ha
iluminado la mente de algún hombre”. En las áreas de la técnica o la industria se le
denomina invento, pero estos pueden servir para el bien o para el mal. Por ello
cualquier invento no es un progreso, así como ninguna idea nueva va a ser
necesariamente buena. Indica que para que podamos considerarla como progreso, en
el sentido de realización del espíritu, es menester que la idea nueva sirva al bien y que
“sus aplicaciones tengan valor social y moral”. Luego, la idea del bien forma parte de la
definición de progreso, estimando que el hombre tiende hacia el progreso si busca su
perfeccionamiento interior, en particular el ético e intelectual, que es el que le dará
armonía y plenitud a su alma.
En el curso de la historia se advierte que el espíritu ha tenido tres vías de
realización:
- La primera, propia de los místicos o ascetas, personas de vida excepcional.
- La tercera, cuando la cultura espiritual se desarrolla sustentada por una base
económica adecuada, como la Roma de Augusto o la cultura actual de Europa. Aquí el
espíritu alcanza lo que él denomina “cultura integral”, es decir, la capacidad de explotar
la naturaleza para satisfacer necesidades humanas que le permitan crear una vida
espiritual sirviéndose de los valores.
- La segunda vía de realización del espíritu corresponde a la realidad de
Latinoamérica. Se trata de la vida espiritual que se hace sin resignación absoluta, pero
a la vez sin una base económica que la sostenga adecuadamente. Esto no es una
opción, sino que es la realidad de los pueblos donde “las industrias se encuentran en
grado incipiente y las más importantes son, de corolario, propiedad de explotadores
extranjeros”, al igual que el comercio y los medios de comunicación.
Agrega que en Latinoamérica no existe aún la energía suficiente, demostrándose
una falta de solidez moral, disciplina y práctica de los verdaderos valores espirituales.
Lo anterior produce graves consecuencias en el orden religioso, pero principalmente en

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la educación, lo que genera un círculo vicioso: las personas llamadas a elevar el


espíritu no encuentran los medios ni estímulos en su medio para llevarlo a cabo.
Enfrentados a esta realidad nos ofrece una salida: la conquista de independencia
económica. Por ello, se debe asegurar la explotación del suelo y subsuelo por los
propios pueblos dueños de estos recursos, y vencer la superioridad del imperialismo en
cuanto a la riqueza financiera y capacidad técnica de sus nacionales. Para esto es
imprescindible asegurar una eficiente educación técnica y fomentar la iniciativa privada
para no depender siempre de un Estado paternalista. Paralelamente plantea que
debemos superar nuestras deficiencias: fomentar en las personas la honradez y
educación política, y crear bases sólidas de un adecuado sistema jurídico que garantice
equidad y justicia.
En todo caso advierte que este progreso material y la consiguiente dominación
de la naturaleza es siempre un medio para el desarrollo de la vida espiritual y nunca
debe ser tenido como un fin. Sostiene el peligro de engañarse “con esa falsa civilización
materialista que hace al hombre frívolo, sensual, inescrupuloso, explotador e injusto; y
engendra los nacionalismos petulantes y rabiosos, origen de la bárbara calamidad de la
paz armada y de las guerras. Que la aspiración de la autonomía económica no
signifique que nos dejemos supeditar nosotros mismos por fines exclusivamente
económicos y materiales”.
En la cultura espiritual existe un plano interno y otro externo, que llama
civilización. Entre ambos se da un fenómeno dialéctico: el progreso espiritual requiere
para su adecuado desarrollo de los medios materiales, pero a la vez, no existirá avance
material sin un sustento en el espíritu de cada uno de los hombres que componen la
sociedad.
Esta estrecha relación entre el mundo espiritual y el material se demuestra
incluso a través de los ejemplos de la historia, perceptible la caída de las sociedades
cuando se corrompe la moral de los sujetos que la componen o los sistemas jurídicos
que los rigen. Cuando las normas morales o jurídicas sólo son acatadas por la fuerza
coactiva del Estado, existe una cultura meramente exterior, que no se refleja en el alma.
Falta entonces en nuestra cultura ese aspecto interior, en que el alma por si sola
busca cumplir las normas que permiten la convivencia social, que Molina denomina la
“actitud de la buena voluntad”.

3.- La historia del Derecho. Sus relaciones con la Historia general. Concepto de
Historia del Derecho.
Ya hemos dicho anteriormente que la historia se encuentra conformada por un
conjunto de hechos realizados por el hombre en el tiempo, destacamos asimismo que si
nos detenemos a pensar un poco en el contenido de esta afirmación, nos encontramos

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con que apunta a una vastedad tan enorme de acontecimientos, sucesos y en general
hechos que han realizado los hombres (todos los hombres, es decir miles de millones
de hombres durante miles de años) que es prácticamente imposible conocerlos a todos.
Aquellos muchos que se conocen o de los que se tienen noticias en alguna forma, no
resulta sencillo manejarlos, ordenarlos o sistematizarlos para una mejor comprensión
de los mismos. Hay en consecuencia, como se dijo, que efectuar una selección de ellos
que nos permita estudiar y narrar sólo los que tienen importancia, los que dejan una
huella e influyen en el acontecer humano. Surge de este modo la ciencia de la historia
que narra esta clase de acontecimientos seleccionados de la manera referida. Pero aun
así seleccionados, los hechos que la historia debe abordar continúan siendo
demasiados para que pueda exponerlos de manera científica y metódica. De ahí que la
ciencia de la historia junto con hacer una exposición general de aquellos grandes
hechos que resultan más determinantes para las grandes líneas de desarrollo de la
humanidad, va también elaborando historias especializadas de ciertos sectores del
quehacer humano, como por ejemplo una historia de la arquitectura, de la filosofía, de
la construcción de caminos, etc. Estas historias especializadas son muy necesarias y
también tienen relevancia, pero a nuestro juicio sin el grado de influencia total, para
todos los sectores, de impacto profundo y radical caracteriza a la historia general. En
nuestra opinión esta historia general se encuentra fundamentalmente constituida por la
historia política, social y de los conflictos bélicos que la humanidad ha tenido a lo largo
del tiempo y en diferentes épocas. Así entonces nos encontramos en que por una parte
tenemos a la historia general y por otra a las historias sectoriales o especializadas, en
los que acaban de describirse. Ahora bien, cabe considerar que la historia general no
se encuentra aparte o desligada de las historias sectoriales. Muy por el contrario,
ambas están profundamente ligadas e influyéndose recíprocamente.
Alcanzado este punto podemos afirmar que la historia del derecho es una de
esas varias historias sectoriales o especializadas, íntimamente vinculada con la historia
general. Esto es así porque hay una muy fuerte influencia recíproca entre el derecho y
la sociedad de cada época histórica. Según sea el tipo de sociedad existente, deberá
formularse el derecho, es decir las normas jurídicas, adecuado para ella. De este modo,
es distinto en muchísimos aspectos un derecho que se elabora para una sociedad
feudal que uno destinado a regir una sociedad con las características propias del
capitalismo avanzado. Por otra parte, el derecho influye en la sociedad conformándola
de una manera u otra, por ejemplo, el derecho mediante una determinada legislación
tributaria y laboral puede cambiar el régimen económico de un país, haciendo
predominar ya la economía dirigida estatal o bien la privada. Por consiguiente, si
proyectamos históricamente esta recíproca influencia entre derecho y sociedad,

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podemos observar la íntima relación existente entre la historia general y la historia del
derecho.
A partir de todo lo anterior podemos dar un concepto inicial de lo que se entiende
por historia del derecho, diciendo que ella estudia el desarrollo del derecho a través del
tiempo. Nos podemos preguntar, a propósito de este concepto, si la historia del derecho
forma parte de la historia o bien forma parte del derecho. Por nuestra parte pensamos
que forma parte de la historia, o si se quiere es una rama de la historia, pero como se
trata de una historia especializada referida al derecho, el historiador del derecho debe
tener profundos conocimientos jurídicos. Debe ser historiador y jurista a la vez, pues
aborda una temática en la cual la historia y el derecho se tocan. El historiador del
derecho no debe limitarse a reconstruir el derecho de una época determinada. La
naturaleza histórica de nuestra disciplina (dinámica y no estática), le exige mostrar y
explicar el desenvolvimiento del derecho, por épocas sucesivas hasta el presente, con
sus constantes y sus transformaciones. Por ello puede decirse que constituye un lazo
entre el pasado y el presente del derecho.

Bibliografía.
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2.- Bobbio, Norberto. La Teoría de las Formas de Gobierno en la Historia del
pensamiento Político. Editoria Fomdo de Cultura Económica. México, 2007.
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5.- Molina Garmendia, Enrique. Obras Completas. Tomo II. Ediciones Universidad de
Concepción. Concepción 1994.
6.- Reale, Giovanni y Antiseri, Dario. Historia del Pensamiento Filosófico y Científico.
Tomo I Antigüedad y Edad Media. Editorial Herder. Tercera edición, 2004.
7.- Savater, Fernando. La Aventura del Pensamiento. Editorial Sudamericana. Buenos
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8.- Squella Narducci, Agustín. Introducción al Derecho. Editorial Jurídica de Chile.
Santiago, 2007.

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