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MENSAJES PARA EDIFICAR A LOS CREYENTES

NUEVOS, TOMO 1
Watchman Nee

CONTENIDO

1. Introducción: Acerca de las reuniones para edificar a los creyentes nuevos


2. Capítulo uno: El bautismo
3. Capítulo dos: Terminar con el pasado
4. Capítulo tres: La consagración
5. Capítulo cuatro: La confesión verbal
6. Capítulo cinco: Separados del mundo
7. Capítulo seis: Unirse a la iglesia
8. Capítulo siete: La imposición de manos
9. Capítulo ocho: Todas las distinciones fueron abolidas
10. Capítulo nueve: La lectura de la Biblia
11. Capítulo diez: La oración
12. Capítulo once: Madrugar
13. Capítulo doce: Las reuniones
14. Capítulo trece: Los diversos tipos de reuniones
15. Capítulo catorce: El día del Señor
16. Capítulo quince: Cómo cantar himnos
17. Capítulo dieciséis: La alabanza
18. Capítulo diecisiete: El partimiento del pan

PREFACIO

En 1948, una vez reanudado su ministerio, Watchman Nee conversó, en


numerosas ocasiones, con los hermanos acerca de la urgente necesidad de
suministrar a los creyentes una educación espiritual apropiada. Él deseaba que
tuviéramos como meta proveer las enseñanzas más básicas a todos los
hermanos y hermanas de la iglesia, a fin de que tengan un fundamento sólido en
lo que respecta a las verdades bíblicas, y manifestar así el mismo testimonio en
todas las iglesias. Los tres tomos de Mensajes para edificar a los creyentes
nuevos contienen cincuenta y cuatro lecciones que el hermano Watchman Nee
impartió durante su entrenamiento para obreros en Kuling. Estos mensajes son
de un contenido muy rico y abarcan todos los temas pertinentes. Las verdades
tratadas en ellos son fundamentales y muy importantes. Watchman Nee
deseaba que todas las iglesias locales utilizaran estas lecciones para edificar a
sus nuevos creyentes y que las terminaran en el curso de un año y, luego que las
mismas lecciones se repitiesen año tras año.
Cuatro de las cincuenta y cuatro lecciones aparecen como apéndices al final del
tercer tomo. Si bien estos cuatro mensajes fueron dados por Watchman Nee en
el monte Kuling como parte de la serie de mensajes para los nuevos creyentes,
ellos no se incluyeron en la publicación original. Ahora, hemos optado por
incluir esos mensajes como apéndices al final de la presente colección. Además
de estos cuatro mensajes, al comienzo del primer tomo presentamos un mensaje
que dio Watchman Nee en una reunión de colaboradores en julio de 1950 acerca
de las reuniones que edifican a los nuevos creyentes, en donde presentó la
importancia que reviste esta clase de entrenamientos, los temas principales que
se deberán tratar y algunas sugerencias de carácter práctico.

ACERCA DE LAS REUNIONES


PARA EDIFICAR A LOS CREYENTES NUEVOS

(Una conversación con los colaboradores


sostenida el 12 de julio de 1950)

LA IMPORTANCIA DE EDIFICAR
A LOS CREYENTES NUEVOS

Uno

Al inicio de su vida cristiana se le debe enseñar enfáticamente a todo nuevo


creyente a no confiar en sí mismo. Supongamos que un hermano es salvo a los
cuarenta años de edad. Durante esos cuarenta años, esta persona vivió en el
mundo, desperdició sus días en pecado, siguió las costumbres de esta era, y
Satanás lo tenía atado. Durante esos cuarenta años de su vida, tal persona vivió
conforme a su propia manera de ser y se condujo en conformidad con sus
propios conceptos, sentimientos e ideas. Ahora que es salva, esta persona ya no
debe tener ninguna confianza en sí misma. Debería, más bien, desconfiar mucho
de sí misma.

Los cristianos tenemos ciertas normas, que son los estándares para llevar la vida
cristiana, los ideales cristianos y los conceptos cristianos. Quienes desconocen
tales normas no conocen lo que significa ser perfeccionados. Ellos, con
arrogancia, se jactan de sí mismos y tienden a sentirse satisfechos consigo
mismos y a confiar en sí mismos; puesto que desconocen esas normas,
confunden lo erróneo con lo correcto y viceversa. Únicamente los que han
aprendido las lecciones de la vida cristiana y conocen las normas que ésta
supone, podrán decirles a los demás lo que no deben hacer y lo que no deben
decir. Solamente ellos podrán distinguir entre lo correcto y lo incorrecto. La
edificación de los nuevos creyentes consiste en enseñarles esas normas de la
vida cristiana a fin de que puedan conducirse conforme a ellas.

Dos
Lo primero que un nuevo creyente necesita hacer es anular total y
completamente su pasado. ¿Por qué dijo el Señor: “De cierto os digo, que si no
os volvéis y os hacéis como niños, jamás entraréis en el reino de los cielos” (Mt.
18:3)? Esto significa que nuestra pasada manera de vivir era errónea; vivíamos
en vanidad, y aquellos días no contaban para nada. Por ello, es necesario que
todos nosotros tengamos un nuevo comienzo. La regeneración, de la cual se
habla en el capítulo 3 de Juan, nos muestra la necesidad de tener una nueva
vida, mientras que volvernos y hacernos como niños, que se menciona en Mateo
18, nos muestra la necesidad de anular nuestra pasada manera de vivir. Así
pues, todo cuanto pertenece al pasado deberá ser demolido y desarraigado. El
perfeccionamiento de un nuevo creyente consiste en derribar, uno a uno, todo
elemento perteneciente a su pasado. Perfeccionar a una persona que ha sido
salva a los cuarenta años de edad significa derribar completamente todo lo que
ha adquirido durante los previos cuarenta años de su vida. Son muchos los que
se arrepienten de sus pecados, mas no de lo que son ellos mismos. Nosotros no
estamos tratando de poner vida en lo que está muerto, sino que nosotros hemos
pasado de muerte a vida. Así, la edificación de un nuevo creyente consiste en
identificar aquello con respecto de lo cual se deben tomar medidas, aquellas
cosas que se deben eliminar, y las cosas que necesitan ser añadidas. Todo
deberá ser juzgado de acuerdo con las normas bíblicas. Si algo no pasa la prueba
de estas normas; es decir, si la manera en la que una persona se conduce sigue
basada en sus experiencias pasadas, sus viejos hábitos o sus antiguos conceptos;
entonces, tal persona está viviendo en grotesco error. En cuanto alguien cree en
el Señor, tiene que abandonar todos y cada uno de sus antiguos conceptos. La
regeneración le otorga nueva vida al hombre, mientras que al volverse como un
niño, derrumba su vida pasada. En cuanto a la edificación de un nuevo creyente,
en el aspecto negativo, ésta consiste en derribar todo cuanto él ha adquirido en
el pasado; en el aspecto positivo, consiste en tener un nuevo comienzo, que le
permitirá llevar una nueva manera de vivir.

Si un nuevo creyente no elimina y destruye todo cuanto ha adquirido en el


pasado, él tendrá muchos obstáculos en su andar cristiano. Las cosas que hizo
en el pasado seguirán remordiéndole la conciencia, y todo cuanto reciba de
parte del Señor llegará a ser una mera añadidura a lo que él ha adquirido en el
pasado. El resultado será una mezcla de la vida del Señor con la vida pasada de
esta persona. Probablemente, esta persona todavía se tenga en muy alta estima
y hable a los demás acerca de su sinceridad, su paciencia, así como de sus
muchos sufrimientos. Quizás esté llena de orgullo y, aun así, se comporte con
mucha humildad. Quizás codicie la vanagloria y los tesoros terrenales, sin
embargo, piensa que ella está por encima de toda ambición mundana y toda
ganancia vil. Muchas hermanas tienen una manera de ser muy peculiar y les
resulta muy difícil llevarse bien con los demás. Muchos creyentes que son
padres tienen ciertas ideas muy extrañas acerca de sus hijos. Tales cristianos
pueden seguir viviendo de esa manera, sin cambiar, por diez o veinte años; y es
precisamente para no seguir este camino que un nuevo creyente debe desconfiar
completamente de sí mismo desde el inicio mismo de su vida cristiana. Él debe
poner en tela de juicio todo cuanto procede de su pasado; deberá abandonar sus
antiguos conceptos, sus viejos hábitos, sus antiguas ideas y, en suma,
deshacerse de todo cuanto sea viejo. El nuevo creyente deberá volverse como un
niño y comenzar una nueva vida.

Tres

El bautismo implica sepultar todo lo que pertenece al pasado. Supongamos que


una persona que tiene cincuenta años de edad es salva y está a punto de ser
bautizada. Para tal persona, el bautismo no sólo debe significar que el Señor
sepulta su antigua manera de vivir sino que, más específicamente, el Señor quita
también todos y cada uno de los cincuenta años de su antigua existencia. Puesto
que el pecado ha impregnado todo su ser, dicha persona está enferma en todo
aspecto. Por lo tanto, todo tiene que ser sepultado en el agua, para que después
resucite de la sepultura. Tal persona, inclusive, tiene que deshacerse de las
ropas que vestía mientras estaba en la sepultura. El acto del bautismo debe
revestir tal seriedad.

Cuatro

En el momento en que un hombre es salvo, sus conceptos con respecto a los


valores que regían su vida deberán sufrir un cambio fundamental, ya que todos
sus conceptos pasados en cuanto a los valores que regían su existencia eran
erróneos. Así pues, perfeccionar a un nuevo creyente significará hacerle ver los
errores y equivocaciones de su antiguo sistema de valores. Tal persona deberá
ver algo nuevo, deberá tener una nueva concepción de los valores que rigen su
vida. Todo lo que ella valoraba, ahora es considerado como basura. Todo lo que
ella consideraba como ganancia, ahora es pérdida. Ya no le será posible
desenvolverse con el mismo temperamento, ni utilizar el mismo vocabulario, y
tanto sus vestidos como sus alimentos no podrán ser los mismos de antes. Ya no
puede aferrarse a su antigua manera de entender su vida matrimonial y sexual;
antes bien, deberá adquirir nuevos puntos de vista y nuevos conceptos acerca de
la paternidad y la amistad. Ella deberá ser diferente incluso en cuanto a las
distracciones o la carrera que elija para sí. Ahora todo es nuevo; por tanto, el
nuevo creyente deberá tener un nuevo comienzo.

Cinco

Si lección tras lección entrenamos al nuevo creyente, y él derriba aquello que


debe ser derribado y edifica lo que debe ser edificado, él se conformará cada vez
más a la norma que corresponde a un cristiano normal.
ALGUNAS COSAS QUE DEBEMOS OBSERVAR
DURANTE LAS SESIONES DE ENTRENAMIENTO

A fin de fortalecer las reuniones para edificar a los nuevos creyentes, primero
tenemos que entrenar a los hermanos y hermanas para, después, poder
encargarles el cuidado de los nuevos. Esperamos que ningún nuevo creyente
evite entrar en este proceso. Aquellos que han sido debidamente entrenados
para cuidar de los nuevos creyentes deberán prestar especial atención a lo
siguiente:

(1) No confíen únicamente en los mensajes que hayan impartido. Animen a los
demás a hacer preguntas. En 1 Corintios 14:35 se hace referencia a formular
preguntas. Esto denota que las primeras iglesias daban a los santos plena
libertad para hacer preguntas. Una reunión en la que no se permite hacer
preguntas ciertamente resulta excesivamente formal. Quienes dirigen la reunión
deben animar a la audiencia a hacer preguntas y a no quedarse callados si hay
algo que no entendieron.

(2) Al contestar las preguntas, no trate de quedar bien a expensas de la verdad.


Si usted sabe la respuesta, dígalo, y si no lo sabe, admítalo.

(3) Todos los que dirigen esta clase de reuniones deberán preguntarse si están
representándose a ellos mismos o a la verdad. Todos ellos deben ser
representantes de la verdad; ninguno de ellos debe actuar como representante
de sus propios sentimientos o de su propia manera de ser; sino que todos deben
manifestar la verdad. Ninguno de ellos debe expresar sus propias opiniones. Por
ejemplo, con respecto a la práctica de cubrirse la cabeza, es posible que uno de
los que dirige la reunión no entienda todos los aspectos de esta verdad; aun así,
él no debe decirle a los demás que esta práctica es opcional. Las verdades
divinas son absolutas, y todos debemos hablar una misma cosa. Si nuestras
trompetas dan un sonido incierto, pelearemos la batalla con incertidumbre.
Incluso si alguno está en desacuerdo, aun así, debe expresarse únicamente por
medio de sugerencias constructivas, nunca por medio de críticas negativas.

(4) Todos los que dirigen estas reuniones deberán comprender desde el inicio de
las mismas que su papel consiste en ser únicamente un canal por medio del cual
la palabra de Dios es divulgada y que no son ni amos ni maestros. Así pues, ellos
deberán asumir una posición inferior: la de uno que conversa con otro hermano
de la misma posición. Jamás deben tener la actitud de ser uno que ocupa una
posición superior y que le está enseñando a otro que ocupa una posición
inferior. Nadie puede desempeñar el papel de maestro. Todos deben tomar la
posición que le corresponde a un mensajero.
ASPECTOS PRÁCTICOS
QUE SE DEBEN TENER EN CONSIDERACIÓN

Puesto que edificar a los nuevos creyentes es en sí un adiestramiento básico, es


de esperar que todas las iglesias locales tengan esta clase de reuniones, es decir,
reuniones para edificar a los nuevos creyentes. Permítanme ahora presentarles
algunos aspectos prácticos que hay que tener en consideración.

Quién puede ser considerado como nuevo creyente

Apenas un pecador crea en el Señor y sea bautizado, es un nuevo creyente. A


partir de la semana en que ha sido bautizado, deberá participar de la reunión
para los nuevos creyentes. Después de un año, habrá escuchado la mayor parte
de lo que necesita escuchar y habrá aprendido la mayoría de cosas que debe
aprender. Sólo entonces podemos afirmar que este creyente ha recibido el
adiestramiento básico. Y de allí en adelante podemos esperar que tal persona
sea edificada de una manera más avanzada y profunda.

Tan pronto un pecador crea en el Señor él debe asistir a la reunión para nuevos
creyentes independientemente de cuán avanzada sea su edad, de cuánta
educación haya recibido, de cuán alta sea la posición que ocupe en la sociedad o
de cuánta experiencia haya acumulado en el mundo. Si su pasado no es
derribado, le será difícil vivir apropiadamente la vida cristiana. Por tanto,
cuando alguien haya creído en el Señor y haya sido bautizado, sin importar
quién sea, tenemos que tratarlo como un nuevo creyente e invitarle a participar
de las reuniones para nuevos creyentes.

Aquellos que nunca han recibido esta clase de adiestramiento básico, aun
cuando hayan sido creyentes por muchos años, también pueden participar de
las reuniones para nuevos creyentes si así lo desean. Estas reuniones tienen
como propósito derribar lo viejo y edificar lo nuevo. No se trata de cuántos años
una persona haya sido un creyente, sino cuanto de su pasado ha sido derribado
desde que se convirtió. Conozco un hermano que, en toda su vida, nunca ha
confesado sus pecados a nadie y, sin embargo, ¡ahora él es un hermano a quien
se le ha encargado ciertas responsabilidades! No importa por cuántos años él
haya sido un cristiano; en lo que a su experiencia espiritual concierne, necesita
un nuevo comienzo y debe asistir a las reuniones para nuevos creyentes.

Los días en los que debemos celebrar


las reuniones para nuevos creyentes

Al hacer los preparativos que demandan esta clase de reuniones, todas las
iglesias deberían esforzarse al máximo en dedicar ya sea el miércoles o el jueves.
Ya sea que se involucre a muchos o apenas a unos cuantos, a toda la
congregación o a un solo pequeño grupo, dicha reunión debería celebrarse en un
miércoles o jueves de cada semana. Siempre que un nuevo creyente vaya a otra
localidad en la que hay una iglesia, a él le debería ser posible participar de
inmediato en esta clase de reuniones y no perderse ninguna lección.

Reuniones de entrenamiento

Entrenamientos periódicos intensivos

Estos entrenamientos de corto plazo deben ser conducidos por un hermano (tal
vez uno de los colaboradores). Para ello él debe reunir a los hermanos de un
distrito o una región que tengan la capacidad de ministrar la palabra. Todos
estos entrenamientos breves deberán abarcar de diez a veinte lecciones.
Después de celebrar dos o tres entrenamientos como estos, se habrán cubierto
todas las materias. Así, cuando los hermanos retornen a sus respectivas
localidades, ellos podrán asumir la responsabilidad de enseñar en las reuniones
para nuevos creyentes de su localidad.

Entrenamientos semanales por localidad

En una ciudad como Shanghái hay muchos nuevos creyentes. Si los dividimos
en varios grupos de doce, necesitaríamos más de cien hermanos responsables a
fin de entrenarlos a ellos primero. Para resolver este problema, podríamos
pedirle a un hermano que se encargue de reunir, una vez por semana, a los
hermanos que dirigen las reuniones para nuevos creyentes a fin de adiestrarlos.
Por un lado, ellos podrían conversar acerca de los problemas que enfrentaron
durante la semana así como los errores que cometieron; por otro, podrían
estudiar los temas que deben tratar la siguiente semana. El mejor día para hacer
esto es el viernes. Si el viernes no es el día más indicado, debería realizarse a
más tardar el lunes. Esto les daría a tales hermanos un mínimo de tres a siete
días para preparar sus lecciones y para concentrarse en los temas principales de
los mensajes correspondientes.

Los libros de lecciones y los cuadernos

Si durante las sesiones de adiestramiento, un nuevo alumno no tiene el libro que


se está estudiando, tendrá que tomar notas, pero si tiene el libro, debe leer la
lección cuidadosamente. Si se encuentra con algo que no comprende, él debe
hacer la pregunta correspondiente, y todos los demás juntos deberán
examinarla. Ellos deben preguntarse cuál es el tema central de la lección,
cuántas secciones tiene y cuáles son los principales asuntos que se tratan en
cada sección, así como cuáles son las palabras cruciales y las enseñanzas más
importantes de cada sección. Deben identificar cuáles son las cosas que deben
ser eliminadas y cuáles las que deben ser edificadas. Ellos deben estudiar la
lección sección por sección y hacer preguntas mientras escuchan la exposición
de la misma. Después, el jueves siguiente deberán ir a sus respectivas clases y
conducir sus propias reuniones.

Alcanzar los objetivos propuestos

Al impartir una lección, la meta principal no consiste en ayudar a los nuevos


creyentes a comprender más doctrinas sino en formarlos. Debemos prestar
especial atención a las áreas respecto de las cuales ellos requieren ser “tallados”,
o sea, que ellos deben saber qué es lo que debe ser derribado y qué es lo que
debe ser añadido en ellos. Estas lecciones deben servir como herramientas para
la edificación de los creyentes y deben contribuir a hacer de ellas personas
nuevas. Por supuesto, a fin de lograr el objetivo deseado, los hermanos
encargados de dirigir tales reuniones deberán tener las experiencias de ciertas
áreas respecto de las cuales ellos mismos están hablando. De otro modo, no
podrán hablar con autenticidad, y lo que digan solamente serán palabras vanas
que no tienen ningún impacto. Todos los encargados de dirigir una reunión para
nuevos creyentes, deberán considerar detenidamente este asunto.

Dividir a los creyentes asignándoles


a distintas clases

Si en una iglesia no hay muchos creyentes nuevos, o si no hay suficientes


hermanos para dar los mensajes, no habrá necesidad de dividir a los nuevos
creyentes asignándoles a distintas clases. En tales casos, deberá ser una sola
persona la que asuma la responsabilidad de enseñar estas lecciones y de
conducir la subsiguiente sesión de preguntas y respuestas una semana tras otra.
Pero si en una iglesia son muchos los nuevos creyentes, habrá que dividirlos en
clases más reducidas y adiestrarlos por separado. Las clases podrían ser
conformadas por orden geográfico o nivel intelectual y tomando en cuenta las
necesidades de orden práctico que puedan existir en una determinada localidad.
Si hay un número adecuado de hermanos responsables, las clases podrían variar
desde algunos grupos muy pequeños hasta grupos de doce o más. Al dividirlos
en las clases, debemos tener en cuenta los siguientes puntos:

Prestar atención a los estudiantes

Supongamos que una determinada clase tiene en común un nivel de educación


superior; entonces se deberá asignar a los hermanos más preparados para
enseñar a dicha clase de estudiantes. Si otra clase está conformada por personas
de un nivel de educación inferior, los encargados de dicha clase deberán ser los
que tienen mas experiencia en enseñar las verdades bíblicas de una manera
simple. Una vez que tengamos a los maestros apropiados con los estudiantes
apropiados, a los hermanos encargados no les será muy difícil enseñar y la
audiencia será edificada.

Si no se usa el libro de lecciones

En algunos lugares, únicamente los que dirigen las reuniones poseen un libro de
lecciones. En este caso, todos los que están en la audiencia deberán llevar
consigo un cuaderno para anotar los puntos más importantes presentados así
como el tema central de cada sección. En algunas clases, los nuevos creyentes tal
vez sean analfabetos o casi analfabetos. En tales circunstancias, no hay
necesidad de distribuir los libros. Más bien, los encargados de dirigir la reunión
deberán escoger por lo menos uno de los versículos más cruciales y leérselo a la
audiencia una y otra vez. Deberán pedir a la audiencia que repita el versículo
después de ellos. Entonces, deberán explicarles los puntos más importantes de
la lección. Finalmente, deberán preguntar a los asistentes si entendieron la
lección y darles la oportunidad de hacer preguntas.

Si se utiliza el libro de lecciones

En aquellos lugares en los que se usa el libro de lecciones, a todos los asistentes
se les deberá dar un ejemplar de dicho libro durante la reunión. Quien dirige la
reunión deberá ayudar a los nuevos creyentes a leer al unísono la lección o a
leerla por turnos parte por parte. Después, deberá hacerles preguntas a medida
que avanza en su lección, y los oyentes también deben sentirse libres de hacer
preguntas mientras lo escuchan. A veces, se les puede pedir a los oyentes que
digan algo, pero su participación deberá ser breve. Esto hará que la reunión se
torne más animada. Esfuércense al máximo por evitar dar discursos o sermones.
Los que pueden tomar notas deberán preparar un cuaderno en el cual anoten
los puntos más importantes que se hayan abordado durante la lección.

El tiempo

Todas las reuniones deben durar un máximo de una hora y media. La reunión
no debe extenderse más.

Algunas cosas que debemos observar al hablar,


al preguntar y al responder

Al hablar

Nuestras voces deben ser lo suficientemente audibles como para que todos nos
oigan. No se desvíen del tema central, y los ejemplos y las historias usados
deben concordar con el mismo. Lo mejor es hacer referencia a los puntos
principales con claridad y en conformidad con el texto de la lección. No
aprovechen la ocasión para hablar sobre lo que les gustaría hablar. No se vayan
por las ramas. No den sermones, sino mezcle su hablar con preguntas.

Al preguntar

Las preguntas deben guardar relación con el tema de la lección y ceñirse a ello.
No entren en temas que no vengan al caso. Por ejemplo, al hablar de “La
salvación por medio de la fe y el bautismo”, como parte de la lección acerca del
bautismo, deberíamos hacer únicamente preguntas relacionadas a este aspecto
de la salvación. No salten de este aspecto de la salvación a hablar, por ejemplo,
de la salvación de nuestra alma y, de allí, a hablar sobre el reino y la diferencia
entre participar del reino e ir al cielo. Si abarcamos un espectro muy amplio y
las preguntas se apartan demasiado del tema, perderemos de vista el tema
inicial y nuestro estudio al respecto será estéril.

Al responder

Las respuestas tienen que ser muy claras. Si las preguntas se alejan mucho del
tema, podemos responder diciendo que nuestra prioridad es estudiar la lección
misma y que podemos reservar las otras preguntas para una ocasión posterior.
Por ejemplo, si alguno hace preguntas acerca de la salvación por medio de la
gracia o sobre la salvación del alma cuando la lección que estamos impartiendo
se refiere al bautismo, basta con responder simplemente que la salvación tiene
diversos aspectos y que, para esta lección en particular, sólo nos interesa el
significado general de la salvación.

Debemos verificar si la lección


ha sido puesta en práctica o no

No teman repetir el mensaje. Es posible que un hombre escuche un mensaje


este año y que el próximo año no lo recuerde, y si ustedes le preguntan al
respecto en el tercer año, quizás todavía no haya puesto en práctica dicha
lección. Nuestro propósito no es simplemente dar mensajes a los nuevos
creyentes; sino, además, verificar con ellos si están poniendo en práctica lo que
han escuchado. No debemos hablarles respecto de algo para que luego se
olviden de ello. Por eso, debemos preguntarles si están poniendo en práctica lo
que han oído o no. Por ejemplo, tal vez hayamos hablado acerca de madrugar;
entonces, tenemos que verificar con ellos si están madrugando. Si les hemos
hablado sobre la lectura de la Biblia, tenemos que verificar con ellos si están
leyendo la Biblia o no. Si les hemos hablado acerca de la oración, tenemos que
verificar con ellos si oran o no. Constantemente tenemos que exhortarles a que
pongan en práctica lo aprendido, y verificar con ellos si así lo vienen haciendo
hasta que concienzudamente, ellos comiencen a ponerlo en práctica y tomar las
medidas correspondientes.
Clases de recuperación

Los que dirigen las reuniones tienen que determinar cuánto tiempo deberán
dedicar a una determinada lección y por cuánto tiempo deberán detenerse en
ella. Sin embargo, esperamos que las diferencias en cuanto al ritmo que lleva
una u otra lección no sean muy grandes. Si algunos no han entendido algo o
están muy atrasados, debemos organizar lecciones para que ellos se pongan al
día. Estas lecciones de recuperación deben ser conducidas con la mayor
seriedad, y debemos repasar minuciosamente aquellos temas que no supimos
cubrir debidamente. Si no hacemos esto seriamente, no tendremos nada que
impartir a los demás.

NECESITAMOS TENER UN ESPÍRITU FRESCO

Debemos impartir estas lecciones un año tras otro; ellas deben ser impartidas
continuamente. Por tanto, los expositores tienen que aprender a mantenerse
frescos en su espíritu. Las verdades serán las mismas aun después de diez años,
pero el espíritu no puede permanecer igual. Si los que dirigen la reunión han
aprendido a ejercitar su espíritu, y si poseen un espíritu fresco, podrán repetir
una misma lección una y otra vez durante diez o veinte años. Si los demás han
de ser afectados por nuestras palabras, es necesario que tales palabras, primero
hayan afectado a nuestro espíritu. Debemos tener una percepción fresca en
nuestro espíritu. Si nuestro espíritu se ha hecho viejo y solamente transmite
enseñanzas, los demás recibirán ayuda únicamente en cuanto a la doctrina. Así,
la doctrina llegará a convertirse en algo parecido a una oración del libro La
oración común, que la gente repite durante algunos servicios cristianos semana
tras semana. Pero si la Palabra ha sido tocada por nuestro espíritu, el hecho de
repetir las mismas lecciones no representará problema alguno.

NECESITAMOS LA BENDICIÓN DEL SEÑOR

La vida cristiana es una vida que depende de la bendición del Señor. Si la


bendición del Señor reposa sobre nosotros, aunque no le demos al blanco no
erraremos por mucho, aun cuando los arreglos prácticos no hayan sido los más
apropiados. Pero si la bendición del Señor no reposa sobre nosotros, no
obtendremos buenos resultados, aun si todos los preparativos estuvieran
perfectos. En algunos casos, el Señor persiste en darnos Su bendición aun
cuando las circunstancias no son las ideales. En otros casos, es posible que la
bendición del Señor esté ausente debido a un pequeño error. Un cristiano no
debe procurar obtener que todo esté correcto externamente; sino, más bien,
siempre debe estar buscando el camino de la bendición divina.

CAPÍTULO UNO
EL BAUTISMO

Lectura bíblica: Mr. 16:16; Hch. 2:38; 22:16; 1 P. 3:20-21; Ro. 6:3-4; Col. 2:12

El bautismo es un tema muy destacado en la Biblia. Hay dos aspectos del


bautismo que debemos entender claramente. Primero, antes de ser bautizados,
necesitamos saber lo que el bautismo puede hacer por nosotros. En segundo
lugar, después de ser bautizados, necesitamos mirar retrospectivamente y
preguntarnos acerca del significado de nuestro bautismo. En el primer caso, el
bautisterio y el agua están delante de nosotros. Cuando vamos a ser bautizados
debemos preguntarnos: “¿Qué puede hacer el bautismo por mí?”. Después de
ser bautizados, tenemos que preguntarnos: “¿Qué significado tiene mi
bautismo?”. La primera observación se hace mirando hacia el futuro, y la
segunda, mirando retrospectivamente. Aquella tiene que ver con lo que uno
sabe antes de ser bautizado, mientras que la última, con el entendimiento que
uno tiene después de ser bautizado.

I. LO QUE EL BAUTISMO
HACE POR UNA PERSONA

“El que crea y sea bautizado, será salvo; mas el que no crea, será condenado”
(Mr. 16:16). Este versículo nos muestra lo que el bautismo hace por una
persona.

A. El bautismo nos salva del mundo

“El que crea y sea bautizado, será salvo”. Me parece que este versículo infunde
cierto temor a todos los protestantes y, por ende, no se atreven a leerlo. Siempre
que lo leen, lo cambian por: “El que crea y sea salvo, será bautizado”. Pero eso
no es lo que dice la Palabra del Señor. A fin de evitar el error del catolicismo, los
protestantes deliberadamente dan rodeos al exponer la Palabra de Dios. Sin
embargo, al tratar de evadir el error del catolicismo, ellos mismos caen en otro
error. La Palabra del Señor es clara: “El que crea y sea bautizado, será salvo”. El
hombre no tiene autoridad para cambiarlo por: “El que crea y sea salvo será
bautizado”.

1. Ser salvo es ser liberado del mundo

Volvamos ahora nuestra atención al significado que la Biblia le atribuye a la


palabra salvación. ¿De qué es salva una persona? Según la Biblia, las personas
son salvas del mundo, no del infierno. Lo contrario a la vida eterna es la
perdición, pero la Biblia no considera la salvación como lo contrario a la
perdición. La Biblia nos muestra que la salvación es nuestra liberación del
mundo. Mientras una persona forme parte del mundo, ya está destinada a la
perdición eterna.

Consideremos ahora la condición del hombre delante de Dios. Hoy en día, no es


necesario que los hombres hagan nada para merecer la perdición eterna. No es
que yo esté destinado a la perdición eterna porque haya asesinado a alguien, o
que seré salvo de la perdición eterna porque no he cometido ningún homicidio.
El hecho es que el mundo entero está en camino de la perdición eterna. Y de
entre todos aquellos que están destinados a perecer, Dios nos ha rescatado a
nosotros y nos ha salvado. El mundo entero, corporativamente, está en camino
de la perdición, pero Dios está salvando a los hombres individualmente, uno por
uno. No es que Dios atrape a todos los peces del mar para después separar los
buenos de los malos, destinando unos a la salvación y otros a la perdición
eterna. No, sino que todos los peces del mar están en camino de la perdición
eterna; pero aquellos que son atrapados por Dios son salvos, mientras que el
resto permanece en el mar.

Por tanto, el asunto de la salvación y la perdición eterna no guarda relación


alguna con el hecho de haber creído en Dios ni con lo buena que pueda ser
nuestra conducta, sino que se relaciona con nuestra posición, es decir, con el
lugar donde uno se encuentra. Si uno está en el barco, es salvo, pero si todavía
permanece en el mar, habrá de perecer. Tal vez usted no haya hecho nada, pero
en tanto que esté en el mundo, eso basta para que perezca. No importa si usted
es bueno o malo, si es un caballero o un villano, ni si usted vive regido por su
conciencia o no. Mientras forme parte del mundo, usted carecerá de toda
esperanza. Si no ha salido de allí, está condenado ante Dios.

2. La salvación está relacionada


con nuestra posición

Debido a que Adán pecó y llegó a ser un pecador, todos los hombres vinieron a
ser pecadores. Hoy el hombre no necesita pecar para ser pecador porque todos
han llegado a ser pecadores por el pecado de un solo hombre. Mas ahora, Dios
nos ha salvado de entre muchos hombres. Si usted pertenece al mundo,
entonces, independientemente de la clase de persona que usted sea, usted está
en contra de Dios y es Su enemigo. Por tanto, usted está en la posición
incorrecta, en virtud de la cual usted está destinado a perecer y está en camino
de la perdición. Si usted todavía está en el mundo, está destinado a perecer.

La palabra salvación ha sido usada liberalmente entre nosotros y con mucha


confusión. Existe una diferencia entre ser salvo y obtener la vida eterna.
Obtener la vida eterna es un asunto personal, mientras que ser salvos no
consiste sólo en recibir la vida eterna en el ámbito personal, sino que también
implica salir de una entidad corporativa que está errada. Hermanos y hermanas,
¿ven claramente cuál es esta diferencia? Recibir la vida eterna es un asunto
personal. Pero la salvación no es sólo un asunto personal, sino que además tiene
que ver con la entidad colectiva a la que pertenecíamos anteriormente.

Por consiguiente, ser salvo significa salir de una entidad y entrar en otra. Recibir
la vida eterna hace referencia a la entidad a la cual hemos ingresado, no a la
entidad de la cual hemos salido. Pero la salvación incluye tanto la salida como la
entrada. Así que, la esfera de la salvación es más amplia que la de recibir la vida
eterna. Ser salvo incluye ser liberado del mundo, es decir, salir del mundo.

3. Cuatro hechos principales delante de Dios


con respecto al mundo

La Biblia nos muestra cuatro hechos principales con respecto al mundo: (1) a los
ojos de Dios, el mundo está condenado; (2) el mundo yace en el maligno; (3) el
mundo crucificó al Señor Jesús; y (4) el mundo está en enemistad con Dios; es
enemigo de Dios. Delante de Dios, estos son los cuatro hechos principales con
respecto al mundo. Si una persona permanece en el mundo, ya está condenada y
perecerá, sin importar cuál sea su conducta.

Recuerden que la salvación del hombre no se relaciona con su conducta. El


hombre está errado debido a que su posición es la posición equivocada.
Sabemos que no es fácil ser liberados del mundo. ¿Cómo puedo salir del mundo
si aún me atrae? Sin embargo, cuando me doy cuenta de que el mundo está en
una posición equivocada con respecto a Dios, tengo que abandonarlo, no
importa cuán atractivo me parezca. Por tanto, la salvación no se relaciona
simplemente con nuestra conducta personal. La entidad colectiva a la que
pertenecemos está equivocada; necesitamos ser salvos de nuestra relación con el
mundo y de nuestra posición en él.

Cuando los judíos trataron de deshacerse del Señor Jesús, clamaron: “¡Su
sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos!” (Mt. 27:25). Aunque nosotros
no matamos al Señor Jesús personalmente, nuestros antepasados sí lo hicieron.
Aunque nosotros no cometimos tal acto personalmente, sí lo hizo la entidad
colectiva a la que pertenecemos. El cuerpo colectivo al que pertenecemos es
enemigo de Dios y está condenado a perecer. Esto no tiene nada que ver con que
hayamos errado o no personalmente. Espero que puedan ver que no solamente
somos pecadores en el ámbito individual y como tales necesitamos ser salvos
personalmente, sino que además pertenecemos a una colectividad errónea. El
mundo al cual pertenecemos es enemigo de Dios. El mundo en el cual estamos
está condenado por Dios. Necesitamos ser librados de la relación que tenemos
con él y de nuestra posición en él.

4. Ser salvo es salir del mundo


¿En qué consiste la salvación? La salvación consiste en salir de cierta entidad
colectiva; es una liberación de cierta posición y de ciertas relaciones. En otras
palabras, significa salir del mundo. La mayoría de las personas presta mucha
atención a su salvación personal, pero ahora, debemos preguntarnos: ¿De qué
somos salvos? La salvación que se recalca en la Biblia se refiere a ser salvo del
mundo, no del infierno. El mundo en su totalidad está condenado por Dios.

No cabe duda de que aquel que cree en el Señor Jesús tiene vida eterna. Hemos
predicado esto por muchos años. Una vez que una persona cree en el Señor
Jesús, tiene vida eterna y es salva para siempre. Todos sus problemas son
resueltos. Pero recuerden que si una persona cree pero no es bautizada, todavía
no es salva. De hecho, tal vez usted ha creído en el Señor y tiene vida eterna,
pero a los ojos del mundo, ¿es usted salvo? Si usted no ha sido bautizado, no es
salvo, ya que nadie sabe que usted es diferente. Usted tiene que tomar tal
decisión y ser bautizado, declarando que ha puesto fin a su relación con el
mundo. Solamente entonces será salvo.

5. Creer se relaciona
con lo que necesita ser afirmado,
mientras que el bautismo se relaciona
con lo que debe ser negado

Entonces, ¿qué es el bautismo? El bautismo es una liberación. Creer se relaciona


con lo que necesita ser afirmado, mientras que el bautismo se relaciona con lo
que debe ser negado. El bautismo nos saca de una entidad colectiva. Muchas
personas del mundo pueden decir que usted es uno de ellos. Pero en el
momento en que usted es bautizado, verán que usted ha llegado a su fin. Aquel a
quien ellos conocieron por años, ahora es salvo y se ha bautizado. La amistad
que usted tenía con ellos ha terminado. Usted está en la tumba, pues ha llegado
al fin de su curso. Usted ya sabe que tiene vida eterna, y ahora que es bautizado,
es salvo. De ahora en adelante, todos saben que usted es del Señor, pues le
pertenece.

“El que crea y sea bautizado, será salvo”. Esto es cierto porque cuando una
persona cree y es bautizada, todos conocerán su posición. Si uno no cree, no
tendrá la realidad interior correspondiente, y lo que haga no tendrá sentido,
pues será un simple acto externo. Pero al creer se produce una realidad interior,
y si uno da el siguiente paso, el paso del bautismo, se separará del mundo y su
relación con éste llegará a su fin. El bautismo es una separación; nos separa de
los demás.

“El que crea y sea bautizado, será salvo”. Lo que dijo el Señor Jesús es muy
claro. Además añade: “El que no crea, será condenado”. No creer en el Señor es
razón suficiente para que la persona sea condenada. En tanto que una persona
pertenezca a esa entidad colectiva, su incredulidad es suficiente para
condenarla. Pero aun si uno cree en el Señor, necesita de todos modos ser
bautizado. Si no es bautizado, no ha hecho público su éxodo.

6. Algo asombroso en el mundo

Es asombrosa la actitud que el judaísmo, el hinduismo y el islamismo tienen hoy


en día con respecto al bautismo.

Un judío que abrace la fe cristiana en secreto, no será perseguido. Muchos


judíos creen en el relato histórico acerca del Señor Jesús. Su mayor dificultad no
consiste en llegar a creer en Él, sino en ser bautizados. Una vez que son
bautizados, son expulsados del judaísmo. Algunas hermanas, después de haber
sido bautizadas, fueron envenenadas por sus prometidos. Tales cosas suceden
aun en comunidades civilizadas como las de Londres o Nueva York. No hay
problema si una persona cree en su corazón, pero una vez que se bautice, sufrirá
persecución.

En la India nadie le hará daño a un creyente mientras éste no sea bautizado.


Pero una vez que se bautiza lo expulsan de la comunidad. Ellos pueden tolerar
que uno crea en el Señor, pero no pueden permitir que uno se bautice.

La reacción de los musulmanes es aún más violenta. Algunos han dicho que es
difícil que un musulmán que haya creído en el Señor Jesús permanezca vivo.
Tan pronto cree, le dan muerte. El Dr. Swema fue la primera persona que tuvo
éxito al trabajar entre los musulmanes. Él dijo: “Mi obra nunca crecerá, porque
una vez que una persona cree en el Señor, inmediatamente tiene que ser enviada
lejos. De no ser así, le matarían a los dos o tres días de ser bautizada”. Esta
costumbre prevalece aún hoy entre los musulmanes.

El bautismo es una declaración pública de que uno ha salido. “El que crea y sea
bautizado, será salvo”. No pensemos que en este versículo la salvación se refiere
a la salvación personal de nuestro espíritu. En la Biblia, la salvación significa ser
liberados del mundo y no del infierno.

B. El bautismo se relaciona
con el perdón de los pecados

El día de Pentecostés los apóstoles dijeron a los judíos: “Arrepentíos, y bautícese


cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros
pecados” (Hch. 2:38). A los protestantes se les hace difícil aceptar este versículo.
No obstante, este versículo ha sido enunciado claramente por los apóstoles:
“Bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de
vuestros pecados”. Es extraño que el énfasis dado por el apóstol no sea la fe,
sino el bautismo.

¿Era acaso el objetivo del mensaje de Pedro en Hechos 2 persuadir a los


hombres a que creyesen? Por supuesto que no. Ahora, ¿significa esto que la
predicación de Pedro era inferior a la nuestra? La Biblia nos dice que el
elemento más crucial de la salvación es la fe. Entonces, ¿cómo pudo Pedro haber
ignorado esto? Él podía haber ignorado otras doctrinas en su mensaje, pero
¿cómo pudo dejar de hablar de la fe? Es cierto que Pedro no habló directamente
sobre la fe, ya que en lugar de ello, él habló del bautismo, y el corazón de los que
escuchaban fue compungido por el Espíritu Santo. ¿Y qué predicamos nosotros?
Nosotros proclamamos que la fe sola es suficiente, pues pensamos que este es el
cristianismo ortodoxo. Sin embargo, Pedro dijo: “Bautícese cada uno de
vosotros en el nombre de Jesucristo”.

Pedro sólo habló acerca del bautismo porque los que le escuchaban eran los que
habían dado muerte al Señor Jesús. Cincuenta días antes, ellos clamaban:
“¡Fuera con éste!”. Ellos eran las mismas personas que daban gritos en
Jerusalén. Ahora ellos debían separarse del resto de los judíos. Esta es la razón
por la cual no era necesario hablarles acerca de la fe. Ellos solamente
necesitaban ser bautizados. Con eso bastaba para que salieran de esa entidad
corporativa. Tan pronto como fueran bautizados, su relación con ella
terminaría. En el momento en que fueran bautizados, ellos saldrían de esa
entidad colectiva, y sus pecados serían lavados. Ya no serían parte de ella;
estarían fuera de ella. Por eso Pedro dijo: “Bautícese cada uno de vosotros en el
nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados”. El acto del bautismo los
sacó de la entidad a la que pertenecían, y todo conflicto pendiente quedó
resuelto.

Ahora usted debe darse cuenta de que al principio estaba en el mundo y era
enemigo de Dios. Puesto que ha salido de allí, usted es salvo. Necesita confesar
delante de Dios y delante de los hombres que ya salió del mundo y que no tiene
nada que ver con esa colectividad. Usted ya le puso fin a eso. “Bautícese cada
uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados; y
recibiréis el don del Espíritu Santo”. Esta fue la enseñanza principal dada el día
de Pentecostés. A este respecto, su mente debe ser dirigida por la Palabra de
Dios y no por la teología protestante.

C. El bautismo nos lava de los pecados

Examinemos el caso de Pablo. Ananías vino a Pablo y le dijo: “Levántate y


bautízate, y lava tus pecados, invocando Su nombre” (Hch. 22:16).
Pablo fue el principal y más destacado maestro, profeta y apóstol del
cristianismo. ¿Hubo acaso un pequeño error con respecto a su experiencia?
Algunas veces predicamos doctrinas correctas, pero tenemos la experiencia
equivocada. ¿Qué sucede cuando damos nuestro testimonio? ¿Qué sucedería si
otros hicieran lo que nosotros hacemos? El testimonio de un maestro es crucial
porque puede desviar a otros. ¿Es posible que la experiencia del principal
maestro del cristianismo estuviera equivocada?

“Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados,
invocando Su nombre”. Presten atención a este versículo. Dice que el bautismo
puede lavar los pecados de uno. Al citar este versículo, los católicos lo hacen
considerando únicamente el aspecto individual de este asunto delante de Dios.
El error del catolicismo estriba en decir: “Si usted es bautizado, sus pecados
serán lavados”. Por ende, ellos recalcan que si una persona se bautiza en su
lecho de muerte, dicho bautismo puede lavar todos los pecados que dicha
persona haya cometido en el curso de su existencia. Pero no se dan cuenta que el
significado del bautismo atañe más a nuestra relación con el mundo que a
nuestro testimonio delante de Dios.

Anteriormente, Pablo era un hombre que formaba parte del mundo. Después de
haber creído en el Señor Jesús y de haberlo visto, necesitaba levantarse y ser
bautizado. En el momento en que fue bautizado, sus pecados fueron lavados. En
el momento en que él puso fin a su relación con el mundo, sus pecados se
desvanecieron. Si usted se hizo cristiano secretamente y no fue bautizado, es
posible que los del mundo todavía lo consideren como uno de ellos. Usted puede
decir que es salvo, pero el mundo no reconocerá esto. Puede decir que creyó en
el Señor Jesús, pero ellos dirán que no han visto nada al respecto. Una vez que
usted entre en el agua, ellos lo verán y sabrán que usted creyó en Jesús. De no
ser así, ¿por qué habría de ser tan necio como para entrar en el agua? En el
momento en que uno es bautizado, es liberado del mundo. El bautismo en agua
pone fin a nuestra relación con el mundo.

Si una persona cree en su corazón, pero no manifiesta ninguna señal externa al


respecto, el mundo seguirá considerándole como uno de los suyos. Por ejemplo,
en Kuling, Fukien, se celebra cada otoño una gran tradición idólatra, y a todos
se les exige que donen dinero para dichas celebraciones. Si una persona dice que
creyó en el Señor, los demás no le creerán. Pero en el momento en que es
bautizada, saben que ya no es uno de ellos. Así que, el bautismo es la mejor
manera de ser liberados del mundo. Si quiere ser liberado del mundo, tiene que
ser bautizado. Debe decirle al mundo: “Mi relación contigo ha terminado”. Al
hacer esto, sale del mundo.
El bautismo es un testimonio público, y no debemos temer que otros sean
testigos de ello. Los incrédulos también pueden estar presentes durante nuestro
bautismo. Recientemente, cuando bautizamos a algunas personas en Fuzhou,
un hermano dijo: “No nos gusta llevar a cabo la reunión del bautismo de una
manera tan desordenada. Ha habido demasiados espectadores”. Si este fuera el
caso, Juan el Bautista tendría que haber aprendido de este hermano, ya que los
bautismos de Juan no eran muy ordenados. Aun los bautismos de aquellas tres
mil personas el día de Pentecostés no fueron muy organizados. Lo importante
no es si una reunión es ordenada o no. Si bien es cierto que no es bueno ser
desordenado, todos los hermanos y hermanas deben saber lo que estamos
haciendo. Cuando bautizamos a alguien, debemos permitir que todo el mundo
sea testigo de lo que estamos haciendo.

D. El bautismo lleva
a la salvación mediante agua

La Escritura es coherente en cuanto a sus principios. En 1 Pedro 3:20 dice: “En


los días de Noé ... algunos, es decir, ocho almas, fueron llevadas a salvo por
agua”. De nuevo, este versículo nos muestra que el bautismo lleva a la salvación.
El Señor Jesús dijo: “El que crea y sea bautizado, será salvo”. En el día de
Pentecostés, Pedro dijo: “Bautícese cada uno de vosotros ... para perdón de
vuestros pecados”. La acción de Pablo nos muestra que cuando una persona es
bautizada, es lavada de sus pecados. Estos no son solamente perdonados, sino
lavados. Esto se debe a que cuando ponemos fin a nuestra relación con el
mundo, somos lavados de nuestros pecados. Lo dicho en 1 Pedro también nos
muestra que somos salvos mediante agua. Así que, el bautismo lleva a la
salvación mediante agua.

Aquellos que no pasan la prueba del agua no son salvos. Una persona que no
pueda pasar por el agua, se ahoga. En los días de Noé, todos fueron bautizados,
pero solamente ocho almas sobrevivieron. Todos fueron bautizados y
sumergidos en el agua, pero solamente ocho almas emergieron de ella. En otras
palabras, el agua llegó a ser agua de muerte para algunos, y para otros, fue agua
de salvación. Hay quienes entran en el agua y allí permanecen, pero nosotros
pasamos por el agua y emergimos de ella. Lo que dijo Pedro tiene un sentido
positivo. Cuando el diluvio vino, todos se ahogaron. Únicamente las ocho almas
que estaban en el arca, a quienes el agua no pudo vencer, emergieron del agua.
Mientras el resto perecía, estas ocho almas fueron salvas. Actualmente, el
mundo entero está bajo la ira de Dios. Ser bautizado significa pasar por el juicio
de la ira de Dios. Pero quien se bautiza no sólo ha venido a estar bajo la ira de
Dios, sino que ha salido de tal posición. Al emerger, se muestra que uno ha
salido. Esto es el bautismo.
El bautismo, por un lado, significa entrar en el agua, y por otro, equivale a salir
de ella. El bautismo significa pasar mediante agua y salir de ella. Usted debe
hacer énfasis en el aspecto de “salir”. Todos entraron en el agua, pero solamente
ocho almas salieron de ella. En nuestros días, somos salvos mediante el
bautismo. ¿Qué significa esto? Cuando fui bautizado, no entré en el agua para
quedarme sumergido en ella, sino que entré en el agua y salí de ella. Si usted no
ha creído en el Señor Jesús, su bautismo no hará que usted emerja de las aguas.
Al entrar en el agua y salir de ella, doy a entender que soy diferente de usted.
Puedo salir del mundo al pasar por las aguas del bautismo. Al hacerlo, doy
testimonio a los demás de que soy diferente al mundo.

E. El bautismo nos liberta del mundo

Los cuatro pasajes de la Escritura mencionados anteriormente nos muestran


claramente lo que es el bautismo. Una vez que somos bautizados, somos
libertados del mundo. No necesitamos años para ser libertados del mundo. Lo
primero que un nuevo creyente debe hacer es bautizarse. Usted tiene que
percatarse de la posición que el mundo ha asumido ante Dios. Usted ha
renunciado completamente a la posición que antes tenía al formar parte del
mundo. En esto consiste la salvación. Debe despojarse totalmente del mundo.
De ahora en adelante, usted ya no forma parte del mundo, sino que está en el
lado opuesto.

Una vez que creemos en el Señor, debemos comprender que ya no formamos


parte del mundo. Nuestro bautismo es una señal de que fuimos libertados del
mundo. Por medio del bautismo desempeñamos un papel diferente. De aquí en
adelante, permanecemos en el arca y somos personas diferentes. Podemos
testificar ante los demás que no hacemos ciertas cosas debido a que hemos
creído en Jesús; más aún, podemos decirles que no hacemos tales cosas debido
a que hemos sido bautizados. Hemos cruzados el puente y estamos en el lado
opuesto.

Hoy en día tenemos que recobrar el lugar que le corresponde al bautismo


delante de Dios. ¿Cuál es el significado del bautismo? Significa salir del mundo.
Es un paso que damos para ser libertados del mundo. Nuestro bautismo es una
declaración de que estamos fuera. Es como las palabras de un himno que dicen:
“Después viene la sepultura, ante la cual nuestros seres queridos nos lloran, / Al
saber que hemos expirado” (Hymns, #628). Nuestros seres queridos ahora
saben que hemos llegado a nuestro fin y al final de nuestro curso. Hemos sido
completamente aniquilados. Únicamente este bautismo es efectivo. Si no hemos
comprendido esto, nuestro bautismo es superficial y carente de significado.
Debemos comprender que fuimos libertados del viejo círculo al que
pertenecíamos y que hemos salido de él. La vida eterna es algo que nuestro
espíritu obtiene delante de Dios, pero la salvación es el acto mediante el cual nos
separamos del mundo.

II. EL SIGNIFICADO DEL BAUTISMO

Todo el que ya ha sido bautizado necesita volver a examinar el significado del


bautismo. Aun si fue bautizado hace diez o veinte años, debe reflexionar al
respecto. Siempre debemos recordar el versículo que dice: “¿O ignoráis que
todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en
Su muerte?” (Ro. 6:3). Este versículo habla en forma retrospectiva y no se
refiere a un evento futuro.

Los versículos que leímos en Marcos 16, Hechos 2, Hechos 22 y 1 Pedro 3 están
dirigidos a quienes no han sido bautizados aún, mientras que los versículos de
Romanos 6 y Colosenses 2 están dirigidos a los que ya fueron bautizados. Dios
les dice: “¿No sabéis que cuando fuisteis bautizados, moristeis juntamente con
Cristo, fuisteis sepultados y resucitasteis juntamente con Él?”.

En Romanos 6 se hace hincapié en la muerte y la sepultura, aunque también se


menciona la resurrección. Colosenses 2 va más allá, pues recalca la sepultura y
la resurrección, siendo esta última el tema central. El énfasis de Romanos 6 es la
muerte: “¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús,
hemos sido bautizados en Su muerte?”. Aquí, se hace hincapié principalmente
en la muerte, en el hecho de que debemos morir juntamente con Cristo.
Romanos 6 habla de morir y ser sepultados, mientras que Colosenses 2 habla de
ser sepultados y resucitar.

Las aguas del bautismo tipifican la tumba. Cuando en nuestros días una persona
es sumergida en las aguas del bautismo, es como si estuviera siendo sepultada.
Salir del agua equivale a salir de la tumba. Antes de ser sepultado, uno primero
tiene que estar muerto. No se puede sepultar a una persona viva. Si una persona
se vuelve a levantar después de haber sido sepultada, eso, sin duda alguna, es la
resurrección. La primera parte de esta verdad se encuentra en Romanos, y la
segunda en Colosenses.

A. Un gran evangelio: ¡estoy muerto!

Cuando el Señor Jesús fue crucificado, Él nos llevó consigo a la cruz, y nosotros
fuimos crucificados juntamente con Él. A los ojos de Dios, ya se nos puso fin.
¿Qué piensa de usted mismo? Quizás tenga que decir: “¡Soy una persona difícil
de tratar!”. Aquellos que no se conocen a sí mismos no comprenden cuán
imposibles son. Una persona que conoce a Dios y que se conoce a sí misma,
dirá: “Soy una persona imposible”.
Cuando vivíamos estando agobiados por el pecado, escuchamos acerca de la
muerte del Señor Jesús. Este es el evangelio. Es así que vimos que no teníamos
esperanza alguna y que estábamos muertos. Así es el evangelio. ¡Damos gracias
a Dios porque este es el evangelio! La muerte del Señor nos incluyó a todos
nosotros. Por tanto, en Cristo, todos hemos muerto. ¡No hay mejor noticia que
esta! Así como la muerte del Señor es el gran evangelio, nuestra propia muerte
también lo es. Así como la muerte del Señor es motivo de regocijo, también lo es
nuestra muerte. ¿Cuál debería ser el primer pensamiento que ha de venir a
nuestra mente cuando escuchamos que nuestro Señor murió? Debemos ser
como José de Arimatea; debemos proceder a sepultarlo a Él. Igualmente,
cuando nos enteramos de que estamos muertos, lo primero que debemos hacer
es sepultarnos a nosotros mismos, ya que la sepultura viene inmediatamente
después de la muerte. La muerte no es el fin. Ya estamos muertos en Cristo; por
tanto, lo primero que debemos hacer es sepultarnos a nosotros mismos.

B. Muerto y resucitado

Hermanos, cuando entramos en las aguas del bautismo o cuando reflexionamos


al respecto después de haber sido creyentes por muchos años, debemos recordar
que ya estamos muertos. Dejamos que nos sepulten debido a que hemos creído
en nuestra muerte. Si nuestro corazón aún late y todavía respiramos, no
podemos ser sepultados. Para poder ser sepultados, tenemos que estar muertos.

Cuando el Señor Jesús fue crucificado, nosotros también fuimos crucificados


con Él. Permitimos que otros nos sumerjan en agua porque creemos haber
muerto. El Señor Jesús resucitó y puso el poder de Su resurrección en nosotros.
Somos regenerados mediante este poder. El poder de la resurrección opera en
nosotros y nos resucita. A ello se debe que hayamos salido del agua. Ya no
somos lo que éramos antes; ahora somos personas resucitadas. Jamás debemos
olvidar este hecho. Cuando entramos en el agua, creímos en nuestra muerte y en
nuestra necesidad de ser sepultados. Cuando salimos del agua, creímos que
somos poseedores de la novedad de la vida divina. Ahora estamos en el lado de
la resurrección. La muerte se halla en el otro lado, y ahora nuestra experiencia
es la resurrección.

C. Estoy en Cristo

Cierta vez leí el titular de un periódico que decía: “Una persona, tres vidas”. El
artículo hablaba acerca de una mujer encinta que había sido asesinada. Después
de que murió la mujer, se supo que ella llevaba en su vientre gemelos. Por eso el
encabezado decía: “Una persona, tres vidas”. Con relación al Señor debe decir:
“Una Persona, millones de vidas”. Esta es la razón por la cual la Biblia reiteradas
veces recalca la expresión en Cristo. En el crimen mencionado, aparentemente
el asesino sólo mató a la madre, y no a los dos niños. Sin embargo, debido a que
los dos niños estaban en el vientre de la madre, ellos murieron cuando la madre
murió. De igual manera, por estar nosotros en Cristo, cuando Él murió, nosotros
morimos en Él.

Dios nos puso en Cristo Jesús. Esta es la revelación que vemos en 1 Corintios
1:30: “Mas por Él estáis vosotros en Cristo Jesús”. Puesto que Cristo murió,
todos nosotros también estamos muertos. La base de nuestra muerte con Cristo
es que nosotros estamos en Él. Si no sabemos lo que significa estar en Cristo,
tampoco entenderemos lo que significa morir juntamente con Él. ¿Cómo
pudieron morir los niños juntamente con su madre? Ellos murieron debido a
que estaban en el vientre de ella. En la esfera espiritual, tal analogía se hace aún
más real. Dios nos unió a Cristo. Cuando Cristo murió, también nosotros
morimos.

Tan pronto como este evangelio nos sea predicado, debemos aprender a ver las
cosas desde el punto de vista de Dios, y reconocer que hemos muerto en el
Señor. Hemos muerto porque hemos creído en que dicho evento es un hecho.
Fuimos sepultados en el agua y salimos de ella. Declaramos haber salido de la
tumba. Esto es resurrección. Romanos 6 presenta el hecho de que nos
consideramos haber muerto con Cristo Jesús, y asimismo, nos consideramos
personas que han resucitado con Él.

Hermanos y hermanas, espero que una vez que sean salvos, tomen este camino.
Estos son dos conceptos claramente distintos. Uno ocurre antes del bautismo, y
el otro, después. Antes del bautismo debemos ver que ya estamos muertos y
necesitamos ser sepultados. Después del bautismo debemos darnos cuenta de
que ahora estamos en resurrección y, por ende, hoy podemos servir a Dios.

CAPÍTULO DOS

TERMINAR CON EL PASADO

A continuación examinaremos cómo puede uno ponerle fin a su pasado después


de haber creído en el Señor. Aun después de creer, uno todavía arrastra consigo
muchas cosas de su pasado. ¿Cómo debe uno entonces, ponerle fin a dichas
cosas?

I. LA ENSEÑANZA DE LA BIBLIA ESTÁ INVOLUCRADA CON LO


QUE HACEMOS
DESPUÉS DE RECIBIR LA SALVACIÓN

Toda la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento,


pero especialmente en el Nuevo Testamento, nos muestra que Dios no le da
tanta importancia a lo que hicimos antes de creer en el Señor. Podemos buscar
desde Mateo 1 hasta Apocalipsis 22 sin encontrar ni un solo versículo que nos
indique cómo los creyentes deben ponerle fin a su pasado. Incluso las epístolas,
las cuales tocan el tema de los delitos que cometimos en el pasado, nos
muestran principalmente lo que debemos hacer a partir del momento en que
hemos sido salvos, y no lo que debemos hacer con nuestro pasado. Aunque los
libros de Efesios, Colosenses y 1 Tesalonicenses sí mencionan el pasado, no
obstante, no nos dicen cómo ponerle fin, sino que sólo nos dicen cómo debemos
proseguir.

Usted recordará que algunos le preguntaron a Juan el Bautista: “¿Qué pues


haremos?”. Juan les contestó: “El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el
que tiene alimentos, haga lo mismo”. Él no hizo referencia al pasado sino al
futuro. Ciertos recaudadores de impuestos también le hicieron la misma
pregunta, y él les contestó: “No exijáis más de lo que os está ordenado”.
Asimismo, algunos soldados les preguntaron: “¿Qué haremos?”. Y Juan les
respondió a los soldados: “No hagáis extorsión a nadie, ni toméis nada mediante
falsa acusación; y contentaos con vuestro salario” (Lc. 3:10-14). Esto muestra
que Juan el Bautista, al predicar el arrepentimiento, hacía hincapié en lo que
debemos hacer desde el momento de nuestra salvación en adelante y no en lo
que debemos hacer con respecto a nuestro pasado.

Examinemos también las epístolas de Pablo. En ellas, Pablo siempre hizo


hincapié en lo que debemos hacer en el futuro, pues todo nuestro pasado ha sido
cubierto por la sangre preciosa de Cristo. Si erramos aunque sea un poco en este
asunto, corromperemos el evangelio; es decir, estaremos corrompiendo el
camino del Señor, o sea, la manera en que debemos arrepentirnos y la manera
de efectuar restitución. Esto es algo muy delicado.

“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os desviéis; ni los
fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los
homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los
maldicientes, ni los que viven de rapiña, heredarán el reino de Dios. Y esto erais
algunos” (1 Co. 6:9-11a). Aquí Pablo habla de la conducta que los creyentes
tenían en el pasado, pero no les dice qué deben hacer respecto de lo que hicieron
en el pasado. Simplemente les dice: “Mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido
santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo, y en
el Espíritu de nuestro Dios” (v. 11b). Estos versículos no hacen hincapié en lo
que debemos hacer respecto de nuestro pasado, pues tenemos un Salvador que
ya puso fin a nuestro pasado. Hoy, lo fundamental estriba en lo que debemos
hacer de ahora en adelante. Una persona salva ya ha sido lavada, santificada y
justificada.
“Y vosotros estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales
anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al
príncipe de la potestad del aire, del espíritu que ahora opera en los hijos de
desobediencia, entre los cuales también todos nosotros nos conducíamos en
otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y
de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los
demás; pero Dios, que es rico en misericordia, por Su gran amor con que nos
amó, aun estando nosotros muertos en delitos, nos dio vida juntamente con
Cristo” (Ef. 2:1-5). En estos versículos no se nos dicen cómo ponerle fin a las
prácticas de la carne. Solo hay una terminación. Nuestro Señor puso fin a todo
ello por nosotros, basándose en el gran amor con el que Dios nos amó y en Su
rica misericordia.

Dice Efesios 4:17-24, refiriéndose también a nuestra condición en el pasado:


“Esto, pues, digo y testifico en el Señor: que ya no andéis como los gentiles, que
todavía andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento
entenebrecido, ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la
dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se
entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza ... que
en cuanto a la pasada manera de vivir, os despojéis del viejo hombre, que se va
corrompiendo conforme a las pasiones del engaño, y os renovéis en el espíritu
de vuestra mente, y os vistáis del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia
y santidad de la realidad”.

“Por lo cual, desechando la mentira” (v. 25a). Aquí se hace referencia a nuestro
futuro; pues no se nos indica qué hacer con respecto a nuestra falsedad pasada,
sino que, de ahora en adelante, no debemos seguir practicándola. “Hablad
verdad cada uno con su prójimo ... airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol
sobre vuestra indignación, ni deis lugar al diablo” (vs. 25b-27). Estos versículos
tampoco se refieren al pasado, sino al futuro. “El que hurta, no hurte más” (v.
28a). Pablo no dijo que el que hurtaba debía devolver lo que había hurtado, pues
estaba haciendo hincapié en el futuro del creyente. Lo que uno ha hurtado en el
pasado pertenece a otro tema. “Sino fatíguese trabajando con sus propias manos
en algo decente ... Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la
que sea buena para edificación según la necesidad, a fin de dar gracia a los
oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios ... Quítense de vosotros toda
amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” (vs. 28b-31).

“Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre


vosotros, como conviene a santos; ni obscenidades, ni palabras necias, o
bufonerías maliciosas, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias”
(5:3-4). Estos versículos también denotan el mismo principio. En ellos se alude
a lo que debemos evitar después de haber creído en el Señor. No dicen nada con
respecto a cómo ponerle término a lo que hicimos antes de creer en el Señor.

Después de leer las epístolas, descubrimos una verdad maravillosa: Dios sólo
tiene en cuenta lo que la persona debe hacer después de creer en el Señor, no lo
que hizo en el pasado. Dios no nos dice qué debemos hacer con respecto a ello.
Este es un principio básico.

Muchas personas se encuentran en cautiverio porque han aceptado un evangelio


equivocado, el cual hace demasiado hincapié en el pasado del creyente. Con esto
no quiero decir que no necesitamos tomar medidas acerca de nuestro pasado.
Hay ciertas cosas pertenecientes a nuestro pasado a las que tenemos que
ponerles fin, no obstante, ello no constituye el fundamento para seguir adelante.
Dios siempre dirige nuestra atención al hecho de que los pecados que
cometimos en el pasado están bajo la sangre de Jesús, y que ya fuimos
completamente perdonados y somos salvos, porque el Señor Jesús murió por
nosotros. Nuestra salvación no depende de las rectificaciones que hayamos
hecho con respecto a lo que hicimos en el pasado. Los hombres nos son salvos
por arrepentirse de sus maldades cometidas en el pasado así como tampoco son
salvos por las buenas acciones que realizaron en el pasado, sino que son salvos
por medio de la salvación lograda por el Señor Jesús en la cruz. Debemos
retener firme este fundamento.

II. ALGUNOS EJEMPLOS EN EL NUEVO TESTAMENTO


DE CÓMO TERMINAR NUESTRO PASADO

Entonces, ¿qué debemos hacer con respecto a lo que hicimos en el pasado? He


dedicado mucho tiempo a leer el Nuevo Testamento, tratando de encontrar
respuesta a cómo ponerle término a nuestro pasado después de que hemos
creído en el Señor Jesús. Sin embargo, sólo he encontrado algunos pasajes muy
breves en los que se toca este tema, los cuales no son enseñanzas sino ejemplos.

A. Se debe eliminar completamente


todo lo relacionado con los ídolos

En 1 Tesalonicenses 1:9 se nos dice: “Os volvisteis de los ídolos a Dios”. Cuando
una persona cree en el Señor, tiene que desechar todos los ídolos. Por favor,
recuerden que nosotros somos el templo del Espíritu Santo. ¿Y qué acuerdo hay
entre el templo de Dios y los ídolos? Incluso el apóstol Juan, dirigiéndose a los
creyentes, dijo: “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Jn. 5:21). Así pues, este no es
un asunto sencillo como algunos pueden creer.

Debemos tener siempre presente que Dios prohíbe que el hombre se haga
imágenes. No debemos pensar que algo hecho por el hombre pueda tener vida,
porque en el momento que tengamos tal pensamiento, ese objeto se convertirá
en un ídolo para nosotros. Los ídolos no significan nada, pero si creemos que
poseen vida, caeremos en el error. Por eso Dios prohíbe adorar tales cosas. Dios
prohíbe incluso la más leve inclinación de nuestro corazón hacia tales cosas.
Uno de los diez mandamientos prohíbe hacerse ídolos (Dt. 5:8).

En Deuteronomio 12:30 dice: “Guárdate ... no sea que vayas en busca de sus
dioses, diciendo: ¿De qué manera servían aquellas naciones a sus dioses?”. Esto
nos muestra que no debemos ni siquiera averiguar de qué manera los gentiles
adoran a sus dioses. A los curiosos les gusta estudiar la manera en que las
naciones adoran y sirven a sus dioses. Pero Dios nos prohíbe hacer tal cosa,
porque si lo hacemos, terminaremos adorando ídolos. Por tanto, también nos
está prohibido ser aquellas personas que sienten curiosidad al respecto.

En 2 Corintios 6:16 dice: “¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los
ídolos?”. El significado de este versículo es bastante obvio. Los cristianos no
deben visitar los templos. Aunque sí hay excepciones a ello, como cuando una
persona se extravía en un lugar desértico y necesita un refugio durante la noche,
y lo único que halla es un templo. Pero por lo general, los creyentes no deben
visitar esos lugares. Esto es porque 2 Corintios 6:16 establece claramente que
nosotros somos el templo del Dios viviente y que no hay acuerdo posible entre el
templo del Dios viviente y los ídolos. A menos que uno se vea obligado por
alguna circunstancia especial, no es aconsejable acercarse a un templo y menos
aún ir a visitarlo. Juan dice: “Hijitos, guardaos de los ídolos”, lo cual significa
que nos mantengamos lejos de ellos.

Salmos 16:4 dice: “Ni en mis labios tomaré sus nombres”. Debemos ser muy
cuidadosos y evitar nombrar los ídolos aun en el púlpito, a menos que
necesitemos dar un ejemplo. No debemos ser supersticiosos, ni tener temor a la
desgracia que nos pueda sobrevenir, ni tampoco considerar tabú ciertas
palabras o asociación de ideas. Muchos creyentes todavía prestan atención a la
adivinación de la fortuna, a la lectura de rasgos faciales y la predicción del
futuro. Todo lo que tenga que ver con la adivinación y el horóscopo está
prohibido. Debemos poner fin a todo aquello que esté en la esfera de la idolatría.
Debemos deshacer completamente todo vínculo que tengamos con los ídolos.

El creyente debe renunciar a sus ídolos desde el momento en que es salvo. Ya no


debe mencionar los nombres de los ídolos ni debe involucrarse en actividades de
adivinación, ni visitar templo alguno. No debemos adorar ninguna imagen,
porque hasta el pensamiento de hacerlo nos está prohibido. Tampoco debemos
indagar acerca de la manera en que las religiones adoran a sus ídolos. Todas
estas cosas pertenecen al pasado y debemos desecharlas. Todo objeto
relacionado con este tipo de cosas debe ser destruido, ni siquiera debemos tratar
de venderlo. Tales cosas tienen que ser destruidas, exterminadas y extirpadas
por completo. Espero que ninguno de los nuevos creyentes tome este asunto a la
ligera. Por el contrario, deben ser muy cuidadosos al respecto, ya que Dios es
extremadamente celoso en cuanto a los ídolos.

Si usted no toma la determinación de poner fin a los ídolos ahora, le será muy
difícil escapar del mayor ídolo que se presentará en la tierra en el futuro.
Indudablemente, no debemos adorar ningún ídolo de barro ni de madera, pero
aun si tuviese vida, tampoco debemos adorarlo. Hay ídolos vivientes, y uno de
ellos es el hombre de iniquidad (2 Ts. 2:3). Recordemos que no podemos adorar
ídolos, debemos rechazarlos todos, incluyendo las imágenes del Señor Jesús y
de María.

Debemos ser exhaustivos al darle fin a este asunto de manera definitiva y


completa. De otro modo, seremos engañados y seguiremos el camino
equivocado. Nosotros no servimos en la carne sino en el espíritu. Dios busca
personas que le sirvan en espíritu, no en la carne. Dios es espíritu, no una
imagen. Si todos los hermanos y hermanas prestan atención a esto, no caerán en
las manos del catolicismo romano en el futuro. Un día el anticristo vendrá y el
poder que ejercerá el catolicismo romano será enorme.

La Biblia nos enseña que lo primero que debemos hacer para poner fin al
pasado es desechar y repudiar todos los ídolos, y esperar la venida del Hijo de
Dios. No debemos ni siquiera guardar retratos de Jesús, ya que esos retratos en
realidad no son Él y carecen del menor valor. En los museos de Roma hay más
de dos mil diferentes imágenes del Señor Jesús, y todas ellas reflejan la
imaginación de los artistas. En algunos países hay artistas que buscan personas
que, según su opinión, se conforman a la idea que ellos tienen de Jesús. Estos
artistas contratan a estas personas para que posen para ellos con el fin de
dibujar retratos de Jesús. Esto es una blasfemia. Nuestro Dios es un Dios celoso
y no tolera tal cosa entre nosotros. No debemos tolerar entre nosotros ninguna
clase de superstición. Hay quienes les gusta decir: “Hoy no es un buen día, son
malos presagios”. Tales comentarios proceden directamente del infierno. Los
hijos de Dios deben extirpar tales pensamientos por completo desde el primer
día de su vida cristiana y deben eliminarlos por completo. No debemos tolerar
entre nosotros nada que tenga el sabor de la idolatría.

B. Se debe eliminar todo objeto impropio

“Asimismo muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y
los quemaron delante de todos; y hecha la cuenta de su precio, hallaron que era
cincuenta mil piezas de plata” (Hch. 19:19). Este versículo menciona ciertos
objetos que los nuevos creyentes también deben repudiar y desechar de en
medio de ellos.

Estos versículos no constituyen expresamente una orden o una enseñanza, sino


que dan testimonio de los resultados que tiene la operación del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo operó en los recién convertidos de una manera tan
prevaleciente que los nuevos creyentes efesios sacaron todos los libros
impropios que poseían. Se nos dice que el valor de esos libros ascendía a
“cincuenta mil piezas de plata”, lo cual es una suma bastante significativa. Ellos
no vendieron sus libros para dar el dinero a la iglesia, sino que los quemaron. Si
Judas hubiera estado presente, lo más probable es que no lo habría permitido,
porque el valor de esos libros superaba las treinta piezas de plata, y este dinero
podría haberse sido dado a los pobres; pero el Señor estaba contento de que se
hubieran quemado.

Además de los objetos mencionados anteriormente hay muchos otros que


pueden ser considerados impropios y que debemos eliminar. Es obvio que
algunos de ellos son pecaminosos. Algunos ejemplos son los objetos utilizados
en juegos de azar así como los libros e ilustraciones de carácter obsceno e
impropio. Estas cosas deben ser quemadas, deben ser destruidas. Quizás habrá
artículos de lujo u otros objetos de gratificación que no se pueden quemar pero
que, de todos modos, deben ser eliminados. Sin embargo, el principio general
para destruir estos objetos es quemarlos.

Después de que una persona haya creído en el Señor, debe ir a su casa y revisar
minuciosamente sus pertenencias, ya que en la casa de los incrédulos siempre
habrá objetos vinculados al pecado. Tal vez dicha persona posea artículos que
no son adecuados para los santos. Los objetos relacionados al pecado no se
deben vender; sino que tienen que ser quemados y destruidos. Los artículos de
lujo deben ser cambiados o alterados, y si no es posible, hay que venderlos.

La ropa del leproso, según se ve en Levítico 13 y 14, es un buen ejemplo.


Aquellas vestiduras en las cuales la lepra se había extendido y no podían ser
lavadas, debían quemarse. Sin embargo, las que sí se podían lavar, debían ser
lavadas para usarse de nuevo. Si el estilo de nuestros vestidos no es muy
decente, los podemos modificar. Por ejemplo, algunos que son demasiado
cortos, los podemos alargar; otros que son muy llamativos, los podemos hacer
menos vistosos. Sin embargo, hay algunos objetos que no podemos recobrar
porque tienen el elemento del pecado, por tanto, los tenemos que quemar. Así
que aquellos objetos que podemos vender, los vendemos y el dinero de esa venta
debemos darlo a los pobres.
Se debe eliminar todo lo indecente. Si todo nuevo creyente revisa sus
pertenencias concienzudamente, tendrá un buen comienzo. Los objetos
supersticiosos deben ser quemados. Otros objetos pueden ser alterados o
vendidos después de haber sido alterados. Una vez que aprendamos esta
lección, no la olvidaremos por el resto de nuestros días. Debemos darnos cuenta
de que ser un cristiano es algo muy práctico; no consiste sólo en ir a “la iglesia” a
escuchar sermones.

C. Debemos pagar nuestras deudas

“Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis
bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo
cuadruplicado” (Lc. 19:8). Zaqueo hizo esto no como reacción a alguna
enseñanza doctrinal, sino en respuesta a la operación del Espíritu Santo en su
ser. Si no hubiera sido así, él habría devuelto justamente lo que debía, ni más ni
menos. Pero debido a que esto era fruto de la operación del Espíritu Santo, la
suma de la compensación podía variar, podía haber sido un poco menos o un
poco más. Zaqueo dijo: “Si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo
cuadruplicado”. En realidad, devolver el doble habría sido más que suficiente.
Por ejemplo, el principio fijado en el libro de Levítico determina que se debe
añadir una quinta parte a la cantidad original. Así, por una deuda de mil
dólares, se tendría que pagar mil doscientos dólares. Pero si el Espíritu del
Señor le inspira a pagar más, él podrá pagar tanto como el Espíritu del Señor le
ordene. Quizás uno sea inspirado a pagar cuatro veces o diez veces la cantidad
que se retuvo. En este pasaje se nos habla únicamente del principio que nos
debe regir. En este caso, al leer la Biblia tenemos que percatarnos de que no se
nos está impartiendo una simple enseñanza; sino que se nos está mostrando el
resultado que se produce cuando, como consecuencia de la operación del
Espíritu Santo en el hombre, somos dirigidos por el Espíritu Santo.

Si antes de ser creyente, usted extorsionó, engañó, hurtó u obtuvo algo por
medios deshonestos, ahora que el Señor opera en usted, tendrá que efectuar
restitución de la manera más apropiada. Esto no se relaciona con el perdón de
pecados que usted recibió del Señor, sino con su testimonio.

Supongamos que antes de ser salvo yo haya hurtado mil dólares y no haya
resuelto el asunto. ¿Cómo podría, una vez que yo he recibido al Señor, predicar
el evangelio a la persona de quien hurté? Mientras le predique, estará pensando
en el dinero que yo le quité y que nunca le devolví. No hay duda alguna de que
recibí el perdón de Dios; pero no tengo un testimonio apropiado delante de los
hombres. No puedo decir: “Puesto que Dios ya me ha perdonado, no importa si
devuelvo el dinero o no”. No, este asunto está relacionado con mi testimonio
delante de los hombres.
Recordemos que Zaqueo, por causa de su testimonio, devolvió cuadruplicado lo
que había hurtado. En aquella oportunidad toda la gente estaba murmurando:
“¿Cómo puede posar el Señor en casa de un pecador que ha extorsionado y
defraudado a tanta gente?”. Todos estaban indignados. Mientras la gente
murmuraba así, Zaqueo se puso de pie y declaró: “Si en algo he defraudado a
alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”. Efectuar esta restitución cuádruple no
era un requisito para ser hijo de Abraham ni para que la salvación de Dios
llegara a la casa de Zaqueo. Esta clase de restitución fue el resultado de esa
salvación y de llegar a ser hijo de Abraham. La indemnización que hizo Zaqueo
fue la base de su testimonio delante de los hombres.

Conocí a un hermano que antes de creer en el Señor era bastante deshonesto


con respecto a sus finanzas y cuyos compañeros de colegio venían de familias
pudientes. Después de creer en el Señor Jesús, él quiso traer a sus compañeros
al Señor, pero desdichadamente no vio mucho fruto a pesar de que les predicaba
con ahínco el evangelio. Sus compañeros pensaban para sí, ¿Qué es esto?
¿Dónde está el dinero?, puesto que delante de ellos su pasado aún no había sido
resuelto debidamente. Este hermano no siguió el ejemplo de Zaqueo. Aunque
todos sus pecados, delante de Dios, habían sido perdonados y todo conflicto
pendiente había quedado resuelto, todavía quedaba por restituir el dinero que
les debía. Antes de poder testificar, él tenía que confesar sus delitos del pasado y
efectuar la restitución correspondiente. Así pues, la restauración de su
testimonio dependía del esclarecimiento de su pasado.

Como mencioné anteriormente, Zaqueo no se convirtió en un hijo de Abraham


por haber efectuado una restitución cuádruple. Tampoco obtuvo su salvación
por haber devuelto cuatro veces más la cantidad de lo que debía. Más bien, él
devolvió el cuádruple de lo que debía debido a que él era hijo de Abraham. Él
restituyó el cuádruple de lo que debía debido a que había sido salvo. Al efectuar
esta clase de restitución, él hizo callar a los que murmuraban. La gente ya no
podía decir nada. Tal clase de restitución fue mucho más allá de lo que debía
restituir e hizo callar a los que murmuraban en su contra restaurando así su
testimonio delante de los hombres.

Hermanos y hermanas, ¿han cometido alguna injusticia en contra de alguien


antes de convertirse en creyentes? ¿Deben algo a alguien? ¿Se han llevado algo
que no les pertenece? ¿Han adquirido algo de una manera deshonesta? Si es así,
deben enfrentarse a ello de una manera responsable. El arrepentimiento que
corresponde a los cristianos implica la confesión de sus delitos pasados, a
diferencia del arrepentimiento que experimentan los incrédulos, el cual
únicamente implica corregir su conducta actual. Por ejemplo, si yo soy una
persona que tiene mal genio, lo único que necesito hacer es refrenar mi ira;
pero, por ser cristiano, además de refrenar mi mal genio, tengo que pedir
perdón por haberme enojado. Además de contener mi ira delante de Dios,
también tengo que disculparme con los demás por la manera cómo me solía
comportar con ellos. Sólo entonces este asunto puede considerarse
definitivamente resuelto.

Supongamos que en el pasado usted haya hurtado. Su problema queda resuelto


ante Dios siempre y cuando no siga haciendo lo mismo; de la misma manera, si
usted ha obtenido cosas que no le pertenecen, su problema queda solucionado
una vez que deje de hacer eso. Sin embargo, ante los hombres esto no es
suficiente, ya que aunque no haya hurtado en tres años, muchos todavía le
considerarán un ladrón. Después de creer en el Señor, usted debe testificar ante
otros, usted debe rectificar todos sus errores del pasado. Sólo así usted será
reivindicado.

Pero aquí se nos presenta un problema. ¿Qué hacer si en el pasado hurtó diez
mil dólares y ahora no tiene forma de devolverlos? En principio, se debe
confesar este fraude a la persona perjudicada y decirle francamente que en este
momento no le puede pagar. Independientemente de si usted puede pagar su
deuda o no, usted debe confesar su culpa y dar testimonio ante la otra persona.
Es importante que usted haga esta confesión lo más pronto posible, de lo
contrario no podrá testificar ni ahora ni por el resto de su vida.

No se olviden que en el curso de mantener vuestro testimonio, es posible que se


vean afectados por una serie de problemas personales. En tales circunstancias,
usted no debe ignorar tales problemas, sino que tiene que enfrentarlos. Sólo
podremos tener un buen testimonio ante los hombres cuando nos hayamos
enfrentado responsablemente a tales problemas personales.

Algunos han cometido homicidio en el pasado. ¿Qué deben hacer ahora? En la


Biblia encontramos dos homicidas que fueron salvos. Uno de ellos estuvo
involucrado directamente, y el otro indirectamente. El primero fue el ladrón que
fue crucificado con el Señor. Según el griego, allí la palabra traducida “ladrón”,
no sólo significa uno que hurta, sino un criminal que comete actos de homicidio
y destrucción. Este ladrón no sólo había robado, sino que había asesinado a
personas. Después de creer en el Señor, sus pecados le fueron perdonados. La
Biblia no dice cómo puso fin a su pasado. La otra persona fue Pablo. Él no
estuvo involucrado directamente en ningún homicidio; sin embargo, consintió
en la muerte de Esteban y guardó las ropas de los que le mataron. Después de
que Pablo fue salvo, no se menciona cómo rectificó este asunto.

En principio, yo creo que cuando un asesino cree en el Señor, sus pecados


quedan atrás. No hay un solo pecado que la sangre no pueda lavar. El ladrón no
tuvo que hacer nada para enmendar su pasado. En realidad, aunque hubiese
querido, no habría podido hacerlo porque el Señor le dijo: “Hoy estarás conmigo
en el Paraíso” (Lc. 23:43). Por lo tanto, si nos encontramos con personas que
atraviesan una situación parecida, no debiéramos aumentar su cargo de
consciencia, a menos, por supuesto, que Dios mismo esté operando en sus
corazones en tal sentido. Como podemos observar, en estos dos casos de
homicidio en el Nuevo Testamento, Dios no prestó atención a la rectificación del
pasado de estos dos hombres. Sin embargo, yo creo que algunos no tienen paz
en sus conciencias, no porque pese sobre ellos acusaciones ordinarias, sino
porque Dios está operando en ellos. En tales casos, no debemos prohibirles que
expresen su arrepentimiento a la familia de la víctima.

D. En cuanto a resolver todo asunto pendiente

Cuando una persona se salva, ciertamente tendrá muchos asuntos mundanos


pendientes, lo cual es muy posible que no le permitan seguir al Señor con entera
libertad. ¿Qué debe hacer? “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus
muertos” (Mt. 8:22). Este es otro caso bíblico en el que se pone fin al pasado. He
aquí un hombre que se acercó a Jesús y le dijo: “Señor, permíteme que vaya
primero y entierre a mi padre” (v. 21). El Señor le respondió: “Sígueme, y deja
que los muertos entierren a sus muertos”. La primera alusión a los muertos
habla de quienes están muertos espiritualmente, mientras que la segunda se
refiere al padre del que se acercó a Jesús. A los ojos de Dios, todos los que están
en el mundo están muertos espiritualmente. El Señor le dijo a este hombre que
debía seguirlo y dejar que los muertos enterraran a su padre.

Con esto no estoy instando a los nuevos creyentes a que no hagan los arreglos
funerales de sus padres. Lo que estoy diciendo es que los muertos deben
enterrar a sus propios muertos. Debemos hacer nuestro este principio. No
debemos obsesionarnos por resolver todo asunto que quede pendiente en
nuestras vidas. Si esperamos hasta haber resuelto completamente tales asuntos
para sólo entonces hacernos cristianos, ¡jamás tendremos la oportunidad! Hay
miles y miles de asuntos familiares y personales que no han sido resueltos
todavía. ¿Quién, entonces, podría hacerse cristiano? Todos estos asuntos
pendientes tienen un único principio subyacente, el cual puede describirse de
una sola manera: están muertos; debemos dejar que los muertos entierren a sus
muertos. ¡Debemos dejar que los que están espiritualmente muertos se
encarguen de los asuntos de los muertos! Este es un principio que debemos
seguir. No estamos instando a los nuevos creyentes a desatender a sus familias,
sino a no esperar hasta haber arreglado todos sus asuntos terrenales para seguir
al Señor. De otra manera, jamás podrán seguir al Señor.

Muchas personas desean primero resolver todos sus asuntos personales para
entonces creer en el Señor; pero si hacen esto, nunca tendrán la oportunidad de
creer en Él. No debemos estar atados por los intereses que son propios de los
muertos, más bien, debemos simplemente considerar que todos esos asuntos
han sido resueltos. Si pretendemos resolverlos antes de seguir al Señor, jamás lo
lograremos. Hay que poner término a todo aquello relacionado con ídolos,
objetos obscenos e impropios y deudas pendientes. En cuanto a los demás
asuntos menores que se hallan pendientes, ¡simplemente olvidémoslos!

Así pues, en relación con la actitud que los nuevos creyentes deben adoptar con
respecto a su pasado, en la palabra de Dios únicamente podemos encontrar las
cuatro categorías de cosas que acabamos de describir. En lo que se refiere a
otros asuntos que puedan estar pendientes, debemos darlos por terminados. En
lo que concierne a ciertas responsabilidades para con la familia, debemos dejar
que los muertos entierren a sus muertos. Nosotros no tenemos tiempo para
encargarnos de tales asuntos. Nosotros queremos seguir al Señor. Tales asuntos
no son asuntos que nos corresponda resolver a nosotros, sino que debemos
dejar que los muertos se encarguen de ello. Debemos dejar que los que están
espiritualmente muertos se encarguen de tales asuntos.

PREGUNTA

Pregunta: ¿Si he ofendido a una persona, pero ésta no lo sabe, debo


confesárselo?

Respuesta: Todo depende si la persona ha sufrido alguna pérdida material. Si


ella está consciente de esa pérdida, usted debe resolver tal asunto siguiendo el
ejemplo de Zaqueo. Aun si la persona no sabe nada acerca de la pérdida, usted
debe decírselo, especialmente si se trata de una pérdida material. Lo mejor es
tener comunión con la iglesia y dejar que los hermanos de más experiencia le
ayuden a resolver tal asunto porque ellos saben lo que es más conveniente.

CAPÍTULO TRES

LA CONSAGRACIÓN

Lectura bíblica: Éx. 28:1-2, 40-41; 29:1-25; Lv. 8:14-28; Ro. 6:13, 16, 19; 12:1; 1
Co. 6:19-20; 2 Co. 5:14-15

Examinemos el asunto de la consagración cristiana.

Si una persona se consagra o no dependerá de cuán saludable haya sido su


experiencia de salvación. Si una persona considera que su fe en el Señor Jesús es
un favor que le hace, y su fe en Dios es un acto de cortesía hacia Él, será inútil
hablarle de la consagración. Es igualmente vano hablar de consagración con una
persona que cree estar promoviendo la causa cristiana y que considera su
conversión como un honor para el cristianismo. Estas personas no han tenido
un buen comienzo en la fe cristiana y, por ende, es imposible esperar que se
consagren. Debemos darnos cuenta de que es el Señor quien nos ha concedido
Su gracia y Su misericordia; y es Él quien nos ama y nos ha salvado. Esta es la
única razón por la cual nos consagramos totalmente a Él.

La consagración es algo que se enseña tanto en el Antiguo Testamento como en


el Nuevo. Hay muchos pasajes en el Nuevo Testamento, como por ejemplo
Romanos 6 y 12, que nos hablan de este tema. La consagración se muestra en el
Antiguo Testamento en Éxodo 28 y 29 así como en Levítico 8, donde se
menciona especialmente la consagración de Aarón y su familia. Aunque la
consagración es la primera experiencia básica de nuestro servicio a Dios, no
encontramos muchas enseñanzas al respecto que provengan directamente de la
Palabra de Dios. Necesitamos estudiar los versículos mencionados para
entender el significado de la consagración.

I. LA BASE DE LA CONSAGRACIÓN

En 2 Corintios 5:14-15 se nos muestra claramente que el poder para constreñir


que tiene el amor del Señor es la base para que los hijos de Dios vivan para
Aquel que murió y resucitó por ellos. El hombre vive para el Señor por haber
sido constreñido por el amor del Señor. Según el idioma original, la palabra
constreñir se puede traducir como “presionar por todos los lados”, lo cual quiere
decir, sentirse limitado, restringido y fuertemente atado. El amor del Señor nos
ha cautivado y no nos podemos escapar. Cuando una persona está enamorada,
se siente atada. Nosotros hemos sido atados por Él y no hay escape; Él murió
por nosotros, y nosotros debemos vivir para Él. Así que el amor es la base de la
consagración. Un hombre se consagra al Señor porque ha sentido Su amor. Sin
esta experiencia nadie puede consagrarse al Señor, es decir, una persona debe
experimentar el amor del Señor para poder consagrarse a Él. Cuando sentimos
el amor del Señor, espontáneamente nos consagramos a Él.

La consagración no sólo se basa en el amor que el Señor tiene por nosotros, sino
también en que Él ha adquirido ciertos derechos sobre nosotros. Como se revela
en 1 Corintios 6:19-20: “Y que no sois vuestros ... Porque habéis sido comprados
por precio”. Nuestro Señor dio Su vida por nosotros, incluso Él se dio como
rescate a fin de adquirirnos de nuevo para Sí mismo. Somos los que han sido
comprados por el Señor. Debido a que el Señor nos redimió; por eso
voluntariamente le cedemos nuestra libertad. Ya no nos pertenecemos a
nosotros mismos, sino que le pertenecemos a Él, somos Suyos, y debemos
glorificar a Dios en nuestros cuerpos. El Señor nos compró por un precio, y ese
precio es la sangre que Él derramó en la cruz. Así que le pertenecemos al Señor
porque Él adquirió ese derecho sobre nosotros.
Así pues, tenemos que tener bien claro que somos personas que han sido
compradas por el Señor. El Señor nos compró pagando el más elevado de los
precios. Él no nos compró con oro o plata, sino con Su propia sangre. En esto
vemos tanto Su gran amor como el derecho que Él tiene sobre nosotros.
Servimos al Señor porque Él nos ama y le seguimos porque Él tiene derecho
sobre nosotros. Este amor y este derecho obtenido mediante la redención nos
constriñen a entregarnos a Él. La consagración está basada tanto en el derecho
que Él tiene sobre nosotros como en Su amor por nosotros. Este es un derecho
legal, y va más allá del sentimental amor humano. Es por estas dos razones que
tenemos que entregarnos a Él.

II. EL SIGNIFICADO DE LA CONSAGRACIÓN

Ser constreñidos por el amor del Señor o reconocer Su derecho legal sobre
nosotros no equivale a consagrarse; más bien, después de ser constreñido por
Su amor y reconocer el derecho que Él tiene sobre uno, uno tiene que dar otro
paso adicional, el cual lo llevará a una nueva posición. Debido a que el Señor nos
constriñe con Su amor y basándonos en que Él nos ha comprado, nos separamos
de todo lo demás y vivimos, a partir de ese momento, por Él y para Él. En esto
consiste la consagración. Algunas versiones traducen la palabra consagración
en algunos pasajes del Antiguo Testamento como “recibir el servicio santo”.
Recibir este servicio santo significa recibir el ministerio de servir a Dios. Este es
el servicio santo, esto es la consagración. Recibir el ministerio de servir a Dios es
declararle al Señor: “Hoy me separo de todo para servirte, porque Tú me has
amado”.

III. UNA PERSONA CONSAGRADA

Después de leer Éxodo 28:1-2 y 29:1, 4, 9-10, vemos que la consagración es algo
muy especial. Israel fue la nación escogida por Dios (19:5-6), pero no llegó a ser
una nación consagrada. Si bien Israel estaba compuesto por doce tribus, no
todas ellas recibieron el servicio santo: sólo la tribu de Leví recibió tal servicio.
La tribu de Leví fue escogida por Dios (Nm. 3:11-13); sin embargo, no toda la
tribu estaba consagrada, ya que entre los levitas, sólo se asignó el servicio santo
a la casa de Aarón. El servicio santo no se les fue dado a todos los israelitas, ni
tampoco a todos los levitas, sino a la casa de Aarón. Ella fue la única que recibió
el servicio santo. Así que, para poder consagrarse, uno tenía que pertenecer a
esta casa. Sólo los miembros de la casa de Aarón eran aptos para ser sacerdotes
y para consagrarse.

Damos gracias a Dios que hoy nosotros somos los miembros de esta casa. Todo
aquel que cree en el Señor es miembro de esta familia. Todo aquel que ha sido
salvo por gracia es sacerdote (Ap. 1:5-6). Dios nos escogió para que fuésemos
sacerdotes. Al principio, sólo los miembros de la casa de Aarón podían
consagrarse, y si alguien que no pertenecía a esta casa se acercaba al Lugar
Santísimo, moría (Nm. 18:7). Debemos recordar que sólo aquellos que son
escogidos por Dios como sacerdotes pueden consagrarse a Dios. Así que,
únicamente los miembros que pertenecen a dicha familia podían consagrarse.
Hoy, Dios nos ha escogido para ser sacerdotes; por consiguiente, somos
miembros de esta casa y somos aptos para consagrarnos.

De esto podemos ver que el hombre no se consagra porque él haya escogido a


Dios, sino porque Dios lo ha escogido a él y lo ha llamado. Aquellos que piensan
que le están haciendo un favor a Dios por el hecho de haberlo dejado todo son
advenedizos; realmente no se han consagrado. Debemos darnos cuenta de que
nuestro servicio a Dios no es un favor que le hacemos a Él ni una expresión de
bondad para con Él. No tiene que ver con que nos ofrezcamos voluntariamente
para la obra de Dios, sino que Dios nos ha concedido Su gracia, dándonos una
porción en Su obra y así, concediéndonos tal honra y hermosura. La Biblia
afirma que las vestiduras sagradas de los sacerdotes les daban honra y
hermosura (Éx. 28:2). La consagración es la honra y la hermosura que Dios nos
da; es el llamado que Dios nos hace para servirle. Si nos gloriamos en algo,
debemos gloriarnos en nuestro maravilloso Señor. Que el Señor nos tenga a
nosotros por siervos, no constituye ninguna maravilla; pero que nosotros
tengamos un Señor como Él, ¡esto sí que es maravilloso! Debemos ver que la
consagración es el resultado de haber sido escogidos, y que servir a Dios es un
honor. No estamos exaltando a Dios si pensamos que estamos haciendo un
sacrificio para Él, o si pudiéramos gloriarnos de nosotros mismos. La
consagración equivale a que Dios nos glorifica a nosotros. Debemos postrarnos
ante Él y exclamar: “¡Gracias Señor porque tengo parte en Tu servicio! ¡Gracias
porque entre tantas personas que hay en este mundo, me has escogido a mí para
participar en Tu servicio!”. La consagración es un honor, no un sacrificio. Es
cierto que necesitamos sacrificarnos a lo sumo, pero al consagrarnos no lo
sentimos como un sacrificio, sino que percibimos únicamente la gloria de Dios
en plenitud.

IV. EL CAMINO HACIA LA CONSAGRACIÓN

En Levítico 8:14-28 vemos un novillo, dos carneros y un canastillo con panes sin
levadura. El novillo se inmolaba como ofrenda por el pecado; el primer carnero
se ofrecía como holocausto; y el segundo carnero junto con el canastillo de los
panes sin levadura, eran para la ofrenda de la consagración.

A. La ofrenda por el pecado

Para recibir el servicio santo ante Dios, es decir, para consagrarse a Dios,
primero tiene que hacerse propiciación por el pecado. Sólo una persona que es
salva y que pertenece al Señor puede consagrarse. Así pues, la base de la
consagración es la ofrenda por el pecado.

B. El holocausto

Debemos examinar detenidamente Levítico 8:18-28. Aquí tenemos dos


carneros: un carnero se ofrecía como holocausto, y el otro, como ofrenda de la
consagración. Esto hizo que Aarón fuera apto para servir a Dios.

¿Qué es el holocausto? Es una ofrenda que debe ser consumida completamente


por el fuego. El sacerdote no podía comer la carne del animal así sacrificado
porque era completamente consumida por el fuego. El problema que nuestro
pecado representa es solucionado mediante la ofrenda por el pecado, mientras
que el holocausto hace que seamos aceptos a Dios. El Señor Jesús llevó nuestros
pecados en la cruz. Esto atañe a Su obra como la ofrenda por el pecado. Al
mismo tiempo, mientras el Señor Jesús estaba en la cruz, el velo del templo fue
rasgado de arriba a abajo, y se nos abrió así el camino al Lugar Santísimo. Esta
es Su obra como el holocausto. La ofrenda por el pecado y el holocausto se
inician en el mismo lugar, pero conducen a dos lugares distintos. Ambos
empiezan donde se encuentra el pecador. La ofrenda por el pecado termina en la
propiciación por el pecado, mientras que el holocausto va más allá, pues hace
que el pecador llegue a ser aceptable a Dios. Por lo tanto, el holocausto, el cual
es la ofrenda que hace que el pecador sea acepto en el Amado, va más allá que la
ofrenda por el pecado. El holocausto es el agradable aroma del Señor Jesús ante
Dios, que asegura que Dios lo acepte a Él. Cuando lo ofrecemos a Él ante Dios,
nosotros también somos aceptados por Él. No sólo somos perdonados mediante
la ofrenda por el pecado, sino que también somos aceptos mediante el Señor
Jesús.

C. La ofrenda de la consagración

1. La aspersión de la sangre

Después que era inmolado el primer carnero, se sacrificaba el segundo. ¿Qué se


hacía con el segundo carnero después de sacrificarlo? Primero, se untaba la
sangre sobre el lóbulo de la oreja derecha, sobre el dedo pulgar de la mano
derecha y sobre el dedo pulgar del pie derecho de Aarón y sus hijos. Esto
significa que puesto que en Cristo fuimos aceptados por Dios, debemos
reconocer que la sangre aplicada a nuestra oreja, nuestras manos y nuestros pies
nos separa completamente para Dios. Debemos declarar que nuestras orejas,
nuestras manos y nuestros pies pertenecen por entero a Dios. Debido a la
redención, nuestras orejas, cuya función es oír, deben prestar oído a Dios;
nuestras manos, hechas para trabajar, deben ahora laborar para Dios; y
nuestros pies para caminar, ahora deben andar para Dios. Aplicamos la sangre
en el lóbulo de nuestra oreja derecha, sobre el dedo pulgar de la mano derecha y
sobre el dedo pulgar del pie derecho, porque nuestros miembros fueron
comprados por el Señor. Debemos decirle al Señor: “Por tu redención Señor,
desde este momento, no consideraré mis orejas, mis manos ni mis pies como
míos, porque Tú me redimiste, Señor. Todo mi ser te pertenece a Ti, ya no es
mío”.

La sangre es la señal de posesión y el símbolo del amor. El “precio” que se


menciona en 1 Corintios 6, y el “amor” mencionado en 2 Corintios 5 ambos se
refieren a esta sangre. Debido a la sangre, el amor y el derecho de propiedad,
nuestro ser ya no nos pertenece. El Señor derramó Su sangre, y nosotros
debemos reconocer el derecho legítimo que esta sangre tiene sobre nosotros. El
Señor nos ama; por eso confesamos que todo nuestro ser le pertenece
exclusivamente a Él.

2. La ofrenda mecida

Una vez que se rociaba la sangre, se presentaba la ofrenda mecida. Debemos


recordar que el segundo carnero había sido sacrificado y su sangre había sido
untada en la oreja, en el dedo pulgar de la mano y el del pie. Esto todavía no es
consagración, sino la base de la misma. La aspersión de la sangre es
simplemente una confesión de amor y una proclamación de los derechos
adquiridos sobre uno, lo cual nos hace aptos para consagrarnos; sin embargo, la
verdadera consagración viene después de todo eso.

Después que el segundo carnero era sacrificado y su sangre era rociada, se


sacaban la grosura, y la espaldilla derecha, y del canastillo de los panes sin
levadura se tomaba una torta sin levadura, una torta de pan de aceite y una de
hojaldre. Todo esto tipifica los dos aspectos del Señor Jesús. La espaldilla es la
parte más fuerte del carnero y nos muestra el aspecto divino del Señor Jesús; la
grosura es rica y tipifica la gloria de Dios; y el pan, el cual procede de la vida
vegetal, muestra Su humanidad altísima. Él es el hombre perfecto, sin levadura
y sin mancha y está lleno del aceite de la unción, del Espíritu Santo; y, como una
torta de hojaldre, Su naturaleza, los sentimientos de Su corazón y Su vista
espiritual son finos, tiernos y frágiles pues están llenos de ternura y compasión.
Todo esto era puesto en las manos de Aarón, quien tomaba la ofrenda y la mecía
delante del Señor, después de lo cual, hacía arder todo esto junto con el
holocausto. En esto consiste la consagración.

Quisiera explicar que la palabra hebrea traducida “consagración” significa


“tener las manos llenas”. Tanto la traducción de Darby como la concordancia de
Young, le dan este significado. Inicialmente, Aarón tenía sus manos vacías, pero
ahora las tenía llenas. Al tener las manos llenas de tantas cosas, Aarón fue lleno
del Señor y se produjo así, la consagración. Cuando Aarón no tenía nada en sus
manos, no había consagración. Pero cuando Aarón tenía las manos llenas, y
éstas no podían estar ocupadas por otra cosa que no fuera el propio Señor,
entonces, sí había consagración.

Entonces, ¿qué es la consagración? Dios escogió a los hijos de Aarón para que le
sirvieran como sacerdotes; aun así, Aarón no podía acercarse
presuntuosamente; primero tenía que eliminar sus pecados y después ser
aceptado en Cristo. Sus manos (las cuales denotan su labor) tenían que estar
plenamente llenas de Cristo; así que, él no debía tener nada más que a Cristo;
sólo entonces se producía la consagración. ¿Qué es la consagración? En palabras
sencillas, la consagración consiste en lo que dijo Pablo: “Así que, hermanos, os
exhorto por las compasiones de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en
sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro servicio racional” (Ro.
12:1).

Necesitamos ver ante el Señor que en esta vida sólo podemos seguir un camino:
servir a Dios. No tenemos otra alternativa. Servir a Dios es nuestro único
camino. Para poder servir a Dios, tenemos que presentar todo nuestro ser a Él.
Desde el momento en que hacemos esto, nuestro oído escuchará al Señor,
nuestras manos trabajarán para Él y nuestros pies correrán por Él. Nuestros dos
oídos solamente escucharán Su palabra, nuestras dos manos sólo trabajarán
para Él, y nuestros dos pies sólo andarán en Su camino. Nuestra única meta es
servir a Dios. Nos hemos consagrado totalmente a Él como una ofrenda, un
sacrificio; por consiguiente, le hemos consagrado todo a Él. No sólo esto, sino
que nuestras dos manos, llenas de Cristo, lo exaltarán y lo expresarán. Esto es lo
que significa la consagración. Cuando hayamos hecho esto, Dios dirá: “Esta es
una verdadera consagración”. Esta saturación de Cristo es lo que Dios llama
“consagración”.

La consagración significa que hemos percibido el amor de Dios y hemos


reconocido Su derecho sobre nosotros. Debido a esto, podemos acercarnos a
Dios para implorarle el privilegio de servirle. No es simplemente que Dios nos
llame, sino que nosotros nos damos como ofrenda para servirle a Él. Debemos
decir: “Oh, Dios, soy Tuyo; Tú me has comprado. Antes yo estaba debajo de Tu
mesa esperando comer de las migajas que caían, pero desde este momento
quiero servirte; hoy, tomo la decisión de servirte a Ti. Me has aceptado en el
Señor, ¿puedes concederme también una pequeña porción en esta gran tarea de
servirte? Ten misericordia de mí y permíteme tomar parte en Tu servicio. Al
conceder la salvación a muchos, Tú no me has ignorado ni me has rechazado. Tú
me salvaste; concédeme, por tanto, ser uno de los muchos que te sirven, no me
rechaces”.
Es así como usted debe presentarse ante el Señor. Todo es para Cristo, y
únicamente para Él. Cuando usted se presente a Él de esta forma, se habrá
consagrado. A esto se refiere Romanos 12 cuando dice que presentemos
nuestros cuerpos. En Romanos 6 se menciona la consagración de los miembros.
Esto es semejante a la aspersión de la sangre en las orejas, las manos y los pies.
Romanos 12 menciona la consagración de todo el cuerpo, lo cual significa que
ambas manos son llenas de Cristo. Esto vincula perfectamente el Antiguo
Testamento y el Nuevo.

V. EL OBJETIVO DE LA CONSAGRACIÓN

El objetivo de la consagración no es convertirnos en predicadores de Dios ni en


trabajar para Dios. El objetivo de la consagración es servir a Dios. El resultado
de la consagración es el servicio. En el idioma original, la palabra servicio
significa “atender”, tal como lo haría un mesero. Esto significa que la persona se
presta a servir. Debemos recordar que el objetivo de la consagración es atender
a Dios. Atender a alguien como lo haría un mesero quizás no parezca un trabajo
muy arduo; pero, en este caso, atender a Dios implica ponerse de pie cuando Él
así lo requiera. Si Él quiere que usted se haga a un lado, usted se hace a un lado;
y si Él quiere que usted corra, usted corre de inmediato. Esto es lo que significa
atender a Dios.

Dios requiere que todos los cristianos presenten sus cuerpos para servirle a Él.
Esto no significa necesariamente que Él quiera que usted use un púlpito o vaya a
evangelizar a un lugar remoto. Lo que esto significa es que usted lo atienda a Él.
Si Dios envía a alguien al púlpito, esa persona no tiene otra alternativa que
obedecer y hablar. Si Dios envía a alguien a tierras remotas, esta persona no
tiene otra opción sino ir. Todo nuestro tiempo es para Dios, pero la labor que
llevamos a cabo se caracteriza por su flexibilidad. Todos debemos atender a
Dios, pero la labor específica que debemos realizar es flexible. Debemos
aprender a atender a Dios, al presentar nuestros cuerpos para servirle a Él.

Si somos cristianos, tenemos que servir a Dios por el resto de nuestras vidas. En
el momento en que una persona se consagra, debe comprender que desde ese
instante, lo primordial es lo que el Señor requiera de ella. Servir a Dios es una
misión para el resto de nuestra vida. Quiera el Señor tener misericordia de
nosotros y nos muestre que nuestro servicio a Él es nuestra obligación.
Debemos hacer ver a todos los creyentes que de ahora en adelante somos
personas al servicio del Señor. Tenemos que comprender que, por ser cristianos,
ya no podemos actuar irresponsablemente. No estoy diciendo que ya no
debamos ejercer nuestros correspondientes oficios con lealtad y seriedad, ni
tampoco que podamos estar ociosos. Ciertamente esto no es lo que quiero decir.
Todavía es necesario que seamos leales y responsables en cuanto a nuestras
respectivas carreras. Pero en la presencia de Dios, tenemos que darnos cuenta
de que toda nuestra vida está encaminada a servirle a Él. Todo lo que hacemos
tiene el propósito de obedecer la voluntad de Dios y complacerle a Él. Esta es la
realidad de la consagración.

La consagración no estriba en lo mucho que uno puede darle a Dios, sino en ser
aceptados por Dios y tener el honor de servirle. La consagración no está
reservada para todos, sino exclusivamente para los cristianos. Sólo quienes han
sido salvos, los que pertenecen al Señor, pueden consagrarse. La consagración
significa poder decir: “Señor, me has dado la oportunidad y el derecho de
acercarme a Ti para servirte. Señor, te pertenezco. Mis oídos, mis manos y mis
pies fueron comprados con Tu sangre y te pertenecen a Ti. Desde ahora en
adelante, ya no son para mi uso personal”.

No debemos rogarle a los demás a que se consagren; en lugar de ello, debemos


decirles que el camino está abierto para que lo hagan. Así pues, se ha abierto el
camino para servir a nuestro Dios, el Señor de los ejércitos. Debemos entender
que nuestra meta es servir al Señor de los ejércitos. Es un gran error pensar que
la consagración es un favor que le hacemos a Dios.

El Antiguo Testamento revela claramente que un hombre no se puede consagrar


sin la aprobación de Dios. También el Nuevo Testamento nos exhorta a
consagrarnos por las compasiones de Dios. Él nos ama mucho, por lo tanto,
debemos consagrarnos. Este es nuestro servicio racional. No es pedir un favor;
sino que es lo más razonable, lo más natural. La consagración no depende de
nuestra voluntad, pues proviene de la abundancia de la gracia de Dios. Debemos
ver que tener el derecho de servir a Dios es el mayor honor de nuestra vida.
Ciertamente es un gran gozo para el hombre ser salvo, pero es aún mayor gozo
el participar en el servicio de Dios. ¿Quién creen que es nuestro Dios? ¡Tenemos
que ver Su grandeza y Su gloria para poder entender la enorme importancia y el
gran honor de este servicio! ¡Qué maravilloso es recibir Su gracia y ser tenidos
por dignos de servirle a Él!

CAPÍTULO CUATRO

LA CONFESIÓN VERBAL

Lectura bíblica: Ro. 10:10; Pr. 29:25; Mt. 10:32-33

I. LA IMPORTANCIA DE LA CONFESIÓN VERBAL

Cuando una persona ha creído en el Señor, no debe mantener este hecho en


secreto, sino que tiene que confesar con su boca al Señor. Confesar al Señor con
nuestra boca es de suma importancia.
A. Confesar con la boca
inmediatamente después de creer

Tan pronto como una persona cree en el Señor, debe confesar al Señor delante
de los hombres. Supongamos que una mujer da a luz a un hijo. ¿Qué
pensaríamos si el niño todavía no habla a la edad de uno, dos o tres años?
¿Diríamos que quizás es tardo en su desarrollo lingüístico? ¿Le sería posible a
esa persona comenzar a contar, “uno, dos, tres, cuatro”, a los treinta años de
edad y aprender a decir “papá” y “mamá” a los cincuenta años? Por supuesto
que no. Si una persona es muda desde su infancia, probablemente lo seguirá
siendo por el resto de su vida, y si no ha podido decir “papá” o “mamá” cuando
era joven, probablemente tampoco podrá hacerlo por el resto de su vida. De la
misma manera, si un recién convertido no confiesa al Señor ante los demás
inmediatamente después de haber creído en Él, me temo que no lo hará por el
resto de su vida. Si no pudo hablar de Él cuando era joven, probablemente
tampoco lo hará cuando sea mayor.

Muchos han sido cristianos por diez o veinte años y todavía siguen mudos. Esto
se debe a que no abrieron sus bocas en la primera o segunda semana de su vida
cristiana. Ellos continuarán siendo mudos hasta que mueran. Confesar a
nuestro Señor es una práctica que debe iniciarse en el momento en que uno
cree. Si usted abre su boca el día en que creyó en el Señor, el camino a la
confesión estará abierto para usted. Si una persona no confiesa al Señor en las
primeras semanas, los primeros meses, o los primeros años de su vida cristiana,
lo más probable es que no lo hará el resto de su vida. Por lo tanto, tan pronto
como una persona cree en el Señor, debe esforzarse por hablar de Él a otros,
aunque le sea difícil y no le agrade hacerlo. Debe hablar a sus familiares y
amigos. Si no aprende a hablar del Señor a los demás, me temo que a los ojos de
Dios, será considerado un mudo por el resto de su vida. No queremos que los
creyentes sean mudos. Por esta razón desde el primer momento debemos
aprender a abrir nuestra boca. Si una persona no lo hace al principio, mucho
menos lo hará más tarde. A menos que Dios les conceda especial misericordia, o
haya algún avivamiento, estas personas jamás abrirán sus bocas. Si no confiesan
desde un principio, les será muy difícil hacerlo más tarde. El recién converso
debe buscar la oportunidad de confesar al Señor ante los hombres, porque tal
confesión es muy importante y de mucho provecho.

B. Con la boca se confiesa para salvación

En Romanos 10:10 dice: “Porque con el corazón se cree para justicia, y con la
boca se confiesa para salvación”. Con el corazón uno cree para justicia ante
Dios, y con la boca uno confiesa para salvación ante los hombres. Si usted ha
creído en su corazón, lo ha hecho ante Dios, nadie más lo puede ver. Si usted ha
creído sinceramente, usted ha sido justificado ante Dios, pero si sólo cree en su
corazón y no lo confiesa con su boca, nadie sabrá que usted ha sido salvo, y la
gente seguirá considerándole un incrédulo, pues no ven ninguna diferencia
entre usted y ellos. Por esta razón, la Biblia recalca que, además de creer con el
corazón, es menester también confesar con la boca. Debemos confesar con
nuestra boca.

Todo nuevo creyente debe buscar oportunidades para confesar al Señor a sus
compañeros de clase y de trabajo, a sus amigos, a sus familiares y a todos
aquellos con quienes tenga contacto. Tan pronto se presente la oportunidad, les
debe decir: “¡He creído en el Señor Jesús!”. Cuanto más pronto ellos abran la
boca para declarar esto, mejor, porque una vez que lo hagan, los demás
reconocerán que han creído en el Señor Jesús. De esta manera, se librarán de la
compañía de los incrédulos.

He visto que muchas personas están indecisas con respecto a aceptar al Señor,
pero una vez que se levantan y proclaman: “¡Creo en el Señor Jesús!”, se sienten
más seguros. Lo peor que le puede suceder a un cristiano es quedarse con la
boca cerrada. Si habla, habrá dado un paso hacia adelante y se sentirá más
seguro. Muchos creyentes dudan al principio, pero tan pronto proclaman: “Yo
creo”, adquieren seguridad.

C. La confesión nos evita problemas

Es de gran beneficio confesar con la boca después de creer con el corazón en el


Señor, porque esto nos evitará muchos problemas en el futuro.

Supongamos que usted no abre su boca, y no dice: “He decidido seguir al Señor
Jesús y ya le pertenezco a Él”. Los demás lo seguirán considerando igual que
ellos. Así que cuando ellos pecan o se involucran en concupiscencias, siguen
pensando que usted es como ellos. Usted sabe en su corazón que es cristiano y
que no está bien andar con ellos, pero usted no les rechaza por complacerles. Al
principio inventa pretextos para no aceptar sus invitaciones, pero ellos
continúan presionándole y usted tiene que pensar en una nueva excusa o quizás
dos para no ir con ellos. ¿Por qué no decirles desde un principio que usted es
creyente? Todo lo que tiene que hacer es confesar una o dos veces para que
dejen de molestarlo.

Si usted no confiesa con su boca, es decir, si sigue siendo un cristiano en secreto,


tendrá más dificultades que los que son cristianos abiertamente, ya que las
tentaciones que experimentará serán mucho más fuertes que las que
experimentan los otros cristianos que confiesan al Señor. Estará atado por los
afectos humanos, y las relaciones antiguas le afectarán mucho más, ya que no
siempre podrá excusarse diciendo que tiene dolor de cabeza, o que está
ocupado. Como no puede usar las mismas excusas una y otra vez, es mejor
declarar desde el primer día: “He creído en el Señor Jesús y lo he recibido en mi
corazón”. Una vez que usted haga saber esto a sus compañeros de clase y de
trabajo, a sus amigos y familiares, ellos sabrán que usted no es como ellos, y eso
le ahorrará muchos problemas; de lo contrario, usted se encontrará con muchos
obstáculos. Confesar al Señor evita muchas contrariedades.

D. No confesar al Señor
hará que su conciencia lo acuse

Existe un problema muy serio para la persona que no confiesa al Señor con su
boca. Muchos creyentes del Señor tuvieron esta experiencia cuando Él estuvo en
la tierra.

Los judíos rechazaron al Señor Jesús y se le opusieron con vehemencia. En Juan


9, vemos el acuerdo al cual ellos habían llegado: Si alguno confesaba que Jesús
era el Cristo, sería expulsado de la sinagoga (v. 22). En el capítulo 12 de este
mismo libro, la Biblia dice que muchos gobernantes judíos creyeron en el Señor
Jesús secretamente, pues no se atrevían a confesarlo por temor a ser expulsados
de la sinagoga (v. 42). ¿Cree usted que estas personas tenían paz en sus
corazones? Quizás se habrían sentido incómodos si hubiesen confesado al Señor
Jesús, pero ciertamente sufrían una incomodidad aún mayor al no confesarlo.
¿Qué clase de lugar era la sinagoga? Era un lugar donde la gente se oponía al
Señor Jesús. Allí se tramaban y discutían planes en contra del Señor
conspirando contra Él y procurando sorprenderlo en alguna falta. Estas eran las
actividades tenebrosas que tomaban lugar en la sinagoga. ¿Qué podría hacer un
creyente genuino en medio de tales personas? ¿Cuánta fuerza de voluntad se
necesitaría para mantener la boca cerrada? En tal ambiente es muy difícil que
alguien confiese al Señor con su boca, pero no confesarlo públicamente resulta
mucho más difícil.

La sinagoga judía es un cuadro del mundo que se opone al Señor. El mundo


siempre critica al Señor Jesús y siempre considera a Jesús de Nazaret un
verdadero problema. El mundo siempre habla en contra del Señor. Al estar en
tal lugar, ¿podría usted escuchar a esta gente y, aun así, pretender ser como uno
de ellos? Fingir no sólo es doloroso, sino que también es muy difícil, ya que se
requiere mucho más esfuerzo para controlarse y refrenarse. En tales
circunstancias, acaso no habría algo dentro de usted que anhelara poder gritar:
“¡Este hombre es el Hijo de Dios y yo creo en Él!”. Acaso no hay algo en usted
que desea proclamar: “¡Este hombre es mi Salvador y yo creo en Él!”, o “¡Este
hombre me puede librar de mis pecados y aunque usted no crea en Él, yo sí creo
en Él!”. ¿No hay acaso algo dentro de usted que desea proclamar esto a los
cuatro vientos?
¿Va usted a obligarse a estar callado simplemente porque desea el respeto y la
posición que los hombres le dan? Según mi parecer, creo que habría sido mejor
para el grupo de gobernantes judíos mencionados en el capítulo 12 ser
expulsados de la sinagoga. Si hubieran confesado al Señor se habrían sentido
mucho mejor. Si usted no fuera un creyente verdadero, seguramente le daría
igual confesar al Señor o no. Pero, debido a que usted es un creyente genuino, su
conciencia lo acusaría si pretendiese simpatizar con quienes se oponen al Señor.
Cuando hay alguien que se opone al Señor, usted no siente paz en su corazón;
pero aun así, dice forzosamente: “¡Eso que usted dice es muy interesante!”. ¿No
es esto lo más terrible y doloroso que le pueda suceder a hombre alguno?

No hay nada más doloroso que no confesar al Señor ante los hombres. Este es el
mayor de los sufrimientos. A mí no me gustaría estar en el lugar de aquellos
gobernantes judíos, porque el sufrimiento que ellos experimentaron fue muy
grande. Si usted no es creyente, no tiene nada que decir, pero si usted ha creído,
lo mejor que puede hacer y lo que es más fácil y gozoso es salirse de la sinagoga.
Quizás a usted le parezca que hay demasiados obstáculos para ello, pero las
experiencias pasadas nos indican que estos obstáculos serán cada vez mayores,
y que su corazón sufrirá más si no opta por este camino.

Supongamos que usted oye una calumnia contra sus padres y escucha callado
sin hacer nada, o peor aún, pretende estar de acuerdo con ello. Si usted hace tal
cosa, ¿qué clase de persona es usted? Nuestro Señor dio Su vida para salvarnos.
Si no decimos nada del Señor a quien nosotros adoramos y servimos ¿a qué
grado de cobardía hemos llegado? Debemos ser osados y proclamar: “¡Yo
pertenezco al Señor!”.

II. ALGUNOS ERRORES COMUNES

A. Intentar reemplazar la confesión


con un buen comportamiento

Muchos creyentes nuevos son influenciados por las enseñanzas tradicionales y


piensan que portarse bien es más importante para un cristiano que confesar con
sus labios. Piensan que un cambio en lo que uno dice no es tan importante como
un cambio en lo que uno hace. Debemos desechar este concepto, el cual es
totalmente erróneo. Con esto no estamos diciendo que no sea necesario cambiar
nuestra conducta, porque si nuestra conducta no cambia, nuestra confesión es
en balde. Pero cambiar nuestra manera de obrar sin confesar con nuestra boca
es igualmente vano. Un cambio de conducta jamás podría reemplazar la
confesión, porque aun cuando nuestra conducta haya cambiado, aún sigue
siendo necesario confesar públicamente al Señor.
El nuevo creyente debe aprovechar la primera oportunidad que se le presente de
hablar a los demás sobre su fe en el Señor Jesús. Si usted no confiesa con la
boca, hará que se formen conjeturas sobre usted y se especule sobre su
comportamiento. Se dirán muchas cosas acerca de usted, pero no mencionarán
al Señor Jesús; así que es mejor que les diga por qué ha habido tal cambio en su
conducta, ya que una buena conducta jamás reemplazará la confesión verbal. Es
importante tener una buena conducta, pero también lo es confesar con nuestra
boca. Por lo tanto, usted debe confesar: “Jesús es mi Señor y deseo servirle”.
Estas palabras deben salir de su boca, aunque su conducta sea muy buena.

Hemos oído a mucha gente decir que no hay necesidad de decir nada si se tiene
una buena conducta. Recuerden que nadie se molestará en criticar a aquellos
que dicen esto, aun cuando su conducta no haya sido tan buena, pero si dice que
es cristiano, inmediatamente los demás lo criticarán y lo censurarán cuando
cometa la menor falta. Así que aquellos que dicen que es suficiente con
manifestar una buena conducta y que no es necesario confesar con la boca, en
realidad están dándose una excusa para portarse mal. Dejan una puerta abierta
para escapar de las críticas. No crean que es suficiente tener un cambio de
conducta; es absolutamente indispensable confesar con la boca.

B. El temor de no perseverar hasta el final

Algunas personas piensan de esta manera: “Si confieso verbalmente y luego no


persevero en mi convicción cristiana, ¿no será esto motivo de burla?
Supongamos que después de tres o cinco años he fracasado como cristiano, ¿qué
debo hacer entonces? Es mejor no decir nada ahora y esperar que pasen algunos
años hasta que esté seguro”. Podemos decirles a estas personas que si no
confiesan su fe por temor de caer o fracasar, sin duda alguna fracasarán. Estas
personas han abierto una puerta trasera procurando evitar la puerta principal.
Es decir, ya han hecho los preparativos necesarios para poder desdecirse de su
propia confesión de fe. Estas personas quieren esperar a sentirse seguras antes
de confesar. Podemos estar seguros que tales personas fracasarán. Es mejor
declarar resueltamente: “¡Yo soy del Señor!”. Si usted cierra la puerta trasera, le
será mucho más difícil retroceder o desviarse y tendrá más posibilidades de
avanzar que de retroceder. De hecho, esta es la única manera en la que usted
podrá avanzar.

Si usted espera mejorar su comportamiento antes de decidirse a confesar al


Señor delante de los demás, su boca jamás se abrirá; estará mudo para siempre
aunque llegue a manifestar una buena conducta. Si usted no abre su boca desde
un principio, más tarde le será mucho más difícil. Si usted confiesa verbalmente
su fe, la posibilidad de tener una buena conducta se incrementará, pero si
espera confesar hasta que su conducta mejore, perderá no sólo la oportunidad
de abrir su boca, sino también la de tener una buena conducta.

Es reconfortante saber que Dios no sólo nos redime, sino que también nos
guarda. ¿Con qué podemos comparar la redención? La redención es la
adquisición de algo. Pero, ¿qué significa entonces guardar? Guardar es retener
lo adquirido. ¿Quién en este mundo compra cierto artículo pensando que luego
lo va a tirar? Cuando compramos un reloj, esperamos usarlo por lo menos cinco
o diez años; no lo compramos para luego tirarlo. Dios salva a personas por todo
el mundo, pero no las salva para tirarlas. Él quiere resguardar lo que ha salvado.
Puesto que Dios nos salvó, Él nos guardará. Puesto que Dios nos redimió, Él nos
guardará hasta aquel día. Dios nos ama tanto que envió a Su Hijo para
redimirnos. Si Él no hubiera tenido la intención de guardarnos, no habría
pagado tan alto precio. El plan y propósito de Dios es salvaguardarnos. Así que
no tengan temor de levantarse y declarar: “¡Creo en el Señor!”. Posiblemente se
pregunte: “¿Qué pasará si cometo una falta a los pocos días?”. No se preocupe.
Dios será responsable de eso, así que mejor levántese y diga: “¡Yo pertenezco a
Dios!”. Entréguese a Él. Dios sabe que usted necesita apoyo, cuidado y
protección. Podemos afirmar con certeza que Dios resguarda la salvación del
hombre. Esto hará que la redención esté llena de significado para nosotros.

C. El temor del hombre

Algunas personas no se atreven a confesar al Señor públicamente porque tienen


temor de los hombres. Son muchos los que honestamente pueden decir que
verdaderamente están dispuestos a ponerse de pie y confesar al Señor
públicamente y sin ninguna reserva, pero en cuanto ven el rostro de los demás,
sienten temor. Al ver el rostro de sus padres o de sus amigos, los sobrecoge la
timidez que les impide hablar. Es aquí donde muchas personas tropiezan,
porque sienten temor de los hombres y no se atreven a abrir su boca. Algunas
personas son tímidas por naturaleza, no sólo en cuanto a confesar al Señor, sino
también en otras cosas. Pedirles que hablen sobre su fe equivale a pedirles que
sacrifiquen su vida. Ellos sencillamente no se atreven a abrir sus bocas.

No obstante, esta clase de persona debe prestar oído a lo que Dios dice al
respecto. Proverbios 29:25 dice: “El temor del hombre pondrá lazo”. Si usted
siente temor de ver a los demás, caerá en un “lazo”, porque su temor se
convertirá en una trampa para usted. Es decir, su temor se convierte en su
propio lazo. Cada vez que su corazón siente temor de los hombres, usted se está
enredando en su propio lazo, en el cual caerá porque éste ha sido creado por su
propio temor. Posiblemente la persona a la que usted teme, esté dispuesta a
escucharle, y aun si no quisiera oírle, posiblemente ella no sea tan terrible como
usted se imagina.
Hay una historia de dos personas que eran colegas. Uno de ellos era creyente, y
el otro no. Pero el creyente era muy tímido y no se atrevía a decirle a su colega
incrédulo que había sido salvo. El incrédulo estaba muy intrigado por el gran
cambio que se había operado en su compañero, porque éste antes era muy
iracundo, pero ahora había cambiado; sin embargo, no se atrevía a preguntarle
cuál era la razón del cambio. Todos los días trabajaban juntos, compartían la
misma mesa y se sentaban frente a frente; uno no se atrevía a hablar, y el otro
no se atrevía preguntar. Día tras día se miraban el uno al otro. A uno le daba
miedo hablar, y al otro le daba miedo preguntar. Un día el creyente no pudo
aguantarse más, y después de orar, aproximándose a su colega, le estrechó la
mano fuertemente y le dijo: “Soy muy tímido, pero desde hace tres meses he
querido decirle algo, y ahora se lo voy a decir: He creído en Jesús”. Al decir esto,
su rostro palideció. El otro respondió: “Yo también desde hace tres meses he
querido preguntarle a qué se debe el cambio suyo pero no me atrevía a hacerlo”.
Al oír esto, el creyente se sintió motivado a seguir hablando y pudo llevar a su
amigo a recibir al Señor.

Los creyentes que tengan temor de los hombres fracasarán. Recuerde que si
teme a alguien, posiblemente él también le tema a usted. Si seguimos a Dios, no
hay razón para temer. Aquel que tema a los hombres, no podrá ser un buen
cristiano ni podrá servir al Señor. El cristiano debe confesar al Señor ante sus
familiares y amigos, en privado y en público. Debemos hacer esto desde un
principio.

D. La timidez

Algunas personas son tímidas y se avergüenzan de ser cristianas. Es verdad que


esta clase de vergüenza puede presentarse cuando uno se enfrenta a incrédulos.
Si usted les dice que trabaja haciendo investigaciones en el campo de la técnica,
le felicitarán por tener un futuro brillante, y si les dice que está estudiando
filosofía, dirán que usted es una persona muy inteligente. A usted no le
avergüenza hablar de muchas cosas. Sin embargo, si dice que es cristiano,
muchos dirán que usted es demasiado ingenuo o que no es lo suficientemente
inteligente, y tendrán poca estima de usted. Hablar sobre otros temas no le da
vergüenza, pero hablar de su fe cristiana sí le da vergüenza. Es inevitable que un
nuevo creyente sienta vergüenza cuando confiesa públicamente su fe; pero debe
vencer tal sentimiento. Es cierto que el mundo se avergüenza de alguien que se
ha hecho cristiano, pero nosotros tenemos que superar tal sentimiento.

¿Cómo podemos superar esta sensación de vergüenza? Tenemos que


enfrentarnos a tal sentimiento desde dos ángulos diferentes:
Por un lado, tenemos que darnos cuenta que cuando el Señor Jesús fue
crucificado, Él llevó nuestros pecados y también nuestra vergüenza. Cuando el
Señor llevó nuestros pecados, Él sufrió una gran humillación. Así pues, a los
ojos de Dios, nosotros también debemos estar dispuestos a sufrir semejante
humillación de parte de los hombres. La humillación que hemos de sufrir
delante de los hombres, jamás podrá compararse con la humillación que
nuestro Señor sufrió por nosotros en la cruz. Por lo tanto, no nos debe
sorprender si somos humillados; debemos entender que pertenecemos al Señor.

Por otra parte, hay un buen himno que dice así: “¡Nuestra timidez es como si el
cielo de la mañana repudiase al sol! Pero el Señor irradia la divina luz que
ilumina nuestra conciencia, que es tan oscura como la noche”. Ya que el Señor,
ha tenido tanta gracia para con nosotros y nos ha redimido, sentir vergüenza de
confesarlo es como si el cielo de la mañana se avergonzara de la iluminación del
sol. Hemos hallado gracia en el Señor; Él nos ha redimido, nos ha guardado y
nos llevará a los cielos. Sin embargo, ¡consideramos una vergüenza confesar
nuestra fe en Él! Si esto es una vergüenza, ¡entonces toda la gracia que hemos
recibido debe ser una vergüenza y debemos negarla! El Señor ha hecho mucho
por nosotros, ¿cómo entonces, es posible que nos avergoncemos de confesarlo?

Debemos avergonzarnos por cosas como: juergas, borracheras, libertinajes,


pecados, obras de las tinieblas y obras del maligno. El Señor nos ha librado de
todo esto, y debemos sentirnos gloriosos. ¿Cómo, entonces, podemos sentirnos
avergonzados? No nos debe dar vergüenza confesar al Señor, porque ¡es glorioso
y es motivo de gozo confesar Su nombre! Nosotros somos los que nunca
pereceremos, y jamás seremos condenados ni juzgados por Dios; nunca nos
apartaremos de Su glorioso rostro. ¡Somos aquellos que siguen al Cordero por
dondequiera que va y siempre estaremos con Él! (Ap. 14:4) No debemos
permitir que la gente siembre la semilla de vergüenza en nosotros. Debemos
levantarnos osadamente y decir que pertenecemos a Dios. ¡Gloriémonos y
regocijémonos en Él!

Pedro era una persona de voluntad férrea por naturaleza y se esforzaba por
destacar entre los discípulos y ser el primero en todo. Pero un día negó al Señor
y se convirtió en un mísero ratón. Cuando fue interrogado, tuvo temor. En
términos humanos, Pedro era un “héroe” y un líder nato entre los discípulos,
pero sintió temor incluso antes de que otros intentarán quitarle la vida. Tuvo
temor y maldijo cuando sólo le dijeron: “Éste estaba con Jesús el nazareno”.
Esto realmente dejaba mucho que desear. Todos aquellos que se rehúsan a
confesar al Señor públicamente son dignos de lástima. Lo que Pedro hizo fue
muy bajo; fue una verdadera vileza que negara al Señor (Mt. 26:69-75).
Aquellos que son tan tímidos que no abren sus bocas, están llenos de vergüenza.
Los que son verdaderamente nobles confiesan su fidelidad a Jesús de Nazaret
aun cuando estén a punto de ser quemados en la hoguera o ser arrojados al mar.
Pueden ser azotados, quemados vivos o echados en un foso de leones; sin
embargo, todavía proclaman: “¡Yo pertenezco a Jesús el nazareno!”. ¡En todo el
mundo, no hay nada más glorioso que esto! La persona que debiera sentirse más
avergonzada es aquella que tiene vergüenza de confesar al Señor. Tales personas
resultan inútiles. Ellas incluso ¡se detestan a sí mismas y se avergüenzan de sí
mismas! Es una verdadera vergüenza que uno se menosprecie a sí mismo y que
tenga vergüenza de lo que ha recibido.

Por lo tanto, no debemos tener temor ni vergüenza. Todos aquellos que desean
aprender a seguir al Señor deben aprender a confesarle delante de los hombres
con toda confianza. Si la luz, la santidad, la espiritualidad y seguir al Señor es
una deshonra; y la oscuridad, el pecado, la carnalidad y seguir al hombre traen
gloria, entonces debemos escoger la deshonra. Preferimos sufrir el vituperio de
Cristo, tal como lo hizo Moisés, ya que tal humillación es mucho más gloriosa
que la gloria de los hombres (He. 11:26).

E. Amar la gloria de los hombres

¿Por qué los gobernantes mencionados en Juan 12 no confesaron al Señor?


Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios. Muchas
personas no se atreven a confesar abiertamente su fe porque no solamente
desean a Cristo, sino también desean la sinagoga. Esas personas desean a Cristo
y es por eso que creen en Él; pero ellas no lo confiesan porque también desean
permanecer en la sinagoga. Si una persona desea ambas cosas, no será fiel a
ninguna de las dos.

Si usted desea servir al Señor, debe elegir entre el Señor o la sinagoga; de lo


contrario jamás será un buen cristiano. Debe tomar la decisión de escoger al
Señor o a los hombres. Los gobernantes tenían temor de perder el favor de los
hombres. Temían que si confesaban al Señor, serían expulsados de la sinagoga.
El que escoge al Señor, de una manera incondicional, no tendrá temor de ser
expulsado de la sinagoga.

Si la gente no le persigue después de que usted ha creído en el Señor, debe decir:


“¡Señor, gracias!”, pero si le persiguen después de confesar al Señor, también
debe decir “¡Señor, gracias!”. ¿Qué hay de raro en esto? Nosotros no podemos
ser como aquellos gobernantes que, por su amor a la sinagoga, no quisieron
confesar su fe en el Señor Jesús. Si todos los creyentes fueran como ellos, la
iglesia no existiría hoy. Si Pedro hubiera regresado a su casa y se hubiera
quedado callado después de haber creído en el Señor, si Pablo, Lucas, Darby y
todos los demás hubieran guardado silencio después de creer, y si todos los que
están en la iglesia se hubieran quedado callados y no se hubieran atrevido a
confesar al Señor, ciertamente habrían tenido menos problemas, ¡pero la iglesia
no existiría hoy!

Una de las características de la iglesia es que se atreve a creer en el Señor, y otra


es que se atreve a confesar su fe en Él. Ser salvo no significa simplemente creer
en el Señor Jesús, sino creer y confesar que uno es creyente. La confesión es
muy importante. La fe cristiana no sólo se manifiesta en la conducta, sino
también en aquello que proclamamos con nuestros labios. Debemos confesar
con nuestra boca: “¡Yo soy cristiano!”. No es suficiente que un cristiano
manifieste una buena conducta; él debe también confesar con su boca. Si no
tenemos labios que confiesan al Señor públicamente, tampoco existirá el
cristianismo. La Escritura es muy clara: “Con el corazón se cree para justicia, y
con la boca se confiesa para salvación”. Ser cristiano es creer con el corazón, y
confesar con la boca.

III. NUESTRA CONFESIÓN


Y LA CONFESIÓN DEL SEÑOR

El Señor dijo: “Pues a todo el que en Mí confiese delante de los hombres, Yo en


él también confesaré delante de Mi Padre que está en los cielos” (Mt. 10:32).
Agradecemos al Señor porque si lo confesamos a Él hoy, en aquel día Él también
nos confesará a nosotros. El Señor también dijo: “Pero a cualquiera que me
niegue delante de los hombres, Yo también le negaré delante de Mi Padre que
está en los cielos” (v. 33). “Mas el que me niegue delante de los hombres, será
negado delante de los ángeles de Dios” (Lc. 12:9). ¡Qué contraste! Todo lo que
tenemos que hacer es confesar que el Señor excelente, el distinguido entre
millares, es el Hijo de Dios, y entonces Él nos confesará delante del Padre
celestial y de los ángeles de Dios. Si usted piensa que es difícil confesar a tan
glorioso Señor delante de los hombres, el Señor también tendrá dificultad en
confesar delante de Su Padre a una persona como usted cuando Él retorne en la
gloria del Padre. No debemos evitar confesar al Señor por temor a los hombres
(Is. 51:12) Si hoy es difícil para nosotros confesar a Jesucristo, el Hijo del Dios
viviente; en aquel día, cuando Él regrese, le será difícil a Él confesarnos ante Su
Padre y ante todos los ángeles gloriosos. ¡Éste es un asunto muy serio!

En realidad, no es difícil confesar al Señor, especialmente si comparamos


nuestra confesión con la Suya. Es muy difícil que Él nos confiese a nosotros
porque somos los hijos pródigos que recién regresamos a casa, y no hay nada
bueno en nosotros, pero Él nos confesará delante de Su Padre en el futuro.
¡Confesémoslo ante los hombres hoy!
Quiera Dios que desde el principio los recién convertidos no se avergüencen de
confesar al Señor. Jamás seamos cristianos secretos.

CAPÍTULO CINCO

SEPARADOS DEL MUNDO

Escritura bíblica: Éx. 10:8-11, 21-26; 12:6-11, 37-42; 2 Co. 6:17

En la Biblia hay muchos mandamientos con respecto a nuestra separación del


mundo. El Antiguo Testamento da numerosos ejemplos y enseñanzas al
respecto. Por ejemplo: Egipto, Ur de los caldeos, Babilonia y Sodoma tipifican al
mundo en sus diferentes aspectos. Egipto representa el gozo del mundo; Ur de
los caldeos representa las religiones del mundo; la torre de Babel, la confusión
del mundo; y Sodoma, los pecados del mundo. Debemos salir de Egipto y
también salir de Ur de los caldeos, tal como lo hizo Abraham. Lot se fue a
Sodoma, y el pueblo de Israel estuvo cautivo en Babilonia. Todos nosotros
también debemos salir de esos lugares. La Biblia se vale de cuatro lugares
diferentes para representar el mundo y mostrarnos cómo el pueblo de Dios sale
de estos distintos aspectos del mundo.

I. LO QUE TIPIFICA EL ÉXODO DE EGIPTO

A. El resultado de la redención es salir de allí

Dios salvó a los israelitas mediante el Cordero de la pascua. Cuando el


mensajero de Dios salió a dar muerte a todo primogénito de la tierra de Egipto,
el ángel de la muerte pasó de largo ante las puertas untadas con la sangre. En la
casa cuya puerta no hubiera sangre, moriría el primogénito. Esto no tenía nada
que ver con que si la puerta era buena o mala, si el dintel y los postes eran
especiales, si era una buena familia la que vivía en esa casa, o si el primogénito
honraba a sus padres. Lo único que contaba era que la sangre estuviera allí.
Perecer o no perecer no depende del nivel social de la familia ni del
comportamiento de uno, sino de la sangre. El factor básico de la salvación es la
sangre, lo cual no tiene nada que ver con nosotros mismos.

Puesto que somos salvos por gracia y fuimos redimidos por la sangre del
Cordero, no debemos olvidar que en cuanto la sangre nos redime, debemos
prepararnos y salir. Una vez que somos redimidos por la sangre, no debemos
pensar en comprar casas y morar en Egipto. No, todos debemos salir esa misma
noche. Antes de la medianoche, los israelitas sacrificaron el cordero y rociaron
la sangre con hisopo; después comieron apresuradamente, con sus lomos
ceñidos y los bordones en sus manos, porque tenían que salir inmediatamente.
El primer resultado de la redención es nuestra separación del mundo, la cual
consiste en abandonar el mundo al salir de allí. Dios jamás redime a una
persona para dejarla en el mismo estado y para que siga viviendo en el mundo.
De hecho, esto es absolutamente imposible. Todo el que haya nacido de nuevo,
es decir, sea salvo, debe tomar su bordón y salir. Una vez que el ángel de la
destrucción separaba al que habría de ser salvo del que iba a perecer, el salvo
tenía que salir. En cuanto somos separados por el ángel heridor, tenemos que
empacar y salir de Egipto.

Nadie usa un bordón para acostarse, pues el bordón no sirve de almohada, sino
que se usa para caminar. Todos los que fueron redimidos, ya sean ancianos o
jóvenes, debían tomar su bordón y salir esa misma noche. Igualmente, tan
pronto somos redimidos por la sangre, nos convertimos en extranjeros y
peregrinos en esta tierra. Así que debemos salir de Egipto y separarnos del
mundo inmediatamente. No debemos seguir morando allí.

Una hermana, mientras enseñaba en la reunión de niños la historia de Lázaro y


el rico, les preguntó: “¿Desean ser el rico o ser Lázaro? Acuérdense que el rico
disfruta en esta era, pero sufrirá en la próxima, mientras que Lázaro sufre hoy,
pero disfrutará en la era venidera. ¿Cuál de estos dos quisieran ser?”. Una niña
de ocho años le respondió: “Mientras yo esté vivo, quiero ser el rico, pero
cuando muera, quiero ser Lázaro”. Muchas personas son así, cuando necesitan
la salvación, confían en la sangre del Cordero, pero después de que son salvos
por la sangre, se establecen firmemente en Egipto, esperando obtener el
beneficio de los dos lados.

Recuerden que la redención que la sangre efectúa nos salva del mundo. Cuando
la sangre nos redime, nos convertimos inmediatamente en extranjeros y
peregrinos en esta tierra. Esto no quiere decir que ya no vivamos en el mundo,
sino que fuimos separados del mundo. Así que, cuando se aplica la redención, el
resultado es este: somos separados del mundo. Tan pronto somos redimidos, el
curso de nuestra vida cambia y tenemos que dejar el mundo. La sangre separa a
los vivos de los muertos y, también separa a los hijos de Dios de la gente del
mundo. Una vez redimidos, ya no podemos permanecer en el mundo.

B. Las muchas frustraciones que pone el Faraón

La historia del éxodo de los hijos de Israel, la salida de Egipto, nos muestra cuán
difícil fue para ellos salir de allí. Egipto trató de retenerlos una y otra vez.
Cuando por primera vez ellos intentaron salir, Faraón sólo permitió que salieran
los varones, mientras que los niños y los ancianos tenían que permanecer en
Egipto. Él sabía que haciendo esto, los fuertes no podían ir muy lejos y que con
el tiempo regresarían. La estrategia de Satanás es evitar que nos separemos
totalmente de Egipto. Por eso Moisés, desde un principio, rehusó las tácticas
retardatorias que el Faraón quería ocasionar. Si dejamos en Egipto alguna
posesión o persona, no podremos ir muy lejos, porque eso nos hará regresar.

Recuerden lo que Faraón le dijo la primera vez a Moisés: “Andad, ofreced


sacrificio a vuestro Dios en la tierra” (Éx. 8:25). Después le dijo que no fueran
muy lejos; y en la tercera ocasión, Faraón dijo a Moisés que sólo los varones
podían irse; y por último, dijo que todo el pueblo podía salir, pero que el ganado
y las ovejas tenían que quedarse atrás. Lo que deseaba el Faraón era
persuadirlos a que sirviesen a Dios allí en Egipto. Esta era su premisa básica. El
faraón estaba dispuesto a permitir que ellos fueran hijos de Dios, siempre y
cuando permanecieran en Egipto, porque sabía que si una persona servía a Dios
allí, no le sería fácil tener un testimonio adecuado y, al final, tendría que servir
al Faraón. Aunque deseara ser un siervo de Dios, terminaría siendo siervo de
Satanás.

Si usted intenta servir a Dios en el mundo, terminará siendo esclavo de Satanás,


produciendo ladrillos para él. Él no le soltará, y si lo hiciera, no le dejará irse
muy lejos y sólo permitirá que los varones vayan, mas el resto tendrá que
quedarse. Satanás conoce muy bien Mateo 6:21: “Porque donde esté tu tesoro,
allí estará también tu corazón”, y conoce que una persona y su tesoro van juntos.
Satanás sabía que si Faraón retenía el ganado y las ovejas, el pueblo no podría ir
muy lejos y, a la postre, iría en pos de su ganado y sus ovejas. Pero Dios quería
que el ganado y las ovejas fueran en pos de sus dueños. Así, Dios deseaba salvar
a las personas de sus tesoros.

Desde el momento en que una persona es salva, debe ir al desierto y llevar


consigo a los suyos y todos sus tesoros. Si no lo hace, regresará a Egipto y no
podrá separarse de Egipto. Dios manda que quienes le sirven se separen del
mundo.

C. Nuestra senda: el desierto

Si anhelamos tener un testimonio apropiado, no basta con confesar con nuestra


boca: “Creo en el Señor Jesús”, sino que también tenemos que salir del mundo y
separarnos del mismo. Esto nos llevará un paso más adelante. No podemos ser
cristianos mudos; sin embargo, tampoco basta con solamente abrir la boca para
confesar nuestra fe. Tenemos que separarnos del mundo y poner fin a nuestras
antiguas amistades, nuestros vínculos sociales y toda otra relación que
tengamos con el mundo. Debemos valorar la posición que ahora tenemos en el
Señor y abandonar la posición que teníamos en el pasado. No sólo nosotros
debemos salir de Egipto, sino también nuestras posesiones. Aunque otros digan
que somos insensatos, no debemos escucharlos; debemos salir de Egipto hoy
mismo. Desde el momento en que nos hicimos cristianos, Egipto ha dejado de
ser nuestra senda. Ahora nuestra senda es el desierto.

En el Nuevo Testamento, tanto Egipto como el desierto representan el mundo:


Egipto, en el sentido moral, y el desierto, en el sentido físico. Los cristianos
forman parte del mundo en un sentido físico, mas no en el sentido moral.
Además, tenemos que saber distinguir otros dos aspectos del mundo: el mundo
es un lugar y es también un sistema. En el mundo físico hay muchas cosas cuyo
atractivo suscitan los deseos de los ojos, los deseos de la carne y la vanagloria de
la vida. Todo ello conforma Egipto. Aparte de esto, el mundo es también el lugar
donde reside nuestro cuerpo.

B. Las muchas frustraciones que pone el Faraón

La historia del éxodo de los hijos de Israel, la salida de Egipto, nos muestra cuán
difícil fue para ellos salir de allí. Egipto trató de retenerlos una y otra vez.
Cuando por primera vez ellos intentaron salir, Faraón sólo permitió que salieran
los varones, mientras que los niños y los ancianos tenían que permanecer en
Egipto. Él sabía que haciendo esto, los fuertes no podían ir muy lejos y que con
el tiempo regresarían. La estrategia de Satanás es evitar que nos separemos
totalmente de Egipto. Por eso Moisés, desde un principio, rehusó las tácticas
retardatorias que el Faraón quería ocasionar. Si dejamos en Egipto alguna
posesión o persona, no podremos ir muy lejos, porque eso nos hará regresar.

Recuerden lo que Faraón le dijo la primera vez a Moisés: “Andad, ofreced


sacrificio a vuestro Dios en la tierra” (Éx. 8:25). Después le dijo que no fueran
muy lejos; y en la tercera ocasión, Faraón dijo a Moisés que sólo los varones
podían irse; y por último, dijo que todo el pueblo podía salir, pero que el ganado
y las ovejas tenían que quedarse atrás. Lo que deseaba el Faraón era
persuadirlos a que sirviesen a Dios allí en Egipto. Esta era su premisa básica. El
faraón estaba dispuesto a permitir que ellos fueran hijos de Dios, siempre y
cuando permanecieran en Egipto, porque sabía que si una persona servía a Dios
allí, no le sería fácil tener un testimonio adecuado y, al final, tendría que servir
al Faraón. Aunque deseara ser un siervo de Dios, terminaría siendo siervo de
Satanás.

Si usted intenta servir a Dios en el mundo, terminará siendo esclavo de Satanás,


produciendo ladrillos para él. Él no le soltará, y si lo hiciera, no le dejará irse
muy lejos y sólo permitirá que los varones vayan, mas el resto tendrá que
quedarse. Satanás conoce muy bien Mateo 6:21: “Porque donde esté tu tesoro,
allí estará también tu corazón”, y conoce que una persona y su tesoro van juntos.
Satanás sabía que si Faraón retenía el ganado y las ovejas, el pueblo no podría ir
muy lejos y, a la postre, iría en pos de su ganado y sus ovejas. Pero Dios quería
que el ganado y las ovejas fueran en pos de sus dueños. Así, Dios deseaba salvar
a las personas de sus tesoros.

Desde el momento en que una persona es salva, debe ir al desierto y llevar


consigo a los suyos y todos sus tesoros. Si no lo hace, regresará a Egipto y no
podrá separarse de Egipto. Dios manda que quienes le sirven se separen del
mundo.

C. Nuestra senda: el desierto

Si anhelamos tener un testimonio apropiado, no basta con confesar con nuestra


boca: “Creo en el Señor Jesús”, sino que también tenemos que salir del mundo y
separarnos del mismo. Esto nos llevará un paso más adelante. No podemos ser
cristianos mudos; sin embargo, tampoco basta con solamente abrir la boca para
confesar nuestra fe. Tenemos que separarnos del mundo y poner fin a nuestras
antiguas amistades, nuestros vínculos sociales y toda otra relación que
tengamos con el mundo. Debemos valorar la posición que ahora tenemos en el
Señor y abandonar la posición que teníamos en el pasado. No sólo nosotros
debemos salir de Egipto, sino también nuestras posesiones. Aunque otros digan
que somos insensatos, no debemos escucharlos; debemos salir de Egipto hoy
mismo. Desde el momento en que nos hicimos cristianos, Egipto ha dejado de
ser nuestra senda. Ahora nuestra senda es el desierto.

En el Nuevo Testamento, tanto Egipto como el desierto representan el mundo:


Egipto, en el sentido moral, y el desierto, en el sentido físico. Los cristianos
forman parte del mundo en un sentido físico, mas no en el sentido moral.
Además, tenemos que saber distinguir otros dos aspectos del mundo: el mundo
es un lugar y es también un sistema. En el mundo físico hay muchas cosas cuyo
atractivo suscitan los deseos de los ojos, los deseos de la carne y la vanagloria de
la vida. Todo ello conforma Egipto. Aparte de esto, el mundo es también el lugar
donde reside nuestro cuerpo.

A. Actividades que el mundo


considera impropias para un cristiano

Debemos evitar toda actividad que el mundo considere inapropiada para los
cristianos. Como mínimo, nuestra vida cristiana debe conformarse a la norma
establecida por aquellos que pertenecen al mundo. El mundo en general ha
establecido para los cristianos reglas y normas, y si no las cumplimos, los
decepcionaremos. No debemos dar pie a las críticas de los gentiles ni a
comentarios tales como: “¿Los cristianos hacen estas cosas?”. En el momento en
que los gentiles les reconvienen de ese modo, ustedes habrán fracasado.
Supongamos que alguien lo sorprende visitando ciertos lugares; es posible que
se pregunte: “¿No sabía yo que los cristianos también visitaban estos sitios?”.
Los gentiles van a donde quieren, y si uno les dice que no es correcto, ellos
discutirán argumentando lo contrario; pero si ustedes van a esos mismos
lugares, el comentario será: “¿Así que ustedes también van a esos sitios?”.
Ciertas actividades son pecaminosas y cuando los gentiles las practican, ellos no
dicen nada, pero cuando usted participa de ellas, lo promulgan por doquier. Por
consiguiente, debemos abstenernos de todo lo que los gentiles consideren
impropio. Este es uno de los requisitos mínimos. Cuando los incrédulos digan:
“Los cristianos no deberían hacer esto”, debemos apartarnos inmediatamente
de ello.

Algunos jóvenes han sido salvos, pero sus padres no. Algunas veces estos
jóvenes les piden algo a sus padres, quienes les responden diciendo: “¿Así que
ustedes los cristianos también desean esas cosas?”. Si hay algo de lo cual un
creyente debiera sentirse avergonzado es de ser corregido por un gentil.
Abraham mintió, y fue reprendido por Abimelec. La Biblia considera esta clase
de hechos como los más deshonrosos. Debemos apartarnos y separarnos de
todo aquello que los mundanos, los egipcios, juzgan que sea impropio.

B. Lo que es incompatible con el propio Señor

Debemos eliminar de nuestras vidas todo aquello que sea incompatible con el
Señor. Puesto que el Señor sufrió humillaciones en esta tierra, nosotros no
deberíamos buscar ninguna gloria terrenal. Y dado que nuestro Señor fue
crucificado como un ladrón, nosotros, de igual manera, tampoco debiéramos
esperar ser bien recibidos por los hombres. Cuando nuestro Señor anduvo por la
tierra, fue acusado por los hombres de estar poseído por un demonio. Así pues,
no debemos dejar que la gente nos califique de personas inteligentes, brillantes
e intelectuales. Tenemos que pasar por las mismas experiencias por las que pasó
el Señor. Debemos eliminar de nuestras vidas todo lo que sea incompatible con
el Señor.

El Señor dijo que el discípulo no está sobre su maestro, ni el esclavo sobre su


señor. Si el mundo trató a nuestro Maestro de cierta manera, no debemos
esperar que se nos trate de otra. Si nuestro Señor recibió cierto trato, no
debemos entonces esperar que se nos trate de una manera distinta. Si no
recibimos el mismo trato que nuestro Maestro recibió, hay algo en nosotros que
no está bien y, con toda certeza, hay algo en nuestra relación con el Señor que
no está bien. Nuestra experiencia hoy debe corresponder a todo cuanto el Señor
experimentó en la tierra.

Para seguir a Jesús de Nazaret, debemos estar dispuestos a ser humillados, sin
esperar gloria alguna. Seguir a Jesús de Nazaret significa llevar la cruz. A
aquellos que fueron los primeros en seguir al Señor, Él inmediatamente les dijo
que tenían que cargar la cruz si deseaban seguirle. Según el propio Señor, la cruz
es la entrada principal. El Señor no espera a que una persona entre al cuarto
para presentarle después este requisito. Antes de entrar, el Señor nos dice
claramente que para poder ir en pos de Él, debemos tomar la cruz. El Señor nos
ha llamado para cargar la cruz. Este es el camino que hemos tomado, y
podremos seguir al Señor únicamente si lo hacemos tomando este camino.
Nuestra relación con el mundo debe ser la misma y debe ser compatible con la
relación que tiene el Señor con el mundo. No podemos tomar un camino
diferente.

Gálatas 6:14 nos muestra que la cruz está puesta entre el mundo y el Señor. En
un extremo está el Señor, en el otro, el mundo; y la cruz está entre ambos. Así
pues, nosotros y el mundo nos encontramos a uno y otro lado de la cruz. El
mundo crucificó a nuestro Señor; por tanto, el mundo se halla en el otro lado de
la cruz. Nosotros por estar del lado de Él, si hemos de ir al mundo, primero
tenemos que pasar por la cruz. No hay manera de evitar la cruz porque es un
hecho y es la historia; no podemos anular este hecho ni la historia del mismo. El
mundo crucificó a nuestro Señor, y a mi no me espera otro camino. Puesto que
la cruz es un hecho, es también un hecho eterno que el mundo me es crucificado
a mí. Si no podemos anular la cruz, tampoco podemos anular el hecho de que el
mundo nos es crucificado a nosotros. No podemos ir al mundo a menos que
eliminemos la cruz, lo cual es imposible, porque la crucifixión de nuestro Señor
es un hecho consumado. Ahora, nos encontramos al otro lado de la cruz.

Supongamos que los padres o hermanos de alguien que conocemos han sido
asesinados. Las razones que le dan acerca de lo que ocasionó esas muertes
pueden diferir, pero nada cambiará el hecho de que sus seres queridos están
muertos. Esta persona tal vez diga: “Mis seres queridos ya están muertos, y no
hay excusas que cambien este hecho; si estuvieran vivos, tendríamos mucho de
que hablar; pero ahora están muertos, no hay nada mas que decir”. Según este
mismo principio, podemos decir que la cruz ya está aquí. ¿Qué más podríamos
decir? El mundo ya crucificó a nuestro Señor, y puesto que estamos de parte de
Él, sólo podemos decir: “Mundo, desde tu punto de vista, yo estoy crucificado, y
desde mi perspectiva, tú estás crucificado”. Es imposible que estos dos lados se
comuniquen: el mundo no puede venir acá, y nosotros no podemos ir allá. La
cruz es un hecho, y así como no podemos anularla, tampoco podemos lograr que
el mundo venga a nuestro lado. Nuestro Señor murió y no hay ninguna
posibilidad de reconciliación con el mundo.

Una vez que veamos la cruz, podremos decir: “Me glorío en la cruz”. Para
nosotros el mundo ha sido crucificado, y para el mundo nosotros hemos sido
crucificados (Gá. 6:14). La cruz será para siempre un hecho histórico. La cruz
está interpuesta entre nosotros y el mundo. Los cristianos estamos a un lado de
la cruz, mientras el mundo está al otro lado. En el momento en que abrimos
nuestros ojos, todo lo que veremos no es más que la cruz. Así que, cuando
queramos ver el mundo, primero tendremos que ver la cruz.

Los nuevos creyentes deben ser dirigidos por el Señor para que se percaten de
que su condición debe ser igual a la del Señor. Ciertas personas hacen
demasiadas preguntas, al preguntar por ejemplo: “Si hago esto, ¿estaré en el
mundo? ¿Nos es permitido hacer esto o aquello?”. No podemos decirles a las
personas lo que tienen que hacer, una por una. Lo único que podemos
asegurarles, como principio general, es que el mundo está en contra de la cruz y
también está en contra de nuestro Señor. Si nuestro corazón está abierto y es
dócil ante Dios, cuando nos acerquemos a Él, espontáneamente la diferencia
entre el mundo y la cruz nos resultará obvia.

En cuanto nos acercamos al Señor, sabremos con exactitud lo qué es y lo que no


es el mundo. En realidad, lo único que tenemos que preguntarnos es: “¿En qué
consiste exactamente mi relación con este asunto? Y ¿qué clase de relación tenía
el Señor Jesús con este asunto cuando Él vivía en la tierra?”. Siempre y cuando
nuestra relación con el mundo sea la misma que el Señor tuvo mientras estuvo
en la tierra, estaremos bien. Si nuestra posición es diferente a la del Señor Jesús,
algo está mal, hemos errado. El Cordero fue inmolado y nosotros somos Sus
seguidores. Nosotros somos aquellos que siguen al Cordero por dondequiera
que va (Ap. 14:4). Asumimos la misma postura que asumió el Señor, y nos
alejamos de todo aquello que no se ciñe a esta postura o que se opone a Él,
porque es parte del mundo.

C. Todo lo que apaga nuestra vida espiritual

Es difícil enumerar cada cosa de lo que es el mundo, pues nunca terminaríamos;


pero hay un principio básico: todo aquello que apague la vida espiritual es el
mundo. El mundo es todo aquello que elimina nuestro celo por la oración, nos
roba el interés por leer la Palabra de Dios y nos impide testificar y proclamar
nuestra fe delante de los hombres. Todo lo que nos impide acercarnos al Señor y
confesar que creemos en Él es el mundo. El mundo es aquel ambiente que ahoga
y seca a una persona; es cualquier cosa que disuade al hombre de amar y de
anhelar al Señor con todo el corazón. Aquí vemos un principio muy amplio: el
mundo es todo lo que hace deteriorar nuestra condición espiritual a los ojos del
Señor. Debemos rechazar todo lo que apague nuestra vida espiritual.

Algunas personas dicen: “Si esto no tiene nada de pecaminoso, ¿todavía podría
ser considerado mundano?”. Son muchas las cosas que pueden parecernos
buenas, pero después de que hemos participado de ellas una o dos veces, apagan
el fuego espiritual que tenemos por dentro. Tales cosas debilitan nuestra
conciencia delante de Dios. Después que hemos participado de tales cosas,
nuestra lectura de la Biblia se hace insípida. Aunque tengamos tiempo para leer
la Biblia, no deseamos hacerlo. Después de participar en tales cosas nos
sentimos vacíos y carecemos de testimonio ante los hombres. Quizás tales cosas
no constituyan pecado, pero pueden apagar nuestra vida espiritual. Todo
aquello que apague nuestra vida espiritual es el mundo, y debemos rechazarlo
completamente.

D. Todo lo que dé la impresión


de que no somos cristianos

Hay que abordar otro asunto más: cómo nos relacionamos con los demás. Toda
actividad o relación social que haga que escondamos nuestra lámpara debajo del
almud pertenece al mundo. Muchas amistades, actividades y contactos con la
gente mundana nos obligan a esconder nuestra luz. Por estar envueltos en todo
esto, no podemos llevar erguida la cabeza para testificar que somos cristianos. Si
usted se envuelve en ciertas conversaciones y, por cortesía, las escucha y se ríe
con los incrédulos, sentirá que algo se ha apagado por dentro aunque por fuera
se sonría. Internamente sabe que eso es el mundo, pero por fuera, se siente
obligado a ir tras el mismo. Sabe que es pecado, pero no lo denuncia. Debemos
huir de esta clase de ambiente social. Muchos hijos de Dios son gradualmente
absorbidos por el mundo a causa de las diferentes actividades y contactos
sociales en que se involucran indiscriminadamente.

Todo creyente debe saber desde un principio cuál es su posición y también tiene
que tomar las decisiones respectivas. No queremos ser antisociales a propósito,
ni tenemos que ser como Juan el Bautista, que no comía ni bebía. Nosotros
seguimos al Señor y comemos y bebemos. Pero cuando estamos con la gente de
este mundo, debemos mantener nuestra posición cristiana. Nadie debe insultar
la postura que hemos tomado como cristianos, al contrario, tienen que
respetarla. Cuando yo tomo esta postura, debo conservarla aunque otros me
critiquen.

Si queremos separarnos del mundo, debemos dejar claro que somos cristianos,
siempre cuidando la manera en que hablamos. Si no podemos mantener esta
postura delante de los demás, sería bueno que nos alejáramos de allí. En Salmos
1:1 se nos dice que no debemos estar en camino de pecadores, ni sentarnos en
silla de escarnecedores. Si andamos por camino de pecadores, terminaremos en
el mismo lugar donde ellos están; y si nos sentamos en la silla de los
escarnecedores, o los que se burlan, tarde o temprano, seremos iguales que
ellos. El pecado y el escarnio son contagiosos, así que debemos aprender a huir
de estos como se huye de los gérmenes infecciosos.

E. Acciones que los creyentes débiles desaprueban


El mundo también lo constituyen las acciones que hacen tropezar una
conciencia débil. Los hijos de Dios deben alejarse de ellas. Ya hablamos de las
acciones que el mundo considera impropias. Examinemos ahora lo que las
personas que recién empiezan en la vida cristiana piensan que no se debe hacer.
Si un incrédulo considera que no debemos hacer algo, debemos evitarlo, de lo
contrario perderemos nuestro testimonio. De igual manera, debemos evitar
cualquier actividad que un cristiano no apruebe, aunque éste sea el más joven y
débil de todos. Este es un mandamiento bíblico. Así pues, no son las palabras de
un cristiano fuerte, sino las palabras de un cristiano débil las que determinan lo
que debemos o no debemos hacer. Tal vez lo que él afirme que es incorrecto o
indebido, no lo sea; sin embargo, no debemos ser tropiezo para los débiles. Si
ellos piensan que vamos por el camino equivocado, los haremos tropezar. Pablo
dijo: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas son provechosas” (1 Co. 6:12).
Todas las cosas son lícitas, pero algunos las consideran mundanas, por
consiguiente, no debemos hacerlas por el bien de ellos.

Pablo usó como ejemplo: comer carne. Él dijo que si comer carne era ocasión de
tropiezo para algún hermano, el jamás la comería. Esto no es fácil de hacer
porque, ¿quién puede abstenerse de comer carne para siempre? Por supuesto,
Pablo no está sugiriendo que dejemos de comer carne. En 1 Timoteo, él
claramente establece que no estaba bien abstenerse de comer carne; sin
embargo, nos muestra que estaba dispuesto a ser extremadamente cuidadoso. A
él no le molestaba comer carne o no comerla, y sabía perfectamente lo que
estaba haciendo; pero no aquellos que le seguían a él. Nosotros sabemos hasta
donde podemos llegar, pero aquellos que nos siguen no lo saben. ¿Qué pasaría si
ellos avanzaran? No hay nada malo si comemos carne pero, después de un
tiempo, aquellos que nos siguen tal vez vayan al templo, no sólo a comer lo
sacrificado a los ídolos, sino a adorarlos. Muchas cosas no están directamente
relacionadas con el mundo, pero debemos ser extremadamente cuidadosos al
tocarlas, porque puede ser que para los demás sean mundanas.

III. DEBEMOS SALIR DE EN MEDIO DE ELLOS


PARA SER RECIBIDOS
POR EL SEÑOR QUE TODO LO PROVEE

En 2 Corintios 6:17-18 dice: “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el


Señor, y no toquéis lo inmundo; y Yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre,
y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”.

En el Nuevo Testamento, el título el Señor Todopoderoso se usa por primera vez


en 2 Corintios 6. En hebreo, el Señor Todopoderoso es El-shaddai. El significa
“Dios”; sha significa “el pecho de la madre” o “la leche materna”, y shaddai se
refiere a lo que está en la leche. En hebreo shaddai significa “que todo lo
provee”. En el Antiguo Testamento, El-shaddai se traduce “Dios
Todopoderoso”, pero debería traducirse “El Dios que todo lo provee”. Todo el
nutrimento que un niño necesita se halla en la leche materna, o sea, que todo el
suministro necesario está en el pecho de la madre. La raíz de la palabra shaddai
hace alusión al pecho de la madre, lo cual significa que con Dios tenemos todo lo
que necesitamos.

En 2 Corintios 6:17 el Señor que todo lo provee nos dice que si salimos de en
medio de ellos, y no tocamos lo inmundo, Dios nos recibirá y será un Padre para
nosotros, y nosotros seremos para Él hijos e hijas. Aquí podemos darnos cuenta
de que estas palabras no fueron enunciadas livianamente. El Señor está
diciendo: “Por Mí ustedes han dejado muchas cosas. Por Mí han salido de en
medio de los incrédulos, se han separado de ellos, y han terminado toda relación
tanto con ellos como con sus cosas inmundas. Ahora vuestras manos están
vacías y no queda nada del mundo en ustedes. Puesto que han hecho todo esto,
Yo los recibo con los brazos abiertos”.

Recuerden, todo aquel a quien el Señor recibe se ha separado del mundo.


Muchos no perciben la excelencia del Señor cuando se acercan a Él, porque
todavía no han estimado como pérdida todas las cosas del mundo; por el
contrario, las consideran preciosas. Tales personas no saben lo que significa ser
recibido por Dios, o que Dios sea un Padre para ellos y que ellos sean Sus hijos.
No saben que el Señor quien es todo suficiente dijo esto. ¿Entienden ahora
ustedes lo que significa shaddai? Esta expresión se traduce como “ Señor
Todopoderoso”, porque cuando una persona desecha todo, necesita a Dios como
el Shaddai, necesita un Padre, que sea todo suficiente.

En Salmos 27:10 dice que aunque nuestro padre y nuestra madre nos dejen,
Jehová nos recogerá. En otras palabras, Él se convierte en nuestro Padre. En
Salmos 73:26 dice: “Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi
corazón y mi porción es Dios para siempre”. De ahí emana la dulzura de nuestra
experiencia. Para que haya ganancia debe haber pérdida. El ciego conoció al
Señor después de haber sido expulsado de la sinagoga (Jn. 9:35). No hay
ninguna posibilidad de conocer al Señor en la sinagoga, pero una vez que somos
expulsados de allí, vemos inmediatamente la bendición del Señor.

Por ser creyentes nuevos, debemos salir del mundo. Sólo entonces gustaremos
la dulzura del Señor. Por una parte renunciamos a algo, y por otra,
experimentamos la benignidad del Señor.

CAPÍTULO SEIS

UNIRSE A LA IGLESIA

Lectura bíblica: Ef. 2:19, 22; 1 Co. 12:13, 27


La primera pregunta que todo creyente hace, inmediatamente después de su
conversión, está relacionada con el hecho de unirse a una iglesia. Ya hablamos
acerca de ser separados del mundo; pero esto no quiere decir que uno solamente
necesita separarse del mundo y que todo termina allí. En un sentido positivo,
también es necesario que se una a la iglesia. (La expresión unirse a la iglesia no
es apropiada, pero la tomaremos prestada por ahora).

I. LA NECESIDAD DE UNIRSE A LA IGLESIA

Hace más de veinte años, cuando comenzaba nuestro testimonio como iglesia,
seis u ocho de cada diez personas que habían sido salvas no tenían el menor
pensamiento de unirse a una iglesia. ¡Esto era muy extraño! Ellas pensaban que
bastaba con ser cristianos, y que no era necesario unirse a ninguna iglesia. Esta
manera de pensar tal vez les parezca a ustedes muy rara, pero según nuestra
experiencia, son muchos los que piensan así. Ellos quieren a Cristo pero no
quieren la iglesia. Ellos quieren vincularse a Cristo, mas no quieren vincularse
de ninguna manera con la iglesia. Ellos quieren ser cristianos solitarios. ¿Acaso
no podemos orar por nosotros mismos? Claro que sí podemos. Por tanto,
afirman ellos: ¡con esto basta! ¿Acaso no podemos leer la Biblia por nosotros
mismos? Por supuesto que sí. Por tanto, piensan: ¡eso es suficiente! A ellos les
parece que siempre y cuando uno pueda orar y leer la Biblia por sí mismo, no
necesitan nada más. Tienen el concepto de que resulta problemático unirse a
otras personas, y que basta con creer en el Señor y conversar con Él a solas. Este
concepto está muy difundido en China y también en otros países.

Sin embargo, tenemos que comprender que, nos guste o no, no nos queda otra
alternativa que unirnos a la iglesia. Cuando una persona es salva, debe
comprender que la vida cristiana tiene tanto un aspecto individual como un
aspecto corporativo. En lo que concierne al individuo, éste ha recibido la vida
del Señor y, por tanto, puede disfrutar de comunión con el Señor y orar
individualmente. Un individuo puede encerrarse en un cuarto y creer en el
Señor por sí mismo. Sin embargo, si él solamente conoce el aspecto individual,
su testimonio no será completo. De hecho, tal individuo no podrá permanecer
firme por mucho tiempo en tales condiciones, ni tampoco crecerá mucho. Jamás
he visto a un cristiano solitario progresar espiritualmente, ni en el pasado ni en
el presente. Durante los dos mil años de historia de la iglesia, ha habido muchos
que pensaron que podían ser cristianos de manera individualista. Ellos
pensaban que podían vivir como ermitaños, enclaustrándose en la cima de una
montaña y preocupándose única y exclusivamente por tener comunión con el
Señor. Pero las lecciones espirituales que tales personas consiguieron
experimentar fueron muy superficiales y no pudieron resistir la tentación. Si el
entorno les era favorable, ellos se desarrollaban muy bien. Pero si el entorno les
era adverso, no eran capaces de perseverar.
Tenemos que darnos cuenta de que la vida cristiana tiene otro aspecto: el
aspecto corporativo. Según la Biblia, en lo concerniente al aspecto corporativo,
nadie puede ser un cristiano solitario. En primer lugar, la Palabra de Dios nos
dice que cuando una persona es salva, ella se convierte en un miembro de la
familia de Dios, llega a ser un hijo de Dios. Esta es la revelación bíblica. Una vez
que alguien nace de nuevo, él nace en la familia de Dios y llega a ser, junto con
muchos otros creyentes, un hijo de Dios.

En segundo lugar, la Biblia nos muestra que todas las personas salvas
conforman la morada de Dios, Su casa. Debemos distinguir entre esta casa y la
familia de Dios a la que hicimos referencia en el párrafo anterior. En el párrafo
anterior, hablamos de la familia de Dios en su aspecto corporativo, mientras que
ahora nos referimos a la casa de Dios en su calidad de morada de Dios.

En tercer lugar, a los cristianos en forma colectiva se les llama el Cuerpo de


Cristo. Somos miembros los unos de los otros y juntos conformamos el Cuerpo
de Cristo.

A. Junto con muchos otros, somos hijos de Dios


en la familia de Dios

Después de haber creído en el Señor, una persona no sólo recibe una vida
individual sino también una vida que nos vincula a muchas otras personas.
Como miembros de la familia de Dios, y como aquellos que constituyen Su
morada y conforman el Cuerpo de Cristo, nosotros formamos parte de un todo
mucho mayor. Así pues, nos es imposible subsistir en una condición de
aislamiento. Si tratamos de hacerlo, con toda certeza no podremos participar de
la plenitud y las riquezas de Dios. Podemos ser personas muy útiles, pero si no
estamos unidos a los demás, seremos como un retazo de tela que ha sido
cortado del resto o como el repuesto de una gran maquinaria; por ende, nos
resultará imposible expresar la luz de la plenitud propia de la vida más elevada
de todas. La plenitud de dicha luz existe solamente en la iglesia.

Es imposible vivir en una familia con otros cinco hermanos y hermanas, y no


relacionarse con ellos. Si soy el hijo único de mi padre, no tengo que
relacionarme con ningún hermano o hermana en la familia porque no los tengo.
Pero si tengo cinco hermanos y hermanas, dejo de ser el hijo único, y solo soy
uno de los cinco hijos de mi padre. ¿Cómo podría entonces dejar de
relacionarme con mis otros hermanos y hermanas, y seguir siendo el hijo único
de mi padre? ¿Acaso podría encerrarme en un cuarto y decirles a los demás: “No
me molesten. No tengo nada que ver con ustedes. Yo soy el unigénito”. ¿Puede
uno hacer tal cosa?
Una vez que alguien cree en el Señor, no se convierte en el hijo único de Dios,
sino que es uno entre muchos millones de hijos de Dios. Este no puede
encerrarse y ser así, el hijo unigénito de Su Padre. De hecho, la naturaleza
misma de la vida que tal persona ha recibido, no le permitiría hacer esto. Quizás
en su familia natural, usted sea el hijo único. Pero desde el día que usted creyó
en el Señor, está obligado a tener comunión con otros hermanos y hermanas. No
podrá rehuir tal comunión. Cierto día, usted nació en la familia más numerosa
que existe en este universo. Ninguna otra familia es tan grande como la suya,
pues tiene millones y millones de hermanos y hermanas. No es posible
desdeñarlos simplemente porque sean muchos. Debido a que usted es
solamente uno entre muchos otros, es necesario que usted conozca a tales
personas, tenga comunión con ellas y se relacione con ellas. Si usted no desea
verlas, dudo que usted sea, verdaderamente, un hermano o hermana. Si usted
ha nacido de Dios, se sentirá atraído hacia aquellos que también han nacido de
Dios. Pero si usted puede aislarse de ellos, dudo que usted sea un hijo de Dios.

El concepto de ser cristianos solitarios no constituye en absoluto un concepto


cristiano. Este concepto no es propio de un cristiano, ni debería serlo. En
nuestra familia, debemos ser hermanos para todos nuestros hermanos y
hermanas para todas nuestras hermanas. ¿No debería esto también cumplirse
aún más en la familia de Dios? Esta relación surge espontáneamente de la vida
divina y está impregnada de amor. ¡Sería muy extraño que uno no sintiera
afecto hacia sus propios hermanos y hermanas, o que no tuviera el deseo de
comunicarse con ellos! No debemos olvidar que, si bien nosotros recibimos la
vida divina individualmente para llegar a ser hijos de Dios, esta misma vida
también está en miles de otros que, igualmente, son hijos de Dios. Así pues, yo
solamente soy uno entre muchos hermanos. La naturaleza misma de la vida que
poseo no me permite ser una persona individualista, pues es propio de dicha
vida el deseo de comunicarse con los demás hermanos y hermanas.

B. Llegamos a constituir la morada de Dios


junto con otros hermanos y hermanas

Además, la Biblia nos muestra que la iglesia es la morada de Dios. El segundo


capítulo de Efesios habla acerca de este hecho, el cual constituye una de las más
grandes revelaciones de todo el Nuevo Testamento. Debemos percatarnos de
que Dios tiene una morada en esta tierra. Él necesita una morada. En la Biblia,
podemos detectar el pensamiento de una morada para Dios desde la
construcción del tabernáculo hecho por Moisés hasta la edificación del templo
realizado por Salomón, la cual incluye también la posterior reedificación y
restauración de dicho templo. En la era de la iglesia, Dios hace del hombre Su
templo. Dios moraba en un gran edificio, esto es, en el templo edificado por
Salomón. Pero hoy, Dios habita en la iglesia, pues ahora la iglesia ha llegado a
ser la morada de Dios. Así pues, nosotros, los muchos hijos de Dios, hemos sido
reunidos para ser la morada de Dios. Nosotros, como los muchos hijos de Dios,
hemos sido reunidos por el Espíritu Santo a fin de ser la morada de Dios. En 1
Pedro 2:5 se habla de esto. Nosotros somos piedras vivas que están siendo
edificadas como casa espiritual.

¿Cómo se edifica esta casa espiritual? El templo de Salomón fue edificado con
piedras muertas. Pero hoy en día, la morada de Dios está siendo edificada con
piedras vivas. Pedro, cuyo nombre significa “una piedra”, era una piedra viva.
Cuando se juntan todas las piedras vivas, éstas llegan a formar un templo. Pero
si no están juntas, ¿acaso puede una sola piedra constituir una morada? ¡No! Si
no hay piedra sobre piedra, esto es señal de desolación, y no es un indicio
bueno. El hecho de que no haya una piedra sobre otra es consecuencia de juicio
y desolación. Por el contrario, siempre que haya una morada, encontraremos
una piedra sobre la otra. ¡Damos gracias a Dios que fuimos salvos y creímos en
el Señor Jesús, por lo cual ahora somos piedras! Pero, ¿qué utilidad podría tener
una sola piedra si está aislada de las demás? Mas cuando las piedras son
reunidas, pueden llegar a constituir una morada. Si están aisladas, resultan
inútiles. De hecho, pueden convertirse en piedras de tropiezo en lugar de
piedras vivas.

Hoy, somos como las partes de un automóvil. Si todas las piezas están
ensambladas, tendremos un auto que podremos conducir. No nos atreveríamos
a decir que quienes son piedras vivas se convertirán en piedras muertas si se
aíslan de los demás, pero sí podemos afirmar que si una piedra no está unida a
otras a fin de constituir la morada de Dios, ella perderá su función y sus
riquezas espirituales. Como piedras vivas, tenemos que estar unidos a otras
piedras vivas. Sólo entonces podremos contener a Dios y únicamente entonces
Dios morará entre nosotros.

Hace un siglo, un inglés llamado Sr. Stooneg dijo: “Después de ser salvo me
sucedió la cosa más maravillosa: comprendí que yo era material de construcción
para la morada de Dios. Este fue un descubrimiento sumamente maravilloso”.
Cuando leí esto por primera vez, no le di mucha importancia. ¿Qué puede haber
de maravilloso en ser material de construcción para la morada de Dios? Pero
hoy en día, al reflexionar al respecto, tengo muy alta estima por las palabras de
Sr. Stooneg. Y una vez que ustedes tengan este sentimiento, podrán comprender
lo maravilloso que es esto.

¡Gracias a Dios! Ciertamente somos materiales de construcción para la


edificación de la morada espiritual de Dios. Si nosotros, en calidad de material
de construcción, somos separados del edificio, seremos inútiles, y al mismo
tiempo, la morada de Dios no podrá ser edificada sin nosotros, las piedras. Sin
nosotros, las piedras, la morada de Dios tendrá agujeros y los ladrones podrán
entrar en tal edificio. Puesto que yo soy material de construcción para la morada
de Dios, Dios no puede avanzar sin mí.

Hermanos, tienen que comprender que somos el material de construcción que el


Espíritu Santo utiliza para la edificación de la morada de Dios. Si usted está
solo, perderá las riquezas divinas y no tendrá la capacidad de contener a Dios.
Es imprescindible que usted esté unido a los hermanos y hermanas. Solamente
así podrá contener a Dios. Un cubo de madera hecho para contener agua y
transportarla, está hecho de piezas de madera. Si usted quita una de esas piezas,
el balde ya no podrá contener agua. Ninguna de las piezas habrá sido alterada
en cuanto a su naturaleza, pero habrá un cambio en cuanto a las riquezas que
puedan contener. Cada una de las piezas de madera podrá ser empapada con un
poco de agua, pero jamás podrá contener mucha agua, pues perderá todas las
riquezas. Nosotros somos la casa de Dios, y en cuanto nos aislamos, perdemos
todas las riquezas.

Hermanos y hermanas, hoy tal vez no puedan comprender esto con toda
claridad. Pero poco a poco, lo comprenderán cada vez más claramente. En
cuanto creen en el Señor, espontáneamente nace en ustedes la tendencia a tener
contacto con los demás hijos de Dios. En ustedes existe el anhelo por buscar
otros materiales, otras piedras. Ustedes deben hacer caso a su nueva naturaleza.
No se aíslen de los demás al aferrarse a sus propios conceptos.

C. Llegamos a ser el Cuerpo de Cristo


junto con todos los demás miembros

En tercer lugar, somos unidos a los demás en el Cuerpo de Cristo a fin de


constituir un único Cuerpo. Nosotros constituimos el Cuerpo de Cristo. Efesios
4:4 nos dice que el Cuerpo es uno solo. En 1 Corintios 12:12 se nos dice que los
miembros son muchos, pero que el Cuerpo es uno solo. Estos versículos nos
muestran que es imposible para un cristiano ser individualista. Como miembro
de la familia de Dios, es probable que yo sea una persona muy peculiar y es
posible que no me comunique con todos los hermanos y hermanas. Siempre y
cuando no surjan problemas entre mi padre y yo, puedo aislarme como un
solitario hijo de Dios. Asimismo, como morada de Dios, aun cuando sea una
piedra viva, me es posible permanecer aislado si no deseo ser edificado con los
demás. Antes que Pedro se uniera a la iglesia, él era una piedra viva, pero hasta
cierto punto era una piedra individual. Usted podría decir: “No me importa si
esto implica que haya un agujero en el edificio. ¡Qué lo haya! Yo quiero ser un
cristiano solitario”. Es posible que uno haga esto.

Sin embargo, además de ser una familia y un edificio, Dios afirma que somos un
Cuerpo. Quizás usted sea un ojo, o una mano, o una pierna del cuerpo. Un ojo es
útil únicamente si está en la cabeza, pero si es puesto en una botella, tal ojo se
tornará inútil. Una pierna es útil siempre y cuando forme parte del cuerpo; si
está colgada en una habitación, tal pierna será inútil. Les ruego que nunca
olviden que tanto el cuerpo como cada uno de sus miembros ejercen su función
de esta manera. Ningún miembro puede permitirse estar separado de los otros
miembros. Ellos participan de una relación indisoluble. Quizás alguien pueda
argüir que puede separarse de la familia de Dios, y también de la morada de
Dios. Pero le es imposible afirmar que puede separarse del Cuerpo de Cristo. Su
oreja no puede declararse independiente simplemente porque está descontenta
con los demás miembros. Asimismo, su mano no puede declararse
independiente simplemente porque está descontenta con los demás miembros.
Su pierna no puede decir: “Quiero que me dejen sola”. Ninguno de nosotros
tiene otra opción que no sea la de permanecer unidos.

La vida que recibimos no nos permite ser personas individualistas o solitarias.


El Señor no nos dio una vida independiente. Debemos recalcar este hecho: la
vida que el Señor nos dio no es una vida que se caracterice por ser
independiente. Por el contrario, la vida que hemos recibido es sustentada por la
vida de otros miembros. Si hubiésemos recibido una vida independiente,
podríamos vivir por nosotros mismos. Pero hemos recibido una vida que es
dependiente y que nos obliga a depender de nuestros hermanos y hermanas, así
como a ellos de nosotros.

Les pido que no olviden que un miembro jamás podrá permanecer firme por sí
mismo. Una vez que está solo, le será imposible sobrevivir. Una vez que está
aislado, pierde todas las riquezas, toda la vida. Si los santos y yo
verdaderamente constituimos un solo Cuerpo, ya no podré ser un cristiano
solitario. Esto ya debe haber quedado muy claro. La vida que hemos recibido
exige que estemos unidos a los demás.

D. Todos los cristianos llegamos a ser una sola entidad al unirnos a


otros cristianos

Espero que en cuanto usted llegue a ser un creyente, se una a otros cristianos.
No sea un cristiano que permanezca solitario después de ocho o diez años de ser
creyente. Una vez que usted llega a ser un cristiano, deberá comprender que la
vida que Dios nos dio es una vida dependiente. Dios no nos ha dado una vida
independiente. Debemos ser cristianos que están unidos a otros cristianos.
Entre nosotros, ninguno está aislado. Todos los cristianos están unidos a otros
cristianos.

Seguramente han escuchado que hay oficinas que están unidas a cierta empresa,
o dependencias unidas a un ministerio, así como de individuos que pertenecen a
un equipo de trabajo. Del mismo modo, todo cristiano está unido a otros
cristianos. Todos están unidos entre sí. A los ojos de Dios, ningún cristiano tiene
la fuerza para existir solo. Espero que ustedes estén unidos a otros desde el
comienzo de su vida cristiana. Espero que usted sea un cristiano que viva
uniéndose a muchos otros cristianos. Al hacer esto, recibirá el suministro, la
edificación, el amor y la comunión.

Este es el motivo por el cual un cristiano tiene que unirse a la iglesia. (La frase
unirse a la iglesia no es una expresión bíblica; sin embargo, la utilizamos para
que los nuevos creyentes nos puedan comprender). No podemos existir como
cristianos a puertas cerradas, tenemos que ser cristianos que están unidos a
otros cristianos. Nosotros debemos relacionarnos con los demás; debiéramos
ser como las lianas de las plantas trepadoras, es decir, siempre unidos a otros.
Como cristianos, debemos unirnos a otros cristianos.

II. A QUÉ IGLESIA DEBEMOS UNIRNOS

Debemos unirnos a la iglesia. Pero hay tantas iglesias, ¿a cuál debemos unirnos?
Si bien es cierto que algunos de los nuevos creyentes han escuchado el evangelio
a través de usted y han sido salvos por medio de usted, los más reflexivos entre
ellos no aceptarán su iglesia automáticamente por el mero hecho de que usted
los trajo al Señor. Ellos reflexionarán sobre este asunto y querrán saber a cuál
iglesia, de las tantas que existen, deberían unirse.

A. Las diferencias que existen


entre las muchas clases de iglesias

La historia de la iglesia es muy extensa, abarca más de dos mil años. A lo largo
de diversas épocas ha surgido una gran diversidad de iglesias. Esto ha dado
como resultado que surjan diferencias a causa de la diversidad de épocas.
Asimismo, las iglesias se han establecido en diversos lugares, lo cual hace surgir
diferencias determinadas por la geografía. Además, las iglesias también fueron
establecidas por medio de diversos siervos de Dios, lo cual ha resultado en
diferencias basadas en personas. De esta manera, podemos ver tres diferencias
que hay entre las iglesias, que son basadas en la época, el lugar o las personas. Y
esto no es todo. Debido a que la Biblia contiene muchas doctrinas, algunos han
establecido iglesias al recalcar cierta doctrina en particular, mientras que otros
han establecido otras iglesias al hacer énfasis en otras doctrinas. Como
resultado, la diversidad de énfasis en cuanto a ciertas doctrinas ha hecho que
también surjan diversas iglesias. Cuando surge cierta necesidad en determinado
lugar, surgen ciertos individuos enfatizando una determinada enseñanza. Como
consecuencia, se produce una determinada iglesia. Así pues, aquello que se
recalcó, se convierte en la base para formar una iglesia.
Los diversos factores mencionados en el párrafo anterior han llevado a la
formación de muchas iglesias. ¿Cuántas iglesias diferentes hay en el mundo
hoy? Existen más de mil quinientas clases de iglesias diferentes, y esto es
únicamente tomando en cuenta las iglesias más ortodoxas o mejor establecidas.
Además, esta cifra sólo refleja la diversidad de sistemas eclesiales, y no toma en
cuenta las diversas congregaciones locales afiliadas a un mismo sistema. Así
pues, si consideramos a los anglicanos, presbiterianos, metodistas y otros
grupos estables como una iglesia cada uno, habrá cerca de mil quinientas
iglesias. Hermanos, cuando yo me pongo en su lugar, ¡comprendo bien por qué
no es tarea fácil escoger entre mil quinientas iglesias!

Puesto que hay tantas iglesias y existe tanta confusión, ¿existirá un camino
correcto que podamos tomar delante del Señor? ¡Gracias a Dios, sí hay un
camino! Todavía podemos contar con la Palabra de Dios, leerla y descubrir qué
es lo que Dios tiene que decir al respecto. Gracias a Dios que la Biblia nos ha
mostrado a qué iglesia debemos unirnos. Dios no nos ha dejado en la oscuridad.

B. Los motivos por los cuales


existen diversas iglesias

1. Lugares diferentes

Examinemos en detalle las divisiones que hay en la iglesia. Algunas de ellas


surgieron a causa de la diversidad de localidades. Por ejemplo, la Iglesia
Anglicana es en realidad la iglesia de Inglaterra. La palabra anglicana quiere
decir “procedente de Inglaterra” y, de hecho, esta iglesia es la iglesia oficial de
Inglaterra. Pero cuando se extendió de Inglaterra a los Estados Unidos, se
convirtió en la Iglesia Episcopal o la Iglesia de Inglaterra en los Estados Unidos.
Cuando esta iglesia llegó a China, se convirtió en la Iglesia de Inglaterra en
China. Además, cuando la Iglesia de Inglaterra en los Estados Unidos se
extendió a China, se convirtió en la Iglesia de Inglaterra de los Estados Unidos
en China. Como resultado, tenemos la Iglesia Anglicana China Estadounidense”.
¡Qué enredo es este!

Examinen el caso de la Iglesia Católica. La Iglesia Católica es, en realidad, la


Iglesia de Roma. Nosotros que vivimos en Shanghái, ¿qué tenemos que ver con
la Iglesia de Roma? Es incorrecto que la Iglesia de Roma establezca iglesias en
otros lugares. Ello implica una confusión de localidades. ¿Qué está haciendo la
Iglesia Anglicana en los Estados Unidos? ¿Qué está haciendo la Iglesia
Estadounidense en China? ¿Qué está haciendo la Iglesia Romana en Shanghái?
¿Qué está haciendo la Iglesia de Shanghái en Fuzhou? Todas las iglesias
fundadas sobre la base de un lugar, a la larga se hacen una confusión.

2. Épocas diferentes
Eso no es todo. Muchas iglesias están divididas por causa de las diversas épocas.
Las diferentes iglesias que existen fueron establecidas en épocas diferentes.
Tomen en cuenta lo que sucedió en China: En primera instancia, fueron los
nestorianos quienes establecieron sus iglesias en la época de la dinastía Tang
cuando evangelizaron China. Los nestorianos eran cristianos que vinieron a
China a predicar el evangelio cuando imperaba la dinastía Tang. La Iglesia
Católica Romana vino desde el occidente a establecer iglesias cuando la dinastía
Ming gobernaba China. Así pues, las iglesias establecidas en la época en que
gobernaba la dinastía Tang no podían unirse a las iglesias establecidas en la
época de la dinastía Ming, debido a que se trataba de iglesias establecidas
durante épocas distintas. Cuando los protestantes llegaron a China durante la
dinastía Ching, ellos también establecieron más iglesias. Ahora tenemos las
iglesias de la dinastía Tang, las iglesias de la dinastía Ming y las iglesias de la
dinastía Ching. La Asamblea de los Hermanos llegó a China después de la
formación de la república. Ahora contamos con otro grupo grande: la Asamblea
de los Hermanos, además de los nestorianos, los católicos romanos y los
protestantes. La Asamblea de los Hermanos constituye otro grupo de personas
que estableció otra iglesia. Muchas de estas iglesias surgieron a raíz de la
diversidad de épocas que les tocó existir. Así pues, en este caso podemos ver que
las iglesias se dividieron no solamente basados en la localidad de la que
procedían; sino que aun cuando todos los cristianos procedían del mismo lugar,
por el hecho de que las iglesias se establecieran durante épocas diferentes
también podía llegar a constituir un factor de división.

3. Personas diferentes

Eso no es todo. A lo largo de la historia de la iglesia también se suscitaron


divisiones basadas en las personas. La iglesia fundada por John Wesley se
convirtió en la Iglesia Wesleyana. La iglesia establecida por Martín Lutero llegó
a ser la Iglesia Luterana. Así, la iglesia llegó a dividirse por causa de las
diferentes personas. Existe una denominación wesleyana así como una
denominación luterana. Todos estos grupos se dividieron según las personas.

4. Se recalcan diferentes verdades

Algunas divisiones están basadas en las diferentes verdades sobre las cuales se
pone énfasis. Aquellos que recalcan la doctrina de la justificación por la fe son
llamados la Iglesia de la Justificación por la Fe (por ejemplo, la Iglesia
Luterana). Aquellos que recalcan la santidad han llegado a ser la Iglesia de la
Santidad. Los que ponen más énfasis en el Espíritu Santo son conocidos como la
Iglesia Pentecostal. Quienes recalcan los milagros apostólicos son llamados la
Iglesia de la fe Apostólica. Los que recalcan la independencia de las
congregaciones locales, son llamados la Iglesia Congregacional. Quienes
enfatizan la administración del presbiterio y creen en la sucesión de la autoridad
apostólica a través de los ancianos, son conocidos como la Iglesia Presbiteriana.
Los que afirman que la sucesión de la autoridad apostólica ocurre a través de los
obispos, son llamados la Iglesia de los Obispos. Ellos tienen un obispo para cada
iglesia. Aquellos que recalcan el bautismo por inmersión se han convertido en la
Iglesia Bautista. Aquellos que vinieron de la ciudad inglesa de Bath, son
llamados la Congregación de Bath. Esta clase de congregación existe en Cantón.
Incluso entre aquellos que creen en la justificación por la fe existen divisiones,
pues aquellos que vinieron de Alemania, son llamados luteranos, mientras que
los que proceden de Holanda son llamados la Iglesia Holandesa Reformada. Así
pues, vemos que entre las iglesias alrededor del mundo existen diferencias de
todo tipo. Cada iglesia tiene su propia historia y doctrina. En medio de tal
confusión, ¿qué camino deberíamos tomar? Realmente es difícil encontrar una
iglesia a la cual unirnos en nuestra localidad.

III. LO ÚNICO QUE DIFERENCIA A LAS IGLESIAS


ES LA LOCALIDAD EN LA QUE SE ENCUENTRAN

¿Habrá manera de que nosotros salgamos de semejante situación? ¡Sí! La Biblia


es muy sencilla y clara con respecto a la verdad acerca de la iglesia y está muy
lejos de ser confusa al respecto. Basta con considerar unos cuantos versículos.
Las palabras con las que comienzan muchas epístolas, como por ejemplo
Hechos o Apocalipsis, consisten en expresiones tales como la iglesia que está en
Roma, la iglesia que está en Jerusalén, la iglesia en Corinto, la iglesia en Filipos,
la iglesia en Éfeso, la iglesia que está en Colosas, y así por el estilo. En aquel
entonces había muchas iglesias. En el libro de Hechos se menciona la iglesia en
Antioquía y en el libro de Apocalipsis se mencionan siete iglesias. Es indudable
que existían diferencias entre las iglesias mencionadas en la Biblia, pero se hizo
una única distinción entre ellas. ¿En qué consistía tal distinción? Ustedes
mismos saben la respuesta porque se encuentra claramente señalada.

Algunas doctrinas bíblicas poseen dos facetas y es posible que nos resulte difícil
saber cuál aspecto debemos aplicar. Pero si una determinada verdad tiene una
sola faceta y, aun así usted yerra al respecto, esto será indicio de que usted es
muy necio y está ciego. Algunos pasajes bíblicos, por ejemplo, afirman que la
justificación es por la fe, mientras que otros sostienen que la justificación es
mediante las obras. Tenemos, por un lado, el libro de Romanos y, por otro, la
Epístola de Jacobo (o Santiago). Uno puede hallar justificación por estar
confundido al respecto. Pero con respecto a la iglesia, existe un único camino.
Simplemente no hay justificación para que alguien esté confundido al respecto.
Corinto es una localidad, al igual que lo son Éfeso, Colosas, Roma y Filipos.
Todas ellas son localidades. En otras palabras, la iglesia puede estar dividida
únicamente por las localidades y ninguna otra cosa más. ¿Entendemos
claramente esto? Corinto, Éfeso y Colosas son ciudades. Por tanto, los límites de
la iglesia son los límites de la ciudad o la localidad.

A. Todo lo que sea menor que la localidad


no es la iglesia

Independientemente de cuán grande sea una iglesia, ésta no puede extenderse


más allá de los límites de su localidad. Al mismo tiempo, no importa cuán
pequeña sea una iglesia, no puede tomar nada menos que su localidad como su
unidad. Si los límites de una iglesia son más reducidos que los de su localidad,
ella no puede ser considerada la iglesia de esa localidad. Igualmente, si los
límites de una iglesia sobrepasan los límites de su localidad, deja de ser la iglesia
de esa localidad. ¿Qué puede ser más reducido que una localidad? Por ejemplo,
en la iglesia de Corinto algunos decían: “Yo soy ... de Cefas”. Y otros decían: “Yo
soy de Pablo”, o “Yo soy ... de Apolos”, o “Yo soy ... de Cristo” (1 Co. 1:12). Ellos
habían dividido la iglesia de Corinto en cuatro secciones. Esto equivale a hacer a
la iglesia demasiado pequeña. Por tanto, Pablo les dijo que ellos causaban
división y eran sectarios. El primer capítulo de 1 Corintios nos muestra que es
incorrecto que una iglesia sea más pequeña que la localidad. ¿Era Pablo bueno?
¡Sí! ¿Era Apolos bueno? ¡Sí! ¿Era Pedro bueno? ¡Sí! Pero era erróneo dividir a la
iglesia en función de tales personas. La iglesia se divide según las localidades, no
según los apóstoles. Pablo afirmó que dividir a la iglesia en función de los
apóstoles es ser divisivos, ser sectarios y ser carnales. Dividir la iglesia de esta
forma es el camino que han tomado las denominaciones.

B. Los límites de la iglesia


no pueden exceder los de su localidad

También es erróneo que una iglesia exceda los límites de su localidad. Les pido
que lean lo que dice su Biblia al respecto. La Biblia habla de: “Las iglesias de
Galacia” (1 Co. 16:1), “las iglesias de Asia” (v. 19) y “las iglesias de Judea” (Gá.
1:22). En Judea había muchas localidades con iglesias en ellas. Por eso nos
referimos a ellas como “las iglesias” de Judea. Vemos esto en Hechos. En el libro
de Gálatas, se mencionan “las iglesias de Galacia”. En Apocalipsis 1:4 vemos “las
... iglesias que están en Asia”. Después de leer estos pasajes de la Escritura,
deberíamos comprender claramente lo que dice la Biblia al respecto. Ninguna
iglesia debe exceder los límites de su localidad. Galacia era una provincia del
Imperio Romano, por tanto, no era una localidad sino una región. Es por eso
que la Biblia no dice: “la iglesia de Galacia”, sino: “las iglesias de Galacia”.
Había muchas iglesias en Galacia. Es por ello que se usa la expresión iglesias, en
plural, en lugar de la expresión iglesia, en singular. Por tanto, es erróneo que
una iglesia exceda los límites de su localidad.
La Biblia no dice: “la iglesia de Asia”, sino: “las siete iglesias que están en Asia”.
Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea eran, todas ellas,
localidades de Asia. Estos siete lugares no se convirtieron en una iglesia unida,
sino que permanecieron como siete iglesias en Asia. Es incorrecto que una
iglesia exceda los límites de su localidad. Estas siete iglesias no se convirtieron
en una iglesia gigante. Podemos considerar que también se encontraban bajo el
mismo principio “las iglesias de Judea”, puesto que en aquel tiempo Judea era
una provincia de Roma. Inicialmente, Judea era una nación. Más tarde, se
convirtió en una provincia. En la provincia de Judea, había muchas localidades
con sus respectivas iglesias. Estas iglesias no podían combinarse a fin de
conformar una sola iglesia.

Tenemos que comprender que el Señor ha dispuesto que solamente exista “la
iglesia en Fuzhou”; no puede existir “la iglesia XXX en Fuzhou”. Esto implicaría
que la iglesia ha tomado límites más reducidos que la localidad. Tampoco se
puede permitir que alguien decida unir a todas las iglesias de la provincia de
Fukien y hacer de ellas una sola iglesia. Únicamente podemos tener a “las
iglesias en Fukien”, no “la iglesia en Fukien”, pues eso sería hacer que la iglesia
excediese los límites de su localidad.

C. La iglesia debe llevar


únicamente el nombre de su localidad

Hermanos, tenemos que comprender claramente que la iglesia no puede llevar


el nombre de una persona, cierta doctrina, algún sistema o su lugar de origen.
Debiéramos poder identificar a una iglesia únicamente por el nombre de la
localidad, y no por el nombre de su lugar de origen. Solamente debiera existir
“la Iglesia en Fuzhou”, nunca debiera existir “la Iglesia de Shanghái en Fuzhou”.
No es posible tener la Iglesia Romana en Shanghái. La Iglesia Romana tiene que
regresar a Roma. Si algunos creyentes de la Iglesia Romana vienen a Shanghái,
ellos pueden formar parte de la iglesia en Shanghái, pero no pueden establecer
una Iglesia Romana en Shanghái. Ellos no pueden traer consigo su lugar de
origen. La Iglesia Anglicana debiera regresar a Inglaterra y los creyentes
anglicanos que vinieron a Shanghái debieran conformar la iglesia en Shanghái;
ellos no debieran traer la Iglesia Anglicana a Shanghái, pues la iglesia
únicamente puede ser una entidad local. En Su palabra, Dios ha dispuesto que
la iglesia debe ser dividida únicamente por localidades y no por nacionalidades.
No debiera existir una Iglesia China o una Iglesia Anglicana. Solamente puede
existir la iglesia que está en Londres y la iglesia que está en Shanghái. Estas son
únicamente localidades. Las iglesias se basan en localidades, no en
nacionalidades. En la Biblia no hay tal cosa como la Iglesia de Cristo en China.
No debieran hacerse distinciones de personas, nacionalidades o doctrinas. La
palabra de Dios permite únicamente una clase de distinción: la distinción
basada en la localidad. En cualquier lugar que uno se encuentre, uno es
miembro únicamente de la iglesia en esa localidad. Si uno desea cambiar de
iglesia, deberá cambiar de localidad. Si yo estoy en Fuzhou y no me llevo bien
con un hermano allí, existe una sola manera de dejar la iglesia en Fuzhou: tengo
que dejar Fuzhou. Dios únicamente reconoce las diferencias en cuanto a la
localidad; Él no reconoce ninguna otra diferencia. Espero que, por la
misericordia de Dios, ustedes comprendan que solamente existe una iglesia y
que esta iglesia es local.

IV. CÓMO UNIRSE A LA IGLESIA

Por último, ¿cómo nos unimos a la iglesia? La Biblia no habla acerca de unirse a
la iglesia. El hecho de que la Biblia no hable de eso, invalida de por sí la
expresión unirse a la iglesia. Sin embargo, nos vemos obligados a prestarnos
expresiones humanas como ésta. A falta de una mejor expresión, seguiremos
valiéndonos de la expresión unirse a la iglesia.

A. “Unirse a la iglesia” no solamente es algo innecesario, sino que es


algo imposible

Tenemos que comprender que la Biblia nunca habla acerca de unirse a la iglesia.
Es imposible unirse a la iglesia. Es como si una oreja quisiera decidir unirse al
cuerpo y ser una oreja. Ni el mejor de los cirujanos puede hacer esto. Nadie
puede unirse a la iglesia. Si usted está adentro, está adentro; si no está adentro,
simplemente no lo está. Formar parte de la iglesia no quiere decir que uno haya
pasado un examen a fin de ser un miembro de la iglesia. Si una persona desea
“unirse” a la iglesia, primero tiene que formar parte de ella.

Si alguno, por la misericordia de Dios, ve algo con respecto al pecado y la sangre


de Cristo y, a raíz de ello, recibe de parte de Dios la salvación, el perdón y una
nueva vida habiendo sido regenerado por la resurrección de Cristo, entonces,
Dios ya puso a tal persona en la iglesia. Ella ya forma parte de la iglesia, ya está
dentro de la iglesia y no hay necesidad de que se una a la misma. Ciertas
personas todavía piensan que se pueden unir a una iglesia. Pero si existe una
iglesia a la que uno pueda unirse, entonces, ciertamente no se trata de la iglesia
auténtica. Es posible unirse a tal iglesia porque es una iglesia falsa. Si fuera la
iglesia genuina, nadie podría unirse a ella aun cuando se esforzara por hacerlo.
Siempre y cuando usted pertenezca al Señor y haya sido engendrado por Él, ya
forma parte de la iglesia y no es necesario que se una a ella.

Por tanto, no solamente no es necesario, sino que además, es imposible que uno
se una a la iglesia. No es posible unirse a la iglesia aun cuando uno intente
hacerlo. De cualquier modo, si uno ya forma parte de la iglesia, no es necesario
que se una a ella. Aquellos que ya están en la iglesia, no necesitan unirse a ella.
Aquellos que desean unirse a la iglesia, no están en ella ni pueden unirse a ella.
De esto se trata la iglesia. La iglesia es una institución muy peculiar. En
realidad, la cuestión estriba en si usted ha nacido de Dios o no. Si ha nacido de
Dios, ya forma parte de la iglesia. Si usted no ha nacido de Dios, no puede unirse
a la iglesia aunque lo intente. No es posible unirse a una iglesia por medio de
firmar un documento, pasar un examen, redactar sus resoluciones o
simplemente tomar la decisión de hacerlo. Si usted ha nacido de Dios, ya forma
parte de la iglesia. Damos gracias a Dios que todos nosotros formamos parte de
la iglesia y no necesitamos unirnos a ella.

B. Es necesario que procuremos tener


comunión en la iglesia

Si este es el caso, ¿por qué estamos diciéndole que se una a la iglesia?


Simplemente nos hemos prestado una expresión a fin de poder comprender este
punto. Usted ya es miembro de la iglesia. Si bien es cierto que Dios ya lo salvó,
también es cierto que usted vive rodeado de otros seres humanos. Algunos de
ellos tal vez no lo conozcan. Los hermanos tal vez no lo reconozcan. La fe es algo
que surge en nuestro interior y nadie más sabe al respecto. Es por ello que
debemos procurar tener comunión. Tenemos que ir a la iglesia y decirle a los
demás: “Yo soy un cristiano, les ruego me reciban como tal”.

Si mi padre es chino, yo no tengo que hacerme chino, pues ya lo soy. Si soy un


creyente pero la iglesia no me conoce, puedo ir a la iglesia y decir: “Ustedes no
me conocen, pero yo soy un cristiano. Les ruego me permitan participar de
vuestra comunión. Recíbanme como uno de vosotros”. Cuando los hermanos se
percaten de que usted es verdaderamente uno de ellos, ellos tendrán comunión
con usted. Esto es lo que significa unirse a la iglesia.

Usted ya es una persona que está en Cristo. Ahora debe procurar tener
comunión con los hijos de Dios. Debe procurar la comunión de los miembros, la
comunión del Cuerpo, y aprender a servir debidamente a Dios en la iglesia. Una
vez que los ojos de su entendimiento le hayan sido abiertos para comprender
esto, gracias al Señor, usted habrá dado otro paso adelante.

CAPÍTULO SIETE

LA IMPOSICIÓN DE MANOS

Lectura bíblica: He. 6:1-2; Hch. 8:14-17; 19:5-6; Sal. 133; Lv. 1:4; 3:2, 8, 13;
4:4, 15, 24, 29, 33
La Biblia nos muestra claramente que es necesario bautizar a las personas y
también nos indica claramente que es necesario que tales personas reciban la
imposición de manos. En el libro de Hechos podemos ver esto en dos ocasiones:
una vez en Samaria y la otra en Éfeso. En ambos casos, al bautismo le siguió la
imposición de las manos. Es evidente que tal era la práctica de los apóstoles en
aquellos días. Hoy en día, si los hijos de Dios solamente son bautizados pero no
reciben la imposición de las manos, su experiencia no es completa. La Biblia
contiene claramente tanto la enseñanza como el modelo a seguir a este respecto.

I. LA IMPOSICIÓN DE MANOS
ES UNA VERDAD FUNDAMENTAL

Hebreos 6:1 nos dice que debemos dejar la palabra de los comienzos de Cristo
para avanzar hacia la madurez. En la vida cristiana existe un número de
diversas verdades, las cuales jamás debemos transigir. Ellas son verdades
fundamentales. No es necesario que un creyente ponga tales fundamentos una y
otra vez. Sin embargo, es necesario que tal fundamento esté establecido. ¿En
qué consiste la palabra de los comienzos de Cristo? Esta palabra se refiere al
arrepentimiento, la fe, el bautismo, la imposición de manos, la resurrección y el
juicio. La Biblia nos muestra claramente que el fundamento de la palabra de
Cristo incluye el bautismo y la imposición de manos. Si hemos recibido el
bautismo sin haber recibido la imposición de manos, carecemos de tal
fundamento para poder ir en pos de Cristo.

El error de la iglesia hoy es completamente distinto del error que cometieron los
creyentes hebreos en aquellos tiempos. Los creyentes hebreos ya habían puesto
el fundamento y, a pesar de ello, querían volver a poner el mismo fundamento
una y otra vez, con lo cual estaban dando vueltas en círculos. ¿Qué acerca de la
iglesia hoy? Si bien ha avanzado, sus fundamentos no están bien establecidos. El
apóstol les dijo a los creyentes hebreos que dejaran la palabra de los comienzos
de Cristo y se esforzaran por alcanzar la madurez. En el caso de los cristianos de
hoy, ellos procuran avanzar demasiado rápido sin haber establecido tal
fundamento. Son demasiado apresurados. Ustedes tienen que comprender que
la imposición de manos forma parte del fundamento de la palabra de Cristo.
Quienes ya hayan puesto tal fundamento deben avanzar, mientras que aquellos
que no hayan echado tales cimientos, tienen que establecerlos. Así pues, la
enseñanza que nos ocupa hoy difiere de la enseñanza del apóstol de aquel
entonces en esto: él exhortaba a las personas que dejaran algo atrás, mientras
que nosotros estamos exhortándolos a que se vuelvan hacia atrás a fin de
recuperar tales cosas.

Si usted tiene que edificar una casa que requiere de seis piedras como
fundamento, no puede descuidarse y perder una. Si falta una, habrá problemas
en algún momento. Todo lo que sirve de fundamento es indispensable. Si el
bautismo, que forma parte de tal fundamento, es omitido, esto generará
problemas en el futuro. Si la imposición de manos, como otra de las partes que
conforma el fundamento, no se ha hecho, esto igualmente generará problemas
en el futuro. No podemos permitirnos ser descuidados con respecto a los
fundamentos. Uno no puede edificar una casa sobre fundamentos que no están
bien establecidos. Si se omite parte de tales fundamentos, tales fundamentos
tienen que ser completados antes de proceder con el resto de la edificación.

II. EL SIGNIFICADO DE LA IMPOSICIÓN DE MANOS

Ya tratamos acerca del bautismo y lo que éste realiza en nuestro beneficio. El


bautismo nos rescata del mundo. Por medio del bautismo, uno es salvo del
mundo y hecho libre del mismo. A la vez, el bautismo nos pone en Cristo y nos
da derecho a participar de Su resurrección. Pero, ¿qué es lo que hace la
imposición de las manos por nosotros? ¿Qué significado tiene la imposición de
manos?

Las respuestas a estas preguntas pueden ser halladas en Levítico 1, 3 y 4. Estos


son los capítulos que con mayor frecuencia hacen referencia a la imposición de
manos en el Antiguo Testamento. ¿Qué significado encierra el que una persona
imponga sus manos sobre la cabeza de un animal en el Antiguo Testamento? Tal
acto encierra dos significados.

A. La identificación

El primer significado es la identificación. En el primer capítulo de Levítico,


imponer las manos sobre la cabeza de un animal significaba que el oferente y la
ofrenda eran hechos uno, a raíz de esto surge la siguiente pregunta: ¿Por qué
una persona que acudía al Señor a fin de ofrecer algo, ya sea que se trate de una
ofrenda por el pecado o un holocausto, no se ofrecía a sí misma en lugar de un
buey o una cabra? Dios es dueño de todos los bueyes y cabras que hay en el
mundo. ¿Acaso Dios necesita que le ofrezcan bueyes y cabras? Si un hombre se
presenta delante del Señor, primero deberá ofrecerse a sí mismo. Si se carece de
esto, ninguna otra ofrenda podrá satisfacer a Dios. Así pues, una ofrenda
significa la consagración del oferente, y no el mero sacrificio de un buey o una
cabra.

Sin embargo, si voy al altar y me sacrifico a mí mismo al entregar mi cuerpo


para ser sacrificado e incinerado como holocausto, ¿no estaría actuando igual
que los adoradores de Moloc mencionados en el Antiguo Testamento? Aquellos
que adoraban a Moloc no le sacrificaban bueyes y cabras, sino a sus propios
hijos. Si nuestro Dios exigiera que nosotros mismos nos ofreciéramos en
sacrificio a Él, ¿no sería nuestro Dios igual a Moloc? Moloc exige la sangre de
nuestros hijos, mientras que Dos exige que nos ofrezcamos como ofrendas. Si
nosotros tuviéramos que ser incinerados, ¿acaso no significaría esto que las
exigencias de nuestro Dios son más severas que las de Moloc?

En cierto sentido, es cierto que las exigencias de Dios son más severas que las de
Moloc. Pero, al mismo tiempo, Dios ha provisto una manera en la que podemos
ofrecernos nosotros mismos sin tener que ser incinerados. ¿En qué consiste tal
manera? Consiste en tomar un buey e imponer nuestras manos sobre él. La
parte más importante de un buey es su cabeza. Uno también puede tomar un
macho cabrío e imponer sus manos sobre él. Así pues, uno pone ambas manos
sobre el buey o el cabrito y, delante de Dios, ya sea audiblemente o en silencio,
uno ora: “Este soy yo. Yo soy el que debiera estar en el altar y yo soy el que
debiera ser incinerado en sacrificio. Yo debiera ser el sacrificio y el que haga
remisión por mis propios pecados. Merezco la muerte. Me ofrezco a Ti como
holocausto de olor grato para Ti. ¡Oh Señor! Traigo delante de Ti este buey e
impongo mis manos sobre su cabeza. Con esto quiero decir que yo y este animal
somos una sola entidad y que somos iguales. El hecho de que yo pida al
sacerdote que mate a este animal equivale a que soy yo el que está siendo
inmolado. Cuando la sangre de este animal sea derramada, será mi sangre la
que se derrame. Cuando este animal sea puesto en el altar, seré yo quien esté
sobre el altar”.

¿Acaso no fue esto lo que sucedió con nosotros cuando fuimos bautizados?
Cuando nos sumergimos en el agua, dijimos: “Esta es mi sepultura. Aquí estoy
siendo enterrado por el Señor”. Tomamos el agua como nuestra sepultura.
Ahora, al imponer nuestras manos sobre la cabeza del buey, nos identificamos
con dicho buey y, al ofrecerlo, en realidad nos estamos ofreciendo nosotros
mismos a Dios, pues el buey nos representa.

Por tanto, la imposición de manos significa identificación. En el Antiguo


Testamento, el principal significado de la imposición de manos es el de
identificarse con la ofrenda. Es decir, yo y la ofrenda somos una sola entidad y
compartimos la misma posición. Así, cuando la ofrenda es elevada delante de
Dios, yo también estoy siendo elevado a Dios en calidad de ofrenda.

B. Trasmite bendiciones

La imposición de manos tiene otro significado según el Antiguo Testamento.


Según Génesis, Isaac impuso sus manos sobre sus dos hijos. Jacob hizo lo
mismo con sus dos nietos, Efraín y Manasés. Cuando Jacob les impuso las
manos a sus dos nietos, él puso cada una de sus manos sobre la cabeza de cada
uno de sus nietos y los bendijo. Así, él transmitió sus bendiciones a sus dos
nietos. Él los bendijo y pidió bendiciones para ellos. Como resultado de ello, las
bendiciones fueron derramadas sobre ellos.

Tenemos que comprender el significado de la imposición de manos en estos dos


aspectos. Uno es la unión o identificación, y el otro es la transmisión. Ambas
constituyen una especie de comunión. La comunión nos une a otros y nos hace
uno con ellos. La comunión también transmite nuestra fortaleza a otros.

III. EL CUERPO DE CRISTO Y LA UNCIÓN

Debemos comprender por qué los cristianos deben recibir la imposición de


manos. Después que creímos en el Señor y fuimos bautizados, ¿por qué es
necesario que los apóstoles, en su calidad de representantes del Cuerpo, vengan
y nos impongan las manos?

A. Dios derrama el óleo sobre


todo el Cuerpo de Cristo

Primero, permítanme explicar brevemente la relación que existe entre el Cuerpo


de Cristo y la unción. Por favor, leamos 1 Corintios 12:12-13 y Salmos 133. El
cristianismo es verdaderamente muy particular. ¿Qué es tan especial al
respecto? Tiene que ver con el hecho de que Dios obtuvo un hombre en la tierra.
Este hombre se sujetó perfectamente a Dios, representó a Dios y vivió la vida de
Dios con absoluta integridad. Hoy en día, Dios lo ha hecho tanto Señor como
Cristo. Dios ha derramado Su Espíritu sobre este hombre, Jesús el nazareno.
Cuando Dios derramó Su Espíritu sobre Él y lo invistió del mismo, Dios no
estaba derramando Su Espíritu sobre Él como individuo, sino que derramó Su
Espíritu sobre Él en Su calidad de Cabeza del Cuerpo. Así pues, la unción de
Dios recae sobre la Cabeza. El Señor Jesús no estaba recibiendo la unción de
parte de Dios en calidad de individuo, sino que estaba ocupando la posición de
Cabeza del Cuerpo cuando recibió el Espíritu sobre Sí. En otras palabras, Él fue
ungido por Dios en beneficio de todo el Cuerpo.

Por eso a Él se le llama “el Ungido” y a nosotros también nos llaman “los
ungidos”. Su nombre es Christos y nuestro nombre es Christoi, o sea, cristianos,
hombres de Cristo. Él es la Cabeza y la iglesia es el Cuerpo. Dios no desea
obtener simplemente un individuo en la tierra. Más bien, Él está en procura de
un hombre colectivo: la iglesia. Por sí misma, la iglesia en la tierra no es capaz
de satisfacer a Dios; no puede llevar a cabo lo que tiene que ser llevado a cabo y
tampoco es capaz de sostener el testimonio de Dios, debido a que no posee el
poder de Dios. Por tanto, es necesario que Dios unja a la iglesia. Al recibir la
unción de Dios, la iglesia es capaz de satisfacer las exigencias de Dios. La unción
implica la autoridad de Dios. La autoridad de Dios se ha derramado sobre la
iglesia por medio de Su unción.
Sin embargo, Dios no unge a uno o dos miembros, ni tampoco unge a todos los
miembros. Dios únicamente unge a la Cabeza. Si los hijos de Dios han de
conocer el Espíritu Santo, primero tienen que conocer el Cuerpo. El Espíritu
Santo no le es dado primero al Cuerpo, sino a la Cabeza. El Cuerpo entero recibe
la unción porque Dios ha ungido a la Cabeza. ¿Está esto claro? No es cuestión de
que un miembro reciba individualmente el Espíritu Santo, ni tampoco se trata
de que todos los miembros lleguen a recibir el Espíritu Santo. Es la Cabeza la
que recibe la unción.

B. Recibimos la unción al permanecer


en la posición del Cuerpo

¿Cómo entonces, podemos recibir el aceite de la unción? Debemos permanecer


en el Cuerpo a fin de recibir la unción. Si permanezco en el Cuerpo y asumo la
posición que me corresponde en el Cuerpo, la unción descenderá sobre mí
espontáneamente cuando ésta sea derramada sobre la Cabeza. La unción no me
es dada solamente a mí. Es inconcebible que yo pretenda pedir la unción
solamente para mí. Hay muchos que son privados de toda bendición debido a
que acuden a Dios solos, esperando obtener por sí mismos tanto el Espíritu
Santo como la unción.

Por favor, recuerden que el óleo fue derramado sobre la cabeza de Aarón. Dicho
óleo descendió hasta la barba de Aarón y hasta el borde de sus vestiduras. Las
vestiduras de Aarón llegaban hasta sus pies y cubrían todo su cuerpo. A medida
que era derramado sobre su cabeza, el óleo descendía hasta el extremo inferior
de su cuerpo. Hoy en día, si alguien disfruta de la unción, se debe su posición en
el Cuerpo y no a causa de su condición personal delante de Dios. Si usted
permanece bajo la Cabeza, la unción llegará hasta usted. Pero si usted no
permanece bajo la Cabeza, la unción no llegará hasta usted. Recibir la unción no
es una cuestión personal, ni algo que solamente atañe a todo el Cuerpo. Es
cuestión de estar en el Cuerpo y bajo la Cabeza. Si el Cuerpo se sujeta a la
Cabeza y permanece en la posición apropiada, recibirá la unción.

Nosotros necesitamos el poder del Espíritu Santo para nuestro andar espiritual.
Dejaremos de andar conforme a la carne únicamente cuando la unción ha
llegado a ser nuestro poder. La unción no es derramada sobre la carne del
hombre. Debemos recordar esto. No podemos actuar conforme a nuestras
propias ideas. Necesitamos la unción, pero no podremos recibirla por medio de
ruegos u oraciones hechas por cuenta propia. Únicamente si permanecemos en
una relación normal con el Cuerpo podremos recibir la unción.

Es imprescindible que entendamos que la Biblia nunca habla de ungir al


Cuerpo. Únicamente la Cabeza es ungida. Pero, cuando la Cabeza es ungida,
nosotros también, por ser Su Cuerpo, recibimos la unción. La unción no fue
derramada sobre el cuerpo de Aarón, sino sobre su cabeza. No obstante, la
unción descendió desde la cabeza de Aarón hasta el borde de sus vestiduras y
sobre todo su cuerpo. Solamente los necios procuran una unción individual o
una unción únicamente para el Cuerpo. Todos nosotros debemos sujetarnos a la
Cabeza y permanecer en aquella posición que la Cabeza desea que asumamos.
Solamente entonces habremos de recibir la unción.

C. La imposición de manos se realiza


por medio de los representantes de Cristo
y Su Cuerpo: los apóstoles

La Palabra de Dios nos muestra que cada vez que una persona es bautizada en
Cristo, la autoridad delegada establecida por Dios, como son los apóstoles y, en
nombre de la Cabeza y el Cuerpo, deben imponer las manos sobre aquel que se
bautizó. Esto nos muestra el significado de la imposición de manos. Cuando una
persona la recibe, inclina su cabeza. Esto significa que a partir de ese momento,
dicha persona no volverá a poner al descubierto su propia cabeza, sino que su
cabeza estará sujeta a la autoridad. En vez de ponerse al descubierto, dicha
persona permanecerá bajo autoridad.

Si un apóstol, un representante del Cuerpo, me impone las manos, esto quiere


decir que él y yo tenemos comunión y que hemos llegado a ser uno. Los
apóstoles representan al Cuerpo porque Dios primero colocó apóstoles en la
iglesia. Por eso ellos representan a la iglesia. Si un apóstol, que representa a la
iglesia, le impone las manos diciendo: “Hermano, eres uno con el Cuerpo de
Cristo”, entonces la unción que proviene de la Cabeza llegará hasta usted.
Debido a que es uno con el Cuerpo, la unción llega a usted. Esta es la razón por
la cual el apóstol le impone las manos. La imposición de manos hace que nos
identifiquemos con el Cuerpo de Cristo.

El apóstol no solamente representa a la iglesia, sino también a Cristo. Dios


primero puso apóstoles en la iglesia. Ser primero implica poseer autoridad. En
otras palabras, los apóstoles son la autoridad delegada. Por tanto, si la mano de
un apóstol está sobre su cabeza, no solamente la iglesia le está imponiendo las
manos, sino también Cristo mismo. Esto significa ser traídos por el Señor bajo
Su autoridad. Desde ese momento, usted está bajo la cabeza de Cristo.

IV. CÓMO DEBEMOS RECIBIR LA IMPOSICIÓN DE MANOS

A. Debemos estar sujetos


a la autoridad de la Cabeza

Tenemos que estar sujetos a la autoridad de la Cabeza y tenemos que actuar


como miembros del Cuerpo de Cristo. Nunca debiéramos presumir de poder
avanzar por nosotros mismos. La propia naturaleza de la cual fuimos hechos
partícipes cuando fuimos salvos, hace de nosotros miembros del Cuerpo. Esta
misma naturaleza no permite que permanezcamos solos. Una vez que nos
encontramos solos, moriremos. Podemos vivir únicamente si estamos ligados al
Cuerpo.

B. Debemos comprender
la importancia de la identificación

Tenemos que comprender la importancia que tiene la identificación. Sólo


después de que hayamos comprendido lo importante que es la identificación,
nos podrá ser transmitida la bendición. Si no comprendemos la importancia de
la identificación, nos será imposible recibir la bendición de la transmisión. La
idea central subyacente a la imposición de manos es la identificación. Si bien la
imposición de manos también cumple la función de transmitir, su significado
fundamental es la identificación.

C. Debemos comprender que


vivimos por medio de todo el Cuerpo

En la actualidad, si los hermanos le imponen las manos, no se trata de un acto


vano o irreflexivo. Sus ojos deben ser abiertos para comprender que, desde ese
día, usted llegó a ser uno de los muchos hijos, una de las muchas células y uno
de los muchos miembros del Cuerpo. Así pues, por ser usted un miembro, vive
por medio de todo el Cuerpo. Por tanto, si vive como si fuera un cristiano
solitario, estará acabado y será inútil. En cuanto usted deje de tener comunión
con otros hijos de Dios, surgirán problemas. No importa cuán fuerte sea, le será
imposible sobrevivir por sí mismo. No importa cuán grande y maravilloso sea, si
se separa del Cuerpo usted morirá. Usted no puede jactarse de su poder, pues
usted es poderoso únicamente debido a que está en el Cuerpo. Este es el
beneficio que le fue otorgado mediante la imposición de manos. En cuanto usted
se aparte del Cuerpo, estará acabado.

En el momento en que otros le impongan las manos, usted deberá tener la


siguiente convicción interna: “Señor, yo no puedo vivir por mí mismo. Confieso
que soy un miembro del Cuerpo y que sin el Cuerpo no puedo vivir. Sin el
Cuerpo no puedo recibir la unción”. ¿Entienden esto claramente? La unción es
aplicada a la Cabeza. Por tanto, usted tiene que ponerse bajo autoridad; es decir,
junto a los otros hijos de Dios tiene que sujetarse a la autoridad de la Cabeza.
Tiene que sujetarse a la Cabeza, tanto a nivel individual como en unidad con los
demás. Usted tiene que sujetarse directamente a la Cabeza así como sujetarse a
la Cabeza de manera indirecta al hacerlo junto con todo el Cuerpo. Si hace esto,
la unción descenderá sobre usted. Si usted permanece en esta posición, de
manera espontánea la unción fluirá hacia usted.
V. LOS DOS CASOS DE IMPOSICIÓN DE MANOS
MENCIONADOS EN EL LIBRO DE HECHOS

A. El caso ocurrido en Samaria

Para finalizar, examinaremos los casos que tuvieron lugar en Samaria y en


Éfeso. Como resultado de la visita evangelizadora de Felipe a Samaria, un grupo
de personas creyó y fue bautizada; sin embargo, no recibieron al Espíritu Santo.
Los apóstoles en Jerusalén se enteraron de esto y enviaron a Pedro y a Juan a
Samaria para que ellos orasen pidiendo que el Espíritu Santo descienda sobre
los nuevos creyentes. Mientras oraban, les impusieron las manos. Como
resultado de ello, el Espíritu Santo vino sobre ellos y los ungió.

El bautismo es una declaración pública de que hemos abandonado el mundo,


mientras que la imposición de manos es una declaración pública de que hemos
pasado a formar parte del Cuerpo. Se trata de dos facetas de una misma
realidad. Por un lado, somos bautizados y abandonamos el mundo, esto tiene un
sentido negativo. Por otro, pasamos a formar parte del Cuerpo en el momento
mismo en el que alguien nos impuso las manos. Puesto que formamos parte del
Cuerpo, debemos identificarnos con todos los hijos de Dios y debemos
sujetarnos a la autoridad de la Cabeza. Si posicionamos todo nuestro ser bajo la
autoridad de la Cabeza, experimentaremos que la unción fluye en nuestro
interior. Una vez que nuestra posición es la correcta, la unción fluirá hacia
nosotros. Si estamos en la posición errada, la unción no fluirá hacia nosotros.
Los samaritanos creyeron en el Señor y fueron salvos, sin embargo, se
encontraban en una situación muy particular: el Espíritu Santo no había sido
derramado sobre ellos. Los apóstoles vinieron y les impusieron las manos, con
lo cual los pusieron bajo la autoridad de la Cabeza al unirlos a todo el Cuerpo.
En ese momento algo maravilloso sucedió: el Espíritu Santo descendió sobre
ellos y la unción fluyó hacia ellos.

B. El caso ocurrido en Éfeso

Examinemos ahora lo ocurrido en Éfeso. Durante uno de sus viajes


evangelizadores, Pablo llegó a Éfeso, en donde conoció a doce discípulos que
solamente habían recibido el bautismo de Juan. Pablo les preguntó:
“¿Recibisteis al Espíritu Santo cuando creísteis?”. A lo cual ellos contestaron:
“Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo”. Pablo les preguntó entonces:
“¿En qué, pues, fuisteis bautizados?” (Hch. 19:2-3). Pablo reconoció el
problema: ellos no poseían el fundamento apropiado.

¿Cómo es posible que algunas personas no tengan el Espíritu Santo si ya han


creído en Jesús? Definitivamente sus cimientos no estaban bien establecidos.
¿En qué habían sido bautizados? Es fácil hallar la respuesta. Ellos únicamente
habían recibido el bautismo de Juan, pero no habían sido bautizados en Cristo.
Por tanto, Pablo les dijo que necesitaban bautizarse nuevamente, esta vez en el
nombre de Cristo. Luego Pablo les impuso las manos. La imposición de las
manos sigue al bautismo. Es necesario que uno pase a formar parte del Cuerpo y
se sujete a la autoridad de la Cabeza. Este es el significado de la imposición de
las manos.

Si una persona no es bautizada, no puede recibir la imposición de manos.


Primero tiene que ser bautizada, dejar el mundo y unirse a Cristo, habiendo
muerto y resucitado. Después, uno tiene que comprender que debe vivir en
virtud del Cuerpo y que debe permanecer bajo la autoridad de la Cabeza.
Entonces, cuando reciba la imposición de manos, el Espíritu Santo será
derramado sobre él. La manifestación externa del Espíritu no constituye el
enfoque central de lo que uno recibe. Más bien, uno debe poner el énfasis en el
fluir interno de la unción.

El salmo 133 nos muestra que fue la Cabeza la que fue ungida. La unción de la
Cabeza equivale a la unción del Cuerpo, lo cual es igual a la unción de todos los
miembros. Damos gracias a Dios y le alabamos, porque cuando el aceite de la
unción descendió desde la Cabeza, nosotros pudimos recibirlo por estar en el
Cuerpo. Si poseemos la unción, es de poca importancia si el Señor nos confiere o
no ciertas señales externas. Les ruego que se percaten del hecho de que las
señales externas correspondientes al día de Pentecostés son cosas demasiado
externas; se trata de cosas que no son muy cruciales. Creemos que el Espíritu
Santo sigue siendo derramado sobre los hombres en la actualidad. Las señales
externas constituyen una mera manifestación de tal unción. Siempre y cuando
la unción haya sido derramada, no importa mucho si hay o no señales externas
de la misma. Lo que importa es el origen de la unción. La unción es derramada
cuando la unción de la Cabeza llega a convertirse en la unción sobre todos los
miembros. Por este motivo, las oraciones que acompañan a la imposición de
manos revisten inmenso significado.

VI. UNA EXCEPCIÓN QUE APARECE EN LA BIBLIA

Con respecto a la imposición de manos, la Biblia registra una única excepción.


Sucedió en la casa de Cornelio. El Espíritu Santo fue derramado sobre la casa de
Cornelio antes de cualquier bautismo o imposición de manos. La casa de
Cornelio constituyó una excepción porque, después del Pentecostés, todos los
apóstoles pensaban que la gracia del Señor era solamente para los judíos. Ellos
estaban muy conscientes de que ellos eran judíos y que el Señor Jesús también
era un judío, y que el Espíritu Santo fue derramado únicamente sobre judíos el
día de Pentecostés. Las tres mil personas que fueron salvas así como el posterior
grupo de cinco mil, estaba constituido exclusivamente por judíos. Aquellos que
recibieron la gracia del Señor eran judíos que estaban dispersos en otras
regiones y que habían retornado a Jerusalén. Hasta ese momento, la gracia del
Señor había sido experimentada únicamente por los judíos. Ellos no estaban
seguros si los extranjeros, los gentiles, pudieran ser partícipes de esta gracia. En
China, algunos todavía llaman a los extranjeros “demonios extranjeros”. Los
judíos maldecían a los extranjeros aún más, y los consideraban como bestias o
animales. Inclusive Pedro no pudo dejar tal postura y compartía el mismo punto
de vista que los demás.

No es fácil superar las barreras de la oscuridad del hombre. Es por ello que fue
muy importante que el Señor enviase a Pedro a la casa de Cornelio a fin de abrir
puerta a los gentiles para que ellos creyesen en Él. El Señor primero le dio a
Pedro una visión: un objeto semejante a un gran lienzo que descendía del cielo
conteniendo muchas cosas. El Señor le dijo a Pedro: “Mata y come” (Hch.
10:13). En cuanto Pedro vio el lienzo, de inmediato respondió: “Señor, de
ninguna manera; porque ninguna cosa profana e inmunda he comido jamás” (v.
14). Esto quiere decir que él nunca antes se había relacionado con los gentiles.
¿Qué debería hacer ahora? El lienzo descendió una vez, otra vez y una tercera
vez. Para entonces, Pedro había comprendido claramente. Si no hubiera sido
por esta visión, Pedro nunca habría comprendido claramente. ¡Nuestros
conceptos viejos son muy fuertes! Este objeto descendió de los cielos y el Señor
mismo le habló a Pedro, y aun así, Pedro tenía sus dudas. Todo lo que pudo
hacer el Señor fue retirar el lienzo; cuando éste descendió la segunda vez, el
Señor le habló a Pedro nuevamente, pero Pedro todavía no podía entender. El
lienzo fue retirado otra vez. La tercera vez, el Señor hizo descender nuevamente
el lienzo, le mostró a Pedro la visión una vez más y le habló nuevamente. En la
tercera ocasión, Pedro comprendió con claridad. Para entonces, Pedro ya no
podía decir: “No vi bien”, ni: “Olvidé lo que vi, me es difícil recordarlo”.

Después que esta visión le fuera revelada, vinieron hombres de Cesarea. Sólo
entonces Pedro se dio cuenta de que los gentiles también podían recibir la
salvación de Dios. Los perritos podían comer las migajas debajo de la mesa.
Entonces Pedro fue; pero, aun así, al llegar a la casa de Cornelio, él no osaba
bautizar a ninguno. La casa de Cornelio realmente creyó, pero Pedro no se
atrevía a bautizar a ninguno de ellos por temor a que los hermanos que estaban
con él lo rechazaran. Quizás ellos le dirían: “Pedro, estás actuando de manera
independiente”. En tales momentos, Pedro se encontró en una situación
incómoda. Él había entendido claramente, pero los hermanos no.

Fue en ese momento que el Señor derramó el Espíritu sobre los gentiles; es
decir, antes de que ellos fueran bautizados y antes de haber recibido la
imposición de manos. Cuando Pedro regresó, él pudo afirmar con toda
confianza: “Yo apenas les dije unas cuantas palabras, ni siquiera el evangelio les
había sido presentado claramente, pero, aun así, el Espíritu Santo fue
derramado sobre ellos. No me quedó otra alternativa que suplir lo que hacía
falta y bautizarlos”. El bautismo tiene como propósito dejar el mundo y entrar a
Cristo, mientras que la imposición de manos es para recibir la unción. La casa
de Cornelio ya había recibido la unción. Por ende, ya no había necesidad de
imponerles las manos. Por esto Pedro se limitó a bautizarlos.

Más tarde, cuando Pablo regresó a Jerusalén procedente de regiones gentiles,


hubo cierta discusión con respecto a los gentiles. Entonces, Pedro sacó
nuevamente a colación aquel incidente y, con ello, rompió el impedimento, a
partir de entonces, la puerta les fue abierta a los gentiles.

En Samaria hubo la imposición de manos, pero no en Cesarea. Sin embargo,


Dios usó el caso de Cesarea para confirmar la obra de Pablo y resolver el caso
del capítulo 15. En el capítulo 19 esta práctica continuó cuando Pablo llegó a
Efeso, y allí de nuevo él practicó el imponer las manos. Desde ese tiempo esta
práctica no ha sufrido interrupción.

VII. AVANZANDO CON OTROS HIJOS DE DIOS

Los nuevos creyentes deben saber que los creyentes no podemos vivir solos. No
podemos ser cristianos solitarios, sino que debemos ser miembros junto con los
otros hijos de Dios. También debemos someternos a la autoridad de la Cabeza.
No podemos ser rebeldes. Debemos someternos junto con los otros hijos de
Dios. Si hacemos esto, la unción será manifestada en forma espontánea en
nuestra vida y obra, y así tendremos un camino recto para avanzar delante del
Señor.

CAPÍTULO OCHO

TODAS LAS DISTINCIONES FUERON ABOLIDAS

Lectura bíblica: 1 Co. 12:13; Gá. 3:27-28; Col. 3:10-11

I. LOS CREYENTES SOMOS UNO EN CRISTO

Después que un nuevo creyente ha recibido la imposición de manos, ha pasado a


formar parte de la iglesia y se encuentra bajo la autoridad de Cristo, debe ver la
unidad de los creyentes en el Cuerpo de Cristo. En otras palabras, debe estar
consciente de que todas las diferencias han sido abolidas. Esto quiere decir que
no debiera haber distinciones entre los creyentes que han llegado a ser uno en
Cristo.

En 1 Corintios 12:13 dice: “Porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados


en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres...”. El uso de la
expresión sean en este versículo, denota la abolición de toda diferencia. En el
Cuerpo de Cristo no se da cabida a las diferencias que se hacen en el mundo. El
versículo 13 continúa diciendo: “Y a todos se nos dio a beber de un mismo
Espíritu”. Todos fuimos bautizados en un solo Espíritu y en un solo Cuerpo, y a
todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.

Gálatas 3:27-28 dice: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de
Cristo estáis revestidos. No hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer,
porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Estos versículos nos dicen que
en Cristo todos nosotros, somos uno. Somos personas revestidas de Cristo; en el
texto original la palabra revestidos no tiene tanto el sentido de “vestir” sino más
bien, de “cubrir”. Todos nosotros fuimos bautizados en Cristo y estamos
revestidos de Cristo. Puesto que en Cristo todos fuimos hechos uno, en Él no
hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer. Esto quiere decir que
nuestra unidad en Cristo abolió todas nuestras diferencias del pasado.

Colosenses 3:10-11 dice: “Y vestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del
que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni
judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que
Cristo es el todo, y en todos”. Este pasaje bíblico también afirma que ya no hay
distinciones entre los creyentes. Gálatas 3:28 dice que: “No hay...”, y estos
versículos también nos dicen que: “No hay...”. No puede haber distinciones
porque estamos revestidos del nuevo hombre. Nosotros recibimos al nuevo
hombre y fuimos incorporados a él, el cual fue creado conforme a la imagen de
Dios. Tal imagen no permite que haya griegos ni judíos, circuncisión ni
incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; pues Cristo es el todo, y en
todos. Por tanto, todos los creyentes son uno, han llegado a ser una sola entidad.

Basándonos en estos pasajes de las Escrituras, podemos ver que todos los
creyentes somos uno en Cristo y que todas nuestras diferencias fueron abolidas.
Este hecho constituye la base sobre la cual la iglesia es edificada. Si al unirnos al
Señor y a la iglesia trajéramos con nosotros nuestras diferencias terrenales,
traeríamos corrupción a la iglesia y perjudicaríamos las relaciones entre los
hermanos y hermanas.

Tenemos que comprender que todos fuimos hechos uno en Cristo. Nuestras
antiguas distinciones ya no tienen cabida entre nosotros si estamos en el Señor.
No hay distinciones en el nuevo hombre ni en el Cuerpo de Cristo. En los
versículos al inicio de este capítulo vemos cinco pares de contrastes, pero en
realidad se mencionan seis diferencias. Primero, está la distinción entre griego y
judío. Después, la distinción entre esclavo y libre. Enseguida, se mencionan las
diferencias que hay entre varón y mujer, bárbaros y escitas y, finalmente, entre
la circuncisión y la incircuncisión. Según el apóstol Pablo, independientemente
de las diferencias que puedan existir entre los hombres, nosotros todos fuimos
hechos uno en Cristo.

En este mundo, lo que más le importa a una persona es la posición o estatus que
ocupa. Si yo soy cierta clase de persona, tengo que vivir en conformidad con mi
condición social o estatus. Pero si verdaderamente somos cristianos, todas estas
consideraciones deberán desaparecer. Si al unirnos al nuevo hombre, traemos
con nosotros nuestra posición y nuestro estatus personal, haremos del nuevo
hombre, uno viejo, porque estas diferencias pertenecen al viejo hombre. Por
tanto, al venir a la iglesia, tenemos que abandonar todas estas cosas.

II. LAS DIVERSAS NACIONALIDADES FUERON ABOLIDAS

A. No hay distinción entre judío y griego

La distinción más notoria que se hace en el mundo es la basada en las


nacionalidades. Los judíos y los griegos son dos razas muy distintas. Los judíos
son muy nacionalistas. Ellos son descendientes de Abraham, son el pueblo
elegido por Dios y constituyen la única nación que Dios estableció sobre la
tierra. Ellos están separados del resto de las naciones y son un pueblo especial
para Dios. Pero ellos, en lugar de humillarse delante de Dios y exaltarle a Él, son
muy orgullosos y se jactan de sí mismos delante de los demás pueblos. Su
orgullo hace que lleven su nacionalismo a grados extremos. Ellos menosprecian
a todas las naciones gentiles. A los ojos de los judíos, los gentiles son animales,
perros. Ellos no reconocen de ningún modo a los gentiles.

Es por eso que resulta bastante difícil juntar a un judío con un gentil y pedirles
que sean compañeros cristianos. Es posible que un judío llegue a creer en el
Señor Jesús y se identifique como cristiano, pero es muy difícil persuadirle a
que vaya a predicar el evangelio a los gentiles. El libro de Hechos nos cuenta que
el evangelio fue predicado primeramente a los judíos el día de Pentecostés.
Después, cuando el evangelio llegó a Samaria, los que fueron salvos eran judíos
también. A fin de poder predicar el evangelio a los gentiles, el Señor tuvo que
levantar a Pablo y encargarle que predicara a los gentiles. Aun así, esto no se
comenzó de inmediato en Antioquía, sino que fue Pedro quien tuvo que dar
inicio a tal predicación en Cesarea. A Pedro, quien era un apóstol enviado a los
judíos, le resultó muy difícil acercarse a los gentiles, y es por eso que tuvo que
ver tres veces la visión y tuvo que escuchar tres veces al Señor ordenándole:
“Levántate, Pedro, mata y come”. De no haber sucedido esto, Pedro nunca se
hubiera atrevido a ir a los gentiles. Esta fue la primera vez que el evangelio fue
predicado a los gentiles, y sirve para mostrarnos cuán renuentes eran los judíos
a predicar el evangelio a los gentiles.
En Hechos 15 surgió el problema con respecto a la circuncisión y la observancia
de la ley. Algunos de los judíos alegaban que los creyentes gentiles debían ser
circuncidados y observar la ley de Moisés. En realidad, ellos estaban afirmando
que para que un gentil llegara a ser cristiano, debía primero hacerse judío.
¡Cuán prevaleciente era la barrera del nacionalismo! Los gentiles tuvieron que
esperar hasta Hechos 15 para poder ser eximidos de la circuncisión y de la
observancia de la ley. Sólo entonces, Pedro y los demás le dijeron a Pablo y
Bernabé que podían ir a los gentiles con entera libertad y asegurarles que todos
ellos seguirían participando de la misma comunión.

Luego, Gálatas 2 nos dice que Pedro fue a Antioquia y comió con los gentiles.
Pero cuando llegaron algunos enviados por Jacobo, Pedro se retrajo y se apartó
porque tuvo temor a los de la circuncisión. Pablo tuvo que reprenderlo
públicamente por no andar conforme a la verdad del evangelio. La cruz ya había
derribado la pared intermedia de separación y no debería haber judíos ni
gentiles.

Podemos ser judíos o gentiles, pero esperamos que el Señor nos bendiga con la
comprensión de que en Cristo todos nosotros fuimos hechos uno. Nuestra
nacionalidad ha sido abolida y las distinciones que hacemos basadas en nuestras
nacionalidades, ya no tienen cabida. Ya sea que alguien sea un creyente chino,
un creyente inglés, un creyente hindú o un creyente japonés, él ha llegado a ser
un hermano o hermana en Cristo. No podemos separar a los hijos de Dios según
sus nacionalidades. No podemos tener un cristianismo chino. Si es chino,
entonces deja de ser Cristo. O es “chinismo” o es “cristianismo”, no existe un
cristianismo chino. Estos dos calificativos se contradicen mutuamente. Todos
somos hermanos y hermanas en el Señor. No pueden existir distinciones
basadas en la nacionalidad. Esto es bastante obvio. En el Cuerpo de Cristo, en el
nuevo hombre, somos plenamente uno; no existe ninguna clase de distinción
basada en la nacionalidad. Incluso un nacionalismo tan prevaleciente como el
de los judíos, ha sido anulado por el Señor.

B. La cruz derribó
la pared intermedia de separación

En el libro de Efesios se hace referencia a una pared que dividía a los judíos de
los gentiles. Ambos pueblos estaban separados; pero la cruz derribó la pared
intermedia de separación. Ya no existe distinción alguna ni persiste la
separación entre los pueblos. Si conocemos a alguien que está en Cristo, no
debiéramos decir que él es chino, sino que él es una persona que está en Cristo.
No debiéramos decir que tal persona es inglesa, sino que debiéramos afirmar
que ella está en Cristo. Todos llegamos a ser uno en Cristo.
Jamás debiéramos contemplar la posibilidad de tener una iglesia china o un
testimonio chino. Esto sería un grave error y tal idea ni siquiera debiera ser
contemplada. Les ruego que no olviden que, en Cristo, no hay distinción entre
griego y judío. No existe tal cosa. Si un hermano o hermana fomenta entre
nosotros tal cosa, estará introduciendo un elemento foráneo y el resultado será
corrupción interna. Entre nosotros, no hay distinción entre judío y griego. En
Cristo, todos nosotros hemos sido unidos. Toda noción nacionalista debe ser
erradicada de nuestro corazón. En el momento que introducimos tales ideas en
la iglesia, ésta se convierte en una organización de la carne y deja de ser el
Cuerpo de Cristo.

En algunas personas, el sentimiento nacionalista es tan fuerte que no pueden


ser cristianos apropiados. Si bien nosotros somos chinos y estamos bajo la
jurisdicción de nuestro país, esta relación cesa cuando estamos en Cristo. Todas
las veces que venimos al Señor, no lo hacemos como chinos. Debemos hacer a
un lado la conciencia que tenemos de tales vínculos nacionales. Esperamos que
los nuevos creyentes puedan comprender, desde un comienzo, que nosotros
compartimos el vínculo común de la vida de Cristo. Yo he recibido la vida de
Cristo, y un hermano de Inglaterra, o un hermano de India o Japón, también ha
recibido la misma vida; entonces, estamos unidos según la vida de Cristo y no
según nuestras nacionalidades. Tenemos que comprender esto claramente. En
el Cuerpo, en Cristo y en el nuevo hombre, las nacionalidades no existen, pues
esta distinción ha sido completamente abolida.

Después de la primera guerra mundial, algunos hermanos de Inglaterra fueron a


una conferencia celebrada en Alemania. Durante la conferencia, un hermano se
puso de pie y presentó a los hermanos británicos con las siguientes palabras:
“La guerra ha terminado y ahora algunos hermanos ingleses nos visitan;
queremos extenderles la más cordial bienvenida”. Después de tal presentación,
uno de los hermanos procedentes de Inglaterra se puso de pie y les dijo: “No
somos hermanos ingleses. Somos hermanos de Inglaterra”. Estas palabras son
maravillosas. No hay hermanos ingleses, solamente hay hermanos de Inglaterra.
¿Cómo podría haber un hermano inglés, un hermano estadounidense, una
hermana francesa o una hermana italiana en la casa de Dios? Damos gracias a
Dios que en Cristo no hay distinciones basadas en la nacionalidad.

Hermanos y hermanas, todos formamos parte de la iglesia. Hemos recibido la


imposición de manos. Ahora, tenemos que comprender que todas las
distinciones que existían entre griegos y judíos han sido abolidas. En Cristo, ya
no existen tales diferencias. Esto constituye un hecho glorioso, una verdad
realmente gloriosa. En la iglesia, Cristo es el único que existe. Cristo es todo, y
en todos y no hay nada además de Cristo.
III. LAS DISTINCIONES ENTRE LAS CLASES SOCIALES FUERON
ABOLIDAS

Otra relación intransigente de la sociedad humana son las distinciones de clases


sociales. No experimentaremos con mucha frecuencia las diferencias que
existen entre las diversas nacionalidades a menos que conozcamos personas
extranjeras. Sin embargo, a diario tenemos que enfrentar el problema de las
distinciones de clases entre los hombres. El apóstol nos dice que no hay
distinción de clases entre el libre y el esclavo. En Cristo, no hay libre ni esclavo.
Tales distinciones han dejado de existir.

Probablemente, nuestra generación no ha llegado a experimentar en ningún


momento la drástica distinción de clases que existía entre un hombre libre y un
esclavo. Sin embargo, Pablo escribió sus epístolas cuando la práctica de la
esclavitud había alcanzado su cenit bajo el imperio romano. En aquel tiempo,
había un mercado de ganado, un mercado de ovejas y un mercado de seres
humanos. Esto es semejante a las bolsas de valores que existen en la ciudad de
Shanghái en los cuales se compran y venden textiles, materias primas,
mercancías y oro. En aquella época, se practicaba en Roma la compra y venta de
seres humanos. Los romanos pelearon muchas batallas y capturaron muchos
prisioneros, los cuales eran llevados al mercado para ser vendidos. Si a un amo
le parecía que los hijos de un esclavo estaban consumiendo demasiados
alimentos, él podía llevarlos al mercado y ponerlos a la venta. Esta práctica era
muy común en Roma. Los seres humanos eran comprados y vendidos como
cualquier otra mercancía. Incluso se medía cuán rentable era un esclavo por la
cantidad de hijos que podía producir, aquellos que producían más, eran
vendidos por un mejor precio. En aquellos tiempos, la distinción entre un
hombre libre y un esclavo era enorme.

Si bien la noción de democracia procede de Roma y fue en Roma donde se


originaron los derechos civiles, el sufragio y las votaciones; tales derechos
solamente eran para los hombres libres, los esclavos no tenían ningún derecho.
Si uno mataba a un esclavo, únicamente tenía que negociar con el dueño el valor
monetario correspondiente y pagar lo acordado. El esclavo no tenía derechos
civiles y no era considerado como un ser humano. Matar a un esclavo era
semejante a matar una vaca. Lo máximo a lo que uno estaba obligado era a
pagar por la vaca y no había necesidad de pagar por la vida que se había
perdido. Los hijos de los esclavos nacían esclavos y pertenecían al amo de sus
padres. Durante toda su vida no gozaban de libertad alguna, a menos que su
amo eligiera liberarlos. Si se escapaban, eran crucificados.

Esta distinción de clase, que ya no existe en nuestros tiempos en ningún lugar


en la tierra, resultaba ser más cruel que las distinciones que actualmente existen
entre amos y siervos, empleadores y empleados, y jefes y subalternos. Pero
mucho antes de que el mundo aboliera la esclavitud, la Palabra de Dios ya había
abolido tales distinciones de clases. En sus epístolas a los corintios, los gálatas y
los colosenses, Pablo estableció claramente que no había distinción entre el libre
y el esclavo. Tal distinción es abolida en Cristo.

En el Nuevo Testamento, el libro de Filemón habla sobre Onésimo, un esclavo


de Filemón. Filemón era colaborador de Pablo. Cuando Onésimo creyó en el
Señor, él también llegó a ser un hermano. Cuando estaban en casa, Onésimo era
el esclavo y Filemón era el amo. Pero si Filemón llevaba a Onésimo a la reunión
de la iglesia, Onésimo sería llamado hermano de Filemón y no su esclavo. En la
iglesia, la relación amo-esclavo no tiene cabida. Cuando se arrodillaban juntos a
orar, Onésimo era hermano de Filemón. Pero cuando se levantaban e iban a sus
respectivos trabajos, Onésimo era el esclavo de Filemón. En el Señor, ellos eran
uno; en el nuevo hombre eran uno; y en el Cuerpo también eran uno. Les ruego
que se fijen en esto: en Cristo la relación amo-esclavo no existe, en el nuevo
hombre tal clase de relación no existe y en la iglesia tampoco existe. En Cristo,
todas las distinciones entre las diversas clases sociales han sido completamente
abolidas. Ya no hay conciencia de clase, ni lucha de clases.

Ante Dios, debemos comprender que quizás seamos siervos, subalternos o


empleados y, como tales, debemos asumir nuestra posición en nuestro centro de
labores y aprender a sujetarnos a nuestros superiores o amos. Sin embargo,
cuando venimos ante Dios, no debiéramos ceder ante cualquiera simplemente
porque se trata de nuestro amo o nuestro jefe. En nuestras conversaciones sobre
asuntos espirituales, no debiéramos considerar que nuestros amos o superiores
siempre están en lo correcto, ni que sus razonamientos son siempre los
correctos. No existe tal cosa. Todas las veces que nos arrodillamos para orar o
reflexionar sobre asuntos espirituales, nuestro estatus cambia y las distinciones
de clase dejan de existir entre nosotros. No podemos introducir en la vida de
iglesia ninguna de estas relaciones determinadas por las distinciones de clases
sociales, porque tal clase de relaciones no existe en la iglesia.

Este hecho es especialmente importante cuando asistimos a las reuniones de la


iglesia. Recordemos que Jacobo condenó tales actitudes como pecaminosas. Él
describió que cuando un rico asistía a la reunión, se le asignaba el mejor asiento,
mientras que cuando entraba un pobre, se le decía que se quedase de pie o que
se sentase bajo un estrado. Jacobo condenó tal práctica calificándola de pecado.
Todas las veces que nos reunimos para tener comunión con los hijos de Dios,
tenemos que tener bien en claro que estamos posicionados en Cristo, en el
nuevo hombre y en el Cuerpo. Nuestra posición no está basada en ninguna
distinción de clase social.
Únicamente los cristianos son capaces de superar todas las distinciones de clase
y solamente ellos pueden realizarlo cabalmente. Solamente los cristianos
pueden agarrarse de las manos y saludarse como hermanos, porque solamente
ellos tienen amor. Únicamente los cristianos, aquellos que están en Cristo,
pueden abolir todas las distinciones de clases. Los jóvenes deben darse cuenta
de que su jefe cristiano, por ser un creyente en Cristo, es hermano suyo, y que su
subalterno cristiano, también es su hermano. Su amo cristiano es su hermano, y
su esclavo cristiano es su hermano también. La distinción entre el libre y el
esclavo es completamente anulada, tal distinción ha dejado de existir. Para
nuestra comunión con nuestros hermanos y hermanas únicamente podemos
basarnos en lo poco que el Señor nos ha dado. Todos somos hermanos y
hermanas. Si hacemos esto, seremos grandemente bendecidos por el Señor y la
iglesia será llena del amor del Señor.

Un grupo de cristianos de la ciudad de Chungking en cierta ocasión deseaba


construir un salón de reuniones para los funcionarios del gobierno. Ellos
vinieron a mí y me pidieron mi opinión. Yo les dije: “¿Qué nombre le piensan
poner a esta iglesia? Me parece que tendría que llamarse: „La iglesia de los
funcionarios de gobierno‟”. Si es una iglesia de funcionarios, ciertamente no es
algo que esté en Cristo, porque en Cristo tal cosa no existe. En Cristo, no hay
esclavo ni libre. Si un hombre libre desea ser salvo, tiene que recibir la vida del
Señor. Si un esclavo desea ser salvo, también tiene que recibir la vida del Señor.
No hay distinción entre ambos. No podemos añadir nada a Cristo ni podemos
quitarle nada a Cristo. Los hombres no pueden edificar una iglesia destinada
únicamente para los oficiales porque no existe tal cosa en Cristo. Todos tenemos
que aprender a ser hermanos o hermanas.

IV. LAS DISTINCIONES ENTRE


VARÓN Y MUJER FUERON ABOLIDAS

La cuarta distinción que ha sido abolida en Cristo es la relacionada con el


género de las personas; es decir, la distinción entre varón y mujer. En este
mundo, los varones cumplen un determinado papel, mientras que las mujeres
cumplen otro distinto. Asimismo, en lo referente a la administración de la
iglesia, el varón tiene su lugar y la mujer tiene la suya. En la familia, el esposo
tiene su lugar y la esposa tiene la suya. Sin embargo, en Cristo y en el nuevo
hombre, tanto el hombre como la mujer tienen la misma posición y no hay
diferencia entre el uno y la otra.

En Cristo, el varón no tiene un lugar especial, y tampoco la mujer, debido a que


Cristo es el todo en todos. A este respecto, el varón no difiere de la mujer. Les
ruego que no se olviden que cuando se trata de asuntos espirituales, no hay
distinción entre varón y mujer.
Ya dijimos que, cuando se trata de algunas áreas de servicio en la iglesia, las
hermanas ocupan un lugar distinto al de los hermanos, pero esto tiene que ver
sólo con la cuestión de la autoridad. Hoy en día, en Cristo, no existe distinción
entre varón y mujer. Un hermano es salvo mediante la vida de Cristo, la vida del
Hijo de Dios. De la misma manera, una hermana es salva mediante la vida de
Cristo, la vida del Hijo de Dios. En la Biblia en chino, todas las veces que se
tradujo “hijos e hijas”, en el idioma original decía simplemente “hijos”, esta
única palabra no permitía distinguir al varón de la mujer (aun cuando en el uso
era de género masculino). Por nacimiento, yo soy hijo de Dios y debo madurar
como tal. Un hijo es de género masculino, sin embargo, aquí la palabra describe
tanto a los hermanos como a las hermanas.

En todo el Nuevo Testamento, únicamente 2 Corintios 6:17-18 se refiere


específicamente a los hijos y a las hijas: “Por lo cual, „salid de en medio de ellos
... y Yo os recibiré‟, „y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e
hijas, dice el Señor Todopoderoso‟”. Después de que hemos creído en Dios y
hemos sido liberados y separados del mundo, así como de toda su influencia
contaminada e inmunda; Dios nos recibirá como un Padre, y nosotros seremos
Sus hijos e hijas. Este es un asunto entre Dios y nosotros como individuos, no
estamos hablando acerca de lo que una persona es en Cristo. Por esto dice:
“hijos e hijas”. Si una persona padece sufrimientos por causa de Dios y sufre
pérdidas por causa de Él, Dios llegará a ser un Padre para dicha persona. Si eres
varón, Dios te recibirá como hijo. Si eres mujer, Dios te recibirá como hija. Dios
los recibirá como hijos e hijas. Él es el Señor todo-suficiente y es el poseedor de
todas las cosas. Este es un asunto que trata de lo que una persona es ante Dios.
No tiene que ver con lo que él o ella sea en Cristo. En Cristo, nosotros todos
somos hijos de Dios y no hay distinción entre varón y mujer, no existe en
absoluto tal distinción.

Cierta vez le pregunté a un hermano en el Señor que trabajaba como artesano en


Shanghái: “Hermano, ¿cómo les va a los hermanos en su ciudad?”. Él me
contestó: “¿Me estás preguntando acerca de los hermanos varones o de los
hermanos mujeres?”. Tal respuesta no podía haber sido mejor expresada. Es
una de las expresiones más ciertas que se han dicho. Tanto los hermanos
varones como los hermanos mujeres, todos son hermanos; en Cristo no existe
tal distinción. Lo que este hermano dijo era completamente correcto, él no hizo
sino corroborar la verdad bíblica. Cuando acudimos al Señor y le tocamos,
superamos toda distinción que existe entre varón y mujer. Estamos más allá de
todo género. Ante el Señor y en Cristo, no existe diferencia alguna entre varón y
mujer.

V. LAS DISTINCIONES ÉTNICAS FUERON ABOLIDAS


Según la Biblia, existe otra distinción entre griegos y judíos. Los judíos son un
pueblo muy religioso, mientras que los griegos son un pueblo que se identifica
con la filosofía y la sabiduría. Históricamente, si uno habla de religión, se piensa
en los judíos, y si uno habla de filosofía, se piensa en los griegos. Todas las
ramas de la ciencia y la filosofía, tienen su origen en los griegos. Todos los
términos científicos que usamos actualmente, tienen sus raíces en el idioma
griego. Por tanto, el pueblo griego simboliza la sabiduría. Si uno desea hablar de
la ciencia y de la filosofía, tiene que remitirse a los griegos. Pero si uno desea
hablar acerca de la religión, tiene que remitirse a los judíos. Estas son
distinciones de los grupos étnicos.

Las personas que viven en diferentes regiones de la tierra, con frecuencia poseen
sus propias características étnicas. Por ejemplo, aquellos que se criaron en el sur
son más afectuosos; mientras que aquellos que se criaron en el norte son,
generalmente, más reservados. Los sureños son generalmente menos severos,
mientras que los norteños son, por lo general, más serios. Las personas que
viven en las regiones tropicales gustan de bailar y cantar todo el día; mientras
que a los norteños, en especial los del norte de Europa, no les gusta ni saltar. En
lugar de ello, se muestran reservados y son más conservadores. Pero los sureños
pueden ser cristianos tanto como los norteños. Los judíos pueden ser cristianos
y los griegos también pueden ser cristianos. Los sabios pueden ser cristianos y
los religiosos también pueden ser cristianos.

En Cristo, no hay distinción entre judío y griego. Algunas personas gustan de


razonar y les encanta hallar una explicación para todo. Otras personas gustan de
hablar acerca de la conciencia. ¿Acaso esto quiere decir que hay dos clases
diferentes de cristianos? Según la carne, estos dos son totalmente distintos. Uno
es regido por su intelecto, por su mente; mientras que el otro es regido por sus
impulsos, por sus sentimientos. Pero en Cristo, no hay distinción entre griegos y
judíos. No solamente las diferencias nacionales desaparecen, sino incluso las
diferencias étnicas también desaparecen. Una persona que es reservada por
naturaleza puede ser tan cristiana como una persona que es efusiva. Aquellos
que son regidos por su mente pueden ser cristianos; y aquellos cuya conducta es
regida por sus emociones también pueden ser cristianos. Todo tipo de gente
puede ser cristiana.

Puesto que todo tipo de persona puede ser cristiana, uno debe aprender a
renunciar a sus propias características étnicas al entrar en la iglesia, porque
tales cosas no existen en la vida de iglesia. Hoy en día, surgen muchos
problemas en la vida de iglesia debido a que mucha gente trae consigo sus
características étnicas, su propio “sabor” étnico; es decir, ellos procuran
introducir sus propias características distintivas. Cuando se reúnen personas
locuaces y efusivas, su grupo se convierte en un grupo muy locuaz y efusivo.
Pero cuando se reúnen personas de carácter reservado, su grupo es un grupo
muy callado y reservado. De este modo, se cultivan muchas diferencias entre los
hijos de Dios.

Les ruego que no olviden que las distintas características étnicas no tienen
cabida en la iglesia, ni en Cristo, ni en el nuevo hombre. No condenen a una
persona por el simple hecho que ella posee un temperamento distinto al suyo.
Ustedes tienen que darse cuenta de que probablemente, los demás tampoco
tienen en muy alta estima vuestra manera de ser. Quizás usted piense que
siempre habla afablemente con los demás y tal vez se pregunte por qué lo tratan
con tanta indiferencia. Pero tal vez los demás piensen que usted habla
demasiado y que su manera de ser es intolerable.

Independientemente de que usted sea una persona rápida o sosegada, fría o


afectuosa, intelectual o sentimental, en cuanto usted se convierte en un
hermano y se integra a la vida de iglesia, tiene que renunciar a su propia manera
de ser. Tales cosas no son propias de la vida de iglesia. Una vez que se
introduzcan tales elementos en la iglesia, ellos se convertirán en normas por las
cuales juzgamos y discriminamos a los hermanos, haciendo así que se
produzcan divisiones entre nosotros. Entonces, uno mismo se convertirá en el
estándar, y todos aquellos que se conformen a tal modelo podrán ser
considerados buenos cristianos, mientras que aquellos que no alcanzan tal
estándar serán considerados cristianos deficientes. Uno mismo se habrá
convertido en el modelo a seguir. Así, infiltrará en la iglesia su propia
naturaleza, su propio carácter y su propia idiosincrasia. Toda confusión en la
iglesia surge debido a la diversidad en la idiosincrasia humana. El silencio que
es característico en usted, o su peculiar locuacidad, no es necesariamente bueno.
Su manera de ser reservado no es necesariamente algo bueno, como tampoco lo
es su carácter afectuoso. Su inteligencia prevaleciente tampoco es
necesariamente bueno, ni lo son las intensas emociones que lo caracterizan.
Todas estas distinciones existen aparte de Cristo mismo y están representadas
por los griegos y los judíos. No podemos traer a la iglesia ninguna clase de
idiosincrasia natural.

Un nuevo creyente tiene que aprender desde un principio a rechazar todo


cuanto procede del viejo hombre. Uno no debiera decir: “Pues así soy yo”. Son
muchos los hermanos que hablan así sin la menor vergüenza. Tenemos que
decirles que no queremos su vieja persona, que ellos no deben traerla a la
iglesia. Su vieja persona no existe en Cristo; por tanto, no debiéramos hacer
distinciones basadas en ella. Tales distinciones tienen que ser completamente
abolidas entre nosotros. En Cristo, en el Cuerpo y en el nuevo hombre, tales
distinciones han sido totalmente anuladas.
Ningún hermano o hermana debiera expresar su idiosincrasia una vez que se ha
integrado a la vida de iglesia. En cuanto uno es salvo, tiene que renunciar a
todas esas cosas. Si usted viene a la iglesia y, al relacionarse con los hermanos y
hermanas, únicamente aprueba a aquellos que concuerdan con usted y que se
ciñen a su estándar, y al mismo tiempo que desaprueba a los que no están de
acuerdo con usted o a quienes no se ciñen a su estándar, entonces, usted traerá
confusión y división a toda la iglesia. A lo largo de los años, la iglesia ha sido
perjudicada por las diferencias surgidas de las diversas maneras de ser de las
personas. Nunca traiga a la iglesia su diferencia disposicional. Algunos quizás
sean rápidos para actuar y es posible que digan: “Yo soy una persona dinámica y
a mí no me gusta las personas que son lentas. A Dios tampoco le gusta una
persona que sea lenta para actuar”. Quizás otros, que por naturaleza son lentos,
digan: “Yo soy una persona estable por naturaleza y por eso no me gustan las
personas que son muy rápidas para actuar”. Pero en la vida de iglesia, los hijos
de Dios no debiéramos ser divididos por el hecho de ser rápidos o tranquilos. En
el momento en que tales elementos se manifiestan, uno hace de sí mismo el
estándar para los demás. Los griegos quieren que los judíos se arrepientan, y los
judíos quieren que los griegos se arrepientan. Pero Dios quiere desechar a
ambos. Solamente Cristo permanece, y nada más.

Si un nuevo creyente se ciñe a este principio desde el comienzo mismo de su


vida cristiana, esto le ahorrará a la iglesia muchas dificultades. Jamás debemos
discriminar de acuerdo con nuestra propia idiosincrasia. Tenemos que rechazar
todo cuanto procede del viejo hombre. Debemos seguir las mismas huellas que
siguen los demás hijos de Dios.

VI. TODA DIFERENCIA


DE ÍNDOLE CULTURAL FUE ABOLIDA

En el libro de Colosenses se nos habla de dos clases de pueblos: los bárbaros y


los escitas. Estas dos designaciones han representado un problema para los
estudiosos de la Biblia. En nuestro idioma, un bárbaro es una persona salvaje y
primitiva. Pero, ¿qué es un escita? Esta palabra procede de la palabra griega
Zema, la cual posteriormente se convirtió en Zecota, y luego en Zecotia y
Zecotian.

Según el señor Wescott, Zecotia designaba una región. En la literatura griega


antigua, con frecuencia se menciona a los gálatas y zecotas juntos. Por tanto, los
zecotas eran un pueblo bastante digno. Al igual que sucede con el nombre de
muchas ciudades, el nombre zecota trae a la mente cierta imagen en cuanto es
mencionado. Por ejemplo, entre los chinos, cuando se menciona la región
Shansi, uno piensa de inmediato en los que cambian divisas, porque la gente de
Shansi se dedicaba, en su mayoría, a tales negocios. Si se menciona Shaoshing,
uno piensa de inmediato en los secretarios de la nobleza durante la dinastía
Chin. Así pues, el nombre de un lugar con frecuencia evoca la imagen que uno se
ha hecho de determinado pueblo.

Si consultamos textos de literatura griega, podríamos deducir que los escitas


eran un pueblo que inspiraba respeto, mientras que los bárbaros eran
despreciados. Esto tiene que ver con la cultura. En el mundo, la cultura genera
grandes diferencias entre las personas. Si uno pone un típico caballero inglés a
lado de un aborigen africano, la diferencia de culturas será muy evidente. Sin
embargo, Pablo nos dice que los bárbaros y los escitas deben abolir por igual
toda distinción entre ellos.

Tales diferencias culturales son una barrera para mucha gente. En cierta
ocasión, conocí a dos judíos. Debido a que los conocía bastante bien, les
pregunté con franqueza: “¿Por qué tanta gente aborrece a los judíos?”. Uno de
ellos respondió: “Nuestra cultura judía no se ajusta al estándar de los demás”.
Esa fue la primera vez que escuché tal clase de respuesta y en ese momento no
comprendí lo que me quiso decir. Entonces, él quiso explicarme: “Considere el
caso de un judío estadounidense. Le seré franco; si yo no fuera judío sino un
americano, también los aborrecería. Yo despreciaría la cultura judía. Si un
estadounidense gana doscientos dólares al mes, gastará una parte en víveres y
en vivienda; él suele lustrarse sus zapatos y cambiarse de camisa diariamente.
Cada dos meses, se compra un par de zapatos nuevos y mantiene su casa limpia
y ordenada. Si a fin de mes le quedan diez dólares en el bolsillo, está contento.
Pero los judíos son diferentes, un judío que gana la misma cantidad de dinero,
gastará únicamente diez dólares y se ahorrará el resto. Él calcula cuánto podrá
ahorrar si no lustra sus zapatos y no compra zapatos nuevos. Al judío tampoco
le importa ponerse una camisa sucia con tal de ahorrarse detergente. A
diferencia del estadounidense que es tan quisquilloso con respecto a sus
comodidades, el judío no es nada exigente en lo que se refiere a sus alimentos o
su vivienda. Todo lo que él anhela es tener una cuenta de ahorros que no deje de
crecer. Nosotros los judíos menospreciamos a los estadounidenses por ser
pobres, mientras que los estadounidenses nos desprecian porque no nos
preocupamos por nuestro arreglo personal ni por nuestras condiciones de vida”.
Este judío continuó diciendo: “Nosotros los judíos somos buenos para ganar
dinero. Sabemos usar la cabeza, pero no sabemos cómo vestirnos. No sabemos
cómo llevarnos bien con los demás. Y por todo eso, no le caemos bien a nadie”.
Aquella fue la primera vez que escuché tal clase de respuesta.

Para una persona de cultura refinada, le resulta difícil relacionarse de igual a


igual con uno que, aparentemente, no posee una cultura tan refinada. Lo que los
separa no es la clase social, la capacidad intelectual, ni la posición financiera
sino la cultura. Desde el punto de vista de un escita, todo lo que tenga que ver
con un bárbaro está mal. Según ellos, la manera en que se viste, come y vive un
bárbaro es inaceptable. En cambio, desde la perspectiva de un bárbaro, un escita
es excesivamente hedonista. Según ellos, un escita es demasiado exigente con
respecto a su comida y su vestimenta. Estas dos personas tienen perspectivas
totalmente diferentes. Si ambos se integran a la iglesia, cada uno de ellos
manifestará sus propias opiniones y considerará que las opiniones de los demás
son erróneas. Si ellos se juntan, el conflicto es evidente. Ellos jamás podrán ser
uno.

Los chinos comen con palillos, mientras que los de la India comen con las
manos. Si los sentamos en la misma mesa para que coman juntos, ambos se
sentirán muy incómodos. Quizás no digan nada al principio, pero si comen
juntos dos días seguidos, no serán capaces de soportarse el uno al otro y
comenzarán a discutir entre ellos. Uno quizás piense que se debe usar palillos
porque es de muy mal gusto comer con las manos; mientras que al otro tal vez le
parezca que comer con palillos es meramente una exhibición y que sólo cuando
uno come con las manos podrá disfrutar verdaderamente lo que está comiendo.
Así pues, uno dirá que el otro está equivocado y viceversa. Esto representa una
diferencia de culturas. Tales diferencias culturales constituyen una verdadera
barrera. Pero, incluso estas diferencias han sido abolidas en Cristo. Aquellos que
están en Cristo debieran ser las personas más flexibles. Ellos pueden tolerar
toda clase de diferencias entre los hombres. Un hombre en Cristo no establece
un estándar y exige que todos los demás tienen que alcanzar ese estándar. Un
hombre en Cristo no respeta únicamente a quienes asuman tal estándar ni
menosprecia a los que no lo hacen. No es así como se comporta una persona que
está en Cristo. Esta clase de comportamiento, no corresponde ni a la iglesia ni al
nuevo hombre. Supongan que algunos hermanos nos visitan procedentes de
India o África. Sus culturas, difieren de las nuestras. Pero nosotros debiéramos
plantearnos una sola pregunta: ¿Están ellos en el Señor o no? Y ellos también
sólo debieran preguntarse: ¿Están en el Señor o no? Si estamos en Cristo, todo
problema quedará resuelto de inmediato. Si nos relacionamos en Cristo y nos
amamos los unos a los otros en Cristo, no hay nada que no se pueda tolerar. No
debiéramos permitir que nada se interponga entre los hijos de Dios, nada que
haga surgir diferencias entre los hermanos y hermanas en Cristo.

No podemos agrupar a los hermanos y hermanas más sofisticados para formar


una iglesia aparte. Tampoco podemos agrupar a los menos sofisticados para
formar otra iglesia. Tales grupos no constituirían la iglesia. Tales cosas no
corresponden a la iglesia. Tales cosas existen fuera de la iglesia, fuera del
Cuerpo y aparte del nuevo hombre. Jamás debiéramos traer tales problemas a la
iglesia. Todas las diferencias culturales han sido abolidas en la iglesia.
Sin embargo, todavía tenemos que aprender a “vivir como romanos entre
romanos” y estar bajo la ley entre aquellos que están bajo la ley. En cualquier
clase de cultura que estemos, debemos actuar como los demás. Si algunos
hermanos del África vienen de visita a China y tienen cierto conocimiento de
Dios, deberán usar palillos para comer. Si nosotros vamos al África, quizás
tengamos que comer con las manos. No deseamos provocar conflicto alguno
entre nuestros hermanos y hermanas de esa localidad. Cuando vamos a
visitarlos, tenemos que aprender a vivir entre ellos. Cuando nos visitan, ellos
tienen que aprender a vivir con nosotros. Si vamos a Inglaterra, debemos
aprender a comportarnos como los ingleses y cuando un inglés viene a China,
deberá aprender a comportarse como los chinos. Si no hacemos esto, haremos
tropezar a los demás, y ellos no podrán ser ganados para Cristo. Si los hijos de
Dios tienen un buen comienzo con respecto a este asunto, podrán evitar muchos
problemas en el futuro.

VII. LAS MARCAS DE DEVOCIÓN


EN LA CARNE FUERON ANULADAS

La última diferencia de la cual se habla en Colosenses es la circuncisión y la


incircuncisión. Esto hace referencia a la distinción que se hace basada en
marcas externas de devoción. Sabemos que los judíos eran circuncidados y
llevaban en sus cuerpos una marca que indicaba que ellos pertenecían a Dios,
que ellos temían a Dios y que negaban la carne. Al hacerlo, ellos se ponían bajo
el pacto de Dios y llegaban a formar parte de este pacto.

Mucha gente (particularmente los judíos) ama la circuncisión. Ellos creen que
únicamente aquellos que han sido circuncidados están bajo el pacto de Dios,
mientras que aquellos que no han sido circuncidados no lo están. Una judía no
podía casarse con alguien que no ha sido circuncidado. Hechos 15 nos cuenta
que incluso los creyentes gentiles fueron obligados a circuncidarse. Los judíos le
daban mucha importancia a esta marca de piedad en la carne.

Hoy en día, nosotros también podemos caer en el mismo error que los judíos, al
dar excesiva importancia a los signos externos. Por ejemplo, quizás yo haya sido
bautizado por inmersión, mientras que otro hermano fue bautizado por
aspersión. La Palabra de Dios nos dice que debemos ser bautizados por
inmersión. Es cierto que debemos ser bautizados por inmersión, sin embargo, si
yo me considero mejor que mi hermano por haberme bautizado por inmersión;
entonces, habré hecho de tal bautismo una marca de devoción. En realidad,
estoy sosteniendo que con respecto a cierto asunto en la carne, yo soy mejor que
mi hermano. Si considero que mi hermano está equivocado delante del Señor
debido a que no ha sido bautizado por inmersión, estoy haciendo del bautismo
por inmersión una causa de separación.
La práctica de cubrirse la cabeza tiene para las hermanas cierto significado
espiritual. Sin embargo, puede llegar a convertirse en una marca en la carne. El
partimiento del pan tiene cierto significado espiritual, pero también puede
convertirse en una mera marca en la carne. La imposición de manos tiene su
propio significado espiritual, pero puede llegar a ser, igualmente, una marca en
la carne. Todas estas cosas ciertamente poseen gran significado espiritual. Pero
si son usadas para separar a los hijos de Dios, todas ellas perderán todo
significado espiritual y se convertirán en meras marcas de la carne. En realidad,
llegarán a ser semejantes a la circuncisión.

Les ruego que no me malinterpreten, más bien procuren entender lo que les
quiero decir. No vayan a pensar que no estamos de acuerdo con el bautismo por
inmersión, el partimiento del pan, la práctica de cubrirse la cabeza o la
imposición de manos. Lo que estoy tratando de mostrarles es que, una vez que
usted separa a los hijos de Dios usando estas cosas, usted está haciendo
distinciones según la carne. En Cristo, no hay circuncisión ni incircuncisión. Los
símbolos físicos no deben ser usados para separar a los hijos de Dios. En Cristo
somos uno. La vida que está en Cristo es una sola. Es bueno que una realidad
espiritual tenga su correspondiente símbolo físico. Sin embargo, si una persona
que experimenta cierta realidad espiritual no se preocupa por el
correspondiente símbolo físico, nosotros no debiéramos aislar a tal persona a
causa de ello. En resumen, los hijos de Dios no deben permitir que los símbolos
físicos dañen la unidad que ellos tienen en Cristo.

Es verdad que algunos hijos de Dios no tienen una perspectiva correcta con
respecto a ciertos asuntos. Pero siempre y cuando ellos posean la realidad
espiritual, debemos estar satisfechos con la unidad espiritual que tenemos con
ellos y no debemos insistir en los símbolos. Por ejemplo, una hermana puede ser
una persona que se sujeta tanto al Señor como a los hermanos, pues sabe cuál es
su posición delante del Señor y delante de los hermanos. Si lo único que le hace
falta es un signo sobre su cabeza, nosotros no deberíamos excluirla por ello. En
el momento en que separamos a los hijos de Dios, dañamos la unidad.

Pablo dejó claramente establecido que la circuncisión no es para la purificación


de las impurezas de la carne, sino para remover las actividades carnales. A los
ojos de Dios, lo que cuenta es la realidad interna, y no las cosas externas. Si
hemos recibido la misma revelación internamente, entonces no tenemos por
qué hacer divisiones basadas en las diferencias externas. Y si alguno no posee la
realidad interna ni el signo externo, eso no nos concierne a nosotros. Si una
hermana no asume la posición de sujeción que le corresponde, y para cierto
hermano su bautismo no constituye una separación del mundo ni representa ser
sepultado y resucitado juntamente con el Señor; entonces él o ella están muy
lejos de la verdad. En tales casos, la responsabilidad no es nuestra. No obstante,
si una persona comprende que el bautismo es la sepultura y resurrección de uno
junto a Cristo, pero tiene una perspectiva ligeramente diferente a la nuestra con
respecto a los signos externos, nosotros no podemos dañar la unidad por causa
de tales diferencias mínimas. Ustedes no pueden separarse de los demás
simplemente porque sean obedientes al Señor con respecto a ciertos símbolos
físicos. Es erróneo separar los hijos de Dios debido a tales cosas.

Todos nosotros somos hermanos y hermanas. En Cristo somos un nuevo


hombre. Somos miembros del mismo Cuerpo. En la iglesia, hemos anulado toda
distinción fuera de Cristo. Todos nosotros estamos sobre un nuevo terreno.
Todos estamos en el único nuevo hombre que el Señor ha establecido, así como
en el Cuerpo único que fue creado por el Señor. Tenemos que ver que todos los
hijos de Dios son uno. No podemos considerar a nadie conforme a una manera
especial de ver las cosas. Tenemos que erradicar completamente el
denominacionalismo y toda posición sectaria de nuestro corazón. Si hacemos
esto, habremos dado otro paso hacia adelante.

CAPÍTULO NUEVE

LA LECTURA DE LA BIBLIA

Lectura bíblica: 2 Ti. 3:15-17; Sal. 119:9-11, 15, 105, 140, 148

I. LA IMPORTANCIA DE LEER LA BIBLIA

Todos los creyentes deben leer la Biblia porque “toda la Escritura es dada por el
aliento de Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir
en justicia” (2 Ti. 3:16). La Biblia nos muestra las muchas cosas que Dios ha
hecho por nosotros y cómo Él ha guiado a los hombres en el pasado. Si
queremos conocer las riquezas de Dios, lo vasto de Su provisión para nosotros, y
si queremos conocer paso a paso cómo Dios guía a los hombres, tenemos que
leer la Biblia.

Hoy en día, cuando Dios habla personalmente a los hombres, se basa en lo que
Él dijo en el pasado. Es rara la ocasión en la que Él nos dice algo que no lo haya
dicho antes en la Biblia. Aun si alguien ha avanzado mucho en su caminar
espiritual, la revelación que reciba de Dios se basará en lo que Dios mismo ya ha
hablado en la Biblia. Por lo tanto, lo que Dios enuncia hoy es simplemente una
repetición de Su Palabra. Si una persona no conoce lo que Dios ha dicho en el
pasado, le será difícil en el presente recibir revelación de parte de Dios debido a
que carece del fundamento para que Dios le hable.

Más aún, si Dios desea hablar a los demás por medio de nosotros, Él lo hará
basándose en lo que Él ya había hablado en el pasado. Si no sabemos qué es lo
que Dios dijo en el pasado, Él no podrá hablar a los demás por medio de
nosotros, y seremos inútiles a los ojos de Dios.

Esta es la razón por la cual necesitamos que la palabra de Dios more en nosotros
ricamente. Si Su palabra mora ricamente en nosotros, conoceremos bien Su
manera de actuar en el pasado y oiremos lo que Él dice hoy. Sólo entonces podrá
Dios usarnos a nosotros para hablar a los demás.

La Biblia es un gran libro, una obra monumental. Si dedicáramos toda nuestra


vida al estudio de la Biblia, percibiríamos apenas una parte de sus riquezas. Por
ende, le será imposible a una persona entender la Biblia si no le dedica un
tiempo para estudiarla. Todo creyente que recién empieza en la vida cristiana
debe esforzarse al máximo por laborar en la Palabra de Dios para que cuando
crezca pueda recibir la nutrición que ella proporciona y también abastecer a
otros con las riquezas de la Palabra.

Todo aquel que quiera conocer a Dios debe estudiar Su Palabra con seriedad, y
todos los creyentes deben comprender la importancia de leer la Biblia desde el
comienzo mismo de su vida cristiana.

II. PRINCIPIOS BÁSICOS CON RESPECTO A


LA LECTURA DE LA BIBLIA

Existen cuatro principios básicos que debemos tener presente al leer la Biblia;
ellos son: (1) descubrir los hechos; (2) memorizar y recitar el texto; (3) analizar,
clasificar y comparar; y (4) recibir la iluminación de Dios.

Debemos seguir esta secuencia cuando leamos la Biblia. No podemos saltar del
tercer punto al primero ni viceversa. En primer lugar, descubrimos los hechos
que constan en la Biblia. En segundo lugar, memorizamos tales hechos. Al
estudiar y memorizar la Palabra de Dios tenemos que hacerlo con precisión y
exactitud. No podemos darnos el lujo de dejar o ignorar ninguna sección de ella.
En tercer lugar, debemos analizar, clasificar y comparar los hechos. Después de
analizar con exactitud los hechos, y de haberlos clasificado y comparado
debidamente, estaremos en la posición adecuada para avanzar al cuarto paso,
que consiste en recibir la iluminación de Dios.

La Biblia contiene muchos hechos o realidades de índole espiritual. Si los ojos


internos están cerrados, no podremos ver tales hechos; pero cuando
descubrimos los hechos bíblicos, la mitad de la luz contenida en la Palabra de
Dios estará a nuestra disposición. La iluminación de Dios no es otra cosa que Su
resplandor sobre los hechos que constan en Su Palabra. Identificar tales hechos
es la mitad de nuestra labor requerida al leer la Biblia y debe ser lo primero que
debemos hacer al estudiarla.
Por ejemplo, la ley de la gravedad es un hecho, una realidad. Esta existía mucho
antes de que naciese Isaac Newton, pero por miles de años nadie la había
descubierto. Un día Newton, mientras estaba durmiendo bajo un árbol y al
darse cuenta de que una manzana le cayó encima, descubrió la ley de la
gravedad. La existencia de los hechos es incuestionable. La pregunta es si hemos
logrado descubrir tales hechos.

Por ejemplo, hay ciertas cosas que la Biblia menciona en ciertos pasajes,
mientras que las ignora en otros. En cierto pasaje se expresa una cosa, mientras
que en otro pasaje se lo salta. El mismo término puede aparecer de una forma
en un lugar y de otra en un lugar diferente. La misma palabra aparece en plural
en ciertos casos, y en otros, en su forma singular. En algunos pasajes, la Biblia
recalca el nombre del Señor, mientras que en otros hace hincapié en el nombre
del hombre. La cronología se menciona en algunos lugares, pero en otros se deja
de lado por completo. Todos estos son hechos.

Una persona que lee con esmero la Biblia es, sin duda, cuidadosa ante Dios. No
puede ser descuidada ni torpe, ya que ni una jota ni una tilde de la Palabra de
Dios puede ser alterada. Lo que dice la Palabra de Dios, así ha de ser. En el
momento mismo en que la Palabra de Dios se abre a nosotros, debiéramos
poder determinar cuál es el énfasis en dicho pasaje. Muchas personas son
descuidadas, y oyen y leen la Palabra sin prestar mucha atención; por ende, no
identifican qué es lo que la Palabra de Dios enfatiza, ni comprenden las
profundidades de la misma. Lo primero que tenemos que hacer es identificar los
hechos, luego memorizarlos, analizarlos, clasificarlos y compararlos. Sólo
entonces recibiremos la luz del Señor. De este modo, seremos abastecidos y
podremos abastecer a otros. Así seremos nutridos y podremos nutrir a los
demás.

Les daré un ejemplo sencillo. Si leemos la Biblia cuidadosamente,


encontraremos en el Nuevo Testamento las expresiones en el Señor, en Cristo,
en Cristo Jesús y otras parecidas, pero nunca veremos en Jesús ni en Jesucristo.
Únicamente hallamos la expresión en Cristo Jesús, mas no en Jesucristo. Estos
son hechos y debemos memorizarlos y tomar nota de cada uno de ellos.
Examine el pasaje donde dice en el Señor y el contexto en el que aparece.
Busque los pasajes en los que se halla la expresión en Cristo y determine cuál es
su contexto. Busque, además, aquellos pasajes en los que aparece la expresión
en Cristo Jesús y determine en qué contexto se usa. Si memorizamos todos estos
pasajes, los podremos comparar entre sí. ¿Por qué en cierta ocasión dice en
Cristo en vez de en Jesús? ¿Por qué en determinado pasaje dice en Cristo Jesús
y no en Jesucristo? ¿Por qué la Biblia nunca dice en Jesús ni en Jesucristo? ¿Por
qué es así? Cuando analicemos y comparemos las Escrituras de esta forma y
acudamos a Dios para ser iluminados, podremos ver algo.
Cuando somos iluminados con la luz, todo es esclarecido. Jesús es el nombre
dado al Señor mientras estaba en la tierra. Cristo es el nombre que Dios le
designó a Él al ungirlo después de la resurrección. Recordemos que en Hechos 2
se nos dice que Dios le ha hecho Señor y Cristo. Por tanto, Cristo es el nombre
con que Dios le designó en Su resurrección. Al leer Romanos encontramos las
palabras Cristo Jesús, lo cual quiere decir que el Cristo de hoy es el mismo Jesús
que estuvo en la tierra; Su nombre ahora es Cristo Jesús. Antes de Su
resurrección se le llamó Jesucristo, lo cual denota que Jesús llegaría a ser el
Cristo. Jesús es el nombre con el que se le conoció mientras vivió en la tierra
como hombre. Existe una diferencia entre la expresión que da a entender que
Cristo era antes Jesús y la expresión que muestra que Jesús llegaría a ser el
Cristo. Es más, no podemos estar en Jesús, pero sí en Cristo; podemos estar en
el Señor y en Cristo Jesús, mas no en Jesucristo. Mientras el Señor estaba en la
tierra, no podíamos estar en Él, porque si hubiéramos estado, habríamos
tomado parte en Su muerte en la cruz así como en Su redención, lo cual
contradice totalmente la verdad bíblica. Nosotros no tenemos parte en Su
encarnación ocurrida en Belén. Él era el Hijo unigénito de Dios, y nosotros no
tenemos parte en ese aspecto.

¿Cómo podemos estar en Cristo? En 1 Corintios 1:30 se nos dice: “Mas por Él
[Dios] estáis vosotros en Cristo Jesús”. No dice en Jesús. Después de que el
Señor Jesús murió y resucitó, fuimos unidos a Él en Su resurrección. Mediante
Su muerte y resurrección, Dios lo hizo el Cristo y nos unió a Él por el Espíritu.
Nosotros recibimos Su vida cuando Él resucitó; por lo tanto, la regeneración no
proviene de la encarnación sino de la resurrección. Ahora podemos ver esto
claramente.

Es así como se lee y estudia la Biblia. Primero, identificamos los hechos; luego
los memorizamos, los clasificamos y los comparamos; después, oramos al Señor
y esperamos en Él, y finalmente, recibimos Su iluminación y una nueva visión.
Estos son los cuatro principios que usamos al leer la Biblia. No podemos pasar
por alto ninguno de ellos.

Permítanme darles otro ejemplo. Noten lo que se dice acerca de la venida del
Espíritu Santo en Juan 14 y 15. Al leer estos pasajes, debemos prestar mucha
atención a la promesa del Señor Jesús y descubrir cuáles son los hechos
específicos relacionados a dicha promesa.

Leemos en Juan 14:16-20: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador,


para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad, al cual el
mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis,
porque permanece con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos;
vengo a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros
me veis; porque Yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros
conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”.
¿Cuáles son los hechos que debemos identificar en este pasaje? Las primeras
oraciones hablan de “el Padre” y “el Espíritu” pero después cambia a “Yo”. Este
cambio en el pronombre presenta un hecho: que de la tercera persona se pasa a
la primera persona.

Conforme a los cuatro principios ya mencionados, ¿cómo debemos abordar este


pasaje? Primero, debemos identificar los hechos. En este caso, el hecho es que el
pronombre pasa de “Él” a “Yo”; segundo, debemos tener presente este hecho;
tercero, debemos analizar el hecho de que aquí hay dos Consoladores. El Señor
dice: “Yo rogaré al Padre, y [el Padre] os dará otro Consolador. La palabra otro
significa que ya había uno. Así que “Él [el Padre] os dará otro Consolador”
significa que debe de existir un primer Consolador.

Así pues, lo primero que podemos determinar es que el Señor habla de dos
Consoladores. Les dice a los discípulos que ellos ya tienen un Consolador, y que
Él les va a dar otro. ¿Qué clase de Consolador es el segundo? Uno “que esté con
vosotros para siempre”. ¿Quién es este Consolador? El Señor Jesús dijo que el
mundo no conocía a este Consolador, pero que Sus discípulos sí. ¿Por qué
podían conocerlo Sus discípulos? “Porque permanece con vosotros”. Es decir, Él
estaba con ellos permanentemente. El mundo no le puede recibir, pues ni
siquiera le ha visto, ¿y los discípulos? Los discípulos le habían visto y le
conocían porque estaba con ellos todo el tiempo.

El Señor les anunció: “Porque permanece con vosotros, y estará en vosotros”.


Después de decir esto, el Señor ya no vuelve a usar el pronombre “Él”, pues en la
siguiente oración dice: “No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros”. Al estudiar
estos pasajes, encontramos que “Él” [pronombre de tercera persona] es “Yo”
[sujeto tácito de “vengo a vosotros”], y que este “Yo” es aquel “Él”. En otras
palabras, mientras el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él era el Consolador, el
Espíritu Santo estaba en el Señor, y el Señor era el Consolador, así pues, Él y el
Espíritu Santo eran uno solo. Por esta razón, Él dijo que los discípulos le habían
visto y le conocían, y que Él estaba con ellos.

¿Qué sucedió entonces? El Señor procede entonces a decirles que otro


Consolador vendría después que Él muriera y resucitara. Les dijo que volvería a
ellos y que Dios les daría el Espíritu Santo, pero ¿cómo se logró esto? El mismo
Señor volvió a ellos nuevamente en el Espíritu Santo; no los dejó huérfanos. Por
un breve tiempo no le vieron, pero luego le volvieron a ver y Él permanecería en
ellos. El versículo 17 dice: “Estará en vosotros”. Más adelante, en el versículo 20
leemos: “Yo en vosotros”. Por consiguiente, el “Yo” tácito de la segunda sección
es el “Él” de la primera. Si notamos este cambio, podremos ver la diferencia
entre los dos Consoladores. La primera sección se refiere al Espíritu Santo en
Cristo, y la segunda a Cristo en el Espíritu Santo. ¿Quién es el Espíritu Santo? Es
el Señor Jesús presentado en otra forma. El Hijo es el Padre en otra forma; de la
misma manera, el Espíritu Santo es el Hijo en otra forma. Sólo es un cambio de
forma.

Por este ejemplo vemos que el primer principio básico al leer la Biblia es
identificar los hechos. Si no lo hacemos, no podremos recibir ninguna luz de
Dios. Lo importante no es cuántas veces leemos la Biblia, sino saber descubrir
los hechos que esta contiene mediante las muchas veces que la leamos.

Pablo era una persona que sabía descubrir los hechos. Noten lo que dijo en
Gálatas 3. Él vio en Génesis que Dios bendeciría a las naciones mediante la
simiente de Abraham, y que la palabra simiente estaba en singular, y no en
plural, refiriéndose a Cristo. Primero, Pablo identificó este hecho. Él vio que las
naciones serían bendecidas mediante la simiente de Abraham, y vio que esta
simiente única se refería a Cristo. Si la palabra hubiera sido en plural, se habría
referido a los muchos hijos de Abraham, es decir, a los judíos, y el significado
sería completamente diferente. Pablo leyó la Escritura detenidamente y supo
descubrir los hechos contenidos en la misma.

En la Biblia se esconden muchos hechos. Que alguien sea rico en el


conocimiento de la Palabra de Dios dependerá de cuántos de esos hechos haya
descubierto. Cuanto más hechos haya descubierto, más rica será dicha persona.
Si una persona no descubre los hechos contenidos en la Biblia, sino que la lee
apresuradamente y sin prestar atención, ciertamente no podrá entender mucho.

Al leer la Biblia, debemos descubrir los hechos, luego memorizarlos, analizarlos


y compararlos. Por último, debemos arrodillarnos ante Dios y pedirle luz.

III. LAS DIFERENTES MANERAS DE LEER LA BIBLIA

Debemos dividir nuestra lectura de la Biblia en dos períodos diferentes y


debemos tener dos ejemplares, uno para cada ocasión. La primera lectura puede
hacerse en la mañana, y la otra en la tarde. Ambas lecturas también pueden
hacerse temprano en la mañana, leyendo de una manera en la primera mitad del
tiempo, y leyendo de otra manera el resto del tiempo. Nuestra lectura de la
Biblia debe dividirse en dos períodos. En la mañana o en la primera sesión de
nuestra lectura matutina, debemos meditar, alabar al Señor y orar mientras
leemos la Biblia, combinando nuestra lectura con meditación, alabanza y
oración. En este período recibimos el alimento espiritual y nuestro espíritu es
fortalecido. No lea mucho durante esta sesión, tres o cuatro versículos son
suficientes. Sin embargo, en la tarde o en la segunda sesión de la lectura
matutina, debemos dedicar más tiempo a la lectura de la Biblia, pues lo
hacemos con el propósito de aprender más de la Palabra de Dios.

Si es posible, debemos tener dos Biblias porque la que se usa en la mañana, o en


el primer período de lectura, no debe tener ninguna anotación (excepto fechas, a
las cuales aludiremos más adelante). En la Biblia que usamos en el segundo
período de lectura podemos anotar todo lo que nos haya llamado la atención, ya
sea haciendo anotaciones, poniendo algún signo o subrayando algunas palabras
o versículos. La Biblia que usamos en el primer período puede contener fechas
que indiquen ciertos versículos especiales, cierto acuerdo que hemos establecido
con el Señor o alguna experiencia especial que tuvimos en ese día. Debemos
anotar la fecha al lado de tal versículo para indicar que ese día tuvimos un
encuentro con Dios. Escriba sólo la fecha. La Biblia que usamos en el segundo
período es para beneficio de nuestro entendimiento y en ella debemos tomar
nota de todos los hechos espirituales que hayamos logrado identificar y de la luz
que hayamos recibido. Procedamos entonces a describir la manera en que
debemos leer la Biblia durante estos dos períodos.

A. En la primera sesión meditamos


en la Palabra de Dios

En cuanto a la meditación de la Palabra, creo que la mejor manera para


describirla es citar lo que George Müller dijo:

Al Señor le ha placido recientemente enseñarme una verdad sin mediación del


hombre, hasta donde sé, cuyo beneficio nunca he perdido; incluso hoy, mientras
preparo la quinta edición de esta publicación, veo que han pasado más de
catorce años. Esto es lo que vi en ese entonces: comprendí más claramente que
nunca, que la primera y la más importante tarea que debo cumplir cada día es
hacer que mi alma esté feliz en el Señor. Lo primero de lo cual debía
preocuparme día a día, no era cómo servir al Señor ni cómo glorificarle, sino
cómo hacer que mi alma entre a un estado de felicidad y cómo hacer que mi
hombre interior sea nutrido. Pues yo puedo esforzarme por presentar la verdad
ante los incrédulos, por beneficiar a los creyentes, por aliviar a los afligidos y, en
general, es del todo posible comportarme como corresponde a un hijo de Dios
en este mundo y, aun así, no estar feliz en el Señor ni ser nutrido y fortalecido en
mi hombre interior día tras día; pues podía haber estado cumpliendo todas
aquellas tareas con un espíritu errado. Antes de ver esto, y durante por lo menos
diez años, era mi hábito entregarme a la oración inmediatamente después de
vestirme en las mañanas, pero ahora he descubierto que lo más importante que
tengo que hacer es leer la Palabra de Dios y meditar sobre ella para que mi
corazón sea consolado, fortalecido, instruido, reprendido y amonestado, y para
que así, por medio de la Palabra de Dios, al meditar en ella, mi corazón sea
conducido a experimentar comunión con el Señor.

A partir de entonces, empecé a dedicarme a meditar sobre el Nuevo


Testamento desde el comienzo, temprano en las mañanas. Lo
primero que hacía después de pedirle al Señor que bendijera Su
preciosa Palabra, era meditar sobre ella buscando en cada versículo
para obtener de ellos bendición, no con miras a ministrar la Palabra
en público, ni con el fin de predicar sobre lo que había meditado,
sino con el fin de alimentar a mi alma. Después de algunos minutos,
el resultado era que mi alma siempre era conducida a confesar mis
pecados, a dar gracias, a interceder o a suplicar, pese a que mi
propósito era más bien meditar que orar. Sin embargo, al meditar
sobre la Palabra de Dios, ello me conducía de inmediato a la oración
y me encontraba por momentos confesando mis faltas o
intercediendo o haciendo súplicas o dando gracias. Luego, proseguía
yo al siguiente versículo, haciendo de éste una oración por mí o por
otros, a medida que leía la Palabra de Dios, siempre teniendo en
cuenta que el objetivo de mi meditación era alimentar mi alma.
Como resultado de ello, surgía la confesión, el agradecimiento, la
súplica o la intercesión, mezclada con mi meditación, y mi hombre
interior casi siempre era en gran manera nutrido y fortalecido.
Cuando iba a desayunar, con raras excepciones, me encontraba en
paz, y muchas veces con felicidad de corazón. Así, al Señor también
le placía comunicarme aquello que, ese mismo día, o mucho
después, se convertía en alimento para otros creyentes, pese a que yo
me entregaba a la meditación, no para ministrar públicamente, sino
para obtener provecho para mi propio hombre interior...

Y aún ahora, desde que Dios me enseñó esto, es muy claro para mí
que lo primero que un hijo de Dios debe hacer cada mañana es
procurar alimento para su hombre interior. Así como el hombre
exterior no puede trabajar por mucho tiempo a menos que se
alimente, siendo esto una de las primeras cosas que hacemos en la
mañana, así también sucede con nuestro hombre interior. Todos
nosotros debemos tomar el alimento con ese propósito; pero, ¿cuál
es el alimento para el hombre interior? No es laoración sino la
Palabra de Dios, y tampoco es la simple lectura de la Palabra que
pasa por nuestras mentes como el agua por la tubería, sino aquella
lectura en la cual reflexionamos en lo que hemos leído, meditamos
sobre ello y lo aplicamos a nuestros corazones. Cuando oramos,
hablamos con Dios. Pero si queremos que nuestras oraciones se
prolonguen por un cierto período de tiempo sin convertirse en una
formalidad, generalmente se requiere para ello de cierta fortaleza o
deseo piadoso; por tanto, el momento en que nuestra alma puede
con mayor eficacia realizar tal esfuerzo, es inmediatamente después
de que el hombre interior haya sido nutrido al meditar en la Palabra
de Dios, desde la cual nuestro Padre nos habla, nos anima, nos
consuela, nos instruye, nos humilla y nos amonesta. Por
consiguiente, podemos meditar con la bendición de Dios pese a que
somos débiles espiritualmente, sin embargo, cuanto más débiles
seamos, más necesitaremos la meditación para ser fortalecidos en
nuestro hombre interior. Así tampoco tendremos que preocuparnos
mucho por ser distraídos en nuestra mente al orar, como ocurre
cuando no hemos tenido tiempo para meditar. Hago hincapié en este
asunto porque sé cuán grande es el beneficio y el refrigerio
espirituales que he obtenido; y con todo amor y solemnidad suplico a
mis hermanos que consideren este asunto. Por la bendición de Dios,
atribuyo a esto la ayuda y fortaleza que he recibido de Dios para
poder pasar en paz por numerosas pruebas de mayor envergadura
que nunca antes había experimentado. Ahora, después de catorce
años de haber llevado esto a la práctica, con el temor de Dios, me
atrevo a recomendarlo plenamente...

¡Cuán diferente es el día cuando el alma ha recibido refrigerio y se ha


regocijado en la mañana, a nuestro día cuando sin preparación
espiritual caen sobre nosotros el servicio, las pruebas y las
tentaciones! (George Müller, Autobiography of George Müller, the
Life of Trust [Autobiografía de George Müller, “Una vida de fe”],
1861, reimpreso en 1981, págs. 206-210)

B. La lectura general durante la segunda sesión

Una persona que recientemente ha recibido al Señor, por lo menos durante los
primeros meses de su vida cristiana, no debe dedicarse al estudio profundo de la
Biblia, ya que no está familiarizada con ella en forma global. Más bien, puede
dedicar unos cuantos meses a leerla por completo y adquirir ciertos
conocimientos generales, y más adelante puede empezar a estudiarla
seriamente.

Para familiarizarse con la Biblia, la persona debe leerla en su totalidad, capítulo


por capítulo, en forma consecutiva, una y otra vez. Es de gran ayuda decidir
cuántos capítulos del Antiguo Testamento y cuántos del Nuevo quiere uno leer
cada día. La lectura no debe ser ni muy rápida ni muy lenta; debe ser en forma
regular, continua y general. George Müller leyó toda la Biblia, el Antiguo y el
Nuevo Testamento, cien veces durante toda su vida. Los que han recibido
recientemente al Señor deben procurar leer la Biblia y mantener un registro de
cuántas veces la han leído en su totalidad. Sería bueno que los nuevos creyentes,
cuando hayan terminado de leer todo el Nuevo Testamento por primera vez, le
escriban una carta y notifiquen a algún hermano mayor. También es útil dejar
una hoja en blanco en la Biblia, donde uno anote el número de veces que la ha
leído. Cuando uno haya terminado de leerla la primera vez, debe anotar la fecha
y el lugar. Lo mismo se puede hacer la segunda vez, la tercera y así
sucesivamente. Cada vez que usted termine de leer la Biblia en su totalidad,
debe anotar exactamente la fecha en que terminó de leer el Antiguo Testamento
y el Nuevo. Espero que usted, al igual que el señor Müller, lea toda la Biblia cien
veces a lo largo de su vida. Si una persona desea leer la Biblia cien veces y
calcula que ha de vivir cincuenta años, tendrá que leerla por lo menos dos veces
al año. Vemos, entonces, por qué se necesita dedicar mucho tiempo a la lectura
de la Biblia.

El principio que podemos usar para leer la Biblia es ir capítulo por capítulo
repetidas veces. Los que ya tienen más experiencia deben poner mucha atención
a la manera en que los nuevos creyentes leen la Biblia. Es bueno revisar, de vez
en cuando, las fechas que ellos han anotado en sus Biblias, y ver cuántos
capítulos han leído por día y cuánto han avanzado cada semana. Debemos
prestar atención a esta labor y no desmayar, y también debemos animar a
quienes van demasiado despacio y decirles: “Ya ha pasado medio año, ¿cómo es
que todavía no has terminado de leer el Nuevo Testamento?”.

Si una persona lee la Biblia de esta manera, en poco tiempo su conocimiento


bíblico crecerá; si es posible debe memorizar uno o dos versículos todos los días.
Al principio uno tiene que esforzarse un poco, porque tal vez le sea difícil y le
resulte tedioso, pero más adelante verá cuán beneficioso es esto.

C. Un estudio intenso
durante un tiempo designado

La primera manera de leer la Biblia, hecha con oración y meditación sobre la


Palabra, se debe practicar continuamente por toda la vida. La segunda manera,
en la cual se hace una lectura general y cierto tipo de estudio, puede empezarse
después de seis meses, al haberse familiarizado con la Palabra.

Todo creyente debe tener un plan definido para estudiar la Biblia. Si usted sólo
puede dedicar media hora diaria, hágase un plan de estudio de la Biblia de
media hora al día; si puede dedicar una hora diaria, hágase un plan acorde con
el tiempo del que dispone. Hágase un plan de estudio de la Biblia que se
acomode a su horario. La manera menos provechosa de leer la Biblia es la
basada en “la inspiración”, o sea, tener una lectura imprevista y ocasional, que
comienza en la página que a uno se le ocurre en el momento; en ocasiones uno
lee con avidez durante diez días y luego deja de leer los siguientes diez días. Este
no es un buen método y no debemos adoptarlo. Cada uno debe tener un plan
específico de lectura y ser disciplinado y estricto en seguirlo.

Sin embargo, no se exija demasiado ni se dedique a ello demasiadas horas,


porque si lo hace, le será muy difícil mantenerlo, lo cual viene a ser peor que no
tener ningún plan. Una vez que usted determina un método, impleméntelo por
cinco, diez o quince años; no se detenga a los dos, tres, cinco o seis meses. Por
esta razón uno debe estimar cuidadosamente ante el Señor las horas que va a
dedicar al estudio de la Palabra. Una hora al día será suficiente. Media hora es
muy poco, ya que no podrá abarcar mucho; pero si sólo dispone de media hora,
está bien, aunque lo ideal sería una hora. Si se dispone de dos horas es aún
mejor, pero normalmente no es necesario dedicar más de dos horas. No
conocemos a ningún hermano o hermana que haya estudiado por tres horas al
día y haya podido mantener ese horario por mucho tiempo.

En el libro Las maneras de estudiar la Biblia se presentan veintiocho formas


diferentes de estudiar la Palabra de Dios. De las veintiocho maneras
presentadas, el estudio progresivo de la verdad a lo largo de toda la Biblia es el
más difícil. Se recomienda que este método sea puesto en práctica sólo años más
tarde. El estudio de ciertas palabras en la Biblia es mucho más fácil, porque se
puede estudiar metales, minerales, números, nombres propios o nombres
geográficos, entre otros temas. Estos pueden considerarse estudios
suplementarios, y no tenemos que dedicarles todo nuestro tiempo. También, si
tenemos tiempo, podemos hacer estudios cronológicos de la Biblia. Además de
estos, existen muchas otras maneras de estudiar la Biblia, como por ejemplo el
estudio de las profecías, las tipologías, las parábolas, los milagros, las
enseñanzas del Señor mientras estuvo en la tierra, o se puede estudiar libro por
libro, etc. Debemos poner en práctica todos estos métodos uno por uno.

Supongamos que una persona tiene una hora diaria para estudiar la Biblia.
Puede distribuir ese tiempo de la siguiente manera:

1. Los primeros veinte minutos:


estudio de ciertos temas

Las experiencias de algunas personas nos sugieren que una hora de estudio
puede dividirse en cuatro sesiones. En la primera sesión, de veinte minutos, se
puede estudiar temas específicos como profecías, tipologías, parábolas,
dispensaciones, las enseñanzas del Señor cuando estuvo en la tierra o un libro
en particular. Se puede leer todos los pasajes que traten del tema de nuestro
estudio y buscar los versículos referentes al mismo tema. Si ha decidido estudiar
libro por libro, puede seleccionar Romanos o el Evangelio de Juan. Después de
terminar el primer libro, continúe con el siguiente, estúdielo en detalle y
examine su contenido. Si usted decide dedicar veinte minutos de su tiempo
diario a esta clase de estudio, no lo extienda ni lo acorte. Debemos aprender a
restringirnos y a no ser descuidados.

2. Los segundos veinte minutos:


estudio de ciertas palabras

Los veinte minutos siguientes podemos dedicarlos al estudio de palabras


específicas. Encontramos términos especiales y significativos que se repiten a lo
largo de la Biblia, como por ejemplo: reconciliación, sangre, fe, gozo, paz,
esperanza, amor, obediencia, justicia, redención, misericordia, etc. Si los
agrupamos y los resumimos, podemos estudiarlos a fondo y comprender sus
significados intrínsecos. Por ejemplo, podemos estudiar la palabra sangre.
Primero debemos anotar todos los capítulos y versículos que la mencionen y
analizar el significado de cada caso. ¿Qué hizo la sangre por nosotros ante Dios?
¿A qué clase de personas se aplica la sangre? ¿Qué logró la sangre y cuanto logró
en beneficio nuestro? En el Antiguo Testamento hay muchos versículos que
hablan de la sangre y los debemos analizar todos. Esto no se puede lograr en
una sola sesión; por lo tanto, no esperemos obtener resultados asombrosos el
primer día. Si se puede conseguir una concordancia se podría ahorrar mucho
trabajo.

3. Los terceros diez minutos:


reunir información

Los diez minutos que siguen los podemos dedicar a reunir información sobre los
temas que hayamos escogido. Hay muchos temas en la Biblia, como por
ejemplo: la creación, el hombre, el pecado, la salvación, el arrepentimiento, el
Espíritu Santo, la regeneración, la santificación, la justificación, el perdón, la
libertad, el Cuerpo de Cristo, la venida del Señor, el juicio, el reino de Dios, la
eternidad, etc. Uno puede escoger ciertos temas y reunir la información
contenida en la Biblia misma. Cuando mucho, uno puede examinar cinco temas
simultáneamente; no es recomendable escudriñar más de cinco, pues se tendrá
demasiada información, lo cual hace la tarea bastante difícil. No reúna material
para un solo tema, pues esto también toma demasiado tiempo. Se puede
encontrar material para más de un tema en un solo capítulo. Uno puede estar
estudiando sobre el Espíritu Santo, pese a que el capítulo que está leyendo no
contiene nada sobre dicho tema; sin embargo, puede encontrar otros temas en
el mismo capítulo; por lo tanto, es más provechoso reunir información sobre
dos, tres, cuatro o cinco temas al mismo tiempo, aunque no más de cinco.

El estudio de cada tema puede requerir cierto tiempo para completarse; cada día
se reunirá más información sobre el tema de estudio interesado. Se debe anotar
toda la información que se haya encontrado y después escribir las palabras
principales y el significado de cada pasaje. Es muy importante que uno sepa de
qué se trata el pasaje. Supongamos que uno esté estudiando sobre el Espíritu
Santo en el libro de Efesios. Al hallar la expresión “sellados con el Espíritu
Santo” en 1:13, debe escribir el significado de la palabra sellar. Primero debe
anotar el versículo mismo, luego los términos afines y por último el significado
de dicho versículo. Debe reunir toda la información y un día, cuando vaya a
abordar el tema, todo este material estará disponible para que usted lo utilice.

4. Los cuartos diez minutos:


la paráfrasis

Los últimos diez minutos lo podemos usar para parafrasear la Biblia, que es un
ejercicio de suma importancia y utilidad. Al usar uno sus propias palabras para
describir lo que contiene la Biblia, recibe una visión renovada del pasaje. Haga
una paráfrasis sencilla usando palabras que otros puedan entender.

Por ejemplo, usted está estudiando Romanos capítulo por capítulo. Y si un joven
se le acerca y le dice que ha leído lo que Pablo ha escrito en dicho libro, pero que
lo no entiende, usted tiene que pensar cómo explicárselo usando sus propias
palabras. Ofrecer una paráfrasis no es dar un comentario, sino comunicar con
sus propias palabras y con sencillez lo mismo que Pablo dijo a fin de que otros lo
entiendan. Por esta razón, uno necesita aprender a parafrasear la Biblia, relatar
el pasaje con las palabras de uno mismo. Puede comenzar con el libro de
Romanos, haga una paráfrasis de ello con sus propias palabras. Pablo lo escribió
usando sus propias palabras, y ahora usted debe tratar de hacer lo mismo. Haga
lo que pueda, con propiedad y claridad, de tal manera que tanto usted como los
hermanos puedan entender el pasaje cuando lo lean.

Si puede hacer una paráfrasis, verá cuánto sabe de las Escrituras. Al usar uno
sus propias palabras para presentar nuevamente el pensamiento de los
apóstoles estará preparándose para exponer la Biblia. Por consiguiente, hacer
una paráfrasis de la Biblia constituye el primer paso y explicarla, el segundo.
Primero debemos aprender a expresar el texto de la Biblia con nuestras propias
palabras ya que nuestro entrenamiento ante Dios debe llevar un orden
apropiado. No tratemos de exponer la Biblia sin haber aprendido antes a
parafrasearla, ya que eso sería prematuro. Si no podemos parafrasear la Biblia,
no podremos explicarla bien. Aprender a parafrasear es un requisito
indispensable para exponer la Biblia. Esta es una lección básica que todos
debemos aprender. Primero, narre las epístolas de Pablo con sus propias
palabras y después haga lo mismo con todo el Nuevo Testamento.

Cuando haga su paráfrasis, evite usar las palabras de la Biblia; use las suyas, ya
que la finalidad de este ejercicio es aprender a expresar el significado del pasaje
con palabras que estén a su alcance. Después de que haya trabajado así un libro
de la Biblia, se dará cuenta de cuán valiosa es esta experiencia y cuánto
beneficio le reporta tal disciplina. Una persona negligente no podrá parafrasear
la Biblia; así que debemos orar al Señor y leer la Biblia de una manera ordenada
antes de hacer una paráfrasis válida. Después de terminar un libro, revise su
trabajo una o dos veces, haciendo los cambios necesarios y puliendo las frases.
De este modo, obtendrá una impresión más clara de dicho libro y sabrá de qué
hablaban los apóstoles. Para tener un conocimiento profundo de un pasaje es
necesario parafrasearlo.

Para poder parafrasear la Biblia, hay que estudiarla minuciosa y


exhaustivamente. Uno tiene que entender lo que ese pasaje dice y lo que está
implícito en él. Entonces uno podrá incorporar todo ese conocimiento a la
paráfrasis que se va a redactar. Esto requiere un entendimiento completo del
versículo, ya que éste sólo podrá parafrasearse cuando se haya entendido
claramente todo su contenido. Al practicar esto diariamente, leer
detalladamente y tomar notas minuciosas, uno podrá llegar a parafrasear una
epístola entera de Pablo y, entonces, estará en capacidad de entender
plenamente lo dicho por Pablo y, al repetirlo en sus propias palabras, comunicar
el mismo significado a los demás.

Hasta ahora hemos mencionado cuatro cosas: primero, debemos estudiar por
temas; segundo, debemos estudiar las palabras; tercero, debemos reunir la
información necesaria, y cuarto, debemos hacer una paráfrasis de lo estudiado.
Debemos poner en práctica los veintiocho métodos a los que aludimos
anteriormente. Es muy importante mantener un horario definido. Debemos
ceñir nuestros lomos, y ser restringidos y regulados por el Señor. Si decidimos
estudiar una hora al día, hagámoslo. No la extendamos ni la acortemos, a menos
que estemos enfermos o de vacaciones, que son las únicas dos excepciones.
Debemos mantener este horario, pues si persistimos en este ejercicio
diariamente, pronto recogeremos una buena cosecha más adelante.

CAPÍTULO DIEZ

LA ORACIÓN

Lectura bíblica: Jn. 16:24; Jac. 4:2-3; Lc. 11:9-10; Sal. 66:18; Mr. 11:24; Lc.
18:1-8

I. LA ORACIÓN ES UN DERECHO BÁSICO


DEL CREYENTE

Los creyentes tienen un derecho básico mientras están en la tierra hoy y es el


derecho a que sus oraciones sean contestadas. En el momento que una persona
es regenerada, Dios le concede el derecho básico de pedir y de ser oído por Él.
En Juan 16 dice que Dios nos responde cuando le pedimos en el nombre del
Señor para que nuestro gozo sea cumplido; y si oramos sin cesar, viviremos en
la tierra una vida cristiana que estará llena de gozo.

Si oramos sin cesar y Dios no nos contesta incesantemente, o si hemos sido


cristianos por años y Dios rara vez nos escucha o nunca nos responde, ello
muestra que tenemos un problema muy grave. Si hemos sido creyentes por tres
o cinco años sin haber recibido una sola respuesta a nuestras oraciones, somos
cristianos inútiles. No solamente un tanto inútiles, sino muy inútiles. Somos
hijos de Dios y ¡nuestras oraciones no son respondidas! Esto jamás debería
suceder. Todo creyente debe recibir respuesta a sus oraciones de parte de Dios,
pues tal experiencia es básica. Si Dios no ha contestado a nuestras oraciones por
mucho tiempo, esto indica que algo está mal con nosotros. En lo que concierne a
las respuestas recibidas a nuestras oraciones, no hay manera de engañarnos. Si
fueron respondidas, fueron respondidas; si no lo fueron, simplemente no fueron
respondidas. Nuestras oraciones o son eficaces o no lo son.

Nos gustaría preguntarle a cada creyente: ¿Ha aprendido usted a orar? ¿Ha
contestado Dios a su oración? Estamos equivocados si dejamos nuestras
oraciones sin que sean contestadas, porque las oraciones no son palabras que
quedan en el aire, puesto que se ofrecen para ser respondidas. Las oraciones sin
respuesta son oraciones vanas, y los creyentes deben tener la expectativa de que
sus oraciones sean contestadas, porque si usted ha creído en Dios, Él debe
contestar sus oraciones, sino sus oraciones serán inútiles. Uno debe orar hasta
recibir respuesta, ya que la oración no sólo cultiva el espíritu, sino es más, se
hace para obtener respuestas de parte de Dios.

Aprender a orar no es una tarea sencilla. Es posible que alguien haya sido un
creyente por treinta o cincuenta años y, aun así, no haya aprendido todavía a
orar como es debido. Por un lado, la oración no es un aprendizaje sencillo; pero
por otro, es tan fácil que uno puede orar en cuanto cree en el Señor. La oración
puede considerarse el tema más profundo y a la vez el más sencillo. Es tan
insondable que algunos nunca han sabido orar como es debido, a pesar de haber
estado aprendiéndolo toda su vida. Muchos hijos de Dios tienen el sentir de que
jamás aprendieron a orar, aun hasta en su lecho de muerte. Sin embargo, la
oración es algo tan sencillo que tan pronto una persona cree en el Señor puede
empezar a orar y a recibir respuestas a sus oraciones. Si usted tiene un buen
comienzo en su vida cristiana, siempre recibirá respuestas a sus oraciones. De lo
contrario, es posible que transcurran tres o cinco años antes de que sus
oraciones sean respondidas. Si usted no tiene un buen fundamento al respecto,
necesitará hacer un gran esfuerzo para corregirlo más adelante. Por lo tanto,
cuando uno cree en el Señor, debe aprender a recibir respuesta a sus oraciones
de parte de Dios. Esperamos que todos los creyentes presten mucha atención a
este asunto.

II. LAS CONDICIONES PARA QUE DIOS


CONTESTE NUESTRAS ORACIONES

En la Biblia vemos numerosas condiciones que tenemos que satisfacer para que
nuestras oraciones sean contestadas. Pero sólo unas cuantas son básicas y
creemos que si las cumplimos, nuestras oraciones serán respondidas. Estas
pocas condiciones, pese a que son básicas, también se aplican a los que han
orado por muchos años, y debemos prestarles mucha atención.

A. Pedir

Todas nuestras oraciones deben ser peticiones genuinas delante de Dios.


Después de ser salvo, cierto hermano oraba todos los días hasta que un día una
hermana le preguntó: “¿Ha escuchado Dios alguna vez tu oración?”. Esto lo
sorprendió, pues para él la oración era simplemente oración, y no veía razón
para preocuparse por si era contestada o no. Desde entonces, cada vez que
oraba, le pedía a Dios que contestara su oración y empezó a considerar cuántas
de sus oraciones no habían sido respondidas. A raíz de ello, este hermano se dio
cuenta de que sus oraciones eran vagas y caprichosas. A él no le preocupaba si
Dios contestaba o ignoraba sus oraciones. Para él su oración era como pedir a
Dios que saliera el sol, el cual sale independientemente de si uno ora o no. Él
había sido salvo por un año, pero hasta entonces sus oraciones no habían sido
respondidas; todo ese tiempo, lo único que había hecho era arrodillarse a
musitar palabras y no podía indicar con precisión lo que había pedido; lo que
equivalía a no pedir nada.

El Señor dice: “Llamad, y se os abrirá” (Mt. 7:7). Si usted llama a la pared, el


Señor no se la abrirá, pero si toca la puerta, Él con toda seguridad le abrirá; si le
pide que le permita entrar, le dejará entrar. El Señor también dijo: “Buscad, y
hallaréis” (v. 7). Supongamos que hay muchas cosas frente a usted, ¿cuál
quiere? No conteste que cualquiera; debe pedir por lo menos una de ellas. Lo
mismo sucede con Dios; Él quiere saber específicamente lo que uno quiere y
pide. Sólo así Él se lo podrá dar. Así que pedir significa solicitar algo específico.
Tenemos que pedir, y esto es lo que quiere decir buscar y llamar a la puerta.
Supongamos que usted desea que su padre le dé algo hoy. Usted tendrá que
pedir específicamente aquello que desea recibir. Si usted va a la farmacia para
comprar medicina, tiene que decirle al farmacéutico qué medicina necesita
exactamente. Si va al supermercado a comprar verduras, tiene que pedir
exactamente lo que desea. Por tanto, es sorprendente que las personas se
acerquen al Señor y no le digan exactamente lo que quieren. Esta es la razón por
la cual el Señor dice que no sólo necesitamos pedir, sino que tenemos que pedir
especificando lo que deseamos recibir. El problema radica en que no pedimos.
El obstáculo está de nuestro lado. Al orar debemos pedir lo que necesitamos y
deseamos. No hagamos una oración todo-inclusiva ni oremos descuidadamente;
debemos preocuparnos por la respuesta a nuestra oración.

Un nuevo creyente debe aprender a orar teniendo un objetivo concreto. “No


tenéis, porque no pedís” (Jac. 4:2). Muchos oran sin pedir. Es inútil pasar una o
dos horas u ocho o diez días ante el Señor orando sin pedirle nada. Uno debe
aprender a hacer peticiones concretas; uno tiene que llamar a la puerta y
golpearla fuertemente. Una vez que usted ha identificado la entrada y ha
decidido entrar, debe llamar a la puerta con energía. Cuando uno busca algo
determinado, no se conformará con cualquier cosa, sino que irá en pos de lo que
verdaderamente quiere. No debemos ser como algunos hermanos y hermanas
que se levantan en las reuniones a orar por veinte minutos o media hora, sin
saber ni lo que dicen ni lo que quieren. Es bastante extraño que muchas
personas hagan oraciones largas en las que no se pide nada en concreto.

Debemos aprender a ser específicos al orar, y saber cuándo Dios contesta


nuestras oraciones y cuándo no. Si a usted no le importa si Dios le responde o
no, le será muy difícil orar eficazmente cuando enfrente alguna dificultad en el
futuro. Las oraciones vacías no tendrán ningún efecto en tiempos difíciles, ni
traerán solución alguna a nuestros problemas. Sólo las oraciones hechas con
objetivos específicos podrán resolver problemas específicos.

B. No pedir mal

Una segunda condición que tenemos que cumplir al orar es que no debemos
pedir mal: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal” (Jac. 4:3). Nuestra oración a
Dios debe ser hecha en función de nuestra necesidad. No debemos orar “a
ciegas”, insensatamente y sin control. Además, nunca debemos pedir mal o
pedir desmesuradamente por cosas innecesarias según los deseos de nuestra
carne, ya que si lo hacemos, nuestras oraciones serán vanas. Dios siempre nos
da “mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos” (Ef. 3:20);
pero si pedimos mal, el resultado será muy diferente.

Pedir mal significa solicitar más de lo que uno necesita o puede recibir. Si uno
necesita algo, se lo puede pedir a Dios; mas sólo pídale aquello que necesita,
porque pedir más de lo que se necesita es pedir mal. Si uno se halla en una
necesidad seria, está bien que pida a Dios que la resuelva, pero si no tiene
ninguna necesidad y pide por pedir, está pidiendo mal. Sólo se debe pedir de
acuerdo a la capacidad y la necesidad de uno. No debemos pedir cosas al azar.
Pedir desmesuradamente es pedir mal, y por ende, dicha oración no recibirá
respuesta. Pedir mal ante Dios se puede comparar con el caso de un niño que le
pide a su padre que le dé la luna. A Dios no le agrada que le pidamos mal. Todo
cristiano debe aprender a hacer que sus oraciones se circunscriban a los
parámetros apropiados y a no hacer peticiones apresuradas ni a pedir más de lo
que uno verdaderamente necesita.

C. Quitar de en medio los pecados

Algunos no piden mal, pero no reciben respuesta a sus oraciones debido a que la
barrera básica del pecado se interpone entre ellos y Dios. En Salmos 66:18
leemos: “Si en mi corazón miro la iniquidad, / Él Señor no me escuchará”. Si
una persona está consciente de ciertos pecados obvios y no está dispuesta a
dejarlos, el Señor no contestará las oraciones que ella haga. (Nótese la expresión
en mi corazón.) Mientras haya tal impedimento, el Señor no puede contestar a
nuestras oraciones.

¿Qué significa la expresión en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad?


“Significa esconder un pecado en el corazón y no estar dispuesto a dejarlo; es
saber que algo es pecado y, aun así, seguir albergándolo”. No es sólo una
debilidad en la conducta o apariencia, sino un deseo presente en el corazón. Por
ejemplo, la persona descrita en Romanos 7 no corresponde a esta categoría,
porque aunque ha pecado, aborrece lo que ha hecho; mientras que la persona
que contempla la iniquidad en su corazón encubre su iniquidad y no está
dispuesta a deshacerse de ella. Este pecado no sólo permanece en su conducta,
sino también en su corazón; por esta razón, el Señor no escuchará ninguna de
sus oraciones. Mientras haya, aunque sea un pecado en nuestro corazón, ello
impedirá que Dios nos escuche. No debemos esconder ningún pecado favorito
en nuestro corazón; debemos reconocer todos nuestros pecados como tales y
dejar que la sangre nos lave. El Señor puede compadecerse de nuestras
debilidades, pero no permitirá que alberguemos iniquidad en nuestro corazón.
Aunque quitásemos todos los pecados de nuestra conducta pero seguimos
amando algún pecado en nuestro corazón y nos rehusamos a dejarlo, nuestras
oraciones no prevalecerán. En el momento que comenzamos nuestra vida
cristiana, tenemos que pedir la gracia del Señor para que santifique nuestra
conducta y nos guarde de pecar. Además, debemos abandonar y rechazar todo
pecado que haya en nuestro corazón; no debemos albergar iniquidad alguna en
nuestro corazón. Mientras haya pecado en nuestro corazón, nuestras oraciones
serán inútiles ya que el Señor no escuchará tales oraciones.

En Proverbios 28:13 dice: “El que encubre sus transgresiones, no prosperará; /


Mas el que las confiesa y las abandona alcanzará misericordia”. Uno debe
confesar sus pecados y decirle al Señor: “Hay un pecado en mi corazón que no
puedo renunciar. Te pido que me perdones. Quiero apartarlo de mí; por favor,
líbrame de este pecado y no dejes que continúe en mí. No lo quiero; quiero
rechazarlo”. Si uno se confiesa así ante el Señor, Él le perdonará, le concederá el
perdón y escuchará su oración. No debemos ser negligentes al respecto: si no
pedimos, no recibiremos nada; ni recibiremos nada si pedimos mal. Y aunque
no pidamos mal, el Señor no nos contestará si albergamos algún pecado en
nuestro corazón.

D. Creer

Por el lado positivo, la condición indispensable para que nuestra oración halle
respuesta es la fe, ya que sin ésta la oración resulta ineficaz. El relato de Marcos
11 muestra claramente la vital importancia que tiene la fe en la oración. El Señor
Jesús dijo: “Todas las cosas por las que oréis y pidáis, creed que las habéis
recibido, y las obtendréis” (v. 24). Al orar tenemos que hacerlo con fe, porque si
creemos que ya hemos recibido lo que pedimos, lo obtendremos. Es nuestro
deseo que tan pronto como una persona reciba al Señor, aunque sólo lleve una
semana de haber sido salva, sepa lo que es la fe, puesto que el Señor dijo: “Creed
que las habéis recibido, y las obtendréis”. Él no dijo: “Creed que las recibiréis”,
sino “creed que las habéis recibido”. Debemos creer que ya hemos recibimos lo
que le hemos pedido, y lo obtendremos. La fe de la que el Señor habla aquí,
precede al predicado hemos recibido. ¿Qué es creer? Es tener la certeza de que
ya recibimos lo que hemos pedido.

Los creyentes a veces cometen el error de separar el verbo creer del predicado
habéis recibido y reemplazan éste con recibiremos; así que oran al Señor
pensando que si tienen una fe muy grande, algún día obtendrán lo que piden.
Piden al Señor que la montaña sea quitada y echada al mar, y creen que así se
hará. Se imaginan que esta es una fe muy grande; sin embargo, esto separa
“creer” de “habéis recibido” y lo reemplaza por “recibiréis”. La Biblia dice que
debemos creer que lo hemos recibido, no que lo recibiremos; estas dos cosas no
significan lo mismo. No sólo los creyentes nuevos deben aprender esto, sino
también todos los que han sido creyentes por muchos años deben saber esto.

¿Qué es la fe? Es la certeza de que Dios ya ha contestado a nuestra oración, y no


la convicción de que Dios contestará nuestra oración. La fe se manifiesta
cuando nos arrodillamos a orar y decimos en un instante: “Gracias mi Dios,
gracias que ya has contestado a mi oración. ¡Te doy gracias, oh Dios! Pues este
asunto está resuelto”. Esto es creer que ya hemos recibido lo que hemos pedido.
Una persona puede arrodillarse, orar, y luego ponerse de pie y decir: “Yo creo
que Dios ciertamente oirá mi oración”. La expresión ciertamenteoirá es
incorrecta, porque aunque se esfuerce por tratar de creer, no verá ningún
resultado. Supongamos que uno ora por un enfermo, y éste dice: “¡Gracias, oh
Dios! ¡Estoy sano!”. Su fiebre tal vez persista y no se presente ningún cambio,
pero el problema está resuelto porque él tiene la certeza de que está sano. Pero
si dice: “Creo que el Señor me sanará”, tendrá que esforzarse por “creer”. El
Señor Jesús dijo: “Creed que las habéis recibido, y las obtendréis”. No dijo que
la obtendrá si uno cree que la recibirá. Si uno cambia el orden, no obtendrá
resultados. Hermanos y hermanas, ¿ven dónde está la clave? La fe genuina se
manifiesta en la expresión hecho está, y en el hecho de agradecer a Dios por
haber respondido a nuestra oración.

Quisiera añadir algo más acerca de la fe. Tomemos por ejemplo el caso de la
sanidad. En el Evangelio de Marcos encontramos algunos ejemplos concretos de
cómo se manifiesta la fe. Vemos en este evangelio tres expresiones que aluden
de modo especial a la oración. La primera se relaciona con el poder del Señor, la
segunda con la voluntad del Señor y la tercera con un acto del Señor.

1. El poder del Señor: Dios puede

Marcos 9:21-23 dice: “Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le
sucede esto? Y él dijo: Desde niño. Y muchas veces le ha echado en el fuego y en
el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros, y
ayúdanos. Jesús le dijo: En cuanto a eso de: Si puedes, todo es posible para el
que cree”. El padre le dijo al Señor Jesús: “Si puedes hacer algo...ayúdanos”. El
Señor respondió diciendo: “Si puedes”, citando y repitiendo lo dicho por el
padre. El padre dijo: “Pero si puedes hacer algo ... ayúdanos”; y el Señor Jesús le
respondió: “Si puedes, todo es posible para el que cree”. No es cuestión de si el
Señor podía, sino de si aquel hombre creía o no creía.

Generalmente, una persona que se encuentra en dificultades está llena de dudas


y le es imposible creer en el poder de Dios. Esto es a lo primero que debemos
enfrentarnos. Hay ocasiones en las que las dificultades que enfrentamos
parecen ser más poderosas que el propio poder de Dios. El Señor Jesús
reprendió al padre por dudar del poder de Dios. En la Biblia muy raras veces
vemos que el Señor interrumpa a otra persona como lo hizo en este pasaje; da la
impresión de que el Señor estuviese enojado cuando repitió: “Si puedes”. En
realidad, el Señor reprendió al padre por haber dicho: “Si puedes hacer algo, ten
compasión de nosotros, y ayúdanos”. La respuesta del Señor era como si
estuviese diciendo: “¿Qué es eso de „si puedes‟? Para el que cree, todo es posible,
y la pregunta no radica en que si el Señor puede, sino si es que uno cree o no
cree. ¡Cómo te atreves a preguntar si puedo!”. Cuando los hijos de Dios oran,
deben aprender a elevar sus ojos y decir: “¡Señor, Tú puedes!”.

En Marcos 2 se relata el caso en el que el Señor sana al paralítico y le dice: “Hijo,


tus pecados te son perdonados” (v. 5), pero algunos escribas cavilaban en sus
corazones: “¿Por qué habla éste así? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar
pecados, sino uno solo: Dios?” (v. 7). Ellos pensaban en sus corazones que
solamente Dios podía perdonar pecados y que Jesús no, pues ellos consideraban
que perdonar pecados era un acto extraordinario. Pero el Señor les dijo: “¿Por
qué caviláis acerca de estas cosas en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil,
decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu
camilla y anda?” (v. 8-9). Con esto, el Señor les mostró que para el hombre la
pregunta era si uno podía o no podía hacerlo, pero para Dios la pregunta era
cuál es más fácil hacerlo. Para los hombres es imposible tanto perdonar pecados
como decirle a un paralítico que se levante y ande; pero el Señor les mostró que
Él podía perdonar los pecados y también hacer que el paralítico se levantase y
andase. Perdonar pecados y hacer que el paralítico se levante y camine son cosas
que el Señor puede realizar fácilmente, y con esto les daba a entender que “Dios
puede”. En nuestra oración necesitamos saber que “Dios puede” y que nada es
difícil para el Señor.

2. La voluntad del Señor: Dios quiere

Es verdad que Dios es todopoderoso, pero ¿cómo sabemos que Él quiere


sanarme? Yo no sé cuál sea Su voluntad, tal vez el Señor no desee sanarme.
¿Qué debo hacer? Vayamos a otro pasaje. Marcos 1:41 dice: “Y Jesús, movido a
compasión, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio”. Aquí la
cuestión que se nos plantea no es si Dios puede, sino más bien si Dios desea
hacer algo o no. Independientemente de cuán grande sea Su poder, debemos
saber si Él está dispuesto a sanar. Si Dios no nos quiere sanar, la grandeza de Su
poder no tendrá efecto en nosotros. La primera pregunta que se debe entender
claramente es que Dios puede, y la segunda es si Dios quiere o no. El Señor le
dijo al leproso: “Quiero”. El Antiguo Testamento nos dice que la lepra es una
enfermedad inmunda (Lv. 13—14), y que cualquiera que tuviera contacto con un
leproso, quedaba contaminado; sin embargo, el amor del Señor fue tan grande
que le dijo: “Quiero”. ¡El Señor Jesús extendió Su mano, lo tocó y quedó limpio!
El leproso le rogó al Señor y el Señor quiso limpiarlo. ¿Podrá ser que el Señor no
nos sane de nuestra enfermedad? ¿Será posible que el Señor no responda
nuestras oraciones? Todos podemos decir “Dios puede” y “Dios quiere”.

3. La acción del Señor: Dios lo realizó

No es suficiente saber que Dios puede y quiere; también necesitamos saber que
Dios lo ha realizado. Volvamos entonces a Marcos 11:24, que citamos
anteriormente: “Todas las cosas por las que oréis y pidáis, creed que las habéis
recibido, y las obtendréis”. Esto nos revela que Dios ya efectuó algo.

¿Qué es la fe? No es solamente creer que Dios puede hacer algo y que lo hará,
sino también creer que Él ya lo hizo. Si usted cree que ya ha recibido lo que ha
pedido, lo obtendrá, y si cree y confía en que Dios puede y hará algo porque Él
mismo ha dicho que lo hará, debe usted entonces agradecer al Señor y declarar:
“Dios ya lo hizo”. Muchas personas no reciben respuestas a sus oraciones
porque no entienden esto y todavía tienen la esperanza de que la recibirán en el
futuro. Sin embargo, tal esperanza está referida al futuro, mientras que creer es
para nosotros algo que ya ha sido realizado. La fe auténtica dice: “¡Te doy
gracias, oh Dios, porque me sanaste! ¡Gracias, oh Dios, que lo he recibido!
¡Gracias, oh Dios, porque estoy limpio! ¡Gracias, oh Dios, porque estoy
restablecido!”. Cuando la fe es perfecta, no sólo dirá: “Dios puede” y “Dios
quiere”, sino también “¡Dios ya lo hizo!”.

¡Dios ya escuchó nuestras oraciones! ¡Él ya lo hizo todo! Si creemos que ya


hemos recibido lo que hemos pedido, lo obtendremos. Con mucha frecuencia,
nuestra fe es una fe que cree que recibirá algo en el futuro y, como resultado de
ello, jamás recibimos nada. Nuestra fe debe afirmar que ya hemos recibido lo
que pedimos. La fe siempre habla de hechos realizados, no de hechos que se
realizarán.

Usemos el ejemplo de una persona que acaba de oír el evangelio. Si usted le


pregunta: “¿Ha creído en el Señor Jesús?”, y él le responde: “Sí, he creído”.
Luego tal vez le pregunte: “¿Es usted salvo?”. Si él le responde: “Estoy seguro de
que seré salvo”, usted sabrá de inmediato que él no es salvo. Supongamos que
usted le pregunta de nuevo: “¿De verdad cree que es salvo?”. Si la persona
contesta: “Ciertamente seré salvo”, usted sabrá que él todavía no es salvo.
Quizás usted quiera preguntarle nuevamente: “¿Está usted verdaderamente
seguro de que será salvo?”, y si le responde: “Me parece que seré salvo”, de
inmediato usted percibirá que él no habla como alguien que ha sido salvo.
Cualquiera que diga: “Seré salvo”, “Ciertamente seré salvo” o “Tengo fe que seré
salvo” no nos da garantía alguna de que ha sido salvo. Pero si la persona afirma:
“Soy salva”, tiene el tono correcto; ella ha creído y es, por tanto, salva. La fe
genuina cree que ya se realizó el hecho. Si una persona tiene fe en el momento
en que es salva, dirá: “Te doy gracias, oh Dios, porque he recibido la salvación”.
Tenemos que asirnos de estos tres hechos: Dios puede, Dios quiere y Dios lo
realizó.

La fe no es un ejercicio psicológico; la fe consiste en recibir la palabra de Dios y


creer con seguridad que Dios puede, que Él quiere y que ya lo efectuó. Si usted
no ha recibido la palabra de Dios, no corra el riesgo de tentar a Dios. El
ejercicio del intelecto no es fe. Tomemos por ejemplo una enfermedad. Aquellos
que han sido sanados mediante la fe genuina no tienen temor de un examen
médico (Mr. 1:44). El resultado de un examen médico demostrará que en
realidad fueron curados y que no fue simplemente una experiencia psicológica.

Cuando los nuevos creyentes aprenden a orar, deben hacerlo en dos etapas. En
la primera etapa deben orar hasta recibir la promesa, la palabra específica de
Dios dada para ellos. Todas las oraciones comienzan pidiéndole algo a Dios y
pueden continuar por un período de tiempo, a veces por períodos de tres a cinco
años. Es necesario seguir pidiendo. Algunas oraciones son contestadas
inmediatamente, mientras que otras se tardan años, y es entonces cuando se
debe perseverar. La segunda etapa se extiende desde el momento en que se
recibe la promesa, la palabra específica de Dios, hasta que la promesa se
cumple, o sea, hasta que la palabra de Dios ha sido cumplida. En esta etapa no
se ora, sino que se ofrece alabanza. En la primera etapa se ora hasta recibir una
palabra específica, mientras que en la segunda, se alaba al Señor continuamente
hasta que la palabra haya sido cumplida. Este es el secreto de la oración.

Algunas personas sólo conocen dos aspectos de la oración. Primero se arrodillan


a orar por lo que no tienen y luego ellos lo obtienen, pues Dios les ha dado lo
que pidieron. Supongamos que yo le pido un reloj al Señor, y a los pocos días el
Señor me lo concede. Generalmente sólo distinguimos dos eventos en este
suceso: primero se carece de algo y luego se obtiene lo que uno carecía. Pero no
nos damos cuenta de que entre estos dos eventos ocurre otra cosa, a saber: el
evento de la fe. Supongamos que yo oro pidiendo un reloj y un día digo:
“Gracias, oh Dios, porque ya escuchaste mi oración”. Aunque mis manos todavía
están vacías, tengo la certeza de que ya recibí el reloj. Algunos días más tarde, el
reloj llega. No debiéramos prestar atención únicamente a estos dos sucesos, a
saber: que no tenía un reloj pero que ahora lo tengo, sino que debemos prestar
atención al tercer suceso que se halla entre esos dos, en el cual Dios nos hace
una promesa, y es entonces que creemos y nos regocijamos en la promesa dada.
Quizás hayamos tenido que esperar tres días antes de recibir el reloj, pero en
nuestro espíritu ya lo habíamos recibido desde hace tres días. Debe ser la
experiencia de un cristiano la de recibir en el espíritu lo que pide, pues si nunca
ha experimentado esto, no tiene fe.

Esperamos que los nuevos creyentes comprendan lo que es la fe y confiamos en


que aprenderán a orar. Quizás usted ha orado continuamente durante tres días
o cinco, o un mes, o más de un año, y todavía no ha obtenido ninguna respuesta,
pero en lo recóndito de su corazón tiene la pequeña certeza de que el asunto
finalmente será realizado. En ese momento usted debe comenzar a alabar a Dios
y seguir alabándole hasta que tenga en sus manos lo que pidió. En otras
palabras, en la primera etapa uno avanza en la oración desde no tener nada
hasta tener fe, y en la segunda uno avanza en la alabanza desde que recibe la fe
hasta que de hecho recibe lo que pidió.

¿Por qué debemos dividir nuestras oraciones en estas dos etapas? Supongamos
que una persona empieza a orar sin tener fe hasta llegar a tenerla. Si una vez que
tiene fe, continuase orando, puede llegar a perder su fe. Una vez que uno ha
adquirido fe, debe comenzar a alabar. Si continúa orando, puede alejar su fe
mediante sus oraciones y al final puede no recibir nada. “Lo obtendréis” implica
que ya lo tenemos en nuestras manos, mientras que “lo habéis recibido” se
refiere a lo que ya hemos recibido en el espíritu. Si la fe ya está allí, pero las
cosas no se han materializado, debe acercarse a Dios con alabanza, no con
oración, porque si Dios ya dijo que nos lo dará, no necesitamos seguir pidiendo.
Si tenemos la certidumbre interior de que “ya hemos recibido” no tenemos
necesidad de seguir pidiendo. Son muchos los creyentes que han tenido la
experiencia de que en cuanto tocan la fe por medio de sus oraciones, ya no
pueden seguir orando. Y lo único que pueden decir es: “¡Señor, te alabo!”. Pues
ellos tienen que mantener su fe y alabar: “¡Señor, te alabo! ¡Has escuchado mi
oración; te alabo porque respondiste a mi oración desde hace un mes!”. Si
ustedes hacen esto, recibirán lo que pidieron. Lamentablemente, algunas
personas no saben esto. Dios ya les ha prometido algo, pero ellos siguen
suplicando en oración. A la postre, sus oraciones menoscaban su fe. Esta es una
gran pérdida.

Lo dicho en Marcos 11:24 es muy precioso, y no encontramos en todo el Nuevo


Testamento otro pasaje que explique tan claramente lo que es la fe. “Todas las
cosas por las que oréis y pidáis, creed que las habéis recibido, y las obtendréis”.
Quien comprenda esto, sabrá lo que significa orar, y la oración será una
herramienta poderosa en sus manos.

E. Perseverar al pedir

Otro aspecto de la oración que requiere mucha atención es que debemos


perseverar en oración y nunca desmayar. En Lucas 18:1 se menciona “la
necesidad de orar siempre, y no desmayar”. Ya que algunas oraciones requieren
perseverancia, debemos orar hasta que la oración parezca que agota al Señor y
lo obliga a contestar. Esta es otra clase de fe. El Señor dijo: “Pero cuando venga
el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? (v. 8). Esta fe es diferente de la fe
que discutimos anteriormente, aunque sin contradecir aquella, ya que en
Marcos 11 se nos dice que debemos orar hasta que tengamos fe, y en Lucas 18 se
nos dice que debemos persistir en nuestra petición, pidiéndole al Señor
persistentemente hasta que Él se vea obligado a contestar nuestra oración. En
este caso, no debemos preocuparnos si se nos hace una promesa o no; sino que
debemos orar hasta que Dios se vea obligado a contestar.

Muchas oraciones son inconsistentes. Una persona puede orar por uno o dos
días, pero después de tres meses se olvida por completo del asunto; otras piden
algo una sola vez y no lo solicitan por segunda vez, lo cual muestra que no les
importa si reciben o no reciben lo que han pedido. Cuente usted las veces que ha
hecho la misma oración más de dos, tres, cinco o diez veces. Si usted mismo se
olvida de sus propias oraciones, ¿cómo puede esperar que Dios se acuerde de
ellas? Si usted no tiene interés en cierta petición, ¿cómo puede esperar que a
Dios le interese escucharle? La verdad es que usted no tiene el deseo de recibir
lo que está pidiendo. Una persona orará persistentemente sólo si tiene una
verdadera necesidad, y sólo cuando es presionado por circunstancias difíciles.
En tales casos, esa persona perseverará por años y años, y no dejará de orar. Le
dirá al Señor: “¡Señor! No dejaré de orar hasta que me contestes”.

Si usted quiere pedir algo y verdaderamente lo desea, debe molestar a Dios y


pedirle con insistencia hasta que Él le oiga. Usted tiene que hacerlo hasta que
Dios no tenga otra alternativa que contestarle, ya que usted lo ha obligado a
actuar.

III. LA PRÁCTICA DE LA ORACIÓN

Todo creyente debiera tener una libreta de oración cada año para anotar en ella
sus oraciones, como si se tratara de un libro de contabilidad. Cada página debe
tener cuatro columnas. En la primera columna se anotará la fecha en que
comenzó a orar por asuntos específicos; en la segunda, aquello por lo cual ora;
en la tercera, la fecha en que recibió respuesta a su oración; y en la cuarta, debe
dejar constancia la manera en que Dios contestó su petición. De esta manera,
usted sabrá cuántas cosas le ha pedido a Dios en un año, cuántas respuestas ha
recibido y cuántas de sus oraciones todavía no han sido contestadas. Los nuevos
creyentes definitivamente deben tener una libreta de este tipo, aunque sería
bueno que quienes son creyentes desde hace muchos años también la tuvieran.

La ventaja de anotar toda esta información en un solo cuaderno es que nos


muestra si Dios contesta nuestras oraciones o no, porque en cuanto Dios deja
sin contestar una sola de nuestras oraciones, debe de haber alguna razón para
ello. Es bueno que los creyentes tengan celo al servir al Señor, pero tal servicio
es inútil si sus oraciones no reciben respuesta. Si el camino que hay entre el
hombre y Dios está bloqueado, lo mismo sucederá con el camino a las demás
personas. Si uno no tiene poder ante Dios, tampoco lo tendrá ante los hombres;
por lo tanto, primero debemos procurar ser hombres poderosos ante Dios antes
de que Él nos pueda usar ante los hombres.

Una vez cierto hermano anotó los nombres de ciento cuarenta personas y oró
pidiendo que fuesen salvas. Algunas personas fueron registradas en la mañana y
esa misma tarde fueron salvas. Después de dieciocho meses, sólo dos de ellas no
habían sido salvas. Este es un excelente ejemplo para nosotros. Esperamos que
Dios obtenga más hijos que lleven un registro así de sus oraciones. Espero que
usted anote uno por uno los asuntos por los que ora, así como los que Dios
contesta; cualquier cosa que usted haya anotado en el libro y no haya recibido
respuesta, debe ser presentada ante el Señor con perseverancia. Usted debe
dejar de orar sólo si Dios le da a conocer que lo que pide no concuerda con Su
voluntad. De lo contrario, persista hasta que reciba respuesta. Usted no puede
ser negligente de ninguna manera. Debe aprender desde el principio a ser
estricto en este asunto y debe ser serio ante Dios. Una vez que comience su
petición, no se detenga hasta que obtenga la respuesta.

Al usar su cuaderno de oración, note que algunas oraciones necesitan hacerse de


continuo, mientras que otras solamente una vez por semana. Este horario
depende del número de peticiones que tenga anotadas en el libro, ya que si tiene
muy pocas, puede orar por ellas diariamente, pero si tiene muchas, puede
organizarlas de tal modo que ore por algunas los lunes y por otras los martes y
así sucesivamente. Así como los hombres organizan su agenda de actividades,
también nosotros debemos reservar ciertas horas de nuestro tiempo para la
oración. Si nuestras oraciones no fueran específicas, no necesitaríamos un
cuaderno de oración, pero si son específicas si lo necesitamos. Podemos
mantener esta libreta junto a nuestra Biblia y a nuestro himnario, ya que debe
usarse diariamente. Después de un tiempo, cuente cuántas oraciones han sido
contestadas y cuántas no. Ciertamente será de gran bendición orar de una
manera específica de acuerdo con nuestro cuaderno de oración.

La oración que el Señor enseña en Mateo 6, la que se describe en 1 Timoteo 2 y


las oraciones en las que se pide luz, vida, gracia y dones para la iglesia, son
oraciones que tratan de temas generales. No es necesario que las incluyamos en
nuestras peticiones específicas, ya que estas oraciones por asuntos tan
importantes deben realizarse a diario.

Toda oración tiene dos lados: la persona que ora y aquella por la cual se ora.
Muchas veces la persona por la cual se ora no cambia a menos que la que ora
cambie primero. Si la situación de la persona por la cual oramos persiste,
debemos acudir a Dios y decirle: “Señor, ¿qué cambios debo hacer? ¿Qué
pecados no te he confesado? ¿Qué afectos debo dejar? ¿Estoy de verdad
aprendiendo la lección de fe? ¿Hay algo más que debo aprender?”. Si hay algún
cambio que nosotros necesitamos hacer, esto entonces debe ser lo primero que
debemos hacer, porque no podemos esperar que aquellos por quienes oramos
cambien, a menos que nosotros lo hayamos hecho primero.

Cuando un hombre cree en el Señor, debe aprender a orar fervientemente. Debe


aprender bien la lección de la oración antes de tener un conocimiento profundo
de Dios y un futuro fructífero para sí mismo.

CAPÍTULO ONCE

MADRUGAR
Lectura bíblica: Cnt. 7:12; Sal. 57:8-9; 63:1; 78:34; 90:14; 108:2-3; Éx. 16:21

I. LAS HORAS DE LA MADRUGADA


SON LAS MEJORES DEL DÍA

¿A qué hora se deben levantar los creyentes todos los días?

En cierta ocasión, una hermana dijo algo que me pareció excelente, pues dijo:
“Básicamente, podemos determinar cuánto ama una persona al Señor por la
elección que ella hace cada mañana entre su lecho y el Señor. ¿A quién ama
usted más, al Señor o a su cama? Si usted ama más a su cama, entonces dormirá
un poquito más. Si usted ama más al Señor, entonces se levantará un poquito
más temprano”. Aunque estas palabras fueron pronunciadas hace más de
treinta años, aún siguen resonando con frescura en nuestro ser. Una persona
debe escoger entre su amor por su cama y su amor por el Señor. Cuanto más
ame al Señor, más madrugará.

Un cristiano debe levantarse temprano porque las horas de la madrugada son


las mejores para reunirse con el Señor. Con la única excepción de los que estén
enfermos, todos los hermanos y hermanas deben levantarse temprano. De
hecho, hay muchas enfermedades que, en realidad, no son enfermedades. Tales
achaques se convierten en enfermedades debido solamente a que tales personas
se aman demasiado a sí mismas. Con la excepción de aquellos, que por órdenes
del médico tienen que descansar más, todos deberían madrugar. Puesto que
debemos ser equilibrados en todo, es nuestro consejo que aquellos hermanos y
hermanas que están verdaderamente enfermos, duerman un poco más. Sin
embargo, aquel que goza de buena salud debe levantarse lo más temprano que
pueda, pues las horas de la madrugada son las mejores para ir al encuentro del
Señor, tener contacto con Él y disfrutar de comunión con Él. Debemos recordar
que el maná se recogía antes de que saliera el sol (Éx. 16:14-21). Cualquiera que
desee nutrirse con el alimento provisto por Dios, deberá levantarse temprano,
pues el maná se derrite con el calor del sol. Si deseamos recibir alimento
espiritual y ser edificados espiritualmente, si deseamos disfrutar de comunión
espiritual y del suministro espiritual, tenemos que madrugar. Si nos levantamos
tarde, el maná se habrá derretido y desaparecido. Es en la madrugada cuando
Dios suministra a Sus hijos el alimento espiritual y la comunión santa. El que se
levanta tarde, no recoge nada. Son muchos los hijos de Dios que están enfermos,
no porque tengan problemas espirituales, sino porque se levantan demasiado
tarde. También son muchos los hijos de Dios quienes, a pesar de que se han
consagrado a Dios, son celosos por Él y le aman fervientemente, no llevan una
vida cristiana apropiada por el simple hecho de que se levantan tarde. No
piensen que esto carece de importancia y que no tiene nada que ver con la
condición espiritual del creyente; todo lo contrario, ello contribuye en gran
manera a su condición espiritual. Muchos cristianos no son espirituales
simplemente porque no se levantan temprano. Muchos han sido cristianos por
muchos años pero, aun así, no pueden llevar una vida cristiana apropiada
debido a que se levantan demasiado tarde. Yo no conozco a nadie que sepa orar
y que no se levante temprano, ni conozco a nadie que disfrute de íntima
comunión con Dios y que se levante tarde. Todas aquellas personas que conocen
a Dios, se levantan temprano. Por norma, ellos se levantan temprano para tener
comunión con el Señor.

En Proverbios 26:14 dice: “Como la puerta gira sobre sus quicios, así el perezoso
se vuelve en su cama”. Este versículo nos dice que el perezoso en su cama es
como la puerta que gira sobre sus goznes. El perezoso se vuelve en su cama sin
poder dejarla. Se vuelve a un lado de su cama; luego se vuelve al otro. No
importa para qué lado se vuelve, continúa en su cama. A muchos les encanta
tanto su cama que disfrutan de ella al volverse de un lado a otro, y les resulta
imposible dejar su lecho. Cuando se vuelven a la izquierda, están en la cama, y
cuando se vuelven a la derecha, aún siguen en la cama. Les encanta dormir y no
pueden dejar su lecho. Muchas personas sólo quieren dormir un ratito más y
simplemente no pueden levantarse de la cama. Si uno desea aprender a servir a
Dios y ser un buen cristiano, tiene que levantarse muy temprano por la mañana
todos los días.

Aquellos que madrugan, cosechan muchos beneficios en términos espirituales.


Las oraciones que ellos hacen a otras horas del día simplemente no pueden
compararse con las oraciones ofrecidas en las primeras horas de la mañana. La
lectura de la Biblia que ellos realizan a otras horas del día no tiene comparación
con la que realizan en la madrugada. Igualmente, la comunión que ellos tienen
con el Señor temprano en la mañana tampoco tiene comparación con la que
ellos tienen a otras horas del día. El alba es el mejor tiempo del día, y debemos
gastarlo en la presencia del Señor en lugar de otras cosas. Algunos cristianos,
que se levantan tarde por la mañana, dedican todo el día en otros asuntos, y sólo
a la hora de acostarse se arrodillan a leer la Biblia y a orar. Por eso, no es de
extrañar que para ellos la lectura bíblica, la oración y la comunión con el Señor
les resulten tan ineficaces. Desde el momento mismo que creemos en el Señor
Jesús, debemos reservar un tiempo temprano en la mañana para tener
comunión con Dios y tener contacto con Él.

II. EJEMPLOS DE SIERVOS QUE MADRUGABAN

En la Biblia encontramos muchos siervos de Dios que se levantaban de


madrugada. Examinemos algunos de estos ejemplos:

1. Abraham—Gn. 19:27; 21:14; 22:3


2. Jacob—28:18
3. Moisés—Éx. 8:20; 9:13; 24:4; 34:4
4. Josué—Jos. 3:1; 6:12; 7:16; 8:10
5. Gedeón—Jue. 6:38
6. Ana—1 S. 1:19
7. Samuel—15:12
8. David—17:20
9. Job—Job 1:5
10. María—Lc. 24:22; Mr. 16:9; Jn. 20:1
11. Los apóstoles—Hch. 5:21

Todos estos versículos nos muestran que los siervos de Dios tenían la costumbre
de encontrarse con Dios al amanecer. Todos y cada uno de ellos tenían el hábito
de levantarse muy temprano, a primeras horas de la mañana, para tener
comunión con Dios. Ellos se levantaban muy de mañana para realizar muchas
gestiones relativas a los asuntos de Dios. También se levantaban de madrugada
para consagrarse a Dios. Si bien en la Biblia no existe ningún mandamiento que
específicamente nos ordene levantarnos temprano, aquí tenemos suficientes
ejemplos bíblicos que nos muestran que todos los siervos fieles de Dios se
levantaban temprano. Incluso el propio Señor Jesús madrugaba. “Levantándose
muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí
oraba” (Mr. 1:35). Cuando quiso elegir a los doce apóstoles, Él llamó a Sus
discípulos muy temprano por la mañana (Lc. 6:13). Si el Señor tenía que
levantarse temprano para hacer estas cosas, entonces, ¿no debiéramos nosotros
con mayor razón hacerlo también?

Todo hermano o hermana que tenga el deseo de seguir al Señor jamás debiera
abrigar la idea de que no hay mucha diferencia entre levantarse una hora antes
o una hora después. Deben tener bien claro que incluso su lectura de la Biblia
será ineficaz si se levantan una hora más tarde. Igualmente, sus oraciones
resultarán ineficaces si las hacen una hora más tarde. Aun cuando uno pueda
dedicar la misma cantidad de tiempo a dichas actividades, el hecho de que las
realice una hora más tarde dará resultados muy diferentes. Así pues, levantarse
temprano trae grandes bendiciones. Es nuestro deseo que los nuevos creyentes
no pierdan tales bendiciones al inicio mismo de su vida cristiana. Sé de un
hermano a quien, durante sus primeros tres años como creyente, se le preguntó
por lo menos cincuenta veces: “¿A qué hora te levantaste esta mañana?”.
Levantarse temprano es una gran bendición. Aquellos que han aprendido a
levantarse temprano, saben cuán importante es hacerlo. Si usted no se levanta
temprano, vivirá sumido en pobreza espiritual. Levantarse tarde causa muchas
pérdidas, pues muchas cosas espirituales se pierden por levantarse tarde.

Hemos visto que abundan los ejemplos en la Biblia. Pero, ¿qué de aquellos
siervos de Dios que no son mencionados en la Biblia? Nos referimos a personas
como George Müller, John Wesley y muchos otros que son conocidos por ser
siervos de Dios. Podemos decir que casi todos aquellos a quienes conocemos en
persona, o los conocemos por sus libros, y que han sido útiles en las manos de
Dios, dieron mucha importancia al asunto de madrugar. Ellos lo llamaban
“vigilia matutina”. Todos los siervos de Dios hacen hincapié en la necesidad de
tener tal “vigilia matutina”. De hecho, la expresión la vigilia matutina indica
claramente que ésta era una práctica que se realizaba en las primeras horas de la
mañana. ¿Han escuchado de alguien que tenga vigilia matutina después que
salga el sol? ¡Jamás! Uno tiene “vigilias matutinas” en las horas de la
madrugada. Se trata, pues, de un hábito excelente que todo cristiano debe
cultivar. Los hijos de Dios no deben ser personas descuidadas. La iglesia ha
venido practicando esto por muchos años, y nosotros debemos mantener esta
muy buena costumbre de ir al encuentro de nuestro Dios en las primeras horas
de la madrugada. La expresión vigilia matutina no se encuentra en la Biblia y, si
queremos, podemos designarla de otra manera, pero no importa cómo la
llamemos, acudir a la presencia de Dios en las horas de la madrugada es de
suma importancia.

III. QUÉ HACER EN


LAS PRIMERAS HORAS DE LA MAÑANA

No nos limitamos simplemente a levantarnos temprano, sino que tenemos que


hacer ejercicios espirituales y todo lo que hagamos debe tener un contenido
espiritual. A continuación, mencionaremos algunas de las cosas que debemos
hacer en la madrugada.

A. Tener comunión con Dios

Cantar de los cantares 7:12 nos muestra que el mejor momento para tener
comunión con el Señor es temprano en la mañana. Tener comunión con Dios
consiste en abrir nuestro espíritu y nuestra mente a Él, y permitirle que nos
ilumine, nos hable, que cause una determinada impresión en nosotros y que nos
conmueva (Sal. 119:105, 147). Durante ese tiempo, nuestros corazones se
acercan a Dios y damos lugar a que Él se acerque a nuestro corazón. Debemos
levantarnos en la madrugada a fin de permanecer en la presencia del Señor,
meditar sobre la Palabra, ser dirigidos por Él y recibir impresiones de Dios, para
aprender a tocarlo y darle la oportunidad de que Él nos hable.

B. Alabar y cantar

Nuestras alabanzas y cánticos deben escucharse muy de mañana. Las primeras


horas de la mañana son las mejores para entonar alabanzas a Dios. Cuando
presentamos ante Dios nuestras alabanzas más sublimes, nuestro espíritu
asciende a la cima más alta.
C. Leer la Biblia

En la madrugada se debe recoger el maná (el cual es Cristo). ¿Qué significa


comer el maná? Significa disfrutar a Cristo, disfrutar de la Palabra de Dios y
disfrutar de Su verdad todos los días al amanecer. Después de haber comido el
maná, tendremos la fortaleza necesaria para emprender nuestra jornada por el
desierto. Las horas de la mañana son las mejores para recoger el maná. Si en las
primeras horas de la mañana nos dedicamos a hacer otras cosas, no seremos
alimentados espiritualmente ni estaremos satisfechos.

Dijimos anteriormente que debemos tener dos Biblias: una con nuestras
anotaciones, para usarla por la tarde, y otra libre de anotaciones, para “comer
maná” muy de mañana. Durante este tiempo no debemos tratar de leer mucho
ni procurar abarcar muchos pasajes de la Biblia. En lugar de ello, debemos
detenernos en una pequeña porción de la Palabra, leyéndola al mismo tiempo
que disfrutamos de incesante comunión con Dios y elevamos algunos cánticos.
Esto no quiere decir que debemos seguir cierto orden: tener comunión con Dios
primero, alabarle después y, sólo entonces, leer la Biblia al final. No, tenemos
que entremezclar todas estas cosas. Al mismo tiempo, también debemos orar.
Cuando abrimos y leemos la Palabra y estamos en la presencia de Dios, tal vez
sintamos la necesidad de confesar nuestros pecados. Otras veces al leer un
pasaje, quizás seamos conmovidos por Su gracia y en virtud de ello, somos
motivados a darle gracias al Señor. También podemos orar a Dios con respecto a
lo que hemos leído en Su Palabra. Podemos decir: “Señor, esto es lo que yo
verdaderamente necesito. Este pasaje, este versículo y esta palabra
verdaderamente han puesto en evidencia mis deficiencias. Señor, llena mi
necesidad”. Cuando encontramos una promesa, digámosle: “Señor, creo en esta
promesa”; y si es gracia lo que hemos recibido, le decimos: “Señor, recibo Tu
gracia”. También es posible que seamos conducidos a interceder, pues al leer la
Biblia, posiblemente nos acordemos de aquellos que están en una condición
espiritual lamentable y, sin criticarlos ni acusarlos, intercedemos diciendo:
“Señor cumple Tu palabra tanto en mí como en mi hermano y hermana”.
También es posible que seamos llevados a confesar nuestros pecados y los
pecados de los demás. Podemos orar por nosotros mismos así como por otros.
Podemos ejercitar nuestra fe para creer tanto en beneficio nuestro como en
beneficio de otros. Y podemos ofrecer acciones de gracias a nombre nuestro
como a nombre de otros. La lectura de la Biblia no debe ser muy larga ni debe
abarcar demasiado. Tal vez dos, tres o cuatro, quizás hasta cinco versículos sean
lo suficiente. Podríamos invertir una hora en ellos. Mientras hacemos esto, al
leer cada palabra de esos versículos, podemos orar y tener comunión con Dios
usando tales palabras; entonces seremos llenos de Él.
Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo podemos encontrar muchas
personas que tuvieron comunión con Dios de esta manera. Ellas conocían a Dios
y tenían comunión con Él. Esta comunión llegó a formar parte de sus vidas.

En los Salmos, David intercambia con mucha libertad los pronombres “tú” y
“Él”, de tal modo que así como conversaba con el hombre, casi de inmediato
elevaba sus oraciones a Dios. Por ello, en un mismo salmo encontramos frases
dirigidas a los hombres intercaladas con oraciones dirigidas a Dios. Por un lado,
David se dirigía a los hombres; por otro, hablaba con Dios. Así pues, el libro de
Salmos nos muestra que David era una persona que vivía en constante
comunión con Dios.

Mientras Nehemías se encontraba trabajando, profería algunas cuantas frases y


luego elevaba una breve oración. Así, cuando el rey le preguntó algo, él podía
contestarle y, casi de inmediato, conversar con el Señor. Él entremezclaba su
trabajo y su oración. Para él, el trabajo y la oración eran inseparables.

Pablo escribió el libro de Romanos a aquellos que se encontraban en Roma. Sin


embargo, podemos notar que en más de una ocasión también se dirigía al Señor.
Algunas veces parecía olvidarse de que estaba escribiendo a los romanos porque
de repente empezaba a hablar con Dios. Vemos esto también en sus otras
epístolas. En un instante él podía tornarse a Dios y conversar con Él.

Aquellos que han leído la autobiografía de la señora Guyón, podrán apreciar


algo que es muy característico de ella. La mayoría de las autobiografías son
escritas para ser leídas por los hombres, pero en su autobiografía, ella en un
instante se dirige a los hombres y en el siguiente a Dios. En un momento
hablaba con La Combe (la persona que le pidió que escribiera su autobiografía)
y, en el siguiente instante, hablaba con el Señor. A esto llamamos comunión. Es
difícil saber cuándo comienza la comunión con Dios y cuándo termina. La
comunión no consiste en hacer a un lado otros asuntos para dedicarse
exclusivamente a orar, sino en hacer ambas cosas simultáneamente.

Por lo tanto, en las horas de la madrugada dedicadas a recoger el maná,


debemos aprender a entremezclar la oración con la Palabra de Dios, como
también debemos mezclar la alabanza y la comunión con la Palabra de Dios. En
un momento tendremos la experiencia de estar en la tierra, y el siguiente en los
cielos; en un momento estaremos en nosotros mismos, y al instante en Dios. Si
continuamos practicando esto todas las mañanas, después de algún tiempo
seremos llenos del Espíritu, y la palabra de Dios morará en nosotros ricamente.
Es indispensable leer la Palabra de Dios y recoger el maná. Muchos hermanos y
hermanas son débiles y no son capaces de cruzar el desierto. A estos debemos
preguntarles: “¿Han comido hoy?”. Ellos no pueden caminar porque su
alimentación espiritual es deficiente. El maná se recoge al amanecer, y para
obtenerlo necesitamos madrugar. Si no madrugamos, no tendremos maná.
Debemos levantarnos muy de mañana para laborar en la Palabra de Dios.

D. Orar

Cuando amanece, debemos tener comunión con el Señor, alabarle y recoger el


maná. También demos orarle al Señor. Salmos 63:1 y 78:34 nos muestran que
debemos buscar al Señor al amanecer. La oración de la que hablamos en el
párrafo anterior es una especie de oración compenetrada, pero la oración a la
que nos referimos aquí es más específica. Después de tener comunión, de alabar
y comer el maná, uno es fortalecido y puede presentarlo todo en oración delante
de Dios. La oración ciertamente requiere de mucha energía, por lo que debemos
acercarnos a Dios de madrugada para ser alimentados. Entonces, una vez que
hagamos esto, podremos dedicar una media hora o unos quince minutos para
orar por algunas necesidades urgentes, ya sea con respecto a nosotros mismos, a
la iglesia o con respecto al mundo. Por supuesto, también podríamos ofrecer
tales oraciones en la tarde o en la noche, pero si sabemos aprovechar el hecho de
que hemos recibido y adquirido un poder fresco al tener comunión con Dios y al
comer el maná de madrugada, entonces tendremos un respaldo mejor.

Al amanecer, todo creyente debe realizar estas cuatro cosas delante del Señor:
tener comunión con Él, alabarle, leer la Biblia y orar. La conducta que tengamos
durante el día pondrá de manifiesto si hemos hecho estas cuatro cosas en la
madrugada. George Müller afirmaba que el grado de su condición espiritual
durante el día, dependía exclusivamente de la alimentación que recibía del
Señor por la mañana. Muchos cristianos se sienten débiles durante el transcurso
del día, porque desperdician las mañanas. Por supuesto, hay ciertos hermanos
que han avanzado tanto en su peregrinaje espiritual que han aprendido a
separar totalmente el alma del espíritu. Puesto que su hombre exterior ha sido
quebrantado, difícilmente serán afectados por alguna circunstancia a la que
tengan que enfrentarse durante el día. Pero esto ya es un asunto completamente
distinto. Los nuevos creyentes necesitan aprender a levantarse temprano. Una
vez que actúen irresponsablemente a este respecto, serán irresponsables en todo
lo demás y nada marchará bien. Hay una gran diferencia entre ser o no ser
nutrido en la mañana.

Cierto músico famoso dijo una vez: “Si dejo de ensayar por un día, yo lo notaré;
si dejo de hacerlo por dos días, mis amigos lo notarán; y si no ensayo por tres
días, la audiencia lo notará”. Si esto sucede cuando ensayamos con un
instrumento musical, con mayor razón se aplica al aprendizaje de la lección
espiritual de madrugar. Si no hemos disfrutado una rica vigilia matutina en la
presencia de Dios, nosotros lo notaremos. Aquellos que tienen alguna
experiencia con el Señor, cuando conversen con nosotros, también lo notarán.
Ellos percibirán que carecemos del suministro fresco que proviene de la fuente
espiritual. Desde el primer día de sus vidas cristianas, los nuevos creyentes
deben ser estrictos consigo mismos y ser disciplinados. Ellos deben levantarse
temprano todos los días para poner esto en práctica en la presencia del Señor.

IV. LA PRÁCTICA DE MADRUGAR

Finalmente, hablemos un poco sobre la manera concreta de poner esto en


práctica. ¿Qué debemos hacer para madrugar? Tenemos que tomar en cuenta
varios puntos.

Todos los que madrugan deben desarrollar el hábito de acostarse temprano.


Nadie que se acueste tarde podrá levantarse temprano. Esto sería como quemar
una vela por ambos lados.

No se impongan una meta demasiada elevada. Algunas personas quieren


levantarse a las tres o cuatro de la mañana, y cuando se dan cuenta de que les es
muy difícil mantener ese horario, dejan de madrugar. Es mejor ser moderados.
La hora más apropiada para levantarse es las cinco o seis de la mañana, cuando
el sol está a punto de salir o acaba de salir. Levántense siempre al rayar el alba.
Si uno trata de levantarse demasiado temprano, no perseverará por mucho
tiempo; aparte de que fijarse una meta tan elevada hará que nuestra conciencia
nos acuse. Ciertos hermanos han procurado fijarse metas demasiado elevadas y
eso les ha causado muchos problemas en sus hogares, en sus trabajos y aun
cuando se hospedan en otras casas. Esto no es provechoso. Debemos seguir una
norma que esté a nuestro alcance, sin irnos a los extremos. No debemos
imponernos una meta que nos es imposible de alcanzar. Para fijar la hora
adecuada de levantarse, debemos tomar en consideración ante el Señor nuestras
limitaciones físicas y nuestras circunstancias. Una vez que establezcamos un
horario, seamos fieles en mantenerlo.

Posiblemente nos resulte difícil madrugar al principio. Si bien es fácil madrugar


el primer y el segundo día, el tercer día es difícil. Es muy posible que los
primeros dos días no nos cueste mucho trabajo, pero después, echaremos de
menos la cama y eso hará que nos sea difícil levantarnos temprano,
especialmente durante el invierno. Toma tiempo hacer un nuevo hábito. Tal vez
por estar uno acostumbrado a levantarse tarde, su mente también se ha
acostumbrado a ello. Pero si uno madruga por algunos días, su mente se irá
ajustando al nuevo horario hasta que una vez ya levantado, no regresará de
nuevo a su lecho pese a que su mente le pide que lo haga. Al principio
necesitamos esforzarnos un poco para madrugar. Para adquirir este nuevo
hábito tenemos que pedirle a Dios que nos conceda Su gracia, y debemos
continuar pidiéndole hasta que tengamos el hábito. Hagámoslo una y otra vez.
Renunciemos diariamente a nuestro lecho a fin de levantarnos al amanecer. A la
postre, nos levantaremos de madrugada espontáneamente. Delante de Dios,
ustedes tienen que desarrollar este hábito. No perdamos la gracia que
representa el tener comunión con Dios en la madrugada.

Una persona saludable no necesita más de ocho horas de sueño, y usted no es la


excepción. No se preocupe preguntándose si madrugar afectará su salud, porque
no lo afectará, pero su ansiedad sí podría afectar su salud. Son muchos los que
se aman demasiado a sí mismos y caen enfermos por preocuparse tanto de sí
mismos. Si el doctor le dice que está enfermo, posiblemente usted necesite
dormir diez o doce horas, pero seis a ocho horas son suficientes para una
persona normal. Debemos dormir de seis a ocho horas diarias; no debemos
adoptar una posición extremada, pues no pretendemos que los que estén
enfermos madruguen. Si usted está enfermo, hará bien en quedarse en la cama y
leer la Biblia allí; sin embargo, aquellos a quienes el doctor no les haya
aconsejado quedarse en cama hasta tarde, y que no están enfermos, deben
madrugar.

Es nuestro deseo que los hermanos que tienen más madurez espiritual y de
mayor peso en el Señor fomenten esta práctica. La iglesia debe darle un
“empujón” a los holgazanes para despertarles e instarles a que avancen y, a la
vez, debe conducir a los nuevos creyentes a participar de esta bendición. Cuando
se nos presente la oportunidad, debemos preguntarle al recién convertido: “¿A
qué hora te levantas?”. Después de algunos días, preguntémosle de nuevo: “¿A
qué hora te levantaste hoy?”. Debemos recordarle este asunto durante por lo
menos el primer año de su vida cristiana. Después de un año, quizás todavía sea
necesario preguntarle: “Hermano, ¿a qué hora te levantas ahora?”. Hagamos
esta pregunta a los nuevos creyentes cada vez que los veamos, ayudándolos a
que pongan esto en práctica. Sin embargo, si nosotros mismos no hemos
aprendido bien esta lección ante el Señor, nos será muy difícil esperar que otros
también lo aprendan; por esta razón, nosotros mismos debemos aprender bien
esta lección.

Entre todos los hábitos que desarrolle un nuevo creyente, el hábito de levantarse
temprano debe ser el primero. Hemos desarrollado la costumbre de dar gracias
por los alimentos y de reunirnos los domingos; también debemos adquirir la
costumbre de madrugar para tener contacto con el Señor. El nuevo creyente
debe desarrollar este hábito. Es una lástima ver que algunos que han sido
cristianos por muchos años, jamás han disfrutado la bendición y la gracia que
ellos recibirían si madrugasen. Si deseamos experimentar esta gracia, debemos
aprender bien esta lección. Si más hermanos y hermanas se proponen aprender
esta lección y todos se levantan al amanecer, la iglesia crecerá. Si un hermano
recibe más luz, toda la iglesia será iluminada más intensamente. Pero si todos
reciben un poco más de luz cada mañana, entonces toda la iglesia también será
enriquecida. Hoy la iglesia es pobre porque muy pocas personas reciben el
suministro que procede de la Cabeza. Si todos y cada uno de nosotros recibimos
algo directamente de la Cabeza, por muy poco que sea, la acumulación de todas
esas pequeñas porciones enriquecerán a la iglesia profusamente.

No deseamos que sólo unos cuantos hermanos laboren en la iglesia. Nuestra


esperanza es que todos los miembros se presenten de madrugada ante el Señor,
que toda la iglesia se levante al alba para recibir las riquezas y la gracia de Dios.
Lo que un miembro recibe de la Cabeza es de beneficio para todo el Cuerpo. Si
cada hermano y hermana toma este camino, habrá muchos vasos que tengan al
Señor como su contenido, y cada día seremos más y más ricos espiritualmente.
No debemos pensar que levantarnos al amanecer no tiene importancia. Si
aprendemos a levantarnos al rayar el alba y adquirimos la costumbre de hacerlo,
tendremos un brillante futuro espiritual.

CAPÍTULO DOCE

LAS REUNIONES

Lectura bíblica: He. 10:25; Mt. 18:20; Hch. 2:42; 1 Co. 14:23, 26

I. LA GRACIA CORPORATIVA
SE ENCUENTRA EN LAS REUNIONES

La Palabra de Dios dice: “No dejando de congregarnos” (He. 10:25). ¿Por qué no
debemos dejar de congregarnos? Porque cuando estamos reunidos, Dios nos
imparte Su gracia. La gracia que Dios imparte al hombre puede dividirse en dos
categorías: una personal y la otra corporativa. Él no sólo nos concede gracia
personal, sino también gracia corporativa, y esta gracia corporativa sólo se
encuentra en la asamblea o reunión.

Previamente hemos hablado sobre la oración. Uno puede orar individualmente


en su casa y, sin duda alguna, Dios escucha tales oraciones. Dios sí escucha
oraciones individuales. Sin embargo, hay otra clase de oración. Para que estas
oraciones reciban respuesta, deben ofrecerse en las reuniones y deben
responder al principio de que sean dos o tres personas las que se reúnen juntas
a orar en el nombre del Señor. Si un individuo intenta hacer esto por sí mismo,
no obtendrá respuesta alguna. Son muchos los asuntos importantes que deben
ser presentados en oración en las reuniones para que Dios responda al respecto.
Tales asuntos tienen que ser presentados en las reuniones de oración para que
lleguen a concretarse. La gracia corporativa de Dios llega al hombre solamente
mediante tales reuniones. Uno puede pensar que la oración individual por
ciertos asuntos es suficiente y que uno por sí solo puede hallar la misericordia
de Dios; sin embargo, la experiencia nos dice que no es así. A menos que se
reúnan dos o tres, o todos los hermanos y hermanas para orar, Dios no
responderá a tales peticiones. Por tanto, podemos distinguir dos clases de
respuestas a las oraciones: una es la respuesta a las oraciones individuales y la
otra es la respuesta a las oraciones de la asamblea. Si no nos reunimos a orar
con los demás, algunas de nuestras oraciones no recibirán respuesta.

También hemos hablado sobre cómo leer la Biblia. Por supuesto que Dios nos
concede Su gracia individualmente cuando leemos la Biblia. Sin embargo,
algunos pasajes de la Biblia no pueden ser comprendidos por una sola persona.
Dios concede Su luz a la asamblea, cuando todos están reunidos. En tales
reuniones es posible que algunos hermanos sean guiados a interpretar un
determinado pasaje bíblico. Quizás hasta entonces no se haya hablado sobre
este pasaje en particular, pero el hecho de que la asamblea se halle reunida le da
a Dios la oportunidad de iluminarlos con Su luz. Son muchos los hermanos y
hermanas que pueden dar testimonio de que logran entender mejor la palabra
de Dios cuando se encuentran reunidos que cuando la estudian
individualmente. Son muchas las veces que estando reunidos Dios nos abre
cierta porción de Su Palabra por medio de otra porción, de tal manera que
mientras una persona habla de un pasaje, la luz brilla en otro pasaje, y de esta
manera habrá más luz y recibiremos la gracia en forma corporativa.

Si no nos reunimos con los demás, lo más que podemos obtener es una porción
individual de gracia, nos perderemos una gran parte de la gracia corporativa, la
cual Dios concede únicamente a aquellos congregados en las reuniones. Si no
nos reunimos con otros, no recibiremos esta gracia. Es por esta razón que la
Biblia nos exhorta a no dejar de congregarnos.

II. LA IGLESIA Y LAS REUNIONES

Una característica notable de la iglesia es que ella se reúne. El cristiano jamás


podrá sustituir las reuniones con sus esfuerzos autodidactos. Dios tiene la gracia
corporativa reservada exclusivamente para las reuniones, así que si no nos
reunimos con los demás, no recibiremos esa porción.

En el Antiguo Testamento, Dios ordenó a los israelitas que se reunieran. A esa


reunión la Biblia llama lacongregación. Esta palabra implica que ellos eran
personas que debían reunirse. En el Nuevo Testamento la revelación es aún más
clara. Allí consta claramente el mandamiento “no dejando de congregarnos”. A
Dios no le interesa que los individuos aprendan por sí mismos, sino que Él
quiere que nos congreguemos para que podamos recibir la gracia corporativa.
Ninguno que deja de congregarse podrá recibir más de Su gracia corporativa. Es
una necedad dejar de congregarse. Un hombre debe reunirse, tiene que
congregarse con los demás hijos de Dios a fin de recibir la gracia corporativa.

La Biblia proporciona mandamientos y ejemplos claros acerca de aquellas


personas que se reunían. Cuando el Señor estuvo en la tierra, Él se reunía con
Sus discípulos en el monte (Mt. 5:1), en el desierto (Mr. 6:32-34), en las casas
(2:1-2) y a la orilla del mar (4:1). En la víspera de Su crucifixión, Él pidió
prestado un salón grande en un aposento alto para reunirse con Sus discípulos
(14:15-17); y después de Su resurrección, se apareció en el lugar donde ellos
estaban reunidos (Jn. 20:19, 26; Hch. 1:4). Antes de Pentecostés, los discípulos
se habían reunido para orar en unanimidad (v. 14) y cuando llegó el día de
Pentecostés también estaban reunidos (2:1). Vemos que después de ese
acontecimiento, todos ellos perseveraron en la enseñanza y en la comunión de
los apóstoles, en el partimiento del pan y en las oraciones. Poco tiempo después
fueron perseguidos y tuvieron que regresar a sus propios lugares; aun así
continuaron con la práctica de reunirse (4:23-31). Pedro, después de haber sido
puesto en libertad, se dirigió a la casa donde se congregaban los discípulos
(12:12); y en 1 Corintios 14 leemos que “toda la iglesia” se reunía en un solo
lugar (v. 23). Toda la iglesia era la que se reunía, nadie que sea parte de la iglesia
está exento de reunirse con ella.

¿Qué significa la palabra iglesia? Iglesia es la traducción de la palabra griega


ekklesia:ek significa “salir” y klesia significa “congregarse o reunirse”, o sea,
ekklesia significa la reunión de aquellos que han sido llamados a salir. Dios no
solamente está en procura de algunos individuos que han sido llamados a salir,
sino que Él desea que se reúnan aquellos que han sido llamados a salir. Si
aquellos que han sido llamados a salir se mantuvieran separados unos de otros,
no habría iglesia, ni se produciría la iglesia.

A partir del momento en que creímos en el Señor Jesús, tenemos que


congregarnos con otros hijos de Dios. Esta es una necesidad básica que tenemos
que atender. No piensen que podemos ser cristianos autodidactos. Tenemos que
erradicar este pensamiento de nuestras mentes. El cristianismo no tiene los
“cristianos autodidactos”, sólo tiene la congregación de toda la iglesia. No vayan
a creer que podemos ser cristianos simplemente por el hecho de que oramos y
leemos la Biblia a solas en nuestras casas. El cristianismo no está edificado
sobre la base de individuos solamente, sino que también se basa en el hecho de
que nos congregamos.

III. LAS FUNCIONES DEL CUERPO


SE MANIFIESTAN EN LAS REUNIONES

En 1 Corintios 12 se habla del Cuerpo, y en el capítulo 14 de las reuniones.


Ambos capítulos hablan de los dones del Espíritu Santo; pero el capítulo 12
habla de los dones en el Cuerpo, mientras que el 14, de los dones en la iglesia.
De acuerdo con estos dos capítulos, tal parece que los miembros del Cuerpo
desempeñan sus funciones en mutualidad durante las reuniones. Si leemos
estos dos capítulos juntos, veremos claramente que el capítulo 12 nos muestra el
Cuerpo mientras que el 14 nos muestra el Cuerpo en pleno ejercicio de sus
funciones. Uno nos habla del Cuerpo, y el otro de las reuniones. Uno nos habla
de los dones en el contexto del Cuerpo, mientras que el otro nos habla de los
dones en el contexto de las reuniones de la iglesia. La función que ejerce el
Cuerpo se lleva a cabo específicamente en las reuniones. La ayuda mutua, la
influencia mutua y el cuidado mutuo de los miembros (por ejemplo, los ojos
ayudan a las piernas, las orejas a las manos y las manos a la boca) se
manifiestan mucho más claramente en las reuniones. Es por medio de las
reuniones que recibimos respuestas a muchas de nuestras oraciones. Muchas
veces, no recibimos ninguna luz cuando la procuramos individualmente; pero al
acudir a las reuniones, recibimos la luz que carecíamos. Aquello que
individualmente conseguimos ver como fruto de nuestra propia búsqueda
personal, jamás podrá compararse con lo que conseguimos ver en las reuniones,
pues todos los ministerios establecidos por Dios operan por medio de las
reuniones y son para el beneficio de las mismas. Si una persona rara vez se
reúne con otras tendrá menos probabilidades de conocer y experimentar el
Cuerpo en el ejercicio de sus funciones.

Además de ser el Cuerpo de Cristo, la iglesia también es la morada de Dios. En


el Antiguo Testamento la luz de Dios se hallaba en el Lugar Santísimo mientras
que la luz del sol iluminaba el atrio, y el candelero que contenía aceite de oliva
delante del velo ardía en el Lugar Santo. En el Lugar Santísimo no había luz
natural ni artificial, sino la luz de Dios. El Lugar Santísimo es la morada de Dios,
y donde mora Dios allí está Su luz. Asimismo, en nuestros días, cuando la iglesia
se reúne como la morada de Dios nosotros disfrutamos de la luz de Dios.
Cuando la iglesia se congrega, Dios manifiesta Su luz. No sabemos por qué es
así. Lo único que podemos decir es que este es uno de los resultados que se
obtiene cuando los miembros ejercen sus respectivas funciones en mutualidad.
El hecho de que los miembros del Cuerpo ejerzan sus respectivas funciones en
mutualidad permite que la luz de Dios sea manifestada a través del Cuerpo.

Dice Deuteronomio 32:30: “¿Cómo podría perseguir uno a mil, y dos hacer huir
a diez mil, si su Roca no los hubiese vendido, y Jehová no los hubiera
entregado?”. Si uno persigue a mil, ¿cómo pueden dos hacer huir a diez mil?
Esto es extraño. Aunque no sabemos cómo sucede eso, no obstante, sabemos
que es un hecho. Según el hombre, si uno puede perseguir a mil, dos podrán
perseguir a dos mil. Pero Dios dice que dos pueden perseguir a diez mil, es
decir, ocho mil más de lo que el hombre preveía. Dos individuos por separado,
cada uno puede perseguir a mil, pero si los juntamos, debieran poder perseguir
sólo a dos mil. Aquí vemos a los miembros en el ejercicio de sus funciones en
mutualidad, ellos juntos persiguen a diez mil, que son ocho mil más de los que
perseguirían si lo hubiesen hecho individualmente. Una persona que no conoce
el Cuerpo de Cristo, ni le interesa reunirse, perderá ocho mil. Por tanto,
necesitamos aprender a recibir la gracia corporativa. No debemos pensar que la
gracia personal es suficiente. Reitero, lo que caracteriza a los cristianos es que
ellos se reúnen. El creyente jamás puede sustituir las reuniones con aquello que
ha aprendido autodidácticamente. Tenemos que tener esto bien claro y darle la
debida importancia.

El Señor nos promete Su presencia en dos formas. La primera aparece en Mateo


28 y la otra en Mateo 18. En Mateo 28:20 el Señor dijo: “Yo estoy con vosotros
todos los días, hasta la consumación del siglo”. Podemos decir que aquí se halla
claramente implícita Su presencia en forma individual. En cambio, en Mateo
18:20 el Señor dijo: “Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre,
allí estoy Yo en medio de ellos”. Aquí Su presencia es Su presencia en la reunión.
Es sólo estando en las reuniones que podemos disfrutar de esta segunda clase de
presencia Suya. La presencia del Señor en el ámbito individual y Su presencia en
las reuniones son dos cosas distintas. Algunas personas sólo han experimentado
la presencia del Señor en forma individual, pero eso no es suficiente. Su
presencia se experimenta de manera más fuerte y poderosa en las reuniones, no
podemos experimentar Su presencia de esta manera en el ámbito individual. Si
bien individualmente podemos disfrutar de la presencia del Señor, tal presencia
Suya jamás llega a ser tan prevaleciente o poderosa como lo es Su presencia en
las reuniones. Pero si estamos reunidos con todos los santos, percibiremos Su
presencia de una manera que no nos habría sido posible experimentar como
individuos. Tenemos que aprender a reunirnos con los hermanos y hermanas
porque es en las reuniones donde experimentamos la presencia especial del
Señor, la cual constituye una enorme bendición. Tal clase de presencia jamás
podría ser experimentada por nosotros de forma individual. No es posible hallar
un solo “cristiano autodidacto” que haya podido experimentar esta clase de
presencia del Señor que es tan poderosa.

Cuando los hijos de Dios se reúnen, espontáneamente ejercerán sus respectivas


funciones en mutualidad. No entendemos cómo opera en nuestras reuniones tal
mutualidad en el Cuerpo, pero sabemos que es un hecho. Cuando un hermano
se pone de pie para profetizar, los otros ven la luz. Cuando otro se pone de pie
para tomar parte activa en dicha reunión, los otros hermanos sienten la
presencia del Señor; y cuando un tercer hermano se pone de pie para orar, los
demás tocan a Dios. Si otro hermano dice unas cuantas palabras en la reunión,
otros perciben el suministro de la vida divina. Es imposible explicar este
fenómeno con palabras, pues no puede explicarse en términos humanos.
Únicamente cuando el Señor retorne nos podremos explicar cómo ejerce el
Cuerpo de Cristo sus diversas funciones en mutualidad. Hoy en día, nosotros
nos limitamos a acatar lo dispuesto por el Señor.

Posiblemente usted no haya dado importancia a las reuniones porque acaba de


ser salvo y desconoce lo que es la luz del Cuerpo, la función que ejerce y su
eficacia. Pero la experiencia nos dice que muchas lecciones espirituales que son
fundamentales para nuestra vida cristiana se aprenden solamente en el Cuerpo.
Cuanto más nos reunimos, más aprendemos. Si no nos reunimos, no tenemos
parte en todas estas riquezas. Por tanto, es nuestro deseo que los nuevos
creyentes aprendan a reunirse como es debido desde el comienzo mismo de su
vida cristiana.

IV. LOS PRINCIPIOS QUE DEBEN REGIR


NUESTRAS REUNIONES

¿Cómo debemos reunirnos? El primer principio bíblico sobre las reuniones es


que todas las reuniones son conducidas en el nombre del Señor. En Mateo 18:20
se nos dice: “Congregados en Mi nombre”, que también puede traducirse:
“Congregados bajo Mi nombre”. ¿Qué significa congregarse bajo el nombre del
Señor? Significa estar bajo Su autoridad. El Señor es el centro y todos somos
atraídos hacia Él. Nosotros no vamos a las reuniones para visitar a ciertos
hermanos o hermanas, ni asistimos a ellas debido a que nos sentimos atraídos
hacia ciertos hermanos y hermanas. Nosotros vamos a la reunión para
congregarnos con los demás santos bajo el nombre del Señor. El Señor es el
centro. Por ello, no nos reunimos para escuchar la prédica de alguien, sino para
encontrarnos con el Señor. Si ustedes se reúnen para escuchar la predicación de
determinada persona, mucho me temo que estén reuniéndose bajo el nombre de
aquella persona y no bajo el nombre del Señor. Algunas veces, se usan los
nombres de ciertas personas para atraer a la gente. Esto equivale a congregar a
las personas bajo el nombre de esa persona. Pero el Señor dice que tenemos que
reunirnos bajo Su nombre.

Debemos congregarnos bajo el nombre del Señor, porque Él no está con


nosotros físicamente (Lc. 24:5-6). Puesto que el Señor no está presente en
forma física, Su nombre resulta necesario. Si el Señor estuviese físicamente
entre nosotros, no tendríamos tanta necesidad de Su nombre. El nombre está
presente porque la persona misma no está presente físicamente. En lo que
concierne a Su cuerpo físico, el Señor está en los cielos, pero nos ha dejado Su
nombre. El Señor prometió que si nos congregamos bajo Su nombre, Él estaría
en medio de nosotros, lo cual significa que Su Espíritu estará en medio de
nosotros. Aunque el Señor está sentado en los cielos, Su nombre y Su Espíritu
están entre nosotros. El Espíritu Santo es quien respeta y defiende el nombre
del Señor y es guardián del mismo, Él protege y guarda el nombre del Señor.
Donde el nombre del Señor está, allí está el Espíritu Santo y el nombre del Señor
es manifestado. Aquellos que desean congregarse, deben hacerlo bajo el nombre
del Señor.

El segundo principio que debe regir nuestras reuniones es que ellas deben tener
como objetivo la edificación de los demás. En 1 Corintios 14 Pablo nos dice que
un principio fundamental que debemos seguir al reunirnos es que debemos
procurar la edificación de los demás y no de nosotros mismos. Por ejemplo, el
hablar en lenguas edifica al que habla; sin embargo, su interpretación edifica a
los oyentes. En otras palabras, cualquier actividad que sólo edifique a una
persona, no es otra cosa que el principio de “hablar en lenguas”. Pero el
principio que rige la interpretación de lenguas es el de impartir a los demás
aquello con lo que nosotros hayamos sido edificados, para que ellos también se
edifiquen. Por esta razón, no debemos hablar en lenguas en la reunión si no hay
nadie que las interprete. No debemos hablar algo que sólo nos edifique a
nosotros mismos y no a los demás.

Por ello, cuando nos reunimos es muy importante considerar a los demás. Lo
importante no es cuánto hablemos, sino que lo que digamos edifique a los
demás. Que las hermanas puedan hacer preguntas o no durante la reunión, está
también determinado por este mismo principio. Las preguntas que se hagan en
una reunión no deben ser únicamente para nuestro beneficio. Lo que debemos
considerar es si tales preguntas tendrán un efecto negativo en la reunión o no.
¿Desean ustedes contribuir a la edificación de los demás en la reunión? El
indicador más claro de que nuestro individualismo ha sido aniquilado es
nuestro comportamiento en las reuniones. Hay quienes únicamente piensan en
sí mismos. Tales personas tienen en mente un mensaje que desean predicar y
tienen que predicarlo cuando vienen a la reunión. Ellas tienen pensado un
himno que les gustaría cantar, y entonces harán cualquier cosa para tener la
oportunidad de cantarlo en la reunión. A ellas no les importa si ese mensaje
contribuirá o no a la edificación de los demás que se hallan presentes en la
reunión, ni si el himno avivará a la congregación o no. Esta clase de personas no
hace sino perjudicar las reuniones.

Algunos hermanos han sido creyentes por años, pero todavía no saben reunirse.
A ellos les da lo mismo el cielo o la tierra, el Señor o el Espíritu Santo; todo lo
que les interesa es su propia persona. Piensan que siempre y cuando ellos estén
presentes, aunque no haya nadie más, esa ya es una reunión. Para ellos,
ninguno de los hermanos o hermanas existe, y ellos son los únicos que están
presentes. Esto es verdadera arrogancia. Cuando hablan en la reunión, quieren
hacerlo hasta que se queden satisfechos. Al final, los únicos contentos son ellos
mismos, mientras que todos los hermanos y hermanas están descontentos.
Estas personas sienten que tienen una gran “carga”, la cual tiene que ser
impartida. Pero en cuanto abren sus bocas, los demás se ven obligados a recoger
esta “carga” y llevársela a su casa con ellos. A otros les gusta hacer oraciones
largas, las cuales llegan a agotar a los demás. Así, toda la iglesia sufre cuando
una persona va en contra de los principios que deben regir nuestras reuniones.
No debemos ofender al Espíritu Santo en las reuniones, porque si lo hacemos,
perderemos toda bendición. Si al congregarnos, nos interesamos por las
necesidades y la edificación de los demás, honraremos al Espíritu Santo, quien
hará la obra de edificación para que nosotros también seamos edificados. Sin
embargo, si hablamos descuidadamente y no edificamos a otros, ofenderemos al
Espíritu Santo, y como consecuencia nuestra reunión será en vano. Cuando nos
reunimos, no debemos pensar en sacar provecho de la reunión para nuestro
beneficio propio. Todo lo que hagamos debe ser hecho para beneficio de los
demás. Si pensamos que lo que vamos a decir beneficiará a otros, debemos
decirlo; y si pensamos que nuestro silencio beneficiará a los demás, entonces
debemos callar. Siempre debemos atender a las necesidades de los demás, éste
es el principio básico que debe regirnos al reunirnos.

Esto no quiere decir que todos deben estar callados durante las reuniones. Si
bien es cierto que a veces lo que decimos puede perjudicar a otros, nuestro
silencio también puede perjudicarlos. Ya sea que hablemos o nos quedemos
callados, si no atendemos a las necesidades de los demás, la reunión será
perjudicada. Siempre debemos procurar que los demás sean edificados en la
reunión. Aquellos que deben hablar no deben permanecer callados. “Hágase
todo para edificación” (1 Co. 14:26). Todos debemos asistir a las reuniones
teniendo en mente una sola meta: estamos allí para beneficiar a los demás, y no
sólo a nosotros mismos. Jamás debemos hacer nada que haga tropezar a los
demás. Si nuestro silencio hace que los demás tropiecen, entonces no debemos
permanecer callados, sino que tenemos que hablar. Si al hablar vamos a hacer
que otros tropiecen, debemos callar. Tenemos que aprender a hablar con el fin
de edificar a los demás y también tenemos que aprender a callar con el fin de
edificar a los demás. Todo cuanto hagamos debe tener el propósito de edificar a
los demás, y no a nosotros mismos. Cuando no seamos para nosotros mismos,
tendremos como fruto nuestra propia edificación. Pero si sólo pensamos en
nosotros mismos, no recibiremos ninguna edificación.

Si no estamos seguros de que edificaremos a otros con lo que vamos a decir, es


mejor que lo consultemos con los hermanos que tienen más experiencia.
Debemos preguntarles: “¿Qué piensan, debo hablar más o debo hablar menos
durante las reuniones?”. Tenemos que aprender a ser humildes desde el
principio de nuestra vida cristiana. Jamás debemos considerarnos que somos
“alguien”. No deben pensar que debido a que pueden cantar y predicar bien, son
personas de gran importancia. Les ruego que no se juzguen a ustedes mismos.
Es mejor preguntarles a los hermanos que tienen más experiencia. Verifique con
ellos si usted contribuye a la edificación de los demás cuando habla en ciertas
reuniones. Hable más si ellos le animan a hacerlo, y hable menos si ellos así lo
recomiendan. Nuestras reuniones serán muy elevadas si todos nos humillamos
para aprender de los demás. Cuando nuestras reuniones son así, otros sentirán
que Dios está entre nosotros. Este es el resultado de la operación del Espíritu
Santo. Espero que pongamos atención a este asunto, porque si lo hacemos,
nuestras reuniones glorificarán a Dios.

V. EN CRISTO

Debo mencionar aquí otro asunto. Cada vez que nos reunamos y tengamos
comunión en mutualidad, debemos recordar que, por ser creyentes, somos uno
en Cristo. Consideremos los siguientes versículos.

1 Corintios 12:13 dice: “Porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en


un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio
a beber de un mismo Espíritu”. Aquí la palabra “sean” indica que no hay
distinción. En el Cuerpo de Cristo no tienen lugar las distinciones que se hacen
en el mundo, porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo
Cuerpo, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.

Gálatas 3:27-28 dice: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de
Cristo estáis revestidos. No hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer,
porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Fuimos bautizados en Cristo
Jesús y también fuimos revestidos de Él; por tanto, no hay judío ni griego,
esclavo ni libre, varón ni mujer, porque todos nosotros somos hechos uno en
Cristo.

Leemos en Colosenses 3:10-11: “Y vestido del nuevo, el cual conforme a la


imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no
hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni
libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. Tanto Gálatas 3:28 como
Colosenses 3:11 usan la expresión no hay. Ya no hay distinción entre nosotros
porque estamos revestidos del nuevo hombre, nosotros conformamos un solo y
nuevo hombre. Este nuevo hombre fue creado según Dios (Ef. 4:24), en el cual
no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, esclavo
ni libre. Solamente Cristo es el todo, y en todos. Así pues, sólo existe una
entidad y todos fuimos hechos uno.

Al leer estos tres pasajes de la Escritura, notamos que los creyentes son uno en
Cristo. En el Señor, no hacemos distinciones basadas en la posición social que
ocupábamos anteriormente. En el nuevo hombre y en el Cuerpo de Cristo no
hay distinciones de ninguna clase; por tanto, si introducimos en la iglesia estas
distinciones hechas por los hombres, la relación entre los hermanos será
conducida a un terreno equivocado.

Hasta aquí hemos mencionado cinco distinciones: la distinción entre griego y


judío, entre libre y esclavo, entre varón y mujer, entre bárbaro y escita, y entre
circunciso e incircunciso.

La distinción que se hace entre judío y griego conlleva dos significados


diferentes. En primer lugar, los judíos y los griegos proceden de dos razas
diferentes y pertenecen a dos países distintos. En el Cuerpo de Cristo, en Cristo,
en el nuevo hombre, no hay ni judío ni griego. Así pues, los judíos no deben
jactarse de ser los descendientes de Abraham y el pueblo escogido por Dios, ni
tampoco deben menospreciar a los extranjeros. Debemos darnos cuenta de que
tanto los judíos como los griegos ya fueron hechos uno en Cristo, y que en Cristo
las fronteras han dejado de existir. En el Señor todos hemos sido hechos
hermanos. No podemos dividir a los hijos de Dios en clases diferentes. En el
Cuerpo de Cristo y en el nuevo hombre, los hijos de Dios constituyen una sola
entidad. Aquellos que introducen en la iglesia ideas relativas al parentesco o a
ciertas características regionales, simplemente no saben lo que es la iglesia de
Cristo. Ahora estamos en la iglesia y tenemos que darnos cuenta de que entre
nosotros ya no se hace distinción alguna entre judío y griego. A los judíos les
resulta muy difícil renunciar a esta distinción. Pero la Biblia nos dice que en
Cristo no hay judío ni griego. Cristo es el todo, y en todos. En la iglesia sólo hay
Cristo.

Entre judíos y griegos también se hace otra distinción. Los judíos son por
temperamento muy religiosos y celosos de sus creencias, mientras que los
griegos son personas de temperamento intelectual. Históricamente, cada vez
que se habla de religión, uno piensa en los judíos; y si es de ciencia y filosofía, en
los griegos. Esta es una distinción de carácter, o manera de ser. Sin embargo, no
importa qué idiosincrasia los distinga, tanto los judíos como los griegos pueden
ser cristianos. Aquellos que tienen celo por la religión y aquellos que son
intelectuales también pueden ser cristianos. En Cristo, no hay distinción entre
judío y griego. Los primeros le dan importancia a los dictados de su conciencia,
mientras que a los segundos principalmente les importa lo que tiene que ver con
la razón y la lógica. ¿Hay diferencia alguna entre estas dos clases de personas?
De acuerdo con la carne, ciertamente difieren en cuanto a su manera de ser.
Mientras unos actúan guiados por sus sentimientos, los otros actúan guiados
por su intelecto. Pero en Cristo no hay distinción entre judío y griego. Una
persona afectuosa puede ser cristiana, y una persona fría también lo puede ser.
Aquel que es dirigido por su intuición puede ser un cristiano, y el que es dirigido
por su intelecto también puede ser cristiano. Toda clase de personas pueden
hacerse cristianas.
Una vez que nos hacemos cristianos, tenemos que despojarnos de nuestro
temperamento, pues éste no tiene cabida en la iglesia. Muy a menudo la iglesia
es perjudicada debido a que muchos procuran introducir en la iglesia sus
características naturales, su “sabor” natural, e incluso sus peculiaridades.
Cuando aquellos que prefieren permanecer callados se reúnen, forman un grupo
muy silencioso, y los que gustan de hablar mucho, conforman un grupo muy
ruidoso. Si aquellos que son de temperamento frío se reúnen, conforman un
grupo de personas apáticas; y cuando se reúnen aquellos que son expresivos,
conforman un grupo de personas afectuosas. Como resultado, se genera una
serie de distinciones entre los hijos de Dios.

Sin embargo, en la iglesia no hay cabida para nuestra manera de ser natural. Ni
en Cristo ni en el nuevo hombre se da cabida a nuestra idiosincrasia natural. Así
pues, no debemos pensar que los demás están errados porque su manera de ser
es diferente a la nuestra. Ustedes también tienen que darse cuenta de que
vuestra manera de ser es igualmente inaceptable para los demás. Ya sea que
usted sea una persona rápida o calmada, fría o afectuosa, intelectual o emotiva,
una vez que usted se convierte en un hermano o hermana, tendrá que
despojarse de todas esas cosas. Si usted trae estos elementos naturales a la
iglesia ellos serán la base de confusión y división. Si usted trae su manera de ser
y su temperamento a la vida de iglesia, estará haciendo de usted mismo la
norma establecida y el criterio a seguir. Así, quienes se conforman a la norma
establecida por usted, serán clasificados como buenos hermanos, pero aquellos
que no se conforman a nuestras normas, serán clasificados como cristianos
deficientes. Aquellos que congenien bien con nuestra manera de ser serán
considerados como individuos correctos, pero aquellos que no congenien con
nuestra manera de ser, los consideraremos errados. Cuando esto sucede,
nuestra idiosincrasia y temperamento causan perjuicio a la iglesia. Jamás se
deben establecer tales distinciones en la iglesia.

La segunda distinción es la distinción entre libres y esclavos, la cual también ha


sido eliminada en Cristo. En Cristo, no hay diferencia entre esclavo y libre.

Pablo escribió la primera epístola a los corintios y las epístolas a los gálatas y
colosenses en tiempos del Imperio Romano cuando se practicaba la esclavitud.
En aquel entonces, los esclavos eran tratados como animales o herramientas, y
eran propiedad exclusiva de sus amos. Los hijos de los esclavos nacían esclavos
y eran esclavos por toda su vida. Existía una gran distinción entre el libre y el
esclavo. Sin embargo, en la iglesia Dios no se da cabida a tal diferencia. En las
tres epístolas mencionadas se afirma que no hay esclavo ni libre. En Cristo, esta
diferencia ha sido eliminada.
La tercera distinción que se menciona es la que existe entre varón y mujer. En
Cristo y en el nuevo hombre, el varón y la mujer ocupan la misma posición y no
hay distinción entre ellos. El varón no ocupa una posición privilegiada, tampoco
la mujer. Puesto que Cristo es el todo, y en todos, no hay distinción entre varón
y mujer. En lo que concierne a los asuntos espirituales, no se hace ninguna
diferencia entre los dos. Un hermano es salvo por la vida de Cristo, es decir, por
la vida del Hijo de Dios. Una hermana también es salva por la vida de Cristo, la
vida del Hijo de Dios. Tanto el hermano es hijo de Dios como la hermana es hijo
de Dios. En Cristo, todos somos hijos de Dios y no hay distinción entre varón y
mujer.

La cuarta distinción es la que existe entre bárbaros y escitas. Esta diferencia se


hace a raíz de la cultura. Las distintas culturas establecen diferentes normas,
pero Pablo nos dice que en Cristo ha sido abolida toda distinción cultural entre
bárbaros y escitas.

Por supuesto, nosotros debemos aprender a hacernos judíos a los judíos y a


actuar como si estuviésemos sujetos a la ley quienes están sujetos a la ley (1 Co.
9:20-22). Nuestro comportamiento, cuando estamos con personas de otras
culturas, debe adaptarse a sus culturas, guardando la unidad en todo lugar. No
importa qué tipo de cultura tengan las personas con quienes nos relacionemos,
debemos aprender a ser uno con ellas en Cristo.

La última distinción que se menciona es la que existe entre circuncisión e


incircuncisión, la cual tiene que ver con marcas de devoción en la carne. Los
judíos llevan en sus cuerpos la marca de la circuncisión, lo cual significa que
ellos pertenecen a Dios, temen a Dios y rechazan la carne; sin embargo, ellos
han hecho excesivo hincapié en la circuncisión. El relato hallado en Hechos 15
nos muestra que algunos judíos intentaron obligar a los gentiles a circuncidarse.

Los cristianos también tienen sus propias “marcas de devoción en la carne”. Por
ejemplo, el bautismo, la práctica de cubrirse la cabeza, el partimiento del pan, la
imposición de las manos, etcétera, pueden sencillamente convertirse en marcas
de devoción en la carne. Si bien el bautismo tiene un significado espiritual,
puede llegar a convertirse en un mero símbolo de devoción en la carne. La
práctica de cubrirse la cabeza por parte de las hermanas está llena de significado
espiritual, pero puede llegar a convertirse en una mera marca de devoción en la
carne. El partimiento del pan y la imposición de manos poseen profundo
significado espiritual, pero también pueden llegar a convertirse en marcas
físicas de devoción en la carne. Todas estas prácticas poseen significado
espiritual; son asuntos espirituales. Sin embargo, podemos llegar a usar estas
prácticas para dividir a los hijos de Dios si empezamos a jactarnos de aquellos
símbolos externos que otros no tienen y, como resultado, sembramos discordia
y disensión. Al hacer esto, hacemos que tales prácticas desciendan del nivel
espiritual que les corresponde y se conviertan en meras marcas físicas en la
carne. Cuando esto sucede, somos, en principio, iguales que los judíos que se
jactaban de la circuncisión; así pues, nuestro bautismo, nuestra práctica de
cubrirnos la cabeza, de partir el pan y de imponer las manos, se habrán
convertido en nuestra “circuncisión”. Si hacemos distinciones entre los hijos de
Dios basándonos en estas cosas, habremos establecido diferencias según la
carne. Sin embargo, en Cristo no hay distinción entre circuncisión e
incircuncisión. No podemos valernos de ninguna marca física en la carne para
hacer diferencia entre los hijos de Dios, pues en Cristo fuimos hechos uno. En
Cristo sólo hay una vida única, y todas esas cosas son ajenas a ella. Por
supuesto, es bueno poseer la realidad espiritual que corresponde a tales “marcas
físicas”; sin embargo, si alguien tiene la realidad espiritual, pero no la marca
física, no le podemos excluir. Los hijos de Dios no deben permitir que tales
marcas externas afecten y dañen la unidad en el Señor y la unidad en el nuevo
hombre.

Todos somos hermanos y hermanas, somos el nuevo hombre en Cristo,


miembros del Cuerpo y parte del mismo. En la iglesia no debemos hacer
ninguna distinción que es ajena a Cristo. Todos estamos en un nuevo terreno, en
el nuevo hombre creado por el Señor y en el Cuerpo edificado por Él. Debemos
ver que todos los hijos de Dios son uno. Ni la superioridad ni la inferioridad
tienen cabida aquí. Tenemos que eliminar de nuestros corazones todo
pensamiento denominacional y sectario. Si hacemos esto, no habrá división
alguna en la reunión de la iglesia de Dios ni en la comunión entre los santos.
Debemos darle la debida importancia a estos asuntos en las reuniones, y esta es
la clase de vida que debemos de manifestar diariamente. Que Dios nos bendiga.

CAPÍTULO TRECE

LOS DIVERSOS TIPOS DE REUNIONES

Lectura bíblica: Hch. 2:14, 40-42; 1 Co. 10:16-17, 21; 11:20, 23-26; 14:26-36;
Mt. 18:19-20

En el mensaje anterior abordamos los principios que rigen las reuniones de la


iglesia. En este mensaje trataremos acerca de la práctica de las reuniones. Según
la Biblia y en términos generales, hay cinco tipos de reuniones: las reuniones en
las que se predica el evangelio, la reunión en la que partimos el pan, la reunión
para la oración, la reunión en la que los dones son ejercitados y la reunión en la
que se predica la Palabra. La Biblia nos muestra que se practicaban estas cinco
clases de reuniones en los tiempos de los apóstoles. En nuestros días, para que
la iglesia sea fuerte, tiene que tener estas cinco clases de reunión. Además,
debemos saber cómo reunirnos de una manera apropiada en cada una de estas
reuniones. Si aprendemos esto, podremos beneficiarnos de tales reuniones.

I. LA REUNIÓN DE EVANGELIZACIÓN

En los cuatro Evangelios y en el libro de Hechos, como también al inicio de la


historia de la iglesia, las reuniones de evangelización siempre tuvieron gran
importancia. Después de que la iglesia se degradó, alrededor del tercer o cuarto
siglo, la reunión de evangelización fue gradualmente perdiendo el lugar que
ocupaba y fue reemplazada por reuniones de enseñanza. A fin de que una iglesia
sea fuerte, las reuniones de evangelización deben recobrar el lugar que les
corresponde.

La iglesia existe no solamente con el único propósito de edificarse a sí misma,


sino también para que otros puedan conocer a Cristo. En lo que concierne a la
edificación de la iglesia, el don del evangelista puede ser relegado al último
lugar. Sin embargo, en cuanto la iglesia comience a expandirse, el don del
evangelista se convierte en el más importante. El viaje realizado por Felipe a
Samaria, tal como es relatado en Hechos 8, es prueba contundente de esto. Dios
primero envía evangelistas a fin de que por medio de tales dones, Él gane
personas para Sí. Por consiguiente, tenemos que desechar nuestros viejos
hábitos, o sea el hábito de reunirnos únicamente para escuchar mensajes y, en
lugar de ello, darle mucha importancia a las reuniones de evangelización.

Si un hermano, inmediatamente después de haber creído en el Señor, aprende a


participar en la predicación del evangelio, no adoptará el hábito de sentarse en
las bancas a escuchar mensajes. Más bien, adoptará también el hábito de
predicar el evangelio. En las reuniones de evangelización, todos deberían
laborar activamente y ninguno debe permanecer sentado en forma pasiva
mostrándose indiferente por la salvación de los demás.

Las reuniones de evangelización son ocasiones en las que toda la iglesia


participa. Todos y cada uno de los hermanos y hermanas tienen sus propias
responsabilidades, y todos deben orar mucho antes de cada reunión. Aquellos
hermanos en quienes la vida divina ha crecido más y que son más prominentes
en el desarrollo de sus dones, podrán servir de oráculos para la predicación del
evangelio. Los demás santos deberían orar en unanimidad intercediendo por los
hermanos que han de dar el mensaje, a fin de que estos puedan impartir
poderosamente el evangelio. Puede ser que haya dos o tres hermanos que
hablen en una reunión, no debe haber más de tres. Si hay demasiados oradores
dejarán a la audiencia confusa.
¿Cuál es la actitud que debe tener un hermano o hermana cuando asiste a una
reunión de evangelización?

En primer lugar, todos deben comprender claramente que el mensaje de


evangelización no va dirigido a ellos, sino a los incrédulos. Esto tal vez parezca
muy obvio, pero muchos hermanos y hermanas que asisten a las reuniones de
evangelización se olvidan de que el hermano que está testificando, no les está
testificando a ellos, sino a los incrédulos. Uno jamás debe asistir a las reuniones
como si fuera un mero espectador y mostrarse indiferente y sin disposición a
colaborar. Que el mensaje sea bueno o malo, no debe ser nuestra preocupación.
Nuestra meta es salvar a las personas y cooperar con la reunión.

En segundo lugar, de ser posible, todos los hermanos y hermanas deberían


asistir a esta reunión. No deben pensar que, puesto que ustedes ya son salvos, ya
no es necesario que asistan a la reunión de evangelización. Es cierto que ustedes
ya son salvos, pero aun así pueden hacer muchas otras cosas en tales reuniones.
Ustedes no participan de tales reuniones para escuchar el evangelio, sino para
laborar. Ninguno debiera permanecer ocioso en las reuniones. Algunos
hermanos y hermanas dicen: “Yo ya comprendo todo lo que tiene que ver con el
evangelio. No necesito asistir a tales reuniones”. Pero asistir a tales reuniones
no tiene nada que ver con el hecho de que usted entienda o no el evangelio. Si
ustedes ya han comprendido todo lo que involucra la reunión en la que partimos
el pan, ¿por qué continúan asistiendo a la misma? Ustedes tienen que asistir a
las reuniones de evangelización porque es necesario que ayuden en tales
reuniones. Además, es necesario que asistan a esas reuniones debido a que les
corresponde a ustedes contribuir su porción a las mismas.

En tercer lugar, siempre que se celebre una reunión de evangelización, usted


tiene que traer consigo algunas personas conocidas. Envíe invitaciones a sus
amigos y parientes. Invítelos con varios días de antelación, incluso con una o
dos semanas de anticipación. Algunas veces, Dios les dará la gracia de poder
invitar diez o veinte personas a tales reuniones. Si usted puede llevar consigo
tantas personas a dichas reuniones, pida a otros que le ayuden a atenderlas.
Usted puede atender personalmente a tres o cuatro de ellas y puede pedir a
otros que atiendan al resto. No deben traer personas a la reunión sin proveerles
la debida atención.

No lleguen a las reuniones de evangelización en el último minuto. Todos


aquellos que participan de esta reunión, tienen que estar bien preparados de
antemano. Asegúrese de informar claramente a aquellos que usted invitó dónde
estará usted esperándoles. Quizás usted deba ir a sus casas y acompañarles a la
reunión. Siempre debe darse un margen de tiempo para no llegar tarde; evite
por todos los medios encontrarse en la situación en que sus invitados aún no
han llegado y la reunión ya ha comenzado.

En cuarto lugar, después de haber traído su invitado a la reunión, cuide de él


durante la reunión.

A. Debemos sentarnos junto a nuestros invitados

Un incrédulo no sabe dónde sentarse cuando viene a nuestro salón de


reuniones. Usted tiene que conducirle a su asiento. Si los ujieres han acordado
algo de antemano, usted debe cooperar con ellos. Si usted trae a alguien a la
reunión, tiene que sentarse a su lado. Si usted trajo dos personas, siéntese en
medio de ellas. Si trajo tres o cuatro, siéntese con uno o dos a cada lado. No
trate de atender a más de cuatro personas a la vez, con cuatro personas usted
estará muy ocupado. Si usted trae más personas, pida a los otros hermanos o
hermanas que les atiendan. Mantenga un máximo de dos invitados sentados a
cada uno de sus lados. Dónde nos sentamos es muy importante. En la reunión,
tenemos que sentarnos al lado de los invitados.

B. Debemos ayudar a nuestros invitados


a encontrar los versículos e himnos
y explicarles ciertos términos

Hay muchas cosas que debemos hacer mientras estamos sentados con nuestros
invitados. Tenemos que ayudarlos a encontrar los versículos cada vez que se
citan las Escrituras durante el mensaje. Si el orador menciona alguna palabra o
término que requiere ser explicado, usted deberá explicárselo a su invitado en
voz baja. Tienen que suplir lo que el orador omita. Deben hacerlo en voz muy
baja pero clara. Cierta vez, un hermano comenzó a predicar el evangelio a una
audiencia muy numerosa diciendo: “Todos ustedes conocen el relato de los
israelitas que salieron de Egipto”. Entonces, otro hermano se le acercó para
decirle: “Esta gente no sabe quiénes son los israelitas ni saben nada acerca de
Egipto”. Esto nos muestra que es mejor que el orador evite utilizar palabras o
términos que los incrédulos no pueden comprender. Al mismo tiempo, los
hermanos y hermanas que están entre la audiencia deben subsanar cualquier
omisión. Si surge alguna situación parecida, ellos deberían inmediatamente
explicarles a sus invitados de la manera más sencilla posible que los israelitas
son los judíos, que Egipto es un país y que los israelitas fueron esclavos en
Egipto pero que, posteriormente, dejaron Egipto. Expliquen estas cosas a sus
invitados de la manera más simple posible.

Ustedes también tienen que buscarles a sus amigos los himnos que se van a
cantar. Muchos himnos tienen un coro que debe repetirse, ustedes tienen que
ayudar a sus invitados a repetir tales líneas.
C. Debemos tomar en cuenta la manera
en que responden nuestros invitados
y debemos orar por ellos

Tienen que permanecer alertas en presencia del Señor con respecto a la manera
en que responden sus invitados. Si usted percibe que, mientras el mensaje es
predicado, la reacción de la persona sentada a su lado no es favorable, usted
podría orar en secreto diciendo: “Señor, ablanda su corazón”. Si usted siente
que tiene una actitud de arrogancia, podría orar diciendo: “Señor, quebranta su
soberbia”. En realidad, el éxito de una reunión de evangelización que la iglesia
lleva a cabo, depende de la condición espiritual en que se encuentren todos los
hermanos y hermanas. Si todos los hermanos y hermanas asisten a la reunión
de evangelización, y si todos participan en la labor, el evangelio se encontrará
con un camino muy amplio a través del cual podrá propagarse. Ustedes tienen
que estar muy atentos a las reacciones de sus invitados y observar cómo
responden al mensaje. Estos son invitados suyos y son ustedes quienes conocen
mejor su condición. Ustedes deben observarlos atentamente y tienen que orar
por ellos diciendo: “Señor, conmueve su corazón y dale entendimiento. Señor,
tócalo. Despójalo de su soberbia para que pueda oírte y recibir Tu palabra”. A
veces, ustedes quizás sientan que los hermanos en el púlpito debieran decir
ciertas cosas y abordar ciertos temas. Entonces, puede orar diciendo: “Señor,
haz que nuestro hermano aborde este tema a fin de responder a la necesidad de
este hombre”. Muchas veces, el hermano que habla desde el púlpito dirá
exactamente aquello por lo cual ustedes oraron, como si él hubiese escuchado su
petición. Es muy importante que ustedes cuiden de aquellos que están sentados
a su lado por medio de orar por ellos.

D. Debemos ayudar a nuestros invitados


a recibir al Señor

Una vez que sienten que sus invitados han sido conmovidos por el mensaje,
ustedes deben ayudarles a recibir al Señor. Mediante su oración, ustedes deben
facilitar que la palabra del Señor entre en sus corazones. Ustedes tienen que
hacer que la palabra de Dios llegue a ellos y capture su corazón al orar diciendo:
“Señor, haz que él escuche Tu palabra. Señor, que esta palabra cause gran
impacto en él. Señor, haz que esta palabra resplandezca en su ser para que
pueda ver”.

Cuando el orador comienza a “recoger la red”, esto es, cuando empieza a hacer
un llamado, debemos alentar a nuestros invitados a responder diciéndoles: “Te
suplico que no pierdas esta oportunidad. Espero que puedas recibir al Señor”.
Tenemos que animarles cuando veamos que vacilan aun cuando fueron
conmovidos. Puesto que Satanás se está esforzando al máximo por detenerlos,
sería equivocado de nuestra parte cohibirnos y no darles el empujón que
necesitan. Satanás opera en el corazón del hombre a fin de impedirles que
reciban al Señor, mientras que nosotros tratamos de animarles a que reciban al
Señor de todo corazón. En las reuniones de evangelización, debemos ayudar a
nuestros invitados a recibir la salvación. Si el hermano que está predicando
desde el púlpito invita a las personas a que reciban al Señor, tenemos que
observar atentamente las reacciones de nuestros invitados. Si han sido
conmovidos de alguna manera, tenemos que cumplir nuestra parte y decirles:
“Deben creer en el Señor y recibirle ahora mismo. Si no lo hacen, sufrirán en la
eternidad”. El tono de nuestra voz debe ser serio y solemne. Esto habrá de tener
un efecto en ellos.

Por favor, recuerden el siguiente principio: cuando esté procurando que alguien
sea salvo, no analicen si esta persona será salva o no. No analicen si tal persona
ha sido predestinada por Dios o no. Debemos centrar nuestras mentes y
corazones en que ellos reciban la salvación. Tenemos que conducirlos al Señor y
no dejarlos ir hasta que sean salvos.

E. Debemos ayudarlos
a que nos den sus datos personales

Después de la reunión, ayuden a sus invitados a dejar registrados sus datos


personales, si así se les ha pedido. Ayúdenles por si no saben cómo registrarse o
no saben escribir. Si alguno le pregunta por qué es necesario que dejen sus
nombres, dígales: “Queremos que nos dejen sus nombres a fin de poder ir a
visitarlos”. Escriban sus direcciones claramente. Registren la zona, la calle y el
número de sus domicilios de tal modo que otras personas puedan encontrarlos
si desearan visitarlos.

F. Debemos guiarlos en oración

Hasta ahora usted ha estado ayudando a sus invitados, pero su labor no ha


concluido todavía, pues aún tiene que guiarlos a orar con usted. Si usted no
puede hacer esto personalmente, pídales a los hermanos y hermanas que le
ayuden en esta tarea. Jamás sea descuidado. Labore en beneficio de sus
invitados hasta que sienta paz de enviarlos a casa.

G. Debemos visitarles, junto con otros santos, hasta que sean salvos

Una vez que sus amigos hayan retornado a casa, ustedes deben visitarles. La
primera vez que les visiten, deben ir acompañado de uno o dos hermanos o
hermanas. Esto forma parte de su labor. Si es la iglesia la que ha preparado la
visita, usted debe acompañar a los hermanos y hermanas que irán a la casa de
su amigo para conversar con él. Con ciertas personas, no es suficiente conque
escuchen el evangelio una sola vez. Ustedes tienen que invitarlos una segunda, o
una tercera vez, hasta que finalmente sean salvos.

Quiera el Señor ayudarnos a tomar el camino del recobro. Deberíamos darle a la


reunión de evangelización la debida importancia. En esta reunión, todos los
hermanos y hermanas tienen su propia función que cumplir. Todos están llenos
de vida y ninguno está ocioso, todos son muy activos. Una vez que tal atmósfera
sea prevaleciente, la iglesia experimentará un cambio radical y las reuniones de
evangelización se convertirán en reuniones en las que toda la iglesia labora.

Si el número de santos que componen una determinada iglesia local es reducido


y la estructura de la reunión es muy sencilla, uno no tiene que ceñirse a todo lo
detallado previamente. Pero, en principio, todos los hermanos y hermanas
deberían darle mucha importancia a las reuniones de evangelización. Todos
somos responsables y todos debemos estar activamente involucrados en el
avance del evangelio y, en unanimidad, conducir a las personas a ser salvas.

II. LA REUNIÓN DEL PARTIMIENTO DEL PAN

En 1 Corintios 10 y 11, la Biblia menciona dos cosas con respecto a la reunión en


la que partimos el pan. Al hablar del pan en 1 Corintios 11:24, Pablo se refiere al
cuerpo físico del Señor al decir: “Y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Esto
es Mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí”. El
cuerpo de Cristo fue entregado por nosotros. Mediante ello, nuestros pecados
fueron perdonados y nosotros obtuvimos vida. El pensamiento fundamental de
este versículo es que debemos recordar al Señor. En 1 Corintios 10:17 se nos
provee una perspectiva distinta. Allí dice: “Siendo uno solo el pan, nosotros, con
ser muchos, somos un Cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan”.
En el capítulo 11, el pan alude al cuerpo físico del Señor; mientras que en el
capítulo 10, el pan hace referencia a nosotros. En otras palabras, el capítulo 11
enfatiza que recordamos al Señor, mientras que el capítulo 10 recalca la
comunión que disfrutamos entre los hijos de Dios.

Por tanto, podemos contemplar dos aspectos significativos con respecto a la


reunión del partimiento del pan. Uno concierne a los cielos: nosotros
recordamos al Señor. Mientras que el otro se centra en el pan que está sobre la
mesa, el cual representa para nosotros, los hijos de Dios, la comunión que
tenemos los unos con los otros. Todos y cada uno de nosotros tenemos parte en
este pan. Todos formamos parte de este único pan. Usted ha recibido al Señor y
yo también. Esto nos da derecho a disfrutar de la misma comunión en el Señor.
Por tanto, el partimiento del pan quiere decir que nosotros venimos al Señor
para tener comunión con Él y que nos reunimos para disfrutar de la comunión
con los hijos de Dios.
Toda reunión en la que partimos el pan debe dividirse en dos secciones, porque
nuestra salvación se compone de dos partes. En la primera parte de nuestra
salvación, nosotros nos percatamos de que éramos pecadores cuyo destino era el
juicio y la muerte, pero el Señor tuvo misericordia de nosotros. Él vino a esta
tierra y murió por nosotros. El Señor nos salvó y derramó Su sangre a fin de
perdonarnos. Nuestros pecados nos fueron perdonados en cuanto aceptamos la
sangre del Señor Jesús. En esto consiste la primera parte de nuestra salvación.
Pero nuestra salvación no acaba allí. Después de haber sido salvos, el Señor
Jesús llega a ser nuestro y nosotros llegamos a ser Suyos. Él nos lleva al Padre y
hace de Su Padre también nuestro Padre. En nuestro interior, el Espíritu Santo
también nos enseña a clamar: “¡Abba, Padre!” (Ro. 8:14-16). En esto consiste la
segunda parte de nuestra salvación. En otras palabras, la primera sección de la
salvación tiene que ver con el Señor, mientras que la segunda parte tiene que ver
con el Padre. En la primera parte de nuestra salvación, somos perdonados y, en
la segunda, somos aceptados por Dios. Cuando somos salvos, entramos en una
relación con el Señor; esta es la primera parte de nuestra salvación. En la
segunda parte, llegamos a relacionarnos con Dios. Cuando nos acercamos al
Señor, lo hacemos desde nuestra posición de pecadores; y es por medio de Él
que venimos al Padre. En primer lugar, conocemos al Señor y, después,
conocemos al Padre. Es por eso que la Biblia dice: “Todo aquel que niega al Hijo,
tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre” (1 Jn.
2:23). La salvación está relacionada con el Hijo, con el Señor, y también se
relaciona con el Padre, o sea que tiene que ver con Dios. Nadie puede venir al
Padre si no es por medio del Hijo. Primero tenemos que acudir al Señor.
Tenemos que ir a la cruz para recibir el perdón y para que el Justo ocupe el lugar
que le correspondía a los injustos, antes de que el Señor nos pueda llevar al
Padre. Por tanto, no es al Padre a quien acudimos para recibir la salvación, sino
más bien, acudimos al Hijo para obtener la salvación. Sólo entonces podremos
acudir al Padre. En primer lugar, somos perdonados, y después, somos aceptos.
Tenemos que comprender esto con toda claridad.

La reunión del partimiento del pan tiene como finalidad recordar al Señor.
Puesto que la salvación del Señor se compone de dos partes, la reunión en la que
partimos el pan también deberá constar de dos partes. Antes de partir el pan,
hacemos memoria del Hijo. Después de haber partido el pan, dirigimos nuestra
atención al Padre. El tiempo anterior al partimiento del pan está dedicado al
Señor; mientras que el período posterior al partimiento del pan está dedicado a
Dios.

Cuando acudimos al Señor, descubrimos que éramos pecadores. Eramos hijos


de desobediencia, hijos de ira que merecían el juicio de Dios. No había manera
de que pudiéramos salvarnos a nosotros mismos. Pero, debido a que el Señor
Jesús derramó Su sangre para redimirnos, ahora podemos acudir al Señor para
recibir Su vida. Cuando éramos pecadores, acudimos al Señor. Cuando vimos
que nuestros pecados fueron perdonados, también acudimos al Señor. Por
tanto, durante la primera parte de la reunión del partimiento del pan, todos
nuestros himnos, todas nuestras acciones de gracias y alabanzas, deben estar
dirigidos al Señor.

Al acudir al Señor, debemos ofrecer agradecimiento y alabanzas a Él.


Estrictamente hablando, no debiéramos hacer otra cosa sino ofrecer
agradecimiento y alabanzas. Resulta inapropiado hacer peticiones durante esta
reunión. No podemos pedir, por ejemplo, que el Señor derrame Su sangre por
nosotros. Esto ya se realizó y no hay necesidad de que pidamos tal cosa. Todo lo
que tenemos que hacer es alabar y darle gracias a Él. Ya sea por medio de
nuestras oraciones o alabanzas, debemos únicamente dar gracias al Señor y
alabarle y nada más. La acción de gracias se centra específicamente en la obra
realizada por el Señor, mientras que la alabanza se centra en el Señor mismo. Le
damos gracias al Señor por lo que Él realizó, y le alabamos por lo que Él es. Al
comienzo abundarán más las acciones de gracias pero, poco a poco, lo
alabaremos más. Al mismo tiempo que damos gracias, también le alabamos.
Admiramos la obra maravillosa que Él ha realizado en beneficio nuestro y
también contemplamos cuán maravilloso Salvador es Él. Después de haber
elevado suficiente agradecimiento, debemos comenzar a alabarle. Cuando
nuestra alabanza alcance su cumbre, entonces habrá llegado el momento de
partir el pan.

La segunda parte comienza después de que hemos partido el pan. El Señor no


desea que nos detengamos una vez que hemos acudido a Él. Tenemos que
recibir al Señor, pero eso no es todo. Es maravilloso que fuimos recibidos por el
Padre en el momento en que nosotros recibimos al Señor. Tenemos que
comprender esto claramente. Por medio del evangelio, nosotros recibimos al
Señor, no al Padre. La Biblia no nos dice específicamente que recibimos al
Padre, sino que siempre nos dice que debemos recibir al Hijo. No obstante,
nosotros somos recibidos por el Padre. Debido a que recibimos al Hijo, el Padre
puede aceptarnos. Recibir al Hijo es una mitad de nuestra salvación. Cuando el
Padre nos recibe, entonces nuestra salvación es completada. El Hijo es Aquel a
quien recibimos; en esto consiste la primera mitad de la salvación. Dios el Padre
es Aquel que nos recibe; esta es la otra mitad que completa nuestra salvación.
Por tanto, después de partir el pan, acudimos al Padre. Hemos recibido al Señor
y le conocemos a Él. Ahora, Él nos lleva al Padre. Esta es la segunda sección de
nuestra reunión del partimiento del pan. En esta segunda sección de la reunión,
debemos acercarnos a Dios y alabarle.

El salmo 22 se compone de dos secciones. La primera sección abarca del


versículo 1 al 21 y relata cómo el Señor llevó nuestra vergüenza, padeció dolores
y fue desamparado por el Padre. Esta primera sección se refiere a la muerte
vicaria del Señor en la cruz. La segunda sección se inicia en el versículo 22 y va
hasta el final del salmo. En esta sección se nos describe cómo el Señor guía en
medio de la asamblea a Sus muchos “hermanos” en sus alabanzas a Dios. En
otras palabras, la primera sección es nuestra conmemoración del Señor;
mientras que la segunda sección consiste en que el Señor nos lleva al Padre para
que le alabemos.

El día en que el Señor Jesús resucitó, le dijo a María: “Subo a Mi Padre y a


vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn. 20:17). En capítulos anteriores
del Evangelio de Juan, el Señor Jesús se había referido al Padre como “Mi
Padre” o simplemente “Padre”. Pero aquí, Él nos dice: “A Mi Padre y a vuestro
Padre”. Cuando recibimos la muerte y resurrección del Señor en nuestro ser, Su
Padre llega a ser nuestro Padre. Las tres parábolas del capítulo 15 del Evangelio
de Lucas nos muestran al buen Pastor y al Padre amoroso. El buen Pastor viene
a buscarnos, mientras que nuestro Padre amoroso espera por nosotros en la
casa. El buen Pastor deja Su hogar para venir a buscarnos, mientras que el
Padre amoroso nos acepta y nos recibe en Su casa. Fuimos hallados por el buen
Pastor, ahora iremos al encuentro de nuestro Padre. Por tanto, durante la
segunda sección de la reunión, todos los himnos y oraciones deben estar
dirigidos al Padre. Nos encontramos con el Hijo en la primera sección de la
reunión del partimiento del pan, y durante la segunda sección de dicha reunión,
el Señor nos lleva al Padre. El Espíritu Santo es Aquel que dirige la reunión y, en
tal reunión, Él siempre nos conduce de esta forma. La dirección del Espíritu
Santo no irá en contra del principio que rige nuestra salvación. Debemos
aprender a obedecer la dirección del Espíritu Santo. Si se lo permitimos, el
Espíritu Santo nos guiará de esta manera.

El segundo capítulo del libro de Hebreos nos muestra que el Señor Jesús lleva
muchos hijos a la gloria. Cuando Él estaba en la tierra, Él era el Hijo unigénito
de Dios, Él era el Hijo único. Pero Él murió y resucitó. Ahora, le hemos recibido
a Él y, en virtud de ello, hemos llegado a ser hijos de Dios. El Señor Jesús es el
Hijo primogénito de Dios y nosotros somos los muchos hijos. El versículo 12
dice: “En medio de la iglesia te cantaré himnos de alabanzas”. En este sentido, la
reunión que se menciona en Hebreos 2, es la reunión en la que el Hijo
primogénito de Dios y Sus muchos hermanos juntos cantan alabanzas al Padre.
La segunda sección de la reunión del partimiento del pan es precisamente esta
clase de reunión, la reunión del Hijo primogénito de Dios junto con los muchos
hijos de Dios. Debemos aprender, en esta segunda sección de la reunión, a
elevar nuestro espíritu hasta la cúspide. En esta segunda sección de la reunión
del partimiento del pan es el mejor momento que existe en la tierra para
entonar alabanzas al Padre. Es necesario que aprendamos a elevar nuestros
espíritus al máximo durante esta sección de la reunión.
Dios está entronizado “entre las alabanzas de Israel” (Sal. 22:3). Cuanto más
alaba la iglesia de Dios, más toca el trono. Cuanto más alaba uno, mejor conoce
el trono. Leamos juntos una estrofa de uno de nuestros himnos:

Padre, a Ti un cántico
alzamos
En comunión;
En Tu presencia todos
te alabamos,
¡Qué bendición!
Estar en Ti, ¡qué
gracia sin igual!
Que con Tu amado
Hijo estamos al par.

(Himnos, #31)

Este es un buen himno. En él se percibe el sentimiento del Hijo al encabezar a


los numerosos hijos en alabanza al Padre. Difícilmente encontraremos otro
himno igual.

La reunión de la cual se habla en el segundo capítulo de Hebreos es la mejor de


todas las reuniones. Hoy estamos aprendiendo un poquito, pero llegará el día,
cuando estemos en el cielo, en donde nos reuniremos para nuestro deleite y
satisfacción. Pero, antes de entrar en la gloria, debemos experimentar
personalmente el hecho de que nosotros seamos dirigidos por el Hijo
primogénito a cantar alabanzas al Padre y a alabarle en medio de la iglesia. Este
es el punto culminante que una reunión de la iglesia puede alcanzar. Esto es
algo muy glorioso.

III. LA REUNIÓN DE ORACIÓN

La reunión de evangelización y la del partimiento del pan son reuniones muy


importantes. Asimismo, la reunión de oración es también una reunión de gran
importancia. Cada clase de reunión tiene sus propias características y ocupa su
propio lugar. La reunión de oración puede ser considerada tanto una reunión
sencilla, como una reunión bastante compleja. Los nuevos creyentes necesitan
aprender algunas lecciones al respecto.

A. Debemos orar en unanimidad

El requisito fundamental para que los hermanos y hermanas oren juntos es que
gocen de unanimidad. En el capítulo 18 de Mateo, el Señor nos exhorta a
ponernos de acuerdo, es decir, a tener unanimidad entre nosotros. La oración
mencionada en el primer capítulo de Hechos era también una oración en
unanimidad. Por tanto, la primera condición para llevar a cabo una reunión de
oración consiste en que, entre nosotros, haya unanimidad. Nadie debe venir a
una reunión de oración teniendo una mentalidad divergente. Si queremos tener
una reunión de oración, tenemos que hacer nuestras peticiones en unanimidad.

“Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que
pidan, les será hecho por Mi Padre que está en los cielos” (Mt. 18:19). Estas
palabras son bastante enfáticas. En el griego, la expresión que aquí se tradujo
como “se ponen de acuerdo” es harmoneo, Supongamos que tres personas tocan
tres instrumentos distintos: una toca el piano, otra el acordeón y la tercera toca
la flauta. Si ellas tocan juntas, pero una de ellas no está en armonía; entonces, el
sonido resultante será muy irritante. El Señor desea que todos nosotros oremos
en armonía y no con diferentes tonadas. Si somos capaces de estar en armonía,
de ponernos de acuerdo, entonces Dios llevará a cabo todo cuanto pidamos. Lo
que atemos en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desatemos en la tierra,
será desatado en los cielos. El requisito fundamental para ello es que estemos en
armonía. Tenemos que aprender a ponernos de acuerdo en la presencia de Dios.
No debiéramos orar caprichosamente mientras cada uno de nosotros sigue
aferrado a sus propias ideas.

B. Al orar, debemos ser específicos

¿Cómo podemos conseguir que nuestras oraciones armonicen? Probablemente,


el problema más grande con el que nos enfrentamos en nuestras reuniones de
oración es que traemos muchos asuntos acerca de los cuales queremos orar. Si
hay muchos asuntos en una reunión de oración, nos será imposible ponernos de
acuerdo. En algunas reuniones se trata de abarcar tantos asuntos que “hay de
todo como en una botica”. No encontramos tal clase de reunión en la Biblia. Lo
que encontramos en la Biblia son hombres que oran por asuntos específicos.
Cuando Pedro fue encarcelado, la iglesia oró fervientemente por él (Hch. 12:5).
Ellos no oraron por una gran diversidad de asuntos, sino que oraron por un
asunto específico. Si tenemos un asunto específico por el cual orar, entonces nos
resulta fácil orar en armonía.

Es mejor orar por un solo asunto en cada reunión de oración. Tal vez podamos
orar específicamente por cierto hermano o hermana, o quizás oremos
específicamente por las enfermedades que aquejan a los hermanos y hermanas.
En estos casos, es mejor orar ya sea por cierto hermano o hermana que se
encuentra enfermo, o en general por todos los hermanos y hermanas que se
encuentran enfermos. No debiéramos mencionar otros asuntos además de sus
enfermedades. En otras ocasiones, tal vez oremos específicamente por aquellos
hermanos y hermanas que se encuentran en necesidades o se encuentran
espiritualmente débiles. Si abordamos un solo asunto, resulta más fácil para
nosotros tener la unanimidad.

Si todavía queda tiempo, después de que hayamos orado exhaustivamente por


determinado asunto, entonces podemos dar a conocer algún otro asunto para
orar al respecto. Pero, al comienzo de nuestras oraciones, no debiéramos
mencionar más de un solo asunto. Es confuso cuando se quieren abarcar
demasiados asuntos a la vez. Los hermanos responsables debieran mencionar
un solo asunto, de uno en uno. Pero si sobra más tiempo, después ellos pueden
presentar otros asuntos por los cuales orar. Debiéramos orar por un solo asunto.
La necesidad más sentida en toda reunión de oración es la de tener un asunto
definido y específico por el cual orar.

Según Hechos 1 y 2, lo ocurrido en Pentecostés se debió al poder de la oración.


Nunca olviden que la cruz representa la obra efectuada por el Hijo de Dios,
mientras que el Pentecostés representa la obra efectuada por los hijos de Dios.
¿Cómo se pudo realizar tal obra grandiosa? Fue por medio de la oración en
unanimidad. Aprendamos a enfocar nuestras oraciones en torno a asuntos
específicos y a no abarcar demasiados asuntos a la vez.

Si deseamos ser específicos en nuestras oraciones, todos los que asisten a la


reunión de oración deberán venir habiéndose preparado para ella. Debiéramos
esforzarnos al máximo por informar anticipadamente a los hermanos y
hermanas acerca de ciertas cargas por las cuales queremos orar. Debemos hacer
posible que ellos participen de tales cargas antes de venir a la reunión de
oración. Primero debemos poseer cierto sentir y cierta carga, y entonces
podremos reunirnos a orar.

C. Al orar, debemos ser sinceros

Otro requisito básico es que seamos sinceros al orar. Me temo que muchas de
las palabras que se dicen en la reunión de oración, son dichas en vano. Son
muchos los que le dan más importancia a la belleza de sus expresiones, mientras
que no les importa mucho si Dios les escucha o no. Pareciera que, para tales
personas, no consideran importante si Dios les escucha o no. En una reunión de
oración, la mayoría de las veces, tales oraciones resultan tanto vanas como
artificiales.

La oración genuina brota del deseo nacido de nuestro corazón; fluye de nuestro
ser interior. Tal oración no está hecha de palabras frívolas y bonitas.
Únicamente las palabras sinceras que brotan desde lo profundo de nuestro
corazón pueden ser consideradas como una oración genuina. La meta de
nuestras oraciones debe ser que Dios las responda y no que ellas complazcan a
los hermanos y hermanas.

Si no somos sinceros en nuestras oraciones, no podemos esperar que la iglesia


sea fuerte. A fin de que la iglesia sea fuerte, la reunión de oración tiene que ser
fuerte. A fin de que una reunión de oración sea prevaleciente, todas las
oraciones que se hagan tienen que ser genuinas; ninguna de ellas puede ser una
oración artificial. Si no somos sinceros en nuestra oración, no podemos esperar
que Dios nos conceda algo.

La oración no es un sermón ni un discurso. Orar es pedirle algo al Señor. En una


reunión de oración, no es necesario decir mucho en presencia de Dios, como si
Él no supiera nada y tuviese que ser informado de todos los detalles. No
debemos presentarle un informe ni predicarle un mensaje. Oramos porque
tenemos alguna necesidad y porque somos débiles. Deseamos recibir suministro
y poder espirituales por medio de la oración. La cantidad de oraciones que
ofrecemos con sinceridad dependerá de cuánta necesidad sintamos. Si no
sentimos necesidad alguna, nuestras oraciones serán vanas.

Una razón fundamental por la cual ciertas oraciones resultan vanas es porque la
persona que las ofrece está demasiada consciente de las otras personas en la
reunión de oración. En cuanto prestamos atención a los demás, es fácil que
abunde la vana palabrería en nuestras oraciones. Por un lado, las oraciones que
ofrecemos en la reunión de oración se hacen en beneficio de toda la reunión,
pero por otro, debemos orar como si estuviéramos solos delante de Dios;
tenemos que orar de manera sincera y en conformidad con nuestras
necesidades.

Cuanto más urgente sea nuestra necesidad, más genuina será nuestra oración.
En cierta ocasión, el Señor Jesús usó el siguiente ejemplo a manera de
ilustración. A la casa de un hombre le vino a visitar un conocido suyo y este
hombre no tenía pan; así que tuvo que acudir a su amigo en busca de pan. Se
trataba de una necesidad urgente: simplemente no tenía pan. Después de
suplicarle insistentemente, consiguió que éste cediera y proveyera para su
necesidad. Entonces, el Señor Jesús dijo: “Porque todo aquel que pide, recibe; y
el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Lc. 11:10). Si la necesidad que
tenemos es urgente y pedimos apropiadamente, nos será concedido lo que
hayamos pedido.

D. Nuestras oraciones deben ser breves

Las oraciones que ofrecemos deben ser sinceras y breves. Casi todas las
oraciones que se mencionan en la Biblia son breves. La oración que el Señor nos
enseñó, en Mateo 6, es muy concisa. Si bien la oración mencionada en Juan 17,
que fue elevada por el Señor antes de partir de este mundo, es una oración
bastante larga, sigue siendo mucho más breve que las oraciones de ciertos hijos
de Dios en nuestros días. La oración mencionada en Hechos 4 era la oración
hecha por toda la iglesia y dicha oración también fue bastante breve. La oración
mencionada en Efesios 1 es una oración muy importante y, sin embargo, es muy
breve. No se requiere ni cinco minutos para concluir tal oración.

Muchas de las oraciones que se ofrecen en la reunión de oración resultan vanas


e ilusorias debido a que son demasiado largas. Quizás apenas dos o tres frases
de dicha oración sean genuinas, mientras que el resto son frases redundantes.
Sólo dos o tres frases son dirigidas a Dios, y el resto son para los hermanos y
hermanas. Tales oraciones hacen que la reunión de oración parezca
interminable. Los nuevos creyentes deben ignorar las largas oraciones de
aquellos que llevan mucho tiempo entre nosotros; más bien deben aprender a
elevar oraciones breves. No todos los hermanos y hermanas pueden hacer
oraciones largas. Si continuamos haciendo oraciones largas, la iglesia será
perjudicada.

En cierta ocasión, el hermano D. L. Moody reaccionó muy sabiamente ante una


oración demasiado larga que estaba siendo ofrecida por cierta hermana en el
curso de una reunión de oración. Mientras tal oración iba consumiendo la
paciencia de toda la congregación, Moody se puso de pie y dijo: “Mientras
nuestra hermana ora, cantemos el himno número tal y tal”. Una oración
demasiado larga debilita la reunión de oración. Suponga que usted oró cinco
minutos más de lo debido y, luego, otra persona hace lo mismo. Cuantas más
personas eleven oraciones largas, más pesada e interminable será la reunión.
Cierta vez, Charles Spurgeon dijo que no había nada más inapropiado que pedir
perdón a Dios por nuestras deficiencias en medio de una oración demasiado
larga. También Mackintosh fue muy explícito cuando dijo: “No debemos
esforzarnos por torturar a los hijos de Dios con largas oraciones”. Hay muchos
que azotan a los demás; no con un látigo, sino con sus largas oraciones. Cuanto
más oran, más incómodos se sienten los demás. Debemos aprender a elevar
oraciones breves y sinceras cada vez que nos reunimos.

E. No ofrezcamos oraciones que sobrepasen nuestras oraciones


personales

Otro de los principios que nos deben regir durante nuestras reuniones de
oración consiste en no ofrecer oraciones que sobrepasen nuestras oraciones
personales. Este principio es muy valioso. La manera en que oramos en la
reunión de oración debe ser igual a la manera en que oramos en privado. Por
supuesto, la oración que hacemos en una reunión es ligeramente distinta y no
debiera ser exactamente igual a las oraciones que hacemos cuando estamos
solos. Pero, en principio, no debemos permitir que nuestras oraciones en
público sobrepasen nuestras oraciones en privado. Es decir, la manera en que
oramos en la reunión debe ser semejante a la manera en que oramos en privado.
No oren de cierta forma en privado y de otro modo en la reunión. De hecho, nos
es difícil ofrecer oraciones artificiales en privado, pero muchas de las oraciones
ofrecidas en una reunión de oración son oraciones artificiales. Si al asistir a una
reunión de oración ustedes usan constantemente palabras que no usan en
vuestras oraciones en privado, tales oraciones están destinadas a convertirse en
oraciones artificiales.

En lo que concierne al cumplimiento de nuestras peticiones, las oraciones


hechas en la reunión de oración son siempre más eficaces que las oraciones
hechas en privado, debido a que Dios responde con mayor prontitud a las
oraciones de la iglesia que a las oraciones privadas. Sin embargo, en nuestros
días, recibimos más respuestas a las oraciones hechas en privado que a las
oraciones hechas por la iglesia debido a que en la reunión de oración se ofrecen
muchas oraciones falsas y vanas. En realidad, debiéramos tener más respuestas
a las oraciones hechas corporativamente que a las oraciones hechas
individualmente; debieran haber no sólo más respuestas, sino mucho más
respuestas. Si al reunirse los hijos de Dios todos elevaran oraciones que sean
sencillas, específicas y genuinas, y lo hacen en armonía; entonces, recibirán más
respuestas a sus oraciones.

IV. LA REUNIÓN PARA EL EJERCICIO DE LOS DONES

En cada iglesia local encontramos dones diferentes. Dios ha concedido a ciertas


localidades el don de profecía y el don de palabras de revelación y enseñanza. A
veces, Él añade lenguas e interpretación de las mismas. A algunas localidades,
Dios solamente les da los dones de maestros y no los dones milagrosos. Y a otras
localidades, Dios da tanto los dones milagrosos como la enseñanza de la
Palabra. No podemos dictarle a Dios lo que debe hacer en cada iglesia. Sin
embargo, el principio que rige nuestras reuniones siempre deberá ser el mismo,
a saber: que Dios desea que todos Sus hijos ejerciten sus dones en las reuniones.
No podemos ejercer una función determinada si no poseemos el don
correspondiente a dicha función; únicamente podremos ejercer nuestras
funciones según los dones que se nos han concedido. Por este motivo, una
localidad no puede insistir en hacer una reunión en la que los dones sean
ejercitados, ni puede imitar a otras iglesias que sí los tengan. Tal reunión
únicamente podrá ejercer su función según los dones que los hermanos de tal
localidad posean. Esta es la reunión a la que se hace referencia en 1 Corintios 14.
Deberíamos ceñirnos a las Escrituras al conducir esta clase de reunión dedicada
al ejercicio de los diversos dones. Las hermanas deben callar (v. 34) y los
hermanos deben ser restringidos (vs. 32-33). Si se profetiza, que solamente lo
hagan dos o tres. Algunos pueden plantear ciertas preguntas y procurar, así, la
edificación mutua así como ser iluminados por el Señor. En tales reuniones, no
se debe hablar en lenguas a menos que haya la correspondiente interpretación.
Las lenguas son para la edificación del individuo delante de Dios. Si al hablar en
lenguas se le da la interpretación de las mismas, ello equivale a profetizar. Si
solamente se habla en lenguas sin la correspondiente interpretación, la mente
quedará sin fruto y la iglesia no será edificada. Es por esto que Pablo dijo: “Si no
hay intérprete, calle en la iglesia” (v. 28). Él no prohibió hablar en lenguas, pero
prohibió que cualquiera hablase en lenguas si ello no iba acompañado de la
correspondiente interpretación. Sencillamente, en esta clase de reunión, si uno
tiene salmo, tiene enseñanza, tiene revelación, tiene lengua, tiene
interpretación; hágase todo para edificación.

Delante de Dios, debemos asegurarnos de recordarles a todos los hermanos que


poseen el don de servir en el ministerio de la Palabra, que no se comporten
pasivamente en esta reunión. Los hermanos que han recibido el don para
colaborar en el ministerio de la Palabra, con frecuencia se convierten en
espectadores en esta clase de reunión. Ellos se vuelven pasivos y dejan que sean
los demás los que hablen. Esto es erróneo. No todos tienen la capacidad para
hablar en tales reuniones. Solamente aquellos que poseen el don
correspondiente pueden levantarse a hablar. No estamos de acuerdo con la
práctica de que sólo una sola persona se levante a hablar, pero tampoco estamos
de acuerdo conque cualquiera se levante a hablar. Así como es incorrecto dejar
que una sola persona hable también es incorrecto dejar que cualquiera hable.
Únicamente cuando los hermanos que poseen tal don se levanten para hablar,
es cuando recibirán los demás hermanos y hermanas el debido suministro; no
todos pueden hacer lo mismo. Solamente aquellos a quienes les es dada palabra
pueden hablar. Aquellos a quienes no les ha sido dada palabra, deben callar.
Lamentablemente, los hermanos que han recibido el don de ministrar la
palabra, con frecuencia tienen la actitud equivocada con respecto a tales
reuniones. Ellos creen que cualquier hermano o hermana puede levantarse a
hablar en la reunión y, por ello, se mantienen sentados. En realidad, esta
reunión es para que todo aquel que ha recibido un don y posee el ministerio, se
levante y hable a la congregación. ¿Cómo podríamos pretender disfrutar de una
buena reunión si aquellos que se supone deben ser las bocas no hablan y, en
lugar de ello, esperan que las manos, las piernas y los oídos sean los que hablen?
Para tales reuniones, todos los hermanos que han recibido el don respectivo,
deben acudir al Señor en busca de que les sea dado algo que decir a la
congregación. Una vez les sea dada palabra, ellos deben proclamarla.

Tales reuniones ciertamente implican una serie de dificultades para los nuevos
creyentes; pues ellos no saben si poseen ciertos dones o no. Son ajenos al
ministerio de la Palabra, ya que acaban de creer en el Señor y es muy poco lo
que pueden hacer. ¿Cómo podrán ellos participar en esta reunión? Espero que
los que tienen más madurez entre nosotros no les ordenen callar. Debemos
darles la oportunidad para que hablen. Debemos decirles: “No sabemos si eres o
no un don. Es decir, no sabemos si Dios te ha concedido el ministerio de la
Palabra. Por tanto, al comienzo, te ruego que seas sencillo mientras vas
aprendiendo a hablar la Palabra”. Deben darles la oportunidad de hablar, pero
no en exceso. Si no les permitimos hablar, estaremos enterrando sus dones.
Pero si les damos demasiadas oportunidades, podríamos perjudicar la reunión.
Debemos dejar que ellos hablen a la congregación, pero debemos recomendarles
que sean breves y simples. Si han recibido el don para hablar, dígales: “Tal vez
puedas hablar un poco más la próxima vez”. A otros, tal vez usted necesitará
decirles: “Hablaste demasiado; por favor, trata de ser más breve la próxima
vez”. A aquellos que han recibido tal don, debemos animarles a avanzar;
mientras que a los que no han recibido tal don, en cierta manera debemos
restringirles. De este modo, la reunión será prevaleciente sin necesidad de hacer
callar a ningún hermano. Los nuevos creyentes deben aprender a ser humildes.
Deben levantarse para hablar más seguido cuando se les aliente a hacerlo y
deben hablar con menos frecuencia si se les ha aconsejado así. Deben aceptar la
dirección de los hermanos que tienen más madurez.

Los hermanos responsables de la iglesia no sólo deben perfeccionar a los más


avanzados, sino que constantemente deben estar buscando descubrir nuevos
dones. ¿Cómo descubrimos nuevos dones? Los dones se manifiestan en la
reunión por medio del ejercicio de los mismos. En esta clase de reunión, deben
estar muy atentos para detectar quiénes manifiestan la marca de la operación
del Señor en ellos. Tienen que discernir la condición espiritual en la que se
encuentra dicha persona. Aliéntelos si necesitan aliento y restrínjalos si
necesitan ser restringidos. Como consecuencia de ello, los nuevos creyentes no
solamente serán ayudados, sino que ellos mismos también podrán ayudar a
otros por medio de tales reuniones. Entonces, usted estará conduciendo la
reunión por el camino más apropiado.

V. LA REUNIÓN DEDICADA A PREDICAR LA PALABRA

El quinto tipo de reunión quizás no sea tan crucial como las otras reuniones,
pero es igualmente muy usada por Dios para impartir Su palabra a los santos. Si
un apóstol visita nuestra localidad, o si en nuestra localidad residen apóstoles,
maestros, profetas o ministros de la palabra, deberíamos celebrar reuniones en
las que se imparte la palabra. No estamos diciendo que esta clase de reunión no
tenga importancia, sino que estamos afirmando que esta clase de reunión es la
más sencilla de todas. Una reunión en la que las personas se reúnen para
escuchar la predicación de la Palabra es la más sencilla de las reuniones; no
obstante, al igual que con las otras reuniones, hay mucho que aprender al
respecto. Por ejemplo, no debemos llegar tarde a tales reuniones y causar así
que otros tengan que esperarnos. Obedezcan a los ujieres y siéntense donde se
les indique; no elijan su propio asiento. Si usted tiene limitaciones físicas o
audiovisuales, hágalo saber a los ujieres para que ellos lo ubiquen en el lugar
más apropiado. Traigan consigo sus propias Biblias e himnarios.

En cuanto al aspecto espiritual, debemos asistir a tales reuniones con un


corazón abierto. Aquellos que abrigan algún prejuicio no necesitan asistir a tal
reunión porque la palabra impartida no les servirá de nada. Si una persona
cierra su corazón a Dios, no puede pretender recibir gracia alguna de parte de
Él. Todos aquellos que atienden a la predicación de la Palabra deben darle la
debida importancia a este asunto, ya que la mitad de la responsabilidad en
cuanto al mensaje que se imparte le corresponde al orador, mientras que la otra
mitad les corresponde a los oyentes. Es imposible que un orador pueda impartir
un mensaje a aquellos cuyo corazón está cerrado o a aquellos que
deliberadamente rechazan tal mensaje.

Nuestro espíritu, así como nuestro corazón, necesita estar abierto. Es


importante que nuestro espíritu esté abierto en tales reuniones. Cuando un
verdadero ministro de la Palabra está predicando, su espíritu está abierto. Pero
si percibe otros espíritus abiertos entre la audiencia, su espíritu será fortalecido
al liberarse. Si el espíritu de esta reunión es agobiante, indiferente o hermético,
el espíritu del orador será como la paloma que salió del arca de Noé, la cual voló
por los alrededores solamente para retornar más tarde al arca. Así pues, en la
reunión debe prevalecer un espíritu abierto y, además, es necesario que el
espíritu del ministro sea liberado. Cuanto más impere un espíritu abierto entre
los que se reúnen, más liberado será el espíritu del profeta. Pero, si la audiencia
manifiesta un espíritu cerrado, el espíritu del profeta no podrá ser liberado.
Debemos aprender a ser dóciles y abrir nuestro espíritu. Dejemos que el
Espíritu Santo sea liberado. No debiéramos enfrascarnos en opiniones de
indiferencia y obstinación. Debemos contribuir al espíritu de la reunión en lugar
de ser su impedimento. Nuestros espíritus deben permitir la liberación del
espíritu del orador, en lugar de impedírselo. Si todos los hermanos y hermanas
aprendieran esta lección, nuestras reuniones serían más y más prevalecientes
cada vez.

Estos son los principios bíblicos a los cuales se deben conformar los distintos
tipos de reuniones. Tenemos que aprender cómo comportarnos en cada una de
estas cinco clases de reuniones. No debemos ser descuidados. ¡Qué Dios tenga
misericordia de nosotros!

CAPÍTULO CATORCE
EL DÍA DEL SEÑOR

Lectura bíblica: Ap. 1:10; Sal. 118:22-24; Hch. 20:7; 1 Co. 16:1-2

I. EL DÍA DEL SEÑOR ES DISTINTO


DEL DÍA DE REPOSO

Dios completó la creación en seis días y descansó de toda Su labor en el séptimo


día. Dos mil quinientos años después, Él promulgó los Diez Mandamientos (Éx.
20:1-17). En el cuarto mandamiento le dice al hombre que debe recordar el día
de reposo. En otras palabras, este mandamiento le recuerda al hombre la obra
que Dios hizo. Esta clase de conmemoración es para recordarle al hombre que
Dios dedicó seis días para restaurar la tierra y que después, Dios descansó en el
séptimo día. Al principio, el séptimo día era el día del reposo para Dios, pero dos
mil quinientos años después, Dios promulgó que el séptimo día fuese para el
hombre el día de reposo y le ordenó al hombre descansar ese día.

Todo lo que está en el Antiguo Testamento es sombra de las cosas venideras


(He. 10:1). Al igual que todos los demás tipos que hallamos en el Antiguo
Testamento, el día de reposo que Dios promulgó para el hombre encierra su
propio significado espiritual. Dios creó al hombre en el sexto día y descansó en
el séptimo día. El hombre no comenzó a trabajar inmediatamente después que
fue creado, sino que primero entró en el reposo de Dios. Dios trabajó seis días y
descansó un día. Pero, cuando vino el hombre no hubieron seis días seguidos
por un día, sino que hubo un día seguido por seis. El hombre primero descansó
y después trabajó. Este es el principio fundamental del evangelio. Así pues, el
día de reposo es un tipo del evangelio. La salvación viene primero y después el
trabajo. Primero obtenemos la vida y después andamos. El reposo viene antes
del trabajo y de nuestro andar cristiano. Esto es el evangelio. Dios nos muestra
que Él ya preparó el reposo que corresponde a nuestra redención. Después que
hemos entrado en tal reposo, laboramos. Gracias a Dios, nosotros trabajamos
porque hemos descansado primero.

El significado que encierra el día de reposo es que el hombre cesa toda su labor y
participa del reposo de Dios, es decir, entra en el reposo de Dios; esto quiere
decir que el hombre no realiza su propia labor sino que acepta como suya la
obra de Dios. Por tanto, constituye un gran pecado quebrantar el día de reposo.
Si usted trabaja cuando Dios le ha pedido que no trabaje, entonces ha rechazado
el reposo de Dios.

Al quebrantar el día de reposo, cometemos el mismo error que Moisés cometió


al golpear la roca con su vara. Dios le había ordenado a Moisés: “...hablad a la
peña a vista de ellos; y ella dará su agua” (Nm. 20:8). Dios no le pidió a Moisés
que golpeara la roca con la vara. La roca no debía ser golpeada nuevamente,
pues ya había sido golpeada una vez (Éx. 17:1-6). La obra ya había sido
realizada, y Moisés no debía haber intentado hacerla de nuevo. Hacer algo
nuevamente implicaba desechar la labor que ya se había llevado a cabo. Moisés
debía haber obedecido la palabra de Dios y debía haber ordenado a la roca que
diera agua. El hecho de que él golpeara la roca una segunda vez, significaba que
negaba la labor realizada por Dios la primera vez. Moisés desobedeció la orden
que Dios le había dado y, como resultado de ello, no pudo entrar en la tierra de
Canaán (Nm. 20:7-12).

A los ojos de los hombres, quebrantar el día de reposo no parece ser un asunto
muy grave. Pero según la verdad divina, dicho asunto reviste gran importancia.
El hombre debe primero disfrutar del reposo provisto por Dios y después
laborar. El hombre debe primero recibir el evangelio para después tener cierta
conducta, cierto andar. El hombre debe realizar la obra de Dios únicamente
después de haber disfrutado del reposo de Dios. Si el hombre quebranta el día
de reposo, estará violando un principio establecido por Dios. Es por esto que el
día de reposo ocupa un lugar tan importante en el Antiguo Testamento. En el
Antiguo Testamento se nos narra de una persona que recolectó leña en el día de
reposo. Cuando se descubrió lo que dicha persona había hecho, toda la
congregación se levantó para sacarla del campamento y apedrearla. Esto fue
porque tal persona había quebrantado el día de reposo establecido por Dios
(Nm. 15:32-36). Un hombre que no descansa es uno que piensa que puede
laborar y actuar por su propia cuenta; él cree que no necesita de la obra de Dios.
Sin embargo, Dios está satisfecho con Su propia labor. El hombre que observa el
día de reposo manifiesta con ello que él también está satisfecho con la obra de
Dios. Guardar el sábado significa que el hombre participa del reposo de Dios,
halla descanso en el reposo de Dios y acepta la obra realizada por Dios. Es por
ello que en el Antiguo Testamento Dios ordenó que no se hiciera trabajo alguno
durante el día de reposo. Esto es lo que nos muestra el Antiguo Testamento.

Sin embargo, en el Nuevo Testamento la situación es muy diferente. Fue en un


día de reposo cuando el Señor Jesús entró en la sinagoga y leyó las Escrituras
(Lc. 4:16); otro día de reposo fue a la sinagoga y enseñó a las personas (Mr.
1:21). Fue también en un día de reposo que los apóstoles se reunieron en la
sinagoga para discutir las Escrituras (Hch. 17:1-3; 18:4). Esto nos muestra que
en el día de reposo no solamente había un descanso pasivo, sino que también
había una labor muyactiva. Al principio, este día era un día de descanso físico,
pero en el Nuevo Testamento vemos que ese día se convirtió en un día de
búsqueda espiritual. Esto constituye un progreso en comparación con el
Antiguo Testamento.

Si leemos la Biblia minuciosamente, veremos que la revelación divina en la


Biblia es una revelación progresiva. En el mensaje titulado “La lectura de la
Biblia”, que es el noveno mensaje de esta serie, dijimos que al leer la Biblia
debemos identificar cuáles son los hechos, porque ellos traen consigo cierta luz.
Una vez que los hechos cambian, la luz que tales hechos arrojan será diferente.
Justamente esto es lo que sucede en el caso del día de reposo. Al principio, las
Escrituras afirmaban: “Y bendijo Dios al día séptimo” (Gn. 2:3), pero las
Escrituras llaman al día en que el Señor Jesús resucitó de los muertos “el primer
día de la semana” (Mt. 28:1). Las Escrituras no dicen que el Señor Jesús haya
resucitado en el séptimo día de la semana, sino en el primer día de la semana.
Los cuatro Evangelios coinciden en afirmar que el Señor Jesús resucitó en el
primer día de la semana. Por lo menos cinco de las apariciones del Señor Jesús
posteriores a Su resurrección ocurrieron en el primer día de la semana (Jn. 20:1,
11-19; Mt. 28:1-9; Lc. 24:1, 13-15, 34, 36). Según el libro de Hechos, el
derramamiento del Espíritu Santo ocurrió en el día de Pentecostés, el cual es el
día siguiente al día de reposo (Lv. 23:15-16), o sea, el primer día de la semana.
El primer día de la semana es el día del Señor. Posteriormente, hablaremos más
en detalle al respecto. Por supuesto, esto no quiere decir que Dios desea
reemplazar el día de reposo con el día del Señor. Pero la Biblia muestra
claramente que Dios ahora desea que prestemos atención al primer día de la
semana.

Ya dijimos que el día de reposo es un tipo del evangelio. El tipo debe


desaparecer cuando llegue la realidad del evangelio. El evangelio es el principio
subyacente al día de reposo, de la misma manera que la cruz es el principio
subyacente a todos los sacrificios que se presentaban. En el Antiguo
Testamento, tanto el buey como el cordero que se ofrecían en sacrificio,
constituyen un tipo del Cordero de Dios: el Señor Jesús. Ahora que el Señor
Jesús ha venido el buey y el cordero han dejado de ser necesarios. Hoy en día, si
un hombre todavía presenta un buey o un cordero en calidad de sacrificio para
Dios, está ignorando la cruz. ¿Cómo podría alguien ofrecer un buey o un cordero
en sacrificio, cuando el Señor ya se ha convertido en la ofrenda? De la misma
manera, el evangelio ya ha venido. Ahora el hombre puede descansar en Dios
por medio del evangelio. Dios plenamente ha consumado Su labor mediante la
redención efectuada por Su Hijo en la cruz. Por tanto, en primer lugar, Él no nos
ordena que laboremos, sino que descansemos. Debemos descansar en la obra
realizada por Su Hijo. Nosotros no acudimos a Dios para realizar labor alguna,
sino para descansar. El evangelio nos conduce a descansar en Dios. Podemos
servir únicamente después de haber descansado. Inmediatamente después de
recibir el evangelio, descansamos y, espontáneamente, el día de reposo es
anulado para los creyentes de la misma manera que fue anulado el sacrificio de
bueyes y corderos. El sábado ha terminado para nosotros de la misma manera
que el sacrificio de bueyes y corderos es una práctica que ha llegado a su fin. Así
pues, el día de reposo es un tipo que aparece en el Antiguo Testamento y que ya
ha sido cumplido en el Nuevo Testamento.
II. LOS FUNDAMENTOS PARA EL DÍA DEL SEÑOR

En el Antiguo Testamento, Dios eligió el último de los siete días, el séptimo día,
para que fuera el día de reposo. En el Nuevo Testamento, el principio de elegir
uno de los siete días todavía es aplicado. Sin embargo, el séptimo día que se
observaba en el Antiguo Testamento ya no se observa. El Nuevo Testamento
tiene su propio día. No es que el día de reposo se haya convertido en el día del
Señor, sino que en el Antiguo Testamento Dios eligió el séptimo día de la
semana, y en el Nuevo Testamento Él eligió el primer día de la semana. Dios no
llamó el séptimo día de la semana el primer día. No, Él eligió otro día. Este día
es completamente distinto al día de reposo en el Antiguo Testamento.

Salmos 118:22-24 es un pasaje crucial en la Palabra que dice: “La piedra que
desecharon los edificadores / Ha venido a ser cabeza del ángulo. / De parte de
Jehová es esto, / Y es cosa maravillosa a nuestros ojos. / Este es el día que hizo
Jehová; / Regocijémonos y alegrémonos en él”. Aquí leemos la frase: “La piedra
que desecharon los edificadores”. El que edifica es quien decide si una piedra ha
de resultarle útil o no. Si el edificador dice que cierta piedra no puede ser usada,
ésta será desechada. Pero, he aquí algo maravilloso: Dios ha hecho del Señor,
quien era “la piedra que desecharon los edificadores”, la cabeza del ángulo, es
decir, el fundamento. Así pues, Dios ha puesto sobre Él la tarea más importante.
“De parte de Jehová es esto, / Y es cosa maravillosa a nuestros ojos”. Esto es
verdaderamente maravilloso. Pero el versículo 24 nos dice algo todavía más
maravilloso: “Éste es el día que hizo Jehová; / Nos regocijémonos y
alegrémonos en él”. Esto quiere decir que el día que hizo Jehová es el mismo día
en que aquella piedra, que los edificadores habían rechazado, llegó a ser cabeza
del ángulo. Si bien los edificadores rechazaron la piedra, Jehová hizo algo
maravilloso aquel día. Él hizo que la piedra se convirtiera en cabeza del ángulo.
Este, pues, es el día que hizo Jehová.

Debemos saber cuál es el día que Jehová hizo. ¿Cuándo fue que la piedra que
desecharon los edificadores llegó a ser cabeza del ángulo? ¿Qué día fue ese?
Hechos 4:10-11 dice: “Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel,
que en el nombre de Jesucristo el nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a
quien Dios resucitó de los muertos, en Su nombre está en vuestra presencia
sano este hombre. Este Jesús es la piedra menospreciada por vosotros los
edificadores, la cual ha venido a ser cabeza de ángulo”. El versículo 10 dice: “A
quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos”. Y el
versículo 11 dice: “la piedra menospreciada por vosotros los edificadores, la cual
ha venido a ser cabeza del ángulo”. En otras palabras, la piedra vino a ser cabeza
del ángulo en el mismo momento en que resucitó el Señor Jesús. Los
edificadores desecharon tal piedra cuando el Señor Jesús fue crucificado en la
cruz, mientras que Él fue hecho cabeza del ángulo cuando fue levantado por
Dios de entre los muertos. Por tanto, “el día que Jehová hizo” es el día de la
resurrección del Señor Jesús. Aquel que fue desechado por los hombres, ha sido
levantado por Dios. Esta resurrección es “de parte de Jehová”. El día de la
resurrección del Señor Jesús es el día que hizo Jehová. Es cosa maravillosa a
nuestros ojos porque este día no fue hecho por el hombre sino por Jehová. ¿Cuál
es el día que Jehová hizo? Es el día en que el Señor Jesús resucitó.

Aquí vemos que nuestro “día del Señor” es completamente distinto al día de
reposo correspondiente al Antiguo Testamento. En el día de reposo del Antiguo
Testamento, uno no podía hacer esto o aquello; por tanto, tal ordenanza tenía
un sentido negativo. Si alguno quebrantaba el día de reposo, se le daba muerte.
Este era un castigo bastante severo. Pero nosotros no estamos bajo tal estigma
en nuestros días. Dios profetizó que Él habría de elegir otro día en la era del
Nuevo Testamento. Dios no nos dijo lo que podíamos o no podíamos hacer en
tal día, más bien, nos indicó lo que deberíamos hacer. Dios desea que nos
gocemos y alegremos en el día que Él hizo. Por tanto, la característica particular
del día del Señor es que solamente se nos exhorta en un sentido afirmativo; este
día no trae consigo mandamientos negativos.

Nos gustaría examinar este día un poco más. Dios agrupa los días no sólo en
meses o en años, sino también en semanas. Así, siete días corridos constituyen
una unidad, la cual termina el séptimo día. Anteriormente habíamos dicho que
el día de reposo era un tipo, y que éste pertenecía a la vieja creación. La nueva
creación comenzó cuando el Señor resucitó. La vieja creación terminó en el
séptimo de los siete días. Obviamente, esto completa una semana. El comienzo
de la nueva creación ocurrió en el primero de los siete días, lo cual, clara y
sencillamente, significa un nuevo comienzo. La primera semana era
completamente vieja, mientras que la segunda semana es completamente
nueva. Existe, pues, una separación clara y definitiva entre la vieja creación y la
nueva creación. La semana no se divide en dos partes, una para la vieja y otra
para la nueva. Sino que una semana pertenece completamente a la vieja
creación, mientras que la siguiente semana pertenece completamente a la nueva
creación. No tenemos una semana parcial, sino una semana completa. El Señor
Jesús resucitó el primer día de la semana, y toda esa semana pertenece
completamente a la nueva creación. La iglesia que está en esta tierra comenzó a
existir el día de Pentecostés, que también fue un primer día de la semana. Esto
encierra el significado de ser absolutamente nuevo. Si el Señor Jesús no hubiese
resucitado el primer día de la semana, sino el séptimo o cualquier otro día,
entonces habría habido una nueva creación para una parte de la semana y una
vieja creación para la otra parte de la semana, no se habría hecho una división
muy clara. La resurrección del Señor ocurrió el primer día de la semana, lo que
constituye el comienzo de una nueva semana. Así, una semana pertenece a la
vieja creación, mientras que la otra semana pertenece a la nueva creación. Las
cosas de la vieja creación cesaron el último día de la semana, el séptimo día. La
nueva creación comenzó el primer día de otra semana, con lo cual la nueva
creación fue separada claramente de la vieja creación.

Dios deliberadamente escoge uno de los siete días y le da un nombre especial.


En Apocalipsis 1:10, se le llama “el día del Señor”. Algunos dicen que “el día del
Señor” se refiere al día de la venida del Señor del cual se habla en otros pasajes
de la Biblia refiriéndose a ellos como “el día del Señor” o “día de Jehová”. Pero
esto es incorrecto. En el idioma del texto original, estas son dos cosas
completamente diferentes. Aquí “el día del Señor” se refiere al primer día de la
semana, mientras que en otros pasajes (1 Ts. 5:2; 2 Ts. 2:2; 2 P. 3:10) “el día del
Señor” se refiere al día de la venida del Señor. Se está hablando de dos cosas
completamente distintas. Los escritos de los primeros padres de la iglesia nos
dan amplia prueba de que “el día del Señor” [en Apocalipsis 1:10] se refiere al
primer día de la semana. Este es también el día en que la iglesia se reúne. Hay
quienes dicen que durante los siglos segundo y tercero, los cristianos se reunían
en el sábado y únicamente cambiaron al día del Señor en el cuarto siglo. Esto no
concuerda con los hechos. Hay muchos ejemplos citados en los escritos de los
primeros padres, los cuales demuestran que las reuniones siempre se
celebraban en el primer día de la semana. Esto se cumplió desde el tiempo de
los discípulos de Juan hasta el siglo cuarto. (Sírvase consultar el apéndice al
final de este capítulo).

III. QUÉ DEBEMOS HACER EN EL DÍA DEL SEÑOR

La Biblia recalca tres cosas que debemos hacer en el primer día de la semana:

En primer lugar, Salmo 118:24 habla de la actitud que todos los hijos de Dios
deben tener hacia el primer día de la semana. La actitud apropiada consiste en
regocijarse y alegrarse. Nuestro Señor ha resucitado de entre los muertos. Este
es el día que Jehová hizo y tenemos que regocijarnos y alegrarnos. Tenemos que
mantener esta actitud. Este día es el día en el cual nuestro Señor resucitó, no
hay otro día que se le pueda comparar. El Señor se les apareció a los discípulos y
se reunió con ellos el primer día de la semana. El derramamiento del Espíritu
Santo en el día de Pentecostés también ocurrió el primer día de la semana. El
hecho que los edificadores hayan desechado tal piedra y que ésta haya llegado a
ser cabeza del ángulo, se refiere a la crucifixión del Señor y a la resurrección del
Señor respectivamente. El rechazo por parte de los judíos constituye el rechazo
de los edificadores, y la resurrección del Señor equivale a que Él llegó a ser
cabeza del ángulo. Este es el día que Jehová ha hecho, y nosotros debemos
regocijarnos y alegrarnos en tal día. Esta debiera ser nuestra reacción
espontánea.
En segundo lugar, Hechos 20:7 dice: “El primer día de la semana, estando
nosotros reunidos para partir el pan...”. Según el texto original, aquí el primer
día de la semana no se refiere al primer día de una determinada semana, sino al
primer día de todas las semanas, en el cual los discípulos se reunían para partir
el pan. En aquel entonces, todas las iglesias solían reunirse espontáneamente
para partir el pan a fin de recordar al Señor el primer día de cada semana. ¿Hay
otro día mejor que el primer día de la semana? El primer día de la semana es el
día en el cual nuestro Señor se levantó de entre los muertos. El primer día de la
semana es también el día en que nos reunimos con nuestro Señor. Así que, algo
que debemos hacer el primer día de la semana es recordar al Señor. Este es el
día que el Señor ha elegido. Lo primero que debemos hacer en el primer día de
la semana es acudir al Señor. El día del Señor es el primer día de la semana. El
lunes es el segundo día de la semana. Debemos reunirnos con el Señor en el
primer día de la semana.

En la Biblia, partir el pan encierra dos significados: hacer memoria del Señor y
proclamar que tenemos comunión con todos los hijos de Dios. En primer lugar,
partir el pan constituye nuestra proclamación de que tenemos comunión con
Dios, con el Señor, y en segundo lugar, constituye la proclamación de nuestra
comunión con el Cuerpo, es decir, con la iglesia, pues, el pan representa tanto al
Señor como a la iglesia. El día del Señor es el mejor día para que nosotros
tengamos comunión con el Señor, y es también el mejor día para tener
comunión con todos los hijos de Dios. Aunque en la tierra el tiempo y el espacio
limitan nuestra comunión con todos los hijos de Dios y nos impiden estrechar
las manos de todos ellos; no obstante, en todos “los días del Señor” todos los
hijos de Dios ponen sus manos en este pan, independientemente de dónde se
encuentren. Todos los hijos de Dios tocan este pan y, al hacerlo, comulgan con
todos los hijos de Dios. No solamente nos reunimos con el Señor, sino también
con todos nuestros hermanos y hermanas. En la reunión disfrutamos de
comunión no solamente con los hermanos que parten el pan junto con nosotros,
sino también con todos aquellos que ese mismo día están tocando este pan. En
ese día, miles y millones de creyentes en todo el mundo están tocando este pan.
“Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un Cuerpo; pues
todos participamos de aquel mismo pan” (1 Co. 10:17). Partimos el pan juntos y
tenemos comunión en dicho pan.

Como nuevos creyentes ustedes tienen que aprender a quitar toda barrera que
se interponga entre ustedes y los demás hijos de Dios. Ustedes deben aprender a
amar y a perdonar desde el comienzo de su vida cristiana. No pueden tocar este
pan si no han aprendido a amar y a perdonar. No deben odiar a ninguno de los
hijos de Dios. No deben haber barreras entre ustedes y ellos; ningún hijo de
Dios debe ser excluido. Aparte de aquellos que sean segregados debido a
problemas de conducta (5:11) o problemas que atañen a la verdad (2 Jn. 7-11),
ningún hijo de Dios debe ser excluido. Todos los hijos de Dios que sean
normales necesitan disfrutar de la comunión los unos con los otros. Al hacer
memoria del Señor y al tocarle, tocamos a todos aquellos que le pertenecen a Él.
El Señor nos ama tanto que se dio a Sí mismo por nosotros. ¿Cómo podríamos
dejar de recordarle a Él; y cómo podríamos dejar de amar a los que Él ama?
Tampoco podríamos dejar de perdonar a quienes Él perdonó, ni dejar de
recordar a quienes Él recuerda. No hay mejor día que el primero de la semana
puesto que este es el día que el Señor ha hecho. Este es el día de la resurrección
de nuestro Señor. En este día no hay nada más espontáneo que recordar a todos
aquellos que, junto con nosotros, han sido hechos una nueva creación.

En tercer lugar, 1 Corintios 16:1-2 dice: “En cuanto a la colecta para los santos,
haced vosotros también de la manera que ordené a las iglesias de Galacia. Cada
primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya
prosperado, guardándolo, para que no se hagan las colectas cuando yo llegue”.
Estos versículos nos muestran lo tercero que debemos hacer en el primer día de
la semana. Pablo dirigió tanto a las iglesias de Galacia como a la iglesia en
Corinto a hacer lo mismo. Esto nos muestra claramente que el primer día de la
semana era un día muy especial en los tiempos de los apóstoles. Se partía el pan
para recordar al Señor, y se hacía la colecta para los santos en este primer día de
la semana. El primer día de la semana, todos debían ofrecer al Señor según sus
ingresos. Esta es una práctica muy saludable. Por un lado, partimos el pan y, por
el otro, presentamos nuestra ofrenda. Por un lado, recordamos cómo el Señor se
dio a Sí mismo por nosotros y, por el otro, nosotros también tenemos que
ofrendar al Señor en este día. Cuanto más recibe una persona de parte del
Señor, más deberá dar. Una ofrenda de agradecimiento en la forma de una
ofrenda material debería ser incluida en las acciones de gracias y alabanzas que
elevamos hacia Él (He. 13:16). Esto es agradable a Dios. Ofrecer bienes
materiales al Señor en Su día es algo que debemos comenzar a practicar desde el
momento mismo en que creemos en el Señor.

Al depositar nuestro dinero en la urna de las ofrendas, no debiéramos hacerlo


de una manera mecánica e irreflexiva. Primero, debemos contar nuestro dinero,
prepararlo y envolverlo con la debida devoción mientras todavía estamos en
casa. Después, al ir a la reunión, debemos depositar nuestra ofrenda en la urna
de las ofrendas. Pablo nos mostró que las ofrendas materiales deben ser
ofrecidas de una manera concienzuda y regular. El primer día de cada semana,
debemos separar una cantidad de dinero proporcional a nuestros ingresos y
decirle al Señor: “Señor, Tú me has dado en abundancia. Señor, te traigo lo que
he ganado y te lo ofrezco a Ti”. Ustedes tienen que fijar por anticipado la
cantidad. Si tienen mucho, deben ofrecer más; si tienen poco, pueden ofrecer
menos. El partimiento del pan es un asunto muy serio; asimismo, ofrendar
bienes materiales es un asunto que reviste mucha seriedad.
Deliberadamente el Señor separó un día de la semana y le dio por nombre “el
día del Señor”. Esperamos que en este día los hermanos y hermanas disfruten
de la gracia del Señor en abundancia y le sirvan con propiedad. El día del Señor
de nuestros días es diferente al día de reposo del Antiguo Testamento. El día de
reposo recalcaba lo que no debíamos hacer. Los judíos se airaban contra el
Señor Jesús porque Él sanaba a los enfermos y echaba fuera demonios en el día
de sábado. Sin embargo, el día del Señor no es para que nuestro cuerpo repose,
ni para que nos detengamos de nuestras labores. El día del Señor y el día de
reposo son esencialmente dos cosas muy distintas. El concepto de si debemos
trabajar o no en el día del Señor simplemente no existe para nosotros. Todo
cuanto hagamos los otros días, también podemos hacerlo en el día del Señor. Y
todo lo que no hagamos los otros días, tampoco debiéramos hacerlo en el día del
Señor. La Biblia no nos dice si podemos caminar, salir de compras, hacer esto o
aquello en el día del Señor. La Biblia tampoco nos dice si debemos guardar el
día del Señor de la misma manera en que los hombres guardan el día de reposo.
Lo que la Biblia nos dice es que debemos regocijarnos y alegrarnos en el día del
Señor, nos dice que debemos acercarnos al Señor con un corazón sencillo a fin
de recibir Su gracia a fin de recordarle, servirle y consagrarnos a Él. Tenemos
que designar el día del Señor como un día especial en nuestra vida cotidiana.
Debemos apartar para el Señor por lo menos el primer día de la semana. Este
día no es nuestro día, sino que es el día del Señor. Este tiempo no nos pertenece
a nosotros, sino al Señor. Si laboramos es para el Señor, y si descansamos,
también es para el Señor. Sea que hagamos o no hagamos esto o aquello,
nosotros somos para el Señor. Este día no se asemeja en nada al día de reposo.
Este es el día que nos consagramos al Señor. Esto es lo que significa el día del
Señor.

Juan lo expresó muy bien al decir: “Yo estaba en el espíritu en el día del Señor”
(Ap. 1:10). Esperamos que muchos de nosotros podamos decir: “Estaba en el
espíritu en el día del Señor”. Esperamos que el día del Señor sea un día en el que
la iglesia esté en el espíritu y en el que seamos bendecidos. Esperamos que,
desde un comienzo, los nuevos hermanos y hermanas le den la debida
importancia al día del Señor. Consagren el primer día de la semana al Señor y
díganle: “Este es Tu día”. Si hacemos esto desde nuestra juventud, podremos
afirmar al cabo de setenta años, que por lo menos diez años de nuestras vidas
habrán sido entregados completamente al Señor. Esto constituye una gran
bendición para la iglesia. “¡Oh Señor! Te consagro todo este día a Ti. Vengo a
partir el pan lleno de gozo y alegría al recordarte a Ti. Traigo delante de Ti todo
cuanto poseo y te lo consagro todo a Ti”. Si hacemos esto, veremos que las
bendiciones de Dios se derramarán abundantemente sobre la iglesia.
APÉNDICE:
ALGUNOS MANUSCRITOS ANTIGUOS DE LA IGLESIA
SOBRE EL DÍA DEL SEÑOR

En el libro The Teaching of the Twelve Apostles [La enseñanza de los doce
apóstoles] (uno de los primeros libros de la iglesia, que no era de la Biblia,
escrito aproximadamente entre el año 75 d. de C. y el año 90 d. de C., es decir, el
mismo período en el que se escribió el libro de Apocalipsis) dice: “Pero cada día
del Señor deben reunirse, partir el pan y dar gracias después de haber confesado
sus transgresiones, a fin de que vuestro sacrificio sea puro” (Alexander Roberts
y James Donaldson, editores. The Ante-Nicene Fathers [Los padres antes de
Nicea]. Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1979, tomo VII,
pág. 381). Esto nos indica con claridad que en el primer siglo los creyentes se
reunían en el día del Señor.

El apóstol Juan tenía un discípulo llamado Ignacio, quien nació el año 30 d. de


C. y murió como mártir el año 107 d. de C. El año 100 d. de C., Ignacio escribió
una epístola a los Magnesios, y en el capítulo noveno de su epístola, él afirmó
claramente: “Aquellos que fueron educados bajo el antiguo orden [refiriéndose a
quienes procedían del judaísmo] ahora poseen una nueva esperanza y ya no
guardan el día de reposo, sino que guardan el día del Señor, día en el que,
además, nuestra vida se elevó nuevamente en virtud del Señor y Su muerte...”
(ibíd., tomo I, pág. 62). Esto nos muestra claramente que la iglesia primitiva no
guardaba el día de reposo sino que, en lugar de ello, observaba el día del Señor.

Bernabé (no el Bernabé mencionado en la Biblia) escribió una epístola alrededor


del año 120 d. de C. En el capítulo 15 consta la siguiente frase: “Por tanto,
además guardamos el octavo día con regocijo, el día en que Jesús se levantó de
los muertos” (ibíd., tomo I, pág. 147).

Otro padre de la iglesia muy conocido era Justino Mártir. Él nació el año 100 d.
de C. y murió como mártir el año 165 d. de C. En el año 138 d. de C., él escribió
un libro titulado La primera apología. En ese libro él dijo: “Y en el día que
llaman día del Sol (domingo), todos los que viven en las ciudades o en el campo
reúnanse en un solo lugar, en donde se leen las memorias o escritos de los
apóstoles según el tiempo disponible; después de lo cual, cuando el lector haya
concluido, el que preside instruya verbalmente y exhorte a la imitación de estas
cosas buenas. Entonces, todos nos levantamos juntos y oramos, y como dijimos
antes, cuando terminamos de orar, se sirve pan, vino y agua; y el que preside
ofrece asimismo oraciones y acciones de gracias, según su capacidad, y la gente
asiente, diciendo: ¡Amén!, con lo cual se hace la distribución a todos los
presentes, quienes participan de aquello sobre lo cual se dio gracias; y a los que
están ausentes, se les envía una porción por intermedio de los diáconos. Y
aquellos que son pudientes y así lo desean, ofrendan lo que les parece
apropiado; entonces, lo recolectado es encargado al que preside, quien socorre a
los huérfanos y a las viudas y a quienes, por enfermedad u otras causas, padecen
necesidad, así como a los presos y peregrinos y, en general, a quienes necesitan
ayuda. Pero es el día del Sol en el que todos nosotros celebramos nuestra
asamblea general, debido a que se trata del primer día de la semana, día en el
cual Dios, habiendo hecho cambios en la oscuridad y la materia, hizo el mundo;
este es el día en el que Jesucristo nuestro Salvador se levantó de entre los
muertos. Puesto que Él fue crucificado el día anterior, el día de Saturno
(sábado), y en el día posterior al de Saturno, que viene a ser el día del Sol,
habiendo aparecido a los apóstoles y discípulos, Él les enseñó estas cosas, las
cuales presentamos también a vosotros para vuestra consideración” (ibíd., tomo
I, pág. 186). En otro pasaje él escribió: “Somos circuncidados de todo engaño e
iniquidad por medio de Aquel que se levantó de los muertos en el primer día
siguiente al día de reposo sabático, [a saber, por medio de] nuestro Señor
Jesucristo. Porque el primer día posterior al día de reposo, a pesar de ser el
primero de todos los días, es llamado el día octavo, conforme al número de días
que conforman el ciclo. Aun así, este día sigue siendo el primero” (ibíd., tomo I,
pág. 215).

En el año 170 d. de C., hubo un padre de la iglesia en Sardis que se llamaba


Mileto. En sus escritos se encuentra la siguiente afirmación: “Hoy pasamos el
día de la resurrección del Señor. Este día leímos muchas epístolas” (de fuente
desconocida).

Clemente fue un famoso padre de la iglesia, quien vivió en la ciudad de


Alejandría alrededor del año 194 d. de C. Él dijo: “Hoy, el séptimo día, se ha
convertido en un día de trabajo, con lo cual se ha hecho también un día común
de trabajo”. En seguida, añadió: “Debemos guardar el día del Señor” (ibíd., tomo
II, pág. 545).

En el año 200 d. de C., el padre de la iglesia llamado Tertuliano dijo: “En el día
del Señor estuvimos particularmente gozosos. Nosotros observamos este día que
es el día de la resurrección del Señor. No tenemos impedimentos ni
preocupaciones”. En aquel tiempo, algunos ya habían criticado a quienes
guardaban el día del Señor, pues pensaban que adoraban al sol. A lo cual
Tertuliano responde: “Nosotros nos regocijamos en el día del Señor. Nosotros
no adoramos al sol. Somos muy diferentes de aquellos que holgazanean y
celebran banquetes el día sábado” (ibíd., tomo III, pág. 123).

Otra persona famosa entre los padres de la iglesia era Orígenes, quien era un
teólogo reconocido en Alejandría. Él dijo: “Guardar el día del Señor es la marca
distintiva de un cristiano cabal” (ibíd., tomo IV, pág. 647).
Algunos han dicho que los creyentes antiguos guardaban el día de reposo y que,
recién en el cuarto siglo, Constantino modificó tal costumbre para empezar a
observar el primer día de la semana. Esto no concuerda con los hechos.
Constantino no alteró esta costumbre, sino que él simplemente la reconoció,
pues la iglesia ya había estado observando el día del Señor por muchísimo
tiempo. Antes del año 313 d. de C., los cristianos fueron perseguidos. Después
del año 313 d. de C., Constantino regía sobre Roma y promulgó un edicto en
Milán a fin de detener por completo la persecución de los cristianos. En el año
321 d. de C., Constantino promulgó un segundo edicto en el cual manifestó lo
siguiente: “En el día del Señor, tanto las autoridades como el común de las
gentes, y aquellos que viven en la ciudad, deben descansar y toda labor deberá
cesar” (Philip Schaff y Henry Wace, editores, The Nicene and Post-Nicene
Fathers [Los padres de la iglesia a partir del concilio de Nicea]. Grand Rapids:
Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1979, tomo I, págs. 644-645).
Constantino no mencionó el día de reposo en ningún pasaje de este edicto. Él
únicamente reconoció el primer día de la semana como el día de la iglesia.

Basándonos en las fuentes arriba citadas, podemos observar que el día del Señor
comenzó a ser observado desde el tiempo de los apóstoles y los padres de la
iglesia. Esta ha sido la práctica de la iglesia a lo largo de los siglos.

CAPÍTULO QUINCE

CÓMO CANTAR HIMNOS

Lectura bíblica: Sal. 104:33; Ef. 5:19; Mt. 26:30; Hch. 16:25

Inmediatamente después que una persona cree en el Señor, debe aprender a


cantar himnos. Un cristiano tendrá dificultades al asistir a una reunión, si no
sabe cómo cantar himnos. Con frecuencia, uno no sabe cómo orar en una
reunión, pero es mucho más frecuente que en tales ocasiones uno no sepa
cantar himnos. Tenemos que aprender a cantar himnos. No estamos hablando
de aspirar a ser músicos, sino de familiarizarnos con los himnos. Este es un
asunto importante.

LOS SENTIMIENTOS SUBYACENTES A LOS HIMNOS

En la Biblia encontramos profecías, relatos, doctrinas, enseñanzas y


mandamientos, pero en ella también hay cánticos. Los cánticos son las
expresiones de los sentimientos más nobles y tiernos que hay en el hombre. Los
sentimientos que manifiesta el hombre en sus oraciones delante de Dios no
pueden compararse con los sentimientos que él manifiesta a través de sus
cánticos ante Dios; jamás llegan a ser tan delicados y tan llenos de ternura como
estos últimos. Dios quiere que poseamos sentimientos delicados, sentimientos
que manifiesten gran ternura. Es por ello que Él nos dio tantas clases de
cánticos en la Biblia. No solamente encontramos cánticos en los libros de
Salmos, Cantar de los cantares y Lamentaciones, sino también en los relatos
históricos y textos que contienen mandamientos (Éx. 15:1-18; Dt. 32:1-43).
Incluso en las epístolas de Pablo encontramos que ciertos himnos se intercalan
entre sus enseñanzas (Ro. 11:33-36; 1 Ti. 3:16; etc.). Todos estos ejemplos nos
muestran que Dios desea que Su pueblo manifieste sentimientos delicados y de
mucha ternura.

Los sentimientos de nuestro Señor son finos y rebosan de ternura. Nuestros


sentimientos además de ser delicados pueden también ser toscos. No hay duda
de que la ira y el enojo son sentimientos bastante burdos y ásperos. Algunas
personas, si bien no están llenas de ira, tampoco poseen sentimientos delicados.
Dios desea que nosotros seamos pacientes, compasivos, misericordiosos y
comprensivos, pues ellos constituyen sentimientos delicados y nobles. Dios
desea que cantemos en medio de nuestras pruebas, y que alabemos y
bendigamos Su nombre en medio de nuestro dolor, pues todo esto es una
manifestación de sentimientos nobles. Si una persona ama a otra, manifiesta un
sentimiento de ternura; y si perdona o muestra compasión, esto es también un
sentimiento lleno de ternura.

Dios desea conducir a Sus hijos hacia una conducta en la que manifiesten
sentimientos que sean más delicados, sentimientos de mucha ternura,
sentimientos que se asemejen más a un cántico. Cuanto más aprendamos de
Dios, más manifestaremos sentimientos delicados y que están llenos de ternura,
y que se asemejan a los de un cántico. Aquellos que han aprendido muy poco de
Dios son personas ásperas y burdas. Si un cristiano entra ruidosamente a una
reunión sin demostrar ninguna consideración por los demás, no está
manifestando la templanza propia de un cristiano. Incluso cuando cante, su voz
no sonará como si estuviese cantando una canción. Si una persona, al entrar a
una reunión, lo hace atropellando a los demás a diestra y siniestra, y empujando
las sillas, ciertamente no estará comportándose como una persona de cánticos.
Tenemos que darnos cuenta que, desde el día que fuimos salvos, Dios nos ha
estado adiestrando a diario para que manifestemos sentimientos delicados, y
sentimientos que rebosen de ternura. Si hemos de ser buenos cristianos,
nuestros sentimientos deben ser finos y deben manifestar ternura. Los
sentimientos más profundos que fluyen del corazón del hombre son aquellos
que se manifiestan en canciones. Los sentimientos burdos no son deseables.
Tales sentimientos no tienen nada que ver con los himnos, simplemente no son
propios de un cristiano.

II. LOS REQUISITOS QUE LOS HIMNOS DEBEN CUMPLIR


Todo himno que satisfaga el estándar cristiano tiene que cumplir con tres
requisitos básicos. Si un himno no cumple con alguno de estos requisitos,
entonces no es un buen himno.

En primer lugar, un himno tiene que estar basado en la verdad. Son muchos los
himnos que cumplen con los otros dos requisitos; sin embargo, ellos contienen
errores en cuanto a la verdad bíblica. Así pues, si nosotros pidiéramos a los hijos
de Dios que cantasen tales himnos, los estaríamos conduciendo al error.
Estaríamos poniendo en sus manos errores cuando ellos se presenten delante
del Señor y estaríamos conduciéndolos a sentimientos impropios. Cuando los
hijos de Dios cantan himnos, sus sentimientos son dirigidos a Dios mismo. Por
ello, si estos himnos contienen doctrinas equivocadas, los que los canten serán
engañados en sus sentimientos y no alcanzarán a percibir realidad alguna. Dios
no nos responde en función de los sentimientos poéticos que se manifiestan en
los himnos, sino en conformidad con la verdad que dichos himnos contienen.
Acudimos a Dios basados únicamente en la verdad y, si no es así, erraremos y no
percibiremos ninguna realidad espiritual.

Por ejemplo, hay un himno de evangelización que afirma que la sangre del
Señor Jesús limpia nuestro corazón. Pero en el Nuevo Testamento nunca se
habla de que la sangre del Señor Jesús lave nuestro corazón. La sangre del
Señor no lava nuestro corazón, y la Biblia nunca menciona algo así. Hebreos
9:14 dice que la sangre del Señor Jesús purifica nuestra conciencia; la
conciencia forma parte del corazón, pero no es el corazón mismo. La sangre del
Señor nos lava de nuestros pecados. Debido a que fuimos lavados de nuestros
pecados, nuestra conciencia ya no nos acusa delante de Dios. Por tanto, la
sangre sólo lava nuestra conciencia y no el corazón. Nuestro corazón no puede
ser lavado por la sangre. El corazón del hombre es más engañoso que todas las
cosas (Jer. 17:9). No importa cuánto tratemos de lavar nuestro corazón, éste
jamás podrá ser limpiado. La enseñanza bíblica con respecto a nuestro corazón
es que Dios quita nuestro corazón de piedra y lo reemplaza con un corazón de
carne (Ez. 36:26). Él nos da un nuevo corazón; Él no lava nuestro viejo corazón.
Cuando una persona cree en el Señor, Dios le da un nuevo corazón. Dios no lava
su corazón viejo, sino que purga las ofensas que estaban en su conciencia. Dios
no lava su corazón. Si acudimos al Señor y le alabamos, diciéndole: “La sangre
de Jesús lava mi corazón”, nuestra alabanza no se ajusta a la verdad. Este
asunto es bastante serio. Si hay errores en la doctrina que presenta un himno,
tal himno conducirá a las personas a sentimientos equivocados.

Muchos himnos no hacen la debida distinción entre las diferentes


dispensaciones. No sabemos si tal himno debía ser cantado por Abraham o por
Moisés. No sabemos si debiera ser cantado por los judíos o por los cristianos. No
sabemos si corresponde al Antiguo Testamento o al Nuevo Testamento. Cuando
cantamos tal clase de himno, somos conducidos a sentirnos como ángeles que
no tienen nada que ver con la obra de redención, como si no hubiera pecado en
nosotros y, por tanto, no necesitamos de la sangre. Si un himno no es claro
respecto de sus enseñanzas en cuanto a las diversas dispensaciones y si no
refleja la era de la gracia, tal himno inducirá a los hijos de Dios al error.

Son muchos los himnos que expresan sólo esperanza, mas no manifiestan
certeza alguna. Manifiestan la esperanza de llegar a ser salvos, un anhelo por ser
salvos y la búsqueda de salvación; pero no manifiestan ningún tipo de
certidumbre cristiana. Tenemos que recordar que todo cristiano debe acudir a
Dios en plena certidumbre de fe. Nos acercamos a Dios en plena certidumbre de
fe. Si un himno le comunica a un creyente que él se encuentra en el atrio
externo, al cantarlo tal persona llegará a pensar que ella no pertenece al pueblo
de Dios y que simplemente aspira a ser uno de ellos. Son muchos los himnos
que dan a la gente la impresión de que la gracia de Dios está muy lejos de ellos y
que todavía necesitan buscarla. Tales himnos hacen que el creyente asuma una
postura equivocada. Esta no es la postura propia de un cristiano. La posición
que un cristiano tiene le permite tener plena certeza de su salvación y confianza
de que él es salvo. No se debe cantar ningún himno que no le dé al cristiano tal
seguridad.

Otro error muy común hallado en un gran número de himnos es la noción de


que el hombre apenas muere, entra inmediatamente en la gloria. Son muchos
los himnos que hablan sobre entrar en la gloria en el momento de morir, como
si por medio de la muerte uno entrara en la gloria. Pero la Biblia no dice que el
hombre entra en la gloria al morir. Entrar en la gloria es algo muy distinto de la
muerte. Después de morir, no entramos en la gloria. Después de morir,
esperamos por la resurrección. El Señor entró en gloria únicamente después de
haber resucitado. Esta es la clara enseñanza de la Biblia (1 Co. 15:43; 2 Co. 5:2-
3). Cualquier himno que le dé a los hijos de Dios la impresión de que el hombre
entra en la gloria al morir, simplemente no debiera ser cantado. Tal himno
habla de algo que no existe. Por tanto, un buen himno tiene que ser correcto en
las doctrinas en que se basa. Si denota carencias en cuanto a su integridad o
pureza doctrinal, fácilmente ello inducirá a los cristianos al error.

En segundo lugar, las doctrinas correctas no constituyen un himno por sí


mismas. Es necesario que un himno sea poético en su forma y estructura. La
verdad por sí misma no es suficiente. Una vez que hemos establecido la verdad,
todavía es necesario que el himno sea poético en cuanto a su forma y estructura.
Únicamente cuando hay poesía en un himno, éste será verdaderamente un
himno. Cantar no es lo mismo que predicar. No podemos cantar un mensaje.
Había un himno que empezaba diciendo: “El Dios verdadero creó los cielos, la
tierra y al hombre”. Tal vez esto se preste para ser predicado, mas no para ser
cantado. Esto es mera doctrina y no constituye un himno. Todos los cánticos
contenidos en el libro de Salmos constituyen piezas poéticas, son poesía. Todo
salmo es sublime y rebosa de ternura en su forma y expresión, al mismo tiempo
que, como poesía, expresa los pensamientos de Dios. El mero hecho de que cada
una de sus líneas se ajuste a cierta métrica no hace de dicha composición un
himno, pues, además de ello, tanto su estructura como su forma tienen que ser
poéticas.

En tercer lugar, además de estar basado en la verdad bíblica, y poseer estructura


y forma poéticas, un himno deberá ser capaz de conmovernos espiritualmente.
Para ello, tiene que hacernos percibir cierta realidad espiritual.

Por ejemplo, el salmo 51 es un salmo en el que David manifiesta


arrepentimiento. Al leerlo, encontramos que el arrepentimiento de David es
doctrinalmente correcto, que sus palabras fueron cuidadosamente elegidas y
que posee una estructura compleja. Pero sobre todo, percibimos que tales
palabras encierran algo más; percibimos que dicho salmo encierra cierta
realidad espiritual, cierto sentir espiritual. Podemos llamar a esto la carga del
himno. David se arrepintió y tal sentimiento de arrepentimiento impregna todo
el salmo 51. Al leer el libro de Salmos, muchas veces encontramos algo que nos
conmueve, y esto es, que todos los sentimientos expresados en estos salmos son
genuinos. Cuando el salmista se regocija, entonces salta y grita de gozo. Cuando
está triste, llora. Estos salmos no son palabras huecas carentes de realidad; sino
más bien, tales palabras encierran realidad espiritual.

Por tanto, un himno no solamente tiene que ser correcto en cuanto a la verdad,
y poseer forma y estructura poéticas; sino que además, deberá estar imbuido de
una patente realidad espiritual. En otras palabras, si un himno es triste, deberá
hacernos llorar, y si está lleno de gozo, deberá hacer que nos regocijemos.
Cuando habla de algo, deberá hacernos sentir aquello a lo cual se refiere. No
podemos cantar un himno de arrepentimiento sin que esto genere el eco
correspondiente en nuestro corazón; no podemos reírnos mientras lo cantamos.
No podemos decir que estamos cantando alabanzas a Dios y, aun así, carecer de
gozo y regocijo. No podemos cantar un himno de consagración y, sin embargo,
no tener ningún sentimiento de consagración. No podemos afirmar que cierto
himno nos llama a postrarnos delante de Dios y a estar quebrantados en Su
presencia y, sin embargo, seguir sintiéndonos muy a gusto con nosotros mismos
e incluso orgullosos de nosotros mismos. Si un himno no nos comunica el
sentimiento correcto que corresponde a un determinado asunto, entonces no es
un buen himno. El sentimiento que inspira un himno debe ser un sentimiento
genuino y deberá hacernos percibir cierta realidad espiritual.
Un himno tiene que ser fiel a la verdad y poético en forma. Al mismo tiempo,
tiene que dirigir la atención del cantante a la realidad espiritual que encierra sus
palabras, es decir, tiene que hacerle palpar lo que el himno dice. De otro modo,
no cumple con la norma exigida para los himnos. Estos tres requisitos tienen
que ser satisfechos para que un himno pueda ser considerado un buen himno.

II. ALGUNOS EJEMPLOS DE HIMNOS

Ahora consideraremos algunos himnos como ejemplo de lo que queremos decir:

Primer ejemplo: Himnos, #66

1. Miles de voces van proclamando


A una voz, “¡Cordero de Dios!”.
Miles de santos van respondiendo
Dándole eco a su clamor.
2. Resuena el cielo, “¡Gloria al Cordero!”;
Todos le rinden esta canción;
Con voz potente participando
En Su eternal adoración.
3. Esta alabanza como el incienso
Asciende al trono del Padre Dios;
Todos se inclinan a Jesucristo,
Todas sus mentes una son.
4. Por su consejo el Padre reclama:
“Dadle al Hijo el mismo honor”;
Toda la gloria de Dios el Padre
Expresa el Hijo en Su esplendor.
5. Huestes del cielo frente al Cordero,
Por el Espíritu del Señor
Son coronados con luz y gozo
Para alabar al gran “YO SOY”.
6. Descansa hoy sin ningún estorbo
La jubilosa nueva creación,
Tan bendecida en Jesucristo
Por Su completa salvación.
7. Desborda el cielo con alabanzas
Por la creciente eterna canción;
“¡Amén!” resuena por todo el orbe;
“¡Amén!” responde la creación.

Rara vez encontramos un himno tan magnífico como éste. Este himno fue
escrito por J. N. Darby. En un principio, este himno tenía trece estrofas. Pero en
1881, el señor Darby depuró este himno con la ayuda del señor Wigram y
eliminó varias estrofas. Ahora quedan solamente siete estrofas.
A primera vista puede parecer que este himno está dirigido a los hombres, pero
en realidad, va dirigido a Dios. Al cantarlo, pareciera que nos elevamos a la
escena universal descrita en Apocalipsis 4 y 5, es decir, a la escena que ocurrió
después de la ascensión del Señor. En este himno podemos captar Gólgota, la
resurrección y la ascensión. Los cielos están llenos de gloria y, al pronunciarse el
nombre de Jesús, diez mil voces inician su alabanza al mismo tiempo que diez
mil personas doblan sus rodillas para adorar. Resuenan en los cielos, en la tierra
y debajo de la tierra las alabanzas en todas direcciones. El universo entero canta
alabanzas a Él. Semejante grandeza y majestad, ¡no puede ser igualada por
ninguna otra canción! Otra persona con menor capacidad no habría podido
componer un himno semejante.

“Miles de voces van proclamando”. ¡Estas miríadas de voces no se sabe de


donde surgen! Es como si un creyente común y corriente, un pequeño gusano,
un hombrecillo, exclamase a voz en cuello: “¡Escuchad! ¡Hay miles de voces que
al unísono proclaman: „Cordero de Dios‟; escuchen. ¡Miles de santos responden,
haciendo eco a tal clamor!”. Una vez que el Cordero de Dios es exaltado, surge la
respuesta universal. Por un lado, surge la alabanza, y por el otro, en respuesta a
dicha alabanza, surge un clamor multitudinario. Ahora, miríadas de voces
proclaman: “El Cordero que fue inmolado es digno de recibir el poder, las
riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la bendición” (Ap. 5:12).
Antes de que cese esta exclamación, miles y miles de voces se unen a ella para
dar una respuesta conjunta: “Y a toda criatura que está en el cielo, y sobre la
tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí
decir: „Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la bendición, la honra,
la gloria y el imperio, por los siglos de los siglos‟” (v. 13). ¿Cuál es el resultado?
“Miles de santos van respondiendo / Dándole eco a su clamor”. Este clamor
estalla con magnificencia inigualable. Cualquiera que sea conmovido por esta
estrofa estará consciente inmediatamente de su propia pequeñez. La primera
estrofa lo eleva a uno a una escena grandiosa y majestuosa en la que diez mil
voces se elevan, y miles y miles de santos responden haciendo eco. Este clamor
se extiende majestuosa e interminablemente para exaltar al Cordero de Dios en
unanimidad. Así, desde su inicio, este himno nos deja asombrados de lo
grandiosa que es la alabanza universal.

Cada estrofa sigue atentamente a la que le precede. “Resuena el cielo, ¡Gloria al


Cordero!”. Escuchamos el clamor en todas direcciones. “¡Gloria al Cordero!”. De
todo lugar surge: “¡Gloria al Cordero!”. Se escucha “¡Gloria al Cordero!” aquí y
allá y en todo lugar. Estas voces provienen de todas las direcciones. “Resuena el
cielo, ¡Gloria al Cordero!”, / Todos le rinden esta canción”. Aquí, “el cielo” hace
referencia a toda la esfera celestial; en ella, todo resuena para elevar tales
alabanzas. “Todos le rinden esta canción; / Con voz potente participando”, es
decir, toda lengua confiesa. Espontáneamente, esto evoca Filipenses 2:11: “Y
toda lengua confiese públicamente que Jesucristo es el Señor”. Puesto que “toda
lengua confiesa”, esta voz es potente y penetrante. Semejante cántico sin fin se
extiende por el universo entero. El universo entero rebosa con esta “eternal
adoración”.

No solamente hay voces que resuenan, sino también incienso que asciende. Este
es incienso de agradecimiento: “Asciende al trono del Padre Dios”. No
solamente las voces claman, sino que, además, los corazones henchidos de
agradecimiento se elevan hacia Dios. No solamente de nuestros labios surge un
clamor hacia el Cordero sino que nuestros corazones también se elevan a Dios.
Es como si el plan de Dios y la redención efectuada por el Señor llegasen a
constituir una entidad única e indisoluble. Alabamos al Cordero y también
damos gracias a Dios el Padre. Semejante gratitud expresada por medio de la
alabanza y acción de gracias asciende a Dios como incienso.

Tal alabanza no acaba aquí. Nuestras bocas claman y exclamaciones de


adoración surgen de nuestros labios; pero eso no es todo, porque toda rodilla
debe doblarse, todos debemos inclinarnos en adoración al Señor. Toda rodilla se
doblará y todos adoraremos al Señor. Primero es “toda lengua” y después es
“toda rodilla”. Espontáneamente toda rodilla se doblará ante Jesús. Por un lado,
damos gracias al Padre, por otro, nos postramos delante del Señor. La siguiente
frase es muy poética: “Todas sus mentes una son”. Fíjense que no estamos
dando un sermón. Aquellos que no posean sentimientos suficientemente
sensibles, no podrán percibir nada de lo que se está trasmitiendo en esta frase.
Pero cuando una persona puede alcanzar la etapa en la que es capaz de ver a
Aquel a quien están dirigidas las alabanzas que surgen de todos los labios, así
como la adoración de todos los que doblan sus rodillas, entonces
espontáneamente proclamará que en los cielos: “¡Verdaderamente, todas sus
mentes una son!”. Aquí, el uso de las palabras todas y una, tiene efectos muy
poéticos.

Una vez que el escritor de este himno alude al Padre y al Hijo, saca a colación la
doctrina con respecto al Hijo y al Padre. Ahora, todo nos es revelado. “Toda la
gloria de Dios el Padre / Expresa el Hijo en Su esplendor”. La gloria es interna,
mientras que el esplendor es externo. El Padre posee la gloria, y esta gloria del
Padre se convierte en el resplandor del Hijo. El resplandor del Hijo es la
expresión de la gloria del Padre. El Padre está vinculado a la gloria, mientras
que el Hijo está vinculado a la manifestación de dicha gloria. La manifestación,
la expresión, no está relacionada directamente con el Padre, sino con el Hijo.
“Por Su consejo el Padre reclama”. Aquí, “Su consejo” es algo interno y éste
reclama: “Dadle al Hijo el mismo honor”. Esta no es una acción del Padre, sino
Su consejo; no se trata de la labor del Padre sino del plan concebido por Él. Él
desea revelar a los hombres que el Hijo posee el mismo honor. La tercera estrofa
se vuelve del Padre al Hijo. La cuarta estrofa se vuelve del Hijo al Padre y luego
se vuelve nuevamente del Padre al Hijo; esta estrofa comienza haciendo
referencia al Hijo y concluye haciendo referencia al Hijo nuevamente. En la
tercera estrofa el escritor hace referencia al Hijo y en la cuarta estrofa se refiere
al Hijo nuevamente. Aquí podemos ver la doctrina con respecto al Padre y al
Hijo.

Cualquiera que toca al Padre y al Hijo no puede detenerse en el Padre y el Hijo


únicamente. Por ende, el escritor continúa diciendo: “Por el Espíritu del
Señor...”. El Espíritu interviene. Una vez que el Espíritu entra en escena, nos
volvemos del Hijo y del Padre para fijar nuestra atención en el Espíritu. Este
Espíritu es el Espíritu que todo lo penetra, todo lo llena y todo lo abarca. El
universo está lleno del Espíritu Santo.

“Huestes del cielo” le alaban. “Huestes” es una expresión poética. Los ángeles
celestiales, las criaturas celestiales y un sinnúmero de seres celestiales le alaban.
“Para alabar al gran YO SOY”. El gran “YO SOY” es Jehová (cfr. Éx. 3:14; 6:2).
Ciertamente este himno es un himno de alabanza, ¡un gran himno de alabanza!

Ahora, tenemos que dirigir nuestra atención a lo que nos rodea: “Descansa hoy
sin ningún estorbo / La jubilosa nueva creación”. La escena que nos rodea
rebosa de gozo, descanso, paz y sosiego. Todos están llenos de gozo, descanso,
paz y sosiego. Esto se debe a que toda la creación está “tan bendecida en
Jesucristo / Por Su completa salvación”. Ahora, todo problema ha cesado.

Quizás inadvertidamente, nos hayamos detenido por algún tiempo; así que,
nuevamente: “Desborda el cielo con alabanzas”. ¿Pueden oírlas? “Desborda el
cielo con alabanzas / Por la creciente eterna canción”. El clamor de alabanza
resuena nuevamente de todas direcciones. Todavía se sigue escuchando más
“¡Amén!” resuena por todo el orbe. El universo entero se llena de alabanza y
gritos de “¡Amén!”. Desde todos los confines surge el “¡Amén!”. ¿Por qué?
Porque la creación toda responde: “¡Amén!”. Este último “amén” es poético en
extremo. No es el amén que uno dice al finalizar una canción, sino que se trata
de un amén que surge al “responder con gozo”.

Este himno nos presenta un universo redimido; esta es la escena que se nos
muestra en los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis y en el segundo capítulo del libro
de Filipenses. Esta es la alabanza en la eternidad.

Segundo ejemplo: Hymns, #578


[Traducción textual]

1. De voluntad débil y fuerzas endebles,


Habiendo perdido casi toda esperanza;
Sólo puedo confiar en Tu operación
Que me conduce y guía a proseguir.
2. A pesar de todo mi esfuerzo, fracaso encontré;
Igual que antes, fallé y erré.
Sólo confío en Tu paciencia
Para aferrarme a Tu palabra y guardarla.
3. Siempre que mi corazón se enaltece,
Estoy a punto de caer;
Ya no me atrevo a actuar ni a pensar,
Pues te necesito para poco o mucho hacer.
4. Tú eres mi Salvador, fortaleza y persistencia.
Oh Señor, busco Tu rostro hoy;
Aunque soy el más débil entre los débiles,
Mi fortaleza no es sino Tu gracia.

Éste es un himno excelente que dirigimos a Dios.

“De voluntad débil y fuerzas endebles”. En nuestro interior, nuestra fuerza de


voluntad se ha hecho débil, mientras que externamente, nuestras fuerzas son
endebles. Interiormente, anhelamos tener la suficiente fuerza de voluntad, pero
somos débiles. Externamente, deseamos hacer algo, pero estamos demasiado
débiles para hacerlo. Así pues, no podemos decidir ni queremos correr. Por ello,
“habiendo perdido casi toda esperanza”, ¿qué le queda a uno por hacer?
Únicamente nos queda confiar en Su operación. Al comienzo, el escritor habla
consigo mismo, pero ahora se vuelve a Dios. Él acude a Dios y pone Sus ojos en
quien lo “conduce y guía a proseguir”. Esto quiere decir que aparte de la
dirección que el Señor le provee gentilmente a cada paso, el escritor no abriga
ninguna otra esperanza. Esta es la posición en la que se encuentra.

Después, comienza la segunda estrofa: “A pesar de todo mi esfuerzo, fracaso


encontré”. Esto no es predicar, esto es poesía. “Igual que antes, fallé y erré”.
¿Qué le queda por hacer? “Sólo confío en Tu paciencia”. Él confía en la paciencia
manifiesta del Señor, ¿para hacer qué? “Para aferrarme a Tu palabra y
guardarla”. No le queda ninguna otra esperanza; toda su esperanza estriba en el
poder del Señor. Es Su poder el que le sostiene y le guarda en obediencia. Así
pues, él se encuentra completamente desvalido y se ve claramente a sí mismo.

En la tercera estrofa, contemplamos la ascensión gradual de un hombre de Dios.


“Siempre que mi corazón se enaltece”. Con esto quiere decir que siempre que se
siente ligeramente orgulloso y satisfecho consigo mismo (sólo ligeramente);
“Estoy a punto de caer”. Él ya ha tenido demasiadas experiencias así. ¿Qué debe
hacer ahora? “Ya no me atrevo a actuar ni a pensar”. No se atreve a hacer nada,
ni siquiera se atreve a pensar. “Pues te necesito para poco o mucho hacer”, con
esto, el autor quiere decir que necesita al Señor para todas las cosas y en todo
lugar. He aquí una persona cuyos sentimientos han sido refinados cabalmente
por el fuego; tales sentimientos ya no son burdos delante de Dios. Ahora, cada
palabra es poesía y destila sentimiento. Cada palabra toca a Dios y solamente a
Dios.

Sin embargo, una persona que se conoce a sí misma no habrá de permanecer


inmersa en su propia persona. A la postre, tendrá que orar a Dios. “Tú eres mi
Salvador, fortaleza y persistencia. / Oh, Señor, busco Tu rostro hoy”. No tengo
otra opción, ni otra esperanza; no tengo nada más. Solamente puedo venir a
buscarte. Esta frase, “Aunque soy el más débil entre los débiles”, hace referencia
nuevamente a lo expresado en la primera estrofa. No concluye abruptamente.
Puesto que soy de voluntad débil y fuerzas endebles, no puedo decidir ni
tampoco quiero correr; soy el más débil entre los débiles. ¿Qué haré? “Mi
fortaleza no es sino Tu gracia”. La gracia del Señor es todo lo que él necesita y es
Su gracia la que le permite proseguir.

Si nuestros sentimientos han sido probados y han sido refinados, entonces todas
las veces que al acercarnos a Dios, percibamos la realidad de un himno como
este, cuyos sentimientos han sido divinamente refinados y sometidos a prueba
por Dios mismo, inevitablemente seremos conmovidos por él.

Tercer ejemplo: Hymns, #377


[Traducción textual]

1. Si éste mi camino
Lleva a la cruz,
Y si Tu sendero
Trae pérdida y dolor,
Sea mi recompensa
A diario, a cada hora,
Diáfana comunión
Contigo, bendito Señor.
2. Si mengua el gozo terrenal,
Da, Señor, lo celestial.
Si herido el corazón,
En espíritu te alabe;
Y si dulces lazos terrenales
Ordenas deshacer;
Que el lazo que nos une
Sea más estrecho y dulce hoy.
3. Si la senda es solitaria,
Ilumínala al sonreír;
Sé mi compañero
En este breve lapso terrenal.
Viva en abnegación, Señor,
Y que por Tu gracia
Sea límpido canal
Para Tu vida fluir.

Éste es también un magnífico himno. La poesía impregna las expresiones y


palabras en él halladas, las cuales manifiestan unos sentimientos muy
profundos. Todo cuanto compone este himno indica una esfera muy elevada;
todos sus elementos son sobresalientes y reflejan madurez. Rara vez un himno
sobre la comunión con el Señor llega a ser tan sublime. No hay rastro alguno de
artificialidad o exageración. Se trata de una verdadera expresión de amor que
siente una persona hacia el Señor. Es la sumisión perfecta nacida de la
consagración perfecta. Es la voz de sumisión que surge del corazón de una
persona que no ofrece resistencia alguna al Señor.

“Si éste mi camino / Lleva a la cruz, / Y si Tu sendero / Trae pérdida y dolor, /


Sea mi recompensa / A diario, a cada hora, / Diáfana comunión / Contigo,
bendito Señor”. Esto no es sino completa consagración y sujeción al Señor.

La segunda estrofa es la mejor de todo el himno. En ella, el sentimiento


trasciende todavía más. “Si mengua el gozo terrenal” —considera la escritora—
“Da, Señor, lo celestial”. En su oración, ella no le pide a Dios que la libre de sus
circunstancias ni que altere las mismas, sino que ella pueda disfrutar de
comunión más íntima con Él. “Si herido el corazón, / En espíritu te alabe”. He
aquí una persona que sabe distinguir entre su espíritu y su corazón. Puede que
tenga el corazón hecho pedazos, pero en su espíritu ella es capaz de alabar.
Quizás su corazón esté herido, pero su espíritu se conserva fresco delante de
Dios. Ella conoce la diferencia que hay entre el corazón y el espíritu. Así pues,
tal persona no suplica por disfrute para el corazón, sino por recompensa del
espíritu. Ella ya ha comenzado la ascensión, pero ascenderá más aún en la
siguiente línea. En la primera línea de esta estrofa había dicho: “Si mengua el
gozo terrenal”, pero ahora en la quinta línea dice: “Y si dulces lazos terrenales /
Ordenas deshacer”. Fíjense que estas dos líneas tienen en común la palabra
“terrenal”. Esto es poesía. “Y si dulces lazos terrenales / Ordenas deshacer; /
Que el lazo que nos une / Sea más estrecho y dulce hoy”. Ella no busca transigir
ni escapar; simplemente pide una comunión superior. Esta persona va de los
“dulces lazos terrenales” de la quinta línea a “el lazo que nos une”. Esto es
precioso. El sentimiento es noble y delicado, las palabras son las apropiadas y la
estructura del himno es maravillosa. ¡Esto es hermoso!

Puesto que el clímax del himno es alcanzado en la segunda estrofa, la tercera


estrofa se convierte en una oración: “Si la senda es solitaria, / Ilumínala al
sonreír”. “Ilumínala al sonreír”, esto es muy poético y espiritual. “Viva en
abnegación, Señor, / Y que por Tu gracia / Sea límpido canal / Para Tu vida
fluir”. Esto implica que la escritora no pide otra cosa sino llegar a ser un vaso
que se ha despojado de todo y que es santo, a fin de hacer la voluntad de Dios.
Este es un final impresionante en una oración que hace la persona consagrada
mientras está experimentando sufrimientos. Si leemos este himno con
detenimiento, nos percataremos de que se trata de un himno verdaderamente
noble y sublime. Tenemos que acudir a Dios para poder aprender tales himnos y
captar el espíritu de los mismos.

IV. LA CLASIFICACIÓN DE LOS HIMNOS

Podemos clasificar los himnos en cuatro categorías: (1) los que proclaman el
evangelio; (2) los que contienen expresiones de alabanza; (3) los que hablan de
la experiencia de Cristo como vida; y (4) los que tratan sobre la vida de iglesia.

La primera categoría está conformada por los himnos que tocan la trompeta del
evangelio. Estos himnos deben ser usados en la predicación del evangelio.
Incluidos en esta categoría se encuentran los himnos que hacen referencia al
sentimiento de culpa que siente el pecador, la posición en la que se encuentra el
pecador, el amor de Dios, Su justicia, la redención efectuada en la cruz, el
arrepentimiento, la fe en Dios y otros temas semejantes.

Estos himnos deberán ser cantados por nosotros juntamente con nuestros
invitados. Pero aquí hay un problema. Los himnos han sido escritos por
personas salvas. Nosotros como creyentes hemos desarrollado ciertos
sentimientos que no están presentes en nuestros amigos a quienes queremos
predicar el evangelio. Por ello, no es tan fácil pedirles que canten himnos que no
los conmueven. Sin embargo, si Dios bendice estos himnos, estos apelarán a las
necesidades que se esconden en todo pecador y, entonces, ellos verán la
condición en la que se encuentran, así como la salvación de Dios. A veces, un
pecador no sabe cómo orar o cómo acudir a Dios, pero los himnos le ayudarán a
acercarse a Dios y a orar. Así, las palabras del himno llegarán a ser las suyas
propias. A veces, un himno puede ser más eficaz que un mensaje. De cualquier
forma, la bendición de Dios es imprescindible.

Los himnos que proclaman el evangelio están incluidos en el himnario que usan
los hijos de Dios, pero cuando predicamos el evangelio, deberíamos repartir
copias de los himnos que vamos a cantar o escribirlos en un lugar que sea visible
para todos los invitados, pues así podremos instarlos a cantar junto con
nosotros. No siempre será fácil para ellos encontrar un himno en nuestro
himnario.

La segunda categoría la conforman los himnos de alabanza. El mismo día que


fuimos salvos recibimos el gozo celestial y, por ende, nuestras acciones de
gracias y nuestras alabanzas ascendieron a los cielos. A medida que avanzamos
en nuestra senda espiritual y a medida que aumenta nuestro conocimiento del
amor de Dios, Su justicia, Su gracia y Su gloria, nuestros corazones y labios
rebosarán de alabanzas incesantes. En esta categoría, están incluidas todas las
alabanzas que dirigimos a nuestro Señor y Dios.

La tercera categoría la conforman los himnos que hablan de la experiencia de


Cristo como vida. La redención efectuada por Dios tiene como meta que
nosotros vivamos la vida de Cristo. Dios no nos pide que imitemos a Cristo; Dios
anhela que el propio Cristo resucitado sea expresado en nuestra vida diaria.
Cuando Cristo estaba en la tierra, Él se expresaba mediante el cuerpo que
recibió de María. Después de Su resurrección y ascensión, la iglesia es Su
Cuerpo y ahora Él desea expresarse por medio de la iglesia.

Cuando éramos pecadores, necesitábamos la salvación y la justificación. Ahora


que somos creyentes, buscamos conocer y experimentar la vida de Cristo, y
procuramos expresar en nuestra vida diaria la vida de este Cristo. “Y ya no vivo
yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Él vivió en la tierra para beneficio nuestro.
Él se enfrentó a nuestros pecados, nuestras tentaciones y nuestra carne. Ahora,
Él ha llegado a ser nuestra vida, nuestra santidad, nuestro amor y nuestro gozo.
Él es quien realiza tal obra y no nosotros. Esta es la meta de la obra del Espíritu
Santo en esta era. En esta categoría de himnos están incluidos conjuntamente
todos aquellos que hacen referencia a nuestra búsqueda inicial del conocimiento
de la vida divina en nuestro ser y todo aquello que manifiesta la plena expresión
de esta vida en términos de nuestra fe, comunión, satisfacción, guerra espiritual
y servicio al Señor. En suma, esta categoría incluye todo cuanto se refiere a
procurar esta vida y experimentarla.

La cuarta categoría está conformada por los himnos que se refieren a la vida de
iglesia. En ella se incluye todo cuanto se relacione a nuestro andar cristiano,
nuestras experiencias diarias, nuestro entorno, nuestro trabajo y, en general,
todo aquello en lo cual se ocupa un cristiano. En esta categoría están incluidos
los himnos que atañen a nuestras reuniones, el matrimonio, nuestras fiestas de
amor, la familia, los niños, nuestra salud, etc.

V. CÓMO USAR LOS HIMNOS

Al elegir qué himno debemos cantar, tenemos que tomar en cuenta lo siguiente:

A. A quién está dirigido el himno

Los himnos pueden estar dirigidos a tres distintas clases de personas. En otras
palabras, pueden ser cantados a uno o más de los siguientes grupos:
1. Himnos dirigidos a Dios

La mayoría de himnos están dirigidos a Dios. El objeto de tal poesía es Dios


mismo. La mayoría de los salmos del libro de Salmos es poesía dirigida a Dios.
El salmo 51 es un salmo muy conocido que consiste en una oración dirigida a
Dios. Todo himno de alabanza, agradecimiento y oración es cantado a Dios.

2. Himnos dirigidos a los hombres

Otros salmos están dirigidos a los hombres. El salmo 37 y el 133 son ejemplos de
ello. Esta clase de himnos les predica el evangelio a los hombres o los alienta a ir
a Dios. Todos los himnos que proclaman el evangelio, así como los himnos de
exhortación, son cantados a los hombres.

Colosenses 3:16 dice: “Enseñándoos y exhortándoos unos a otros con salmos e


himnos y cánticos espirituales, cantando con gracia en vuestros corazones a
Dios”. Aquí vemos que los salmos y los himnos sirven también para enseñar y
amonestar. Esto está orientado a los hombres en general, pero al mismo tiempo
implica cantar “con gracia en vuestros corazones a Dios”, lo cual es dirigirse a
Dios. Por tanto, incluso los himnos que están dirigidos a los hombres son para
Dios.

En la iglesia, no se debieran cantar demasiados himnos dirigidos a los hombres.


En el libro de Salmos, esta clase de cántico representa un pequeño porcentaje
del libro. Podemos tener himnos dirigidos a los hombres, pero no es apropiado
tener demasiados himnos de esta clase. Cuando cantamos demasiados himnos
de esta clase, perdemos de vista el principal propósito que tienen los himnos, el
cual es dirigir los hombres hacia Dios.

3. Himnos dirigidos a uno mismo

Hay, además, una tercera clase de himnos en la Biblia: aquellos que nos
cantamos a nosotros mismos. Muchos pasajes en el libro de Salmos incluyen la
frase: “¡Oh, alma mía!”. Todos estos himnos están dirigidos a uno mismo. Los
salmos 103 y 121 son buenos ejemplos de tales himnos. Esta clase de himnos
representa la comunión que una persona tiene con su propia alma. Se trata del
concilio que uno sostiene con su propio corazón, así como de la conversación
que se tiene con uno mismo. Todo aquel que conoce a Dios sabe lo que significa
tener comunión con su propio corazón. Cuando una persona goza de comunión
con Dios, espontáneamente aprende a tener comunión con su propio corazón.
En tales ocasiones, uno se canta a sí mismo, se grita a sí mismo, se dirige a sí
mismo y se recuerda a sí mismo. Generalmente, tales himnos concluyen
haciendo que nos tornemos a Dios. Quizás una persona haya comenzado por
tener comunión con su propio corazón, pero invariablemente acaba teniendo
comunión con Dios.

Cada una de estas tres clases de himnos pueden ser usados a su manera. Los
himnos que hablan de nuestra salvación, comunión, acción de gracias y
alabanza, son cantados a Dios. Cuando la iglesia se reúne, deberíamos elegir
himnos que están dirigidos a Dios; nuestros corazones deben estar dirigidos a
Dios. Cuando nos involucramos en la obra, o cuando nos dirigimos a los santos
o a los pecadores, los himnos pueden ser usados como parte de la predicación, y
entonces cantamos a los hombres. Cuando estamos solos podemos cantar
himnos de comunión con nosotros mismos. En las reuniones de la iglesia (la del
partimiento del pan, la de oración y las reuniones de comunión), debemos
aprender a cantarle a Dios; y algunas veces podemos dirigir nuestros cánticos a
nosotros mismos. En las reuniones de la obra (las reuniones del evangelio y en
las que se dan mensajes), podemos valernos de himnos que están dirigidos a los
hombres, así como de himnos dirigidos a Dios. Cuando estamos solos o existe
alguna necesidad individual, podemos valernos de los himnos que están
dirigidos a uno mismo.

B. Las diversas maneras


en que podemos cantar los himnos

La Biblia, que sepamos, menciona tres maneras en que podemos cantar los
himnos: cantamos como congregación, cantamos en mutualidad y cantamos
solos.

En el Antiguo Testamento encontramos varias ocasiones en las que los levitas


cantaban solos. El resto del tiempo, era toda la congregación la que cantaba. El
libro de Salmos fue escrito para ser cantado por la congregación. Al leer el
Nuevo Testamento, encontramos que también se puede cantar himnos en
público. La última noche en la que el Señor y los discípulos estuvieron juntos,
Mateo 26:30 nos dice: “Y cuando hubieron cantado un himno, salieron al monte
de los Olivos”. Esto nos muestra que ellos juntos cantaron el himno. Por tanto,
el cantar como congregación se menciona tanto en el Antiguo Testamento como
en el Nuevo Testamento.

Una vez que surgió la iglesia, además de cantar como congregación, los
creyentes se cantaban mutuamente los unos a los otros y también cantaban
solos. Tanto Colosenses 3:16 como Efesios 5:19 hacen referencia a que los
creyentes se cantan mutuamente. Al cantarnos los unos a los otros, después que
un hermano canta, otro hermano le responde cantando. El primer hermano
vuelve a cantar y el otro hermano le responde nuevamente. O quizás un grupo
de hermanos cante y otro grupo les responda cantando. El primer grupo de
hermanos vuelve a cantar y el otro grupo de hermanos vuelve a responder. En la
iglesia primitiva, esta manera de cantarse los unos a los otros era casi tan común
como la práctica de cantar como congregación, se trataba de hermanos que
cantaban a otros hermanos. Sin embargo, al formarse en la iglesia el sistema de
clérigos y laicos, en lugar de cantarse los unos a los otros, se adoptó la práctica
de hacer que los clérigos y los laicos cantaran, lo que ahora se conoce como
antífona. Posteriormente, esto se convirtió en lo que se conoce como lectura
antifonal, o lectura de respuesta mutua.

Creemos que el Señor sigue recobrando entre nosotros la manera apropiada de


cantar himnos. En la Biblia se menciona la práctica de cantar himnos los unos a
los otros. Por tanto, debemos cantarnos los unos a los otros. Quizás podamos
cantar un himno alternándonos los hermanos y hermanas en cada estrofa, o
alternando entre una persona y el resto de la congregación, o entre diferentes
grupos. Los que están sentados en las primeras filas de asientos pueden cantar a
los que están sentados en las filas de atrás y viceversa, o los sentados en el lado
izquierdo alternan con aquellos sentados en el lado derecho del salón. Todas
estas constituyen maneras muy buenas en las que podemos cantar.

También se menciona en la Biblia el caso de solistas. 1 Corintios 14:26 dice:


“Cada uno de vosotros tiene salmo, tiene enseñanza, tiene revelación, tiene
lengua, tiene interpretación”. La frase “cada uno de vosotros tiene salmo” se
refiere a cantar como solista. Durante la reunión, quizás un hermano reciba
alguna revelación, tal vez otro hermano reciba una enseñanza e incluso otro
hermano puede ser que reciba un salmo. Aquí el salmo es cantado por un
individuo. Un hermano siente que tiene un salmo, una alabanza, que rebosa en
él y quiere cantarlo en voz alta. No está haciendo algo por sí mismo, ni está
haciendo algo que los demás no deseen hacer. En realidad, está cantando en
nombre de toda la iglesia. Esta clase de canto individual, puede o no puede estar
basado en algo escrito; puede o no puede ceñirse a alguna tonada conocida.
Muchas veces, podemos cantar “canciones espirituales”, las canciones de las que
habla la Biblia (Col. 3:16; 1 Co. 14:15). Mientras uno canta tales cánticos, el
Espíritu Santo espontáneamente suministra la música y la melodía. Esta
persona ha sido inspirada por el Espíritu Santo a cantar. Cuando alguien canta
como solista, deberá cantarlo con todo su ser, y la audiencia debe aprender a
recibir el suministro que procede del espíritu del cantante. La audiencia no debe
prestarle mucha atención a la melodía, sino que debe esforzarse más bien por
recibir el suministro que proviene del espíritu del cantante. Este cántico
individual, ya sea con una melodía conocida o con una melodía improvisada,
debe ser cantado bajo la especial inspiración del Espíritu Santo; no se asemeja
en nada a aquellos solistas a quienes les encanta exhibir su carne. Aquellos que
carecen del suministro en el espíritu no deben cantar solos.

C. Adiestramiento práctico
Primero, tenemos que familiarizarnos nosotros mismos con el índice de nuestro
himnario. Tenemos que recordar claramente cómo están clasificados los
himnos. Si ustedes comprenden el principio que rige dicha clasificación y saben
de memoria de que trata cada categoría, así como para qué es útil y, además,
saben a cuál de estas categorías pertenece cada himno, de inmediato
encontrarán el himno que desean cuando lo necesiten.

Busquen el himno que más se ajuste a vuestra condición y apréndanselo.


Comprendan cada una de sus palabras y la función que cumplen los signos de
puntuación, luego analicen cómo el pensamiento del escritor va desplegándose
desde el principio hasta el final del himno. Vuestro corazón tiene que estar
abierto. Ustedes deben ser personas de mucha sensibilidad, vuestra voluntad
debe ser flexible y dócil, y deberán tener una mente lúcida.

Después de esto, todavía necesitan aprender a cantar. Así podrán aprender de


dos a tres himnos cada semana. Al comienzo, si usted no puede cantar, puede
tararear unas cuantas tonadas cada mañana, o puede inventar melodías
sencillas para tararear el himno. Al hacer esto, usted percibirá el espíritu del
himno y desarrollará sus sentidos espirituales. Sin embargo, todavía tiene que
aprender a cantar el himno conforme a las notas apropiadas. Después que usted
haya aprendido a cantarlo con la melodía que le corresponde a dicho himno,
podrá cantarlo de la manera en que el Espíritu le guíe; ya sea como
congregación, los unos a los otros o individualmente.

Los himnos cultivan los sentimientos espirituales más nobles y sensibles que
puedan anidar en un cristiano. Espero que, en presencia de Dios, todos nosotros
podamos aprender algo al respecto. Si podemos acercarnos a Dios con
delicadeza y ternura, podremos desarrollar una comunión más íntima con Dios.
Damos gracias al Señor que en la eternidad todos nuestros sentimientos serán
nobles y rebosarán de ternura. Sabemos que hay más alabanzas en los cielos que
oraciones en la tierra. Las oraciones un día cesarán, pero nuestras alabanzas
llenarán el universo; entonces, en aquel día, todos nuestros sentimientos serán
nobles y manifestarán mucha ternura. Aquel será el más dulce y el más alegre de
todos los días.

CAPÍTULO DIECISÉIS

LA ALABANZA

Lectura bíblica: Sal. 22:3; 50:23; 106:12, 47; 146:2; He. 13:15

La alabanza constituye la labor más sublime que los hijos de Dios puedan llevar
a cabo. Se puede decir que la expresión más sublime de la vida espiritual de un
santo es su alabanza a Dios. El trono de Dios ocupa la posición más alta en el
universo; sin embargo, Él está “sentado en el trono / Entre las alabanzas de
Israel” (Sal. 22:3). El nombre de Dios, e incluso Dios mismo, es exaltado por
medio de la alabanza.

David expresó en un salmo que él oraba a Dios tres veces al día (55:17). Pero en
otro salmo, él dijo que alababa a Dios siete veces al día (119:164). Fue por
inspiración del Espíritu Santo que David reconoció la importancia de la
alabanza. Él oraba tres veces al día, pero alababa siete veces al día. Además, él
designó a algunos levitas para que tocaran salterios y arpas a fin de exaltar,
agradecer y alabar a Jehová delante del arca del pacto (1 Cr. 16:4-6). Cuando
Salomón concluyó con la edificación del templo de Jehová, los sacerdotes
llevaron el arca del pacto al interior del Lugar Santísimo. Al salir los sacerdotes
del Lugar Santo, los levitas situados junto al altar tocaban trompetas y
cantaban, acompañados de címbalos, salterios y arpas. Todos juntos entonaban
cantos de alabanza a Jehová. Fue en ese preciso momento que la gloria de
Jehová llenó Su casa (2 Cr. 5:12-14). Tanto David como Salomón fueron
personas que conmovieron el corazón de Jehová al ofrecerle sacrificios de
alabanza que fueron de Su agrado. Jehová está sentado en el trono entre las
alabanzas de Israel. Nosotros debemos alabar al Señor toda nuestra vida.
Debemos entonar cantos de alabanza a nuestro Dios.

I. EL SACRIFICIO DE ALABANZA

La Biblia presta mucha atención a la alabanza. El tema de la alabanza se


menciona con frecuencia en las Escrituras. Salmos, en particular, es un libro en
el que abundan las alabanzas. De hecho, en el Antiguo Testamento, el libro de
Salmos es un libro de alabanza. Así pues, muchas alabanzas son citas tomadas
del libro de Salmos.

Sin embargo, el libro de Salmos contiene no sólo capítulos dedicados a la


alabanza, sino también capítulos que hacen referencia a diversos sufrimientos.
Dios desea mostrar a Su pueblo que aquellos que le alaban son los mismos que
fueron guiados a través de diversas tribulaciones y cuyos sentimientos fueron
lastimados. Estos salmos nos muestran hombres que fueron guiados por Dios a
través de las sombras de la oscuridad; hombres que fueron despreciados,
difamados y perseguidos. “Todas Tus ondas y Tus olas / Pasan sobre mí” (42:7).
No obstante, fue en tal clase de personas en quienes el Señor pudo perfeccionar
la alabanza. Las expresiones de alabanza no siempre proceden de aquellos que
no tienen problemas, sino que proceden mucho más de aquellos que reciben
disciplina y son probados. En los salmos podemos detectar tanto los
sentimientos más lastimeros como las alabanzas más sublimes. Dios echa mano
de muchas penurias, dificultades e injurias, a fin de crear alabanzas en Su
pueblo. El Señor hace que, a través de las circunstancias difíciles, ellos aprendan
a ser personas que alaban en Su presencia.

La alabanza más entusiasta no siempre procede de las personas que están más
contentas. Con frecuencia, tales alabanzas surgen de personas que atraviesan
por las circunstancias más difíciles. Este tipo de alabanza es sumamente
agradable al Señor y recibe Su bendición. Dios no desea que los hombres le
alaben sólo cuando se encuentren en la cima contemplando Canaán, la tierra
prometida; más bien, Dios anhela que Su pueblo le componga salmos y le alabe,
aun cuando anden “en valle de sombra de muerte” (23:4). En esto consiste la
auténtica alabanza.

Esto nos muestra la naturaleza que Dios le atribuye a la alabanza. La alabanza


es, por naturaleza, una ofrenda, un sacrificio. En otras palabras, la alabanza
proviene del dolor y de los sufrimientos. Hebreos 13:15 dice: “Así que,
ofrezcamos siempre a Dios, por medio de El, sacrificio de alabanza, es decir,
fruto de labios que confiesan Su nombre”. ¿En qué consiste un sacrificio? Un
sacrificio es una ofrenda, y una ofrenda implica muerte y pérdida. El que
presente una ofrenda debe sufrir alguna pérdida. Toda ofrenda, o sacrificio,
deberá ser entregada. Tal entrega implica sufrir pérdida. El buey o el cordero
que usted ofreció, le pertenecían; pero cuando usted los entregó, cuando los
elevó en calidad de ofrenda, los sacrificó. El hecho de ofrecer algo no indica que
habrá ganancia; más bien, significa que se sufrirá una pérdida. Cuando una
persona ofrece su alabanza, ella pierde algo; ella está ofreciendo un sacrificio a
Dios. En otras palabras, Dios inflige heridas; Él quebranta y hiere a la persona,
pero, a su vez, dicha persona se vuelve a Él ofreciéndole alabanzas. La alabanza
ofrecida a Dios a costa de algún sufrimiento constituye una ofrenda. Dios desea
que el hombre le alabe de esta manera; Él desea ser entronizado por esta clase
de alabanza. ¿Cómo obtendrá Dios Su alabanza? Dios desea que Sus hijos le
alaben en medio de sus sufrimientos. No debiéramos alabar a Dios sólo cuando
hemos recibido algún beneficio. Si bien la alabanza que se ofrece por haber
recibido un beneficio sigue siendo una alabanza, no puede considerarse una
ofrenda. Una ofrenda, en principio, está basada en el sufrimiento de alguna
pérdida. Así pues, el elemento de pérdida está implícito en toda ofrenda. Dios
desea que le alabemos en medio de tales pérdidas. Esto constituye una
verdadera ofrenda.

No sólo debemos ofrecer oraciones a Dios, sino que es menester que


aprendamos a alabarle. Es necesario que desde el inicio de nuestra vida
cristiana entendamos cuál es el significado de la alabanza. Debemos alabar a
Dios incesantemente. David recibió gracia de Dios para alabarle siete veces al
día. Alabar a Dios cada día es un buen ejercicio, una muy buena lección y una
excelente práctica espiritual. Debemos aprender a alabarle al levantarnos de
madrugada, al enfrentar algún problema, al estar en una reunión o al estar a
solas. Debemos alabar a Dios al menos siete veces al día; no dejemos que David
nos supere al respecto. Si no aprendemos a alabar a Dios cada día, difícilmente
participaremos del sacrificio de alabanza al cual se refiere Hebreos 13.

A medida que desarrollemos el hábito de la alabanza, tendremos días en los que


nos será imposible reunir las fuerzas necesarias para alabar. Puede que hoy,
ayer y anteayer hayamos alabado a Dios siete veces al día, y que le hayamos
alabado con la misma constancia la semana pasada o el mes anterior. Pero llega
el día en que simplemente nos es imposible proferir alguna alabanza. Son días
en los que a uno lo agobia el dolor, la oscuridad total o los problemas más
graves. En tales días, uno es víctima de malentendidos y calumnias, y se
encuentra tan agobiado que, incluso derrama lágrimas de auto compasión.
¿Cómo es posible que en tales días podamos alabar a Dios? Es imposible
alabarlo debido a que uno se siente herido, dolido y atribulado. Uno siente que
la respuesta más obvia no consiste en alabar, sino en lamentarse. Se siente que
lo más normal sería murmurar en lugar de dar gracias, y no hay deseos de
alabar ni se piensa en hacerlo. Al tomar en cuenta las circunstancias y el estado
en que uno se encuentra, pensamos que alabar no es lo más apropiado. En ese
preciso instante deberíamos recordar que el trono de Jehová permanece
inmutable, que Su nombre no ha cambiado y que Su gloria no ha mermado. Uno
debe alabarlo simplemente por el hecho de que Él es digno de ser alabado. Uno
debe bendecirlo por la sencilla razón de que Él merece toda bendición. Aunque
uno esté agobiado por las dificultades, Él sigue siendo digno de alabanza;
entonces, a pesar de estar angustiados, somos llevados a alabarlo. En ese
momento, nuestra alabanza viene a ser un sacrificio de alabanza. Esta alabanza
equivale a sacrificar nuestro becerro gordo. Equivale a poner lo que más
amamos, nuestro Isaac, en el altar. Así, al alabar con lágrimas en los ojos,
elevamos a Dios lo que constituye un sacrificio de alabanza. ¿En qué consiste
una ofrenda? Una ofrenda implica heridas, muerte, pérdida y sacrificio. En
presencia de Dios, uno ha sido herido y sacrificado. Delante de Dios, uno ha
sufrido pérdida y ha muerto. Sin embargo, uno reconoce que el trono de Dios
permanece firme en los cielos y no puede ser conmovido; entonces, uno no
puede dejar de alabar a Dios. En esto consiste el sacrificio de alabanza. Dios
desea que Sus hijos le alaben en todo orden de cosas y en medio de cualquier
circunstancia.

II. ALABANZA Y VICTORIA

Hemos visto que nuestra alabanza representa un sacrificio, pero implica mucho
más. Debemos ver que la alabanza es la manera de superar los ataques
espirituales. Son muchos los que saben que Satanás teme a las oraciones que
hacen los hijos de Dios; Satanás huye cuando los hijos de Dios doblan sus
rodillas para orar. Por esta causa él los ataca con frecuencia para impedirles que
oren. Si bien esto sucede con frecuencia, quisiéramos hacer notar otro hecho:
los ataques más serios de Satanás no están orientados a detener las oraciones;
sus ataques más feroces están dirigidos a impedir las alabanzas. No queremos
decir que Satanás no se esfuerce por impedir las oraciones, pues sabemos que
en cuanto un cristiano comienza a orar, es atacado por Satanás. A muchos nos
resulta fácil entablar una conversación con otras personas pero, en cuanto
comenzamos a orar, Satanás interviene ocasionando impedimentos a la oración.
Él es quien nos hace sentir que es difícil orar. Si bien esto es cierto, Satanás no
solamente procura impedir las oraciones de los hijos de Dios, sino también sus
alabanzas. Su meta suprema consiste en impedir que Dios sea alabado. La
oración es una batalla, pero la alabanza es una victoria. La oración representa
guerra espiritual, pero la alabanza constituye victoria espiritual. Siempre que
alabamos, Satanás huye; por eso, él detesta nuestras alabanzas. Él hará uso de
todos sus recursos a fin de impedir que alabemos a Dios. Los hijos de Dios son
insensatos si cesan de alabar a Dios cuando enfrentan adversidades y se sienten
oprimidos. Pero a medida que conocen mejor a Dios, descubrirán que aún una
celda en Filipos puede ser un lugar para entonar cánticos (Hch. 16:25). Pablo y
Silas alababan a Dios desde su celda. Sus alabanzas causaron que se abrieran
todas las puertas de la cárcel en la cual se encontraban.

Hechos menciona dos instancias en que las puertas de la cárcel fueron abiertas.
En una ocasión fueron abiertas a Pedro y en otra a Pablo. En el caso de Pedro, la
iglesia oraba fervientemente por él, cuando un ángel le abrió las puertas de la
prisión en que estaba y lo liberó (12:3-12). En el caso de Pablo, él y Silas estaban
cantando himnos de alabanza a Dios cuando todas las puertas se abrieron y las
cadenas fueron rotas. En ese día, el carcelero creyó en el Señor, y toda su casa
fue salva en medio de gran júbilo (16:19-34). Pablo y Silas ofrecieron sacrificio
de alabanza cuando estaban en la cárcel. Sus heridas aún no habían sido
curadas, su dolor no había sido mitigado, sus pies seguían sujetos al cepo y
estaban confinados a un calabozo del Imperio Romano. ¿Qué motivo había para
sentirse gozosos? ¿Qué razón había para sentirse inspirados a cantar? Sin
embargo, en ese calabozo se encontraban dos personas de espíritus
transcendentes, que lo habían superado todo. Ellos entendían que Dios aún
estaba sentado en los cielos y permanecía inmutable. Si bien era posible que
ellos mismos cambiaran, que su entorno mudara, que sus sentimientos
fluctuaran y que sus cuerpos sintieran dolor, aun así Dios permanecía sentado
en el trono. Él seguía siendo digno de recibir alabanza. Nuestros hermanos,
Pablo y Silas, estaban orando, cantando y alabando a Dios. Esta clase de
alabanza, que se produce como resultado del dolor y la aflicción, constituye un
sacrificio de alabanza. Tal alabanza constituye una victoria.
Al orar, todavía estamos inmersos en nuestra situación. Pero al alabar, nos
remontamos por encima de nuestras circunstancias. Mientras uno ora y ruega,
todavía sigue atado a sus problemas; no logra librarse de ellos. Inclusive, cuanto
más súplicas elevamos, más maniatados y oprimidos nos sentimos. Pero si Dios
nos lleva a remontarnos por encima de la cárcel, las cadenas, las dolorosas
heridas del cuerpo, los sufrimientos y la pena, entonces ofreceremos alabanzas a
Su nombre. Pablo y Silas estaban entonando himnos; ellos cantaban alabanzas a
Dios. Dios los llevó a un punto en que la cárcel, la pena y el dolor dejaron de ser
un problema para ellos. Así que, ellos podían alabar a Dios. Al alabarle así, las
puertas de la prisión se abrieron, las cadenas se soltaron y aun el carcelero fue
salvo.

En muchas ocasiones, la alabanza es eficaz cuando la oración no ha dado


resultado. Este es un principio fundamental. Si usted no puede orar, ¿por qué
no alabar? Después de todo, el Señor ha puesto en nuestras manos este otro
recurso a fin de darnos la victoria y permitir que nos gloriemos triunfalmente.
Cuando le falten fuerzas para orar y su espíritu se sienta muy oprimido,
lastimado o decaído, alabe a Dios. Si no puede orar, trate de alabar. Siempre
pensamos que se debe orar cuando la carga es abrumadora, y que debemos
alabar cuando ella ha sido quitada de nuestros hombros. Sin embargo, le ruego
que tome en cuenta que a veces la carga es tan pesada que uno es incapaz de
orar. Es en ese momento que usted debe alabar. No es que alabemos a Dios
porque no tengamos ninguna carga sobre nuestros hombros; más bien, le
alabamos debido a que las cargas nos abruman sobremanera. Si se enfrenta a
situaciones y problemas extraordinarios, se encuentra perplejo y siente que se
desmorona, tan solo recuerde una cosa: “¿Por qué no alabar?”. He aquí una
brillante oportunidad, si ofrece una alabanza en ese momento, el Espíritu de
Dios habrá de operar en usted, abrirá todas las puertas y romperá todas las
cadenas.

Debemos aprender a cultivar este espíritu elevado, un espíritu que vence


cualquier ataque. Puede ser que la oración no siempre nos conduzca al trono,
pero con seguridad la alabanza nos llevará ante el trono en todo momento. Es
posible que por medio de la oración no siempre logremos vencer, pero la
alabanza nunca falla. Los hijos de Dios deben abrir sus bocas para alabar al
Señor, no sólo cuando se encuentren libres de problemas, aflicciones,
sufrimientos y dificultades, sino aún más cuando se vean en tales problemas y
aflicciones. Cuando alguien que se encuentra en tales situaciones yergue su
cabeza para decir: “Señor, te alabo”, puede que sus ojos estén llenos de lagrimas,
pero su boca rebosará de alabanzas. Es posible que su corazón esté angustiado;
no obstante, su espíritu seguirá alabando. Su espíritu se remontará tan alto
como se eleve su alabanza; él mismo ascenderá junto con sus alabanzas.
Aquellos que murmuran son insensatos. Cuanto más murmuran, más quedan
sepultados bajo sus propias murmuraciones. Mientras más se quejan, más se
hunden en sus propias lamentaciones. Cuanto más se dejan vencer por sus
problemas, más desalentados se encuentran. Muchos parecen ser un poco más
osados y oran cuando se ven en problemas. Se esfuerzan y luchan por superar
sus problemas. A pesar de sentirse agobiados por sus circunstancias y
aflicciones, no están dispuestos a ser sepultados por ellas y tratan de escapar
por medio de la oración; y con frecuencia logran su liberación. Pero también
sucede que a veces sus oraciones no hacen ningún efecto. Nada parece ser capaz
de libertarlos, hasta que empiezan a alabar. Deben elevar en calidad de ofrenda
el sacrificio de alabanza. Es decir, deben considerar la alabanza como un
sacrificio que se eleva a Dios. Si se colocan en una posición tan ventajosa como
esa, de inmediato superarán cualquier dificultad y no habrá problema que
pueda abrumarlos. A veces, usted sentirá que algo lo oprime; sin embargo, tan
pronto empiece a alabar, saldrá de su depresión.

Leamos 2 Crónicas 20:20-22: “Se levantaron por la mañana y salieron al


desierto de Tecoa. Y mientras ellos salían, Josafat, estando en pie, dijo: Oídme,
Judá y moradores de Jerusalén. Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis
seguros; creed a Sus profetas, y seréis prosperados. Y habiendo consultado con
el pueblo, puso a algunos que cantasen a Jehová y que alabasen, en vestiduras
santas, mientras salía delante del ejército, y que dijesen: Dad gracias a Jehová,
porque Su benignidad es para siempre. Y cuando comenzaron a entonar cantos
y alabanzas, Jehová puso emboscadas contra los hijos de Amón, de Moab y del
monte de Seir, que venían contra Judá, y fueron derribados”. Esta es la
descripción de una batalla. En la época en que gobernaba Josafat, la nación de
Judá estaba a punto de ser extinguida; se encontraba en un estado de debilidad
y caos. Los moabitas, los amonitas y los del monte de Seir se habían propuesto
invadir el territorio de Judá. La nación de Judá estaba sobrecogida por una
desesperación total; su derrota era inminente. Josafat era un rey que había sido
reavivado por Dios y le temía. Por supuesto, ninguno de los reyes de Judá había
sido perfecto; sin embargo, Josafat era una persona que buscaba a Dios. Él
exhortó a la nación de Judá a confiar en Dios. ¿Qué fue lo que hizo? Él designó
cantores para que entonaran alabanzas a Jehová. También, les pidió que
alabasen en vestiduras santas y que salieran delante del ejército, diciendo: “Dad
gracias a Jehová, porque Su benignidad es para siempre”. Por favor, ponga
atención a las palabras “y cuando comenzaron”, que aparecen a continuación en
el versículo 22, las cuales son muy preciosas. “Y cuando comenzaron a entonar
cantos y alabanzas, Jehová puso emboscadas contra los hijos de Amón, de Moab
y del monte de Seir”. Y cuando comenzaron quiere decir en ese preciso
momento. Cuando todos cantaban alabanzas a Jehová, Él respondió derribando
a los amonitas, moabitas y a los del monte de Seir. No hay nada que haga mover
tan rápidamente la mano del Señor como la alabanza. La oración no es la
manera más rápida de hacer que la mano del Señor se mueva, sino la alabanza.
Les ruego que no me malinterpreten y lleguen a pensar que no debemos orar.
Debemos orar todos los días; sin embargo, hay muchas cosas que sólo podemos
vencer por medio de la alabanza.

Aquí vemos que la victoria espiritual no depende de la batalla que libremos, sino
de la alabanza que elevemos a Dios. Debemos aprender a vencer a Satanás por
medio de nuestras alabanzas. No sólo vencemos a Satanás por medio de la
oración, sino también por medio de la alabanza. Muchas personas han tomado
conciencia tanto de la ferocidad de Satanás como de sus propias flaquezas, de
modo que resuelven luchar y orar. No obstante, aquí nos encontramos con un
principio muy singular, a saber: la victoria espiritual no la determina la oración,
sino la alabanza. Con frecuencia, los hijos de Dios caen en la tentación de llegar
a pensar que sus problemas son muy complicados y que, por tanto, deben
encontrar la manera de resolverlos. Así pues, concentran todos sus esfuerzos en
buscar la manera de superar tales problemas. Sin embargo, cuanto más se
empeñan en tal búsqueda, les resulta más difícil vencer. Al hacer esto, nos
rebajamos al nivel de Satanás. En tales casos, ambos intervienen en la batalla;
desde un extremo lucha Satanás, y nosotros nos encontramos en el extremo
opuesto. Es difícil lograr alguna victoria si estamos en tal posición. Pero 2
Crónicas 20 nos muestra una escena muy diferente. En un extremo estaba el
ejército, y en el otro estaban aquellos que entonaban himnos, los cuales, o
tenían mucha fe en Dios o estaban locos. Gracias a Dios, nosotros no somos un
pueblo desquiciado; somos personas que tienen fe en Dios.

Son muchos los hijos de Dios que padecen tribulaciones; ellos son probados con
frecuencia. Cuando tales tribulaciones llegan a ser muy severas y el combate
arrecia, tales cristianos se encuentran en una posición parecida a la de Josafat,
pues no se vislumbra solución alguna para sus problemas. Una de las fuerzas
combatientes es muy potente, y la otra demasiado endeble; no existe
comparación entre ambas. Están atrapados en un torbellino, pues sus
problemas son tan serios que superan todas sus capacidades. En esos
momentos, es muy fácil que ellos se concentren en sus problemas y fijen su
mirada en sus propias dificultades. Cuanto más tribulaciones padece una
persona, más probabilidades tiene de dejarse agobiar por sus problemas, lo cual
se convierte en un período de prueba muy intenso. Tal persona es sometida a la
prueba más severa cuando se fija en ella misma o en sus circunstancias; cuanto
más pruebas una persona padece, más propensa es a mirarse a sí misma o sus
circunstancias. En cambio, aquellos que conocen a Dios experimentan que,
cuanto más pruebas padecen, más confían en Dios. Cuanto más pruebas estas
personas padecen, más aprenden a alabar. Así que, no debemos mirarnos a
nosotros mismos, sino que debemos aprender a fijar nuestros ojos en el Señor.
Debemos erguir nuestras cabezas y decirle al Señor: “¡Tú estás por sobre todas
las cosas; alabado seas!”. Las alabanzas más entusiastas, que provienen del
corazón y que fluyen de aquellos cuyos sentimientos han sido heridos,
constituyen los sacrificios de alabanza agradables y aceptables para Dios. Una
vez que nuestro sacrificio de alabanza asciende a Dios, el enemigo, Satanás, es
vencido por medio de la alabanza. El sacrificio de alabanza tiene mucha eficacia
delante de Dios. Permita que sus alabanzas más sublimes broten para Dios, y
con toda certeza será capaz de resistir y vencer al enemigo. Al alabar,
¡encontrará que el camino a la victoria se abre delante de usted!

Los nuevos creyentes no debieran pensar que necesitan muchos años para
aprender a alabar. Al contrario, debieran saber que pueden empezar a alabar
inmediatamente. Cada vez que enfrenten algún problema, deben orar pidiendo
la misericordia necesaria para detener sus propias manipulaciones y complots,
así como deben aprender la lección en cuanto a la alabanza. Se pueden ganar
muchas batallas por medio de la alabanza, y muchas se pierden debido a que
nuestras alabanzas están ausentes. Si uno cree en Dios, al enfrentar sus
problemas podrá decirle: “¡Yo alabo Tu nombre. Tú estás por encima de todas
las cosas. Tú eres más fuerte que todo. Tu benignidad es para siempre!”. Una
persona que alaba a Dios supera todas las cosas, vence constantemente en todo
orden de cosas por medio de su alabanza. Este es un principio y constituye,
además, un hecho.

III. LA FE QUE GENERA LA ALABANZA

Salmos 106:12 es una palabra muy preciosa: “Entonces creyeron a Sus palabras
/ Y cantaron Su alabanza”. Tal era la condición de los hijos de Israel cuando
estuvieron en el desierto. Ellos creyeron y cantaron; o sea, ellos creían, así que
alababan. La alabanza contiene un ingrediente fundamental: la fe. No se puede
alabar únicamente de labios para afuera; no se puede decir a la ligera: “¡Gracias
Señor! ¡Te alabo Señor!”. Uno tiene que tener fe; sólo podremos alabar después
que hayamos creído. Si uno enfrenta algún problema o se siente afligido, ora; y a
medida que ora, siente que la fe brota en su corazón. Es en ese momento que
uno empieza a alabar. Esta es la manera viviente, pero no debe ser realizada con
ligereza. Uno debe orar cuando le sobrevenga algún problema, pero tan pronto
reciba un poco de fe, tan pronto empiece a creer en Dios y en Su grandeza, en Su
poder, en Su compasión, en Su gloria y en la manifestación de Su gloria, debe
comenzar a alabar. Si la fe se ha despertado en uno, pero uno no manifiesta
enseguida la alabanza, pronto verá que su fe se desvanece. Decimos esto
basados en nuestra propia experiencia. En cuanto la fe brote en nuestro ser,
debemos alabar a Dios. Si no lo hacemos, después de cierto tiempo, nuestra fe se
desvanecerá. Quizás ahora tengamos fe, pero después de cierto tiempo, es
posible que tal fe se desvanezca. Por consiguiente, tenemos que aprender a
alabar. Tenemos que aprender a expresar nuestra alabanza. Tenemos que abrir
nuestras bocas y alabar. No basta con tener pensamientos de loor, sino que
tenemos que expresar nuestras alabanzas de manera concreta y audible. Uno
debe alabar a Dios en medio de todos sus problemas y en la faz de Satanás,
diciendo: “¡Oh Señor! ¡Alabado seas!”. Hágalo hasta que surja cierto sentir allí
donde antes no existía sentimiento alguno, y hágalo hasta que tal sentimiento,
que empieza muy débilmente, se haga más intenso y definido. Hágalo hasta que
su fe, que al comienzo era muy pequeña, sea plenamente perfeccionada.

Una vez que usted contemple plenamente la gloria de Dios, usted podrá creer.
Una vez que la gloria de Dios impregne su espíritu, usted podrá alabarle. Debe
llegar a comprender que Dios está por encima de todas las cosas y que Él es
digno de ser alabado. Cuando usted alaba, Satanás huye. Hay ocasiones en las
que tenemos que orar, pero cuando nuestra oración nos lleve al punto en que
obtenemos fe y certeza, sabemos que el Señor ha respondido a nuestra oración y
que nos corresponde alabarle: “¡Señor! ¡Te doy gracias! ¡Te alabo! ¡Este asunto
ya ha sido resuelto!”. No espere a que el asunto haya sido efectivamente resuelto
para comenzar a alabar. Debemos alabar tan pronto hayamos creído. No
esperemos a que el enemigo se marche para empezar a cantar. ¡Debemos cantar
para ahuyentarlo! Debemos aprender a alabar por fe; cuando alabamos por fe, el
enemigo será derrotado y echado lejos. Tenemos que creer antes de poder
alabar. Primero, creemos y alabamos, y después experimentamos la victoria.

IV. LA OBEDIENCIA CONDUCE


A LA ALABANZA

Nuestros problemas pueden clasificarse básicamente en dos categorías. La


primera corresponde a los problemas provocados por nuestro entorno y por los
asuntos que nos ocupan. En dicha categoría recae el problema que confrontaba
Josafat. La alabanza constituye la manera de vencer esta clase de circunstancias
problemáticas. La segunda categoría la conforman aquellas cosas que nos
afectan de una manera personal. Es probable que, por ejemplo, nos hayamos
ofendido por causa de ciertas palabras hirientes. Tal vez algunas personas nos
ofendan o nos vituperen, nos maltraten o nos contradigan, nos aborrezcan sin
razón alguna o nos difamen sin motivo alguno. Quizás tales acciones nos
parezcan intolerables y nos sea imposible olvidarlas. Estos problemas están
relacionados con nuestra victoria en un plano personal. Tal vez un hermano nos
diga algo inapropiado o una hermana nos trate mal y, quizás, nos resulte
imposible superar tales cosas. Entonces, todo nuestro ser lucha, se queja y gime
por justicia. Probablemente nos sea difícil perdonar y no podamos superar los
sentimientos que nos embargan. Quizás se haya cometido alguna injusticia en
contra de nosotros, o tal vez se nos haya calumniado u hostilizado, pero el caso
es que nosotros no podemos olvidarnos de ello. En tales ocasiones, la oración no
sirve de mucho. Uno desea luchar y arremeter en contra de ello, pero está
maniatado; mientras más trata de deshacerse de tal carga, más oprimido se
siente. Así, uno descubre lo difícil que es vencer tales sentimientos. En tales
momentos, les ruego tengan en cuenta que el agravio o injusticia del cual son
víctimas es demasiado grande y, por ende, no es el momento para orar, sino
para alabar. Uno debe inclinar su cabeza y decirle al Señor: “Señor, gracias. Tú
nunca te equivocas. Recibo de Tus manos todas estas cosas. Deseo darte las
gracias. ¡Alabado seas!”. Cuando uno hace esto, todos sus problemas
desaparecen. La victoria no tiene nada que ver con luchar en contra de la carne,
ni tiene relación alguna con el que intentemos, por nuestros esfuerzos naturales,
perdonar a otros o disculparlos. La victoria se obtiene cuando uno inclina su
cabeza y alaba al Señor diciendo: “Alabado seas por Tus caminos. Lo que Tú
dispones siempre es bueno. Lo que Tú haces es perfecto”. Cuando alabe a Dios
así, su espíritu se remontará por encima de sus problemas; superará aun sus
heridas más profundas. Si uno se siente injuriado, ofendido, es porque no alaba
lo suficiente. Si usted es capaz de alabar al Señor, las heridas infligidas se
volverán alabanzas; su espíritu se remontará a las alturas y le dirá a Dios: “Te
doy gracias y te alabo. Tú nunca te equivocas en ninguno de Tus caminos”. Esta
es la senda que debemos tomar ante el Señor. Deje atrás todo lo demás. Esto es
glorioso; esto es un verdadero sacrificio.

La vida cristiana se eleva mediante las alabanzas. Alabar consiste en sobrepasar


todo a fin de tener contacto con el Señor. Este fue el camino que el Señor Jesús
tomó cuando anduvo en la tierra. Nosotros debemos tomar la misma senda. No
debemos murmurar en contra de los cielos si somos probados, sino, más bien,
remontarnos por encima de las pruebas. Una vez alabamos al Señor, nos
remontamos por encima de las tribulaciones. Si otros buscan abatirnos, con
mayor razón debemos responder resueltamente diciéndole al Señor: “¡Te doy
gracias y te alabo!”. Aprendamos a aceptar todas las cosas. Aprendamos a
conocer que Él es Dios. Aprendamos a conocer cuál es la obra de Sus manos. No
hay nada que lleve al hombre a crecer y a madurar en la vida divina como el
ofrecer sacrificios de alabanza. Debemos aprender no sólo a aceptar la disciplina
del Espíritu Santo, sino también a alabar a Dios por ella. Es necesario que no
sólo aceptemos la disciplina del Señor, sino que incluso nos gloriemos en ella.
No solamente debemos aprender a aceptar ser corregidos por el Señor, sino
también a aceptar dicha corrección gustosa y jubilosamente. Si lo hacemos, se
nos abrirá una puerta amplia y gloriosa.

V. LA ALABANZA ES ANTERIOR
AL CONOCIMIENTO

Finalmente, en Salmos 50:23 Dios nos dice: “El que ofrece sacrificio de acción
de gracias me glorifica” (heb.). Aquí la expresión acción de gracias puede
también traducirse como alabanza. El Señor está esperando que le elevemos
nuestras alabanzas. Ninguna otra acción glorifica tanto a nuestro Dios como la
alabanza. Llegará el día en que todas las oraciones, profecías y obras cesarán,
pero en ese día, nuestras alabanzas serán mucho más abundantes que hoy. La
alabanza perdurará por la eternidad; nunca cesará. Cuando lleguemos a los
cielos y arribemos a nuestra morada final, nuestras alabanzas se elevarán aún
más alto. Hoy tenemos la oportunidad de aprender la lección suprema;
podemos aprender a alabar a Dios hoy mismo.

Ahora vemos por espejo, obscuramente (1 Co. 13:12). Si bien podemos


vislumbrar ciertas cosas, aún no podemos comprender lo que ellas representan.
Apenas sentimos el dolor que nos causa tanto nuestras heridas internas como
las tribulaciones externas que enfrentamos y experimentamos, pero no
entendemos el significado que encierran tales cosas; por consiguiente, no
alabamos. Tengo la certeza de que las alabanzas abundarán en los cielos puesto
que allí se tendrá pleno conocimiento de estas cosas. Mientras más completo sea
nuestro conocimiento, más perfecta será la alabanza. Todo estará claro cuando
estemos frente al Señor en aquel día. Las cosas que hoy no entendemos
claramente, en ese día las comprenderemos. En ese día, veremos cuán excelente
es la voluntad del Señor en cuanto a todos los aspectos de la disciplina del
Espíritu para con nosotros. De no haber sido por la disciplina del Espíritu,
¡habríamos descendido a niveles inimaginables! Si el Espíritu Santo no hubiese
impedido ciertas acciones nuestras, no podemos imaginar siquiera lo lastimosa
que hubiese sido nuestra caída. Muchas cosas, miles, incluso millones de ellas,
que hoy no entendemos, nos serán aclaradas en aquel día. Cuando en ese
entonces lo veamos todo claramente, inclinaremos nuestra cabeza y le
alabaremos diciendo: “Señor, Tú nunca te equivocas”. Cada aspecto de la
disciplina del Espíritu Santo representa la obra que Dios lleva a cabo en
nosotros. Si en tal ocasión no nos hubiéramos enfermado, ¿qué nos habría
sucedido? De no haber fracasado en aquel momento, ¿qué hubiera sido de
nosotros? Puede que lo acontecido haya sido un problema para nosotros; sin
embargo, al enfrentar tales problemas nos evitamos peores complicaciones.
Tuvimos que enfrentarnos a lo que constituyó una desgracia para nosotros, pero
debido a esa situación, mayores infortunios fueron evitados. En ese día
conoceremos cuál fue la razón de que el Señor permitiera que esas cosas nos
sucedieran. Hoy día, el Señor nos guía en todo momento, paso a paso. En ese
día inclinaremos nuestra cabeza y diremos: “Señor, qué insensato fui por no
haberte alabado aquel día. Fui un tonto porque no te di las gracias aquel día”.
Cuando nuestros ojos sean abiertos y veamos claramente en ese día, cuán
avergonzados estaremos al recordar nuestras murmuraciones. Es por eso que
hoy debemos aprender a decir: “Señor, no logro comprender lo que Tú haces,
mas sé que no puedes equivocarte”. Tenemos que aprender a creer y a alabar. Si
lo hacemos, en ese día diremos: “¡Señor! Te agradezco por Tu gracia que me
salvó de quejas y murmuraciones innecesarias. ¡Señor! Te agradezco por la
gracia que me guardó de murmurar en aquellos días”. En muchos asuntos,
cuando los conozcamos más a fondo, más grandiosas serán nuestras alabanzas.
En nosotros existe el deseo de alabar al Señor debido a que Él es bueno (Sal.
25:8; 100:5). Debemos decir siempre: “El Señor es bueno”. Hoy debemos
aprender a creer que el Señor es bueno y que Él nunca se equivoca, aunque no
siempre podamos entender lo que está haciendo. Si creemos, le alabaremos.
Nuestras alabanzas son Su gloria; al alabarle, le glorificamos. Dios es digno de
toda la gloria. Que Dios obtenga de Sus hijos alabanzas en abundancia.

CAPÍTULO DIECISIETE

EL PARTIMIENTO DEL PAN

Lectura bíblica: Mt. 26:26-28; 1 Co. 10:16-22; 11:23-32

I. LA INSTITUCIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR

En la iglesia tenemos una cena a la cual todos los hijos de Dios deben asistir.
Esta cena fue instituida por el Señor Jesús la última noche en que estuvo en la
tierra, en la víspera de Su crucifixión. Así pues, esta cena fue la última de la cual
el Señor participó en Su última noche en la tierra. Aunque Él comió después de
Su resurrección, tal acto no era ordinario, sino algo opcional.

¿Cómo fue la última cena? Esta cena tiene su historia. Los judíos celebraban una
fiesta llamada la Pascua, con la cual recordaban su liberación de la esclavitud en
Egipto. ¿Cómo los había salvado Dios? Dios ordenó a los hijos de Israel que
tomaran un cordero por familia, según la familia de sus padres, y que lo
inmolaran al caer la noche del día catorce del primer mes. Después, tenían que
untar con sangre los dos postes y el dintel de la puerta de sus casas. Aquella
noche, ellos comieron la carne del cordero, acompañándola con pan sin
levadura y hierbas amargas. Después del éxodo de Egipto, Dios les ordenó que
guardaran esta fiesta cada año a manera de conmemoración (Éx. 12:1-28). Por
tanto, para los judíos, la Pascua fue instituida como recordatorio de su
liberación.

La última noche antes de que el Señor Jesús partiera de este mundo era también
la noche de la Pascua. Después de que el Señor comió del cordero pascual con
los discípulos, Él instituyó Su propia cena. El Señor estaba tratando de
mostrarnos que debíamos participar en Su cena de la misma manera en que los
judíos participaban del banquete pascual.

Ahora, comparemos estas dos fiestas. Los israelitas fueron salvos y liberados de
Egipto, y ellos guardaban la Pascua. Los hijos de Dios hoy en día son salvos y
liberados de los pecados de este mundo, y participan en la cena del Señor. Los
israelitas tenían su propio cordero. Nosotros también tenemos nuestro Cordero:
el propio Señor Jesús, el Cordero de Dios. Hemos sido liberados de los pecados
de este mundo, del poder de Satanás, y ahora estamos completamente del lado
de Dios. Por tanto, participamos de la cena del Señor de la misma manera en
que los israelitas participaron del cordero pascual.

Después de haber celebrado la Pascua, “tomó Jesús pan y bendijo, y lo partió, y


dio a los discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es Mi cuerpo. Y tomando la
copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque
esto es Mi sangre del pacto, que por muchos es derramada para perdón de
pecados” (Mt. 26:26-28). Esta es la cena que el Señor instituyó.

¿Qué significado encierra una cena? La hora de la cena es un tiempo en el que


toda la familia se reúne para comer en paz, después de un día de labores. No es
una comida en la que tenemos que comer con prisa, como podrían serlo el
desayuno o el almuerzo. Se trata, más bien, de tener una cena apacible y en
completo descanso. Esta debiera ser la clase de atmósfera que impere entre los
hijos de Dios cuando participan de la cena del Señor. Ellos no debieran
apurarse. Sus mentes no debieran estar distraídas, pensando en esto o aquello;
antes bien, ellos debieran disfrutar reposo en la casa de Dios.

El Señor usó pan sin levadura, en lugar de pan leudado, debido a que Él
instituyó Su cena durante la Pascua (Éx. 12:15). El “fruto de la vid” es
mencionado en Mateo 26, Marcos 14 y Lucas 22. Al celebrar la reunión del
partimiento del pan, podemos usar vino de uvas o jugo de uvas, siempre y
cuando se trate del “fruto de la vid”.

II. EL SIGNIFICADO DE LA CENA DEL SEÑOR

A. Hacemos memoria del Señor

¿Por qué el Señor desea que celebremos Su cena? El Señor dijo: “Haced esto ...
en memoria de Mí” (1 Co. 11:25). Por tanto, el primer significado de la cena es
recordar al Señor. El Señor sabe que nos olvidaremos de Él. Si bien la gracia
recibida es inmensa y la redención que recibimos es maravillosa, nuestra
experiencia nos dice que es fácil para el hombre olvidarse del Señor. Si nos
descuidamos un poco, los que recién han sido salvos podrían olvidarse incluso
de la salvación del Señor, por lo cual del Señor deliberadamente nos encargó:
“Haced esto ... en memoria de Mí”.

El Señor desea que hagamos memoria de Él, no solamente porque somos


propensos a olvidarnos de Él, sino, además, porque el Señor necesita que
nosotros hagamos tal conmemoración. El Señor no quiere que nos olvidemos de
Él. Él es mucho más grandioso que nosotros, y jamás podríamos sondear toda
Su grandeza. Así pues, nosotros no le hacemos ningún beneficio a Él al
recordarlo. Antes bien, para nuestro propio beneficio, Él dijo: “Haced esto ... en
memoria de Mí”. El Señor ha sido condescendiente y apeló a nosotros para que
lo recordásemos. Él primero fue condescendiente para llegar a ser nuestro
Salvador. Además, condescendió a fin de ganar nuestros corazones y así obtener
que hagamos memoria de Él. El Señor no desea que nosotros nos olvidemos de
Él. Él desea que semana tras semana, continuamente, vivamos delante de Él y le
recordemos. Él nos pide esto a fin de que obtengamos Sus bendiciones
espirituales. El Señor desea que le recordemos; esta es la petición que Él nos
hace en amor. Si nosotros no hacemos memoria de Él continuamente ni
tenemos siempre presente la redención que Él efectuó por nosotros, fácilmente
nos enredaremos en los pecados del mundo. De ser así, fácilmente surgirán
disputas entre los hijos de Dios. Nuestra pérdida sería, en realidad, inmensa.
Por eso, el Señor desea que le recordemos. Somos bendecidos cuando hacemos
memoria de Él. Esta es una manera de recibir Su bendición. Recibimos la gracia
del Señor por medio de hacer memoria de Él.

Una gran bendición que recibimos como consecuencia de recordar al Señor, es


que nos escapamos de la influencia y dominio que ejercen los pecados del
mundo. Una vez por semana se nos recuerda de cómo recibimos al Señor y
cómo Él murió por nosotros. Al hacer esto, somos separados de los pecados del
mundo. Esta es una de las bendiciones que recibimos al partir el pan en
memoria del Señor.

Otro de los motivos espirituales para partir el pan en memoria del Señor es para
prevenir que los hijos de Dios disputen entre sí y causen divisiones. Cuando me
recuerdo a mí mismo de que soy salvo, y otro hermano también se recuerda a sí
mismo de que él ha sido salvo, ¿cómo podríamos dejar de amarnos los unos a
los otros? Si mientras estoy reflexionando que el Señor Jesús me ha perdonado
a mí de mis numerosos pecados, veo participar de la cena del Señor a una
hermana quien también ha sido igualmente redimida por la sangre, ¿cómo no
podría perdonarla? ¿Cómo podría yo hacer constar sus faltas y causar división
en base a ello? Durante los dos mil años de historia de la iglesia, muchas
disputas surgidas entre hijos de Dios fueron resueltas cuando ellos se reunieron
para participar de la mesa del Señor. En la mesa del Señor, toda animadversión
y odio desaparecen. Cuando recordamos al Señor, también nos acordamos de
cómo fuimos salvos y perdonados. El Señor ha perdonado nuestra deuda de diez
mil talentos. ¿Cómo podríamos entonces apresar a nuestro compañero y asirlo
del cuello, cuando nos debe apenas cien denarios? (Mt. 18:21-35). Cuando un
hermano hace memoria del Señor, su corazón es ensanchado al grado que puede
recibir a todos los hijos de Dios. Este hermano verá que todos los redimidos por
el Señor son amados por Él y, espontáneamente, él querrá amarlos también. Si
estamos en el Señor, no tendremos envidia, odio, resentimiento, ni dejaremos
de perdonar. Sería irracional acordarnos de cómo el Señor nos perdonó de
nuestros muchos pecados y seguir peleando con los hermanos y hermanas. No
es posible hacer memoria del Señor si somos pendencieros, envidiosos,
iracundos y rencorosos. Por tanto, siempre que nos reunimos para recordar al
Señor, el Señor nos recuerda de Su amor y de Su obra en la cruz. Él nos recuerda
que todos los que Él salvó, son amados por Él. El Señor nos ama, y se dio a Sí
mismo por nosotros. Él se dio a sí mismo por nosotros y por todos los que le
pertenecen. Él ama a quienes le pertenecen, y nosotros espontáneamente
amamos a todos Sus hijos, porque no podemos odiar a los que Él ama.

“Haced esto ... en memoria de Mí”. Jamás podremos hacer memoria de las
personas que no conocemos. Tampoco podremos recordar aquellas cosas que no
hemos experimentado. Aquí el Señor desea que hagamos memoria de Él, lo cual
significa que ya le conocimos en Gólgota y que ya recibimos Su gracia. Estamos
aquí recordando lo que Él ha conseguido. Miramos retrospectivamente para
hacer memoria del Señor de la misma manera que los judíos recuerdan la
Pascua.

¿Por qué hay tantas personas perezosas y sin fruto? Es debido a que se han
olvidado de que ya fueron purificadas de sus antiguos pecados (2 P. 1:8-9). Este
es el motivo por el cual el Señor desea que le recordemos y le amemos. Él quiere
que lo recordemos todo el tiempo. Debemos recordar que la copa representa el
nuevo pacto promulgado por medio de Su sangre, la cual fluyó en beneficio
nuestro. También debemos recordar que el pan es Su cuerpo que fue dado por
nosotros. Esto es lo primero que debemos recalcar al partir el pan.

B. Anunciamos la muerte del Señor

La cena del Señor encierra también otro significado. 1 Corintios 11:26 dice:
“Pues, todas las veces que comáis este pan, y bebáis esta copa, la muerte del
Señor anunciáis hasta que Él venga”. Al comer el pan y beber la copa,
anunciamos la muerte del Señor. La palabra que en este versículo se tradujo
“anunciáis” también puede traducirse: “proclamáis”. Esto significa proclamar la
muerte del Señor ante los demás. Al encomendarnos la celebración de Su cena,
el Señor no solamente nos pide que le recordemos, sino también que
proclamemos Su muerte.

¿Por qué el pan y la copa anuncian la muerte del Señor? En un principio, la


sangre se halla en la carne, pero cuando la sangre está separada de la carne, eso
quiere decir que ha habido muerte. Cuando vemos el vino en la copa, vemos la
sangre, y cuando vemos el pan sobre la mesa, vemos la carne. La sangre del
Señor está en un lado y Su carne en el otro. Así pues, la sangre ha sido separada
de la carne. Así anunciamos la muerte del Señor. En esta reunión no hay
necesidad de que digamos a los demás: “Nuestro Señor murió por nosotros”.
Los asistentes saben que ha habido muerte al ver que la sangre está separada de
la carne.

¿Qué es el pan? Es trigo hecho polvo. ¿Qué contiene la copa? Las uvas que han
sido exprimidas. Al ver el pan, éste nos recuerda el trigo molido, y al ver la copa,
ella nos recuerda las uvas que fueron exprimidas. Es obvio que todo esto nos
recuerda la muerte. Un grano de trigo es únicamente un grano, y no puede
llegar a convertirse en pan si no ha sido molido primero. Asimismo, un racimo
de uvas no puede llegar a ser vino a menos que haya sido exprimido. Si un grano
de trigo procura salvarse a sí mismo, no habrá pan. Del mismo modo, si un
racimo de uvas trata de salvarse, no habrá vino. Aquí el Señor habló por medio
de Pablo: “Pues, todas las veces que comáis este pan, y bebáis esta copa, la
muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga”. Nosotros comemos los granos
que han sido molidos y bebemos las uvas que fueron exprimidas. Hacemos esto
a fin de anunciar la muerte del Señor.

Tal vez sus padres, sus hijos u otros familiares suyos no conozcan al Señor. Si
usted los lleva a la reunión y ellos ven el pan, le preguntarán: “¿Qué es eso?
¿Qué significado encierra partir el pan así? ¿Y qué significa la copa?”. Usted
responderá: “La copa representa la sangre y el pan representa la carne. La
sangre está separada de la carne, ¿qué representa este hecho para ustedes?”.
Entonces ellos responderán: “Esto quiere decir que ha habido muerte”. La
sangre está en un lado, y la carne en el otro. La sangre y la carne están
separadas, lo cual implica muerte. Podemos demostrar delante de todos los
hombres que aquí se exhibe la muerte del Señor. Cuando estamos en el salón de
reunión, deberíamos predicar el evangelio no sólo con nuestros labios o con
nuestros dones, sino también mediante la cena del Señor. Esta es una manera
de predicar el evangelio. Constituiría un gran evento a escala universal si los
hombres comprendieran que participar de la cena del Señor no es un ritual. Más
bien, debemos comprender que al participar de la cena del Señor estamos
anunciando Su muerte. Jesús nazareno, el Hijo de Dios, murió. Este hecho de
inmenso significado es exhibido ante nosotros.

A ojos de los hombres, el Señor Jesús ya no está en la tierra, pero los símbolos
de la cruz, esto es, el pan y la copa, todavía están entre nosotros. Siempre que
vemos el pan y la copa, somos recordados de la muerte del Señor en la cruz. Este
símbolo de la cruz nos recuerda la constante necesidad que tenemos de recordar
que el Señor murió por nosotros.

“Pues, todas las veces que comáis este pan, y bebáis esta copa, la muerte del
Señor anunciáis hasta que Él venga”. Ciertamente el Señor regresará, lo cual
representa un gran consuelo para nosotros. Resulta particularmente
significativo que asociemos Su venida con la cena del Señor. ¿Acaso no
disfrutamos la cena al anochecer? La cena es la última comida del día. Todas las
semanas participamos de la cena del Señor. La iglesia ha venido participando de
la misma cena una semana tras otra durante casi dos mil años. Esta cena aún no
ha terminado, y nosotros seguimos celebrándola. Nosotros esperamos y
esperamos, hasta el día que el Señor regrese. Cuando Él regrese, ya no
celebraremos esta cena. Cuando nos encontremos con el Señor cara a cara, ya
no habrá necesidad de celebrar esta cena, pues ya no será necesario recordar al
Señor de esta manera.

Por tanto, celebramos la cena del Señor para recordar al Señor y anunciar Su
muerte hasta que Él venga. La cena del Señor es para hacer memoria de Él.
Esperamos que los hermanos y hermanas fijen sus ojos en Él desde el inicio de
su vida cristiana. Si uno recuerda al Señor, espontáneamente recordará también
Su muerte y, al hacerlo, espontáneamente fijará su mirada en el reino, cuando el
Señor regrese y nos reciba a Sí mismo. La cruz siempre nos conduce a Su
segunda venida; siempre nos lleva a la gloria. Cuando recordemos al Señor,
tenemos que alzar la vista y decir: “Señor, anhelo ver Tu rostro; cuando vea Tu
rostro, todo lo demás se desvanecerá”. El Señor anhela que le recordemos. Él
desea que anunciemos Su muerte de continuo y que la proclamemos hasta que
Él venga.

III. EL SIGNIFICADO DE LA MESA DEL SEÑOR

En el décimo capítulo de 1 Corintios encontramos otra expresión para referirse a


la reunión del partimiento del pan. No se refiere a ella como una cena sino como
una mesa. Como cena que fue instituida en la víspera de Su muerte, esta
reunión tiene como fin recordar al Señor y anunciar Su muerte hasta que Él
regrese, pero esto es sólo un aspecto de la reunión del partimiento del pan. Esta
reunión tiene otro aspecto, el cual es representado por la mesa del Señor (v. 21).
El significado de la mesa del Señor se halla claramente definido en los versículos
16 y 17, que afirman: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la
comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del
cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un
Cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan”. Aquí se hallan implícitas
dos cosas: comunión y unidad.

A. Comunión

El primer significado de la mesa del Señor es la comunión. “La copa de


bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo?”. ¿No
compartimos acaso la copa del Señor cuando recordamos al Señor? En esto
consiste la comunión. El capítulo 11 de 1 Corintios se refiere a la relación que
hay entre los discípulos y el Señor, pero el capítulo 10 hace referencia a la
relación que existe entre los santos. La cena tiene como finalidad recordar al
Señor, mientras que la mesa es para que nosotros tengamos comunión mutua
los unos con los otros. “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la
comunión de la sangre de Cristo?”. Aquí no solamente se recalca beber de la
sangre de Cristo, sino también la común participación en esta sangre. A esta
común participación la llamamos comunión.

En la frase “la copa de bendición que bendecimos” la palabra copa está en


singular. La copa de la cual se habla en Mateo 26:27 también está en singular y,
según el texto original, se traduce: “Y tomando la copa, y habiendo dado gracias,
les dio, diciendo: Bebed de ella todos”. Es debido a esto que no nos parece
correcto utilizar muchas copas, pues una vez que hay más de una copa, el
significado cambia. La copa que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de
Cristo? Todos recibimos de la misma copa. Así pues, el significado de tener la
misma copa es comunión. Si no disfrutamos de intimidad entre nosotros,
ciertamente no podremos beber de la misma copa, no podremos sorber del
mismo vaso. Los hijos de Dios beben de la misma copa. Todos beben de la
misma copa. Uno toma un sorbo y luego otro toma otro sorbo. Somos muchos,
pero aun así, bebemos de la misma copa. Esto significa comunión.

B. Unidad

El segundo significado de la mesa del Señor es unidad. “El pan que partimos,
¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con
ser muchos, somos un Cuerpo” (1 Co. 10:16-17). Aquí vemos que los hijos de
Dios son uno. En el capítulo 11, cuando se habla del pan, éste tiene un
significado distinto del que se menciona en el capítulo 10. El capítulo 11 relata
que el Señor dijo: “Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado” (v. 24); esto se
refiere al cuerpo físico del Señor. En cambio, al mencionarse el pan en el
capítulo diez se hace referencia a la iglesia, pues se dice: “Nosotros, con ser
muchos, somos un Cuerpo” (v. 17). Nosotros somos el pan, y este pan es la
iglesia.

Es necesario que percibamos los diversos aspectos de la mesa del Señor; a saber:
la mesa como conmemoración, la mesa como proclamación y la mesa como
comunión; además, en la mesa también se ve la unidad. Todos los hijos de Dios
son uno de la misma manera que el pan es uno solo. Tenemos un solo pan. Uno
parte un pedazo del pan y lo ingiere, otro parte otro pedazo y lo toma. Si todos
estos pedacitos que fueron partidos e ingeridos se volvieran a reunir, ¿no
tendríamos un solo pan? Si bien este pan es repartido entre nosotros y es
ingerido por cada uno de nosotros, todavía sigue siendo un solo pan en el
Espíritu. Una vez que el pan tangible es consumido, éste desaparece y es
imposible volver a reunir los pedazos que fueron ingeridos, pero, en términos
espirituales, el pan sigue siendo uno y es uno en el Espíritu. Cristo, al igual que
el pan, es uno en un principio. Mas Dios imparte un poco de Cristo en usted y
otro poco en mí. Este Cristo que es uno, ahora se ha dispersado y mora en los
muchos miembros. Cristo es espiritual, aunque está disperso, no está dividido;
Él sigue siendo uno solo. Dios imparte este Cristo tanto a usted como a mí; mas
en el Espíritu, Cristo sigue siendo uno. El pan disperso sigue siendo uno en el
Espíritu y no está dividido. Cuando los hijos de Dios parten el pan, no solamente
están recordando al Señor, anunciando Su muerte y disfrutando de comunión
los unos con los otros; sino que, además, están reconociendo la unidad que
existe entre ellos mismos. Así pues, este pan representa la unidad de la iglesia
de Dios.

El elemento fundamental de la mesa del Señor es el pan. Este pan es crucial. En


un sentido general, este pan representa a todos los hijos de Dios, mientras que,
en un sentido particular, representa a los hijos de Dios en una determinada
localidad. Si algunos hijos de Dios se reúnen y únicamente tienen conciencia de
los allí reunidos, y si su pan únicamente incluye a unos cuantos, dicho pan es
demasiado pequeño, no abarca lo suficiente. El pan debe incluir a todos los hijos
de Dios de esa determinada localidad y también debe representar a la iglesia en
esa misma localidad. Eso no es todo, además el pan debe también incluir a todos
los hijos de Dios en la tierra. Tenemos que comprender que este pan proclama la
unidad que existe entre los hijos de Dios. Si deseamos establecer nuestra propia
iglesia, entonces nuestro pan es demasiado pequeño y no puede representar a
toda la iglesia. Si hay una mesa en un determinado lugar, y aquellos que
concurren a dicha mesa no pueden afirmar verazmente que: “Nosotros, con ser
muchos, somos un Cuerpo”, entonces, no podemos participar de ese pan porque
dicho pan no constituye la mesa del Señor.

Cada vez que partimos el pan, tenemos que recordar al Señor, y nuestros
corazones tienen que estar abiertos a los hermanos y hermanas. Todos los hijos
de Dios, siempre y cuando se trate de personas redimidas por la sangre preciosa,
se hallan incluidos en este único pan. Es necesario que nuestros corazones sean
ensanchados por el Señor, ellos tienen que ser tan grandes como el pan que
partimos. Si bien somos muchos, somos un solo pan. Incluso aquellos hermanos
y hermanas que no parten el pan con nosotros están incluidos en este pan. Si al
partir el pan ignoramos completamente a tales hermanos; entonces nuestro pan
no es lo suficientemente grande y nuestro corazón tampoco lo es. Esto no está
bien. No podemos albergar el pensamiento de excluir ciertos hermanos y
hermanas ni podemos pedirles que se marchen. Este pan no nos permite ser
personas estrechas o intolerantes.

Si un hermano que nunca antes compartió el pan con nosotros asiste a la mesa
del Señor y es uno que ha sido unido al Señor, entonces él también forma parte
de este pan. ¿Lo recibimos o no? Por favor, recuerden que no somos los
anfitriones de este banquete; en el mejor de los casos somos apenas los ujieres.
La mesa del Señor no nos pertenece. El Señor establece Su mesa en una
localidad bajo el mismo principio en que estableció Su mesa en aquel aposento
alto: tal aposento era prestado. Hoy en día, el Señor sólo utiliza un determinado
lugar para establecer Su mesa y, por ende, nosotros no podríamos prohibir que
otros partan el pan con nosotros, pues esta mesa es del Señor. La autoridad para
recibir o no recibir a alguien le pertenece al Señor. Nosotros no tenemos tal
autoridad. Nosotros no podemos rechazar a quienes el Señor recibe, no
podemos rechazar a ninguno que pertenezca al Señor. Sólo podemos rechazar a
aquellos que el Señor rechazó y a aquellos que no pertenecen al Señor.
Únicamente podemos rechazar a los que practican el pecado y rehúsan salir del
mismo. Simplemente interrumpimos nuestra comunión con tales personas,
pues ellas ya han interrumpido su comunión con el Señor. Así como nosotros no
podemos rechazar a quienes el Señor recibe, tampoco podemos recibir a quienes
el Señor no recibe, o sea, a aquellos que han cesado de tener comunión con el
Señor. Por tanto, tenemos que conocer bien a una persona antes de decidir si
ella puede ser recibida o no en la mesa del Señor. Debemos ser cuidadosos
cuando se trata de determinar si recibimos a alguien en la reunión de
partimiento del pan. No podemos ser descuidados al respecto. Lo que hagamos,
tenemos que hacerlo en conformidad con el deseo del Señor.

IV. DIVERSOS ASUNTOS RELACIONADOS CON


LA REUNIÓN DEL PARTIMIENTO DEL PAN

Finalmente, tenemos que mencionar dos o tres asuntos más. En las reuniones
en que partimos el pan debemos preocuparnos especialmente por una cosa: por
ser aquellos que ya han sido limpiados por la sangre del Señor, no acudimos a
esta reunión para suplicar que seamos lavados con Su sangre. Por ser aquellos
que han recibido la vida del Señor, no acudimos a esta reunión para suplicar que
se nos imparta Su vida. Por tanto, en esta reunión, deberíamos pronunciar
únicamente palabras de bendición. “La copa de bendición que bendecimos”. En
realidad, nosotros bendecimos aquello que ya ha sido bendecido por el Señor.
La noche en que fue traicionado, “tomó Jesús pan y bendijo ... Y tomando la
copa, y habiendo dado gracias” (Mt. 26:26-27). Allí, el Señor únicamente
bendijo y dio gracias. Después que el Señor partió el pan, Él y Sus discípulos
cantaron un himno (v. 30). La atmósfera de esta reunión debe ser una de
bendición y alabanza. En esta reunión, no se exhorta ni se predica. Estaría bien
decir algo que se relacione directamente con el Señor, pero tal vez ni siquiera
esto sea necesario. Definitivamente cualquier otra clase de predicación es
inapropiada (el mensaje en la reunión del partimiento del pan dado por Pablo
en Troas, tal como aparece en Hechos 20, constituye una excepción). En esta
reunión, debemos limitarnos exclusivamente a elevar acciones de gracias y
alabanzas.
Partimos el pan una vez por semana. Cuando el Señor instituyó la cena, Él dijo:
“Haced esto todas las veces...” (1 Co. 11:25). La iglesia primitiva partía el pan el
primer día de la semana (Hch. 20:7). Nuestro Señor no solamente murió, sino
que también resucitó. Recordamos al Señor en resurrección. El primer día de la
semana es el día de la resurrección del Señor. En el primer día de la semana, lo
más importante es recordar al Señor. Espero que ningún hermano o hermana
olvide esto.

Además, es necesario que seamos considerados “dignos” al recordar al Señor. 1


Corintios 11:27-29 dice: “De manera que cualquiera que coma el pan o beba la
copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.
Pero pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.
Porque el que come y bebe, sin discernir el cuerpo, juicio come y bebe para sí”.
Es, pues, de mucha importancia que, al venir a la mesa, recordemos que es
necesario ser considerados dignos. Esto no se refiere a si una persona es digna o
no, sino, más bien, se refiere a si su actitud hacia la mesa es digna. Si una
persona pertenece al Señor, le es permitido participar del pan. Si una persona
no le pertenece al Señor, no puede participar del pan. Por tanto, no es una
cuestión de si la persona es digna o no. Sino más bien, es cuestión de la actitud
que ella tiene hacia la mesa. Es incorrecto que nosotros seamos descuidados y
no manifestemos discernimiento del Cuerpo cuando participamos de Él. Es por
eso que el Señor desea que nosotros tengamos el discernimiento apropiado. Si
bien no es un problema que atañe directamente a nuestra persona, tenemos que
comprender que participamos del cuerpo del Señor cuando comemos el pan.
Por ello, nuestra actitud no debiera ser una de despreocupación, descuido,
menosprecio o ligereza. Tenemos que tomar el pan de una manera que sea digna
del cuerpo del Señor. El Señor nos ha dado Su sangre y Su carne. Nosotros
debemos recibir tales elementos, así como recordar al Señor con la debida
devoción.
MENSAJES PARA EDIFICAR A LOS CREYENTES
NUEVOS, TOMO 2
Watchman Nee

CONTENIDO

1. Capítulo dieciocho: Dar testimonio


2. Capítulo diecinueve: Como conducir las personas a Cristo
3. Capítulo veinte: La salvación de la familia
4. Capítulo veintiuno: Si alguno peca
5. Capítulo veintidos: Confesión y restitución
6. Capítulo veintitrés: Perdón y restauración
7. Capítulo veinticuatro: Las reacciones que tiene un creyente
8. Capítulo veinticinco: Libres del pecado
9. Capítulo veintiséis: Nuestra vida
10. Capítulo veintisiete: Buscar la voluntad de Dios
11. Capítulo veintiocho: La administración de nuestras finanzas
12. Capítulo veintinueve: Nuestra ocupación
13. Capítulo treinta: El matrimonio
14. Capítulo treinta y uno: La elección del cónyuge
15. Capítulo treinta y dos: El esposo y la esposa
16. Capítulo treinta y tres: Los padres
17. Capítulo treinta y cuatro: Los amigos

PREFACIO

En 1948, una vez reanudado su ministerio, Watchman Nee conversó, en


numerosas ocasiones, con los hermanos acerca de la urgente necesidad de
suministrar a los creyentes una educación espiritual apropiada. Él deseaba que
tuviéramos como meta proveer las enseñanzas más básicas a todos los
hermanos y hermanas de la iglesia, a fin de que tengan un fundamento sólido en
lo que respecta a las verdades bíblicas, y manifestar así el mismo testimonio en
todas las iglesias. Los tres tomos de Mensajes para edificar a los creyentes
nuevos contienen cincuenta y cuatro lecciones que el hermano Watchman Nee
impartió durante su entrenamiento para obreros en Kuling. Estos mensajes son
de un contenido muy rico y abarcan todos los temas pertinentes. Las verdades
tratadas en ellos son fundamentales y muy importantes. Watchman Nee
deseaba que todas las iglesias locales utilizaran estas lecciones para edificar a
sus nuevos creyentes y que las terminaran en el curso de un año y, luego que las
mismas lecciones se repitiesen año tras año.
Cuatro de las cincuenta y cuatro lecciones aparecen como apéndices al final del
tercer tomo. Si bien estos cuatro mensajes fueron dados por Watchman Nee en
el monte Kuling como parte de la serie de mensajes para los nuevos creyentes,
ellos no se incluyeron en la publicación original. Ahora, hemos optado por
incluir esos mensajes como apéndices al final de la presente colección. Además
de estos cuatro mensajes, al comienzo del primer tomo presentamos un mensaje
que dio Watchman Nee en una reunión de colaboradores en julio de 1950 acerca
de las reuniones que edifican a los nuevos creyentes, en donde presentó la
importancia que reviste esta clase de entrenamientos, los temas principales que
se deberán tratar y algunas sugerencias de carácter práctico.

CAPÍTULO DIECIOCHO

DAR TESTIMONIO

Lectura bíblica: Hch. 9:19-21; 22:15; 1 Jn. 4:14; Jn. 1:40-45; 4:29; Mr. 5:19

I. LO QUE SIGNIFICA DAR TESTIMONIO

¿Cuánto tiempo dura la luz de una vela? Obviamente, hasta que la vela se
consuma. Pero si con ella encendemos otra, la luz duplicará su intensidad.
¿Disminuirá la luz de la primera vela por haber encendido la segunda? Claro
que no. ¿Qué pasaría si usáramos la segunda vela para encender una tercera?
¿Acaso disminuirá la luz de la segunda? Ciertamente que no disminuirá. La luz
de cada vela durará hasta que dicha vela se haya consumido. Pero cuando la
primera vela se apague, la segunda todavía permanecerá encendida, y cuando
esta se consuma, la tercera continuará alumbrando. Lo mismo sucederá si
encendemos diez, cien o mil velas; la luz nunca se apagará. Este ejemplo es una
ilustración del testimonio de la iglesia. Cuando el Hijo de Dios estuvo en la
tierra, Él encendió la primera vela, y desde entonces se han encendido más
velas, una tras otra. Durante diecinueve siglos, la iglesia ha brillado como el
resplandor de las velas. Cuando una vela se consume, otra ha comenzado a
brillar en su lugar, y este proceso continúa aún en nuestros días, pues de la
misma manera en que la salvación jamás se ha detenido, el fulgor de la iglesia
nunca ha cesado de brillar en la tierra. Algunos encendieron diez velas, otros
cien, pero las velas se han venido encendiendo una tras otra, sin interrupción, y
la luz continúa resplandeciendo.

Hermanos y hermanas, ¿desean que vuestra luz perdure o desean que ella se
apague cuando su vela se haya consumido? Aquel que nos encendió, lo hizo con
la expectativa de que la luz no se extinguiera al finalizar nuestro curso sobre la
tierra. Todo cristiano debe esforzarse al máximo por hacer que otros reciban la
salvación; debe empeñarse en testificar ante los demás y conducirlos al Señor, a
fin de que tal testimonio continúe presente en esta tierra de generación en
generación. Es lamentable que la luz de algunos se apaga y su testimonio
personal cesa. ¡Esto es muy lamentable! La iglesia se ha propagado por
generaciones. El testimonio de algunos continúa, mientras que el de otros cesa
al carecer de descendientes. La luz de una vela sólo puede brillar mientras esta
permanezca encendida. Asimismo, el testimonio de una persona sólo puede
durar mientras ella todavía viva. A fin de que dicha luz continúe alumbrando,
otras velas deberán ser encendidas antes que la luz de la primera vela se haya
apagado. Por tanto, la segunda, la tercera, la centésima, la milésima e incluso la
diezmilésima vela, seguirán propagando esta luz. Esta luz continuará para
siempre y se extenderá por todo el mundo. Dicha propagación no hará que la luz
de cada vela mengüe, pues no sufriremos pérdida alguna cuando testifiquemos;
más bien, esto hará que nuestro testimonio perdure.

¿Qué significa dar testimonio? En Hechos 22:15 el Señor envió a Ananías para
que le dijera a Pablo: ―Porque serás testigo Suyo a todos los hombres, de lo que
has visto y oído‖. Esto nos muestra que nuestro fundamento para dar testimonio
es aquello que hemos visto y oído. Uno no puede ser testigo de lo que no ha visto
con sus propios ojos, ni oído con sus propios oídos. Puesto que Pablo vio algo
con sus propios ojos y escuchó algo con sus propios oídos, Dios le encomendó
ser testigo de lo que había visto y oído. En 1 Juan 4:14 se nos dice en qué
consiste dar testimonio: ―Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha
enviado al Hijo, como Salvador del mundo‖. Una persona es testigo de lo que ha
visto. Gracias a Dios, ustedes han creído en el Señor. Ustedes han tenido un
encuentro con Él, han creído en Él, le han recibido y lo han hecho suyo. Ustedes
son salvos; han sido librados de vuestros pecados, han recibido el perdón y han
obtenido la paz. Habiendo creído en el Señor, ¡cuánto os regocijáis! Este gozo es
algo que jamás habían poseído. Anteriormente, ¡cuan pesada era la carga del
pecado que llevaban sobre vuestros hombros! Pero ahora, gracias a Dios, esta
carga del pecado ya no existe. Hemos visto y oído algo. ¿Qué debemos hacer
hoy? Debemos dar testimonio de nuestra experiencia. Esto no significa que
debamos renunciar a nuestro empleo para dedicarnos a predicar. Esto significa
que debemos ser testigos ante amigos, familiares y conocidos de lo que hemos
visto y oído, conduciéndolos así al Señor.

El evangelio se detendrá si no continuamos dando testimonio. Es indudable que


somos salvos, poseemos la vida del Señor y estamos ―encendidos‖; pero si no
encendemos a otros, nuestro testimonio cesará cuando nuestra vela se haya
consumido. No debemos ir al encuentro del Señor con las manos vacías, sino
que debemos traer a muchos otros cuando nos encontremos con el Señor. Los
nuevos creyentes tienen que aprender desde el comienzo a dar testimonio y a
traer a mucha gente al Señor. No seamos negligentes en este asunto. Si un
creyente no da testimonio de su fe desde el comienzo, después de unos pocos
días formará el hábito de no decir nada, y costará mucho esfuerzo cambiarlo. El
día que creímos en el Señor por primera vez gustamos de tan vasto amor,
recibimos un Salvador maravilloso, una salvación muy grande y una tremenda
emancipación. No obstante, ¡todavía no damos testimonio de esto ni
encendemos a otros con nuestra luz! ¡Esto verdaderamente nos pone en deuda
con el Señor!

II. EJEMPLOS DE DAR TESTIMONIO

Analicemos cuatro porciones de la Palabra, las cuales nos proporcionan muy


buenos ejemplos de cómo testificar.

A. Ir a la ciudad a decirle a los hombres

En Juan 4, el Señor le habló a la mujer samaritana acerca del agua de vida. Por
medio de esto, ella comprendió que nadie en la tierra puede hallar satisfacción
en otra cosa que no sea el agua de vida. Todo el que beba agua de un pozo, no
importa cuántas veces lo haga, volverá a tener sed y nunca estará satisfecho.
Únicamente al beber del agua que el Señor nos da, podremos saciar nuestra sed;
pues en nuestro interior brotará una fuente que habrá de saciarnos
continuamente. Solamente este gozo interno puede satisfacernos de verdad. La
mujer samaritana se había casado cinco veces. Ella se casó con uno y otro
hombre; cambió maridos cinco veces; aun así, ella no estaba satisfecha. Ella era
de aquellas personas que beben una y otra vez sin jamás hallar satisfacción, al
extremo que ahora ella vivía con alguien que no era su marido. Indudablemente,
ella era una persona que no había hallado satisfacción. Pero el Señor era
poseedor del agua de vida que la podía satisfacer. Cuando el Señor le declaró
quien era Él, ella lo recibió. Luego, ella abandonó su cántaro y corrió a la ciudad
diciendo: ―Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No
será éste el Cristo?‖ (v. 29). Su primera reacción fue dar testimonio. ¿De qué dio
testimonio? De Cristo. Quizás en la ciudad todos sabían acerca de ella, pero
probablemente no conocían muchas de las cosas que ella había hecho. Sin
embargo, el Señor le dijo todo cuanto ella había hecho. Esta mujer
inmediatamente dio testimonio, diciendo: ―¿No será éste el Cristo?‖. En cuanto
ella vio al Señor, abrió sus labios para instar a los demás a constatar si esta
persona era el Cristo; y como resultado de sus palabras muchos creyeron en el
Señor.

Todo cristiano tiene la obligación de ser un testigo y dar a conocer al Señor a los
demás. El Señor ha salvado a una persona tan pecadora como yo. Si Él no es el
Cristo, ¿quién más podría ser? Si Él no es el Hijo de Dios, ¿quién más podría
ser? Tengo la obligación de proclamar esto. Tengo que abrir mis labios y dar
testimonio. Aunque tal vez no sepa cómo dar un sermón, ciertamente sé que Él
es el Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador designado por Dios. He visto que soy un
pecador, y yo sé que el Señor me ha salvado. No puedo explicar lo sucedido
conmigo, pero ciertamente puedo instar a los demás a que vengan y
comprueben cuán gran cambio se ha operado en mí. Simplemente no sé cómo
sucedió, pero el hecho es que antes yo me consideraba una persona muy buena,
y ahora reconozco que soy un pecador. El Señor me ha mostrado mis pecados,
cosas que yo no pensaba que eran pecado. Y ahora sé qué clase de persona soy.
En el pasado, cometí muchos pecados acerca de los cuales nadie se enteró y de
los que ni yo misma me daba cuenta. Cometí muchos pecados; sin embargo, no
los consideraba pecado. Mas he aquí un hombre que me ha dicho todo cuanto
he hecho. Él me ha dicho todo cuanto yo sabía, y me ha hecho saber aquello que
desconocía. No puedo sino confesar que he tenido un encuentro con el Cristo y
que he conocido al Salvador. He aquí un hombre que me ha dicho que el
―marido‖ que tenía no era mi marido. Él mismo me dijo, además, que si yo bebía
de esta agua, volvería a tener sed y tendría que regresar por más. ¡Cuánta
verdad había en Sus palabras! Venid y ved. ¿No es acaso Él el Salvador? ¿No es
acaso este el Cristo? ¿No es este el Único que nos puede salvar?

Todos aquellos a quienes les ha sido revelado que son pecadores, ciertamente
tienen un testimonio que contar; al igual que todos aquellos que han conocido al
Salvador. La mujer samaritana testificó pocas horas después de haber conocido
al Señor. Ella no dejó pasar unos años, ni esperó a regresar de una campaña de
avivamiento para dar testimonio, sino que testificó en cuanto retornó a la
ciudad. Tan pronto una persona es salva, inmediatamente debe contar a los
demás lo que ha visto y entendido. No debemos hablar de lo que no sabemos, ni
tratemos de componer un largo discurso, simplemente demos nuestro
testimonio. Al testificar, sólo necesitamos expresar lo que sentimos. Podemos
decir, por ejemplo: ―Antes de creer en el Señor me sentía tan deprimido, pero
ahora que he creído en Él, me he convertido en una persona feliz. En el pasado,
me esforzaba por conseguir muchas otras cosas, pero jamás estaba satisfecho.
Ahora poseo una dulzura inexplicable dentro de mí. Antes de creer en el Señor,
no podía dormir bien, pero ahora duermo en paz. La ansiedad y la amargura me
consumían, pero ahora, adondequiera que voy, me acompañan la paz y el gozo‖.
Ciertamente ustedes tienen la capacidad de relatar su propia experiencia a los
demás. No tienen que decirles aquello que no están en posición de predicar, ni
hablar de aquello que no conocen. No hablen nada que vaya más allá de lo que
conocen o que no corresponda a su condición actual, pues ello podría acarrear
controversia. Simplemente preséntense como testigos vivos y los demás no
tendrán nada que decir.

B. Vaya a los suyos y cuénteles

En Marcos 5:1-20 se nos narra la historia de un hombre que estaba poseído de


demonios. Este es el caso más serio de posesión demoníaca que nos relata la
Biblia. Había una legión de demonios dentro de este hombre, quien vivía entre
los sepulcros y no podía ser atado, ni siquiera con cadenas. Gritaba de día y de
noche entre las tumbas y en los montes, y se hería con piedras. Cuando el Señor
mandó que los demonios salieran de él, estos entraron en una piara de casi dos
mil cerdos, los cuales se precipitaron en el mar por un despeñadero y se
ahogaron. Después que el hombre endemoniado fue salvo, el Señor le dijo: ―Vete
a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuánto el Señor ha hecho por ti, y cómo ha
tenido misericordia de ti‖ (v. 19).

Después que uno es salvo, es el deseo del Señor que uno les cuente a los suyos —
a sus familiares, vecinos, amigos y colegas— que ha sido salvo. No sólo debemos
testificar que creemos en Jesús, sino también cuánto ha hecho Él por nosotros.
Él quiere que divulguemos lo que nos aconteció. Así, encenderemos a otros
también y la salvación, lejos de llegar a su fin con nosotros, continuará
propagándose.

Es muy lamentable que muchas almas que pertenecen a familias cristianas se


encuentren camino a la condenación. Muchos de nosotros todavía tenemos
padres, hijos, parientes o amigos que aún no han oído el evangelio de Cristo de
nuestras bocas. Ellos únicamente tienen acceso a las bendiciones y alegrías de
esta era, y carecen de esperanza con respecto a la era venidera. ¿Qué impide que
les contemos todo lo que el Señor ha hecho por nosotros? Estas personas están
al lado nuestro. Si ellos nos pueden oír el evangelio de nosotros, ¿quién más lo
hará?

Si hemos de testificar ante nuestros familiares, nuestra conducta con ellos


tendrá que cambiar mucho. Deberá ser patente para ellos que desde que
creímos en el Señor, nuestra vida ha cambiado, pues sólo así nos escucharán y
sólo así les mereceremos confianza. Por ello, tenemos que ser personas más
justas, más abnegadas, más caritativas, más diligentes y más gozosas que antes.
De otro modo, ellos no creerán nuestras palabras. Además, tenemos que
testificar ante ellos el motivo por el cual nosotros hemos cambiado tanto.

C. Proclamarlo en la sinagoga

Hechos 9:19-21 dice: ―Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que
estaban en Damasco. Enseguida comenzó a proclamar a Jesús en las sinagogas,
diciendo que Él era el Hijo de Dios. Y todos los que le oían estaban atónitos, y
decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este
nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los principales sacerdotes?‖.

Saulo iba en camino a Damasco con la finalidad de apresar a quienes habían


creído en el Señor. Mas en el camino, el Señor le salió al encuentro y le habló.
Repentinamente la luz resplandeció, Pablo cayó en tierra y fue cegado; y los
hombres que viajaban con él tuvieron que llevarlo de la mano a Damasco, donde
estuvo por tres días ciego y permaneció sin comer ni beber. Al final de esos tres
días, el Señor envió a Ananías para que le impusiera las manos a Pablo, quien
recibió la vista, se levantó y fue bautizado. Después de comer, recobró las
fuerzas, y Pablo comenzó enseguida a proclamar en las sinagogas testificando a
otros que Jesús era el Hijo de Dios. Obviamente, hacer esto no era nada fácil,
pues anteriormente Pablo había perseguido a los discípulos del Señor. Además,
es posible que Pablo fuese una de las setenta y un personas que componían el
sanedrín judío. Él había recibido cartas del sumo sacerdote e iba por el camino
para apresar a los creyentes y llevarlos ante él. ¿Qué debía hacer ahora que
había creído en el Señor? Inicialmente, él se había propuesto encarcelar a los
que creían en el Señor; ahora él mismo se hallaba en peligro de ser apresado.
Humanamente hablando, él debía escaparse o esconderse, pero en lugar de ello,
entró en las sinagogas (no solo una, sino muchas) para probarles a los judíos
que Jesús es el Hijo de Dios. Esto nos muestra que lo primero que una persona
debe hacer después de recibir al Señor, es dar testimonio. Después de haber
recobrado la vista, Pablo aprovechó la primera oportunidad que tuvo para
testificar que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios. Todo el que cree en el Señor
Jesús debe hacer lo mismo.

Todo el mundo sabe que Jesús existe, pero muchos sólo lo conocen como uno
más entre millones de hombres. En otras palabras, a Jesús se le considera que
es solamente uno entre muchos. Aunque para unos sea un poco más especial
que para otros, sigue siendo un hombre común para todos ellos. Pero un día, la
luz y la revelación divinas iluminaron los ojos de nuestro corazón y descubrimos
algo. ¡Descubrimos que este Jesús es el Hijo de Dios! ¡Descubrimos que Dios
tiene un Hijo! ¡Jesús es el Hijo de Dios! ¡Qué gran descubrimiento!
Descubrimos que entre todos los hombres, hay uno que es el Hijo de Dios. ¡Esto
es verdaderamente maravilloso! Cuando una persona recibe al Señor Jesús
como su Salvador, y confiesa que Él es el Hijo de Dios, está dando un paso
trascendental y muy importante. No es una experiencia que pueda pasar
desapercibida, pues se trata de un momento trascendental para la vida de una
persona. Ella habrá descubierto que, entre los millones de seres humanos que
hay en esta tierra, hay uno que es el Hijo de Dios. ¡Este es un gran
descubrimiento, algo tremendo! De entre los billones de personas que han
existido a través de la historia, hemos descubierto que Jesús de Nazaret es el
Hijo de Dios. Ciertamente se trata de un gran asunto. Si alguno descubriera un
ángel entre nosotros, ciertamente nos maravillaríamos. ¿Cuánto más debemos
maravillarnos de que alguno encuentre al Hijo de Dios? El Señor es
infinitamente superior a los ángeles, y no existe término de comparación entre
ellos. Los ángeles son muy inferiores a nuestro Señor.
He aquí una persona que tenía la misión de encarcelar a todo aquel que creyera
en el Señor, pero que después de caer en tierra y levantarse, fue a las sinagogas a
proclamar que Jesús es el Hijo de Dios. Una persona así tenía que estar loca o,
de lo contrario, debía haber recibido una revelación. Pablo no estaba loco, sino
que verdaderamente había recibido una revelación. En realidad, él había
encontrado al Único entre millones de hombres que es el Hijo de Dios. Al igual
que Pablo, ustedes también han conocido a este Hombre único, a Aquel que es
el Hijo de Dios. Si percibimos cuán importante y maravilloso es este
descubrimiento, ciertamente testificaremos inmediatamente: ―¡He encontrado
al Hijo de Dios!‖. Ciertamente proclamaremos con voz alta: ―¡Jesús es el Hijo de
Dios!‖. ¿Cómo podría alguno permanecer impasible después de haber creído y
ser salvo? ¿Cómo actuar como si nada hubiera pasado? Si alguien que cree en el
Señor Jesús permanece impasible y considera que este hecho no reviste mayor
importancia, ciertamente tendremos que poner en tela de juicio que tal persona
haya verdaderamente creído en el Señor. Este es un hecho grandioso,
maravilloso, extraordinario, especial y que supera toda imaginación: ¡Jesús de
Nazaret es el Hijo de Dios! ¡Este es un hecho de suma importancia! Así pues, no
es una exageración que alguien despierte a sus amigos pasada la medianoche
sólo para contarles que ha hecho un gran descubrimiento. Una cosa maravillosa
ha acontecido en el universo: ¡Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios!

He aquí, pues, un hombre que apenas se había recobrado de su enfermedad;


acababa de recobrar la vista y lo vemos que inmediatamente corre a las
sinagogas a fin de proclamar que ―¡Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios!‖. Todo
creyente que ha visto lo mismo debe ir a las sinagogas y gritar: ―¡Jesús de
Nazaret es el Hijo de Dios!‖. Cada vez que consideramos que Jesús de Nazaret es
el Hijo de Dios, sentimos que este es el más grande descubrimiento en todo el
mundo. Ningún descubrimiento puede ser más maravilloso y crucial que este.
¡Qué gran acontecimiento es llegar a saber que este hombre es el Hijo de Dios!
De hecho, cuando Pedro le dijo al Señor: ―Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente‖, el Señor le respondió diciendo: ―No te lo reveló carne ni sangre, sino
Mi Padre que está en los cielos‖ (Mt. 16:16-17). Cuando Jesús estuvo encubierto
entre nosotros, nadie lo conoció excepto aquellos que recibieron tal revelación
de parte del Padre.

Hermanos y hermanas, nunca piensen que nuestra fe es algo insignificante.


Debemos darnos cuenta de que nuestra fe es algo maravilloso. Saulo tenía que
proclamar esto en las sinagogas porque sabía que el descubrimiento que había
hecho era maravilloso en extremo. Nosotros también haremos lo mismo, si nos
damos cuenta de cuán maravilloso es lo que hemos visto. ¡Jesús de Nazaret es el
Hijo de Dios! Este es un hecho muy maravilloso y glorioso.

D. Contacto personal
No sólo debemos ir a la ciudad, a nuestro hogar y a las sinagogas a dar
testimonio ante los demás de nuestra fe en el Señor, sino que, además, debemos
dar testimonio de una manera muy específica y concreta: debemos conducir a
otros al Señor por medio de un contacto personal. Tal es el testimonio que
vemos en Juan 1:40-45. Andrés creyó e inmediatamente condujo a su hermano
Pedro al Señor. Si bien Pedro manifestó después más dones que Andrés, fue este
último quien lo trajo al Señor. Felipe y Natanael eran amigos. Felipe creyó
primero y luego llevó a su amigo a recibir al Señor. Andrés llevó a su hermano al
Señor, y Felipe trajo a su amigo. Estos son ejemplos de cómo podemos conducir
a los demás a la salvación por medio de un contacto personal.

Hace aproximadamente cien años, hubo un creyente llamado Harvey Page. A


pesar de que él no tenía ningún don especial, ni sabía cómo llevar el evangelio a
las multitudes, el Señor tuvo misericordia de él y le permitió entender que podía
llevar por lo menos a una persona al Señor. Él no podía realizar grandes obras,
pero sí podía concentrar su atención en una persona. Todo lo que él hacía era
decir: ―Yo soy salvo y usted también necesita ser salvo‖. Una vez que empezaba a
predicarle el evangelio a alguien, no dejaba de interceder por él ni cejaba en su
empeño hasta que este era salvo. Por haber puesto esto en práctica, cuando llegó
el momento de su muerte, él había ganado a más de cien personas para el Señor.

En un país había cierto creyente llamado Todd, quien tenía la habilidad de


conducir a las personas a la salvación. Él fue salvo a la edad de dieciséis años.
Mientras visitaba una aldea en un día festivo, se hospedó en casa de una pareja
de ancianos. Estos hermanos, obreros de mucha experiencia en la iglesia, lo
guiaron al Señor. Este joven había vivido una vida desordenada, pero ese día se
arrodilló a orar y fue salvo. En el transcurso de la conversación, este joven se
enteró que el evangelio no se propagaba de manera prevaleciente en aquella
región a causa de un hombre apellidado Dickens, quien rehusaba a arrepentirse.
Cuando Todd escuchó esto preguntó quién era este señor Dickens, y le dijeron
que este hombre era un soldado retirado, de más de sesenta años de edad. Él
tenía una escopeta y había jurado disparar a quien viniera a predicarle el
evangelio, porque pensaba que los creyentes eran hipócritas, y así los llamaba.
Cada vez que se encontraba con uno, respondía de una manera violenta. Ningún
creyente se atrevía a predicarle el evangelio, no se atrevían ni siquiera a pasar
por la calle donde él vivía. Si algún cristiano pasaba por su calle lo maldecía
vehementemente. Al escuchar esto, Todd oró: ―¡Oh Señor, hoy he recibido Tu
gracia. Me salvaste. Debo ir a testificar de este hecho al señor Dickens‖. Aun
antes de acabar su té dijo: ―Iré‖. Él acababa de ser salvo, hacía menos de dos
horas; sin embargo, deseaba dar testimonio al señor Dickens. La pareja de
ancianos le aconsejó diciendo: ―No vayas. Muchos de nosotros hemos fracasado.
Ha perseguido a algunos con una vara, y otros se escaparon corriendo cuando
los amenazó con su escopeta. Ha golpeado a muchas personas, mas no lo hemos
querido llevar al tribunal por causa de nuestro testimonio. Pero creo que esto lo
ha hecho aún más atrevido‖. Todd dijo: ―Siento que debo ir‖.

Cuando tocó la puerta del señor Dickens, este salió a recibirlo con un garrote en
la mano y le preguntó: ―¿Qué desea, joven?‖. Todd le respondió: ―¿Me permite
hablar con usted?‖. El hombre consintió y le permitió entrar a la casa. Una vez
adentro, Todd le dijo: ―Quiero que reciba al Señor Jesús como su Salvador‖. El
señor Dickens, blandiendo el garrote, dijo: ―Supongo que usted es nuevo aquí,
así que lo dejaré ir sin golpearlo. ¿No has oído que a nadie le permito mencionar
el nombre de Jesús en esta casa? ¡Salga! ¡Salga de inmediato!‖. Todd volvió a
insistir: ―Quiero que usted crea en Jesús‖. El señor Dickens se puso furioso y
subió al segundo piso a traer su escopeta. Cuando bajó blandiendo el arma, le
gritó: ―¡Salga o disparo!‖. Todd contestó: ―Le pido que crea en el Señor Jesús. Si
quiere disparar, hágalo, pero antes de que dispare, permítame orar‖.
Inmediatamente se arrodilló ante al señor Dickens y oró: ―¡Oh, Dios! Este
hombre no te conoce. ¡Por favor, sálvalo!‖. Entonces oró de nuevo: ―¡Oh, Dios!
Este hombre no te conoce. ¡Por favor, ten misericordia de él! ¡Ten misericordia
del señor Dickens!‖. Todd permaneció arrodillado y rehusó levantarse. Continuó
orando: ―¡Oh, Dios! ¡Por favor, ten misericordia del señor Dickens! ¡Por favor,
ten misericordia del señor Dickens!‖. Después de orar cinco o seis veces,
escuchó un gemido cerca. Un poco después, oyó que el señor Dickens había
soltado la escopeta, y que luego se había arrodillado junto a él para orar: ―¡Oh,
Dios! ¡Por favor, ten misericordia de mí!‖. En cuestión de minutos, aquel
hombre aceptó al Señor. Tomó al joven de la mano y dijo: ―Antes sólo había
escuchado el evangelio; hoy he podido verlo‖. Más tarde, el joven contaba: ―La
primera vez que vi su rostro, era verdaderamente un rostro de pecado; cada
arruga reflejaba el pecado y la maldad. Pero después de recibir al Señor, la luz
brillaba en su rostro surcado de arrugas, el cual parecía decir: ‗Dios ha sido
misericordioso para conmigo‘‖. El señor Dickens fue a la iglesia el siguiente
domingo, y posteriormente llevó a decenas de personas a la salvación.

Podemos ver aquí cómo Todd, dos horas después de haber sido salvo, pudo
guiar al Señor a una persona que era considerada un caso imposible. Cuanto
más pronto un nuevo creyente testifique, mejor. En lo que se refiere a conducir
a otros al Señor no debemos perder el tiempo.

III. LA IMPORTANCIA DE DAR TESTIMONIO

A. Nos da un gran gozo

Los dos días más felices en la vida de un creyente son el día en que creyó en el
Señor y el día en que por primera vez condujo a alguien a Cristo. El primero es
un día de inmenso regocijo. Sin embargo, el gozo de conducir una persona por
primera vez al Señor, es quizás mayor que el gozo que experimentamos cuando
nosotros somos salvos. Muchos cristianos no tienen mucho gozo porque nunca
han dado testimonio del Señor, ni guiado a alguien al Señor.

B. Debemos aprender a ser sabios

Proverbios 11:30 dice: ―El que gana almas es sabio‖. Desde el inicio de nuestra
vida cristiana, debemos aprender a ganar almas valiéndonos de diversos
medios; esto nos hará útiles para la vida de iglesia. No estoy hablando de dar
mensajes desde el púlpito. Este tipo de predicación jamás podrá reemplazar la
labor personal de guiar a los demás al Señor. Es probable que una persona que
sólo sabe cómo predicar el evangelio desde una plataforma, no sepa cómo
conducir a un individuo al Señor. Así pues, no estamos exhortándolos a predicar
desde el púlpito, sino a conducir a las personas a su salvación. Muchos tienen la
habilidad de predicar, mas no saben conducir a las personas a que sean salvas, y
no saben qué hacer cuando las personas acuden a ellos individualmente. Tales
personas no son muy útiles. Las personas verdaderamente útiles son aquellas
que pueden guiar a las personas a Cristo, una por una.

C. Engendrar vida

Ningún árbol brotará a menos que lo haga en virtud de su propio crecimiento.


Asimismo, nadie puede tener la vida de Dios sin que él mismo engendre más
vida. Aquellas personas que jamás testifican a los pecadores, probablemente
necesitan que otros les testifican a ellos. Aquellas personas que no manifiestan
deseo o interés alguno en llevar a otros al arrepentimiento, probablemente
necesitan arrepentirse ellas mismas. Y los que permanecen callados cuando
debieran dar testimonio del Señor ante los demás, probablemente necesiten
escuchar nuevamente la voz del evangelio de Dios. Nadie puede ser tan
avanzado que ya no necesita conducir a otros a que sean salvos. Nadie puede
avanzar al nivel en que no necesita dar más testimonio ante los demás. Es
necesario que todo nuevo creyente aprenda a dar testimonio a los demás desde
el inicio mismo de su vida cristiana. Esto es algo que todos debemos hacer por el
resto de nuestros días.

Cuando hayamos avanzado un poco en las cosas que atañen a nuestra vida
espiritual, es probable que algunos nos digan: ―Ahora debes ser un canal lleno
de agua viva. Tienes que llegar a ser uno con el Espíritu Santo a fin de que el
agua viva, es decir, el Espíritu Santo, pueda fluir en tu interior‖. Sin embargo,
no debemos olvidarnos que un canal tiene dos extremos. Este canal del Espíritu
Santo, este canal de vida, es también un canal con dos extremos. Un extremo
debe estar orientado hacia el Espíritu Santo, hacia la vida divina, hacia el Señor,
mientras que el otro extremo debe estar dirigido hacia los hombres. El agua viva
no podrá fluir si el otro extremo no está abierto hacia los hombres. No hay error
más grande que suponer que es suficiente con estar abiertos al Señor para que el
agua viva fluya. El agua de vida no fluye por medio de los que sólo están abiertos
al Señor. Un extremo debe estar abierto al Señor, y el otro tiene que estar
abierto a los hombres. El agua viva fluirá únicamente cuando los dos extremos
estén abiertos. Son muchos los que carecen de poder delante de Dios, debido a
que el extremo hacia al Señor no está abierto. Pero son muchos más los que
carecen de poder debido a que el extremo que debe dar testimonio ante los
demás y conducirlos a Cristo no está abierto.

D. Experimentar la desdicha
de la separación eterna

Hay mucha gente que todavía no ha escuchado el evangelio porque ustedes


todavía no les han dado testimonio. La consecuencia de esto es la separación
eterna: tales personas no solamente sufrirán un alejamiento temporal, sino que
serán eternamente separadas de Dios. Este es un asunto sumamente crucial. En
cierta ocasión, un hermano fue invitado a cenar a casa de otra persona. Puesto
que se trataba de un hermano bastante instruido y elocuente, durante la cena
habló mucho sobre diversos temas intelectuales. A dicha cena también había
sido invitado un vecino de edad avanzada, el cual no era creyente pero que al
igual que el hermano invitado, era una persona muy culta. Así pues, ambos
sostuvieron una larga conversación sobre temas intelectuales. Como se había
hecho tarde, el anfitrión les invitó a pasar la noche allí y les asignó habitaciones
que se encontraban una frente a la otra. No llevaban mucho tiempo en sus
habitaciones cuando nuestro hermano escuchó que alguien se desplomaba al
piso. Al acudir allí, vio que su amigo yacía muerto en el suelo. Mientras los
demás acudían presurosos a la escena, nuestro hermano se lamentaba diciendo:
―Si hubiese sabido que algo así había de suceder ¡no hubiese hablado con él de
los asuntos triviales como los que estuvimos hablando hace un par de horas!
Más bien, le habría hablado sobre cuestiones eternas. No dediqué ni siquiera
cinco minutos para hablarle sobre la salvación. No le di oportunidad alguna de
ser salvo. Si hubiese sabido lo que ahora sé, me habría esforzado por decirle que
el Señor murió por él. Pero ¡ahora es demasiado tarde! Si mientras cenábamos
le hubiese hablado de estas cosas, probablemente ustedes se habrían burlado de
mí por hablar de estos asuntos en tales momentos, pero ahora es demasiado
tarde para mi amigo. Espero que me escuchen ahora: ¡Todos necesitan creer en
el Señor Jesús y en Su cruz!‖. Hay una separación eterna, y esta separación no
es un mero alejamiento temporal. ¡Qué tragedia! Una vez que se pierde la
oportunidad, ¡un hombre estará eternamente separado de los cielos! Tenemos
que aprovechar toda oportunidad que se nos presente para dar testimonio a los
demás.

D. L. Moody era muy hábil cuando se trataba de conducir a otros a su salvación.


Él se había propuesto predicar el evangelio a por lo menos una persona todos
los días, aun cuando predicase desde el púlpito ese día. En cierta ocasión,
después de acostarse, se acordó que ese día todavía no había predicado el
evangelio. ¿Qué debería hacer? Se volvió a vestir y salió de nuevo a buscar a
alguien a quien le pudiese hablar. Cuando miró el reloj, se dio cuenta de que ya
era medianoche y las calles estaban desiertas. ¿Dónde podría encontrar a
alguien a esa hora? La única persona que encontró con quien hablar fue un
policía que se encontraba de servicio. ―Usted tiene que creer en el Señor‖, le
dijo. El policía, que estaba de mal humor en ese momento, enfadadamente le
contestó diciéndole: ―¿No tiene usted nada mejor que hacer que tratar de
convencerme de creer en Jesús a la medianoche?‖. Después de compartir unas
breves palabras con él, Moody regresó a casa, pero el policía fue conmovido por
lo que Moody le dijo. Días más tarde el policía fue a visitar a Moody y fue salvo.

Uno debe tomar la determinación de guiar a los demás al Señor inmediatamente


después de haber creído. Todos debemos hacer una lista con los nombres de las
personas que quisiéramos que fuesen salvas durante ese año. Si nos hemos
propuesto cooperar en la salvación de diez o veinte personas ese año, entonces
debemos empezar a orar por ellas. No basta con orar de manera general. No
debemos decir: ―Oh Señor, por favor, salva a los pecadores‖. Esta clase de
oración es demasiado general. Debemos tener una meta específica. Si queremos
que diez sean salvos oremos por diez, y si deseamos que veinte sean salvos,
oremos por los veinte. Preparen un libro en el que puedan escribir los nombres
de los que son ganados a Cristo por medio de usted. Si gana uno escríbalo, así
llevará cuenta de los que han sido ganados para el Señor. Al finalizar el año,
después de contar los que fueron salvos y los que todavía no lo son, siga orando
por los que todavía no han recibido la salvación. Todo hermano y hermana debe
poner esto en práctica. No es exagerado ganar treinta o cincuenta almas por
año; diez o veinte es lo normal. Al orar, debemos pedirle al Señor por un
número específico. El Señor desea escuchar oraciones específicas. Debemos orar
diariamente y aprovechar toda oportunidad que se nos presente para dar
testimonio. Si todos predicamos el evangelio y guiamos a otras personas al
Señor, nuestra vida espiritual progresará rápidamente en pocos años.

Tenemos que enarbolar la antorcha del evangelio para que ella alumbre a todos
los que nos rodean. ¡Esperamos que todo creyente salga a encender a otros! Es
necesario que nosotros proclamemos el testimonio del evangelio hasta que el
Señor regrese. Nosotros mismos no debemos estar encendidos sin encender a
otros. Debemos encender más y más velas. Todos los días vemos almas que
necesitan la salvación. Tenemos que esforzarnos por darles testimonio y
conducirlos a Cristo.

CAPÍTULO DIECINUEVE
CÓMO CONDUCIR LAS PERSONAS A CRISTO

Lectura bíblica: Ro. 1:16; 10:14; 1 Ti. 2:1, 4; Mr. 16:15

En el mensaje anterior, dijimos que después de haber creído en el Señor, uno


debe testificar por el Señor. En este mensaje queremos hablar sobre las diversas
maneras que podemos usar para conducir a otros a Cristo, pues si no sabemos
cómo conducir a la gente a Cristo, temo que nuestro testimonio será en vano.
Así pues, si deseamos conducir a la gente a Cristo, debemos hacer y aprender
varias cosas, las cuales pueden dividirse en dos categorías: primero, lo
relacionado con acudir a Dios de parte de los hombres y, segundo, lo
relacionado con ir al hombre de parte de Dios. Además, quisiéramos decir algo
con respecto a la distribución de folletos.

I. NOS PRESENTAMOS ANTE DIOS


DE PARTE DE LOS HOMBRES

A. La oración es el fundamento
para conducir a las personas a Cristo

Tenemos que hacer un trabajo fundamental a fin de poder conducir a otros a


Cristo, y este es que antes de hablarles a los hombres, tenemos que hablar con
Dios. Primero tenemos que pedir delante de Dios y después podemos hablar con
los hombres. Siempre necesitamos hablar primero con Dios, y no con el hombre.
Algunos hermanos y hermanas, a pesar de ser muy diligentes y dinámicos en
llevar a las personas a Cristo, no oran por ellas. Una persona puede manifestar
gran interés por el bien de los demás, pero si carece de la carga necesaria para
interceder por ellos delante del Señor; ciertamente sus esfuerzos serán
ineficaces. Es necesario que primero recibamos una carga del Señor antes de
poder dar testimonio a los hombres.

El Señor Jesús dijo: ―Todo lo que el Padre me da, vendrá a Mí; y al que a Mí
viene, por ningún motivo le echaré fuera‖ (Jn. 6:37); y en Hechos 2:47 vemos
que día tras día, el Señor era quien incorporaba a la iglesia a los que iban siendo
salvos. Lo primero que debemos hacer es interceder por las personas ante Dios,
pidiéndole que las entregue al Señor Jesús y las añada a la iglesia. A fin de que
los hombres sean salvos, necesitamos pedir e implorar a Dios por ellos. Es difícil
lidiar con el corazón de los hombres. Ciertamente no es nada fácil hacer que una
persona se vuelva de todo corazón al Señor. Por ello, primero tenemos que
acudir a Dios y orar por dichas personas, pidiéndole a Dios que ate al hombre
fuerte (Lc. 11:21-22); después podremos conversar con ellas con toda libertad.
Tenemos que presentar a estas personas delante del Señor, una por una, y orar
por ellas fervientemente, antes de poder guiarlas eficazmente a Cristo.
Las personas que saben conducir a otros a Cristo, se caracterizan por el hecho
de que saben orar. Si usted tiene dificultad en lograr que sus oraciones sean
contestadas, tendrá problemas cuando trate de dar testimonio del Señor, pues si
no puede confiar en la oración, le faltará la confianza necesaria para llevar a
otros a Cristo. Por tanto, tienen que aprender a orar de una manera práctica y
no dejar de atender a este asunto.

B. Llevar un cuaderno de registro

A fin de orar por otros de una manera apropiada, es necesario llevar cuentas de
nuestras oraciones en un cuaderno de registro. Debemos permitir que Dios
ponga en nuestro corazón los nombres de aquellas personas que Él desea salvar.
Cuando usted recién fue salvo, ¿cómo supo a quién debía efectuar restitución?
¿Cómo supo a quién debía retribuir por algún perjuicio? Fue el propio Señor
quien nos recordó el nombre de dicha persona y el asunto que teníamos
pendiente con ella. Fue Él quien nos instó a efectuar restitución. Un día, a usted
le sobrevino cierto pensamiento; otro día, se acordó de alguna otra cosa; y así,
como resultado de haber sido iluminado, usted tomó medidas con respecto a
cada uno de esos asuntos. Este mismo principio se aplica cuando se trata de
conducir a otras personas a Cristo. Permitamos que sea el Señor quien ponga
ciertos nombres en nuestro corazón y, cuando esto suceda, espontáneamente
surgirá en nosotros una carga que nos insta a orar por dichas personas. Quizás
el Señor ponga unas cuantas personas en nuestro corazón o, tal vez, unas
cuantas docenas de personas. Al anotar estos nombres, lo más importante es
anotar aquellos nombres que el Señor puso en nuestro corazón. No debemos
sentarnos y producir una lista al azar, pues estaríamos perdiendo el tiempo. De
hecho, nuestro éxito dependerá de cómo comencemos. Usted tiene que suplicar
a Dios específicamente por algunas personas, nombre por nombre. De entre sus
familiares, amigos, colegas, compañeros de clase y conocidos, espontáneamente
le vendrán a la mente algunos nombres. Entonces, surgirá en usted cierto sentir
con respecto a ellos y tendrá el anhelo de que sean estos los primeros en ser
salvos.

Podemos hacer un registro que tenga cuatro columnas. La primera es para el


número de orden; la segunda, para la fecha; la tercera, para el nombre; y la
cuarta, para la fecha en que la persona recibe la salvación. Esto hará que
podamos recordar el número de orden que le asignamos a cada persona, la fecha
en que comenzamos a orar por ella y la fecha en que se salvó. Si
lamentablemente la persona muere antes de ser salva, podemos usar la cuarta
columna para anotar la fecha de su fallecimiento. Una vez que alguien esté
anotado en esta lista, debemos interceder por él con perseverancia, sin
desmayar. Debemos orar por esa persona hasta el día en que se salve o se
muera. Si la persona todavía vive, debemos seguir orando por ella hasta que sea
salva. Un hermano oró por un amigo suyo durante dieciocho años, hasta que
este fue salvo. No se sabe cuando una persona será salva; algunos son salvos
después de un año, otros, después de dos o tres meses. Ciertas personas parecen
casos imposibles, pero con el tiempo, se salvan. No debemos desmayar, sino que
debemos orar con persistencia por la salvación de esas personas.

C. El mayor obstáculo a nuestra oración


son nuestros pecados

La oración nos pone a prueba y pone en evidencia cuál es nuestra condición


espiritual delante del Señor. Si nuestra condición espiritual es apropiada y
normal, las personas por las que oramos se salvarán una tras otra. Si
intercedemos continuamente por ellas delante del Señor, al principio se
salvarán una o dos, y con el tiempo otras más. Las personas deben ser salvas con
cierta regularidad. Si ha transcurrido un tiempo prolongado durante el cual el
Señor no ha contestado nuestras oraciones, esto es un síntoma de que hemos
contraído alguna enfermedad espiritual con respecto a nuestra relación con el
Señor. Entonces, debemos acudir al Señor en busca de luz, a fin de identificar el
problema que nos aqueja.

Nada obstaculiza tanto nuestra oración como nuestros pecados. Debemos


aprender a vivir una vida santa en la presencia del Señor y rechazar todo aquello
que sabemos es pecado, pues si lo toleramos o lo tomamos a la ligera, nuestras
oraciones serán estorbadas.

Nuestros pecados tienen tanto el aspecto objetivo como el subjetivo. El aspecto


objetivo concierne a Dios, mientras que el aspecto subjetivo tiene que ver con
nosotros. En términos objetivos los pecados constituyen un obstáculo para la
gracia de Dios y Sus promesas. En Isaías 59:1-2 se nos dice: ―He aquí que no se
ha acortado la mano de Jehová para salvar, / Ni se ha agravado su oído para oír;
pero vuestras iniquidades han hecho división / Entre vosotros y vuestro Dios, /
Y vuestros pecados han hecho ocultar / De vosotros su rostro para no oír‖. Y en
Salmos 66:18 se nos dice: ―Si en mi corazón hubiese yo mirado la iniquidad, / El
Señor no me habría escuchado‖. Así pues, si uno no ha tomado las medidas
apropiadas con respecto a sus pecados, estos se convertirán en un obstáculo
para sus oraciones. Los pecados que no hemos confesado, aquellos con respecto
a los cuales todavía no hemos aplicado la sangre de Cristo, constituyen un gran
obstáculo delante de Dios y son la causa de que nuestras oraciones no sean
contestadas. Esto concierne al lado objetivo.

En términos subjetivos, el pecado hace daño a la conciencia del hombre. Cuando


una persona peca, no importa lo que se diga a sí misma, ni cuánto lea la Biblia,
ni cuántas promesas encuentre en la Palabra, ni cuánta gracia se encuentre en
Dios, ni cuanto Dios haya aceptado a esa persona; su conciencia todavía seguirá
débil y oprimida. En 1 Timoteo 1:19 se nos dice: ―Manteniendo la fe y una buena
conciencia, desechando las cuales naufragaron en cuanto a la fe algunos‖. Un
barco puede ser pequeño o viejo, pero no debe tener agujeros. De igual manera,
nuestra conciencia no debe hacer agua, porque si hay una perdida de paz, eso
nos impedirá orar. Por lo tanto, hay obstáculos no solamente delante de Dios,
sino también dentro del hombre. La relación entre la fe y la conciencia es
exactamente igual a la de un barco y su carga; o sea, la fe es como la carga y la
conciencia como el barco. Cuando el agua entra en el barco, la carga será
dañada. Cuando la conciencia es fuerte, la fe también lo es, pero si la conciencia
naufraga, la fe se desvanecerá. Si nuestro corazón nos reprende, mayor que
nuestro corazón es Dios, y Él sabe todas las cosas (1 Jn. 3:20).

Si deseamos ser hombres de oración, debemos eliminar minuciosamente todo el


pecado de nuestras vidas. Hemos vivido en el pecado por mucho tiempo y, si
queremos ser liberados totalmente de él, debemos confrontarlo con toda
seriedad. Tenemos que acudir a Dios y confesar todo pecado, poniéndolo bajo la
sangre, rechazándolo y apartándonos del mismo. Entonces, nuestra conciencia
será restaurada. Una vez que la sangre nos limpia y nuestra conciencia es
restaurada, nuestro sentimiento de culpa desaparece y espontáneamente
contemplamos el rostro de Dios. No le demos ninguna oportunidad al pecado,
porque esto nos debilitará delante del Señor. Si estamos débiles, no podremos
interceder por otros. Siempre y cuando el pecado permanezca, no seremos
capaces de decir nada en nuestra oración. El pecado es nuestro problema
número uno, y en todo momento, incluso a diario, debemos permanecer alertas
para reconocerlo en cuanto surja. Si, delante del Señor, uno toma las medidas
pertinentes con respecto a sus pecados, entonces podrá interceder por otros y
conducirlos al Señor.

D. Orar con fe

Otro aspecto muy importante es orar con fe. Si nuestra conciencia no nos acusa,
es fácil poseer una fe prevaleciente y, espontáneamente nuestras oraciones
serán contestadas.

¿Qué es la fe? La fe es estar libres de toda duda. Es aceptar las promesas de Dios
cuando oramos. Él desea que oremos y nos lo pide, por eso dijo: ―Mandadme
acerca de la obra de mis manos‖ (Is. 45:11). Si oramos, Dios tiene que
respondernos. El Señor Jesús dijo: ―Llamad, y se os abrirá‖ (Mt. 7:7). Una vez
que llamamos a Su puerta, es imposible que Él se niegue a atendernos. Y puesto
que Él dijo: ―Buscad, y hallaréis‖, es imposible buscar y no hallar. Puesto que
Jesús nos dijo: ―Pedid, y se os dará‖, es imposible pedir y no recibir. Si no
tenemos tal convicción, ¿qué concepto tenemos de nuestro Dios? Debemos
saber que las promesas de Dios son fieles y fidedignas. La fe se basa en nuestro
conocimiento de Dios; así pues, cuanto mejor le conozcamos, más prevaleciente
se será nuestra fe. Puesto que somos salvos, y conocemos a Dios, podemos creer,
no debemos tener ninguna dificultad en creer. Cuando creemos, Dios contesta
nuestras oraciones. Aprendamos a ser personas llenas de fe desde el comienzo
de nuestra vida cristiana. No debemos poner nuestra confianza en lo que
sentimos o pensamos, sino en la palabra de Dios. Las promesas de Dios son
como dinero, ellas son tan eficaces como si fuera dinero en efectivo. De hecho,
las promesas de Dios son la obra de Dios. Las promesas de Dios anuncian Su
obra, mientras que Su obra es la manifestación de Sus promesas. Tenemos que
aceptar las promesas de Dios de la misma manera en que aceptamos Su obra.
Cuando creemos en la palabra de Dios y permanecemos firmes en la fe, en vez
de dudar, veremos cuán reales son las palabras de Dios y cómo nuestras
oraciones son contestadas.

E. Debemos aspirar a ser personas de oración

Debe ser nuestra ambición llegar a ser personas de oración, es decir, personas
poderosas delante de Dios. Algunas personas tienen más poder que otras
delante de Dios; es decir, cuando ellas oran, Dios las escucha, mientras que
cuando otras personas lo hacen, no son escuchadas. ¿Qué significa ser poderoso
delante de Dios? Simplemente significa ser escuchado por Dios. Es como si Dios
se complaciera en dejarse influenciar por cierta clase de personas. Hay personas
que son capaces de ejercer influencia sobre Dios. Así también, no tener poder
delante de Dios simplemente significa no ser escuchados por Él. Esta clase de
persona puede pasar muchas horas delante de Dios y, aun así, ser ignorada por
Él. Pero nosotros debemos anhelar que nuestras oraciones sean contestadas con
regularidad. Debemos tener tal aspiración; pues ninguna bendición se compara
a la de siempre recibir respuesta a nuestras oraciones. Tenemos que orar
pidiéndole al Señor: ―Que todas nuestras peticiones sean gratas a Tus oídos‖. No
hay nada más glorioso que lograr que Dios incline Su oído a nosotros. Es algo
tremendo que Dios nos tenga tanta confianza, al grado que nos dé todo cuanto
le pidamos.

Al orar, al estar en la presencia del Señor, debemos mencionar los nombres de


las personas por las que tenemos carga, una por una. Debemos considerar
cuanto tiempo demora Dios en salvarlas. Si nuestras oraciones no han sido
contestadas después de mucho tiempo, tenemos que examinarnos a nosotros
mismos y someternos al escrutinio de Dios. Con frecuencia, si queremos que
nuestras oraciones sean contestadas, es necesario que tomemos ciertas medidas
con respecto a nuestra condición espiritual. Si nuestras oraciones no han sido
contestadas, generalmente es un indicio de que estamos enfermos en alguna
área de nuestra vida espiritual. Por lo que, si seriamente no tomamos medidas
al respecto, siempre fracasaremos.
Por esto es necesario mantener un cuaderno de registro, una lista, para ver si
nuestras oraciones han sido contestadas o no. Hay muchos que ni siquiera
saben si sus oraciones son contestadas, debido a que no mantienen un registro
detallado de las mismas. Por eso, los hermanos y hermanas que recién han sido
salvos debieran dedicar un cuaderno para este propósito, con lo cual podrán
saber si sus oraciones han sido contestadas o no, y si existe algún problema
entre ellos y el Señor. Además, esto les permitirá saber cuándo necesitan
examinarse ellos mismos y cuándo necesitan ser examinados por Dios.

Si a pesar de haber orado por un largo tiempo, todavía no ha recibido respuesta,


debe darse cuenta de que debe haber algún obstáculo, y que dicho impedimento
siempre se debe a que algún pecado está afectando nuestra conciencia o que hay
problemas con relación a nuestra fe. No es necesario que los nuevos creyentes se
preocupen de aspectos más profundos de la oración; ellos deben tener en cuenta
únicamente su conciencia y su fe. Así pues, al estar en la presencia del Señor,
debemos confesar nuestros pecados, tomar las medidas correspondientes con
respecto a los mismos y rechazarlos. Al mismo tiempo, debemos tener plena
confianza en las promesas de Dios. Si hacemos esto, las personas por las que
oremos se salvarán una por una, y llevaremos una vida en donde abundan las
respuestas a nuestras oraciones.

F. Orar diariamente

Debemos orar por todos los que nos rodean. ¿No hay nadie a su alrededor que
necesite oración? ¿Cuántos compañeros de trabajo tenemos? ¿Cuántos vecinos?
¿Cuántos familiares y amigos? Pidámosle siempre al Señor que ponga en
nuestro corazón a una o dos personas específicas, porque cuando esto sucede,
significa que Él tiene la intención de salvarlas por medio nuestro. Debemos
escribir tales nombres en nuestro cuaderno de oración y orar por ellos
constantemente.

Para efectuar este trabajo de intercesión, necesitamos apartar un tiempo


específico. Si decidimos orar por una hora, media hora o quince minutos
diariamente, debemos hacerlo a una hora determinada; de lo contrario, no
haremos oraciones específicas, y como resultado dejaremos de orar. Por ello,
siempre debemos tener una hora fija para orar, sea quince minutos o media
hora. No debemos excedernos haciendo planes, por ejemplo, para orar por dos
horas, pues a la postre no lo podremos cumplir. Es más práctico apartar una
hora, media hora o quince minutos. Siempre debemos tener una hora fija en la
que oramos por aquellos que necesitan nuestras oraciones. No debemos
descuidar tal hábito; esta debe ser una práctica diaria. Después de cierto tiempo,
veremos cómo los pecadores se salvan uno por uno.
G. Algunos ejemplos de intercesión

Mencionaremos algunos casos que nos muestran cómo otros creyentes han
realizado esta labor.

1. Un calderero

Después de ser salvo, un obrero que trabajaba en el cuarto de calderas de un


barco, le preguntó al hermano que lo guió a Cristo, qué debía hacer por el Señor.
Este hermano le respondió que el Señor escogería a algunos de sus compañeros
de trabajo y los pondría en su corazón, y que cuando esto sucediera, orara por
ellos. Aunque había más de diez personas que trabajaban junto a él en ese lugar,
el calderero recordó una de ellas en particular y se puso a orar por ella. Dicha
persona llegó a enterarse de que este hermano oraba por él diariamente y se
enojó. Sin embargo, algún tiempo después esta misma persona asistió a una
reunión convocada por un evangelista y, al oír la invitación que el evangelista
hacía al público para recibir al Señor, se puso en pie exclamando: ―¡Yo quiero
creer en Jesús!‖. El evangelista le preguntó: ―¿Por qué quiere creer en Jesús?‖.
El hombre le respondió: ―Porque una persona ha estado orando por mí, así que
tengo que creer en Jesús‖. El calderero había estado orando por este hombre y,
aunque esto provocó su ira en un principio, a la postre, el poder de la oración
prevaleció y lo salvó.

2. Un joven de dieciséis años

Un joven de dieciséis años trabajaba como dibujante en una firma constructora.


El ingeniero principal de esa compañía tenía muy mal genio e inspiraba temor
en casi todos sus subalternos. Sin embargo, cuando este joven fue salvo, empezó
a orar por este ingeniero. Aunque le tenía miedo y no se atrevía a hablarle,
diariamente oraba fervientemente por él. Después de un corto tiempo, el
ingeniero le preguntó: ―Tengo más de doscientos empleados en la compañía,
pero siento que tú eres diferente. Podrías decirme, por favor, ¿por qué tu y yo
somos tan diferentes?‖. El ingeniero tenía cuarenta o cincuenta años y el joven
solamente dieciséis. El joven le respondió: ―Es porque creo en el Señor Jesús y
usted no‖. Al oír esto, inmediatamente el ingeniero dijo: ―Yo también quiero
creer en Él‖. El joven lo llevó a la iglesia y él fue salvo.

3. Dos hermanas

En Europa existen casas de huéspedes; no son hoteles, pero hospedan a


viajeros. Dos hermanas que eran cristianas, tenían una casa de éstas en la cual
solían hospedar de veinte a treinta personas. A ellas les perturbaba la ropa
ostentosa de los viajeros y lo vano de sus conversaciones, así que las hermanas
se propusieron ganarlos para Cristo. Sin embargo, no estaban seguras de poder
lograrlo, pues los huéspedes eran muchos y ellas eran sólo dos. ¿Cómo podrían
ganarlos? Entonces se les ocurrió que la mejor manera de hacerlo era sentarse
una a cada extremo del salón durante la tertulia y orar por los huéspedes desde
ambos lados.

El primer día, después de la cena y mientras los huéspedes conversaban, cada


hermana se sentó a un extremo del salón y ambas oraban por sus huéspedes uno
por uno. A causa de ello, las bromas y la trivialidad de los huéspedes cesaron
aquel día y se preguntaban que había pasado. Una persona fue salva ese mismo
día. Al día siguiente, una señora se salvó. Y poco a poco, uno tras otro, todos
ellos fueron traídos al Señor.

Es imprescindible que oremos. De hecho, la oración de intercesión es el primer


requisito para llevar a otros al Señor. Tenemos que orar sistemáticamente, en
forma ordenada, diaria y sin cesar hasta que todos nuestros amigos sean salvos.

II. IR AL HOMBRE DE PARTE DE DIOS

No basta con acudir a Dios de parte de los hombres, sino que también debemos
ir a los hombres de parte de Dios. Debemos hablarles de Dios. Hay muchos que
no tienen temor de hablar con Dios, pero carecen del valor necesario para
hablarles a los hombres. Debemos ser valientes para hablar con los hombres y
decirles la clase de Señor que es nuestro Señor. Al hablar con los hombres,
debemos tener en cuenta varias cosas.

A. Jamás debemos enfrascarnos


en disputas inútiles

En primer lugar, jamás se enfrasquen en vanas discusiones. Esto no quiere decir


que jamás vayamos a discutir. El libro de Hechos consigna algunas disputas e
incluso Pablo polemizó (cfr. Hch. 17:2, 17-18; 18:4, 19). Sin embargo, las
disputas inútiles no contribuyen a la salvación de ninguna persona. A veces vale
la pena enfrascarse en alguna polémica, sobre todo si procuramos ser de
beneficio para los que presencian tal discusión. Pero ciertamente, debemos
evitar discutir con aquellas personas a las que tratamos de salvar, debido a que
generalmente las discusiones alejan a las personas en lugar de acercarlas al
Señor. Si usted discute con una persona, ella posiblemente huirá.

Muchos piensan que pueden conmover el corazón de los hombres con sus
argumentos, pero en realidad esto jamás sucede. En el mejor de los casos,
nuestros argumentos pueden resultar convincentes para la mente de los
hombres, pero aún cuando ellos no puedan refutar nuestros argumentos, no
habremos ganado sus corazones. Tales discusiones son ineficaces. Debemos
esforzarnos por argumentar menos y testificar más. Basta con contarle a la
gente que la paz y la alegría nos inundan desde que creímos en el Señor Jesús; y
que ahora aun dormimos mejor y disfrutamos más de nuestros alimentos. Nadie
puede discutir con tales asuntos. Sólo pueden asombrarse. Usted tiene que
hacerles ver que ellos no tienen la paz ni el gozo que usted posee y que, por
tanto, ellos necesitan creer en el Señor.

B. Debemos ceñirnos a los hechos

A fin de conducir a las personas al Señor es necesario hacer hincapié en los


hechos, no en las doctrinas. Simplemente recordemos cómo es que nosotros
mismos fuimos salvos. Ninguno de nosotros creyó simplemente debido a que
pudo entender ciertas doctrinas. Muchos entienden las doctrinas, pero no creen.
A cualquier hermano le será imposible guiar a otra persona a Cristo por medio
de argumentos y doctrinas. El secreto para guiar a los hombres a Cristo es
ceñirse a los hechos. Por ello, frecuentemente, las personas más sencillas son las
más eficaces cuando se trata de conducir a otros al Señor, mientras que aquellos
que son expertos en doctrinas quizás no sepan cómo hacerlo. Algunas personas
pueden predicar mensajes maravillosos; pero ¿qué fruto tiene ganar las mentes
de los hombres si no pueden conducirlos a que sean salvos?

Había un anciano que asistía a las reuniones de la iglesia porque consideraba


que ello era una buena costumbre. Él no era salvo, pero asistía a las reuniones
de la iglesia todos los domingos y hacía que toda su familia fuera con él. Pero
cuando retornaba a su hogar, él seguía dando rienda suelta a su ira y profería
toda clase de palabras soeces. Toda la familia le temía. Un día su hija, que era
creyente, vino a visitarlo acompañada de la hijita de ella. El anciano llevó a su
nieta a la iglesia y, al salir, la pequeña examinó a su abuelo y le pareció que él no
tenía el aspecto de un creyente, por lo que le preguntó: ―Abuelo, ¿crees en el
Señor Jesús?‖. Él le respondió: ―Las niñitas deben mantener su boca cerrada‖.
Después de dar unos cuantos pasos, la niña le dijo: ―Tu no pareces que eres uno
que ha creído en Jesús‖. Otra vez el anciano le dijo: ―Las niñas deben mantener
su boca cerrada‖. Poco después, ella preguntó: ―¿Abuelito, por qué no crees en
Jesús?‖. Esta niñita se había percatado de un hecho: su abuelo no asistía a las
reuniones de la iglesia como corresponde a un creyente. Aquel anciano, que de
otro modo era tosco y difícil de tratar, se hizo más asequible a raíz de las
preguntas que le hizo su nietecita. Aquel mismo día recibió al Señor.

Se requiere de cierta habilidad para predicar el evangelio. Uno tiene que


conocer la manera en que Dios trabaja antes de poder predicar el evangelio. Es
posible que una persona predique conforme a las doctrinas correctas y logre
atraer multitudes que quieran escuchar sus mensajes y, aun así, tenga que
despedir dichas multitudes sin haber logrado que ninguno se salve. Si uno sale a
pescar con un anzuelo recto, no pescará nada. El anzuelo tiene que ser curvo si
se quiere pescar algún pez. Asimismo, aquellos que conducen a la gente al
Señor, deben saber cómo usar un anzuelo. Es decir, usar solamente las palabras
que pueden pescar a la gente. Por ello, si no podemos ganar a las personas con
las palabras que usamos, debemos esforzarnos por cambiar nuestra manera de
hablar. Si nos concentramos en los hechos, nuestras palabras tendrán la
capacidad de cautivar y atraer a las personas, pues tales palabras podrán
conmover a los demás.

C. Debemos tener una actitud sincera

No tratemos de profundizar en muchas enseñanzas; más bien, procuremos


hacer referencia a los hechos. Y esto debe ir acompañado de una actitud sincera,
pues salvar almas no es asunto trivial. Una vez conocí a una persona que
anhelaba conducir a otros al Señor; y estaba dispuesta a interceder por ellos en
oración, pero tenía una actitud incorrecta. Esta persona solía bromear cuando
hablaba del Señor. Así que sus bromas menoscababan cualquier medida de
poder espiritual que poseía. Como resultado no pudo conducir a nadie al Señor.
Tenemos que manifestar una actitud genuina, nuestra actitud no puede ser la de
una persona frívola o que le falta seriedad; sino más bien, tiene que ser evidente
a la gente que nos escucha, que estamos dispuestos a hablarles de asuntos
trascendentales que verdaderamente revisten de suma importancia.

D. Debemos orar pidiendo


una oportunidad para hablar

Debemos orar incesantemente para que Dios nos dé la oportunidad de hablar.


Dios contesta este tipo de oración.

Una vez por semana, cierta hermana reunía a un grupo de mujeres para estudiar
la Biblia. Todas trabajaban en la misma compañía y ninguna creía en el Señor.
La hermana observó que una de ellas, quien se preocupaba mucho por su
manera de vestir, era muy altiva y no prestaba atención a nada de lo que ella
decía. Así que comenzó a orar por ella y le pidió al Señor que le diera la
oportunidad de hablar con ella. Un día sintió el deseo de invitarla a tomar el té,
y puesto que a esta señora le encantaba charlar, aceptó la invitación. Cuando
llegó, la hermana le animó a creer en el Señor, pero ella respondió: ―No puedo
creer, porque me gustan los juegos de azar, me fascinan los placeres y no quiero
renunciar a nada de ello. No puede creer en Jesús‖. La hermana le respondió:
―Si uno desea creer en el Señor Jesús, no puede seguir participando en juegos de
azar. Todo el que quiera creer en el Señor Jesús tiene que renunciar a la
vanagloria de este mundo. Así pues, tienes que renunciar a todo ello si deseas
creer en el Señor Jesús‖. Aquella mujer le dijo: ―Es un precio demasiado
elevado; no podré pagarlo‖. La hermana le dijo: ―Espero que cuando estés sola
en tu casa, reflexiones al respecto‖. Después de decir esto, la hermana continuó
orando por ella. Cuando llegó a su casa, esta mujer se arrodilló a orar. Después
de haber orado, en un impulso se dijo: ―Hoy he decidido seguir al Señor Jesús‖.
Ella sufrió un cambio repentino. Ella misma no podía explicarlo, pero su
corazón se tornó, al punto que cambió su manera de vestir y ya no lo hacía como
antes. Una serie de cambios maravillosos fueron sucediendo uno tras otro en su
vida. En el lapso de un año, muchas de sus compañeras de trabajo, una por una,
fueron conducidas al Señor.

Quizás pensemos que es difícil hablarle a alguien, pero si oramos por él, el Señor
nos dará la oportunidad propicia para hablarle, y esa persona cambiará. Al
principio, aquella hermana que conducía estudios bíblicos en su casa había
sentido temor de hablar con esa mujer, porque ella era muy arrogante y creía
saberlo todo. Pero un día el Señor le puso la carga de orar por aquella mujer, y
otro día le dijo que fuera a hablarle, y la hermana, desechando sus
consideraciones, le habló del Señor. Por una parte, necesitamos orar, y por otra,
debemos aprender a abrir nuestra boca. Después de orar por una persona
durante algún tiempo, el Señor les dará el sentir de hablarle a esa persona.
Entonces, tendrá que hablarle acerca de la gracia del Señor y de lo que Él ha
hecho por usted. Tal persona no podrá ofrecer resistencia alguna, porque no
podrá negar lo que el Señor ha hecho en usted. Los hermanos y hermanas que
recién han sido salvos deben orar diariamente por la oportunidad de hablarle a
otros. ¡Es una lástima que muchos que han sido salvos por varios años no se
atrevan a hablarles a sus familiares y amigos! Quizás debido a ese temor hayan
perdido muchas oportunidades que les estaban esperando.

E. Hablar a tiempo y fuera de tiempo

Dijimos anteriormente que debemos orar antes de hablarle a una persona. Sin
embargo, esto no significa que si no hemos orado, no podamos hablar. Debemos
predicar el evangelio a tiempo y fuera de tiempo, aprovechando toda
oportunidad que se nos presente. Incluso, podemos hablarle del Señor a alguien
al que tal vez sea la primera vez que lo veamos. Ustedes no saben lo que les falta,
siempre tomen la oportunidad de hablar. Tenemos que estar siempre
preparados para abrir nuestra boca. Aunque es importante orar por quienes
figuran en su cuaderno de registro, no debemos dejar de orar por las que no
conocemos personalmente. Debemos orar diciendo: ―Señor, por favor, salva a
los pecadores. Cualquiera que sean, ¡Sálvalos!‖. Asimismo, siempre que nos
encontremos con alguien y sintamos en nuestro corazón un intenso deseo de
hablarle, debemos hacerlo.

Si no prestamos atención a este sentimiento que nos insta a hablar a algún


desconocido, habremos dejado que un alma se nos escape. No debemos permitir
que tantas almas se nos escapen de las manos. Tenemos la expectativa de que
todos los hermanos y hermanas testificarán fielmente del Señor y así conducirán
muchos a Cristo.

F. Estudiarlas cuidadosamente

Cada vez que guiemos a una persona al Señor, tenemos que analizarla
cuidadosamente, como un doctor que estudia minuciosamente el caso de cada
uno de sus pacientes. Un médico no puede recetar la misma medicina a todo el
mundo. Él le da una medicina en particular a un paciente específico. Lo mismo
sucede cuando conducimos a las personas a Cristo. Nadie puede ser doctor sin
haber estudiado medicina. De la misma forma, nadie puede guiar a ningún
hombre al Señor, sin haberlo estudiado. Algunos hermanos son muy eficaces en
su labor de salvar a los incrédulos porque los han estudiado primero. Al
comenzar la obra de llevar hombres a Cristo, un nuevo creyente debe laborar
arduamente para estudiar cada caso. Tenemos que averiguar por qué una
persona aceptó al Señor. ¿Qué palabra hizo que abriera su ser, y por qué otra
persona no lo hizo? ¿Por qué alguien, después de escuchar atentamente por un
momento, se escabulló? ¿Por qué una persona aceptó al Señor después de
haberse opuesto a ello anteriormente? ¿Por qué los peces no pican después que
uno ha esperado por bastante tiempo? Debemos averiguar siempre la razón por
la que el Espíritu actúa y también por la que no actúa.

Si no podemos conducir a otras personas a Cristo, no debemos echarle toda la


culpa a otros. Quienes saben conducir a la gente al Señor se caracterizan por
siempre examinarse primero ellos mismos cuando procuran identificar la raíz
del problema. No podemos esperar en la playa con la esperanza que los peces
salten a la orilla. Ciertamente conducir a la gente al Señor no es una tarea
simple. Así pues, será necesario que dediquemos algún tiempo a examinar
nuestra situación y averiguar dónde radican los problemas. Conducir a las
personas al Señor es una habilidad y esta se adquiere por medio de laborar con
las personas. Ya sea que nuestra experiencia haya sido exitosa o no, siempre hay
algo que podemos aprender de ella. Si fracasamos, debemos averiguar el motivo
de nuestro fracaso. Si tenemos éxito, debemos identificar el motivo del mismo.
Cualquiera que sea la situación que enfrentamos, es necesario averiguar qué
motivó un resultado determinado.

Si practica esto diligentemente, aprenderá muchas lecciones. Finalmente,


descubrirá algo muy interesante: que en lo concerniente a creer en el Señor, en
este mundo sólo existen unas cuantas categorías de personas. Así, al encontrar
cierta clase de persona, a usted le bastará con hablarle de cierta manera para
que ella acepte al Señor; y si usted le habla de otra manera, dicha persona le
contradecirá y se negará a creer en el Señor. Así pues, si usted sabe cómo tratar
a esta clase de persona, usted podrá tener éxito con la gran mayoría de
personas. Entonces, sabrá cómo tratar a las personas que estén en su registro y
también sabrá cómo tratar a las personas que encuentre en su camino. En
cuanto se encuentre con alguien, aprovechará de dicha oportunidad para darle
testimonio, y será capaz de determinar inmediatamente con qué clase de
persona está tratando. Usted sabrá en su corazón cómo tratar a esta clase de
persona y qué decirle. Es muy probable que dicha persona sea salva. Si usted
estudia cada uno de los casos que le toque enfrentar, en uno o dos años llegará a
convertirse en una persona muy hábil en ganar almas para el Señor. Usted
comprenderá que se requiere de sabiduría para ganar almas. Con la
misericordia de Dios, usted tal vez pueda conducir a algunos al Señor, quizás
unas cuantas docenas o tal vez cientos. Si usted estudia detenidamente todos
estos casos, llegará a ser una persona muy poderosa en lo que concierne a ganar
almas para el Señor.

APÉNDICE:
LA DISTRIBUCIÓN DE FOLLETOS

A. No está limitada por el tiempo

Durante los últimos doscientos o trescientos años, el Señor ha utilizado folletos


para salvar a muchas personas. Una de las características especiales en cuanto a
la distribución de esta clase de literatura es que no se halla restringida por el
tiempo. Si usted trata de testificar personalmente, estará limitado por el tiempo
y por la disponibilidad de las personas con las que hable, pues ni usted podrá
hablar durante veinticuatro horas al día, ni tampoco su audiencia estará
disponible en todo momento. Aún cuando usted tenga la capacidad de predicar
un mensaje maravilloso, es posible que carezca de una audiencia en ese
momento. Sin embargo, no estamos restringidos por el tiempo cuando se trata
de distribuir folletos, pues uno puede repartir folletos en cualquier momento y
éstos pueden ser leídos a cualquier hora del día. Hoy en día, son muchos los que
simplemente no tienen tiempo para asistir a nuestras reuniones, pero esto no les
impide recibir un folleto. Además, nosotros podemos distribuirlos a quienes
transitan por las calles o a quienes en ese momento se encuentran ocupados en
sus quehaceres, ya sea en sus cocinas o en sus oficinas. Esta es la primera
ventaja que tienen los folletos.

B. Los folletos pueden


transmitir todo el evangelio

Muchas personas son muy fervorosas dando testimonio del Señor y


conduciendo las almas a Cristo. Sin embargo, su conocimiento es limitado y su
capacidad para expresarse también. No pueden comunicar el evangelio de
manera cabal y adecuada. Por ello, además de procurar conducir a la gente a
Cristo por otros medios, un nuevo creyente tiene que esforzarse al máximo por
aprovechar sus ratos libres para seleccionar algunos folletos y distribuirlos. Esto
le permitirá efectuar aquello que no podría hacer de otro modo.

C. Los folletos no son afectados por consideraciones humanas

Además, la distribución de folletos tiene otra ventaja. Al predicar el evangelio,


hay ocasiones en las que no nos atrevemos a usar palabras fuertes delante de la
gente. Pero los folletos no tienen tal inconveniente, sino que pueden llegar a
cualquier persona y decir todo lo que deseen. Todo aquel que predica el
evangelio se halla condicionado por sus circunstancias particulares, pero los
folletos predican el evangelio sin tener que ser afectados por factores humanos.
Los nuevos creyentes deben aprender a sembrar semillas por medio de la
distribución de tratados.

D. Repartir folletos es una manera de sembrar

Otra ventaja de repartir folletos es que uno puede sembrar por todas partes. El
Antiguo Testamento nos dice que debemos sembrar nuestra semilla en muchas
aguas (Nm. 24:7). Se requiere de un esfuerzo considerable para hablar a una
audiencia de tres, cinco o diez personas, pero no hay ninguna dificultad en
repartir mil, dos mil o tres mil folletos en un solo día. Si una persona puede ser
salva con uno de los miles de folletos que repartimos, eso es maravilloso. Los
nuevos creyentes deben aprender a repartir grandes cantidades de folletos.

E. Dios usa los folletos para salvar a las personas

Es indudable que los folletos son usados por Dios para salvar a las personas. Yo
conozco a algunos que los deslizan debajo de las puertas. Otros los introducen
en los buzones de correo. Recuerdo un incidente en el que alguien recibió un
folleto y lo tiró en la calle sin leerlo. Otra persona que pasaba por allí, al sentir
que una tachuela de su zapato lo molestaba, buscó algo que le sirviera de
plantilla y no encontró mejor cosa que ese folleto que encontró en el suelo. Ya en
su casa, cuando se disponía a reparar el zapato que le molestaba, vio el folleto y
al leerlo fue salva. Hay muchos casos similares de personas que han sido salvas
por medio de folletos y muchos de estos casos son verdaderamente
maravillosos.

F. Con mucha oración y un corazón dedicado

Un hermano que es recién salvo siempre debe tener folletos a la mano a fin de
repartirlos en sus momentos libres. Al igual que cuando conducimos a los
demás a Cristo, al repartir folletos debemos hacerlo con mucha oración y con la
debida seriedad. Al repartirlos, es igualmente bueno si podemos hablar
brevemente o si permanecemos callados. Si el nuevo creyente pone en práctica
esto, ciertamente le será de mucho beneficio.

CAPÍTULO VEINTE

LA SALVACIÓN DE LA FAMILIA

I. DIOS PROMETIÓ LA SALVACIÓN DE LA FAMILIA

Ahora trataremos el tema de la unidad básica en lo que respecta a la salvación.


Todo se mide por unidades, y la unidad básica con respecto a la salvación es la
familia.

De acuerdo a la Biblia, Dios, al relacionarse y comunicarse con el hombre, le


hizo muchas promesas. Conocer tales promesas nos reportará grandes
beneficios, y si las desconocemos, sufriremos gran pérdida.

Al prometer la salvación, Dios tomó la familia como su unidad, no al individuo.


Si una persona que recién ha sido salva comprende esto al inicio mismo de su
vida cristiana, se ahorrará muchos problemas y obtendrá muchos beneficios.
Cuando Dios salva al hombre, Él no toma al individuo como unidad, sino a toda
la familia.

Con respecto a la vida eterna, la Biblia toma al individuo como unidad, no a la


familia. Sin embargo, con respecto a la salvación, la Biblia indica que las
personas son salvas familia por familia. Así pues, la unidad de la salvación es la
familia. A continuación, quisiéramos examinar algunos pasajes bíblicos que nos
mostrarán claramente que la salvación es para toda la familia. Después,
podremos indagar con Dios en conformidad con esos versículos, y podremos
relacionarnos con Dios ya no solamente por nosotros mismos, como individuos,
sino también por toda nuestra familia.

Esperamos que en el futuro ninguno de nuestros niños requiera de un esfuerzo


extraordinario para conducirlos a la salvación y rescatarlos de este mundo.
Debemos asegurarnos que aquellos a quienes engendramos en la carne, también
lleguen a pertenecer a nuestra familia espiritual. No podemos permitir que
nuestros hijos se extravíen año tras año para luego vernos obligados a pugnar
por rescatarlos. No podemos simplemente traerlos a este mundo, sino que
además, tenemos que conducirlos al Señor.

Si todos los hermanos y hermanas concuerdan en que debemos optar por este
camino, entonces tendremos entre nosotros tantos salvos como el número de los
que han crecido en el ceno de nuestra familia. El Señor nos ha confiado a
nuestros hijos. No debemos permitir que se pierdan, sino que tenemos que
asegurarnos que sean salvos. De otro modo, cuando hayan crecido tendremos
que esforzarnos mucho para rescatarlos del mundo. Todos los pececillos que
hayan engendrado nuestros peces mayores deben permanecer con nosotros y no
debemos permitir que la corriente los arrastre alejándolos de nosotros, para
luego tener que luchar por pescarlos nuevamente. Por lo que, todos nuestros
hijos deben pertenecer al Señor y así la iglesia seguirá adelante por medio de su
segunda generación.

Espero que los hermanos y hermanas vean cuán importante es este asunto. Si la
iglesia podrá seguir avanzando con la siguiente generación, y si aquellos que
vienen después de nosotros podrán proseguir, va a depender de si nosotros
podemos conducir nuestros hijos al Señor. Si el número de los que se alejen de
nosotros es igual al número de los nacidos en nuestras familias, entonces
careceremos de una segunda generación. Si aquellos que hemos engendrado
permanecen firmes generación tras generación y, además, algunos de afuera se
añaden a nosotros, la iglesia será fuerte y aumentará en número. Jamás
deberíamos engendrar un hijo para luego perderlo. Es imprescindible que los
que han nacido entre nosotros sean regenerados.

II. ALGUNOS EJEMPLOS


DE LA BIBLIA

La Biblia revela el principio básico de que Dios salva a los hombres familia por
familia. ¿Cómo podemos demostrar esto? Para ello, debemos examinar algunos
pasajes bíblicos.

A. En el Antiguo Testamento

1. Fue una familia completa la que entró al arca

Génesis 7:1 dice: ―Dijo luego Jehová a Noé: Entra tú y toda tu casa en el arca‖, y
1 Pedro 3:20 dice: ―...el arca, en la cual algunos, es decir, ocho almas, fueron
llevadas a salvo por agua‖.

El arca no era para un solo individuo, sino para toda una familia. En Génesis 6
se nos muestra a un hombre que era justo delante de Dios, Noé. La Biblia no
dice que los hijos de Noé, ni tampoco sus esposas, fueran personas justas. La
Biblia únicamente afirma que Noé era un varón justo delante de Dios. Sin
embargo, cuando Dios preparó el medio por el cual Noé sería salvo, Él mandó
que la familia completa de Noé entrara en el arca. Por tanto, toda la casa, y no
un individuo, fue la que entró en el arca. Un nuevo creyente debe introducir a
cada uno de los miembros de su familia en el arca. Usted podría decirle al
Señor: ―Yo he creído en Ti y Tú has dicho que toda mi casa puede entrar en el
arca. Ahora Señor, por favor, trae a toda mi familia y ponla en el arca‖. Dios
honrará su fe.

2. La circuncisión fue prescrita para toda la casa

Génesis 17:12-13 dice: ―Y de edad de ocho días será circuncidado todo varón
entre vosotros por vuestras generaciones; el nacido en casa, y el comprado por
dinero a cualquier extranjero, que no fuere de tu linaje. Debe ser circuncidado el
nacido en tu casa, y el comprado por tu dinero; y estará mi pacto en vuestra
carne por pacto perpetuo‖.

Dios llamó a Abraham e hizo pacto con él diciendo: ―Y estableceré mi pacto


entre mí y ti, y tu descendencia después de ti‖ (v. 7). La señal de que existía un
pacto entre Dios y Abraham era la circuncisión. Todos aquellos que habían sido
circuncidados, pertenecían a Dios, y aquellos que no habían sido circuncidados,
no pertenecían a Dios. Dios también le dijo a Abraham que toda su casa debía
ser circuncidada, incluyendo tanto a los nacidos en su casa como a los que
pasaron a formar parte de ella por haber sido adquiridos con dinero. Por tanto,
la promesa que corresponde a la circuncisión no le fue hecha únicamente a
Abraham, sino a toda su casa. Así pues, en lo que a la circuncisión se refiere, la
familia es la unidad básica. La promesa de Dios le fue hecha a la casa de
Abraham, no solamente a Abraham.

3. Un cordero pascual por familia

Éxodo 12:3 y 7 dice: ―Hablad a toda la congregación de Israel, diciendo: En el


diez de este mes tómese cada uno un cordero según las familias de los padres,
un cordero por familia ... Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes
y en el dintel de las casas en que lo han de comer‖.

Es claro que el cordero pascual era entregado a una familia, no a un individuo.


Así pues, nuevamente vemos aquí la importancia que tiene la familia para Dios.
El cordero que se sacrificaba en la Pascua era para la familia y no para un
individuo. No se preparaba un cordero para cada persona, sino para cada casa.
Asimismo, la sangre untada sobre los postes y el dintel de la puerta cumplía la
función de proteger a toda la casa, y el ángel aniquilador dejaba ilesa a toda la
familia.

Resulta maravilloso ver que la salvación preparada por medio del Señor
Jesucristo, al igual que con el cordero pascual, no está destinada a individuos,
sino a la familia en su totalidad. Si un individuo come del cordero, esto significa
que solamente él es salvo, pero si toda la casa come del cordero, esto significa
que toda la familia es salva, porque la salvación es para toda la familia. La
familia entera come del cordero y, asimismo, toda la familia se beneficia de la
sangre, y todos juntos disfrutan de estas cosas. Quiera el Señor abrir los ojos de
nuestro entendimiento para que lleguemos a comprender que la salvación es un
asunto que involucra a toda la familia, no solamente a individuos.

4. El sacerdocio fue confiado a una familia

Asimismo, la promesa del sacerdocio fue hecha por Dios a toda una familia, a
una sola casa. No fue algo que se otorgara a uno o dos individuos. Números 18:1
dice: ―Jehová dijo a Aarón: Tú y tus hijos, y la casa de tu padre contigo, llevaréis
la iniquidad del santuario‖.

El versículo 11 dice: ―Esto también será tuyo: la ofrenda elevada de sus dones, y
todas las ofrendas mecidas de los hijos de Israel, he dado a ti y a tus hijos y a tus
hijas contigo, por estatuto perpetuo; todo limpio en tu casa podrá comer de
ellas‖. Dios encomendó todos los sacrificios y ofrendas a la casa de Aarón. Los
sacrificios pasaban a ser pertenencia de la casa de Aarón, no de Aarón
solamente. Esto se debe a que Dios acepta a la familia como una sola entidad.
Por favor, recuerden que el sacerdocio le fue dado a la casa de Aarón y no
solamente a Aarón. El sacerdocio tomó la familia como una sola unidad.

5. La salvación de una familia

Josué 2:19 dice: ―Cualquiera que salga fuera de las puertas de tu casa a la calle,
su sangre será sobre su cabeza, y nosotros sin culpa. Mas cualquiera que se
estuviere en casa contigo, su sangre será sobre nuestra cabeza, si mano le
tocare‖. Y Josué 6:17 dice: ―Y será la ciudad dedicada para destrucción a Jehová,
con todas las cosas que están en ella; solamente Rahab la ramera vivirá, con
todos los que estén en casa con ella, por cuanto escondió a los mensajeros que
enviamos‖.

Aquí vemos cómo Rahab la ramera y su casa fueron salvos. ¿Qué hizo ella? Ella
recibió a los espías. Cuando ella recibió a los espías, Dios le concedió una señal.
Ella debía atar un cordón de grana a una de las ventanas de su casa. Luego,
todos los que estuvieran en aquella casa que exhibía el cordón de grana serían
librados, mientras que el resto de habitantes de Jericó sería aniquilado. El
cordón de grana simboliza la salvación. La salvación tipificada por el cordón de
grana salvó a toda la casa de Rahab, no solamente a ella.

Es necesario que conozcamos en toda su extensión el espectro que abarca la


salvación. El capítulo 2 de Josué nos relata la promesa hecha a Rahab, mientras
que en el capítulo 6 se nos relata la ejecución de dicha promesa. Tanto la
promesa en el capítulo 2, como la ejecución de la misma en el capítulo 6, nos
muestran que toda la casa de Rahab fue salva. Todos aquellos que estaban en la
casa que tenía el cordón de grana fueron salvos. La salvación de Dios es para
toda la familia y no tan solo para individuos.

6. Una familia es bendecida

En 2 Samuel 6:11 dice: ―Y estuvo el arca de Jehová en casa de Obed-edom geteo


tres meses; y bendijo Jehová a Obed-edom y a toda su casa‖.

En el Antiguo Testamento la bendición de Jehová era derramada sobre toda la


familia. Mientras el arca permaneció en la casa de Obed-edom, Jehová bendijo a
toda su casa. En lo que se refiere a la bendición de Jehová, la familia es la
unidad y no el individuo.

Ya hablamos acerca de la salvación. Ahora veremos que este principio no está


confinado solamente a la salvación, sino que además rige muchos otros asuntos,
tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento. La casa es
considerada como una unidad. Los hijos de Dios, en especial aquellos que son
jefes de familia, deben darse cuenta que Dios se relaciona con los hombres en
función de sus familias. Si usted no toma en cuenta este hecho, sufrirá gran
pérdida. Si usted es jefe de familia, tiene que aferrarse a este hecho. Necesita
decir: ―Señor, Tú me has dicho que Tú te relacionas con mi familia y no
solamente conmigo. Así pues, te ruego que salves a toda mi familia‖.

No solamente quien es cabeza de familia debe apoyarse en este hecho, sino que
también los otros miembros de la familia deben pedir al Señor con respecto a la
casa de sus padres. Rahab no era la cabeza de su casa, ella tenía un padre. Pero
Rahab se aferró a Dios, y su casa fue bendecida y salvada. Es muy bueno que
usted sea la cabeza de su hogar, pues ello le permite hablar en representación de
toda su familia. Pero incluso si usted no es la cabeza del hogar, usted puede
hablar por fe, tal como lo hizo Rahab, y decir: ―Señor, haz que mi familia se
vuelva a Ti para recibir Tu gracia y bendición‖.

7. Nos regocijamos con toda nuestra familia

Deuteronomio 12:7 dice: ―Y comeréis allí delante de Jehová vuestro Dios, y os


alegraréis, vosotros y vuestras familias, en todo lo que emprendieres en lo cual
Jehová tu Dios te hubiere bendecido‖. Usted y toda su casa reciben la bendición
de Dios y se regocijan en ello.

Deuteronomio 14:26 dice: ―Y darás el dinero por todo lo que deseare tu alma,
por bueyes, por ovejas, por vino, por sidra, o por cualquier cosa que deseare tu
alma; y comerás allí delante de Jehová tu Dios, y te alegrarás tú y tu familia‖.
¿Comprenden esto? Dios prometió a los israelitas que, en aquel día, ellos
comerían, beberían y se alegrarían delante de Dios casa por casa. En otras
palabras, la bendición es dada a toda la casa, y no a individuos.

B. En el Nuevo Testamento

¿Y con respecto al Nuevo Testamento? En el Antiguo Testamento, Dios salvaba


a los hombres casa por casa, y lo mismo sucede en el Nuevo Testamento.

1. La casa de Zaqueo

Lucas 19:9 dice: ―Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa‖. ¡Esto es
maravilloso! El Nuevo Testamento proclama el mismo principio. Me temo que
muchos han predicado por más de veinte años únicamente una salvación
personal. Sin embargo, el Señor nos dice que ―la salvación ha venido a esta
casa‖.

Cuando usted predique el evangelio, tiene que hacerlo con miras a la salvación
de toda la casa. No debe procurar únicamente la salvación personal de un solo
individuo. Si usted verdaderamente cree en esto y esta es su expectativa,
entonces la manera en que usted labore será completamente distinta. Esto
depende íntegramente de la fe y expectativa que usted tenga. Si usted tiene la
expectativa de que las personas vendrán una por una al Señor, ellas vendrán
una a una. Pero si usted cree en que las personas vendrán al Señor casa por
casa, entonces ellas sí vendrán familia por familia. La salvación de Dios abarca a
toda la casa. No debiéramos reducir el espectro que abarca la salvación.

2. La casa de un noble

Juan 4:53 dice: ―El padre entonces entendió que aquella era la hora en que
Jesús le había dicho: Tu hijo vive; y creyó él con toda su casa‖. En este caso,
solamente una persona fue sanada: el hijo. Sin embargo, la Biblia dice que
―creyó él con toda su casa‖. Este es un hecho al que usted puede aferrarse
delante del Señor. Si bien el hijo era quien había recibido directamente la gracia
de Dios, toda la casa se volvió al Señor y creyó en Él. Nuestra esperanza, nuestra
expectativa, es que nosotros también llevemos fruto de una manera
prevaleciente.

3. La casa de Cornelio

Hechos 10:2 dice que Cornelio era ―devoto y temeroso de Dios con toda su casa,
y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre‖, y Hechos 11:14
dice: ―Él te hablará palabras por las cuales serás salvo tú, y toda tu casa‖.
Toda la casa de Cornelio fue salva; no fue solamente una persona la que se salvó.
Cornelio invitó a sus parientes y amigos más íntimos a su casa para que ellos
también escucharan lo que Pedro iba a decirles. Mientras Pedro estaba
hablando todavía, el Espíritu Santo fue derramado sobre todos aquellos que se
encontraban en la casa de Cornelio, y todos ellos recibieron la salvación.

4. La casa de Lidia

Hechos 16:15 dice: ―Y cuando fue bautizada ella, lo mismo que su familia‖. El
apóstol predicó el evangelio a la familia de Lidia, y toda su casa creyó y fue
bautizada.

5. La casa del carcelero

Hechos 16:31 dice: ―Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa‖. Este es
uno de los versículos más conocidos entre los cristianos. Cree en el Señor Jesús
y serás salvo, tú y tu casa. La Palabra de Dios no dice que si usted cree en el
Señor Jesús, usted y su casa recibirán la vida eterna; más bien, dice que si usted
cree en el Señor Jesús, usted y su casa serán salvos.

A través de todo el Antiguo Testamento vemos que Dios se relacionó con el


hombre únicamente por familias. De la misma manera, en el Nuevo Testamento
vemos que Dios se relaciona con el hombre por medio de familias. La familia es
la unidad básica, no existe otra unidad menor que esta. Si alguno cree en el
Señor Jesús, toda su casa será salva. ¡Esto es verdaderamente maravilloso! Yo
no podría explicarles por qué es así, pero la palabra del Señor dice que es así. El
Antiguo Testamento y el Nuevo concuerdan entre sí, pues ambos reconocen la
misma unidad.

La iglesia en Filipos tuvo sus comienzos con un carcelero. Pablo le dijo: ―Cree en
el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa‖. El versículo 34 del mismo capítulo
dice: ―Y haciéndolos subir a su casa, les puso la mesa; y se regocijó de que toda
su casa hubiera creído en Dios‖. Aquí podemos contemplar un cuadro
maravilloso. Al comienzo, la promesa le fue hecha al carcelero, pero nadie más
escuchó tales palabras. ―Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa‖. Más
tarde, el carcelero trajo su familia a Pablo. Después que Pablo les hubo hablado,
ellos fueron bautizados. Entonces, el carcelero trajo a todos a su casa, y se
regocijó él y toda su casa por haber creído en Dios. ―Cree en el Señor Jesús, y
serás salvo, tú y tu casa‖, fíjense que no se trata de algo muy difícil de lograr. El
apóstol le hizo al carcelero una promesa, y toda su casa fue salva. Todos
escucharon, todos fueron bautizados y todos se regocijaron.

Supongamos que el apóstol le hubiese dicho al carcelero: ―Cree en el Señor


Jesús, y serás salvo‖. Si tal fuera el caso, tendríamos que dejar pasar algunos
días posteriores a la salvación de esta persona, enseñarle algo con la esperanza
de que comprenda y, sólo entonces, poco a poco, podríamos testificar a su
familia, y entonces al final quizás su familia podría llegar a creer y ser salva. Si
este hubiese sido el caso, ¿cuánto tiempo hubiera requerido la casa del carcelero
para ser salva? El apóstol no predicó el evangelio de esta manera. Él no trató
con cada individuo en forma particular; en lugar de ello, él se dirigió a toda la
familia, y le dijo: ―Tú y tu casa‖ serán salvos. Es imprescindible que
comprendamos esto: la salvación de una familia no difiere en nada de la
salvación de una persona ni es más difícil. Nunca debiéramos renunciar al
privilegio de hacer que toda la familia sea salva. Si toda su familia le acompaña,
toda su familia será salva.

Espero que en unos cinco a diez años, cuando la iglesia predique el evangelio,
sean familias las que acudan al Señor. De ahora en adelante, la meta de nuestros
obreros que salen a evangelizar, deberá ser ganar familias completas. Si nuestra
meta es ganar familias, serán familias las que ganemos, pero si nuestra meta es
simplemente ganar individuos, solamente ganaremos individuos. Dios actúa
conforme a nuestra fe.

Si entendemos bien la manera en que Dios se relaciona con los hombres, no


sufriremos pérdidas innecesarias. Para Dios, la familia es la unidad. Si Dios
gana una persona, deberá ganar a toda su familia también, sin importar cuántas
personas conformen dicha familia. Espero que ustedes exhorten a los hermanos
a tomar resoluciones firmes, casa por casa. Aquellos que son cabeza del hogar
tienen la prerrogativa de traer a su familia completa al Señor, y son ellos
quienes deben hacer que toda la familia sea salva.

La salvación de la familia implica el regocijo de toda la familia. ¡Este asunto es


muy importante! Si comprendemos que Dios se relaciona con el hombre en
función de sus familias, experimentaremos muchas bendiciones. Tenemos que
aprender a tomar posesión de esta promesa de Dios.

6. La casa de Crispo

Hechos 18:8 dice: ―Y Crispo, el principal de la sinagoga, creyó en el Señor con


toda su casa ... y eran bautizados‖.

En la Biblia podemos encontrar tanto individuos como familias que creyeron en


el Señor. Nótese cuán fácil es que la gracia de Dios alcance a toda una familia.
Toda la casa de Crispo creyó y fue bautizada.

7. La promesa del Pentecostés fue dada


a vosotros y a vuestros hijos
Examinemos cual fue la condición de Pentecostés. Hechos 2:39 dice: ―Porque
para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están
lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame a Sí‖.

La promesa del Pentecostés incluye recibir el perdón de los pecados y recibir al


Espíritu Santo. Esta promesa fue dada a ―vosotros‖ y a ―vuestros hijos‖; no fue
dada meramente a vosotros. Especialmente los que son jefes de familia deben
apropiarse de esta promesa y decir: ―Señor, Tu promesa es tanto para mí como
para mis hijos. Ella no puede ser sólo para mí sin que mis niños fuesen
incluidos. Yo la quiero para mí y también para mis hijos‖.

8. Paz sea a esta casa

Lucas 10:5-6 dice: ―En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: Paz
sea a esta casa. Y si hay allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre
aquélla; y si no, se volverá a vosotros‖.

El Señor afirma que cuando alguno sale a predicar el evangelio, en el momento


de entrar a una casa debe decir: ―Paz sea a esta casa‖. Esto nos muestra que la
paz de Dios viene a los hombres casa por casa. Tal paz no es dada a individuos,
sino a familias. Si en esa casa hay alguno sobre quien dicha paz se dignara
reposar, entonces tal paz habrá venido a toda su casa. Este versículo es muy
claro. Al relacionarse con el hombre, Dios lo hace de familia en familia. Damos
gracias a Dios porque la paz viene al hombre casa por casa.

9. La familia de Estéfanas

En 1 Corintios 1:16 dice: ―También bauticé a la familia de Estéfanas‖. Aquí Pablo


afirma haber bautizado a todos y cada uno de los miembros de la casa de
Estéfanas. Al igual que la familia del carcelero y la casa de Lidia, toda la casa de
Estéfanas creyó y fue bautizada.

10. La casa de Onesíforo

En 2 Timoteo 4:19 dice: ―Saluda a Prisca y a Aquila, y a la casa de Onesíforo‖, y


en 2 Timoteo 1:16 dice: ―Tenga el Señor misericordia de la casa de Onesíforo,
porque muchas veces me confortó, y no se avergonzó de mis cadenas‖. He aquí
una familia que auxilió a Pablo, una familia que no se avergonzaba de sus
cadenas. Nótese nuevamente que no se trataba de un solo individuo, sino de una
familia entera.

Todos estos numerosos casos son evidencia suficiente para concluir que, tanto
en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, Dios se relaciona con el hombre
casa por casa. Esto resulta particularmente cierto con respecto al tema de la
salvación, pues Dios considera a la familia como la unidad mínima.

III. AL ADMINISTRAR SU CASTIGO,


DIOS TOMA LA FAMILIA COMO LA UNIDAD BÁSICA

Ahora debemos examinar algunos versículos que nos muestran que, también al
administrar Su castigo, Dios toma a la familia como la unidad. Cuando el
hombre se rebeló en contra de Dios, Dios fue provocado y juzgó al hombre. Al
hacerlo, Él consideró la familia como la unidad. El juicio de Dios vino por medio
de un hombre sobre toda la casa, de la misma manera Su bendición viene sobre
toda la casa también por un solo hombre. Una vez que comprendamos esto,
tomaremos una firme postura con respecto a nuestra familia, y proclamaremos
que nuestra casa es para el Señor.

A. Faraón y su casa

Génesis 12:17 dice: ―Mas Jehová hirió a Faraón y a su casa con grandes plagas,
por causa de Sarai mujer de Abram‖. El pecado de Faraón trajo sobre toda su
casa las plagas que Dios envió. Dios castigó a toda su casa. Si el juicio de Dios
viene sobre toda la casa, debiera ser nuestra expectativa que también Su
bendición venga sobre toda la casa. Nosotros no somos aquellos que están bajo
Su condenación, sino bajo Su bendición.

B. La casa de Abimelec

Génesis 20:18 dice: ―Porque Jehová había cerrado completamente toda matriz
de la casa de Abimelec, a causa de Sara mujer de Abraham‖. Dios cerró toda
matriz de las mujeres de la casa de Abimelec. Toda su casa fue castigada, no
solamente una o dos personas.

C. La casa de David

En 2 Samuel 12:10-11 dice: ―Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la


espada, por cuanto me menospreciaste, y tomaste la mujer de Urías heteo para
que fuese tu mujer. Así ha dicho Jehová: He aquí Yo haré levantar el mal sobre
ti de tu misma casa, y tomaré tus mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu
compañero, el cual yacerá con tus mujeres a la vista del sol‖.

Después que David pecó, la reprensión y el castigo de Dios no cayeron


solamente sobre David como individuo, sino que Dios le dijo: ―Por lo cual ahora
no se apartará jamás de tu casa la espada‖. Esto está muy claro. Fue únicamente
David quien pecó individualmente; sin embargo, el resultado fue que toda su
casa sufrió el juicio de Dios. Esto nos muestra que cuando Dios considera a la
humanidad no ve individuos, sino familias. Por tanto, los hombres deben
acercarse a Dios familia por familia.

D. La casa de Jeroboam

En 1 Reyes 13:34 se nos dice: ―Y esto fue causa de pecado a la casa de Jeroboam,
por lo cual fue cortada y raída de sobre la faz de la tierra‖. El que se hacía ídolos
era Jeroboam, pero Dios juzgó su casa y la desarraigó de la faz de la tierra.

En 1 Reyes 14:14 se nos dice: ―Y Jehová levantará para Sí un rey sobre Israel, el
cual destruirá la casa de Jeroboam en este día; y lo hará ahora mismo‖. Fue
Jeroboam quien adoraba ídolos, pero Jehová desarraigó a toda su casa. No sé
por qué Dios hizo esto. Únicamente puedo decir que a los ojos de Dios, la
familia es una unidad. Esto está muy claro. A menos que deliberadamente
elijamos hacer caso omiso de este hecho, no podemos hacer nada más que
reconocer tal realidad.

E. La casa de Baasa

En 1 Reyes 16:3 dice: ―He aquí Yo barreré la posteridad de Baasa, y la posteridad


de su casa; y pondré su casa como la casa de Jeroboam hijo de Nabat‖. Debido al
pecado de un hombre: Baasa, Dios aniquiló la posteridad de Baasa junto con su
casa, de la misma manera que desarraigó a toda la casa de Jeroboam. Dios se
relaciona con el hombre familia por familia.

F. La casa de Acab

Creo que una de las familias más conocidas del libro de 1 Reyes es la casa de
Acab. En 1 Reyes 21:22 dice: ―Y pondré tu casa como la casa de Jeroboam hijo
de Nabat, y como la casa de Baasa hijo de Ahías, por la provocación con que me
provocaste a ira, y con que has hecho pecar a Israel‖. ¿Por qué Dios pronunció
juicio sobre la casa de Acab? Porque Acab provocó a Dios. Acab fue un rey
maligno en tiempos del Antiguo Testamento. Dios dijo que aniquilaría la casa de
Acab de la misma manera que había hecho con la casa de Jeroboam y de Baasa.
La casa entera sería desarraigada. Incluso con respecto al juicio que Dios ejecuta
sobre los hombres, la unidad es la familia. Esto es obvio y evidente.

G. Las casas de Datán y Abiram

Examinaremos un pasaje más, el cual demuestra claramente lo que queremos


decir. Deuteronomio 11:6 dice: ―Y lo que hizo con Datán y Abiram, hijos de Eliab
hijo de Rubén; cómo abrió su boca la tierra, y los tragó con sus familias, sus
tiendas, y todo lo que les pertenecía, en medio de todo Israel‖. Cuando Datán y
Abiram pecaron, Dios hizo que se abriera la tierra y tragara, no solamente a
Datán y Abiram, sino a sus familias también.

En la Biblia, tanto en sentido positivo como negativo y tanto en el Antiguo


Testamento como en el Nuevo, todos los relatos coinciden en mostrarnos
claramente que Dios se relaciona con el hombre familia por familia. Hermanos,
deben darle mucha importancia a la manera en que vivimos delante de Dios,
porque todo cuanto hagamos individualmente afectará a toda nuestra casa.

IV. ES NECESARIO QUE LA CABEZA DEL HOGAR


HAGA UNA DECLARACIÓN

Ahora, quiero dirigirme particularmente a los que son la cabeza del hogar. En la
Biblia, la mayoría de las personas que asumieron alguna responsabilidad fueron
jefes de familia. Delante de Dios, el jefe de familia tiene la especial
responsabilidad de traer a toda su casa al Señor y ponerla al servicio del Señor.
Es necesario que ustedes asuman una postura definida en vuestra condición de
cabeza del hogar y declaren que sus familias habrán de creer en el Señor y que
ustedes no permitirán que ninguno de los suyos sea un incrédulo. Los jefes de
familia pueden decidir esto en representación de toda su casa. Incluso si sus
hijos aún no creen, usted aún puede afirmar que su familia creerá en el Señor,
debido a que la familia le pertenece a usted y no a sus niños. Es usted, no sus
hijos, el responsable de la familia. Así pues, usted puede declarar lo dicho en
Josué 24:15 delante del Señor y delante de toda su familia: ―Pero yo y mi casa
serviremos a Jehová‖. Ustedes tienen que reconocer que su familia es una
familia de creyentes. Ustedes tienen que declarar esto por fe, y además tienen
que establecer esto en su esposa e hijos. Siempre manténganse en esta posición.
―Yo soy la cabeza de este hogar, y mi familia creerá en Dios. Mi casa no va a
creer en el diablo. Yo he decidido que esta familia será una familia que cree en el
Señor‖. Si usted declara esto con fe, y si usa su autoridad para tomar la
delantera en hacerlo, sus hijos lo seguirán.

Yo creo que la cabeza de todos los hogares deben hacer la declaración de Josué
24:15. Deben reunir a todos sus hijos y los dependientes suyos, y decirles: ―Pero
yo y mi casa serviremos a Jehová‖. Entonces, mientras usted exista, su familia
servirá al Señor, pues esta es su familia y usted tiene la potestad para decidir si
su familia servirá al Señor. Cuando usted resuelva esto con firmeza, todos los
que se encuentran bajo su autoridad vendrán al Señor, pues no tendrán otra
opción. ¡Esto es maravilloso!

V. ALGUNOS EJEMPLOS EN INGLATERRA

Durante mis primeros años como creyente, leí sobre este tema en la Biblia, pero
en ese entonces mi experiencia era muy limitada. Doy gracias al Señor que
cuando estuve en Inglaterra, el Señor me dio la oportunidad de conocer ciertos
hermanos que también creían en la salvación de la familia. En docenas de casos
que observé en diversas localidades en Inglaterra, familias enteras eran
cristianas. Esto me impresionó profundamente. Dios opera conforme a la fe del
hombre. Allí, casi en todas las familias se experimentó la salvación de todos sus
integrantes. ―Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa‖. Entre quienes
habían creído conforme a este versículo, eran muy pocos los que aún no habían
experimentado la salvación entre ellos. Todos ellos fueron salvos familia por
familia, incluyendo al padre, la madre, esposa, los hijos y todos los demás
miembros de sus familias. A medida que me entrevistaba con estos hermanos,
aumentaba mi asombro.

En una ocasión visité al señor George Cutting, autor del famoso folleto Safety,
Certainty and Enjoyment [La seguridad, la certeza y el gozo]. Sin duda, este
folleto debe ser el segundo libro más vendido después de la Biblia; y aunque se
trata de un pequeño tratado, es una de las publicaciones más difundidas en el
mundo. Cuando conocí al señor Cutting, él tenía más de ochenta años de edad.
Sus cabellos y su barba eran completamente blancos. Tenía que guardar cama
permanentemente, y su mente ya no era tan lúcida como antes. Cuando lo
conocí, él me dijo: ―Hermano Nee, yo no puedo vivir sin Él, y Él no puede vivir
sin mí‖. Él disfrutaba de una comunión muy profunda con el Señor. Doy gracias
al Señor que todos los miembros de su familia, más de ochenta, eran salvos.
Cada uno de sus hijos, yernos y nueras, nietos y nietas, sobrinos y sobrinas, así
como bisnietos y bisnietas, fueran viejos o jóvenes, varones o mujeres, todos
ellos habían sido salvos. George Cutting mismo creyó estas palabras: ―Cree en el
Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa‖; y en consecuencia, toda su casa era
salva.

Para George Cutting, este asunto revestía gran seriedad. Él le daba mucha
importancia a la salvación de la familia, no solamente a la salvación del
individuo. Su familia estaba conformada por lo menos por unas ochenta o
noventa personas, y todos ellos eran salvos. ¡Gracias al Señor! ―Cree en el Señor
Jesús, y serás salvo, tú y tu casa‖. Fiel es Su Palabra.

VI. ES NECESARIO QUE TODA NUESTRA FAMILIA


SEA CONDUCIDA AL SEÑOR

Espero que los hermanos y hermanas que recién han sido salvos presten mucha
atención a este asunto. Ahora que son salvos, ellos deben reunir a los miembros
de su familia y declararles: ―Desde ahora en adelante, ustedes los de mi casa
pertenecen a Dios‖. Ya sea que en ese momento ellos pertenezcan al Señor o no,
y ya sea que ellos estén de acuerdo o no, es necesario que usted haga tal
declaración. Por ser la cabeza de ese hogar a usted le corresponde hacer tal
declaración. Usted tiene que tomar cartas en el asunto y declarar que su casa
servirá al Señor. Usted finalmente prevalecerá si ha ejercitado su fe al adoptar
una postura firme al respecto.

Si los que se salvan entre nosotros fueran salvos familia por familia, en lugar de
uno por uno, ¡cuán diferente sería nuestra situación! Hermanos y hermanas, no
sean descuidados con sus hijos. Uno de los mayores fracasos entre los
protestantes consiste en no haber sabido cuidar de las siguientes generaciones;
ellos han permitido que sus generaciones posteriores elijan su propia fe. Los
católicos no tienen que predicar el evangelio. Ellos experimentan incremento
numérico únicamente en virtud de los niños nacidos entre ellos y, nada más con
eso, superarán el incremento que logran los protestantes en el curso de toda su
vida. ¿Han visto ustedes a los católicos predicando el evangelio en las esquinas
de las calles tal como lo hace, por ejemplo, el Ejército de Salvación? No. Ellos se
propagan simplemente en virtud de los nacidos en forma natural, una
generación tras otra. Dos se convierten en cuatro y cuatro llegan a ser ocho.
Todo niño nacido en una familia católica se convierte automáticamente en un
católico romano. Los católicos no le dan mucha importancia al aumento por la
evangelización. Siempre y cuando una persona haya nacido en una familia
católica, ella es arrastrada a dicha religión, ya sea que se convierta en un
auténtico creyente o no. No es de sorprender que el número de católicos supere
más de tres veces a la población protestante. No debemos ser indiferentes al
respecto, ni debemos permitir que nuestros hijos se descarríen.

Permítanme reiterar esto: un nuevo creyente debe declarar al inicio mismo de


su vida cristiana que su familia pertenece al Señor. No solamente él mismo
deberá ser del Señor, sino que además, tiene que declarar que su familia
pertenece al Señor. Asuman su responsabilidad cabalmente y la salvación de
toda su familia se hará realidad. Ustedes tienen que declarar una y otra vez en
sus hogares: ―Pero yo y mi casa serviremos a Jehová. Todos los que viven en esta
casa deben optar por servir al Señor‖. Ustedes deben conducir a sus familias al
Señor. No busquen excusas al respecto. No permitan que ninguno se descarríe.

La salvación de la familia es uno de los principios más importantes que


encontramos en la Biblia. Una vez que usted es salvo, toda su familia debe ser
salva. En primer lugar, usted personalmente tiene que optar resueltamente por
el Señor; y entonces, su familia cambiará. Espero que le den la debida
importancia a este asunto. Esto es una gran bendición. Si usted hace esto,
conducirá a más personas al Señor.

CAPÍTULO VEINTIUNO

SI ALGUNO PECA
Lectura bíblica: Jn. 5:14; 8:11; Ro. 6:1-2; Nm. 19:1-10, 12-13, 17-19; 1 Jn. 1:7–
2:2

Después de ser salvos debemos dejar de pecar. El capítulo 5 del Evangelio de


Juan relata que el Señor Jesús sanó a un hombre que por treinta y ocho años
yacía enfermo cerca del estanque de Betesda. Después de sanarlo, al
encontrárselo en el templo, el Señor le dijo: ―Mira, has sido sanado; no
pequesmás, para que no te suceda alguna cosa peor‖ (v. 14). Asimismo, en Juan
8 dice que Jesús perdonó a una mujer que había cometido adulterio, y después
le dijo: ―Vete, y no peques más‖ (v. 11). Así pues, inmediatamente después de
recibir la salvación, el Señor nos manda: ¡No peques más! Puesto que somos
salvos, definitivamente ya no podemos seguir pecando.

I. SI UNO PECA DESPUÉS DE HABER RECIBIDO


LA SALVACIÓN

Ya que el creyente no debe pecar, nos preguntamos, ¿es esto posible? La


respuesta es ¡Por supuesto qué sí! Es posible porque ahora poseemos la vida de
Dios en nuestro interior y esta vida no peca. La vida divina no tolera ni el más
leve indicio de pecado, pues esta vida es tan santa como Dios es santo. Debido a
que poseemos esta vida, ahora somos muy sensibles al pecado. Si en nuestra
conducta diaria hacemos caso a los sentimientos que son propios de la vida
divina y vivimos según dicha vida, ciertamente no pecaremos.

Sin embargo, debido a que todavía estamos en nuestra carne, es posible que los
cristianos pequemos. Si no andamos conforme al Espíritu, ni vivimos según la
vida divina, podemos caer en pecado en cualquier momento. En Gálatas 6:1 se
nos dice: ―Hermanos, si alguien se encuentra enredado en alguna falta...‖. Y en 1
Juan 2:1 dice: ―Hijitos míos ... si alguno peca...‖. Esto quiere decir que todavía es
posible que los cristianos se vean envueltos en pecados, pues todavía persiste la
posibilidad de que ellos pequen. Leemos en 1 Juan 1:8: ―Si decimos que no
tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos‖. Y el versículo 10 añade:
―Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso‖. Por lo tanto,
nuestra experiencia nos indica que todavía es posible que, incidentalmente, los
cristianos caigan en pecado.

Si un creyente accidentalmente se ve enredado en algún pecado, ¿perderá por


eso la vida eterna? ¡No! Pues el Señor dijo claramente: ―Y Yo les doy vida eterna;
y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano‖ (Jn. 10:28). En otras
palabras, una vez que alguno es salvo, lo es para siempre. El Señor dijo: ―No
perecerán jamás‖. ¿Qué podría darnos más certeza que esto? En 1 Corintios 5, al
referirse a un hermano que había cometido fornicación, Pablo dijo: ―El tal sea
entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que su espíritu sea
salvo en el día del Señor‖ (v. 5). Así que incluso cuando se determine que un
creyente que practica el pecado debe sufrir la destrucción de su carne, su
espíritu aún seguirá siendo salvo.

¿Significa esto que no tiene importancia si una persona peca después de haber
sido salva? ¡No! Si un creyente peca después de haber sido salvo, tendrá que
afrontar dos consecuencias muy graves. En primer lugar, sufrirá en esta vida. Si
pecamos después de ser salvos, sufriremos las consecuencias de nuestro pecado.
En 1 Corintios 5 se nos habla de un hermano que pecó y que, como consecuencia
de ello, fue entregado a Satanás, lo cual ciertamente representa un gran
sufrimiento. Cuando una persona se arrepiente y confiesa su pecado delante del
Señor, es perdonada por Dios y es lavada por la sangre de Cristo. Sin embargo,
ciertos pecados tienen determinadas consecuencias que deberán ser afrontadas.
Por ejemplo, si bien Jehová quitó el pecado de David por haber tomado la mujer
de Urías, la consecuencia de dicho pecado fue que la espada jamás se apartó de
su casa (2 S. 12:9-13). Hermanos y hermanas, no se puede jugar con el pecado,
porque este es como una serpiente venenosa, cuya mordedura nos traerá mucho
sufrimiento.

En segundo lugar, si una persona peca, será castigada en la era venidera. Si un


cristiano peca y no toma las medidas correspondientes en esta era, tendrá que
rendirle cuentas al Señor cuando Él retorne, pues en la era venidera Él
―recompensará a cada uno conforme a sus hechos‖ (Mt. 16:27). Pablo dijo:
―Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de
Cristo, para que cada uno reciba por las cosas hechas por medio del cuerpo,
según lo que haya practicado, sea bueno o sea malo‖ (2 Co. 5:10).

Además de estas dos terribles consecuencias, como resultado de nuestro pecado


hay una tercera consecuencia inmediata, a saber: que nuestra comunión con
Dios se verá interrumpida. Para un cristiano, su comunión con Dios es un
privilegio muy glorioso y representa la mayor de las bendiciones. Sin embargo,
al pecar, su comunión con Dios se ve interrumpida inmediatamente. En tales
casos, el Espíritu Santo que mora en el creyente será contristado y la vida divina
en él se sentirá incómoda por ese pecado. Así, el creyente perderá su gozo y
dejará de disfrutar de comunión con Dios. Antes que dicho creyente pecara,
siempre que veía a otros hijos de Dios, espontáneamente se sentía atraído hacia
ellos, pero ahora ese afecto parece haber desaparecido, y en su lugar se ha
erigido una barrera de separación entre él y sus hermanos. Asimismo, antes de
caer en pecado, al creyente le parece que no hay nada más dulce que orar y leer
la Biblia, pero ahora se ha desvanecido tal dulzura y le es imposible sentirse
cercano a Dios. Antiguamente, él sentía gran estima por las reuniones de la
iglesia y le parecía que al dejar de asistir a una reunión sufría una gran pérdida.
Pero ahora, las reuniones le parecen insípidas y le da lo mismo asistir o no.
Cuando ve a los demás hijos de Dios, lejos de querer reunirse con ellos, prefiere
evadirlos. ¡Todo ha cambiado!

Como vemos, ¡es muy grave pecar después de ser salvos! Por ello, jamás
debemos comportarnos irresponsablemente. Es decir, nunca debemos tolerar el
pecado, y jamás debemos darle cabida en nuestras vidas.

Pero, ¿qué hacer ―si alguno peca‖? Si un creyente se descuida y peca


incidentalmente, es decir, si yerra y es vencido por el pecado, ¿qué debe hacer?
¿Cómo podrá regresar al Señor? ¿Cómo podrá restaurar su comunión con Dios?
Este es un asunto de suma importancia y debemos estudiarlo detenidamente.

II. EL SEÑOR LLEVÓ SOBRE SÍ


TODOS NUESTROS PECADOS

Si queremos considerar debidamente este asunto, lo primero que nos tiene que
ser revelado, es que el Señor Jesús llevó sobre Sí todos nuestros pecados en la
cruz. Todos los pecados que cometimos en el pasado, los pecados que
cometemos en el presente y aquellos que cometeremos mientras vivamos fueron
llevados por el Señor en la cruz.

Sin embargo, el día que creímos en el Señor Jesús, al ser iluminados por la luz
de Dios, nosotros únicamente pudimos ver aquellos pecados que habíamos
cometido antes de haber creído. Una persona sólo puede percatarse de aquellos
pecados sobre los cuales la luz de Dios ha resplandecido y le es imposible
percibir aquellos pecados que todavía no ha cometido. Por tanto, en realidad los
pecados que el Señor Jesús llevó sobre Sí en la cruz, son mucho más numerosos
que aquellos pecados de los cuales nosotros estamos apercibidos. Si bien el
Señor Jesús llevó sobre Sí todos nuestros pecados en la cruz, nosotros
únicamente podemos percatarnos de aquellos pecados que ya cometimos.

En el momento de nuestra salvación, ya sea que recibiéramos al Señor cuando


teníamos dieciséis años o treinta y dos, el Señor perdonó, absoluta y totalmente,
todos los pecados que cometimos antes de ser salvos. Sin embargo, en el
momento en que fuimos perdonados, nosotros nos percatamos de menos
pecados que aquellos que el Señor realmente llevó sobre Sí. Debido a ello, la
experiencia que tuvimos de la gracia del Señor, únicamente podía abarcar la
experiencia personal de pecado que habíamos tenido. Sin embargo, la obra
realizada por el Señor en beneficio nuestro, estuvo basada en Su conocimiento
de nuestros pecados. Así pues, tenemos que comprender que incluso aquellos
pecados de los cuales todavía no estábamos apercibidos en el momento de
nuestra salvación, fueron incluidos en la obra de redención efectuada por el
Señor Jesús.
Supongamos que usted fue salvo cuando tenía dieciséis años de edad y que,
hasta entonces, había cometido mil pecados. Es probable que al creer en el
Señor usted haya dicho: ―Señor, gracias. Todos mis pecados han sido
perdonados, pues Tú has borrado todos ellos‖. Ahora bien, cuando usted dice
que todos sus pecados han sido borrados, ciertamente se refería a que el Señor
borró los mil pecados que hasta entonces usted había cometido. Pero, ¿qué
habría sucedido si hubiera sido salvo a la edad de treinta y dos?
Proporcionalmente, tal vez habría cometido dos mil pecados para entonces, y es
probable que hubiese hecho una oración parecida: ―Oh, Señor, gracias por haber
borrado todos mis pecados‖. Y si usted hubiese sido salvo a los sesenta y cuatro
años de edad, su oración hubiese sido la misma: ―Oh, Señor, Tú has llevado
sobre Ti todos mis pecados‖. Al morir en la cruz el Señor borró todos nuestros
pecados, tanto los cometidos antes de cumplir dieciséis años, como los
cometidos antes que tuviéramos sesenta y cuatro años. En la cruz, el Señor quitó
todos nuestros pecados. Uno de los criminales que fue crucificado junto al
Señor, creyó en Él muy poco antes de morir, lo cual no fue obstáculo para que el
Señor borrara todos sus pecados (Lc. 23:39-43). En otras palabras, en la cruz el
Señor quitó todos los pecados que cometeremos durante toda nuestra vida. Si
bien, en el momento de creer en el Señor Jesús, sólo pudimos percatarnos de
que Él nos perdonaba todos los pecados que cometimos antes de creer. En
realidad, el Señor quitó absolutamente todos nuestros pecados, incluyendo
aquellos que cometeríamos después de ser salvos. Debemos entender este hecho
a fin de recobrar nuestra comunión con Dios.

III. EL TIPO DE LAS CENIZAS DE LA VACA ROJA

Las cenizas de la vaca roja son un tipo que representa la muerte vicaria del
Señor Jesús por nuestros pecados.

Números 19 es un capítulo muy peculiar en el Antiguo Testamento, pues allí se


menciona una vaca roja, la cual hace referencia a algo muy especial. El sacrificio
de esta vaca no satisfacía la necesidad del momento, sino una necesidad futura.
Esto también es muy significativo.

En el versículo 2 Dios le dijo a Moisés y a Aarón: ―Dí a los hijos de Israel que te
traigan una vaca roja, perfecta, en la cual no haya falta, sobre la cual no se haya
puesto yugo‖. Fíjense que en este caso no se ofreció un toro, sino una vaca. En la
Biblia el género es muy significativo. Por ejemplo, el género masculino denota lo
relativo al testimonio de la verdad, y el género femenino denota lo relativo a la
experiencia de la vida. Al leer la Biblia, debemos estar familiarizados con este
principio. Por ejemplo, Abraham denota la justificación por fe, mientras que
Sara hace referencia a la obediencia. La justificación por fe es algo objetivo, pues
tiene que ver con la verdad y el testimonio, mientras que la obediencia es
subjetiva; tiene que ver con la vida y la experiencia. En la Biblia, abundan
personajes femeninos que simbolizan a la iglesia, debido a que la iglesia, por
estar estrechamente vinculada a la obra del Señor en el hombre, concierne a
nuestra experiencia subjetiva. En este pasaje, en lugar de un toro se usa una
vaca, porque esta representa otro aspecto de la obra del Señor: Su obra en
relación con el hombre. Así pues, el uso de la vaca roja en este pasaje hace
alusión a la obra de Dios desde la perspectiva subjetiva, no la objetiva.

¿Qué hacían con la vaca roja? Ella era degollada, y su sangre era llevada y
rociada siete veces en la parte delantera del tabernáculo de reunión. En otras
palabras, la sangre era ofrecida a Dios, pues la obra de la sangre siempre es para
satisfacer a Dios. Así pues, la sangre de la vaca roja era rociada siete veces a la
entrada del tabernáculo de reunión, lo cual significa que era para Dios y para la
redención del pecado.

Ahora bien, después de haber sido degollada fuera del campamento, la vaca era
incinerada. La piel, la carne, la sangre restante y hasta el estiércol, todo era
quemado; es decir, la vaca era incinerada en su totalidad. Mientras era
quemada, el sacerdote añadía al fuego madera de cedro, hisopo y escarlata.
¿Qué representan la madera de cedro y el hisopo? En 1 Reyes 4:33 se nos dice
que Salomón disertó sobre todos los árboles, ―desde el cedro ... hasta el hisopo‖.
Así pues, al hablar del cedro y el hisopo se denota la totalidad de los árboles, con
lo cual se hace referencia al mundo entero. ¿Y qué representa el color escarlata?
La palabra escarlata también se puede traducir ―grana‖. En Isaías 1:18 dice: ―Si
vuestros pecados fueren como la grana, / Como la nieve serán emblanquecidos‖.
Por tanto, el color escarlata representa, en este caso, nuestros pecados. Quemar
juntos el cedro, el hisopo y la escarlata indica que los pecados del mundo entero
fueron puestos sobre la vaca roja cuando esta fue ofrecida a Dios. Vemos aquí
una representación fidedigna de la cruz. El Señor Jesús se ofreció a Sí mismo a
Dios. Él abrazó todos nuestros pecados. Todos estaban allí desde los más graves
hasta los más triviales, tanto los pecados pasados como los pecados presentes y
futuros, tanto aquellos pecados de los cuales el hombre ha tomado conciencia y
para los cuales busca el perdón, como los pecados de los cuales no ha tomado
conciencia todavía. Todos los pecados fueron puestos sobre la vaca roja y todos
ellos fueron quemados junto con ella.

¿Qué se hacía después que todo había sido consumido por el fuego? Números
19:9 dice: ―Y un hombre limpio recogerá las cenizas de la vaca y las pondrá fuera
del campamento en lugar limpio, y se guardará para la asamblea de los hijos de
Israel para el agua de purificación; es agua para purificar por el pecado‖. ¿Qué
significa esto? Esto es precisamente lo que hace que este sacrificio de la vaca
roja sea tan especial. Después de quemar la madera de cedro, el hisopo y la
escarlata junto con la vaca, se recogían las cenizas y se guardaban en un lugar
limpio. Más tarde, si alguno de los israelitas tocaba algo inmundo y se
contaminaba delante de Dios, una persona limpia mezclaba el agua de
purificación con las cenizas y las rociaba sobre la persona contaminada,
quitando así la inmundicia. En otras palabras, las cenizas eran usadas para
quitar inmundicias. Estas cenizas estaban preparadas para el futuro, eran
destinadas a quitar las impurezas en un tiempo futuro.

En el Antiguo Testamento, los pecadores tenían que ofrecer sacrificios al Señor.


Si alguien, después de ofrecer un sacrificio tocaba algo inmundo, se
contaminaba delante de Dios y hacía que su comunión con Él fuese
interrumpida. ¿Qué se hacía en tales casos? Otra persona que estuviese limpia,
debía tomar las cenizas de la vaca roja, las ponía en una vasija y vertía agua viva
sobre ellas, a fin de obtener las aguas de la purificación con las cuales se podía
rociar el cuerpo de la persona inmunda. De esta manera se eliminaba la
impureza, y el pecado era perdonado. Cuando un israelita ofrecía un toro o un
cordero como ofrenda por el pecado, lo hacía porque sabía que había pecado.
Pero en el caso de la ternera roja, esta era incinerada por razones diferentes; ella
era ofrecida no por los pecados pasados, sino como provisión para la inmundicia
futura. Así pues, la vaca roja era consumida por el fuego, no para limpiar
pecados pasados, sino con miras a quitar la inmundicia que pudiera detectarse
en el futuro.

Esto nos muestra otro aspecto de la obra realizada por el Señor Jesús. En este
aspecto, la obra realizada por el Señor Jesús es semejante a la obra que era
realizada por las cenizas de la vaca roja. Las cenizas representan la eficacia de la
redención que efectuó el Señor Jesús. Estas cenizas incluyen los pecados de todo
el mundo, e incluyen, además, la sangre provista para quitar dichos pecados. Así
pues, cuando una persona se contaminaba o tocaba alguna cosa inmunda, no se
necesitaba matar otra vaca roja para ofrecerla a Dios. Únicamente se debía
tomar las cenizas de la vaca que ya había sido ofrecida, mezclarlas con agua
corriente, y rociar dicha mezcla sobre el cuerpo de la persona inmunda. Esto
quiere decir que no es necesario que el Señor haga nada nuevamente. Su
redención ya ha logrado todo lo que era necesario lograr. Así, Él ha hecho
provisión para toda inmundicia futura y los pecados futuros. Todo lo necesario
ha sido plenamente logrado por medio de Su redención.

¿Qué representan las cenizas? En la Biblia, las cenizas denotan que algo ha
alcanzado su estado final. Ya sea que se trate de un toro o un cordero, después
que es quemado, su estado final será cenizas. Así pues, las cenizas son muy
estables. Las cenizas no pueden corromperse y convertirse en algo distinto; ellas
son incorruptibles e indestructibles. Las cenizas, pues, representan aquello que
ha alcanzado su estado final.
Las cenizas de la vaca roja representan la eficacia eterna e inmutable de la
redención del Señor. La redención que nuestro Señor logró en beneficio nuestro
es sumamente firme y estable. No debemos pensar que, por ejemplo, las rocas
de las montañas sean inalterables, pues ellas también pueden convertirse en
cenizas. Así que las cenizas son más estables que las rocas. Las cenizas de la vaca
roja representan la redención que el Señor proveyó para nosotros, la cual
podemos aplicar hoy en día, en cualquier momento. Si un creyente comete el
error de enredarse, incidentalmente, en algo inmundo y se contamina, no
necesita pedirle al Señor que vuelva a morir por él. Únicamente necesita confiar
en la eficacia eterna e incorruptible de las cenizas y rociar su cuerpo con el agua
de vida, y será limpio. En otras palabras, las cenizas de la vaca roja indican que
la obra de la cruz, consumada en el pasado, es susceptible de ser aplicada hoy, y
se encuentra a nuestra disposición en cualquier momento. Además, la cruz es
eficaz para satisfacer toda necesidad que pudiéramos tener en el futuro. Estas
cenizas son específicamente para ser usadas en el futuro. Se requiere de una sola
vaca roja, la cual deberá ser consumida por el fuego una sola vez, pues sus
cenizas bastan para abarcar toda la existencia de una persona. ¡Gracias al Señor
porque Su redención es suficiente para toda nuestra vida y porque Su muerte
quitó todos nuestros pecados!

IV. LA NECESIDAD DE CONFESAR

Ya vimos el aspecto relacionado con la obra de redención que el Señor efectuó.


Pero, ¿qué debemos hacer nosotros?

En 1 Juan 1:9 se nos dice: ―Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo
para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia‖. En este
versículo, la expresión ―si confesamos‖ hace alusión a los creyentes, no a los
pecadores. Cuando un creyente peca, debe confesar sus pecados. Únicamente
después de haber confesado sus pecados podrá recibir el perdón. Así pues, un
creyente no debe pasar por alto sus pecados, ni tratar de encubrirlos. En
Proverbios 28:13 se nos dice: ―El que encubre sus transgresiones no prosperará;
/ Mas el que las confiesa y las abandona alcanzará misericordia‖. Cuando un
creyente peca, debe confesar su pecado. Debemos reconocer el pecado tal como
es, sin tratar de darle un nombre bonito. No procuremos justificarnos. Por
ejemplo, cualquier mentira es pecado. Si usted mintió, debe confesar su pecado.
No debiera decir simplemente: ―Exageré un poco en lo que dije, o no lo dije‖. Lo
correcto es confesar: ―He pecado‖. No demos explicaciones tratando de encubrir
el pecado; sencillamente confesemos que hemos mentido. La mentira es pecado
y debemos condenarla como tal.

Confesar es estar al lado de Dios y juzgar al pecado como tal. Hay tres cosas
aquí: Dios, nosotros mismos y los pecados. Dios está en un lado, los pecados en
el otro y nosotros en el medio. ¿Qué significa cometer un pecado? Significa que
nos encontramos en el extremo que corresponde al pecado y, por ende, estamos
lejos de Dios. Una vez que pecamos, nos alejamos de Dios. Una vez que nos
vinculemos con los pecados, no podremos estar juntos con Dios. En cuanto
Adán pecó, procuró esconderse de Dios y no osaba encontrarse con Él (Gn. 3:8).
En Colosenses 1:21 se nos dice: ―Y a vosotros también, aunque erais en otro
tiempo extraños y enemigos en vuestra mente por vuestras malas obras‖. El
pecado genera un distanciamiento entre nosotros y Dios. Entonces, ¿qué
significa confesar nuestros pecados? Significa que volvemos a estar en el lado de
Dios y reconocemos que lo que hicimos era pecado. Regresamos a Dios.
Dejamos de relacionarnos con el pecado. Nos oponemos al pecado, y lo
llamamos por su nombre. En esto consiste la confesión de pecados. Únicamente
quienes andan en la luz y sienten profunda repulsión hacia el pecado, podrán
confesar sus faltas con toda autenticidad. Aquellos que son insensibles al pecado
y a quienes les parece que pecar es normal, en realidad no confiesan sus
pecados, y si lo hacen, simplemente reconocen algo de los labios para afuera, sin
poner el corazón en ello.

Los creyentes somos hijos de luz (Ef. 5:8) e hijos de Dios (1 Jn. 3:1). Ya no
somos extranjeros ni advenedizos, sino miembros de la familia de Dios; por
consiguiente, debemos conducirnos con la dignidad que es digna de la familia.
Por ser hijo de Dios, usted debe saber reconocer el pecado. Su actitud hacia el
pecado debe ser la misma que tiene su Padre al respecto. Usted debe considerar
el pecado de la misma manera que su Padre lo hace. La confesión en la casa de
Dios, es el resultado de que los hijos de Dios adopten la misma actitud hacia el
pecado que manifiesta su Padre. Allí, los hijos de Dios condenan el pecado de la
misma manera que el Padre lo hace, pues ellos adoptan la misma actitud que
tiene el Padre con respecto al pecado. Cuando un hijo de Dios peca, debe
condenar el pecado tal y como su Padre lo hace.

Si confesamos nuestros pecados de esta manera, Dios ―es fiel y justo para
perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia‖. Si habiendo
pecado nos percatamos de ello y lo reconocemos como pecado, entonces Dios
perdonará nuestro pecado y nos limpiará de toda injusticia. Dios ―es fiel‖, es
decir, Él tiene que honrar Sus propias palabras y promesas, y tiene que
cumplirlas. Además, Él ―es justo‖, con lo cual se nos indica que Él tiene que
estar satisfecho con la obra de redención que Su Hijo efectuó en la cruz y que
está obligado a reconocerla. Así pues, tanto con base en Su promesa como en la
redención que provee, Él tiene que perdonarnos; pues Él es fiel y justo. Tiene
que perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia.

Debemos prestar atención a las palabras ―todo‖ y ―toda‖ en 1 Juan 1:7 y 9. ―Todo
pecado‖ y ―toda injusticia‖ nos han sido completamente perdonados y estamos
completamente limpios de todo ello. Esto es lo que el Señor ha hecho. Cuando el
Señor dice ―todo‖, quiere decir ―todo‖, y no debiéramos cambiarlo por otra cosa.
Y cuando Él dice que nos ha perdonado ―todo pecado‖, Él se refiere a
absolutamente ―todo pecado‖, no solamente a todos los pecados que cometimos
antes de creer o a los que cometimos en el pasado. Él nos ha perdonado de todos
nuestros pecados.

V. TENEMOS UN ABOGADO ANTE EL PADRE

En 1 Juan 2:1 se nos dice: ―Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no
pequéis‖. ―Estas cosas‖ se refieren al perdón y a la limpieza de nuestros pecados
en virtud de las promesas y la obra de Dios. Juan escribió estas cosas para que
no pequemos. Esto demuestra que el Señor perdonó todos nuestros pecados, y
como resultado, ya no pecamos. Si nos percatamos de que hemos sido
perdonados, no nos sentiremos libres para pecar, sino que, por el contrario, no
pecaremos.

Después de esto, Juan nos dice: ―Y si alguno peca, tenemos ante el Padre un
Abogado, a Jesucristo el Justo‖. La expresión ante el Padre nos indica que se
trata de un asunto en el seno de la familia, es decir, que esto atañe a quienes ya
son salvos. Ya creímos y llegamos a ser uno de los muchos hijos de Dios. Ahora
tenemos un Abogado ante el Padre, el cual es Jesucristo el Justo. ―El mismo es
la propiciación por nuestros pecados‖. El Señor Jesús, por medio de Su muerte y
por haber llegado a ser la propiciación por nuestros pecados, ha llegado a ser
nuestro Abogado ante el Padre. Estas palabras están dirigidas a los cristianos.

La propiciación de la que hablamos aquí es la realidad tipificada por las cenizas


de la vaca roja descritas en Números 19, pues se refiere al perdón de Dios para
nuestros pecados futuros, en conformidad con lo logrado por medio de la obra
en la cruz. No hay necesidad de una nueva crucifixión. Sólo necesitamos la obra
de la cruz una sola vez y eso es suficiente. Con la redención eterna efectuada en
la cruz, nuestros pecados son perdonados. Aquel sacrificio no fue un sacrificio
ordinario, sino un sacrificio cuya eficacia puede ser aplicada en todo momento.
Puesto que se trataba de cenizas, podía ser aplicado todo el tiempo. Con base en
Su sangre, ahora el Señor Jesucristo ha llegado a ser nuestro Abogado. Él ha
efectuado la redención en la cruz. Así pues, en virtud de la obra que Él efectuó,
nosotros podemos ser lavados. Si incidentalmente pecamos, no debemos
revolcarnos en ello, ni sentirnos desalentados, ni debemos permanecer en
nuestro pecado. Cuando pecamos, lo primero que debemos hacer es confesar
nuestro pecado ante el Señor. Dios dice que lo que hicimos es pecado; por lo
tanto, debemos reconocerlo como tal. Dios afirma que ello es un error, por
tanto, nosotros también debemos afirmar que es un error. Cuando le
supliquemos a Dios que perdone nuestro pecado, Él perdonará nuestro pecado y
nuestra comunión con Él será restaurada de inmediato.

A los ojos de Dios, ningún hermano ni hermana debería pecar. Pero si alguno
incidentalmente peca, lo primero que debe hacer es tomar medidas inmediatas
al respecto; es decir, debe enfrentarse a dicho problema de inmediato. Nunca
demore; tiene que resolver el asunto cuanto antes posible. Uno tiene que
confesar inmediatamente. Dígale a Dios: ―¡Oh Señor, he pecado!‖. Confesar
equivale a emitir una sentencia sobre nosotros mismos. Si confesamos nuestros
pecados, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de
toda injusticia.

Cuando un hijo de Dios peca y, en vez de confesar sus pecados, permanece en


ellos, su comunión con Dios se ve interrumpida. La comunión de la que él
disfrutaba con Dios ya no será posible, pues al haber un agujero en su
conciencia, no podrá permanecer en la presencia de Dios. Aunque es posible que
dicha persona todavía pueda mantener una comunión superficial con Dios,
dicha comunión habrá dejado de ser íntima y agradable. Así pues, con toda
certeza, dicha persona sufrirá mucho. Aún cuando el niño que ha cometido una
falta regrese a su hogar, sentirá que hay algo que no marcha bien, pues su padre
no le dirige la palabra y no puede tener comunión íntima con su padre. El hijo
sabe que existe una barrera entre él y su padre. En esto estriba el dolor que se
produce al haberse interrumpido la comunión íntima que teníamos con Dios.

La única manera de restaurar tal comunión es por medio de acudir a Dios y


confesarle nuestros pecados. Tenemos que creer que el Señor Jesucristo es
nuestro Abogado y que llevó sobre Sí todos nuestros pecados. Tenemos que
humillarnos y confesar nuestros fracasos y faltas delante de Dios. Además,
debemos depender de Él para no volver a caer en la arrogancia ni en la
irresponsabilidad cuando volvamos a emprender nuestra jornada. Debemos
reconocer que no somos mejores que nadie y que podemos caer en cualquier
momento. Tenemos que pedirle a Dios que tenga misericordia de nosotros y nos
fortalezca para seguir adelante. Cuando confesamos nuestros pecados de esta
manera, nuestra comunión con Dios es restaurada de inmediato, y el gozo y la
paz que habíamos perdido volverán.

Para finalizar, debemos recalcar una vez más que los cristianos no debemos
pecar. El pecado nos perjudica y nos hace sufrir. Que Dios, conforme a Su
misericordia, nos mantenga, guarde y guíe en el camino de una comunión
ininterrumpida con Él.

CAPÍTULO VEINTIDÓS
CONFESIÓN Y RESTITUCIÓN

Lectura bíblica: Lv. 6:1-7; Mt. 5:23-26

I. UNA CONCIENCIA IRREPRENSIBLE

Después de haber creído en el Señor, debemos cultivar el hábito de confesar


nuestras faltas y efectuar la restitución correspondiente. Si hemos ofendido a
alguien o hemos cometido alguna injusticia en perjuicio de otra persona,
debemos aprender a admitir nuestra falta delante de dicha persona y a
compensarla por los perjuicios que le hayamos causado, o sea, debemos efectuar
restitución. Por un lado, debemos confesar ante Dios, y por otro, debemos
reconocer nuestras faltas ante los hombres y efectuar la debida reparación. Si no
confesamos ante Dios, ni pedimos perdón o efectuamos restitución al hombre,
nuestra conciencia rápidamente se hará insensible. Una vez que nuestra
conciencia haya perdido su sensibilidad, se habrá generado un problema serio y
fundamental, a saber: que la luz de Dios difícilmente podrá resplandecer en
nuestro ser. Por ello, uno tiene que cultivar el hábito de confesar y de efectuar
restitución a fin de mantener una conciencia sensible y aguda delante del Señor.

Un siervo del Señor solía hacerles la siguiente pregunta a sus audiencias:


―¿Cuándo fue la última vez que usted pidió perdón a otra persona?‖. Si ha
transcurrido un período muy prolongado, entonces es probable que su
conciencia se haya hecho insensible. Por lo regular, ofendemos los demás. Si
después de haber ofendido a alguien uno no siente remordimiento alguno, ese
es un indicio de que su conciencia sufre alguna enfermedad o deficiencia. El
tiempo transcurrido desde su última confesión debe indicarle si existe un
problema entre usted y Dios. Si ha transcurrido un largo período, obviamente
usted carece de luz en su espíritu. Si ese tiempo es breve, es decir, si
recientemente ha confesado alguna falta, ello prueba que su conciencia continúa
sensible. A fin de vivir bajo la luz de Dios, necesitamos que nuestra conciencia
permanezca sensible, y para ello, es necesario que condenemos el pecado
continuamente. Necesitamos confesar nuestras faltas ante Dios y también ante
los hombres, y debemos efectuar la restitución apropiada.

Si hemos ofendido a Dios, y la ofensa no afecta específicamente a otras


personas, entonces no es necesario confesar ante los hombres. Evitemos caer en
excesos. Si al haber ofendido a Dios, un hermano no ha ofendido a otras
personas, entonces sólo necesitará confesar su pecado ante Dios; no hay
ninguna necesidad de que confiese ante los hombres. Espero que tengamos en
cuenta este principio.

¿Qué clase de pecados ofenden a nuestro prójimo? ¿Cuál es la manera


apropiada de pedir perdón a otros por haberlos ofendido? ¿Cómo debemos
compensarlos por haber hecho tratos injustos? Si queremos estar claros al
respecto, debemos estudiar detenidamente dos pasajes de las Escrituras.

II. LA OFRENDA POR LOS PECADOS


MENCIONADA EN EL SEXTO CAPÍTULO DE LEVÍTICO

La ofrenda por los pecados tiene dos aspectos: uno se revela en Levítico 5 y el
otro en Levítico 6. El capítulo 5 nos dice que debemos confesar nuestros varios
pecados ante Dios, y ofrecer sacrificios por el perdón de los mismos. El capítulo
6 nos dice que si hemos causado perjuicio a otra persona, no es suficiente
ofrecer sacrificio a Dios, sino que, además, debemos efectuar la debida
restitución a la persona que hemos agraviado. Así pues, el sexto capítulo de
Levítico nos dice que siempre que hemos causado algún perjuicio material a
otra persona, debemos resolver dicho asunto ante los hombres. Por supuesto,
también debemos confesar ante Dios y pedirle Su perdón; pero eso no es
suficiente. No podemos pedirle a Dios que nos perdone en representación de
aquellos a quienes hemos perjudicado.

¿Cómo debemos resolver este asunto delante de los hombres? Consideremos la


ofrenda por los pecados descrita en Levítico 6.

A. Algunos pecados son


transgresiones contra los hombres

Levítico 6:2-7 dice: ―Cuando una persona peque y cometa una infidelidad contra
Jehová, y mienta a su prójimo acerca de un depósito o una prenda puesta en sus
manos, o por robo o por extorsión le quite algo a su prójimo, o habiendo hallado
lo perdido después mienta acerca de ello, y jure en falso —acerca de cualquiera
de las cosas en que suele hacer el hombre, pecando en ellas— entonces, cuando
peque y sea culpable, restituirá aquello que robó, o lo que quitó por extorsión, o
el depósito que se le encomendó, o lo perdido que halló, o todo aquello sobre lo
cual juró en falso; lo restituirá, según su íntegro valor, y añadirá a ello la quinta
parte; lo dará a aquel a quien le pertenecía el día en que se halle culpable. Y
llevará al sacerdote su ofrenda por la transgresión a Jehová, un carnero del
rebaño, sin defecto, según su estimación, como ofrenda por la transgresión. Y el
sacerdote hará propiciación por él delante de Jehová, y será perdonado por
cualquier cosa que haya hecho, por la cual haya llegado a ser culpable‖. Una
persona que haya ofendido a alguien o le haya causado perjuicio material, tiene
la obligación de arreglar cuentas con los hombres antes de poder ser perdonado.
De lo contrario, no podrá ser perdonado.

En este pasaje bíblico podemos distinguir hasta seis clases de transgresiones en


contra de los hombres:
(1) Engañar al prójimo con respecto a un depósito que nos fuera encomendado:
Esto se refiere a engañar al propietario con respecto a bienes que él nos confió y
procurar así retener las porciones buenas y costosas mientras que devolvemos
las de inferior calidad. Esto es mentir, y es un pecado delante de Dios. No
debemos mentir con respecto a lo que nos haya sido encomendado, sino que
debemos resguardarlo con toda fidelidad. Los hijos de Dios deben guardar
fielmente lo que se les confíe. Si no podemos guardar algo, no lo debemos
aceptar. Una vez que lo aceptemos, debemos hacer lo posible por guardarlo. Si a
causa de nuestra negligencia algo le llega a suceder, habremos transgredido
contra el hombre.

(2) Engañar al prójimo con respecto a lo dejado en nuestras manos: Esto se


refiere a defraudar al prójimo en cuestiones de negocios, o a mentir en
transacciones comerciales, o a lograr ganancias por medios deshonestos, o a
valerse de maniobras legales o comerciales para apropiarnos de lo que
legítimamente pertenece a nuestro prójimo. Delante del Señor, ello constituye
pecado y debe ser severamente condenado.

(3) Robar al prójimo: Aunque tal vez esto no suceda entre santos, de todos
modos debemos mencionarlo. Nadie debe adquirir nada por medios ilícitos.
Cualquiera que procure hurtar las posesiones de otros valiéndose de su posición
privilegiada, de su autoridad o su poderío, comete pecado.

(4) Explotar al prójimo: Constituye pecado aprovecharse de otras personas,


valiéndonos para ello de la posición o el poder que tengamos. A los ojos de Dios,
Sus hijos jamás deberían hacer tal cosa. Esta clase de conducta debe ser
eliminada.

(5) Encontrar un objeto perdido y mentir al respecto: Los nuevos creyentes


deben prestar especial atención a este asunto. Muchas personas han mentido
sobre las cosas que otros han perdido. Hacer desaparecer algo, reducir la
cantidad o reemplazar algo bueno con algo malo equivale a mentir. Uno
encuentra cierto objeto y niega haberlo encontrado, o encuentra cierta cantidad
y afirma que halló menos, o habiendo encontrado algo en buen estado, afirma
que está descompuesto o que no sirve. Todo ello es mentir. Otros pierden algo y
usted se aprovecha de ellos; usted los despoja buscando obtener alguna
ganancia o beneficio a costa de ellos; esto también es pecado. Un cristiano no
debe adueñarse de las posesiones de otros. Si usted recogió algo por
equivocación, debe guardarlo bien y devolvérselo al dueño. Nunca declare que
un objeto que encuentra es suyo. No es correcto quedarse con artículos
perdidos, pero es peor hurtar los bienes de otros por medios ilícitos. No es
correcto adueñarse de las posesiones de otros por medio de cualquier método
injusto. Un creyente no debe hacer ninguna cosa que le reporte beneficios a
expensas de otros.

(6) Jurar en falso: Constituye pecado jurar en falso con respecto a cualquier cosa
material. Usted sabe algo, y sin embargo, dice que no lo sabe. Ha visto algo, pero
lo niega. Algo está allí, pero dice que no hay nada. Todo el que jura en falso
peca.

―En alguna de todas aquellas cosas en que suele pecar el hombre‖. Esto se
refiere a todas aquellas transgresiones que causan perjuicio material a otras
personas. Los hijos de Dios deben aprender esta lección y recordarla siempre:
no deben apropiarse de lo que pertenece a otros. Jamás debemos usurpar
aquello que pertenece a otro. Todo el que jure falsamente con respecto a
cualquiera de los asuntos que acabamos de mencionar, habrá transgredido en
contra de otras personas, y ha pecado.

Hermanos y hermanas, si hay algo deshonesto en cualquier cosa que hagan, si


han adquirido algo a expensas de otros, o si han obtenido algo por uno de estos
seis medios, han pecado. Deben eliminar estos pecados por completo.

B. Cómo debemos efectuar la restitución

Nuestra conducta debe ser recta, y nuestra conciencia debe ser irreprensible
delante de Dios. La Palabra de Dios dice: ―Entonces, cuando peque y sea
culpable, restituirá aquello que robó‖ (v. 4). Aquí la palabra restituir es muy
importante. La ofrenda por los pecados tiene dos aspectos. Por un lado, tenemos
la necesidad de propiciar delante de Dios, y por otro lado, es necesario restituir
a nuestro prójimo lo que le quitamos. No debemos pensar que basta con ofrecer
propiciación delante de Dios, sino que también debemos restituir a nuestro
semejante aquello de lo cual le privamos. De lo contrario, si no lo regresa, algo
estará carente. La ofrenda por el pecado, mencionada en Levítico 5, se relaciona
con los pecados que no ocasionan perjuicios materiales a nuestro prójimo. Por
supuesto, en tales casos no es necesario devolver nada. Pero los pecados de los
que habla el capítulo 6 implican pérdidas materiales, en cuyo caso uno debe
efectuar la debida restitución. La propiciación por medio del sacrificio no era
suficiente. Uno debía restituir lo que había tomado. Por ello, el versículo 4 dice:
―Entonces, cuando peque y sea culpable, restituirá aquello que robó‖. Todo lo
adquirido por medios pecaminosos debe ser devuelto. Se debe devolver lo
obtenido por medio del robo, el abuso, los falsos juramentos, el usufructo
abusivo de los bienes que nos fueron confiados o que nos encontramos. Todo
esto debe ser devuelto.
¿Cómo debe una persona devolver estas cosas? ―Lo restituirá, según su íntegro
valor, y añadirá a ello la quinta parte ... el día en que se halle culpable‖ (v. 5). Así
pues, al efectuar restitución debemos tomar en cuenta tres cosas.

En primer lugar, debemos efectuar una restitución completa. Es incorrecto no


efectuar restitución alguna, pero es igualmente incorrecto que nuestra
restitución sea incompleta o deficiente. Ninguno debe pensar que una disculpa
es suficiente. Mientras el objeto en cuestión siga en nuestras manos, ello
demuestra que todavía estamos errados y tenemos que efectuar completa
restitución.

En segundo lugar, Dios desea que no sólo devolvamos la cantidad completa,


sino que también añadamos la quinta parte al hacerlo. ¿Por qué debemos añadir
la quinta parte? Según este principio, debemos restituir abundantemente. Si
hemos tomado el dinero o las pertenencias de otros, Dios desea que añadamos
una quinta parte a la cantidad total cuando la devolvamos. Dios no desea que
sus hijos procuren devolver lo mínimo, sino que sean como los libros que
cuando se imprimen se debe dejar suficiente margen alrededor de cada página.
Asimismo, no debemos ser mezquinos al disculparnos con las personas, ni al
devolverles lo que les hayamos hurtado. Debemos ser amplios y generosos.

Algunos, lejos de añadir la quinta parte al efectuar reparación, no devuelven ni


siquiera la quinta parte de lo que deben. Ellos se disculpan, diciendo:
―Reconozco que en esta ocasión yo fui injusto, pero no siempre ha sido así; al
contrario, en muchas otras ocasiones, usted fue injusto conmigo‖. Lejos de
constituir una confesión apropiada, esto no es más que un ajuste de cuentas. Si
usted quiere reconocer su falta, no sea mezquino al hacerlo. Es mejor excederse
pidiendo disculpas, que no disculparse lo suficiente. Después de todo, ¿no fue
usted el que pecó? Puesto que ahora deberá efectuar reparación, procure ser
más generoso. Si quitó a otros sus posesiones, no pretenda devolver
exactamente lo que hurtó; pues tiene que efectuar una reparación amplia y
generosa.

Los hijos de Dios deben comportarse de una manera que esté de acuerdo con la
dignidad que ellos poseen. Incluso cuando reconocemos nuestras faltas y las
confesamos delante de los demás, debemos hacerlo en concordancia con la
dignidad que poseemos. Si pedimos disculpas y, al mismo tiempo, tratamos de
hacer un ajuste de cuentas, ciertamente no estamos disculpándonos como
corresponde a hijos de Dios. Por el contrario, los hijos de Dios deben reconocer
sus faltas con toda amplitud y añadir una quinta parte cuando efectúen
reparación. Cuando se trata de reconocer sus errores, no debiera haber ninguna
renuencia al respecto, o a no estar dispuestos a efectuar el menor sacrificio
posible. Si al pedir perdón lo que a usted le preocupa más es determinar con
exactitud a cuánto asciende su deuda, entonces no está comportándose como
corresponde a un cristiano. Por ejemplo, hay quienes, al pedir disculpas, dicen:
―Al comienzo, yo no estaba enojado contra ti, pero tus palabras me provocaron a
ira y por eso te ofendí. Ahora que he confesado mi culpa, te corresponde a ti
confesar la tuya‖. Todo esto es propio de un ajuste de cuentas, no de la admisión
de nuestra culpa y la confesión de la misma. Si usted ha de reconocer su falta,
debe caminar la segunda milla, debe hacerlo generosamente. Reconozca su falta
sin reservas, procurando hacerlo con toda amplitud.

Añadir una quinta parte al reconocer nuestra falta o al efectuar reparación,


deberá servirnos para recordar que siempre que perjudicamos a otros, somos
nosotros los que perdemos, y que no debemos volver a hacerlo jamás. Un nuevo
creyente debe darse cuenta de que siempre que peca en contra de alguien, aun
cuando ello le pueda reportar beneficios momentáneos, a la postre siempre le
perjudicará. Si tomó cinco quintos, debe restituir seis quintos. Quizás haya sido
fácil quitarle algo a alguien, pero cuando lo tenga que devolver, no sólo
devolverá todo lo que tomó, sino que además, deberá añadir la quinta parte de
lo que tomó.

En tercer lugar, debemos hacer nuestra confesión y restitución lo más pronto


posible. El versículo 5 dice: ―Lo restituirá, según su íntegro valor ... el día en que
se halle culpable‖. Si estamos en capacidad de devolver aquello que habíamos
retenido, o si el objeto en cuestión está todavía en nuestro poder, entonces
debemos efectuar la devolución en cuanto nos percatemos de nuestro pecado.
Por lo general, tenemos la tendencia a postergar esta clase de devoluciones, pero
cuanto más posterguemos efectuar la debida restitución, más débil será el
sentimiento que nos motiva a ello. Por ello, en cuanto seamos iluminados al
respecto, debemos actuar, es decir, debemos apresurarnos a efectuar la
reparación debida; si es posible, debemos hacerlo ese mismo día. Esperamos
que todos nuestros hermanos y hermanas opten por la senda correcta desde el
primer día en que se hacen cristianos. Nosotros jamás debemos aprovecharnos
de los demás, ni podemos ser injustos con nadie. El principio fundamental que
rige la conducta de los cristianos aquí en la tierra, debe ser el de no
aprovecharse de los demás. Siempre que nos aprovechemos de otros de la forma
que sea, estaremos cometiendo un grave error No debemos tomar ventaja de
nadie. En lugar de ello, tenemos que actuar con rectitud desde el comienzo
mismo de nuestra vida cristiana.

Tenemos que efectuar la restitución debida. Pero eso no es todo. No debiéramos


pensar que todo ha quedado resuelto una vez que hemos pedido perdón y
efectuado la reparación correspondiente. En realidad, ello no basta para que el
asunto quede resuelto: ―Y llevará al sacerdote su ofrenda por la transgresión a
Jehová, un carnero del rebaño, sin defecto, según su estimación‖ (v. 6). Después
de haber reconocido nuestra falta y efectuado la restitución correspondiente,
todavía es necesario que acudamos a Dios procurando Su perdón. La ofrenda de
la expiación, descrita en el capítulo 5, concierne únicamente a Dios, pues no se
ha causado perjuicio material a ninguna persona en particular. Pero la ofrenda
descrita en el capítulo 6 se relaciona con las transgresiones cometidas en contra
de otras personas. Por tanto, primero tenemos que retribuir a los hombres por
el perjuicio cometido, antes de acudir a Dios en busca de Su perdón. Antes que
un asunto ha sido resuelto con los hombres, no podemos acercarnos a Dios para
pedir perdón ¿Qué sucede después que nos hemos reconciliado con los hombres
y le hemos pedido perdón a Dios? ―El sacerdote hará propiciación por él delante
de Jehová, y será perdonado por cualquier cosa que haya hecho‖ (v. 7). Esto es
lo que el Señor desea. Si hemos cometido una transgresión en contra de alguien
y le hemos causado algún perjuicio, tenemos que esforzarnos por efectuar la
reparación debida; sólo entonces podremos acudir a Dios y, basándonos en la
sangre que Cristo derramó en la cruz, suplicar Su perdón.

Jamás debiéramos considerar este asunto como trivial o insignificante. Una vez
que adoptemos una actitud tan superficial, nos aprovecharemos de los demás, y
pecaremos contra ellos. Los hijos de Dios deben tener esto en cuenta y darle la
debida importancia todos los días de su vida. Siempre que hayan cometido
alguna falta en contra de otros, deben restituir lo que hayan retenido
indebidamente, y deben acudir a Dios en busca de Su perdón.

III. LO QUE NOS ENSEÑA


EL QUINTO CAPÍTULO DE MATEO

Examinemos ahora Mateo 5. Este capítulo difiere de Levítico 6. El sexto capítulo


de Levítico trata de las transgresiones contra los hombres con respecto a
posesiones materiales, mientras que el quinto capítulo del evangelio de Mateo
va más allá de lo material.

En Mateo 5:23-26 se nos dice: ―Por tanto, si estás presentando tu ofrenda ante
el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu
ofrenda delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces
ven y presenta tu ofrenda. Ponte a buenas con tu adversario cuanto antes,
mientras estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y
el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo: De ningún modo
saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante‖. Los cuadrantes aquí
mencionados, no solamente se refieren a las monedas de dicha designación,
sino que también hacen alusión al principio que se aplica cuando hemos
cometido alguna injusticia.

El Señor dice: ―Por tanto, si estás presentando tu ofrenda ante el altar, y allí te
acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti...‖. Esto se refiere
específicamente a las contiendas que surgen entre los hijos de Dios y entre los
hermanos. Si usted está presentando una ofrenda en el altar, es decir, si le está
ofreciendo algo a Dios, y de repente se acuerda que su hermano tiene algo
contra usted, tal ―recuerdo‖ representa la manera que nos guía Dios. Con
frecuencia, el Espíritu Santo nos dirige por medio de sugerirnos ciertos
pensamientos o recordándonos lo que debemos hacer. Cuando algo le viene a la
memoria, no deseche ni menosprecie tal pensamiento. Por el contrario, en
cuanto recuerde algo, debe atender a ello con diligencia.

Si recuerda que su hermano tiene algo contra usted, esto quiere decir que usted
ha pecado contra él, no necesariamente con respecto a posesiones materiales,
sino tal vez actuando injustamente con él. Lo que en este pasaje se recalca no
son las cuestiones materiales, sino aquello que usted hizo que causó que otros se
sintieran agraviados por usted. Un nuevo creyente debe comprender que si
ofende a alguien y no ofrece disculpas y pide perdón, se verá en problemas tan
pronto como la parte ofendida lo nombre delante de Dios para quejarse, pues
ello podría causar que Dios ya no acepte su ofrenda ni su oración. No hagamos
que un hermano o hermana se queje o suspire delante de Dios por causa
nuestra, porque tan pronto lo haga, estaremos acabados delante de Dios. Si
hemos cometido alguna injusticia, o si hemos ofendido o lastimado a alguien, la
parte ofendida ni siquiera necesita acusarnos delante de Dios. Todo lo que
necesita decir es: ―¡Oh, fulano!‖; o simplemente necesita decir: ―¡Oh!‖, para
hacer que Dios rechace nuestra ofrenda. Todo lo que necesita es dar un pequeño
suspiro por causa de nosotros delante de Dios, para que todo lo que ofrezcamos
sea rechazado. No debemos darle a ningún hermano o hermana ninguna razón
para que suspiren delante de Dios por causa de nosotros. Si hacemos que otros
se quejen, no podremos progresar espiritualmente y todos nuestros presentes a
Dios serán anulados.

Si usted está presentando una ofrenda ante el altar y se acuerda que su hermano
tiene algo contra usted o que ha dado motivos a su hermano para quejarse
delante de Dios, no ofrezca su ofrenda. Si desea ofrecer algo a Dios, ―reconcíliate
primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda‖. Dios desea la
ofrenda, pero usted primero debe reconciliarse con los que ha ofendido.
Aquellos que no se reconcilian con los hombres, no pueden presentar su ofrenda
ante Dios. Deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu
hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda‖. ¿Comprenden lo que tienen
que hacer? Primero deben ir y reconciliarse con su hermano. ¿Qué significa ser
reconciliado con su hermano? Significa disipar el enojo del hermano.
Posiblemente necesite disculparse o devolver algo, pero lo más importante es
satisfacer al hermano. Lo importante no es añadir la quinta o la décima parte,
sino reconciliarse. Reconciliarse implica satisfacer las exigencias del ofendido.
Cuando usted ofende a su hermano y peca contra él, hace que él se irrite y le da
motivos para pensar que usted actuó injustamente con él; debido a lo cual, su
hermano se lamentará delante de Dios, y ello hará que se interrumpa su
comunión con Dios, con lo cual su porvenir espiritual se verá truncado. Es
probable que usted no se haya percatado de encontrarse en tinieblas, y crea que
todo está bien, pero la ofrenda que presente ante el altar será anulada. No podrá
pedirle ni darle nada a Dios. No podrá ofrecerle nada a Él, y mucho menos
recibir respuesta de parte de Él. Puede haber ofrecido absolutamente todo en el
altar, pero Dios no se complacerá en ello. Por tanto, antes de venir al altar de
Dios, deberá reconciliarse primero con su hermano a entera satisfacción del
ofendido. Aprenda a satisfacer tanto las justas exigencias de Dios como las de su
hermano. Sólo entonces podrá presentar su ofrenda a Dios. Este asunto es de
gran importancia.

Debemos cuidarnos de ofender a otros, particularmente a los hermanos, porque


si ofendemos a un hermano, caeremos de inmediato bajo el juicio de Dios, y no
será fácil ser restaurados. En el versículo 25 el Señor enfatizó: ―Ponte a buenas
con tu adversario cuanto antes, mientras estás con él en el camino‖. He aquí un
hermano que, por haber sido tratado injustamente por nosotros, ha perdido su
paz delante de Dios. El Señor nos habla en términos humanos y nos muestra
que nuestro hermano es como el demandante en un tribunal. La expresión
mientras estás con él, en el camino es maravillosa. Hoy todavía estamos en el
camino. Nuestro hermano todavía no ha muerto y nosotros tampoco, todavía
estamos aquí. Él está en el camino, y nosotros también. Tenemos que
reconciliarnos con él cuanto antes. Es muy posible que un día de estos no
estemos aquí, como también es fácil que no estemos en el camino. O que
nuestro hermano no este ni aquí ni en el camino. No sabemos quién se irá
primero, pero cuando uno de los dos esté ausente, ya no se podrá hacer nada.
Mientras estamos en el camino, es decir, mientras los dos partidos todavía
estamos aquí, tenemos la oportunidad de hablar y pedir perdón. Debemos
reconciliarnos cuanto antes. La puerta de la salvación no estará abierta para
siempre; igualmente la puerta de la confesión entre los hermanos no estará
siempre abierta. Son muchos los hermanos que tienen que lamentar haber
perdido la oportunidad de confesar sus ofensas unos a otros, debido a que la
persona a la que ofendieron ya no se encuentra en el camino. Si hemos ofendido
a alguien, debemos aprovechar cualquier oportunidad para reconciliarnos
cuanto antes, mientras aún los dos estemos en el camino. No sabemos si nuestro
hermano o si nosotros mismos estaremos aquí mañana. Por tanto, tenemos que
reconciliarnos con nuestro hermano mientras aún estemos en el camino. Una
vez que una de las dos partes no esté, nada se podrá arreglar.

¡Tenemos que comprender la seriedad que reviste este asunto! No debemos ser
negligentes ni podemos permanecer impasibles. Mientras dura el día,
¡apresúrese a reconciliarse con su hermano! Si usted sabe que un hermano tiene
una queja contra usted, debe resolver dicho asunto y pedir perdón, no sea que
después no tenga la oportunidad de reconciliarse.

Después de esto, el Señor nuevamente se vale de términos humanos para


explicarnos: ―No sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y
seas echado en la cárcel. De cierto te digo: De ningún modo saldrás de allí, hasta
que pagues el último cuadrante‖. No es el momento de profundizar en la
interpretación bíblica con respecto al pago del último cuadrante, pues
simplemente queremos hacer referencia a la práctica de pagar el último
cuadrante. Tenemos que asegurarnos que este asunto sea resuelto de la manera
apropiada, de lo contrario, no será resuelto. El Señor no pone énfasis, ni habla
aquí de un juicio futuro ni de ser echado físicamente en una prisión. Lo que
quiere es que nos reconciliemos hoy, que paguemos todos los cuadrantes hoy, y
que no lo dejemos para después. Tenemos que hacer esto mientras aún estamos
en el camino. No debemos posponer el asunto con la esperanza de que se
resuelva con el tiempo; ciertamente esto no es aconsejable, pues no nos
reportará beneficio alguno dejar pendiente este asunto para el futuro.

Esta es una lección que los hijos de Dios debemos aprender bien. Tenemos que
efectuar restitución siempre que sea debido, y tenemos que confesar cuando sea
necesario. Debemos efectuar la debida reparación y ofrecer las disculpas del
caso, una y otra vez. No debiéramos permitir que ningún hermano o hermana
tenga quejas en contra de nosotros. Si nuestra conciencia está limpia y resulta
evidente que no somos nosotros los que hemos hecho el agravio, entonces
podemos estar en paz. De otro modo, si hemos cometido alguna falta, debemos
reconocerla. Tenemos que ser irreprensibles en nuestra conducta. No
debiéramos suponer siempre que son los demás los que están equivocados y que
nosotros siempre estamos en lo correcto. Ciertamente es erróneo ignorar las
quejas de los demás, y en lugar de ello, insistir en que nosotros estamos en lo
correcto.

IV. ALGUNAS CONSIDERACIONES DE ORDEN PRÁCTICO

En primer lugar, el ámbito que abarque su confesión deberá circunscribirse al


ámbito que abarcó su ofensa. Háganlo todo en conformidad con la Palabra de
Dios, sin llegar a extremos ni exageraciones. Pues si uno se excede, quedará
expuesto a los ataques de Satanás. Si usted ofendió a muchos, entonces deberá
reconocer sus faltas ante todos ellos; pero si usted ofendió a un individuo, basta
con reconocer su error sólo ante dicha persona. Si usted ofendió a muchos, pero
sólo pide disculpas a uno de ellos, ello no será suficiente. Si usted ofendió a una
sola persona y confiesa su pecado ante muchos testigos, se estará excediendo en
su confesión. El ámbito que abarque su confesión deberá estar determinado por
la extensión del agravio que haya cometido. Ahora bien, otro factor que también
resulta válido considerar es el ámbito que abarca nuestro testimonio. Hay
ocasiones en las que usted ha ofendido apenas a un individuo, pero debido a que
usted desea dar testimonio ante los hermanos y hermanas de su congregación,
usted siente que debe hacer su confesión ante ellos también. Esto ya es distinto.
En cuanto concierne a pedir disculpas y reconocer nuestras faltas, ello sólo
debiera hacerse conforme a la extensión de la ofensa. No se debe exceder tales
límites. En cualquier caso, esta es una consideración a la que debemos darle la
debida importancia.

En segundo lugar, nuestra confesión debe ser exhaustiva. No debemos ocultar


nada buscando proteger nuestro prestigio ni nuestros intereses. Hay, por
supuesto, ocasiones en las que debemos confesar ciertas ofensas con gran
prudencia y mesura, debido a que si no lo hacemos así, podríamos perjudicar a
otras personas. Así pues, a fin de proteger los intereses y el bienestar de las otras
personas que pudieran haber estado involucradas en dicha ofensa, tal vez
tengamos que efectuar nuestra confesión solamente en términos generales y sin
entrar en muchos detalles. Si nos es difícil tomar esta clase de decisiones al
vernos involucrados en una situación un tanto compleja, lo mejor es procurar
tener comunión con algunos hermanos y hermanas de más experiencia, a fin de
que ellos nos ayuden a hacer lo correcto.

En tercer lugar, hay ocasiones en las que no se puede efectuar la debida


restitución. Sin embargo, debemos saber distinguir entre nuestra capacidad
para efectuar restitución y nuestro deseo de efectuar restitución. Quizás algunos
no puedan efectuar restitución, pero por lo menos deben tener el sincero deseo
de hacerlo. Si uno no puede efectuar inmediatamente la debida restitución, debe
decirle a la parte ofendida: ―Deseo recompensarle, pero no puedo por ahora,
pero por favor espereme, que lo haré en cuanto sea posible‖.

En cuarto lugar, la ley del Antiguo Testamento dice que si la persona a quien
debemos hacer restitución ha muerto y no tiene pariente al cual sea
compensado el daño, se deberá dar la indemnización del agravio al sacerdote
que sirve a Jehová (Nm. 5:8). Según este principio, si la persona a quien
debemos efectuar restitución ha fallecido, la indemnización por el agravio
deberá ser entregada a sus parientes; si ellos no están disponibles, entonces,
debemos darlo a la iglesia. La indemnización por el daño causado se debe dar al
perjudicado o a sus familiares. No debe dárselo a la iglesia simplemente porque
le resulte más cómodo; pero, si uno quiere efectuar una confesión, y la persona
ofendida ha fallecido y no es posible encontrar a alguien ante quien podamos
admitir nuestra falta, entonces, conforme a este principio, uno puede confesar
sus faltas ante la iglesia.
En quinto lugar, después de confesar sus pecados, usted debe asegurarse de que
su conciencia ya no lo acusa. Es posible que nuestra conciencia nos acuse
reiteradamente, aún después de haber confesado nuestro error. En tales casos,
debemos tener bien en claro que nuestra conciencia ha quedado limpia en
virtud de la sangre del Señor. Su muerte nos ha dado una conciencia
irreprensible delante de Dios y nos hizo aptos para acercarnos a Dios. Estos son
hechos consumados. Sin embargo, debemos comprender que si queremos ser
irreprensibles delante de los hombres, es necesario tomar medidas con respecto
a nuestras muchas transgresiones. Tenemos, pues, que dejar resuelto todo
asunto que implique algún agravio de índole material o moral, pero, al mismo
tiempo, no debemos dejar que Satanás nos abrume con sus acusaciones.

En sexto lugar, la confesión está relacionada con la sanidad física. Por ello, en
Jacobo 5:16 se nos dice: ―Confesaos, pues, vuestros pecados unos a otros, y orad
unos por otros, para que seáis sanados‖. Con frecuencia, el resultado de confesar
nuestras faltas es que Dios puede restaurar nuestra salud. La enfermedad suele
sobrevenir a los hijos de Dios debido a que entre ellos han surgido faltas que le
impiden a Dios bendecirlos. Por ello, si confesamos nuestras faltas los unos a los
otros, nuestras enfermedades serán sanadas.

Abrigamos la expectativa de que todos los hermanos y hermanas sean diligentes


y minuciosos al reconocer sus faltas y efectuar la debida restitución; de este
modo se conservarán puros. Si alguno ha cometido alguna transgresión en
contra de los hombres, por un lado, debe confesar sus pecados ante Dios, y por
otro, debe tomar las medidas respectivas con toda seriedad. Sólo entonces su
conciencia será valiente. Y cuando su conciencia es valiente, entonces tendrá un
progreso considerable en su búsqueda espiritual.

CAPÍTULO VEINTITRÉS

PERDÓN Y RESTAURACIÓN

Lectura bíblica: Mt. 18:21-35, 15-20; Lc. 17:3-5

¿Qué debemos hacer cuando un hermano nos ofende? Todos debemos hacernos
esta pregunta. ¿Qué debemos hacer cuando nosotros no hemos ofendido a
alguien, sino que el agravio ha sido cometido en contra nuestra? Si leemos
detenidamente los pasajes de la Palabra del Señor, que se sugieren como lectura
bíblica para este capítulo, nos daremos cuenta de que no sólo debemos perdonar
al hermano que nos ha ofendido, sino que, además, debemos restaurarlo.
Examinemos primeramente lo que es el perdón.

I. DEBEMOS PERDONAR A NUESTROS HERMANOS


A. Perdonar es un requisito

Dice en Mateo 18:21-22: ―Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas


veces pecará mi hermano contra mí y yo le tendré que perdonar? ¿Hasta siete?
Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete‖.

En Lucas 17:3-4 dice: ―Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano peca,


repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si siete veces al día peca contra ti, y
siete veces vuelve a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale‖.

Los versículos en Mateo nos dicen que debemos perdonar a aquel hermano que
haya pecado contra nosotros, y que debemos estar dispuestos a hacerlo no
solamente siete veces, sino hasta setenta veces siete. Los versículos en Lucas nos
dicen que si un hermano peca contra nosotros siete veces al día y siete veces
regresa arrepentido, tenemos que perdonarle. No se preocupe si su
arrepentimiento es genuino o no; nuestra responsabilidad es que tenemos que
perdonarle.

Perdonar siete veces no son muchas, pero siete veces en un solo día es
demasiado. Supongamos que la misma persona nos ofende siete veces en un
solo día, y cada vez que esto sucede, nos dice que ha pecado contra nosotros.
¿Aún creería usted que su confesión es genuina? Me temo que pensaría que su
confesión no es sincera. Por esta razón Lucas 17:5 dice: ―Dijeron los apóstoles al
Señor: Auméntanos la fe‖. Ellos se dieron cuenta de que hacer esto era difícil.
Les parecía inconcebible que un hermano ofenda siete veces al día y luego se
arrepienta esas siete veces; por eso ellos no lo pudieron creer y dijeron: ―Señor,
auméntanos la fe‖. Así que, los hijos de Dios debemos perdonar sin guardar
ningún rencor, aun si nos piden hacerlo siete veces al día.

B. La medida de Dios

El Señor continuó con una parábola en Mateo 18:23-27: ―Por lo cual el reino de
los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y
comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil
talentos. Como no tenía con qué pagar, mandó el señor que fuera vendido él, su
mujer y sus hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces
aquel siervo, postrado, le adoró, diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo
pagaré todo. El señor de aquel esclavo, movido a compasión, le soltó y le
perdonó la deuda‖.

El esclavo debía diez mil talentos, una suma de dinero muy grande que no podía
pagar porque carecía de los medios necesarios. De la misma manera, jamás
podríamos pagarle a Dios todo lo que le debemos. Esta deuda excede a cualquier
deuda que hombre alguno pudiese haber adquirido con nosotros. Si hacemos un
cálculo de todo lo que le debemos a Dios, habremos de perdonar con suma
generosidad lo que nos debe el hermano, pero si olvidamos la inmensa gracia
que hemos recibido de Dios, nos tornaremos en personas despiadadas. Es
necesario que sepamos estimar cuánto le debemos nosotros a Dios, para poder
darnos cuenta de cuán poco los demás nos deben a nosotros.

El esclavo no tenía con qué pagar, por eso su señor ―mandó que fuera vendido
él, su mujer y sus hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda‖. Pero
en realidad, aunque hubiese vendido todo, no habría terminado de pagar toda
su deuda. ―Entonces aquel siervo, postrado, le adoró, diciendo: Ten paciencia
conmigo, y yo te lo pagaré todo‖.

Es difícil para los hombres entender claramente lo que es la gracia y el


evangelio. Con frecuencia pensamos que si bien no podemos saldar nuestra
deuda ahora, sí podremos hacerlo en el futuro. En estos versículos, sin embargo,
vemos que aun si el esclavo hubiese vendido todo cuanto poseía, ello no habría
bastado para saldar la deuda que contrajo. No obstante le dijo: ―Ten paciencia
conmigo, y yo te lo pagaré todo‖. Su intención era buena. Él no estaba tratando
de evadir su deuda. Todo lo que pedía al señor era más tiempo, porque su
intención era pagar todo. Sin embargo, tal pensamiento sólo puede provenir de
aquellos que no conocen la gracia.

―El señor de aquel esclavo, movido a compasión, le soltó y le perdonó la deuda‖.


Este es el evangelio. El evangelio no consiste en que Dios trabaje por nosotros
para concedernos lo que pensamos que necesitamos. Quizás usted diga: ―Señor,
ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo‖. Sin embargo, el Señor no
responde diciendo: ―Paga con lo que tienes y el resto págalo después‖. No. ¡Él
perdonó todas nuestras deudas! La gracia del Señor no guarda proporción
alguna con nuestras oraciones y peticiones. Nuestro Señor actúa en nuestro
favor y responde a nuestras oraciones conforme a lo que Él tiene. El amo de
aquel esclavo le concedió la libertad y le perdonó la deuda. ¡Así es la gracia de
Dios; tal es Su medida! Todo aquel que le pida a Dios de Su gracia, la recibirá,
aunque su concepto de la gracia sea muy limitado. Tenemos que tener bien en
claro este principio: el Señor se deleita en conceder gracia a los hombres.
Siempre y cuando anhelemos la gracia, aunque sea un poco, Él la derramará
sobre nosotros. Él sólo teme que no se la pidamos. En cuanto uno manifiesta tal
esperanza y exclama: ―Oh, Señor ¡Ten misericordia de mí!‖, el Señor derramará
Su gracia sobre uno. Más aún, Él derrama Su gracia no conforme a nuestros
deseos, sino como a Él le complace. Quizás nosotros pensemos que basta con
que se nos dé un dólar, pero Él nos dará diez millones de dólares, no solamente
un dólar; pues Él actúa en conformidad con lo que Él es, y para Su satisfacción.
Nosotros nos contentaríamos con un dólar, pero Dios no puede dar tan poco. Él
tiene que dar todo conforme a Su propia medida o Él no nos da nada.
Necesitamos darnos cuenta de que la salvación se realiza en el hombre según la
medida de Dios. La salvación no se efectúa conforme al pensamiento del
hombre. Se realiza en el hombre conforme al pensamiento y al plan de Dios.

El criminal que estaba en la cruz al lado del Señor, le imploró: ―Acuérdate de mí


cuando entres en Tu reino‖. El Señor escuchó su oración; sin embargo, Su
respuesta no correspondió con lo que este criminal le pedía. En lugar de ello, Él
le dijo: ―Hoy estarás conmigo en el Paraíso‖ (Lc. 23:42-43). Dios salva al
hombre según Su propia voluntad, no la del pecador. La salvación no es según
los pensamientos producidos por la limitada mentalidad del pecador, de cómo
Dios debe trabajar para él. Más bien, la salvación es la obra de Dios sobre los
pecadores según Su propio pensamiento. El Señor no esperó hasta que viniese
Su reino para acordarse de aquel hombre, sino que le prometió que ese mismo
día estaría con Él en el Paraíso.

El recaudador de impuestos oraba en el templo y se golpeaba el pecho, diciendo:


―Dios, sé propicio a mí, pecador‖. Lo único que él pedía era que Dios le fuera
propicio; sin embargo, Dios no le respondió según su oración. El Señor Jesús
dijo: ―Este descendió a su casa justificado en lugar del otro‖ (Lc. 18:9-14). En
otras palabras, ese pecador recibió la justificación, lo cual era mucho más de lo
que él esperaba. El pecador no tenía la menor idea de ser justificado;
simplemente esperaba recibir compasión; no obstante, Dios lo justificó. Esto
significa que Dios ya no le veía como un pecador, sino como una persona
justificada. Dios no sólo perdonó sus pecados, sino que lo justificó. Esto muestra
que Dios no realiza Su salvación en conformidad con el pensamiento humano,
sino conforme a Su propia manera de pensar.

Podemos ver este mismo principio con ocasión del retorno del hijo pródigo.
(15:11-32). Al regresar, estando todavía muy lejos de su casa y antes de ser
recibido por su padre, el hijo pródigo estaba dispuesto a servir como jornalero.
Pero al llegar a casa, su padre no le pidió que fuera su siervo, sino que le pidió a
sus esclavos que sacaran el mejor vestido y se lo pusiesen, le puso un anillo en la
mano, le calzó con sandalias y mató el becerro gordo para comer y regocijarse,
porque el hijo que estaba muerto, había revivido; estaba perdido y había sido
hallado. Este pasaje bíblico nos muestra, una vez más, que Dios no lleva a cabo
Su salvación de acuerdo a la manera de pensar que es propia del pecador, sino
en conformidad con Su propia manera de pensar.

Marcos 2 nos habla de cuatro hombres que llevaron un paralítico al Señor


Jesús; y al no poder acercarlo al Señor a causa de la multitud, ellos quitaron el
techo del cuarto en el que estaba el Señor, y bajaron la camilla en que yacía el
paralítico con la esperanza de que el Señor Jesús lo sanara y este pudiese
levantarse y caminar. Sin embargo, el Señor Jesús le dijo: ―Hijo, tus pecados te
son perdonados‖ (v. 5). El Señor Jesús no sólo lo sanó, sino que también
perdonó sus pecados. Esto también nos muestra que Dios actúa como a Él le
place. Lo único que nosotros necesitamos hacer es acercarnos a Dios y pedir, no
importa si lo que pedimos es suficiente. Esto también nos dice que Dios siempre
actúa según Su propia satisfacción y no la del pecador. Por lo tanto, no
debiéramos considerar la salvación desde nuestro propio punto de vista, sino
desde el punto de vista de Dios.

C. La expectativa de Dios

Dios tiene una sola expectativa con respecto a nosotros: que aquellos que
desean recibir gracia, aprendan primero a impartir gracia a otros. Todo aquel
que vaya a recibir gracia, primero tiene que aprender a compartirla con los
demás. Cuando recibimos gracia, Dios espera que la compartamos con otros.

En Mateo 18:28-29 se nos dice: ―Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus
consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo:
Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, cayendo a sus pies, le rogaba,
diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré‖. El Señor nos muestra aquí
que nosotros le debemos a Él diez mil talentos, pero a nosotros sólo nos deben
cien denarios. Cuando le decimos al Señor: ―Ten paciencia conmigo, y yo te lo
pagaré todo‖, Él no sólo nos deja ir en libertad, sino que perdona toda nuestra
deuda. Nuestro consiervo, nuestro hermano, lo que nos debe a lo más es cien
denarios, y cuando nos dice: ―Ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré‖, tiene la
misma esperanza y la misma súplica que tenemos nosotros. ¿Cómo entonces, no
hemos de tenerle paciencia? Pero el siervo de esta historia ―no quiso, sino que
fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda‖ (v. 30).

El Señor contó tal parábola para exponer lo poco razonables que son aquellos
que no perdonan. Si no perdonamos a nuestro hermano, somos el esclavo
mismo mencionado en estos versículos. Cuando leemos esta parábola, nos
sentimos indignados contra este siervo. ¡Cómo es posible que después que su
señor le haya perdonado la deuda de diez mil talentos, él rehúse perdonar los
cien denarios que su consiervo le debía. ¡Además, echó a su consiervo en la
cárcel para que le pagase la deuda! Ciertamente, este hermano actuó conforme a
su propia norma de ―justicia‖. Sin embargo, un creyente debe examinarse a sí
mismo conforme a la justicia, pero debe tratar a los demás en conformidad con
la gracia. Puede ser que un hermano nos deba algo, y el Señor también sabe que
su hermano le debe algo. Sin embargo, también nos muestra que si no
perdonamos, no estamos tratando a otros en conformidad con la gracia. De ser
así, Dios considera que carecemos de gracia.
Los versículos 31-33 dicen: ―Viendo sus consiervos lo que pasaba, se
entristecieron mucho, y fueron y explicaron a su señor todo lo que había pasado.
Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te
perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu
consiervo, como yo tuve misericordia de ti?‖. El Señor espera que nos
comportemos con los demás de la misma manera que Él se comportó con
nosotros. Él no nos hace exigencias que son conforme a la justicia; del mismo
modo, Él espera que nosotros tampoco hagamos tales exigencias a los demás. El
Señor ha perdonado nuestras deudas según la misericordia; asimismo, Él tiene
la expectativa de que nosotros también perdonemos las deudas de los demás
según la misericordia. El Señor espera que midamos a los demás con la misma
medida con que Él nos midió. El Señor nos ha impartido Su gracia conforme a
Su buena medida, la cual es apretada, remecida y rebosante; Él espera que
nosotros también hagamos lo mismo con los demás conforme a Su buena
medida, la cual es apretada, remecida y rebosante. El Señor espera que hagamos
a nuestro hermano lo mismo que Él ha hecho con nosotros.

Lo más horrible a los ojos de Dios es que una persona que fue perdonada se
niegue a perdonar. No hay nada tan feo que no perdonar cuando uno ha sido
perdonado, o no ser misericordioso cuando uno ha recibido misericordia. Una
persona no debería recibir gracia para sí, y luego negarle dicha gracia a los
demás. Es imprescindible que toda persona aprenda delante del Señor a tratar a
los demás de la misma manera en que el Señor la trató a ella. Ciertamente es
detestable que una persona que ha recibido gracia, se la niegue a los demás. Es
muy desagradable ver a una persona que ha sido perdonada y que se niega a
perdonar a otros. Dios desaprueba que una persona cuya deuda ha sido
perdonada, exija de los demás el pago de alguna deuda. Él tampoco se complace
en las personas que, a pesar de que ellas mismas tienen una serie de
deficiencias, no son capaces de olvidar los defectos de los demás.

El amo, en aquel pasaje bíblico, le preguntó al esclavo: ―¿No debías tú también


tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?‖. Dios
desea que seamos misericordiosos con otros, así como Él ha sido misericordioso
con nosotros. Debemos aprender a ser misericordiosos con nuestros semejantes
y a perdonarlos. Si hemos experimentado la gracia y el perdón de Dios, debemos
aprender a perdonar las deudas de otros. Debemos aprender a perdonarlos,
manifestarles misericordia y concederles gracia. Debemos levantar nuestros
ojos al Señor y decirle: ―Señor, Tú perdonaste mi deuda de diez mil talentos.
Estoy dispuesto a perdonar a aquellos que me han ofendido hoy. Además, estoy
dispuesto a perdonar a los que me ofenderán en el futuro. Tú perdonaste mis
grandes pecados, yo también quiero ser como Tu, y en esta pequeñez quiero
aprender a perdonar a los que me ofenden‖.
D. La disciplina de Dios

El versículo 34 agrega: ―Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos,


hasta que pagase todo lo que le debía‖. Este hombre, quien vino a estar bajo la
disciplina de Dios, fue entregado a los verdugos hasta que pagase todo lo que
debía.

En el versículo 35 dice: ―Así también Mi Padre celestial hará con vosotros si no


perdonáis de corazón cada uno a su hermano‖. Este es un asunto muy serio.
Esperamos que nadie caiga en las manos de Dios. Debemos perdonar de
corazón a nuestro hermano, tal como Dios nos ha perdonado de corazón.
Esperamos que todos los hermanos y hermanas aprendan a perdonar todas las
ofensas. No trate de recordar los pecados de su hermano, ni le pida que pague lo
que debe. Los hijos de Dios, debemos ser iguales a Dios en este asunto. Puesto
que Dios nos trata con mucha generosidad, Él también espera que nosotros
tratemos a nuestros hermanos con la misma generosidad.

II. CÓMO RESTAURAR AL HERMANO

Sólo perdonar a nuestro hermano no es suficiente, pues ello solamente se


encarga del aspecto negativo. Todavía es necesario que nuestro hermano sea
restaurado. Este es el mandamiento que está en Mateo 18:15-20.

A. Hablar con el que nos ofendió

Mateo 18:15 dice: ―Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele
estando a solas tú y él; si te oye, has ganado a tu hermano‖. Entre los hijos de
Dios ocurren ofensas constantemente. Si un hermano nos ofende, ¿qué debemos
hacer? El Señor dice: ―Ve y repréndele estando a solas tú y él‖. Si un hermano lo
ofende, lo primero que no debe hacer es ir a decírselo a otros. No hablemos de
esto con los hermanos o hermanas, ni con los ancianos de la iglesia, ni hagamos
de ello el tema de nuestras conversaciones. Esto no es lo que el Señor nos
manda. Si un hermano nos ofende, lo primero que tenemos que hacer es ir y
decírselo a él.

Con frecuencia se crean problemas cuando un hermano ofende a otro, y el


ofendido lo hace público, hablando sin cesar de ello hasta que toda la iglesia se
entera con excepción del hermano que supuestamente ofendió. Generar tales
habladurías es propio de la conducta de una persona de carácter débil; tal
persona no se atreve a hablar personalmente con el hermano que lo ofendió.
Sólo se atreve a hablar del asunto cuando dicha persona está ausente, mas no se
atreve a decírselo cara a cara. Ciertamente es algo muy sucio hablar a espaldas
de otros y divulgar chismes. Ciertamente se deben tomar medidas con respecto
al agravio cometido por nuestro hermano, pero al Señor no le agrada que
nuestra primera reacción sea quejarnos ante los demás. La primera persona a
quien debemos hacérselo notar es al autor de la ofensa, quien está directamente
involucrado en tal asunto. Si aprendemos bien esta lección básica, le
ahorraremos muchos problemas a la iglesia.

¿Cómo debemos hablarle a quien nos ofendió? ¿Quizás debemos escribirle una
carta? Pero esto no es lo que el Señor nos ordenó. El Señor no nos dijo que
debemos manejar estas situaciones por escrito. Por el contrario, Él nos dijo que
debíamos acudir personalmente a dicho hermano. Sin embargo, así como es
incorrecto hablar de un asunto a espaldas de otro, es igualmente erróneo hablar
con él delante de muchas personas. El asunto se debe comunicar ―estando a
solas tú y él‖. Muchos hijos de Dios yerran en este asunto, porque hablan de lo
sucedido cuando mucha gente está presente. Pero el Señor nos ordena hablar
únicamente a las personas involucradas. En otras palabras, las transgresiones
cometidas por individuos deben ser examinadas únicamente por los individuos
involucrados, y no se debe involucrar a una tercera persona.

Necesitamos aprender esta lección ante Dios: nunca debemos hablar a espaldas
de un hermano que nos haya ofendido, ni hablarle en presencia de muchas
personas. Debemos hacerle notar su falta estando a solas con él. No tenemos
que hablar de otras cosas ni traer a colación otros problemas; sólo necesitamos
mostrarle la falta. Esto requiere de la gracia de Dios y es una lección que los
hijos de Dios tienen que aprender.

Algunos hermanos y hermanas pueden pensar que esto es demasiada molestia,


y en realidad así es; pero no pueden asustarse de los problemas si desean andar
conforme a la Palabra de Dios. Si creemos que la ofensa es demasiado
insignificante como para molestarnos, tal vez no sea necesario hablar con el que
nos ofendió y, si no hablamos con él, tampoco es necesario que los demás se
enteren. Si el asunto nos parece insignificante, simple y trivial, y comprendemos
que no reviste de mayor importancia, tampoco deberíamos hablar de esto con
otros. No debemos pensar que, aunque no es necesario hablar con quien nos
ofendió, los demás necesitan estar informados de lo que sucedió. Si desea hablar
del asunto, hágalo con el ofensor a solas. Si no hay necesidad de hablar al
respecto, simplemente guarde silencio. No está bien que todos se enteren de la
situación, menos el hermano que cometió la falta.

B. Nuestro propósito al hablar


con aquel que nos ofendió

La segunda parte del versículo 15 dice: ―Si te oye, has ganado a tu hermano‖.
Este es el motivo por el cual hablamos con él. El propósito al hablar con nuestro
hermano no es ser remunerados; la única razón es: ―Si te oye, has ganado a tu
hermano‖.
Por consiguiente, lo importante no es cuanto daño hayamos recibido, sino el
hecho de que si tu hermano te ha agraviado, y si dicho asunto no ha sido
aclarado, él no podrá llegar a Dios, pues tendrá obstáculos en su comunión y en
sus oraciones. Esta es la razón por la cual nosotros tenemos que amonestarlo.
Así que, no es un asunto de desahogar nuestros sentimientos heridos, sino que
es una responsabilidad que nos compete. Si lo único que está en juego es
nuestra susceptibilidad, tal asunto carece de importancia y no representa
problema alguno para nosotros. Si este fuera el caso, y parece que puede
superarlo, entonces no sería necesario que procure hablar al respecto, ni con el
hermano que lo ofendió ni con ninguna otra persona. Usted conoce mejor que
nadie la seriedad que verdaderamente reviste dicho asunto, por ende, sobre
usted recae la responsabilidad de determinar si debe ir o no. Tal responsabilidad
le compete a la persona que sepa discernir con mayor claridad tal situación. Hay
muchas cosas que se pueden pasar por alto, pero también hay muchas otras que
se deben afrontar responsablemente. Si se han producido algunos agravios que
verdaderamente harán tropezar a nuestro hermano, debemos hacerle notar tales
faltas en cuanto estemos a solas con él. Al tomar medidas con respecto a tales
asuntos, debemos hacerlo con sumo cuidado. Quizás usted pueda superar dicho
incidente con facilidad, pero es posible que la otra persona tenga dificultades
para hacer lo mismo; pues él ha cometido un agravio en la presencia de Dios, y
Dios todavía no le ha perdonado. Si un hermano nuestro a cometido un error
que ha puesto en peligro su relación con Dios, este no es un asunto
insignificante y usted debe acudir a su hermano para conversar con él con toda
claridad. Usted debe buscar un momento propicio en el que usted y su hermano
se encuentren a solas para decirle: ―Hermano, no estuvo bien que usted me
agraviara de esa manera. Su ofensa arruinará su porvenir delante de Dios, pues
ella creará obstáculos y le acarrearán pérdidas a usted delante de Dios‖. Si él le
escucha, ―has ganado a tu hermano‖. De esta manera, usted habrá restaurado a
su hermano.

Hoy en día, son muchos los hijos de Dios que no obedecen la enseñanza
contenida en este pasaje de la Palabra. Algunos suelen hablar a todo el mundo
sobre las faltas cometidas por los demás, y les gusta divulgar tales cosas
continuamente. Hay otros que no dicen nada al respecto en presencia de los
demás, pero que jamás perdonan y que siempre guardan rencor en su corazón.
Otros perdonan, pero no se preocupan por restaurar al hermano. Sin embargo,
esto no es lo que el Señor desea que hagamos. Es incorrecto divulgar las faltas
de los demás; también es erróneo guardar silencio y abrigar rencores en nuestro
corazón, como también es erróneo perdonar pero no ir a exhortar.

El Señor no dijo que basta con que perdonemos al hermano, sino que además
nos mostró que tenemos la responsabilidad de restaurar al hermano que nos
ofendió. Puesto que ofender a alguien es algo grave, tenemos la responsabilidad
de hablarle a quien nos haya ofendido por el bien de él, y tenemos que encontrar
la manera de restaurar a nuestro hermano y recuperarlo. Al hablar con él,
debemos hacerlo con la actitud apropiada y con una intención pura. Nuestro
propósito es restaurar a nuestro hermano. Si nuestra intención es ganarlo,
sabremos cómo hacerle notar su falta. Pero si nuestra intención no es
restaurarlo, hablar con él sólo perjudicará nuestra relación con él. El propósito
de exhortar no es pedir compensación, ni es justificar nuestros propios
sentimientos, sino que el propósito es restaurar a nuestro hermano.

C. La actitud apropiada
al hablar con otros hermanos

Si nuestra intención es pura, sabremos cómo realizar esto paso a paso. En


primer lugar, debemos tener un espíritu recto. Además, las palabras que
utilicemos, la manera en que las digamos e incluso la actitud que manifestemos,
incluyendo la expresión de nuestro rostro, nuestra voz y el tono de la misma,
deberán ser correctas. Nuestro propósito es ganar al hermano, no solamente
informarle de su error.

Si sólo pretendemos reprender a nuestro hermano, posiblemente nuestra


reprensión puede ser correcta y que el uso de palabras severas se justifique;
pero también es posible que debido a nuestra actitud, al tono de nuestra voz y a
la expresión de nuestro rostro, jamás consigamos obtener la meta de ―ganar a
nuestro hermano‖.

Es fácil hablar bien de un hermano o elogiar a una persona. También es muy


fácil enojarnos con alguien. Todo lo que necesitamos hacer es dejar que nuestras
emociones afloren y perderemos la paciencia. Sin embargo, hacerle notar a
alguien sus faltas y, al mismo tiempo, restaurar y ganar a dicha persona, es algo
que solamente puede ser realizado por aquellas personas que están llenas de
gracia. Es imprescindible olvidarse completamente de uno mismo antes de
poder ser humilde y manso, libre del orgullo y deseoso de asistir a aquellos que
nos han ofendido. Así pues, lo primero que se necesita es ser, uno mismo, la
persona adecuada.

Debe darse cuenta de que el Señor ha permitido que un hermano le ofenda


debido a que Él desea favorecerlo a usted y lo ha elegido para ello. Así pues, Él le
ha dado a usted una gran responsabilidad. Usted es Su vaso elegido, y Dios
desea valerse de usted para restaurar a su hermano.

Si se ha sentido agraviado por un hermano en algún asunto pequeño, bastará


con que usted le perdone y allí termina todo. No es necesario hacer nada más.
Pero si algún hermano le ofende, y ello se ha convertido en un problema para
usted, no debe cerrar sus ojos a dicho asunto afirmando que no representa
problema alguno. Sí existe un problema, usted no puede ignorarlo. Si dicho
problema no es resuelto, se convertirá en una carga para la iglesia. Y estas
cargas con frecuencia debilitan a la iglesia, sangran la vida del Cuerpo, y
desperdician la labor de los ministros quienes tratan de resolver tales
problemas. Debemos aprender, delante de Dios, a resolver todos estos asuntos
en cuanto surjan. Si una persona nos ofende, no debemos ignorarlo y procurar
pasar por alto dicho asunto. Tenemos que tomar las respectivas medidas de la
manera más apropiada. Sin embargo, al hacerlo, nuestro espíritu, nuestra
actitud, nuestras palabras, nuestra expresión y el tono de nuestra voz deben ser
los apropiados. Esta es la única manera en que podemos ganar a nuestro
hermano.

D. Decirles a otros

El versículo 16 dice: ―Mas si no te oye, toma contigo a uno o dos más, para que
por boca de dos o tres testigos conste toda palabra‖. Si a pesar de que usted
busca a su hermano y conversa con él con una motivación pura, una actitud
correcta y palabras amables, él se niega a oírlo, entonces vaya e infórmele a
otros. Sin embargo, usted debe decirles a otros únicamente cuando el hermano
que cometió el agravio se ha negado a escucharle. No debemos dar este paso a la
ligera.

Si surge algún problema entre dos hijos de Dios, y ambos presentan dicha
situación al Señor y toman las medidas correspondientes, el asunto será
fácilmente resuelto. Pero supongamos que uno no es cuidadoso con sus palabras
y el asunto llega a conocimiento de un tercer hermano; entonces el problema se
hará más complejo y será más difícil de resolver. Cuando una herida no se ha
contaminado, sanará con facilidad, pero si la suciedad entra en la herida y la
infecta, ella no sólo será más dolorosa, sino que las impurezas harán más difícil
que dicha herida se sane. Divulgar una ofensa innecesariamente a una tercera
persona es como echarle tierra a una herida. Cualquier problema que se genere
entre hermanos y hermanas debe ser resuelto directamente por las personas
involucradas. Sólo se debe informar a otros hermanos cuando el hermano que
nos ofendió haya rehusado escuchar nuestra amonestación. El propósito de
decirles a otros no es para fomentar los chismes, sino a fin de invitar a otros a
amonestar, ayudar y tener comunión junto con ellos.

Aquellos ―uno o dos más‖ que se mencionan en este versículo, deben ser
personas de peso en su medida espiritual. A estos debemos exponerles el caso y
pedirle su opinión. Por su parte, estos hermanos deben saber discernir si la falta
está con el hermano que ofendió o no. Los hermanos maduros deben orar y
considerar el asunto delante del Señor, y entonces arbitrar conforme a su
discernimiento espiritual. Si ellos sienten que la culpa la tiene el hermano que
ofendió, deberán ir a dicho hermano y decirle: ―Usted se ha equivocado en este
asunto. Al hacer esto se ha alejado del Señor. Ahora para ser restaurado debe
arrepentirse y confesar‖.

―Para que por boca de dos o tres testigos conste toda palabra‖. Estos ―uno o dos
testigos‖ no deben ser personas que les guste hablar en exceso. Es mejor no
invitar a personas muy habladoras a tales reuniones, pues ellas no podrán
convencer a los hermanos involucrados; es preferible invitar a aquellos que son
dignos de confianza, honestos, espirituales y experimentados delante del Señor.
De esta manera, por boca de estos dos o tres testigos constará toda palabra.

E. Finalmente, debemos decírselo a la iglesia

Leemos en el versículo 17: ―Si rehúsa oírlos a ellos, dilo a la iglesia‖. Si no


podemos resolver el problema por nosotros mismos, debemos pedirle a uno o
dos que nos ayuden. Sin embargo, si el que ofendió todavía rehúsa oírlos,
tenemos que decirlo a la iglesia. Esto no significa que debemos comunicar el
problema públicamente a toda la iglesia, sino que debemos decírselo a los
ancianos responsables de la iglesia. Si la conciencia de la iglesia también
considera que aquel hermano actuó mal, ciertamente así debe ser. Si aquel que
cometió el agravio es una persona que anda delante de Dios, deberá renunciar a
su propia perspectiva y parecer, y deberá aceptar el testimonio de los dos o tres
testigos. Si no acepta el testimonio de dos o tres testigos, por lo menos deberá
aceptar el veredicto de la iglesia. El parecer unánime y el juicio de la iglesia
refleja lo que hay en el corazón del Señor. El hermano debe comprender que
está mal ignorar lo que dice la iglesia, y debe ser manso; en lugar de confiar en
sus propios sentimientos o juicios debe aceptar el sentir que tiene la iglesia.

¿Qué sucedería si aún se rehusara a oír? El versículo 17 añade: ―Y si también


rehúsa oír a la iglesia, tenle por gentil y recaudador de impuestos‖. Estas son
palabras muy severas. Si él rehúsa oír a la iglesia, todos los hermanos y
hermanas de la iglesia ya no deben tener comunicación con él. Puesto que dicho
hermano rehúsa reconocer su problema, la iglesia deberá considerarlo un gentil
y un publicano, y cortar toda comunión con él. Pese a que él no está
excomulgado, ninguno de los hermanos debe tener comunión con él. Cuando él
hable, nadie debe escucharlo; si viene a partir el pan, deben ignorarlo; si ora,
nadie debe decir ―amén‖. Puede venir cuando quiera y se puede ir de igual
manera; sin embargo, todos deben considerarlo un extraño. Si los hijos de Dios
tienen tal actitud en unanimidad, será fácil que tal hermano sea restaurado. El
propósito de esta disciplina es la restauración.

El versículo 18 dice: ―De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, habrá
sido atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, habrá sido desatado en
el cielo‖. Este versículo está relacionado con los anteriores, y nos muestra que el
Señor en el cielo reconocerá lo que la iglesia haga en la tierra. Si una persona
rehúsa oír a la iglesia, esta le tendrá por gentil y publicano, y nuestro Señor en el
cielo reconocerá lo mismo.

Los versículos 19 y 20 también están relacionados con los versículos que los
preceden: ―Otra vez, de cierto os digo que si dos de vosotros se ponen de
acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por Mi
Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en Mi
nombre, allí estoy Yo en medio de ellos‖. ¿Por qué el versículo anterior dice:
―Para que por boca de dos o tres testigos conste toda palabra‖? Debido a que,
como podemos ver aquí, el principio de los dos o tres es el principio de la iglesia.
Cuando dos o tres consideran un asunto de manera unánime ante Dios y actúan
de manera unánime, Dios respalda tal decisión. Los versículos de Mateo 18:18-
20 hacen referencia a la resolución de los conflictos que se suscitan entre
hermanos. Cuando un asunto se presenta delante de dos o tres personas y luego
a toda la iglesia, el Padre reconoce en los cielos la decisión que se tome.

Quisiera aprovechar esta ocasión para tocar secundariamente otro asunto, y este
es, ¿cómo la iglesia toma decisiones importantes? En Hechos 15 vemos que
cuando los hermanos se reúnen, todos pueden hablar y debatir. Incluso aquellos
que propugnaban guardar la ley podían levantarse y verter sus opiniones, aun
cuando las mismas eran completamente erróneas. En otras palabras, todos los
hermanos deben tener la misma oportunidad de expresar lo que piensan. Sin
embargo, no todos los hermanos pueden ser árbitros sobre tales asuntos. Así
pues, todos los hermanos pueden expresar lo que sienten delante del Señor, y
después que los ancianos los han escuchado a todos ellos, estos deben expresar
sus sentimientos delante del Señor, después de lo cual deben llegar a un juicio
final sobre dicho asunto. Puede ser que los hermanos responsables compartan el
mismo sentir delante del Señor. Tal sentir refleja el sentir de la iglesia; además,
es la conciencia de la iglesia. Por ello, después que los ancianos han hablado,
todos deben someterse a dicha decisión y proseguir unánimes junto con los
ancianos. Este es el camino que debe seguir la iglesia. La iglesia no amordaza a
nadie ni le prohíbe hablar a nadie, pero nadie debe hablar descuidada o
irresponsablemente. Cuando llega el momento de tomar una decisión, los
ancianos deben hablar bajo la dirección del Espíritu Santo, y todos los
hermanos debemos prestarles atención. Si la autoridad del Espíritu Santo está
presente en la iglesia, situaciones como la mencionada pueden resolverse sin
dificultad. Pero si el Espíritu Santo no tiene autoridad en la iglesia y abundan
las opiniones carnales, la iglesia no podrá tomar decisiones de ninguna clase.
Debemos aprender a someternos a la autoridad del Espíritu Santo y a escuchar a
la iglesia.
Que Dios nos conceda Su gracia para que seamos como nuestro Amo, quien
estaba tan lleno de gracia. Si un hermano nos ofende, debemos perdonarlo de
corazón, y no sólo eso, sino que debemos asumir la responsabilidad de
restaurarlo acatando la Palabra de Dios. Que el Señor nos guíe a vivir esta clase
de vida en la iglesia.

CAPÍTULO VEINTICUATRO

LAS REACCIONES QUE TIENE UN CREYENTE

Lectura bíblica: Mt. 5:38-48

Pasamos más de la mitad de nuestra vida reaccionando. Cuando nos alegramos


por lo que otras personas dicen, estamos reaccionando. Cuando nos enfadamos
por lo que nos comparten, también estamos reaccionando. Ya sea que nos
sintamos bien o mal acerca de algo, estamos reaccionando. Reaccionamos al
estar inquietos y reaccionamos si nos resentimos por algún maltrato que
sufrimos. Cuando otros nos acusan injustamente y procuramos defendernos,
esta es una clase de reacción. Si al ser hostilizados, procuramos soportar tales
maltratos, esta es otra clase de reacción. Si analizamos detenidamente nuestra
vida, descubriremos que vivimos reaccionando la mayor parte del tiempo.

I. LAS REACCIONES DE LOS CREYENTES


SON DIFERENTES A LAS DE LOS INCRÉDULOS

Los cristianos también reaccionamos. Sin embargo, las reacciones de los


creyentes pertenecen a una clase distinta a la que pertenecen las reacciones de
los incrédulos. Podemos conocer una persona por la manera en que ella
reacciona. Ningún cristiano debiera jamás reaccionar como un incrédulo, y
ningún incrédulo es capaz de reaccionar como un cristiano. Si usted quiere
conocer a alguien, basta con observar la manera en que reacciona.

Los creyentes deben tener su propia manera de reaccionar, que es la manera en


particular que el Señor nos mandó a reaccionar. El Señor no quiere que
reaccionemos como queramos. De hecho, la vida cristiana se compone de una
serie de reacciones. Entonces, usted es un buen cristiano si reacciona
apropiadamente, y usted es un cristiano deficiente si reacciona de modo
impropio.

Nosotros hemos creído en el Señor y ahora somos cristianos. Cuando


enfrentamos eventos, pruebas, persecuciones, oposición o el desafío que
representa cualquier circunstancia, debemos conocer lo que ordena el Señor
respecto a la manera en que debemos reaccionar. Un cristiano necesita ser
disciplinado por Dios, no sólo con respecto a su conducta, sino también con
respecto a sus reacciones. Todas nuestras reacciones deberían ser estrictamente
dirigidas por el Señor y gobernadas por Su disciplina. Debemos reaccionar
únicamente según las directivas de Dios, pues esto corresponde con la clase de
vida que el Señor nos ha dado.

II. LA ENSEÑANZA DEL SEÑOR EN EL MONTE

Leamos Mateo 5:38-48, pues este pasaje de la Palabra trata de nuestras


reacciones: ―Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente‖ (v. 38). ―Ojo
por ojo, y diente por diente‖ significa que si alguien me golpea en el ojo, yo
también le haré lo mismo. Si alguien me rompe el diente, yo también le haré lo
mismo. Es decir, yo haré a otros lo que ellos me han hecho a mí. Esta es una
clase de reacción. Los hombres en la edad del Antiguo Testamento, que estaban
bajo la ley, reaccionaban de este modo.

Sin embargo, el Señor dijo: ―Pero Yo os digo: No resistáis al que es malo‖ (v. 39).
El Señor dijo que nuestras reacciones deben ser diferentes, que nosotros los
creyentes debemos ser diferentes en nuestra manera de reaccionar. No debemos
resistir a los malos. Enseguida, el Señor hizo referencia a tres cosas más. Estas
tres expresiones se han convertido en las palabras más conocidas de la Biblia.
Son muchas las personas que conocen estas palabras: ―A cualquiera que te
abofetee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera litigar
contigo y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue
a ir una milla, ve con él dos‖ (vs. 39-41). ¿Se dan cuenta de que dar la otra
mejilla, entregar la capa y recorrer la segunda milla son las reacciones
cristianas? La otra mejilla, la túnica y la primera milla representan las
exigencias propias de los hombres. La demanda de los hombres es la mejilla
derecha, pero nuestra reacción es darles también la mejilla izquierda. La
exigencia de los hombres es la túnica, pero nuestra reacción es entregarles
además una capa. Los hombres exigen una milla, pero la reacción cristiana es
dos millas. Todo el capítulo 5 de Mateo nos recuerda una sola cosa, a saber, que
nuestras reacciones tienen que ser diferentes. La vida cristiana se manifiesta a
través de una clase de reacciones totalmente distinta de las otras.

Quisiera mostrarles cuáles son las reacciones cristianas. Es erróneo ser


cristianos y vivir como tales durante ocho o diez años, sin saber cuáles son las
reacciones que debe tener un creyente. Desde los primeros días de su vida
cristiana, una persona debe saber cuáles son las reacciones que el Señor exige.
Jamás podremos ser cristianos apropiados si nuestras reacciones no son las
apropiadas. Si nuestras reacciones no son las apropiadas, entonces no estamos
comportándonos según la naturaleza o la vida de Dios en nosotros, ni tampoco
satisfacemos la norma que Dios exige de todos nosotros. En nuestra vida diaria,
tenemos que reaccionar como cristianos. Es erróneo decir que somos cristianos
y, aun así, reaccionar igual que la gente del mundo.

―Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le des la espalda‖
(v. 42). Estas son reacciones. Cuando otros les pidan algo, deben dárselo.
Cuando otros quieran tomar prestado de ustedes, no deben rechazarlos. No les
es permitido negarse a ayudar a nadie, a menos que ustedes mismos carezcan de
los medios que les piden.

―Oísteis que fue dicho: ‗Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo‘‖ (v.


43). Esta es la manera en que reaccionan los hombres que están bajo la ley. Si
uno es su prójimo, ellos reaccionan con amor, pero si uno es su enemigo, ellos
reaccionan con odio.

―Pero Yo os digo: Amad a vuestros enemigos‖ (v. 44). La reacción cristiana es


diferente. Incluso si alguno es su enemigo, aun así, necesita amarlo. ―Y orad por
los que os persiguen‖. Quizás ellos le persigan, pero su reacción debe ser orar
por ellos.

―Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir Su
sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos‖ (v. 45). Esta
es la reacción de Dios. Dios envía lluvia sobre los justos al igual que sobre los
injustos. El sol brilla sobre los buenos y los malos. Dios no reacciona con los
hombres de una manera maligna.

Enseguida dice: ―Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa


tendréis?‖ (v. 46). Si otros le aman, su reacción natural es amarlos, pero ¿qué
recompensa recibirá? ―¿No hacen también lo mismo los recaudadores de
impuestos?‖. Si esto es todo lo que un cristiano es capaz de hacer, entonces es
igual que los recaudadores de impuestos. Tal clase de reacción es una reacción
demasiado fácil y barata.

―Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más?‖ (v. 47). Si


alguien es hermano suyo, entonces usted lo saluda, y si alguien no es su
hermano, entonces usted no lo saluda. O quizás usted salude a una persona
siempre y cuando no tenga nada en contra de ella, pero si usted tiene algo en
contra de ella, entonces le da la espalda y se aleja. Si usted actúa así, ¿en qué se
diferencia de los gentiles? Tal conducta es demasiado pobre.

―Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto‖ (v. 48).
Esto quiere decir que nosotros debemos reaccionar de la misma manera en que
Dios reacciona.
III. ES IMPERATIVO QUE MODIFIQUEMOS
NUESTRAS REACCIONES

Todos los pasajes citados anteriormente, hablan de una sola cosa: las reacciones
cristianas. Si podemos cambiar nuestras reacciones, habremos eliminado
prácticamente la mitad de los problemas de nuestra vida cristiana. Nosotros
reaccionamos cuando otros se comportan o hablan de cierta manera. Nosotros
adoptamos cierta actitud en respuesta a cierta actitud de otros. Así pues, las
reacciones abundan entre nosotros. Por eso digo que más de la mitad de nuestra
vida cristiana está compuesta de reacciones. Puesto que nuestras reacciones
ocupan más de la mitad de nuestra vida, si ellas son las que corresponden a un
cristiano, podremos esperar que agradaremos a Dios, pero si nuestras
reacciones no son las apropiadas, no podremos abrigar ni la esperanza de ser
cristianos apropiados.

Tal vez algunos se estén preguntando por qué es necesario darle tanto énfasis a
estos asuntos. Permítanme hablarles con franqueza. No piensen que estamos
tratando de algo insignificante. Yo he tenido este sentir profundo en mí durante
los últimos veinte años o más, porque he visto que son muchos los que han sido
cristianos por ocho, diez, incluso veinte años, y han leído el sermón del monte
una docena de veces, pero todavía no saben qué es lo que el Señor desea con
respecto a sus reacciones. Ellos han sido cristianos por muchos años; sin
embargo, están fundamentalmente equivocados en sus reacciones. Tales
personas discuten acerca de todo y hablan acerca de la ley, de sus derechos y
sobre lo que otros deben o no deben hacer. Pero ellos mismos no han
comprendido cuáles son las reacciones propias de un cristiano.

Tales individuos manifiestan reacciones justas, reacciones legalistas, reacciones


propias de un gentil o de un recaudador de impuestos, pero ciertamente no
manifiestan las reacciones propias de un cristiano. Ellos dicen: ―¿No estoy en lo
correcto?‖. A ellos les parece que tienen toda la razón. Pero se han olvidado que
las reacciones de un cristiano no se basan en argumentos razonables. Ellos no
tienen la menor idea de cómo debe reaccionar un cristiano. Este es un problema
muy serio. Debido a que ellos no saben cómo debe reaccionar un cristiano, ellos
tampoco saben cómo deben reaccionar los demás. Así pues, si un hermano ha
decidido guardar silencio acerca de alguna injusticia cometida en contra de él,
tales personas piensan que, al actuar así, este hermano está admitiendo su
culpabilidad. Hace poco escuché a alguien que decía: ―Fulano de tal tuvo que
callar ante las reprensiones de los demás‖. Según la persona que dijo estas
palabras, lo correcto era argüir, mientras que guardar silencio era incorrecto.
Pero esta persona simplemente no conoce cuál es el significado de la cruz. Ella
no sabe en qué consiste la vida cristiana. De hecho, tal persona desconoce lo que
es un cristiano.
Un hermano que recién ha sido salvo debe conocer desde un principio la
manera de reaccionar que corresponde a un cristiano. Una vez que comprenda
esto claramente, sabrá cómo es que debe vivir delante de Dios. Los cristianos
tienen su propia manera de reaccionar. Si usted no reacciona de dicha manera,
usted es semejante a un recaudador de impuestos o a un gentil. Permítanme
reiterarles que la mitad de nuestra existencia consiste en reacciones. Actuamos
de cierta manera porque otros actúan de cierto modo. Nos sentimos de cierto
modo debido a que otros se sienten de la misma manera. Todos los días estamos
reaccionando; por lo que, si tenemos reacciones equivocadas, temo que nuestro
andar cotidiano no sea de mucho valor delante del Señor. Es por ello que
debemos modificar nuestras reacciones.

IV. TRES CLASES DIFERENTES DE REACCIONES

Examinemos ahora los principios subyacentes a las reacciones de este pasaje de


Mateo. Las reacciones humanas ante asuntos cotidianos pueden ser clasificadas
según tres niveles. La primera clase de reacciones está en el nivel de nuestro
raciocinio. La segunda clase está en el nivel del buen comportamiento. La
tercera es la que corresponde a la vida santa de Dios. Si usted se encuentra en el
nivel de su raciocinio, su reacción será el enojo y la ira. Si usted está en el nivel
del buen comportamiento, su reacción será la de soportar. Pero, si usted está en
el nivel que corresponde a la vida santa de Dios, usted podrá trascender todo.
Estas son las tres clases de reacciones posibles.

Si hoy alguno le golpea en la mejilla derecha, y usted es una persona llena de


razonamientos, quizás diga: ―¿Cómo puede haberme hecho tal cosa? ¿Por qué
me golpeó?‖. Cuando otros le golpean la mejilla, quizás usted dé rienda suelta a
su ira y argumente al respecto. Esto indica que usted está en el nivel del
raciocinio. Pero quizás usted sepa que los cristianos deben comportarse
apropiadamente y que está mal enojarse. Entonces, cuando otros le piden la
túnica, usted los soporta en silencio y permite que ellos se lleven su túnica. Esta
clase de reacción es mucho mejor que dar rienda suelta a su ira. Mas el Señor
nos dice que existe otra clase de reacción, y esta última es la clase de reacción
que Él requiere.

Cuando otros golpean nuestra mejilla, el Señor no desea que reaccionemos con
ira. Tampoco desea que soportemos pasivamente mientras otros se llevan
nuestra túnica. El Señor nos dice que cuando otros nos golpean en la mejilla
derecha, les volvamos también la otra, y que les entreguemos nuestra capa a
quienes quieren nuestra túnica; y que cuando otros quieren que andemos una
milla, debemos andar dos. Esto no es soportar, sino trascender; esta clase de
reacción supera las exigencias de los hombres. Los hombres exigen sólo hasta
cierto punto, pero nosotros, delante del Señor, podemos hacer mucho más que
simplemente satisfacer las exigencias de los hombres. Nosotros además
podemos sobrepasarlas

Hermanos y hermanas, el Señor nos dice que los cristianos únicamente deben
manifestar una clase de reacción. Nuestra reacción debe ser la de trascender; no
debe ser la de razonar ni la de sólo soportar. Les pido que nunca se olviden que
aquellos que no logran trascender sus circunstancias, no se están comportando
como cristianos. El Señor no nos dice que paguemos ojo por ojo; es decir, que
golpeemos a la otra persona en el ojo si ella nos ha golpeado en el ojo. Tampoco
nos dice que debemos soportar a quienes nos golpean en el ojo. El Señor dice
que debemos, más bien, añadir a ese ojo el otro, es decir, que si alguien me
golpea en un ojo, debo permitirle que también me golpee el otro ojo.

Por favor no se olviden que para hacer el cambio de ojo por ojo, a añadir un ojo
al otro ojo, se requieren de por lo menos dos pasos adicionales. Para hacer el
cambio de mejilla por mejilla, a añadir la otra mejilla; y de túnica por túnica, a
añadir la capa; y de milla por milla, a añadir otra milla, se necesita dar dos pasos
más. Ojo por ojo es una reacción. La ira es una reacción. Soportar es otra
reacción. Añadir un ojo al otro ojo es otra clase de reacción. De estas reacciones,
debemos rechazar todas, menos la última.

V. EL CRISTIANO ES LIBRADO DE HUMILLACIÓN,


DE LAS POSESIONES MATERIALES
Y DE LA VOLUNTAD

Permítanme hacer un breve repaso de estas tres cosas nuevamente. Ser


golpeados en la mejilla tiene que ver con ser humillados. Los chinos podemos
entender esto; también los judíos y romanos de la antigüedad entendían esto.
Hay muchos relatos de aquellos tiempos que nos muestran que muchos de los
esclavos de los romanos preferían que sus amos los matasen en vez de ser
golpeados en la mejilla. Podían tolerar que los maten, pero no ser golpeados en
la mejilla. Por tanto, ser golpeados en la mejilla significa sufrir una humillación
extremada. En aquellos tiempos, tal acto representaba infligir la más grande de
las humillaciones.

Las túnicas y las capas son aquellas cosas que el hombre tiene derecho a poseer.
Entre las posesiones que uno pueda tener, difícilmente encontrará posesión más
legítima que aquello que lleva puesto. Hasta el más pobre tiene una túnica y una
capa. No importa cuánto insista alguno en negarse a todo disfrute material,
ciertamente tiene que vestirse por lo menos con una túnica y una capa. Es
bastante legítimo exigir tales cosas para uno mismo, pero aquí hay una persona
que no le pide a usted sus propiedades ni sus haciendas, sino su túnica. Más
aún, si él quiere su túnica, usted tiene que quitarse primero su capa. Por tanto,
este asunto atañe a nuestras posesiones materiales de la manera más profunda.
Si ser golpeados en la mejilla se relaciona con ser humillados, ser despojados de
nuestra túnica tiene que ver con nuestras posesiones más esenciales.

Obligar a otro a andar se relaciona particularmente con la voluntad de dicha


persona. Puede ser que yo no tenga la intención de optar por cierto camino o ir a
cierto lugar, pero otros me obligan a hacerlo. Esto quiere decir que tengo que
negarme a mí mismo a fin de tomar el camino que otros eligieron. Esto implica
doblegar nuestra voluntad.

Quisiera que mis hermanos y hermanas comprendieran que las reacciones


cristianas tienen que ver con la otra mejilla, la capa y la milla adicional. Cuando
otros me golpean en mi mejilla derecha, les doy también la otra. Cuando otros
quieren mi túnica, les entrego mi capa también. Cuando otros me obligan a
andar una milla, yo camino dos. Esto quiere decir que no he sido afectado por la
mejilla derecha, ni tampoco por la túnica, ni por la jornada de una milla. Por
esto llamo a esta clase de reacción, una reacción que trasciende. Si soy golpeado
en la mejilla derecha y esto produce en mí cierto sentimiento, no permitiré que
me golpeen en la mejilla izquierda. Si después de haber andado una milla he
alcanzado mis límites, no podré andar una segunda milla. El resultado de esto
es la clase de reacción que manifestamos ante tales circunstancias.

Los cristianos somos personas que han sido libradas de todo sentimiento de
gloria y de humillación. Somos personas que han sido libradas de la atadura de
las posesiones materiales y librados de nuestra propia voluntad. Cuando seamos
libres de humillación, de posesiones materiales y de nuestra propia voluntad,
tales cosas jamás nos volverán a afectar.

VI. LA LECCIÓN PRINCIPAL DE LA CRUZ


CONSISTE EN PARAR TODOS LOS ARGUMENTOS

Tenemos que aprender a nunca discutir delante de Dios. La primera lección de


la cruz es no alegar. Ninguno entre nosotros debe descender tan bajo que llegue
a convertirse en una persona vengativa. Por ende, ni siquiera es necesario
considerar la opción de pagar ojo por ojo o diente por diente. Sin embargo, me
temo que sí hay muchos entre nosotros que les gusta alegar y defender sus
derechos, diciendo: ―Tu no debieras haberme golpeado‖. Siempre que una
persona discute con otras, significa que tal persona ha sido afectada por lo que
le hicieron o por lo que le sucedió. El Señor, en cambio, nos enseña que la
respuesta apropiada para el mal irracional, es el bien irracional. Otros pueden
ser irracionalmente malos con nosotros, pero nosotros les pagamos con bondad
también irracional. La primera milla ya era una exigencia bastante irracional,
pero la segunda milla resulta todavía más irracional. En realidad, ninguna de las
dos es razonable. Ser golpeados en la mejilla derecha no es razonable, pero
tampoco es dar la otra mejilla. Ser despojados de nuestra túnica no es nada
razonable, pero tampoco lo es regalar nuestra capa. Los cristianos son aquellos
que nunca alegan conforme a la razón; ellos responden con bondad irracional al
mal irracional.

Ustedes no deben ser atrapados por sus propios razonamientos. No debieran


tratar de determinar si algo es razonable o no. Quizás ustedes digan que la
primera milla no era razonable, pero yo les digo que la segunda milla es mucho
menos razonable. Si la primera milla no se podía justificar, mucho menos la
segunda. Si no pueden aceptar la primera milla, ¿cómo podrán aceptar la
segunda? Pero, ¡gracias a Dios!, Sus hijos no reaccionan alegando. Ninguno de
los hijos de Dios debería dar rienda suelta a su enojo; pues la esfera en la que se
encuentran no es la de discutir en función de lo correcto o lo erróneo. El acto de
discutir resulta totalmente ajeno al ámbito que corresponde a un creyente. Si
usted cayera en tal práctica, la de argüir, habrá caído de la posición que le
corresponde como cristiano, y ya no estará posicionado sobre la base que es
propia de un cristiano.

VII. LOS CRISTIANOS NO SON


LOS QUE HACEN LO CORRECTO O EL BIEN,
SINO LOS QUE TRASCIENDEN

Espero que todos podamos ver algo aquí. Si alguno quiere mi túnica, es
absolutamente correcto si me rehúso a dársela. Si se la doy, estaré haciendo el
bien; pero lo que es propio de un cristiano es que se despoje de la túnica y
además le dé su capa. Me parece que esto es muy claro. Cuando alguno quiere
mi túnica, ¿por qué habría de dársela? Yo estoy actuando correctamente aun si
me rehúso a entregársela, y si se la doy, estoy haciendo el bien. Puesto que soy
bondadoso, le doy mi túnica. Sin embargo, actuar correctamente no implica que
uno sea un cristiano, ni tampoco ser una persona bondadosa implica que uno
sea un cristiano. Un cristiano no sólo da la túnica, sino también la capa. Así
pues, un cristiano es uno que se despoja de la segunda prenda.

¿Cuál es la reacción propia de un cristiano? La reacción cristiana no consiste en


hacer lo correcto ni en hacer el bien, sino en hacer aquello que trasciende.
Cuando los hijos de Dios son más perseguidos, acorralados y privados de lo que
les corresponde, más alto deberán elevarse. Es una lástima que algunos
tropiezan cuando se ven acorralados. Es lamentable que los hijos de Dios
lleguen a dar rienda suelta a su enojo y a actuar sin razón. Es especialmente
lamentable que ellos se esfuercen por soportar sus circunstancias adversas, pues
lo que caracteriza a un cristiano es que se remonta a grandes alturas cuando
sufre persecución, cuando toda vía de escape ha sido bloqueada y cuando lo
único que tiene por delante es un muro que le impide avanzar.
Recuerdo mucho un comentario que escuché hace varios años acerca de un
hermano que acababa de fallecer, en el cual se decía de él: ―Todo aquel que no
haya sido alguna vez su enemigo, no ha llegado a conocer cuán grande era el
amor de este hermano‖. Este es un comentario maravilloso. Cuanto más lo
hostigaban a este hermano, más fuerte se mostraba. Cuanto más lo maltrataban,
más alto se elevaba. Cuanto más feroz era uno con él, más generoso era él con
uno. Cuando él murió, muchos hermanos comentaban: ―A fin de conocer la
fortaleza de su amor, uno tenía que convertirse en su más grande enemigo. No
le hicimos suficiente mal. Cuanto peor se le trataba, mayor era su amor por ti‖.
En esto consiste la reacción cristiana. Cuanto más se persigue a un cristiano y
más se lo acorrala, más amplia es la senda que él tiene por delante.

Nadie debe pensar que esta lección es demasiado profunda. Del capítulo 5 al
capítulo 7 del Evangelio de Mateo, encontramos el primer sermón del Señor
Jesús. Las enseñanzas en aquel monte fueron las primeras que oyeron Sus
discípulos. Esta es la razón por la cual nosotros debemos decirles estas cosas a
los nuevos creyentes. Tenemos que practicar esto desde el comienzo mismo de
nuestra vida cristiana. Mientras seamos cristianos, tenemos que practicar esto.
Si no lo llevamos a la práctica, no tendremos paz. Un cristiano que alega con los
demás, jamás podrá gozar de paz. Probablemente estemos molestos y ansiosos
en el momento en que somos despojados por otros, pero no tendremos paz. Por
el contrario, cuando otros nos piden la túnica y nosotros les damos además
nuestra capa, daremos gritos, diciendo: ―¡Aleluya!‖, durante todo el regreso a
casa. Nos sentiremos felices. Cuando otros quieren prestar dinero de nosotros,
quizás ahorremos un poco si nos negamos a prestarlo, pero también perderemos
nuestro gozo. Si nos piden dinero, debemos dárselo, porque esta es la manera de
llevar una vida cristiana feliz.

Son muchos los cristianos que están todo el día con la cara larga debido a que no
están dispuestos a andar una segunda milla. Si usted recorre la segunda milla,
podrá hacerlo cantando en su interior.

VIII. PROBLEMAS RELACIONADOS


CON LAS REACCIONES DE UN CREYENTE

Muchos hermanos y hermanas tienen problemas con sus reacciones debido a


que no conocen al Señor. Les es imposible dar la otra mejilla, regalar su capa o
andar una segunda milla. Siempre están diciendo: ―¡Qué irrazonables son estas
personas!‖. Quisiera decirles con franqueza a tales hermanos, que esto es lo que
el Señor exige de nosotros. Quizás a la otra persona le baste con golpearle la
mejilla derecha, pero el Señor le ha dicho a usted que debe darle también la otra
mejilla. Quizás la otra persona se sienta satisfecha al recibir su túnica, pero el
Señor le ha dicho a usted que debe darle la capa también. Quizás la otra persona
se sienta satisfecha si puede obligarlo a andar una milla, pero el Señor le obliga
a recorrer una segunda milla. Tenemos que darnos cuenta de que la otra mejilla,
la capa y la segunda milla es lo que el Señor exige de nosotros, no los hombres.
Todos aquellos que tienen dificultad con la otra mejilla, la segunda prenda y la
milla adicional no están en conflicto con los hombres, sino con el Señor mismo,
pues es Él quien exige esto de nosotros.

Quizás usted diga que los hombres están siendo irrazonables, pero recuerde que
en realidad es el Señor quien es irrazonable. Si no deben golpearle en la mejilla
derecha, mucho menos deben golpearle en la izquierda. Si exigirle la primera
prenda era irrazonable, exigirle la segunda prenda es menos razonable todavía.
Si obligarlo a andar la primera milla ya era una demanda irrazonable, la
segunda milla es aún más irrazonable. Pero el Señor exige lo segundo. Se trata
de un mandamiento del Señor. Podemos afirmar, pues, que el mandato del
Señor es más exigente y severo que las exigencias propias de un hombre injusto.
Ningún hombre irrazonable puede ser más exigente que nuestro Señor con Sus
mandamientos.

¿Por qué es tan severo nuestro Señor? Porque Él sabe que la vida que Él nos dio
es una vida trascendente. A menos que esta vida trascienda, no tendremos paz.
Esta vida es feliz únicamente cuando ha logrado trascender. Cuanto más se
procure avergonzar, deshonrar o herir a esta vida, mayor será la manifestación
de Su poder.

Esto es lo que significa ser un cristiano. No es cuestión de simplemente no


enojarse y ser comprensivos y tolerantes, sino se trata de trascender todas las
cosas. Quizás otros nos obliguen a andar una milla, pero nosotros andaremos
dos millas. Tal vez alguno quiera quitarnos una de nuestras prendas, pero
nosotros le regalaremos dos. Quizás otro nos golpee en la mejilla derecha, pero
nosotros le mostraremos también nuestra mejilla izquierda. Hermanos, esta
vida es una vida que trasciende, que se remonta sobre todo. Es así como los
creyentes reaccionan. Únicamente si actuamos así, nos estaremos comportando
como cristianos.

IX. LA GRACIA QUE MORA EN LOS HIJOS DE DIOS

Algunas personas que no conocen bien la Biblia piensan que las enseñanzas
impartidas en el monte y que están contenidas en los capítulos 5, 6 y 7 de
Mateo, están vinculadas a la ley. ¿Será esto la ley? ¡No! Esto es gracia. La ley
demanda ojo por ojo y diente por diente. ¿En qué consiste la gracia? La gracia
consiste en dar a otros lo que no se merecen. De hecho, la primera mejilla, la
primera prenda y la primera milla ya corresponden a la gracia. Los demás no
merecen ninguna de estas cosas, pero debido a que la vida divina en nuestro ser
lo trasciende todo, ninguna de estas cosas puede afectarnos. Por esto
permitimos que los demás nos golpeen en la mejilla derecha y luego volvemos la
mejilla izquierda. Por esto podemos darles no solamente la túnica, sino también
la capa. Y por esto podemos andar no sólo una milla, sino dos. Esto es gracia
sobre gracia. Pero esta no es la gracia de Dios; esta es la gracia de los hijos de
Dios. Esto es lo que los hijos de Dios hacen cuando actúan en concordancia con
el Dios de toda gracia. Dios les da a los hombres lo que ellos no merecen.
Nosotros también podemos darles a los hombres lo que ellos no merecen, e
incluso más.

X. NUESTRA CAPACIDAD ES ENSANCHADA


A TRAVÉS DE NUESTRAS REACCIONES

¿Por qué tenemos que hacer esto? Permítanme decirles lo siguiente: la


enseñanza en el monte fue impartida con el fin de que nuestra capacidad fuese
ensanchada. Nuestras reacciones permiten que Dios aumente nuestra medida.
Nosotros queremos demasiado a muchas cosas. Pero apenas empezamos a
poner en práctica las enseñanzas que el Señor impartió en el monte en nuestra
vida diaria, Él comienza a despojarnos de aquellas cosas que nos eran tan
queridas. La túnica y la capa nos son quitadas una y otra vez, y esto nos
ensancha una y otra vez. Seremos ensanchados mucho más allá de nuestra
capacidad que tener una capa o una túnica.

Muchos cristianos son del mismo tamaño que las prendas que visten; son muy
pequeños. Ellos son afectados por una pequeña prenda de vestir. Una sola
prenda es capaz de provocar su ira y el sacrificio de su decoro cristiano. En todo
lugar que vamos, encontramos estas personas ―diminutas‖.

Los cristianos pueden ser grandes, pero aún más, ellos pueden ser ensanchados,
porque Dios les ha dado una vida que es grande. Si usted permite que le
despojen de una prenda, podrá permitir que le despojen de cien prendas. Si
usted cede ante la exigencia de caminar una milla, podrá ceder cuando le exijan
caminar dos millas. Si usted pone esto en práctica, será ensanchado por Dios.

La gente le da mucha importancia a que no las ridiculicen. Son muchos los que
no pueden soportar ser humillados o deshonrados. Ellos son capaces de
renunciar a todas sus prendas, pero no pueden ser golpeados ni deshonrados.
Les es muy difícil permitir que otros les insulten. Pero he aquí uno que es
golpeado en su rostro y que no solamente soporta tal golpe, sino que lo acepta
gustoso, contento y feliz. Apenas volvemos nuestra mejilla para que otros nos
golpeen, somos ensanchados. Somos ensanchados por medio de todas las
experiencias irrazonables que nos toca vivir.
Supongamos que usted es una persona con una voluntad férrea. Si usted es
oprimido y perseguido, y acepta gustosamente tal opresión y persecución al
punto de recorrer una milla adicional, entonces usted será ensanchado a medida
que pasa el tiempo.

En los últimos años, he conocido mucha gente ―diminuta‖ en este mundo. Ni


siquiera en la iglesia he conocido mucha gente ―grande‖. Es mi esperanza que
los nuevos creyentes elijan este sendero desde el comienzo de su vida cristiana.
Debemos tomar la vida de Dios, y reaccionar de una manera trascendente. Este
es el requisito fundamental para alcanzar la madurez. Si ustedes reaccionan
continuamente en conformidad con la vida trascendente de Dios, entonces
serán ensanchados cada vez más. No estarán atados a ninguna cosa material. No
serán limitados por ningún acto de humillación o deshonra en contra de
ustedes. Ni aún su propia voluntad férrea podrá oprimirlos. Crecerán
continuamente. Si no practicamos esto, la iglesia estará llena de gente
―diminuta‖.

XI. LA VICTORIA CRISTIANA


ES UNA VICTORIA TRASCENDENTE

No estoy diciendo que sea suficiente que recorramos una milla adicional. Andar
la segunda milla representa un principio, y este principio involucra que seamos
trascendentes. Dar la otra mejilla también representa un principio que implica
trascender.

¿Qué quiere decir ser trascendente? Trascender significa estar en la cumbre.


Supongamos que alguien le golpea en la mejilla derecha. Si usted trata de
recordar Mateo 5 y dice: ―Estoy resuelto a dejarme golpear. Si me pide mi
túnica, se la daré a mi pesar. Si me obliga a andar una milla, me esforzaré por
acompañarlo por dos millas‖. Esta clase de comportamiento es inútil. Esto no es
trascender. Todavía no han ascendido lo suficientemente alto. ¿Quién es capaz
de dar la otra mejilla? Aquellos que, cuando son injuriados, llegan a comprender
que han recibido del Señor una vida que es abundante. Por esto ellos son
capaces de dar la mejilla izquierda cuando alguien los golpea en la derecha.
Puede ser que los hayan obligado a andar una milla, pero la vida que han
recibido del Señor es tan abundante que pueden andar una segunda milla. Los
cristianos jamás han sido personas renuentes, y la reacción propia de un
cristiano jamás se limita a satisfacer, apenas, los requisitos mínimos.

En cierta ocasión, una hermana exclamó: ―¡Por poco doy rienda suelta a mi
enojo!‖. Ella parecía sentirse muy victoriosa cuando declaró esto, pero esta no es
la reacción propia de un cristiano. La reacción cristiana hace mucho más que
aquello que es estrictamente necesario; un cristiano enfrenta los desafíos con
solvencia. Este es el significado de la segunda milla. ¿Han visto esto? Algunas
personas pueden ser muy despiadadas con usted; ello representa ―la mejilla
derecha‖. Si usted puede retribuirles con bondad y continuar siendo victorioso
delante de Dios, ello representa ―la mejilla izquierda‖. La ―mejilla izquierda‖
habla de abundancia; denota un excedente. La victoria propia de un cristiano no
es una victoria lograda a duras penas, sino que es una victoria desbordante. Los
cristianos siempre debiéramos gozar de un excedente; siempre debiéramos
trascender nuestra experiencia. La victoria cristiana jamás se logra de manera
forzada, nunca se logra por medio de rechinar los dientes o argüir. La victoria
cristiana es siempre lograda con facilidad. Quiera el Señor ensancharnos una y
otra vez, y que podamos expresar la gracia de los hijos de Dios una y otra vez.

XII. NUESTRA REACCIÓN DEBE SER


PARA EL AUMENTO DE LA OBRA DEL SEÑOR

¿Por qué tenemos que volver la mejilla izquierda cuando somos golpeados en la
mejilla derecha? Cuando el Señor nos concede pasar por sufrimientos a manos
de los hombres, nosotros debiéramos más bien facilitar Su operación en
nosotros, en vez de anularla. Por esto, damos la otra mejilla. El Señor usa las
manos de los hombres para ensanchar nuestra capacidad y ayudarnos a crecer.
La mano se detiene en la mejilla derecha, pero nosotros podemos añadir nuestra
mejilla izquierda. Esto quiere decir que nosotros no frustramos la operación del
Señor realizada por medio de la mano de los hombres, sino más bien
permitimos que dicha operación avance. El Señor nos golpea, y nosotros
también nos golpeamos. El Señor nos disciplina, y nosotros también nos
disciplinamos. Cuando otros nos golpean en la mejilla derecha, nos unimos a
ellos para golpearnos a nosotros mismos. Nosotros no estamos de nuestro lado a
fin de levantarnos en contra de los que nos atacan. Por el contrario, estamos del
lado de los que nos atacan. Un golpe no es suficiente, así que necesitamos ser
más golpeados. El Señor nos está disciplinando y nosotros también nos
disciplinamos a nosotros mismos.

La mano del Señor está sobre mí, y mi oración es que Su mano permanezca allí.
Si lo he perdido todo, no me queda nada más que perder. Si he muerto
completamente, ya no puedo morir más. Si todavía puedo morir un poco más,
quiere decir que aún no he muerto lo suficiente. Si todavía puedo perder, quiere
decir que no he perdido lo suficiente. Yo quiero que la mano del Señor caiga
sobre mí con un peso todavía mayor. Yo no estoy procurando reducir el peso de
Su mano sobre mí.

Si usted puede permanecer del lado del Señor y disciplinarse de este modo, no
guardará rencor en contra de nadie. Las exigencias de los hombres jamás
podrán ser más elevadas que las del Señor. Lo máximo que el hombre exige es
una milla. La exigencia del Señor es una segunda milla. Lo máximo que los
hombres pueden hacer es obligarlo a andar una milla. Pero usted puede darle al
hombre aún más; usted puede añadir algo más. Así pues, puede hacer lo mejor
que pueda a fin de realizar aquello que el Señor ya ha hecho.

XIII. DEBEMOS PERMANECER FIRMES


EN NUESTRA POSICIÓN CRISTIANA

Permítanme hacerles otra pregunta: ¿Es mejor ser aquel que golpea o ser aquel
que recibe el golpe? ¿Envidian ustedes a los demás? Ellos nos golpean. ¿Harán
ustedes lo mismo? Aquellos que golpean no están actuando como cristianos, y
aquellos que soportan los golpes tampoco están comportándose como
cristianos. Únicamente aquellas personas que aceptan voluntariamente ser
golpeadas y que dan la otra mejilla a quienes las golpean diciéndoles: ―Por favor,
hagan más‖, son las personas que se están comportando como cristianos.

Hoy en día, si un hermano te golpea, ¿sabes qué es lo que te ha dado? Te ha


dado la mejor oportunidad de ser un buen cristiano. Él te honra al golpearte,
pues te ha dado la oportunidad de actuar como un cristiano apropiado.

Por favor no olviden que aquel cristiano que golpea a otros ha perdido su
dignidad cristiana. No debiéramos envidiar a quienes han caído de su posición
cristiana. Cada vez que usted sea maltratado o amenazado, se le estará dando la
oportunidad de vivir la vida cristiana. De hecho, aquellos que le maltratan de
este modo en realidad están diciendo: ―Fulano, ya no quiero ser un cristiano.
¡Quiero que tú tomes mi lugar!‖. Sus acciones equivalen a esto.

Si un hermano le lleva ante los tribunales, o le exige dinero o alguna prenda


suya, en realidad tal persona está diciéndole: ―Hoy no quiero ser cristiano.
¡Dejaré que tú lo seas en mi lugar!‖. Tal persona ha renunciado a su posición
cristiana y, en lugar de ello, lo ha colocado a usted en tal posición. ¿Acaso no
deberíamos dar gracias a Dios por esto? Usted necesita decir: ―¡Oh Dios! Te
agradezco y te alabo por haberme puesto en una posición cristiana apropiada.
Ciertamente, esta es Tu gracia‖. Hermanos y hermanas, debemos aprender a
luchar por mantenernos en la posición propia de un cristiano.

Cierta vez, hice negocios con un hermano. Según el sentido común, yo no le


debía ningún dinero; sin embargo, él exigió de mí una cantidad equivalente a
unos sesenta y ocho mil dólares. Mi primera reacción fue la de enojarme. Mi
sentir era que él no tenía ni el más mínimo derecho a pedirme algo así. ¿Cómo
podría llamarse cristiana una persona así? Ciertamente, tal persona estaba
siendo totalmente irrazonable. Si él tuviera el más mínimo sentido de justicia,
¿cómo podría pedir este dinero? Pero luego, mi siguiente reacción fue de gozo.
Aunque él estaba equivocado, todavía sentía gozo de poder darle ese dinero. Yo
le pregunté: ―Hermano, ¿verdaderamente quieres este dinero?‖. Él respondió:
―Sí‖. En ese momento, el Señor puso Su palabra en mí: ―Este hombre te está
dando la oportunidad de ser un cristiano‖. Esta fue la primera vez que el Señor
me habló algo así. Yo dije: ―Es cierto‖, y fui a preparar el dinero para dárselo.

Desde aquel día, aprendí esta lección. Cuando una persona se comporta de la
manera en que este hombre lo hizo, está dejando la posición de cristiano.
Cuando una persona nos hace esto, qué vergonzoso y penoso sería que nosotros
también dejásemos nuestra posición cristiana. Debemos aprender a decir: ―El
Señor me ha puesto aquí, y es Él quien me está dando la oportunidad de vivir
como un cristiano‖. Debiéramos decir: ―Señor, yo quiero ser un cristiano‖. No
existe pérdida más grande que la pérdida de nuestra posición cristiana. Ser
golpeados es una gran pérdida; ser despojados de nuestras posesiones
igualmente es una gran pérdida; y ser avergonzados y privados de libertad son
pérdidas todavía mayores, pero el Señor nos ha confiado la responsabilidad de
expresar Su gracia y comprensión. Si fracasamos en esto, habremos sufrido la
más grande de las pérdidas.

Algunos quizás piensen que los fuertes son aquellos que pueden golpear a los
demás. Pero yo les digo que aquellos que son verdaderamente fuertes son los
que pueden recibir un golpe sin devolverlo. Una persona que no puede controlar
su propio genio, ciertamente es una persona débil. Una persona fuerte es una
que puede ejercer dominio propio sobre su mal genio. Necesitamos saber
evaluar las cosas en forma espiritual delante de Dios, y no evaluarlas como lo
hace el mundo. No debemos atenernos a los puntos de vista mundanos.
Debemos poseer una perspectiva espiritual.

Espero que desde el comienzo mismo de su vida cristiana, los nuevos creyentes
vean cómo deben ser sus reacciones cristianas. Nosotros debiéramos fijar tales
pautas de conducta desde un comienzo. No debemos permitir que pasen tres,
cinco, ocho o diez años antes de que adoptemos tal camino. No debemos pensar
que la enseñanza impartida en el monte es demasiado profunda. Ningún
cristiano debiera dejar transcurrir mucho tiempo antes de adoptar la enseñanza
que el Señor impartió en el monte. La enseñanza en el monte debe ser nuestra
primera enseñanza. Debe ser algo que el nuevo creyente encuentra en la
entrada, no algo que sólo consigue ver después de muchos años de progreso. La
enseñanza del sermón del monte es la respuesta fundamental que los cristianos
tienen para toda situación. Esta reacción es el fruto de nuestra naturaleza
cristiana. Cuando uno cree en el Señor Jesús, reacciona espontáneamente de
esta manera y se comporta de este modo. Andar la segunda milla trae gozo a
nuestro corazón. Una persona no podrá disfrutar de paz y gozo verdaderos hasta
que esto sea su práctica. Esta vida está hecha para enfrentar persecución,
desgracia y maltrato. Cuanto más despiadada la persecución, más fuerte será la
manifestación del poder de la vida de Dios.
XIV. DOS COSAS CON RESPECTO A LAS REACCIONES
QUE CORRESPONDEN A ESTA VIDA

Por último, debemos prestar atención a dos cosas con respecto a las reacciones
de esta vida. En primer lugar, tenemos que orar todos los días, y tenemos que
pedirle al Señor que nos libre de las tentaciones y del maligno. Tenemos que
orar todos los días a fin de ser librados de la tentación. En términos humanos,
es imposible vivir sobre esta tierra en conformidad con los principios descritos
anteriormente. Las reacciones requeridas por el Señor son imposibles de ser
encontradas en la tierra. Si usted se esfuerza por vivir de esta manera, verá que
sus esfuerzos se agotarán en las pocas ocasiones que pruebe hacerlo. Por ello, el
Señor intercaló una oración entre las enseñanzas que impartió en el monte. Se
trata de una oración en la que se ruega, pidiendo ser librados de las tentaciones
y del maligno. Nosotros podemos vivir en este mundo únicamente con la
protección del Señor. Sin Su protección, no podemos proseguir ni por un solo
día. Esta oración es indispensable. Si no tenemos la intención de llevar esta
clase de vida o tener esta clase de reacciones, no es necesario decir nada más.
Pero en cuanto surge en nosotros el anhelo de vivir por la vida de Dios, tenemos
que orar esta oración. Inclusive tenemos que hacerla todos los días.

No compartan este principio de la vida cristiana con los incrédulos ni con los
cristianos nominales. A esto se refiere Mateo 7 cuando dice que no debemos dar
cosas espirituales a los perros, ni arrojarles perlas a los cerdos. Los perros y los
cerdos son animales inmundos. Los perros representan todo lo maligno e
inmundo, y los cerdos representan a los que son cristianos sólo de nombre, pero
que carecen de vida. Externamente, ellos tienen la pezuña partida, pero en su
interior, no rumian. Externamente, ellos son cristianos, pero en su interior no lo
son. A los tales, no les digan estas palabras. Si lo hacen, estarán buscándose
problemas. Si usted les habla de esto, quizás ellos le digan: ―Dame la otra
mejilla; a ver, deja que ponga esto a prueba en ti‖. Decirles tales cosas es
buscarse problemas para uno mismo. Tengan cuidado con esto. Deben, pues,
orar a fin de ser librados de semejante problema.

En segundo lugar, tenemos que guardar nuestra posición cristiana. No debemos


buscar problemas. Sin embargo, con el permiso de Dios, y bajo Su soberanía y el
gobierno del Espíritu Santo, es posible que tengamos que enfrentar ciertas
circunstancias, ya sea a manos de creyentes o de incrédulos. En tales ocasiones,
debemos manifestar las reacciones apropiadas y no emprender la retirada.

La vida cristiana es una vida maravillosa. Cuanto más sea usted perseguido,
avergonzado y tratado irrazonablemente, más feliz se sentirá delante de Dios.
Este es el único camino que conduce a la felicidad. Si yo golpeo a un hermano
hoy y este de inmediato me diera la otra mejilla, yo me sentiría turbado por todo
un mes; tal cosa sería lo más triste que me pudiera suceder.

Mientras viva sobre esta tierra, un cristiano no puede aprovecharse de nadie. Si


en alguna ocasión usted se aprovecha de alguna situación o alguna persona, le
será imposible erguir la cabeza en presencia del Señor en todo un mes.
Cualquier ganancia terrenal constituye, en realidad, una pérdida. Es mejor dejar
que otro lo golpee. Cuando uno es golpeado por otro, puede irse a casa y dormir
bien, comer bien y cantar bien. Podrá subir a una colina, y la luna resplandecerá
más intensamente sobre su rostro. No piense que ha ganado algo al haberse
aprovechado de otros. La única manera de optar por el camino correcto es
reaccionar de la manera correcta, y la única manera de vivir conforme a los
principios apropiados es por medio de manifestar las reacciones apropiadas.

CAPÍTULO VEINTICINCO

LIBRES DEL PECADO

Lectura bíblica: Ro. 7:15-8:2

Todo aquel que ha creído en el Señor puede ser libre del pecado desde el día en
que creyó en el Señor. Sin embargo, es probable que esta no sea una experiencia
común de todos los creyentes. Hay muchos que, habiendo creído en el Señor,
regresan al pecado en vez de ser libres de él. Si bien es cierto que estos creyentes
son salvos, e indudablemente pertenecen al Señor y poseen la vida eterna, aun
así, el pecado todavía los molesta, y son incapaces de servir al Señor como
quisieran.

Después que una persona ha creído en el Señor, le resulta extremadamente


doloroso ser molestado constantemente por el pecado, pues toda persona en
quien Dios ha resplandecido posee una conciencia sensible. Dicha persona se ha
vuelto sensible con respecto al pecado y ahora tiene en ella una vida que
condena al pecado. A pesar de ello, es posible que dicha persona todavía se
encuentre fastidiada por el pecado. Esto ciertamente resulta en muchas
frustraciones e incluso puede llegar a producir desaliento. Obviamente, se trata
de una experiencia muy dolorosa.

Muchos cristianos se esfuerzan por ser libres del pecado. Algunos piensan que si
se esfuerzan lo suficiente por renunciar al pecado, finalmente conseguirán ser
libres del mismo y, por ende, dedican todos sus esfuerzos para rechazar
continuamente toda tentación. Hay otros que, al estar conscientes de la
necesidad de ser libres del pecado, están continuamente luchando, con la
esperanza de poder derrotarlo definitivamente. Incluso hay otros creyentes que
piensan que el pecado los ha hecho sus esclavos y que ellos deberán dedicar
todos sus esfuerzos para liberarse de la esclavitud del pecado. Pero todas estas
actitudes responden a conceptos humanos y no reflejan, de manera alguna, la
Palabra de Dios ni Sus enseñanzas al respecto. Además, ninguno de esos
métodos nos lleva a la victoria. La Palabra de Dios no nos exige que luchemos
contra el pecado con nuestras propias fuerzas, sino que nos enseña que
necesitamos ser liberados del pecado, es decir, puestos en libertad. Según la
Biblia, el pecado es un poder que esclaviza al hombre, y la manera de
enfrentarse a tal poder no es por medio de confrontarlo personalmente, sino por
medio de permitir que el Señor nos libere de él. Nosotros tenemos pecado y no
podemos separarnos de él. La manera en que el Señor se hace cargo de este
asunto, no es eliminar al pecado; más bien, el Señor nos libra del poder que
tiene el pecado, por medio de hacer que nos alejemos de su esfera de influencia.
Es necesario que los nuevos creyentes conozcan desde el inicio mismo de su vida
cristiana la manera correcta en que pueden ser libres del pecado. No es
necesario que ninguno de ellos recorra un sendero largo y tortuoso a fin de ser
libre del pecado. El creyente puede caminar el camino de libertad desde el
momento mismo en que cree en el Señor. Ahora abordemos este tema en
conformidad con los capítulos 7 y 8 de la Epístola a los Romanos.

I. EL PECADO ES UNA LEY

En Romanos 7:15-25 Pablo nos dice: ―Porque lo que hago, no lo admito; pues no
practico lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago ... porque el querer el
bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el
mal que no quiero, eso practico. Mas si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo
... así que yo, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está conmigo.
Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley
en mis miembros, que está en guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva
cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros ... así que, yo mismo con la
mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado‖.

Del versículo 15 al 20, Pablo usa repetidas veces las expresiones ―lo que quiero‖
y ―lo que no quiero‖, con lo cual hace énfasis en querer hacer algo o no, es decir,
en hacer algo deliberadamente o hacerlo en contra de su propia voluntad.
Después, del versículo 21 al 25, hay un énfasis distinto, pues allí se hace
hincapié en la ley. Estos dos aspectos que se recalcan son la clave para entender
este pasaje.

En primer lugar, debemos entender el significado de ―la ley‖. Según el concepto


comúnmente aceptado, una ley es un principio inalterable que no admite
excepciones. Más aún, toda ley tiene poder; no es un poder artificial, sino un
poder natural. Todas las leyes tienen poder. Por ejemplo, la gravedad es una ley.
Si lanzamos un objeto al aire, inmediatamente regresará al suelo. No
necesitamos jalarlo con las manos para que este caiga, pues él mismo es atraído
hacia abajo por la fuerza que ejerce la tierra. Si tira una piedra hacia arriba, esta
cae de nuevo al suelo. Si arroja una plancha, también volverá a caer a tierra. Si
lo tira en China o en otros países, si lo hace hoy o mañana, cualquier objeto
lanzado al aire, mientras nada lo sostenga, cae, independientemente del tiempo
o del espacio en que esto ocurra. Así pues, una ley es un principio que se cumple
inalterablemente y sin excepciones, y es una fuerza natural que no requiere del
esfuerzo humano para su perpetuación.

En Romanos 7 se nos muestra a Pablo esforzándose por ser victorioso,


procurando libertarse a sí mismo del pecado. Él deseaba agradar a Dios; no
quería pecar ni quería fracasar. Sin embargo, a la postre él tuvo que admitir que
todas sus resoluciones fueron en vano. Él tuvo que reconocer: ―Porque el querer
el bien está en mí, pero no el hacerlo‖. Él no quería pecar, pero seguía pecando.
Él quería hacer el bien y conducirse según la ley de Dios, pero no podía. En otras
palabras, lo que se proponía no podía llevarlo a cabo; y aunque estaba
determinado a lograrlo, siempre terminaba fracasando en su intento. Una y otra
vez, Pablo tomaba la decisión, pero el resultado era sólo un fracaso repetitivo.
Esto nos muestra que el camino a la victoria no consiste en ejercer nuestra
fuerza de voluntad ni en tomar resoluciones. Si bien Pablo se propuso y tomaba
tal decisión una y otra vez, él continuaba fracasando y seguía pecando.
Obviamente, podemos estar determinados a hacer lo que es bueno y, aun así,
encontrar que no podemos hacerlo. En el mejor de los casos, los hombres
apenas pueden tomar ciertas decisiones.

El querer el bien está en nosotros, pero no el hacerlo, y ello se debe a que el


pecado es una ley. Después del versículo 21, Pablo nos muestra que él seguía
derrotado a pesar de que, una y otra vez, se había hecho el firme propósito de
hacer lo bueno. Esto se debía a que el pecado es una ley, la cual operaba en
Pablo cada vez que tomaba la determinación de hacer lo bueno. Él estaba sujeto
a la ley de Dios en su corazón, pero su carne estaba regida por la ley del pecado.
Cada vez que él quería obedecer la ley de Dios, surgía una ley diferente, la ley del
pecado, la cual operaba en sus miembros y lo subyugaba.

En la Biblia, Pablo es el primero en hacernos notar que el pecado es una ley.


¡Ciertamente este es un gran descubrimiento! Es una lástima que muchos que
han sido cristianos por muchos años todavía ignoran que el pecado es una ley.
Ciertamente son muchos los que conocen que la gravedad es una ley y saben que
la dilatación termal de los cuerpos es otra ley; sin embargo, no son muchos los
que han llegado a comprender que el pecado es una ley. Pablo mismo, en un
principio, no sabía esto; pero después de pecar reiteradamente —no por
voluntad propia, sino en contra de su propia voluntad y debido a una poderosa
fuerza que operaba en su cuerpo— él descubrió que el pecado es una ley.
Nuestro pasado plagado de fracasos nos debe hacer notar que siempre que
somos tentados, nosotros procuramos ofrecer resistencia, pero jamás tenemos
éxito. Cuando somos tentados nuevamente, una vez más procuramos resistir,
sólo para terminar derrotados. Y esta experiencia se repite diez, cien o mil veces,
y todas las veces acabamos siendo derrotados. Esta es nuestra historia, una
historia de continuo fracaso. El hecho de que esto suceda no es una casualidad;
más bien, responde a una ley que siempre se cumple. Si alguno de nosotros
cometiera apenas un pecado en el curso de toda su existencia, ciertamente dicha
persona podría considerar el pecado como un mero percance. Pero si uno ha
pecado cien o mil veces, deberá reconocer que el pecado es una ley, es decir, una
fuerza que no deja de operar en nosotros.

II. LA VOLUNTAD DEL HOMBRE


NO PUEDE VENCER LA LEY DEL PECADO

Pablo fracasaba debido a que, al determinarse a no volver a pecar, él se basaba


en su propia fuerza de voluntad. Pero después del versículo 21, los ojos de Pablo
fueron abiertos y él pudo comprender que el enemigo, el pecado al cual se
enfrentaba, no era otra cosa que una ley. Cuando él se percató de este hecho, no
pudo sino exclamar: ―¡Miserable de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta
muerte?‖. Él comprendió entonces que le era imposible prevalecer sobre el
pecado mediante el ejercicio de su propia voluntad.

¿Qué es la voluntad? Es la volición; es la capacidad que tiene todo ser humano


de tomar decisiones, es decir, es la capacidad de querer, determinar o decidir
hacer algo. Son las opiniones y juicios del individuo. Una vez que una persona
ejercita su voluntad para decidir hacer algo, ella comienza a llevarlo a cabo, lo
que nos muestra que en la voluntad humana reside la capacidad de producir
cierto poder, por lo cual, al hablar de la fuerza de voluntad, también nos
referimos al poder, la capacidad, que es propia de tal voluntad.

Precisamente allí yace el problema. Cuando la voluntad está en conflicto con la


ley del pecado, ¿cuál de las dos fuerzas prevalece? Por lo general, al principio
nuestra fuerza de voluntad prevalece, pero al final es el pecado el que prevalece.
Supongamos que usted sostiene en su mano un libro que pesa un ―cati‖ (unidad
de medida china). Mientras usted lo sostiene en alto, la fuerza de gravedad
ejerce presión en sentido contrario. A la postre, la acción constante de la ley de
gravedad prevalecerá y el libro caerá al piso. Tal vez usted se esfuerce por
sostenerlo y logre prevalecer durante una hora, pero después de dos horas se
habrán agotado sus fuerzas, y a las tres horas su brazo desfallecerá. Finalmente,
usted tendrá que dejar caer el libro, pues mientras la ley de la gravedad no se
cansa, no cesa de operar ni mengua; a usted, en cambio, sí se le agotan las
fuerzas. Usted simplemente no puede luchar por siempre en contra de la ley de
la gravedad. Cuanto más tiempo usted sostenga en alto aquel libro, más pesado
le parecerá. No es que el libro se haya hecho más pesado, sino que la ley de la
gravedad habrá triunfado, y a usted le parecerá que el libro se hace cada vez más
pesado. El mismo principio se aplica cuando usted se esfuerza por vencer al
pecado por medio de su propia voluntad. Si bien podemos resistir al pecado por
cierto tiempo, el poder del pecado es mucho mayor que el de nuestra fuerza de
voluntad. El pecado es una ley, y dicha ley no puede ser destruida mediante la
resistencia que le pueda ofrecer la voluntad del hombre. Siempre que nuestra
fuerza de voluntad desfallece, la ley del pecado reaparece. A la voluntad humana
le es imposible persistir indefinidamente, mientras que la ley del pecado está
siempre activa. Ciertamente es posible que nuestra voluntad prevalezca por
cierto tiempo, pero finalmente, siempre será vencida por la ley del pecado.

Mientras no nos hayamos percatado que el pecado es una ley, nos esforzaremos
por vencer al pecado mediante el ejercicio de nuestra voluntad. Por ello, siempre
que seamos tentados, nos esforzaremos al máximo por vencer dicha tentación,
pero finalmente lo único que conseguiremos será comprobar que, lejos de
derrotar al pecado, somos vencidos por él. Después, cuando somos tentados
nuevamente, nosotros procuramos tomar una decisión aún más firme que la
anterior, pues pensamos que nuestro fracaso anterior fue debido a que no
tomamos la previa determinación con suficiente firmeza. Así pues, nos
convencemos a nosotros mismos de que esta vez no pecaremos más y de que
finalmente lograremos prevalecer. Pero el resultado es el mismo; fracasamos
una vez más y no podemos explicarnos por qué las resoluciones que tomamos
no pueden darnos la victoria sobre el pecado. Todavía no hemos comprendido
que jamás podremos vencer al pecado mediante el ejercicio de nuestra voluntad.

Es evidente que enojarnos constituye pecado. Cuando alguien lo trata mal, usted
se siente herido y molesto. Si esta persona continúa injuriándolo, tal vez hasta
llegue a dar puñetazos sobre la mesa, monte en cólera, grite o haga cualquier
cosa parecida. Pero después, usted probablemente sienta que, por ser cristiano,
usted no debió haber dado rienda suelta a su enojo y, por lo tanto, se propone
reprimir su ira la próxima vez. Luego usted ora y cree que Dios lo perdonó, y
confiesa su falta a los otros y, como resultado de todo ello, se siente nuevamente
lleno de gozo. Entonces, usted cree que jamás volverá a enojarse. Pero un
poquito después lo vuelven a tratar mal, y usted nuevamente se molesta; luego
es agraviado nuevamente y usted comienza a murmurar. Así que cuando lo
ofenden por tercera vez, usted explota. Después, se da cuenta de que una vez
más se equivocó y pide perdón al Señor, prometiéndole que jamás volverá a dar
rienda suelta a su enojo. Pero la próxima vez que le dirigen palabras ásperas, no
pasará mucho tiempo antes de que su mal genio aflore de nuevo. Esto
comprueba que el pecado no es un error que cometemos por casualidad, ni es
algo que sólo sucede una vez; más bien, es algo que ocurre repetidas veces y que
nos atormenta toda la vida. Así pues, aquellos que mienten, continúan
mintiendo; y aquellos que dan rienda suelta a su ira, continúan manifestando su
cólera. Esta es una ley y no existe poder humano que pueda vencerla. Puesto que
Pablo inicialmente no había aprendido tal lección, continuaba ejercitando su
fuerza de voluntad tratando en vano de vencer al pecado. Pero es imposible que
el hombre venza la ley del pecado por su fuerza de voluntad.

Una vez que el Señor, en Su misericordia, nos muestre que el pecado es una ley,
ya no estaremos lejos de la victoria. Si uno continúa pensando que el pecado es
algo que ocurre accidentalmente, y que la victoria puede ser obtenida orando
más y luchando más intensamente contra la tentación, jamás podrá vencer al
pecado. El relato de la historia de Pablo nos muestra que el pecado es una ley.
Mientras que el poder del pecado es fuerte, el poder de nuestra fuerza de
voluntad es débil. El poder del pecado siempre prevalece, mientras que nuestro
poder siempre es vencido. En cuanto Pablo se percató de que el pecado es una
ley, llegó a la conclusión de que todos sus métodos para vencerlo eran
infructuosos, que la firmeza de sus determinaciones no servía para nada y que él
jamás podría prevalecer sobre la ley del pecado por medio de ejercitar su fuerza
de voluntad. Este fue un gran descubrimiento, una gran revelación para él.

Pablo comprendió que el hombre no puede lograr la liberación mediante el


ejercicio de su propia fuerza de voluntad. Mientras uno deposite su confianza en
la tenacidad y fortaleza de su propia voluntad, jamás adoptará el camino
señalado por Dios para ser libre del pecado. Pero llegará el día en que usted
tenga que postrarse ante Dios y reconocer que usted no es capaz de hacer nada
para liberarse y que, por ende, no hará nada al respecto. Ese será el día en que
usted podrá ser libertado. Entonces usted podrá comprender el capítulo 8 de
Romanos. Hermanos, no menosprecien el capítulo 7, pues es necesario que
primero comprendamos lo que este capítulo nos dice, antes de poder
experimentar lo revelado en el capítulo 8. En realidad, nuestra dificultad estriba
no tanto en comprender la doctrina del octavo capítulo, sino en lograr superar la
experiencia descrita en el séptimo capítulo de Romanos. Son muchos los que
permanecen inmersos en la experiencia descrita en el capítulo 7 y que todavía
procuran ser libres del pecado en virtud de su propia voluntad. El resultado de
ello siempre será el fracaso. Si usted todavía no ha comprendido que el pecado
es una ley y que es imposible invalidar dicha ley, y que no puede superarla por
voluntad propia, entonces usted seguirá confinado en la experiencia descrita en
el séptimo capítulo y jamás podrá experimentar lo descrito en el octavo. Así
pues, nuestros hermanos y hermanas que recién han sido salvos, deben
simplemente aceptar lo que dice la Palabra de Dios. Si ustedes procuran ser
libres del pecado por sus propios medios, ello los llevará a seguir pecando.
Pecarán una y otra vez y tendrán un velo sobre sus ojos. Permanecerán en su
ceguera. Por tanto, es necesario que nuestros ojos sean abiertos, y
comprendamos que todas nuestras determinaciones y luchas son en vano.

Puesto que el pecado es una ley y la voluntad del hombre no tiene poder contra
ella, ¿cuál es el camino para alcanzar la victoria?

III. LA LEY DEL ESPÍRITU DE VIDA


NOS LIBRA DE LA LEY DEL PECADO

Romanos 8:1-2 dice: ―Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están
en Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús
de la ley del pecado y de la muerte‖. El camino hacia la victoria consiste en ser
librado de la ley del pecado y de la muerte. Este versículo no dice: ―El Espíritu
de vida me ha librado en Cristo Jesús del pecado y de la muerte‖ (me temo que
muchos cristianos lo entienden de esta manera). Sino que dice: ―La ley del
Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la
muerte‖. Muchos hijos de Dios piensan que es el Espíritu de vida quien los libra
del pecado y de la muerte; no ven que es la ley del Espíritu de vida la que los
libra de la ley del pecado y de la muerte. Algunos cristianos necesitan de
muchos años para comprender que el pecado y la muerte son una ley en ellos, y
que el Espíritu Santo también es otra ley que opera en nuestro ser. Pero cuando
el Señor abra sus ojos, ellos comprenderán que el pecado y la muerte operan en
su ser como una ley, y que el Espíritu Santo también es una ley que opera en
ellos. Llegar a percatarnos de que el Espíritu Santo es una ley representa un
gran descubrimiento, que hará que demos saltos de gozo y exclamemos:
―¡Aleluya! ¡Gracias a Dios!‖. Ciertamente la voluntad del hombre no puede
vencer la ley del pecado, pero la ley del Espíritu de vida nos ha librado de la ley
del pecado y de la muerte. Únicamente la ley del Espíritu de vida podrá liberar
al hombre de la ley del pecado.

Una vez que comprendamos que el pecado es una ley, dejaremos de intentar
lograr algo mediante el mero ejercicio de nuestra voluntad. Si Dios tiene
misericordia de nosotros y nos concede ver que el Espíritu Santo es una ley,
experimentaremos un cambio radical. Muchos únicamente han conseguido ver
que el Espíritu de vida nos imparte vida, pero no alcanzan a comprender que el
Espíritu Santo es otra ley que opera en nuestro ser, y que es posible ser
espontáneamente librados de la ley del pecado y de la muerte siempre y cuando
confiemos en esta otra ley. Esta ley nos libra de la ley del pecado y de la muerte
sin que para ello se requiera de nuestro esfuerzo. Ya no es necesario tomar
determinaciones ni hacer nada más, ni siquiera tenemos que aferrarnos al
Espíritu Santo. Cuando el Espíritu Santo está en nosotros, no es necesario estar
tan ocupados. De hecho, si al enfrentar alguna tentación dudamos que el
Espíritu del Señor habrá de operar en nosotros a menos que nos apresuremos a
prestarle alguna ayuda, ello se debe a que todavía no hemos comprendido que el
Espíritu es una ley que opera en nuestro ser. Quiera Dios mostrarnos que el
Espíritu Santo es una ley que opera espontáneamente en nuestro ser. La manera
de ser libres del pecado no es por medio de ejercitar nuestra fuerza de voluntad;
si recurrimos a ella siempre acabaremos derrotados. Mas Dios nos ha dado otra
ley, la cual nos libra espontáneamente de la ley del pecado y de la muerte. El
problema que para nosotros representa una ley, sólo puede ser resuelto por
medio de la operación de otra ley.

No necesitamos hacer ningún esfuerzo para que una ley prevalezca sobre la otra.
Ya dijimos que la gravedad es una ley, la cual hace que los objetos caigan en
tierra. Pero el helio es un gas más liviano que el aire. Si inflamos un globo con
dicho gas, este comenzará a elevarse espontáneamente; no hay necesidad de
soplarlo o de que se sostenga por la aplicación de otra fuerza. En cuanto
soltemos este globo se remontará por los aires. En tal caso, remontarse por los
aires es una ley que siempre se cumple sin necesidad de que nosotros nos
esforcemos por hacer algo al respecto. Asimismo, cuando nosotros superamos la
ley del pecado y de la muerte en virtud de la operación de la ley del Espíritu de
vida, no se requiere de ningún esfuerzo de nuestra parte.

Supongamos que alguien lo reprende y golpea sin causa alguna, y usted, sin
siquiera proponérselo o estar conciente de ello, supera tal agravio.
Probablemente, después que todo haya pasado, al reflexionar sobre lo sucedido,
usted se sorprenderá de no haberse enojado cuando lo reprendieron. Quizás
usted se percate entonces que lo lógico era enojarse ante tales agravios, pero,
para sorpresa suya, ¡usted superó tales circunstancias sin darse cuenta de lo que
estaba haciendo! En verdad, toda victoria verdadera es una victoria que se logra
sin tener conciencia de ello, puesto que es la ley del Espíritu Santo, y no nuestra
propia voluntad, la que opera en nosotros y levanta nuestra conducta y
reacciones. Ciertamente esta clase de victoria espontánea constituye una
verdadera victoria. Una vez que usted experimente esto, llegará a la conclusión
de que únicamente el Espíritu que mora en usted puede guardarlo de pecar, que
no es necesario que usted tome la decisión de no volver a pecar, que es el
Espíritu Santo que mora en usted el que hace que usted pueda vencer y que no
es necesario que usted se proponga vencer. Puesto que esta ley opera
continuamente en su ser, usted es librado de la ley del pecado y de la muerte.
Usted está en Cristo Jesús, y la ley del Espíritu de vida está en usted. Así, usted
es libre de manera espontánea. Siempre y cuando usted no dependa para ello de
su propia fuerza de voluntad y sus propios esfuerzos, el Espíritu Santo lo
conducirá a la victoria.

La victoria sobre el pecado no tiene nada que ver con nuestros esfuerzos
propios. Así como no tuvimos que hacer ningún esfuerzo para que la ley del
pecado nos hiciera pecar, tampoco necesitamos hacerlo para que la ley del
Espíritu de vida nos libre del pecado. La victoria genuina es la que no requiere
ningún esfuerzo de nuestra parte. No tenemos que hacer nada. Podemos alzar
nuestros ojos y decirle al Señor: ―Todo está bien‖. Nuestros fracasos del pasado
fueron el resultado de una ley, y las victorias de hoy también son el resultado de
una ley. La ley anterior era poderosa, pero la ley que hoy opera en nosotros es
más poderosa aún. La ley anterior era verdaderamente potente y nos conducía a
pecar, pero la ley que ahora opera en nosotros, es más poderosa y nos libra de la
condenación. Cuando la ley del Espíritu de vida se manifiesta en nosotros, su
poder es mucho mayor que el de la ley del pecado y de la muerte.

Si llegamos a comprender esto, seremos verdaderamente libres del pecado. La


Biblia no afirma que podemos vencer al pecado solamente mediante el ejercicio
de nuestra voluntad. Ella únicamente nos habla de ser librados del pecado: ―La
ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la
muerte‖. La ley del Espíritu vivificante nos ha rescatado de la esfera en la que la
ley del pecado y de la muerte ejerce su influencia. La ley del pecado y de la
muerte todavía está presente, pero aquel en quien la ley trabajaba, ya no está
allí.

Toda persona que ha sido salva debe tener bien en claro cuál es el camino que
debe tomar para ser libre del pecado. Primero, tenemos que comprender que el
pecado es una ley, la cual opera en nuestro ser. Si no comprendemos esto, no
podremos avanzar. En segundo lugar, tenemos que comprender que para
nosotros es imposible vencer a la ley del pecado. En tercer lugar, debemos
comprender que el Espíritu Santo es una ley, y esta ley nos libra de la ley del
pecado.

Cuanto más pronto un nuevo creyente comprenda que este es el camino que
conduce a su liberación, mejor. De hecho, nadie necesita esperar muchos años,
ni pasar por muchos sufrimientos, para comprender esto y experimentarlo.
Muchos hermanos y hermanas han desperdiciado su tiempo innecesariamente y
han derramando muchas lágrimas a causa de sus muchas derrotas a este
respecto; así que, si usted anhela ser librado de dichas derrotas y sufrimientos,
deberá comprender desde el inicio mismo de su vida cristiana que el camino
para ser libre del pecado está descrito por las siguientes palabras: ―La ley del
Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús‖. Esta ley es tan perfecta y
poderosa que es capaz de salvarnos al grado máximo, sin necesidad de que
nosotros hagamos algo para ayudarla. Esta ley nos libra del pecado, nos
santifica por completo y espontáneamente nos llena de la vida divina.

Hermanos y hermanas, no piensen que el Espíritu Santo que mora en nosotros


solamente expresa Su vida por medio de nosotros ocasionalmente. Pensar de
esta manera demuestra que sólo conocemos al Espíritu, y no a la ley del
Espíritu. La ley del Espíritu expresa Su vida continuamente y permanece
inalterable en todo momento y en todo lugar. No necesitamos pedirle a esta ley
que se comporte de cierta manera, porque ella lo hace sin nuestra ayuda. Una
vez que el Señor abra nuestros ojos, veremos que el tesoro que está en nosotros
no es simplemente el Espíritu Santo o una vida, sino que también es una ley.
Entonces seremos librados, y el problema del pecado quedará resuelto.

Quiera Dios abrir nuestros ojos a este camino de liberación. Quiera Él hacernos
entender que este es el secreto para vencer y nos conceda un buen comienzo en
este camino angosto.

CAPÍTULO VEINTISÉIS

NUESTRA VIDA

Lectura bíblica: Col. 3:4; Fil. 1:21; Gá. 2:20

I. CRISTO ES NUESTRA VIDA

Muchos creyentes tienen un concepto equivocado acerca del Señor Jesús. Ellos
piensan que al llevar una vida humana aquí en la tierra, Él nos dejó un modelo
de conducta que ahora nosotros debemos imitar. Si bien es cierto que la Biblia
nos insta a imitar al Señor (Ro. 15:15; 1 Co. 11:1, etc.), ella no pretende que le
imitemos por nosotros mismos. Antes de imitar al Señor, hay algo que tenemos
que comprender. Debemos ver que son muchos los que se esfuerzan por imitar
al Señor, pero fracasan una y otra vez; ello se debe a que ellos consideran al
Señor como la buena caligrafía china, como algo que se tiene que copiar
exactamente igual línea tras línea. Ellos no se percatan de lo frágil que es el
hombre y de que no existe ninguna energía carnal que nos permita imitar al
Señor.

Algunos cristianos pretenden ser fortalecidos por el Señor simplemente debido


a que la Biblia afirma: ―Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder‖ (Fil.
4:13). A ellos les parece que, puesto que es necesario hacer tantas cosas, cumplir
con tantos preceptos bíblicos e imitar la conducta ejemplar del Señor Jesús, si
no obtienen más poder no serán capaces de realizar todo ello. Por tanto, le piden
al Señor que les dé poder; piensan que lo único que necesitan es recibir más
poder para realizar todas estas cosas. Son muchos los que diariamente esperan
recibir más poder de parte del Señor a fin de realizar sus actividades.

Es verdad que debemos depender del Señor para obtener poder; pero además de
pedir ser investidos de poder, es necesario que nos percatemos de algo más,
pues si no vemos esto, no siempre tendremos poder, aunque busquemos al
Señor. Tal vez oremos diariamente suplicándole al Señor que nos conceda
poder, pero Él probablemente responderá tales oraciones solamente en ciertas
ocasiones. Para algunos, esto significa que ellos pueden hacerlo todo cuando el
Señor los fortalece, pero que no pueden hacer nada cuando Él no les concede Su
poder. Esta es precisamente la razón por la cual muchos cristianos fracasan una
y otra vez. Debemos pedirle al Señor que nos revista de poder; no obstante, si
entendemos esto como una exigencia aislada o un camino único, entonces
fracasaremos.

La relación fundamental que existe entre Cristo y nosotros se trasmite en la


expresión Cristo es nuestra vida. Es únicamente en virtud de que el Señor es
nuestra vida que nosotros podemos imitarle. Nosotros estamos en posición de
pedirle al Señor que nos fortalezca, únicamente debido a que Él ha llegado a ser
nuestra vida. Es imposible imitarlo o ser fortalecidos por Él, a menos que
hayamos comprendido lo que significa la expresión Cristo, nuestra vida. El
secreto que debemos descifrar, comprender y captar cabalmente, antes de poder
imitar al Señor o pedirle que nos fortalezca, es Cristo, nuestra vida.

Leemos en Colosenses 3:4: ―Cristo, nuestra vida‖ y en Filipenses 1:21: ―Para mí


el vivir es Cristo‖. Esto nos muestra que el camino a la victoria es que Cristo sea
nuestra vida. La victoria es: ―Para mí el vivir es Cristo‖. Si un cristiano no sabe
lo que significan Cristo, nuestra vida y para mí el vivir es Cristo, no podrá
experimentar la vida del Señor en la tierra; no podrá seguir al Señor, ni podrá
experimentar la victoria en Él tampoco podrá recorrer el camino que tiene por
delante.

II. PARA MÍ EL VIVIR ES CRISTO

Muchos creyentes han entendido mal Filipenses 1:21. Cuando Pablo dijo:
―Porque para mí el vivir es Cristo‖, él simplemente reconocía un hecho. Sin
embargo, muchos cristianos piensan que estas expresiones son sólo una meta, o
una esperanza. Pero Pablo no estaba diciendo que su meta era vivir a Cristo,
sino que, en realidad él estaba diciendo: ―Si vivo, es porque tengo a Cristo; sin
Él, yo no puedo vivir‖. Este era un hecho, no una meta que él procuraba
alcanzar. Este era el secreto de la vida que él llevaba, no simplemente una
esperanza que él acariciaba. Su vivir era Cristo; es decir, el hecho de que Pablo
viviera equivalía a que Cristo viviera.

Gálatas 2:20 es un versículo conocido, pero muy malentendido entre los


creyentes, incluso más malentendido que Filipenses 1:21. Muchos han hecho de
Gálatas 2:20 su meta y oran animados por la esperanza y el anhelo de poder,
algún día, alcanzar la condición espiritual en la que puedan afirmar: ―Ya no vivo
yo, mas vive Cristo en mí‖. Así pues, cada vez que leen este versículo, lo hacen
imbuidos de grandes aspiraciones. Son muchos los que oran, ayunan y abrigan
la esperanza de que, algún día, serán crucificados juntamente con Cristo y
alcanzarán cierta condición espiritual en la que podrán afirmar: ―Ya no vivo yo,
mas vive Cristo en mí‖. Es decir, Gálatas 2:20 se ha convertido en su meta y
esperanza.

Nuestra experiencia nos dice que ninguno que abriga tal esperanza podrá
alcanzar la meta. Si usted procura alcanzar cierta condición espiritual en la que
llegue a estar crucificado juntamente con Cristo y hace de ello la meta y
esperanza de su vida, a fin de que, en lugar de vivir usted, sea Cristo el que viva;
entonces, tendrá que esperar una eternidad para llegar a ver que su aspiración
sea cumplida, pues usted espera por aquello que es imposible alcanzar.

Dios nos ha dado el don maravilloso de la gracia. Ahora hay un camino en


donde aquellos que fracasan pueden vencer; los que son inmundos pueden
llegar a ser limpios; los que son mundanos pueden ser santos; los que son
terrenales pueden tornarse en personas celestiales; y los creyentes carnales
pueden llegar a ser espirituales. Esta no es una meta, sino un camino, y este
camino descansa en la vida de sustitución, pues, de la misma manera en que
encontramos una muerte sustitutiva en la gracia del Señor, así también ahora
encontramos que Él vive en nuestro lugar. En la cruz, el Señor llevó sobre Sí
nuestros pecados; y por medio de Su muerte, fuimos librados de morir, nuestros
pecados fueron perdonados y fuimos librados del justo juicio divino. Asimismo,
Pablo nos dice que fuimos librados de vivir por nosotros mismos en virtud de
que el Señor vive en nosotros. Esto implica sencillamente que puesto que Él vive
en nosotros, nosotros ya no tenemos que vivir. Así como Él murió una vez por
nosotros en la cruz, Él ahora vive en nosotros y por nosotros. Pablo no dijo:
―Espero no vivir más y dejar que Él viva en mí‖, sino dijo: ―Ya no vivo yo, mas
vive Cristo en mí‖. Este es el secreto para obtener la victoria y es el camino para
ser victoriosos.

El día que se nos dijo que fuimos librados de morir, lo creímos y lo aceptamos
como el evangelio. Asimismo, cuando se nos dice que ya no tenemos que vivir,
debiéramos aceptar tales noticias como el evangelio para nosotros. Así pues,
tengo la esperanza de que los nuevos creyentes oren mucho, pidiendo ser
iluminados por Dios, a fin de llegar a comprender que Cristo vive en nosotros y
que ya no tenemos que vivir por nosotros mismos.

Si no comprendemos esto, mantener un testimonio adecuado o experimentar la


vida cristiana se convierte en una carga muy pesada. Luchar contra la tentación,
llevar la cruz y obedecer la voluntad de Dios es una carga muy pesada. Por ello, a
muchos creyentes les parece que la vida cristiana es muy difícil. Se esfuerzan y
luchan sin cesar por mantener un buen testimonio ante los demás, pero
constantemente tienen que lamentarse por no poder lograrlo y por traer así
vergüenza al nombre del Señor. Muchos simplemente carecen de la fortaleza
necesaria para rechazar el pecado; no obstante, se sienten culpables cuando no
lo rechazan. Se sienten condenados cuando pierden la paciencia, pero, aun así,
no consiguen ser pacientes. Se afligen por odiar a otros, pero no tienen fuerzas
para amar. Muchos están exhaustos por tratar de llevar una vida cristiana
apropiada. Piensan que la vida cristiana es semejante a escalar una montaña
con una pesada carga a cuestas, y que jamás podrán llegar a la cima. Antes de
ser salvos, la carga del pecado pesaba sobre sus espaldas. Ahora que han creído
en el Señor, han puesto la carga de santidad sobre sus espaldas. Han cambiado
una carga por otra, y esta nueva carga es tan agotadora y gravosa como la
primera.

Esta experiencia muestra claramente que estas personas practican la vida


cristiana de una manera errónea. Pablo dijo: ―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en
mí‖. Este es el secreto de la vida cristiana. El Señor en ustedes es quien vive la
vida cristiana; nosotros no la podemos vivir. Si usted procura llevar la vida
cristiana por su propia cuenta, la perseverancia representará un gran
sufrimiento para usted; lo mismo sucederá cuando procure amar, ser humilde o
llevar la cruz. Pero si permite que Cristo viva en usted, le traerá gozo perseverar
en la vida cristiana, así como amar, ser humilde y llevar la cruz.

Hermanos y hermanas, quizás se hayan cansado de intentar llevar la vida


cristiana. Tal vez les parezca que vivir la vida cristiana consume todas sus
energías y les priva de todas sus libertades. Pero si descubren que no necesitan
seguir viviendo, ciertamente estarán de acuerdo en que estas son las buenas
nuevas del evangelio para ustedes. Así pues, ningún creyente tiene que llevar
una vida tan agotadora. ¡Esto constituye magníficas noticias para nosotros!
¡Ciertamente este es un evangelio maravilloso! ¡Ya no tenemos que ejercer
grandes esfuerzos al procurar comportarnos como cristianos! ¡La vida cristiana
ha dejado de ser una carga que llevamos sobre nuestros hombros! Ahora uno
puede afirmar: ―Antes oí el evangelio, y en él se me dijo que ya no tenía que
morir. Doy gracias a Dios, pues no tengo que morir. Ahora estoy cansado y
fatigado de vivir, pero Dios dice que ya no tengo que vivir yo. ¡Gracias a Dios, ya
no tengo que esforzarme por vivir!‖.

Indudablemente morir es un sufrimiento para nosotros, pero igualmente lo es


vivir en la presencia de Dios. En realidad, no tenemos la más mínima idea de lo
que es la santidad de Dios. Tampoco conocemos lo que es el amor ni conocemos
la cruz. Así pues, para personas como nosotros, vivir para Dios ciertamente
representa algo imposible de sobrellevar. Cuanto más tratamos de vivir, más
suspiramos y más sufrimos. Llevar la vida cristiana representa para nosotros
una gran lucha y un esfuerzo enorme. De hecho, es absolutamente imposible
lograrlo. Jamás podremos satisfacer las exigencias de Dios. Algunas personas
manifiestan constantemente su mal genio. A otros les es imposible ser humildes
y siempre manifiestan su orgullo. Tratar de vivir en la presencia de Dios y actuar
humildemente es una tarea ardua y gravosa para una persona orgullosa. En
Romanos 7, vemos a Pablo como un cristiano cansado y agotado. Él dijo:
―Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo‖ (v. 18). Diariamente se
esforzaba, pero diariamente caía. Por ello, él sólo podía lamentarse: ―¡Miserable
de mí!‖ (v. 24). En realidad, ser creyente no equivale a llevar un hombre carnal
al cielo y allí sujetarlo a esclavitud. Afortunadamente, ningún hombre carnal
puede entrar al cielo, pues si lo hiciera, inmediatamente saldría corriendo; no
podría soportar ni un sólo día allí. Su temperamento, sus pensamientos, su
manera de proceder y sus opiniones son radicalmente diferentes de los de Dios.
¿Cómo podría llegar a satisfacer las exigencias de Dios? No tendría nada que
hacer delante de Dios excepto salir corriendo de delante de Su presencia.

Pero este es el evangelio para ustedes: Dios no desea que ustedes hagan el bien
ni desea que se propongan hacer el bien; Dios sólo desea que Cristo viva en
ustedes. A Dios no le interesa si uno hace obras buenas o malas, sino quién es la
persona que hace las obras. A Dios no le satisfacen sólo las buenas obras; Él
desea saber quién es el que hace las buenas obras.

Por lo tanto, lo que Dios desea no es que imitemos a Cristo ni que andemos
como Él; tampoco que le supliquemos de rodillas para tener las fuerzas
necesarias para andar como Él. Más bien, Dios desea que experimentemos el
hecho de que ―ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí‖. ¿Pueden ver la diferencia?
No es cuestión de imitar la vida de Cristo ni de ser revestidos de poder para
experimentar Su vida, sino de que en ninguna ocasión seamos nosotros los que
vivamos. Dios no nos permite que vivamos por nosotros mismos; no venimos a
Dios por nosotros mismos, sino que venimos a Dios por medio de que Cristo
viva en nosotros. Así pues, no es cuestión de imitar a Cristo ni tampoco del
poder que recibamos de Él, sino de que Cristo viva en nosotros.

Este es el vivir de un creyente; este vivir es el de una persona que ya no vive por
sí misma, sino que Cristo está viviendo en ella. Antes era yo quien vivía, no
Cristo; pero ahora, ya no soy yo quien vive, sino Cristo. Otra persona vive en mi
lugar. Si una persona no puede decir: ―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí‖,
entonces ella no conoce lo que es el cristianismo; no conoce la vida de Cristo ni
la vida del creyente, solamente está aspirando poder ser uno que diga: ―No vivo
yo, mas Cristo‖. Pero Pablo no nos dice que él se esforzaba por, algún día,
alcanzar cierta condición espiritual en la que ya no viviera él, sino Cristo. Más
bien, él simplemente nos contó cómo vivía, a saber: que él dejaba de vivir por sí
mismo y permitía que en lugar de él, fuera Cristo el que viviera en él.
III. CON CRISTO ESTOY JUNTAMENTE CRUCIFICADO

Quizás algunos se pregunten: ―¿Cómo puedo experimentar el hecho de que ya


no vivo yo? ¿Cómo puede ser eliminado mi yo?‖. La respuesta se halla en la
primera parte de Gálatas 2:20: ―Con Cristo estoy juntamente crucificado‖. Si no
estoy crucificado juntamente con Cristo, no puedo ser eliminado y mi ―yo‖
subsiste. ¿Cómo puedo decir: ―Ya no vivo yo‖? Solamente los que están
crucificados ―juntamente con Cristo‖ pueden decir: ―Ya no vivo yo‖.

Si hemos de experimentar de manera concreta el hecho de que fuimos


crucificados juntamente con Cristo, es necesario que ambas partes cooperen. Es
imposible que experimentemos esta crucifixión si sólo hay cooperación de un
solo lado; la cooperación de ambas partes es esencial.

Es imprescindible que nuestros ojos sean abiertos para ver que cuando Cristo
fue crucificado, Dios puso nuestros pecados sobre Él y los clavó en la cruz. Esta
parte de la obra le corresponde a Dios. Cristo murió por nosotros y quitó
nuestros pecados. Esto ocurrió hace más de mil novecientos años, y nosotros lo
creemos. Asimismo, cuando Cristo fue crucificado, Dios nos puso a nosotros en
Cristo. Así pues, no sólo nuestros pecados fueron quitados hace más de mil
novecientos años atrás, sino que incluso nuestra persona fue eliminada. Cuando
Dios hizo que Cristo llevara sobre Sí nuestros pecados, también nos puso a
nosotros mismos en Él. En la cruz, nuestros pecados fueron quitados y nuestra
persona fue aniquilada. Recordemos Romanos 6:6, que dice: ―Sabiendo esto,
que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él‖. No tenemos que
abrigar la esperanza de algún día ser crucificados con Cristo, pues ya fuimos
crucificados juntamente con Él. Este es un hecho irreversible y para siempre:
Dios nos ha puesto en Cristo, y cuando Cristo murió en la cruz, nosotros
también morimos.

Si uno escribe unas cuantas palabras en un pedazo de papel y luego rompe el


papel, también romperá con él las palabras que fueron escritas. La Biblia nos
dice que el velo del templo estaba bordado con querubines (Éx. 26:1). También
nos dice que cuando el Señor murió, el velo fue rasgado (Mt. 27:51), y por
consiguiente, los querubines también fueron rasgados. El velo representa el
cuerpo de Cristo (He. 10:20). Los querubines tenían un rostro de hombre, de
león, de buey y de águila (Ez. 1:10; 10:20). Así pues, estos querubines
representan a todos los seres creados. Cuando el cuerpo del Señor Jesús fue
rasgado, toda la creación fue rasgada juntamente con Él. Él murió para que
―gustase la muerte por todas las cosas‖ (He. 2:9). Así, toda la creación falleció
con Él. Por años usted ha tratado en vano de hacer el bien y de ser un creyente
exitoso, pero Dios lo ha crucificado con Cristo. Cuando Cristo fue crucificado,
toda la vieja creación fue rasgada, incluyéndolo a usted.
Usted tiene que creer esta verdad. Es necesario que los ojos de su entendimiento
sean abiertos y usted llegue a comprender que Cristo llevó sobre Sí, no
solamente todos sus pecados, sino también su persona. Así como sus pecados
fueron quitados en la cruz; de la misma manera, usted mismo ya fue crucificado.
Cristo logró todo esto. Muchos fracasan porque continúan mirándose a sí
mismos. Quienes tienen fe deben mirar a la cruz y fijar su mirada en lo que
Cristo logró. ¡Dios me puso en Cristo! ¡Cuando Cristo murió, yo también morí!

Entonces, ¿por qué esta ―persona‖ todavía vive? Si ya fue crucificada, ¿por qué
sigue viviendo? Para resolver este problema, usted debe ejercitar su fe y su
fuerza de voluntad para identificarse con Dios. Si usted se examina a sí mismo
diariamente con la esperanza de mejorar, sólo conseguirá que su yo se haga más
activo, pues ciertamente, no hará que este muera por sí mismo. ¿Qué es la
muerte? Cuando alguien es tan débil, que ya no puede ser más débil, ha muerto.
Muchos no reconocen su propia debilidad y siguen demandando mucho de sí
mismos. Esto indica que aún no están muertos.

En Romanos 6 se nos dice que Dios nos crucificó juntamente con Cristo; sin
embargo, en Romanos 7 se nos presenta a una persona que sigue valiéndose de
su propia voluntad. Aunque Dios ya lo crucificó, él sigue procurando hacer el
bien. Por un lado, no quiere morir, pero por otro, tampoco logra hacer el bien. Si
sólo dijera: ―Señor, no puedo hacer el bien y no creo que pueda hacerlo; no
puedo ni tampoco trataré‖, todo estaría bien. Pero Romanos 7 nos dice que el
hombre no está dispuesto a morir. Dios ya crucificó nuestro viejo hombre, pero
nosotros no queremos morir; seguimos procurando hacer el bien. Hoy muchos
creyentes se siguen esforzando, aunque bien saben que no pueden lograrlo. Con
respecto a ellos, no se puede hacer nada. Supongamos que una persona es muy
impaciente. ¿Qué puede hacer? Quizá haga todo lo posible por ser paciente por
su propio esfuerzo. Cada vez que ora, pide paciencia. Aún mientras trabaja, está
pensando en la paciencia que necesita. Pero cuanto más trata de ser paciente,
más impaciente se vuelve. En vez de tratar de ser paciente, debería decir:
―Señor, Tú ya crucificaste esta persona impaciente. Soy impaciente. No quiero
ser paciente ni voy a tratar de serlo‖. Este es el camino de la victoria.

El Señor ya lo crucificó a usted. Usted simplemente debe decir: ―Amén‖. Puesto


que usted ya fue crucificado, es inútil que trate de esforzarse por ser paciente,
por ejemplo. Dios sabe que usted no puede convertirse en una persona paciente
y por eso lo puso en la cruz. Aunque siga tratando de ser paciente, Dios lo ha
desahuciado. Aún más, ya lo crucificó. Es un gran error pensar que usted logrará
ser una persona paciente, y también es un grave error esforzarse por vivir la vida
cristiana. Dios ya sabe que nosotros no podemos hacerlo y la única opción que
nos plantea es la crucifixión. Aunque uno piense que puede lograrlo, Dios
afirma que no es posible y lo que uno debe hacer es morir. ¡Qué gran necedad es
tomar determinaciones y continuar luchando! Puesto que Dios sabe que no
podemos lograrlo, más nos vale concordar con Él. Dios sabe que merecemos
morir. Si uno dice: ―Amén, moriré‖, todo queda resuelto. La cruz refleja la
evaluación que Dios ha hecho de nosotros. Según la perspectiva divina, es
imposible que nosotros podamos vivir la vida cristiana; de lo contrario, Él no
nos habría crucificado. Pero Él sabe que la única alternativa que tenemos es la
muerte y, por ello, nos crucificó. Si viéramos las cosas desde el punto de vista de
Dios, todo quedaría solucionado. Hermanos y hermanas, Dios debe hacer que
nosotros lleguemos a aceptar el veredicto que Él emitió con respecto a nosotros.

Aquí vemos dos aspectos: en primer lugar, Cristo murió, y nosotros fuimos
crucificados, lo cual Dios llevó a cabo. En segundo lugar, nosotros tenemos que
reconocer este hecho y decir amén. Estos dos aspectos deben operar para que la
obra de Dios pueda tener algún efecto en nosotros. Si constantemente tratamos
de hacer el bien y de ser pacientes y humildes, la obra de Cristo no tendrá
ningún efecto en nosotros. Nuestra determinación de ser pacientes y humildes
sólo empeorará las cosas. Más bien debemos inclinar la cabeza y decir: ―Señor,
Tú dijiste que estoy crucificado, así que yo diré lo mismo. Dijiste que soy inútil;
por lo tanto, yo confesaré lo mismo. Dijiste que no puedo ser paciente, así que
no trataré de serlo. Dijiste que no puedo ser humilde, entonces dejaré de
intentar serlo. Esto es lo que soy. Es inútil que siga tratando de tomar más
determinaciones; solamente sirvo para permanecer en la cruz‖. Si hiciéramos
esto, ¡Cristo viviría y se expresaría en nosotros!

No debemos pensar que practicar esto es algo muy difícil. Todo hermano y
hermana cuando recibe la salvación debe aprender esta lección. Desde el
comienzo debemos aprender a no vivir por cuenta propia. En lugar de esto,
debemos permitir que el Señor viva. El problema radica en que muchos
creyentes no han abandonado las esperanzas que tienen en sí mismos. Todavía
siguen tratando de resolver los problemas por sí solos. El Señor Jesús no tiene
ninguna esperanza en ellos, pero ellos todavía siguen luchando y procurando
encontrar maneras de vivir como cristianos. Tropiezan una y otra vez, y siguen
levantándose e intentando avanzar. Pecan una y otra vez, pero siguen haciendo
resoluciones. Todavía tienen esperanzas en ellos mismos. El día vendrá en que
Dios les concederá gracia y les abrirá los ojos. Ese día verán que, así como Dios
los considera un caso perdido, ellos también deben estar conscientes de que
están desahuciados. Puesto que Dios dijo que la muerte es el único camino,
también ellos deben decir que la muerte es el único camino. Sólo entonces
acudirán a Dios y confesarán: ―Tú me crucificaste, así que yo no deseo seguir
viviendo. Con Cristo estoy juntamente crucificado. De ahora en adelante, ya no
vivo yo, sino que Cristo vive en mí‖.
Hemos errado durante muchos años. Hemos cometido muchos pecados y
hemos estado esclavizados a nuestras muchas debilidades, a nuestro orgullo y a
nuestro mal genio. Es hora que renunciemos a nosotros mismos. Debemos
acercarnos al Señor y decir: ―Ya basta; nada de lo que he tratado ha tenido éxito.
Renuncio. Señor, Tú toma el control. Estoy crucificado. Desde ahora vive Tú en
mi lugar‖. Esto es lo que significa decir: ―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí‖.

IV. VIVO POR LA FE DEL HIJO DE DIOS

La segunda parte de Gálatas 2:20 también es muy importante: ―Y la vida que


ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios‖. Cristo vive en nosotros.
De ahora en adelante, vivimos en la fe del Hijo de Dios. Por ello, podemos
ejercitar nuestra fe a diario y, debido a que creemos que el Hijo de Dios vive en
nosotros, podemos decirle al Señor: ―Creo que Tú vives por mí; Tú eres mi vida.
Creo que Tú vives en mí‖. Cuando creemos de esta manera, vivimos de esta
manera. Bajo ningún motivo volveremos a actuar por nosotros mismos. La
lección fundamental de Romanos 7 consiste en que ya no podemos tomar
nuestras propias determinaciones; es decir, que es mejor no proponernos hacer
algo, pues tales decisiones son vanas. Puesto que todo cuanto hagamos por
nosotros mismos es inútil, simplemente debemos detener cualquier iniciativa o
determinación personal que queramos hacer.

Al tentarnos, Satanás no sólo se propone hacernos pecar, sino, más aún, hacer
que nuestro viejo hombre actúe por sí mismo. Así pues, cuando somos tentados,
tenemos que rehusarnos a actuar y debemos decirle al Señor: ―Esto no me
corresponde a mí, sino a Ti. Acudo a Ti para dejarte vivir en mi lugar‖. Aprenda
a acudir siempre al Señor. Nunca actúe por su cuenta propia. Fuimos salvos por
medio de la fe, no por medio de las obras. Del mismo modo, debemos vivir
dependiendo de la fe y no de nuestras obras o de nuestro propio esfuerzo.
Fuimos salvos únicamente al poner nuestros ojos en el Señor. Asimismo,
vivimos solamente por medio de poner nuestros ojos en Él. De la misma manera
en que la salvación fue cumplida por el Señor sin involucrar ninguna de
nuestras obras, así también nuestra vida hoy en la tierra es solamente el Señor
viviendo en nosotros, sin necesidad de que nosotros intervengamos. Debemos
poner nuestros ojos en el Señor nuestro Salvador y decirle: ―Señor, eres sólo Tú;
ya no soy yo‖.

Si seguimos actuando por nosotros mismos después de decirle esto al Señor, lo


habremos dicho en vano. Debemos detener toda actividad propia si queremos
que estas palabras tengan algún significado. Hermanos y hermanas, debemos
recordar que el fracaso no se debe a que no hacemos lo suficiente, sino a que
hacemos demasiado. Mientras un individuo siga esforzándose, la gracia de Dios
no podrá operar en él, ni él podrá recibir el perdón de sus pecados. De la misma
forma, mientras el hombre se esfuerce por realizar su propia obra, tratando de
hacerlo todo solo, la vida de Cristo no podrá manifestarse en él. Este es un
principio. La cruz no tendrá ningún efecto en los que confían en sus propias
acciones y esfuerzos. Mientras sigamos insistiendo en nuestra propia bondad,
no seremos salvos, pero cuando nos volvamos de nosotros mismos al Señor,
seremos salvos. Lo mismo sucede hoy; si ustedes tratan de hacer obras, en lugar
de dejar que la cruz y la vida de Cristo operen en ustedes, habremos impartido
esta lección en vano. Debemos aprender a condenarnos a nosotros mismos.
Debemos confesar que jamás venceremos por nosotros mismos. Debemos dejar
de tomar nuestras propias determinaciones y de intentar lograr algo por
nosotros mismos. Simplemente volvámonos al Señor y digámosle: ―Acudo a Ti,
pues vives en mí. Vive en mi lugar. Vengo a Ti para obtener la victoria. Te pido
que expreses Tu vida en mí‖. Si le decimos esto, el Señor hará esto en beneficio
nuestro. Pero si dejamos de ejercitar nuestra fe, debido a que estamos
empeñados en realizar esto por nuestro propio esfuerzo y labor, entonces el
Señor no podrá hacer nada al respecto. Este asunto debe quedar definido de una
vez por todas. Diariamente, debemos ejercitar nuestra fe y decirle al Señor:
―¡Señor, yo no sirvo para nada! Tomo Tu cruz. Señor, no permitas que actúe por
mí mismo. Señor, sé mi Amo y expresa Tu vida en mí‖. Si podemos creer,
esperar y confiar en el Señor de esta forma, podremos testificar diariamente:
―Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí‖.

CAPÍTULO VEINTISIETE

BUSCAR LA VOLUNTAD DE DIOS

Lectura bíblica: Jn. 7:17; Mt. 10:29-31; 18:15-20; Ro. 8:14; Sal. 119:105; 1 Jn.
2:27

I. LA NECESIDAD DE OBEDECER LA VOLUNTAD DE DIOS

Antes de ser salvos, todo lo que hacíamos, lo hacíamos según nuestra propia
voluntad. En aquel entonces, nos servíamos a nosotros mismos, y todo lo que
hacíamos era para complacernos. Estábamos dispuestos a hacer cualquier cosa
con tal que fuese de nuestro agrado o nos pusiese contentos. Pero ahora
creemos en el Señor y hemos aceptado a Cristo Jesús como nuestro Salvador. Lo
hemos reconocido como nuestro Amo y le servimos. Sabemos que Él nos
redimió y que, por ende, le pertenecemos a Él y ahora vivimos para servirle. Es
por este motivo que necesitamos un cambio fundamental. Ya no podemos seguir
conduciéndonos regidos por nuestras preferencias; tenemos que andar según la
voluntad de Dios. Después de creer en el Señor, el enfoque de nuestro vivir
cambió. Nosotros ya no somos el centro; el centro es el Señor. Lo primero que
debemos hacer después de ser salvos es preguntar: ―¿Qué haré, Señor?‖. Pablo
hizo esta pregunta apenas fue salvo, según se nos cuenta en Hechos 22:10, y
nosotros también debemos formularnos la misma pregunta. Así pues, siempre
que nos encontremos en alguna situación, debemos decir: ―Señor, no sea como
yo quiero, sino como Tú quieres‖. Al tomar decisiones o al escoger nuestros
caminos, debemos decirle al Señor: ―No sea como yo quiero, sino como Tú
quieres‖.

La vida que poseemos tiene una demanda básica: que andemos conforme a la
voluntad de Dios. Cuanto más obedezcamos la voluntad de Dios, más gozo
tendremos. Cuanto más nos neguemos a nuestra propia voluntad, más recto
será nuestro camino delante de Dios. Si andamos conforme a nuestra voluntad
como solíamos hacer, no estaremos contentos, sino que sufriremos. Después de
ser salvos, cuanto más vivamos según nuestra propia voluntad, más sufrimiento
y menos gozo tendremos, pero cuanto más vivamos conforme a la nueva vida
que tenemos ahora y cuanto más obedezcamos la voluntad de Dios, más gozo y
paz tendremos. Este es un cambio maravilloso. No debemos pensar que seremos
felices si andamos conforme a nuestra propia voluntad. Más bien, después de
convertirnos en cristianos, si en lugar de andar de acuerdo a nuestros propios
deseos, aprendemos a sujetarnos a la voluntad de Dios y la obedecemos, nuestro
sendero estará lleno de paz y gozo. El gozo del cristiano no depende de que él
pueda andar según sus propios deseos, sino que está estrechamente relacionado
con el hecho de hacer la voluntad de Dios.

Una vez que llegamos a ser cristianos, tenemos que aprender a acatar la
voluntad de Dios y a ser gobernados por ella. Si uno puede someterse
humildemente a la voluntad de Dios, se evitará muchos desvíos innecesarios.
Muchos fracasan y detienen el crecimiento de la vida divina en ellos, debido a
que viven regidos por su propia voluntad. El resultado de conducirnos según
nuestros propios deseos y determinaciones siempre será la tristeza y la miseria.
A la postre, tendremos que andar conforme a la voluntad de Dios. Dios nos
subyugará por medio de las circunstancias. Si Dios no nos hubiese elegido, nos
permitiría andar como nos plazca. Pero puesto que Él nos escogió, nos
conducirá en el camino de la obediencia y en armonía con Su manera de
proceder. Nuestra desobediencia sólo redundará en desvíos innecesarios. De
todos modos, al final, siempre tendremos que obedecer.

II. CÓMO CONOCER LA VOLUNTAD DE DIOS

Ahora debemos preguntarnos cómo podemos conocer la voluntad de Dios. Con


frecuencia pensamos que nosotros, simples seres mortales, jamás podríamos
llegar a entender la voluntad de Dios. Sin embargo, debemos tener presente que
nosotros no somos los únicos que deseamos obedecer la voluntad de Dios, pues
Dios mismo también desea que obedezcamos Su voluntad. Así que no sólo
nosotros deseamos conocer Su voluntad; Él también desea que sepamos cuál es
Su voluntad. Puesto que Él desea que la obedezcamos, primero nos la debe dar a
conocer. Por lo tanto, a Dios le corresponde revelarnos Su voluntad. Ninguno de
los hijos de Dios debería preocuparse y decir: ―Si no sé cuál es la voluntad de
Dios, ¿cómo podré obedecerla?‖. Esta preocupación es innecesaria porque Dios
siempre encuentra la manera de darnos a conocer Su voluntad (He. 13:21).
Tenemos que creer que Dios siempre nos revelará Su voluntad usando los
medios más apropiados. Él debe decirnos cuál es Su voluntad. Si somos sumisos
en nuestra actitud y nos hemos propuesto obedecer, sin duda conoceremos Su
voluntad. Debemos tener la plena certeza de que Dios anhela revelar Su
voluntad al hombre.

¿Cómo se puede conocer la voluntad de Dios? El creyente debe prestar atención


a tres cosas a fin de conocerla. Si estas tres cosas concuerdan, entonces
podremos estar seguros de que es la voluntad de Dios. Estas tres cosas son: (1)
las circunstancias, (2) el guiar del Espíritu Santo y (3) las Escrituras. Estas tres
cosas no están en orden de importancia ni en una secuencia especial.
Simplemente queremos dejar establecido que estas son las tres cosas que nos
ayudan a conocer la voluntad de Dios. Siempre que el testimonio de estas tres
fuentes concuerde, podremos tener la certeza de que conocemos la voluntad de
Dios. Si hay alguna discrepancia entre estos tres testimonios, todavía será
necesario esperar. Tenemos que esperar hasta que estas tres cosas concuerden,
para poder seguir adelante.

A. Las circunstancias

Lucas 12:6 dice: ―¿No se venden cinco pajarillos por dos asariones?‖. Mateo
10:29 dice: ―¿No se venden dos pajarillos por un asarion?‖. Si con un asarion se
pueden comprar dos pajarillos, uno pensaría que con dos asariones se podrían
comprar cuatro, pero el Señor dijo que con dos asariones se podían comprar
cinco pajarillos. Es decir que con un asarion se compran dos pajarillos, pero con
dos asariones se compran cuatro pajarillos más uno de regalo. Esto nos muestra
cuán baratos eran los pajarillos. Sin embargo, incluso algo tan barato como un
pajarillo, no cae a tierra si Dios no lo permite. Aun cuando el quinto pajarillo era
entregado gratis, ni uno de ellos es olvidado por Dios. Ningún pajarillo cae a
tierra sin el previo consentimiento de Dios. Esto muestra claramente que nada
sucede sin el permiso de Dios. Si nuestro Padre celestial no lo permite, ni
siquiera un pajarillo caerá a tierra.

Cuán difícil es contar los cabellos de una persona. Sin embargo, el Señor dijo:
―Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados‖ (Mt. 10:30).
Nadie sabe cuántos cabellos tiene, ni tendría la manera de contarlos, pero Dios
los tiene todos contados. ¡Dios es muy minucioso y exacto!
Si Dios se ocupa de una criatura aparentemente tan insignificante como un
pajarillo, ¡cuánto más cuidará de Sus propios hijos! Si Dios cuida de algo tan
trivial como nuestro cabello, ¡cuánto más cuidará de otros asuntos de mayor
importancia! Desde el momento en que creemos en el Señor, debemos aprender
a reconocer Su voluntad en las circunstancias, pues nada nos sucede por
casualidad. Todo es medido por el Señor. La carrera, el cónyuge, los padres, los
hijos, los parientes y los amigos que tenemos, todo ello ha sido dispuesto por
Dios. Detrás de todo lo que nos sucede a diario, está la mano providencial de
Dios. Por consiguiente, necesitamos aprender a leer la voluntad de Dios en las
circunstancias. Tal vez un nuevo creyente no tenga mucha experiencia en seguir
la dirección del Espíritu, ni conozca mucho de las enseñanzas de las Escrituras,
pero por lo menos puede ver la mano de Dios en las circunstancias. Esta es una
lección básica que todo creyente debe aprender.

Leemos en Salmos 32:9: ―No seáis como el caballo, o como el mulo, sin
entendimiento, / Que han de ser sujetados con cabestro y con freno, / Porque si
no, no se acercan a ti‖. En muchas ocasiones, cuando nos comportamos como
un caballo o un mulo, sin entendimiento, Dios tiene que sujetarnos con cabestro
y con freno para evitar que cometamos errores. ¿Alguna vez han visto a un
criador de patos? Ellos suelen usar una vara larga para arrear a sus patos.
Cuando los patos comienzan a desviarse a la derecha o a la izquierda, los vuelve
a encaminar usando su vara. Los patos no tienen otra alternativa que seguir por
el camino indicado. De la misma forma, tal vez nos encomendemos al Señor,
diciendo: ―Señor, verdaderamente soy como un caballo y como un mulo, pues
carezco de entendimiento, pero no quiero cometer errores; deseo conocer Tu
voluntad. Por favor, sujétame con Tu cabestro y detenme con Tu freno. Si me
sueltas, me iré por el camino errado. Por favor, guárdame con Tu voluntad y
dirígeme a Tu voluntad. Si me desvío, por favor detenme. No sé muchas cosas,
pero sí sé lo que es el dolor. Cada vez que rechace Tu voluntad, ¡por favor
detenme!‖. Hermanos y hermanas, jamás debiéramos considerar insignificantes
las circunstancias que Dios ha dispuesto para nosotros. Aunque hayamos caído
en vergüenza, y hayamos venido a ser como un caballo o un mulo, casi siempre
podremos contar con la misericordia de Dios para ponernos el freno a tiempo.
Dios se vale de nuestras circunstancias para impedirnos que cometamos
errores. Él nos obliga a que no tengamos otra alternativa que seguirlo a Él.

B. El guiar del Espíritu Santo

Podemos ver la mano de Dios en nuestras circunstancias, pero Él no se


complace en guiarnos como si fuésemos caballos o mulos obstinados. Él desea
dirigirnos desde nuestro interior. Romanos 8:14 dice: ―Porque todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios‖. Somos hijos de Dios y
Su vida está dentro de nosotros. Así pues, Dios no se limita a dirigirnos
mediante nuestras circunstancias, sino que también nos habla y nos guía desde
nuestro interior por medio de Su Espíritu. El Espíritu mora en nosotros, y por
ello la voluntad de Dios nos es revelada desde lo más profundo de nuestro ser.

El libro de Ezequiel nos dice que Dios pondrá en nosotros un ―espíritu nuevo‖
(11:19). Y añade de nuevo: ―Pondré espíritu nuevo dentro de vosotros ... Y
pondré dentro de vosotros mi Espíritu‖ (36:26-27). Debemos distinguir entre
―un espíritu nuevo‖ y ―mi Espíritu‖. Aquí, ―mi Espíritu‖ se refiere al Espíritu de
Dios, mientras que ―un espíritu nuevo‖, se refiere a nuestro espíritu cuando
fuimos regenerados, el cual es como un templo, un hogar en donde mora el
Espíritu de Dios. Si no tuviésemos un espíritu nuevo dentro de nosotros, Dios
no nos habría dado Su Espíritu, y el Espíritu Santo no habría venido a morar en
nuestro ser. A través de los siglos, Dios siempre ha querido dar Su Espíritu al
hombre. Sin embargo, el espíritu del hombre había sido envilecido,
contaminado por el pecado; estaba muerto y también sujeto a la degradación de
la vieja creación. Por todo ello, era imposible que el Espíritu de Dios morara en
el hombre, aunque este siempre fue Su deseo. Antes de estar en la posición de
recibir el Espíritu de Dios, el hombre necesita recibir un espíritu nuevo por la
regeneración, a fin de que Dios pueda morar en él.

Una vez que los nuevos creyentes adquieren un espíritu nuevo, el Espíritu de
Dios mora en ellos. Entonces, de manera espontánea, el Espíritu de Dios puede
comunicarles Su voluntad, debido a que ahora, en lo más íntimo de su ser, ellos
poseen cierto sentir interno. Así pues, los nuevos creyentes no solamente son
capaces de discernir lo que ha dispuesto Dios en las circunstancias, sino que
ahora además, poseen internamente cierto conocimiento y seguridad. No sólo
debemos aprender a confiar en la providencia de Dios que rige en nuestras
circunstancias, sino que también debemos aprender a confiar en el guiar del
Espíritu Santo dentro de nosotros. En el momento apropiado, cuando surja la
necesidad, seremos iluminados en nuestro interior por el Espíritu de Dios, el
cual despertará en nosotros cierto sentir y así nos revelará lo que procede de
Dios y lo que no procede de Él.

Cierto hermano, antes de convertirse, solía beber. A él le encantaba beber y


todos los inviernos consumía grandes cantidades de vino; incluso elaboraba su
propio vino. Luego tanto él como su esposa fueron salvos. Puesto que él carecía
de buena educación, le era muy difícil leer la Biblia. Cierto día, habiendo
preparado su bebida y alimentos, se disponía a beber como lo solía hacer, pero
después de dar gracias al Señor por los alimentos, se detuvo y le preguntó a su
esposa: ―¿Puede tomar vino un creyente?‖. Su esposa le dijo que ella no sabía. Él
agregó: ―Es una lástima no tener a quién preguntarle‖. Su esposa le respondió:
―El vino y la comida ya están listos. Comamos hoy y averiguaremos después‖.
Una vez más dio gracias, pero sintió interiormente que algo no estaba bien.
Pensó que como cristiano debería averiguar si los hijos de Dios pueden tomar
vino o no. Le dijo a su esposa que sacara la Biblia, pero no sabía qué pasaje leer.
Así que, se encontró en un callejón sin salida. Después de algún tiempo, conoció
a alguien a quien pudo relatarle aquel incidente; esta persona de inmediato le
preguntó si finalmente había tomado vino ese día, y nuestro hermano le
respondió: ―Al final, no lo tomé, porque el dueño de casa en mi interior no me
lo permitió; así que ese día no tomé vino‖.

Si uno desea obedecer la voluntad de Dios, descubrirá cuál es Su voluntad. Sólo


aquél que es insensible a tal sentir interno permanecerá en tinieblas. Si nuestro
propósito sincero es obedecer la voluntad de Dios, Aquel ―dueño de casa en
nuestro interior‖ nos guiará. El dueño de casa al que se refería nuestro
hermano, es en realidad el Espíritu Santo. Cuando una persona cree en el Señor,
el Espíritu Santo viene a morar en ella a fin de dirigirla y así convertirse en su
Amo. Dios revela Su voluntad no sólo por medio de nuestras circunstancias,
sino también por medio del dueño de casa en nuestro interior.

El Espíritu Santo generalmente nos guía mediante dos clases de indicaciones. El


Espíritu nos dirige instándonos interiormente a hacer algo. Este es el caso
mencionado en Hechos 8:29 en el que ―el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y
júntate a ese carro‖, así como el caso mencionado en Hechos 10:19-20, cuando
el Espíritu Santo le dijo a Pedro: ―Levántate, baja y vete con ellos sin dudar‖.
Estas son instancias en las que el Espíritu nos urge a hacer algo. En otros casos,
el Espíritu nos dirige impidiéndonos hacer algo. Este es el caso mencionado en
Hechos 16:6-7: ―Habiéndoles prohibido el Espíritu Santo hablar la palabra en
Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu de
Jesús no se lo permitió‖. En estos casos ellos fueron restringidos internamente.
El relato del ―dueño de casa en mi interior‖ es un caso típico de ser restringidos
internamente.

Todo creyente nuevo debe estar algo familiarizado con este sentir interno si
desea conocer la voluntad de Dios. El Espíritu de Dios mora en lo más íntimo de
nuestro ser. Por tanto, este sentir producido por el Espíritu no es algo
superficial ni una mera emoción externa, sino que surge en lo más profundo de
nuestro ser. Es una voz que no llega a ser una voz, y un sentir que en realidad no
puede definirse como sentimiento. Se trata del Espíritu de Dios en nuestro
interior que nos muestra si algo se conforma a Su voluntad o no. Si poseemos la
vida divina, nos sentiremos bien cuando actuemos conforme a esta vida, y nos
sentiremos muy mal si desobedecemos y nos desviamos, aunque sea sólo un
poco, de esta vida. El creyente debe vivir de tal manera que ceda a esta vida. No
debemos hacer nada que perturbe nuestra paz interna. Cuando nos sintamos
turbados, debemos tener en cuenta que el Espíritu en nuestro interior está
descontento y afligido por lo que estamos haciendo. Si hacemos algo contrario al
Señor, careceremos de paz interna. A medida que lo realicemos, tendremos
menos paz y menos gozo. En cambio, si algo procede del Señor,
espontáneamente tendremos paz y gozo.

Sin embargo, no debemos analizar demasiado nuestros sentimientos internos,


pues ello nos acarrearía confusión. Si usted está constantemente analizando si
algo es correcto o no, acabará por confundirse. Algunos no dejan de preguntarse
cuál es el sentir del Espíritu y cuál es el sentir del alma. Siempre analizan si algo
es correcto o incorrecto. Esto no es nada saludable; de hecho, es una
enfermedad espiritual. Es muy difícil hacer volver al camino recto a una persona
que se auto-analiza demasiado. Espero que ustedes puedan evadir esa trampa.
En realidad, uno analiza cuando carece de suficiente luz, pues si la tuviera, todo
le sería aclarado espontáneamente, y no tendría que desperdiciar sus fuerzas
haciendo tales análisis. Si una persona procura obedecer sinceramente al Señor,
podrá sentir fácilmente el guiar interior.

C. Las enseñanzas de las Escrituras

La voluntad de Dios es revelada y conocida no sólo por las circunstancias y por


el Espíritu que mora en nosotros, sino también por medio de la Biblia.

La voluntad de Dios nunca cambia. Su voluntad es revelada a través de las


diversas experiencias vividas por los hombres de antaño, que se hallan relatadas
en la Biblia. La voluntad de Dios se revela en forma de principios y ejemplos
bíblicos. Para conocer la voluntad de Dios, debemos estudiar cuidadosamente la
Biblia, ya que este no es un libro de simples narraciones, sino un libro de un
contenido rico y profundo. La voluntad de Dios se revela plenamente en las
Escrituras. Basta con fijarnos en lo que Dios dijo en el pasado, para reconocer
cuál es Su voluntad hoy, pues Su voluntad es siempre la misma. En Cristo sólo
hay un sí (2 Co. 1:19). La voluntad de Dios para con nosotros jamás contradice lo
que enseña la Biblia. El Espíritu Santo nunca nos conducirá a hacer algo que Él
haya condenado en la Biblia.

La Palabra de Dios es lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino (Sal.


119:105). Si deseamos entender la voluntad de Dios y ser guiados por Él,
debemos estudiar la Biblia de forma seria y cuidadosa.

Dios nos habla por medio de la Biblia de dos maneras: mediante la enseñanza
de principios bíblicos y mediante las promesas que constan en la Biblia.
Necesitamos la iluminación del Espíritu Santo para entender los principios
bíblicos y necesitamos el guiar del Espíritu para recibir las promesas de la
Biblia. Por ejemplo, el Espíritu puede hablarnos mediante el mandamiento que
da el Señor en Mateo 28:19-20, de que todos los creyentes deben predicar el
evangelio. Esta enseñanza constituye un principio bíblico. Sin embargo, si es la
voluntad de Dios o no que vayamos a un determinado lugar a predicar el
evangelio, dependerá únicamente del guiar del Espíritu. Así pues, todavía es
necesario que usted ore mucho al respecto y le pida a Dios una palabra
específica. Cuando el Espíritu Santo pone en lo íntimo de su ser cierta frase o
versículo de manera poderosa, fresca y viviente; entonces, usted habrá recibido
una promesa del Espíritu. Es así como usted podrá identificar la voluntad de
Dios.

Algunos creyentes se valen de métodos supersticiosos para indagar la voluntad


de Dios. Abren la Biblia y oran: ―Oh Dios, por favor lleva mi dedo al versículo
que me revele Tu voluntad‖. Después de orar con los ojos cerrados, abren la
Biblia y señalan cualquier pasaje con el dedo. Luego abren los ojos y asumen
que el versículo que lean primero será el que refleje la voluntad de Dios. Algunos
creyentes en su estado pueril tratan de conocer a Dios de esta forma. Y debido a
su desesperación, es posible que Dios sea condescendiente con su ignorancia y
les muestre qué camino seguir, pero debemos poner en claro que esta no es la
manera apropiada de determinar cuál es la voluntad de Dios. De hecho, tales
métodos no darán resultado en la mayoría de los casos y constituyen una senda
peligrosa que deja un amplio margen para cometer errores. Hermanos y
hermanas, recuerden que poseemos la vida divina y que el Espíritu de Dios
mora en nosotros. Debemos pedirle a Dios que nos revele Su Palabra por medio
del Espíritu Santo. Nuestro estudio de la Biblia debe ser concienzudo y
sistemático, y debemos memorizarla bien. Ello permitirá que cuando sea
necesario, el Espíritu Santo use los pasajes que hayamos estudiado para
hablarnos y guiarnos.

Combinemos ahora las tres cosas que hemos mencionado. No es necesario que
se den en cierto orden. A veces las circunstancias se nos presentan primero,
luego recibimos instrucciones del Espíritu y después las enseñanzas de la Biblia.
En otras ocasiones, primero recibimos la dirección del Espíritu y las enseñanzas
de la Biblia, y sólo después discernimos que nuestras circunstancias confirman
tales palabras. Nuestras circunstancias nos indican, sobre todo, el tiempo
elegido por Dios para realizar algo. Cuando el hermano George Müller buscaba
la voluntad de Dios, siempre se hacía tres preguntas: (1) ¿Es esto obra de Dios?
(2) ¿Soy yo la persona que debe realizar esta obra? (3) ¿Es este el momento que
Dios determinó para que dicha obra se realice? Se puede responder a la primera
y a la segunda pregunta basándonos en lo que enseña la Biblia y en cómo nos
guíe el Espíritu, pero para definir la tercera pregunta requiere la provisión de las
circunstancias.

Si queremos tener la certeza de que nuestro sentir interno representa el guiar


del Espíritu, debemos hacernos dos preguntas: (1) ¿Está de acuerdo con la
enseñanza de la Biblia? (2) ¿Está confirmado por nuestras circunstancias? Si
nuestro sentir interno no concuerda con la Biblia, no puede representar la
voluntad de Dios. Si las circunstancias no proporcionan ninguna confirmación,
debemos esperar. Puede ser que nuestro sentir esté equivocado o que no sea el
tiempo del Señor.

Al buscar la voluntad del Señor, debemos cultivar un temor sano a


equivocarnos. No debemos aferrarnos a un sentir personal. Podemos pedirle a
Dios que bloquee los caminos que no concuerden con Su voluntad.

Supongamos que alguien le propone realizar cierta labor, o usted mismo se


propone realizar algo, o que alguien le ha aconsejado evaluar su futuro. Al
contemplar esta clase de decisiones, ¿cómo puede usted saber si ello concuerda
con la voluntad de Dios? En primer lugar, usted debe examinar las enseñanzas
de la Biblia e identificar lo que Dios dijo en Su Palabra sobre tales asuntos;
después debe examinar su sentir personal al respecto. Si bien la Biblia enseña
esto, ¿su sentir interno se ajusta a ello? Si hay alguna discrepancia, demuestra
que aún no puede confiar en su sentir interno y, por tanto, usted debe continuar
esperando y buscando al Señor. Pero si su sentir interno concuerda con el
testimonio de la Biblia, entonces debe volverse a Dios y orar: ―Oh Dios, Tú
siempre me has revelado Tu voluntad por medio de las circunstancias. Es
imposible que mi sentir interno y la enseñanza de la Biblia estén señalando en
una dirección, y mis circunstancias en otra. ¡Señor! Por favor, opera en mis
circunstancias y haz que ellas concuerden con Tus instrucciones bíblicas y con el
guiar del Espíritu‖. Usted verá que Dios siempre confirma Su voluntad mediante
las circunstancias. Recuerde que no cae un pajarillo a tierra si no es la voluntad
de Dios. Si lo que usted se propone hacer es la voluntad de Dios, sus
circunstancias ciertamente concordarán con su sentir interior, así como con lo
que ve en la Biblia. Si puede ver con claridad su sentir interno, la enseñanza de
la Biblia y las circunstancias, entonces también podrá discernir claramente la
voluntad de Dios para con usted.

III. LA CONFIRMACIÓN DE LA IGLESIA


Y OTROS FACTORES

La voluntad de Dios, además de revelarse en Su Palabra, en el espíritu del


hombre y por medio de las circunstancias, se revela también por medio de la
iglesia. Al buscar la voluntad de Dios en cuanto a cierto asunto, uno debe estar
claro con respecto a cuál es la dirección a la que le guía el Espíritu, la enseñanza
de las Escrituras y lo que indican nuestras circunstancias. Además, en lo posible
se debe buscar comunión con los miembros de la iglesia que conocen a Dios, a
fin de saber si ellos pueden dar el amén al guiar del Señor en usted, pues ello
representará una confirmación adicional con respecto a la voluntad de Dios.
Estas personas conocen más la Palabra de Dios, su carne ha sido algo eliminada
y se encuentran bajo la dirección del Espíritu. Debido a tal condición espiritual,
Dios expresa lo que está en Su corazón más libremente a través de ellas. Tales
personas tomarán en cuenta cuál sea la condición espiritual suya en la vida de
iglesia y verán si pueden decir amén a lo que usted ha visto. Si ellos le dan el
amén, usted podrá tener la certeza de que el sentir que usted tiene es la voluntad
de Dios. Pero si ellos no le pueden dar el amén, será mejor que usted espere y
busque que el Espíritu lo guíe más. Como individuos, estamos bajo ciertas
limitaciones. De hecho, es posible que lo que uno percibe internamente, lo que
uno entiende sobre la base de las Escrituras y lo que uno discierne con respecto
a sus circunstancias sea todo equivocado. En ese sentido, la iglesia es mucho
más confiable. Así pues, si los otros miembros de la iglesia piensan que la
―directiva‖ que usted cree haber recibido no es digna de confianza, entonces
usted no debe insistir. No piense que la ―directiva‖ que usted percibe es siempre
digna de toda confianza. Es en tales ocasiones que debemos aprender a ser
humildes.

Mateo 18 nos habla del principio que rige en la vida de iglesia. Si un hermano
peca contra otro, el hermano ofendido debe hablar a solas con el ofensor; si este
rehúsa escucharlo, debe tomar a uno o dos consigo para que por boca de dos o
tres testigos conste todo asunto. Si el ofensor se niega a escuchar, se debe
comunicar el asunto a la iglesia. Finalmente, el ofensor tiene que oír a la iglesia.
Debemos aceptar el sentir de la iglesia. El Señor Jesús dijo: ―Todo lo que atéis
en la tierra, habrá sido atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, habrá
sido desatado en el cielo‖ (v. 18). Puesto que la iglesia es la morada de Dios y el
faro de Su luz, necesitamos creer que la voluntad de Dios se revela en la iglesia.
Debemos humillarnos y de temer nuestro juicio personal. Por ello necesitamos
tener comunión con la iglesia y recibir el suministro del Cuerpo.

La iglesia tiene una gran responsabilidad delante de Dios, pues tiene que actuar
como luz de Dios. Si la iglesia es descuidada y actúa en forma carnal o
irresponsablemente, no podrá suministrarnos confirmación alguna. La iglesia
puede proporcionar una confirmación divina y fidedigna si es que ha llegado a
ser el portavoz del Espíritu Santo. Por ello, la iglesia tiene que ser espiritual y
debe permitir que el Espíritu presida en ella, pues sólo así el Espíritu podrá
usarla como el portavoz de Dios. Cuando nos referimos a recibir la confirmación
de la iglesia, ello no implica que todos los hermanos y hermanas de la iglesia
deban discutir el asunto en una reunión. Más bien, nos referimos al hablar de
un grupo de personas que conocen a Dios y que son guiadas por el Espíritu. Por
este motivo, los ancianos encargados de la iglesia y los que realizan la obra del
Señor, deben poseer cierto conocimiento de los asuntos espirituales; su carne
debe haber sido eliminada hasta cierto grado; y deben mantenerse velando todo
el tiempo y deben tener comunión ininterrumpida con el Señor. Además, deben
estar llenos de la presencia de Dios, y deben vivir y ser dirigidos por el Espíritu
Santo. Sólo entonces ellos podrán emitir un juicio acertado, y únicamente
entonces el Espíritu proveerá una confirmación exacta por medio de ellos.

Algunos posiblemente citen Gálatas 1:16-17, donde dice que cuando Pablo
recibió una revelación, no consultó con carne ni sangre, ni subió a Jerusalén a
ver a los apóstoles que eran antes que él. Creen que es suficiente que
únicamente ellos vean algo con claridad y que no es necesario tener comunión
con la iglesia. Sin duda, una persona con una revelación tan clara como la de
Pablo, puede tener confianza en lo que ve. Pero, ¿ha recibido usted la revelación
de la misma forma que Pablo? Aun Pablo recibió la ayuda y suministro del
Señor por medio de otros hermanos. Él vio una gran luz cuando iba camino a
Damasco; cayó a tierra y escuchó que el Señor le dijo: ―Levántate y entra en la
ciudad, y se te dirá lo que debes hacer‖. Así pues, él tuvo que recibir la
imposición de manos de un hermano poco conocido, llamado Ananías.
Asimismo, los colaboradores de la iglesia de Antioquía le impusieron las manos
y lo enviaron a la obra (Hch. 9:3-6, 12; 13:1-3). Lo que Pablo escribió en el
primer capítulo de Gálatas, tenía el propósito de demostrar que el evangelio que
él anunciaba no era según hombre, sino que lo había recibido ―por revelación de
Jesucristo‖ (vs. 11-12). No detectamos jactancia alguna en tales palabras.
Debemos ser humildes y no ser obstinados. No debiéramos tener un concepto
demasiado elevado de nosotros mismos. ¡El hecho es que estamos muy por
debajo de Pablo como para compararnos con él! Debido a que estamos
personalmente involucrados, nuestros intereses y sentimientos personales son
como una nube que nos impide ver claramente, cada vez que procuramos
conocer la voluntad de Dios. Por ello, se hace necesaria la intervención de la
iglesia, pues ella podrá suministrarnos lo que necesitamos y sernos de mucha
ayuda. Siempre que sea necesario, no debemos titubear en ir y obtener la
confirmación de parte de la iglesia.

Sin embargo, también debemos evitar irnos al otro extremo. Algunos cristianos
son demasiado pasivos. Todo lo consultan con la iglesia, queriendo que los
demás tomen las decisiones por ellos. Esto está en contra del principio
neotestamentario. No podemos tratar a un grupo de personas espirituales de la
iglesia como si fueran los profetas del Antiguo Testamento, pidiéndoles consejo
para todo. En 1 Juan 2:27 dice: ―Y en cuanto a vosotros, la unción que vosotros
recibisteis de Él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os
enseñe; pero como Su unción os enseña todas las cosas...‖. Esta unción es el
Espíritu que mora en nosotros. La confirmación de parte de la iglesia jamás
podrá reemplazar la enseñanza de la unción. La confirmación de parte de la
iglesia no debiera ser estimada como si se tratara de las palabras de los profetas.
Su propósito es el de confirmar lo que vemos, para que nosotros podamos tener
la certeza de la voluntad de Dios. Es una protección y no un substituto de
nuestra búsqueda personal de la voluntad de Dios.

Debemos recalcar que este método de buscar la voluntad de Dios sólo debe
aplicarse en asuntos importantes. En lo relacionado con asuntos triviales, no
necesitamos recurrir a todo esto. Podemos tomar decisiones basándonos en
nuestro sentido común. Dios no nos ha despojado de nuestro propio juicio. Él
desea que usemos nuestro propio juicio en los asuntos que simplemente
requieren de sentido común. Por consiguiente, el método propuesto debe
emplearse solamente al buscar la voluntad de Dios en cuanto a los asuntos más
importantes de nuestra vida.

Al buscar la voluntad de Dios, no debemos caer en un estado anormal en donde


ponemos la mente en blanco, y nuestra voluntad permanece completamente
pasiva. Hebreos 5:14 habla de aquellos ―que por la práctica tienen las facultades
ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal‖. Debemos usar tanto nuestra
mente como nuestra voluntad. Nuestra voluntad debe estar del lado de Dios, y
debemos colaborar con Él. Es cierto que tenemos que hacer a un lado nuestra
propia voluntad, pero es incorrecto anular la función que cumplen nuestra
mente y nuestra voluntad, permitiéndoles que estén pasivas. Muchos confían en
su intelecto y no en Dios, lo cual es un grave error, pero otros piensan que
confiar en Dios significa prescindir de la función que desempeñan nuestras
mentes, lo cual también es un grave error. Cuando Lucas escribió su evangelio,
dijo que había ―investigado con diligencia‖ (1:3). En Romanos 12:2 Pablo nos
mandó que fuésemos transformados por medio de la renovación de nuestra
mente para que comprobemos cuál sea la voluntad de Dios. Al buscar la
voluntad de Dios, necesitamos valernos de nuestra mente y nuestra voluntad. La
mente y la voluntad tienen que ser transformadas y renovadas por el Espíritu
Santo.

Debemos mencionar brevemente el asunto de las visiones y los sueños. En el


Antiguo Testamento Dios revelaba Su voluntad a los hombres por medio de
visiones y sueños. En el Nuevo Testamento también hay visiones y sueños, pero
Dios no los usa como medios esenciales para dirigir a los Suyos. En la era del
Nuevo Testamento, el Espíritu de Dios mora en nosotros y nos habla
directamente desde nuestro interior. El medio más importante y común para
recibir dirección específica es el guiar interior. Dios nos guiará por medio de
sueños y visiones sólo cuando haya algo muy importante que deba decirnos, que
en condiciones normales nos sería difícil aceptar. En el Nuevo Testamento, las
visiones y los sueños no son el medio usual que usa Dios para dirigirnos. Por
tanto, aunque tengamos visiones y sueños, de todos modos necesitamos ser
resguardados al indagar cuál es la correspondiente confirmación tanto de
nuestro sentir interno como de las circunstancias externas. Por ejemplo, Hechos
10 nos muestra que Dios quería que Pedro le predicara el evangelio a los
gentiles. Pedro, siendo judío, nunca iría a los gentiles, pues se lo impedía su
tradición. A fin de que Pedro superara tales prejuicios, Dios tuvo que mostrarle
una visión. Después que Pedro recibió dicha visión, Cornelio le envió tres
delegados suyos; estas circunstancias fueron una confirmación externa, a lo cual
se unió lo que el Espíritu Santo le habló. Recibir confirmación tanto interna
como externa le permitió a Pedro tener la certeza de que él estaba actuando en
conformidad con la voluntad de Dios.

Ciertamente hay casos en los que uno no tiene mucho tiempo para meditar ni
esperar. En tales casos uno puede determinar la voluntad de Dios de manera
inmediata si la visión o el sueño es claro y obvio, y nuestro sentir interno lo
confirma; en tales casos, no es necesario esperar la confirmación de las
circunstancias. Por ejemplo, Pablo tuvo un éxtasis mientras oraba en el templo.
Él vio que el Señor le hablaba y le ordenaba salir cuanto antes de Jerusalén. Al
principio argumentó con el Señor y trató de rehusarse, pero el Señor volvió a
hablarle: ―Ve, porque Yo te enviaré lejos a los gentiles‖ (Hch. 22:17-21). En otra
ocasión, Pablo enfrentaba una fuerte tormenta en alta mar y perdió toda
esperanza de sobrevivir. Entonces Dios envió un ángel para que estuviera a su
lado y le confortara, diciéndole que no temiera (27:23-34). Estas fueron visiones
claras, pero no ocurren frecuentemente en el Nuevo Testamento. Dios revelaba
cosas a Sus hijos en visiones y sueños sólo cuando había una necesidad especial.
Algunos creyentes tienen continuamente lo que ellos llaman sueños y visiones.
Esta es una especie de enfermedad espiritual. Puede provenir de algún desorden
mental, de un ataque de Satanás o del engaño de espíritus malignos. Sea cual
fuere la causa, es una situación anormal.

En conclusión, Dios guía a los hombres de muchas maneras. Todos diferimos en


cuanto a nuestra condición espiritual. Es por eso que Dios nos guía de diferentes
maneras. Sin embargo, Dios principalmente se vale de nuestras circunstancias,
Su dirección interna y las enseñanzas de la Biblia. Recalquemos de nuevo que
cuando estas tres cosas concuerdan, podemos confiar que tenemos la voluntad
de Dios.

IV. LOS QUE SON APTOS


PARA CONOCER LA VOLUNTAD DE DIOS

Finalmente, incluso el conocimiento de todos los métodos correctos no


garantiza que podamos conocer la voluntad de Dios. Un método correcto arroja
resultados válidos únicamente si la persona que lo emplea es la correcta. Si la
persona no es correcta, hasta los métodos acertados son inútiles. Es inútil que
una persona rebelde trate de conocer la voluntad de Dios. Si uno desea conocer
la voluntad de Dios, debe ser motivado por el anhelo profundo de llevarla a
cabo.

Deuteronomio 15:17 relata el caso del esclavo que se hace perforar la oreja
contra el dintel de la puerta de su amo, lo cual da a entender que para servir a
Dios, nuestros oídos tienen que escuchar Su palabra constantemente. Debemos
acercarnos al Señor y decirle: ―Estoy dispuesto a poner mi oreja contra la
puerta, pues quiero inclinar mi oído a Tu palabra. Deseo servirte y hacer Tu
voluntad. Te suplico de todo corazón que me permitas servirte. Te serviré
porque Tú eres mi Amo. Tengo un vivo deseo en el corazón de ser Tu esclavo.
Déjame oír Tu palabra y muéstrame Tu voluntad‖. Necesitamos acudir al Señor
y suplicarle que nos confíe Su palabra. Tenemos que inclinar nuestro oído y
ponerlo contra el dintel de la puerta para que Él lo perfore. Tenemos que
esperar Su comisión y estar atentos a Su mandato.

En más de una ocasión me he sentido profundamente entristecido al ver que


muchos se afanan por descubrir las diversas maneras de conocer la voluntad de
Dios mas no están enteramente dispuestos a obedecer a Dios. Ellos se limitan a
estudiar tales métodos a fin de adquirir conocimiento, pero en realidad están
dirigidos por sus propios deseos. Ellos meramente toman a Dios como su
consejero y a Su voluntad como mero punto de referencia. Hermanos y
hermanas, ¡la voluntad de Dios sólo es dada a conocer a quienes están
determinados a obedecerla! ―El que quiera hacer la voluntad de Dios,
conocerá...‖ (Jn. 7:17). Para conocer la voluntad de Dios, debemos estar
decididos a cumplirla. Si uno tiene un deseo intenso y absoluto de hacer la
voluntad de Dios, Dios le dará a conocer Su voluntad aunque uno no conozca los
métodos apropiados. Hallamos lo siguiente en la Biblia: ―Porque los ojos de
Jehová recorren toda la tierra, para fortalecer a los que tienen corazón perfecto
para con Él‖ (2 Cr. 16:9). La traducción literal de este versículo es: ―Porque los
ojos de Jehová corren de aquí a allá por toda la tierra, para mostrarse fuerte a
favor de los que tienen un corazón inclinado completamente a Él‖. Sus ojos
escudriñan corriendo por toda la tierra de uno a otro confín. Sus ojos no corren
solamente una vez, sino que viajan continuamente para ver si el corazón de
alguien busca Su voluntad. Él se aparecerá a aquel cuyo corazón esté totalmente
inclinado a Él. Si su corazón está completamente inclinado hacia el Señor y dice:
―Señor, sólo deseo Tu voluntad; verdaderamente la deseo‖, Dios le mostrará Su
voluntad. Él no se abstendrá de revelarse a Sí mismo a usted. Él tiene que
revelarse a Sí mismo a usted. No debemos pensar que sólo aquellos que han
creído en el Señor por mucho tiempo pueden entender Su voluntad. Esperamos
que todos los creyentes ofrezcan todo lo que tienen, desde el día que fueron
salvos. Esto les abrirá el camino para entender la voluntad de Dios.
No debemos creer que conocer la voluntad de Dios es asunto trivial. A los ojos
de Dios, nosotros somos como insignificantes gusanos. ¡Es maravilloso que
seres así, puedan conocer la voluntad de Dios! ¡Quiera el Señor mostrarnos lo
glorioso que es conocer Su voluntad! Puesto que Dios se humilló a Sí mismo a
fin de darnos a conocer Su voluntad, nosotros tenemos que procurar conocerla y
debemos adorarla, atesorarla y cumplirla.

CAPÍTULO VEINTIOCHO

LA ADMINISTRACIÓN DE NUESTRAS FINANZAS

Lectura bíblica: Lc. 6:38; 1 Ti. 6:7-10, 17-19; 2 Co. 9:6; Mal. 3:10; Pr. 11:24; Fil.
4:15-19

I. ADMINISTRAR NUESTRAS FINANZAS


EN CONFORMIDAD CON LOS PRINCIPIOS ESTABLECIDOS POR
DIOS

En este capítulo hablaremos acerca de las ofrendas monetarias y el acto de dar


en general. Después que una persona ha vendido todas sus posesiones, aún
seguirá percibiendo ingresos; el dinero todavía encontrará la manera de llegar a
sus manos. Entonces, ¿cómo deberá administrar su dinero? Incluso después que
tal persona ha ofrendado todo su dinero, no debiéramos pensar que el dinero no
volverá a ejercer influencia alguna sobre ella. Puede ser que algunos hayan
podido entregar todo su dinero en un solo momento, pero el dinero,
gradualmente, puede volver a ejercer influencia sobre ellos. Llegará el tiempo en
que nuevamente considerarán que su dinero les pertenece a ellos. Por tanto, un
creyente tiene que aprender a renunciar a su dinero constantemente.

La manera en que los cristianos debemos administrar nuestros bienes, difiere


radicalmente de la manera en que los incrédulos administran los suyos. La
manera cristiana de administrar las finanzas es por medio de dar, mientras que
los incrédulos lo hacen por medio de acumular. Hoy estamos interesados en ver
cómo debe vivir un cristiano a fin de ser libre de toda necesidad. Dios nos ha
prometido que no nos faltará nada en esta tierra. Las aves del cielo no carecen
de comida y a las flores del campo no les falta el vestido. Así mismo a los hijos
de Dios no debiera faltarles el vestido ni el alimento; si ellos padecen necesidad,
tiene que existir una razón para ello. Si un hermano está en aprietos
económicos, entonces este hermano no está administrando sus bienes en
conformidad con los principios que Dios estableció.

Después que usted ha renunciado a todas sus posesiones para seguir al Señor,
debe conducirse según los principios establecidos por Dios. Si usted no se ciñe a
tales principios, llegará el momento en que se encontrará en pobreza. Existe una
gran necesidad de que muchos de los hijos de Dios aprendan a administrar sus
bienes. De lo contrario, únicamente pueden esperar encontrar dificultades en su
camino. Hoy queremos considerar la manera de obtener la prosperidad que
Dios concede.

II. LA PROVISIÓN QUE DIOS DA, ES CONDICIONAL

Mientras vivamos en esta tierra como creyentes, tenemos que depender del
Señor para nuestra alimentación, vestimenta y otras necesidades. Sin la
misericordia de Dios, no podríamos sobrevivir un solo día en este mundo. Esto
es cierto incluso para los ricos; ellos también tienen que depender del Señor.
Durante la segunda guerra mundial vimos que muchos ricos fueron despojados
hasta de sus vestidos y alimentos. Un día mucha gente sentirá remordimiento
por sus riquezas. Pablo nos advirtió que no debemos depender de las riquezas
inciertas. Una persona avara será siempre una persona ansiosa. Aquellos que
confían en el Señor quizás no tengan muchos ahorros, pero nunca serán
abandonados por el Señor en medio de sus dificultades. Él puede suplirles todo
lo que necesitan. Sin embargo, también tenemos que darnos cuenta que tal
suministro tiene condiciones.

Si Dios es capaz de alimentar las aves del campo, entonces Él es capaz de


mantenernos vivos. En realidad, nadie puede alimentar a todas las aves ni
proveer suficientes fertilizantes para hacer crecer a todos los lirios del campo.
Pero Dios posee suficientes riquezas para sustentar las aves del cielo y los lirios
del campo. Dios también tiene suficientes riquezas para mantener vivos a Sus
hijos. Dios no desea que nos falte nada. Él no desea que seamos privados de
nada de lo que necesitamos para vivir. Todos los que padecen privaciones, se
encuentran en tal situación debido a problemas que radican en ellos mismos; es
decir, debido a que no han administrado sus bienes en conformidad con lo
dispuesto por Dios. Si administramos nuestro dinero en conformidad con las
leyes establecidas por Dios, no padeceremos pobreza.

Leamos Lucas 6:38. Esta porción de la Palabra nos describe la clase de persona
a quien Dios provee. Dios siempre está dispuesto a dar. Cuando Él provee, es
capaz de suministrar con tanta abundancia que va a salir de nuestra boca, y tal
vez hasta que la aborrezcamos, tal como se narra en Éxodo. Así pues, Dios no
tiene ninguna dificultad en realizar algo así. Jamás debiéramos pensar que Dios
es pobre. Suya es toda bestia del bosque y los millares de animales en los
collados. Si todo le pertenece a Dios, ¿por qué Sus hijos son pobres? ¿Por qué
Sus hijos tienen necesidad? Ciertamente, no se debe a que Dios no pueda suplir.
Lo que hace falta es que nosotros satisfagamos Sus requisitos para que
recibamos Su suministro. Tenemos que cumplir ciertas condiciones antes que
nuestras oraciones puedan ser respondidas. Incluso nuestra salvación requirió
del cumplimiento de ciertas condiciones, pues primero nosotros tuvimos que
creer. Toda promesa implica ciertos requisitos previos que nosotros tenemos
que cumplir antes de recibir lo prometido. De la misma manera, tenemos que
cumplir con lo que Dios exige antes de recibir Su suministro. Lo que Dios exige
es que demos. El Señor dice: ―Dad, y se os dará‖.

III. DAD, Y SE OS DARÁ

He visto a algunos hermanos y hermanas padecer extrema necesidad debido a


que no fueron fieles con respecto a sus ofrendas; y no porque les faltaran
ingresos. La Biblia nos muestra un principio fundamental: uno tiene que dar
para hacerse rico y uno se empobrece por medio de acumular riquezas. Todo
aquel que se preocupa únicamente por sí mismo, está destinado a ser pobre.
Todo aquel que aprende a dar, está destinado a tener en abundancia. La Palabra
de Dios afirma esto y es verdad. Si queremos escapar de la pobreza, tenemos
que dar una y otra vez. Cuanto más demos, más nos dará Dios. Puesto que
estamos deseosos de compartir nuestro excedente con otros, otros también
estarán felices de poder compartir su excedente con nosotros en el futuro. Si
damos una vigésima parte a los demás, ellos también nos darán una vigésima
parte. Si damos una milésima parte a los demás, ellos también nos darán una
milésima parte.

Con la misma medida con que medimos a los demás, los demás nos medirán a
nosotros. De la misma manera en que tratamos a nuestros hermanos y
hermanas, Dios nos tratará a nosotros. Si estamos dispuestos a sacrificar
nuestro sustento, otros también estarán dispuestos a sacrificar su sustento por
nosotros. Si solamente damos a los demás aquello que nos sobra y que nos
resulta completamente inútil, los demás también nos darán cosas totalmente
inservibles e inútiles. Son muchos los que tienen problemas con sus ingresos
porque tienen problemas en cuanto a dar. Si una persona da como es debido, es
muy difícil que vaya a tener problemas con sus ingresos. La Palabra de Dios es
bastante clara. Si damos a los demás, el Señor nos dará a nosotros; si no damos
a los demás, el Señor no nos dará a nosotros. La mayoría de las personas
únicamente ejercitan su fe cuando se trata de pedirle dinero a Dios; pero no
ejercitan su fe para dar dinero. No es de extrañarse, entonces, que no tengan la
fe necesaria para recibir algo de Dios.

Hermanos, en cuanto nos hacemos cristianos, tenemos que aprender la lección


básica de la mayordomía de las finanzas. Los cristianos tenemos una manera
única de administrar nuestras finanzas: lo que recibimos depende de lo que
damos. En otras palabras, ejercer la mayordomía cristiana de las finanzas
consiste en recibir conforme a lo que se da. La gente del mundo da conforme a
lo que ha recibido, pero nosotros recibimos conforme a lo que hemos dado.
Nuestros ingresos dependen de nuestros egresos. Así pues, los que ansían tener
dinero y no lo sueltan, nunca podrán recibir dinero de Dios; jamás recibirán una
provisión de parte de Dios.

Todos debemos depender del Señor para nuestras necesidades, pero Dios
cubrirá únicamente las necesidades de un tipo de personas: aquellas que dan. La
expresión ―medida buena‖ que el Señor usa en Lucas 6:38, es una expresión
maravillosa. Cuando Dios da al hombre, jamás lo hace de manera mezquina. Él
es siempre generoso y desbordante. Nuestro Dios siempre es generoso. Y Su
copa está siempre rebosante. Dios jamás será tacaño. Él afirma que siempre que
dé, habrá de hacerlo con medida buena, apretada y remecida. Consideren la
manera en que compramos arroz, La mayoría de los vendedores de arroz no nos
permitirían sacudir la medida que usan para medir la cantidad de arroz, pues
ellos jamás dejan que el arroz se asiente, sino que de inmediato lo echan en las
bolsas. Pero el Señor dijo que Su medida era: ―apretada, remecida‖, incluso
―rebosando‖. Nuestro Dios es así de generoso. Al dar, lo hace con medida
apretada, remecida y rebosando. Sin embargo, Él también dice que con la
misma medida con que medimos a los demás, se nos medirá a nosotros. Si
somos astutos y exactos al dar a los demás, Dios únicamente moverá a los
demás a que nos den con astucia y exactitud.

Primero tenemos que dar a los demás, antes que los demás nos den a nosotros.
La mayoría de personas jamás aprende a dar. Tales personas quieren que Dios
siempre conteste Sus oraciones, pero tenemos que dar primero, antes de poder
recibir. Si no hemos recibido nada recientemente, quiere decir que tenemos
alguna dificultad en cuanto a dar. He sido cristiano por más de veinte años, y mi
testimonio verdaderamente corrobora este principio. Siempre que una persona
tiene alguna dificultad en cuanto a dar, experimentará carencias.

IV. DOS TESTIMONIOS SOBRE


LA MAYORDOMÍA DE LAS FINANZAS

A. El testimonio de Handley Moule

Handley C. G. Moule de Inglaterra era el editor de la revista Vida y fe. En


muchos aspectos él era un gran hombre delante de Dios. Uno de sus logros
sobresalientes era su conocimiento de la Biblia, y también era una persona que
confiaba en el Señor en su vida diaria. Muchas veces a lo largo de su existencia,
él experimentó necesidades y pruebas, pero debido a que conocía Lucas 6:38,
siempre que tenía una necesidad le decía a su esposa: ―Últimamente algo está
mal en nuestras ofrendas‖. Él no hablaba de la necesidad que existía en su casa;
en lugar de ello, sus pensamientos estaban orientados a dar.
En cierta ocasión, en su casa casi no quedaba provisión. No tenían ni siquiera
harina, que es el ingrediente principal de la dieta inglesa. Nuestro hermano
esperó dos días, pero nadie le traía nada. Él entonces le dijo a su esposa:
―Seguramente hay algo en nuestra casa que es más de lo que necesitamos‖. Él no
le pidió harina al Señor; en lugar de ello dijo: ―Seguramente hay algo en nuestra
casa que no necesitamos, y por esto el Señor no nos provee‖. Ellos se
arrodillaron y oraron al Señor pidiéndole que les mostrara cualquier cosa en
exceso que pudieran tener en su casa. Después de orar, revisaron todas sus
pertenencias. Comenzaron por el ático, verificando que no hubiese nada en
exceso allí. Incluso revisaron las pertenencias de sus niños y encontraron que
tenían sólo lo necesario. Entonces, el hermano Moule le dijo al Señor:
―Verdaderamente no hay nada en exceso en esta casa. Señor, has cometido un
error al no proveernos lo que necesitamos‖. Pero después de una breve pausa, le
dijo a su esposa: ―El Señor nunca se equivoca. Tiene que haber algo en nuestra
casa que verdaderamente no necesitamos‖. Así que buscaron nuevamente.
Cuando llegaron a la despensa, vieron una caja de mantequilla, la cual les había
sido dada varios días antes. El señor Moule se alegró cuando vio aquella caja y le
dijo a su esposa: ―Seguramente es esto lo que tenemos en exceso‖.

Ambos ya eran bastante ancianos. Durante muchos años ellos habían aprendido
la lección acerca de dar. Ellos conocían las palabras del Señor: ―Dad, y se os
dará‖. Así pues, estaban ansiosos por regalar la caja de mantequilla, pero, ¿a
quién debían regalarla? El señor Moule era uno de los hermanos responsables
en su iglesia y, después de revisar la lista de hermanos y hermanas de escasos
recursos, él decidió dar a cada uno de ellos una porción. La pareja de ancianos
cortó la caja de mantequilla en varios pedazos pequeños que envolvieron y
distribuyeron entre aquellos hermanos y hermanas. Después de distribuir todos
los paquetes, le dijo a su esposa: ―Ahora hemos resuelto este asunto‖. Entonces,
ambos se arrodillaron y oraron así: ―Señor, te recordamos lo que dijiste: Dad, y
se os dará. Te rogamos que recuerdes que ya no tenemos harina‖.

Esto ocurrió probablemente el sábado. Entre quienes recibieron las porciones


de mantequilla había una hermana muy pobre que había estado paralizada y
postrada en cama por varios años. Por varios días ella había estado comiendo su
pan sin mantequilla y había estado orando: ―Señor, ten misericordia de mí.
Dame un poco de mantequilla‖. Poco después de esta oración, había llegado el
señor Moule trayéndole mantequilla. Ella de inmediato agradeció al Señor por
esto. Poco después, ella oró nuevamente: ―Señor, aunque el hermano Moule no
padece ninguna necesidad y me ha dado esta mantequilla, oye su oración si es
que él necesita algo‖. El hermano Moule no le había dicho a nadie acerca de su
necesidad, y nadie sabía nada al respecto. Algunos incluso habían esparcido el
rumor de que Moule era un hermano muy rico que siempre estaba regalando
cosas y que él había comprado deliberadamente toda esa mantequilla a fin de
distribuirla. Pero esta hermana oró: ―Si él padece alguna necesidad, por favor
responde a su oración‖. En aquel mismo día, probablemente en cuestión de dos
o tres horas, el señor Moule recibió dos sacos de harina. Su problema había sido
resuelto.

Tenemos que creer cada palabra que el Señor nos ha dado. La dificultad que
tiene la mayoría de personas es que no toman la Palabra de Dios como la
palabra de Dios. El señor Moule creyó que la Palabra de Dios era la palabra de
Dios. Si usted no da, definitivamente tampoco recibirá. Si usted da a los demás,
ciertamente los demás también le darán a usted. Por esto debemos aprender a
dar. Dar no es el final, sino que al dar le permitimos a Dios darnos. Este es el
principio que rige la mayordomía cristiana de las finanzas. No podemos esperar
que Dios nos suministre cosa alguna si en nuestra casa tenemos excedentes.

Una vez cierto colaborador me dijo: ―Durante los últimos veinte años, cada vez
que he conservado dinero en mis manos, siempre he tenido algún problema‖. Si
tenemos problemas en dar, tendremos problemas en cuanto a recibir. Cuanto
más desee guardar, menos tendrá. Cuanto más de, más tendrá. La mayoría de
las personas se aferran a todo lo que tienen, y por ello, Dios les deja aferrarse a
lo poco que tienen. Ellos no han aprendido a dar. Si usted carece de la gracia de
dar, la gracia de Dios no podrá reposar sobre usted. Si usted no tiene gracia para
los demás, entonces tendrá poca gracia de Dios para usted mismo.

B. Mi primera lección en cuanto a dar

Yo les puedo dar muchos testimonios acerca del dar, pero no deseo hacerlo. Les
hablaré únicamente de la primera lección que aprendí al respecto. En 1923 el
hermano Weigh Kwang-hsi me invitó a su ciudad Kien-ou, la cual quedaba a
unas 150 millas de Fuzhou. En aquel entonces yo era un estudiante, y el
hermano Weigh era mi compañero de clase. Cuando estaba a punto de partir
para Kien-ou, le pregunté al hermano Weigh: ―¿Cuánto cuesta el pasaje?‖. Él me
dijo: ―El pasaje en barco cuesta varias docenas de dólares‖. Yo le repliqué:
―Déjame orar al respecto. Si el Señor quiere que vaya, iré‖.

En aquel tiempo no tenía nada de dinero en el bolsillo. Entonces oré: ―Si Tú


quieres que vaya, tienes que proveerme el dinero necesario‖. Después de orar de
esta manera, el Señor me dio entre diez y veinte dólares. Además, tenía más de
cien monedas de diez centavos. Pero con todo lo que tenía aún no alcanzaba
para pagar ni la mitad del pasaje. Poco después de esto, el hermano Weigh me
escribió una carta en la que me decía que todo estaba listo. Yo le envié un
telegrama diciéndole que iría. Decidí salir un viernes. El jueves me levanté
temprano y el Señor me dio esta palabra: ―Dad, y se os dará‖. Interiormente yo
no me sentía seguro. Si yo le daba mi dinero a otros, y el Señor no me daba
nada, entonces no podría viajar. Me sentía muy preocupado.

Sin embargo, aquel sentir interno se hizo cada vez más y más intenso. Sentí que
debía entregar todos los billetes y conservar las monedas. Por tanto, comencé a
meditar a quién debía darle el dinero. Finalmente, pensé en darle todos los
billetes a cierto hermano que tenía familia. No me atrevía a decirle al Señor que
obedecería ni me atrevía a decirle que desobedecería. Simplemente le dije:
―Señor, aquí estoy. Si Tu quieres que yo dé esto al hermano, por favor, permite
que lo encuentre en el camino‖. Me levanté y salí de la casa. En el camino me
encontré con este hermano. En cuanto vi a este hermano, mi corazón se abatió.
Pero estaba preparado; así que me acerqué a él y le dije: ―Hermano, el Señor me
ha dicho que coloque esto en sus manos‖. Después que le dije esto, di media
vuelta y me fui. Cuando había dado apenas dos pasos, mis lágrimas empezaron a
brotar. Dije: ―Le he enviado un telegrama al hermano Weigh diciéndole que iría.
Ahora el dinero se ha esfumado. ¿Cómo podré ir?‖. Pero también me sentía muy
feliz por dentro, porque el Señor había dicho: ―Dad, y se os dará‖.

Camino a casa, le dije al Señor: ―Señor, tienes que darme los medios necesarios
para viajar. Queda poco tiempo y el barco sale mañana‖. El jueves no recibí
dinero alguno y el viernes procedí a prepararme para el viaje sin haber recibido
nada de dinero. Un hermano vino para despedirme, pero todavía yo no había
recibido ningún dinero. Este hermano me condujo a bordo del barco. En cuanto
abordé la nave, pensé: ―No puedo ir. Jamás llegaré a mi destino. Nunca antes he
salido de Fuzhou ni tampoco he viajado al interior. No conozco ni una sola
persona al oeste de Fuzhou‖. Yo había estado orando desde que salí de casa
aquel día. Cuando abordé el barco, todavía seguía orando. Estuve orando hasta
que el hermano que me llevó se fue, e incluso hasta que me eché a dormir. Le
dije al Señor: ―Señor, yo he dado a otros. Sin embargo, Tú no me has dado nada
a cambio. Ahora es asunto Tuyo‖. Aquel día, viajé en ese barco hasta el puente
de Hung-Shan, en donde cambié de botes para ir a Shui-Kou. Mientras me
encontraba a bordo, caminé de la cubierta baja a la cubierta superior del barco
varias veces, pensando: ―Para que Dios me provea, debo caminar alrededor unas
cuantas veces más, para facilitarle a Dios y ver si ha dispuesto que me encuentre
con alguien abordo‖. Pero esto no dio resultado y no pude encontrar en el barco
a ningún conocido. No obstante, continué repitiéndome: ―Dad, y se os dará‖.

Esto continuó hasta el día siguiente. A eso de las cuatro o cinco, el barco estaba
llegando a Shui-Kou. En Shui-Kuo, yo tenía que cambiar de barco nuevamente
para abordar otro barco más caro. Después que pagué el pasaje para el nuevo
barco, descubrí que sólo me quedaba un poco más de setenta monedas de diez
centavos. Yo me sentí muy turbado y oré: ―Señor, estoy en Shui-Kou. ¿Debo
comprar un pasaje de retorno a Fuzhou?‖. En ese mismo momento, resolví que
simplemente continuaría el viaje a Kien-ou y dejaría el resto en manos del
Señor. Le dije al Señor: ―Señor, no voy a pedir dinero siempre y cuando Tú me
lleves hasta Kien-ou‖. Después de orar así, me sentí en paz.

Estaba parado en la proa del barco y, antes que este tocara el puerto de Shui-
Kou, una pequeña embarcación se acercó y el conductor del barco me preguntó:
―Señor, ¿va usted a Nan-Ping o a Kien-ou?‖. Le respondí: ―A Kien-ou‖. Él me
dijo: ―Yo lo llevaré allí‖. Le pregunté cuánto iría a costar el pasaje y él me
respondió: ―Setenta monedas de diez centavos‖. Cuando escuché esto, supe que
era el Señor quien me abría el camino. Acepté ir con él, y el barquero llevó mi
equipaje a su barco. El costo normal de un pasaje a Kien-ou era setenta u
ochenta dólares. Le pregunté al barquero: ―¿Por qué me deja que viaje en su
barco por tan poco dinero?‖. Él replicó: ―El pasaje es muy barato porque este
bote ha sido alquilado por un funcionario del condado. Él ocupa la cabina de
adelante y me ha dado permiso para llevar otro pasajero, de tal modo que yo
pueda ganar algún dinero adicional para mi comida durante el viaje‖. Recuerdo
aquel día con toda nitidez; recuerdo que compré algunas verduras y un poco de
carne con el poco dinero que me quedaba y llegué hasta Kien-ou a salvo.

Cuando llegó el tiempo en que debía partir de Kien-ou, tuve que enfrentar
nuevamente otro dilema. Me quedaban apenas doce monedas de diez centavos.
Después de haber gastado cerca de un dólar en algunas compras, me quedaban
apenas veinte centavos. Seguí orando a medida que se acercaba el fin de la
conferencia. Un día el señor Philips, uno de los famosos ―Siete de Cambridge‖,
me invitó a comer. Él me dijo: ―Señor Nee, hemos sido muy ayudados por su
visita. ¿Sería correcto que yo cubriera los gastos de su viaje de retorno?‖.
Cuando escuché esto, me sentí muy contento, pero sentí que no era propio que
aceptara tal ofrenda. Le respondí: ―Alguien ya ha cubierto tales gastos‖. Cuando
él escuchó esto, dijo: ―Lamento oír tal cosa‖, y no volvió a mencionar el asunto.
Cuando regresé a casa, me lamenté mucho por haber declinado aquel
ofrecimiento. Pero cuando oré, internamente sentí paz.

Esperé otro día más. Al tercer día, mientras me preparaba para partir, tenía
apenas veinte centavos en mi bolsillo. Esto no era suficiente para comprar el
pasaje. Verdaderamente me encontraba en un dilema. El papá del hermano
Weigh y su familia habían venido para despedirme. Mi equipaje ya había sido
llevado por el maletero y el hermano Weigh estaba andando conmigo. Yo oré:
―Señor, Tú me has traído a Kien-ou. Tú tienes que llevarme de regreso a casa.
Esta es Tu responsabilidad, y no se la puedes dar a otro. Si he cometido algún
error, estoy dispuesto a confesarlo, pero no creo haber hecho nada errado‖.
Continuamente repetía: ―Esta es Tu responsabilidad, porque Tú me has dicho:
Dad, y se os dará. A medio camino del muelle, llegó una persona enviada por el
señor Philips, la cual me entregó un sobre. Al abrir el sobre, encontré una nota
del señor Philips que decía: ―Sé que alguien ha cubierto sus gastos de viaje. Pero
Dios ha puesto en mi corazón que debo compartir los gastos de su viaje. Por
favor, permita que un hermano anciano como yo pueda tener una pequeña
participación en este asunto y acepte esta pequeña suma‖. Tomé el dinero y le
dije al Señor: ―Oh Dios, esto ha llegado justo a tiempo‖. Pagué el precio del
pasaje con ese dinero y todavía recuerdo que cuando regresé a casa, me quedó
suficiente dinero como para imprimir otra edición de la revista El testimonio
actual.

A mi regreso, busqué al colaborador a quien había dado mi dinero. En cuanto


entré en su casa, su esposa me preguntó: ―Hermano Nee, cuando usted partió de
Fuzhou, ¿por qué le dio a mi esposo veinte dólares? ¿Por qué se alejó de
inmediato después de haber entregado el dinero?‖. Yo le respondí: ―Por una sola
razón: Yo estuve orando todo ese día y el Señor me dijo que se lo diera a él.
Cuando salí de mi casa y me lo encontré en el camino, simplemente le entregué
el dinero‖. Ella me contó: ―Aquella noche solamente teníamos lo necesario para
una última comida. Cuando recibimos su dinero, compramos una carga de arroz
y muchas libras de leña. El Señor no nos volvió a proveer más dinero hasta hace
algunos días. En aquella ocasión tuvimos que orar y esperar por tres días‖.
Cuando salí, me fui sin contarles lo que me había pasado a mí. Mientras
descendía por la colina, me dije a mí mismo: ―¡Qué bueno que no guardé los
veinte dólares para mí! Ese dinero hubiese muerto si lo guardaba en mi bolsillo,
pero ahora, por haberlo entregado, ha sido muy útil‖. Levanté mi rostro y le dije
al Señor: ―Por primera vez entiendo Lucas 6:38‖. En ese momento, me consagré
al Señor nuevamente y dije: ―Desde este día en adelante, me dedicaré a dar. No
dejaré que un solo centavo permanezca ocioso en mis manos‖.

Únicamente desearía poder dar más dinero, a fin de que opere más milagros en
manos del Señor y a fin de que las oraciones de otros sean contestadas. No
quiero aferrarme a mi dinero, pues estaría permitiendo que permanezca ocioso
e inútil. No me atrevo a jactarme de mis experiencias en cuanto a dar. Pero
probablemente yo haya dado un poquito más que los demás, y quizás haya
recibido también un poco más que los demás. Pero puedo afirmar esto: en todo
China, difícilmente se encontrará otra persona que haya recibido tanto y dado
tanto como yo. Pueden tomar estas palabras como las palabras de alguien que
―está fuera de sí‖ (2 Co. 11:23). Prefiero dejar que mi dinero opere milagros y se
convierta en respuesta a las oraciones de otros, antes de dejarlo ocioso y que se
haga inútil. Si no puedo utilizar mi dinero hoy, lo entregaré. Cuando tenga una
necesidad, regresará, y cuando regrese, regresará con más de lo que di.

Desde el comienzo, un nuevo creyente tiene que aprender a administrar sus


finanzas. No me gusta contar muchas historias acerca de mí mismo; sin
embargo, tengo que testificar que desde 1923, en China, no me quedo detrás de
nadie en lo que concierne a usar hasta el último centavo. El Señor dijo: ―Dad, y
se os dará‖. Yo estoy aprendiendo esto constantemente. A medida que doy a los
demás, el Señor cubre mis necesidades. Estoy persuadido de esto: que una
persona únicamente recibe si sabe dar. Una y otra vez me ha sucedido que
cuando doy generosamente, el Señor también me da generosamente. No me
importa que la gente crea que soy rico. Es cierto, soy rico, porque siempre estoy
dando. Siempre dejo que mi dinero corra. Mi dinero nunca deja de circular y
cuando regresa a mí, siempre encuentro que se ha multiplicado muchas veces.
Nuestro Dios nunca es tacaño.

V. LA MANERA CRISTIANA
DE ADMINISTRAR LAS FINANZAS

La manera cristiana de administrar el dinero consiste en no aferrarse al dinero.


Cuanto más se aferra uno a su dinero, más este muere. Cuanto más lo aprieten,
más rápidamente desaparecerá; se desvanecerá como el vapor. Pero cuanto más
lo entregamos, más tendremos. Si los hijos de Dios aprenden a dar más, Dios
contará con muchas maneras de operar Sus milagros. Retener el dinero
solamente empobrece a los hijos de Dios. Dios no confía en los que se aferran a
su dinero y no dan. Cuanto más den, más les dará Dios.

A. Sembrar con nuestro dinero

Leamos 2 Corintios 9:6 que dice: ―El que siembra escasamente, también segará
escasamente; y el que siembra con bendiciones, con bendiciones también
segará‖. Este es otro principio bíblico para la administración de las finanzas.
Cuando los cristianos dan, no están tirando el dinero; lo están sembrando. La
Palabra no dice: ―Aquel que tira su dinero escasamente, también segará
escasamente; y el que desperdicie su dinero con bendiciones, con bendiciones
también segará‖, sino que dice: ―El que siembra escasamente, también segará
escasamente; y el que siembra con bendiciones, con bendiciones también
segará‖. Cuando usted da, usted está sembrando. ¿Quiere que su dinero crezca?
Si es así, tiene que sembrarlo. Cuando usted entrega su dinero, este crece.
Cuando usted no lo entrega, no crece.

Hermanos y hermanas, ¿podría alguno ser tan necio como para esperar una
cosecha sin haber sembrado? ¿Cuántas veces ha dejado Dios de contestar sus
oraciones y satisfacer sus necesidades? Eres ―hombre duro‖, que siegas donde
no sembraste y recoges donde no aventaste. Esto es imposible. ¿Por qué no
siembra algo de su dinero? Hay muchos hermanos y hermanas que se
encuentran en dificultades. ¿Por qué no siembra en ellos a fin de cosechar
cuando llegue el tiempo de la siega? Cuanto más se aferra uno a su dinero,
menos tendrá. En el pasaje bíblico citado al comienzo del párrafo anterior,
podemos ver un cuadro muy hermoso. Los corintios ofrendaron para los
hermanos en Jerusalén, teniendo en cuenta las necesidades de ellos, y Pablo les
dijo que esto era sembrar; no era tirar el dinero. Por favor no se olviden que el
dinero puede ser una semilla en nuestras manos. Si usted se percata que un
hermano o hermana se encuentra en necesidad y usted lo tiene en cuenta, Dios
hará que ese dinero que usted dio se multiplique y usted podrá cosechar treinta,
sesenta, incluso hasta cien veces más. Espero que más de vuestro dinero sea
sembrado.

Un nuevo creyente debe aprender a sembrar de tal manera que cuando padezca
necesidad, pueda cosechar lo que ha sembrado. Ustedes no pueden cosechar
aquello que no sembraron. Hay muchos hermanos que cada vez son más pobres.
Si usted se come todo lo que tiene, por supuesto no tendrá ningún excedente,
pero si usted dedica la mitad de sus semillas para sembrar, tendrá una nueva
cosecha el año siguiente. Si al año siguiente usted vuelve a utilizar la mitad de
sus semillas para sembrar, nuevamente tendrá una nueva cosecha el siguiente
año. Si queremos sembrar, no podemos consumir todo lo que tenemos. Hay
algunos que siempre están comiendo y nunca siembran. Tales personas
tampoco reciben nada cuando enfrentan alguna necesidad. Supongan que
algunos nuevos creyentes siembran algún dinero al entregarlo a otros
hermanos, y que al hacerlo oran diciendo: ―Oh Dios, he sembrado en otros
hermanos. Cuando padezca necesidad, quiero cosechar‖. Si ellos hacen esto,
ciertamente Dios honrará Sus propias palabras.

B. Ofrendar a Dios

Esto no es todo. En el Antiguo Testamento, Dios les dijo a los israelitas: ―Traed
todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en
esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y
derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde‖ (Mal. 3:10). Aquí
vemos el mismo principio.

En aquel tiempo, los israelitas se encontraban sufriendo extrema pobreza y


grandes dificultades. ¿Cómo podrían haber cumplido las palabras de Malaquías
3:10? Los israelitas quizás hayan preguntado: ¿Si no podemos sobrevivir con
diez cargas de arroz, cómo podremos con nueve? ¿Si diez sacos de harina no son
suficientes, cómo es que nueve sacos habrán de ser suficientes?‖. Estas palabras
corresponden a labios carnales y necios. Dios reprendió al pueblo y le dijo que lo
que era imposible para el hombre era posible para Dios. Era como si les dijera:
―Traed a mi despensa y probadme, si no os abriré las ventanas de los cielos y
derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde‖.

Mientras diez cargas son la causa de nuestra pobreza, nueve se convierten en la


causa de nuestra abundancia. Los hombres suelen pensar que cuanto más
tienen en sus manos, en mejor situación se encontrarán. Sin embargo, mantener
las cosas en nuestras manos es causa de pobreza, mientras que entregarlas como
ofrenda a Dios es causa de bendición. Si yo retengo en mis manos una carga
adicional, esta se convertirá en mi maldición, pero si es puesta en la despensa
divina, se convertirá en bendición para mí. El principio que regía a los israelitas
consistía en que la pobreza afligía a quienes procuraban retener para sí lo que le
correspondía a Dios. Cuando ustedes retienen algo, acabarán en pobreza.

C. Repartir el dinero

Ahora leamos Proverbios 11:24: ―Hay quien reparte, y le es añadido más; / Y


quien retiene de lo que es justo sólo para vivir a menos‖. Mucha gente no
reparte y se queda sin nada. Mucha gente reparte y prospera. Esto es lo que la
Palabra de Dios nos muestra. En esto consiste el principio cristiano que rige la
administración de nuestras finanzas.

D. Debemos entregárselo todo a Dios

Consideremos otro maravilloso pasaje bíblico: la oración que elevó Elías en el


monte Carmelo suplicando lluvias (1 R. 18). Había entonces una sequía tan
intensa que hasta el rey y sus edecanes tenían que salir en busca de agua.
Mientras Elías se encontraba reparando el altar erigido en el monte, en el cual
quería ofrecer sacrificio a Jehová, él pidió a los hombres que derramaran agua
sobre el altar y sobre el sacrificio.

¡Cuán valiosa era el agua en esos días! Incluso el rey tenía que salir a buscar
agua, pero Elías instó a los hombres a derramar agua. Les dijo que derramaran
agua tres veces sobre el altar, hasta que corriera agua como un río alrededor del
altar. ¿Acaso no era un desperdicio derramar tanta agua antes que vinieran las
lluvias? ¿No hubiese sido lamentable que no viniera la lluvia después de haber
derramado tanta agua? Pero Elías les dijo que derramaran jarras de agua.
Enseguida, se arrodilló y le rogó a Dios que enviara fuego para consumir el
sacrificio. Dios escuchó su oración y recibió el sacrificio por medio del fuego, y
después envió la lluvia. Nosotros, asimismo, primero debemos derramar el agua
antes que venga la lluvia. La lluvia no vendrá si somos renuentes a derramar el
agua.

El problema que tiene mucha gente es que se aferra a lo que tiene y, aun así,
espera que Dios conteste sus oraciones. Si bien Dios deseaba acabar con la
sequía, el hombre debía primero derramar el agua. La mentalidad humana es
siempre proveerse de alguna segunda alternativa. En caso de que no venga la
lluvia, por lo menos tendrían algunas jarras de agua. Pero aquellos que están
contando las jarras que poseen, jamás verán la lluvia. Para recibir las lluvias,
uno tiene que ser como Elías, dispuesto a deshacerse del agua que posee.
Tenemos que entregarlo todo. Si los nuevos creyentes no son librados del poder
y la influencia del dinero, la iglesia jamás podrá avanzar sin zigzaguear. Espero
que ustedes sean personas consagradas al Señor y que habrán de entregar todo
lo que tienen a Dios.

E. La promesa de provisión

Filipenses 4:19 es un versículo muy especial. Los corintios eran muy


parsimoniosos en cuanto a dar, mientras que los filipenses eran muy generosos.
Pablo recibió de los filipenses una y otra vez. Él le dijo a los filipenses: ―Mi Dios,
pues, suplirá todo lo que os falta conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo
Jesús‖. ¿Ven algo especial en este versículo? Pablo recalcó: ―MiDios, pues,
suplirá todo lo que os falta‖. El Dios que recibe el dinero y las ofrendas, habrá de
suplir para las necesidades de los que dan.

Esto está muy claro. Los filipenses habían estado cubriendo las necesidades de
Pablo una y otra vez, y el Dios de Pablo había provisto para sus necesidades.
Dios jamás proveerá para aquellos que no dan. Hoy en día, son muchos los que
se apoyan en Filipenses 4:19, pero sin entenderlo verdaderamente, porque Dios
no da a quienes le piden, sino a quienes dan. Únicamente ellos pueden reclamar
para sí Filipenses 4:19. Aquellos que no dan, no pueden reclamar para sí esta
promesa. Ustedes tienen que dar antes de poder decir: ―Oh Dios, hoy provee
para todas mis necesidades conforme a Tus riquezas en Cristo Jesús‖. Dios
proveyó únicamente para todas las necesidades de los filipenses. Dios
únicamente proveerá para las necesidades de aquellos cuya práctica se rige por
el principio de dar.

Cuando vuestra tinaja casi no tenga harina y vuestras vasijas estén vacías y sin
aceite, les ruego que no se olviden que primero tienen que hacer el pan para
Elías con lo poco que les haya quedado. Primero, tienen que alimentar al siervo
de Dios. Primero tomen un poco de aceite y harina, y hagan pan para el profeta.
Después de breve tiempo, este poco de harina y aceite servirá para alimentarlos
por tres años y medio. ¿Quién ha oído jamás que una persona pudo alimentarse
con la misma botella de aceite durante tres años y medio? Pero permitan que les
diga, si ustedes toman un poco de harina y aceite, y hacen pan para el profeta,
verán que aquella botella de aceite los alimentará por tres años y medio (cfr. Lc.
4:25-26; 1 R. 17:8-16). Lo que uno tiene, tal vez no le alcance ni para una
comida, pero cuando lo entregamos, se convierte en el medio por el cual somos
sustentados. Esta es la manera cristiana de administrar las finanzas.

VI. DEBEMOS SOLTAR NUESTRO DINERO

Tanto el Nuevo Testamento como el Antiguo Testamento nos enseña lo mismo.


La manera cristiana de administrar nuestras finanzas no debiera conducirnos a
la miseria. Dios no quiere que seamos pobres. Si hay pobreza entre nosotros, se
debe a que algunos están reteniendo su dinero. Cuanto más se amen a sí
mismos, más hambre padecerán; y cuanto más importancia le atribuyan al
dinero, más pobre serán. Quizás yo no pueda testificar con respecto a otros
asuntos, pero ciertamente puedo testificar acerca de esto. Cuanto más uno
retiene su dinero, más pobreza y carencia padecerá. Este es un principio cierto.
Durante los últimos veinte años, he visto muchos casos semejantes. Únicamente
deseo que podamos soltar nuestro dinero y permitirle que circule libremente
alrededor de toda la tierra, a fin de que este opere y pueda ser usado por Dios
para realizar milagros y responder a las oraciones de los santos. Entonces,
cuando tengamos alguna necesidad, Dios nos proveerá.

No solamente nosotros estamos en las manos de Dios, sino que Satanás mismo
está en Sus manos. Suya es toda bestia del bosque y los millares de animales en
los collados. Solamente los necios piensan que ellos han ganado el dinero que
poseen. Un nuevo creyente debe comprender que diezmar es su obligación.
Debemos dar de nuestras ganancias a fin de atender a las necesidades de los
santos más pobres. No sean tan necios como para recibir todo el tiempo. No
traten de acumular su dinero o esconderlo. La manera de actuar de los
cristianos es dar. Siempre dé lo que tenga y descubrirá que el dinero se
convierte en un factor de vida en la iglesia. Cuando usted tenga alguna
necesidad, las aves del campo trabajarán para usted, y Dios hará milagros a su
favor.

Confíe con todo su ser en la Palabra de Dios. De otro modo, Dios no podrá
realizar Su palabra en usted. Primero, entréguese usted mismo a Dios y luego dé
su dinero una y otra vez. Si usted hace esto, Dios tendrá la oportunidad de darle
a usted.

CAPÍTULO VEINTINUEVE

NUESTRA OCUPACIÓN

Lectura bíblica: 2 Ts. 3:10-12

La ocupación a la que se dedique un cristiano, reviste especial importancia. Si


este elige la ocupación equivocada, no podrá avanzar de manera positiva. Un
cristiano tiene que darle la debida atención al asunto de elegir su ocupación.

I. LAS OCUPACIONES QUE DIOS DISPUSO


PARA EL HOMBRE SEGÚN LAS ESCRITURAS

A. En la era del Antiguo Testamento


Después que Dios creó al hombre, Él proveyó una ocupación para él. Dios les
asignó a Adán y a Eva la tarea de cuidar y mantener el huerto. Así pues, aun la
ocupación existió antes que el hombre pecara. En el principio, la ocupación a la
que estaban dedicados Adán y Eva era la de horticultores, pues ellos cuidaban y
mantenían el huerto de Edén, el huerto que Dios había creado.

Después que Adán y Eva pecaron, la tierra dejó de servirlos. Ellos se vieron
obligados a labrar la tierra y obtener su alimento con el sudor de sus rostros
(Gn. 3:17-19). Esto nos muestra claramente que después que el hombre cayó, la
ocupación que Dios dispuso para él fue la de agricultor, de uno que labraba la
tierra. El hombre todavía tiene que arar la tierra con el sudor de su rostro a fin
de lograr que la tierra produzca alimentos para él. Hasta el día de hoy, los
agricultores siguen siendo los más honestos entre los hombres. En el principio,
Dios dispuso que el hombre labrara la tierra.

En el cuarto capítulo de Génesis se nos dice que Caín cultivaba la tierra mientras
que Abel cuidaba ovejas. Aquí, se introduce la crianza del ganado ovino. Esto
nos muestra que otra ocupación aceptable para Dios es la ganadería.

Después de esto, cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la


tierra, surgieron diversas clases de artesanos. Hubo herreros, fabricantes de
instrumentos musicales y artífices de bronce y metal (4:21-22). Para el tiempo
de la torre de Babel, ya había albañiles y carpinteros (11:3-4) (aunque edificar la
torre de Babel fue un acto incorrecto, esto sin embargo indica que los hombres
estaban aprendiendo a construir; por tanto, trabajar en bronce, herrería,
fabricación de instrumentos musicales y los oficios en general son ocupaciones
apropiadas).

En Génesis 12, Dios eligió a Abraham, quien estaba dedicado a la ganadería y


poseía mucho ganado vacuno y lanar. Jacob también tenía rebaños de ganado
vacuno y ovino. Esto nos muestra que su principal ocupación consistía en criar
animales.

Cuando los israelitas estuvieron en Egipto, trabajaron como obreros, fabricando


ladrillos para Faraón. Pero después que salieron de Egipto, Dios les prometió
que los llevaría a una tierra que fluye leche y la miel. En la leche y la miel,
podemos distinguir dos ocupaciones: la ganadería y la agricultura. Sabemos que
los racimos de uva que aquella tierra daba, requerían de dos personas para
transportarlas. Esto demuestra que ya se practicaba la agricultura. Dios dijo que
si los israelitas le desobedecían y adoraban a los ídolos, Él haría que los cielos
fuesen como bronce y la tierra como hierro para ellos; es decir, los cielos y la
tierra dejarían de rendirle su cooperación a los israelitas. Esto muestra
claramente que las ocupaciones que se desempeñaban en la tierra prometida de
Canaán, consistían en el cultivo de la tierra y la crianza de ganado. Estas eran las
ocupaciones en el Antiguo Testamento.

B. En la era
del Nuevo Testamento

Las parábolas del Señor Jesús en el Evangelio de Mateo nos muestran que en la
época del Nuevo Testamento una de las ocupaciones básicas era dedicarse a la
agricultura. Por ejemplo, en el capítulo 13 se nos relata la parábola del
sembrador, y en el capítulo 20 la parábola de la vid. Lucas 17 habla del esclavo
que regresa de haber arado la tierra o cuidado el ganado en los campos. En Juan
10, el Señor dijo que el buen Pastor dio su vida por las ovejas. Por tanto, la
crianza de ganado y la agricultura son las ocupaciones básicas que Dios dispuso
para los hombres.

El Señor llamó a los doce apóstoles, la mayoría de los cuales eran pescadores. A
quien había sido recaudador de impuestos, el Señor le dijo expresamente que
abandonara tal oficio. Pero con los pescadores, fue como si el Señor les dijese:
―Una vez fueron pescadores, pero de ahora en adelante, Yo los haré pescadores
de hombres‖. Esto nos muestra que la pesca es otra ocupación aceptable.

Lucas era médico y Pablo fabricaba tiendas. Fabricar tiendas difiere de la pesca.
Al fabricar tiendas, la mano de obra es agregada al costo del material. Al cultivar
la tierra, generamos directamente el producto final. Al fabricar telas,
vestimentas o tiendas; el precio de nuestra labor es añadido a los materiales
brutos para manufacturar el producto final.

En base tanto al Antiguo Testamento como al Nuevo Testamento, lo único que


puedo decirles es que Dios ha dispuesto ciertas ocupaciones para el hombre. Los
discípulos del Señor eran agricultores, ganaderos, artífices, pescadores y
fabricantes. Si habían otras ocupaciones, la única que podríamos incluir es la
que corresponde a los ―obreros‖ (no la de los obreros que llevan a cabo la obra
espiritual), porque el Nuevo Testamento dice: ―Digno es el obrero de su salario‖
(1 Ti. 5:18). Un obrero es uno que labora manualmente o que vende su labor. Así
pues, obtener un salario por medio de labores manuales constituye también una
ocupación aceptable en la Biblia.

II. EL PRINCIPIO QUE RIGE


NUESTRA OCUPACIÓN

Basándonos en las ocupaciones aprobadas por Dios que se mencionan en la


Biblia, podemos ver un principio básico: el hombre tiene que recibir o tomar de
la naturaleza, o tiene que ganar su salario a cambio de su tiempo y labor. Estos
son los principios mostrados en la Biblia con respecto a nuestras ocupaciones.
A. Al recibir lo que produce la naturaleza, la abundancia es
incrementada

El sembrador siembra la semilla de trigo en la tierra. Después de algún tiempo,


la tierra produce muchos granos, a razón de cien por uno, sesenta por uno o
treinta por uno (Mt. 13:3, 8). Un grano se convierte en cien, sesenta o treinta
granos. Sembramos una sola semilla en la tierra, pero esta produce muchos
granos. Esto es recibir de la naturaleza. La naturaleza provee ricamente y todos
pueden extraer de ella. Dios hace salir Su sol sobre malos y buenos, y hace llover
sobre justos e injustos (5:45). Esto nos indica claramente que Dios envía tales
cosas con miras a la agricultura. Es la intención de Dios que el hombre obtenga
su suministro de la naturaleza. El mismo principio se aplica a la ganadería. Uno
cría ovejas para que den leche o para que produzcan muchas ovejas. Esto
representa un incremento de la producción. Es algo que la naturaleza nos
suministra; no es algo que adquirimos por otros medios.

En el Nuevo Testamento, vemos que la pesca es una ocupación. La pesca sustrae


su producto de los ríos y los mares. Nuevamente, esto equivale a recibir de la
naturaleza. No empobrecemos a nadie al pescar en ríos y mares, y hasta
podríamos hacernos ricos al sustraer algo de los ríos, y estas riquezas no harían
pobre a nadie. Cuando mi oveja me da seis corderitos, o mi vaca me da dos
terneros, ninguna familia es empobrecida a causa de esto. Cuando cultivo la
tierra, ninguno se queda hambriento ni sufre pérdida porque mi campo haya
producido granos a razón de cien por uno. El principio básico con respecto a las
ocupaciones que Dios aprueba, consiste en obtener ganancias sin que nadie
incurra en pérdidas. Esta es la clase de ocupaciones nobles que Dios dispuso
para los hombres.

B. La manufactura añade valor

El mismo principio se aplica a la fabricación de tiendas que realizaba Pablo. Él


no recibió directamente de la naturaleza. Al pescar, criar ganado y cultivar la
tierra, nosotros recibimos directamente de la naturaleza. Pero Pablo, al
manufacturar, añadía valor a los materiales que había adquirido. Esto
incrementa el valor de los bienes. Un pedazo de tela puede costarme un dólar.
Después que he cortado y cosido ese pedazo de tela para hacer una tienda, tales
materiales pueden valer dos dólares. Así, el valor de la tela ha sido
incrementado y mi salario es equivalente al valor agregado. Nadie fue
empobrecido ni sufrió pérdida porque Pablo hubiese fabricado tiendas. Si hago
que el valor de una tela aumente, es apropiado que yo reciba mi salario, porque
he invertido mis habilidades y mi tiempo en ello. Por tanto, otro de los
principios con respecto a las ocupaciones que Dios aprueba es que ellas añaden
valor a los bienes.
C. Trabajar por un salario

Podemos descubrir otro principio al considerar los obreros, artesanos o médicos


que son contratados. En tales casos, uno gana su dinero y compensaciones por
medio de su labor. Esto no sustrae nada de la naturaleza ni tampoco añade valor
a los materiales, sino que consiste en invertir la labor de uno, o sea, que uno
paga cierto precio para proveer un servicio a fin de percibir ingresos. Así pues, la
recompensa obtenida como resultado de la labor de uno, es aceptable delante de
Dios.

D. Aquello que la Biblia desaprueba: el comercio

Existe una ocupación que la Biblia particularmente desaprueba. Por favor,


presten la atención adecuada a este asunto. Si un nuevo creyente puede elegir su
profesión, espero que no escoja la de comerciante. ¿Por qué? Debemos
considerar este asunto desde una perspectiva más amplia, pues esto,
probablemente, nos mostrará un cuadro más claro. Supongamos que reunimos
cien personas aquí y cada una de ellas tiene un millón de dólares. Si los
reunimos, tendremos cien millones de dólares. Supongamos que soy uno de
ellos y me dedico a hacer comercio entre ellos. Naturalmente, querré obtener
más dinero; querré que mi millón de dólares se convierta en dos millones de
dólares. Olviden por un momento cómo administro mi dinero, ya sea honesta o
deshonestamente. El caso es que después de un mes, tengo dos millones de
dólares. Esto implica que algunos tienen menos dinero. Necesariamente es este
el caso porque solamente hay cien personas, cada una de las cuales tenía un
millón de dólares. Aun si he conducido mi negocio de la manera más honesta
posible, todavía habré causado que alguien pierda dinero al incrementar mis
fondos a dos millones de dólares.

Yo soy cristiano y si usted es cristiano, entonces digamos que también usted es


mi hermano. ¿Acaso se vería bien que gane dinero y me haga más rico por
medio de hacer que usted sea más pobre? Ciertamente no. Aun si usted fuese un
gentil y un pagano no debo hacer eso; yo soy cristiano; yo soy un hijo de Dios y
poseo la correspondiente posición, la condición que es propia de un hijo de
Dios. Los hijos de Dios no deben causar que ningún incrédulo sea empobrecido
cuando ellos aumentan sus fondos. Yo me sentiría muy mal incluso si empleo
medios honestos para ganar el dinero de otro creyente. Y me sentiría igualmente
mal si empleo medios honestos para ganar el dinero de un incrédulo. Esto es lo
que significa involucrarse en el comercio. Usted no puede tomar el dinero del
bolsillo de otros y ponérselo en el suyo propio. No importa cómo lo haga.
Siempre que usted hace que el dinero que estaba en los bolsillos del otro pase a
sus manos, usted está causándole pérdida a los demás. Esto es un hecho.
Por supuesto, ninguna de las ocupaciones básicas que Dios aprueba en la Biblia
conllevan tal problema. Supongamos que yo cultivo la tierra y cosecho cien
cargas de arroz. Esto no hará que las posesiones de otro hermano sean
reducidas de diez a nueve cargas. Es imposible que al hacer esto yo vaya a
causar que las riquezas de mi hermano sean reducidas. Las cien cargas de arroz
que obtenga, no habrán de disminuir en nada lo que otro posea, ni empobrecerá
a nadie. Esto no es ganar dinero, sino incrementar la abundancia de la tierra.
Tenemos que diferenciar completamente entre estas dos clases de actividades:
ganar dinero y hacer que la abundancia sea incrementada son dos actividades
completamente distintas. Dios no desea que Sus hijos ganen dinero
simplemente por ganar dinero. Dios quiere que nuestra ocupación haga que la
abundancia aumente. Este principio básico es bastante claro. Un nuevo creyente
no debe estar pensando en el dinero día y noche. No estén considerando
constantemente cómo ganar dinero. Por favor no se olviden que, en tales casos,
siempre que usted gane dinero, lo hará a costa de que otros hayan perdido
dinero. El principio subyacente en el comercio es que cuando el dinero de uno
aumenta, el dinero de otros disminuye.

III. LAS TRES DISTINTAS CLASES DE OCUPACIONES


ENTRE LAS CUALES DEBEMOS ELEGIR

Aquí, vemos tres diferentes clases de ocupaciones: una es el comercio, la otra es


laborar y la tercera es producir. Según la Biblia, la ocupación más elevada
dispuesta por Dios para el hombre es la de producir. Desde Adán, Dios puso la
mira en ocupaciones que producen, porque la producción contribuye a que
aumente la abundancia de la tierra en lugar de empobrecer a los demás. Por
ejemplo, si crío cien ovejas, y después de ciertos años estas se han convertido en
cuatrocientas ovejas, habré logrado un incremento de trescientas ovejas. Este
incremento no sustrae un solo dólar del bolsillo de ningún hermano o hermana.
No variará la cantidad de dinero que otros tengan en sus casas, ni otros tendrán
menos simplemente porque mi oveja parió cuatro corderitos. Este es el
principio bíblico básico con respecto a las ocupaciones. Yo siempre debo estar
multiplicando la riqueza y siempre debo estar añadiendo a la misma. Quizás yo
llegue a vender mis ovejas y recibir dinero, pero al hacerlo, no habré hecho a
nadie más pobre.

Si un nuevo creyente tiene la oportunidad de elegir su propia ocupación, espero


que vaya a elegir una que genere el aumento de bienes antes que el aumento de
su capital. Es muy egoísta procurar que nuestro dinero aumente sin que
aumenten los bienes. Tenemos que aprender a generar un aumento de los
bienes en la tierra y no un aumento de nuestra riqueza personal. Existe una gran
diferencia entre estas dos.
La fabricación de tiendas por parte de Pablo nos muestra otro principio. Él no
hizo que aumentara la cantidad de algodón, seda u otro textil. Pero debido a que
él cortó, cosió e invirtió su esfuerzo y energía, él le agregó valor al material. De
acuerdo con los eruditos de la Biblia, en aquel entonces las tiendas tenían que
ser teñidas. Por ello, Dean Alford nos dice que cuando Pablo dijo: ―Estas
manos...‖ en Hechos 20:34, él se estaba refiriendo a las manchas inevitables que
eran producidas en sus manos al teñir las tiendas. Al fabricar tiendas, Pablo
hacía que aumentara el valor de los bienes.

Es muy bueno aumentar las riquezas de la tierra. Es muy bueno también


aumentar el valor de los bienes. Supongamos que fabrico una silla de madera.
Esto es bueno, porque al hacerlo, he incrementado el valor de la madera.
Aunque no haya hecho que la abundancia de la naturaleza sea multiplicada, el
mundo cuenta con una silla más, gracias a mí trabajo. Cuando Pablo terminaba
de fabricar una tienda, el mundo contaba con una tienda más. Esto no lo
beneficia a uno a expensas de los demás. Uno puede fabricar una tienda, puede
hacer que unos cuantos metros de tela sin mayor valor se conviertan en una
valiosa tienda. Hacer que un pedazo de tela se convierta en una tienda, aumenta
los bienes de este mundo. Esta es también una ocupación que resulta aceptable
para Dios.

Un nuevo creyente tiene que comprender que hay dos características


determinantes para una ocupación apropiada. Uno tiene que hacer que aumente
la abundancia de la tierra o que aumente el valor de los bienes. De hecho,
cuando alguien fabrica una tienda, también hace que la abundancia de este
mundo sea incrementada. A causa del trabajo que él hace con sus manos, el
número de tiendas en este mundo habrá sido aumentado. Por tanto, también es
correcto decir que esto hace que aumente la abundancia de este mundo. Así
pues, este es el principio básico con respecto a las ocupaciones que Dios dispuso
para el hombre.

IV. DEBEMOS EVITAR QUE NUESTRA OCUPACIÓN


SEA UNA ACTIVIDAD PURAMENTE COMERCIAL

He estudiado un poco de economía. Sé que el comercio es necesario. Pero yo soy


un cristiano, no un economista. Si bien es cierto que el Señor Jesús dijo que
debíamos negociar hasta que Él regresara (Lc. 19:13), este versículo significa
que debemos entregarnos a nuestro trabajo tal como un comerciante se dedica a
su negocio. Sabemos que un comerciante tiene que estar dedicado a su negocio.
Él se involucrará en cualquier cosa, siempre y cuando pueda reportar algún
dinero. Con aquellas palabras, el Señor quería decirnos que debemos
aprovechar toda oportunidad que se nos presente. Nosotros tenemos que
dedicarnos a nuestro trabajo de esa manera.
El comercio comenzó en Tiro y acabará en Babilonia. Esto lo encontramos en
Ezequiel 28 y Apocalipsis 18. Aquel que inventó el comercio es el príncipe de
Tiro. Ezequiel 28 nos indica que el príncipe de Tiro representa a Satanás. ―A
causa de la multitud de tus contrataciones (lit. comercio) fuiste lleno de
iniquidad (lit. violencia), y pecaste‖ (v. 16). Recuerden que el comercio siempre
hace que uno obtenga dinero a expensas de otros y a expensas de disminuir las
riquezas de este mundo. Esta no es la clase de ocupación que Dios desea para
nosotros. Esta es la clase de ocupación que pertenece a Satanás. El principio
subyacente de tal ocupación es erróneo.

El principio que rige el comercio es el de incrementar el dinero en el bolsillo de


uno, por medio de disminuir el dinero en el bolsillo de otros. Una vez que la idea
de ganar dinero se apodera de la mente de una persona, el resultado es muy
sencillo: uno ganará más dinero mientras que otros tendrán menos. Una vez que
el dinero de uno aumenta, otros tienen que perder el suyo. Supongamos que en
todo el mundo sólo hubiera veinte billones de dólares; ya sea que usted sea rico
o pobre, la cantidad total de dinero en el mundo es limitada. Para que mi dinero
aumente, tengo que tomar el de los demás. Esta es una actividad exclusivamente
comercial. No estoy diciendo que después de haber atrapado muchos peces uno
no pueda vender los pescados. Tampoco estoy diciendo que después de haber
cosechado nuestros cultivos, de haberse reproducido nuestros corderos o haber
fabricado una tienda, no podamos vender tales productos. Lo que estoy diciendo
es que fabricar tiendas, criar ovejas, cosechar cultivos y pescar no son
actividades puramente comerciales. Tales ocupaciones intercambian lo
producido por dinero; así pues, los beneficios obtenidos se derivan de la
naturaleza. Es la naturaleza la que me da de su abundancia y no es que yo me
haga rico por medio de empobrecer a otros.

Los cristianos no deben tratar de ganar el dinero de otros. Jamás deben abrigar
ningún pensamiento que tenga que ver con aprovecharse de otros. Por ser hijos
de Dios, nuestras normas de conducta son muy elevadas. No se ve bien que
nosotros tratemos de acumular el dinero del mundo. Supongamos que el
presidente de una nación extranjera visita la ciudad de Kuling y se encuentra
con un nativo enfermo de malaria. Si entonces el dignatario procurase venderle
pastillas de quinina diciéndole: ―Compré estas píldoras a cinco dólares cada
una. Ahora, te las vendo a seis cada una‖. ¿Qué clase de historias produciría esta
acción? Ciertamente, no corresponde a la condición del presidente de una
nación el tratar de ganar un dólar de un culi. Ver que un cristiano se aprovecha
de otra persona es mucho peor que ver al presidente de una nación
aprovecharse de un culi. Los cristianos pertenecemos a una posición diferente.
Nosotros no podemos ganar dinero de otros.
Los cristianos somos personas nobles; tenemos nuestra dignidad, nuestra
propia posición y nuestros principios. Es una vergüenza que ganemos el dinero
de otros. No podemos aumentar nuestra riqueza de este modo. Yo preferiría ser
un campesino que se dedica a arar la tierra y a sembrar; esto es mucho más
glorioso que obtener dinero de los demás. Dios ha dispuesto que la naturaleza
trabaje para nosotros, y nosotros seremos personas mucho más nobles si no
tratamos de ganar dinero de los demás. Los cristianos deben tener en mente que
jamás ganarán dinero a expensas de otro ser humano.

Cualquier ocupación que aumenta la cantidad y el valor de los bienes es


aceptable para Dios, pero actividades puramente comerciales, no son aceptables
para Dios. Por favor, presten mucha atención al capítulo 28 de Ezequiel. El
principio que está escondido al procurar el engrandecimiento por medio del
comercio, comenzó con el príncipe de Tiro. Dios lo reprendió diciéndole: ―A
causa de la multitud de tus mercaderías te han llenado con violencia (lit.)‖. En
Apocalipsis 18 el mundo ha llegado a su fin, y el reino está a punto de comenzar.
Allí vemos que Babilonia es juzgada. El comercio habrá de continuar a lo largo
de la historia hasta que a Babilonia le llegue su fin. Todos los mercaderes de la
tierra lloran y se lamentan por lo que le ha sucedido a Babilonia. Allí también
vemos todos los bienes de la tierra; el primero es el oro y el último son las almas
de los hombres. Todo está dispuesto para la compra y venta, desde el oro hasta
el alma de los hombres. El hombre siempre piensa en ganar mucho dinero y
hacerse rico. Pero hermanos y hermanas, nosotros debemos huir de tan baja
ocupación.

V. LAS ACTIVIDADES PURAMENTE COMERCIALES DIFIEREN DE


LAS PRODUCTIVAS

Espero que ustedes sepan distinguir entre aquellas actividades que son
puramente comerciales y las actividades productivas. El trigo, el ganado, las
ovejas, las tiendas y los pescados pueden ser vendidos. No nos referimos a esta
clase de comercio. Lo que el mundo llama comercio consiste en que hoy yo
compro cien sacos de harina de otra persona y los guardo hasta que suba de
precio, y entonces los vendo. O compro cincuenta latas de aceite y las almaceno
hasta que el precio suba para entonces venderlas. Ni el trigo ni el aceite
aumentaron por causa mía. No hice que hubiera más aceite ni más trigo; sólo
conseguí que mi dinero aumentara. No aumenté los bienes de este mundo; sin
embargo, mi riqueza aumentó. Esto es vergonzoso. Esto es algo que los
creyentes deberían procurar evitar a cualquier precio.

Es correcto comprar y vender lo que hemos producido, a fin de seguir


produciendo más, pero es incorrecto comprar y vender por el mero hecho de
comprar y vender. Es correcto que un hermano venda los productos de su
granja, pero es incorrecto que ese mismo hermano compre arroz para venderlo
nuevamente. Aunque ambos están vendiendo, los principios que rigen en cada
caso son completamente distintos. Si un hermano compra diez tiendas y las
revende, ciertamente no está dedicado a la misma ocupación que Pablo tuvo.
Ambos son completamente diferentes. Si usted trabaja en algo y luego vende
aquello que trabajó, esto es algo que Dios bendice. Pero si usted compra algo y
luego lo vende, abrigando en su corazón la esperanza de que va a ganar dinero
en el proceso, entonces se está involucrando en la más baja de las ocupaciones,
no solamente desde el punto de vista de un cristiano, sino también desde el
punto de vista de cualquier gentil.

Ningún hermano dedicado a una actividad exclusivamente comercial debe ser


designado como hermano responsable, puesto que tal persona jamás podrá ser
completamente libre de la influencia del dinero. Nuestra senda se hace cada vez
más y más clara. Los hijos de Dios tienen que ser completamente liberados de la
influencia de las riquezas. Esta es la única manera en que ellos pueden servir a
Dios y es el único modo en que la iglesia puede avanzar.

VI. LAS OCUPACIONES QUE AGRADAN A DIOS

Tanto los que se dedican a la crianza de ganado así como a la agricultura,


pueden ser considerados productores. Los mercaderes pertenecen a una
categoría distinta. Existe aún una tercera categoría que se encuentra entre estas
dos clases de personas. Ellos son trabajadores; como los médicos y los
profesores, que trabajan sirviéndose de sus habilidades. Estas también son
buenas ocupaciones de acuerdo a la Biblia. Si bien ellos no están produciendo
nada, tampoco están extorsionando nada de los demás. Si bien ellos no reciben
nada de la naturaleza, tampoco están sustrayéndole nada a las personas. Ellos se
sostienen por medio de aportar su propia contribución de tiempo, energía y
capacidad mental. El obrero es digno de su salario. Esta es una ocupación
bíblica que es aceptable para Dios. Podemos afirmar que la ocupación más noble
y elevada es aquella que produce. La segunda clase de ocupación más elevada es
aquella que labora utilizando ciertas habilidades y que recibe compensación por
haber aportado ya sea su capacidad física o intelectual.

El productor toma de la naturaleza y no recibe nada de los hombres. El obrero


no toma nada de la naturaleza, pero tampoco recibe nada de los hombres. El
mercader no toma nada de la naturaleza y toma de los hombres. Se trata, pues,
de tres clases distintas de ocupaciones. El productor toma algo de la naturaleza
sin tomar nada de los hombres. Esta es la ocupación más elevada en la Biblia. El
obrero invierte su energía, ya sea física o mental. Esta persona invierte su
tiempo y energía para ganar lo que le corresponde; ella no hace que los demás
sean empobrecidos. Otros le pagan por el servicio que ella les presta, y el interés
de ambas partes es mutuamente complementario. Esta es una ocupación
aceptable para Dios. El mercader cuyo negocio es una actividad puramente
comercial, no recibe nada de la naturaleza, pero recibe algo de los hombres. Su
única motivación es ganar dinero. Esta es la más baja de las ocupaciones, según
la Biblia.

Hoy en día, el camino es bastante claro y el principio que rige también es


bastante claro. Esperamos que todos los hermanos procurarán que se produzca
un cambio en cuanto a sus ocupaciones.

VII. LA MANERA DE PROSEGUIR

No quisiera ver que ninguno de ustedes tome un camino exagerado. Al


encontrarse con personas que se ocupan en actividades puramente comerciales,
no las condenen de inmediato. Ellos no tuvieron la oportunidad de elegir sus
ocupaciones. Yo conocí a un hermano que era bastante puro cuando se graduó
de la escuela, pero después que se involucró en los negocios, su corazón fue
gradualmente corrompido. Él procuraba ganar dinero día y noche. Si usted
quería que él le comprara algo, él procuraba ganar algún dinero en el proceso. Él
siempre estaba procurando ganar dinero a costa de otros. Esto es muy pobre.
Estoy convencido que una persona que se comporta de esa manera, ha sido
corrompida en su corazón. Espero que cualquiera que pueda elegir su
ocupación, no elija dedicarse a una actividad puramente comercial. Tenemos
que abrir los ojos de aquellos que ya están dedicados a tales actividades y
ayudarles a cambiar. No los avergüencen, pero al menos muéstrenles el camino
claramente.

Las actividades puramente comerciales jamás podrán ser buenas. Esperamos


que de aquí a diez o veinte años, será una tradición entre nosotros que ninguno
de nosotros se dedique a una actividad puramente comercial. Espero que, en el
futuro, todos los hermanos y hermanas entre nosotros fomenten el hábito de
rehuir cualquier actividad puramente comercial. Como hijos de Dios, debemos
preferir ser maestros o trabajadores manuales antes que dedicarnos a
actividades puramente comerciales. Hemos de arar la tierra y cosechar el trigo,
la cebada o el arroz, y luego vender lo cosechado. Podemos criar los corderitos
producidos por nuestras ovejas y después venderlas. Nuestras gallinas pondrán
huevos, los cuales venderemos. Nuestras vacas darán leche, la cual después
venderemos. Fabricaremos telas para luego venderlas. Nosotros podemos hacer
todas estas cosas. Cuanto más trabajemos y produzcamos, más seremos
bendecidos por Dios. Lo peor que nos podría suceder es que nuestros hermanos
y hermanas simplemente ganen mucho dinero. Nada podría ser peor que esto.
Hoy en día, los hermanos y hermanas que se reúnen con nosotros son los más
pobres en comparación con los que se reúnen en las denominaciones. Si no
somos cuidadosos, podríamos llegar a ser los más ricos. Debido a que somos
más honestos, diligentes y frugales que los demás, y debido a que no mentimos,
ni fumamos, ni bebemos, ni vivimos en mansiones, es posible que en breve,
todos los hermanos y hermanas lleguen a ser muy ricos. En cierta ocasión, poco
antes de morir, John Wesley dijo: ―Estoy preocupado por aquellos que se
reúnen con nosotros en la asamblea metodista. Son personas honestas,
diligentes y frugales. Pronto se convertirán en la gente más rica del mundo‖.
Tales palabras se han hecho realidad hoy en día. Los metodistas están entre las
personas más ricas del mundo, pero como resultado de ello, su testimonio se ha
perdido.

Espero que todos los nuevos creyentes ganen su sustento por medio de su
propio trabajo. Espero que ninguno de ellos gane dinero por medio de tomar
con una mano y quitar con la otra. El principio que nos rige debe consistir en
hacer que aumente la abundancia de la tierra y no el dinero del mundo. Si
hacemos esto, el dinero que recibamos será limpio, y cuando se lo entreguemos
a Dios, será aceptable delante de Él. Así, cada uno de nuestros dólares acabará
en buen lugar. Supongamos que un hermano confecciona una canasta, la vende
y luego ofrenda ese dinero al Señor. Esto es mucho mejor que otro hermano que
compra diez canastas, las vende y luego ofrenda sus ganancias al Señor. La
cantidad de dinero ofrecida puede ser la misma, pero la naturaleza del dinero
ofrecido es muy distinta. Espero que muchos hermanos y hermanas vean este
principio. Nosotros tenemos que laborar con nuestras manos o producir algo.
Ambas actividades están de acuerdo con los principios apropiados. Yo no puedo
prohibir a nadie que se involucre en negocios que son puramente comerciales,
pero sí quisiera aconsejar a todos que se esfuercen al máximo por evitar
actividades que sean exclusivamente comerciales. Esta clase de ocupación
siempre oprimirá a un cristiano. Esperamos que los nuevos creyentes entre
nosotros puedan complacer al Señor al elegir sus ocupaciones.

CAPÍTULO TREINTA

EL MATRIMONIO

A fin de ser un buen cristiano, uno tiene que resolver de forma completa todos
los asuntos fundamentales. Si existe algún problema básico que todavía no haya
sido resuelto debidamente, ya sea que se trate de la familia o de la ocupación,
llegará el momento en que los problemas regresarán. Mientras haya algún
asunto que no haya sido resuelto, un cristiano no podrá seguir una senda recta
delante del Señor.
Hoy abordaremos el tema del matrimonio, y lo vamos a examinar desde varios
ángulos. Un nuevo creyente debe saber qué es lo que la Palabra de Dios dice
acerca del matrimonio.

I. EL MATRIMONIO ES SANTO

Lo primero que debemos abordar con respecto al matrimonio es lo relacionado


al sexo. Debemos tener bien en claro que los seres humanos tienen conciencia
del sexo de la misma manera que tienen conciencia del hambre. Así como el
hambre es una exigencia natural del cuerpo humano, el sexo es también una
exigencia natural de nuestro cuerpo. Sentir hambre es natural; no es pecado.
Pero robar alimentos constituye pecado; eso no es natural. De la misma manera,
tener conciencia del sexo es algo natural y no constituye pecado. Pero si una
persona se vale de medios impropios para satisfacer tal apetito, cae en pecado.

El matrimonio fue ordenado e iniciado por Dios; por tanto, tener conciencia del
sexo también fue dado por Dios. El matrimonio no es algo que fue instituido
después que el hombre cayó, sino que ya existía antes que el hombre pecara. No
fue instituido después del capítulo 3 de Génesis, sino que Dios lo instituyó en el
capítulo 2. Por tanto, el tener conciencia del sexo vino a existir antes y no
después que el pecado entrara en el mundo. En definitiva, nadie peca por tener
consciencia del sexo. Tal conciencia no incluye en sí mismo ningún elemento
pecaminoso. Por el contrario, se trata de una conciencia que Dios mismo creó.

Los nuevos creyentes deben entender esto claramente. En el curso de mi vida y


mis servicios cristianos durante los últimos treinta años, he tenido la
oportunidad de conocer a muchos hermanos y hermanas jóvenes. Muchos de
ellos sufrían conflictos internos con respecto al matrimonio. Ellos se sentían
innecesariamente condenados por su conciencia, debido a que ignoraban tanto
lo que Dios ha dispuesto como lo que dice la Palabra de Dios. Ellos sentían el
deseo y la necesidad de casarse, pero pensaban que esto era pecado. Algunos
hermanos han llegado a dudar seriamente de la operación de Dios en sus vidas,
únicamente debido al hecho de estar conscientes del sexo. Es un pensamiento
pagano tratar el sexo como algo pecaminoso en sí mismo. Tenemos que
entender claramente la Palabra de Dios. De la misma manera que no constituye
pecado que un hombre tenga hambre, la necesidad sexual no es pecaminosa; es
un deseo natural.

Hebreos 13:4 nos dice: ―Honroso sea entre todos el matrimonio‖. El matrimonio
no sólo es honroso sino incluso santo. Dios considera el sexo no solamente
natural, sino también santo.
El Dr. Meyer, un colaborador de D. L. Moody, escribió muchos y muy buenos
libros para la edificación de los cristianos. Él dijo en cierta ocasión:
―Únicamente la más inmunda de las mentes podría considerar el sexo como algo
inmundo‖. Me parece que está bien dicho. El hombre asocia ideas inmundas con
el sexo, debido a que él mismo es inmundo. Para los puros, todas las cosas son
puras. Mas para los contaminados todo es contaminado, pues su mente y
conciencia están contaminados. Debemos darnos cuenta de que el matrimonio
es limpio. Una relación sexual como fue ordenada por Dios es santa, limpia e
incontaminada.

En 1 Timoteo 4:1-3 Pablo nos dice que en los tiempos venideros habrían
enseñanzas demoníacas, una de las cuales consistía en prohibir el matrimonio.
Aquí vemos que aun las enseñanzas demoníacas pretendían procurar la
santidad. G. H. Pember expuso claramente en sus escritos cómo los hombres
habrían de prohibir casarse en procura de la santidad. Tales personas creían que
esto los haría santos. Sin embargo, en su epístola a Timoteo, Pablo nos dijo que
prohibir el matrimonio es una doctrina de demonios. Dios jamás prohibió el
matrimonio.

Nadie debiera sentirse innecesariamente condenado por su conciencia debido a


enseñanzas religiosas paganas. El estar consciente del sexo es algo muy natural
y no constituye pecado. Únicamente cuando uno tiene que lidiar con esta
conciencia existe la posibilidad de que surja el pecado. No es un asunto de si
está presente este estado de conciencia sexual, ya que tener tal conciencia es
algo muy natural y no constituye pecado. Es la manera en que uno trata con tal
conciencia, la que determina si constituye pecado o no. Esta es una cuestión que
debemos aclarar definitivamente. De otro modo, uno se sentirá condenado por
su conciencia y no podrá crecer. De hecho, tal sentimiento de culpa no tiene
nada que ver con el pecado, sino que es resultado de la ignorancia.

II. LOS ELEMENTOS BÁSICOS DE UN MATRIMONIO

A. Ayudarse mutuamente

El matrimonio ha sido dispuesto por Dios. En Génesis, Dios dijo que no era
bueno que el hombre estuviera solo. Además, Dios dijo que todo cuanto había
creado era bueno. Él proclamó que todo lo que había creado era bueno, a
excepción del segundo día. El único motivo por el cual Dios no dijo lo mismo del
segundo día fue porque el firmamento era el lugar donde se encontraba Satanás.
Además de proclamar que todo lo que Él creó era bueno, Él dijo explícitamente
que algo no era bueno. En el sexto día, al crear al hombre, Dios dijo: ―No es
bueno que el hombre esté solo‖ (Gn. 2:18). Con esto no estamos sugiriendo que
el hombre no haya sido creado bien. Lo único que esto significa es que no era
bueno que el hombre estuviese solo, es decir, que sea un hombre solo. En ese
tiempo, sólo la mitad del hombre había sido creada.

Dios formó una ayuda idónea para Adán el sexto día. Eva fue formada también
en el sexto día, y ese mismo día Dios trajo Eva a Adán. Ella fue formada con el
propósito de que se casaran. Las palabras ayuda idónea significan: ―adecuada
para dar la ayuda debida‖. En hebreo, esta expresión significa: ―alguien que le
hace juego, una pareja; alguien que brinda la ayuda correspondiente‖.

Al considerar Génesis 2:18, muchos lectores de la Biblia piensan que cuando


Dios creó al hombre, Él creó a un hombre y a una mujer. Sin embargo, la Biblia
únicamente dice que Dios creó al hombre. Su creación del hombre fue Su
creación de varón y hembra. El varón y la hembra conformaban un hombre
completo. Era como si al comienzo Dios hubiese creado la mitad del hombre y
luego, cuando vio que este hombre era solamente una mitad, hizo la otra mitad.
Las dos mitades fueron unidas a fin de llegar a ser una unidad completa.
Únicamente cuando las dos mitades fueron unidas, el hombre fue completo. Por
esto Dios no dijo que ―era bueno‖ sino hasta después de haber formado a Eva.
Esto nos muestra que el matrimonio no fue instituido por el hombre, sino por
Dios. La institución del matrimonio no vino después, sino antes de la caída del
hombre. El hombre no pecó el primer día que fue creado, sino que ese día él se
casó. El mismo día en que Dios formó a Eva, Él se la entregó a Adán. Esto no fue
algo que sucedió después que el hombre pecó. Así pues, Dios mismo fue el que
inició el matrimonio.

En Génesis 2 vemos el matrimonio en la creación de Dios. En Juan 2, al


comienzo del ministerio del Señor Jesús, tenemos el matrimonio en Caná, en el
cual el Señor cambió el agua en vino. Aquí vemos que no sólo el Señor permite
el matrimonio, sino que lo aprueba y lo endorsa. Él no sólo asistió a las bodas,
sino que aun las realzó y las mejoró. Es claro que el matrimonio fue iniciado por
Dios y, en especial, fue aprobado por el Señor Jesús. Por lo tanto, esto es algo
completamente de Dios.

Aquí vemos la posición que ocupa el matrimonio ante Dios. El propósito de Dios
es obtener un esposo y una esposa, los cuales deben ayudarse mutuamente. Por
tanto, Dios llamó a la esposa de Adán ―ayuda idónea‖. En hebreo, esta expresión
quiere decir: ―adecuada para ayudar‖. Aquí descubrimos que el deseo y el
propósito de Dios es que el hombre viva de manera corporativa, que tengan
comunión mutua y que se brinden una ayuda mutua. Este es el propósito de
Dios.

B. La prevención del pecado


En el Antiguo Testamento, Dios instituyó el matrimonio antes que el pecado
viniera al mundo. En el Nuevo Testamento, Pablo dijo que el matrimonio no
solamente es permitido, sino que, además, es necesario debido a la presencia del
pecado (1 Co. 7).

El matrimonio puede prevenir el pecado. Por esto Pablo dijo que los hombres
deben tener sus propias esposas y las mujeres sus propios maridos, con el fin de
prevenir el pecado de la fornicación (v. 2). Pablo no condenó como pecado el
estar conscientes del sexo. Al contrario, él indicó que tanto el varón como la
mujer deberían casarse a fin de prevenir el pecado.

Pablo fue quien afirmó que no debíamos proveer para la carne (Ro. 13:14). Pero
a alguien que constantemente cometen el pecado de soberbia, Pablo jamás le
diría: ―Puesto que usted siempre está cometiendo el pecado de soberbia, vaya a
su casa y manifiéstela allí, ¡a fin de que no la manifieste en ningún otro lado! Si
manifiesta su soberbia en un lugar, ¡tal vez no vaya a manifestarla en otros
lugares!‖. Decir algo así hubiese sido ―proveer para la carne‖. Dios jamás estaría
de acuerdo con su altivez ni con hacer algún arreglo para que usted pueda
manifestar su soberbia. Consideremos a una persona que le encanta robar.
Usted no debe decirle: ―Puesto que no puedes dejar de hurtar, te permitiré robar
lo que pertenezca al hermano fulano de tal, y así no robarás a los demás‖. Uno
no puede decir tal cosa; más bien deberá decirle: ―Definitivamente, no puedes
robar‖. Robar es definitivamente un pecado; y nosotros no deberíamos hacer
provisión alguna para ello. Caer en la soberbia es ciertamente un pecado, y no
podemos hacer provisión para ello. Pero en un sentido absoluto, el sexo no es
pecado. Por esto, los hombres deben tener sus propias esposas y las mujeres sus
propios maridos. Si no entendemos esto, podríamos pensar que las palabras de
Pablo tenían como objetivo hacer provisión para la carne. Pero sabemos que el
apóstol no hizo provisión alguna para la carne. Por tanto, jamás podríamos
considerar que el matrimonio constituye pecado. El matrimonio no es la
provisión hecha por Dios para la carne. Nuestro deseo es colocar el matrimonio
en un plano muy elevado. Se trata de algo santo y que fue ordenado por Dios
mismo.

Debido a que el pecado ha entrado, el matrimonio es necesario, y este es capaz


de prevenir el pecado; esto no es hacer provisión para la carne. Existe una
diferencia muy marcada entre ambos.

En 1 Corintios 7, Pablo habló del matrimonio. Él comenzó diciendo que la


esposa no tiene autoridad sobre su propio cuerpo y que el marido no tiene
autoridad sobre su propio cuerpo (v. 4). La enseñanza de Pablo es bastante clara
e inequívoca. A menos que sea con el propósito de dedicarse a ministrar al
Señor, el esposo y la esposa no debían separarse. Esto previene la fornicación (v.
5). A fin de impedir la fornicación, Dios dispone que el varón y la mujer se casen
y no se separen.

Pablo utilizó palabras muy claras para hablar de aquellos cuyo deseo sexual es
muy intenso. Él dijo que los tales deben casarse a fin de evitar ―estarse
quemando‖ (v. 9). Él no reprendió a tales personas. Pablo no dijo: ―Es erróneo
que tengan un deseo tan intenso. Han pecado por sentir un deseo tan intenso.
Por tanto, tienen que hacer alguna provisión para su carne‖. En lugar de ello, él
dijo: ―Si tu deseo es muy intenso, debes casarte. Es mejor casarse que seguir
viviendo con un deseo tan intenso‖. La Palabra de Dios es muy clara con
respecto a esto. El estar conscientes del sexo no constituye pecado. Incluso un
deseo sexual muy intenso no es pecado. Pero Dios ha dispuesto que aquellos que
tienen una conciencia del sexo intenso, se casen. Ellos no debieran abstenerse
del matrimonio para luego caer en pecado. Esto es lo que el Señor nos ha
mostrado.

La institución del matrimonio tiene un aspecto que corresponde al Nuevo


Testamento, y otro aspecto que corresponde al Antiguo Testamento. El Antiguo
Testamento nos indica que el matrimonio nos provee la ayuda adecuada. El
Nuevo Testamento nos dice que el matrimonio ha sido instituido a fin de
prevenir el pecado. Uno de los aspectos del matrimonio cristiano actual es
proporcionarle a los cónyuges una ayuda mutua, y el otro aspecto es la
prevención del pecado.

C. Coherederos de la gracia

Existe un tercer aspecto. En su primera epístola, Pedro dijo que las esposas son:
―coherederas de la gracia de la vida‖ (3:7). En otras palabras, a Dios le complace
ver esposos y esposas que le sirven juntos. Dios se deleitaba al ver que Aquila y
Priscila le servían juntos, al ver que Pedro y su esposa, Judá y su esposa le
servían juntos.

Por tanto, existen tres elementos básicos que componen un matrimonio


cristiano. En primer lugar, está la ayuda mutua; en segundo lugar, la prevención
del pecado; y en tercer lugar, el hecho que dos personas unidas en la presencia
de Dios juntas heredan la gracia. Uno no debe ser un cristiano solitario, sino un
cristiano junto con otra persona. Uno no debe heredar la gracia solo, sino que
debe hacerlo junto con otra persona.

III. CON RESPECTO A LA VIRGINIDAD

La Biblia también indica que pese a que hay una conciencia del sexo, con
algunas personas tal conciencia no es muy intensa, y para ellas no es necesario
que satisfagan tal necesidad. La Biblia les aconseja a tales personas que se
mantengan vírgenes.

A. Los beneficios de mantenerse virgen

La virginidad no hace que uno sea más santo espiritualmente. Sin embargo, una
persona que es virgen ciertamente podrá dedicar toda su energía a la obra del
Señor. De esto también se habla en 1 Corintios 7.

Pablo nos hace notar tres inconvenientes que tiene el matrimonio. En primer
lugar, el matrimonio es una atadura. Él dice: ―¿Estás ligado a mujer?‖ (v. 27).
Con frecuencia, después que se ha casado una persona pierde su libertad, pues
una vez que se casa, llega a estar ocupada con muchas cosas. Tal persona estará
ligada a su cónyuge y se preocupará por una diversidad de asuntos. En segundo
lugar, aquellos que se casan tendrán aflicción. Pablo dijo: ―Pero los tales tendrán
aflicción de la carne‖ (v. 28). Cuando una persona se ha casado, la aflicción de la
carne aumenta y le resulta más difícil servir al Señor con un corazón sencillo. En
tercer lugar, aquellos que se casan tienen que preocuparse por las cosas de este
mundo (vs. 32-34). En Mateo 13, el Señor indica que tales cuidados son como
espinas y abrojos que fácilmente pueden sofocar el crecimiento de la semilla. El
resultado es la esterilidad (v. 22). En resumen, el matrimonio trae consigo
problemas familiares, complicaciones, aflicciones y ansiedad.

Las palabras de Pablo no eran solamente para los colaboradores, sino también
para los hermanos y hermanas. Una persona que se conserva virgen podrá
ahorrarse muchas dificultades. Pablo no manda conservarse vírgenes, pero sus
palabras denotan que él se inclinaba por esta opción. Pablo no tenía opinión
propia al respecto; él se limitó a indicarles a los hermanos ciertos hechos. El
matrimonio es bueno y previene el pecado. Pero el matrimonio también
conduce a las personas a verse envueltas en problemas familiares,
complicaciones, aflicciones y las ansiedades propias de este mundo.

B. El tipo de persona
que puede mantenerse virgen

Después de decir esto, Pablo nos indica qué tipo de persona puede mantenerse
virgen. Él dijo que algunos tienen el don de Dios de conservarse vírgenes. Es un
don de Dios poder conservarse vírgenes. Cada persona recibe cierto don de
parte de Dios, unos, una clase de don, y otros, otra clase de don. Si yo soy de las
personas que necesitan casarse, el matrimonio será para mí el don que Dios me
dio; se necesita el don de Dios para casarse. Por esto Pablo dijo: ―Pero cada uno
tiene su propio don de Dios, uno de un modo, y otro de otro modo‖ (1 Co. 7:7).
Es decir, quienes se mantienen vírgenes tienen su propio don de parte de Dios, y
también aquellos que se casan tienen su propio don de parte de Dios.
La primera condición para ser uno que se mantiene virgen es que tal persona
tiene conciencia del sexo, pero no tiene la compulsión por ello. Algunas
personas tienen un deseo sexual apremiante, mientras que otras sólo son
conscientes del sexo, pero no tienen la compulsión. Únicamente aquellas
personas cuyo deseo sexual no es apremiante podrán mantenerse vírgenes.

En segundo lugar, tal persona deberá tener el deseo de permanecer soltera con
firmeza de corazón. Los versículos 36 y 37 dicen: ―Pero si alguno piensa que se
comporta indebidamente para con su hija virgen que pase ya de edad, y es
necesario que así sea, haga lo que quiera, no peca; que se case. Pero el que está
firme en su corazón, sin presión alguna, sino que es dueño de su propia
voluntad, y ha resuelto en su corazón guardar a su hija virgen, bien hace‖. Pablo
nos muestra que para que alguien se mantenga virgen, se hace necesaria una
resolución firme, es decir, tal persona está resuelta a mantenerse virgen.
Cualquiera que piense que es incorrecto mantenerse virgen, puede casarse. Pero
si una persona ha resuelto mantenerse soltera y tiene la tendencia a ello, y
mantiene firme en su corazón el deseo de permanecer virgen, tal persona puede
conservarse soltera. Por tanto, la firmeza de corazón es requisito indispensable
para ello.

En tercer lugar, semejante decisión no deberá estar en conflicto con las


circunstancias de uno. El versículo 37 dice: ―Sin presión alguna‖. A algunos no
les resultará fácil mantenerse vírgenes y deberán considerar sus circunstancias;
quizás habrán de crear muchos problemas en su familia si deciden mantenerse
vírgenes. Por tanto, tienen que darse las circunstancias ambientales adecuadas
para que uno pueda mantenerse virgen.

Pablo nos indica que existen tres condiciones básicas para que uno se mantenga
virgen, a saber: (1) que no tengan compulsión, (2) que uno se mantenga firme
en su corazón respecto a tal decisión y, (3) que esta decisión no vaya a crear
problemas en su entorno. Únicamente cuando estas tres condiciones son
cumplidas, uno podrá mantenerse virgen.

C. La virginidad se relaciona con


el reino de los cielos y el arrebatamiento

Aquellos que deciden mantenerse vírgenes tienen mucho que ganar delante del
Señor. Mateo 19 nos dice claramente que para una persona virgen le es más fácil
ingresar en el reino de los cielos. Tenemos que reconocer que ―hay eunucos que
a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos‖. Mateo 19
habla claramente de la relación que existe entre la virginidad y el reino de los
cielos. No nos atreveríamos a indicar específicamente cuál es la relación que
existe entre la virginidad y el reino de los cielos; sin embargo, podemos afirmar
que es definitivamente ventajoso mantenerse vírgenes con respecto a ingresar al
reino de los cielos. El Señor nos dice que hay quienes escogieron ser eunucos, es
decir, eligieron permanecer vírgenes por causa del reino de los cielos.

Esto no es todo. Apocalipsis 14 nos muestra que las primicias (los ciento
cuarenta y cuatro mil) son vírgenes. Ellos siguen al Cordero dondequiera que va.
Estos ciento cuarenta y cuatro mil son los primeros en ser arrebatados.
Definitivamente, existe un vínculo entre la virginidad y el arrebatamiento. Un
día descubriremos que quienes permanecieron vírgenes tenían ciertas ventajas
muy definidas en lo que respecta a entrar al reino de los cielos y ser arrebatados.
¿Y qué tal del tiempo presente? Pablo dijo que mantenerse virgen ciertamente
reduce las aflicciones y capacita a una persona para servir bien a Dios.

Nosotros únicamente podemos exponer tales hechos ante nuestros hermanos y


hermanas. Únicamente aquellos que no tienen compulsión por sexo, que están
firmes en su corazón al respecto y cuyo entorno presenta el suministro adecuado
para ello, podrán mantenerse vírgenes. Queremos presentar este asunto de la
manera más objetiva y bíblica posible a nuestros hermanos y hermanas. Delante
del Señor, cada uno debe tomar su propia decisión al respecto.

IV. EL CÓNYUGE

Con respecto al matrimonio en sí, Dios ha establecido pautas definidas para


determinar con quién nos podemos casar y con quién no nos podemos casar. La
Biblia indica claramente que quienes conforman el pueblo de Dios sólo pueden
casarse entre ellos. En otras palabras, si uno va a contraer matrimonio, deberá
encontrar su cónyuge entre los que conforman el pueblo de Dios; no debe
buscar su cónyuge entre los que pertenecen a otro pueblo.

A. Los mandamientos del Antiguo Testamento

En el Antiguo Testamento encontramos suficientes mandamientos que nos


indican que no debemos casarnos con ninguno que se encuentre fuera del
pueblo de Dios.

Deuteronomio 7:3-4 nos dice que los israelitas no debían casarse con los
cananeos. Ellos no debían dar sus hijas en matrimonio a los hijos de los
cananeos ni tampoco debían tomar las hijas de los cananeos como esposas para
sus hijos. Esto se debía a que los cananeos los alejarían del Señor y los
seducirían para servir a otros dioses. A lo largo del Antiguo Testamento, Dios
nos muestra claramente que uno debe buscar su cónyuge entre el pueblo del
Señor. Uno no puede buscar un esposo o esposa entre los incrédulos. El mayor
problema de buscar un cónyuge entre los incrédulos es que la otra persona
podría alejarnos del Señor y hacer que adoremos a otros dioses. Resulta fácil
para una esposa imitar a su esposo en la idolatría. También es fácil que un
esposo siga a su esposa para adorar ídolos. Puesto que ambos están casados, es
fácil que uno siga al otro en la adoración de otros dioses.

Josué 23:12-13 advierte a los israelitas en contra de casarse con personas de esas
tierras. Se les advirtió que aquellas personas habrían de ser como trampas y
como espinas para ellos. Es decir, que tales cónyuges se convertirían en sus
espinas, y que ellos caerían en una trampa.

En la época de Nehemías, los israelitas retornaron de la cautividad a la tierra de


Judá. Muchos de ellos se habían casado con esposas gentiles y no podían hablar
la lengua hebrea. En Nehemías 13:23-27 se nos dice que Nehemías les mandó
cortar todo vínculo con las mujeres gentiles y a suspender toda relación con
ellas. Aquí se manifiesta un problema fundamental que se produce al casarse
con una mujer gentil: al servir a Dios, tarde o temprano los hijos siguen a la
madre, y no al padre. Si usted se casa con un gentil sus hijos seguirán a su
cónyuge gentil y se irán al mundo. Este es un problema serio.

Malaquías 2:11 nos dice que los israelitas prevaricaron, o sea, traicionaron y
profanaron la santidad de Dios al tomar para sí esposas gentiles. A los ojos de
Dios, casarse con una mujer gentil es profanar la santidad de Jehová. Por tanto,
los cristianos deben procurar cónyuges únicamente entre los creyentes.

También debemos hacer caso a la advertencia que nos muestra el fracaso de


Salomón, quien era el más sabio de los reyes, pero aun así cayó en idolatría por
casarse con mujeres gentiles.

B. En el Nuevo Testamento

Las palabras de Pablo en el Nuevo Testamento son bastante claras. En 1


Corintios 7:39, Pablo les dice a las viudas que pueden casarse, con tal que sea
con alguien que esté en el Señor.

Un pasaje bíblico muy conocido es 2 Corintios 6:14. Aquí se nos dice que los
creyentes y los incrédulos no pueden compartir el mismo yugo. Estas palabras
no se refieren solamente al matrimonio, pero ciertamente se refieren también al
matrimonio. Los creyentes e incrédulos no deben hacerse socios en los negocios;
no deben unirse en torno a un propósito común, tal como dos animales que aran
el campo y que son uncidos a un mismo yugo. Dios no permite esto. Él no
permite que un creyente y un incrédulo sean uncidos bajo un mismo yugo. En el
Antiguo Testamento, no se podía uncir a un caballo con un buey, ni tampoco se
podía uncir a un asno con un caballo. Es imposible uncir un animal lento con
uno rápido. Es imposible juntar a una persona que va en una dirección con otra
que va en una dirección opuesta, o uno que va tras las cosas del mundo con uno
que busca las cosas celestiales. Es imposible unir a uno que procura bendiciones
espirituales con otro que procura las riquezas materiales. Es imposible unir a
uno que se esfuerza por ir en una dirección con otro que se esfuerza por ir en
otra dirección. Si tales personas se unen, el yugo que las une acabará por
romperse.

Entre aquellas relaciones que pueden encontrarse bajo yugo desigual, ninguna
es más seria que la relación matrimonial. Es posible que alguno se una en yugo
desigual para alguna empresa comercial o con otros propósitos. Pero no existe
yugo más severo que el yugo matrimonial. Cuando un creyente y un incrédulo
comparten juntos la responsabilidad de una familia, el resultado no será nada
más que problemas. El cónyuge ideal es un hermano o hermana. Jamás elijan
caprichosamente a un incrédulo. Si descuidadamente eligen como cónyuge a
algún incrédulo, ciertamente enfrentarán problemas más tarde. Uno tirará para
un lado, y el otro para el otro. Uno buscará lo celestial, mientras el otro buscará
las cosas de este mundo. Uno procurará dones celestiales, y el otro buscará las
riquezas de este mundo. La diferencia entre estas dos clases de personas es
inmensa. Por esto la Biblia nos exhorta a casarnos con los que están en el Señor.

V. SI EL CÓNYUGE ES UN INCRÉDULO

Pero existe el siguiente problema: supongamos que un hermano ya está casado


con una mujer que no es creyente, o una hermana está casada a un incrédulo.
¿Qué deberá hacer? Dijimos antes que una persona soltera deberá buscar un
cónyuge entre aquellos que están en el Señor. Sin embargo, hay algunos que ya
están casados. Ellos ya tienen un esposo o una esposa que no es creyente. ¿Qué
deberán hacer?

A. Si el cónyuge incrédulo quiera separarse

En 1 Corintios 7 dice algo al respecto. Los versículos 12, 13 y 15 abordan este


tema, y nos dice qué debemos hacer cuando surge alguna contienda en el seno
de una familia en la cual solamente uno de sus miembros es cristiano. Por favor
tengan presente que si hoy en día no surgen muchas quejas en tales hogares, se
debe simplemente a que los creyentes que pertenecen a tales familias no son lo
suficientemente absolutos en su consagración al Señor. El Señor Jesús predijo
en los evangelios que habrían muchas disputas en las familias. Si un creyente se
ha consagrado sin reservas al Señor, está destinado ha generar contiendas en la
familia. Si ocurren casos en los que ―cinco en una familia estarán divididos, tres
contra dos, y dos contra tres‖, tal como lo indica Lucas 12:52, esto se debe a que
algunos miembros de dicha familia han creído en el Señor. Supongamos que un
esposo abandona a su esposa debido a que ella ha creído en el Señor.
Supongamos que le diga: ―Tú has creído en el Señor y, por eso, ya no te quiero
más‖. ¿Qué deberá hacer la esposa? La palabra del Señor en 1 Corintios 7 es
bastante clara: ―Sepárese‖ (v. 15). Por tanto, si un esposo quiere separarse
porque su esposa ha creído en el Señor, o viceversa, la palabra es: ―Sepárese‖.

Sin embargo, debemos tener una cosa bien en claro: uno no debe ser jamás el
que tome la iniciativa de separarse. Uno no debe ser la persona que solicite la
separación. Tiene que ser el cónyuge incrédulo quien pida la separación. Es él
quien no está contento debido a que su cónyuge ha creído en el Señor. Es él
quien piensa que su relación ya no tiene futuro desde que su cónyuge se
convirtió al Señor. Es él quien quiere irse. Si él desea separarse: ―Sepárese‖.

B. Si a su cónyuge no le importa
que usted sea creyente, el Señor lo salvará

Pablo dijo que si a nuestro cónyuge no le importa nuestra conversión, entonces


no hay necesidad de separarse. ¿Y cómo va a saber si el Señor a lo mejor lo salva
por medio de usted? Si él es indiferente y consiente en seguir viviendo con
usted, Pablo dijo que usted deberá sentirse en paz con respecto a tal relación y
no debe abandonar a su cónyuge. Él dijo que un incrédulo podía ser santificado
por su cónyuge creyente. Él también dijo: ―¿Qué sabes tú, oh mujer, si salvarás a
tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si salvarás a tu mujer?‖ (v. 16). Si su
cónyuge quiere dejarlo, eso es problema de él, no suyo; pero si él no quiere irse,
usted debe creer que el Señor lo salvará. Pablo dijo que sería fácil que él sea
salvo. Quizás no sea tan fácil que el Señor salve a otros, pero ciertamente le será
fácil salvar a alguien que ya le pertenece a usted. Tenemos que enfrentarnos a
tal situación adoptando esta posición.

VI. QUÉ DEBEMOS HACER


SI NOS HEMOS COMPROMETIDO CON UN INCRÉDULO

Algunos hermanos y hermanas enfrentan un problema distinto: ellos se han


comprometido con un incrédulo. ¿Qué deberán hacer?

A. Lo mejor es si el incrédulo toma la iniciativa de anular el


compromiso

Es obvio que el Señor no quiere que nos casemos con un incrédulo. Si alguno ya
está comprometido con un incrédulo, lo mejor que podría suceder es que el
novio incrédulo o la novia incrédula anule el compromiso voluntariamente.
Después de todo, se trata de dos personas que todavía no se han casado; sólo se
han comprometido a casarse. Si el Señor abre el camino para que el incrédulo
acceda voluntariamente a anular dicho compromiso, debido a que la otra
persona ha creído en el Señor, esta sería la mejor de las soluciones.

B. No debemos anular
ningún acuerdo arbitrariamente
Sin embargo, con frecuencia es imposible lograr tal solución. Debido a que ya
existe un acuerdo nupcial, es probable que la otra persona no quiera renunciar
tan fácilmente a ello simplemente porque usted haya creído en el Señor. En tal
situación, debemos comprender que al comprometernos con la otra persona,
hemos celebrado un pacto con ella. Tal clase de pacto es un voto hecho delante
de Dios. Un cristiano no puede anular arbitrariamente tal clase de pacto
únicamente porque haya creído en el Señor, pues cualquier pacto es santo a los
ojos de Dios. Usted puede proponer que tal pacto sea anulado. La otra persona
puede tomar la iniciativa de disolver dicho pacto, o usted puede iniciar la
disolución del mismo. No es necesario que quien haga la propuesta de disolver
el pacto sea la otra persona. Este caso es distinto del anterior. En el caso del
matrimonio, la otra persona tiene que tomar la iniciativa. En el caso de un
compromiso, usted puede iniciar la disolución de tal compromiso. Pero si la otra
persona insiste en que usted cumpla con el acuerdo nupcial, usted tendrá que
cumplirlo. Una vez que un cristiano da su palabra, tiene que honrarla, pues no
puede anularla arbitrariamente. Nosotros recibimos la salvación porque Dios
honra Su palabra. Si Dios no honrara Su palabra, simplemente no habría
salvación para nadie. Por tanto, usted tiene que gestionar con la otra persona. Si
la otra persona se niega a disolver la relación, usted tendrá que casarse con él o
ella, según sea el caso.

Salmos 15:4 dice: ―El que aún jurando en daño suyo, / No por eso cambia‖.
Después que los israelitas ingresaron a la tierra de Canaán, los gabaonitas los
engañaron llevando consigo pan seco y mohoso, zapatos viejos y recosidos, y
vestidos viejos y gastados. Ellos dijeron que venían de un país lejano, y Josué
prometió no aniquilarlos. Pero luego los israelitas descubrieron que Gabaón en
realidad era un territorio cercano. No obstante, debido a que los israelitas
habían celebrado un pacto con ellos, Dios no les permitió a los israelitas
aniquilarlos. A lo más los hicieron sus proveedores de leña y agua (Jos. 9:3-27).
Honrar los pactos que uno ha celebrado es un asunto muy serio en la Biblia.
Uno puede anular correctamente un compromiso nupcial siempre y cuando la
otra persona consienta en hacerlo, pero si ella rehúsa anularlo, uno no podrá
hacerlo de manera unilateral y arbitraria. El pacto con los gabaonitas tuvo serias
repercusiones. Los cielos se secaron porque Saúl masacró a los gabaonitas.
David se vio obligado a preguntarles a los gabaonitas qué debía hacer por ellos.
Los gabaonitas exigieron que siete hijos de Saúl fuesen ahorcados, y David tuvo
que cumplir con su demanda (2 S. 21:1-6). Dios no permite que nosotros
quebrantemos un pacto arbitrariamente. Tenemos que aprender a honrar los
pactos que hacemos. No podemos cometer ninguna injusticia.

C. Gestionar ciertas condiciones de antemano


Supongamos que, antes de hacerse cristiano, usted se había comprometido a
contraer matrimonio con alguien que es incrédulo, ¿qué deberá hacer si la otra
persona insiste en casarse con usted? Tal vez esto es algo que usted puede hacer:
gestione de antemano algunas condiciones. Por ejemplo, podría decirle: ―Me
casaré contigo, pero quisiera definir ciertas cuestiones antes que nos casemos‖.
¿Cuáles son esas cuestiones? En primer lugar, su futuro cónyuge deberá
permitirle servir al Señor. Usted no debiera ingresar al hogar del otro a
escondidas, sino que debe hacerlo enarbolando sus estandartes. Usted es ahora
una cristiana. Aun cuando se está casando con un incrédulo, él deberá darle la
libertad para servir al Señor. Su cónyuge no debe interferir con su servicio al
Señor. En segundo lugar, si tienen hijos, ellos tienen que ser criados en
conformidad con las enseñanzas del Señor. Si la otra persona se convierte o no
dependerá de ella, pero los niños deben ser criados según la enseñanza del
Señor; usted tiene que dejar esto bien establecido desde un comienzo. Ponga
esto sobre la mesa de negociaciones desde un principio, y lleguen a un acuerdo
por anticipado. Si tienen un acuerdo al respecto, después no tendrá que
enfrentarse con esas dificultades, pero si usted no llega a un acuerdo anticipado
al respecto, encontrará dificultades después. Casarse con un incrédulo siempre
significará sufrir pérdida. Pero usted puede minimizar dicha pérdida y
ahorrarse muchos dolores de cabeza por medio de conseguir ciertos acuerdos
previos. La otra persona tiene que estar de acuerdo con darle la libertad
necesaria para que usted conduzca a sus niños al Señor. Usted es ahora un
cristiano y no seguirá las costumbres de este mundo. Usted estará siempre del
lado del Señor. Si la otra persona está de acuerdo con esto, usted puede
proceder a casarse. Y si la otra persona no está de acuerdo con tales condiciones,
ella es libre de anular el compromiso. Tenemos que informarle a la otra persona
de nuestro compromiso futuro. Esto aminorará los problemas que luego habrán
de presentarse.

VII. QUÉ HACER SI UNO NECESITA CASARSE,


PERO NO ENCUENTRA UN CÓNYUGE CREYENTE

Este es un problema real; no es algo imaginario, pero únicamente podemos


decir que la Biblia no contiene ninguna enseñanza al respecto. Sin embargo,
podemos palpar lo que había en el corazón de Pablo. En 1 Corintios 7, Pablo
manifestó su deseo de que, si fuera posible, las viudas permanecieran solteras.
Pero entonces él también manifestó su deseo de que las viudas se casaran con
personas que estaban en el Señor (v. 39). Por tanto, las viudas pueden volverse a
casar si tienen la necesidad. De acuerdo con este principio, podemos decir que
lo mejor es que un hermano se case con una hermana que está en el Señor. Si
esto no le es posible, es mejor que no se case. Sin embargo, si tiene que casarse,
todavía estaremos contentos al verlo casarse. Incluso si la otra persona no es
creyente, aun así nos gustaría que se case.
Cuando decimos esto, no estamos fomentando que se elija, como dice el mundo,
―de los males, el menor‖. Lo que queremos decir es que preferiríamos ver que
una persona cometa un pecado en contra del gobierno divino antes de que
cometa un pecado moral. Si al no casarme caigo en pecado, cometo un pecado
moral, y si me caso con una mujer que no es creyente, cometo pecado en contra
del gobierno de Dios. Existen dos clases de pecado: uno es el pecado moral y el
otro es el pecado en contra del gobierno de Dios. Si un hermano tiene que
casarse y no puede encontrar una hermana, lo mejor que puede hacer es
permanecer soltero. Pero si tiene que casarse, debemos permitirle casarse, aun
cuando ello signifique casarse con una persona incrédula.

Si usted se casa con alguien que no es creyente, debe darse cuenta de que le
esperan problemas muy serios. Es particularmente difícil para un creyente
casarse con una persona que no es creyente. Las dificultades que se encuentran
son aún mayores que las dificultades que surgen en una pareja de incrédulos en
la que uno de los cónyuges se convierte en un creyente. Un esposo o esposa que
se vuelve creyente estando casado, ciertamente encontrará dificultades, pero la
mayoría de las veces el Señor le ayudará a avanzar. Sin embargo, un creyente
que se casa con una persona que no es creyente, encontrará muchas
dificultades. Tenemos que advertirle por anticipado, y tal persona deberá
percatarse de las muchas penurias que le esperan más adelante.

Si alguien se casa con un incrédulo, tenemos que advertirle de otra cosa: debe
cuidarse de no ser arrastrado por el otro cónyuge. Tiene que tener presente que
se está casando con un incrédulo y, si se descuida, puede fácilmente desviarse.
Por supuesto, los que ya están casados con una persona que no es creyente o que
están comprometidos, también tienen que ser muy cuidadosos al respecto, pero
aquellos que están planificando casarse deberían ser aún más cuidadosos. En
otras palabras, ellos necesitan una protección especial, necesitan ser
resguardados y requieren de mucha oración, a fin de que no se dejen llevar por
la otra persona.

Si usted no tiene otra alternativa que casarse con un incrédulo, también tiene
que establecer, claramente y de antemano, las condiciones para tal relación.
Tiene que decirle al incrédulo: ―Yo he creído en el Señor. No te puedo obligar a
que tú creas en Él, pero tú tampoco puedes interferir con mi fe. Tienes que
darme absoluta libertad a este respecto‖. También tiene que presentarle la
crianza de los niños y decirle: ―Tienes que darme absoluta libertad para
conducir a nuestros niños al Señor. Yo no quiero que ninguno de ellos adore
ídolos ni que sea conformado a este mundo‖. Si usted recalca estas cosas lo
suficiente, quizás pueda superar tal situación.
Quisiera dirigirles algunas palabras a los hermanos y hermanas más maduros.
Cuando ustedes vean que un nuevo creyente está enfrentando un conflicto de
esta naturaleza, tienen que ser muy cuidadosos. No abran la puerta demasiado.
No permitan que tal hermano o hermana se case de manera arbitraria y a su
antojo con un incrédulo. Por otro lado, no cierren la puerta mucho. No lo alejen
del pecado contra el gobierno divino, a costa de exponerlo a que cometa un
pecado moral. Es mejor dejar que alguien caiga bajo la mano gubernamental de
Dios, antes que dejarlo caer en un pecado moral.

Hay algo más que quisiera decir a este respecto. Tenemos muchos hermanos y
hermanas jóvenes en cada localidad. La mayoría de problemas para encontrar
una esposa surgen cuando demasiados santos abrigan demasiadas expectativas
con respecto a la formación y la posición que esperan de sus cónyuges. Un
hermano que está en una posición social más elevada, no quiere casarse con una
hermana que ocupa una posición inferior, y viceversa. Hoy en día no hay
carencia de hermanos y hermanas, pero la cuestión de la posición social ha
generado muchos problemas. Yo creo que este problema se resolvería
fácilmente si los hermanos y hermanas cambiaran sus conceptos acerca de las
ocupaciones. Para las hermanas, sería fácil casarse si no menospreciaran a los
hermanos que son gente de campo. También sería fácil para los hermanos
casarse si no menospreciaran a las hermanas campesinas. Hoy en día, nosotros
menospreciamos las ocupaciones que Dios honra y exaltamos las ocupaciones
que los hombres adoran. Esto complica las cosas. Hoy en día, no carecemos de
hermanas ni hermanos, pero no tenemos muchas parejas que concuerden en
cuanto a su posición. Puesto que el asunto de la posición social es un concepto
mundano, necesitamos que nuestro concepto acerca de las ocupaciones cambie
radicalmente a fin de resolver este problema.

VIII. QUÉ HACER SI UNO TIENE CONCUBINAS*

[* Nota del editor: Watchman Nee habla de las concubinas debido al problema
que existía en ese tiempo histórico en China.]

En la Biblia no encontramos mandamiento alguno que ordene a un hombre


separarse de su concubina. En ningún lugar en la Biblia Dios le pide al hombre
que despida a su concubina. Me refiero a las concubinas que se hayan tomado
antes de haber creído en el Señor. Me parece que en la Biblia encontramos
suficientes indicaciones sobre cómo desea Dios que tratemos a las concubinas.

Consideremos primero las exigencias de los hombres antes de considerar las


exigencias que hace la Biblia al respecto. El pensamiento inmediato del hombre
es despedir a todas sus concubinas. Si la concubina no puede ser expulsada, el
pensamiento propio de los hombres es que el esposo suspenda sus relaciones
sexuales con ella. Este es el concepto humano y, lamentablemente, muchos
hermanos y hermanas tienen este concepto. Pero esta no es la revelación divina,
sino que en realidad se trata de un concepto pagano.

A. La Biblia no exige
que las concubinas sean despedidas

En la Biblia, ningún otro tomó una concubina de peor manera que David. Él no
solamente tomó una concubina para sí, sino que al hacerlo, hasta cometió
homicidio. Urías murió a causa de su esposa; David sacrificó a Urías para ganar
a Betsabé. Salomón nació de Betsabé, y el propio Señor Jesús desciende de ella.
El Señor reconoce este hecho en el Nuevo Testamento. El primer capítulo de
Mateo menciona cuatro mujeres; entre ellas está incluida Betsabé, y se la
nombra como la que había sido mujer de Urías. Tenemos que ser muy claros a
este respecto: aquellos que tomaron para sí concubinas, deberán soportar la
disciplina de Dios; jamás deben echar fuera a sus concubinas.

¿Por qué la Biblia no exige que se abandone a la concubina? Les ruego que
tengan presente que caer en el pecado de fornicación y tomar para sí una
concubina, son dos cosas distintas. Si uno roba una Biblia hoy, podrá restituirla
con otra Biblia después. Si uno hurta mil dólares hoy, podrá reembolsar la
misma cantidad después. Pero si tomo para mí una concubina, no puedo
devolverla.

Algunos hermanos piensan que uno debe deshacerse de todas sus concubinas.
Este pensamiento es formulado desde el punto de vista del varón; sin embargo,
todos los varones deben saber que, a los ojos de Dios, tomar para sí concubina
equivale a cometer adulterio. Por el lado de la concubina, cuando ella se casa
con un varón, ella no está casada con dos maridos. El varón está casado a dos
mujeres, pero la concubina no está casada a dos maridos. Tenemos que
comprender que el Señor jamás exigirá que el hombre se deshaga de su
concubina.

Me parece que el principio subyacente a lo sucedido con la madre de Salomón es


bastante claro. El Señor envió deliberadamente a Natán el profeta a hablar con
David después que este se casó con Betsabé. Todo cuanto el Señor tenía que
decir respecto de este asunto, ya fue dicho por medio de Natán, y no es
necesario que ninguno de nosotros añada algo a sus palabras. Aun si Natán dejó
de decir algo, no sería necesario que ni usted ni yo añadamos una nota a este
tema con tres mil años de retraso. Natán le dijo a David que su hijo ciertamente
moriría y que juicio vendría sobre él. Otros habrían de cometer fornicación con
sus esposas a plena luz del día, y la espada no se apartaría jamás de su casa (2 S.
12:7-14). Natán no le pidió a David que se deshiciera de Betsabé. Si David
hubiera hecho esto, ¿qué podría hacer ella? Urías ya estaba muerto. Hay quienes
hoy en día no tienen a su Urías, mientras que el Urías de otras está muerto.
¿Qué deberían hacer? Cuando Dios envió Natán a David, Él no le pidió a David
que despachara a Betsabé. De hecho, después Dios hizo que ella diera luz a
Salomón (v. 24). Dios no hizo que ninguna de las esposas de David diera luz a
Salomón. Dios hizo que la concubina de David, Betsabé, concibiera a Salomón.
Aún más, en la primera página del Nuevo Testamento se nos dice que: ―Y David
engendró a Salomón de la que había sido mujer de Urías‖ (Mt. 1:6). El Nuevo
Testamento no nos dice que uno puede tomar una concubina para sí, pero
tampoco ordena deshacerse de su concubina.

B. No debe disminuir el deber conyugal

Éxodo 21:9-11 especifica que si un amo desposa a una de sus siervas con su hijo,
deberá hacer con ella según la costumbre de las hijas. Y si el hijo después
contrajese matrimonio apropiadamente, la sierva permanecerá como su
concubina. La disposición divina es clara, pues dice: ―No disminuirá su
alimento, ni su vestido, ni el deber conyugal‖. Si él no cumple con ella en cuanto
a estas cosas, ella deberá salir libre y dejará de ser su esclava. Por tanto, si
alguno piensa que ya no puede tener relaciones sexuales con su concubina, él no
está guardando la ley de Dios. Espero que hayan comprendido esto claramente.

C. Tal persona no podrá desempeñar


el cargo de anciano

En el Nuevo Testamento, hay sólo un pasaje que trata el asunto de las


concubinas. Al leer la Biblia, nos complace encontrar asuntos que solamente son
mencionados una vez. Si un determinado asunto es mencionado dos veces, nos
vemos obligados a hacer una comparación. Si dicho asunto es mencionado tres
veces o más, tenemos que integrar los diversos pasajes bíblicos antes de poder
llegar a una conclusión acerca de lo que Dios enseña al respecto. Por esto, a
todos los que estudian la Biblia les encanta encontrarse con disposiciones que
aparecen una sola vez, pues así a uno le basta referirse a un solo caso para
conocer la voluntad de Dios al respecto. En el Nuevo Testamento hay un solo
pasaje, en 1 Timoteo, que sólo indirectamente se refiere al asunto de las
concubinas. Allí dice que el que vigila debe ser marido de una sola mujer. Esto
significa que ninguna persona que tenga concubina podrá desempeñar el cargo
de anciano en la iglesia. Sin embargo, el Nuevo Testamento no dice que tal
persona deba deshacerse de su concubina, ni que deba abstenerse de cumplir su
deber conyugal.

D. El mejor arreglo es que la concubina


sea salva y decida separarse voluntariamente
Si una concubina es salva y no siente el apremio de relaciones sexuales
continuas, sería muy bueno si ella estuviese dispuesta a separarse del marido.
Pero esto es algo voluntario; no se trata de un mandamiento del Señor ni
tampoco de una ordenanza establecida por la iglesia. La iglesia no debe exigir
nada al respecto.

Dios únicamente unió a dos personas, y este principio debe ser mantenido. Es
obvio que una persona que toma para sí una concubina sufrirá más aflicciones
en la carne que aquel que es monógamo. Naturalmente, el Señor hará que tal
persona reciba más disciplina de Su parte.

IX. EL DIVORCIO

La Biblia habla del divorcio, pero el divorcio es autorizado por las Escrituras
únicamente bajo una condición. Entre las naciones de este mundo existen
muchísimas ordenanzas con respecto al divorcio. Algunos países tienen hasta
más de veinte distintos reglamentos para casos de divorcio. Los chinos también
tienen muchas ordenanzas al respecto. Por ejemplo, si alguno de los cónyuges
tiene problemas mentales, o si surge alguna incompatibilidad, entonces la
pareja puede divorciarse. Pero la Biblia únicamente reconoce una condición
para el divorcio: el adulterio. Factores tales como la inestabilidad mental de uno
de los cónyuges o la separación prolongada, no constituyen razones legítimas
para divorciarse. La única razón para permitir un divorcio es la de relaciones
sexuales fuera del matrimonio. En Mateo 19 y Lucas 16, el Señor Jesús indica
claramente que el divorcio es permitido únicamente si ocurre adulterio.

A. Lo que Dios unió,


el hombre no debe separarlo

El divorcio es permitido sólo en el caso de que haya adulterio, debido a que el


hombre no debe separar aquello que Dios unió. En otras palabras, el esposo y la
esposa, a los ojos de Dios, son una sola persona. Todo divorcio viola esa unidad.
¿Qué es el adulterio? Es la destrucción de tal unidad. Si usted tiene relaciones
sexuales con una persona que no es su esposa o su esposo, ha cometido
adulterio y ha violado la unidad de su matrimonio. Es posible que un esposo o
una esposa se ausenten por varios años, o uno de los cónyuges puede sufrir
desequilibrios mentales; incluso puede haber hostilidad psicológica, y puede ser
que muchos otros factores estén presentes; pero si uno de los cónyuges se aparta
y se casa con otra persona, estará quebrantando la unidad del matrimonio y
habrá cometido, de hecho, adulterio.

B. Es permitido separarse
únicamente cuando la unidad del matrimonio
ha sido quebrantada
Se permite el divorcio cuando ha habido adulterio, debido a que la unidad ya ha
sido quebrantada. Inicialmente, la esposa era una sola entidad con su esposo. Si
su esposo comete adulterio, ella es libre. Cuando había unidad, ella tenía que
preservar dicha unidad. Ahora que la unidad ha sido quebrantada, la esposa es
libre. Por tanto, el adulterio es la única condición para el divorcio. Una esposa
puede dejar a su esposo si este ha cometido adulterio. Si una hermana descubre
a su esposo cometiendo adulterio, o si su esposo toma a otra mujer, entonces
ella puede divorciarse de su esposo, y la iglesia no puede impedírselo. Ella
puede divorciarse de su esposo y puede volverse a casar. Todo lo que destruya la
unidad es pecado. Una persona puede dejar a su esposo o esposa únicamente si
ha habido adulterio, porque el adulterio ha destruido la unidad. El divorcio no
es sino una declaración pública de que la unidad que existía entre esposo y
esposa se ha desvanecido. Puesto que la unidad ya no existe, el otro cónyuge es
libre para volverse a casar.

El capítulo 19 de Mateo y el capítulo 16 de Lucas son dos pasajes bíblicos muy


claros al respecto, y tenemos que prestarles mucha atención. El divorcio se basa
en el adulterio cometido por el otro cónyuge. El adulterio quebranta la unidad
que inicialmente existía entre el esposo y la esposa; los dos ya no son uno, sino
que han vuelto a ser dos. Por tanto, pueden divorciarse porque ya no hay unidad
entre ellos. De hecho, el divorcio ya ocurrió cuando uno de los cónyuges cometió
adulterio, no cuando se iniciaron los trámites de divorcio. Estos trámites sólo
son un proceso. El matrimonio se inicia con una declaración de unidad; un
divorcio es una declaración de que tal unidad dejó de existir. Es por esto que el
divorcio es permitido donde hay adulterio. Un divorcio que no esté basado en
adulterio significa que ambos cónyuges están cometiendo adulterio al
divorciarse. Ellos no pueden divorciarse pese a que no se puedan llevar bien.
Una vez que se divorcian, han cometido adulterio. Si la unidad no ha sido
quebrantada todavía, y uno de ellos procura volverse a casar, él o ella en
realidad estará cometiendo adulterio. Únicamente cuando tal unidad ha dejado
de existir, podrá permitirse que una persona se vuelva a casar.

Tenemos que conocer qué es el matrimonio. El matrimonio significa unidad;


significa que dos personas han dejado de ser dos y ahora son una sola carne. El
adulterio destruye esta unidad, mientras que el divorcio sólo es un anuncio de
que tal unidad ha dejado de existir. Hoy, si la unidad que existía entre dos
personas ha sido destruida, se justifica volverse a casar. Pero supongamos que
aún se conserve la unidad, solo que ambos cónyuges riñen encarnizadamente,
no se llevan bien y hasta se amenazan mutuamente con el divorcio. Lo más
probable es que este mundo y las leyes civiles les permitan divorciarse. Pero a
los ojos de Dios, los dos no pueden divorciarse. Si lo hacen, en realidad han
cometido adulterio. El divorcio es permitido únicamente donde ha ocurrido el
adulterio. Tenemos que comprender que nadie puede separar lo que Dios unió.
Puesto que ya existe una unión, uno jamás debe tratar de quebrantarla por
ninguna razón.

X. LAS VIUDAS

La Biblia permite que las viudas y los viudos se vuelvan a casar por la misma
razón. El matrimonio es algo que dura hasta la muerte. En la resurrección, no
existirán relaciones matrimoniales. En la resurrección, los hombres ni se
casarán ni se darán en casamiento (Mt. 22:30). Casarse y darse en casamiento
son cosas de este mundo. Los ángeles ni se casan ni se dan en casamiento.
Asimismo, los hombres resucitados no se casan ni se dan en casamiento. El
matrimonio es un asunto que corresponde a esta era, no a la era venidera. Por
tanto, el matrimonio termina con la muerte. Después que el cónyuge de uno ha
fallecido, uno puede permanecer sin casarse por causa del afecto compartido,
pero la Biblia no hace ninguna prohibición que impida que él o ella se casen con
otra persona.

Consideren la enseñanza contenida en Romanos 7, que afirma que todo


cristiano es una persona que se ha vuelto a casar. Por medio de la muerte y
resurrección de Cristo, nosotros nos volvimos a casar. Este capítulo del libro de
Romanos nos dice que la esposa está ligada por la ley a su marido mientras este
vive. Después que su esposo muere, la esposa puede casarse con otro varón.
Cualquier mujer que se casa con otro hombre mientras su marido vive, es
adúltera. Por ende, si todavía no hemos muerto a la ley, o si somos adventistas
del séptimo día y, aun así, nos hemos casado con Cristo, todos nosotros
seríamos adúlteras. Damos gracias a Dios que tenemos solamente un esposo.
Los adventistas del séptimo día tienen dos maridos. Romanos 7 nos dice que no
podemos pertenecer a Cristo mientras que la ley aún viva; si hubiésemos
pertenecido a Cristo en ese entonces, hubiésemos sido adúlteros. Nosotros
estábamos inicialmente casados con la ley y pertenecíamos a la ley; sin
embargo, se nos ha hecho morir por medio de Cristo. Hoy en día, cuando nos
volvemos a Cristo, ya no somos adúlteros. Romanos 7 nos dice que una esposa
está ligada a su marido hasta que él muera. Después que su marido muere, ella
es libre. Es incorrecto que en la iglesia alguno piense que las viudas no deben
volverse a casar. Este es un concepto pagano.

Es correcto que una viuda quiera permanecer soltera como virgen. Pablo dijo:
―Bueno les fuera quedarse como yo‖ (1 Co. 7:8). Vivir solo y mantener su
virginidad por causa del servicio al Señor es correcto, pero permanecer sin
casarse por causa de las críticas y la presión de la sociedad es incorrecto. Espero
que este concepto sea eliminado de la iglesia.
Pablo le dijo a Timoteo: ―Quiero, pues, que las viudas jóvenes se casen‖ (1 Ti.
5:14). Lo mismo se aplica a los viudos. Entonces, la cuestión es si uno tiene o no
la necesidad de casarse. Algunos tienen una necesidad fisiológica; otros tienen
una necesidad psicológica, pues se sentirían muy solos si no se casaran
nuevamente. Algunos tienen una necesidad a causa de su familia. Es correcto
que un hermano o hermana se vuelva a casar después que su cónyuge ha
fallecido. Ningún cristiano debe criticar a otro por esta causa. Tenemos que
erradicar todo concepto pagano de nuestras mentes.

XI. COMETER PECADO

En la Biblia, Dios reconoce la validez del sexo. No hay, pues, nada malo con
tener conciencia del sexo o con el sexo mismo. Estar conscientes del sexo no
constituye pecado; más bien, es algo santo. Sin embargo, esto es cierto
únicamente dentro del contexto del matrimonio. En el matrimonio, el sexo es
algo bueno y santo, pero cualquier conciencia del sexo o cualquier actividad
sexual fuera de los límites de tal unión constituye pecado. ¿Se ha percatado
usted de la diferencia? ¿Qué cosa es pecado? El sexo fuera del matrimonio es
pecado. ¿Por qué? Porque el sexo fuera del matrimonio quebranta la unidad
matrimonial. Por tanto, el sexo es pecado sólo cuando destruye tal unidad. El
sexo no tiene nada que ver con el pecado, cuando se trata solo del sexo. El sexo
en sí mismo no constituye pecado. Tenemos que ver esto claramente delante del
Señor.

En Mateo 5:28 el Señor Jesús dijo: ―Pero Yo os digo que todo el que mira a una
mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón‖. Aquí, la palabra mira
implica el uso de nuestra voluntad. No es simplemente mirar una mujer, sino
observarla. Ver es un acto pasivo, mientras que observar es una acción
deliberada. ―Mira‖ está seguida de la frase ―para codiciarla‖. Así que no se trata
de un pensamiento de codicia que cruza fugazmente por nuestra mente al ver a
una mujer, sino que se trata de mirar a una mujer con el propósito de codiciarla.
La codicia surge primero, y después el acto deliberado de mirar a una mujer con
dicho fin. Se trata, pues, de la segunda mirada, no de la primera. La primera vez
es una mirada al azar a una mujer en la calle, mientras que la segunda vez,
nosotros decidimos mirarla. Entre la primera mirada y la segunda ha surgido un
pensamiento codicioso y, por ello, la segunda mirada es con el propósito de
satisfacer dicha codicia. La segunda mirada es ya el tercer paso en dicho
proceso. En este versículo, el Señor Jesús no se estaba refiriendo a la primera
mirada, sino a aquella mirada que constituye el tercer paso. Cuando algunos ven
a una mujer en la calle, no pueden controlarse y la codician. Satanás introduce
entonces pensamientos de lascivia en tal persona, y ella decide mirar una
segunda vez, lo cual constituye pecado. Así pues, entretener pensamientos
lascivos y mirar a alguien una segunda vez es pecado.
Mateo 5 dice que cualquiera que mira a una mujer con el propósito de
codiciarla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. El Señor Jesús no se
refiere a la primera mirada. Nos equivocamos si sacamos a colación esta
primera mirada en el marco de esta discusión. Supongamos que,
accidentalmente, una mujer en la calle llama mi atención. Entonces, Satanás
probablemente haga surgir en mí pensamientos de lascivia. Si rechazo tales
pensamientos, allí quedó todo, pero si me vuelvo para mirarla una segunda vez,
esto constituye pecado. Por favor, no se olviden que el estar conscientes del sexo
en sí no es pecaminoso; para que se convierta en pecado es necesario el
consentimiento de nuestra voluntad. Si tal consentimiento ocurre fuera del
contexto matrimonial, entonces atentamos contra la unidad matrimonial por
medio de nuestra voluntad. Es pecado destruir tal unidad con nuestro
comportamiento y, a los ojos de Dios, también es pecado destruir tal unidad por
medio de nuestra voluntad.

En el Antiguo Testamento, solamente se habla del adulterio como pecado; no se


hace mención de la fornicación como pecado. El Antiguo Testamento sólo
prohíbe expresamente el adulterio, debido a que, en aquel entonces, los
hombres todavía no se conocían lo suficiente a sí mismos. ¿Qué es el adulterio?
El adulterio es un pecado cometido por aquellos que están casados. ¿Qué es la
fornicación? La fornicación es el pecado cometido por aquellos que todavía no
se han casado. El acto es el mismo, pero el pecado no es el mismo. Podemos
decir que una ramera no comete adulterio, sino fornicación, porque no está
casada. Tenemos que darnos cuenta que Dios no desea que el hombre cometa
fornicación. El Antiguo Testamento habla únicamente del pecado cometido por
aquellos que estaban casados; no hace referencia a quienes todavía no se habían
casado. Esto no quiere decir que no haya ocurrido fornicación en los tiempos del
Antiguo Testamento, sino que simplemente allí todavía no se encuentra tal
expresión. Aquí vemos que el acto que destruye la unidad, el adulterio, es
pecado. Sin embargo, el acto que no destruye dicha unidad, la fornicación,
también es pecado.

Debemos comprender que el adulterio es pecado y que la fornicación también es


pecado. Destruir la unidad de los cónyuges es pecado. La fornicación, la cual
ocurre entre aquellos que no están casados y que, aparentemente, no destruye la
unidad matrimonial, también es pecado. Los cristianos no deben cometer
adulterio ni tampoco deben cometer fornicación. Tenemos que comprender que
el sexo es santo y que el estar conscientes del sexo no es pecado. Pero si usted
está casado y tiene sexo fuera del matrimonio, esto constituye adulterio. Si usted
no está casado pero tiene relaciones sexuales, esto constituye fornicación. Como
creyentes, jamás debemos cometer adulterio ni fornicación.

CAPÍTULO TREINTA Y UNO


LA ELECCIÓN DEL CÓNYUGE

Lectura bíblica: Gn. 2:18

I. LO IMPORTANTE QUE ES
LA ELECCIÓN DEL CÓNYUGE

Cuando Dios creó al hombre, Él consideró que Adán era una mitad y Eva la otra
mitad. El varón no era un hombre completo hasta que ambas mitades fueron
reunidas. Así pues, todos necesitamos casarnos. Las únicas excepciones son
aquellas personas que han recibido el don de Dios para mantenerse vírgenes. La
gran mayoría de los maestros de la Biblia están de acuerdo en que, cuando los
hijos de Dios buscan su cónyuge, en realidad, buscan su otra mitad. Dios lo creó
a usted como una mitad y Él ha creado, además, otra mitad para usted. Usted
tiene que encontrar la otra mitad a fin de ser una persona completa. Así pues,
buscar pareja significa buscar ser completo. Las dos mitades son inútiles si
permanecen como tales. Usted tiene que encontrar su otra mitad. Si ambas
mitades se juntan, pero todavía permanecen dos mitades, entonces hay algo
errado en tal matrimonio. Creemos firmemente que aquello que Dios unió, no
debe ser separado (Mt. 19:6). Es por ello que debemos encontrar el
complemento que Dios tiene para nosotros.

El matrimonio entre nuestros jóvenes es un asunto que tiene mucho que ver con
la iglesia; por tanto, los hermanos y hermanas maduros no deben ignorar este
asunto. Tenemos que reconocer su importancia y ayudar a los jóvenes a hacer la
elección correcta. Si ellos no hacen la elección correcta en cuanto a su
matrimonio, y algo sucede después en el curso de sus vidas, sus problemas
familiares se convertirán en los problemas de la iglesia. Esto pondrá una carga
muy pesada sobre la iglesia.

Esperamos que los hermanos y hermanas jóvenes abran sus corazones al Señor
con respecto al asunto del matrimonio. Deben abandonar todo prejuicio y
considerar este asunto con calma; eviten todo subjetivismo y procuren abordar
este asunto de la manera más objetiva posible. Si son demasiado subjetivos, su
corazón y su mente estarán demasiado férvidos como para poder considerar
todos los factores con sobriedad y claridad. No se dejen inquietar por sus
emociones y no hagan nada apresuradamente. Jamás se olviden que, por ser
cristianos, una vez que ustedes resuelvan casarse con alguien, estarán tomando
una decisión irreversible. La gente de este mundo puede ―entrar‖ y ―salir‖ del
matrimonio con facilidad, pero ustedes no. Por esto, deberán considerarlo
cuidadosamente antes de entrar en el matrimonio.

Permítanme mencionarles algunos factores básicos que afectan el matrimonio.


Me gustaría que los hermanos y las hermanas jóvenes consideren estos factores
con la debida calma y los tomen en cuenta uno por uno. No basta con mirarlos a
la ligera.

II. LOS FACTORES QUE AFECTAN


LA ELECCIÓN DEL CÓNYUGE

A. La atracción natural

A Jacob le fue más fácil casarse con Raquel que con Lea. Jamás debiéramos
menospreciar el rol que cumple la atracción natural en el matrimonio. Nunca
me atrevería a decir que se puede elegir a cualquiera como cónyuge con tal que
sea un hermano o hermana. La atracción natural no se relaciona con si es un
hermano o hermana en el Señor. Pero si dos personas se casan, ellas tienen que
sopesar todos los factores que forman parte de una relación matrimonial. Uno
de estos factores básicos es la atracción mutua que debe existir entre ellos.

El Dr. Bevan, de la ―Alianza Cristiana y Misionera‖, acuñó una expresión muy


apropiada al respecto; él dijo: ―La atracción mutua constituye la expresión más
elevada del amor‖. Este gran siervo del Señor dijo también: ―Cuando el Señor te
convierte en hermano o hermana de todos los creyentes, esto no tiene nada que
ver con la atracción, pero cuando Él te dice que te cases con cierta persona, la
atracción entra en juego‖.

Incluso Pablo mismo no ignoró este aspecto en 1 Corintios 7. Él dijo que si uno
piensa que debe casarse y desea hacerlo, debe casarse. Esto nos muestra que el
matrimonio tiene que ser producto de nuestra propia voluntad. Uno tiene que
sentir que desea hacerlo. La atracción natural es un requisito previo para lograr
un matrimonio exitoso. Por supuesto, nadie necesita enseñar esto, puesto que
nuestros jóvenes ya lo saben. Ellos ciertamente son conscientes del papel que
juega la atracción natural en el matrimonio. Nosotros queremos mencionar esto
simplemente para que ellos vean que los hermanos más maduros en el Señor
reconocen tanto la existencia de este factor como su legitimidad. Cualquier
matrimonio en el que la atracción natural esté ausente no marchará bien. Tales
matrimonios son uniones a regañadientes.

Si usted quiere a alguien como cónyuge, tiene que desear estar con él (o ella) y
tiene que disfrutar su compañía. No se trata de que usted pueda tolerar su
presencia, sino de que usted debe disfrutar de su compañía. Hay seguramente
mucha gente cuya presencia usted tolera, pero de cuya compañía usted no
necesariamente disfruta. Si usted desea casarse con alguien, tiene que ser
alguien cuya compañía usted aprecie y valore mucho. Tiene que sentirse feliz de
poder estar con tal persona. Si usted no disfruta de su compañía ni puede
deleitarse en ello, entonces no debe casarse con tal persona, porque le falta un
factor básico para el matrimonio. El deleitarse en la compañía de alguien no
debiera ser algo efímero; tiene que ser un sentimiento perdurable. Usted deberá
tener la certeza de que treinta o cincuenta años después, la compañía de su
cónyuge seguirá siendo un deleite para usted. Este disfrute no debiera cesar
después de tres o cinco días. Esta clase de atracción es uno de los requisitos
fundamentales para un buen matrimonio.

B. La salud física

En segundo lugar, tenemos que tomar en cuenta nuestra salud. Es verdad que
un gran amor supera cualquier debilidad física. Incluso sabemos que algunas
personas se casan a fin de atender a una persona con cierto impedimento físico.
Por ejemplo, en Inglaterra conocí a un hermano que se quería casar con una
hermana debido a que ella era ciega. Hay muchos casos así en la historia de la
iglesia. Donde el amor es grande, las debilidades físicas son superadas.

No obstante, tenemos que comprender que, en circunstancias normales, no


todos tenemos tan grande amor. Normalmente, las debilidades físicas pueden
convertirse en factores perjudiciales que atentan contra el éxito de una relación
matrimonial. A medida que las debilidades físicas de uno de los cónyuges se
agudizan, la necesidad de que el otro cónyuge se sacrifique también se hace más
aguda y esto, espontáneamente, redunda en la posibilidad de que este
matrimonio fracase.

Hay dos actitudes posibles que se pueden suscitar en el caso de una persona que
es casada y sufre de algún tipo de incapacidad física, y que recibe cuidados
especiales de parte de su pareja. Tal persona puede ser muy egoísta o puede ser
excesivamente conciente de sí misma. Una persona egoísta solamente recibe,
nunca da. Solamente toma, pero nunca gasta. Si el cónyuge minusválido es
egoísta y siempre está pensando en sus propias necesidades, después de algún
tiempo tal egoísmo será evidente para su pareja. Entonces el cónyuge de tal
persona tenderá a menospreciarla y llegará a pensar: ―Mi esposo (o mi esposa)
es demasiado egoísta. Él (o ella) piensa solamente en sí mismo(a) y no en los
demás‖. En tales casos, uno de los cónyuges comenzará a menospreciar a su otra
mitad.

Quizás tal persona no sea egoísta, pero sea excesivamente conciente de sí


misma. Esto también causará un problema. Si una persona es así, se sentirá
culpable por ser el objeto del servicio constante y de los sacrificios de su
cónyuge. Le será muy difícil recibir tales servicios y cuidados especiales. Por
esto, en circunstancias normales, la enfermedad de uno de los cónyuges afecta el
éxito del matrimonio.
Consideremos ahora el lado del cónyuge que provee los cuidados. También son
posibles dos actitudes distintas. Tal persona o está dispuesta a sacrificarse o está
dispuesta a sacrificarse pero con ciertas limitaciones. La paciencia de los
hombres se agota fácilmente; tiene un límite, y cuando la paciencia se agote, los
problemas estallarán en el hogar. Algunas veces, quizás no se trate de que la
paciencia de uno de los cónyuges se agotó, sino que este no está dispuesto a
sacrificarse. Habrá ocasiones en que uno de los cónyuges descubrirá que el otro
es muy egoísta y probablemente comience a menospreciarlo por ello, pero si el
otro es excesivamente conciente de sí mismo, se generará en él un abrumador
sentimiento de deuda. Esto es como prestarle dinero a otro. Si el que se presta el
dinero es egoísta, no cesará de pedir prestado, pero si él es excesivamente
conciente de sí mismo, de cualquier forma, al prestarle dinero, sólo
conseguiremos que se sienta peor. Quisiera que ustedes tomen esto en cuenta.
Si bien tales problemas de salud no constituyen problemas insuperables, tarde o
temprano serán un problema serio para la familia. Puede ser que las dolencias o
limitaciones físicas de uno de los cónyuges no sean un problema en el momento
del matrimonio, pero ciertamente se convertirán en un problema después.

Conozco un hermano que padece una severa enfermedad y cuya esposa tiene
que trabajar para sostener a la familia. La esposa trabaja durante el día y hace
las tareas del hogar cuando llega a casa por la noche. Semejante situación no
puede durar por mucho tiempo. Quizás la esposa trabaje por uno o dos meses,
pero ella no podrá seguir así por siempre. En condiciones normales, nadie
puede asumir más responsabilidades que las que es capaz de soportar.

Me parece que un hombre y una mujer deben gozar de un nivel parecido de


salud para que un matrimonio tenga éxito. No es posible tener un matrimonio
en el que uno de los cónyuges sea muy saludable, y el otro padezca alguna
enfermedad o limitación muy grave. De otro modo, le será muy difícil a la pareja
proseguir cuando tengan que enfrentar pruebas particularmente severas. Uno
tiene que darle la debida importancia a la salud de la otra persona cuando se
trata de escoger un cónyuge.

C. El factor hereditario

Debemos considerar el matrimonio como un cometido a largo plazo. Como tal,


el asunto de la herencia debe ser considerado. Uno debe considerar tanto la
salud de su cónyuge como también la de sus progenitores.

El factor hereditario es un factor relevante no solamente en el campo de la


salud, sino también es algo que menciona la Biblia. La ley de Dios afirma que
nuestro Dios es un Dios celoso. Dios castigará la iniquidad de los que le odian,
hasta la tercera y cuarta generación. Dios también se mostrará misericordioso
hasta la milésima generación con aquellos que le aman y guardan Sus
mandamientos. Son muchos los que llevan vidas de disipación y rebeldía en su
juventud debido a que sus padres o abuelos sembraron a los vientos. La Biblia
dice que aquellos que —al llevar vidas disipadas— sembraron vientos,
cosecharán torbellinos. Quizás ellos mismos hayan sido perdonados, sean salvos
y un día hayan recibido una nueva vida; mas no todos los que califican para ser
salvos califican para el matrimonio. Quizás el Señor haya perdonado sus
pecados y su conducta pasada, y los haya salvado, pero si ellos se casan y tienen
hijos, es probable que su descendencia no se salve tan fácilmente. Ellos
transmitirán su simiente maligna a su descendencia, pero no podrán
transmitirles su regeneración. Ellos únicamente pueden sembrar la simiente de
pecado, mas no la que corresponde a la vida de Dios; ellos no podrán transmitir
su regeneración a sus hijos.

En muchas ocasiones, cuando tales personas engendran hijos, la siguiente


generación cae en pecados serios y transgresiones muy graves, lo cual causa
mucha tristeza a sus padres. No estoy diciendo que esto ocurrirá durante sus
primeros años de matrimonio, sino que cuando sus hijos sean mayores, les
causarán muchos dolores. Algunos se preguntan cómo es posible que personas
tan espirituales hayan dado a luz la clase de hijos que tienen. Quizás usted se
pregunte por qué tal hermana tiene una hija tan indisciplinada. Deben darse
cuenta que existe la ley de la herencia. En muchos casos, la segunda y tercera
generación hereda la simiente maligna de la primera generación. Si uno siembra
vientos, cosechará torbellino. Su segunda generación cosechará lo que usted
haya sembrado. Por un lado, esta clase de siembra le dará a la iglesia pecador
difícil con el que trabajar y, por otro, le dará a usted un hijo rebelde en su
familia. Así pues, esto habrá de representar un problema bastante serio para
todos.

¿Qué debemos hacer si hay personas que ya están casadas y ahora se enfrentan
algún problema a causa de su herencia? Tales personas tienen que rogar que
Dios les conceda misericordia y que puedan ser librados de la disciplina del
gobierno de Dios. Todo esto se relaciona con la disciplina procedente del
gobierno de Dios, así como con lo que Dios ha dispuesto. Por ello, tales personas
deberán rogar en oración ser libradas de la disciplina procedente del gobierno
de Dios y que Dios los guarde de tan severas consecuencias.

Los jóvenes, tanto los hermanos como las hermanas, deberán darle la
importancia debida al rol que juega el factor hereditario en la otra persona, pues
esto estará directamente vinculado con su vivir el resto de sus días.

D. La familia
En cuarto lugar, uno tiene que tomar en cuenta la familia de la otra persona. En
el occidente circula una expresión muy popular que dice: ―Me estoy casando con
fulanita, no con su familia‖. Pero les ruego que nunca se olviden que esto no es
posible. Cuando alguno se casa con alguien, tal compromiso incluye a toda la
familia del otro. Cuando alguien se casa con una muchacha, la familia de ella
viene junto con ella. Cuando alguien se casa, toda la familia del otro viene
también, porque en mayor o menor medida toda persona forma parte de su
propia familia. Entonces, todo lo que usted tiene que hacer, es ver si la familia
de la otra persona posee principios morales elevados o una escala de valores lo
suficientemente alto. ¿Qué punto de vista manifiestan en diversos asuntos?
¿Aplican normas estrictas para todo cuanto hacen? ¿Cómo tratan los varones a
las mujeres en esa familia? ¿Cómo tratan las mujeres a los varones?
Simplemente consideren estos asuntos un poco y les bastará para conocer qué
futuro familiar les aguarda.

Un joven ha estado en el seno de su familia por diez o veinte años. Quizás él o


ella no esté conforme con su familia pero una vez que se case, sin que tal
persona se percate, los rasgos característicos y la manera de actuar de su familia
saldrán a la superficie. Tarde o temprano, estos rasgos distintivos se
manifestarán. No me atrevería a decir que así sucederá con diez de cada diez
casos, pero sí me atrevería a afirmar que así sucederá con siete u ocho de cada
diez casos. Si bien tales rasgos característicos quizás no salgan a la superficie de
una sola vez, lo cierto es que, poco a poco, la familia de la otra persona se
infiltrará en la suya propia.

Si en una familia el padre es demasiado estricto con sus hijos, estos no serán
muy afectuosos. Los hijos de familias excesivamente severas con frecuencia les
falta cariño. Si en una familia hay calor de hogar y los padres rebosan de afecto
por sus hijos, ellos espontáneamente se desarrollarán como personas amables y
fáciles de tratar. Si en una familia tanto el padre como la madre son personas
muy severas, sus hijos serán personas introspectivas y hurañas. Está bien si
usted quiere elegir a su esposo de esa familia, pero no espere conseguir un
esposo afectuoso. Y si usted elige a una hija de esa familia, ella será una persona
en la que prevalecerá la introspección y la timidez. Si una familia posee ciertas
características, siete u ocho de cada diez hijos tendrán tales características. Las
características propias de una familia siempre salen a flote en la segunda
generación.

Por esto algunos dicen: ―Si quieres casarte con la hija, observa bien a la madre‖.
Quizás estas palabras no sean absolutamente ciertas, pero ciertamente hay algo
de verdad en ellas. Por medio de observar la manera en que la madre trata a su
esposo, usted sabrá cómo tratará la hija a su esposo en el futuro. La hija ha
estado observando a su madre durante más de veinte años, y eso es lo que ella
ha aprendido. A diario, ella ha estado observando la manera en que su madre
trata a su padre. ¿Cómo no habría de tratar a su esposo de la misma manera? A
ella le será muy difícil no hacer lo mismo. Yo no me atrevería a afirmar que en
diez de cada diez casos una hija será igual a su madre, pero sí diría que esto
sucederá en siete u ocho de cada diez casos.

Por ejemplo, algunas personas poseen un carácter muy fuerte. Ellas pueden ser
muy dóciles cuando usted conversa con ellas, pero se han criado en una familia
de temperamentos muy dominantes. Tarde o temprano estos rasgos de
autoritarismo volverán a aparecer. Si una familia es bastante unida y en ella no
hay muchas disputas ni discusiones, los que procedan de dicha familia serán
espontáneamente personas de buen genio y tranquilas. Tales personas
difícilmente argüirían con otros o los agredirían. Los nacidos en el seno de una
familia así por lo menos considerarán que es equivocado pelear y que es algo
serio. Pedirles que peleen sería como pedirles que escalen una montaña. Si un
creyente se ha criado en una familia en la que se discute y pelea todos los días,
puede ser que tal persona lo trate con suma amabilidad hoy, pero tal amabilidad
no es digna de confianza, pues se trata solamente de una máscara temporal.
Llegará el día en que tal persona no será muy cuidadosa y todo cuanto aprendió
de su familia resurgirá. A dicha persona le será fácil maldecir y pelear; no le
cuesta esfuerzo hacerlo, y no habrá nada que usted pueda hacer al respecto.

Así pues, antes que usted decida casarse con alguien, deberá analizar a la familia
de la otra persona y decidir si le gusta o no. Si a usted le gusta su familia,
entonces casi un setenta u ochenta por ciento del problema estará resuelto. Si
usted percibe que algo está mal allí, no espere que su futuro cónyuge vaya a ser
la excepción.

Les suplico que no se olviden que las costumbres de una persona, sus hábitos,
no es lo mismo que los puntos de vista a los que tal persona se adhiere. Uno
puede tener una determinada perspectiva, pero aun así tener hábitos que van en
contra de dicha perspectiva. Si en una familia se dan las discusiones, peleas y
malos hábitos, tarde o temprano los nacidos en esa familia discutirán y
pelearán. No es fácil alterar los hábitos de una persona, cualquiera que esta sea.
Si uno se casa con una hermana, se está casando con toda su familia también. Es
por ello que uno debe examinar cuidadosamente a la familia de la otra persona.

E. La edad

En términos generales, las mujeres maduran y envejecen antes que los varones.
En un matrimonio, el varón debería ser, por lo general, cinco, seis, siete e
incluso ocho años mayor que la mujer. La mujer madura unos cinco años antes
que el varón y envejece unos diez años más rápido que él. Esto es verdad en lo
concerniente al desarrollo fisiológico.

Por otro lado, en el desarrollo mental de la vida humana, el hombre tiene cierta
edad intelectual. Es posible que una persona madure físicamente y aun así
permanezca infantil en cuanto a su edad intelectual. Es posible ser viejo en su
cuerpo y joven en su mente. Un hombre puede tener un cuerpo de treinta años,
pero se conduce como si tuviese veinte en cuanto a su edad mental. En ese
sentido, todavía es muy joven. Entre los cristianos, si la madurez mental de un
hermano es mayor que la de la hermana, es posible que no sea motivo de
preocupación que el hermano sea más joven que la hermana.

La cuestión es si uno le da mayor importancia a la edad física o a la edad mental


de las personas. Si la edad física es lo más importante, es mejor que el hermano
sea mayor que la hermana. Si la madurez mental es lo más importante, podría
estar bien que una hermana sea mayor que el hermano con el que se va a casar.
Esto es algo que nosotros no podemos decidir en lugar de la pareja; ellos
mismos son los que tienen que considerarlo. Algunos le dan más importancia al
aspecto físico y otros al aspecto psicológico o intelectual. No existe una norma
determinada con respecto a la edad de los cónyuges.

F. La compatibilidad
de personalidades, metas e intereses

Los cinco factores anteriores están relacionados con el aspecto fisiológico de la


vida humana. Ahora, quisiéramos hablar acerca del aspecto psicológico. En
otras palabras, queremos abordar la cuestión de la personalidad del cónyuge.

Para que un matrimonio sea un matrimonio saludable, no solamente debe haber


una atracción natural mutua, sino también compatibilidad y armonía en cuanto
a sus personalidades. Podemos decir también que debe existir compatibilidad
en cuanto a intereses y gustos. Si en un matrimonio no hay compatibilidad en
cuanto a sus personalidades e intereses, tarde o temprano dejará de haber paz
en esa familia, y ambos cónyuges sufrirán. Un nuevo creyente tiene que
comprender que la atracción natural es algo temporal, pero que la
compatibilidad de carácter es algo que perdura.

Entre los incrédulos, la clase de amor que se describe en las novelas románticas
está siempre en la esfera de la atracción natural. Pero esta no es la clase de amor
de la que se habla en la Biblia. El amor ciertamente incluye la atracción natural,
pero la atracción natural puede que no sea amor. En el amor, tiene que haber
atracción natural, y además, tiene que haber compatibilidad de personalidades.
Hay dos condiciones básicas, o mejor dicho, dos ingredientes fundamentales
para el amor: un ingrediente es la atracción natural, y el otro es la
compatibilidad o similitud de personalidades e intereses.

Quizás usted se sienta atraído hacia alguien por causa de su apariencia externa,
pero tal vez a usted no le va a gustar dicha persona debido a que no se conduce
conforme a sus gustos. Tal vez a esa persona no le guste lo que a usted le gusta, y
quizás a usted le disguste lo que a ella le gusta. Esto simplemente es indicio de
que existe una incompatibilidad de personalidades.

1. Afectuoso versus frío

Puede ser que un esposo, o una esposa, sea una persona muy afectuosa en su
vida familiar, y que a él, o a ella, le guste mucho la gente y sea generoso con
ellos, o esté dispuesto a hacer lo necesario a fin de recibir afectuosamente a
otros en su hogar. Pero tal vez su cónyuge sea más bien frío e indiferente hacia
los demás. No es que este cónyuge carezca de todo afecto, pero ciertamente no
manifiesta un afecto tan intenso como la otra persona. De inmediato, podemos
percatarnos que hay un problema con las personalidades. Supongamos que
usted es una persona muy afectuosa con los demás y suele ser generosa y cálida
con los demás. Y suponga que se casa con un esposo que también es muy
cariñoso y afectuoso con la gente. Entonces ustedes dos compartirán un gran
interés por conocer otras personas y la vida les parecerá muy sencilla. Siempre
que ustedes giren hacia el oeste, se encontrarán con que la marea también fluye
hacia el oeste; siempre se encontrarán avanzando en la misma dirección en que
la marea fluye. Pero si su cónyuge es indiferente y frígido hacia los demás, él irá
en una dirección, mientras que usted irá en otra. Usted sentirá que lo está
tolerando, y él sentirá que es él quien la tolera a usted. Así, cuando usted se
comporte de cierto modo, él pensará que actuar así es excesivo y que la está
tolerando a usted demasiado. Y cuando él se comporte de cierto modo, usted
pensará que él es demasiado mezquino y que, ahora, es usted quien lo está
tolerando. Esto no es nada bueno.

2. Amable versus hosco

Algunos no sólo son afectuosos sino también amables. Tales personas no


quieren herir ni ofender a nadie y siempre son consideradas con los demás. Si
uno elige un esposo o esposa que sea igualmente amable y considerado con los
demás, que es feliz si no tiene que herir el amor propio de otros y que jamás
quisiera avergonzar a nadie, entonces él o ella estará siempre contento y será
optimista. Cuando se mueva en cierta dirección, parecerá que la marea siempre
fluye en la misma dirección. La vida le parecerá sencilla. Pero supongamos que
la otra persona sea totalmente distinta a uno. Supongamos que ella siempre va
en otra dirección y es una persona áspera y exigente para con todo y con todos.
Entonces, uno encontrará muchos problemas en su matrimonio. A veces, una
persona no sólo es bondadosa con la gente sino incluso con los gatos y los
perros. Si uno toma como cónyuge a una persona que siempre está golpeando a
los perros y a los gatos, enfrentará muchos problemas. Algunas personas son
amables con las personas tanto como lo son con sus cosas; pero otras son
insensibles a todo, no solamente hacia sus mascotas, sino también hacia sus
prójimos. Es un problema bastante serio que dos personas de personalidades
opuestas tengan que vivir juntas. Es muy difícil esforzarse por ir en una
dirección, cuando el otro toma la dirección opuesta.

3. Generoso versus mezquino

Consideren otro ejemplo. Un hermano puede ser muy generoso con las personas
y estar dispuesto a regalar cualquiera de sus posesiones. Si un hermano o
hermana lo visita, esta persona sacará todo lo que tiene para compartirlo. Pero
supongamos que tal persona toma como esposa a una hermana que se encoge de
horror cada vez que alguien viene a comer a su casa y que le preocupa que los
demás vayan a consumir todo cuanto tiene. Es de esperarse que surjan
dificultades en tal matrimonio. No se trata de un fracaso de orden moral, sino
que se trata de un problema de personalidades. Ciertas personas tienen una
personalidad tal que cada vez que tienen que compartir un poco de comida con
otros, se encogen de horror ante tal posibilidad. Cuando sus invitados vienen,
tales personas deliberadamente sirven aquello que es inferior en calidad y se
reservan para sí lo que es de mejor calidad. Obviamente, este no es un problema
de orden moral, sino un problema que atañe a la personalidad. Tales personas
siempre han de manifestar esa tendencia. Si un individuo generoso se casa con
una esposa a quien le gusta regalar sus cosas tanto como a él, dicho individuo
sentirá que siempre navega a favor de la corriente y será muy feliz. Pero si existe
alguna incompatibilidad de personalidades, ambas partes estarán esforzándose
por avanzar en direcciones opuestas y discutirán airadamente todo el tiempo.
Esto llegará a constituir un problema muy serio.

4. Sincero versus cauteloso

Algunas personas son muy sinceras por naturaleza. Tales personas no


solamente son francas, sino que gustan de ser personas muy abiertas. Otras
personas son cautelosas por naturaleza. No solamente son cautelosas ellas
mismas, sino que además quieren que las demás personas sean cautelosas y
reservadas. Si se juntan estas dos clases de personas, surgirán muchos
problemas. Les ruego que no se olviden que no hay nada de malo en ser una
persona franca, como tampoco hay nada de malo en ser una persona cautelosa.
No se trata de un problema moral, sino de un conflicto de personalidades. Aquí
hay una persona que es cautelosa, callada e introspectiva. Al lado de ella está
otra persona que es franca y abierta en todo aspecto. La persona cautelosa no
debiera criticar a la persona más abierta; ni tampoco la persona que es franca
debe criticar a la persona cautelosa. Ambas son personas maravillosas. A uno le
encanta ser franco, mientras que al otro le encanta ser cauteloso. La persona
franca piensa que la otra persona es demasiado lenta, mientras que a la persona
cautelosa le parece que la otra persona se mueve demasiado rápido. Como
resultado, ambas personas sufren. Si una persona franca se encuentra con otra
persona igualmente sincera, ambas proseguirán en armonía. Si una persona
cautelosa conoce a otra persona cautelosa, ellas también se llevarán muy bien.

5. Reflexivo versus impulsivo

Algunas personas son muy prudentes y reflexivas; les gusta sopesar todo muy
cuidadosamente y examinar cada detalle exhaustivamente. Pero otras personas
son muy impulsivas en todo cuanto hacen. Esta clase de persona suele actuar
primero y sólo después piensa en lo que hizo o consulta con otros al respecto.
Nuevamente, esta no es una cuestión moral, sino que es algo relativo a la
personalidad del individuo. Una persona reflexiva no debiera criticar a las
personas impulsivas; en lugar de ello, debiera procurarse una esposa que sea
reflexiva y prudente como él. Uno impulsivo debe conseguirse una mujer
impulsiva. De este modo, ambos vivirán en paz. Si una persona reflexiva se casa
con una persona impulsiva, esto creará un problema bastante significativo, pues
ambos se esforzarán por ir en direcciones opuestas.

6. Exacto al hablar versus


descuidado en sus palabras

Algunas personas suelen ser muy exactas en lo que dicen. Son personas tan
exactas que su exactitud aterroriza a los demás. Cada palabra que pronuncian
tiene que ser exactamente correcta. Otras personas, en cambio, quizás no sean
imprecisas deliberadamente, pero no son tan cuidadosas en cuanto a las
palabras que emplean. Nuevamente, no es un asunto de moralidad, sino de
personalidad. Si juntamos estas dos clases de personas, probablemente uno
critique al otro por decir mentiras, mientras que el otro afirme que es mejor
callarse que tener que hablar como lo hace el otro. Para ser justos, si toda
palabra tiene que ser tan precisa, quizás no se podrían pronunciar más de veinte
frases al día en todo el mundo. Así pues, ustedes pueden comprobar a través de
esto que la incompatibilidad de personalidades es verdaderamente un gran
problema.

7. Activo versus tranquilo

Tomemos otro ejemplo. Algunas personas están llenas de energía, mientras que
otras son muy tranquilas. Ambas están en lo correcto, puesto que no es una
cuestión moral. Pero cuando una persona muy activa se casa con otra muy
pasiva, aun cuando ambas sean hermano y hermana, sin duda esto puede
producir problemas para dicho matrimonio. Tarde o temprano, tal conflicto de
personalidades se convertirá en un problema de orden moral. Un cónyuge
magnificará los rasgos peculiares del otro cónyuge. El esposo que es muy
tranquilo sentirá que su esposa es demasiado extrovertida. Y la esposa que es
muy activa, a su vez, sentirá que se ha casado con un hombre insensible. Así,
surgirá un gran problema en el seno de esta familia. Yo conozco alguien a quien
le encanta quedarse en casa, pero que está casado con una hermana a quien le
gusta ir de visita de lugar en lugar. Al esposo, esto le parece insoportable.
Simplemente no soporta tener que acompañar a su esposa de un lado a otro
todo el tiempo; pero cuando está en casa, se siente encarcelado si no acompaña
a su esposa. Cuando él llega a su casa, casi nunca encuentra a su esposa. Tal
marido está siempre tratando de sobrellevar semejante situación. Si esta no se
resuelve, estallarán los problemas. Repito, este no es un asunto de carácter
moral, sino una cuestión de personalidades; se trata de algo que se pasó por alto
en el momento del casamiento.

8. Pulcro versus desarreglado

Cierta hermana se preocupa mucho por la limpieza de su casa. Todo en su casa


tiene que estar minuciosamente limpio. Ella sigue a su esposo con un trapo y
limpia todo cuanto encuentra a su paso, pero el esposo se complace en ser
desaliñado. Cierto día visité su hogar y me encontré al esposo tirando una
almohada al piso, volteando una silla y moviendo todas las cosas fuera de lugar.
Cuando le pregunté por qué hacía todo esto, él me respondió: ―Hoy me siento
muy feliz porque mi esposa se fue a visitar a sus padres‖. Él se sentía tan
frustrado con la pulcritud de su esposa que se deleitaba en el desorden. Esta no
es una cuestión de índole moral. No hay nada de malo en ser personas un poco
pulcras y tampoco hay nada de malo en andar un poco desaliñados.

9. La compatibilidad de personalidades
es el factor más importante
para mantener un buen matrimonio

Un nuevo creyente tiene que comprender que existen dos condiciones


fundamentales para el amor. Una es la atracción natural, y la otra es la
compatibilidad de caracteres. Al elegir una pareja, usted tiene que elegir,
primero, una persona que le resulte atrayente. Un matrimonio en el cual no hay
atracción mutua no marchará bien. En segundo lugar, uno tiene que elegir a una
persona cuya personalidad sea similar a la de uno mismo. Los hermanos más
maduros deberán ayudar a los más jóvenes a conocer su propia personalidad.
No descuide el aspecto de la compatibilidad de caracteres simplemente porque
haya atracción natural.
Conozco una pareja en Shanghái que siempre está discutiendo. Le pregunté al
esposo por qué la había elegido a ella como esposa en primer lugar. Él me
respondió que la primera vez que la vio, se sintió atraído por sus ojos oscuros.
Esto es atracción natural. A él le gustaban sus ojos oscuros, pero poco después
que se casaron, se olvidó si ella tenía ojos claros u oscuros. Lo único que podía
recordar era que a ella le gustaba la pulcritud, mientras que a él no; que a ella le
gustaba ser muy jovial, mientras que él prefería la tranquilidad; y que ella era
muy rápida, mientras que él era muy lento. Por favor recuerden que la
personalidad es algo permanente, mientras que la atracción natural es algo
temporal.

Al elegir pareja los jóvenes no deben considerar únicamente la atracción


natural. Sin duda debe haber atracción natural. Me complace que nuestros
jóvenes, tanto hermanos como hermanas, le den la debida importancia a la
atracción natural. No hay nada erróneo en ello, pero no basta con sentirse
atraídos mutuamente. Tienen que considerar también la compatibilidad de sus
personalidades. Y esto es algo completamente diferente. Si hay un conflicto de
personalidades, la atracción natural desaparecerá muy pronto. La atracción
natural es capaz de inducirnos a una unión matrimonial, pero jamás podrá
sustentar tal matrimonio. Así pues, debemos estar conscientes de los problemas
concretos que pueden surgir en tal relación.

Algunos han dicho que una persona puede tener dos cielos o dos infiernos. Una
persona puede ascender a un cielo y descender a un infierno; o puede ascender a
dos cielos o descender a dos infiernos. En ningún otro lugar sobre la tierra hay
tanta felicidad como en una familia feliz. Pertenecer a una familia feliz es como
estar en el cielo. Asimismo, el más terrible lugar sobre la tierra es una familia
que está triste; es como estar en el infierno. Cuando una familia está contenta,
uno se siente en los cielos. Si uno pertenece a una familia triste, uno se siente en
el infierno. Así pues, un creyente puede experimentar un cielo y un infierno; y
un incrédulo puede experimentar dos infiernos. Una persona que no es creyente
puede experimentar el infierno mientras está en la tierra y otro infierno después
de morir cuando vaya al infierno. Hay muchos cristianos que experimentan
cierta clase de infierno hoy en día, pero que irán a los cielos en el futuro. Tales
creyentes viven de este modo debido a que en su vida familiar hace falta la
armonía de personalidades.

Yo recuerdo el caso de un hermano cuya esposa discutía y peleaba con todos en


todo lugar. Ella podía ser muy espiritual cuando así lo quería; podía hacer bellas
oraciones y comportarse muy espiritualmente. Pero cuando se enojaba, nadie
podía hablar con ella. Ella peleaba con sus vecinos todo el tiempo, y nadie podía
hacer nada al respecto. Su esposo tenía que andar alrededor pidiendo perdón a
una y otra familia todo el tiempo. Cada vez que llegaba a casa, tenía que
descubrir con quién había peleado esta vez su esposa para ir a pedirle disculpas
a tales personas. Ella se metía en problemas todos los días. En realidad, si ese
hermano se hubiese casado con una hermana tranquila, o si esa hermana se
hubiese casado con un hermano muy activo, no habría tales problemas. Si una
hermana muy activa se casa con un esposo muy tranquilo, o un hermano muy
tranquilo se casa con una esposa que es muy activa, ciertamente surgirán
problemas en la familia.

10. No debemos esperar que


la personalidad de nuestro cónyuge cambie

Son muchos los que tienen un concepto equivocado: ellos creen que pueden
cambiar la personalidad de otros. Por favor recuerden que esto no es posible.
Incluso el Espíritu Santo mismo necesita mucho tiempo para transformar a una
persona. Si es así con el Espíritu Santo, ¿cuánto podrá lograr usted? Por favor
recuerden que el matrimonio no trae consigo el poder para cambiar la
naturaleza de una persona. Son muchos los hermanos y hermanas que saben
que sus cónyuges poseen personalidades que difieren de la suya propia y
quieren cambiarlas. Pero después de dos o tres años, ellos descubren que
todavía no ha ocurrido ningún cambio. Si existe alguna expectativa destinada al
fracaso, ciertamente es esta. En toda mi vida no he visto un solo esposo que
haya logrado cambiar a su esposa; ni tampoco he visto a ninguna esposa que
haya conseguido cambiar a su esposo. Una vez compartí que en el matrimonio,
uno solamente puede adquirir cosas ya hechas, no cosas para hacer. Ya sea
como fuere la persona con la cual usted se casa, eso exactamente es lo que usted
obtiene. Usted no puede pedirle que fulano o sutano sea de tal o cual manera de
ser. Usted primero tiene que descubrir si podrá o no podrá aceptar la
personalidad de dicha persona. Usted únicamente puede descubrir la
personalidad actual de la otra persona; jamás debe abrigar la esperanza de
poder cambiarla. Si usted tiene tal esperanza, ciertamente será defraudado.
Esperamos que los hijos de Dios habrán de darle mucha importancia a esto,
pues esto les ahorrará muchos dolores de cabeza.

Durante los diez años en los que laboré en Shanghái, una cuarta parte de mi
tiempo lo pasé dando consejos a familias con problemas. De manera enfática,
les aconsejo no unir a dos creyentes cuyas personalidades difieran entre sí. Si
fomentamos tal clase de unión, las consecuencias serán ciertamente muy graves.
Los niños que se críen en tales familias, ciertamente serán afectados, pues no
sabrán qué lado tomar cuando sus padres se encuentren en el vaivén del
subibaja. Es obvio que para tales niños, tampoco les será fácil ser salvos.

G. Los defectos
Ahora, debemos tomar en cuenta el asunto de los defectos. Nuestra
conversación anterior se refirió a las diferencias en cuanto a la personalidad de
los cónyuges y no involucraba asuntos de orden moral. Pero los seres humanos
no solamente difieren en cuanto a sus personalidades, sino también en cuanto a
sus defectos.

1. Los defectos de orden moral

¿Qué es un defecto? Algunas personas son perezosas, mientras que otras son
diligentes. La diligencia es una virtud, mientras que la pereza es un defecto.
Algunas personas eligen sus palabras con mucho cuidado y precisión; tal
precisión es una virtud. Otras personas no solamente son un poco descuidadas
con las palabras que usan, sino que además mienten constantemente; a estas
personas les encanta exagerar. Este es un defecto de su carácter. Algunos saben
mantener la boca cerrada y no les gusta hablar mucho, lo cual es una virtud. A
otros les encanta criticar y corregir a los demás; esto constituye un defecto.
Tales personas difunden chismes acerca de esta y aquella familia. Esto no es una
cuestión de la personalidad, lo cual no involucra valores morales. Si un
determinado rasgo de la personalidad involucra asuntos de carácter moral,
entonces constituye un defecto, y se tiene que tomar medidas al respecto en la
presencia de Dios. Algunas personas hacen las cosas lentamente, mientras que
otras actúan con rapidez; estos son rasgos de la personalidad. Pero si una
persona es tan rápida que se convierte en una persona impaciente, ella tiene un
defecto. Algunas personas son tan lentas que se convierten en personas que no
son dignas de confianza. Esto es también un defecto. Ser impacientes es un
defecto y ser tan lentos que perdemos la confianza de los demás también es un
defecto.

2. Al descubrir los defectos del otro

¿Qué debiéramos hacer respecto a las debilidades o defectos de la otra persona?


Este asunto es tan difícil que no puede ser decidido por una tercera persona.
Antes que nuestros jóvenes se casen, es imprescindible que ellos lleguen a
conocer los defectos de la otra persona; ellos tienen que hacerlo antes de
comprometerse, no después. Es erróneo buscar los defectos del otro después de
haberse casado; de hecho, hacer esto es actuar neciamente. Después que uno se
ha casado, es demasiado tarde para procurar descubrir los defectos del otro. Si
usted intenta descubrir los defectos del otro después de haberse casado con tal
persona, es demasiado tarde porque usted ya está viviendo con ella todos los
días. En tal caso, usted verá muchas cosas incluso sin procurar descubrirlas. Si
usted intenta deliberadamente encontrar los defectos del otro, ciertamente
encontrará muchos más. El matrimonio no tiene como propósito darnos la
ocasión de encontrar los defectos o errores del otro. Después de haberse casado,
no abra sus ojos. Y antes de comprometerse, cuando todavía está eligiendo
pareja, no sea cegado por la atracción natural. No deje que la atracción natural
sea como un velo que le impida ver los defectos de la otra persona. No se
entusiasmen tanto que lleguen a ignorar los defectos de la otra persona.

3. Algunos defectos no se pueden tolerar

Examinemos el asunto de los defectos. Existen dos maneras de enfrentarse a los


defectos de la otra persona. Algunos defectos son intolerables. Se asemejan a
personas de carácter muy difícil con las cuales nos resulta muy difícil llevarnos
bien. Un matrimonio no tendrá éxito si en él se hallan presentes tal clase de
defectos. Hay otros defectos que son tolerables. Después de examinar tales
defectos, quizás uno decida que puede convivir con ellos. Por supuesto, uno
tiene que procurar descubrir los defectos del otro antes de comprometerse con
dicha persona. Algunos procuran descubrir los defectos de su cónyuge después
de haberse casado. Para entonces, es vano procurar descubrir tales defectos;
más bien, esto acarreará perjuicios para la familia, porque nadie puede cambiar
tales defectos. Es imposible cambiarlos. Uno tiene que tomar nota de tales
defectos y sopesarlos antes de casarse, a fin de determinar si puede o no
convivir con los defectos del otro.

4. No se trata de que
tengamos los mismos defectos

Ahora debemos recordarles algo: no vayan a suponer que aquellos que tienen
ciertos defectos en común pueden llevarse bien. Son muchos los que piensan
que aquellas personas con defectos diferentes no pueden llevarse bien, pero que
aquellos con defectos similares, sí pueden. Nada está más lejos de la verdad.
Algunas parejas que comparten los mismos defectos discuten entre sí y pelean
entre ellos todo el tiempo. Uno tiene un temperamento muy fuerte, y el otro
también es de carácter enérgico. Quizás usted piense que es maravilloso que
ambos tengan el mismo carácter. En realidad, en tales casos las dificultades se
han hecho más complejas debido a que ambos tienen los mismos defectos. Si
hay una diferencia de personalidades, la conciencia no está involucrada, pero si
es cuestión de defectos, la conciencia entra en juego. Si ambos cónyuges son
creyentes, cualquier defecto de la otra persona ofenderá la conciencia de los dos.
Así, la carga de la responsabilidad que recaiga sobre ellos será más compleja, y
los problemas que surjan serán también más complejos. Por esto decimos que
una pareja debe tener personalidades similares, pero defectos distintos.

Recuerdo un esposo que dejaba las cosas tiradas alrededor de la casa y que
nunca arreglaba su habitación. Su esposa era igual. Uno desordenaba, y el otro
desordenaba todavía más. Uno podría pensar que en tales casos no se harían
acusaciones mutuas y tendrían paz el uno con el otro, pero esta pareja discutía
todo el tiempo. El esposo decía: ―¿No te parece que dejar las cosas tiradas
alrededor es causar mucho desorden?‖, y la esposa le respondía: ―¿Por qué no
las recoges tú? ¿Acaso no ves que estoy muy ocupada?‖. Les ruego no se olviden
que una carga es ya bastante pesada, pero que dos llegan a ser insoportables. El
resultado será que los problemas familiares se harán más complejos. Jamás
debiéramos suponer que los problemas disminuirán si ambas partes tienen los
mismos defectos. Tener defectos similares resultará en mayores problemas; de
hecho, los problemas se duplicarán. Si el defecto es de una sola persona, ella
podrá soportar su propio defecto; pero si ambos cónyuges comparten el mismo
defecto, entonces la carga es insoportable. Si ya es difícil para uno soportar sus
propios defectos, entonces le resultará imposible soportar los defectos del otro
además de los suyos propios.

Los jóvenes, tanto los hermanos como las hermanas, deben darse cuenta de que
algunos defectos pueden ser tolerados incluso cuando están presentes en
ambos, pero que otros defectos, si son propios de ambos cónyuges, se vuelven
mucho más complejos. Tales defectos son intolerables. Es mejor que los
defectos de las dos personas sean diferentes. Por supuesto, algunas veces
parejas con defectos similares consiguen llevarse bien; no existe una norma
definitiva al respecto. Simplemente, uno tiene que observar por sí mismo.

H. El carácter

Para que un matrimonio tenga éxito, ambas partes tienen que poseer atributos
en su carácter que sean estimados por la otra persona. La esposa no debe
menospreciar al esposo, ni el esposo debe menospreciar a la esposa. Una vez
que surge cualquier clase de menosprecio o desdén, la familia estará acabada. El
respeto por el carácter del otro debe ser mutuo. El esposo debe sentir respeto
por el carácter de su esposa, y la esposa debe sentir respeto por el carácter de su
esposo. Por tanto, no solamente debemos considerar el asunto de la
personalidad y los defectos del otro, sino también el asunto del carácter del otro.

Por ejemplo, se puede tolerar que una esposa ocasionalmente esconda u omita
ciertas cosas al hablar. Pero esto se convierte en un problema que atañe a su
carácter si ella suele mentir todo el tiempo. Algunos esposos son egoístas por
naturaleza y suelen preocuparse únicamente por sí mismos y no por los demás,
pero su egoísmo no debiera llegar al extremo que pierdan el respeto de su
esposa por ellos. Esto es muy distinto del asunto de la compatibilidad de
caracteres. Ya es difícil para una pareja adaptarse a las fricciones y conflictos
por las diferencias en cuanto a la personalidad. Si además de esto hay cierto
desdén por el carácter del otro, los cimientos mismos de la familia serán
sacudidos. Entonces, nada podrá hacerse para remediar tal situación.
A veces nos encontramos con un marido detestable. Otras veces, nos
encontramos con esposas muy calculadoras, las cuales únicamente harán cosas
que sean provechosas para ellas mismas y nada más. Sin duda, se trata de
defectos fundamentales en el carácter de uno; no se trata de meras debilidades.
Tales defectos son motivo de desdén y de falta de respeto. Una vez que se
introduce tal elemento, el ingrediente básico para un matrimonio habrá
desaparecido. Es por ello que tenemos que preguntarnos si podemos tolerar el
carácter de la otra persona.

Algunas personas son crueles. Son personas ásperas con los demás, sin importar
cuál sea el motivo. Son personas insensibles a los problemas y sentimientos del
otro. Lo único que desean es expresar sus propios sentimientos y no les importa
si los sentimientos de la otra persona han sido heridos. Ya no se trata de un
asunto de incompatibilidad de caracteres, sino de un defecto fundamental del
carácter, el cual abre la puerta para que surja la falta de respeto.

Algunas personas no ejercen control alguno sobre sí mismas; no se sujetan a


ninguna disciplina. Son desordenadas en todo, inclusive en cuanto a su
temperamento. Si surge algún problema, dan rienda suelta a su enojo. ¿Por qué
se enoja una persona? Se enoja porque es egoísta y sólo le importa su propia
satisfacción. En último análisis, el problema no estriba en el temperamento o en
los defectos de esta persona, sino en su carácter. Una vez que este elemento se
halle presente, también estarán presentes el desdén y la falta de respeto.

Por tanto, antes que dos personas se casen, tienen que descubrir los atributos
dignos de admiración que hay en la otra persona. Esto se aplica de manera
particular en el caso de matrimonios entre hijos de Dios; siempre tiene que
haber rasgos nobles en ambos cónyuges. Si una persona no tiene nada en ella
que los demás puedan admirar, tal persona no está calificada para casarse. Una
persona tiene que tener por lo menos uno o dos rasgos nobles a los ojos de Dios
a fin de que pueda inspirar el respeto de su cónyuge.

I. Llevarse bien con los demás

Existe otro aspecto de la personalidad y de las consideraciones humanas que


debemos tomar en cuenta. Si usted contempla la posibilidad de casarse con
alguien, tiene que preguntarse si tal persona puede llevarse bien con los demás.
El matrimonio implica convivencia, y una cuestión muy importante es si la otra
persona puede vivir con otros. Algunas personas son muy individualistas por
naturaleza. Tales personas simplemente no pueden vivir con otras. Si un
hermano no está en buenos términos con su padre, su madre, sus hermanos y
sus hermanas; entonces, lo único que usted puede esperar es un matrimonio
miserable si se casa con él. Si una hermana no puede llevarse bien con nadie y
siempre está peleándose con otros, pueden estar seguros que los momentos de
felicidad serán muy escasos si usted la toma por esposa.

Todo aquel que desee casarse tiene que cumplir con un requisito básico: él o ella
tiene que ser capaz de llevarse bien con otros. Debido a que el matrimonio
consiste en convivir con otro, si uno no puede llevarse bien con otros, ¿cómo
podría llevarse bien con usted? Las posibilidades de que esto suceda son muy
pequeñas y será muy difícil que tal persona cambie. Si se trata de una persona
que no muestra consideración o respeto por nadie, ¿piensa usted que tendrá
respeto por usted? Si usted espera hasta después del matrimonio, descubrirá
entonces que él tampoco tiene respeto por usted. Para tales personas es difícil
casarse. Al elegir una esposa, usted tiene que asegurarse que su cónyuge posee
las cualidades humanas indispensables para un matrimonio. Usted tiene que
averiguar si se trata de una persona capaz de llevarse bien con los demás.

Supongamos que una hermana ha alcanzado la edad en la que debe casarse. Si


ella va a todo el mundo y les dice: ―Mi mamá es terrible. Mi papá es terrible. Mis
hermanos y hermanas son terribles. Todos en mi familia me tratan muy mal‖.
Pueden estar seguros que ella más tarde se quejará de que usted es una persona
terrible y que la trata muy mal. Tal persona simplemente no es capaz de llevarse
bien con los demás.

Por favor recuerden que si ustedes son personas que saben llevarse bien con los
demás, las posibilidades que tienen de tener éxito en su matrimonio son muy
elevadas. Por el contrario, si uno no puede convivir con nadie, las posibilidades
de éxito matrimonial serán muy reducidas. No estoy diciendo que uno no sea
capaz de convivir con tal clase de personas, pero me temo que no será nada fácil.
Este factor es muy importante.

J. Ser una persona consagrada

Ya abordamos el asunto de la salud, el carácter y lo relativo al alma de las


personas. Ahora, quisiéramos cubrir lo relativo al espíritu de la persona. En
términos espirituales, una persona tiene que ser consagrada al Señor.

No debiéramos casarnos con un incrédulo. Sin embargo, hay mucho más


involucrado que simplemente esto; debemos tener una visión mucho más
elevada delante del Señor. Un matrimonio exitoso no solamente tiene la
atracción física y la compatibilidad de caracteres, sino que también debe tener
una unión en la que ambas partes comparten el mismo objetivo espiritual. Esto
quiere decir que ambas personas anhelan servir al Señor. Ambos tienen que
estar completamente entregados al Señor. Uno vive para Dios y el otro también.
En todas las cosas, grandes o pequeñas, ambos son para el Señor. Esto quiere
decir que la consagración al Señor es un elemento imprescindible. De hecho, tal
consagración es aún más importante que poseer un buen carácter. Una vez que
la pareja es una pareja consagrada al Señor, el matrimonio contará con una base
firme. En tal matrimonio, ambos compartirán un interés común muy fuerte
delante de Dios.

En tal familia, no se pondrá en tela de juicio quién debe ser la cabeza y quién
debe obedecer. En lugar de ello, ambos dirán que Cristo es la Cabeza y ambos le
obedecerán. Entonces, no habrá necesidad que ninguno procure salvar las
apariencias. Muchas veces, la esposa discute con su esposo, no porque ella esté
en lo correcto y él se haya equivocado, sino simplemente porque quiere guardar
las apariencias. Tal discusión no tiene nada que ver con lo correcto y lo erróneo,
pues la esposa únicamente está esforzándose por la apariencias. Pero si ambos
están consagrados, no estarán procurando guardar esa apariencia, pues ambos
estarán dispuestos a ser avergonzados delante del Señor. Ambos podrán
confesar sus faltas delante del Señor. Nosotros debemos ser personas que
anhelan el cumplimiento de la voluntad de Dios. Cualquier conflicto se puede
resolver si ambas partes anhelan el cumplimiento de la voluntad de Dios.

En una familia, si tanto el esposo como la esposa están consagrados al Señor, y


si ambos sirven al Señor en unanimidad, tendrán una alta posibilidad de que tal
matrimonio tenga éxito. Aun cuando existen diferencias de índole natural, y aun
cuando la atracción física disminuya, ninguno de estos aspectos se convertirán
en impedimentos para tal unión, y la familia seguirá hacia adelante de manera
positiva.

Todos estos diez factores deben ser tomados en cuenta cuando se trata de elegir
un cónyuge. Estos factores pueden ser clasificados como atributos de orden
físico (o atributos externos), atributos de orden psicológico (o atributos del
carácter) y atributos de orden espiritual. Tenemos que tomar en cuenta los tres
aspectos. Tenemos que tomar en cuenta tanto los atributos físicos de una
persona, como también su personalidad y su espiritualidad. Todos estos tres
aspectos deben ser considerados con la debida perspectiva. Tenemos que tomar
en cuenta todos estos tres aspectos y examinarlos uno por uno.

III. DENLE LA DEBIDA ATENCIÓN


A LA ELECCIÓN DEL CÓNYUGE

Antes de que usted contemple la posibilidad de casarse con alguien o antes de


comprometerse con alguien, usted debiera anotar todos sus rasgos personales
uno por uno. ¿Qué tal la atracción natural? ¿Qué tal su salud? ¿Qué tal su
familia? Tenemos que anotar todas estas características en detalle. Este es un
asunto muy serio. No sean descuidados al respecto. Ustedes deben anotar cada
atributo, uno por uno. ¿Qué tal su personalidad? ¿Cuáles son sus defectos o
debilidades? ¿Cuántos atributos que usted valora se encuentran en esa persona?
¿Es ella capaz de llevarse bien con otros? ¿Cuán bien se relaciona con su
familia? ¿Cuán bien se relaciona con sus amigos? ¿Tiene amistades? Por favor
no se olviden que aquellos que no tienen amistades resultan esposos y esposas
muy deficientes. Una persona que no se lleva bien con los demás, casi no tiene
posibilidad alguna de llevarse bien con usted. Usted debe observar cómo ella
trata a la gente en privado; cómo trata a sus amigos, parientes, hermanos y
hermanas más jóvenes, a los niños y a los padres. Luego, usted tiene que saber si
se trata de una persona consagrada íntegramente al Señor y si anhela vivir para
el Señor. Trate de averiguar cuánto ha dejado por seguir al Señor y cuánta
experiencia espiritual posee.

Los hermanos más maduros en el Señor y que están a cargo de los jóvenes,
también debieran hacer una lista con respecto a estas dos personas y deberán
hacer una comparación. Sólo entonces tendrán ellos una idea de si estas dos
personas pelearán entre ellas en el futuro. Son muchos los que se percatan de
los problemas que existen sólo después que estos han salido a la superficie.
Tenemos que estudiar esto cuidadosamente de antemano. Esto nos dará
indicios de las posibilidades de éxito que una pareja tiene en el futuro.

Me gustaría decirles enfáticamente que la vida familiar de la siguiente


generación tiene una relación muy estrecha con la vida de iglesia que habrá de
llevar dicha generación. Quisiera decir algo a los mayores: tienen que cuidar de
las familias de la siguiente generación. La vida de iglesia será fuerte y saludable
sólo si ustedes cuidan bien de este asunto. Si la generación siguiente tiene
familias terribles, la iglesia sufrirá grandes inconvenientes. Hoy en día, aquellos
que ya tienen familias no pueden cambiarlas. Sólo podemos pedirles que sean
más comprensivos, tolerantes, cuidadosos y cariñosos. Pero espero que aquellos
que entre nosotros todavía no se han casado, se esfuercen ellos mismos por
establecer y edificar una buena familia. Este es, por cierto, un empeño excelente.
En los días venideros, quiera Dios derramar Su gracia sobre la iglesia a fin de
que muchas familias jóvenes puedan surgir, familias en las que tanto el esposo
como la esposa sirvan al Señor y recorran Su camino juntos y en unanimidad.
¡Qué hermoso cuadro será este!

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

EL ESPOSO Y LA ESPOSA

Lectura bíblica: Col. 3:18-19; 1 P. 3:1-7; Ef. 5:22-23

Ya hablamos acerca de la elección del cónyuge. Lo dicho anteriormente estaba


orientado a nuestros jóvenes, tanto hermanos como hermanas. Sin embargo, no
todos los que se reúnen con nosotros son jóvenes. En el futuro, algunos de los
nuevos creyentes serán parejas ya casadas. La Biblia tiene enseñanzas muy
claras para aquellos que están casados. Algunos pasajes bíblicos contienen
enseñanzas para los maridos, y otros pasajes contienen enseñanzas para las
esposas. Antes de casarse, uno tiene que esforzarse por elegir un cónyuge con el
menor número de defectos posible. Sin embargo, después que una persona se ha
casado, tiene que comportarse de tal manera que evite causar problemas, tanto
a la familia como a la iglesia.

I. DEDIQUE TIEMPO A APRENDER A SER


UN ESPOSO O UNA ESPOSA

Lo primero que una persona casada tiene que comprender es que ser esposo o
esposa es un asunto muy serio. Toda persona requiere cierta preparación antes
de asumir cualquier responsabilidad o trabajo. Por ejemplo, un médico necesita
de cinco, seis o siete años de adiestramiento antes de poder practicar medicina.
Un profesor tiene que pasar algunos años en una escuela normal antes de
empezar a enseñar. Un ingeniero también tiene que estudiar unos cuatro años
en la universidad, antes de empezar su carrera. Incluso una enfermera requiere
de al menos tres años para prepararse para su trabajo. Pero lo interesante es
que nadie dedica ni un solo día para aprender a ser esposo o esposa. No es de
asombrarse entonces que tantos fracasen en su rol matrimonial, pues ellos
jamás se detuvieron a considerar cómo podrían ser esposos y esposas
apropiados. Yo estaría muy indeciso y me sentiría muy incómodo si tuviera que
pedirle asistencia médica a una persona que jamás estudió medicina. Asimismo,
estaría lleno de dudas y temor si tuviera que valerme de una enfermera que
jamás estudió para ser enfermera. Estaría temeroso e incómodo ante la
posibilidad de contratar a un maestro que no haya recibido adiestramiento
alguno. Y si quisiera edificar una casa, solamente contrataría para ello a un
ingeniero civil. Asimismo, tengo mis dudas respecto de aquellos que han llegado
a ser esposos y esposas sin que jamás hayan sido adiestrados para ello.

Nuestros padres nunca nos enseñaron a ser esposos o esposas. Simplemente, al


llegar a ser adultos, buscamos un trabajo, y en cuanto pudimos mantener una
familia, encontramos una pareja y nos casamos. Por favor recuerden que
muchas de las dificultades que surgen entre marido y mujer, se deben a que
ninguno de los dos ha recibido preparación alguna. Cuando dos personas se
casan sin haber recibido ninguna preparación y de improviso se encuentran que
son marido y mujer, ¿qué otra cosa podrían esperar sino tener problemas
familiares? Todo cuanto hacemos en nuestras vidas requiere de adiestramiento;
ninguno de nosotros se atrevería a emprender una actividad sin haber
reflexionado en ello antes. Nosotros nos preparamos para nuestro trabajo y
procuramos aprender algo al respecto antes de emprenderlo.
Tenemos que comprender que no hay ninguna tarea que sea más difícil que la
de ser esposo o esposa. Todo trabajo tiene horarios fijos. Este es el único trabajo
que demanda las veinticuatro horas del día. En todo trabajo se establece una
edad en la que uno se puede jubilar, con la excepción de este. Se trata, pues, de
una vocación muy seria y muy importante.

Por ahora, nos olvidaremos de nuestro pasado. Si bien no estuvieron preparados


para ser marido y mujer, aun así, ya han llegado a serlo. Ustedes ya están
casados y han alcanzado esta etapa en sus vidas. Tal vez su ligereza en el pasado
haya causado perjuicios serios a su familia, por lo que hay que ver que la familia
es un asunto muy serio. Ahora, usted debe tener un nuevo comienzo y empezar
todo de nuevo. Los esposos deben empezar a aprender cómo ser esposos, y las
esposas deben tener un nuevo comienzo y aprender cómo ser esposas.

Quizá no siempre dé buenos resultados el intentar aplicar a nuestra vida


familiar la misma vehemencia que usamos en nuestro trabajo. Sin embargo, la
verdad es que muchas personas son mucho más descuidadas con su familia que
lo que son con su trabajo. Tal ligereza inevitablemente propicia el fracaso
familiar. Tenemos que invertir todas nuestras energías en la edificación de
nuestra familia. Tenemos que ocuparnos de ello más concienzudamente que de
nuestros trabajos. Si nos comportamos con ligereza y no consideramos que ser
esposo o esposa es una ocupación que reviste gran seriedad, entonces
inevitablemente nuestra familia será un fracaso. Si queremos que nuestra
familia tenga éxito, tenemos que estimarla como si fuera nuestra principal
ocupación y debemos dedicar tiempo a tal empeño. Tenemos que hacer que
nuestra familia marche bien a cualquier precio y poner nuestro máximo
esfuerzo en este cometido que reviste de suma importancia. Aquellos que son
negligentes con respecto a su matrimonio y no tienen la intención de que sea un
éxito, jamás tendrán un matrimonio exitoso.

Todos los hermanos y hermanas casados tienen que aprender esta lección.
Tenemos que pasar cierto tiempo delante del Señor a fin de hacernos cargo de
este asunto de un modo responsable. Este trabajo es mucho más difícil que
cualquier otro. Debemos pasar tiempo a solas con el Señor a fin de aprender
bien nuestras lecciones. Espero que desde el día de hoy comencemos a aprender
esta lección.

II. DEBEMOS CERRAR NUESTROS OJOS


A LOS DEFECTOS DEL OTRO

Después que una persona se ha casado, deberá aprender a cerrar sus ojos para
no ver. En un matrimonio, dos personas viven juntos como marido y mujer.
Ellos conviven día tras día, año tras año, sin ninguna ausencia ni separación. Así
pues, ambos tienen mucho tiempo para descubrirse sus debilidades y defectos.
Por ello, ustedes tienen que aprender, delante del Señor, a cerrar sus ojos desde
el día de su matrimonio. El propósito del matrimonio no es descubrir los
defectos del otro, ni tampoco descubrir sus carencias. Su esposa no es su
estudiante y su esposo no es su discípulo. No hay necesidad de que usted
procure descubrir sus carencias a fin de ―ayudar‖. Jamás procure descubrir sus
defectos y nunca trate de corregir. Si ustedes prestan atención a esta
advertencia, su familia estará erigida sobre cimientos firmes.

Tal como les dije anteriormente, uno tiene que abrir mucho sus ojos a fin de
discernir y sopesar cuidadosamente las carencias de la otra persona, antes de
empezar un matrimonio, pero una vez que se ha casado, debe procurar no saber
más. Desde el día de su casamiento, no deberá tratar de entender nada. Si trata
de encontrar defectos, podrá encontrarlos muy fácilmente. Sin embargo, Dios
ha unido a estas dos personas. Quizá ellos vayan a vivir juntos unos cincuenta
años. Durante esos cincuenta años cada cónyuge tendrá todas las oportunidades
que quiera para descubrir los defectos del otro. Por ello, lo primero que se debe
hacer después de casados, es cerrar los ojos para no ver los defectos y carencias
de la otra persona. Ya saben bastante del otro; si deliberadamente procuran
averiguar más, no terminarán con nada más que problemas.

Cuando Dios une a dos personas como marido y mujer, tiene la intención de que
en tal relación haya sumisión y amor. Dios no desea que uno se dedique a
descubrir las carencias o errores del otro, o a corregirlo. Dios no te ha hecho
amo o maestro del otro. Ningún esposo es el maestro de su esposa, y ninguna
esposa es el amo de su esposo. Ninguno de los dos tiene que corregir al otro.
Cualquiera sea la clase de persona con la que usted se haya casado, debe esperar
que ella continúe igual. No hay necesidad de que usted investigue las carencias y
defectos de su cónyuge a fin de intentar cambiarlo. Cualquier motivación que lo
lleve a tratar de cambiar a su cónyuge es fundamentalmente errónea. Aquellos
que están casados tienen que aprender a cerrar sus ojos. Aprendan a amar al
otro. No traten de ayudarlo, ni corregirlo.

III. DEBEMOS APRENDER


A ESTAR DISPUESTOS A CEDER

También es necesario aprender a ceder el uno al otro. Esta es la primera lección


que uno tiene que aprender después de haberse casado. No importa cuán
similares sean el esposo y la esposa entre sí, ni cuán compatibles sean sus
caracteres, tarde o temprano descubrirán que existen muchas diferencias entre
ellos. Ellos tendrán opiniones, preferencias y aversiones diferentes, ideas
diferentes, y distintas tendencias. Tarde o temprano, ellos descubrirán que
difieren mucho entre sí. Por eso, los cónyuges tienen que aprender a estar
dispuestos a ceder entre sí, desde el primer día de su matrimonio.
¿Qué queremos decir con estar dispuestos a ceder? Ceder el uno al otro significa
que ambos cónyuges están dispuestos a lograr un acuerdo mutuo, para que en
las desavenencias que tengan, se encuentren a mitad de camino. Debemos notar
que se trata de algo recíproco. Por tanto, lo ideal es que ambas partes cedan,
pero si no es posible que ambos cónyuges se den el paso, por lo menos uno de
ellos debe tomar la iniciativa de ceder ante el otro. Incluso, si uno de ellos ve
muchos problemas, aun así, debe procurar abandonar su propia postura y
adoptar la del otro. Es mucho mejor ceder del todo y abandonar nuestra propia
posición, pero si esto no es posible, por lo menos debemos encontrarnos a mitad
de camino. En otras palabras, después que dos personas se casan, ambas tienen
que aprender a cambiar, como mínimo la mitad de todo cuanto hacen. Siempre
deben estar dispuestos a sacrificarse, con tal de complacer a su cónyuge. Así
pues, acoplarse al cónyuge significa no aferrarnos a nuestros propios puntos de
vista y estar dispuestos a abandonar nuestras propias ideas. Quizás uno tenga
cierta perspectiva, pero está dispuesto a transigir al respecto por el bien del otro.

Si una pareja joven aprende esta lección y se dispone a ceder entre sí durante
sus primeros cinco años de vida matrimonial, después de esos cinco años tendrá
una vida familiar llena de paz y felicidad. Estar dispuestos a ceder significa que
ambos cónyuges ceden hasta la mitad. Ello implica que uno de ellos se acerca al
otro mientras que el otro hace lo mismo. El esposo cede ante la esposa, y la
esposa cede ante el esposo. Si durante los primeros cinco años de vida
matrimonial, ninguno de los dos cónyuges aprende el significado de esto, a tal
familia le será muy difícil proseguir armoniosamente. El matrimonio no es un
asunto sencillo. Debemos esforzarnos y ser dedicados para tener un buen
matrimonio.

Estar dispuesto a ceder implica comprender las limitaciones de la otra persona.


Algunas personas son muy sensibles al ruido, mientras que para otras, el
silencio les inspira temor. Mientras que algunos no soportan el menor ruido,
otros no pueden vivir sin ruido y agitación a su alrededor. Por ello, debemos
aprender a ceder el uno al otro. Si una persona ama la tranquilidad y la otra
persona disminuye el tono de su voz por esta causa, ambos habrán sabido ceder.
Supongamos que uno de los cónyuges es una persona extremadamente
esmerada y pulcra, mientras que el otro es una persona muy descuidada. Si el
cónyuge desaliñado tiene que ceder hasta acoplarse por completo a su cónyuge
excesivamente pulcro, cuando este vaya de visita a la casa de sus padres, se
sentirá muy feliz de poder tirar sus almohadas y su ropa al piso, y cantará de
alegría. Por otro lado, si una esposa que es de pulcritud impecable siempre tiene
que adaptarse a su marido desordenado, ella deseará mudarse a la casa de sus
padres cuando ya no pueda soportar tanto desorden.
Por ser cristianos, tenemos que aprender a negarnos a nosotros mismos. La
abnegación hace que seamos personas que nos adaptamos. Tanto el esposo
como la esposa deben aprender a ceder el uno al otro. De este modo, la familia
disfrutará de paz aun si todavía no llegara a alcanzar la felicidad completa. Si en
nuestra vida familiar aprendemos a negarnos a nosotros mismos, en nuestro
hogar estará presente la capacidad para ceder. Si ninguno de los cónyuges es
capaz de ser abnegado en la vida familiar, entonces tampoco estará dispuesto a
ceder al otro.

No solamente es necesario ceder al otro en ciertas cosas o hasta en una docena


de cosas, sino en cientos y miles de cosas. No debiéramos esperar nada menos.
Esta es la disciplina provista por Dios en el seno familiar. Debido a que tenemos
que aprender a estar dispuestos a ceder a los otros en nuestra familia, somos
disciplinados mediante la familia. Es de este modo que aprendemos a ser
disciplinados. Tenemos que aprender a renunciar a nuestros propios puntos de
vista y a aceptar los puntos de vista de los demás. Tenemos que aprender a estar
dispuestos a ceder.

IV. DEBEMOS APRENDER


A VALORAR LAS VIRTUDES DEL OTRO

Una vez que nos hemos casado, tenemos que aprender a valorar las virtudes del
otro. En una familia, por un lado, tenemos que aprender a cerrar nuestros ojos
para no ver los defectos del otro y a ceder y, por otro lado, debemos aprender a
valorar las virtudes del otro. Esto quiere decir que cuando la otra persona hace
algo bueno, debemos ser sensibles al respecto. Si un esposo no sabe valorar a su
esposa ni ella a él, él o ella estará abriendo una gran fisura en su familia. Esto no
quiere decir que el esposo tiene que adular a la esposa, o que la esposa tenga que
hacer algo muy especial a fin de complacer al esposo. Esto quiere decir que
ambos tienen que aprender a valorar las virtudes, la bondad y la belleza de la
otra persona.

Conozco a un hermano que asume la responsabilidad en una iglesia local. Todos


los hermanos y hermanas en esa localidad piensan que este es un hermano muy
bueno, pero si usted le pregunta a su esposa acerca de él, ella le dirá que él es un
caso perdido. La hermana constantemente critica a su esposo, diciendo que él
no es apto para ser un hermano responsable. En esa iglesia local, todos los
hermanos y hermanas son personas muy sumisas, con la excepción de una sola:
la esposa de ese hermano. Ustedes descubrirán que tal clase de familia no puede
marchar bien.

También conocemos casos en los que sucede lo opuesto; es decir, todos afirman
que esa hermana es muy buena, con la excepción de su esposo. Hace un tiempo
yo estaba en Pekín y me encontraba conversando con algunas personas, y todas
ellas hablaban muy bien de cierta hermana. A mitad de la conversación, su
esposo entró. Mientras que la conversación acerca de la hermana continuaba, su
esposo permanecía callado. Él parecía estar diciendo: ―Ustedes no la conocen.
Yo me he casado con la persona equivocada‖. El pensamiento de que uno se ha
casado con la persona equivocada, ha destruido a muchas familias.

Un esposo no debiera dejarse ganar por nadie en cuanto al aprecio por su


esposa. Quizás no tenga que superar por mucho a los demás en cuanto a tal
aprecio, pero jamás debiera dejarse ganar por ningún otro al respecto. Usted no
es un cónyuge apropiado si valora a su pareja menos que otros. Si usted siente
que su cónyuge es la persona errada, ¿por qué entonces se casó con ella? Esto
prueba que usted fue el primero en estar equivocado. A fin de tener una buena
familia, un esposo debe saber valorar a su esposa, y la esposa debe saber valorar
a su esposo. Uno no debiera decir algo malo acerca de su cónyuge mientras los
demás hablan bien de él. Usted tiene que descubrir sus virtudes. Tiene que ser
sensible a sus méritos. Siempre que se presente alguna oportunidad, usted debe
reconocer públicamente las virtudes de su cónyuge y expresar sus sentimientos
al respecto. Usted no está mintiendo. Usted está reconociendo los hechos.
Cuando usted valora a su esposo o esposa, su familia se volverá más unida y su
relación se hará más sólida. Pero si no lo hace, estará provocando muchos
problemas en el seno de la familia. Son muchos los malentendidos y los
problemas que surgen en una familia como resultado de haber descuidado este
asunto.

En cierta ocasión, en Inglaterra, una hermana se casó con un hermano, pero


este hermano jamás dijo nada bueno acerca de ella en toda su vida. Esta
hermana estaba siempre preocupada, diciéndose: ―He fracasado como esposa.
He fracasado como cristiana‖. Ella se preocupaba tanto por ello, que contrajo
tuberculosis, y después murió. Poco antes de morir, su esposo le dijo: ―Si
mueres, no sé que haré; tú has hecho tanto por mí. Si tú mueres, ¿qué sucederá
con nuestra familia?‖. La esposa le preguntó: ―¿Por qué no me dijiste esto
antes?‖. Luego, ella continuó diciendo: ―Siempre sentí que no era buena y me
reprendía a mí misma por ello. Tú jamás me dijiste que yo era buena. Yo estaba
triste y preocupada, y siempre pensé que yo estaba errada. Es por ello que me he
enfermado y estoy a punto de morir‖. Esta es una historia verdadera. El esposo
manifestó sus sentimientos por ella sólo al verla en su lecho de muerte. Por
favor recuerden que en una familia siempre se puede proferir palabras
bondadosas. Debemos aprender a pronunciar más palabras bondadosas.
Debemos aprender a valorar a nuestros respectivos cónyuges.

Conozco algunos hermanos que no avanzan debido a que no son apreciados por
sus esposas. Tales esposas siempre piensan que su esposo es un inútil. Ellas le
dicen a su esposo: ―Entre todos los hermanos, tú eres el único inútil‖. Estos
hermanos se convierten en personas que siempre se están condenando a sí
mismas. Ellos dicen: ―Yo no sé hacer nada. Mi esposa me dice que soy un inútil.
La persona que mejor me conoce dice que soy un inútil‖. Como resultado de
ello, verdaderamente se convierten en personas inútiles. El hecho de que uno
tenga una familia feliz o no, depende no solamente de que aprendamos a cerrar
nuestros ojos a los defectos del otro, sino también de que descubramos las
virtudes del otro y las valoremos. Algunas veces, tenemos que decírselo a la otra
persona o reconocerlo en público. Si hacemos esto, muchos de los problemas
familiares desaparecerán.

V. SEAMOS CORTESES

Además, debemos comportarnos cortésmente en el seno de la familia. Es


repugnante ser descorteses con los demás. Usted debe tratar a todos con la
debida cortesía, no importa quién sea él o ella. No importa cuánta confianza le
tenga a un amigo, usted jamás debería olvidar sus buenos modales, pues en
cuanto lo haga, perderá tal amistad. No importa cuán íntima sea su relación con
la otra persona, usted perderá su amistad con ella en cuanto pierda sus modales.
En el capítulo 13 de 1 Corintios, Pablo nos dijo que el amor jamás se porta
indecorosamente. El amor no le permite a nadie abandonar sus buenos
modales. Por favor, nunca olviden que los problemas en el hogar con frecuencia
surgen debido a cuestiones insignificantes. Con frecuencia, es en el hogar donde
una persona suele manifestar sus malos modales. La mayoría de las personas
piensa que pueden abandonar sus buenos modales, debido a que tienen tanta
confianza con su esposo o su esposa. Por favor recuerden que el gozo y el deleite
que nos conceden las relaciones humanas se hallan estrechamente vinculados
con los buenos modales. En cuanto usted se despoja de ellos, un aspecto
horrible de su naturaleza humana saldrá a la superficie. No importa cuánta
confianza exista entre dos personas, ellas tienen que seguir tratándose con los
modales apropiados. Un hermano se expresó muy bien cuando dijo una vez que
los modales son como el aceite que lubrica una maquinaria. Cuando dos
personas están juntas y carecen de estos, surgirán las fricciones y se fomentarán
sentimientos desagradables.

A. Las palabras

En el hogar, tenemos que aprender a decir siempre: ―Gracias‖ y ―Discúlpame‖.


Debemos preocuparnos por usar expresiones de cortesía, tales como: ―Gracias‖,
―¿Puedo?‖, ―Discúlpame‖ y ―Por favor‖. Si usted no sabe cómo usar estas
palabras, no podrá ni siquiera hacer amigos, mucho menos tener éxito en su
hogar. Los cristianos tienen que recordar que el amor no se porta
indecorosamente. Tienen que aprender a decir: ―Discúlpame‖, ―Gracias‖ y
―¿Podría...?‖, cuando están en el hogar. Aprendan a utilizar expresiones de
cortesía en la familia.

B. El vestido

En la familia, no solamente nuestras palabras deben ser las más apropiadas y


amables, sino que incluso la manera en que nos vestimos debe ser apropiada y
pulcra. A todos nos gusta estar apropiadamente vestidos delante de nuestros
amigos, pero uno también debe vestirse apropiadamente delante de su familia.
Tienen que vestirse con pulcritud y apropiadamente. El amor no se porta
indecorosamente. No sean descuidados por causa de la confianza. Una vez que
ustedes estén familiarizados se descuidarán y les será fácil comportarse
descortésmente. La confianza fomenta la falta de respeto y el desdén mutuo. Los
esposos y las esposas ya están familiarizados entre ellos, y si no se tratan
apropiadamente, se fomentará la excesiva confianza mutua. Por ello, sean
apropiados en cuanto a su manera de vestir. No guarden su peor vestido para
usarlo dentro de la casa.

C. La conducta

Además, uno tiene que comportarse apropiadamente. Siempre que uno sirva
algo de comer, es mejor servirlo en un plato y ofrecerlo a otro usando ambas
manos. Si sólo puede usar una mano, aun así debe ser propio en su actitud. Al
pasar el cuchillo a otros, debe hacerlo evitando darles la punta, sino darles el
mango. Al pasar las tijeras, también evite darle la punta al otro. Al servirles a
otros, debe entregar las cosas de la manera apropiada y no tirárselas. Tenemos
que darle la debida importancia a tales gestos dentro del hogar. La diferencia
entre tirarle algo al otro y alcanzárselo apropiadamente es apenas tres segundos,
¡pero cuánta diferencia hace! Por tanto, tenemos que aprender buenos modales.

No podría afirmar que he conocido a muchas familias, pero tampoco podría


decir que he conocido a pocas. Cuando una persona se conduce con discreción
en su hogar, su familia tendrá menos problemas. He observado que cuando
ambos cónyuges se tratan con cortesía, hay más paz y menos ruido de los platos
y palillos. Donde carecen de buenos modales y se tiran las cosas, hay muchas
fricciones en la familia. Si ambos cónyuges son corteses entre ellos en el hogar,
por lo menos tendrán una vida familiar apacible.

Creo que si muchas esposas trataran a sus amigas de la misma manera que
tratan a su familia, ninguna de ellas querría visitarla. Y en el caso de muchos
esposos, también creo que si ellos se comportaran con sus colegas de la misma
manera en que se comportan en el hogar, ninguno de ellos querría trabajar con
él. Quisiera decirles a los hermanos que sus esposas han sido muy tolerantes con
ellos. Ellas han tolerado lo que ninguno de sus colegas hubiese tolerado.
También quisiera decirles a las esposas que sus esposos han sido muy tolerantes
con ellas. Si ellas trataran a sus mejores amigas del mismo modo que ellas
tratan a sus cónyuges, sus amigas las habrían abandonado. Ser descortés es
manifestación de que somos groseros. Ningún cristiano puede ser grosero. Una
persona que ha sido instruida apropiadamente, jamás será una persona
descortés.

D. La voz

Hay otro factor crucial para poder ser amables, y es nuestra voz. Podemos decir
cosas similares, pero la manera en que las decimos puede variar. El tono de
nuestra voz puede variar. Cuando un jefe habla a sus subalternos, usa cierto
tono de voz. Cuando los amigos hablan con sus amigos, usan otro tono de voz.
Cuando dos personas están enamoradas, hay amor en el tono de su voz. Cuando
una persona odia, habrá rencor en el tono de su voz. El problema con la gran
mayoría de personas hoy en día es que han agotado su tono amable de voz y una
vez que llegan al hogar, sólo les queda un tono feo. Somos amables con nuestros
colegas en la oficina, somos tolerantes con nuestros pacientes en el hospital y
somos cuidadosos al hablar con nuestros estudiantes en la escuela. Pero cuando
estamos en casa, hablamos con brusquedad. Si usted hablara en la oficina con el
tono de voz que usa para hablar en su casa, lo correrían en menos de dos días.
Mucha gente tiene un tono de voz que raya en lo vulgar cuando está en su casa.
Ellos utilizan el lenguaje más vulgar en el hogar. No es de asombrarse que no
puedan mantener una vida familiar apropiada.

Tenemos que darnos cuenta de que no gozaremos de paz en nuestra familia


mientras hablemos con el tono de voz equivocado. Cualquier tono de voz que
sea impropio, fuerte, áspero o altanero no debe ser permitido en la familia.
Cualquier tono de voz que denote conmiseración propia, complacencia propia o
que da la impresión de que uno se considera un mártir, jamás debería
encontrarse en la vida familiar. Si usted habla en otro sitio con el tono de voz
que usa en su hogar, arruinaría su carrera. Sin embargo, usted sí permite que
ese tono de voz permanezca en su familia. No es de asombrarse que ustedes
estén experimentando problemas en su hogar. Por lo tanto, tenemos que
aprender a ser corteses. El amor no se porta indecorosamente, ni siquiera con el
tono de su voz. No hablen descuidadamente. Si uno es descuidado con el tono
de voz que emplea con su familia, su familia no podrá marchar bien.

VI. PERMITIR QUE EL AMOR CREZCA

A fin de que una familia marche bien, el amor deberá crecer. Uno no debe
permitir que el amor muera. Con frecuencia, la gente joven pregunta: ―¿Es
posible que el amor muera?‖. Hoy, yo les respondería: ―Sí, el amor puede morir
y muere fácilmente‖. El amor es como cualquier cosa que es orgánica: necesita
ser alimentado; necesita comida. Si no es nutrido, el amor se muere. Si usted no
le da de comer, el amor morirá, pero si usted lo alimenta, el amor crecerá.

El amor es el fundamento mismo del matrimonio. Es también el cimiento de la


familia. El amor lleva a que dos personas se casen y se mantengan unidas en la
familia. El amor crece fácilmente si usted lo alimenta apropiadamente, sin
embargo, muere fácilmente si usted no lo alimenta. Muchos se aman antes de
casarse, y debido a su amor se casan, pero después que se han casado,
comienzan a matarlo de hambre, y poco a poco ese amor muere.

El matrimonio sin amor es algo doloroso, y una familia que carece de amor es
algo todavía más doloroso. Si en una familia no hay amor, quizás ello no nos
cause dolor ahora mismo, y puede ser que no se perciba pesadumbre alguna
antes que la pareja alcance la edad mediana. Pero cuando ellos envejezcan,
descubrirán que hay algo que no anda bien en su familia: ¡es demasiado fría! La
diferencia entre una familia en la que hay amor y otra en la que no lo hay, es
abismal. Aprendan a alimentar su familia con amor antes de llegar a la edad
mediana. Esfuércense al máximo por alimentar el amor y nutrirlo. Si hacen esto,
su hogar estará lleno de amor.

Otro aspecto que requiere la debida atención es este: toda persona casada debe
averiguar cuáles son las cosas que le inspiran mayor temor a su pareja. No sea
tan indulgente consigo mismo como para vivir despreocupadamente a su
manera. Toda persona teme o detesta algo en particular. Este odio o temor
puede relacionarse con alguna debilidad moral. Tanto el esposo como la esposa
tiene que aprender a estar dispuestos a ceder a su cónyuge y, en casos como
estos, aprender a realizar los ajustes necesarios. Puede ser que una persona
tema y deteste algo que no tiene nada que ver con una debilidad moral. En este
caso, el otro cónyuge deberá aprender a transigir por completo.

Permítanme darles uno o dos ejemplos. Hace algunos años, leí acerca de un
esposo en los Estados Unidos que demandó a su esposa por abuso. Quizá les
vaya a parecer que es una historia muy graciosa, pero también es una historia
que da miedo. Este esposo no podía tolerar ninguna clase de ruido monótono.
Simplemente no podía tolerarlo. Inicialmente, él y su esposa estaban muy
enamorados, pero su matrimonio sufrió una crisis muy grave después de dos
años. A su esposa le encantaba tejer, pero él no podía tolerar el ruido que esto
producía. Durante el primer año y el segundo, él trató de soportarlo, pero su
condición no hacía sino empeorar. Al séptimo año, ya no podía tolerarlo y la
demandó por abuso mental. El juez dictaminó que no era un crimen tejer y no le
concedió el divorcio. El esposo le dijo al juez: ―Antes de casarme, ella era como
un corderito conmigo, y yo la amaba mucho. Después de un año de casados,
descubrí que tejer era para ella una adicción. Cada vez que terminaba una
prenda, la deshacía y la volvía a tejer; a ella le encantaba tejer. Ahora, yo no
puedo soportar ver hilos de lana; ni siquiera puedo soportar ver una oveja, pues
en cuanto la veo siento deseos de matarla. Si usted no me concede el divorcio,
no me culpe si mato una oveja que pertenece a otro‖. ¿Ven cuál es el problema
aquí? Es un verdadero problema. Su esposa sentía que no había nada de malo
en tejer, pero su esposo detestaba tanto el tejer que llegó al grado de querer
matar cualquiera oveja que veía.

Por favor recuerden que todos tenemos cosas que nos disgustan o que tememos.
Tal vez tales cosas no tengan nada que ver con asuntos de índole moral. Una
persona puede detestar los ruidos monótonos; este es su rasgo peculiar. Todos
tienen algún rasgo peculiar que no tiene nada que ver con la moralidad. Para
que una familia tenga éxito, ni el esposo ni la esposa debieran hacer cosas que el
otro considere detestables, aun cuando él o ella no sienta lo mismo al respecto.
Si usted hace algo que su pareja no puede soportar y, aun así, usted no siente
ninguna clase de remordimiento por ello, usted terminará teniendo problemas
con su familia.

En Shanghái tuve muchas oportunidades de conversar con varias familias, y


durante mis viajes también conversaba con muchas de ellas. Con frecuencia, las
cosas que causan las disputas familiares son cosas pequeñas. Para los extraños y
los amigos, tales cosas pueden ser insignificantes, pero cuando estas cosas
presuntamente insignificantes suceden con tanta frecuencia que agotan la
paciencia de uno de los cónyuges, ocurren problemas muy serios en la familia.

Delante de Dios, tenemos que darnos cuenta de que es algo muy delicado que
dos personas vivan juntas. No se trata de una tarea fácil. Jamás piensen que
pueden ser descuidados al respecto. Lo que a usted le parece que no tiene
importancia alguna, a la otra persona le puede parecer intolerable. Usted estará
torturando mentalmente a la otra persona si hace algo que él o ella no puede
soportar.

VII. NO SEAMOS EGOÍSTAS

Hay otro aspecto que debemos considerar y es algo muy importante para una
familia: no debemos ser egoístas. Si usted se ha casado, debe vivir como una
persona casada; ya no debe vivir como una persona soltera. En 1 Corintios 7 se
nos dice que una persona se casa con la otra a fin de complacerla (vs. 33-34). El
egoísmo es probablemente una de las causas principales de los problemas
familiares.

Recuerdo un pastor en los Estados Unidos que celebró más de 750 matrimonios
en el curso de su vida. En todos los casamientos que celebraba, aconsejaba a los
recién casados que tuvieran cuidado especialmente de una cosa: de no ser
egoístas. Después de casarse, tenían que amarse mutuamente y no ser egoístas.
Cuando el pastor llegó a viejo, escribió a todas estas parejas preguntándoles
cómo les había ido en su matrimonio. Todos ellos le contestaron que habían
sido capaces de disfrutar de una vida familiar feliz debido a que siguieron su
consejo de no ser egoístas. Esto es poco común en los Estados Unidos, donde
hoy al menos el veinticinco por ciento de los matrimonios acaba en divorcio.
Pero estas setecientas o más parejas consiguieron ser felices juntas.

Tenemos que comprender que el egoísmo es un problema muy serio. Tenemos


que aprender a sentir lo que la otra persona siente. Tenemos que aprender a
sentir como si fuera nuestro su dolor, su gozo, sus aversiones, sus conflictos y
sus inclinaciones. Nadie puede ser un buen esposo o una buena esposa si él o
ella está inmerso en su subjetivismo. Aquellos que son subjetivos son muy
egoístas. De hecho, el amor propio es lo más subjetivo que hay.

Un requisito fundamental para el matrimonio es sacrificarse. Sacrificarse


significa aprender a complacer a la otra persona. Si usted desea agradar a la otra
persona, tiene que ser objetivo, no subjetivo. No se trata de lo que a usted le
gusta y disgusta, sino de lo que a la otra persona le gusta y disgusta. Aprenda a
descubrir lo que a la otra persona le gusta. Aprenda a entenderla y conozca sus
puntos de vista. Aprenda a ponerse al lado del otro, y aprenda a comprenderlo a
él y a usted mismo desde la perspectiva del otro. Aprenda a sacrificar, en lo que
sea posible, sus propios sentimientos, sus propias opiniones y sus propios
puntos de vista. Trate de comprender a la otra persona y trate de conocerla.
Procure tener abnegación y amor. Si hace esto, tendrá menos problemas en su
familia.

Muchos maridos piensan que son el centro del universo. Piensan que el universo
entero gira alrededor de ellos. Cuando se casan con una señorita, la reciben en el
seno de su familia con miras a su propio bien y beneficio. Aquellos que piensan
así, con certeza le traerán muchos problemas a su familia. Una esposa podría
también pensar que ella es el centro del universo y que todos los demás existen
para beneficio de ella; quizás piense que todos existen para su felicidad y que, al
encontrar un esposo, ella ha encontrado un esclavo. Para ella todos los demás
conforman la periferia, mientras que ella es el centro. Ella contrae matrimonio
con el único propósito de lograr su meta. Ciertamente, tal clase de matrimonio
fracasará, pues no sirve para nada más que el interés personal de uno.
Hermanos y hermanas, sus familias tendrán problemas a menos que ustedes le
den la debida importancia a este asunto.
VIII. DAR A NUESTRO CÓNYUGE
LA LIBERTAD DE MANTENER SECRETOS
Y DE CONSERVAR POSESIONES PERSONALES

En un hogar, usted tiene que permitir que la otra persona tenga cierta medida
de libertad y confidencialidad. Además, tiene que permitir que la otra persona
conserve sus posesiones personales.

En muchos hogares, las esposas no tienen ningún derecho, y en otros, a los


esposos les pasa lo mismo. Esta clase de familia está destinada a tener
problemas. Quizás usted sea el esposo o la esposa, pero no se olvide que todo
tipo de persona puede ser amada, excepto una: el carcelero. Nadie puede amar a
un carcelero o a alguien que nos mantiene en una prisión. Nadie puede amar a
aquellos que le quitan su libertad. Hay muchos esposos que son como los
carceleros de sus esposas. Que ellos pretendan que su esposa los ame, es como
hacer que un prisionero ame a su carcelero; nada es más imposible que esto.
Esos maridos esperan lo imposible. Muchas esposas son los carceleros de sus
maridos. Piden algo imposible cuando quieren que su esposo las ame. Los
carceleros son objeto de nuestro temor, no de nuestro afecto. Usted jamás podrá
quitarle completamente su libertad a nadie. Si bien el matrimonio reduce la
libertad de los cónyuges, no debe sacrificarse toda la libertad. El esposo no tiene
que renunciar a toda su libertad ante la esposa, ni la esposa tiene que renunciar
a toda su libertad ante el esposo. Si usted pretende que su esposa renuncie a
toda su libertad, esto equivale a decir que quiere que ella le tenga temor o lo
aborrezca.

A nadie le gusta perder toda su libertad; esto es propio de la naturaleza humana.


Hasta Dios mismo nos da libertad. La mejor prueba de esto es que no hay cercas
alrededor del infierno. Desde el principio, el árbol del conocimiento del bien y
del mal no estaba resguardado por la flameante espada de un querubín. Si Dios
no hubiese querido otorgarle ninguna libertad al hombre, Él hubiera
resguardado el árbol del conocimiento del bien y del mal con la espada del
querubín desde el principio, y Adán y Eva no habrían comido de su fruto. Pero
Dios jamás viola la libertad del hombre. Por este motivo, todo esposo debiera
darle cierto espacio a su esposa, y toda esposa debiera igualmente darle cierto
espacio a su esposo. Si usted le quita toda su libertad y toma todas las
decisiones, es natural que su cónyuge le tenga miedo. Si usted no es cuidadoso,
la otra persona irá más allá; lo odiará. Apenas desaparece la libertad, el odio es
introducido. Como mínimo, entrará el temor.

El esposo tiene que aprender a darle a su esposa algo de libertad, y la esposa


tiene que aprender a darle a su esposo algo de libertad. Permita que la otra
persona tenga su propio tiempo, su propio dinero y sus propias posesiones. No
piense que puede pedir prestado del tiempo de su esposa para su propio uso,
simplemente porque usted es el esposo. Tanto el esposo como la esposa tienen
que aprender a conservar su lugar. Cuando usted desperdicia el tiempo de su
esposa, está quitándole su libertad. Asuntos pequeños pueden convertirse en
problemas serios más tarde.

Todo esposo y esposa debiera tener sus propios secretos. Esto es algo legítimo.
No es necesario que la mano derecha sepa lo que hace la mano izquierda. Si él es
la mano izquierda, no es necesario que usted, por ser la mano derecha, sepa lo
que él está haciendo. Aprenda a respetar su individualidad. No haga que dos
personas sean una. Si usted aplica esta regla, evitará muchos problemas en la
familia.

IX. LA MANERA DE RESOLVER


LOS PROBLEMAS FAMILIARES

¿Qué debiéramos hacer cuando surgen disputas entre el esposo y la esposa?


¿Cómo podemos resolver las disputas familiares? Es inevitable que los esposos y
esposas encuentren problemas y tengan discusiones. Sin embargo, puesto que
se trata de dos personas adultas y dos hijos de Dios, ellos tienen que aprender a
conocer cuál es el problema de la otra persona y en qué no están de acuerdo.
Antes de poder resolver cualquier disputa, ellos primero tienen que descubrir
dónde radica el problema.

A. Cualquier resolución tiene que ser justa

Cualquier convenio debe ser justo. Si no lo es, no durará. No pretenda que la


otra persona aguante hasta el fin. Uno de cada diez cristianos quizás sea capaz
de aguantar hasta el fin, pero ninguno de los otros nueve será capaz de aguantar
así. Si la solución no es equitativa, tarde o temprano el problema resurgirá.
Cuando estuve en Shanghái, serví de árbitro en algunas disputas familiares.
Mucha gente se asombraba que asuntos insignificantes pueden engrandecerse
tanto. Tienen que darse cuenta que cuando asuntos triviales se engrandecen, no
se engrandecen por causa de los asuntos en sí mismos, sino a causa de una
determinada historia. Es la acumulación de una serie de cosas que hace que
ocurran estas explosiones. Puede ser que tal explosión haya sido provocada por
asuntos triviales, pero la causa subyacente es por lo general una acumulación de
pequeñas rencillas a través de los años. No debiéramos considerar nada como
trivial. Si hay problemas que resurgen hoy, se debe a que no fueron tratados con
la debida equidad y justicia en su momento y, mientras tanto, la paciencia se
agotó.

B. Debemos hacer
que los cónyuges conversen entre sí
Es mejor que nadie más intervenga en una discusión familiar. Deje que la pareja
tenga su propia conversación. Deje que ellos mismos resuelvan sus propias
discusiones cuando surge alguna disputa. Tampoco permita que se difundan las
noticias fuera de la familia mientras que la propia familia no sabe nada al
respecto. A veces, noticias acerca del esposo se difunden veinte millas a la
redonda, y él mismo no sabe nada al respecto. A veces, noticias acerca de la
esposa se propagan del mismo modo. Dejemos que la esposa converse
personalmente con su esposo acerca de sus propios asuntos, y que el esposo
converse personalmente con su esposa acerca de sus propios asuntos. De esta
manera, ambos tendrán las cosas claras. Nuestra experiencia nos dice que los
esposos rara vez saben qué es lo que piensan sus esposas, y viceversa. Todos los
demás saben qué opinan ellos al respecto, pero ellos mismos no saben qué es lo
que su cónyuge piensa. Por tanto, permitamos que ambos tengan la oportunidad
de conversar el uno con el otro, y cada uno de ellos debe esperar que el otro
termine de hablar antes de emitir su opinión. No permitan que el cónyuge más
hablador domine la conversación. El esposo tiene que escuchar a la esposa, y la
esposa tiene que escuchar al esposo.

En muchas ocasiones, los problemas se resuelven en cuanto la esposa escucha


algunas palabras de boca de su esposo, o el esposo escucha algunas palabras de
boca de su esposa. Muchas esposas únicamente hablan, mas no escuchan a sus
esposos. Si ellas tan sólo les escucharan, sus problemas desaparecerían.

Tanto el esposo como la esposa debieran sentarse y discutir el asunto de manera


objetiva, no de un modo subjetivo. Una vez que se vuelven subjetivos, la
discusión acabará. Mientras conversan, deben procurar encontrar el
discernimiento apropiado y el sentimiento apropiado. Quizás ellos no sepan
quién está en lo correcto, pero deben procurar descubrir qué es lo correcto. Ellos
deben esforzarse por entender qué es lo que el otro está diciendo. Ambos tienen
que hacer esto con objetividad, sin ser subjetivos al respecto. Ambos deben
hablar y, después de haber hablado, deben orar juntos. Siempre debemos buscar
una solución por medio de la oración. Pídanle al Señor que les muestre
claramente dónde reside el problema. Si ellos siguen este consejo, el problema
estará más o menos resuelto para cuando se reúnan a orar una segunda vez. Son
muchos los problemas que surgen debido a que los cónyuges no se escuchan el
uno al otro con la debida objetividad. En cuanto se sienten a conversar y se
escuchen con objetividad, la mitad del problema estará resuelto. Al sentarse a
conversar y escucharse un poco más, descubrirán en qué radica el problema.

Durante los primeros años de vida matrimonial, una familia debería tener esta
clase de reunión unas dos o tres veces al año. Cada uno de los cónyuges
aprenderá dónde radican los problemas y cómo deben enfrentarse a ellos. Son
muchas las familias que tienen que aprender esta lección. Con toda certeza, esto
resolverá muchos problemas en el seno familiar.

X. LA NECESIDAD DE CONFESIÓN Y PERDÓN

En la relación familiar entre dos personas, tiene que haber confesión y perdón.
Muchos errores necesitan ser confesados, no simplemente ser ignorados. No
sean descuidados respecto de sus propias faltas; deben confesarlas siempre. En
cuanto a las faltas del otro, usted tiene que perdonarlas.

Cuando un cristiano hace algo errado, el principio fundamental no es


encubrirlo. Tampoco basta con arrepentirse. Cuando un cristiano ha hecho algo
errado, el principio básico es confesar. Un cristiano no encubre su pecado ni lo
ignora; esto no es suficiente para uno que se llama cristiano. Cuando un
cristiano hace algo errado, tiene que confesarlo y decir: ―Me equivoqué en esto‖.
Todo error debe ser confesado. Siempre que haya algo errado entre el esposo y
la esposa, tiene que haber confesión. Uno tiene que admitir: ―Me equivoqué en
esto o aquello‖.

Uno confiesa cuando se ha equivocado, pero ¿qué sucede cuando es el otro el


que erró? Tiene que tratarlo de la misma manera como cualquier otra relación
entre cristianos. Cuando se cometió alguna injusticia, aprenda a perdonarla.
Pero no profundice en tal asunto ni trate de vengarse. El amor no toma en
cuenta el mal. Esto quiere decir que no recuerda los pecados de otros. Aprenda a
perdonarlos delante del Señor. Una vez que usted perdona, debe olvidarse de
ellos, tiene que hacer a un lado aquello que perdonó. No sea como Pedro, que
intentó llevar la cuenta del número de veces que otros lo ofendieron (Mt. 18:21-
22). Si usted lleva cuentas, no está perdonando. El perdón verdadero no cuenta
las veces que ha perdonado. En cuanto usted perdona, el asunto ha concluido.
Para que una familia avance, tiene que haber perdón.

XI. BUSCAR AYUDA DE LA IGLESIA


CON EL CONSENTIMIENTO DE AMBOS

Cuando una familia enfrenta algún problema, tiene que tratar de resolverlo,
primero, por medio de convocar una reunión familiar. En algunos casos, uno
debe perdonar. En otros casos, uno debe confesar. Es difícil que una tercera
persona pueda resolver las disputas que surgen en el seno de una familia. Las
disputas entre dos personas se resuelven mucho más fácilmente entre ellas dos.
Si una tercera persona se involucra, la situación se complica. Debemos procurar
resolver cualquier disputa de la manera más sencilla posible. No procuren
soluciones complicadas. Referir una disputa a una tercera persona es como
echarle barro a una pierna herida. Una pierna herida que no está embarrada es
fácil de tratar, pero si ha sido embarrada, es difícil de curar. Las disputas entre
dos personas se resuelven más fácilmente cuando no se involucra a una tercera
persona. En cuanto se le informa a una tercera persona, el problema se
complica. Por tanto, la pareja debe aprender a resolver sus propios problemas y
debe procurar no informar estos asuntos a otros.

Sin embargo, a veces uno tiene que referir cierto asunto a la iglesia. Por favor,
no se olviden que una persona no debe traer estos asuntos a la iglesia por sí
misma. El esposo debe procurar el consentimiento de la esposa, y viceversa,
antes que puedan llevar su disputa a la iglesia. Las dos personas deben haber
agotado sus propios medios de afrontar la situación y ahora desean que la
iglesia intervenga a fin de ayudarlos. Ellos no deben acudir a la iglesia con sus
discusiones, sino con la actitud de quienes buscan ayuda de parte de la iglesia.
Ambos deben acudir y ambos deben hablar. Supongamos que ambos están
dispuestos a acudir a la iglesia y decir: ―Somos cristianos y hay algo entre
nosotros. Nos gustaría que la iglesia nos indicara en dónde está el problema‖.
Uno le dirá a la iglesia cómo se siente, y el otro hará lo mismo. Cuando ambos
cónyuges hacen esto, será más fácil para la iglesia intervenir y resolver el
problema. Esta no es ocasión para vengarse ni para exponer los defectos y faltas
del otro. Tampoco es tiempo para armar un pleito. Al hablar con la iglesia,
sinceramente ambas partes deben tener como propósito descubrir dónde estriba
el problema.

XII. DEBEMOS VIVIR JUNTOS


EN LA PRESENCIA DEL SEÑOR

A fin de resolver los problemas de la familia y gozar de una buena vida familiar,
existe también la necesidad de tener influencias positivas. En particular, las
familias con hijos deben separar un tiempo para orar como familia, un tiempo
dedicado a esperar en el Señor y tener comunión acerca de asuntos espirituales.
Tanto el esposo como la esposa deben estar abiertos a que la luz del Señor los
juzgue en cuanto a muchos asuntos. Ni el esposo ni la esposa deben evitar ser
avergonzados. Antes bien, ambos deben estar dispuestos a someterse al juicio de
la luz de Dios. Deben ocurrir muchas transacciones espirituales en el seno de
una familia. Los miembros de una familia deben pasar mucho tiempo orando
juntos y teniendo comunión espiritual juntos. Esto es especialmente cierto en el
caso de familias con hijos. Tales familias deben buscar oportunidades para
acudir al Señor con mayor frecuencia. A fin de que una familia pueda avanzar
apropiadamente, tanto el esposo como la esposa deben vivir en la presencia del
Señor. Si ellos no viven delante del Señor, su familia tendrá problemas.

XIII. LA VIDA DE IGLESIA APROPIADA SE MANTIENE


MEDIANTE UNA VIDA FAMILIAR APROPIADA
He mencionado doce puntos aquí y espero que ustedes aprendan estas lecciones
en la familia. No sean descuidados ni necios en estos asuntos. Si usted no
aprende bien estas lecciones, los problemas familiares pronto se convertirán en
los problemas de la iglesia. Si un hombre no puede vivir junto a su esposa en el
hogar ni puede ser uno con ella, jamás podrá ser uno con los hermanos y
hermanas en la iglesia. Esto es un hecho. Es imposible que una persona pelee
con su cónyuge en la casa y luego venga a la iglesia con aleluyas brotando de sus
labios. Uno puede ser un buen hermano en la iglesia sólo cuando es un buen
esposo y padre en su hogar. Una vida de iglesia buena se mantiene mediante
familias buenas. Los esposos tienen que ser buenos esposos y las esposas
también tienen que ser buenas esposas. Entonces la vida de iglesia estará libre
de problemas.

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

LOS PADRES

Lectura bíblica: Ef. 6:1-4; Col. 3:20

I. LAS RESPONSABILIDADES DE LOS PADRES

Aparte del libro de Proverbios, el Antiguo Testamento no parece impartir


muchas enseñanzas sobre cómo ser padres. En el Nuevo Testamento, sin
embargo, Pablo escribió algo acerca de cómo ser padres. La mayoría de los
libros de este mundo enseñan a los hijos cómo ser hijos, pero no hay muchos
libros que enseñen a los padres cómo ser padres. La mayoría de las personas le
dan más importancia a las enseñanzas orientadas a los hijos. El Nuevo
Testamento no presta mucha atención a las enseñanzas de cómo ser hijos, pero
si presta más atención a la enseñanza para los padres. Si bien el Nuevo
Testamento nos enseña algo sobre los hijos, el énfasis no está en ellos; más bien,
tanto Efesios 6 como Colosenses 3 ponen más énfasis en los padres que en los
hijos. Así pues, nosotros debemos aprender a ser padres debido a que Dios
mismo le da más importancia al papel que desempeñan los padres que al que
cumplen los hijos.

Si tratáramos de resumir lo que la Biblia dice acerca de cómo ser padres,


veremos que entre las muchas cosas que deben hacer los padres, su deber más
importante es criar a sus hijos en la enseñanza y amonestación del Señor, sin
provocarlos a ira ni desalentarlos. Esto quiere decir que los padres deben ejercer
dominio propio y no pueden ser negligentes en ningún sentido. Esto es lo que
Pablo enseña al respecto.

Si bien es muy difícil ser esposo o esposa, espero que se den cuenta que hay algo
más difícil todavía: ser padres. Ser un esposo o una esposa involucra a dos
personas nada más, mientras que ser padre involucra a más de dos personas.
Ser un esposo o una esposa es una cuestión que atañe a nuestra felicidad
personal, pero al ser padres, determinamos el bienestar de la siguiente
generación. Son los padres de hoy quienes llevan sobre sí la responsabilidad del
futuro de sus hijos, los cuales conforman la siguiente generación.

Tenemos que comprender la seriedad que reviste tal responsabilidad. Dios ha


colocado el cuerpo, el alma y el espíritu de una persona, incluso su vida entera y
porvenir, en nuestras manos. Nadie influye tanto ni controla tanto el futuro de
una persona como sus padres. Es casi como si los padres pudiesen decidir si sus
hijos irán al cielo o al infierno. Tenemos que aprender a ser buenos esposos y
buenas esposas, pero sobre todo tenemos que aprender a ser buenos padres.
Estoy persuadido que la responsabilidad de ser padre es aún mayor que la de ser
cónyuge.

Ahora consideraremos la manera cristiana de ser padres. Tal conocimiento nos


ahorrará muchos dolores de cabeza.

A. Debemos santificarnos
por el bien de nuestros hijos

En primer lugar, todo padre deberá santificarse ante Dios por el bien de sus
hijos.

1. El Señor se santificó a Sí mismo


por el bien de Sus discípulos

¿Qué queremos decir con santificarse ante Dios? El Señor Jesús dijo: ―Y por
ellos Yo me santifico a Mí mismo‖ (Jn. 17:19). Esto no se refiere a ser santo, sino
a si uno es santificado o no. El Señor Jesús es santo y Su naturaleza es santa,
mas por el bien de Sus discípulos Él se santificó a Sí mismo. Había muchas
cosas que Él podía haber hecho, las cuales no eran contrarias a Su santidad; sin
embargo, Él se abstuvo de las mismas a causa de la debilidad de Sus discípulos.
En muchos asuntos, las debilidades de los discípulos dirigían al Señor y
restringían Su libertad. Había muchas cosas que el Señor pudo haber hecho,
pero que no las hizo porque no quería que Sus discípulos las malinterpretaran o
sufrieran tropiezos por causa de ellas. En lo que concierne a la naturaleza
misma del Señor, con frecuencia le hubiera sido posible actuar de otro modo,
pero se abstuvo de hacerlo por el bien de Sus discípulos.

2. No debemos andar de una manera suelta

De modo similar, aquellos que tienen hijos deben santificarse a sí mismos por el
bien de sus hijos. Esto quiere decir que, por el bien de nuestros hijos debemos
dejar de hacer muchas cosas que pudiéramos hacer. Asimismo, hay muchas
cosas que pudiéramos decir, pero que no las decimos por el bien de nuestros
hijos. Desde el día que traemos niños al seno de nuestra familia, debemos
santificarnos.

Si usted no se restringe a sí mismo, no será capaz de restringir a sus propios


hijos. La ligereza de aquellos que no tienen hijos, ocasiona, en el peor de los
casos, problemas sólo para ellos mismos, pero en el caso de aquellos que tienen
hijos, su irresponsabilidad perjudicará a sus hijos tanto como a ellos mismos.
Una vez que un cristiano trae a un niño a este mundo, tiene que santificarse.
Recuerde que dos pares de ojos, a veces cuatro, están observándolo todo el
tiempo. Estos habrán de observarlo por el resto de sus días. Incluso después que
usted haya dejado este mundo, sus hijos no se olvidarán de lo que lo han visto
hacer, y todo cuanto usted haya hecho permanecerá con ellos.

3. Debemos comportarnos
en conformidad con ciertas normas

El día que nace su hijo debe ser el día en que usted se consagre. Usted debe
fijarse determinados principios morales, normas de conducta en el hogar y
juicios de orden moral que determinen lo que es correcto y lo que es erróneo.
Usted tiene que fijar normas elevadas para determinar lo que es ideal y también
tiene que definir un estándar en cuestiones espirituales. Usted tiene que actuar
estrictamente en conformidad con tales normas. De otro modo, usted mismo
tendrá problemas y, además, perjudicará a sus hijos. Son muchos los niños que
son arruinados, no por extraños sino por sus propios padres. Si los padres
carecen de principios éticos, morales y espirituales, ellos mismos arruinarán a
sus propios hijos.

Tanto las decisiones como los juicios que hará un joven en el futuro, estarán
determinados por el adiestramiento que haya recibido de sus padres durante los
primeros años de su vida. Lo que usted le diga a su hijo puede ser olvidado o
recordado por él, pero con toda seguridad, aquello que él ve en su casa
permanecerá con él para siempre. Es de usted que él desarrollará su propio
juicio moral y también es de usted que él desarrollará su propia escala de
valores.

Todo padre debe recordar que sus acciones serán repetidas por sus hijos; lo que
hagan no los afectará solamente a ellos. Si usted no tiene niños, puede hacer
todo lo que quiera cuando está feliz, y puede dejar de hacer cualquier cosa y
olvidarse de todo cuando no está contento. Pero una vez que usted tiene niños,
tiene que restringirse. Tiene que actuar conforme a las normas más elevadas de
conducta, le guste o no. La vida entera de los niños que proceden de hogares
cristianos dependerá del comportamiento de sus padres.
Recuerdo lo que un hermano me dijo cuando su hijo se involucró en ciertos
problemas. Él dijo: ―Mi hijo no es sino una réplica mía, y yo soy igual que él‖.
Cuando un padre ve algo en sus hijos, deberá darse cuenta que se está viendo a
sí mismo. Él tiene que comprender que está contemplando un reflejo de su
propia persona, pues sus hijos no hacen sino reflejarlo. A través de ellos, él se
puede ver a sí mismo.

Es por esto que toda pareja debe consagrarse nuevamente a Dios en cuanto nace
su primer hijo. Ellos deben acercarse al Señor y consagrarse nuevamente a Él.
Desde ese momento, el Señor les ha encomendado un ser humano, poniendo en
sus manos todo su ser: espíritu, alma y cuerpo, así como toda su vida y todo su
futuro. Desde ese día, ellos tienen que ser fieles al encargo del Señor. Al firmar
un contrato de trabajo, algunos se comprometen a realizar una determinada
labor durante uno o dos años, pero esta labor de ser padres dura toda la vida;
este compromiso no tiene límite en el tiempo.

4. Debemos estar conscientes


de que nuestros hijos nos han sido confiados

Entre los creyentes de China, ningún fracaso es tan grande como tener un
fracaso como padres. Me parece que esto se debe a la influencia que ejerce el
paganismo. El fracaso que uno pueda sufrir en su carrera profesional no se
puede comparar con el fracaso que uno puede sufrir como padre. Inclusive
fracasar como esposo o esposa no se puede comparar con el fracaso como
padres. Un esposo o una esposa todavía puede protegerse a sí mismo, pues
ambos llegan al matrimonio con más de veinte años de edad. Pero cuando un
niño es puesto en nuestras manos, él no se puede proteger a sí mismo. El Señor
les ha confiado un niño. Ustedes no pueden retornar al Señor diciéndole: ―Tú
me confiaste cinco niños y he perdido tres‖. Ustedes no podrán decirle: ―Tú me
confiaste diez niños y perdí ocho‖. La iglesia no podrá avanzar si los padres no
están conscientes de que a ellos se les ha confiado esos niños. No queremos ver
que nuestros hijos tengan que ser rescatados del mundo. Supongamos que
engendramos niños, los perdemos al mundo y, después tratamos de rescatarlos.
Si permitimos que esto suceda, el evangelio jamás será predicado hasta lo
último de la tierra. A nuestros hijos se les ha impartido muchas enseñanzas y
hemos estado cuidándolos por muchos años; por lo menos estos niños tienen
que ser conducidos al Señor. Estamos equivocados si no cuidamos de nuestros
propios hijos. Les ruego que no olviden que es responsabilidad de los padres
asegurarse de que sus hijos resulten personas de bien.

Permítanme decirles esta palabra. A lo largo de la historia de la iglesia, el


fracaso más grave entre los cristianos ha sido el fracaso en ser padres, y esto es
algo que a nadie le importa mucho. Los niños son personas todavía tiernas que
están en vuestras manos y no pueden hacer mucho por sí mismas. Si usted es
suelto en su vida personal, también lo será con sus hijos. Tiene que comprender
que, por ser padre, deberá ejercer dominio propio y sacrificar su libertad
personal. Dios le ha encomendado en sus manos a un ser humano, con su
cuerpo y su alma. Si usted no ejerce dominio propio ni renuncia a sus libertades,
se verá en aprietos cuando tenga que responder ante Dios en el futuro.

B. La necesidad de andar con Dios

En segundo lugar, los padres no solamente tienen que percatarse de la


responsabilidad que han asumido y, por ende, santificarse ellos mismos por el
bien de sus hijos, sino que además, tienen que andar con Dios.

Uno se santifica a sí mismo por el bien de sus hijos. Pero esto no significa que
uno pueda ser suelto y frívolo cuando está solo. Un padre no deberá ejercer
dominio propio sólo por el bien de sus hijos. El Señor Jesús no carecía de
santidad en Sí mismo; Él no se santificaba a Sí mismo sólo por el bien de Sus
discípulos. Si el Señor Jesús se santificara a Sí mismo solamente por el bien de
Sus discípulos, pero no fuese santo Él mismo, habría sido un fracaso completo.
Del mismo modo, los padres tienen que santificarse por el bien de sus hijos,
pero ellos mismos también tienen que andar con Dios.

No importa cuánta devoción manifieste en presencia de sus hijos, si usted no es


genuino en su fervor, sus hijos fácilmente se darán cuenta de su verdadera
condición. Aun cuando usted mismo no esté claro al respecto, ellos sí lo estarán.
Quizás usted sea una persona suelta, pero se esfuerce por comportarse muy
cuidadosa y prudentemente cuando están presentes sus hijos. Pero, en realidad,
usted no es aquella persona que pretende ser. Por favor, recuerden que a los
hijos les es muy fácil descubrir su verdadera condición. Si usted es una persona
descuidada y trata de actuar de una manera discreta delante de sus hijos, ellos
fácilmente detectarán su verdadera condición y se darán cuenta de que usted
pretende ser alguien que no es. Así pues, usted no solamente tiene que
santificarse a sí mismo delante de sus hijos por el bien de ellos, sino que usted
también tiene que ser una persona que genuinamente anda con Dios igual que
Enoc lo hizo.

Quisiera llamar su atención hacia el ejemplo de Enoc. Génesis 5:21-22 dice:


―Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Y caminó Enoc con
Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e
hijas‖. No sabemos la condición en la que se encontraba Enoc antes de cumplir
sesenta y cinco años de edad, pero después que engendró a Matusalén, sabemos
que él caminó con Dios por trescientos años. Después, él fue arrebatado por
Dios. Este es un caso especial en el Antiguo Testamento. Antes que Enoc
engendrara hijos, no sabemos nada acerca de su condición, pero después que él
engendró a Matusalén, la Biblia afirma que Enoc caminó con Dios. Cuando tuvo
sobre sus hombros la carga de la familia, él comenzó a percibir su debilidad. Él
se percató de que su responsabilidad era demasiado grande y que él no podría
asumirla por su propia cuenta. Así que, él comenzó a caminar con Dios. Él no
sólo caminó con Dios en presencia de su hijo; él caminó con Dios incluso
cuando estaba solo. Él sentía que si no caminaba con Dios, él no sabría cómo
criar a sus niños. Enoc no sólo engendró a Matusalén, sino a muchos otros hijos;
no obstante, él caminó con Dios por trescientos años. Su responsabilidad como
padre no le impidió caminar con Dios; más bien, tal responsabilidad hizo que él
caminara con Dios. Finalmente, él fue arrebatado. Por favor recuerden que la
primera persona en ser arrebatada fue un padre. La primera persona en ser
arrebatada fue una que tuvo muchos hijos y, aun así, caminó con Dios. La
manera en que uno cumple con sus responsabilidades en una familia, no es sino
el reflejo de su condición espiritual delante de Dios.

Tenemos que comprender que a fin de conducir nuestros hijos al Señor con la
debida autenticidad, es necesario que seamos personas que caminan con Dios.
No podemos enviar nuestros hijos a los cielos simplemente indicándoles el
camino a seguir. Tenemos que ir delante de ellos. Sólo entonces podemos pedir
de nuestros hijos que nos sigan. Aunque los padres cristianos quieren que sus
hijos sean mejores que ellos mismos y abrigan la esperanza de que sus hijos no
amarán al mundo y proseguirán de una manera positiva, hay muchas familias
que no andan bien debido a que los padres mismos no avanzan. Si este es el
caso, independientemente de cuánto se esfuerce, tal familia jamás logrará sus
objetivos. Tenemos que recordar que el estándar que adopten los hijos no podrá
ser más elevado que lo adoptado por sus padres. Esto no quiere decir que
debemos fijar un estándar falso. Debemos tener un estándar que es genuino y
espiritual. Si lo tenemos, nuestros hijos se ceñirán a lo mismo.

Por favor perdónenme por decir algo que suena simple y elemental. Cierta vez
visité a una familia y vi que la mamá le daba una paliza a su hijo por haber
mentido. Sin embargo, en esta familia, también el padre y la madre solían
mentir. Yo averigüé que ellos habían mentido en muchas ocasiones, pero
cuando su niño mintió, fue castigado. Hablando con franqueza, el verdadero
error del niño consistía en la técnica que empleó para mentir, es decir, fue
atrapado mintiendo. La única diferencia entre los padres y el niño era que este
fue atrapado mintiendo, mientras que aquellos no. No era cuestión de si había
mentido o no, sino de su habilidad para mentir. Uno de ellos mintió, y fue
atrapado y castigado. Si usted aplica criterios distintos para cada caso, ¿cómo
podrá criar a sus hijos? ¿Cómo puede decir a sus hijos que no mientan, cuando
usted mismo es un mentiroso? Usted no debiera aplicar un criterio para su vida
y otro criterio para la vida de sus hijos. Esto jamás tendrá éxito. Suponga que
sus hijos ven en usted y reciben de usted únicamente mentiras y embustes.
Cuanto más los castigue, más problemas tendrá. Algunos padres les dicen a sus
hijos: ―Espera a llegar a los dieciocho años y sólo entonces te dejaré fumar‖. Lo
que muchos hijos se dicen en sus corazones es: ―Cuando tenga dieciocho años,
mi padre me dejará mentir. Todavía no tengo dieciocho años, así que no puedo
mentir, pero cuando los cumpla podré mentir‖. Con esto usted está empujando
a sus hijos al mundo. Usted tiene que caminar con Dios tal como lo hizo Enoc, a
fin de poder criar a sus hijos tal como lo hizo Enoc. Si usted no camina con Dios,
no puede pretender criar a sus hijos tal como lo hizo Enoc.

Por favor no se olviden que sus hijos aprenderán a amar lo que usted ama y a
aborrecer lo que usted aborrece. Ellos aprenderán a valorar lo que usted valora y
a condenar lo que usted condena. Usted tiene que establecer ciertos principios
morales, tanto para usted como para sus hijos. Los principios morales que usted
adopte, también serán los de sus hijos. Sus hijos amarán al Señor en la misma
medida en que usted lo ama. En una familia, únicamente se puede establecer un
estándar, no dos.

Conozco a una familia cuyo padre es un cristiano nominal, sólo de nombre. Él


nunca asiste a las reuniones de la iglesia, pero quiere que sus hijos vayan todos
los domingos. Cada domingo por la mañana, él les da a sus hijos una propina y
les dice que vayan a la iglesia. El dinero es para que los niños den alguna
ofrenda. Por la tarde, esta persona se dedica a jugar en casa un juego de azar, el
mahjong, con sus tres amigos. Sin embargo, con el pretexto de ir a las reuniones
de la iglesia, sus hijos gastaban las propinas de su padre en golosinas y se
escabullían del salón de reunión para irse a jugar afuera hasta que el pastor
estaba a punto de acabar su sermón; entonces entraban a hurtadillas al salón
para escuchar una o dos frases finales. Cuando llegaban a casa, le daban a su
padre un informe agradable. Estos niños compraron golosinas, jugaron y dieron
su informe. Este es, claro, un caso extremo.

Espero que comprendamos que Dios nos ha encomendado a nuestros hijos, y


que debemos aplicar las mismas normas de conducta para toda la familia.
Nosotros mismos no debemos practicar todo cuanto les prohibimos a nuestros
niños. Jamás se debieran aplicar dos diferentes estándares en el seno de una
misma familia, uno para los hijos y otro para nosotros los padres. Todos
tenemos que medirnos con el mismo estándar por el bien de nuestros hijos.
Tenemos que santificarnos a nosotros mismos a fin de mantener las mismas
normas de conducta para toda la familia. Una vez que fijamos cierto criterio de
conducta, nosotros mismos tenemos que respetarlo. Espero que todos nosotros
cuidemos bien a nuestros hijos. Ellos nos están observando constantemente. El
hecho de que ellos se porten bien o no, depende de si nosotros nos conducimos
adecuadamente. Ellos no sólo nos escuchan, sino que nos están viendo todo el
tiempo. Tal parece que ellos llegan a enterarse de todo. Ellos perciben cuando
estamos tratando de intimidarlos y cuando estamos actuando para ser vistos de
ellos. No debiéramos pensar que podemos engañar a nuestros hijos. ¡No! Ellos
no pueden ser engañados. Ellos saben cómo nos sentimos y ven con claridad lo
que realmente sucede en nosotros. Todo cuanto exigimos de nuestros hijos,
también tenemos que asumirlo como parte de nuestra propia postura.

Después que Enoc engendró a Matusalén, caminó con Dios por trescientos años.
¡Qué cuadro tan maravilloso es este! Él engendró muchos niños; aun así, fue
capaz de caminar con Dios por trescientos años. Él era un padre auténtico,
despojado de cualquier pretensión. Tal andar es apropiado a los ojos de Dios.

C. La necesidad de que
ambos padres sean de un mismo parecer

En tercer lugar, ambos padres tienen que compartir el mismo parecer a fin de
que su familia sea saludable. Ellos tienen que ser de un mismo parecer al
sacrificar su propia libertad por causa de Dios y al establecer en su hogar
estrictos principios morales. El punto de vista del padre no debiera diferir del de
la madre. Estoy hablando acerca de las familias en las que ambos padres son
cristianos. Si uno de ellos no es cristiano, entonces es un caso distinto.

Frecuentemente, la postura del padre y la madre ante ciertos asuntos no es la


misma. Como resultado, dan cabida a que sus hijos pequen libremente. Será
muy difícil que los hijos adopten ciertos principios absolutos que rijan su
conducta si sus padres no son de un mismo parecer. Si con respecto a cierto
asunto el padre da un sí de aprobación, mientras que la madre dice que no, o
viceversa, entonces los hijos acudirán al padre que más les convenga. Si les
resulta más conveniente preguntar al padre, acudirán al padre; pero si les
resulta más conveniente la respuesta de la madre, acudirán a la madre. Esto de
inmediato crea una gran discrepancia en la familia.

Me enteré de una pareja de ancianos cristianos que tenían diferentes puntos de


vista. Uno de los cónyuges tenía cierto parecer, mientras que el otro tenía un
parecer distinto. Su relación como marido y mujer era bastante deficiente.
Como resultado, llegaron a ser padres muy deficientes. Sus hijos adoptaron la
costumbre de preguntar a la madre acerca de aquellas cosas que ella aprobaba y
preguntar al padre cuando se trataba de asuntos que él aprobaba. Así ellos los
manipulaban al hacerles sus pedidos. Si la madre, al llegar a casa, reconvenía a
sus hijos por cierto comportamiento, ellos respondían: ―Le pedimos permiso a
papá‖. Si el padre, al llegar a su hogar, reconvenía a sus hijos por algo que
hicieron, ellos le dirían: ―Le pedimos permiso a mamá‖. Como resultado de
manipular a sus padres, tales niños obtenían completa libertad. Hace veinte
años, le dije al padre: ―Si esta clase de situación continúa, con toda seguridad
tus hijos se apartarán del Señor‖. Él me respondió: ―No será así‖. Actualmente,
todos sus hijos se han graduado de la universidad y algunos hasta tienen
estudios en el extranjero, pero ninguno de ellos ha creído en el Señor. Además,
todos ellos son muy indisciplinados.

Es diferente si uno de los padres es un incrédulo. Sin embargo, si ambos son


creyentes, la severa disciplina de Dios les espera. Si uno de ellos no es creyente,
el esposo o la esposa creyente puede orar pidiendo misericordia de una manera
específica, pero si ambos son creyentes y aun así conducen a sus hijos en
direcciones divergentes, sólo pueden esperar problemas en el futuro.

Siempre que sus hijos se metan en problemas, ambos padres deben esforzarse
por ser de un mismo parecer. Tienen que manifestar un mismo parecer ante sus
hijos. Sea lo que fuere que sus hijos pidan o pregunten, la primera respuesta del
esposo debiera ser: ―¿Ya le preguntaste a tu madre? ¿Qué dijo ella? Si ella te dijo
que sí, entonces puedes hacerlo‖. Si usted es la esposa y sus hijos le preguntan
algo, su primera respuesta debiera ser: ―¿Ya le preguntaron a su padre?
Cualquiera cosa que les haya dicho, yo les diré lo mismo‖. Si su cónyuge está
equivocado o no, ya es un asunto distinto. Usted tiene que adoptar la misma
postura que su cónyuge. Si existe algún desacuerdo, ambos cónyuges deben
encerrarse en su habitación hasta ponerse de acuerdo. No permitan que se
genere una vía de escape. En cuanto encuentren una escapatoria, sus hijos
aprovecharán para tomarse libertades. A los hijos siempre les gusta buscar
salidas. Si el esposo se percata de algún error cometido por su esposa, y
viceversa, cualquier cuestionamiento sobre por qué se dijo algo a los hijos,
deberá ser hecho a puertas cerradas. Es muy importante aclarar cualquier
desacuerdo, pero usted jamás debiera permitir que sus hijos encuentren una vía
de escape entre ustedes. Si los padres son de un mismo parecer, les será fácil
conducir a sus hijos al Señor.

D. Los derechos de los hijos deben ser respetados

En cuarto lugar, un principio bíblico elemental es que los hijos nos han sido
dados por Jehová (Sal. 127:3). Según la Biblia, al hombre le han sido confiados
sus hijos de parte de Dios. Un día, él tendrá que rendir cuentas a Dios por
aquello que le fuera confiado. Nadie puede decir que sus hijos son suyos y de
nadie más. El pensamiento de que los hijos de uno son solamente suyos y que,
por ello, uno puede hacer lo que se le antoje con ellos y ejercer control absoluto
sobre ellos, es un concepto pagano; no se trata de un concepto cristiano. El
cristianismo jamás enseñó que nuestros niños son nuestra propiedad. Más bien,
reconoce que los hijos nos fueron confiados por Dios y que los padres no pueden
ejercer un control despótico sobre ellos durante su niñez.
1. La autoridad paterna no es ilimitada

Algunas personas tienen el concepto de que, por ser padres, siempre están en lo
correcto. Tales personas suelen aferrarse a este concepto aún después de
haberse hecho cristianas. Por favor recuerden que son muchos los padres que
no siempre están en lo correcto; en muchas ocasiones los padres están
completamente equivocados. No debiéramos adoptar conceptos paganos y no
debiéramos suponer que tenemos autoridad ilimitada sobre nuestros hijos.

Les ruego tengan presente que los padres no tienen una autoridad absoluta
sobre sus hijos. Sus hijos tienen espíritu y alma propios, sobre los cuales los
padres no ejercen control alguno. Puesto que los hijos poseen espíritu y alma
propios, ellos ejercen control sobre sí mismos. Ellos pueden ir al cielo o al
infierno. Ellos tienen que ser responsables de ellos mismos ante Dios. No
podemos tratarlos como si fueran objetos o como si fueran nuestra propiedad.
Así pues, no debiéramos suponer que podemos ejercer autoridad ilimitada sobre
ellos; Dios no nos ha otorgado tal autoridad absoluta sobre ellos. Dios nos ha
dado autoridad ilimitada sobre objetos inertes, pero Él no nos dio autoridad
ilimitada sobre seres humanos que poseen espíritu y alma propios. Nadie puede
tener autoridad absoluta sobre otra persona poseedora de espíritu y alma
propios. Pensar que pueda existir tal clase de autoridad absoluta sobre otras
personas es un concepto pagano, el cual se relaciona con la soberbia y no debe
ser hallado entre nosotros.

2. Los hijos no son el medio por el que los padres


pueden dar rienda suelta a su ira

Nosotros solemos comportarnos razonablemente con nuestros amigos y con


otros miembros de nuestra familia. Solemos ser amables y considerados con
nuestros colegas, y somos todavía más respetuosos con nuestros superiores.
Procuramos llevarnos bien con toda clase de persona. Sin embargo, tratamos a
nuestros hijos como si fuesen nuestra propiedad, olvidándonos que ellos
también poseen espíritu y alma propios, y que son regalos de Dios. Es posible
que nosotros desfoguemos nuestra ira en nuestros hijos y que los tratemos como
se nos antoje. Algunas personas creen que necesitan ser amables con todo el
mundo, excepto con sus propios hijos. Pareciera que ellos ven a sus hijos como
el medio que les permite dar rienda suelta a su ira. Yo sé de padres que se
comportan así en su hogar. Ellos parecen creer que un hombre debe ser amable
y gentil, pero que a la vez debe tener mal genio. Pareciera que estas personas no
se sienten completas si no han perdido los estribos. No obstante, ellos se dan
cuenta de que se meterían en problemas si perdieran los estribos con cualquier
otra persona. Si ellos se comportaran así frente a sus superiores, serían
despedidos; y si lo hacen con sus amigos, serían despreciados. Así pues, tales
personas piensan que sólo hay un lugar en el que pueden perder la paciencia sin
tener que sufrir ningún castigo; y este lugar es en su hogar y con sus niños.
Muchos padres manifiestan un genio terrible hacia sus hijos. Es como si sus
hijos fuesen el caldo de cultivo apropiado para su ira.

Por favor discúlpenme por hablarles con tanta severidad. He visto a muchos
padres gritar a sus hijos durante la cena y después volverse a mí y decir: ―Señor
Nee, por favor sírvase; la comida está deliciosa‖. Cuando esto sucede, no me
queda ningún deseo de probar la comida. Con frecuencia tales cosas suceden
con un intervalo de sólo unos minutos. Por un lado, riñen a sus hijos; por el
otro, dicen: ―Señor Nee, sírvase por favor‖. El problema con algunos padres es
que consideran que sus hijos son el medio por el cual ellos, justificadamente,
pueden dar rienda suelta a su ira. ¿Acaso Dios nos dio hijos para que tengamos
alguien con quién desfogar nuestra ira? ¡Que Dios tenga misericordia de
nosotros!

Debemos tener presente que Dios no le ha negado todos los derechos a los
niños. Dios no ha despojado a los niños de autoestima, libertad personal, ni de
sus propios rasgos personales. Él no nos ha confiado nuestros niños para que los
golpeemos y regañemos. No hay tal cosa. Tales pensamientos no corresponden
al pensamiento cristiano; no forman parte del conceptos cristianos. Por favor
que tengan presente que el estándar por el cual distinguimos lo correcto y lo
equivocado es el mismo, tanto para nosotros como para nuestros hijos. Tanto
nosotros como nuestros niños debemos estar regidos por las mismas normas de
conducta. No podemos tener un estándar para nosotros y otro para ellos.
Permítanme decirle algo a los nuevos creyentes: ustedes tienen que ser tiernos y
amables con sus hijos. Jamás sea rudo con ellos. No debe regañarlos ni
reprenderlos arbitrariamente y mucho menos debe golpearlos a su antojo.

Por favor recuerden que semejante conducta con sus hijos los llevará a ser
indulgentes consigo mismos. Todo aquel que quiera conocer a Dios tiene que
aprender a dominarse a sí mismo. En especial, uno debe controlarse a sí mismo
cuando disciplina a sus hijos. Esta clase de dominio propio viene de respetar
apropiadamente el alma de sus hijos. No importa cuán pequeño o débil sea un
niño, recuerden que él posee su propia personalidad; Dios le ha dado
personalidad y alma propias. Usted no debe dañar su carácter ni destruir su
personalidad o menospreciar su alma. No debe tratarlo de manera arbitraria.
Tiene que aprender a respetarlo como persona.

Al mismo tiempo, nuestros hijos han sido confiados a nuestra familia. Así pues,
nuestros propios principios morales tienen que ser los principios morales de
toda la familia. Todo cuanto se aplique a los hijos, también deberá aplicarse a
nosotros. Los padres no tienen derecho alguno a desfogar su ira con sus hijos.
Un cristiano no debe perder la paciencia con nadie, ni siquiera con sus propios
hijos. Es incorrecto dar rienda suelta a nuestro enojo con cualquiera, no importa
quién sea la otra persona. Tenemos que comportarnos como personas
razonables y, lejos de adoptar cualquier otra actitud, lo único que nos está
permitido es tratar de razonar con nuestros hijos. No trate de intimidarlos
simplemente porque ellos son pequeños y débiles. Los que oprimen a los
pequeños y a los débiles son los más cobardes entre los hombres.

3. No se conviertan en la cruz de sus hijos

En cierta ocasión, dos estudiantes conversaban en la escuela. Una de las niñas le


decía a la otra: ―Yo conozco a mi padre; él daría su vida por mí‖. ¡Escúchenla! Se
trata del comentario de una niña acerca de su padre. Su padre era un cristiano.
Esta era la clase de padre que él era hacia ella. La otra niña también procedía de
una familia cristiana. Su padre era áspero con ella y fácilmente desfogaba su ira
en ella. Cierta vez, esta niña escuchó un sermón dado en la escuela; después de
ello, fue a casa y su padre le preguntó que había aprendido ese día. Ella le
contestó: ―Ahora sé que el Señor ha querido que tú seas mi padre a fin de que
seas mi cruz‖. Ambos padres eran cristianos; sin embargo, ¡cuánta diferencia
había entre ellos!

Me gustaría decirles a los padres: no se apresuren en exigir obediencia de sus


hijos. En lugar de ello, primeramente exijan de ustedes mismos ser buenos
padres delante del Señor. Si ustedes no son buenos padres, jamás podrán ser
buenos cristianos. Dios no nos dio a nuestros hijos con el propósito de que nos
convirtamos en su cruz. Dios nos dio hijos a fin de que, delante del Señor,
aprendamos a honrar su libertad y personalidad, así como sus almas.

E. No provoquemos a ira a nuestros hijos

En quinto lugar, Pablo nos indicó algo importante que no deben hacer los
padres: no deben provocar a ira a sus hijos (Ef. 6:4).

1. No debemos abusar de nuestra autoridad

¿Qué quiere decir provocar a ira a nuestros hijos? Esto se refiere a abusar de
nuestra autoridad. Uno puede ejercer dominio sobre sus hijos por medio de su
fuerza física. Esto siempre es una posibilidad debido a que los padres son más
fuertes que sus hijos. O uno puede tratar de subyugar a sus hijos por medio de
su poderío financiero. Uno puede decirles: ―Si no me obedecen, no les daré
dinero alguno. Si no me hacen caso, los privaré de alimentos y de vestido‖.
Puesto que los niños dependen de su padre para su sustento, él los domina por
medio de su dinero cuando los amenaza con privarlos de tal suministro.
Mientras que algunos padres dominan a sus hijos por medio de su poderío
físico, otros los dominan por medio de su férrea voluntad. Esto puede provocar
a ira a sus hijos. Cuando ellos son provocados de esa manera, siempre estarán
buscando la oportunidad de ser libres. Llegará el día en que romperán toda
atadura y buscarán ser completamente libres.

Yo conozco un hermano cuyo padre era jugador y fumador empedernido, y que


solía comportarse groseramente en su casa. Él malversó fondos públicos y
estaba involucrado en muchos otros negocios turbios. A pesar de ello, asistía a
las reuniones de la iglesia y quería que todos sus hijos fueran a la iglesia. Si sus
hijos no iban, él los reprendía con dureza y los castigaba con toda severidad. Tal
padre hizo que sus hijos perdieran todo gusto por su familia, mientras que al
mismo tiempo insistía que sus hijos asistieran a las reuniones de la iglesia.
Después, un hermano, cuyo padre era esta persona me confesó: ―Yo había
jurado que el día que fuese adulto jamás volvería a ir a una sola reunión de la
iglesia. En cuanto pudiese sostenerme a mí mismo, yo iba a alejarme de la
iglesia‖. Aunque este hermano juró de esta manera, al final fue salvo. ¡Gracias a
Dios! De otro modo, se habría convertido en otro opositor del cristianismo. Este
es un asunto muy serio. Tal padre no se esforzaba por hacer que sus hijos lo
amasen a él y, aun así, les exigía ir a la iglesia. Esto jamás dará resultado. Esto
provoca a ira a los hijos. Los padres no deben abusar de la autoridad que tienen
sobre sus hijos ni deben provocarlos a ira. Ellos jamás deberían hacer que sus
hijos se endurezcan en contra de ellos o sean rebeldes hacia ellos.

Recuerdo otro hombre que no es salvo, a quien no hace mucho volví a ver. Esta
persona había sido obligada a leer la Biblia, tanto en su casa como en su escuela
parroquial. No quiero decir que los padres no deban fomentar que sus hijos lean
la Biblia. Lo que digo es que tienen que atraerlos y los padres mismos deben ser
un ejemplo para ellos. Jamás dará resultado si ustedes simplemente les dicen
que el Señor es precioso y, al mismo tiempo, abusan de ellos constantemente.
Había una mamá que se decía ser cristiana. Ella tenía un genio malísimo. Ella se
obstinaba en que su hijo leyera la Biblia y fuese a una escuela parroquial. Un día
su hijo le preguntó cuándo podría dejar de leer la Biblia. Su madre le respondió:
―Cuando te gradúes de la escuela secundaria, podrás dejar de leer la Biblia‖. El
día en que este muchacho recibió su diploma de escuela secundaria, tomó sus
tres ejemplares de la Biblia y los quemó en su patio. Usted debe atraer a sus
hijos de una manera natural. De otro modo, cuando ellos son provocados a ira
podrían hacer cualquier cosa. Usted quiere que ellos sean buenos, pero ellos se
rebelarán contra usted en cuanto sean libres para hacerlo. Cuando se habla de
provocar a ira a nuestros hijos, se está haciendo referencia a esto. No provoquéis
a ira a vuestros hijos. Tienen que aprender a ser padres apropiados, a
manifestar amor, ternura y un testimonio apropiado para sus hijos. También
tienen que atraerlos ellos. No abusen de su autoridad. La autoridad puede ser
ejercitada únicamente si hay dominio propio. Si usted abusa de su autoridad,
estará sofocando su relación con sus hijos.
2. Debemos manifestar el debido aprecio

Además, ustedes deben manifestar el aprecio debido hacia sus hijos cuando
ellos se portan bien. Algunos padres únicamente saben castigar y regañar a sus
hijos; no saben hacer otra cosa. Esto fácilmente provoca a ira a sus hijos. No se
olviden que muchos niños tienen el deseo de ser buenos. Si usted solamente los
regaña y castiga, sus hijos se sentirán desalentados, tal como dice Pablo en
Colosenses 3:21. Ellos se dirán que no vale la pena portarse bien porque sus
padres, de todas maneras, jamás expresarán reconocimiento alguno. Usted debe
alentar a sus hijos cuando se portan bien. Quizá usted puede decirles: ―Hoy se
han portado muy bien. Quiero recompensarlos por ello y darles algo especial‖.
Los hijos no solamente necesitan ser disciplinados, sino también
recompensados. De otro modo, serán desalentados.

Una vez leí un relato acerca de una niña cuya madre sólo la golpeaba y la
regañaba. En aquel entonces, esta niña era buena por naturaleza. Puesto que
sentía que su madre no aprobaba lo que ella hacía, un día decidió que ella habría
de esforzarse por complacerla. Al llegar la noche, habiendo desvestido y puesto
en cama a su hija, la mamá se disponía a salir de la habitación. Mientras la
mama se alejó, su hija la llamó. La mamá le preguntó qué quería, pero su hija no
respondió. Nuevamente, la mamá comenzó a alejarse, y la hija la volvió a llamar.
Cuando la mamá le preguntó nuevamente, su hija respondió: ―Mamá, ¿no tienes
nada que decirme?‖. Este es uno de los relatos que cuenta el Sr. Bevin. Después
que la mamá se fue, la niña lloró durante dos horas. Su madre era muy
insensible. Ella sólo sabía castigar y regañar a su hija; pero carecía de la
sensibilidad necesaria para hacer otra cosa.

Les ruego tengan presente que el Nuevo Testamento contiene más enseñanzas
para los padres que para los hijos. El mundo entero habla acerca de los errores
que los hijos suelen cometer, pero el Señor habló acerca de los errores que los
padres cometen. Puesto que el mundo habla tanto acerca de los errores que los
hijos cometen, nosotros no tenemos que decir mucho al respecto. La Biblia nos
dice que si los padres no son lo suficientemente sensibles, serán propensos a
provocar a ira a sus hijos así como a desalentarlos. A esto se debe que la Biblia
hable tanto acerca de cómo ser padres. No hay oficio más difícil en este mundo
que esto. Aquellos que son padres deben dedicarse con todas sus fuerzas y con
toda su mente a ser padres apropiados. Por favor, no sean insensibles hacia sus
hijos.

F. Debemos ser exactos al hablar

En sexto lugar, las palabras de los padres revisten mucha importancia para sus
hijos. No solamente usted mismo debe ser un modelo para sus hijos, sino que
también debe darse cuenta que sus palabras revisten gran importancia para
ellos.

1. No debemos hacer promesas vanas

Por favor recuerden que los padres jamás debieran ofrecer a sus hijos aquello
que no podrán llevar a cabo. Usted no debe hacer vanas promesas a sus hijos.
No les prometa nada que usted no esté en posibilidades de cumplir. No les
prometa algo que no podrá cumplir. Si sus hijos desean que usted les compre
algo, usted primero debe considerar su capacidad financiera. Si usted
buenamente puede hacerlo, hágalo. Si no puede hacerlo, tiene que decirles: ―Me
esforzaré al máximo y haré lo que pueda, pero no puedo hacer aquello que
excede mi capacidad‖. Cada palabra que salga de su boca debe ser digna de
confianza. No deben pensar que esto es algo insignificante. Usted jamás debiera
permitir que sus hijos abriguen alguna duda acerca de sus palabras. No
solamente ellos no deben abrigar dudas respecto de lo que usted les diga, sino
que, además ellos deberían tener la certeza de que usted les habla con exactitud.
Si los hijos constatan que lo que sus padres les dicen no es digno de confianza,
crecerán comportándose irresponsablemente. Ellos darán por sentado que si
uno puede ser descuidado al hablar, también puede comportarse
irresponsablemente en todo aspecto. Existen ciertas expresiones que solamente
pueden ser usadas en la política y tales expresiones no se ajustan a los hechos.
Los padres deben abstenerse de usar tales expresiones. Son muchos los padres
que aparentemente, son muy bondadosos con sus hijos. Les prometen todo
cuanto ellos piden, pero nueve de cada diez veces ellos no pueden cumplir con lo
que prometen. Tal clase de promesas maravillosas únicamente produce una
cosa en los hijos: desilusión. Usted tiene que prometer únicamente aquello que
es capaz de cumplir. Si usted no va a poder hacer algo, no lo prometa. Si usted
no está seguro de poder llevarlo a cabo, dígaselos. Sus palabras tienen que ser
exactas.

2. Las órdenes deben ser cumplidas

Otras veces, quizás usted no prometa algo, sino que da cierta orden. Si usted
abrió su boca para ordenarles algo a sus hijos, tiene que asegurarse que ello sea
llevado a cabo. Usted tiene que hacer que ellos comprendan que usted siempre
habla en serio. Muchas veces usted da una orden, pero luego lo olvida. Esto es
un error. No debiera decirles a sus hijos que está bien que ellos no lo hagan en
esta oportunidad, siempre y cuando lo hagan la próxima vez. Si usted los excusa,
no les está haciendo favor alguno. Usted debe dejar bien en claro ante sus hijos
que una vez que usted les ordena algo, ellos tienen que hacerlo ya sea que usted
lo recuerde o no. Si usted se los dijo una vez, lo puede decir cien veces. Si sus
palabras cuentan en una ocasión, ellas deberán contar en cien ocasiones. Usted
no debe anular sus propias palabras. Muéstreles a sus hijos, desde su juventud,
que la palabra de uno es sagrada, ya sea que se trate de una promesa o una
orden. Por ejemplo, si usted le dice a su niño que barra su cuarto cada mañana,
primero usted tiene que haber considerado si él será capaz de hacer esto o no. Si
él no lo hizo hoy, usted tiene que asegurarse de que lo haga mañana. Si al
siguiente día no lo hizo, usted tiene que asegurarse que lo haga el día
subsiguiente. Usted tiene que mantener su orden este año y tiene que
mantenerlo el siguiente. Tiene que ser patente para sus hijos que ninguna de sus
palabras fueron dichas a la ligera y que, una vez pronunciadas, tienen que ser
ejecutadas. Pero, si ellos constatan que las palabras de sus padres no cuentan
para nada, cualquier cosa que les digan carecerá de eficacia. Por tanto, toda
palabra que salga de sus labios debe ser práctica y basada en ciertos principios.

3. Debemos corregir cualquier exageración

Algunas veces, usted exagera sus palabras. Entonces, deberá buscar una ocasión
propicia para decirle a sus hijos que en tal ocasión usted exageró. Usted tiene
que ser exacto al hablar. Algunas veces usted quizás haya visto solamente dos
vacas, pero dijo que eran tres; o quizás vio cinco pájaros, pero dijo que eran
ocho. En tales ocasiones, corríjase de inmediato. Al hablar con sus hijos usted
tiene que aprender a corregirse todas las veces que sea necesario. Debe aprender
a decir: ―Lo que les acabo de decir no es exacto. Había dos vacas, no tres‖. Usted
debe dejar bien en claro ante ellos que todas nuestras palabras deben ser
santificadas. Todo cuanto ocurre en el seno de nuestra familia debería ser usado
para la formación de un carácter cristiano en nuestros hijos. Así pues, sus
palabras tienen que ser santificadas. Cuando sus hijos hablen, también sus
palabras deben ser santificadas y exactas. Cuando usted diga algo equivocado,
deberá darle la debida importancia al reconocer su error. De este modo, usted
estará adiestrando a sus hijos a santificar sus palabras. Muchos padres suelen
decir cinco cuando quieren decir tres, y dicen tres cuando en realidad querían
referirse a dos. Tales padres hablan irresponsablemente y no constituyen un
buen ejemplo en el hogar. Como resultado de ello, sus hijos jamás
comprenderán cuán sagradas son sus palabras.

Todos estos problemas ocurren debido a que nos hace falta recibir más
disciplina del Señor. Nosotros debiéramos experimentar la disciplina del Señor
y conducir a nuestros hijos en la disciplina del Señor. Por lo menos, debemos
mostrarles que nuestras palabras son sagradas. Toda promesa debe ser
realizada y toda orden debe ser cumplida. Si hacemos esto, nuestros hijos
recibirán el adiestramiento apropiado.

G. Debemos criar a nuestros hijos


en la disciplina y amonestación del Señor
En séptimo lugar, deben criar a sus hijos en la disciplina y amonestación del
Señor (Ef. 6:4). La disciplina del Señor consiste en decirle a una persona cómo
debe comportarse. Ustedes deben considerar que sus hijos son cristianos, no
gentiles. La disciplina del Señor le indica a una persona cuál es el
comportamiento que es propio de un cristiano. El Señor se ha propuesto hacer
que todos nuestros hijos lleguen a ser cristianos. Él no desea que ninguno de
ellos sea gentil o incrédulo. Usted debe hacer planes para que sus hijos no sólo
lleguen a ser cristianos, sino cristianos ejemplares. Así pues, usted debe darles a
entender lo que es un cristiano apropiado por medio de instruirlos en la
disciplina del Señor. Al respecto, debemos tratar una serie de aspectos.

1. Debemos ayudar a nuestros hijos


a tener aspiraciones apropiadas

Lo más importante para un niño son sus aspiraciones. Todo niño tiene alguna
aspiración para su futuro. Si el gobierno permitiera que todos los niños
imprimieran sus propias tarjetas de presentación, creo que habría muchos niños
que imprimirían títulos como: ―Presidente‖, ―Director‖ o ―Reina‖. Los padres
deben fomentar en sus hijos las aspiraciones apropiadas. Si ustedes aman el
mundo, sus hijos probablemente querrán ser presidentes, millonarios o famosos
eruditos. La manera como ustedes viven afectará las aspiraciones que tengan
sus hijos. Los padres tienen que aprender a canalizar las ambiciones de sus hijos
en la dirección apropiada. Ellos deben aspirar a amar al Señor. No deben aspirar
a amar al mundo. Usted debe fomentar tal ambición en ellos mientras son
jóvenes. Muéstreles lo honroso que es morir por el Señor y háganles
comprender que es algo muy precioso ser un mártir por causa del Señor.
Ustedes tienen que ser un ejemplo para ellos y tienen que compartir con ellos
sus propias aspiraciones. Si ellos le dan la oportunidad, dígales lo que a usted le
gustaría ser. Dígales qué clase de cristiano usted desea ser. De este modo, usted
estará canalizando sus ambiciones, dándoles la dirección apropiada. Así, sus
metas cambiarán y ellos sabrán lo que es noble y lo que es precioso.

2. No debemos fomentar
el orgullo en nuestros hijos

Nuestros hijos tienen otro problema: no sólo son ambiciosos y tienen muchas
aspiraciones, sino que, además, se sienten orgullosos de sí mismos. Quizás ellos
se jacten de su inteligencia, de sus propias habilidades o de su elocuencia. A los
niños les es fácil encontrar motivos de jactancia propia y pueden llegar a pensar
que son personas muy especiales. Los padres no deben desalentarlos, pero
tampoco deben fomentar su orgullo. Muchos padres fomentan el orgullo de sus
hijos y los alientan a ir en búsqueda de vanagloria por medio de abrumarlos con
alabanzas delante de los demás. Mas nosotros debemos decirles: ―Hay muchos
otros niños en este mundo que tienen capacidades parecidas a las tuyas‖. No
traten de fomentar su orgullo. Nosotros debemos iluminar a nuestros hijos en
concordancia con la disciplina y amonestación del Señor. Ellos deben ser
capaces de desarrollar su intelecto, elocuencia y todas sus capacidades; pero
usted debe decirles que hay muchos que son tan hábiles como ellos en este
mundo. No destruyan su estima personal, pero tampoco les permitan
convertirse en personas orgullosas. No es necesario herir su autoestima, pero sí
tienen que hacerles notar su orgullo o vana jactancia personal. Son muchos los
jóvenes que, solamente al salir de su hogar, descubren que tienen que pasar diez
o veinte años en el mundo para aprender a comportarse apropiadamente. Para
entonces ya es demasiado tarde. Son muchos los jóvenes que manifiestan su mal
genio en el hogar y luego llegan a ser personas tan arrogantes que, una vez que
son adultos, no pueden trabajar apropiadamente. No queremos que nuestros
hijos se sientan desalentados, pero tampoco queremos que sean orgullosos o
piensen que son algo.

3. Debemos enseñar a nuestros hijos


a aceptar las derrotas y aprender a ser humildes

Un cristiano necesita saber apreciar a los demás. Es fácil ser victoriosos, pero es
difícil aceptar la derrota. Podemos encontrar campeones que son humildes, pero
es difícil encontrar perdedores que no sean amargados. Esta no es una actitud
cristiana. Aquellos que son buenos en una determinada actividad, deben
aprender a ser humildes y a no jactarse. Asimismo, si uno sufre alguna derrota,
debe aprender a aceptarla con propiedad. Los niños son muy competitivos; por
naturaleza. Está bien que sean competitivos, a ellos les encanta ganar en los
deportes, las carreras y concursos escolares. Usted tiene que dejar en claro que
lo correcto es que ellos se esfuercen por ser estudiantes sobresalientes en la
escuela, pero tienen que aprender a ser humildes. Aliéntenlos a ser humildes.
Háganles comprender que hay muchos otros estudiantes que seguramente son
mejores que ellos. Cuando son derrotados, ustedes tienen que enseñarles a
aceptar su derrota con gracia. Los problemas en los que se mete un niño,
generalmente están vinculados con estas actitudes. Después de un juego, el
ganador se siente orgulloso, mientras que el perdedor se queja de que el árbitro
no fue justo o que se equivocó porque el sol le daba en los ojos. Usted debe
ayudarles a que cultiven un carácter humilde. Sus hijos deben saber sufrir las
amonestaciones cristianas y deben aprender a desarrollar un carácter cristiano.
Ellos deben saber ganar y, cuando les toque perder, también tienen que saber
estimar a los demás. Saber perder constituye una virtud. Entre los chinos, esta
virtud hace mucha falta. Entre nosotros los chinos, la mayoría suele atribuir a
otros la culpa de su derrota, en lugar de aceptar con gracia tal derrota. Ustedes
deben criar a sus hijos en la disciplina y la amonestación del Señor.
Son muchos los niños que aducen que sus profesores tienen favoritos cuando
otros los superan en los exámenes. Si ellos no sacan buenas notas en un
examen, aducen que su profesor no los quiere. Esto denota la necesidad de
humildad. Los cristianos deben saber perder. Si otros son buenos en algo,
tenemos que ser prontos en reconocerlo abiertamente. Además, tenemos que
aprender a aceptar derrotas y aceptar que los otros fueron más inteligentes, que
laboraron más o son mejores que nosotros. Es una virtud cristiana aceptar la
derrota. Cuando ganamos, no debemos menospreciar al resto. Tal actitud es
indigna de un cristiano. Cuando otros son mejores que nosotros, quizás salten
más alto o sean más fuertes que nosotros, debemos apreciarlos. Mientras
nuestros niños todavía viven con nosotros, debemos procurar adiestrarlos en
reconocer los logros de los demás. Esta clase de adiestramiento les ayudará a
conocerse a sí mismos cuando crezcan en su vida cristiana. Debemos
conocernos a nosotros mismos y estimar a quienes son mejores que nosotros. Si
nuestros hijos se comportan de esta manera, será fácil para ellos tener
experiencias espirituales.

4. Debemos enseñar a nuestros hijos


a tomar decisiones

Espero que prestemos atención a este asunto. Son muchos los aspectos acerca
de los cuales debemos instruir a nuestros hijos en concordancia con la disciplina
del Señor. Debemos darles, desde su juventud, la oportunidad de tomar sus
propias decisiones. No debemos tomar todas las decisiones por ellos hasta que
tengan dieciocho o veinte años de edad. Si lo hacemos, les será imposible tomar
decisiones cuando sean adultos. Siempre debemos darles la oportunidad de que
tomen sus propias decisiones. Debemos darles la oportunidad de elegir lo que
quieren y lo que no quieren. Tenemos que hacerles ver si sus elecciones fueron
las correctas o no. Denles a sus hijos la oportunidad de elegir y luego
muéstrenles cuál es la elección correcta. A algunas niñas les gusta vestirse con
vestimentas cortas; a unas les gusta un color mientras que las otras prefieren
otro color. Permítanles que elijan por sí mismas.

Algunas personas no le dan a sus niños la oportunidad de elegir por ellos


mismos. Como resultado, cuando sus hijos alcanzan los veinte años de edad y se
casan, no saben cómo ser cabeza de la familia. Puede ser que usted le diga que el
esposo es la cabeza de la esposa, pero él no sabrá cómo ser el esposo. Usted no
debería permitir que ellos esperen a casarse para descubrir que no saben ser la
cabeza del hogar. Siempre que sea posible, denles a sus hijos suficientes
oportunidades para tomar decisiones. Cuando ellos crezcan, ellos sabrán qué
hacer. Ellos sabrán distinguir entre lo equivocado y lo correcto. Den a sus hijos
la oportunidad de tomar decisiones desde su juventud. Diré algo a todos los que
tienen hijos: ―Denles la oportunidad de elegir‖. De otro modo, muchos niños
chinos serán perjudicados en su vida adulta. Tal perjuicio con frecuencia se
manifiesta cuando los hijos tienen entre dieciocho y veinte años de edad. Ellos
se comportan irresponsablemente cuando llegan a esta edad debido a que nunca
se les exigió tomar decisiones por sí mismos. Debemos enseñar a nuestros niños
según la disciplina del Señor. Debemos enseñarles a nuestros hijos a tomar
decisiones, en vez de tomar todas las decisiones por ellos, y tenemos que
dejarles saber si ellos han tomado la decisión correcta o no.

5. Debemos enseñar a nuestros hijos a


hacerse cargo de sus propios asuntos

También tenemos que enseñar a nuestros hijos a encargarse de sus propios


asuntos. Tenemos que darles la oportunidad de cuidar de sus enseres
personales, sus zapatos, calcetines y otros asuntos. Dé a sus hijos algunas pautas
y luego deje que ellos mismos procuren encargarse de sus cosas. Desde su
juventud, enséñeles cómo deben encargarse de sus propios asuntos. Algunos
niños tuvieron un mal comienzo debido a que sus padres los amaban
ciegamente y no supieron adiestrarlos. Por ser cristianos, tenemos que enseñar
a nuestros hijos a hacerse cargo de sus propios asuntos apropiadamente.

Yo creo que si el Señor nos da la gracia, la mitad de los que se añadan a la iglesia
provendrá de nuestras propias familias y la otra mitad del ―mar‖ (o sea, el
mundo). Si todos los que son añadidos proceden del mundo y ninguno es de
entre nuestros propios hijos, no tendremos una iglesia fuerte. Si bien toda la
generación de Pablo tuvo que ser rescatada del mundo, la siguiente generación
estaba compuesta de personas, como Timoteo, que procedían de las mismas
familias que conformaban la iglesia. No debemos esperar que siempre procedan
del mundo los que nos son añadidos. Debemos esperar que la segunda
generación, jóvenes como Timoteo, procederán de nuestras propias familias. El
evangelio de Dios sí salva a los hombres que se encuentran en el mundo, pero
también debemos atraer hombres como Timoteo. Para que la iglesia llegue a ser
rica, tiene que haber abuelas como Loida y madres como Eunice que sepan
criar, edificar y formar a sus hijos en la disciplina del Señor. Si no existe tal clase
de personas, la iglesia jamás llegará a ser rica. Tenemos que darles a nuestros
hijos la oportunidad de que se encarguen de sus propios asuntos desde su
juventud. Debemos darles la oportunidad de aprender a arreglar sus cosas por sí
mismos. Tengan frecuentes reuniones familiares y permitan que sus hijos tomen
ciertas decisiones. Cuando quiera volver a acomodar sus muebles, involucre a
sus hijos en tales decisiones. Si tiene que ordenar la alacena, involucre a sus
hijos en dicha actividad. Enséñeles a manejar ciertos asuntos. Si tenemos hijas o
hijos, tenemos que enseñarles a manejar los asuntos. Entonces llegarán a ser
buenos esposos y esposas en el futuro.
¿Cuál es nuestra situación hoy en día? Las niñas tienen que ser cuidadas por sus
madres, pero muchas madres no las cuidan y la responsabilidad recae sobre la
iglesia. Los niños deberían ser cuidados por sus padres, pero muchos padres no
cuidan de sus niños y la responsabilidad recae sobre la iglesia. Como
consecuencia de ello, a medida que las personas de este mundo son salvas y
traídas a la iglesia, las tareas de la iglesia se duplican. Esto se debe a que hay
padres que no viven apropiadamente como corresponde a padres cristianos.
Después que la iglesia predica el evangelio y se preocupa por la salvación de las
personas de este mundo, tiene que enfrentarse a toda clase de problemas
familiares que tales personas traen consigo. Pero si los padres asumen su
responsabilidad de criar apropiadamente a sus hijos, y si tales niños son criados
en la iglesia, la iglesia será liberada de la mitad de sus tareas. En Shanghái, con
frecuencia me ha parecido que los colaboradores no debieran estar encargados
con muchos de los asuntos que tienen a su cargo; muchos de esos asuntos
deberían ser responsabilidad de los padres. Los padres no instruyen
apropiadamente a sus hijos, y estos son arrastrados hacia el mundo. Como
resultado de ello, tenemos que rescatarlos del mundo y asumir la
responsabilidad de instruirlos nosotros mismos. Esto genera excesivo trabajo
para la iglesia.

H. Debemos conducir a nuestros hijos


al conocimiento del Señor

Como octava responsabilidad, debemos conducir a nuestros hijos al


conocimiento del Señor. Ciertamente es necesario establecer un altar familiar.
En el Antiguo Testamento, el tabernáculo estaba ligado al altar. En otras
palabras, la familia está vinculada al servicio a Dios, así como a la consagración
a Dios. Ninguna familia podrá proseguir sin orar y sin leer la Palabra. Esto es
especialmente cierto en el caso de las familias con hijos.

1. Las reuniones familiares deben estar


al nivel de los niños

Algunas familias fracasan en sus tiempos de oración y de lectura de la Biblia,


porque sus reuniones familiares son demasiado largas y demasiado profundas.
Los niños no entienden qué están haciendo. Ellos no saben por qué se les pide
que se sienten allí. A mí no me gusta ver que algunas familias que nos invitan a
sus hogares, obligan a sus hijos a estar sentados con ellos, mientras quieren
sostener con nosotros conversaciones acerca de doctrinas muy profundas.
Algunas de esas reuniones en el hogar acerca de doctrinas difíciles se prolongan
por una o dos horas. Esto ciertamente constituye un verdadero sufrimiento para
los niños; aun así, muchos padres no son sensibles a ello. Los niños están
sentados allí, pero no comprenden nada. Por ejemplo, si el tema de la
conversación es el libro de Apocalipsis, ¿cómo los niños lo pueden entender?
Las reuniones de hogar tienen que ser apropiadas para los niños. Estas
reuniones familiares no están diseñadas para ustedes; las reuniones suyas están
en el salón de reunión. No imponga tal estándar a su familia. Lo que usted haga
con su familia tiene que adaptarse al gusto de sus hijos y tiene que estar al nivel
de ellos.

2. Debemos alentar y atraer a nuestros hijos

Otro problema con algunas reuniones de hogar es que en ellas no se manifiesta


suficiente afecto. No es que los niños sean atraídos por su padre o su madre a fin
de permanecer en tales reuniones, sino que el látigo es la única motivación por
la cual los niños continúan reuniéndose. Ellos no quieren participar de tales
reuniones, pero vienen porque se les amenaza con el látigo. Si el látigo estuviese
ausente, ellos no vendrían. Esto jamás marchará bien. Ustedes tienen que idear
algunas maneras en las que sus hijos puedan ser atraídos y alentados a
participar de tales reuniones. No los castiguen. Jamás castigue a sus hijos por
no haber participado de su reunión de adoración familiar. Si usted los golpea
una vez, esto podría crear un problema que persistirá en ellos por el resto de sus
días. Los padres tienen que atraer a sus hijos a la reunión de adoración familiar.
No los obligue a venir. Esto únicamente resultará en terribles consecuencias.

3. Debemos reunirnos una vez en la mañana


y otra vez al anochecer

Sugerimos que se celebren dos reuniones de hogar al día, una por la mañana y la
otra al anochecer. El padre deberá dirigir la reunión de la mañana, y la madre la
reunión al anochecer. Levántense un poco más temprano. Los padres no
debieran permanecer en cama después que los hijos han tomado su desayuno y
se han ido a la escuela. Si ustedes tienen niños en casa, tienen que levantarse
más temprano. Pasen un tiempo juntos antes que los niños se vayan a la escuela.
Vuestra reunión deberá ser breve, llena de vida y jamás debe prolongarse.
Quizás diez minutos sean suficientes. Quince minutos es lo máximo que debiera
durar tal reunión. Nunca exceda de quince minutos ni la haga de menos de
cinco minutos. Pídale a cada uno de los asistentes que lea un versículo. El padre
debe tomar la iniciativa de elegir unas cuantas frases y hablar acerca de ellas. Si
los niños pueden memorizar algo, pídanles que memoricen. No citen el
versículo completo. Simplemente pidan a sus hijos que recuerden el significado
de una sola oración. Al final de la reunión, el padre y la madre deberían elevar
una oración pidiendo la bendición de Dios. No eleven oraciones profundas ni
sublimes. Oren acerca de cosas que los niños puedan entender. Tampoco hagan
oraciones largas; sean sencillos. Después envíenlos a la escuela.

Cada vez que usted se siente a comer, debe agradecer al Señor por los alimentos.
Ya sea que se trate del desayuno, el almuerzo o la cena, usted debe ser sincero al
dar las gracias. Ayude a sus niños a dar gracias. Las reuniones al anochecer
deben ser un poco más extensas y deberían ser dirigidas por las mamás. No es
necesario que se lea la Biblia al anochecer, pero es necesario que la familia ore
reunida. En particular, la madre tiene que reunir a los niños y hablarles.
Acompañada del padre, la madre debe alentar a los niños a hablar. Pregúntenles
si tuvieron que afrontar algún problema ese día. Pregúntenles si pelearon entre
ellos y si hubo algo que les molestara. Si una madre no puede hacer que sus
hijos le hablen, algo tiene que andar mal. La madre habrá fracasado como tal si
ha permitido que surja alguna barrera entre ella y sus hijos. La mamá
seguramente ha cometido algún error en perjuicio de sus hijos si estos tienen
miedo de hablarle. Sus niños deben sentirse libres de hablarle con toda
confianza. La madre tiene que aprender a sacar a luz lo que está en el corazón de
sus hijos. Si ellos no quisieran hablar ese día, pregúnteles nuevamente al día
siguiente. Dirija a sus hijos. Deje que ellos oren un poco y enséñeles a decir unas
cuantas palabras. Esta reunión tiene que estar llena de vida. Pídanles que
confiesen sus pecados, pero no los obliguen a ello. No debe haber fingimiento
alguno. Todo debe ser hecho de un modo muy natural. Permita que sus niños
tomen alguna iniciativa. Si tienen algo que quieren confesar, que lo hagan, pero
si no tienen nada que confesar, no los obligue a ello. No debe haber fingimiento
alguno. Algunos niños aprenden a fingir como resultado de la presión que sobre
ellos ejercen los padres estrictos. Los niños no dicen mentiras, pero usted puede
obligarlos a mentir. Los padres deben conducirlos a hacer oraciones sencillas
uno por uno. Asegúrese que todos oren. Finalmente, concluya orando usted
mismo, mas no haga una oración muy larga. Una vez que su oración se hace
demasiado larga, sus niños se aburrirán. Aliméntelos de acuerdo a su capacidad.
Una vez que usted trata de hacer demasiado, los abrumará. Ore unas cuantas
frases junto con ellos y luego déjelos ir a dormir.

4. Debemos darle la debida importancia


al asunto del arrepentimiento

Explíquenles lo que significa el pecado. Todos pecamos. Usted debe darle la


debida importancia al asunto del arrepentimiento y entonces conducirlos al
Señor. Después de cierto tiempo, puede pedirles que reciban al Señor
sinceramente. Entonces, tráigalos a la iglesia y permita que se integren a ella. De
este modo, usted estará guiando a sus hijos en el conocimiento de Dios.

I. La atmósfera familiar
debe ser una atmósfera de amor

En noveno lugar, la atmósfera familiar debe ser una atmósfera de amor. Algunas
personas tienen anomalías psicológicas o se aíslan, debido a que no reciben
amor en sus respectivos hogares.
La manera en que un niño crece depende de la atmósfera familiar. Si un niño no
es criado con amor, se convertirá en una persona obstinada, individualista y
rebelde. Mucha gente no se puede llevar bien con otros en su vida como adultos
debido a que cuando eran niños no experimentaron amor en sus familias.
Solamente fueron testigos de disputas, discusiones y peleas en la familia. Los
niños que crecen en tales familias se desarrollan anormalmente. Aquellos que
proceden de tales familias anormales, ciertamente se desarrollan como personas
solitarias, pues desarrollarán antagonismos personales hacia los demás. Debido
a que ellos se sienten inferiores en lo profundo de su corazón, procuran mejorar
la imagen que tienen de ellos mismos por medio de considerarse superiores a
los demás. Todos aquellos que tienen un complejo de inferioridad tienen la
tendencia a exaltarse a ellos mismos. Este es el medio al que recurren para
compensar por su propio sentimiento de inferioridad.

Muchos de los elementos malignos de la sociedad, tales como los ladrones y los
rebeldes, proceden de esta clase de familias carentes de amor. Su personalidad
se deforma y al crecer, se vuelven en contra de su prójimo. Cuando llegan a la
iglesia, traen consigo sus problemas. Me parece que la mitad de la labor que
desempeña la iglesia es una labor que podría ser desarrollada por buenos
padres. Pero hoy en día, tal carga recae sobre nuestros hombros debido a que
hay muy pocos padres que son buenos padres. Los nuevos creyentes deben ver
que ellos deben tratar a sus niños de la manera apropiada. En una familia tiene
que prevalecer una atmósfera de amor y ternura. Tiene que haber amor
genuino. Los niños criados en tales familias crecerán hasta llegar a ser personas
normales.

Los padres tienen que aprender a ser amigos de sus hijos. Jamás permitan que
sus hijos se distancien de ustedes. Nunca se convierta en un padre al cual es
difícil acercarse. Por favor recuerden que la amistad se funda en la
comunicación; no es algo que se hereda por nacimiento. Así pues, usted tiene
que aprender a acercarse a sus hijos. Cuando les brinde alguna ayuda, hágalo
gustosamente, de tal manera que cuando ellos enfrenten problemas se sientan
libres para contárselo y cuando se sientan débiles, busquen su consejo. Ellos no
deberán tener que acudir a otras personas cuando se sientan débiles. Ellos
deben poder compartir con usted tanto sus éxitos como sus fracasos. Usted debe
convertirse en su buen amigo, en aquella persona asequible y solícita a la que
ellos pueden acudir en busca de ayuda. Ellos deben acudir a usted cuando se
sientan débiles y pueden tener comunión con usted cuando tienen éxito.
Tenemos que ser sus amigos. Cuando ellos se sienten débiles, pueden acudir a
nosotros en busca de ayuda. No debiéramos ser para ellos como un juez que
juzga desde lo alto de su trono, sino que debiéramos serles de ayuda. Debemos
estar cerca de ellos siempre que necesiten nuestra ayuda y debemos ser capaces
de sentarnos a conversar con ellos acerca de sus problemas. Ellos deben sentirse
libres de buscar nuestro consejo como quien acude a un amigo. En una familia,
los padres deben ganar la confianza de sus hijos hasta el grado de llegar a ser
sus amigos. Si los padres logran esto, habrán hecho lo correcto.

Ustedes tienen que aprender esta lección desde que sus niños son tiernos. El
grado en el cual sus hijos se sentirán cercanos a usted y queridos por usted
estará determinado por cómo los trate durante sus primeros veinte años de vida.
Si no se sienten cercanos a usted durante los primeros veinte años de sus vidas,
no se acercarán a usted cuando tengan treinta o cuarenta años, sino que se
alejarán más y más de usted. A muchos hijos no les gusta estar cerca de sus
padres. Ellos no son amigos de sus padres y no existe una relación dulce entre
ellos. Si al tener problemas acuden a sus padres, lo hacen como un reo
presentándose delante de su juez. Ustedes tienen que laborar hasta que sus hijos
los busquen a ustedes en primer lugar siempre que enfrenten algún problema.
Ellos tienen que sentirse cómodos al depositar su confianza en ustedes. Si
ustedes pueden lograr esto, encontrarán muy pocos problemas en su vida
familiar. De hecho, todos los problemas serán resueltos.

J. Sobre el castigo

En décimo lugar, está el tema del castigo. Cuando un niño ha hecho algo malo,
tiene que ser castigado. Es incorrecto no castigarlo.

1. Debemos tener temor


de golpear a nuestros hijos

Nada es más difícil que castigar a alguien. Los que son padres deben tener
temor de golpear a sus hijos. Ellos deben considerar esto tan serio como si
tuvieran que castigar físicamente a sus propios padres. Ningún hijo debiera
golpear a sus propios padres. Uno puede ser perdonado por haber golpeado a
sus propios padres, pero no será fácilmente perdonado por haber golpeado a sus
propios hijos. Tienen que aprender a sentir temor de golpear a sus propios hijos
y tienen que considerar que se trata de algo que reviste tanta seriedad como
golpear a sus propios padres.

2. Castigar a los hijos es necesario

Sin embargo, golpear a los hijos es a veces necesario. Proverbios 13:24 dice: ―El
que escatima la vara, a su hijo aborrece; / Mas el que lo ama, desde temprano lo
corrige‖. Esta es la sabiduría de Salomón. Los padres deben castigar con vara a
sus hijos. Tal castigo es necesario.

3. El castigo físico debe ser justo


Sin embargo, si golpea a sus hijos, tal castigo tiene que ser justo. No dé rienda
suelta a su enojo y jamás golpee a sus hijos mientras esté airado. Nadie puede
castigar a sus hijos estando airado. Hay algo errado en usted si al castigar está
lleno de ira. Hermanos y hermanas, cuando sus hijos hacen algo errado y usted
los golpea en su ira, debieran darse cuenta de que usted también merece ser
golpeado. Primero, usted tiene que estar calmado delante de Dios. Mientras
usted esté airado, no puede castigar a nadie.

4. Debemos hacerles notar


a nuestros hijos sus errores

Algunos asuntos tienen que ser resueltos por medio del castigo físico, pero usted
tiene que mostrarle a su niño por qué causa usted tiene que castigarlo así. Si
usted tiene que castigarlo físicamente, también tiene que mostrarle al niño cuál
ha sido su falta. Cada vez que lo castigue, usted tiene que haberle mostrado a su
hijo el error que cometió para hacerse merecedor a tal castigo. Usted tiene que
decirle cuál es su error. No basta con tratar de impedir que él siga cometiendo
tal falta por medio de golpearlo. Usted tiene que explicarle que lo está
castigando porque él erró con respecto a cierto asunto específico.

5. Castigar es algo muy serio

Cada vez que golpea a su hijo, no debe hacerlo como si fuese un acto común.
Usted tiene que hacerle ver que ejecutar tal clase de castigo físico es un asunto
serio. Toda la familia tiene que saberlo. Todos los adultos y niños tienen que
reunirse. El padre o la madre tiene que ejecutar dicho castigo tal como un
cirujano efectuaría una operación. Un médico no usa el bisturí porque está
enojado; él lo hace para extirpar la causa del problema. Del mismo modo, un
padre jamás debiera castigar estando airado; él o ella tiene que estar en
completa calma. Los padres jamás deben golpear a sus hijos en un estado de
furia. Por un lado, ellos tienen que indicarles cuál ha sido la falta cometida; por
otro, no deben estar airados de ninguna manera.

¿Cómo debieran ejecutar tal castigo? Tengo una sugerencia. Para que usted
tome la vara, su hijo tiene que haber cometido una falta muy grave. Mientras
tiene la vara en su mano, usted debe pedir al hermano del niño que prepare una
vasija con agua tibia y a la hermana que prepare una toalla. Entonces, usted
debe explicarle al niño cuál ha sido su falta. Tiene que decirle que cualquiera
que haya cometido algo tan serio, tiene que ser severamente castigado. Él no
debe tratar de huir su responsabilidad por la falta cometida. Huir del castigo
también es erróneo. Si ha tenido la valentía de cometer un pecado, tiene que
tener la valentía de afrontar el castigo. Dígale que él ha hecho algo malo y que
usted no tiene otra opción que castigarlo. El castigo es para que él se dé cuenta
de que ha hecho algo malo. Quizá usted le dé con la vara dos veces; quizá lo haga
tres veces. Y tal vez la mano del niño vaya a amoratarse o, incluso, sangrar.
Entonces, usted debe pedir a su hermano que acerque la vasija con agua tibia y
haga que el niño sumerja su mano golpeada en el agua tibia a fin de facilitar la
circulación de la sangre y disminuir el dolor. Después, usted deberá secar su
mano con la toalla provista. Usted tiene que hacer todo esto ceremoniosamente.
Hágales ver que en la familia sólo hay amor y no hay rastro de odio. Creo que
esta es la manera adecuada de castigar.

Hoy en día, gran parte de los castigos que se aplican en el seno de las familias
son producto de la ira y el odio, no del amor. Usted dice que ama a sus hijos,
pero ¿quién le puede creer? Yo no. Usted tiene que hacerles ver su error. Tiene
que hacerles ver que su padre no los está golpeando cuando está airado. Cuando
usted los golpea, hágalo con la debida propiedad. Después que usted ha
castigado a sus hijos, debe llevarlos a la cama. Si la ofensa es demasiado seria, el
padre y la madre pueden recibir dos de los golpes que merece el niño. Usted
tiene que decirle al niño: ―Este asunto es muy grave. Tengo que castigarte con la
vara cinco veces. Pero me temo que tú no podrás soportarlo si te pego cinco
veces con la vara. Así que tu madre recibirá dos golpes y tu padre recibirá un
golpe en tu lugar y tú mismo deberás recibir los dos golpes que quedan‖.
Ustedes tienen que hacerle comprender que se trata de un asunto muy serio y
grave. Así su hijo recordará por el resto de sus días que no puede pecar a su
antojo.

En esto consiste la disciplina del Señor; no es la disciplina nacida del mal genio
de los padres. Se trata de la amonestación del Señor, no de la amonestación
nacida del enojo de uno de los padres. Yo no favorezco la ira de ninguno de los
padres. El mal genio de los padres arruinará el futuro de sus hijos. Los padres
tienen que aprender a disciplinar con toda seriedad a sus hijos, pero al mismo
tiempo tienen que aprender a amarlos. Esta es la manera apropiada de tener
una familia cristiana.

II. BUENOS HIJOS SON EL FRUTO DE BUENOS PADRES

Finalmente, me gustaría decirles que muchos de los hombres que Dios ha usado
en este mundo, proceden de padres que supieron ser buenos padres.
Comenzando con Timoteo, podemos encontrar numerosos hombres que fueron
usados por Dios y que procedían de padres que eran muy buenos. John Wesley
fue uno de ellos. Otro fue John Newton. En nuestro himnario tenemos muchos
himnos escritos por John Newton. Otro fue John G. Paton. Él fue uno de los
misioneros más famosos del mundo moderno. No recuerdo otro padre tan
extraordinario como el padre de Paton. Aun en su vejez, Paton se acordaba:
―Siempre que quería pecar, me acordaba de mi padre, quien siempre estaba
orando por mí‖. Su familia era muy pobre. Tenían apenas un dormitorio, una
cocina y otro pequeño ambiente. Paton contó alguna vez: ―Yo temblaba cada vez
que mi padre oraba y suspiraba en aquel pequeño ambiente, pues él oraba
pidiendo por nuestras almas. Aún ahora que soy viejo recuerdo sus suspiros. Le
doy gracias a Dios por haberme dado un padre así. Yo no puedo pecar, porque
cuando lo hago, cometo transgresión en contra de mi Padre celestial y en contra
de mi padre terrenal‖. Es difícil encontrar un padre como el de Paton y es difícil
encontrar un hijo como el propio John G. Paton.

No se imaginan cuántos creyentes fuertes y saludables tendríamos como parte


de nuestra segunda generación, si todos los padres de la generación actual
fueran buenos padres. Siempre he deseado poder decirles esto: el futuro de la
iglesia depende de los padres. Cuando Dios desea derramar Su gracia sobre la
iglesia, Él requiere de vasos. Es necesario que criemos más ―Timoteos‖. Si bien
es cierto que podemos rescatar a las personas que están en el mundo, existe una
necesidad todavía mayor y es que criemos bien a quienes forman parte de las
familias cristianas.

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

LOS AMIGOS

Lectura bíblica: Jac. 4:4; 2 Co. 6:14-18; Sal. 1; 1 Co. 15:33

I. LA BIBLIA NO HACE ÉNFASIS EN LA AMISTAD

Algo especial que tiene la Biblia es que no recalca la amistad entre los hijos de
Dios. Esto no quiere decir que la palabra amigo no aparezca en la Biblia. De
hecho, tal palabra aparece muchas veces en el Antiguo Testamento; la
encontramos en Génesis y especialmente en Proverbios. En el Nuevo
Testamento, la palabra amigo aparece en los Evangelios de Mateo y Lucas. Pero
la amistad de la cual se habla en la Biblia se refiere principalmente a las
amistades que se desarrollan aparte de Cristo; en realidad, la Biblia no dice
mucho acerca de cómo cultivar una amistad entre aquellos que están en el
Señor. Si recuerdo correctamente, la palabra amigos con relación a cristianos se
menciona dos veces en el libro de Hechos. En primera instancia, vemos que
algunos de los líderes asiarcas eran amigos de Pablo, y ellos fueron quienes le
rogaron que no corriera el riesgo de presentarse en el teatro (Hch. 19:31). En
una segunda ocasión, Julio trató amablemente a Pablo y le permitió reunirse
con sus amigos para ser atendido por ellos (27:3). Además de estos dos
versículos, en 3 Juan 14 consta: ―Los amigos te saludan. Saluda tú a los amigos,
a cada uno por nombre‖. Hasta donde yo sé, estas son las tres únicas instancias
consignadas en los Hechos y las Epístolas en las que se hace referencia a este
tema. Esto nos muestra que la Biblia no tiene mucho que decir acerca de la
amistad.
La Biblia no enfatiza el tema de la amistad, pero en lugar de ello recalca nuestra
relación como hermanos y hermanas, esto es, la relación que existe entre los
hermanos y hermanas en el Señor. Esta es la relación más importante y
elemental. La Biblia, pues, le da mucho más importancia a esta clase de relación
que a la amistad.

II. LA AMISTAD ES LA RELACIÓN


MÁS IMPORTANTE QUE HAY EN EL MUNDO

¿Qué es la amistad? Es posible que un anciano sea amigo de un joven. Puede


existir amistad entre cónyuges. Asimismo, los padres pueden ser amigos de sus
hijos, y también puede existir la amistad entre hermanos. Ser amigo de alguien
quiere decir sentir cariño por esa persona y poder comunicarse con ella. Esta es
la única relación que cuenta en una amistad. Entre las diversas clases de
vínculos que existen entre seres humanos, existe el vínculo sanguíneo, el cual
sólo es posible entre parientes. Sin embargo, la amistad es diferente de toda otra
clase de vínculo, pues está sellada únicamente por el amor mutuo. La amistad
desestima cualquier otra clase de vínculo y une a dos personas únicamente en
virtud del afecto que existe entre ellas. Con frecuencia, surge la amistad entre el
esposo y la esposa, el padre y el hijo, la madre y la hija, o el maestro y su
alumno. La amistad puede desarrollarse entre personas de la misma edad, o
entre individuos pertenecientes a una misma clase social o simplemente entre
compañeros de una misma generación.

Por todo ello, la amistad es un vínculo muy importante para aquella persona
que no ha creído en el Señor Jesús. Antes que una persona acepte al Señor como
su Salvador, no existe ninguna clase de vínculo espiritual en el Señor. Debido a
esto, el vínculo más importante que existe para las personas de este mundo es la
amistad. Pero entre nosotros, la amistad ha dejado de ser lo más importante.
Por ello, la amistad rara vez es mencionada en el Nuevo Testamento. Más bien,
nosotros recalcamos el vínculo existente entre hermanos y hermanas en el
Señor. En el Señor, nuestros lazos de amistad resultan mucho menos
significativos. Por ello, la amistad no es muy importante entre los hijos de Dios.

Antes que creyéramos en el Señor, no conocíamos vínculo espiritual alguno.


Sólo conocíamos la relación entre padre y madre, madre e hija, profesor y
alumno, amo y esclavo. Por ello, la amistad resulta muy importante para
quienes no han creído en el Señor. Dos personas pueden ser padre e hijo, pero
pueden seguir teniendo ciertas divergencias. Lo mismo podríamos decir de una
mamá y su hija, de un esposo y su esposa, y de un amo con su esclavo. Todos
ellos pueden conservar su propia posición personal. Además, los vínculos
sanguíneos son limitados en número. La mayoría de personas tiene de tres a
cinco vínculos de esta clase, y los que tienen ocho o diez de tales relaciones
pueden ser considerados casos excepcionales. Aparte de tales vínculos, todas
nuestras otras relaciones son generalmente con nuestros amigos.

El hombre no puede estar satisfecho únicamente con relaciones familiares.


Tampoco puede estar satisfecho con relaciones de tipo académico o laboral,
como la que existe entre un profesor y su alumno, ni con cualquier otra clase de
vínculo social. El hombre necesita de la amistad. La amistad está basada en el
amor, no en los vínculos sanguíneos. Muchas de nuestras relaciones humanas
las heredamos al nacer; sólo la amistad se desarrolla por elección personal. Por
esto, para un incrédulo la amistad reviste suprema importancia. Todos tenemos
amigos. Una persona puede tener tres, cinco, ocho o diez amigos. Puede llegar a
tener docenas y hasta cientos de amigos si es lo suficientemente sociable. Y una
persona puede disfrutar de compañerismo, afecto y comunión al relacionarse
con tales amigos. Ciertamente la amistad ocupa un lugar muy importante en la
vida de un incrédulo.

Si un incrédulo no tiene amigos, no debe ser una persona agradable, o es algo


anormal, o puede tener una personalidad enfermiza; tal vez no se lleve bien con
otros; o pueda que su honradez os sus peculiaridades han desalentado a otros de
tener amistad con él. Pero bajo condiciones normales, un hombre siempre tiene
amigos.

III. DIOS NOS ORDENA PONER FIN


A NUESTRAS AMISTADES MUNDANAS

Dios, sin embargo, ha dispuesto que nosotros pongamos fin a nuestras


amistades después de haber creído en el Señor Jesús.

A. La amistad con el mundo


es enemistad contra Dios

Jacobo se refirió a la amistad de este mundo (Jac. 4:4). En este versículo, el


mundo significa: ―la gente mundana‖. ―La amistad con el mundo es enemistad
contra Dios‖. Por favor recuerden que si amamos al mundo, el amor del Padre
no está en nosotros (1 Jn. 2:15). Ser amigo de las personas mundanas equivale a
hacerse enemigo de Dios.

Un nuevo creyente tiene que tener bien en claro que en cuanto se hace cristiano,
tiene que reemplazar a todos sus amigos. Si usted ha sido aceptado por el Señor
recientemente, tiene que reemplazar a sus amigos. Esto es igual a todos los otros
cambios que sufrimos a raíz de haber creído en el Señor, como por ejemplo el
cambio que sufrimos en nuestra manera de vestir. Asimismo, es necesario que
también cambiemos de amigos; debemos tener un grupo de amigos
completamente distinto. Por propia experiencia, sé lo que les digo. Un nuevo
creyente llevará una vida espiritual muy pobre y superficial si no cambia de
amigos. Uno tiene que poner fin a todas sus antiguas amistades en cuanto cree
en el Señor. Es maravilloso darse cuenta que en cuanto el amor de Dios entra, el
amor del hombre sale. Cuando la vida del Señor entra a nosotros, entonces el
mundo ya no podrá ser nuestro amigo.

Pero el Señor no dijo que nosotros debíamos odiar al mundo para poder amar a
Dios. Esto no quiere decir que tengamos que ignorar a la gente mundana o que
ya no podamos saludar a nuestros amigos al encontrarnos con ellos en la calle.
Más bien, esto significa que todo aquel que cultiva la amistad con el mundo se
hace enemigo de Dios. No tenemos que tratar al mundo como nuestro enemigo,
pero nuestra profunda amistad con él, así como nuestro anhelo por estar
relacionados con el mundo, tiene que cesar. Todavía podemos amar a nuestros
amigos, pero ahora nuestra meta deberá ser que ellos sean salvos. Los seguimos
tratando como amigos, pero nuestra meta debe ser la que tenía Cornelio:
traerlos al evangelio. Cornelio invitó a dos grupos de personas a su casa cuando
Pedro vino a ella: él invitó a sus parientes y a sus amigos íntimos (Hch. 10:24).
Él sabía que Dios quería que él invitase a Pedro, y él invitó también a sus
parientes y amigos íntimos para que escucharan el evangelio. Esta es la meta
que necesitamos para mantener una relación con nuestros conocidos; la meta
no es mantener nuestros antiguos lazos de amistad. Uno no puede dejar de
conocer a una persona que ya conoció. Un amigo seguirá siendo un amigo. Uno
no puede anular su relación con aquellos que conoce hace muchos años. Cuando
hablamos de que tenemos que adoptar medidas con respecto a nuestras
amistades, queremos decir que nosotros mismos debemos experimentar un giro
en el Señor. Esto significa que todas nuestras antiguas relaciones han cesado y
que, de ahora en adelante, todavía conversamos con nuestros amigos cuando los
vemos, seguimos intercambiando opiniones con ellos si tenemos algún
problema, pero ahora nosotros poseemos una nueva vida, la cual ellos no
poseen. Nuestra relación con ellos no debe ignorar este cambio en vida. Una
persona llega a ser amiga de otra, primero por medio de conocerla, después al
manifestar cierto afecto y, finalmente, al relacionarse con ella. Si continuamos
relacionándonos con nuestros viejos amigos después de que hemos sido salvos,
entonces nos hacemos enemigos de Dios y, naturalmente, nos será difícil
avanzar como debiéramos.

Al correr una carrera, cuanto menos peso carguemos mejor. Cuanto más uno
tome medidas con respecto a sus pecados, menor será el peso que cargue
consigo. Cuanto más restituciones haga uno, más ligera será su carga, y cuantos
más amigos deje atrás, menos lastre tendrá. Si uno adquiere algunas amistades
mundanas, se encontrará oprimido por ellas. Yo he conocido muchos hermanos
y hermanas para quienes tales amistades les han sujetado e impedido seguir
adelante. Tales creyentes no pueden ser absolutos en el camino de Dios y les
resulta muy difícil ser buenos cristianos. Los principios morales y las normas de
conducta que rigen la vida de un incrédulo, siempre serán los que corresponden
a un incrédulo. Quizás ello no lo arrastrará, pero con toda certeza tampoco lo
levantará.

B. No debemos unirnos en yugo desigual


con los incrédulos

En 2 Corintios 6:14 se nos dice: ―No os unáis en yugo desigual con los
incrédulos‖. Muchas personas piensan que este versículo se aplica sólo al
matrimonio. Si bien estoy de acuerdo en que unirse en yugo desigual implica el
matrimonio con incrédulos, esto también describe toda otra relación que pueda
existir entre creyentes e incrédulos.

1. Unirse en yugo desigual con los del mundo


no es una bendición, sino un sufrimiento

―No os unáis en yugo desigual con los incrédulos‖. Esta es una afirmación
bastante general. ¿Qué quiere decir? Tenemos que considerar las siguientes
preguntas: ―¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué
comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué
parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y
los ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios viviente, como Dios dijo:
‗Habitaré entre ellos y entre ellos andaré, y seré su Dios, y ellos serán Mi
pueblo‘. Por lo cual, ‗salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no
toquéis lo inmundo; y Yo os recibiré‘, ‗y seré para vosotros por Padre, y vosotros
me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso‘‖ (2 Co. 6:14-18). Fíjense que
todas estas preguntas surgen a raíz de la primera afirmación: ―No os unáis en
yugo desigual con los incrédulos‖. Esta es una cita positiva. Es la premisa básica,
después de la cual surgen cinco preguntas. Estas preguntas nos muestran que
los creyentes e incrédulos son incompatibles entre sí y no pueden ser uncidos al
mismo yugo.

Espero que ustedes se den cuenta que aunque vivimos hoy en la misma sociedad
que las personas del mundo, nosotros no podemos desarrollar un vínculo íntimo
de amistad con tales personas, ya sea que se trate de una asociación comercial,
mera amistad o una unión matrimonial. Si un incrédulo y un creyente están
unidos, tarde o temprano acabarán teniendo problemas. Los creyentes tienen
sus propios principios y normas, mientras que los incrédulos adoptan
estándares distintos. Los creyentes no comparten la misma ideología con los
incrédulos. Los incrédulos tienen sus propios puntos de vista, y los creyentes
tenemos nuestra propia perspectiva. Si juntáramos a creyentes e incrédulos, no
habría bendición alguna sino solamente aflicción. Ambas personas difieren en
cuanto a sus perspectivas, sus opiniones y sus principios éticos y morales. Es
decir, difieren en todo aspecto. Uno se esfuerza por ir en una dirección,
mientras que el otro se esfuerza por ir en la dirección opuesta. Uncir ambas
personas al mismo yugo sólo hará que el yugo que los une, se quiebre. El
creyente tiene que consentir en hacer lo que el incrédulo hace o, sino, tendrá
que quebrar tal yugo.

Quisiera que todo nuevo creyente se percate que cuando se unen los creyentes e
incrédulos, siempre son los creyentes los que sufren. No debiéramos pensar
jamás que podremos hacer que los incrédulos nos sigan. Si queremos que ellos
nos sigan, no tenemos que lograrlo por medio de hacernos sus amigos. Yo puedo
testificarles que he intentado hacer que mis amigos me sigan, sin tener que
mantener la antigua amistad que me unía a ellos. Podemos hacer que nuestros
amigos se pasen al lado nuestro, sin tener que intentar mantener nuestras viejas
amistades con ellos. Si intentamos mantener nuestros viejos vínculos de
amistad, lo más probable es que nuestros amigos harán que seamos nosotros los
que nos pasemos a su lado.

En cierta ocasión, C. H. Spurgeon dio un buen ejemplo. Una jovencita acudió a


él para decirle que deseaba iniciar una amistad con un incrédulo. Ella le dijo que
quería traerlo primero al Señor y luego ser su prometida. Spurgeon le pidió
entonces que subiera a una mesa muy alta, y ella lo hizo así. Para entonces el
señor Spurgeon ya era un anciano. Él le dijo a esta señorita que se esforzara al
máximo por hacerlo subir a la mesa. Ella se esforzó y lo jaló mucho, mas no
pudo hacerlo. Entonces, el señor Spurgeon le dijo: ―Ahora déjeme intentar
hacerla descender de donde está‖, y de un solo tirón, obligó a esta joven a saltar
al piso. Por favor recuerden que siempre le será muy difícil hacer que la otra
persona suba; sin embargo, a ella le es muy fácil hacer que usted descienda. Son
muchos los que han sido jalados hacia abajo por los incrédulos. Muchos
hermanos y hermanas son arrastrados al suelo por sus amigos debido a que no
supieron tomar las medidas correspondientes con respecto al problema que
representan tales amistades.

Los nuevos creyentes deben contarles a todos sus amigos que ellos han creído en
el Señor Jesús. Ellos tienen que dar testimonio y confesar con sus propios labios
que han recibido al Señor. Siempre que vuelvan a ver a sus amigos, deben darles
el Señor a ellos. Cuando estaba en la escuela, yo tenía muchos amigos. Después
de haber creído en el Señor, yo solía sacar mi Biblia, sentarme con ellos y
hablarles del Señor siempre que podía. Antes de hacerme cristiano, mi
comportamiento era muy pobre. Cuando menos, yo solía jugar juegos de azar y
me encantaba ir al teatro. Era fácil para mis amigos hacer que yo me involucrara
en esta clase de actividades. Pero después de haber creído en el Señor, solía
sacar mi Biblia cada vez que me sentaba con mis amigos. Después que me hice
conocido por hacer esto, mis amigos comenzaron a rehuirme. De hecho, esto me
hizo mucho bien, porque ellos dejaron de incluirme en sus actividades. De no
haberme comportado así, me habría desviado sin poder evitarlo. Es preferible
para nosotros ser rechazados por nuestros amigos, que ser influenciados por
ellos. Es mejor mantener una amistad moderada con ellos, pero no debemos
buscar ser sus amigos íntimos. Sean corteses y amables. No pierdan amigos,
pero no busquen hacer vuestras relaciones con ellos más profundas de lo
necesario. Nosotros pertenecemos al Señor y siempre debemos traerles el Señor
a ellos.

Si usted sirve al Señor fielmente y les presenta el Señor a sus amigos, tarde o
temprano ellos se volverán al Señor o lo abandonarán por completo. Estas son
las dos únicas posibilidades. Difícilmente habrá una tercera opción. Es una de
dos: o sus amigos lo seguirán y tomarán el mismo camino que usted, o no
volverán a molestarlo. Esto será de gran ventaja para el nuevo creyente, pues le
ahorrará muchos problemas. Si una persona está unida por el mismo yugo a un
incrédulo, será arrastrada y alejada por él debido a que ella ha desobedecido al
Señor a fin de mantener una amistad íntima con el mundo.

2. Cinco preguntas con respecto


a no estar unidos en yugo desigual

En primer lugar: ―¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia?‖. Usted


ha creído en el Señor y ha conocido la justicia. Ahora, usted debe tomar medidas
con respecto a las injusticias que usted cometió en el pasado. Usted tiene que
indemnizar a los demás por cualquier deuda que les haya ocasionado. Pero los
incrédulos, incluso aquellos que tienen los principios morales más altos, no
saben lo qué significa la justicia. La justicia no tiene compañerismo alguno con
la injusticia. Una es diametralmente opuesta a la otra. A nosotros no nos está
permitido aprovecharnos de los otros, incluso en los asuntos más
insignificantes. Quizás a otros les gusta aprovecharse de los demás. Es probable
que en el pasado usted haya creído que esto era muestra de inteligencia, pero
ahora se da cuenta que esto es cometer injusticia. ¿Cómo podría haber
compañerismo alguno entre la justicia y la injusticia? Ahora, sus perspectivas
son fundamentalmente diferentes. Por tanto, no puede haber compañerismo
entre la justicia y la injusticia.

En segundo lugar: ―¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?‖. Ustedes han sido
iluminados y ahora ven. La otra persona está en la oscuridad y no puede ver. Un
hijo de Dios que haya conseguido cierto progreso en su jornada espiritual y que
tenga cierta profundidad en las cosas del Señor, le será difícil incluso tener
comunión con un cristiano carnal que vive en la oscuridad. ¿Cuánto más difícil
le será tener comunión con alguien que está totalmente en tinieblas y no puede
ver nada? Usted, al menos, ha sido iluminado por Dios. Aquí hay una
contradicción fundamental: la luz no tiene comunión con las tinieblas. Los
incrédulos pueden hacer muchas cosas. Sus filosofías, sus principios éticos y su
perspectiva de la vida difieren de las de los creyentes. Los creyentes están en la
luz, mientras que los incrédulos están en tinieblas. ¿Cómo podrían tener
comunión y compañerismo los unos con los otros? Ellos son fundamentalmente
diferentes en naturaleza.

En tercer lugar: ―¿Y qué concordia Cristo con Belial?‖. Belial se refiere a Satanás
y las cosas despreciables. Ciertamente Satanás es despreciable. Nosotros
pertenecemos al Señor, mientras que los incrédulos pertenecen a Belial.
Nosotros somos personas honorables (1 P. 2:9), mientras que ellos son
ordinarios. Nosotros fuimos comprados con un precio muy alto; fuimos
comprados con la sangre del Hijo de Dios, no con cosas corruptibles como oro o
plata. Poseemos la posición y dignidad propias de un creyente. Hay muchas
cosas que nosotros no podemos hacer. Yo puedo regatear con un culi de calesa
[N. del T.: un taxista oriental de la antigüedad que jalaba el carro a mano]
dentro de ciertos límites razonables, pero sería incorrecto sobrepasar tal límite.
Nosotros somos cristianos y no podemos sobrepasar ciertos límites. No
podemos regatear demasiado con los demás. No debemos perder nuestra
dignidad cristiana. Nosotros valemos más que aquellos pocos centavos que
ahorramos cuando regateamos. No podemos descender al nivel de vendedores
callejeros. Tenemos que mantener la posición y dignidad que nos corresponde
por ser cristianos.

Algunas personas pertenecen a Belial. A ellas les es permitido hacer muchas


cosas. Probablemente para tales personas sea correcto aprovecharse de los
demás procurando beneficios personales, pero nosotros no podemos hacer lo
mismo. Nosotros tenemos la posición y el honor que son propios de un
cristiano. ¿Cómo podría haber armonía entre estas dos clases de personas?
Mientras uno se esfuerza por ir en una dirección, el otro se esfuerza por ir en la
dirección opuesta. Estas dos clases de personas no pueden ser unidas en yugo
desigual; uncirlas bajo el mismo yugo no dará resultado. El yugo ciertamente
acabará por romperse.

Por favor recuerden que hay muchas personas que no son personas honorables.
Lejos de serlo son, de hecho, personas innobles. Los cristianos, sin embargo, son
personas nobles. Estas dos clases de personas difieren completamente entre sí;
no pueden unirse bajo un mismo yugo. Después que uno se ha hecho cristiano,
no podrá desarrollar vínculos profundos de amistad con un incrédulo, pues uno
ya es incompatible con tal clase de persona.

En cuarto lugar: ―¿O qué parte el creyente con el incrédulo?‖. Esta es una
reiteración de la pregunta anterior. Se trata de otra comparación. Usted tiene fe,
mientras que la otra persona no tiene fe. Usted conoce a Dios por medio de la fe,
pero la otra persona no cree en Dios y no le conoce. Usted encuentra fe en su
vida, pero la otra persona no. Usted confía en Dios, mientras que la otra persona
no. Usted depende de Dios, mientras que la otra persona depende de ella
misma. Usted afirma que todo está en las manos de Dios, pero la otra persona
afirma tener todo bajo su control. Ambas personas son fundamentalmente
distintas. Con frecuencia, incluso no podemos comunicarnos con cristianos
nominales; no podemos tener comunión con tales personas, pues ellas afirman
ser cristianas, pero carecen de fe. Esto representa un verdadero problema.
Ambas personas no solamente difieren en cuanto a su comportamiento, sino
que una de ellas tiene fe y la otra no. Difieren en cuanto a su conducta debido a
que su medida de fe es diferente. Ante tal clase de diferencia, es difícil tener
alguna comunicación entre estas personas. Un creyente no tiene nada que ver
con un incrédulo. Un creyente espontáneamente confía en Dios con respecto a
muchas cosas; para él esto es tan natural como respirar. Pero esto resulta difícil
para un incrédulo. El incrédulo aducirá que el creyente es supersticioso,
anticuado o tonto. Es imposible para nosotros tener amigos entre los incrédulos.
Ellos nos arrastrarán cuesta abajo y lo harán con mucha fuerza.

En quinto lugar: ―¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?‖.
¿Qué es el templo de Dios? ¿Qué es un ídolo? Me parece que esto hace
referencia a la santificación de nuestro cuerpo. En seguida, se nos dice que
somos el templo del Dios viviente. Según 1 Corintios, el cuerpo del creyente es el
templo de Dios. Un grupo de gente era idólatra, mientras que el otro grupo
afirmaba: ―Nuestros cuerpos son el templo de Dios. No podemos contaminar el
templo de Dios‖. Lo que hagamos con respecto a nuestros amigos directamente
afectará a nuestro cuerpo. Beber, fumar y otras actividades de este tipo afectan
nuestros cuerpos y atañen directamente a nuestros cuerpos. Pero nuestros
cuerpos son el templo de Dios. No se debe destruir ni contaminar el templo de
Dios. Tenemos que resguardar nuestros cuerpos tal como resguardamos el
templo de Dios. El Dios viviente mora en nosotros y no debemos destruir este
templo. Nosotros somos el templo de Dios, mientras que los incrédulos son un
templo para ídolos. Ellos están vinculados a los ídolos, ya sean visibles o
invisibles. A ellos no les importa la santidad del cuerpo, pero a nosotros sí. ¿Ven
cuál es la diferencia? ¿Cómo podrían estas dos clases de personas estar unidas
bajo un mismo yugo?

Jamás podremos ser amigos de los incrédulos. Si nos hacemos amigos de ellos,
solamente podemos esperar un resultado: ser arrastrados cuesta abajo junto con
ellos. Jamás debiéramos creer que por ser fuertes y estables es correcto que
nosotros tengamos algunos amigos incrédulos. Permítanme decirles que
nosotros hemos sido cristianos por muchos años, pero todavía tenemos temor
de cultivar amistades entre los incrédulos. Toda relación con ellos siempre nos
va a ocasionar pérdida. Nosotros debemos relacionarnos con los incrédulos a fin
de poder invitarlos a nuestras reuniones o darles testimonio. Aparte de esto,
cualquier otra clase de relación es peligrosa, pues una vez que estamos en medio
de ellos, somos obligados a renunciar a nuestro estándar. Si estamos entre ellos,
nos será muy difícil mantener nuestros principios y normas cristianos.

C. Las malas compañías


corrompen las buenas costumbres

En 1 Corintios 15:33 dice: ―No os engañéis; las malas compañías corrompen las
buenas costumbres‖. Tener malas compañías significa tener amigos que no son
muy apropiados. De hecho, sería mejor si tradujéramos ―malas compañías‖
como ―comunión impropia‖ o ―vínculo inapropiado‖. El resultado de tales malas
compañías es la corrupción de las costumbres morales. Corrupción significa
―putrefacción‖, tal como la descomposición que sufre la madera al ser carcomida
por los gusanos. Las malas compañías hacen que se pudran las buenas
costumbres.

La expresión buenas costumbres en su acepción más moderada podría


traducirse como ―los buenos modales‖. También podría usarse una expresión
más fuerte y decir, por ejemplo, que ―las malas compañías corrompen la moral‖.
En realidad, el significado original del término que se usó, se ubica entre estos
dos extremos. Mientras que la expresión la moral podría resultar demasiado
fuerte, la expresión buenos modales podría considerarse demasiado débil.
Probablemente, este pasaje hace referencia a una clase de comportamiento que
se ubica entre estos dos extremos. Me parece que sería mejor traducir esta
expresión como: ―apariencia‖. Esto es más moderado que decir ―la moral‖, pero
más fuerte que decir ―los buenos modales‖. Podemos afirmar que todo vínculo
inapropiado corrompe nuestra apariencia. Usted puede ser una persona muy
piadosa ante Dios, pero después que comienza a relacionarse con un incrédulo a
quien le gusta hacer bromas, usted comenzará a reírse. Hay algunos chistes ante
los cuales no nos debiéramos reír, pero muchas veces sentimos que no debemos
parecer tan reprimidos cuando estamos entre los incrédulos y creemos que si
nos relajáramos un poco, ellos nos recibirían mejor. Pero este es un vínculo
inapropiado y corrompe nuestra buena apariencia.

La buena apariencia es lo opuesto a la comunicación inapropiada. Aquello es


bueno, mientras que esto otro es malo. Lo malo corromperá lo bueno. Tenemos
que evitar tal corrupción. Puesto que la vida del Señor está en nosotros,
debemos dedicar cierto tiempo a cultivar los buenos hábitos y aprender a ser
restringidos por el Señor. Tenemos que aprender, día a día, a ser personas
piadosas, cuidadosas, disciplinadas y que saben restringirse.
Por favor, recuerden que un solo contacto con incrédulos, así como cualquier
comunicación inapropiada con ellos, hará que desperdiciemos mucho tiempo.
Esto constituye una gran pérdida. Cada vez que usted se comunique con
incrédulos, es probable que necesite tres o cuatro días para recuperar la postura
debida, puesto que los incrédulos son capaces de afectar su apariencia, sus
hábitos y su conducta moral delante de los hombres. Ciertamente, esto no es
provechoso.

D. No debemos andar con los incrédulos


ni estar en sus caminos ni sentarnos con ellos

Salmos 1:1-2 dice: ―Bienaventurado el varón / Que no anda / En consejo de


malos, / Ni se detiene en camino de pecadores, / Ni se sienta en compañía
escarnecedores; / Sino que en la ley de Jehová está su delicia, / Y en Su ley
medita de día y de noche‖.

A los incrédulos les encanta dar consejos. No hay nada más lamentable que ver
a los hijos de Dios pidiendo consejo a los incrédulos cuando tienen problemas.
Pero son muchos los hijos de Dios que piden consejo a los incrédulos de cómo
hacer frente a ciertos problemas. Aun si ellos le ofrecieran algún consejo,
ustedes no deben hacer lo que les aconsejan. Yo tengo muchos amigos
incrédulos que me ofrecen sus consejos aun cuando no se los pido. Si usted les
presta atención, se dará cuenta— que todos los pensamientos de ellos giran en
torno a cómo beneficiarse a sí mismos. A ellos no les importa si algo es correcto
o equivocado, ni tampoco si es la voluntad de Dios o no. Ellos tienen un solo
motivo: su provecho personal. ¿Podríamos nosotros hacer algo que es
puramente para nuestro beneficio personal? En algunos casos, tales consejos no
solamente procuran el beneficio de uno mismo, sino que incluso causan
pérdidas a los demás. Hay ciertos beneficios que se logran sin perjudicar a otros
y hay beneficios que se logran a costa de otros. ¿Cómo podría un creyente andar
según el consejo de un incrédulo?

Si usted se hace amigo íntimo de un incrédulo, le será difícil no hacer caso a sus
consejos. Como resultado, usted se desviará. Si usted le pide consejo a un grupo
de cinco amigos, le será muy difícil rechazar sus sugerencias y oponerles
resistencia, debido a que ellos son sus amigos. Ellos le presentarán una
propuesta unánime, a una voz, y que le traerá beneficios a usted. Si conversa
con ellos, esto querrá decir que usted busca que ellos le aconsejen. Pero el
consejo de ellos sólo proviene de sus mentes. Usted no debe seguir tal consejo.

Más aún, hay muchos lugares a los que ustedes no deben ir. Los pecadores
tienen sus propios caminos y sus propios lugares. Ellos no vienen a las
reuniones de la iglesia cuando quieren jugar juegos de azar. Ellos tienen sus
lugares y sus caminos. Hoy en día, si usted se comunica con incrédulos, usted
estará optando por sus caminos aun cuando usted diga que no es uno de ellos.
Esto es muy difícil de evitar. Quizás un incrédulo quiera ir a un lugar al que
usted no debiera ir. Aun si usted dice que no entrará allí, ya se encuentra en el
mismo camino. Aun cuando usted se despida y se separe de ellos al llegar a la
puerta, usted ya anduvo por la misma senda. ―Bienaventurado el varón / Que no
anda en consejo de malos, / Ni se detiene en camino de pecadores‖. Dios no
quiere que vayamos a los lugares que ellos van, ni siquiera quiere que estemos
parados en sus caminos. Dios quiere que nos separemos completamente de
ellos. No podemos hacer amistad con ellos. Una vez que nos amistamos,
estaremos en sus caminos o, por lo menos, tendremos contacto con los lugares a
los que ellos van.

―Ni se sienta en compañía de escarnecedores‖. Casi todos los incrédulos son


escarnecedores. Rara vez encontré un hermano cuyos amigos no se hayan
burlado de él o que no hayan ridiculizado el nombre del Señor. Durante los
primeros años de mi vida cristiana, conocí a muchos incrédulos que se burlaban
del nombre del Señor en cuanto me veían. Ellos blasfemaban el nombre del
Señor. Si usted se sienta con incrédulos, ellos tratarán de ridiculizarlo y
blasfemarán el nombre del Señor. Quizás antes de que usted se integrase al
grupo de ellos, ellos no habrán mencionado el nombre del Señor; quizás ellos no
hayan tenido la intención de blasfemar en contra del nombre del Señor, pero la
presencia suya les dará ocasión para hablar acerca de Jesús y del cristianismo, y
proseguirán entonces a hacer bromas. Si usted no quiere sentarse en compañía
de escarnecedores o escuchar sus burlas, entonces no debe comunicarse ni tener
comunión con ellos o hacerse amigo de ellos.

IV. DEBEMOS REEMPLAZAR NUESTROS


AMIGOS CON LOS HERMANOS DE LA IGLESIA

Uno tiene que decidir este asunto de la amistad durante las primeras semanas
de su vida cristiana. Uno tiene que cambiar todos sus amigos. Debemos
contarles a todos nuestros amigos lo que nos ha sucedido. Usted todavía puede
mantener cierta amistad con ellos, pero esta amistad ya no puede ser íntima.
Usted tiene que cambiar todos sus amigos; tiene que aprender a ser un hermano
en la iglesia y reemplazar a sus antiguas amistades con los hermanos de la
iglesia.

No queremos ir a extremos. No aborrecemos a nuestros antiguos amigos y no


pretendemos ignorarlos por completo, sino que ahora tenemos que
relacionarnos con ellos en otro nivel. Aprendan a testificarles y a traerles el
Señor a ellos. Nosotros debemos pasar con ellos solamente unos cinco minutos,
quince minutos, media hora o una hora. No siga sentándose entre ellos y no
converse con ellos de asuntos mundanos. Aprenda a asumir la posición que le
corresponde y esfuércese por traer sus amigos al Señor y a la iglesia.
Testifíqueles y predíqueles el evangelio. Esfuércese por hacer que ellos se
conviertan en hermanos y hermanas de la iglesia. No busque amistades ni tenga
amistades fuera del círculo de hermanos.

Les puedo asegurar que un creyente que tiene demasiados amigos incrédulos,
ciertamente será un cristiano derrotado. Aun si no llega a caer en pecado, se
convertirá en una persona mundana. Si una persona ama al Señor, le sirve y es
fiel a Él, y además se mantiene ejercitada en sí misma, es imposible que tenga
muchos amigos mundanos. Si una persona tiene muchas amistades frívolas,
esto demuestra que ella misma está enferma.

No debiéramos ser personas de labios inmundos, ni tampoco debiéramos morar


entre personas de labios inmundos. A los ojos de Dios, es algo malo tener labios
inmundos. De la misma manera es igualmente malo, y requiere confesión el
morar con gente de labios inmundos. Así como está mal que pequemos, también
está mal que moremos entre pecadores. Es necesario que nosotros mismos
pidamos la gracia de Dios para nosotros a fin de que no pequemos. Necesitamos
Su gracia a fin de no cultivar amistades íntimas con los pecadores. Usted se
molestaría con una persona que lo llamara ladrón, y no se sentiría halagado si
alguien dijera que usted se acompaña de ladrones o que usted es amigo de
ladrones.

La primera pregunta que uno debe hacerle al Señor debe ser acerca de uno
mismo. Y la segunda pregunta que uno debe plantear delante del Señor debe ser
acerca de sus amigos. Además de su propia persona, uno es representado por
sus conocidos. Si uno desea permanecer firme, no puede actuar
despreocupadamente en lo que respecta a sus conocidos y amigos. En cuanto
uno actúe con ligereza en esto, será derrotado. Jamás sean descuidados en este
asunto. Ustedes tienen que dejar atrás todas sus antiguas amistades. Aprendan
a hacer amistad con aquellos que participan de la comunión de la iglesia, pero
los vínculos que desarrollen con ellos deben ser relaciones en el Señor. Deben
reemplazar todas sus antiguas relaciones con relaciones en el Señor.

V. EL SIGNIFICADO DE LA AMISTAD EN LA IGLESIA

A. La amistad es algo
que va más allá de una relación normal

Ya habrán comprendido que la amistad es algo muy especial. Se trata de una


relación que supera las diferencias sociales. Es una relación libre de todo
formalismo. Si una comunicación va más allá de las diferencias sociales y de
todo formalismo, eso es amistad. Alguna vez dije que algunos padres son amigos
de sus hijos, mientras que otros permanecen como sus padres por el resto de sus
días. Yo sé que algunas madres nunca fueron amigas para sus hijas; las madres
son estrictamente madres y las hijas son estrictamente hijas; ellas nunca han
sido amigas entre sí. Hay muchas personas que jamás llegan a convertirse en
amigos para el resto de los miembros de su familia; el esposo sigue siendo
estrictamente un esposo, y la esposa sigue siendo estrictamente una esposa. En
muchas oficinas, los supervisores adoptan una postura de gran superioridad,
mientras que sus subordinados permanecen en una posición inferior. Entre
ellos, únicamente existe la relación que corresponde a un empleador y sus
empleados; jamás ha habido amistad alguna entre ellos. Si bien algunos llegan a
hacerse amigos, estas son raras excepciones. Ser amigo de alguien significa ir
más allá de una relación normal. Esto quiere decir mantener una relación que va
más allá de lo que normalmente se espera.

Abraham era amigo de Dios. Si ellos se hubiesen comportado estrictamente


como hombre y Dios respectivamente, ellos no se hubieran hecho amigos.
Abraham se olvidó de su status y Dios también. Por ello Abraham pudo hacerse
amigo de Dios.

El Señor Jesús se hizo amigo de pecadores. El Señor Jesús no hubiese podido


ser amigo de los pecadores si hubiese permanecido en la posición que le
correspondía. Se hizo amigo de pecadores porque dejó tal posición; si Él no
hubiese descendido de Su posición, Él solo habría podido ser el Salvador de los
hombres, pero no su amigo. Espero que ustedes puedan comprender lo que es
un amigo. Como pecadores, nosotros jamás podríamos unirnos con el Señor. Él
es el Juez y nosotros los que hemos de ser juzgados. Él es el Salvador y nosotros
los que somos salvos. Pero el Señor lo abandonó todo a fin de convertirse en
amigo de los pecadores. Por ello fue llamado: ―Amigo de pecadores‖. Es así
como Él guía a las personas a recibirlo como su Salvador.

Estoy persuadido que una persona que ha estado con el Señor por mucho
tiempo, ha desarrollado una profunda relación con Él y encontrará algunos
hermanos en la iglesia que puedan ser sus amigos. Tal persona podrá ir más allá
de lo que se espera normalmente en una relación. La tercera epístola de Juan es
bastante clara al respecto. En esta epístola, Juan ya no parece ser un apóstol; en
lugar de ello ha llegado a ser un anciano.

Quisiera llamar vuestra atención al hecho de que la tercera epístola de Juan fue
escrita cuando Juan ya era muy anciano. Esta epístola fue escrita unos treinta
años después que Pablo murió como mártir. Para entonces, también Pedro
había fallecido y de los doce apóstoles, Juan era el único que quedaba. Al
escribir esta epístola, él lo hizo como ―el anciano a Gayo‖ (v. 1). Ciertamente él
ya era un anciano. A mí me gusta mucho su tercera epístola, la cual difiere de las
otras epístolas. En su primera epístola, Juan habla de los ―padres‖, los ―jóvenes‖
y los ―niños‖. Tal parece que cuando la escribió, Juan todavía estaba consciente
de estas distinciones claras allí. Pero el último versículo de su tercera epístola
nos muestra que Juan había llegado a un lugar diferente, que se encontraba en
una posición muy especial. Para entonces, él ya era un anciano y podía tratar a
una persona de setenta años como a su hijito. Juan estaba muy entrado en años;
probablemente tenía noventa años. Si bien Juan tenía muchos años de vida,
poseía gran conocimiento y había llegado tan lejos en su travesía espiritual que
al dirigirse a sus hermanos y hermanas, no se dirigía a ellos meramente como
hermanos y hermanas. No se valía de términos como: niños, jóvenes o padres.
Él sencillamente les dijo: ―Los amigos te saludan. Saluda tú a los amigos‖. ¿No
perciben un sabor muy especial en estas palabras? Al leer la Palabra de Dios,
tenemos que percibir su sabor, así como su espíritu, antes de poder comprender
el significado subyacente en la Palabra. Si no percibimos el sabor ni el espíritu
de sus palabras, nuestra lectura será infructuosa. He aquí un hombre que tenía
tantos años de vida que, prácticamente, había perdido a todos sus amigos. Pedro
había muerto, al igual que Pablo, pero Juan todavía podía decir: ―Los amigos te
saludan. Saluda tú a los amigos‖. He aquí un hombre que poseía muchas
riquezas en él. Podemos decir que Juan había alcanzado la cumbre de sus
riquezas. Él había seguido al Señor por muchos años y había tocado muchas
cosas. Ahora, era tan viejo que podía palmear la cabeza de un hombre de sesenta
o setenta años y llamarlo: ―hijo mío‖, pero él no habló así. En lugar de ello, él
dijo: ―mis amigos‖. No sé si ustedes comprenden lo que estoy tratando de
decirles. Esto no tiene nada que ver con la posición que uno ocupa; Juan no
estaba hablando en su capacidad acostumbrada. Esta clase de hablar eleva a una
persona. Tal como el Señor era amigo de pecadores y así como Dios se hizo
amigo de Abraham, Juan también trató a todos los hijos de Dios, jóvenes y
viejos, como sus amigos. Esto difiere completamente de lo dicho al comienzo de
este capítulo.

B. En la iglesia enfatizamos
la relación de hermanos

Algún día, algunos de los más jóvenes entre nosotros arribarán a esta etapa,
pero en la actualidad, ellos tienen que comportarse como hermanos en la iglesia.
En la iglesia, la amistad ocupa una posición muy elevada. Algún día, cuando
alcancemos un plano tan elevado, quizás lleguemos a ser como amigos aun para
los niños más pequeños entre nosotros. Si bien es posible que nos encontremos
muy por encima de ellos, todavía podemos honrarlos al llamarlos: amigos.
Antes que llegue ese día, la iglesia tiene que enfatizar el vínculo fraternal, no la
relación de amigos.

Es interesante percatarse que en la iglesia se enfatiza muchas cosas, menos la


amistad. Esto se debe a que la amistad es algo que va más allá de las relaciones
normales. Es algo que va más allá de lo común y que se encuentra en una esfera
superior. La amistad surge cuando un gran hombre honra a otro al ser su amigo.
Semejante persona posee tal grandeza que puede llamar a otro, su amigo. Esto
no es algo que cualquier hermano o hermana está en posición de realizar.
Aquellos que todavía son jóvenes en el Señor, deben aprender a relacionarse con
los otros creyentes como hermanos y hermanas en el Señor. Así pues, espero
que ustedes se separaren de sus antiguas amistades y en su lugar tengan
comunicación y comunión con los hermanos y hermanas de la iglesia. Si ponen
esto en práctica, se ahorrarán muchos problemas en su travesía espiritual.
MENSAJES PARA EDIFICAR A LOS CREYENTES
NUEVOS, TOMO 3
Watchman Nee

CONTENIDO

1. Capítulo treinta y cinco: La recreación


2. Capítulo treinta y seis: Nuestras palabras
3. Capítulo treinta y siete: El vestido y la alimentación
4. Capítulo treinta y ocho: El ascetismo
5. Capítulo treinta y nueve: Las enfermedades
6. Capítulo cuarenta: El perdón gubernamental
7. Capítulo cuarenta y uno: La disciplina de Dios
8. Capítulo cuarenta y dos: La disciplina del Espíritu Santo
9. Capítulo cuarenta y tres: Resistid al diablo
10. Capítulo cuarenta y cuatro: El significado de cubrirse la
cabeza
11. Capítulo cuarenta y cinco: La senda de la iglesia
12. Capítulo cuarenta y seis: La unidad
13. Capítulo cuarenta y siete: Amar a los hermanos
14. Capítulo cuarenta y ocho: El sacerdocio
15. Capítulo cuarenta y nueve: El Cuerpo de Cristo
16. Capítulo cincuenta: La autoridad de la iglesia

Apéndice

17. Apédice uno: Una vida flexible


18.Apédice dos: Esperamos el retorno del Señor
19. Apédice tres: Venderlo todo
20.Apédice cuatro: Cómo identificar las herejías

PREFACIO

En 1948, una vez reanudado su ministerio, Watchman Nee conversó, en


numerosas ocasiones, con los hermanos acerca de la urgente necesidad de
suministrar a los creyentes una educación espiritual apropiada. Él deseaba que
tuviéramos como meta proveer las enseñanzas más básicas a todos los
hermanos y hermanas de la iglesia, a fin de que tengan un fundamento sólido en
lo que respecta a las verdades bíblicas, y manifestar así el mismo testimonio en
todas las iglesias. Los tres tomos de Mensajes para edificar a los creyentes
nuevos contienen cincuenta y cuatro lecciones que el hermano Watchman Nee
impartió durante su entrenamiento para obreros en Kuling. Estos mensajes son
de un contenido muy rico y abarcan todos los temas pertinentes. Las verdades
tratadas en ellos son fundamentales y muy importantes. Watchman Nee
deseaba que todas las iglesias locales utilizaran estas lecciones para edificar a
sus nuevos creyentes y que las terminaran en el curso de un año y luego que las
mismas lecciones se repitiesen año tras año.

Cuatro de las cincuenta y cuatro lecciones aparecen como apéndices al final del
tercer tomo. Si bien estos cuatro mensajes fueron dados por Watchman Nee en
el monte Kuling como parte de la serie de mensajes para los nuevos creyentes,
ellos no se incluyeron en la publicación original. Ahora, hemos optado por
incluir esos mensajes como apéndices al final de la presente colección. Además
de estos cuatro mensajes, al comienzo del primer tomo presentamos un mensaje
que dio Watchman Nee en una reunión de colaboradores en julio de 1950 acerca
de las reuniones que edifican a los nuevos creyentes, en donde presentó la
importancia que reviste esta clase de entrenamientos, los temas principales que
se deberán tratar y algunas sugerencias de carácter práctico.

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

LA RECREACIÓN

Lectura bíblica: 1 Co. 10:23; 6:12; 10:31

I. UN REQUISITO PREVIO

Una persona verdaderamente consagrada jamás tendrá problemas con respecto


a sus actividades recreativas. Sin embargo, este asunto representa un serio
problema para los que no se han consagrado de manera absoluta al Señor. Entre
los hijos de Dios, la recreación no existe para los que son consagrados. A fin de
que este asunto quede claro, uno primero tendrá que haber resuelto lo
relacionado a su consagración. Si nuestra consagración no se ha definido,
tampoco podrá ser esclarecido definitivamente el asunto de nuestras actividades
recreativas. Una persona que no se ha consagrado podría aprobar aquello que
Dios desaprueba. Por esto, primero tenemos que dilucidar definitivamente el
asunto de nuestra consagración.

II. EL PROPÓSITO DE LA RECREACIÓN

Después que se ha resuelto el asunto de nuestra consagración, podemos hablar


del propósito que tienen nuestras actividades recreativas.
A. Para cuidar de nuestra familia

Queremos abordar el tema de la recreación no debido a nuestra necesidad


personal, sino por causa de nuestros niños, es decir, por el bien de las próximas
generaciones. Las actividades recreativas no representan un problema para
aquel que se ha consagrado, pero en nuestra familia existen, además, otras
personas. Así pues, tenemos niños, como tenemos hermanos y hermanas. Si
ellos también son personas consagradas al Señor, entonces no tendremos
ningún problema. Sin embargo, con frecuencia, ellos no lo son; por lo tanto, la
actitud que nosotros adoptemos les afectará mucho. Por ello, la clase de
recreación que les permitamos tener y la que no les permitamos, constituirá una
gran diferencia para ellos. Así pues, abordamos el tema de la recreación debido
a que deseamos guiar a nuestra familia en la dirección correcta.

B. Para nosotros mismos

A veces, nosotros mismos también necesitamos divertirnos. ¿Hasta qué punto


podemos considerar apropiada tal clase de diversión? ¿Cuáles son los límites
apropiados establecidos para un cristiano? Así pues, es necesario que, delante
del Señor, veamos algunos principios fundamentales.

¿Qué clase de recreación debieran permitirles los padres a sus niños? ¿Qué clase
de recreación se puede considerar apropiada para los cristianos? Por ser hijos
de Dios, todos nosotros deberíamos tener esto bien en claro. Si en lo que
concierne a este asunto se produce alguna ruptura, el mundo entrará en nuestra
familia, y una vez que haya logrado infiltrarse, será difícil alejar al mundo de
nuestros niños. A fin de resguardar a nuestra familia para el Señor, tenemos que
darle la debida importancia al asunto de la recreación.

III. LOS PRINCIPIOS SUBYACENTES


AL ASUNTO DE LA RECREACIÓN

A. Una necesidad del ser humano

La recreación es bíblica y es compatible con la voluntad del Señor. En primer


lugar, tenemos que reconocer que la distracción es una necesidad para el
hombre. Como cristianos, debemos evitar caer en los extremos. Los seres
humanos necesitamos recreación. Muchas personas tienen horarios que las
mantienen muy ocupadas; si ellas no tuvieran ninguna distracción, serían
propensas a enfermarse al punto de que su salud se deteriora rápidamente. El
principio básico detrás de toda actividad recreativa es que ésta deberá proveer
alguna clase de diversión a nuestra vida. Esta es una necesidad muy sentida
especialmente entre los más jóvenes. No deberíamos esperar que nuestros
jóvenes estudien desde la mañana hasta la noche; ellos deben tener alguna clase
de recreación. No debemos esperar que ellos realicen la misma actividad
durante todo el día. Ellos deben tener algunas diversiones. Pero primero
tenemos que estar claros acerca de este principio subyacente.

El Señor hizo referencia a los muchachos en la plaza que tocaban flautas y


bailaban (Lc. 7:32). Este tipo de baile es distinto del que se practica en un salón
de baile. Tanto bailar como tocar la flauta eran el resultado del gozo que estos
muchachos experimentaban. No hay nada erróneo en festejar así. De hecho,
tales expresiones son necesarias. El principio básico de toda recreación es la
diversión. Una persona que ha estado laborando durante cinco, seis u ocho
horas y ha estado haciendo lo mismo una y otra vez, fácilmente se cansará.
Hacer lo mismo una y otra vez, rápidamente genera en nosotros tensión
nerviosa y fatiga física. Por lo tanto, existe la necesidad de experimentar un
cambio, un recreo. Este recreo aliviará nuestro cansancio. Un cambio de
actividad hace que una persona se recupere de su fatiga.

Después de que un niño ha estado estudiando por ocho horas en la escuela,


necesita jugar en su casa; esto le dará un momento de recreación en medio de
sus actividades cotidianas. Pero saltar y jugar durante ocho horas no es un
recreo. Tenemos que reconocer la necesidad de recreo y diversión en nuestras
vidas, pero no podemos convertir nuestras vidas en una vida de diversión y
recreo. Una persona puede dejar de trabajar para distraerse cuando se siente
agotada, pero no debe procurar divertirse todo el día. A algunos les gusta irse a
nadar en el verano, y no me parece que haya nada malo en ello. Me parece que
está bien que uno practique la natación durante media hora o una hora cuando
se sienta cansado, pero si uno se queda en el agua durante todo el día como si
fuera un pato, esto ya deja de ser un recreo. Quisiera hacerles notar que siempre
que una persona tiene problemas con el asunto de la recreación, en realidad el
problema no es la actividad recreativa en sí, sino que el problema radica en el
vivir de dicha persona.

Algunas personas dicen que los cristianos no tienen recreación, pero en realidad
no saben lo que dicen. ¿Podría llamarse recreación a algo que uno
indulgentemente practica todo el día y toda la noche? Tales actividades
esclavizan a la persona; no pueden considerarse una mera diversión. En otras
palabras, el problema de muy pocas personas radica en las actividades
recreativas en sí. La mayoría de los problemas surgen debido a lo complaciente
que es el hombre con respecto a tales actividades. Algunos se dedican a ciertas
actividades durante tres días y tres noches seguidas. Tal recreación llega a ser su
vida. Únicamente tal clase de persona dirá que es muy difícil ser un cristiano.
Todo aquel que tiene problemas con respecto a sus actividades recreativas es
una persona que se va a los extremos. Tales personas han hecho de la
recreación, su vida. Tenemos que tener bien en claro que todo hombre necesita
un recreo, pero no necesita complacerse a sí mismo. Los hombres tienen
necesidad de darse una tregua, pero esto no quiere decir que toda su vida deba
girar en torno a la necesidad de darse un descanso. Todas las cosas me son
lícitas, mas no todas son provechosas; todas las cosas son lícitas, mas yo no me
dejaré dominar de ninguna. Si practicamos algo dándole rienda suelta día y
noche, esto significa que estamos esclavizados a dicha actividad. Cometemos un
grave error si nos permitimos practicar cualquier actividad recreativa de esta
manera.

B. Cuatro clases de recreación

Hay cuatro clases de recreación. Un cristiano puede hallar esparcimiento en


cuatro clases de actividades:

1. El descanso

La mejor actividad recreativa para un cristiano consiste en descansar. Si uno


está cansado, debe descansar. Cuando el Señor Jesús y Sus discípulos se
hubieron cansado de trabajar, Él les dijo a los discípulos: “Venid vosotros aparte
a un lugar desierto, y descansad un poco” (Mr. 6:31). Tenemos que comprender
que el reposo del Señor era una actividad recreativa. Él no dijo simplemente que
descansaran por un momento, sino que fueran a un lugar desierto y
descansaran un poco. Con frecuencia, cambiar de atmósfera al ir a un lugar
solitario en las montañas o cerca de un río, le permite a uno hallar descanso.
Esta es la actividad recreativa más común para un cristiano.

2. Un cambio de actividad

Si una persona se siente cansada después de haber realizado la misma labor por
mucho tiempo, después de cierto lapso puede realizar una labor distinta. En
lugar de dedicar ocho horas seguidas a una misma labor, puede dedicarse una o
dos horas a hacer algo diferente. Quizá esta persona tenga que trabajar sentada
la mayor parte del tiempo. Entonces, ella podría darse un recreo al realizar otra
labor que le permita estar de pie. Tal vez tenga que efectuar una labor
intelectual todo el tiempo, entonces podría hallar esparcimiento al realizar un
trabajo manual. En cuanto tal persona haga esto, sentirá que su cansancio se ha
desvanecido. Nosotros no procuramos tener la clase de distracción que procura
el mundo. Siempre que haya un cambio en la actividad que realizamos,
encontraremos una manera de aliviar nuestro cansancio. Para ello, podemos
reorganizar un poco nuestra vida. El principio detrás de la recreación es la
distracción. Siempre y cuando cambiemos la clase de trabajo que realizamos,
obtendremos el recreo que necesitamos.

3. Los pasatiempos
Al mismo tiempo, en nuestra vida cristiana hay cabida para algunos
pasatiempos apropiados. A algunos hermanos les gusta tomar fotografías. A
otros, les gusta criar pájaros, cultivar flores o pintar. Estos pasatiempos son
legítimos dentro del marco de la vida cristiana. A algunos les gusta la música;
quizás ellos compongan algunas canciones y las toquen en el piano. A otros les
gusta practicar la caligrafía. Todos estos son pasatiempos apropiados.

No importa de qué clase de recreación se trate, ya sea que se trate de descanso,


un cambio de actividad o un pasatiempo, tiene que haber algo que una persona
pueda practicar y dejar de practicar cuando quiera. Si una persona no puede
abandonar alguna actividad, ello denota que algo no marcha bien. Es correcto,
por ejemplo, tomar fotografías, examinarlas y aprender algo de las mismas; pero
estamos en contra de cualquier actividad que controle la vida de una persona.
La recreación debe de ser algo que uno fácilmente realiza y deja de realizar. Es
correcto que un joven toque el violín, pero si no puede dejar de tocarlo, ello
representa un problema. El problema con muchos creyentes jóvenes es que no
son capaces de dejar de practicar ciertas actividades recreativas. Si ellos
descubren que están esclavizados por alguna actividad, tienen que tomar
medidas al respecto. Estos creyentes tienen que cortar sus vínculos con tales
actividades, de lo contrario no serán capaces de seguir avanzando
apropiadamente en su vida cristiana y serán esclavizados. La recreación debe de
ser una actividad que uno pueda practicar o dejar de practicar con entera
libertad. Uno jamás debería ser esclavizado por ella. Este es un principio
subyacente. Debemos recordar que a fin de que cierta actividad constituya una
diversión apropiada, ya sea que se trate de un pasatiempo, un cambio de
actividad o un mero descanso, ésta no debe esclavizar a la persona.

Algunos jóvenes gustan de coleccionar estampillas, y no hay nada de malo en


coleccionar estampillas. De hecho, tal pasatiempo puede proporcionarnos
muchos beneficios, nos puede enseñar acerca de la geografía y la historia de los
países del mundo, pero se convierte en un problema cuando uno está
esclavizado a tal afición. Cualquier clase de recreación que nos provee
esparcimiento apropiado sin que ésta ejerza dominio sobre nosotros, constituye
un recreo legítimo.

Los padres deben de enseñar a sus hijos a divertirse de manera apropiada.


Jamás debieran hacer que sus hijos busquen entretenimientos impropios
debido a que no se les proveyó la clase de recreación apropiada. He conocido a
muchos padres muy estrictos que perjudicaron a sus hijos de esta manera. Sus
hogares se parecían más a instituciones que a hogares. Y como resultado de ello,
sus hijos se escaparon del hogar para divertirse de modo inapropiado. Tenemos
que tener en claro que nuestros hijos necesitan tener recreación. Nosotros
mismos podemos proseguir con diversión o sin ella, pero nuestros hijos tienen
que tener alguna clase de recreación. Si les privamos de su derecho a jugar, se
aburrirán e inquietarán cuando estén en el hogar, y siempre que puedan, se
escaparán para hacer otras cosas a nuestras espaldas.

4. Los juegos

Existen muchos juegos, tales como el ajedrez, los juegos de pelota y la


equitación, que pueden ser considerados como actividades apropiadas, incluso
si tales actividades implican ganar o perder. En tales juegos, ganar o perder
depende de la habilidad. Es correcto que los niños jueguen tenis de mesa,
básquetbol, voleibol, ajedrez o practiquen la equitación. Todas estas actividades
son apropiadas y no hay nada pecaminoso en ellas. Los padres deben ser
generosos al respecto y guiar a sus hijos a actividades recreativas apropiadas.
Quizás las personas mayores no tengan tiempo para los deportes más exigentes,
pero no deberían de prohibir que los más jóvenes los practiquen. Queremos que
nuestros hijos separen un tiempo para el Señor, pero también debemos atender
a su necesidad de divertirse. Debemos permitir que tengan cierta recreación.

Hemos mencionado cuatro formas de recreación: descansar, cambiar de


actividad, los pasatiempos y los juegos. Un cristiano podrá disfrutar de
cualquiera de estas actividades recreativas, pero no deberá ser dominado por
ninguna. Esto es incorrecto. Cuanto más joven sea un creyente en el Señor, más
cuidadoso debe ser en no ser dominado por nada. Quizás este asunto no sea un
problema para nosotros en la actualidad. Tal vez a nosotros no nos importe
mucho si tocamos el piano o no, pero esto probablemente sí le importa mucho a
un nuevo creyente. Y por ello, cada vez que lleva a cabo una de estas actividades,
se sentirá inquietado por su conciencia. Al inicio de la vida cristiana, cuanto más
se involucra uno en cualquier actividad recreativa, más dominado será por ella.
Así pues, en cuanto uno experimente cualquier clase de esclavitud en relación
con tales actividades, deberá detenerse inmediatamente.

C. Las actividades recreativas


tienen como propósito realzar nuestra labor

En tercer lugar, tenemos que preguntarnos por qué necesitamos la recreación.


La recreación tiene como propósito que uno labore mejor. Nuestras actividades
recreativas tienen un propósito, no son distracciones por amor a las
distracciones. Yo no participo del deporte debido a que ame los deportes, sino
que juego porque quiero laborar mejor. No duermo porque me encante dormir,
sino porque podré trabajar mejor después de haber dormido. Para mí, cultivar
plantas no es un fin en sí mismo, sino que ello me permite laborar mejor
después de haberme recreado cultivando mi jardín. El propósito de todas estas
actividades recreativas es que yo pueda realzar mi trabajo. Ellas tienen que
ayudarnos a servir mejor a Dios. Algunas personas tienen crisis nerviosas o
físicas debido a que hacen lo mismo día y noche durante dos o tres semanas
seguidas. Tales hermanos y hermanas debieran permitirse cierta clase de
diversión. Ellos pueden cambiar de actividad; pueden tocar el piano o practicar
algún deporte. Deberían hacer estas cosas únicamente para recuperarse de su
fatiga. Todo ello tiene como propósito que sean más eficientes en su labor.
Después que ellos se han recreado con tales actividades, podrán laborar y servir
al Señor con nuevos bríos.

A veces, una persona debiera darse un descanso saliendo a visitar la campiña,


tal como lo hizo el Señor Jesús, o debería viajar o salir de paseo por un corto
tiempo. Esto también es muy bueno. O quizás juegue con sus niños en casa.
Tales actividades no constituyen enredos para esa persona, sino que cumplen el
propósito de ayudarla a laborar mejor. Si alguna actividad resulta en la
disminución de nuestro rendimiento laboral, seguramente ésta no corresponde
al principio correcto que debe de determinar toda actividad recreativa. Toda
recreación debe hacer que laboremos mejor. Nos agotaremos con facilidad si día
y noche hacemos lo mismo una y otra vez. Es por ello que deberíamos salir a
trotar, a cultivar plantas o jugar por un rato. No es que nosotros fomentemos
tales actividades, pero sí consentimos con ellas. El principio básico que debe
determinar tales actividades es que las mismas deben hacer que mejore nuestro
rendimiento en lugar de frustrar nuestra labor.

Disfrutar de vacaciones después de haber trabajado por dos o tres meses es


correcto; pero si tenemos vacaciones todos los días es ociosidad; ya no son
vacaciones. Un cristiano tiene que aprender a trabajar mientras esté en la tierra
y a no ser perezoso. Es admisible que las personas tengan alguna forma de
recreación con el propósito de incrementar su eficiencia laboral, pero por ello no
deberíamos dar cabida a las críticas de los demás. No queremos ir al extremo y
no queremos traer vergüenza al nombre de Dios.

D. El azar no debe estar involucrado


en nuestras actividades recreativas

En cuarto lugar, toda forma de recreación debe requerir únicamente de cierta


habilidad y no debe de involucrar el azar. Podríamos afirmar que la única clase
de actividad recreativa apropiada es aquella que requiere sólo de habilidad y
nada de suerte. Cualquier actividad recreativa que implique tanto cierta
habilidad como la intervención de la suerte, es una especie de juego de azar y no
es una actividad recreativa propiamente dicha. Y toda actividad que únicamente
implica la intervención del azar y no requiere de habilidad alguna, constituye un
juego de azar, y los cristianos deberían evitarla. Así pues, todo cuanto implique
la intervención de la suerte es una clase de juego de azar. La recreación cristiana
debe implicar únicamente el uso de ciertas habilidades y no la intervención del
azar. Un juego de dados depende completamente de la suerte, un cristiano
jamás debe involucrarse en tal clase de juego, pues no es sino un juego de azar.
Los jóvenes pueden jugar al ajedrez porque éste es un juego que depende de la
habilidad de los participantes y no constituye un juego de azar.

Existen dos clases de recreación: las que requieren de habilidad y las que
involucran la intervención del azar. En un juego de dados interviene la suerte
del participante. Por tanto, se trata de un juego de azar. Un cristiano no debe
involucrarse en ninguna clase de juego de azar. A ciertas personas, antes de ser
salvas les encantaba jugar al mah jong. Para tal juego se requiere de un poco de
habilidad y de mucha suerte. Un cristiano no debiera participar ni siquiera en
juegos que requieren tanto de habilidad como de suerte.

El mah jong es un juego de azar, incluso cuando no hay dinero de por medio.
Tales juegos suscitan en el jugador cierta clase de esperanza, cierta clase de
oración. El jugador tiene la expectativa de que la suerte estará de su lado. Esta
clase de esperanza es errónea. Jugar mah jong aún si ello no involucra dinero es
incorrecto.

Jugar billar implica cierta habilidad. Aun cuando es un juego en el que se gana o
se pierde, no hay nada malo con el juego en sí. Sin embargo, si hay dinero de por
medio, está mal; sería erróneo participar de tal juego, pues se ha convertido en
una clase de apuesta.

Podríamos afirmar que algunos juegos son de por sí juegos de azar, mientras
que otros no lo son. Sin embargo, uno puede hacer que un juego que no implica
apuestas, se convierta en un juego en el que se apuesta. Esto ya cambia las
cosas. A veces, hasta algo tan inofensivo como salir a comer puede llegar a
convertirse en una clase de apuesta. Jugar a los dados es un juego de azar en sí
mismo, aun cuando no haya dinero de por medio. Un cristiano no debería
participar en esta clase de juego. Por ser cristianos, tenemos ciertos principios
que determinan los juicios que emitimos. Cuando afirmamos que podemos
hacer algo o que no podemos hacer algo, estamos siguiendo ciertos principios.
Es correcto jugar un juego que requiere de cierta habilidad y es incorrecto
participar de un juego que requiere de suerte. Cualquier clase de juego que
requiere de habilidad es permisible, pero cualquier juego que depende de la
intervención del azar no es permisible para un cristiano, pues se trata de un
juego de azar.

Más aún, no deberíamos de involucrarnos en nada que el mundo pueda


considerar un juego de azar. Tenemos que regirnos por ciertos principios.
Tenemos que saber determinar si algún juego es un juego de azar y saber definir
lo que es un juego de suerte. Todo lo que requiera la intervención de la suerte es
un juego de azar.

Algunos hermanos suelen preguntar si a los cristianos nos es permitido salir a


cazar, pescar o apresar aves. En la Biblia, la caza comenzó con Nimrod (Gn.
10:8-9) y tal parece que no fue del agrado del Señor. La pesca es permisible. Una
vez que usted tiene bien en claro el principio subyacente, sabrá lo que debe
hacer con respecto a muchas otras actividades. En conclusión, es una actividad
correcta si implica únicamente la habilidad del participante, y es una actividad
incorrecta si requiere de la intervención del azar. Los juegos en los que se
apuesta se hallan totalmente descalificados. Un creyente tendría que haberse
degradado mucho para tener que preguntar si a los cristianos les es permitido
apostar.

Podemos conservar algunas de las aves que han sido domesticadas por muchos
años y son como animales domésticos; tales pájaros no podrían sobrevivir en
libertad. Pero tenemos que liberar a aquellas aves que son capaces de sobrevivir
en su medio natural. Existen tanto palomas domésticas como palomas
silvestres. Podemos aplicar los mismos principios a estos asuntos.

E. La recreación debe de satisfacer


nuestras necesidades

En quinto lugar, nuestras actividades recreativas tienen que satisfacer nuestras


necesidades. No debemos tener recreación si no tenemos necesidad de ella. No
deberíamos de involucrarnos en una actividad recreativa que no responda a
cierta necesidad. Hay muchos hermanos que están tan ocupados que piensan
que no necesitan ninguna actividad recreativa. Otros hermanos, en cambio, no
tienen nada que hacer durante todo el día y todo el tiempo piensan en
distracciones. Aquellos que verdaderamente necesitan divertirse no sienten tal
necesidad, mientras que los que no tienen tal necesidad, piensan que la tienen.
No es necesario que hablemos a todos acerca de nuestra necesidad de
divertirnos ni es nuestra intención dar licencia a los hijos de Dios. No queremos
recomendar a ciegas cualquier clase de actividad recreativa. Lo que
verdaderamente queremos decirles a los hijos de Dios, es que deben de ser
capaces de juzgar por ellos mismos cuáles son sus necesidades. El principio que
nos rige debe ser siempre el de vivir para el Señor y reconocer que todo nuestro
tiempo le pertenece a Él.

Nuestra vida está medida por el tiempo. El tiempo no es la vida misma, pero
sirve para medir nuestra vida. Un hombre no debiera desperdiciar su tiempo en
un sinfín de cosas para luego descubrir que ya no tiene tiempo para Dios.
Desperdiciar una hora es desperdiciar una hora de vida. Desperdiciar dos horas
es desperdiciar dos horas de nuestra vida. Si dedicamos una hora a recrearnos,
esa hora tiene que redundar finalmente en beneficio de nuestra labor. Si no hay
necesidad de usar esa hora así, entonces tal actividad será un desperdicio de
nuestro tiempo. Desperdiciar nuestro tiempo equivale a desperdiciar nuestra
vida. Si podemos usar una hora más para el Señor, podremos cosechar una hora
más de resultados concretos. Si gastamos una hora en una actividad recreativa y
tal actividad puede hacer que trabajemos mejor, eso será una inversión y no un
desperdicio.

Por tanto, la diversión debe estar basada en nuestra necesidad. Esta también
puede estar basada en un consejo procedente de los hermanos más maduros en
el Señor o de nuestro médico. A veces un hermano más maduro habrá de
aconsejarnos que nos distraigamos un poco debido a que él puede percibir que
en nuestro ser se está acumulando cierta tensión. Otras veces, tal vez nuestro
médico nos aconseje en contra de ciertas actividades y sus serias consecuencias.
Nuestras actividades recreativas tienen el propósito de satisfacer ciertas
necesidades, no son sólo para divertirse por amor a la diversión. Yo he elegido
cierta clase de actividades recreativas y las realizo no solamente por divertirme,
sino a fin de laborar mejor. Una persona que trabaja mucho, a veces puede
necesitar un tiempo de esparcimiento y otras veces tal vez no. Así pues, la regla
general consiste en que las actividades recreativas son para quienes las
necesitan. Aquellos que no tienen la necesidad no tienen que realizarlas.

Sabemos que los jóvenes necesitan recreación. Es evidente para nosotros que
nuestros adolescentes necesitan divertirse. Algunos padres no necesitan de tales
actividades y, por ello, llegan a pensar que sus hijos tampoco las necesitan. Sin
embargo, privar a nuestros hijos de las actividades recreativas no hará sino
conducirlos hacia la senda del mal. Tenemos que saber reconocer tal necesidad,
aun cuando no tengamos la plena certeza de nuestra propia necesidad. El
principio de esto es que las actividades recreativas son para aquellos que las
necesitan; aquellos que no las necesitan podrán vivir sin tales actividades.

F. Nuestras actividades recreativas


deben corresponder a nuestra condición física

En sexto lugar, todas las actividades recreativas deberán corresponder con la


condición física de la persona que las practica. Esta debe ser la primera
consideración cuando se trata de alguna actividad recreativa. Todos tenemos
que tomar esto en cuenta al involucrarnos en cualquier actividad recreativa.
Nuestra expectativa es que nuestro cuerpo se beneficie con tal actividad y no sea
perjudicado. Si nuestro cuerpo es perjudicado a causa de tal actividad,
estaremos violando el principio rector de toda recreación. Estamos aquí para
que nuestra aptitud física sea mejorada. Si determinada actividad recreativa
perjudica a nuestro cuerpo, tal actividad no es correcta. Supongamos que una
persona ha contraído tuberculosis; si desea practicar alguna actividad
recreativa, deberá elegir una actividad que no empeore su estado de salud. Una
hermana que tenga alguna dolencia cardiaca, probablemente requerirá practicar
alguna actividad recreativa en ciertas ocasiones; pero tal actividad tendrá que
aliviar su fatiga en vez de empeorar su condición cardiaca.

Durante mi juventud, tenía un amigo que era una persona muy mala. Después
de haber creído en el Señor, este amigo mío sufrió un gran cambio y se convirtió
en una persona maravillosa. Antes de convertirse, a él le encantaba jugar
básquetbol. Después de haberse salvado, comenzó a sentirse culpable cada vez
que practicaba este deporte. Así pues, él decidió jugarlo una última vez y luego
abandonar tal práctica. Después de su último juego, vomitó sangre y murió.
Esto no puede ser considerado como una actividad recreativa. Tal actividad no
correspondía a su aptitud física. Este amigo mío creía que podría predicar el
evangelio después de haber disfrutado de un último juego. Él nunca pensó que
podría morir después de ese juego. ¡Qué gran desperdicio fue eso!

Espero que lleguemos a comprender que nuestro cuerpo es del Señor. Por tanto,
si nos divertimos, es para el Señor, y si nos abstenemos de la diversión, también
es para el Señor. No hacemos nada para nosotros mismos. Si nos involucramos
en cierta clase de actividad recreativa, tenemos que recordar que es para el
Señor. Asimismo, si nos abstenemos de divertirnos, no debemos olvidar que lo
hacemos para el Señor. Ya sea que uno se divierta o no, el principio detrás de
ello es no causarle perjuicio al cuerpo. Siempre será insensato causar daño al
cuerpo, pues no solamente es un error causar daño a nuestro cuerpo con
actividades inapropiadas, sino que también es erróneo dañarlo con actividades
que se consideren apropiadas. Los hijos de Dios no son dueños de sus propios
cuerpos. Al realizar cualquier actividad recreativa, debemos preguntarnos
primero si ella habrá de causar algún perjuicio a nuestro cuerpo. Debemos
practicar únicamente aquellas actividades que son beneficiosas para nuestro
cuerpo. No haga algo simplemente porque le gusta hacerlo. Suponga que una
hermana padece del corazón y que al ver a su hermano jugando baloncesto,
desea unírsele, a raíz de lo cual, ella agrava sus problemas de salud. No está mal
que su hermano juegue tal deporte, pero sí es erróneo que la hermana, quien
sufre del corazón, esté participando de tal juego. Es nuestra expectativa que los
hijos de Dios sepan darle importancia a este asunto. Todo cuanto hacemos,
debemos hacerlo como parte de nuestro servicio al Señor. Aun si nos divertimos
un poco hoy día, nuestra meta tiene que ser servir mejor al Señor.

No deseo ver que los creyentes mueran jóvenes. Siempre he abrigado la


esperanza de que en la iglesia haya más hermanos y hermanas de edad
avanzada. Les ruego que no se olviden que ser ancianos en el mundo es muy
diferente de ser ancianos en la iglesia. En el mundo, cuanto más uno envejece,
más senil se pone. Los más jóvenes son los que más prosperan. Sin embargo, en
la iglesia, cuanto más años vive uno, más avanzado está. En el mundo, los
jóvenes no pueden avanzar a menos que los de más edad mueran primero,
porque los de más edad siempre son un obstáculo para los más jóvenes. Sin
embargo, esto no sucede en la iglesia. Cuanto más uno avanza en edad, se pone
más fresco y puede captar asuntos más elevados y más profundos. Una iglesia
en la que no haya hermanos y hermanas mayores, será una iglesia muy pobre y
derrotada. No me gusta ver que en la iglesia un hermano tras otro muera joven
por haber descuidado su propio cuerpo. Si esto sucede, en lugar de que tal
persona llegue a constituir una fuente de suministro para la iglesia, las lecciones
que el Señor le impartió se habrán desperdiciado. La iglesia no debiera sufrir tal
pérdida. Simplemente no se puede permitir semejante pérdida.

Si practicamos algún deporte o participamos en algún juego, no podemos


esforzarnos por romper récords de competencia como si fuéramos atletas. Los
atletas profesionales no están motivados por el deporte en sí, sino por el anhelo
de superar ciertos récords. Nosotros debemos practicar cualquier deporte como
uno que juega un juego y debemos hacerlo para beneficio de nuestro cuerpo.

G. Debemos elegir la clase de recreación


que mejor corresponda a nuestra manera de ser

En séptimo lugar, la recreación no sólo está relacionada con nuestra aptitud


física, sino también con nuestra manera de ser. Si uno disfruta de lo que hace,
eso tiende a estar más relajado mentalmente así como a estar más contento
psicológicamente. Si uno no disfruta de lo que hace, eso se convierte en una
labor y deja de ser una recreación. Algunas hermanas aman las flores. Si usted
les pide que rieguen las plantas durante media hora, tales hermanas no
manifestarán cansancio alguno, aun cuando se trate de una tarea que podría
fatigar a otra clase de persona. De hecho, es probable que antes de realizar tal
actividad, tales hermanas se hayan sentido tensas o preocupadas; pero después
de realizar tal labor, ellas se sienten descansadas. Sin embargo, si usted le pide a
una persona que siente aversión hacia las plantas y detesta la jardinería, que
riegue las plantas durante media hora, esta tarea sería una carga para tal
persona. Por lo tanto, también existe una relación entre nuestras actividades
recreativas y nuestra manera de ser. Así pues, al elegir ciertas actividades
recreativas, usted tiene que optar por aquella actividad que le permita relajar
sus nervios y tranquilizar su mente, como se muestra en los ejemplos que
mencionamos anteriormente. Para todas las personas existe una determinada
clase de recreación que se adapta mejor a ellos. Para algunos, la jardinería es
una recreación, para otros no. A algunos les gustan los perros y los gatos,
mientras que otros están nerviosos y asustados cuando tales animales están
cerca. Tenemos que encontrar una actividad que sea de nuestro agrado. Esta
clase de actividades recreativas hará que trabajemos mejor.

Si me propusieran ir al mar, esto no sería recreación para mí; en cambio, ir a la


orilla de un río, sí. Otros hermanos son diferentes. Para ellos, cuanto más fuerte
sean las olas, mejor. Les alegra, por ejemplo, ver que un barco es mecido por las
olas del mar; estas son las cosas que les agradan y les causan felicidad. Tales
actividades refrescan sus mentes. Esto se relaciona con la manera de ser del
individuo. Uno tiene que elegir la clase de recreación que corresponde a su
propia manera de ser de tal manera que esa actividad restaure su energía física.
Si usted elige hacer algo que va en contra de su manera de ser, se sentirá
agotado y no querrá continuar con tal actividad.

H. Cuidando de no causar
ningún tropiezo a los demás

En octavo lugar, por ser cristianos, tenemos que ser un ejemplo para los demás
en todo asunto. No queremos ser piedra de tropiezo para ninguno, incluso en
este asunto de la recreación. Nosotros vivimos para el Señor y para los
hermanos; no vivimos para nosotros mismos. No debiéramos preocuparnos
únicamente por nosotros mismos e ignorar a los demás. No debemos quejarnos
diciendo: “¿Por qué se fijan tanto en lo que yo hago?”. ¿A quién pues habrían de
mirar si no es a usted? ¡Por supuesto que los demás lo estarán observando! Si
una ciudad está puesta sobre un monte, ¿quién no la vería? ¡Por supuesto que
los demás la verán! No importa cuál sea nuestra convicción, tenemos que darle
debida importancia a la influencia que ejercemos sobre nuestros hermanos más
jóvenes cuando ellos vean lo que hacemos. Tenemos que preguntarnos a
nosotros mismos si lo que hacemos será causa de tropiezo a los demás. Somos
hijos de Dios y hemos creído en el Señor. Por tanto, debemos ser personas
sensibles. Tenemos que darnos cuenta de que somos responsables ante Dios y
ante los muchos hermanos y hermanas que son más jóvenes que nosotros.

Si uno piensa que puede comer carne, esto no representa problema alguno, pero
si al hacerlo está causando tropiezo a su hermano, no debe comer carne. No es
incorrecto que uno coma carne, pero está mal si al comerla uno hace tropezar a
otros. Del mismo modo, no hay nada de malo en tener recreación, pero es
incorrecto hacer tropezar a los hermanos con ello.

Tenemos que tomar en cuenta qué pensarán los más débiles acerca de las
muchas cosas que hacemos. No deseo ser una piedra de tropiezo para los más
débiles. Al referirse a esto, el Señor no dijo que no seamos piedra de tropiezo
para los fuertes. Más bien, Él dijo que no debemos ser piedra de tropiezo para
los débiles. Entre nosotros, hay muchos cuya conciencia es débil. Ellos creen
que no se debería ir a los templos. Por ello, a fin de cuidar de la conciencia de
tales hermanos, yo no iré a ningún templo, aun cuando yo sé que los ídolos nada
son. A la luz de este principio, no deberíamos participar de ninguna actividad
recreativa que pudiera causar que algún hermano tropiece.

Entonces, ¿qué debe hacer uno si tiene paz en su conciencia para hacer algo,
pero otros no? En este caso no basta con preocuparse por tener nuestra
conciencia en paz. También debemos recordar que la conciencia de la otra
persona será inquietada por nuestras acciones. Por ello, tenemos que evitar
aquellas cosas que hagan tropezar a otro. No basta con declarar que uno no
tropezará. Recuerden que podrían causar tropiezo a los demás. No basta con
decir que su conciencia está en paz; usted debe recordar que quizás la
conciencia de otros no tiene paz. No deben decir: “Esto no me hará pecar”. No
se olviden que otros podrían caer en pecado a causa de esto. Quizá lo que usted
vaya a hacer no represente ningún problema para usted, pero aun así, eso puede
ser un problema para otro. ¿Qué hacer? Tenemos que desechar muchas
actividades recreativas por el bien de nuestros hermanos.

Tenemos que comprender que muchas cosas son lícitas, mas no todas son
provechosas. Por tanto, tenemos que ser cuidadosos en cuanto a nuestra
conducta; cuanto más cuidadosos seamos, mejor. Tenemos que aprender a
optar siempre por el camino más apropiado. Debemos aprender a conducirnos
cuidadosamente. Nosotros permitimos que nuestros hermanos y hermanas
disfruten de actividades recreativas y esto es permisible, pero a veces, alguna de
estas actividades podría hacer tropezar a otros. Si esto sucede, es mejor dejar de
practicar tales actividades. Tenemos que ser cuidadosos especialmente con
respecto a quienes con facilidad caen en cautiverio. Hay personas que
fácilmente son afectadas y con facilidad caen en tal clase de cautiverio. Tenemos
que ser cuidadosos con respecto a ellas. Son muchos los que tropiezan
fácilmente. Si somos un poquito negligentes al respecto, ellos tropezarán. Por
esto debemos darle a este asunto la debida importancia.

I. No debemos hacer nada que los gentiles consideren inapropiado

En noveno lugar, no deberíamos involucrarnos en ninguna actividad recreativa


que a los gentiles les pueda parecer inapropiada. Esto no implica que podamos
hacer todo cuanto los gentiles consideren apropiado. Estos son los dos
principios que deben regir nuestra conducta con relación a los gentiles. No
necesariamente haremos aquello que los gentiles aprueban, pero ciertamente
jamás haremos algo que ellos no aprueben. ¿Comprenden esto, verdad? Hay
muchas clases de entretenimiento que los gentiles aprueban, pero nosotros no
podemos involucrarnos en ellas. Ellos consideran apropiado ir al cine, jugar
juegos de azar y salir a bailar. Estos son los entretenimientos básicos que ellos
eligen, pero nosotros no los aprobamos. Por supuesto, nosotros jamás haríamos
las cosas que los propios gentiles desaprueban.

No vale la pena discutir con la gente acerca de las recreaciones que


consideramos apropiadas. En ciertos lugares, hay ciertas personas que
consideran que no nos es permitido los juegos de pelota. Nuestro testimonio es
para el Señor y no para los juegos de pelota. Nuestra predicación no consiste en
dar testimonio a favor de los deportes; por lo que, no es necesario que nosotros
testifiquemos a favor de ninguno de ellos. Las normas que nos rigen no deben
ser inferiores a las de los gentiles. Quizá en algunos lugares los incrédulos
piensen que jugar al ajedrez es una actividad inapropiada. En principio, tanto
jugar ajedrez como al “Go” (un juego de salón) es decoroso, pero nosotros no
damos testimonio a favor de tales cosas. No es necesario que desperdiciemos
nuestro tiempo dando sermones sobre el ajedrez. Así como podemos jugar
ajedrez, también podemos dejar de jugar ajedrez. Nosotros damos testimonio
del Señor; no estamos aquí para testificar de tales minucias. No debemos
discutir con los inconversos acerca de tales cosas. Nosotros, pues, podemos
hacer muchas de las cosas que los gentiles aprueban y no haremos nada que
ellos consideren inapropiado.

Por ejemplo, en ciertos lugares es probable que se considere inapropiado salir a


pescar. Tenemos que aceptar su punto de vista y no salir a pescar. Nosotros
damos testimonio a favor de Cristo y no a favor de la pesca recreativa. Nosotros
hemos sacrificado todo por el Señor. ¿Qué podría significar ese pasatiempo para
nosotros? No debemos permitir que ninguno sea inquietado por alguna
actividad recreativa que practiquemos. Dondequiera que estemos, no
debiéramos hacer nada que los demás consideran equivocado. Las normas que
nos rigen no deben ser inferiores a las normas establecidas entre los gentiles, en
especial cuando se trata de un asunto como la recreación.

Es inútil discutir con los demás por causa de este asunto. Conozco ciertos
misioneros occidentales que perjudicaron su relación con los nativos sólo por
causa de que ellos querían seguir practicando su propia actividad recreativa. Es
tonto perjudicar la obra del Señor por causa de un pasatiempo insignificante.
Debemos darle importancia a los asuntos más importantes y ser flexibles acerca
de los otros asuntos. Por ejemplo, algunos hermanos tienen que laborar entre
los musulmanes, los cuales no comen carne de cerdo. Cuando se encuentran
entre ellos, quizás traten de comerla públicamente debido a que piensan que,
por ser cristianos, está bien que ellos coman carne de cerdo. Pero la carne de
cerdo está prohibida en aquel lugar. Si la comen, no podrán laborar entre
aquellas personas. Por el bien de la obra, no debemos involucrarnos en
conflictos sobre asuntos insignificantes.
En la actualidad, quizás haya algunos que quieran ir a la provincia de Sikang. En
Sikang no se practica la pesca. La gente de aquel lugar nunca ha pescado en toda
su vida. Sería incorrecto que usted insistiera en que se practique la pesca y, al
hacerlo, provoque fricciones entre usted y los santos de esa localidad. Algunos
de los misioneros británicos que fueron a la India irritaron a los hindúes con
respecto a ciertos asuntos recreativos. No vale la pena hacer tal cosa.

Les he expuesto estos nueve principios. Tenemos que aplicarlos


cuidadosamente. Las fuentes de entretenimiento que son comunes entre los
gentiles están completamente descartadas para nosotros. Estas actividades
recreativas incluyen tres categorías principales: ir a bailar, los juegos de azar e ir
al cine. Tales actividades deben ser completamente descartadas por nosotros.
Nuestra carga es presentarles únicamente estos nueve principios de una manera
constructiva. No debemos sacrificar ninguno de estos nueve principios.

IV. LA RECREACIÓN APROPIADA


NO AFECTA LA ESPIRITUALIDAD DE UNA PERSONA

A. Los conejos e ilustraciones del Sr. Hopkins

Finalmente, permítanme contarles un breve relato. La “Conferencia de Keswick”


es una especie de conferencia internacional muy importante que se lleva a cabo
en Inglaterra. Todos los años, durante una semana se reúnen allí unas cinco o
seis mil personas procedentes de todo el mundo. Me parece que Dios ha usado
grandemente estas conferencias. Entre sus oradores podemos hallar a Andrew
Murray y F.B. Meyer, quienes tenían un profundo conocimiento del Señor. En
esa época, el Sr. Stock Meyer estaba en Alemania, el Sr. Melton en Francia,
Andrew Murray en Holanda y Evan Hopkins en Inglaterra. El Sr. Hopkins era
conocido como el teólogo de Keswick. Él fue la primera persona en comprender
la verdad con respecto a la crucifixión de los creyentes juntamente con Cristo. Él
era el esposo de Hannah Whitall Smith, quien escribió “El secreto del cristiano
para una vida feliz”. Sin la ayuda del Sr. Hopkins, la señora Penn-Lewis no
habría podido difundir la verdad de que estamos juntamente crucificados con
Cristo, debido a que en Gran Bretaña no se aceptaba que una mujer predicara.
El Sr. Hopkins era una persona muy decorosa delante del Señor. Aun así, él
tenía un pasatiempo; le encantaba dibujar cuando tenía tiempo para ello. En un
principio, hacía dibujos serios, pero después, cuando nació su nietecita, él
comenzó a dibujar conejitos por causa de ella. Cada vez que regresaba de dar
algún sermón, se ponía a dibujar conejos para su nietecita. Así que, a lo largo de
su vida, él dibujó miles de conejos. Después, algunos editores publicaron un
libro con los dibujos de los conejos que hizo el Sr. Hopkins. Él era una persona
muy inteligente; en sus dibujos, cada conejo tenía un rostro diferente. Además,
a él también le gustaba la caligrafía fina. Él transcribió toda la oración del Señor
en un chelín inglés. No estoy diciendo que ustedes deben imitarlo. Simplemente
les digo esto para mostrarles que las actividades recreativas no afectan la
espiritualidad de una persona. Al contrario, uno puede percibir el aspecto
humano de una persona por medio de los pasatiempos que ella practica. Por
favor recuerden que los siervos de Dios no son formalistas; eso se usa en
catolicismo, no en el cristianismo. Los cristianos son personas sencillas, simples
y naturales.

B. George Müller oró pidiendo


una madeja de lana para una niñita

George Müller era una persona que tenía mucha experiencia en la oración. En
cierta ocasión, una niñita llamada Abigail le pidió que orara pidiendo una
madeja de lana de colores. El hermano Müller oró pidiendo esto, y la niñita
recibió lo que él había pedido. Esta niñita creció hasta convertirse en una de las
cristianas más destacadas de Inglaterra. Al leer la biografía de esta hermana
podemos asombrarnos de las lecciones que ella pudo aprender del Señor. Si se
practica la recreación de una manera apropiada, ésta no debilitará a una
persona. Al contrario, si delante del Señor nos regimos por los principios
apropiados para las actividades recreativas, éstas nos elevarán y harán que
nuestro cuerpo y nuestra mente recuperen su salud.

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

NUESTRAS PALABRAS

I. LAS PALABRAS REVELAN


EL CORAZÓN DE UNA PERSONA

El hablar de una persona ocupa gran parte de su vida, y de hecho, representa


una parte crucial de su vida. El Señor Jesús dijo que de la abundancia del
corazón habla la boca (Mt. 12:34). Mediante sus palabras, una persona expresa
lo que está en su corazón, es decir, las cosas que tiene en su corazón. No es fácil
conocer a una persona al sólo observar su conducta, pero es muy fácil conocer a
alguien por medio de sus palabras. Con frecuencia, la conducta de un individuo
puede causar una impresión o dar la concepción errónea de tal persona, e
incluso provocar juicios equivocados acerca de ella; pero es fácil conocer a una
persona por medio de sus palabras, debido a que nadie reprime o controla sus
palabras con facilidad. De lo profundo del corazón del hombre habla su boca. El
hombre habla de la abundancia de su corazón. Si con su boca una persona
miente y engaña, esto quiere decir que en su corazón hay mentiras y engaño. Si
una persona mantiene su boca cerrada, nos será difícil conocer su corazón, pero
una vez que habla, su corazón será puesto al descubierto. Si una persona
permanece callada, nadie podrá conocer su espíritu. Pero una vez que esta
persona habla, otros podrán tocar su espíritu por medio de sus palabras, y se
hará evidente en qué condición se encuentra tal persona delante de Dios.
Después de haber creído en el Señor, tenemos que pasar por un entrenamiento
fundamental en cuanto a la manera en que vivimos y hablamos. Debemos
abandonar completamente nuestra antigua manera de vivir. Desde el día en que
creímos, debemos comenzar todo de nuevo, lo cual incluye aun nuestra manera
de hablar. Tenemos que atender a la manera en que hablamos y rendirle la
debida consideración.

II. TOMAR MEDIDAS CON RESPECTO A LA MENTIRA

Hay cuatro o cinco pasajes en la Palabra que nos indican cómo debe ser nuestro
hablar.

Juan 8:44 dice: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de
vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha
permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira,
de lo suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”.

Cuando el diablo habla mentira, de lo suyo habla. Él es un mentiroso. Más aún,


él es el padre de los mentirosos. En este mundo no hay nada que abunde tanto
como las mentiras. Satanás cuenta con tantos mentirosos como el número de
gente que posee, pues tiene tantas personas hablando mentiras para él como la
cantidad de súbditos que tiene bajo su mano. Satanás requiere de mentiras para
poder establecer su reino y necesita mentiras para derribar la obra de Dios.
Todo aquel que es nacido de Satanás es capaz de mentir y participa de la obra
que consiste en mentir. Pero una vez que uno es salvo y se convierte en hijo de
Dios, la primera lección que debe aprender delante de Dios, es la de tomar
medidas con respecto a sus palabras. Debemos rechazar todas las mentiras.
También debemos rechazar toda palabra inexacta, exagerada o distorsionada.
Debemos rechazar tanto las mentiras que decimos deliberadamente como
aquellas que decimos sin percatarnos. Los hijos de Dios deben desechar toda
mentira. En tanto persista alguna mentira, Satanás tendrá una posición de
donde atacarnos.

A. Las mentiras son algo común

Uno no sabe cuán bien miente, hasta que intenta rechazar toda mentira. Cuanto
más se esfuerza por rechazar las mentiras, más se dará cuenta de lo bien que
miente. Se dará cuenta, entonces, que mentir es la inclinación misma de su
corazón. En este mundo circulan muchas más mentiras de las que nos
imaginamos. Nunca sabremos cuánto mentimos hasta que nos propongamos
desechar toda mentira. Si tratamos de rechazarlas, entonces tendremos una idea
de la inmensa cantidad de mentiras que decimos. Hay demasiadas mentiras en
el mundo y en nosotros mismos hay muchas mentiras. Es triste ver que incluso
entre los hijos de Dios parezca inevitable encontrar mentiras. ¡Cuán lamentable
es que las mentiras tengan cabida entre nosotros! La Palabra de Dios es seria y
explícita. Todo aquel que miente es un hijo del diablo, y el diablo es el padre de
los mentirosos. No hay nada más lamentable en este mundo que el hecho de que
la simiente satánica de la mentira permanezca en los corazones de los hijos de
Dios. Simplemente no podemos ser creyentes por muchos años y, aun así,
permanecer indiferentes con respecto a las mentiras que decimos. Sería
demasiado tarde si esperamos que pasen los años para empezar a tomar
medidas con respecto a la mentira. Tenemos que aprender a hablar con
exactitud tan pronto creemos en el Señor.

B. ¿Qué es mentir?

1. Hablar con doblez

Ser una persona que habla con doblez es mentir. Una persona miente cuando
primero dice una cosa e inmediatamente después, al dirigirse a otra persona,
dice algo diferente. Miente cuando primero dice que sí y luego dice que no,
cuando primero dice que algo es bueno y luego dice que es malo; o cuando en
primera instancia concuerda en que algo es correcto, pero después afirma que
ello está errado. Esto no esto es tener una mente indecisa; esto es mentir.

2. Hablar regidos
por lo que nos agrada o desagrada

Estamos acostumbrados a decir a los demás lo que nos agrada, pero nos
callamos lo que nos desagrada. Solemos hablar sobre lo que nos conviene, pero
callamos aquello que no nos conviene. Esta es otra manera de mentir. Mucha
gente, deliberadamente, cuenta sus relatos a medias. Tales personas callan
aquellas cosas que podría beneficiar a otros, especialmente lo que podría
beneficiar a sus enemigos. En su lugar, ellos difunden las cosas que habrán de
herir, dañar o causar perjuicio a los demás. Esto es mentir. Muchos no hablan
de acuerdo a la verdad o a la realidad, sino lo que les agrada o desagrada.
Muchas palabras no están basadas en hechos, sino en sentimientos. Tales
personas tocan ciertos temas porque les encanta hablar al respecto y hablan
sobre ciertas personas porque sienten preferencia por ellas. Estas personas
cambian de tono si la conversación gira en torno a personas o temas que no son
de su agrado. Esta clase de hablar está completamente regido por lo que a uno le
agrada o desagrada; es hablar conforme a las emociones, y no conforme a la
verdad y la realidad. Recuerden, por favor, que esto es mentir. Las palabras
inexactas son un pecado muy grave. Engañar deliberadamente es más grave
todavía y constituye un pecado mucho más serio delante de Dios. No debemos
hablar de acuerdo a nuestras emociones, sino de acuerdo a los hechos. Nosotros
o no deberíamos decir nada, o solamente deberíamos hablar conforme a los
hechos y la verdad. No podemos hablar de acuerdo a nuestros sentimientos. Si
lo hacemos, estamos mintiendo deliberadamente delante de Dios.

3. Hablar conforme a nuestras expectativas

Más aún, tenemos que aprender a dejar a un lado nuestros propios sentimientos
y no debemos tener ninguna expectativa acerca de otros. Hoy en día, mucho de
lo que se dice, representan esperanzas en lugar de hechos. Así pues, nuestras
palabras no trasmiten los hechos sino que únicamente comunican nuestras
expectativas. Es frecuente que una persona hable mal acerca de cierta hermana
o hermano, según sus sentimientos y no conforme a los hechos. Tal persona
espera que dicha hermana sea tan mala como se la imagina; sin embargo, habla
como si fuera verdaderamente mala. O, en otros casos, esperando que un
hermano va a tropezar, habla como si ya hubiese tropezado. Así que, esta
persona habla conforme a lo que ella espera que suceda, no conforme a lo que
realmente ha sucedido. ¿Detectan cuál es el problema fundamental aquí? Con
frecuencia, una persona habla conforme a la expectativa que abriga en su
corazón y sus palabras no comunican lo que realmente acontece. Así pues, tal
persona, en lugar de hablar sobre lo que sucede concretamente, habla de lo que
ella anticipa que habrá de suceder.

4. Añadir nuestras propias ideas

¿Por qué las palabras pueden sufrir tantas alteraciones al ser transmitidas de
boca en boca? Con frecuencia, una afirmación cambia completamente después
que ha circulado por tres o cuatro personas. ¿Por qué? Esto se debe a que todas
ellas han añadido sus propias ideas, en lugar de investigar los hechos. Nadie
procura descubrir los hechos concretos, pero todos procuran añadir sus propias
ideas. Esto es mentir.

Hay un principio básico que debe regir lo que hablamos: al hablar, no debemos
hacerlo respondiendo a nuestros sentimientos ni a nuestras expectativas. Una
persona está mintiendo cuando no habla conforme a la verdad y a la realidad,
sino conforme a sus expectativas e intenciones. Debemos aprender a hablar
según los hechos y a no expresar nuestras propias ideas. Si estamos dando
nuestra opinión, debemos dejar bien en claro que se trata de nuestra opinión.
Asimismo, si nos referimos a un hecho concreto, tenemos que establecer que se
trata de un hecho. Tenemos que aprender a distinguir nuestras opiniones de los
hechos concretos. No debiéramos mezclar los hechos con nuestras ideas al
respecto. Lo que nosotros pensamos acerca de una persona y lo que es
realmente dicha persona, son dos cosas distintas. A lo más podremos afirmar
que los hechos indican una cosa, pero que nosotros tenemos ideas diferentes al
respecto.
5. Exagerar

Existe otra clase de mentira que es muy común en la iglesia: las exageraciones.
Les ruego tengan en cuenta que los números inexactos y las palabras inexactas,
así como la tendencia a usar expresiones grandilocuentes, palabras poderosas o
palabras exageradas, constituyen diferentes maneras de mentir, porque en todas
ellas hay falsedad.

Hoy en día, si usted desea saber en qué condición se encuentra el corazón de un


santo delante del Señor, todo lo que tiene que hacer es decirle algo y pedirle que
lo transmita a otros. Inmediatamente usted podrá saber dónde está el corazón
de esa persona en relación con el Señor. Una persona que teme a Dios, que ha
aprendido las lecciones debidas y que ha recibido la disciplina de Dios, siempre
considerará que hablar es algo muy importante. Tal persona jamás se atrevería a
hablar descuidadamente, ni pregonaría ninguna palabra sin consideración. Tal
persona le dará mucha importancia a la exactitud de las palabras. Si usted le
confía algo a una persona que no ha sido restringida ni disciplinada por el
Señor, tal persona se afanará por propagar lo que usted le ha dicho. Y en esta
propagación descubrirá que ella es una persona frívola, engañosa y deshonesta.
Una persona así es capaz de añadir muchas palabras propias y dejar de decir
aquello que en realidad debería decirse.

6. Exagerar las cantidades

Muchas personas suelen citar números exagerados al hablar. Ninguna iglesia en


Shanghái tiene un local con asientos para cinco mil personas. Cualquier
predicador con poco entrenamiento puede determinar la capacidad de un local
con sólo una mirada. Sin embargo, muchos de los informes acerca de ciertas
reuniones de avivamiento han dado cuenta de una asistencia de diez mil, e
incluso hasta de veinte mil personas. Si todos los asistentes aun estuviesen
parados sobre la cabeza de otra persona, no habría suficiente espacio para todos
ellos. Sin embargo, estas palabras provienen de obreros cristianos. ¡Esta es una
exageración! Tal clase de exageración equivale a mentir. Nosotros tenemos la
tendencia a exagerar los errores de los demás y a minimizar nuestros errores.
Exageramos los errores de los demás y minimizamos los nuestros. Esto también
es mentir.

C. Debemos aprender meticulosamente


a ser personas honestas

Hoy día yo no podría decir que todos los hijos de Dios se convierten en personas
honestas al ser salvos. Si ellos, delante del Señor, se proponen aprender estas
lecciones por los próximos cinco años, quizás después de ese lapso lleguen a ser
personas honestas. Permítanme hablarles francamente: una persona tiene que
rechazar continuamente toda clase de mentiras. Siempre que descubra que
usted mismo está hablando con inexactitud, tiene que repudiar
despiadadamente tal acto. Si usted pone esto en práctica, quizás llegue a
convertirse en una persona honesta en tres o cinco años. No podemos esperar
que una persona que habla en forma descuidada y caprichosa se convierta en
una persona honesta de la noche a la mañana. Las mentiras e inexactitudes son
males comunes entre los cristianos. Todas las personas de este mundo siguen a
Satanás y todas ellas mienten. Algunas personas son torpes y otras son
inteligentes, pero todas mienten. Unos mienten con habilidad y otros sin
destreza, pero todos mienten. Continuamente, debemos tratar con el Señor a fin
de ser puestos sobre aviso en cuanto decimos alguna mentira o cuando tocamos
el espíritu de mentira.

¡Cuán importante es que lleguemos a ser personas honestas! Sin embargo, ¡no
es natural el ser honesto! Nuestra naturaleza misma es deshonesta, y desde que
nacimos hemos mentido. Al hablar, solemos hacerlo según nuestras propias
preferencias, y no conforme a la verdad. Un niño tiene que aprender a hacer las
cosas paso a paso, desde el comienzo mismo de su existencia humana. Como
hijos de Dios, también necesitamos aprender nuestras lecciones desde el
principio. Si somos negligentes, mentiremos y hablaremos con inexactitud.

La mentira es un problema muy común. Se trata no sólo del pecado más oscuro,
sino también del más común. Son muchos los que consideran que este asunto es
un asunto trivial. Pero si tenemos problemas en cuanto a nuestra manera de
hablar, sucederán dos cosas. En primer lugar, muerte entrará en la iglesia, y los
cristianos se encontrarán con que les es imposible andar en unidad. En segundo
lugar, Dios no podrá hacernos ministros de Su palabra, y nuestra utilidad se
paralizará. Quizá todavía seamos capaces de hablar algo acerca de la Biblia, así
como acerca de las verdades y doctrinas bíblicas, y hasta tal vez podamos dar un
discurso, pero no seremos capaces de servir como ministros de la palabra de
Dios. A fin de ser un ministro de la palabra de Dios, uno tiene que ser honesto al
hablar. Si uno no es honesto, no podrá ser usado por Dios.

Quisiera que todos podamos comprender lo necesario que es rechazar toda


mentira. No debemos hablar según nuestros propios deseos. Tenemos que
rechazar completamente toda mentira. No deberíamos hablar de manera
subjetiva, sino de manera objetiva, es decir, debemos hablar de acuerdo a los
hechos, de acuerdo a lo que escuchamos, y no de acuerdo a lo que sentimos. Si
los hijos de Dios ponen esto en práctica, una senda recta se abrirá delante de
ellos.

III. NINGUNA PALABRA OCIOSA


Otra clase de palabras que jamás deben salir de nuestros labios son las palabras
ociosas. Mateo 12:35-37 dice: “El hombre bueno, de su buen tesoro saca buenas
cosas; y el hombre malo, de su mal tesoro saca malas cosas. Y Yo os digo que de
toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del
juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás
condenado”.

Antes de decir esto, el Señor Jesús dijo: “O haced el árbol bueno, y su fruto
bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se conoce el
árbol” (v. 33). Según el contexto, el fruto al que hace referencia este versículo no
se refiere a la conducta, sino a nuestras palabras. Esto quiere decir que las
palabras de una persona son buenas si esta persona es buena, y que las palabras
de una persona son malignas si esta persona es mala. Conocemos a una persona
por las palabras que pronuncia. Algunas personas difunden chismes día y
noche. Tales personas siempre están parloteando y están llenas de calumnias,
injurias, críticas y juicios acerca de los demás. Sus bocas están llenas de toda
clase de cosas inmundas, sucias y malignas. Es obvio que se trata de árboles
corrompidos.

En nuestros días, un problema evidente entre los hijos de Dios es la incapacidad


que tienen ellos para juzgar a las personas basándose en las palabras que éstas
profieren; y esto se debe a que ellos mismos son iguales a esas personas. El
Señor nos dice que el hombre bueno, de su buen tesoro saca buenas cosas; y que
el hombre malo, de su mal tesoro saca malas cosas. La boca habla de la
abundancia del corazón. Así pues, por su fruto podemos conocer al árbol.

Si un hermano difunde cosas malignas, destructivas o pecaminosas todo el


tiempo, no necesitamos tratar de determinar si lo que dice es cierto o no.
Simplemente le podemos decir que el mero acto de difundir tales cosas es un
acto impuro. Tenemos que darnos cuenta de que las palabras de los hijos de
Dios son el fruto de sus labios. Ninguna persona cuyo corazón sea santo hablará
cosas inmundas. Ninguno que tenga el corazón lleno de amor hablará palabras
de odio. El árbol es conocido por su fruto.

Esto no quiere decir que podemos decir cualquier cosa, con tal que esto sea
verdadero y sea un hecho. A veces, no es cuestión de si algo es un hecho o no.
Algo puede ser un hecho concreto y, sin embargo, no debe ser un fruto de
nuestros labios. Quizás sea cierto, pero no debemos decirlo. Esto no es cuestión
de si algo es verdad o no, sino de si son palabras ociosas o no. Quizás tales
palabras sean verdaderas, pero son palabras ociosas. Acabo de decirles que
nuestras palabras tienen que conformarse a los hechos. Sin embargo, no todos
los hechos necesitan ser difundidos. No debemos pronunciar palabras ociosas ni
necesitamos hacerlo.
El Señor dijo: “Y Yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres,
de ella darán cuenta en el día del juicio” (v. 36). Las palabras ociosas que
proceden de los labios de un cristiano, no serán dichas una sola vez, sino dos
veces. Todo cuanto dijimos hoy sin la menor consideración, volverá a ser
repetido en el futuro. Tales frases serán repetidas en su totalidad, una tras otra.
Y con base en ello, seremos justificados o condenados. En el día del juicio,
tendremos que rendir cuenta de toda palabra ociosa que hayamos pronunciado.
Espero que los hijos de Dios aprendan a temer a Dios. Tenemos que aprender a
rechazar toda palabra inexacta y hablar con exactitud. Jamás deberíamos hablar
acerca de lo que no nos concierne y nunca deberíamos decir nada que no sea de
provecho para los oyentes o para nosotros mismos.

Uno puede determinar cuanto una persona ha sido disciplinada por el Señor, al
oír las palabras que salen de sus labios. Ninguno que ha sido disciplinado por
Dios tendrá una boca indisciplinada. Una persona que miente o que habla
palabras ociosas y frívolas, será de poca utilidad para Dios; sólo servirá para ser
juzgada en el día del juicio. Tenemos que aprender esta lección desde un
comienzo. Quienes pronuncian palabras inmundas son personas inmundas, y
los que pronuncian palabras corrompidas son personas corrompidas. La clase
de palabras que usamos revela la clase de persona que somos. Por sus frutos se
conoce un árbol; es por medio de nuestras palabras que otros nos conocen a
nosotros.

Es crucial que le prestemos la debida atención a este asunto. Podemos conocer a


un hermano por la manera en que habla. Hoy en día la iglesia está llena de
mentiras y de palabras ociosas. ¡Es sorprendente que sean tan pocos los hijos de
Dios que condenan tal hábito! Ninguno de nosotros tiene el derecho de hablar
palabras ociosas.

IV. NINGUNA PALABRA MALIGNA

En 1 Pedro 3:9-12 se nos dice: “No devolviendo mal por mal, ni injuria por
injuria, sino por el contrario, bendiciendo, porque para esto fuisteis llamados,
para que heredaseis bendición. Porque: „El que desea amar la vida y ver días
buenos, refrene su lengua del mal, y sus labios de palabras engañosas; apártese
del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están
sobre los justos, y Sus oídos atienden a sus peticiones; pero el rostro del Señor
está contra aquellos que hacen el mal‟”.

Otra clase de palabras que jamás debiera pronunciar un cristiano son las
palabras malignas. ¿Qué son las palabras malignas? Las palabras malignas son
aquellas expresiones injuriosas, palabras de maldición. Un hijo de Dios no
puede devolver mal por mal, ni injuria por injuria.
A. Debemos aprender a hablar
palabras de bendición

Son muchos los que creen que tienen el derecho de hablar de cierta manera
simplemente porque otros también se expresaron así. Hoy día, en el mundo se
discute mucho para determinar quién fue el primero que dijo algo, pero el Señor
está pendiente únicamente de si alguien dijo algo o no. Podríamos
preguntarnos: “Puesto que otros han dicho esto, ¿acaso no podría yo decir lo
mismo?”, pero no debemos olvidar que nosotros no podemos pagar mal por
mal, ni injuria por injuria. No es cuestión de quién lo haya dicho primero, sino
de si uno habló o no.

Un nuevo creyente deberá aprender a hablar palabras de bendición desde el


inicio de su vida cristiana. No debemos tolerar que ninguna injuria o maldición
salga de nuestros labios.

B. Debemos controlar nuestro mal genio

Además, una persona tiene que saber dominar su mal genio. Ella tiene que
controlar su enojo antes de poder controlar sus palabras delante de Dios. Una
persona no podrá controlar sus palabras si no sabe controlar su mal genio.
Muchas de las palabras perversas que una persona pronuncia surgen debido a
que tal persona no sabe controlar su mal genio. Si los hijos de Dios no ejercitan
domino propio, palabras injuriosas e inmundas saldrán de sus labios. Son
muchos los que no saben controlar su mal genio y llenan sus bocas de palabras
injuriosas. Tales palabras, por un lado, no glorifican a Dios y, por otro, impiden
que esas personas reciban cualquier bendición de Dios.

V. DEBEMOS RESTRINGIRNOS AL HABLAR

Ahora trataremos el quinto aspecto. Es necesario comprender a qué cosas


debemos prestar atención cuando hablamos. Jacobo 3 específicamente trata el
asunto de nuestras palabras. Leamos del versículo 1 al 12. Tenemos que
descubrir cómo deben hablar los hijos de Dios.

A. Sin hacernos muchos maestros

El primer versículo de este capítulo dice: “Hermanos míos, no os hagáis


maestros muchos de vosotros”. ¿Por qué? “Sabiendo que recibiremos un juicio
más severo”. La característica más destacada de las personas que son
indisciplinadas en sus palabras, es su deseo de ser maestros. Dondequiera que
vayan, les gusta enseñar. Dondequiera que estén, siempre tienen algo que
enseñar. Ellos quieren ser maestros de los demás en cualquier circunstancia.
Ellos dan discursos sin cobrar. Son muchos los que anhelan ser maestros y
consejeros. Siempre que están con alguien, tienen mucho que decir. ¿Perciben
en qué consiste el problema? Un cristiano no solamente tiene que dejar de
mentir, dejar de difundir chismes y dejar de pronunciar palabras malignas;
además, no debe ser un parlanchín. No importa qué clase de palabras pronuncie
tal persona, errará todas las veces que hable demasiado. En cuanto una persona
habla demasiado, pierde todas sus bendiciones delante del Señor.

B. Las palabras de una persona denotan


el grado de dominio propio que ella posee

El versículo 2 dice: “Porque todos tropezamos en muchas cosas. Si alguno no


tropieza en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el
cuerpo”. El grado en que una persona puede dominarse a sí misma depende del
grado en que sabe poner freno a sus palabras. Una persona tendrá dominio
propio —uno de los frutos del Espíritu— en la medida en que sepa refrenar su
hablar. Muchos hermanos y hermanas no entienden correctamente la Biblia.
Ellos piensan que dominarse a uno mismo es ser moderados. Recuerden que el
dominio propio es el dominio propio. La enseñanza de la moderación no tiene
nada que ver con nosotros. Los cristianos deben ejercer dominio propio, esto
quiere decir ejercer control sobre ellos mismos.

El dominio propio es uno de los frutos del Espíritu. Gálatas 5 nos dice qué es el
fruto del Espíritu, mientras que Jacobo nos dice cuál es la característica que
denota la presencia del fruto del Espíritu. Jacobo nos dice que una persona que
es capaz de dominar su cuerpo, ciertamente será capaz de refrenar sus palabras.
Aquellos que son frívolos al hablar, llevan una existencia frívola. Las personas
que hablan insensatamente, se comportan insensatamente. Una persona que es
indiscreta con sus palabras, ciertamente será imprudente en todo cuanto hace.
Una persona que habla demasiado está destinada a ser una persona negligente
delante de Dios. Que una persona sea capaz de refrenar todo su cuerpo o no,
dependerá de si puede poner freno a su hablar. Espero que de ahora en adelante
todos los nuevos creyentes aprendan, delante de Dios, a controlar sus palabras.

Son muchos los hermanos y las hermanas que oran a Dios rogándole que trate
con ellos y les conceda misericordia. Quisiera decirles algo a tales personas: Si
Dios puede tratar con vuestro hablar, Él podrá tratarlos a ustedes. Hay muchas
personas para quienes su hablar constituye su vida misma; constituye su punto
fuerte, es el encaje de su muslo. Si Dios puede regular su hablar, podrá regular
todo su ser. Muchas personas no han podido ser derrotadas por Dios con
respecto a su hablar. Como resultado, su propio ser no ha sido derrotado por
Dios. Si una persona no puede ejercer dominio propio, tal vez pueda actuar de
cierto modo, pero una vez que los demás conversen con él durante una media
hora, se percatarán la clase de persona que realmente es. En cuanto una persona
habla, su propio ser es puesto al descubierto. Nada pone en evidencia a una
persona tanto como sus palabras. En cuanto habla, el propio ser de tal persona
es puesto al descubierto. Si usted quiere averiguar si una persona es capaz de
ejercer dominio propio sobre sí misma, simplemente pregunte si ella es capaz de
controlar su hablar.

C. Lo más pequeño afecta lo más grande

En el versículo 3 se da el ejemplo del freno para los caballos, y en el versículo 4


se da el ejemplo del timón de un barco. La lengua es como un freno y es también
como el timón de una nave. Si bien es algo muy pequeño, es capaz de ejercer
una gran influencia. El versículo 5 dice que un pequeño fuego es capaz de
incendiar un gran bosque. El versículo 6 dice: “Y la lengua es un fuego, todo un
mundo de injusticia. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y
contamina todo el cuerpo, e inflama el curso de la vida, y ella misma es
inflamada por la Gehena”. El versículo 3 habla de un freno, y el versículo 4 de
un timón. El versículo 5 afirma que la lengua es un miembro pequeño que se
jacta de grandes cosas. El versículo 6 indica que la lengua es todo un mundo de
injusticia. La lengua, en sí misma, es un mundo, un mundo de injusticia.
Muchos han sido redimidos y han experimentado la misericordia de Dios; aun
así, nunca han refrenado sus lenguas. Dondequiera que van, encienden el fuego
de la Gehena con este mundo de injusticia.

Estas palabras son palabras muy serias: la lengua inflama el curso de la vida.
Aquí la vida es como una rueda; ella gira todo el tiempo. Y la lengua es como un
fuego capaz de inflamar toda la rueda de nuestra existencia. Esto significa que
es capaz de provocar toda clase de actividad carnal. Por medio de la lengua se
puede encender la ira del hombre, o sea, incitar su carne, su mal genio y su
enojo. La lengua es capaz de encender el fuego de la Gehena. Por medio de sus
palabras, los hijos de Dios pueden suscitar muchos problemas. Esto es algo que,
sin duda, procede de la Gehena. La lengua, pues, es un fuego y todo un mundo
de injusticia.

Tenemos que aprender a hablar menos. Cuantas menos palabras pronunciemos,


mejores personas seremos. En la multitud de palabras hay trasgresión.
Proverbios nos aconseja ahorrar nuestras palabras. Sólo los insensatos hablan
profusamente. Cuanto más insensata es una persona, más habla. Cuantas más
lecciones haya uno aprendido delante de Dios, más estable será y tendrá menos
palabras que decir.

D. La lengua es un mal turbulento

Jacobo 3:7 afirma que todo ser vivo puede ser domado, mientras que el
versículo 8 dice que la lengua no puede ser domada por ningún hombre. La
lengua es un mal turbulento lleno de veneno mortal. La lengua no puede ser
domada por los hombres, está llena de veneno mortífero. Es un mal indomable,
“un mal turbulento”. Hay males que pueden ser domados, pero la lengua
maligna no puede ser domada. ¡Qué insensato es dar rienda suelta a nuestra
lengua! Si una persona es de lengua suelta, ciertamente es necia.

E. Un manantial no puede dar


dos clases de agua diferentes

Lo que sigue a lo dicho es bastante obvio y evidente. No podemos hacer que


nuestra lengua bendiga a Dios y, después, maldiga al hombre que Dios creó.
Una persona no puede bendecir por un lado y maldecir por otro. De un mismo
manantial no pueden brotar dos clases diferentes de agua. Una higuera no
puede producir aceitunas ni una vid producir higos. El agua salada no puede
producir agua dulce. El fruto pone de manifiesto al árbol, y la corriente de agua
al manantial. Una persona que es usada por Dios ciertamente producirá agua
dulce, y en sus palabras no se hallará nada amargo.

La manera actual en la que Dios efectúa Su salvación, consiste en implantar un


manantial nuevo y un árbol nuevo en nuestro ser. Si soy una higuera,
ciertamente no produciré aceitunas. Si soy una vid, con certeza no produciré
higos. Si Dios me da algo que es nuevo e implanta en mí una vida nueva, yo
ciertamente produciré agua dulce.

VI. PRESTAR ATENCIÓN A LO QUE ESCUCHAMOS

Al referirnos a nuestra manera de hablar, no debemos descuidar lo que


escuchamos.

A. Debemos resistir la comezón por oír

Permítanme hablarles con franqueza. Muchas de las palabras impropias que se


pronuncian en la iglesia desaparecerían si todos los hermanos y hermanas
aprendieran la lección de cómo escuchar. La razón por la que circulan muchas
palabras impropias se debe a que muchos hermanos y hermanas desean
escuchar tales palabras. Puesto que existe una demanda, existe también un
suministro. Si en nuestro medio circulan tantas palabras corruptas, críticas,
injurias, calumnias y expresiones hipócritas, se debe a que son muchos los que
desean prestar oído a tales palabras. El corazón del hombre es engañoso,
perverso y corrupto; y además le gusta escuchar este tipo de palabras. Por ello,
siempre hay alguien dispuesto a decírselas.

Si los hijos de Dios saben qué clase de palabras pueden o no pueden hablar,
ellos sabrán también a su vez qué clase de palabras les es permitido escuchar y
qué palabras no les es permitido escuchar. Cierto hermano, muy
apropiadamente, dijo: “Los oídos de muchos parecen basureros”. ¿Acaso
acostumbramos arrojar la basura sobre una cacerola de arroz? Ninguno de
nosotros haría tal cosa. Si usted es una persona que acepta escuchar toda clase
de palabras lujuriosas y no las considera dañinas, evidentemente usted se ha
convertido en un recipiente para la basura; esa es la clase de persona que usted
es. Únicamente cierta clase de persona prestaría atención a cierta clase de
palabras.

Tenemos que aprender a escuchar las palabras sanas. No debiéramos ser


desviados por aquellos que propagan rumores y expresiones inapropiadas.
Tenemos que declarar: “No quiero oír tal clase de comentarios”. Muchos
pecados cesarán y muchos hermanos serán edificados si usted adopta esta
postura. Entre nosotros, está presente el apetito desmesurado por escuchar
palabras que no son saludables, y por ello, tales expresiones se propagan. A la
gente esto le parece de buen gusto. Pero nosotros debemos ser liberados de tales
cosas. Si una persona está diciendo algo inapropiado, tal vez usted deba
retirarse calladamente y alejarse de él. Esto hará que ella pierda todo interés en
usted la próxima vez que quiera hacer lo mismo. Otra alternativa consiste en
darle testimonio y decirle: “Por ser cristianos, no debemos utilizar tales
palabras”. Esto impedirá que le sigan hablando así. Incluso, podríamos ser más
enfáticos y decir algo así como: “¡Hermano! ¿Por quién me ha tomado? Yo no
soy un basurero. Por favor no arroje sobre mí toda esa basura”.

Muchos de los problemas que se suscitan en la iglesia son como el fuego de la


Gehena y deben ser apagados en cuanto se enciendan. No debemos dejar que
tales problemas se propaguen. Muchos de los problemas relacionados con
nuestro hablar, en realidad son problemas relacionados con la manera en que
escuchamos. Por supuesto, la responsabilidad recae mayormente sobre la
persona que habla tales cosas, pero el que escucha también es, en parte,
responsable. Cuando se trata de escuchar, debemos aprender, delante de Dios, a
rechazar el apetito desmesurado por las palabras. Los seres humanos tenemos
tal apetito de palabras, el apetito por enterarse de todo. Si podemos negarnos a
tal apetito, apagaremos muchos fuegos que proceden de la Gehena. Debiéramos
decir: “Discúlpeme, pero yo soy un cristiano, y como tal, no puedo prestar oído a
tales expresiones”. Así haremos que los demás midan sus palabras. Pero si
seguimos escuchando con la expectativa de enterarnos de más detalles y de
sondear la situación más profundamente, estamos avivando tal fuego en lugar
de apagarlo. Muchas palabras que son inútiles, malignas y engañosas se suscitan
debido al interés manifestado por quien las escucha.

B. “Como si fuera sordo”


El salmo 38:13-14 dice: “Mas yo, como si fuera sordo, no oigo; / Y soy como
mudo que no abre la boca. / Soy, pues, como un hombre que no oye, / Y en cuya
boca no hay reprensiones”. Ciertamente hay muchos que debieran ser como
sordos. Si los demás le cuentan cosas indecorosas, usted debe actuar como si
fuera sordo, incapaz de escuchar nada de ello. Usted simplemente debería decir:
“No puedo oír”. Si usted quiere ser más tajante, puede darle a la otra persona un
testimonio. Si incluso quiere ser más firme al respecto, usted puede reprender a
tal persona, diciéndole: “Hermano, ¿por quién me has tomado? ¿Por qué me
abrumas con tantas palabras?”. Usted puede testificar, diciendo: “A mi parecer,
un cristiano no debería decir tales cosas. Palabras así no deberían surgir de los
labios de un cristiano”. Usted también podría decir: “¡Hermano! Deme un
minuto; por favor espere a que yo me vaya para que pueda seguir hablando así”.
Con frecuencia, debemos actuar como si fuéramos sordos. Si usted es sordo a
tales expresiones, será bendecido por causa de ello. Usted también tiene que
aprender a ser como un mudo, incapaz de decir nada. Las palabras son una gran
tentación, y nosotros tenemos que aprender a vencerla.

En el capítulo 42 de Isaías, que es una profecía acerca del Señor Jesús, dice en el
versículo 19: “¿Quién es ciego, sino Mi siervo? / ¿Quién es sordo, como Mi
mensajero que envié? ¿Quién es ciego como el que está en paz conmigo, / Y
ciego como el siervo de Jehová?”. Cuando el Señor estuvo en la tierra, no
escuchó muchas de las palabras proferidas.

Les ruego que no se olviden que cuanto menos inmundicias y chismes


escuchemos, menos problemas tendremos. Ya tenemos suficientes problemas,
conflictos e inmundicias en nosotros mismos; si añadimos más de ello a nuestra
vida, nos será imposible avanzar. Un nuevo creyente tiene que aprender desde
un principio a rechazar la tentación de prestar oído a tales palabras. Tenemos
que ser sordos como el Señor Jesús. ¿Quién es sordo como nuestro Señor? La
manera de actuar de nuestro Señor es la manera más recta posible. Por ello, Él
no estaba atado a nada.

C. Esforzarnos por aprender

A los nuevos creyentes se les debe enseñar a hablar. Se les tiene que enseñar
cómo hablar y cómo escuchar. Cuando se trata de hablar, ellos tienen que
aprender a temer a Dios. Este es un asunto muy importante y ciertamente es un
umbral que definitivamente debemos cruzar.

Esta lección no puede ser aprendida sin pagar cierto precio. Tenemos que pasar
mucho tiempo cultivando el hábito de hablar con exactitud. No creo que un
nuevo creyente pueda obtener la victoria en este asunto rápidamente. He
descubierto que una de las cosas más difíciles de hacer es saber usar las palabras
exactas. Si nos permitimos ser un poco negligentes al respecto, detectaremos
errores tanto en nuestras palabras como en nuestros motivos. Mentir es un
ejemplo de esto. Hablar palabras inexactas es una manera de mentir, y
asimismo lo es cualquier otro intento por tratar de engañar a los demás. A veces
una persona dice algo que está correcto, pero con la intención de engañar a
otros. Esto también es mentir. Un nuevo creyente tiene que prestar mucha
atención a este asunto y tiene que esforzarse mucho por tomar las medidas
respectivas desde un comienzo.

El salmo 141:3 dice: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; / Guarda la puerta de


mis labios”. Esta debe ser nuestra oración. Debemos decir: “Pon guarda a mi
boca para que no hable precipitadamente”. Quizás algunos deban orar: “Pon
guarda a mis oídos para que no escuche a la ligera”. Si hacemos esto, le
ahorraremos muchos problemas a la iglesia y podremos avanzar de la manera
más apropiada.

Hay algo que me causa mucha sorpresa, y es que muchos hermanos se atreven a
hablar a la ligera, y son muchos los que los escuchan sin tener el menor
sentimiento de temor. ¡Esta es una enfermedad gravísima! ¡Ciertamente esta es
una situación muy delicada! Siempre que prestamos oídos a expresiones
inapropiadas, ¡estamos enfermos! ¡Es una enfermedad gravísima acceder sin
reservas a que se nos diga cualquier cosa y a estar despojados del debido
criterio! Tenemos que aprender a rechazar todo fruto inmundo. Cualquier clase
de veneno que se propague entre los hijos de Dios traerá consigo impiedad,
rebeldía y frivolidad. Quiera Dios darnos gracia y ser misericordioso con
nosotros, para que aprendamos a hablar apropiadamente desde el inicio mismo
de nuestra vida cristiana. ¡Que aprendamos a correr la recta carrera que
tenemos por delante!

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

EL VESTIDO Y LA ALIMENTACIÓN

Ahora hablaremos en lo que se refiere al vestido y a la alimentación de los


cristianos. En primer lugar, hablaremos del vestido.

I. EL VESTIDO

A. Su significado

En este tema, primeramente examinemos lo que significa el vestido. A fin de


entender la necesidad que tenemos de vestirnos, tenemos que remontarnos al
principio.
1. El vestido no era necesario
antes de la caída del hombre

Antes que el hombre cayera en pecado, su vestimenta tal vez haya sido una
cierta clase de luz que resplandecía alrededor de él; pues antes de su caída el
hombre era inocente y no sentía vergüenza. Aunque no se cubría con ninguna
vestimenta, él no se sentía avergonzado por ello.

2. El vestido es necesario para que el hombre, después de la caída,


cubra la vergüenza de su desnudez

Cuando el pecado surgió, el primer efecto que tuvo en el hombre fue que
estuviese consciente de su propia desnudez y que de inmediato se sintiera
avergonzado. Adán y Eva hicieron delantales con hojas de higuera y se
cubrieron con ellas. Esto nos muestra que el significado básico de nuestra
vestimenta es cubrirnos. La vestimenta es necesaria debido a que necesitamos
cubrirnos. Lamentablemente, tales delantales no duraron mucho, pues las hojas
de higuera rápidamente se secaron, se partieron y se desintegraron. Entonces,
Dios vistió al hombre con las pieles de animales. Dios les preparó algo más
sólido y duradero. El propósito de tales vestimentas era el de cubrir el cuerpo
del hombre.

Por lo tanto, las ropas son para cubrir nuestro cuerpo, no para ser exhibidas. Así
pues, cualquier prenda de vestir que no cumpla el simple propósito de cubrir
nuestro cuerpo resulta errónea. La vestimenta es para cubrir nuestros cuerpos.

3. Es necesario que la sangre


sea aplicada sobre las partes de nuestro cuerpo que no estén
cubiertas

Los israelitas que moraban en Judea usaban sandalias. Ellos no vestían


calcetines, y sus pies estaban a la intemperie. El resto de su cuerpo estaba
cubierto por sus vestidos. Así pues, aparte de sus manos, sus pies y su cabeza,
tenían todo su cuerpo cubierto. Cuando los sacerdotes se acercaban a Dios con
la sangre, ésta era aplicada a sus pulgares, a los dedos gordos de sus pies y a sus
orejas. Esto nos muestra que aquellas partes expuestas a la intemperie tenían
que ser cubiertas por la sangre. La sangre no era aplicada a las otras partes del
cuerpo. Las manos, los pies y la cabeza eran las únicas áreas en las que se
requería de la sangre. Las otras áreas estaban cubiertas con vestimenta. Esto
nos muestra que el propósito de vestirnos es para estar cubiertos. Debemos
darnos cuenta, delante de Dios, que lo apropiado para el hombre es que éste se
cubra.

La degradación actual en la humanidad se remonta a la degeneración que sufrió


el hombre cuando estuvo en una condición incivilizada. En esta condición, los
hombres escasamente se cubrían. Es impropio para una persona cubrirse
escasamente. El propósito de toda vestimenta debe ser cubrir nuestra desnudez,
y cualquier vestimenta que no cumpla este propósito viola la definición divina
de lo que es el vestido. La sangre tipifica esto. El significado espiritual de la
sangre indica que es necesario cubrirse. El hombre ha pecado y necesita
cubrirse ante Dios. Hoy en día, procurar reducir las mangas o la basta, o vestirse
con una vestimenta que en lugar de cubrir el cuerpo, lo descubra, es algo del
mundo. A Dios no le agradan tales vestimentas.

A la luz de esto, cuanto más nos cubra una prenda, mejor. Yo soy un pecador y
necesito estar cubierto completamente delante del Señor. No es bueno que
ninguna parte de mi cuerpo se halle descubierta ante Él. Como cristianos, somos
salvos y hemos puesto nuestra confianza en el Señor. Sin embargo, no tenemos
ninguna base para estar delante del Señor a menos que Él mismo nos cubra
completamente. Anhelamos ser cubiertos y rogamos en oración que todo
nuestro ser sea cubierto por Él, de tal manera que seamos redimidos y salvados
por completo. Según lo tipificado en las Escrituras, aquello que nuestra
vestimenta no cubre, deberá ser cubierto por la sangre. Nuestras manos y
nuestros pies, así como nuestra cabeza, tienen que estar bajo la sangre.

4. La segunda caída del hombre


se debió a su desnudez

Cuando Adán y Eva pecaron, su desnudez hizo que su pecado quedase al


descubierto. Noé, 1,656 años después, salió del arca, sembró un viñedo y se
embriagó. Como resultado de ello, Noé se despojó de sus vestidos, y su desnudez
se exhibió. El primer hombre comió del árbol del conocimiento del bien y del
mal, y se encontró desnudo. El siguiente hombre se encontró desnudo después
de haber ingerido el fruto de la vid. Así pues, la segunda caída del hombre
sobrevino cuando él no se cubrió con sus vestimentas tal como debía. Adán cayó
de un estado en el que no le era necesario vestirse, a un estado en el que
necesitaba vestirse. Noé cayó al tener vestiduras y no ponérselas. En la Biblia, la
desnudez es una vergüenza. La desnudez está prohibida en las Escrituras. Este
es el resultado de la segunda caída del hombre.

5. El altar no tenía gradas

Según Éxodo, al instituir la ley en el monte Sinaí, Dios ordenó a los israelitas
edificar un altar sin gradas. Esto se debía a que Dios no quería que ninguna
parte de sus cuerpos pudiera ser vista cuando los israelitas subieran al altar a
ofrecer sacrificios. La noción misma de exhibir el cuerpo es algo que Dios
aborrece. Dios se opone a que el hombre exhiba su cuerpo. Aparte de las manos,
los pies y la cabeza, todas las otras partes de nuestro cuerpo deben estar
cubiertas; y las manos, los pies y la cabeza tienen que ser cubiertas por la
sangre. La tendencia moderna de exhibir nuestros cuerpos viola los principios
originales establecidos por Dios. El propósito original de Dios es que los
hombres se cubran con vestiduras. Incluso cuando uno se acerca al altar a
ofrecer sacrificios, no debe dejar su cuerpo al descubierto. No es correcto que los
hombres estén descubiertos.

6. El sacerdote se vestía
con una larga túnica y calzoncillos

Las prendas que vestía el sacerdote eran muy finas, estaban cosidas con un
punto muy fino que impedía cualquier abertura en la costura, pues Dios les
tenía prohibido descubrirse. Los sacerdotes no podían descubrirse de manera
alguna delante de Dios. Ellos usaban un efod muy largo y, además, vestían
calzoncillos para evitar cualquier posibilidad de que su cuerpo fuese expuesto
(Éx. 28:42). La Biblia es consistente en su énfasis: el vestido es para cubrir, no
para exhibir. Esta es una de las principales características que debe tener todo
vestido.

7. El vestido simboliza
la redención y al Señor Jesús

Dios hace del vestido un símbolo de nuestra redención. Este es también un


símbolo del propio Señor Jesús. Nosotros nos hemos vestido con la salvación
que Dios efectuó y nos hemos vestido de Cristo Jesús. Somos aquellos que se
han revestido del nuevo hombre. A Dios no le agrada ver en nosotros ninguna
clase de abertura o brechas. Estamos completamente revestidos de la salvación,
de Cristo y del nuevo hombre. Todo nuestro ser está cubierto por Dios. Somos
salvos y estamos vestidos con la salvación.

Cada vez que nos vestimos, nuestros ojos internos deben ser abiertos para ver a
Cristo y la salvación. Antes de vestirnos, estábamos desnudos. Delante de Dios,
estábamos completamente descubiertos y no podíamos escondernos de la luz de
Dios ni de Su juicio. ¡Gracias a Dios que hoy estamos cubiertos! Ante Dios,
estamos revestidos de Su salvación y Su justicia. Nos hemos vestido con la
vestimenta provista por Dios. Estamos revestidos de Cristo y del nuevo hombre.
El hecho de que nuestro vestido nos cubra por completo, representa el hecho de
que la cobertura recibida del Señor nos cubre por completo. Debemos darle la
debida importancia a lo que esto significa. ¡Qué maravilloso que Dios sea tan
misericordioso como para cubrirnos! Así pues, estamos completamente
cubiertos ante Dios.

El principio subyacente al acto de vestirse es el de proveer cobertura. Los


cristianos no debieran vestirse con prendas que no los cubren. Cualquier prenda
que exhiba alguna parte de nuestro cuerpo deberá ser desechada. Vestirse tiene
como propósito cubrir, no exhibir. Nadie debe confeccionarse ni vestirse con
prendas que corresponden al principio de exhibirse, en vez del principio de
cubrirse. El principio subyacente a todo exhibicionismo es incompatible con los
principios cristianos.

B. Las prendas contaminadas por la lepra

En segundo lugar, Levítico nos dice que una persona puede contraer lepra, y que
una vivienda, al igual que una prenda, también puede ser contaminada por la
lepra. Muchos de los vestidos que hoy se utilizan, en especial los vestidos para
damas, tienen la plaga de la lepra. Este asunto de nuestra vestimenta tiene que
ser abordado con toda seriedad.

1. Dos maneras diferentes


de enfrentar este problema

Levítico 13 nos indica que hay dos maneras diferentes de enfrentarnos al


problema de las prendas de vestir que han sido contaminadas por la lepra.
Algunas prendas eran enviadas al sacerdote. El sacerdote examinaba estas
prendas para examinar la lepra que estaba en ellas. Si la lepra se desarrollaba y
se extendía, la vestimenta era incinerada y eliminada por completo. Esta prenda
ya no se podía usar. En otros casos, la lepra no se había extendido, sino que
apenas había ennegrecido. En estos casos, el sacerdote recortaba el pedazo de
tela más afectado y luego lavaba la prenda. Si a pesar de ello la lepra
permanecía, esta prenda de vestir tenía que ser incinerada. Pero si después que
el sacerdote lavó la prenda y recortó la parte más afectada, la lepra era detenida,
entonces uno podía conservar dicha vestimenta.

2. Debemos traer nuestras prendas de vestir


al Señor y examinarlas una por una

Un nuevo creyente tiene que darle la debida importancia a este asunto del
vestido. Si tiene alguna duda con respecto a cualquiera de sus prendas de vestir,
debe traer la prenda delante del sacerdote para que éste la examine. Hoy en día,
el Señor es el Sumo Sacerdote. Uno tiene que preguntarle a Él si uno puede usar
o no tal vestimenta. No debemos pensar que se trata de algo insignificante. Este
es un asunto muy importante para todo nuevo creyente. Si usted no sabe qué
prendas están contaminadas por la lepra, usted debe traérselas al Sacerdote y
dejar que sea el Señor quien le diga si esas prendas están contaminadas o no.

Recuerden que uno debe separarse de quien haya contraído lepra. Una vivienda
infectada con lepra tenía que ser demolida, y los vestidos contaminados con la
lepra tenían que ser incinerados. Por supuesto, hoy en día no necesitamos
incinerar nuestros vestidos, pero, por lo menos, debemos dejar de vestirnos con
tales prendas. Hay muchas prendas de vestir que están contaminadas con lepra.
Muchas de esas prendas pueden volverse a usar después de alargar las mangas,
después de teñir el vestido de otro color o alterarle el estilo. Podemos conservar
algunas prendas de vestir después que éstas han sido examinadas por el
sacerdote y alteradas un poco. Pero otras prendas, por conservar su índole
leprosa, aún después de haber sido examinadas y alteradas, tendrán que ser
desechadas por completo. En cuanto uno cree en el Señor, tiene que presentarle
al Señor sus prendas de vestir, una por una, y permitir que Él examine cada una
de ellas en detalle. Uno debe dejar que el Señor le diga si esa prenda es
apropiada o no. Todo nuestro vestuario debe ser examinado pieza por pieza.

Tengo la esperanza que los nuevos creyentes se comportarán como corresponde


a cristianos al presentarse delante de los demás. Sería muy desagradable ver que
algunos duden de la autenticidad de un cristiano debido a la clase de ropa que él
o ella vista. Otros nos dirán si somos cristianos o no, basándose en la clase de
ropa que vestimos. Una persona que está limpia, jamás se vestiría con prendas
contaminadas por la plaga. Nuestra lepra ha sido limpiada, y nuestros pecados
perdonados. De ahora en adelante, no debemos vestirnos más con vestimentas
infectadas por la lepra.

Los nuevos creyentes tienen que presentar todas las piezas de su vestuario al
Señor y orar con respecto de cada una de las prendas. No deben esperar a que
otro hermano venga y les diga lo que es bueno y lo que es malo. Usted mismo
tiene que traer todas sus prendas delante del Señor y dejar que sea Él quien
juzgue. Usted tiene que preguntarle al Señor: “Ahora que soy un creyente, ¿está
bien que use esta ropa; es apropiada esta vestimenta?”. Algunas prendas de
vestir tendrán que ser desechadas, mientras que otras tendrán que ser
modificadas. Deje que el Señor le enseñe qué debe hacer. Algunas prendas
simplemente no se pueden modificar. Usted mismo tiene que decidir si alguna
prenda está relacionada al pecado o no. Existe una relación muy estrecha entre
usted y su manera de vestir. Así pues, tenemos que abordar esta cuestión con
mucha seriedad.

3. Debe existir una diferencia clara


entre varones y mujeres

La Biblia prohíbe a los varones vestirse con ropa de mujeres y viceversa (Dt.
22:5). La tendencia hoy en día es la de anular las diferencias que existen entre
las ropas de varón y las ropas de mujer. Cada vez más, esta diferencia está
desapareciendo. Si esta tendencia continúa, pronto no habrá diferencia entre
varón y mujer. Todos los hermanos y hermanas deben tomar esto en cuenta. Los
hombres no deben vestirse con ropas de mujer, y las mujeres no deben vestirse
con ropas de varón. Ustedes tienen que mantener esta diferencia establecida por
Dios. Los hombres tienen que vestirse con ropa de varón, y las mujeres con ropa
de mujer. Todo aquello que hace que desaparezcan las diferencias en género, no
glorifica a Dios. El pueblo de Dios y los hijos de Dios tienen que aprender a
conservar las diferencias apropiadas en sus vestimentas.

4. El vestido de las hermanas

Hablemos primero acerca del vestido de las hermanas. En términos generales, el


asunto del vestido es más sencillo en el caso de los hermanos. El caso de las
hermanas presenta mayores complicaciones que el de ellos. Examinaremos
detalladamente dos pasajes bíblicos.

a. Los vestidos costosos y la mansedumbre

En 1 Pedro 3:3-5 se nos dice: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados


ostentosos, de adornos de oro o de vestidos, sino el del hombre interior
escondido en el corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu manso y
sosegado, que es de gran valor delante de Dios. Porque así también se ataviaban
en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas
a sus propios maridos”.

Este es el único pasaje bíblico en el que aparece la expresión santas mujeres. La


frase varones santos es hallada en diversos pasajes de la Palabra, pero este es el
único pasaje en el que se habla de santas mujeres. Porque así se ataviaban
aquellas santas mujeres, estando sujetas a sus propios maridos, ellas estaban
ataviadas con un espíritu manso y sosegado.

Las palabras de Pedro indican que muchas hermanas tenían la costumbre de


ataviarse con peinados ostentosos, adornos de oro y vestidos. El apóstol no
estaba contento con la manera en que ellas se vestían. Los peinados ostentosos,
los adornos de oro y los vestidos llamativos no son apropiados. No estamos
diciendo que las hermanas deban vestirse desaliñadamente. Si son desaliñadas,
esto denota una deficiencia en su carácter. Si una hermana se viste
desaliñadamente y, lejos de arreglarse, es descuidada y sucia, esto significa que
ella es una persona frívola e irresponsable. Esto no es lo que Pedro quiso decir.

Lo que Pedro dijo es que era erróneo que las mujeres se arreglaran el cabello de
la manera descrita por él. La frase que se tradujo “peinados ostentosos”, en el
texto original significa arreglar el pelo en muchos estilos. A lo largo de la
historia, se han ideado muchos estilos de peinado. La frase adornos de oro se
refiere a adornarse con joyas. Los cristianos no pueden hacer esto. La palabra
vestidos en este versículo se refiere, probablemente, a vestidos coloridos y de
moda. Pedro recalca el hecho de que las hermanas no debieran ataviarse con
peinados ostentosos ni con adornos de oro ni con vestidos costosos. En lugar de
ello, ellas deben ataviarse con un espíritu manso y sosegado.

A veces, una mujer se viste ostentosamente, sin embargo tiene un genio como el
de un león rugiente. Uno no puede dejar de notar que lo que ella es, no es
compatible con lo que viste, y que sería mucho mejor dejar de vestirse con
prendas ostentosas. Simplemente resulta contradictorio que una dama
elegantemente vestida, vocifere furiosamente. Pero si una mujer es mansa y
sumisa, entonces ella ya se ha vestido con el mejor de los atavíos. Una mujer que
sirve a Dios no debe darle mucha importancia a su manera de vestir. Por ser
cristianos, no debemos poner mucho énfasis en el vestido.

b. Ataviadas con ropa decorosa, con pudor y cordura

Examinemos 1 Timoteo 2:9-11: “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa


decorosa, con pudor y cordura; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni
vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que
profesan reverencia a Dios. La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción”.

Una de las exigencias básicas de Dios para toda mujer es el pudor. Es bueno
sentir pudor y manifestar recato. Esto es una protección natural para las
hermanas. Las hermanas que son pudorosas y recatadas se hallan naturalmente
protegidas. No se vistan con prendas que van en contra de su sentido de
vergüenza. Además, tienen que actuar con cordura. No se vistan con prendas
indecorosas. Tal desvergüenza es contraria a la cordura. Vístanse siempre con
“ropa decorosa”. Toda hermana sabe lo que es considerado apropiado en su
respectiva comunidad. Siempre debemos vestirnos con prendas que aquellos
que nos rodean consideren apropiadas. Un cristiano no debe vestirse con
ninguna prenda que le dé la oportunidad a una persona pagana a decir: “¿Los
cristianos también se visten con tales cosas?”. Nuestro estándar jamás debe ser
inferior al de la gente pagana. Tenemos que aprender a comportarnos con pudor
y cordura, y debemos reconocer lo que es la “ropa decorosa”.

El versículo 9 continúa: “No con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos


costosos”. Esto se refiere en particular al rizado del cabello. Al hablar de
peinados ostentosos, Pedro estaba refiriéndose a los muchos estilos que las
mujeres utilizan para sus peinados. Rizar el cabello es hacerse muchos rizos,
como racimos de uvas. Hace más de dos mil años, las mujeres ya estaban
preocupadas por estar de moda. Hoy en día, muchos piensan que para estar de
moda es necesario rizarse el cabello y recogerlo en manojos. En realidad, eso es
bastante antiguo; ya lo hacían hace dos mil años. Aquí también se habla de
vestidos costosos. Algunos vestidos poseen el mismo valor que los demás
vestidos pero, sin embargo, tienen precios más elevados. No debiéramos
vestirnos con los vestidos más costosos ni gastar mucho dinero en ellos.

Las hermanas tienen que preocuparse de que sus vestidos sean los más
apropiados. No es nuestra intención, ni era la de Pablo o Pedro, pedirle a una
hermana que sea desaliñada, descuidada o despreocupada con respecto a su
manera de vestir. Pero tampoco debiéramos procurar adquirir vestidos
sofisticados ni prendas costosas. Las hermanas deben vestirse con prendas
apropiadas y deben aprender a administrar apropiadamente su vestuario. Ellas
deben poner su vestuario en orden, valiéndose para ello de prendas que tengan
un precio razonable. Ninguna hermana debe ser descuidada en cuanto a su
modo de vestir.

Algunas hermanas le dedican mucho tiempo a sus ropas. Les atraen demasiado
las prendas sofisticadas y los vestidos costosos. Otras hermanas, en cambio, no
sólo no se esmeran por ser prolijas y pulcras con respecto a su vestido, sino que
son muy desaliñadas con respecto a su vestimenta. Esto demuestra que ellas son
descuidadas. El vestido de una hermana es el fiel reflejo de su carácter. Una
persona que no se preocupa por su aseo y cuidado personal, es una persona
negligente, desaliñada y descuidada. Nuestra vestimenta tiene que ser
apropiada, arreglada y limpia. Tiene que ser sencilla pero pulcra.

5. El sello del Espíritu Santo


debe estar sobre nuestra manera de vestir

Levítico 8:30 dice que, en conformidad con el mandamiento de Dios, “tomó


Moisés del aceite de la unción ... y roció sobre Aarón, y sobre sus vestiduras,
sobre sus hijos, y sobre las vestiduras de sus hijos con él; y santificó a Aarón y
sus vestiduras y a sus hijos y las vestiduras de sus hijos con él”. Por tanto,
nuestros vestidos tienen que ser sellados con la marca de santidad. Sobre
nuestros vestidos debe estar el sello del Espíritu Santo, el sello del aceite de la
unción. Cuando uno es ungido, su vestimenta también es ungida, y ambas son
santificadas juntas.

En Números 15:38 se nos dice que Dios ordenó a los israelitas que pusieran
franjas, o borlas, en los bordes de sus vestidos y que pusieran en cada franja de
los bordes un cordón azul. Azul es el color de los cielos. Tales cordones servían
para recordarle a los hombres las cosas celestiales. El vestido de un creyente
tiene que poseer cierto sabor celestial. No debe expresar el mundo. No debe
seguir los patrones del mundo en cuanto a su libertad y sofisticación. Más bien,
debe expresar lo celestial por medio de su vestimenta. Nuestra manera de vestir,
así como nuestra propia persona, deben ser completamente santificadas.
6. Algunos principios que deben regir
nuestra manera de vestir

a. Nuestra libertad personal

Me gustaría hacer una afirmación bastante general con respecto a mi opinión


personal sobre nuestra manera de vestir. Yo no estoy afirmando que todos los
hijos de Dios deben vestirse de la misma manera. Ni pretendo pedirle a las
hermanas que ignoren por completo el asunto de la belleza externa. Tampoco
estoy diciendo que todos los hermanos y hermanas deben vestirse sólo con
prendas confeccionadas con las telas más baratas y los peores materiales. La
Biblia no ordena tal cosa. Juan se presentó vestido con piel de camello, pero el
Señor Jesús se presentó vistiendo una túnica interior que no tenía costuras, una
prenda de vestir que era de la más alta calidad en aquellos tiempos. Así pues,
existe un principio básico que rige la manera en que los cristianos deben
vestirse, y este es, que Dios ha dado a todos la libertad de vestirse como gusten.
Nosotros tenemos la completa libertad para elegir los materiales que nos gustan
y escoger el estilo que preferimos.

b. No debemos llamar la atención

Sin embargo, debemos tomar en cuenta una cosa: nuestros vestidos no deben
llamar más atención que nuestra persona. Ningún cristiano debiera hacer esto.
Si nuestra manera de vestir siempre llama la atención de los demás, esto denota
que hay algo mal en nuestro modo de vestir. Lo que vestimos debe expresar lo
que somos. Si ponemos un ramo de flores en un florero, y todos prestan
atención al florero, entonces hay algo que está mal con el florero. El vestido
debe expresar a la persona. Nuestra vestimenta no debe usurpar aquello que
somos. Lo peor que podemos hacer es utilizar una vestimenta que haga que la
gente le preste más atención a nuestra apariencia que a nuestra persona. Este es
un gran error.

c. Nuestra vestimenta debe concordar


con la posición que tenemos

Otro aspecto que debemos considerar es que la vestimenta de una persona debe
concordar con la posición que ella tiene. No debemos vestirnos ni muy
pobremente ni con mucha elegancia. Por favor recuerden que vestirse
pobremente llama tanto la atención como vestirse con mucha elegancia. No
debiéramos darle tanta importancia a nuestra vestimenta ni tampoco
debiéramos hacer que concite la atención de los demás. Es incorrecto dar a los
demás la impresión de que estamos vestidos con elegancia excesiva. Sin
embargo, también es incorrecto vestirnos tan pobremente que los demás se
sientan incómodos a nuestro lado. Nuestra vestimenta tiene que corresponder
con nuestra posición. Los demás no deben tener la impresión de que somos muy
elegantes ni demasiado pobres en nuestra manera de vestir. Tenemos que
glorificar a Dios con nuestra vestimenta.

d. Nuestra vestimenta no debe hacernos


conscientes de nosotros mismos

Además, nuestra vestimenta no debe hacer que estemos demasiado conscientes


de nuestra propia persona. Algunas personas están siempre conscientes de lo
que visten. Esto es indicio de que hay algo erróneo con respecto a su manera de
vestir. Tales personas se han convertido en un colgador para sus ropas y sus
prendas han adquirido mayor importancia que su propia persona. Ellas no
visten sus ropas, sino que sus ropas las visten a ellas. Tales personas están
siempre pensando en cómo están vestidas. Ellas le dan excesiva importancia a
su apariencia. Esto quiere decir que su vestimenta es demasiado atildada o
demasiado pobre. Si una persona está vestida pobremente, ella estará
excesivamente consciente de su ropa cuando esté en compañía de otras
personas. Y si está vestida con demasiada elegancia, también estará consciente
de lo que viste. Ambas actitudes son erróneas.

Es mejor vestir prendas que no llamen nuestra atención ni la atención de los


demás. Debemos vestirnos con prendas comunes y corrientes. Al mismo tiempo,
nuestras prendas deben concordar con nuestro status y deben ser dignas de
Cristo. Todo cuanto sobrepasa estos linderos es inapropiado. Es algo grandioso
que en nuestros días podamos presentar un testimonio cristiano por medio de
nuestra vestimenta. Esto quiere decir que los demás podrán identificarnos como
cristianos al considerar nuestra apariencia.

II. LA ALIMENTACIÓN

Abordemos ahora el tema de la alimentación.

En Génesis 2, Dios le proveyó al hombre de alimentos para sustentarlo. Esto


ocurrió antes de que el hombre pecara. El asunto de la alimentación ya es
abordado en Génesis 2; el de las vestiduras comienza en Génesis 3, pero la
alimentación ya jugaba un papel importante antes de que el hombre cayera.
Dios había dispuesto que el hombre ingiriera toda clase de frutas. Antes de que
el hombre pecara, las frutas constituían el alimento dispuesto por Dios para el
hombre.

A. Después de la caída se necesitaba la carne

Según Génesis 3, después que el hombre cayó, Dios dispuso que el hombre se
alimentara de hierbas y que obtuviera el pan con el sudor de su rostro. Este era
el alimento dado por Dios al hombre en Génesis 3. Al llegar a Génesis 4, Dios
puso Su sello de aprobación sobre Abel pero no sobre Caín, aun cuando no se
había establecido ninguna norma al respecto. Caín era un agricultor, mientras
que Abel criaba ovejas. Abel pastoreaba ovejas y recibió el sello de aprobación
de Dios. Abel ofreció sacrificios a Dios y fue aceptado por Dios. Caín labraba la
tierra. Él trajo delante de Dios el producto de la tierra, pero Dios no aceptó su
ofrenda. Génesis 4 no dice nada con respecto a la voluntad de Dios, pero cuando
leemos Génesis 9, vemos que Dios le dio al hombre los animales para su
alimento (v. 3), de la misma manera que le dio frutas para su alimento en el
comienzo.

1. Sacrificar vida para preservar vida

¿Por qué Dios le dio al hombre los animales para su alimento? En primer lugar,
esto indica que el hombre necesita comer. Pero esto no es todo. La necesidad
que el hombre tiene de alimentarse después de la caída es diferente a la que
tenía antes de la caída. Tenemos que comprender el significado que tiene la
comida. Lo que comemos sustenta nuestra vida. Si el hombre no come, se
muere. Nadie puede vivir ni sobrevivir sin comer. Además de comer hierbas,
verduras y frutas, Dios dispuso que el hombre ingiriera carne para poder vivir y
sobrevivir. En otras palabras, Dios nos muestra que después que el pecado entró
en el mundo, la vida tiene que ser sacrificada para preservar vida. Se necesita
que un animal pierda su vida para que mantengamos nuestra vida. Después que
el pecado entró en este mundo, el derramamiento de sangre era necesario para
sustentar la vida. Ésta es la razón por la cual los alimentos del hombre, después
de su caída, tienen que ser distintos a los que ingería antes de la caída. Los
cristianos no deben ser vegetarianos, sino que tienen la libertad de comer carne.

Esto no significa que la carne sea necesariamente buena para nuestro cuerpo. Si
es de beneficio para nuestro cuerpo o no, es algo diferente. Nosotros no somos
investigadores médicos, que afirman que la proteína procedente de los animales
es mejor que la de los vegetales. El principio básico por el cual nos podemos
regir es que desde que el pecado entró en el mundo, el hombre no puede tener
vida sin que otra vida sea sacrificada. Después de pecar, el hombre ya no podía
recibir vida sin que ocurriera muerte. La vida sólo puede venir por medio de la
muerte. Sin la muerte el hombre no puede vivir. A fin de poder vivir, el hombre
requiere del derramamiento de sangre. Si tenemos muerte, tenemos vida. Éste
es el principio básico con respecto a los alimentos después de la caída del
hombre.

Desde los tiempos de Abel y, en particular, después del diluvio, Dios puso este
camino a disposición de los hombres. Al ser vegetarianos estamos declarando
subconscientemente que podemos vivir sin muerte, que podemos vivir sin que
ocurra derramamiento de sangre. ¿Tenemos claro este principio? Esta es la
razón por la cual Dios le dio al hombre todo animal para que comiese, después
del diluvio. Ya no es posible que el hombre viva sin que ocurra pérdida de vida.
¡Damos gracias a Dios pues Cristo dio Su vida por nosotros! Ahora, podemos
recibir vida.

Romanos 14 indica que algunas personas todavía creían que podían ser
vegetarianas, al igual que Adán antes de la caída, comían sólo verduras. Pablo
nos dijo que no debíamos criticar a tales personas, que no debíamos impedírselo
ni condenarlos por ello. Aquellos que comen carne no deben criticar a quienes
no la comen, y aquellos que no comen carne no deben criticar a quienes sí la
comen. Sin embargo, Pablo indicó algo: aquellos que únicamente comen
verduras, son débiles (v. 2). Si bien no debemos criticarlos por ser vegetarianos,
esto no quiere decir que esté bien que sean vegetarianos. Esto únicamente
significa que no queremos avergonzar a los demás con respecto a la comida.

Sin embargo, tenemos que darnos cuenta que la redención cristiana involucra la
vida que surge de la muerte. Antes de que haya vida, primero tiene que haber
muerte. Los vegetales no son suficientes, pues la muerte tiene que preceder a la
vida. La vida es sustentada por medio de la muerte. Este es un principio
cristiano fundamental. Algunos pueden tener una conciencia débil y quizás sólo
coman vegetales. Nosotros no debemos poner su debilidad al descubierto. Sin
embargo, la postura que debe adoptar un cristiano es que la carne es necesaria
porque ella mantiene la vida.

2. La abstinencia de alimentos
es enseñanza de demonios

Según 1 Timoteo 4 surgirían enseñanzas de demonios que prohibirían casarse y


mandarían abstenerse de alimentos (vs. 1, 3). D. M. Panton nos ha dado cierta
luz sobre esto. Él dijo que uno puede desarrollar el poder del alma únicamente
por medio de abstenerse del matrimonio y de alimentos. Tenemos que
comprender que nosotros no somos de aquellos que se abstienen de comer
carne. En los últimos días se practicarán cosas tales como abstenerse de
alimentos. Esta es enseñanza de demonios, esta no es la enseñanza del Señor.
Algunos se abstienen de comer carne porque no conocen el principio cristiano
de obtener vida por medio de la muerte. Comer únicamente vegetales significa
que la vida de uno se mantiene sólo por la vida vegetal y que no necesita de un
Salvador; no necesita la muerte ni necesita la salvación. Debemos estar muy
claros acerca de este principio.

B. Abstenernos de sangre

Segundo, una cosa de la que sí deben abstenerse, todos los cristianos es: sangre.
1. Se prohíbe ingerir sangre
en las tres dispensaciones

La abstinencia de sangre es una enseñanza invariable a lo largo de la Biblia.


Cuando Dios le habló a Noé, en Génesis 9, Él le prohibió a los hombres que
tomaran de la sangre de los animales (v. 4). Tomar sangre era algo que Dios
prohibió.

En Levítico 17:10-16, de manera clara y reiterada, se nos dice que el hombre no


debía comer la sangre de ningún animal. Dios le prohibió a Su pueblo comer
sangre de animales. Dios cortaría a cualquiera que comiese sangre, pues Él no
reconocería a semejante persona como perteneciente a Su pueblo.

En el Nuevo Testamento, en Hechos 15, podemos leer el relato del primer


concilio celebrado en Jerusalén, en el cual la iglesia se reunió para solucionar
una cuestión muy importante: la ley. Jacobo, Pedro, Pablo, Bernabé y otros
apóstoles del Señor resolvieron que los hijos de Dios no debían estar sujetos a la
ley; pero al mismo tiempo indicaron que ellos debían abstenerse de lo
sacrificado a los ídolos, de la fornicación y de sangre.

La sangre tiene gran significado, no sólo en los tiempos de Noé o en los tiempos
en que se escribió Levítico, sino también en los tiempos del libro de Hechos. En
la dispensación de los patriarcas, Dios prohibió a Noé ingerir sangre de
animales. En la dispensación de la ley, Dios habló por boca de Moisés y prohibió
lo mismo. Y en la dispensación de la gracia, Dios prohibió lo mismo por medio
de los apóstoles. Esto es algo que fue prohibido por Dios en cada una de las tres
dispensaciones. La sangre no se debe tomar en la dispensación de los patriarcas,
en la dispensación de la ley ni en la dispensación de la gracia.

2. Bebemos únicamente la sangre del Señor Jesús

Tiene que haber un motivo para tal observancia. Los hombres del pasado no
entendieron esto, pero un día el Hijo de Dios vino al mundo y nos dijo que Él
era el pan venido del cielo y que Él venía para ser el alimento del hombre.
Muchos no sabían que quería decir con esto. Él dijo que Su carne era verdadera
comida y Su sangre verdadera bebida. En el capítulo 6 de Juan, el Señor reiteró
una y otra vez que Su sangre era verdadera bebida y que los hombres tienen que
beber Su sangre antes de recibir Su vida. Él también dijo que a menos que un
hombre bebiera de Su sangre, éste no tendría vida en sí mismo. Aquellos que
beban de Su sangre serán resucitados el último día, y Dios les dará vida. El
Señor repitió esto varias veces.

¡Esto es maravilloso! Las tres dispensaciones básicas mencionadas en la Biblia


prohíben tomar sangre. Sin embargo, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, dijo:
“Mi sangre es verdadera bebida” (v. 55). Él encargó a los hombres beber de Su
sangre. ¿Se dan cuenta de esto? Dios les prohibió a los hombres que bebieran la
sangre de animales; sin embargo, aquellos que beben la sangre de Jesús son
salvos. ¿Qué significa esto? Esto quiere decir que después que uno ha bebido de
la sangre del Señor, uno no puede beber ninguna otra clase de sangre.
Solamente hay una clase de sangre que nosotros podemos beber: la sangre de
Jesús.

En otras palabras, la disposición divina con respecto a abstenerse de beber


sangre, nos dice que sólo existe una redención y una sola salvación. Nosotros no
podemos recibir otra redención además de esta; ni tampoco podemos recibir
otra clase de salvación aparte de esta. Únicamente podemos tomar la sangre de
Jesús de Nazaret. Toda otra sangre está prohibida. La sangre del Señor significa
redención, y también significa salvación. Rechazar cualquier otra clase de
sangre equivale a rechazar otras clases de salvación. No conozco otra salvación
que no sea la salvación de Jesús. Únicamente una clase de sangre hay para mí;
no hay dos. Solamente una clase de sangre puede salvarme. No aceptaré
ninguna otra clase de sangre.

Quizás esto sea algo insignificante para usted, pero este es uno de los muchos
testimonios que tenemos que son muy cruciales. Como cristianos, damos
testimonio de muchas maneras. Esta es una de ellas. Tal vez los que están en
otras religiones nos pregunten por qué no bebemos la sangre de animales.
Tenemos que decirles que ya hemos tomado la sangre. Al no beber otra clase de
sangre, damos un testimonio muy firme delante de los hombres. Nosotros no
tomamos ninguna otra clase de sangre, porque ya hemos tomado cierta clase de
sangre. Hemos bebido de esta sangre y, por tanto, no podemos beber de
ninguna otra. La sangre de Jesús de Nazaret constituye nuestra única redención.
Por ello, nosotros ya no podemos aceptar ninguna otra clase de redención. Ya
hemos aceptado la redención del Señor y hemos rechazado todos los otros
caminos de salvación. Por esta razón no bebemos la sangre de animales.

3. Debemos abstenernos
de comer animales estrangulados

Tanto en el capítulo 17 de Levítico como en otros pasajes del Antiguo


Testamento, se ordena no comer animales estrangulados. Hechos 15 afirma que
no debemos ingerir lo que haya sido ahogado. Esto también se relaciona con la
sangre. En un animal que ha sido estrangulado, la sangre no se ha separado de
la carne. Así pues, nosotros no bebemos de ninguna otra sangre porque damos
testimonio de que sólo existe una salvación en el universo. Esta es la razón por
la cual los hijos de Dios deben rechazar toda otra clase de sangre; no deben
ingerirla en lo absoluto.
C. No hay diferencia entre animales limpios
e inmundos en nuestros días

1. En el Antiguo Testamento
se prohibieron los animales inmundos

En Levítico 11 Dios le dio a los israelitas una lista de animales limpios que
podían comer y una lista de animales inmundos, tales como los reptiles, que
ellos no podían comer. Algunos de los pescados de mar son comestibles,
mientras que otros no. Asimismo, algunas aves son comestibles, mientras que
otras no. Las aves carnívoras no son comestibles. Los peces que tienen escamas
y aletas son comestibles, mientras que aquellos que no tienen escamas ni aletas
no lo son. Levítico contiene una lista de preceptos con respecto a lo que es
limpio y a lo que es inmundo, y con respecto a lo que puede comerse o no. En
esta lista están todos los peces del mar, todas las aves que vuelan en los aires,
todo lo que se arrastra y todos los animales que viven sobre la tierra.

Son muchos los que han reflexionado acerca del significado que tienen los
preceptos contenidos en Levítico 11. ¿Debieran los creyentes del Nuevo
Testamento obedecer tales preceptos? Leamos Hechos 10. Mientras Pedro oraba
en la azotea, le sobrevino un éxtasis en el que vio los cielos abiertos. Y vio
descender un objeto semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas
era bajado a la tierra. En esta especie de lienzo se encontraban todos los
cuadrúpedos y reptiles de la tierra y aves del cielo. Según Levítico 11, todos estos
animales eran aquellos que Dios había prohibido comer. Pero Dios le dijo a
Pedro: “Levántate, Pedro, mata y come” (Hch. 10:13). Pedro era un judío y,
como tal, observaba la ley. Él le respondió al Señor: “Señor, de ninguna manera;
porque ninguna cosa profana o inmunda he comido jamás” (v. 14). Entonces
una voz vino a él una segunda vez, diciendo: “Lo que Dios limpió, no lo tengas
por común” (v. 15). Esto se repitió tres veces, después de lo cual el lienzo volvió
a ser recogido en el cielo.

2. El libre albedrío según el Antiguo Testamento

Debemos comprender que los preceptos contenidos en Levítico 11 nos dan una
idea de la enseñanza que se nos da en Hechos 10. No es que Dios haya fijado su
mente en la clase de pescados que uno puede comer; ni tampoco que esté
pensando en qué clase de animal uno debe comer. ¿Acaso Dios no tomó esto en
cuenta cuando le dio por alimento a Noé todos los animales de la tierra? En el
tiempo de Noé no se hacía distinción entre animales limpios e inmundos; se
podía comer de todo. ¿Por qué entonces se distinguen animales limpios de
animales impuros en Levítico 11? Durante el tiempo de Noé, Dios no había
tomado ninguna decisión con respecto a Su pueblo en la tierra, pero en el
tiempo en que se escribió Levítico, Dios había hecho una elección: Él había
escogido a Israel. Los israelitas salieron de Egipto y fueron elegidos para ser el
pueblo de Dios. Por tanto, había una separación entre los que formaban parte
del pueblo de Dios y los que no pertenecían a Su pueblo. Dios no sacó a colación
este asunto de la elección en tiempos de Noé; el asunto de los animales limpios e
inmundos surgió durante el tiempo del éxodo, cuando ocurrió la separación
entre los judíos y los gentiles. En aquella época, era importante determinar
quiénes pertenecían y quienes no pertenecían al pueblo de Dios. Desde
entonces, se empezó a distinguir entre aquellas cosas limpias que se podían
comer y aquellas cosas inmundas que no se podían comer. Un grupo de
personas podía participar de la comunión, mientras que el otro grupo no podía
hacerlo. A Dios le agradó un grupo de personas, pero el otro grupo no. Así pues,
los alimentos se convirtieron en un símbolo de tal distinción. Los alimentos no
son solamente alimentos, sino que ellos nos revelan un principio: las cosas
comestibles son aquellas cosas que son gratas a Dios, mientras que las
prohibidas son las que desagradan a Dios.

3. Los animales inmundos ahora se pueden comer

Después del derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, Dios le dijo a


Pedro que se levantara, matara y comiera. Desde ese tiempo en adelante, la
gracia de Dios vino sobre los gentiles inmundos. Hoy en día, todos pueden ser
escogidos. Lo que Dios consideró inmundo en el Antiguo Testamento ahora, en
el Nuevo Testamento, puede ser considerado limpio. Así pues, se han invalidado
los preceptos contenidos en Levítico 11. Hoy los israelitas no son los únicos que
conforman el pueblo de Dios, pues tanto gentiles como israelitas pertenecen al
pueblo de Dios. Efesios 2 nos muestra que tanto los gentiles como los judíos se
han acercado a Dios y que de ambos pueblos ha surgido uno solo, lo cual les
permite recibir gracia juntos.

Dios le dijo a Pedro tres veces: “Lo que Dios limpió, no lo tengas por común”
(Hch. 10:15). Estas palabras sirvieron de explicación para la visión recibida. En
cuanto la visión se desvaneció, los enviados de la casa de Cornelio tocaron la
puerta. Y cuando Pedro descendió, comenzó a entender la visión que había
recibido en la azotea. Él comprendió que los gentiles también tenían derecho a
la gracia. Espontáneamente, tomó algunos hermanos con él y fue con ellos a
visitar el hogar de un gentil. Después, mientras él daba testimonio, Dios
manifestó Su gracia a los gentiles del mismo modo que lo había hecho con los
creyentes judíos.

4. Nuestro testimonio difiere del de los judíos

Nuestro testimonio difiere del de los judíos. Hoy en día, los judíos son pueblo de
Dios, y los gentiles también son pueblo de Dios. Si nos abstenemos de comer
algunas cosas, esto equivale a afirmar que los judíos son pueblo de Dios, pero
nosotros no. El mandamiento actual consiste en ordenarnos que nos
levantemos, matemos y comamos. Así pues, no debemos comer sólo lo que
consideramos limpio y abstenernos de comer lo que consideramos inmundo. Lo
que Dios limpió, no debemos considerarlo común o inmundo.

Nosotros comemos tanto lo limpio como lo impuro para dar testimonio del
hecho de que tanto judíos como gentiles son ahora pueblo de Dios. En el
Antiguo Testamento, únicamente se ingería lo limpio, lo cual daba a entender
que solamente los israelitas pertenecían al pueblo de Dios. En aquella época, lo
correcto era comer una sola clase de alimentos. Asimismo, en nuestros días, lo
correcto es comer de ambas clases de alimentos, pues hoy no estamos
basándonos en lo establecido por Levítico 11. Más bien, nos basamos en que los
gentiles y judíos han recibido gracia juntos y que Dios abolió toda diferencia
entre ellos. Nuestra comida es un testimonio de este hecho.

D. No comer lo sacrificado a los ídolos

En cuarto lugar, 1 Corintios tiene mucho que decir acerca de lo sacrificado a los
ídolos.

El capítulo 8 de este libro nos dice que los ídolos nada son. Dios es Dios y los
ídolos, son vanidad. Los que tienen conocimiento consideran que es correcto
comer aquello que fue sacrificado a los ídolos, pues los ídolos nada son. Quizás
hayan espíritus malignos que se esconden detrás de esos ídolos, pero Dios es
mayor que tales espíritus malignos; pues mayor es el que está en nosotros, que
el que está en el mundo.

No obstante, hay muchos nuevos creyentes que, en el pasado, acudían al templo


a adorar ídolos. Ellos se relacionaron con los ídolos e ignoraban todo lo que
significa tener comunión con los demonios. Si ellos ven a uno que tiene
conocimiento comiendo en el templo, ellos pensarán que pueden hacer lo
mismo. Puede ser que se trate de un mismo comportamiento, mas en cada caso
la condición del corazón es diferente. Usted come porque sabe que los ídolos son
vanidad, pero es incorrecto que ellos coman porque, en sus corazones, ellos
todavía abrigan la idea de que los ídolos son algo. Así pues, usted podría hacer
que ellos pequen si usted actúa irresponsablemente con respecto a lo que come.

En 1 Corintios 8, Pablo dijo que era mejor para los creyentes no comer de lo
sacrificado a los ídolos, porque esto haría tropezar a los hermanos más débiles.
Es, pues, mejor no comer nada de tales cosas. Pablo consideraba que aquellos
que sólo comían vegetales eran débiles en cuanto a su conciencia. Pero en 1
Corintios se nos dice que es mejor abstenerse de comer lo que haya sido
sacrificado a los ídolos. Tenemos que captar cuál es el énfasis del escritor en esta
epístola. Los hijos de Dios tienen que saber que los ídolos son vanidad y que,
por tanto, nada son. Pero no deben hacer que otros sufran tropiezos por culpa
de ellos. Por esto, es mejor no comer nada de lo sacrificado a los ídolos.

Este principio no tiene nada que ver con los demonios; sino con los hermanos
que son débiles. Tenemos que tener esto bien en claro. Muchos se preocupan
por los demonios, pues son débiles. En realidad, la razón por la cual nos
abstenemos de comer tales cosas es porque no queremos causar tropiezos a
nuestros hermanos, no porque nos importen los demonios. Satanás no tiene
poder sobre nosotros. Los ídolos no tienen poder alguno sobre nosotros. No
tememos a los demonios. Pero, delante de Dios, tenemos que aprender a tomar
en cuenta a nuestros hermanos. Así pues, dejo de comer porque no quiero hacer
tropezar a mis hermanos.

E. Una opinión personal

Finalmente, quisiera darles mi opinión personal. La alimentación es algo muy


significativo en la Biblia y no debemos olvidar el significado que se le atribuye.

1. Los alimentos son para nutrir el cuerpo

Nuestros hábitos alimenticios, al igual que nuestra manera de vestir, deben


estar regidos por ciertos principios. El primer principio con respecto a nuestra
alimentación es que los alimentos son para nutrir nuestro cuerpo. Debemos
comer más de lo que nos nutre y menos de lo que no nos nutre. Jamás
debiéramos hacer que nuestros vientres sean dioses ni debemos gastar
demasiada energía en la comida. Por ser hijos de Dios, tenemos que comprender
que los alimentos son para nutrir nuestro cuerpo y para sustentarnos
físicamente.

2. El contentamiento y la añadidura

Los hijos de Dios deben estar contentos con la alimentación y el vestido. Las
aves del cielo no siembran ni siegan, pero Dios las alimenta. Esto se refiere a
nuestra alimentación. Los lirios del campo no se afanan ni hilan, pero están
mejor vestidos que el propio Salomón. Esto se refiere a nuestro vestido. Todo
está en las manos de Dios. Hoy en día, únicamente necesitamos buscar el reino
de Dios y Su justicia, y todas estas cosas nos serán añadidas (Mt. 6:26-33). Me
gusta la palabra: “añadidas”. ¿Qué significa añadidas? Si les pregunto: “¿Cuánto
es tres más cero?”, ustedes me dirían: “No tiene sentido añadir un cero a tres.
En realidad no tiene sentido añadir un cero a ninguna cantidad. Decir cero más
tres es superfluo”. ¿Qué se puede añadir a otra cantidad? Sólo tiene sentido
añadir un número positivo. Por ejemplo, uno puede añadir un uno al tres. Usted
debe buscar el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas le serán añadidas.
Esto quiere decir que a los que tienen el reino de Dios y Su justicia, Dios les
añadirá alimentos y vestido. Espero que todos los hermanos y hermanas
busquen el reino de Dios y Su justicia. A aquellos que tienen el reino de Dios y
que viven según la justicia de Dios, les será añadido todo lo demás. Espero que
los hijos de Dios sabrán mantener un testimonio apropiado delante de los
hombres en lo que se refiere al vestido y a la alimentación.

CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

EL ASCETISMO

I. EL ORÍGEN DEL ASCETISMO

Toda persona inconversa posee ciertos ideales. Aun aquella persona que vive en
pecado aspira a ciertos ideales bastante elevados y posee su propia noción de lo
que constituye una vida santa. Si bien tal persona es incapaz de llevar tal clase
de vida, ella considera dicha clase de vida como la norma para una vida santa.
Es interesante notar que aunque muchos incrédulos les gusta entregarse al
pecado y a la concupiscencia, ellos todavía conservan un concepto idealista de lo
que es una vida santa y piensan que si pudieran vivir de tal manera, serían
personas santas y libres de toda corrupción terrenal.

Todos los intelectuales tienen un concepto idealista de lo que es una vida santa.
Incluso las personas menos educadas y más sencillas, también tienen la idea de
que si una persona logra llevar una vida con cierto estándar, ella es buena y
noble.

A. Es un concepto mundano, no es cristiano

Nosotros trajimos tal concepto a la iglesia tan pronto como fuimos salvos.
Tenemos el concepto de que, por ser cristianos, ahora debemos llevar aquella
vida ideal la cual no podíamos llevar antes. En el pasado, vivíamos en el pecado,
fuimos criados en concupiscencias y no podíamos hacer nada para superar las
debilidades de nuestra carne. Ahora que hemos creído en el Señor, nos parece
que debemos de llevar una vida ideal. Pero éste es precisamente el motivo de la
frustración fundamental de los hombres: ellos se sienten capaces de llevar una
vida que se conforma a su propia versión de la vida ideal, mas no se dan cuenta
de que tal ideal se conforma al mundo y no tiene nada que ver con el hecho de
ser un cristiano. Recuerden que muchas personas, aun cuando se han hecho
cristianas, siguen teniendo las normas de conducta paganas. La vida ideal a la
que ellas aspiran es un ideal pagano. Así pues, tales personas traen a la iglesia
sus propias filosofías, las cuales representan un serio problema para cualquier
cristiano. Por ello, un nuevo creyente tiene que tratar este asunto de una
manera clara y definida.
B. Se origina en el deseo de ser librados
de una vida de concupiscencia

¿En qué consiste esta vida ideal a la que los hombres aspiran? En palabras
sencillas: una persona que está esclavizada por el pecado está llena de toda clase
de concupiscencias y codicias. Aunque no puede hacer nada al respecto, anhela
ser libre de todas ellas. Por un lado, su corazón se siente atraído hacia las cosas
materiales; por otro, anhela verse libre de todo lo material. Los ideales humanos
siempre se basan en lo que el hombre es incapaz de hacer. Cuanto más
esclavizado está por algo, más anhela lo contrario. Cuanto más concupiscencias
tenga, más sus ideales se moldean al anhelo de verse libre de tales
concupiscencias. Cuanto más codicie riquezas materiales, más aspira a verse
libre de las riquezas materiales. El mundo entero está impregnado del ascetismo
de una forma o de otra. Por favor recuerden que el ascetismo no es la norma de
conducta del hombre, sino simplemente un ideal que él acaricia. Los hombres
consiguen aplacarse con este ideal, pues les provee una meta, una excusa, para
no tener que pensar en sí mismos. Así pues, ellos se fijan ciertas normas, ciertas
metas, y piensan que si las alcanzan habrán llegado al pináculo de sus logros.
Esta es la fuente del ascetismo.

Casi todos los incrédulos ceden a sus concupiscencias, pero de corazón ellos
admiran a quienes son libres de toda concupiscencia y de la esclavitud a lo
material. Por eso, el ascetismo constituye para los incrédulos una norma y un
ideal que ellos, quienes no tienen a Cristo, establecen para sí mismos.

II. EL ASCETISMO NO TIENE CABIDA


EN EL CRISTIANISMO

Después que alguien es salvo, sin darse cuenta de ello, introduce el ascetismo en
la iglesia. Aunque esta persona nunca practicó el ascetismo, siempre admiró a
quienes sí lo hacían. Los gentiles, por un lado, se deleitan en sus
concupiscencias, pero por otro, admiran el ascetismo. Ellos codician cosas
materiales y, sin embargo, admiran a aquellos que son libres de ellas; los
admiran, a pesar de que ellos mismos no son capaces de ser tal clase de persona.
Después de hacerse cristianos, introducen en la iglesia aquellos ideales ascéticos
que ellos acariciaban en privado, pensando que es un deber de toda persona
salva practicar el ascetismo.

A. El ascetismo significa privarse de las cosas materiales y la


supresión de la concupiscencia

¿Qué significa el ascetismo? Para muchos, significa privarse de las cosas


materiales. Ellos piensan que cuanto menos tengan que involucrarse con cosas
materiales, mejor serán. Tienen temor de que las cosas materiales alimenten su
concupiscencia interna. Todos los seguidores del ascetismo admiten que en el
hombre reside toda clase de deseos o concupiscencias: desde el apremio por los
alimentos hasta la afición por el sexo. Estos deseos incontrolables son los que
controlan el comportamiento de casi todo el mundo. Muchos piensan que, a fin
de ser santos, tienen que vencer sus concupiscencias. En cuanto a las cosas
externas, el ascetismo consiste en privarse de las cosas materiales, mientras que
en lo relativo a nuestro ser interior, el ascetismo consiste en subyugar nuestros
propios deseos o concupiscencias. Tales personas abrigan la esperanza de llegar
a ser santas por medio de no dar expresión alguna a su concupiscencia.

B. Los cristianos no son partidarios del ascetismo

Sin embargo, tenemos que comprender que un cristiano jamás debe ser
partidario del ascetismo. Si un cristiano fuese partidario del ascetismo, estaría
adoptando una práctica muy superficial. Leamos algunos pasajes de la Palabra.
Muchos individuos procuran reprimirse en lo relativo a su alimentación, sus
propias concupiscencias u otras cosas materiales. Ellos piensan que en esto
consiste el cristianismo así como la vida ideal de un cristiano. Pero la Biblia nos
muestra que el ascetismo no tiene cabida en el cristianismo.

III. HEMOS MUERTO CON CRISTO Y


FUIMOS LIBERADOS DE LA FILOSOFÍA DE ESTE MUNDO

Colosenses 2:20-23 dice: “Si habéis muerto con Cristo en cuanto a los
rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a
ordenanzas (no manejes, ni gustes, ni aun toques; cosas que todas se destruyen
con el uso), en conformidad a mandamientos y enseñanzas de hombres? Tales
cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en
humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los
apetitos de la carne”.

A. Un hecho fundamental:
crucificados con Cristo

Pablo le dijo a los creyentes colosenses: “Vosotros habéis muerto con Cristo”.
Pablo consideraba que éste era un hecho cristiano fundamental. Los cristianos
son personas que han muerto con Cristo. El Nuevo Testamento nos muestra que
todos los cristianos han muerto con Cristo. Romanos 6:6 nos dice que nuestro
viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo. Gálatas 2:20 también nos
dice que hemos sido crucificados con Cristo. Gálatas 5:24 nos revela que nuestra
carne, con sus pasiones y concupiscencias, ha sido crucificada juntamente con
Cristo. Reiteradamente la Biblia afirma que los cristianos son personas
crucificadas con Cristo. En otras palabras, la cruz del Gólgota es la cruz de los
cristianos. La vida cristiana comienza con la cruz, y no sólo comienza con la cruz
de Cristo, sino también con nuestra propia cruz. La cruz de Cristo se convirtió
en nuestra cruz cuando nosotros la aceptamos. Una persona no puede
considerarse cristiana si no ha aceptado lo que aconteció en la cruz. Si es
cristiana, entonces ha reclamado para sí la realidad de la cruz de Cristo. En
otras palabras, ha muerto juntamente con Cristo.

Pablo no tenía dudas acerca de la realidad de la cruz de Cristo. En ningún


momento cuestionó este hecho; lo tomó como base para su argumentación. En
efecto, él decía: “Puesto que habéis muerto con Cristo, ciertas cosas ocurrirán”.
Nuestro hermano Ting está sentado aquí entre nosotros. Puesto que es un hecho
innegable que él se llama Ting, podemos hacer ciertas afirmaciones basándonos
en este hecho. Si tales afirmaciones están basadas en un hecho innegable,
entonces tales afirmaciones también serán innegables: “Puesto que tú te llamas
Ting, yo puedo decir esto o aquello”. Asimismo, Pablo estaba llegando a una
conclusión basado en un hecho.

B. Somos libres de las filosofías de este mundo

“Si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo ...” (Col.
2:20). Ningún filósofo puede ser un filósofo después que yace en la tumba. Toda
persona que desee hablar de la filosofía debe estar viva. Debemos darnos cuenta
de que la filosofía está muerta; está en la cruz en la cual se le dio fin por
completo. Por consiguiente, la filosofía no debe vivir más. Todo lo que tiene que
ver con la concupiscencia y el materialismo se encuentra en el campo de la
filosofía. El pensamiento humano siempre está ocupado con las concupiscencias
y los asuntos materiales. El hombre piensa que una persona tendrá santidad
cuando sea libre de toda influencia material y lujuria sexual. Pero esto no es
nada más que una especie de filosofía mundana. Pablo nos dijo que si hemos
muertos con Cristo, somos libres de la filosofía (los rudimentos) del mundo, y
tal problema ni siquiera existe.

C. Por qué, como si vivieseis en el mundo

Pablo continúa diciendo en el versículo 20: “Si habéis muerto con Cristo en
cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os
sometéis a ordenanzas”. Si ustedes han muerto y la muerte es un hecho, no
deberían ser como las personas que viven en el mundo. La posición
fundamental que corresponde a un cristiano es la de estar muerto.

¿Por qué fuimos bautizados si no habíamos muerto? Una persona ¿muere


primero o es sepultada primero? Una persona debe morir antes de poder ser
sepultada. Si se sepulta a una persona y luego ella muere, han sepultado a una
persona que estaba viva. Primero, tenemos que morir antes de poder ser
sepultados. Nosotros fuimos bautizados y tal bautismo fue nuestro entierro.
Fuimos sepultados debido a que fuimos crucificados juntamente con Cristo.
Nuestra crucifixión con Cristo es un hecho y nuestra sepultura posterior fue un
acto voluntario. El Señor nos incluyó en Su muerte. Cuando vemos nuestra
muerte y sabemos que estamos muertos, pedimos a otros que nos entierren.
Primero tenemos que darnos cuenta de que estamos muertos, antes de pedirle a
otros que nos entierren, es decir, que nos bauticen. Puesto que estamos muertos
y sepultados, ¿cómo podríamos vivir todavía según los rudimentos del mundo?

Pablo nos dijo que aquellos que practican el ascetismo todavía están viviendo
según los rudimentos del mundo. Él dijo: “¿Por qué, como si vivieseis en el
mundo, os sometéis a ordenanzas (no manejes, ni gustes, ni aun toques)?”. Por
favor, no se olviden que en esto consiste la filosofía de los ascetas. Son muchas
las cosas de las cuales tales personas no pueden gustar, manejar o tocar. Son
muchos los que tienen temor de su concupiscencia interna. Por eso no se
atreven a manejar, tocar o probar un sinnúmero de cosas. Colosas era una
ciudad donde florecía el ascetismo, y los colosenses observaban una serie de
ordenanzas. Debido a que temían provocar su propia concupiscencia, ellos
tenían prohibido todo aquello que pudiera despertar tales apetitos. Existían
muchas clases de ordenanzas muy estrictas, algunas de las cuales hacían
referencia a aquello de lo cual uno no podía manejar ni tocar, y otras de las
cuales hacían alusión a aquello que uno no podía gustar u oír. Hacían esto con la
esperanza de que estas ordenanzas habrían de mantener las cosas materiales
alejadas de sus propios apetitos. La filosofía predominante en aquellos tiempos
era que nuestra concupiscencia podía ser mantenida a raya, siempre y cuando
estuviese separada de las cosas materiales. Los colosenses pensaban que si nos
privásemos de todo aquello que nuestra concupiscencia pudiese percibir o tocar,
entonces se secaría y desaparecería.

Pero Pablo dijo: “¿Por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a


ordenanzas (no manejes, ni gustes, ni aun toques)?”. Aquellos que observaban
tales ordenanzas no creían en el hecho de que ya habían sido crucificados con
Cristo, pues ¿qué prohibición sería necesaria si uno cree que está muerto? Una
persona sólo necesita que se le prohíba manejar, gustar y tocar si no está
muerta. El ascetismo es necesario para aquellos que todavía están vivos.
Aquellos que ya están muertos no tienen necesidad del ascetismo.

Les ruego que recuerden que en la cruz, junto con Cristo, hemos crucificado la
carne con sus pasiones y concupiscencias (Gá. 5:24). Si nos esforzamos por estar
nuevamente esclavizados a tales pensamientos de privaciones materiales y
supresión de nuestras concupiscencias, entonces no estamos apoyándonos en
fundamentos cristianos; no estamos tomando la posición de uno que ha muerto.
Nadie puede ser un cristiano sin haber pasado por la muerte. No podemos ser
cristianos a menos que hayamos muerto con Cristo. Si no nos incluimos en la
cruz, no somos cristianos. Jamás debemos ser engañados en este asunto.

Si bien muchos de nosotros predicamos la doctrina de la cruz, todavía no


sabemos lo que significa que hayamos sido crucificados con Cristo. La primera
vez que yo escuché la doctrina de la crucifixión, fue en las postrimerías de 1919.
En aquel tiempo, no entendí nada al respecto. Después, en 1923, comencé a
hablar sobre el hecho de haber sido crucificados con Cristo. En aquella época, vi
que nuestra crucifixión con Cristo era un hecho y no una enseñanza. La
crucifixión es un hecho para nosotros. Hoy en día muchas personas todavía se
esfuerzan por ser crucificadas. Pero tenemos que comprender que la crucifixión
es nuestro punto de partida y no el punto de llegada. Hacer de la crucifixión la
meta de nuestra búsqueda es la práctica del misticismo; esa no es una
enseñanza cristiana. La crucifixión es nuestro punto de partida. Somos
cristianos debido a que hemos muerto juntamente con Cristo. Por favor
recuerden que ninguno de nosotros debe buscar la crucifixión. Hacer tal cosa es
una tontería y solamente demostrará que no tenemos luz alguna. Si hemos
recibido cierta luz y hemos palpado la verdad en cuanto a la crucifixión,
alabaremos a Dios por ello, en vez de procurar lograrla. Esto es similar a la
muerte sustitutoria del Señor Jesús; cuando la vemos, le alabaremos a Él por Su
muerte en lugar de ir en procura de ella .

Aquí Pablo nos muestra que un cristiano es una persona que ha muerto con
Cristo. Él es libre de la filosofía del mundo y de sus ordenanzas prohibitivas.
Como ejemplo, podemos suponer que enterramos a un ladrón. Delante de su
cadáver podríamos proclamar que dicha persona jamás volverá a hurtar, pues
ella ha sido librada de hurtar debido a que ha muerto. También ha sido librada
del mandamiento que prohíbe hurtar. Supongamos que otra persona es muy
habladora. Si ha muerto con Cristo, ha sido librada de su locuacidad. Pero si no
ha muerto, nada servirá, incluso practicar el ascetismo. Si Cristo ya nos
crucificó, es demasiado tarde para que el ascetismo pueda hacer algo por
nosotros. Dios nos crucificó juntamente con Cristo en la cruz. Somos libres de la
filosofía del mundo y, por tanto, libres de toda práctica ascética de este mundo.

D. En conformidad a mandamientos
y enseñanzas de hombres

Colosenses 2:22 dice: “En conformidad a mandamientos y enseñanzas de


hombres”. Todas las enseñanzas y mandamientos vinculados al ascetismo han
sido instituidos y enseñados por los hombres. Se originan en la mente humana y
son completamente característicos del hombre y, por ende, no guardan relación
alguna con la iglesia ni con Cristo. Son los hombres los que piensan que no
deben comer de esto ni tocar aquello; todo esto no es sino enseñanzas y
mandamientos de los hombres, no de Dios.

Lo dicho en esta ocasión por Pablo es algo que reviste gran seriedad. Él nos
mostró que estos mandamientos y enseñanzas proceden de los hombres y no de
Dios. Ellos son el concepto humano de lo que es una vida ideal. Se trata de
meros conceptos humanos que consisten únicamente de ordenanzas idealistas
que no guardan relación alguna con Dios. Es extraño que el mundo ame tanto el
ascetismo. Puesto que todos los hombres necesitan comer, el hombre piensa que
quienes se privan de ello tienen que ser personas muy nobles: “Mientras que
todos están bajo la influencia de las cosas materiales, esta persona parece estar
libre de todo. Ni siquiera le sirven las cosas materiales. ¡Qué gran persona es
ella!”. Pero tenemos que comprender que el ascetismo es una religión natural y
no es como el cristianismo, el cual se origina en la revelación. La religión natural
implica las enseñanzas y los mandamientos de los hombres. Estas enseñanzas
proceden íntegramente de los hombres y carecen de iluminación o revelación.
Son las reacciones del hombre a sus propios apetitos. El hombre sabe que la
concupiscencia es algo inmundo, y su respuesta a ella es el ascetismo. Tales
enseñanzas son propias de los hombres; son naturales y no proceden de Dios.

E. Todas se destruyen con el uso

¿Qué dice Pablo acerca de la eficacia del ascetismo? Que son “cosas que todas se
destruyen con el uso”. El ascetismo suena muy atractivo y parece ser una
filosofía admirable, pero todo lo que uno tiene que hacer es ponerlo a prueba. Es
como un automóvil que mientras está en la casa, no sufre averías, pero en
cuanto sale a la carretera, se descompone. También se parece a un vestido que
se ve bien en la vitrina, pero que en cuanto alguien se lo pone, empieza a
rasgarse. Usted mismo puede poner esto a prueba y comprobarlo
personalmente. Nadie puede controlar su concupiscencia por medio del
ascetismo.

Cuanto más trate de reprimirse, más dicha supresión pondrá en evidencia las
muchas actividades que están dentro de usted. Cuanto más trata el hombre de
huir, más confirmará su temor al ver la existencia de sus apetitos incontenibles.
Una persona puede llegar a sentir tanto temor que no se atreve a decir nada ni a
conversar al respecto. Yo mismo he conocido a algunos de estos hombres
supuestamente venerables. Puedo testificarles que, aun cuando ellos logran
evitar con sumo cuidado una serie de cosas, sus propias palabras delatan cuán
vulnerables son ante su propia concupiscencia. Ellos no hacen sino huir y
esconderse. Cuanto más huyen, más evidente se hace su profundo temor.
Muchos huyen al desierto o se recluyen en encierros. Tratan de eludir al mundo.
El mundo es demasiado poderoso para ellos, y lo único que pueden hacer es huir
a las montañas para esconderse.

A pesar de todo eso, el mundo los persigue tanto al desierto como a las
montañas. Mientras no hayan vencido al mundo dentro de ellos, jamás podrán
escaparse al huir de una manera externa. Pablo utilizó una expresión muy
especial aquí: Todas se destruyen con el uso. Tales personas no tienen manera
de liberarse de su concupiscencia y, en cuanto ésta los alcanza, caen presa de
ella. Establecen una serie de normas para privarse de tocar, comer, manejar y
ver muchas cosas. Desean huir, separarse, de las cosas de este mundo; quieren
abandonarlas y así romper las cadenas de sus propias concupiscencias. Sin
embargo, todas esas cosas todavía se encuentran en ellas. Cuanto más teme una
persona, más evidente es su esclavitud a las cosas que teme.

F. Confieren cierta reputación de sabiduría

En el versículo 23 Pablo dice claramente: “Tales cosas tienen a la verdad cierta


reputación de sabiduría”. Todo asceta y, en general, todo aquel que promueve el
ascetismo, posee cierta reputación de sabiduría. Procuran ser conocidos en este
mundo como sabios. Sus argumentos parecen ser lógicos e inteligentes, con lo
cual es fácil que la gente se equivoque al pensar que verdaderamente estas
personas son sabias.

G. En culto voluntario

Pablo criticó a tales personas por practicar el “culto voluntario” (v. 23). ¿Cómo
son estas personas? En realidad, tales personas se han auto-impuesto la
obligación de rendir culto. Esta expresión culto voluntario, también podría
traducirse como “adoración conforme a la voluntad”. Pablo dijo que tales
ordenanzas eran una especie de adoración. Ellas implican una adoración a la
fuerza de voluntad y no una adoración al Señor. Dios es Espíritu, y los que le
adoran deben adorarle en espíritu (Jn. 4:24). Estas personas, sin embargo, no
adoran en espíritu, sino que ejercitan su fuerza de voluntad para dominarse a sí
mismos. Su religión es la religión de su propia fuerza de voluntad. El culto
voluntario al que se refiere Pablo es la religión de la voluntad. Esta religión es
producida por la voluntad. Aquellos que practican esta clase de adoración dicen:
“Yo no comeré; yo no tocaré; yo no escucharé; yo no hablaré”. Todo cuanto
hacen involucra su voluntad. Ellos ejercitan su fuerza de voluntad para practicar
su propia adoración.

Por favor tengan presente que ésta no es la manera cristiana de proceder. La


manera de proceder que es propia de los cristianos es tener contacto con Dios
con su espíritu. Lo que nos distingue de los demás no es una voluntad férrea que
nos permita reprimir nuestras concupiscencias, sino un espíritu fuerte que
alcanza la gracia de Dios. Nuestra adoración consiste en que nuestro espíritu
contacta el Espíritu de Dios. La adoración de los ascetas consiste en suprimir
sus apetitos por la fuerza de voluntad propia. Nuestra adoración procede
íntegramente de Dios, mientras que la otra clase de adoración procede
totalmente del hombre. El culto voluntario es la religión de la voluntad.

H. La humildad manufacturada por el hombre

“Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación ... en humildad” (Col. 2:23).
Tales personas manifiestan humildad incluso con respecto de sí mismas. Ellas
parecen ser bastante humildes. Hay muchas cosas que ellas no se atreven a
tocar, manipular, escuchar o ver. Tal parece que son personas muy humildes.
Sin embargo, esta humildad procede de ellos mismos. Es una humildad que no
es natural, sino artificial y auto-impuesta; no es la humildad espiritual que surge
de manera espontánea.

I. En duro trato del cuerpo

¿Qué actitud tienen con respecto a sí mismas? Esto implica el “duro trato del
cuerpo” (v. 23). Tales personas no se preocupan por alimentar o vestir sus
propios cuerpos. Privan a sus sentidos físicos de ver, tocar, escuchar o manejar
cualquier cosa. Esto no es sino “duro trato del cuerpo”.

Los ascetas creen que el cuerpo es maligno en sí mismo. Esta enseñanza surgió
en Grecia, desde donde se difundió a la India y después a la China. Los chinos
no llegan a los extremos que llegaron los hindúes ni, mucho menos, a los que
llegaban los griegos. Si bien no todos los griegos eran extremistas, una de las
escuelas de pensamiento ascético de Grecia difundió sus enseñanzas en India y
después en China. Ellos enseñaban que el cuerpo es la raíz de todo lo malo, y
que si el hombre es liberado de su cuerpo, entonces podrá ser liberado del
pecado. Este concepto es fundamental del budismo en lo que se refiere a los
“rudimentos del mundo”. El budismo considera que el cuerpo es la raíz de todo
pecado y que uno puede ser liberado del pecado en cuanto sea liberado del
cuerpo. Puesto que el cuerpo produce tantos pecados, ellos creen que uno debe
afligir el cuerpo con la esperanza de que tales sufrimientos harán reducir los
pecados. Creen que es correcto que el cuerpo sufra y que lo correcto es privar al
cuerpo de todo disfrute; ellos piensan, además, que cuanto más sufra el cuerpo,
mejor; porque una vez que sufra, éste será libre del pecado. Esto es el resultado
de la religión humana de la voluntad: “en duro trato del cuerpo”.

J. No tienen valor alguno

¿Qué piensa un creyente de todas estas cosas? Pablo dijo: “Tales cosas ... no
tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (v. 23). Si una persona
piensa que puede suprimir sus concupiscencias por medio de hacer todas estas
cosas, está esperanzada en lo imposible. Esto se debe a que en la cruz el Señor
Jesús ya hizo la mejor de las provisiones para nosotros. Fue en la cruz que Él
crucificó nuestra carne junto con sus pasiones y concupiscencias. Hoy en día
nosotros permanecemos firmes bajo la cruz y nos asimos de la obra consumada
allí, a fin de hacerle frente a los apetitos de nuestra carne. Esto es muy diferente
de la manera humana en que los hombres enfrentan sus propias
concupiscencias. Nosotros enfrentamos nuestra carne por medio de reconocer la
realidad de la cruz del Señor Jesús.

Por favor tengan presente que tal como el hombre recibe perdón de pecados por
medio de la sangre que derramó el Señor Jesús, asimismo los hombres son
liberados de sus propias concupiscencias por medio de la cruz de Jesús. La obra
del Señor incluye tanto el derramamiento de la sangre como la aplicación de la
cruz. Tenemos que percatarnos de que después que el Señor Jesús derramó Su
sangre y uno recibe la cruz, uno tiene que ser inmediatamente bautizado.
Pedimos ser sepultados porque el Señor Jesús nos ha crucificado. El Señor nos
dice que estamos muertos y nuestra respuesta a ello es el bautismo. Nosotros
decimos: “Sepultadme”. El Señor afirma habernos crucificado y que nosotros ya
no vivimos. Nosotros respondemos diciendo: “No dudo que mi muerte sea un
hecho. Ahora les pido que me sepulten”. El bautismo, pues, es nuestra admisión
y reconocimiento de la muerte del Señor. Si todavía practicamos el ascetismo,
esto quiere decir que no permanecemos en la posición de personas que han
muerto.

K. Buscar las cosas de arriba

Colosenses 3:1-3 dice: “Si, pues, fuisteis resucitados juntamente con Cristo,
buscad las cosas de arriba ... Fijad la mente en las cosas de arriba, no en las de la
tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”.
Pablo comenzó con la cruz y terminó hablando de la resurrección. Nosotros
somos ciudadanos del cielo. Por tanto, no debiéramos de preocuparnos por las
cosas terrenales. Al preocuparnos por lo que no debemos tocar, gustar o
manejar, estamos fijando nuestra mente en las cosas terrenales. Pablo continuó
diciéndonos que nosotros estamos en resurrección. Puesto que estamos en
resurrección, debemos de buscar las cosas celestiales. Si nos preocupamos por
las cosas celestiales, los problemas terrenales desaparecerán. Un cristiano sólo
debe ocupar su mente en las cosas celestiales y espirituales. No debería ocupar
su mente en lo que no debe comer, tocar ni manejar.

IV. EL ASCETISMO ES UNA ENSEÑANZA DE DEMONIOS


Los cristianos no deben prestar ninguna atención al ascetismo, pues se trata de
un error. El ascetismo introducirá doctrinas paganas en el redil cristiano. Por
eso tenemos que enfrentarlo de manera cabal.

Deberíamos leer 1 Timoteo 4:1-3 que dice: “en los tiempos venideros algunos
apostatarán de la fe, escuchando ... enseñanzas de demonios ... que ...
prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos...”. Esto también es
ascetismo. El ascetismo será grandemente reavivado al final de los tiempos.
Puede ser que los hombres de una determinada era procuren dar primordial
importancia a los intereses materiales, pero en la siguiente era los hombres
reaccionarán en contra de tal materialismo y ensalzarán el ascetismo. ¿Qué es el
ascetismo? Es lo que prohíbe casarse y manda abstenerse de ciertos alimentos.
Estas son las cosas inventadas por los ascetas. Ellos tratan de eliminar los
alimentos y el sexo. El ascetismo volverá a adquirir vigencia al final de los
tiempos.

V. LA DIFERENCIA ENTRE LA NATURALEZA HUMANA


Y LA CONCUPISCENCIA DEL HOMBRE

Nosotros los cristianos debemos saber distinguir entre la naturaleza humana y


la concupiscencia de los hombres. Abordemos estos dos asuntos brevemente.

A. El apetito procede de Dios

Dios dispuso que el hombre debe ingerir alimentos. Además, Él le dio al hombre
el apetito para alimentarse. En el principio, sentir el deseo apremiante por
alimentarse no constituía pecado, ni tampoco constituía codicia. Los hombres
sienten el deseo de alimentarse y comen a fin de mantenerse con vida. Dios
tiene la intención de que el hombre preserve su existencia. Por tanto, cuando le
proveyó al hombre los alimentos, también le proveyó el deseo de alimentarse.
Dios nunca quiso que los hombres ingirieran sus alimentos sin el sentido del
gusto, pues Él se complace en que el hombre disfrute al comer. Disfrutar de
nuestros alimentos hace que nuestra vida sea resguardada y mantenida.
Asimismo, Dios le dio al hombre el apetito sexual con el propósito de que se
reprodujera y diera continuación a la vida humana. Dios puso en el hombre tal
apremio de manera que fuera un gozo para el hombre dar continuación a la vida
humana. Por favor recuerden que ningún elemento pecaminoso está implícito
en el hecho de desear los alimentos o el sexo. En Génesis 2 estas cosas no
guardan ninguna relación con el pecado. Aun hoy en día, tales cosas no tienen
nada que ver con el pecado. Tenemos que tener bien en claro cuál es el punto de
vista divino con respecto a tales deseos. Tales apetitos han sido creados por Dios
mismo.

B. Lo que es la concupiscencia
¿Qué es la concupiscencia? Si tengo hambre, puedo comer. El disfrute de esos
alimentos, sin embargo, no tiene vínculo alguno con la concupiscencia, sino con
el deseo de alimentarse. Sin embargo, si no tengo alimentos a la mano e intento
hurtárselos a los demás debido a que tengo hambre, eso es concupiscencia. O si
tengo alimentos y al ingerir dichos alimentos estoy siendo indulgente conmigo
mismo, esto también es concupiscencia. Desear alimentos equivale a sentir una
necesidad apremiante, mientras que el deseo de hurtar alimentos o la
indulgencia licenciosa al alimentarse, es concupiscencia. Existe una diferencia
entre la necesidad apremiante de alimentarse y codiciar los alimentos. Sentir
apremio por alimentarse representa un deseo, y uno se siente contento mientras
come. La concupiscencia alude a tener el deseo de obtener alimentos por medio
de hurtarlos de manera licenciosa.

Como cristianos que somos, comemos cuando hay alimentos y, cuando no los
hay, no comemos. No sólo no deberíamos hurtar, sino que incluso no
deberíamos tener el pensamiento de hurtar. Esta es la enseñanza de Mateo 5, en
la que se nos dice que no sólo no deberíamos codiciar tales cosas, sino que
incluso se nos dice que no deberíamos ni pensar en tales cosas. Por ejemplo, yo
disfruto de una buena comida cuando está disponible. Esto se relaciona con
nuestro deseo por alimentarnos. Este deseo fue creado por Dios y no constituye
pecado. ¿Cuándo surge el problema? El problema se suscita cuando no tengo
nada para comer y veo alimentos. Si trato de hurtarlos, mi deseo apremiante por
comer se convierte en concupiscencia. Si comienzo a pensar en hurtar tales
alimentos, esto es concupiscencia. Codiciar así procede del deseo que siento por
comer. La concupiscencia es simplemente la expresión del deseo que siento por
hurtar. El Antiguo Testamento dice: “No hurtarás” (Éx. 20:15), pero en el Nuevo
Testamento, cuando los cristianos tienen hambre y no tienen alimentos, no sólo
no deben hurtar, sino que ni siquiera deben pensar en hurtar. Éste es el
principio de Mateo 5. El Antiguo Testamento prohíbe el acto de hurtar, mientras
que el Nuevo Testamento prohíbe hasta el pensar en hurtar. Hurtar es
concupiscencia y pensar en hurtar también es concupiscencia.

El mismo principio se aplica a la necesidad de sexo. Todo esto es propio de esta


era. Mientras que comer y beber mantienen a un individuo con vida, el sexo
hace que el linaje humano se siga extendiendo. Algunas personas del mundo
hurtan cuando no tienen nada; al menos, contemplan la posibilidad de hurtar.
Otros, se alimentan con indulgencia. En ambos casos se pone de manifiesto la
concupiscencia. Siempre existe la posibilidad de que el deseo apremiante por los
alimentos o por el apetito sexual, se convierta en concupiscencia.

C. La cruz resolvió el problema


de nuestras pasiones y concupiscencias
El sexo y los alimentos son buenos, pero ambos pueden generar nuestra
concupiscencia. Esto sucede cuando existe excesivo apremio y obsesión por
estas cosas. El Señor Jesús eliminó todo esto en la cruz. Él crucificó nuestra
carne con sus pasiones y concupiscencias (Gá. 5:24). Este asunto es muy
importante y constituye un gran evangelio. La cruz resolvió el problema de
nuestras pasiones y concupiscencias. Ningún cristiano debería hurtar ni siquiera
pensar en hurtar. Tenemos que ser puros no sólo con respecto a nuestra
conducta, sino también con respecto a nuestros pensamientos. Si bien los
cristianos reconocen la existencia de la carne, deben tener pensamientos limpios
y una conducta pura. En la cruz el Señor ya realizó esta obra en beneficio
nuestro.

D. La vida de Dios es completamente positiva

Esto no quiere decir que los cristianos no tengan que tomar medidas con
respecto a sus propias concupiscencias. Lo que estamos diciendo es que el Señor
nos dio un espíritu nuevo y una vida nueva. El espíritu nuevo nos capacita para
tener contacto con Dios, y la vida nueva nos capacita para expresar la vida de
Dios. La vida divina es completamente positiva; en ella no hay nada negativo.
En realidad, no es cuestión de anular nuestros apetitos sino que es cuestión de
ver algo positivo. Es algo que depende de la vida nueva y de la manifestación de
la vida de Dios. En nosotros hay un espíritu nuevo, con el cual podemos
contactar al Espíritu de Dios. Los cristianos están imbuidos de estas cosas
positivas. Nosotros no tenemos que tomar en cuenta ordenanzas tales como “no
manejes, no gustes ni toques”. No tenemos que prestar atención a nada
negativo, ya que en nosotros se hallan las cosas positivas. Nosotros tenemos que
involucrarnos más con las cosas positivas, las cosas que están en gloria.
Tenemos que mantenernos en contacto con el Espíritu de gloria y con la vida en
gloria. Si estamos ocupados en las cosas positivas, entonces cosas tales como
abstenerse de comer, tocar y manejar se convertirán en asuntos menores. Todos
los que están en el Señor deben ser completamente libres de estas cosas.

A algunos les gusta someter sus cuerpos a las prácticas del ascetismo porque
carecen de las cosas positivas. Esta tendencia también se da en algunos
cristianos. Ellos no tendrían a qué aferrarse si fueran despojados del ascetismo.
Estas personas constantemente se limitan para no ver, manejar, comer, tocar y
escuchar toda clase de cosas. Si los despojáramos de estas ordenanzas, los
estaríamos despojando de lo que constituye su mundo. Estas cosas son su tierra
y su cielo, su mundo, su universo. Si los despojáramos de su universo, su mundo
se desvanecería.

VI. LA VIDA CRISTIANA ES UNA VIDA FLEXIBLE


La Biblia nos provee una perspectiva muy flexible en lo que respecta a
cuestiones tales como la alimentación. Nos dice que uno puede comer o no
comer. A los ojos de Dios ninguna de estas cosas tiene mucho significado; son
cosas menores, no son asuntos relevantes. Desde la perspectiva bíblica, estas
cosas son secundarias. Lo importante y crucial son cosas tales como la vida del
Hijo de Dios y la vida de Cristo en cada uno de los creyentes. Debido a que se
nos ha conferido tal gloria y autoridad, la alimentación y el vestido constituyen
asuntos menores. La Biblia nos muestra que la vida cristiana es una vida
flexible.

Para cualquier persona es correcto vestirse con moderación y comer


frugalmente delante del Señor. Pero si alguien nos sirve más alimentos,
deberíamos sentirnos libres de aceptar tal ofrecimiento; no hay nada malo en
comer más. Si usted no desea casarse por causa del Señor, eso está muy bien. Si
usted, en cambio, piensa que no está siendo justo consigo mismo al quedarse
soltero, es bueno que usted se case. Hay quienes no tienen tantas riquezas de
Cristo, y el no casarse les significaría ser despojados de lo que constituye todo su
mundo. Pero otras personas poseen las riquezas de Cristo y pueden proseguir
sin dificultad. Es bueno permanecer soltero y es bueno también casarse. Estos
asuntos, al ser comparados con los asuntos importantes y gloriosos, se
convierten en asuntos minúsculos. Cualquier indicio de ansiedad por estas cosas
es síntoma de que tenemos en muy poca estima a Cristo. Las cuestiones
relativas al matrimonio o a la alimentación son cuestiones menores. Que un
cristiano coma mucho o poco es una preocupación menor. No se trata de las
cuestiones fundamentales.

Lo importante es que expresemos la realidad espiritual. Todo otro asunto,


espontáneamente, ocupará el lugar que le corresponde, si la gloria es expresada
apropiadamente por medio de nosotros. Pero si la gloria de Cristo no es
expresada, los asuntos menores se convertirán en asuntos cruciales, y
trataremos de abordar tales cuestiones aplicando el ascetismo. Aquellos que no
conocen al Señor quizás amen tales prácticas ascéticas, pero aquellos que le
conocen, superarán tales prácticas con facilidad y sin esfuerzo alguno.

A. Un asunto que no depende


de lo que comamos o bebamos
ni de lo que no comamos ni bebamos

Mateo 11:16-19 dice: “Mas ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los
muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a los otros, diciendo: Os
tocamos la flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis. Porque
vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del
Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de
vino”. En estos versículos se nos muestra que el Señor Jesús no estableció reglas
rigurosas ni fijó normas estrictas que regulen el comportamiento externo de los
cristianos. Él dijo que si bien Juan había venido como una persona que no
comía ni bebía, Él mismo vino como una persona que sí comía y bebía. He aquí
la manera de actuar propia de los cristianos. Los cristianos no están
esclavizados por formas externas con respecto a la comida o la bebida. Tanto
“comer y beber” como “no comer ni beber” es correcto. Estos no son los asuntos
fundamentales. Juan vivió en el desierto, mientras que el Señor Jesús asistió a
la fiesta de bodas en Caná. El hecho de que Juan se abstuviera de comer no es
impropio de un cristiano; tampoco lo es el hecho de que el Señor Jesús comiera.
Puesto que tenemos las cosas gloriosas que proceden de Cristo, todo lo demás
ha pasado a ser un asunto menor. Nuestro concepto tiene que cambiar por
completo. No se detengan en asuntos menores. No los conviertan en las
cuestiones fundamentales de sus vidas. Por favor tengan presente que un
cristiano no es alguien que guste de comer o beber, ni tampoco alguien que se
abstenga de comer y beber.

B. Es permisible hacer cualquier cosa,


siempre y cuando estemos sujetos
a la disciplina del Espíritu Santo

Filipenses 4:11-13 dice: “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a
contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé estar humillado, y sé tener
abundancia; en todas las cosas y en todo he aprendido el secreto, así a estar
saciado como a tener hambre, así a tener abundancia como a padecer necesidad.
Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder”. Les ruego que tengan
presente que un cristiano puede ser humillado o prosperado, estar saciado o
pasar hambre, tener en abundancia o padecer necesidad. Un cristiano sabe estar
saciado y sabe estar en abundancia. Es decir, nosotros aceptamos toda clase de
disciplina que venga del Espíritu Santo. Siempre y cuando esto ocurra conforme
a la disposición soberana del Señor, nosotros sabemos pasar hambre así como
estar saciados. Podemos padecer necesidad así como disfrutar de abundancia.
En otras palabras, podemos ser flexibles en todo. En cualquier cosa que
hacemos, el Señor es quien nos reviste de poder. Este es el enfoque positivo de
este asunto. Todo lo demás es nimio e insignificante.

Espero que aprendan esta lección delante del Señor. Esto es lo que significa
llevar una vida flexible. Un cristiano no es ni un asceta ni un glotón. Los
cristianos no practican el ascetismo ni son complacientes consigo mismos.
Simplemente llevan una vida flexible. El vivir externo de un cristiano siempre es
gobernado por la disciplina del Espíritu Santo y no por sus propias preferencias.

C. Una vida trascendente, no ascética


Lo que Pablo dijo en 1 Corintios 7:29-31 con respecto a cómo debe vivir un
cristiano, es muy particular: “Los que tienen esposa sean como si no la tuviesen;
y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se
alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que usan este mundo,
como si no abusaran; porque la apariencia de este mundo pasa”. Esto describe a
un cristiano. Todo lo externo carece de importancia porque el Señor que mora
en nosotros es mucho mayor que todo ello. Los hombres procuran subyugar
ciertas cosas o abstenerse de las mismas, pero esto sólo sirve para demostrar
cuán fuertes son tales cosas. Cuanto más uno se entrega a la práctica del
ascetismo, más lleno de concupiscencia se encuentra. Únicamente aquellos que
están llenos de Cristo no tienen necesidad de practicar el ascetismo. Aquellos
que tienen esposa viven como si no la tuvieran. Los que no tienen esposa, no
procuran tener una. No importa si uno llora o se regocija. Los que compran,
viven como si no poseyesen, y aquellos que usan este mundo, viven como si no
lo aprovecharan. Los cristianos trascienden todas las cosas. La vida cristiana no
es una vida de ascetismo sino una vida de trascendencia, una vida que lo
trasciende todo.

VII. SIN REDUCIR EL ESTÁNDAR DEL CRISTIANISMO

Nunca debemos pensar que el cristianismo es igual que el ascetismo. No se


equivoquen. No rebajemos el cristianismo al nivel del ascetismo. Consideremos
algunos casos al respecto.

A. Sadhu Sundar Singh

Sadhu Sundar Singh era un hindú que predicó el evangelio en el Tíbet por
muchos años. Cuando estuvo en Inglaterra, permaneció en la ciudad de Keswick
por medio año. En cierta ocasión, yo también visité tal lugar en Inglaterra. Me
contaron que la familia que le hospedó pasó momentos embarazosos con él. En
aquellos días hacía bastante frío y la familia donde se alojaba le preparó una
cama. Sin embargo, como todo buen hindú, él durmió en el suelo todas las
noches. No obstante, tenemos que recordar que la Biblia nos habla de una vida
que puede dormir tanto en el piso como en una cama. Muchas personas no
tienen mucho dentro de ellos y son capaces de perder la fe cristiana si duermen
en una cama. Su cristianismo consiste en renunciar a una cama. Como
consecuencia dormir en una cama implica para ellos abandonar la fe cristiana.
Tales ideas paganas impregnan toda China. Tenemos que ver lo que es un
cristiano. Aquellos que duermen en una cama son cristianos, y aquellos que
duermen en el piso también son cristianos. Aquellos que duermen en un piso de
tierra son cristianos, y quienes duermen en una cama de mullidos colchones
también son cristianos. Jamás debiéramos darle importancia a las cosas
externas. Una vez que hacemos esto rebajaremos el cristianismo, y la vida
espiritual tan gloriosa se degenerará en ordenanzas. Tenemos que fijar nuestra
mirada en lo que está en la gloria y nunca discutir en cuanto a las ordenanzas.

B. Predicar el evangelio después


de haberse comprometido

Cierto obrero del Señor que era propenso a practicar el ascetismo se


comprometió con una hermana un día sábado. Poco después me encontré con él
y, en un tono muy alegre, me dijo: “Me sentí tan feliz después de predicar el día
del Señor. Me sorprendí al comprobar que era capaz de predicar el evangelio
incluso después de haberme comprometido”. Yo le pregunté: “¿Pensabas que ya
no podrías predicar después de haberte comprometido?”. ¿Qué clase de
pensamiento es éste? Él pensaba que su compromiso matrimonial habría de
anular su predicación de un día para otro. Él era un buen hermano, pero
sutilmente el ascetismo había hallado cabida en él. Tenemos que estar alertas y
jamás permitir que el ascetismo entre en nosotros. Contamos con tantos asuntos
gloriosos en los cuales nos deberíamos concentrar. Nuestro Señor ha resucitado
de entre los muertos y ahora está sentado en los cielos. Cuanto más brillante
resplandezca la luz en nuestro interior, más insignificantes nos parecerán todas
las otras cosas. Bajo la sombra de una vida tan magnífica, todas las otras cosas
resultan insignificantes.

C. No vio a su esposa durante


los primeros dos meses de matrimonio

Había un pastor ya anciano que hablaba muy bien de otro pastor en Shantung.
Él solía decir que consideraba que ese pastor era una persona maravillosa,
porque había sido capaz de dejar su hogar el mismo día de su matrimonio a fin
de salir a predicar el evangelio. Este pastor no vio a su esposa ni una sola vez
durante los primeros dos meses de matrimonio. Esto no es nada más que
ascetismo. Al leer el Antiguo Testamento, vemos que nadie podía servir como
soldado durante su primer año de matrimonio. La Biblia le da mucha
importancia a este período. Esto no tiene ninguna relación con la
concupiscencia. El cristianismo es absolutamente diferente del ascetismo. El
cristianismo no enfatiza esta clase de cosas. El reino de Dios no es comida ni
bebida. Comer más o comer menos no tiene importancia alguna. El reino de
Dios está relacionado con el poder del Espíritu Santo. Estar preocupados por lo
que uno no puede comer o tocar, al mismo tiempo que se carece del poder del
Espíritu Santo, equivale a estar contaminados y poseídos por las cosas de este
mundo. Tenemos que recordar que Pablo condenó tales prácticas como pecado.
Del mismo modo, nosotros también debemos condenarlas como pecado.

D. Laborar con el abrigo puesto


En cierta ocasión dos hermanas de Shanghái estaban laborando en un área al
norte de Yangtze. El clima era bastante frío, y ambas hermanas vestían de
abrigos. Algunos lugareños las criticaron, diciendo: “Nos parece dudoso que una
mujer pueda laborar para el Señor vestida con un abrigo tan fino”. Muchos
piensan que la palabra de Dios puede ser limitada por un simple abrigo. A ellos
les parece que una vez que uno se viste de un buen abrigo, no será capaz de
predicar. El cristianismo no está limitado por un abrigo. Nadie debe sentirse
afectado por un simple abrigo al grado de que todo su cristianismo dependa de
ello. Esto es muy deficiente.

VIII. EL CRISTIANISMO LO TRASCIENDE TODO

Por favor, tengan en cuenta que la Biblia no habla de esta clase de sufrimiento.
Si este sufrimiento fuese para el reino, entonces todos los que trabajan tirando
de calesas en las calles de China tendrían que entrar en el reino de Dios, debido
a que ellos sufren más que nosotros. No debemos introducir tales ideas en
nuestro medio. Estos conceptos paganos tienen que ser purgados de nuestro ser.
Todo aquel que teme a Dios debiera indignarse ante estas ideas. Debemos
percatarnos que las mismas equivalen a echar por tierra la gloria de Dios y
mancharla de polvo. Debemos considerar tales conceptos como una usurpación
a la gloria de la vida del Señor. Espero que le demos la debida importancia a este
asunto. El cristianismo no tiene nada que ver con discusiones en torno a lo que
se coma y beba.

Si el cristianismo que predicamos consistiera únicamente en lo relacionado con


los alimentos, el atavío, el vestido y las camas en las que dormimos, entonces
nuestra predicación del cristianismo habría perdido su sabor. Sería semejante a
lo que el mundo predica. Hoy yo puedo subir a la cima de una montaña y
proclamar: “Mi cristianismo difiere de vuestras enseñanzas. No tiene nada que
ver con cómo debemos vestirnos ni cómo no debemos vestirnos, ni con qué
debemos comer y qué no debemos comer. Difiere por completo tanto del gozo
como de la tristeza que ustedes experimentan, así como de vuestras enseñanzas
con respecto a usar o no usar las cosas de este mundo. Mi cristianismo lo
trasciende todo. El Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, y Su vida gloriosa moran
en mí. Todos los días soy arrebatado a los cielos para tener contacto con la gloria
del trono”. El cristianismo consiste en esto. Todo lo demás se desvanecerá y se
extinguirá ante nuestros ojos cuando Dios magnifique en nosotros la grandeza
de estas cosas positivas. Quiera Dios que todos nos demos cuenta de que los
cristianos no son ascetas; llevan una vida flexible debido a que Aquel que mora
en nosotros es muy grandioso y muy glorioso.

CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

LAS ENFERMEDADES
Con respecto a las enfermedades hay ciertas cosas que debemos considerar
delante de Dios.

I. LAS ENFERMEDADES ESTÁN


RELACIONADAS CON EL PECADO

Antes que el hombre pecara, no había enfermedad en él y jamás se enfermó. El


hombre conoció las enfermedades únicamente después que pecó. En un sentido
general, podemos afirmar que las enfermedades, al igual que la muerte,
provienen del pecado. Fue por medio de la caída del hombre que tanto el pecado
como la muerte vinieron al mundo. Tal como la muerte vino a la humanidad por
medio del pecado, también las enfermedades vinieron a la humanidad por
medio del pecado. Si bien nosotros no cometimos personalmente el pecado de
Adán, de todos modos, la humanidad está identificada por completo con Adán.
La muerte llegó a todos debido al pecado que Adán cometió. Donde hay pecado,
hay muerte. Y entre el pecado y la muerte hay algo que se llama enfermedad. En
términos generales, esta es la causa de las enfermedades.

Sin embargo, hay dos motivos distintos por los cuales un hombre se enferma.
Una clase de enfermedad tiene su origen en el pecado, mientras que la otra clase
de enfermedad no es el resultado del pecado; algunas enfermedades no son
motivadas por el pecado. Debemos separar estas dos clases de enfermedades.
Ciertamente no habría enfermedades si no existiera el pecado, así como no
existiría la muerte si no existiera el pecado. Las enfermedades no existirían si en
este mundo no existiera la muerte, pues juntamente con el pecado viene la
muerte, y con la muerte vienen las enfermedades. Las enfermedades de muchos
individuos son causadas por el pecado, pero en el caso de otras personas, sus
enfermedades no son causadas por el pecado. Tenemos que comprender la
relación que existe entre las enfermedades y el pecado, tanto en lo que concierne
a las personas individualmente como en lo que respecta a la humanidad en
general.

A. Algunas enfermedades son causadas por los pecados que el


hombre comete contra Dios

En el Antiguo Testamento, específicamente en Levítico y en Deuteronomio,


encontramos que Dios protegía a los israelitas y los libraba de las enfermedades
siempre que ellos le obedecían, aceptaban Su manera de proceder, se sujetaban
a Su ley y se abstenían de pecar. Con esto Dios nos muestra expresamente que
algunas enfermedades se originan en la desobediencia y en el pecado.

En el Nuevo Testamento, también encontramos a algunos que cayeron enfermos


al pecar. En 1 Corintios 5:4-5, Pablo nos relata el juicio que dio a aquel que pecó,
a fin de que fuese entregado “a Satanás para destrucción de la carne”. Esto
demuestra claramente que las enfermedades proceden de los pecados. Si el
pecado no es muy serio, acarrea enfermedades, pero si es un pecado grave,
resulta en muerte. 2 Corintios 7:9-10 nos muestra que Pablo deseaba que las
enfermedades no produjeran muerte sino arrepentimiento. Por lo que, cuando
aquella persona se arrepintió con un arrepentimiento “que es sin
remordimiento”, Pablo afirmó que se debía perdonar a dicha persona (2 Co. 2:6-
7). En 1 Corintios vemos que no fue su vida, sino la carne de tal persona, la que
fue entregada a Satanás. Entregar la carne de alguien a Satanás para destrucción
significa permitir que una enfermedad le sobrevenga; no es hacer que este
muera. Obviamente esto demuestra que tal persona se enfermó a causa de su
pecado.

Pablo dijo que algunos en la iglesia en Corinto comieron del pan de la mesa del
Señor y bebieron de Su copa sin discernir el Cuerpo. Como resultado de ello, se
debilitaron y se enfermaron, e incluso algunos murieron (1 Co. 11:29-30).
Evidentemente, la razón de sus enfermedades radicaba en su desobediencia al
Señor.

En la Palabra podemos encontrar suficientes evidencias que nos muestran que


muchas enfermedades tienen su origen en el pecado. Sin embargo, esto no
quiere decir que todas las enfermedades sobrevengan por causa de algún
pecado. Sin embargo, lo primero que uno debe verificar al enfermarse es si ha
pecado en contra de Dios o no. Muchas personas les pueden afirmar que la
razón por la que cayeron enfermas se debió a que pecaron contra Dios.

Entre aquellos hermanos y hermanas que yo conozco personalmente, podría


nombrar más de cien casos que sirven para comprobar lo que les quiero decir.
Cuando ellos indagaron acerca de la razón de sus enfermedades, descubrieron
que muchas de ellas tenían sus raíces en pecados que ellos habían cometido.
Algunos habían desobedecido al Señor en ciertas áreas, mientras que otros no
habían guardado Su palabra, y en ciertas circunstancias específicas optaron por
lo incorrecto. Cuando descubren su pecado y lo confiesan, su enfermedad se
desvanece. Muchos hermanos y hermanas han experimentado esto, y yo mismo
he experimentado cosas semejantes. En el momento que identificamos la razón
de nuestra enfermedad, ésta se desvanece. Esto es algo que la ciencia médica no
puede explicar.

Quizá las enfermedades mismas no tengan su origen en el pecado; sin embargo,


al igual que la muerte, con frecuencia ellas son el resultado del pecado. Podemos
descubrir las causas naturales de muchas enfermedades, pero no debemos
asumir que todas nuestras enfermedades se deban a estas causas naturales.
Con frecuencia, resulta evidente que las enfermedades de una persona se deben
al pecado. Recuerdo a cierto hermano, un catedrático de medicina, que una vez
les dijo a sus estudiantes de la Facultad de medicina de la Universidad de
Shanghái, en Chungking: “Hemos descubierto que existen causas naturales para
diversas clases de enfermedades. Por ejemplo, los estafilococos, los
estreptococos y los neumococos causan cierto número de enfermedades. Una
misma bacteria puede producir diferentes clases de dolencias, y diversas clases
de gérmenes producen diferentes clases de enfermedades. Si bien los médicos
pueden descubrir que cierta clase de germen produce cierta clase de
enfermedad, no existe la manera de determinar la razón por la cual dicho
germen ha infectado a cierta persona y a otra no. Quizá hayan diez personas que
ingresaron a una habitación al mismo tiempo y todas ellas estuvieron en
contacto con el mismo germen. Es posible que algunos de los que gozaban de
buena salud resultaran infectados, mientras que otros con una salud deficiente
no fueran afectados. Normalmente, aquellos cuya salud es deficiente son más
propensos a ser infectados, mientras que los que gozan de buena salud no lo
son. Pero algunas veces, aquellos cuya salud es deficiente no son infectados,
mientras que aquellos que gozan de excelente salud sí lo son. Es decir, aquellos
que no reúnen las condiciones para ello son infectados, mientras que aquellos
que sí las reúnen, no son infectados. ¡No existe explicación lógica para esto!”.
Este profesor prosiguió diciendo: “Tenemos que admitir que, además de las
causas naturales, la soberanía de Dios está por encima de todo”. Esta es la
verdad. Con frecuencia hay personas que se enferman a pesar de haber tomado
todas las precauciones.

Todavía recuerdo lo que me contó un compañero de clases acerca de cierto


profesor de la Facultad de medicina de la Universidad de Pekín. Este profesor
tenía muy mal carácter, pero era una persona muy instruida. Todas las
preguntas que él planteaba en sus exámenes eran preguntas muy sencillas. En
cierta ocasión, él formuló una pregunta muy simple: “¿Por qué una persona
contrae tuberculosis en los pulmones?”. Fueron muchos los estudiantes que no
pudieron dar la respuesta correcta, pues contestaron: “Debido a la presencia de
gérmenes que producen la tuberculosis”. Tales respuestas las calificó como
incorrectas. Finalmente, él les dijo a sus alumnos: “El mundo está lleno de
gérmenes que producen tuberculosis. ¿Acaso eso quiere decir que han de
infectar a todos los habitantes del mundo?”. Él prosiguió explicando: “Los
gérmenes que producen la tuberculosis son incubados y llegan a producir casos
de tuberculosis en los pulmones únicamente bajo ciertas condiciones. Ustedes
no pueden afirmar que la tuberculosis en los pulmones se produce simplemente
debido a la presencia de ciertos gérmenes”. Los estudiantes pensaban que
siempre que los gérmenes estuvieran presentes, se produciría la enfermedad. Se
olvidaron indicar que eran necesarias ciertas condiciones específicas. Esto
mismo sucede cuando los cristianos se enferman. Quizás existan muchas causas
naturales para que se produzcan enfermedades, pero Dios permitirá que una
enfermedad nos sobrevenga únicamente cuando ciertas condiciones ocurran. Si
se carece de un medio ambiente especifico, Dios no permitirá que ninguna
enfermedad sobrevenga.

B. Buscar el perdón
antes de procurar ser curados

Nosotros estamos plenamente convencidos de que existen causas naturales para


nuestras enfermedades. Existen suficientes razones y evidencias científicas que
nos impiden poner en tela de juicio que existan causas naturales para las
enfermedades; pero, al mismo tiempo, tenemos que reconocer que muchas
enfermedades sobrevienen a los hijos de Dios a causa de sus pecados. Tal como
se describe en 1 Corintios 11, es el pecado en contra de Dios lo que puede traer
consigo una enfermedad. En casos así, es necesario suplicar el perdón de Dios
en vez de sanidad. Uno primero tiene que procurar el perdón antes de pedir
sanidad.

Con frecuencia, cuando uno se enferma, puede descubrir rápidamente si ha


pecado contra el Señor o no, así como en qué asunto ha sido desobediente y en
qué aspecto ha actuado en contra de la palabra de Dios. Una vez que el pecado
es puesto en evidencia, la enfermedad se desvanece. Conozco a muchos que han
tenido tal experiencia. La enfermedad se detiene en cuanto cierto asunto es
resuelto delante del Señor. Esto es muy extraño. Es muy importante descubrir la
relación que existe entre el pecado y las enfermedades. En general, las
enfermedades son causadas por el pecado. Cuando una persona está enferma,
quizás se deba a que ha cometido ciertos pecados.

II. LAS ENFERMEDADES Y LA OBRA DEL SEÑOR JESÚS

A. Él mismo tomó nuestras debilidades,


y llevó nuestras enfermedades

Isaías 53:4-5 dice: “Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades, / Y sufrió


nuestros dolores; / Y nosotros le tuvimos por azotado, / Por herido de Dios y
abatido. / Mas Él herido fue por nuestras transgresiones, / Molido por nuestras
iniquidades; / El castigo de nuestra paz fue sobre Él, / Y por Su llaga fuimos
nosotros curados”.

Isaías 53 es el capítulo más citado en el Nuevo Testamento. En este capítulo se


nos habla del Señor como nuestro Salvador. El versículo 4 dice: “Ciertamente
llevó Él nuestras enfermedades, / Y sufrió nuestros dolores”. En Mateo 8:17
encontramos una paráfrasis de este versículo que dice: “Él mismo tomó
nuestras debilidades, y llevó nuestras enfermedades”. Ésta es una traducción de
Isaías 53:4. El Espíritu Santo enseñó a Mateo a describir al Señor Jesús terrenal
como Aquel que tomó nuestras debilidades y llevó nuestras enfermedades.
Debemos darnos cuenta que mientras estaba en la tierra, Él sufrió nuestros
dolores y tomó nuestras debilidades incluso antes de Su muerte en la cruz. Esto
quiere decir que el Señor Jesús asumió la carga de la sanidad. Para Él, Su tarea
consistía en sanar a los enfermos. Su obra no sólo consistió en predicar el
evangelio, sino además en curar las enfermedades. Él no solamente predicó el
evangelio, sino que también fortaleció al débil, restauró la mano seca, limpió al
leproso, levantó al paralítico y los envió de regreso a su hogar. Sanó toda clase
de enfermedades. Mientras estuvo en la tierra, Él se dedicó a predicar así como
a realizar milagros, hacer el bien, entrenar a Sus discípulos, sanar y echar fuera
demonios. Es necesario comprender que echar fuera las enfermedades cuyo
origen es el pecado, es una de las comisiones que tenía el Señor Jesús. Él vino a
la tierra a quitar los pecados, así como a quitar la muerte y las enfermedades.

B. Perdona nuestras iniquidades


y sana nuestras dolencias

Muchos hijos de Dios conocen el salmo 103. A mí me encanta volver a leer este
salmo una y otra vez. David dijo: “Bendice, alma mía, a Jehová, / Y no olvides
ninguno de Sus beneficios” (v. 2). ¿Cuáles son Sus beneficios? David dijo: “Él es
quien perdona todas tus iniquidades, / El que sana todas tus dolencias” (v. 3).

Quisiera hacerles notar que las enfermedades tienen dos socios: uno es la
muerte y otro es el pecado. Las enfermedades y la muerte forman una pareja, y
las enfermedades y el pecado forman otra pareja. El resultado del pecado es la
muerte, y es debido a que existe la muerte que existen las enfermedades. Tanto
las enfermedades como la muerte son resultados de algo. La naturaleza
intrínseca de las enfermedades y de la muerte es la misma, es decir, ambas
provienen del pecado. Salmos 103:3 nos muestra que las enfermedades y el
pecado (las iniquidades) forman otro par. Este versículo dice: “Él es quien
perdona todas tus iniquidades, / El que sana todas tus dolencias”. Debido a que
mi alma ha pecado, las enfermedades hallan cabida en mi cuerpo. Cuando el
Señor juzga los pecados que contaminan mi alma y los perdona, entonces la
enfermedad que adolece mi cuerpo es sanada. Nuestro cuerpo está infestado por
los pecados internos, y también por las enfermedades externas. Hoy en día, el
Señor nos ha quitado tanto los pecados como las enfermedades.

C. Él llevó nuestros pecados


en un sentido absoluto, pero llevó
nuestras dolencias en un sentido limitado

Sin embargo, tenemos que hacer una distinción. Dios perdona nuestros pecados
de una manera totalmente diferente de la manera en que sana nuestras
dolencias. Él trata con nuestros pecados de una manera distinta de como lo hace
con nuestras enfermedades. El Señor Jesús llevó sobre Sí nuestros pecados
cuando fue crucificado. ¿Queda algún pecado que Él no haya perdonado? ¡No!
La obra realizada por Dios es absoluta; la obra que se llevó a cabo en la cruz es
tan completa que el pecado ha sido completamente quitado (Jn. 1:29). Mientras
el Señor Jesús estaba en la tierra, Él llevó nuestras enfermedades y tomó
nuestras debilidades. Pero aun cuando Él llevó nuestras dolencias, no las quitó
por completo. Él tomó nuestras debilidades, pero no las erradicó a todas ellas.
Incluso Pablo dijo: “Porque cuando soy débil, entonces soy poderoso” (2 Co.
12:10). Por supuesto, Pablo no dijo: “Cuando peco, entonces soy santificado”. El
pecado ha sido total y absolutamente quitado, pero las enfermedades no han
sido total y absolutamente erradicadas. La redención que el Señor efectuó se
encarga de nuestras enfermedades de una manera distinta de como actúa con
respecto a nuestros pecados. El pecado es quitado de una manera absoluta,
mientras que las enfermedades son quitadas en una manera limitada.

Timoteo seguía teniendo un estómago delicado. Él era un siervo del Señor y, a


pesar de ello, el Señor permitió que tal debilidad permaneciera en su carne. La
salvación y la redención solucionaron completamente la cuestión del pecado,
pero las enfermedades no fueron quitadas por completo. Hay ciertos grupos que
piensan que la obra del Señor únicamente se encarga de los pecados y no de las
enfermedades. Hay otros que piensan que el Señor erradica las enfermedades
tan exhaustivamente como lo hace con los pecados. Ninguna de estas posturas
es la nuestra. La Biblia nos muestra claramente que la obra que el Señor realizó
se encarga tanto de los pecados como de las enfermedades. Al encargarse de los
pecados Él lo hace en términos absolutos y definitivos, mientras que al
encargarse de las enfermedades lo hace dentro de ciertos límites. Tenemos que
darnos cuenta de que el Señor ha tomado medidas con respecto al pecado en
términos absolutos; Él ha resuelto todos los problemas concernientes al pecado.
El Cordero de Dios llevó los pecados de todos los hombres. Su sangre ha quitado
el pecado de toda la humanidad. El problema del pecado ha sido completamente
resuelto, pero las enfermedades todavía están presentes entre los hijos de Dios.

Podríamos considerar este asunto desde otro ángulo. Los hijos de Dios no
deberían padecer de tantas enfermedades, puesto que el Señor Jesús llevó
nuestras dolencias. El Señor Jesús le dio mucha importancia al asunto de la
sanidad mientras estuvo sobre esta tierra, y si bien Su cruz no tomó todas
nuestras enfermedades, ciertamente la sanidad es uno de los aspectos de Su
obra. Isaías 53 se cumple en Mateo 8, no en Mateo 27, es decir, se cumplió antes
de Gólgota. Él no comenzó a llevar nuestras enfermedades en Gólgota; antes
bien, llevó sobre Sí nuestras enfermedades mientras estaba en la tierra y antes
de ir a Gólgota. Cuando llevó nuestras enfermedades, no lo hizo en términos
absolutos, tal como lo hizo al llevar nuestros pecados. Todos debemos tener esto
bien claro.

D. Procurar la sanidad cuando esté enfermo

Existen muchas razones por las cuales un creyente se enferma. Me temo que
muchos han perdido la oportunidad de ser sanados debido a que ignoran que el
Señor, como parte de Su obra, llevó sobre Sí nuestras dolencias. Permítanme
decirles algo más al respecto. A menos que estén tan seguros como lo estuvo
Pablo, quien después de orar tres veces se dio cuenta de que su enfermedad
tenía el propósito de perfeccionarlo, ustedes deben procurar su sanidad. Pablo
oró y sólo la tercera vez que oró estuvo claro al respecto. El Señor le mostró que
su debilidad era necesaria. La gracia del Señor era suficiente para Pablo, cuya
debilidad tenía como propósito manifestar y magnificar el poder de Dios. Pablo
entonces aceptó su debilidad. Si una persona no tiene la seguridad de que Dios
desea que sus debilidades y enfermedades persistan, debe buscar por todos los
medios su sanidad. Debe pedirle al Señor con toda confianza que lleve sus
debilidades y enfermedades. Los hijos de Dios no viven en este mundo para
sufrir enfermedades, sino para glorificar a Dios. Una dolencia es buena si
glorifica a Dios, pero muchas enfermedades quizás no glorifiquen a Dios.
Ustedes deben aprender a confiar en Él. Tienen que darse cuenta de que el
Señor Jesús como nuestro Salvador carga sobre Sí nuestras enfermedades. Él es
el mismo ayer, hoy y por los siglos. Podemos suplicarle que nos sane y podemos
poner todas nuestras enfermedades en Sus manos.

III. LA ACTITUD DEL CREYENTE


CON RESPECTO A LAS ENFERMEDADES

A. Descubrir la causa de nuestra enfermedad

Un creyente debe primero acudir al Señor a fin de descubrir cuál es la causa de


su enfermedad. No debe procurar apresuradamente su sanidad en cuanto se
enferma. Consideren el proceso por el que atraviesa una persona cuando padece
alguna dolencia. Siempre que uno se enferme, lo primero que tiene que hacer es
descubrir la causa de la enfermedad. Pablo estaba claro con respecto a su propia
dolencia. Éste es un buen ejemplo para nosotros. Dios quiere que estemos claros
con respecto a la causa de nuestras dolencias. Tenemos que preguntarnos si
hemos desobedecido al Señor o no. ¿Hemos pecado? ¿Hemos defraudado a
alguien? ¿Hemos actuado en contra de algunas leyes naturales? ¿Hemos sido
descuidados en algún asunto? Con frecuencia, al ofender ciertas leyes naturales,
ofendemos a Dios porque estas leyes son leyes creadas y dispuestas por Dios;
Dios rige el universo por medio de estas leyes naturales. Siempre hay una razón
para nuestras dolencias.
B. Sin buscar ansiosamente a un médico

Muchas personas temen morirse apenas se enferman. Al enfermarse, buscan de


inmediato un médico y esperan su sanidad con todo afán. Ésta no es la actitud
propia de un creyente. Antes bien, él primero debe averiguar cuál es la causa de
su enfermedad. Muchos hermanos y hermanas carecen por completo de
paciencia. Lo primero que hacen cuando están enfermos es procurar su sanidad.
Se apresuran a buscar a un médico, temiendo perder sus vidas las que son tan
preciosas para ellos. Por un lado, ellos oran como si confiaran en que Dios habrá
de sanarlos; por otro lado, se apresuran a visitar al médico pidiendo medicinas e
inyecciones. Están llenos de temor y estiman sobremanera sus propias vidas.
Esto nos muestra claramente que ellos están completamente obsesionados
consigo mismos. En tiempos normales, ellos viven centrados en ellos mismos.
Cuando se enferman, entonces se tornan aún más egocéntricos. Es imposible
que una persona que se preocupa mucho por sí misma durante tiempos
ordinarios, vaya a ser liberada de su yo cuando contraiga alguna enfermedad.
Aquellos que están centrados en sí mismos durante tiempos ordinarios,
ciertamente procurarán ansiosamente ser sanados en cuanto contraigan alguna
enfermedad.

C. Uno debe resolver primero


cualquier conflicto que tenga delante de Dios

Les puedo garantizar que tales afanes acerca de sus dolencias son vanos. Ser
sanado no es tan simple cuando se trata de una persona que pertenece a Dios.
Aun si ella se sana, podría contraer nuevamente la misma enfermedad; además,
otras enfermedades podrían aquejarla. Uno tiene que resolver primero
cualquier conflicto que tenga con Dios, antes de poder resolver los problemas
que afectan su cuerpo. Los problemas del cuerpo no se podrán resolver si
delante de Dios no se resuelve el conflicto pendiente. Uno tiene que indagar
primero delante de Dios acerca de la causa de su enfermedad y sólo entonces
procurar ser sanado. Tiene que aprender la lección que acompaña la
enfermedad. Incluso en el caso de una enfermedad severa e inesperada, no
puede ignorar esta lección. Si nos relacionamos con Dios de esta manera, Él
intervendrá y nos librará de nuestras tribulaciones rápidamente.

Con frecuencia, descubrimos que estamos enfermos debido a que hemos pecado
o hemos cometido algunos errores. Tenemos que hacer una confesión delante
del Señor y pedir Su perdón. Sólo entonces podemos esperar ser sanados. A
medida que avanzamos un poco más en las cosas de Dios, quizás nos demos
cuenta que la causa no solamente radica en el pecado, sino que también ocurren
ataques satánicos. Algunas veces, las enfermedades pueden estar relacionadas
con la disciplina de Dios. Él nos disciplina a fin de que seamos santificados en
un grado mayor, y seamos más sensibles y obedientes a Él. Puede haber muchos
motivos para nuestras enfermedades, y tenemos que examinar cada uno de ellos
delante del Señor. A medida que consideramos tales motivos uno por uno,
descubriremos la verdadera causa de nuestra enfermedad. Algunas veces, Dios
permite que seamos socorridos por medio de la medicina u otros medios
naturales, pero otras veces, quizá Dios no quiera que seamos ayudados por los
médicos. Él puede sanarnos en un instante.

D. Aprender a poner los ojos


en Dios nuestro Sanador

Tenemos que darnos cuenta que la sanidad siempre está en manos de Dios.
¡Tenemos que aprender a esperar en Dios nuestro Sanador! En el Antiguo
Testamento se nos da uno de los nombres de Dios: “Porque Yo soy Jehová tu
Sanador” (Éx. 15:26). Este nombre de Dios es un verbo hebreo y es un nombre
muy especial. Tenemos que aprender a esperar en Jehová, Aquel que nos sana.
Él siempre tratará a Sus hijos con mucha gracia.

E. Llamar a los ancianos


de la iglesia para ungir y orar

Cuando alguien está enfermo, lo primero que tiene que hacer es descubrir la
causa de su enfermedad. Una vez que dicha causa es descubierta, hay varias
cosas que puede hacer. Una de ellas es pedir a los ancianos de la iglesia que oren
por él y lo unjan (Jac. 5:14-15). De hecho, ésta es la única exhortación que
aparece en la Biblia para los creyentes que están enfermos: “¿Está alguno
enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él,
ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al
enfermo, y el Señor lo levantará; y si ha cometido pecados, le serán
perdonados”.

Cuando una persona está enferma y ha tenido tratos con el Señor con respecto a
tal enfermedad, una de las cosas que puede hacer es llamar a los ancianos de la
iglesia para que le unjan. Esto significa que permite que la unción que proviene
de la Cabeza fluya hacia él como un miembro del Cuerpo. Dado que forma parte
del Cuerpo, pide que la unción fluya desde la Cabeza hacia el, es decir, hacia uno
de los miembros. Algunas enfermedades desaparecen en cuanto la vida
comienza a fluir en la persona. Así pues, los ancianos ungen a un miembro del
Cuerpo con el propósito de hacerlo partícipe de la unción que proviene de la
Cabeza. Algunas veces es posible que la persona se haya apartado de la
protección que le brinda el Cuerpo y haya dejado de participar de la circulación
que es propia del Cuerpo debido a su desobediencia, su pecado o alguna otra
cosa. Cuando esta persona llama a los ancianos de la iglesia, manifiesta su deseo
de ser partícipe nuevamente de la circulación del Cuerpo. Solicita ser
posicionada nuevamente en el Cuerpo de Cristo y participar del fluir de la vida
divina.

En cuanto un miembro del Cuerpo de Cristo comete algún error con respecto a
su posición como miembro, la vida del Cuerpo deja de fluir en este miembro. La
unción restaura dicho fluir. Ésta es la razón por la cual se llama a los ancianos
de la iglesia. Los ancianos representan a la iglesia y representan al Cuerpo en
una localidad. Ellos ungen con aceite en representación del Cuerpo y hacen que
la unción proveniente de la Cabeza sea recibida nuevamente por el miembro que
estaba obstruido. Nuestra experiencia nos dice que esta clase de unción incluso
puede sanar a quien se encuentre gravemente enfermo. Nosotros mismos hemos
sido testigos de la frecuente y pronta intervención de Dios ante situaciones que
son humanamente imposibles. Cuando esto sucede, la persona es sanada.

F. Otras razones para que


sobrevengan enfermedades

En algunas ocasiones existe otra causa para las enfermedades: el


individualismo. Por favor, recuerden que el individualismo es la causa principal
de las enfermedades. Algunas personas son muy individualistas; lo hacen todo
según su propia voluntad. Actúan por sí mismas y no dependen sino de ellas
mismas. Cuando Dios las disciplina, se enferman y dejan de recibir el
suministro del Cuerpo. Si ésta es la razón por la cual una persona está enferma,
deberá pedir que el suministro del Cuerpo fluya hacia ella nuevamente.

No me atrevo a decir que les he dado una lista exhaustiva de todas las razones
por las cuales nos enfermamos. Hay muchas causas para las enfermedades.
Algunos se enferman debido a que han desobedecido el mandamiento del Señor.
Otros se enferman debido a que no han cumplido cabalmente con lo que el
Señor les ordenó. Incluso otras personas se enferman debido a que cometieron
un pecado específico, y otras debido a su individualismo. Hay algunos que son
individualistas; sin embargo, Dios no los disciplina. Pero sí hay muchos otros,
en especial aquellos que conocen la iglesia, que se enferman en cuanto se
comportan de manera individualista. Aquellos que no conocen la iglesia se
enferman con menos frecuencia. Cuanto más conocemos acerca de la iglesia y
cuanto más estrecho es nuestro vínculo con la iglesia, con mayor frecuencia
seremos puestos por el Señor en circunstancias en las cuales nos tratará con
mano dura en cuanto seamos individualistas.

Algunas veces una persona se enferma debido a que ha deshonrado su cuerpo.


Todo aquel que corrompe su cuerpo encontrará a Dios destruyendo Su propio
templo en esa persona.
Hay muchas causas para las enfermedades y no les podría dar una lista
exhaustiva de todas ellas. Solamente puedo decir que siempre hay una razón.
Siempre debemos descubrir cuál es la causa de nuestras enfermedades. Tal vez
haya más de una razón para nuestras enfermedades. Una vez que uno descubra
las causas de su enfermedad, tiene que confesarlas delante de Dios una por una.
Luego debe llamar a los hermanos responsables de la iglesia, confesarles todo y
orar con ellos. Pídales que lo unjan y que lo recobren a la vida del Cuerpo.
Entonces verá que en cuanto la vida comience a fluir a través de usted una vez
más su enfermedad se desvanecerá inmediatamente. Si bien hay causas
naturales para las enfermedades, debemos saber que las razones espirituales
son mucho más importantes y poderosas que las causas naturales. Así pues, una
vez que nos encarguemos de las causas espirituales, las enfermedades nos
abandonarán prontamente.

IV. LAS ENFERMEDADES Y LA DISCIPLINA DE DIOS

A. Detrás de algunas enfermedades


se encuentra la mano disciplinaria de Dios

Es interesante notar que con frecuencia los incrédulos sanan con relativa
facilidad, mientras que los cristianos no se curan tan fácilmente. El Nuevo
Testamento nos muestra que cuando los incrédulos acudían al Señor, ellos eran
inmediatamente sanados. La Biblia también nos habla del don de sanidad.
Tanto creyentes como incrédulos pueden ser sanados por medio del don de
sanidad. Sin embargo, la Biblia también nos muestra que algunos cristianos
nunca fueron sanados. Trófimo fue uno de ellos, Timoteo fue otro, y Pablo
mismo es un tercer caso. Estos tres eran los mejores hermanos que encontramos
en el Nuevo Testamento. Pablo dejó a Trófimo en Mileto debido a que estaba
enfermo y no pudo hacer nada al respecto (2 Ti. 4:20). Pablo le aconsejó al
enfermizo Timoteo que tomara un poco de vino debido a que su estómago no
estaba bien, es decir, Timoteo no había sido sanado. Incluso el propio Pablo
sufrió y fue debilitado en su cuerpo a causa de una enfermedad que aquejaba su
vista u otra dolencia. Debido a ello, él dijo que tenía un aguijón en su carne (2
Co. 12:7). Un aguijón es siempre irritante para quien lo sufre. Aun cuando un
aguijón pueda ser muy pequeño, causa mucho dolor cuando entra en la carne;
aunque solamente se introduzca en el dedo meñique. El aguijón de Pablo no era
un pequeño aguijón sino uno muy grande. Este aguijón hacía que todo su
cuerpo se estremeciera de dolor. En 2 Corintios 12:9 él utilizó la expresión:
“debilidad”, ¡esto nos da una idea de cuánto sufría! Estos tres hermanos eran
hermanos excelentes; aun así, jamás fueron sanados. En lugar de ello, tuvieron
que soportar sus enfermedades.

Las enfermedades difieren de los pecados. Los pecados no pueden dar el fruto
de la santificación, mientras que las enfermedades sí pueden darlo. Sería
incorrecto agrupar en una misma categoría a las enfermedades y a los pecados.
Si bien existen algunas similitudes entre estos dos, también existen muchas
diferencias. Cuanto más peca un hombre, más inmundo es; pero una persona no
se hace inmunda al enfermarse. De hecho, es posible que ella pueda hacerse
santa en virtud de sus enfermedades, debido a que detrás de tales enfermedades
está la mano disciplinaria de Dios. Las enfermedades pueden dar como
resultado que seamos disciplinados por Dios. Cuando los hijos de Dios se
enferman, tienen que aprender a sujetarse a la mano poderosa de Dios (1 P.
5:6).

B. Debemos aceptar las lecciones


que acompañan a las enfermedades

Si usted padece una enfermedad, debe aprender a resolver delante del Señor
todos sus problemas uno por uno. Después de haberlos resuelto
definitivamente, quizás llegue a la conclusión que Dios lo está disciplinando a
fin de que usted no se enorgullezca ni extralimite como cualquier otro pecador.
Usted debería tener presente que no sólo tiene que aceptar la enfermedad en sí,
sino también las lecciones que acompañan a ésta. La enfermedad en sí no es de
utilidad alguna; usted tiene que aprender las lecciones que van con la
enfermedad. La enfermedad por sí sola no santifica a una persona, sino el hecho
de que ella acepte la lección que acompaña a tal enfermedad. Uno tiene que
saber aprovechar el beneficio espiritual y el resultado de las enfermedades. Es
posible que Dios lo trate a usted con mano dura a fin de humillarlo tal como lo
hizo con Pablo. Así, Él impidió que Pablo se volviera una persona orgullosa a
causa de las revelaciones que había recibido. Quizá Dios permita que las
enfermedades aquejen nuestra carne a fin de hacernos más tiernos, pues somos
demasiado fuertes en nuestra disposición. Todo esto puede explicar por qué
Dios no nos sana de inmediato. Las enfermedades por sí solas no son de ayuda
para nadie; sólo si éstas nos hacen más tiernos podemos obtener algún
beneficio. No tiene caso que estemos enfermos toda una vida a menos que las
enfermedades nos hagan más tiernos. Muchas personas han estado enfermas
toda su vida y, sin embargo, el Señor jamás pudo lidiar con ellas. Tales
enfermedades fueron en vano. A veces una persona se recupera de su
enfermedad después de cierto período de tiempo. Pero aun cuando la
enfermedad se ha desvanecido, quizás el Señor no haya concluido Su labor, y
otras cosas tengan que sobrevenirle a dicha persona. En cuanto uno se enferma,
tiene que acudir al Señor y buscar que Él le hable.

Con frecuencia reconoceremos la disciplina del Señor en nuestras


enfermedades. Dios disciplina a mucha gente por medio de sus enfermedades y
utiliza las mismas para tocar ciertas áreas de su vida.
C. Las enfermedades no debieran aterrorizarnos

No debemos pensar que las enfermedades son algo espantoso. El “cuchillo” no


está en las manos de cualquiera. Si aquel que me afeita es mi hermano, no me
sentiría aterrorizado aun cuando use una navaja enorme. Pero ciertamente
estaría aterrado si tuviera que permitir que un enemigo mío me corte el cabello.
Tenemos que preguntarnos, en manos de quién está la navaja. Yo estaría
aterrado si el cirujano que ha de operarme fuese mi enemigo, pero no tendría
miedo alguno si el bisturí estuviese en manos de mi hermano. No olviden que
todas las enfermedades están en las manos de Dios. Muchos hermanos y
hermanas que están enfermos, están tan ansiosos respecto a su salud, que
pareciera que lo que creen es que sus enfermedades están en las manos del
enemigo.

Les ruego que tengan en mente que toda enfermedad ha sido medida por la
mano de Dios. Satanás es el creador de las enfermedades, y estoy persuadido
que él puede hacer que las personas se enfermen. Pero, como todo aquel que ha
leído el libro de Job, sabemos que las enfermedades ocurren únicamente con el
permiso de Dios. Toda enfermedad ocurre dentro del límite impuesto por Dios.
El libro de Job nos muestra claramente que Satanás no puede traer enfermedad
alguna sobre ninguna persona, si no es con el permiso de Dios y conforme a los
límites que Él impone. El permiso divino así como las limitaciones impuestas
por Dios son los factores permanentes. Consideren el caso de Job: Dios permitió
que él se enfermara, pero no permitió que su vida fuese afectada. Siempre que
nos enfermamos, no debemos perder las esperanzas, ni debemos preocuparnos.
Tampoco debemos insistir en querer ser sanados, ni debemos quejarnos de que
nuestra enfermedad es demasiado prolongada, ni debemos manifestar temor a
la muerte.

Les ruego que tengan en cuenta que las enfermedades están en las manos de
Dios, han sido medidas por Él y se hallan bajo las limitaciones que Dios mismo
ha impuesto. Después que las pruebas de Job siguieron su curso, la enfermedad
lo abandonó; así pues, la enfermedad cumplió el propósito que Dios tenía para
él. En la historia acerca de Job vemos en qué termina la disciplina ejercida por
Dios (Jac. 5:11). Pero permítanme decirles que en el caso de las enfermedades
que sobrevienen a muchas personas, éstas no tienen un final apropiado; ellas
nunca aprendieron la lección. Tenemos que comprender que toda enfermedad
está en manos de Dios y es medida por el Señor. Con frecuencia, todo lo que
tenemos que hacer es confesar nuestros pecados y, con ello, el asunto está
concluido.

D. Debemos aprender nuestra lección


en medio de nuestra enfermedad
En muchos casos, Dios permite que estemos enfermos por un período
prolongado a fin de que aprendamos alguna lección. Cuanto antes aprendamos
dicha lección, mas pronto dicha enfermedad nos abandonará. Muchas personas
se aman demasiado a sí mismas. Quisiera hablar con franqueza a esta clase de
personas: El único motivo por el que muchas de ellas están enfermas es porque
se aman demasiado a sí mismas. Muchas personas aman tanto su propia vida
que es inevitable que les sobrevengan enfermedades. Le seremos de muy poca
utilidad a Dios si no somos depurados de tal egocentrismo. Tenemos que
aprender a no amarnos a nosotros mismos.

Algunas personas sólo piensan en sí mismas durante todo el día. Creen que todo
el mundo gira alrededor de sus personas y que ellas son el centro del universo;
piensan que todos deberían vivir para ellas. Día y noche sus pensamientos sólo
giran en torno de ellas mismas, y desde su punto de vista, todo gira alrededor de
ellos. Dios está en los cielos para atenderlas y Dios está en la tierra también para
atenderlas. Cristo existe para ellas y la iglesia también es sólo para ellas. De
hecho, el mundo entero está a su servicio. Así que, Dios no tiene otra alternativa
sino derribar ese centro. Mucha gente no se sana con facilidad debido a que
esperan que los demás sientan compasión por ellos. Conozco algunas hermanas
que han experimentado esto. Cuando tales personas rechazan la compasión de
otros, entonces sus enfermedades se desvanecen.

Es posible que muchos estén enfermos porque les gusta estar enfermos. Tales
personas reciben afecto sólo cuando están enfermas y, por eso, les gusta estar
enfermas. Nadie les manifiesta amor cuando no están enfermas, así que siempre
procuran estar enfermas a fin de recibir muestras de cariño. De hecho, ellas
quisieran estar siempre enfermas a fin de que siempre las amen. Conozco varios
casos así. A veces es necesario que alguien les reprenda seriamente diciéndoles:
“Tú estás enfermo porque te amas demasiado a ti mismo. Quieres que los demás
te amen y te atiendan por estar enfermo. Quieres que los demás te visiten y
sientan compasión por ti. Por eso siempre estás enfermo”. En cuanto ellas
aceptan la disciplina de Dios y reconocen la verdadera causa de su enfermedad,
son sanadas de inmediato.

Les puedo contar acerca de cientos de casos que he visto personalmente durante
los últimos veinte o más años de mi vida. Todos ellos demuestran que mucha
gente se enferma por razones específicas. Sus enfermedades son sanadas en
cuanto ellos identifican las causas, les hacen frente y las eliminan. Mientras
tales causas perduren, ellas no se podrán sanar.

Sé de un hermano que siempre deseaba que los demás le manifestaran su afecto.


Él anhelaba ser amado, que se le hablara bondadosamente, que se le visitara y
que se le tratara con deferencia. Si alguien le preguntaba cómo estaba, él de
inmediato le contaba en gran detalle lo que le había sucedido la noche anterior o
esa misma mañana. Podía decir a qué hora exacta le había comenzado la fiebre y
cuántas horas había durado, la clase de jaqueca que había tenido y por cuántas
horas. Podía contar cuántas veces había respirado y cuántos latidos daba su
corazón por minuto. Él siempre se sentía enfermo y le gustaba informar a los
demás acerca de sus dolencias. Anhelaba que los demás lo compadecieran. Si
conversaba con usted, no sabía conversar de otra cosa que no fuera su
enfermedad. Él hablaba todos los días acerca de su enfermedad y se preguntaba
por qué jamás era sanado.

No es fácil hablar con toda honestidad a los demás. Se tiene que pagar cierto
precio para poder decir la verdad. Llegó el día en que finalmente tuve suficiente
valor para hablar con esta persona. Le dije: “La única razón por la que has
estado enfermo por tanto tiempo es porque te gusta estar enfermo”. Él lo negó.
Yo le dije: “¿Acaso no amas tu enfermedad? Tú tienes temor de que esta
enfermedad te abandone. Tú amas tu enfermedad”. Él lo negó nuevamente.
Pero yo le dije: “A ti te gusta que los demás sientan compasión por ti y te amen.
Te gusta que los demás te cuiden y te traten con amabilidad. Y no puedes
obtener todo eso de otra manera, así que te esfuerzas por obtenerlo al
enfermarte. Pero si quieres ser sanado por el Señor, tienes que desechar estos
pensamientos. Cuando los demás te pregunten cómo estás, tienes que aprender
a decir: “Estoy bien”. Si haces eso, ¡verás lo que ha de suceder! Cuando alguien
te pregunte cómo estuviste la noche anterior, debes decirles: “¡Bien!”. Él me
respondió: “Soy completamente sincero. Yo no puedo mentir. En realidad no me
siento bien. ¿Qué les diré si de verdad no me sentí bien la noche anterior?”. Le
dije: “Déjame leerte un versículo. El hijo de la sunamita estaba en su lecho ya
muerto. Sin embargo, cuando ella fue a ver a Eliseo y él le preguntó: „¿Te va bien
a ti? ¿Le va bien a tu hijo? Y ella dijo: Bien‟ (2 R. 4:26). De hecho, su hijo estaba
echado, muerto en su lecho. ¿Por qué dijo ella que estaba bien? Ella dijo esto
porque tenía fe. Ella tenía fe en que Dios habría de salvar a su hijo. Ahora, tú
también puedes creer. Cuando los demás te pregunten: ¿Cómo te sentiste
anoche?, debes responderles: Bien. Todo está bien aun cuando tú hayas
fallecido la noche anterior. Tienes que creer que todo estuvo bien”. Este
hermano no pudo contestarme nada cuando le dije estas cosas. En cuanto él se
negó a su egocentrismo, rehusó ser compadecido y dejó de pretender que todos
lo consolaran, su enfermedad se desvaneció.

Tenemos que darnos cuenta de que muchas enfermedades se deben tanto a


causas internas como a causas externas. El hombre tiene que aprender a tener fe
en Dios, pues sólo cuando el propósito de Dios se ha cumplido, la enfermedad se
desvanecerá. Una vez que Dios cumple Su propósito espiritual en nosotros,
nuestra enfermedad cesará.
E. Con la excepción de unos cuantos casos,
uno tiene que averiguar cuáles son las causas
de su enfermedad y procurar ser sanado

Estoy convencido que cuando Pablo escribió 2 Timoteo, Timoteo y Trófimo, al


igual que el propio Pablo, todavía seguían enfermos. Sin embargo, ellos
reconocían que sus enfermedades tenían el propósito de ayudarlos en su labor;
habían aprendido a cuidarse a sí mismos, así como a estar restringidos por
causa de la gloria de Dios que reposaba sobre ellos. Pablo aconsejó a Timoteo
que tomara un poco de vino y fuera cuidadoso con lo que comía. Al mismo
tiempo, ambos servían al Señor. Por supuesto, el Señor les suministró suficiente
gracia a fin de que ellos pudieran prevalecer sobre sus debilidades. Si bien Pablo
estaba enfermo, seguía trabajando. Al leer las epístolas de Pablo, todos
estaremos de acuerdo en que el monto de su labor correspondía a la labor de
diez hombres. No obstante, Dios pudo usar a un vaso tan débil. Dios pudo
obtener de él más de lo que hubiese obtenido de diez hombres fuertes. Si bien su
cuerpo era muy débil, Dios le concedió la fuerza y la vida necesarias para hacer
todo cuanto él debía hacer.

En la Biblia, no son muchos los hombres que —como Pablo, Timoteo y


Trófimo— estaban constantemente enfermos. Dios dispone tales circunstancias
extraordinarias únicamente para quienes Él ha de usar y perfeccionar. En
cuanto al resto, especialmente si se trata de nuevos creyentes, al enfermarse
deben reflexionar y preguntarse si han pecado de alguna manera. Cuando uno
confiesa sus pecados y toma medidas con respecto a ellos, le será fácil recibir
sanidad.

Finalmente, quisiera hacerles notar que las enfermedades pueden ser el


resultado de ataques imprevistos de Satanás, y algunas veces incluso pueden ser
el resultado de violar ciertas leyes naturales. Quizás no haya una causa
espiritual para nuestra enfermedad; no obstante, siempre podemos llevarlo todo
ante el Señor. Si se trata de un ataque del enemigo, podemos reprenderlo en el
nombre del Señor y se desvanecerá. Sé de una hermana que contrajo una fiebre
muy persistente. No había ninguna razón específica para su fiebre. Después,
descubrió que se trataba de un ataque de Satanás y lo reprendió en el nombre
del Señor. De inmediato su enfermedad se desvaneció.

Algunas veces las enfermedades pueden ser el resultado de actuar en contra de


las leyes naturales. Si una persona pone su dedo al fuego, se quemará. Debemos
cuidar bien de nuestra persona siempre que nos sea posible. Tampoco debemos
esperar a estar enfermos para confesar nuestros pecados. Una vez que
confesamos nuestros pecados, ciertamente seremos perdonados. Pero no
deberíamos de esperar hasta que, habiendo pecado, algo no ande bien con
respecto a nuestro cuerpo físico para buscar a Dios en procura de sanidad. No
debemos descuidar nuestras tareas ordinarias ni el cuidado personal.

V. LA MANERA EN QUE SOMOS SANADOS:


TRES FRASES DEL NUEVO TESTAMENTO

¿Qué sucede cuando el hombre ora pidiendo sanidad? Es necesario considerar


brevemente este asunto.

En el Nuevo Testamento, específicamente en el Evangelio de Marcos,


encontramos tres expresiones a cuyo estudio y aprendizaje he dedicado mucho
tiempo. Por lo menos para mí, estas expresiones han sido de mucha ayuda. La
primera frase se relaciona con el poder del Señor, la segunda con Su voluntad y
la tercera con lo que Él hace.

A. El poder del Señor: Dios puede

En cierta ocasión me encontraba leyendo el Evangelio de Marcos mientras


estaba enfermo y me encontré con unas cuantas palabras que me ayudaron
mucho. Este pasaje se inicia en Marcos 9:21-23: “Jesús preguntó al padre:
¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde niño. Y muchas veces
le ha echado en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo,
ten compasión de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: En cuanto a eso de: Si
puedes, todo es posible para el que cree”. ¿Comprenden lo que esto significa? El
padre del niño le dijo al Señor Jesús: “Pero si puedes hacer algo, ten compasión
de nosotros, y ayúdanos”. El Señor Jesús le replicó: “¡Si puedes!”. ¿Por qué le
dijo: “Si puedes”? Estas palabras no hacen sino citar lo que el padre había dicho.
El Señor Jesús quiso repetir lo que el padre había dicho: “Pero si puedes hacer
algo ... ayúdanos”. El Señor Jesús exclamó: “Si puedes, todo es posible para el
que cree”. No se trata de si el Señor podía o no; se trata de si aquel padre podía
creer o no. Todo es posible para el que cree.

Cuando una persona está enferma, generalmente está llena de dudas, y no le es


posible creer en el poder de Dios. A dicha persona le parece que el poder de los
gérmenes es más poderoso que el poder de Dios. En efecto, está afirmando que
el poder de una pequeña bacteria, que sólo puede verse con un microscopio, es
más fuerte que el poder de Dios. Cuando uno es probado mediante las
enfermedades magnifica grandemente la amenaza que representan los
gérmenes. Pero el Señor reprende a aquellos que en medio de su enfermedad
dudan del poder de Dios. Muy pocas veces en la Biblia se registra que el Señor
Jesús interrumpiera a alguien mientras éste hablaba con él. Pero aquí Él
exclamó: “¡Si puedes!”. Tal parece que el Señor se molestó, ¡como si se hubiera
enojado! (El Señor me perdone por decir esto). Cuando el padre le dijo: “Pero si
puedes hacer algo, ten compasión de nosotros, y ayúdanos”, tal parece que Jesús
le hubiera interrumpido diciendo: “¡Si puedes! ¿Cómo se te ocurre decir: ¡Si
puedes!? ¿Qué quieres decir con: Si puedes? ¡Todo es posible para el que cree!
No depende de si Yo puedo, sino de que tú creas. ¿Por qué preguntas si Yo
puedo o no?”. Así pues, lo primero que un hijo de Dios debe aprender a hacer
cuando está enfermo, es levantar su mirada a lo alto y declarar: “Señor, ¡Tú
puedes!”.

Recuerden lo que ocurrió cuando el Señor Jesús sanó al paralítico (me gustan
mucho estas palabras del Señor porque cada vez que Él habla, elige Sus palabras
muy cuidadosamente). Él les dijo a los fariseos: “¿Qué es más fácil, decir al
paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu camilla
y anda?” (Mr. 2:9). Los fariseos pudieron haber pensado que era más fácil decir:
“Tus pecados te son perdonados”. Pronunciar tales palabras es, por supuesto,
muy fácil; porque se pueden decir, pero nadie podrá saber a ciencia cierta si los
pecados de dicha persona han sido verdaderamente perdonados. Pero no es
nada fácil decir: “Levántate y anda”. Las palabras del Señor prueban que Él
puede perdonar y sanar. Fíjense con detenimiento en cómo el Señor Jesús
planteó Su pregunta a los fariseos. Consideren si habría sido mejor decir: “¿Qué
es más difícil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle:
Levántate, toma tu camilla y anda?”. Sin embargo, el Señor Jesús no formuló así
Su pregunta. Él utilizó otra palabra; Él dijo: “¿Qué es más fácil, decir al
paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu camilla
y anda?”.

El Señor Jesús estaba preguntando qué era más fácil porque, desde Su punto de
vista, ambas cosas eran fáciles. Perdonar pecados es fácil, y ordenarle al
paralítico que se levante y ande también era fácil. Por esto, Él dijo: “¿Qué es más
fácil?”. De hecho, los fariseos estaban preguntándose qué era más difícil. Desde
el punto de vista de los fariseos, tanto perdonar los pecados como ordenarle a
un paralítico que tomara su camilla y andara resultaba muy difícil. Ambas cosas
eran difíciles de realizar y los fariseos sólo podían preguntarse cuál de las dos
era más difícil. Sin embargo, el Señor Jesús dijo: “¿Qué es más fácil?”.

B. Lo que el Señor quiere: la voluntad de Dios

Es verdad que Dios puede sanarnos, pero, ¿cómo podemos saber qué Él nos
sanará? No sabemos cuál es Su voluntad. Supongamos que el Señor no quiere
sanarnos. ¿Qué debiéramos hacer? En esto consiste la segunda consideración.
Marcos 1:41 dice: “Y Jesús, movido a compasión, extendió la mano y le tocó, y le
dijo: Quiero, sé limpio”. He aquí la segunda cuestión. No es suficiente que la
persona enferma conozca el poder de Dios. Ella también necesita saber si Él
quiere sanarla. No importa cuán grande sea el poder de Dios, no nos sería de
ningún provecho si Él no estuviese dispuesto a sanarnos. Esta vez, la cuestión
no es si Él puede sanarnos o no, sino más bien, si Él quiere hacerlo. No importa
cuán inmenso sea Su poder, éste no tendría efecto alguno en nosotros si Él no
tiene la intención de sanarnos. Lo primero que debemos determinar es si Dios
puede; lo segundo, si Dios quiere. Aquí vemos al Señor Jesús diciéndole al
leproso: “Quiero”. Ninguna enfermedad es tan inmunda como la lepra. En el
Antiguo Testamento, todas las enfermedades son meras dolencias, pero la lepra
es una especie de contaminación de la carne. Quienquiera que toque a un
leproso será infectado con su lepra (por lo menos, esto era lo que aquellos
hombres pensaban). Sin embargo, el Señor estaba lleno de amor. Él dijo:
“Quiero”. Y extendió la mano y tocó al leproso. ¡El leproso fue limpio! El Señor
Jesús estaba dispuesto a limpiar al leproso. ¿Sería posible que Él no estuviese
dispuesto a sanarnos? Podemos afirmar claramente que Dios puede y que Dios
quiere. No es suficiente saber que Dios puede hacerlo, también tenemos que
saber que Dios quiere hacerlo.

C. Lo que hace el Señor:


es lo que Dios ha realizado

Dios desea sanarnos, pero esto no es suficiente. Todavía es necesario que Él


haga una cosa. Debemos leer Marcos 11:23-24: “De cierto os digo que cualquiera
que diga a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dude en su corazón, sino
que crea que lo que está hablando sucede, lo obtendrá. Por tanto, os digo que
todas las cosas [incluso las enfermedades] por las que oréis y pidáis, creed que
las habéis recibido, y las obtendréis”. Este pasaje se refiere a lo que Dios ha
realizado. Aquí tenemos tres cosas: Dios puede, Dios quiere y Dios lo ha
realizado.

¿En qué consiste la fe? La fe no solamente consiste en creer que Dios puede
hacer algo y que desea hacerlo, sino en creer que Dios ha hecho algo. Consiste
en creer que Él ha logrado algo. “Creed que las habéis recibido, y las
obtendréis”. Si ustedes tienen fe, tendrán la certeza de que Dios puede y Dios
quiere. Si reciben de Él una palabra específica, entonces podrán agradecerle
diciendo: “Dios me ha sanado. ¡Él ya lo ha hecho!”. Mucha gente está
confundida con respecto a esto. Como resultado, sus enfermedades no son
sanadas. Ellos siempre están esperando ser sanados. La esperanza implica la
expectativa de que algo sucederá en el futuro, mientras que la fe es saber que
algo ya ha sucedido. Yo puedo creer en que Dios habrá de sanarme, pero esto
puede concretarse en veinte años o en cien años. Pero aquellos que tienen una fe
genuina dirán con determinación: “¡Gracias a Dios que Él meha sanado!
¡Gracias a Dios que ya recibí Su sanidad! ¡Gracias a Dios que he sido limpiado!
¡Gracias a Dios, estoy sano!”. Cuando nuestra fe haya sido perfeccionada, no
sólo diremos que Dios puede realizarlo y quiere realizarlo, sino que Él ya lo
realizó.
¡Dios lo hizo! Él ha escuchado su oración, y Su palabra lo ha sanado. ¡Él ya lo
hizo! “Creed que las habéis recibido, y las obtendréis”. La fe de muchos es una fe
que cree en lo que recibirán. Como resultado, ellos no reciben nada. Ustedes
deben tener la fe de que ya las han recibido. La fe proclama: “Está hecho”, no:
“Será hecho”.

Examinemos un ejemplo muy sencillo. Supongamos que hoy predicamos el


evangelio y una persona lo recibe, cree y se arrepiente. Tal persona afirma haber
creído. Si usted le pregunta: “¿Has creído en el Señor Jesús?”, probablemente
ella le responda: “Sí, he creído”. Si además usted le pregunta: “¿Eres salva?”.
Ella quizás diga: “Sí, seré salva”. Al escuchar esta última respuesta, usted se
percatará de que algo no marcha bien y, entonces, le preguntará nuevamente:
“¿Está segura de que será salva?”. Quizás ella diga: “Ciertamente seré salva”. A
lo cual usted, sabiendo que algo no está bien, le pregunta de nuevo: “¿Tiene la
certeza de que será salva? Quizás diga que va a ser salva, que definitivamente
será salva o que ciertamente será salva, pero algo no está bien. Si usted le
pregunta: “¿Cree usted en el Señor Jesús y es salva?”, y esta persona le contesta:
“¡Soy salva!”, entonces, ella le habrá dado al blanco. Una persona es salva en
cuanto cree. La fe siempre está relacionada con el tiempo pasado. Tener fe en
haber sido sanado es como la fe que uno tiene en la salvación. No es que uno
crea que será sanado, o que debe ser sanado o que tiene que ser sanado. Eso no
es fe. Si una persona tiene fe, dirá: “¡Gracias a Dios, he sido sanado!”.

Tenemos que tomar posesión de estas tres cosas: Dios puede, Dios quiere y Dios
lo ha hecho. Nuestra enfermedad nos abandonará una vez que nuestra fe haya
alcanzado la etapa en la que podamos afirmar: “Dios lo ha hecho”.

CAPÍTULO CUARENTA

EL PERDÓN GUBERNAMENTAL

En la Biblia hay por lo menos cuatro clases diferentes de perdón y les


asignaremos un nombre específico a cada uno: el primero de ellos es el perdón
eterno; en segundo lugar, el perdón instrumental; el tercero es el perdón que se
encuentra en la comunión; y el cuarto es el perdón gubernamental. Si un
creyente desea llevar una senda recta en su búsqueda espiritual, necesitará
conocer bien en qué consiste el perdón gubernamental. Primero veremos la
diferencia que existe entre estas cuatro clases de perdón y después hablaremos
sobre el perdón gubernamental.

I. EL PERDÓN ETERNO

Al perdón que acompaña a nuestra salvación lo llamaremos el perdón eterno.


Este es el perdón al que se refiere el Señor Jesús en Lucas 24:47: “Y que se
proclamase en Su nombre el arrepentimiento para el perdón de pecados a todas
las naciones, comenzando desde Jerusalén”. Este es el perdón eterno.
Asimismo, el perdón mencionado en Romanos 4:7 alude al perdón eterno.

Podemos calificar este perdón como eterno porque una vez que Dios perdona
nuestros pecados, lo hace por la eternidad. Dios arroja nuestros pecados a lo
profundo del mar y al abismo. Él ya no ve más nuestros pecados ni se acuerda
de ellos. Este es el perdón que obtenemos en el momento de ser salvos. Cuando
creemos en el Señor Jesús todos nuestros pecados nos son perdonados, el Señor
los quita todos, y a los ojos de Dios no queda vestigio alguno de pecado en
nosotros. Este perdón es llamado: el perdón eterno.

II. EL PERDÓN INSTRUMENTAL

Dios le dice directamente al hombre muchas veces: “Te perdono”, pero


frecuentemente Él proclama Su perdón por medio de la iglesia: “Dios ha
perdonado tus pecados”. Por lo tanto, la Biblia nos muestra otra clase de
perdón, al que llamaremos: el perdón instrumental. En Juan 20:22-23 dice: “Y
habiendo dicho esto, sopló en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A
quienes perdonáis los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retenéis,
les son retenidos”. Al enviar el Espíritu Santo a Su iglesia, el Señor le
encomendó a la iglesia ser Su representante en la tierra. La iglesia llegó a ser el
vaso de Dios, y ahora el perdón puede ser otorgado por medio de la iglesia. A
esto nos referimos cuando hablamos del perdón instrumental. Sin embargo,
debemos tener cuidado de no confundirlo con el perdón que enseñan los
católicos. Debemos darnos cuenta que la base del perdón instrumental es el
hecho de que el Señor mismo se infundió en Su iglesia al soplar en ella
diciéndole: “Recibid el Espíritu Santo”. Sólo después que la iglesia recibe el
Espíritu Santo, tiene poder para retener pecados y para perdonarlos. Ella puede
declarar que los pecados de ciertos individuos les sean retenidos y que los de
otros les sean perdonados. La iglesia tiene tal autoridad, porque está bajo la
autoridad del Espíritu Santo. El Señor sopló en Sus discípulos y les dijo:
“Recibid el Espíritu Santo”, después de lo cual añadió: “A quienes perdonáis los
pecados, les son perdonados; y a quienes se los retenéis, les son retenidos”. Ésta
es una especie de perdón indirecto. Dios perdona a los hombres por medio de la
iglesia, la cual actúa como Su canal.

Al predicar el evangelio, con frecuencia nos encontramos con pecadores que


descubren su pecado por medio de nuestras palabras: a los cuales traemos al
Señor y confiesan que son pecadores. Ellos oran incluso con lágrimas de
arrepentimiento para recibir el perdón y reciben al Señor Jesús con un corazón
sincero. Sin embargo, debido a que son paganos, no tienen ninguna noción de lo
que significa ser perdonados. En estos casos, es bueno que un representante de
la iglesia les diga: “¡Dios les ha perdonado sus pecados!”. Saber esto les ahorrará
mucho sufrimiento y ansiedad. Si una persona verdaderamente ha creído, usted
puede decirle: “¡Usted ha aceptado al Señor el día de hoy; dele las gracias
porque Él ha perdonado sus pecados!”. Si la iglesia no pudiese perdonar ni
retener los pecados de los hombres, sería imposible determinar quién puede ser
bautizado. ¿Por qué es posible aceptar a un candidato para el bautismo y
rechazar a otro? ¿Por qué se puede recibir a algunos en la reunión del
partimiento del pan y rechazar a otros? Esto se debe a que la iglesia puede hacer
uso de la autoridad que ha recibido del Señor. Ella proclama quién es salvo y
quién no, y a quiénes se les perdonan los pecados y a quiénes les son retenidos.
Ciertamente, declaraciones de esta magnitud no se pueden hacer de manera
irresponsable, pues aquellos a quienes se les perdonan los pecados, les son
perdonados, mientras que aquellos a quienes se les retienen, les son retenidos.
Tal declaración debe ser hecha bajo la autoridad del Espíritu Santo. Juan 20:22
dice: “Recibid el Espíritu Santo”, y el versículo 23 añade: “A quienes perdonáis
los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retenéis, les son retenidos”.
Solamente cuando la iglesia ha recibido el Espíritu Santo y está bajo Su
autoridad, podrá actuar como instrumento de Dios; sólo cuando el Señor ha
hecho que un hombre sea un instrumento Suyo, dicho hombre podrá decirle a
un pecador: “¡Tus pecados te son perdonados!”; a otro: “¡Tus pecados no te son
perdonados!”. Este es el segundo tipo de perdón que se describe en la Biblia,
según el cual Dios no perdona directamente, sino que lo hace por medio de la
iglesia. El perdón eterno es aquel en el que Dios perdona directamente a los
hombres. El perdón instrumental es la proclamación del perdón que Dios hace a
través del hombre.

III. EL PERDÓN EN LA COMUNIÓN

Hay una tercera clase de perdón en la Biblia al que llamamos el perdón en la


comunión. En 1 Juan 1:7-9 se nos dice: “Pero si andamos en luz, como Él está en
luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia
de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros
mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es
fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”.
En 1 Juan 2:1-2 leemos: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no
pequéis; y si alguno peca, tenemos ante el Padre un Abogado, a Jesucristo el
Justo. Y Él mismo es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por
los nuestros, sino también por los de todo el mundo”. El perdón al que alude
este pasaje de la Palabra no es ni el perdón que recibimos en el momento en que
somos salvos ni el que se pronuncia por medio de la iglesia. Este perdón difiere
de los anteriores. Después que una persona cree en el Señor y se convierte en un
hijo de Dios, con frecuencia necesitará el perdón de Dios. Este es el perdón del
que hemos hablado en un capítulo anterior [el capítulo 21], el cual está
tipificado por la aplicación de las cenizas de la vaca alazana. Después que hemos
creído en el Señor, confesamos nuestra fe cristiana y recibimos el perdón eterno,
todavía es posible que pequemos en alguna ocasión. Delante del Señor, todavía
nos es posible flaquear y sufrir tropiezos. Esta clase de pecado hace que surja
una barrera en nuestra comunión con Dios.

A. La característica de la vida:
deleitarse en la comunión

Los biólogos saben que la vida posee dos características fundamentales. En


primer lugar, lucha por sobrevivir, por conservarse, a fin de continuar su
existencia. La vida detesta la muerte. En segundo lugar, no desea ser privada de
comunión. La vida detesta ser aislada. Si una gallina es dejada a su suerte, se
vuelve alicaída, pero si se la pone junto a otras gallinas, será una criatura vivaz y
saludable. Todo prisionero que se aísle de los demás, sufrirá a causa de no poder
tener comunión con ellos. El hombre es un ser viviente, y como tal, se esfuerza
por conservar su vida y además se deleita en la comunión que tiene con otros.

B. Frustraciones a la comunión de vida

Creemos que somos salvos en virtud de la sangre del Señor Jesús. En lo que a
nuestra vida se refiere, no tenemos ninguna duda, porque somos salvos y hemos
sido eternamente perdonados. No tenemos ningún problema a este respecto.

Pero hay otro aspecto que podría representar un problema para nosotros, a
saber, que después de haber creído en el Señor y ser salvos, es posible que
nuestra comunión con Dios y con algunos hijos de Dios se vea interrumpida a
causa de haber ofendido a Dios. ¿Qué significa que nuestra comunión sea
interrumpida? Supongamos que una niña va secretamente a la cocina y hurta
algo que la madre había preparado: algunas frutas de la alacena o alguna otra
cosa. Supongamos que se come todos los alimentos que había, mientras la
madre está fuera. Ella podrá cerrar muy bien la puerta de la cocina, lavarse bien
la cara y limpiar la mesa; sin embargo, ¡ha cometido una trasgresión! Antes que
esto sucediera, todas las noches tenía una íntima comunión con su madre, pero
esa noche, ella no podrá disfrutar de tal comunión debido a que ha hurtado algo.
Cuando su madre la llame desde el cuarto, su corazón empezará a latir
aceleradamente mientras se acerca, pensando que su madre le dará una paliza.
Quizás su madre le ofrezca algo de comer, pero ella habrá perdido todo apetito.
Teme constantemente que su madre descubra lo que ha hecho y hasta querrá
esconderse de ella. Todo ello es indicio de que la comunión que la niña
disfrutaba con su madre, se ha interrumpido. La niña no ha dejado de ser la hija
de su madre aun cuando hurtó algo de comida, pero aquella comunión que
existía entre ella y su madre se ha interrumpido. Asimismo, usted no deja de ser
hijo de Dios por haber pecado, pero ciertamente su comunión con Dios se verá
interrumpida. El pecado hace que nuestra comunión se vea inmediatamente
interrumpida. Además, nuestra conciencia ha dejado de ser una conciencia libre
de ofensas. A fin de poder disfrutar una comunión ininterrumpida con Dios,
usted deberá poseer una conciencia irreprensible. Si usted tiene ofensas en su
conciencia, no podrá disfrutar de la comunión con Dios.

C. Cómo restaurar nuestra comunión con Dios

Cuando un hijo de Dios peca no pierde su posición, pero su comunión con Dios
sí será interrumpida. Sin embargo, hay una clase de perdón al que llamamos: el
perdón en la comunión. Y se le llama así, debido a que nuestra comunión será
restablecida con Dios únicamente después que nos tornemos a Dios y
confesemos nuestro pecado. De otro modo, no podremos tener comunión con
Dios; ni siquiera podremos orar ni decir amén cuando otros oran, lo cual ha de
causarnos gran sufrimiento.

¿Qué puede hacer uno? Tomemos el ejemplo de la niña que hurtó de su madre.
Ella tiene que ir a su madre y decirle: “Hurté los bizcochos que preparaste. Me
comí la fruta que pusiste en la mesa. No debí haber hecho eso”. Ella tiene que
ver las cosas desde el punto de vista de su madre y considerar su acción como
pecado. Debe llamar al pecado por su nombre. Ella debe decir: “¡Por favor,
perdona mis pecados!”. De igual manera, nosotros debemos acercarnos a Dios y
decirle: “He pecado. He pecado contra Ti en este asunto. Por favor, perdóname”.
Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros
pecados, y limpiarnos de toda injusticia. Dicho perdón no tiene relación con el
perdón eterno, sino con la comunión que hay entre Dios y nosotros. Por ello
hemos llamado a esta clase de perdón: el perdón en la comunión.

IV. EL PERDÓN GUBERNAMENTAL

Hay otra clase de perdón en la Biblia al cual lo referiremos como el perdón


gubernamental. Podemos entender esta clase de perdón leyendo los siguientes
versículos: Mateo 6:14-15; 9:2, 5-6; 18:21-35; y Jacobo 5:15. Al perdón que
hacen referencia estos versículos lo llamaremos: perdón gubernamental.

A. ¿En qué consiste el perdón gubernamental?

Algunas personas podrían preguntar: “¿En qué consiste este perdón


gubernamental?”. Reiteradas veces, he pensado que si una persona desde el
momento en que se hace cristiana, entendiera lo que es el gobierno de Dios, se
ahorraría muchas dificultades y problemas.

Permítanme usar de nuevo el ejemplo de la niña. Antes que ocurriera el


incidente que describimos anteriormente, cuando la madre salía de casa, dejaba
abiertas las puertas de los cuartos, las puertas de la cocina y aun la de la alacena.
Ella dejaba sin llave las puertas de la alacena aun cuando estuviese llena de
víveres. A la llegada de aquel día, cuando la madre retorna a su hogar,
probablemente descubre que su hija ha hurtado víveres de la despensa. Y puesto
que su madre ha descubierto lo sucedido, la hija no tiene más opción que
confesar su pecado y pedir perdón. La madre la perdona y besándola, le dice:
“Te perdono”, y con ello, se da por concluido el asunto y su comunión es
restaurada. Pero, a partir de aquel día, cada vez que la madre sale de la casa,
cierra con llave las puertas de la alacena. ¡Ella ha cambiado su manera de
proceder! Una cosa es la comunión, otra muy distinta; es el gobierno.

¿En qué consiste el gobierno? El gobierno tiene que ver con la manera de llevar
a cabo las cosas. Por tanto, al hablar del gobierno divino nos referimos a la
manera en que Dios hace las cosas. La madre perdona el pecado de la hija y le
dice: “Puesto que ya te comiste la comida, me olvidaré del asunto”. Así, ella
perdona a su hija y la comunión entre ellas es restaurada. Cuando la hija ve a su
madre, puede sentirse contenta y cercana a ella igual que antes. Pero la próxima
vez que la madre salga, la alacena y la puerta de la cocina quedarán cerradas con
llave. En otras palabras, la manera de proceder habrá cambiado. Si bien la
comunión se puede restablecer, la manera en que se hacen las cosas no se puede
restaurar tan fácilmente. La madre teme que su niña vuelva a caer en lo mismo y
no le concederá la misma libertad que le concedía antes, sino que le impondrá
ciertas restricciones. Es decir, la manera en que se hacen las cosas habrá
variado. Por favor, deben tener presente que Dios se relaciona con nosotros bajo
el mismo principio. El perdón que se relaciona con la comunión es un asunto
sencillo. La comunión es restaurada de inmediato a todo aquel que confiesa con
un corazón sincero. Basta confesar que hemos pecado contra Dios, para que
Dios restaure nuestra comunión con Él; pero es probable que la manera en que
Dios se relaciona con nosotros cambie de inmediato. Es decir, es probable que
Dios nos someta a cierta disciplina. Puede ser que no nos permita seguir
comportándonos tan libre y descuidadamente.

Cuando llegue el día en que Dios levante Su mano disciplinaria de nosotros,


entonces nos será otorgado el perdón relacionado con Su gobierno. Es probable
que, después de cierto tiempo, a la mamá le parezca que puede confiar de nuevo
en su hija y vuelva a dejar abierta la puerta de la cocina. A esto nos referimos
cuando hablamos del perdón gubernamental.

El perdón relacionado con la comunión es una cosa, y el perdón gubernamental,


que se relaciona con el gobierno divino, es otra. Por ejemplo, un padre les dice a
sus hijos que pueden salir a jugar a las cuatro de la tarde y que quiere que
regresen a las seis en punto para la cena. Supongamos que un día los hijos salen
y se pelean con otros niños. Cuando regresan a casa, confiesan su pecado al
padre. El padre los perdona y les permite salir al día siguiente. Pero ellos
nuevamente se pelean con otros muchachos. ¿Qué debe de hacer el padre?
Quizás sus hijos confiesen sus faltas una y otra vez y, probablemente, él les
perdone una y otra vez; pero ciertamente, este padre comenzará a preguntarse si
no está gobernando a sus hijos de la manera equivocada. Se preguntará si está
haciendo bien en dejarlos salir todos los días. Entonces es posible que les diga:
“Desde mañana se quedarán en casa y no saldrán, porque siempre que salen
terminan peleando”. La mano del padre se ha dejado sentir. Asimismo, cuando
pecamos contra Dios, siempre que confesamos nuestros pecados, Él nos
perdona; sin embargo, ello no evitará que Dios nos discipline, recurriendo a
ciertos métodos. Dios nos perdona, y nuestra comunión con Él es restaurada,
pero probablemente Dios cambiará la manera en que nos gobierna. Además, el
hombre debe darse cuenta de que la disciplina que Dios aplica en Su gobierno
no se apartará tan fácilmente. No será tan sencillo lograr que Él retire de
nosotros Su mano gubernativa. Esto sólo ocurrirá una vez que Él tenga la plena
certeza de que Sus hijos se comportarán como deben. Aquel padre que veía que
sus hijos continuaban causando problemas, tuvo que prohibirles salir de casa,
privándoles de su libertad. Probablemente aquel padre los encerró en casa por
varios días, por varias semanas e, incluso por varios meses, hasta tener la
certeza de que ellos no volverían a causar problemas ni a involucrarse en peleas
con la gente. Sólo entonces es probable que el padre les diga a sus hijos:
“Ustedes se han portado muy bien en los últimos dos meses; mañana pueden
salir por diez minutos”. Entonces, él habrá retirado su disciplina
gubernamental. ¿Se percatan de ello? Darles estos diez minutos equivale al
perdón gubernamental. Ciertamente, se ha cambiado la manera en que se hacen
las cosas. El padre todavía tendrá que evaluar cómo se comportan sus hijos
durante esos diez minutos. Si sus niños no causan alguna pelea durante esos
diez minutos, es probable que al día siguiente les permita salir por media hora y
más adelante, tal vez les extienda el tiempo a una hora. Puede ser que, pasados
uno o dos meses, les permita salir a jugar de cuatro a seis de la tarde
nuevamente. Cuando ese día llegue, podremos afirmar que ¡el perdón
gubernamental ha sido plenamente otorgado! Entonces hermanos, ¿en qué
consiste el perdón gubernamental? Esta clase de perdón difiere completamente
del perdón eterno, del perdón instrumental y del perdón en la comunión. El
perdón gubernamental tiene que ver con la manera en que Dios nos gobierna,
nos rige y trata con nosotros.

B. Lo que el hombre siembre, eso segará

En muchos pasajes de la Biblia se nos habla de cosas similares. Por ejemplo, en


Gálatas 6:7 se nos dice: “Todo lo que el hombre siembre, eso también segará”.
Ciertamente, esto hace alusión a la disciplina que Dios ejerce en Su gobierno. Si
un padre malcría a sus hijos, éstos no crecerán como se debe. Todo padre que no
cuide de su familia terminará cosechando una tragedia. Esto es el único
resultado posible. Asimismo, aquella persona que siempre discute y pelea con
los demás, sosteniendo opiniones diferentes, acabará por quedarse sin amigos.
Lo que el hombre siembre, eso también segará. Esto corresponde al gobierno de
Dios; es la ley que Él dispuso. Nadie puede alterar tal ley. Los hijos de Dios
deben tener cuidado de no provocar la mano gubernamental de Dios, pues una
vez que ésta sea provocada, Él no la suspenderá muy fácilmente.

C. La sanidad que el Señor


efectúa en el paralítico es
un ejemplo del perdón gubernamental

Cierto paralítico fue traído al Señor en presencia de los escribas. El Señor Jesús
le dijo al paralítico: “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados” (Mt. 9:2).
Si no entendemos lo que implica el perdón gubernamental, nos será muy difícil
entender a qué se refería el Señor Jesús en este pasaje. El paralítico no expresó
su fe; fueron otros los que, cargándolo en una cama, lo trajeron al Señor. Sin
embargo, el Señor le dijo: “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados”.
¿Quiere decir esto que el paralítico fue salvo cuando lo trajeron al Señor? Si
fuera así, la salvación sería muy fácil. Uno sólo necesitaría ser traído al Señor,
para que sus pecados le fueran perdonados. No; esto por supuesto, no se refiere
al perdón eterno. No tiene nada que ver con el perdón instrumental ni siquiera
con el perdón en la comunión. Esta es otra clase de perdón. Aquí el Señor nos
muestra dos cosas. Por una parte, los pecados del paralítico le fueron
perdonados, y por otra, él tenía que levantarse, tomar su cama y andar por sus
propios medios. Tengan presente que muchas enfermedades son el resultado de
la disciplina gubernamental de Dios. Para que el paralítico fuera sano y se
levantara, necesitaba recibir primero el perdón gubernamental. Tal perdón está
relacionado con el gobierno de Dios y tenía que ver con la enfermedad de aquel
hombre, no con la vida eterna. Cuando trajeron el paralítico al Señor Jesús, era
evidente que el perdón del Señor estaba relacionado con la parálisis de aquel
hombre. Este hombre vino al Señor para ser sanado, y el Señor Jesús dijo que
sus pecados le eran perdonados. En otras palabras, su enfermedad
desaparecería una vez que sus pecados fueran perdonados. Su enfermedad
estaba ligada a sus pecados. El Señor Jesús expresó tales palabras porque, ante
Dios, esa enfermedad era resultado de los pecados de aquel hombre. Este
hombre continuaba enfermo porque el asunto concerniente a sus pecados
todavía no había sido resuelto; cuando este asunto fue resuelto, su enfermedad
se desvaneció. Este es el perdón gubernamental. Cuando acontece este perdón,
la enfermedad tiene que irse. Evidentemente, el pecado de este hombre era un
agravio de tipo gubernamental. Ciertamente este hombre estaba enfermo
debido a que había hecho algo que iba en contra del gobierno divino. Una vez
que el Señor le perdonó sus pecados, pudo levantarse, recoger su cama e irse a
casa. Este perdón es diferente de las otras clases de perdón. Este es el perdón
que nos capacita para recoger nuestro lecho e ir a casa. Este es el perdón
gubernamental.

D. Los ancianos de la iglesia


ungen a los enfermos y oran para que reciban
el perdón gubernamental

Jacobo 5:14-15 dice: “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los
ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del
Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si ha
cometido pecados, le serán perdonados”. Este relato parece hablarnos de una
clase de perdón muy especial. He aquí un hermano que estaba enfermo. Los
ancianos de la iglesia son invitados a que unjan con aceite al enfermo y oren por
él. Tal oración de fe sana al enfermo, y si él hubiese cometido pecados, le serán
perdonados. Hemos visto que las enfermedades pueden ser causadas por
muchos factores. Algunas enfermedades pueden ser el resultado del pecado,
pero otras no. En este pasaje, el pecado no es perdonado por la confesión del
enfermo, sino por la oración de los ancianos de la iglesia. ¿Por qué los pecados
le son perdonados después que los ancianos de la iglesia oran por él y le ungen
con aceite? ¿A qué tipo de pecados se refiere este pasaje? Ciertamente este
procedimiento no se puede aplicar en lo que respecta al perdón eterno ni
tampoco al perdón instrumental ni al perdón en la comunión. Es evidente que
en este pasaje se nos habla del perdón relacionado con el gobierno divino.
Supongamos que un hermano está enfermo debido a la disciplina
gubernamental de Dios. Este hermano cayó en pecado, y Dios tiene que
disciplinarlo. Aunque él haya confesado sus pecados, haya sido perdonado y su
comunión con Dios haya sido restaurada, la mano disciplinaria de Dios continua
sobre él. Dicha persona tendrá que esperar que los ancianos de la iglesia le
visiten y oren por él, diciendo: “Los hermanos han perdonado sus pecados.
Señor, esperamos que él se levante de nuevo. La iglesia desea que este hermano
sea restaurado y pueda participar plenamente del fluir de la vida divina. Por
consiguiente, ungimos su cuerpo con aceite para que el aceite que fluye desde la
Cabeza llegue a él una vez más”. Cuando la iglesia actúa así con el enfermo, éste
es restaurado. En muchos casos, una persona pudo haber pecado y haber
ofendido el gobierno divino, pero en el momento en que la disciplina
gubernamental de Dios ha cumplido su objetivo en dicha persona, su
enfermedad es sanada. Entonces, se cumple el versículo: “Si ha cometido
pecados, le serán perdonados”. Esto difiere de los pecados ordinarios. Cuando
leemos la Biblia, debemos comprender que Jacobo 5 es un capítulo sobre el
perdón que se relaciona con el gobierno divino. Si caemos bajo la mano
gubernamental de Dios, Él no nos soltará hasta que seamos completamente
perdonados.
E. David estaba bajo
la mano gubernativa de Dios

Para que podamos entender el significado que tiene el perdón gubernamental,


es necesario examinar el caso de David en el Antiguo Testamento. Ningún otro
pasaje de la Biblia expresa tan claramente el perdón relacionado con el gobierno
de Dios, como la historia de David y la mujer de Urías. David cometió dos
pecados: adulterio y homicidio. El adulterio fue un pecado en contra de la
esposa de Urías, y su asesinato fue un pecado en contra de Urías mismo. Si
usted lee el salmo 51 así como algunos otros salmos, verá cómo David confesó
sus pecados después de cometer tales errores. David sintió la vergüenza, la
corrupción y la ofensa que había cometido contra Dios; al efectuar su confesión
fue muy sincero ante Dios. Esto nos muestra expresamente que su comunión
con Dios fue restaurada después de efectuar la confesión que consta en el salmo
51. Dicha restauración es análoga a la restauración descrita en el primer capítulo
de 1 Juan.

¿Qué le dijo Dios a David? Dios envió al profeta Natán para hablar con David.
Quiero que pongan especial atención a lo que Natán le dijo a David en 2 Samuel
12:13, después que éste dijo: “Pequé contra Jehová”. Natán le dijo: “También
Jehová ha quitado tu pecado; no morirás”. David dijo: “Pequé contra Jehová”,
es decir, él confesó su pecado y admitió su culpabilidad. Reconoció su culpa al
pecar en contra de Jehová. Dios, por Su parte, le dijo por medio de Natán:
“También Jehová ha quitado tu pecado; no morirás”. ¿Qué le dijo Dios a David
después de eso? Él dijo: “Mas por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los
enemigos de Jehová, el hijo que te ha nacido ciertamente morirá” (v. 14). Ya le
había dicho: “Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por
cuanto me menospreciaste, y tomaste la mujer de Urías heteo para que fuese tu
mujer” (v. 10). Luego añadió: “He aquí Yo haré levantar el mal sobre ti de tu
misma casa, y tomaré tus mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo, el
cual yacerá con tus mujeres a la vista del sol. Porque tú lo hiciste en secreto; mas
Yo haré esto delante de todo Israel y a pleno sol” (vs. 11-12). Dios ya había
remitido los pecados de David, pero haría morir al hijo que tuvo con la mujer de
Urías y haría que la espada jamás se apartara de la casa de David. Dios ya había
borrado los pecados de David, pero permitiría que Absalón se rebelara y
mancillara a las mujeres de David. En otras palabras, los pecados pueden ser
perdonados, pero la disciplina de Dios no se desvanecerá inmediatamente.

Permítanme que les hable con franqueza. Ustedes pueden acudir a Dios y
pedirle que les perdone cualquier pecado, y Dios los perdonará. Su comunión
con Dios puede ser restaurada de inmediato. David restauró su comunión con
Dios muy rápidamente, pero la disciplina de Dios continuó aun después de su
muerte. David jamás dejaría de estar sujeto al gobierno divino, por cuanto él
estaba bajo la disciplina gubernamental de Dios. Poco después de este incidente,
el hijo de David cayó enfermo. Aun cuando David ayunó y se postró en tierra
toda la noche, todas sus súplicas fueron en vano; pues David se encontraba bajo
la disciplina gubernamental de Dios, y ello significó la muerte de aquel hijo. Más
adelante, su hijo mayor Amnón fue asesinado, y después Absalón se rebeló. ¡La
espada nunca se apartó de la casa de David! Sin embargo, Dios le dijo a David
que había perdonado sus pecados. Hermanos, puede ser que Dios haya
perdonado sus pecados, pero a pesar de ello, no podrán evitar el castigo de Dios
ni que la mano gubernativa de Dios esté sobre vosotros.

F. Aprendamos a humillarnos
bajo la poderosa mano de Dios

Nuestro Dios es un Dios de gobierno. Él no retirará fácilmente Su mano


gubernamental de aquellos que han pecado en contra de Él. Con frecuencia,
Dios no toma ninguna acción y nos deja escapar, pero cuando Él decide
extender Su mano gubernativa sobre uno, todo lo que puede hacer es
simplemente humillarse bajo Su mano poderosa. ¡No es posible escapar!, pues
Dios no es como el hombre; Dios nunca actúa a la ligera y no nos dejará escapar.
Es relativamente fácil que aquellos pecados que perjudican nuestra comunión
con Dios sean perdonados y que nuestra comunión sea restaurada. Pero nadie
puede evadir la disciplina gubernamental de Dios, la cual se manifestará en
nuestras circunstancias, nuestra familia, nuestra carrera e, incluso, nuestra
salud. Lo único que podemos hacer es aprender a humillarnos bajo Su mano
poderosa. Cuanto más nos humillamos y abandonamos toda resistencia, más
fácil le será a Dios retirar Su mano gubernamental. Cuanto más nos rehusemos
a humillarnos y más nos enojemos con Dios, y cuanto más nos quejemos de Él o
nos airemos en contra de Él, menos probabilidades habrá que Dios quite de
nosotros Su mano disciplinaria. ¡Este es un asunto que reviste gran seriedad! Es
posible que hace veinte años hayamos hecho algo según nuestra propia
voluntad, y hoy todavía tengamos que confrontarlo, es decir, enfrentar las
consecuencias de dicho acto. Ello regresará para perturbarnos, y cuando lo
logre, lo único que debemos hacer es bajar la cabeza y confesar: “¡Señor, es mi
culpa!”. Uno debe humillarse bajo la mano de Dios. No oponga resistencia.
Cuanto más se resista, más pesada será la mano de Dios sobre usted.
Permítanme reiterarles que debemos humillarnos bajo la poderosa mano de
Dios. Cuanto más rechacemos la disciplina de Su gobierno, más problemas
enfrentaremos. Si estamos bajo la disciplina gubernamental de Dios, debemos
humillarnos y decir: “¡Señor, Tú no has obrado de manera incorrecta! Yo me
merezco esto”. Debemos humillarnos. No solamente debemos desechar todos
nuestros pensamientos rebeldes, sino también debemos quitar todos los
razonamientos y murmuraciones.
Si somos rebeldes, no será fácil escaparnos de la mano de Dios. ¿Quién podrá
escaparse de Su mano? Debe comprender que la condición actual en la que
usted se encuentra es resultado de lo que ha hecho en el pasado. Supongamos
que, de joven, a cierto hermano le encantaba comer dulces y, a consecuencia de
su excesivo consumo de ellos, ahora tiene muchas caries en sus muelas. Un día
se da cuenta de que ha consumido demasiadas golosinas y que sus dolores de
muelas se deben a los dulces. Entonces le pide perdón a Dios por haber sido tan
complaciente con respecto a lo que comía. Por cierto Dios fácilmente le
perdonará de inmediato; pero ello no significa que las caries desaparecerán de
sus dientes. Sus dientes seguirán deteriorados; ése es el gobierno de Dios. Si
usted come dulces, sus dientes se deteriorarán. Si confiesa su debilidad, la
comunión se restaurará, pero eso no significa que sus dientes volverán a estar
sanos después de hacer tal confesión. Una vez que aprenda a tomar en cuenta el
gobierno divino, deberá aprender a humillarse bajo Su mano poderosa. Por
supuesto, no es posible recobrar un diente una vez que se ha deteriorado; pero
ciertos aspectos de la disciplina gubernamental de Dios pueden ser removidos, y
es posible que la persona sometida a dicha disciplina sea completamente
restaurada.

G. Caer bajo la mano gubernamental de Dios


es un asunto que reviste de gran seriedad

Examinemos otro pasaje de la Palabra. Después que Moisés golpeó la roca en


Meriba (Nm. 20:10-12), tanto él como Aarón fueron sometidos bajo la mano
gubernamental de Dios. Después que Aarón cayó, Dios le permitió continuar
ejerciendo su sacerdocio y restauró su comunión con Él. Aunque Aarón llevaba
las vestiduras sacerdotales, Dios le dijo que no seguiría viviendo. Moisés
tampoco honró a Jehová como aquel que es Santo cuando estaba junto a la
peña. Dios quiso que Moisés le ordenara a las aguas que salieran de la roca, pero
él perdió la paciencia y golpeó la roca. Ciertamente, no honró a Jehová el Santo.
La mano de Dios se hizo sentir sobre Sus siervos, y ni Aarón ni Moisés pudieron
entrar a Canaán. ¿Pueden reconocer aquí el principio básico? ¡Esto es el
gobierno de Dios! No podemos controlar a Dios, ni podemos garantizar que nos
tratará siempre de la misma manera. Dios puede cambiar la manera en que nos
trata en cualquier momento, o Él puede cambiar el método que a nosotros nos
parece el mejor.

La Biblia está llena de historias similares. Por ejemplo: cuando los israelitas
llegaron a Cades en el desierto de Parán, enviaron espías que subieron a
escudriñar la tierra (Nm. 13—14). Cuando vieron que se necesitaban dos varones
para transportar los racimos de uvas, comprendieron que aquélla era una tierra
en la que fluían la leche y la miel. Sin embargo, tuvieron miedo y no se
atrevieron a entrar en ella, porque vieron que sus habitantes eran de gran
estatura. Los israelitas se veían a sí mismos como meras langostas. En
consecuencia, todos ellos murieron en el desierto, con excepción de Josué y
Caleb, que fueron las únicas dos personas que entraron a la buena tierra. Más
adelante, el pueblo confesó sus pecados y quiso entrar a la buena tierra, pero
pese a que Dios los trató como pueblo Suyo y fue benigno con ellos, aquella
generación ya no podría ser partícipe de la buena tierra de Canaán. ¡El gobierno
de Dios había cambiado para con ellos! Hermanos, desde el primer día de su
vida cristiana deben ponerse delante de ustedes la firme esperanza que van a
permanecer hasta el final en la senda que Dios dispuso para ustedes. No se
conduzcan irresponsablemente, ni pequen. Recuerden que aun cuando Dios
haya tenido misericordia de ustedes, ¡Él puede cambiar la manera en que los
trata! Su disciplina gubernamental no les dejará pasar nada por alto.

¡La disciplina gubernamental de Dios reviste de gran seriedad! Conozco a un


hermano a quien el Señor llamó expresamente a dejar su carrera para servirle.
Él regresó a su casa para visitar la familia, pero no pudo tomar la determinación
de renunciar a su ocupación. Él quería ser un buen cristiano, pero no quiso
dejar a un lado su carrera ni dedicar su vida a predicar el evangelio. Desde
entonces, su condición espiritual ha sido algunas veces débil y otras fuerte, ¡pero
para él ya es imposible regresar a tomar este camino! Recuerden que para
nosotros, la mano disciplinaria de Dios constituye nuestro mayor temor, pues
¡no sabemos cuándo podrá caer sobre nosotros! Puede ser que Dios nos deje sin
castigo aun cuando nos rebelemos diez veces, pero quizás no nos deje escapar la
undécima vez. Sin embargo, hay quienes Él castiga a la primera vez que se
rebelan. ¡No sabemos cuándo Dios nos alcanzará! Hermanos, recuerden esto:
¡El gobierno de Dios no está bajo nuestro control! Dios siempre actúa según Su
voluntad.

Conozco a una hermana que en cierta ocasión quiso consagrarse al servicio del
Señor. Más tarde, se casó, iniciando un matrimonio en el que no le fue muy
bien. Tan pronto como dio ese paso, la luz dejó de resplandecer en su ser. Ahora,
no hay manera de pedirle que ande en este camino; la mano gubernamental de
Dios está sobre ella y, por más que nos esforcemos, no podemos hacer que
regrese. La luz se apagó para ella; se ha hecho invisible. Es como si un velo
colgara frente a ella. No hay forma de que ella vea la luz nuevamente.

H. Debemos hacer lo posible por obedecer


al Señor y pedir Su misericordia

Por consiguiente hermanos, lo primero que debemos hacer es esforzarnos por


obedecer al Señor. Que el Señor tenga misericordia, nos dé Su gracia y nos siga
guardando para no caer bajo Su mano gubernamental. De todos modos, si
caemos bajo Su mano gubernamental, no procuremos escaparnos rápidamente
de ella. No resista ni huya. No se aparte de este principio básico de obedecer a
Dios a toda costa. No le estoy pidiendo que obedezca por su propio esfuerzo,
porque sé que no lo puede hacer. Debemos pedirle al Señor que tenga
misericordia de nosotros y nos capacite para obedecerle. Únicamente si el Señor
tiene misericordia de nosotros, podremos superar tal situación. Debemos
pedirle: “Señor, ten misericordia de mí, pues de no ser así, no podré superar
esto”. Siempre debemos pedirle al Señor que tenga misericordia de nosotros
para que podamos superar tales situaciones, y así ser librados de Su mano
gubernativa. Si estamos sometidos a la mano gubernamental de Dios y estamos
enfermos o padecemos algún sufrimiento o dificultad, tenemos que recordar
que por ningún motivo debemos tratar de resistir el gobierno divino con
nuestros medios carnales. Tan pronto estemos bajo la mano que Dios aplica en
Su gobierno, debemos humillarnos bajo Su mano poderosa. Debemos decir:
“¡Señor, esto es obra Tuya! ¡Esto es lo que Tú has dispuesto! Me someto a ello
gustoso; estoy dispuesto a aceptarlo y lo acepto”. Cuando Job estaba bajo la
disciplina gubernamental (la que Dios pudo haberla retirado fácilmente), cuanto
más la aceptaba, mayor beneficio recibía, pero cuanto más hablaba de su propia
justicia, peor era su condición.

¡Gracias sean dadas a Dios! La mano gubernamental de Dios no permanece todo


el tiempo sobre una persona. Personalmente, creo que cuando esta disciplina
recae sobre una persona, puede ser quitada fácilmente con la oración de la
iglesia. Esta es la lección preciosa que encontramos en Jacobo 5, donde se nos
dice que los ancianos de la iglesia pueden hacer que se retire la disciplina que
proviene del gobierno de Dios. Jacobo dice que la oración de fe puede hacer que
una persona sea restaurada, y si ha cometido pecados, estos le serán
perdonados. Si un hermano es iluminado en cuanto a este asunto, y la iglesia
ora por él, casi siempre Dios retirará Su mano que nos rige y nos disciplina.

En cierta ocasión en que conversaba con la señorita M. E. Barber, ella me contó


una historia muy interesante. Un hermano había hecho algo terrible, pero
después se arrepintió y vino a ver a la señorita Barber. Ella le dijo: “Usted ya se
arrepintió por lo que hizo y ha retornado al buen camino, ¿no es verdad? Ahora,
usted debe acudir al Señor y decirle: „Yo antes era un vaso en las manos del
alfarero; pero ahora ese vaso está roto‟. No trate de hacer que el Señor haga algo
diciéndole: „Señor, debes hacer de mí esta o aquella clase de vaso.‟ Más bien,
usted debe humillarse y orar: „¡Señor, ten misericordia de mí! ¡Permíteme ser
un vaso nuevamente! Por mí mismo no puedo procurar ser un vaso.‟ El Señor
puede hacer de usted un vaso para honra o un vaso para deshonra”. Sin
embargo, son muchos los que insisten en ser la misma clase de vaso. Ellos se
obstinan en que el Señor haga de ellos personas gloriosas todo el tiempo, pero, a
veces, las bendiciones brotan de una maldición. Sin embargo, les puedo
asegurar esto: todos nosotros hemos sufrido la disciplina de Dios. Yo mismo he
sentido Su mano disciplinaria de diversas maneras. He sufrido la disciplina
gubernamental de Dios muchas veces. Tenemos que reconocer que con
frecuencia, al experimentar la mano gubernamental de Dios, hemos llegado a
conocer mejor la voluntad de Dios. Después de todo, nos es imposible esquivarla
y todo lo que podemos hacer es humillarnos ante ella. Eso es todo lo que
podemos hacer. A medida que pasa el tiempo, veremos que nos es imposible
evitar nada, que no podemos dar rodeos ni tomar atajos. Simplemente tenemos
que humillarnos e inclinarnos ante la voluntad de Dios. Todo lo que podemos
decir es: “¡Señor! ¡Aquello que Tú has dispuesto para mí es siempre lo mejor!
¡Todo lo que puedo hacer es humillarme de todo corazón ante Ti!”.

No debemos ser descuidados ni indolentes acerca de estos asuntos. Una


hermana vino a verme para hablarme acerca de casarse con cierta persona. Le
dije que hasta donde yo sabía, no debía casarse con él porque no parecía ser un
cristiano digno de confianza. Ella dijo que tenía confianza en que le iba a ir bien
en su matrimonio. Siete u ocho meses después de casarse me escribió una carta
bastante larga diciéndome: “Ahora sé que hice mal. No escuché su consejo.
¡Ahora veo que cometí un gran error! ¿Qué puedo hacer?”. Le contesté: “De
ahora en adelante sólo puede tomar un camino: humíllese bajo la poderosa
mano de Dios. Aunque usted me cuente de su problema, yo no la puedo ayudar;
nadie la puede ayudar. Usted ahora está sometida a la disciplina gubernamental
de Dios. Si usted lucha y se rebela, sólo logrará que su vaso se quiebre y
sacrificará su propio futuro”. En la carta le dejé muy en claro que ni siquiera
debía escribirme nuevamente. ¡Debemos recordar que el gobierno divino reviste
de gran seriedad!

Con frecuencia pienso: ¿Con qué puedo comparar la condición actual de la


iglesia? La iglesia es como la casa del alfarero, que por todas partes tiene
regadas muchas vasijas rotas, vasos y tiestos quebrados. Por donde uno camina,
ve vasijas rotas. Ésta es la situación que impera entre los cristianos hoy en día.
Éste es un asunto muy grave. Por ello les reitero una vez más, que debemos
aprender a humillarnos bajo la poderosa mano de Dios.

V. TEMER A DIOS
Y SER GENEROSO CON LOS DEMÁS

Otros dos pasajes de la Palabra, Mateo 6:15 y 18:23-35, nos hablan de la mano
gubernamental de Dios. Encontramos algo muy importante en estos versículos:
no debemos condenar a otros con ligereza. ¡Esto es algo muy serio! Si uno
critica con ligereza a los demás, la misma crítica recaerá sobre uno. Si con
respecto a cierto asunto uno no ha sabido perdonar ni excusar a otros, ¡ese
mismo asunto volverá a nosotros para perturbarnos! Esto se relaciona, sin duda
alguna, con la mano gubernamental de Dios. El Señor dijo que si no
perdonamos a otros sus ofensas, Dios tampoco perdonará las nuestras. Esto
alude al perdón gubernamental, el cual difiere de las demás clases de perdón.
Mateo 18:35 usa la expresión Mi Padre celestial. El hecho de que una persona
pueda llamar Padre a Dios, prueba que el asunto del perdón eterno se resolvió
hace mucho tiempo. Si un hermano ofende a esta persona, y ella no quiere
perdonar al hermano, Dios tampoco la perdonará a ella. En tales casos, Dios
ejercerá Su mano gubernamental. Por tanto, ¡aprendan a ser personas
generosas y comprensivas! Aprendan a ser siempre generosos con los demás y
aprendan siempre a perdonar. Si nos quejamos continuamente de la conducta
de los demás y del maltrato que recibimos de ellos, no olvidemos que esto
introducirá la mano gubernamental de Dios, y ¡no será fácil escaparnos de ella!
Dios permitirá que nos hundamos todavía más. Si usted es severo con los
demás, Dios también será severo con usted. Cuando el esclavo salió de delante
de su amo, halló a uno de sus consiervos que le debía cien denarios y lo asió por
el cuello. Cuando su amo se dio cuenta de esto, se enojó con él y lo entregó a los
verdugos hasta que pagara todo lo que le debía (18:23-35). Ese esclavo no salió
libre hasta que pagó toda la deuda. Dios disciplinó al esclavo que no quiso
perdonar. La disciplina que Dios aplica en Su gobierno vino sobre él, y a este
esclavo le fue imposible evadir tal disciplina.

No solamente debemos ser generosos y perdonar a los demás, sino que también
debemos evitar criticar a los demás o hablar de ellos con ligereza. Tengan
presente que nuestras críticas y nuestros comentarios irresponsables acerca de
los demás se convierten con frecuencia en un juicio que recae sobre nosotros
mismos. Entonces, ¿qué debemos hacer? Cuando un hermano trata
ásperamente a otros, hemos visto cuán pronto cae bajo la disciplina del Señor;
quizás se enferme con facilidad. Algunas veces una persona hace un comentario
acerca de los hijos malcriados de otros, diciendo: “Miren como la mano de Dios
está siempre sobre esta persona”. Pero es probable que, después de algunos
días, el que hizo la crítica experimente algo parecido. ¿Qué hacemos cuando esto
sucede? Hermanos, espero que todos aprendamos a temer la mano que Dios
aplica en Su gobierno. Tenemos que aprender a temer a Dios. Debemos tener
mucho cuidado con las palabras que decimos, porque nos pueden suceder
muchas cosas como resultado de las palabras que decimos sin reflexionar.

La vida cristiana es una vida en la que aprendemos a conocer el gobierno de


Dios. Como cristianos podemos vivir muchos años sobre la tierra, durante los
cuales Dios nos adiestra y nos enseña las lecciones de Su disciplina. No
podemos llamarnos hijos de Dios y a la vez ser los que rehúsan recibir Su
disciplina. Recuerden que nadie debe criticar a otros ni hablar con ligereza.
Espero que todos podamos desarrollar el hábito de apartarnos de las
trivialidades y las conversaciones vanas. Debemos ser personas piadosas. No es
sabio incurrir en el juicio gubernativo de Dios. Este es un asunto que reviste
gran seriedad y sobriedad. Debemos tener cuidado de no acarrear sobre
nosotros los problemas de otros. Todo lo que condenamos a la ligera en los
demás, pronto redundará en nuestra condenación, pues lo que sembramos, eso
cosechamos. En realidad, esto sucede con frecuencia entre los hijos de Dios.
Espero que aprendamos a ser magnánimos según Dios. Las personas sabias son
las más magnánimas. Cuanto más magnánimos seamos con los demás, más
magnánimo será Dios con nosotros. Sé de lo que estoy hablando. Si somos
severos y estrictos con nuestros hermanos, Dios también lo será con nosotros.
Deben aprender a ser amables, amorosos y comprensivos con sus hermanos.
Denle libertad a los demás en muchas cosas. Detengan toda crítica y toda
palabra innecesaria. Cuando una persona tiene problemas es cuando debemos
ayudarle, no criticarla.

Recuerden que al final de esta era, el pueblo judío sufrirá tormentos y estará en
prisión. No tendrá ropa ni alimentos. Y las ovejas serán aquellos que los visiten
cuando estén presos, que los vistan cuando estén desnudos y les den de comer
cuando tengan hambre. Estos actos caritativos les permitirán a su vez recibir
gracia. No debemos pensar que, como Dios ha dispuesto que pasen por
persecución y sufrimientos, debemos ayudar añadiéndoles más sufrimientos. Si
bien es cierto que Dios ha dispuesto que ellos sufran, también es cierto que
nosotros debemos ser magnánimos con ellos. No digamos que debemos
agregarles más padecimientos debido a que Dios determinó que fueran
perseguidos y afligidos. La disciplina gubernamental corresponde a Dios. Los
hijos de Dios en esta era deben aprender a tratar a la gente de manera generosa
y compasiva. Si hacemos esto, el Señor nos perdonará en muchas áreas de
nuestra vida.

Hay muchos hermanos que han caído miserablemente por una sola razón: han
criticado a los demás muy severamente. Muchas de las debilidades que tienen
son las mismas debilidades que ellos criticaron antes. ¡Dios no pasará por alto
tales cosas! ¡Debemos ser magnánimos con los demás si queremos evitar la
mano gubernamental de Dios! Quiera Dios que aprendamos a amar a los demás
y a ser comprensivos los unos con los otros. Siempre debemos suplicar por la
misericordia de Dios al enfrentarnos a nuestra propia insensatez y flaqueza en
todo cuanto hacemos y en la manera como nos conducimos. ¡No quisiéramos
caer bajo la mano gubernamental de Dios! Debemos poner nuestra mirada una
y otra vez en la misericordia de Dios. ¡Necesitamos aprender a darnos cuenta de
que vivimos por la sabiduría de Dios! Debemos decirle a Dios: “Soy un hombre
insensato. Todas mis acciones no son más que necedades. Yo no puedo hacer
nada. Si caigo bajo Tu mano gubernamental, no podré soportarla. ¡Ten
misericordia de mí!”. Cuanto más flexibles y humildes seamos, más fácilmente
seremos librados de nuestras aflicciones. Cuanta más arrogancia, obstinación y
justicia propia tengamos, más difícil nos será salir de las dificultades. Por
consiguiente, debemos aprender a humillarnos.

VI. HUMILLÉMONOS Y OBEDEZCAMOS,


Y “A SU DEBIDO TIEMPO”
LA MANO GUBERNAMENTAL DE DIOS SE APARTARÁ

Si por alguna razón, grande o pequeña, somos sometidos a la disciplina


gubernamental de Dios, no debemos rebelarnos por ningún motivo. ¡La rebelión
es insensatez! Hay solamente un principio según el cual debemos actuar cuando
caemos en la mano de Dios: debemos humillarnos bajo la poderosa mano de
Dios. Si en verdad nos humillamos bajo la poderosa mano de Dios, Él nos
aliviará y nos liberará “a su debido tiempo”. Cuando Dios vea que los sucesos
han seguido su curso, Él nos soltará. Noten la expresión a su debido tiempo. En
1 Pedro 5:6 dice: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él
os exalte a su debido tiempo”. El énfasis aquí recae en “a su debido tiempo”.
Dios nos despejará el camino a su debidotiempo, nos conducirá al camino recto
a su debido tiempo, nos liberará a su debido tiempo y nos exaltará a su debido
tiempo.

La mano poderosa de Dios que menciona este versículo, alude específicamente a


la disciplina. Aquí la mano de Dios no indica protección, pues si así fuera, estos
versículos se referirían al “brazo eterno de Dios”. Pero aquí se nos habla de
humillarnos bajo la poderosa mano de Dios, lo cual implica obediencia. ¡No
podemos escaparnos de Su mano! No debemos oponer resistencia; más bien,
debemos aprender a humillarnos bajo Su mano, diciendo: “¡Señor! Estoy
dispuesto a obedecer. No importa dónde me pongas, no me opondré a Ti.
¡Acepto todo y lo acepto voluntariamente! No tengo nada que decir con respecto
a la manera en que me estás tratando. ¡Estoy dispuesto a obedecer Tu palabra!
¡No importa si debes mantenerme así por mucho tiempo, estoy dispuesto a
obedecerte!”. Entonces veremos que hay un debido tiempo. No sabemos cuándo
llegue ese tiempo, pero en cierto momento, el Señor nos liberará, y Él mismo
guiará a la iglesia a orar por nosotros y ponernos en libertad.

Espero que desde un principio, todos nosotros seamos capaces de reconocer el


gobierno de Dios. En realidad, son muchos los problemas que se suscitan
debido, simplemente, a que los hombres no tienen conocimiento del gobierno
de Dios. Espero que los hijos de Dios puedan conocer el gobierno divino desde
el primer día, o el primer año, de su vida cristiana. Si lo hacen, podrán avanzar
de una manera muy apropiada.

CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

LA DISCIPLINA DE DIOS
Lectura bíblica: He. 12:4-13

I. LA ACTITUD APROPIADA
QUE DEBEN TENER LOS QUE
ESTÁN BAJO LA DISCIPLINA DE DIOS

A. Al combatir contra el pecado


aún no habéis resistido hasta la sangre

Examinemos ahora Hebreos 12:4-13 punto por punto.

El versículo 4 dice: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre,


combatiendo contra el pecado”. En este versículo, el apóstol nos dice que los
creyentes hebreos habían combatido contra el pecado, y aunque habían sufrido
mucho, habiendo pasado por muchas dificultades, afrontado muchos problemas
y soportado intensa persecución, todavía no habían resistido “hasta la sangre”.
Si comparamos estos sufrimientos con los de nuestro Señor, ¡veremos que son
bastante leves! El versículo 2 nos dice que el Señor Jesús sufrió la cruz
menospreciando el oprobio. ¡Los sufrimientos de los creyentes son mucho
menos severos que los sufrimientos que el Señor padeció! El Señor Jesús,
menospreciando el oprobio, soportó los sufrimientos de la cruz hasta derramar
Su sangre. Aunque los creyentes hebreos también habían soportado la cruz y
sufrido cierto oprobio, aún no habían resistido hasta la sangre.

B. Descubrir las razones


de nuestros sufrimientos

¿Qué debe esperar una persona después de llegar a ser cristiana? Nunca
debemos hacer que los hermanos abriguen falsas esperanzas. Más bien,
debemos hacerles saber que enfrentaremos muchos problemas, pero que tales
problemas responden al propósito y designio de Dios. Podemos estar seguros de
que enfrentaremos muchos problemas y tribulaciones, pero ¿cuál es el propósito
y el significado de todas nuestras pruebas y tribulaciones? A menos que el Señor
nos conceda el privilegio de convertirnos en mártires, probablemente no
tendremos la oportunidad de combatir contra el pecado, resistiendo “hasta la
sangre”; pero aun si no tuviéramos que resistir hasta la sangre, de todos modos
¡estaríamos resistiendo! Pero ¿por qué nos sobrevienen estas adversidades?

C. No desmayar ni mostrar menosprecio

Los versículos 5 y 6 dicen: “Y habéis olvidado por completo la exhortación que


como a hijos se os dirige, diciendo: „Hijo mío, no menosprecies la disciplina del
Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por Él; porque el Señor al que ama,
disciplina, y azota a todo hijo que recibe‟”.
En esta porción de la Palabra, el apóstol citó el libro de Proverbios, que está en
el Antiguo Testamento. Él dijo que si el Señor nos disciplina, no debemos
menospreciar Su disciplina, y si el Señor nos reprende, no debemos desmayar.
Un creyente debe mostrar estas dos actitudes. Algunos consideran que los
sufrimientos, las adversidades y la disciplina que Dios les envía son cosas
insignificantes y, lejos de darles la debida importancia, pasan por alto todas esas
experiencias. En otros casos, los creyentes se desaniman en cuanto el Señor los
reprende y caen en las manos del Señor. A ellos les parece que han tenido que
soportar circunstancias excesivamente hostiles por el hecho de ser cristianos, y
que la vida cristiana es muy difícil. Esperan que su camino esté libre de
dificultades, y tienen el concepto de que entrarán por puertas de perla y
caminarán por calles de oro con vestiduras finas de lino blanco. Jamás pensaron
que los cristianos habrían de experimentar toda clase de dificultades. Ellos no
están preparados para afrontar, como cristianos, tales circunstancias. Así, ellos
desmayan y vacilan ante las dificultades que encuentran en el camino. El libro
de Proverbios nos muestra que ambas actitudes son incorrectas.

D. No menospreciar la disciplina del Señor

Los hijos de Dios no deben menospreciar la disciplina del Señor. Si el Señor nos
disciplina, tenemos que darle la debida importancia. Todo cuanto el Señor nos
ha medido lleva un propósito y tiene un significado. En realidad, Él desea
edificarnos por medio de nuestras experiencias y nuestro entorno. Él nos
disciplina a fin de perfeccionarnos y santificarnos. Toda Su disciplina forja Su
naturaleza en la nuestra. Como resultado de ello, nuestro carácter es
disciplinado. Este es el propósito de la disciplina del Señor. Él no nos disciplina
sin motivo; al contrario, Él nos disciplina con el propósito de hacer de nosotros
vasos apropiados. Él no permitiría que a Sus hijos les sobrevengan sufrimientos
sin causa alguna. No sufrimos simplemente por el hecho de sufrir, puesto que Él
no nos envía las tribulaciones para hacernos sufrir. El propósito detrás de todos
nuestros sufrimientos es que seamos partícipes de la naturaleza y la santidad de
Dios. Ése es el objetivo de la disciplina.

Muchos hijos de Dios han sido cristianos por ocho o diez años; sin embargo,
jamás han reflexionado seriamente sobre la disciplina de Dios. Nunca dicen: “El
Señor me está disciplinando. Él me está corrigiendo y castigando a fin de
moldearme como un vaso apropiado”. No son capaces de discernir cuál es el
propósito de la obra de Dios al corregirnos, disciplinarnos y tallarnos. Ellos
simplemente dejan que sus experiencias les pasen de forma desapercibida. No
les perturba lo que presencian hoy día, ni le dan importancia; tampoco les
inquieta lo que vaya a sucederles mañana. Simplemente no les importa cuál sea
la voluntad del Señor, y la pasan por alto una y otra vez. Tal parece que ellos
piensan que Dios permite que las personas sufran sin sentido. Por favor, tengan
presente que los hijos de Dios deben, ante todo, respetar y honrar la disciplina
de Dios. Lo primero que tenemos que hacer cuando algo nos ocurre, es indagar
acerca del significado que encierra tal experiencia y preguntarnos: ¿Por qué
sucedieron las cosas de tal o cual manera? Así pues, debemos aprender a tener
en cuenta la disciplina de Dios y a respetarla. No debemos menospreciarla.
Menospreciar Su disciplina indica que somos indiferentes ante ella, lo cual
equivaldría a afirmar que aunque Dios haga lo que haga, nosotros hemos de
pasar por tales experiencias sin reflexionar al respecto y sin procurar discernir
su propósito.

Por una parte, no debemos menospreciar la disciplina de Dios; por otra, no


debemos darle una importancia exagerada. Si nuestra vida cristiana se redujera
a una mera historia de sufrimientos y frustraciones, ello sería causa de gran
desaliento para nosotros. Esto equivale a atribuirle a la disciplina una
importancia excesiva. Debemos aprender a aceptar la disciplina del Señor y
también comprender que tanto Su disciplina como Su reprensión siempre
tienen un significado. Al mismo tiempo, no debemos desalentarnos al ser
disciplinados.

II. EL SEÑOR AL QUE AMA, DISCIPLINA

El versículo 6 dice: “El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo hijo que
recibe”. Esta es una cita de Proverbios, la cual revela el propósito por el cual el
Señor nos disciplina.

A. La disciplina es los preparativos del amor

Dios no dispone de tanto tiempo libre como para corregir a toda la gente del
mundo; Él únicamente disciplina a los que Él ama. Así pues, Dios nos disciplina
porque nos ama. Él nos disciplina porque desea hacernos vasos Suyos. Dios no
tiene el tiempo para disciplinar a todo el mundo, pero sí para corregir a Sus
propios hijos, porque los ama. Por consiguiente, la disciplina es la provisión del
amor de Dios para nosotros. El amor dispone el entorno apropiado en el que
debemos estar. A estos arreglos los llamamos la disciplina de Dios. El amor
mide todo cuanto nos sucede y dispone todo lo que encontramos en nuestra vida
diaria. Esto que nos ha sido medido es la disciplina de Dios. La disciplina tiene
como fin reportarnos el máximo beneficio y conducirnos a la meta más excelsa
de la creación.

“Y azota a todo hijo que recibe”. Así pues, todos los que son disciplinados
tendrán la base para afirmar que han sido recibidos por Dios. Los azotes no
indican que Dios nos rechaza, sino que son una evidencia de que Él nos ha
aceptado. Repito, Dios no tiene tiempo para corregir a todo el mundo; Él quiere
dedicar Su tiempo al cuidado de Sus hijos, a quienes ama y ha recibido.
B. La disciplina es la educación que el Padre da

Una vez que uno se hace cristiano, debe estar dispuesto a aceptar la disciplina
de la mano Dios. Si uno no es hijo de Dios, Él lo deja a usted a su libre albedrío,
y permite que usted lleve una vida indisciplinada y tome su propio camino. Pero
cuando uno acepta al Señor Jesús como Salvador, y una vez que nace de Dios y
se convierte en Su hijo, tiene que estar dispuesto a ser disciplinado. Ningún
padre se toma el tiempo para disciplinar al hijo de otro; a ningún padre le
preocupa si el hijo del vecino es un buen hijo o un mal hijo. Pero un buen padre
siempre disciplina a sus propios hijos de forma específica. Será estricto con su
hijo según la norma que él haya establecido, y no lo disciplinará sin
consideración alguna ni al azar. Adiestrará a su hijo conforme a ciertos
objetivos, como por ejemplo honestidad, diligencia, longanimidad y nobles
aspiraciones. El padre tiene un plan definido al disciplinar a su hijo y lo
moldeará para que desarrolle cierto carácter. Del mismo modo, desde el día en
que fuimos salvos, Dios ha estado elaborando un plan específico para nosotros.
Él desea que aprendamos ciertas lecciones a fin de que seamos conformados a
Su naturaleza, ya que anhela que seamos como Él en muchos aspectos. Es con
tal motivo que Él lo dispone todo, nos disciplina y nos azota. Su meta es hacer
de nosotros cierta clase de persona.

Al comienzo de su vida cristiana, todo hijo de Dios debe darse cuenta de que
Dios ha preparado muchas lecciones para él. Dios le ha asignado muchas
provisiones en su entorno y ha dispuesto muchas cosas, muchas experiencias y
sufrimientos, con el único fin de formar en él cierta clase de carácter. Esto es lo
que Dios está haciendo hoy en día. Él está resuelto a forjar cierta clase de
carácter en nosotros y lo llevará a cabo poniéndonos en medio de toda clase de
circunstancias.

Desde el momento en que nos convertimos en cristianos, debemos estar


conscientes de que la mano de Dios está guiándonos en todo. Las situaciones
difíciles y los azotes que Dios ha dispuesto para nosotros, llegarán. Tan pronto
nos desviemos, Él nos dará de azotes y nos aguijoneará para que tomemos de
nuevo el camino. Así pues, todo hijo de Dios debe estar preparado para aceptar
la mano disciplinaria de Dios. Dios nos disciplina porque somos Sus hijos. Él no
pierde Su tiempo con los demás; no tiene tiempo para disciplinar a los que no
son Sus hijos amados. Los azotes y la disciplina expresan el amor y la aceptación
de Dios. Solamente los cristianos son partícipes de los azotes y de la disciplina
de Dios.

C. La disciplina no es un castigo sino una gloria

Lo que nosotros recibimos es disciplina; no es un castigo. El castigo es la


retribución por nuestros errores, mientras que la disciplina tiene el propósito de
educarnos. Somos castigados por haber hecho algo malo, y por ende, tal castigo
responde a lo que hicimos en el pasado. La disciplina también se relaciona con
nuestros errores, pero se aplica con miras al futuro. La disciplina conlleva un
elemento del futuro, es decir, se aplica con miras a un determinado propósito.
Hoy hemos sido llamados a permanecer en el nombre del Señor y le
pertenecemos a Él. Así que, debemos estar dispuestos a permitirle hacer de
nosotros Sus vasos de gloria. Puedo decir con certeza que Dios desea que cada
uno de Sus hijos lo glorifique en ciertas áreas. Todo hijo de Dios le debe
glorificar a Él. Sin embargo, cada uno lo hace de diferente manera. Algunos lo
glorificarán de una manera y otros, de otra manera. Glorificamos a Dios por
medio de diferentes circunstancias, lo cual redunda en que Dios sea plenamente
glorificado. Todos tenemos nuestra porción y todos nos especializamos en algo.
En realidad, lo que Dios anhela es formar en nosotros una determinada clase de
carácter que le glorifique a Él. Por tanto, nadie está exento de la mano
disciplinaria de Dios. Su mano disciplinaria operará en los Suyos, a fin de
cumplir con las cosas que Él ha dispuesto para ellos. Hasta ahora no hemos
conocido ni a un solo hijo de Dios que haya quedado exento de la disciplina de
Dios.

D. Ignorar la disciplina es una gran pérdida

Los hijos de Dios verdaderamente experimentarán una gran pérdida si no


disciernen la disciplina de Dios. Son muchos los que, a los ojos de Dios, viven
neciamente durante muchos años. A ellos les es imposible seguir adelante, pues
no saben lo que el Señor desea hacer en ellos. Andan según su propia voluntad,
errando libremente por un desierto, sin restricción y sin rumbo. Dios no actúa
de esta manera. Él es un Dios de propósito; todo cuanto Él hace tiene el
propósito de moldear en nosotros cierta clase de carácter a fin de que podamos
glorificar Su nombre. Toda disciplina tiene como propósito hacernos avanzar en
este camino.

III. SOPORTAMOS POR CAUSA


DE LA DISCIPLINA DE DIOS

El apóstol citó Proverbios cuando se dirigió a los creyentes hebreos. En el


versículo 7, él explica la cita de Proverbios que aparece en los dos versículos
anteriores, al decirnos: “Es para vuestra disciplina que soportáis”. En el Nuevo
Testamento ésta es la primera explicación que hallamos respecto del tema y es
una palabra crucial. Aquí el apóstol nos da a entender que lo que soportamos, lo
que sufrimos y la disciplina, todo es una misma cosa. Es Dios quien nos está
disciplinando. Así pues, el apóstol nos muestra que estar bajo disciplina
equivale al hecho de que tengamos que soportar algún sufrimiento: es para
nuestra disciplina que debemos soportar.
A. Los sufrimientos
son la disciplina de Dios

Quizás algunos se pregunten: “¿Qué es la disciplina de Dios? ¿Por qué nos


disciplina?”. Del versículo 2 al 4 se nos habla de sufrir la cruz, menospreciar el
oprobio y combatir contra el pecado, mientras que los versículos 5 y 6 nos
presentan la disciplina y los azotes. ¿Cuál es la relación que existe entre estas
dos cosas? ¿Qué son la disciplina y los azotes mencionados en los versículos 5 y
6, y qué son el oprobio, la aflicción y el combate contra el pecado que se
describen en los versículos del 2 al 4? El versículo 7 nos presenta la conclusión
de los versículos del 2 al 6; dicha conclusión consiste en que lo que soportamos
es la disciplina de Dios para nosotros. Así pues, los sufrimientos, el oprobio y las
aflicciones equivalen a la disciplina de Dios. Aunque no hayamos combatido
contra el pecado hasta la sangre, de todos modos, el dolor y las tribulaciones
ciertamente son parte de la disciplina de Dios.

¿Cómo es que Dios nos disciplina? Su disciplina se relaciona con todo aquello
que Él nos permite sobrellevar y con todo lo que Él nos hace soportar. No
debemos pensar que la disciplina de Dios es algo diferente de esto. En realidad,
la disciplina de Dios es todo aquello que soportamos a diario, cosas tales como:
palabras ásperas, rostros severos, comentarios mordaces, respuestas
descorteses, críticas infundadas, problemas inesperados, toda clase de oprobio,
acciones irresponsables, agravios, e incluso los problemas de gravedad que se
suscitan en nuestra familia. Algunas veces pueden ser enfermedades, pobreza,
aflicción o adversidades. Son muchas las cosas que debemos afrontar y soportar.
Pues bien, ¡el apóstol nos dice que todo ello es la disciplina de Dios! Es para
nuestra disciplina que debemos soportar.

B. Ninguna experiencia
ocurre accidentalmente

La pregunta que debemos hacernos hoy es: ¿Cómo debemos responder cuando
alguien nos mira mal? Si esa mirada es parte de la disciplina de Dios, ¿cómo
debemos reaccionar? Si nuestro negocio fracasa debido a la negligencia de otros,
¿cómo vamos a reaccionar? Si Dios se vale de la mala memoria de una persona
para disciplinarnos, ¿qué debemos hacer? Si nos enfermamos porque alguien
nos ha trasmitido una infección, ¿cómo debemos afrontarlo? Si todo se amarga
por causa de varias calamidades, ¿qué diremos? Si todo nos sale mal por causa
de la disciplina de Dios, ¿qué vamos a decir? Hermanos y hermanas, ¡nuestra
reacción ante todas estas cosas causará una gran diferencia en nuestra
condición! Podemos considerar todas las cosas en nuestro entorno como simple
casualidad; ésta es una actitud que podríamos adoptar. O también podemos
mostrar otra actitud y considerar que todas estas cosas son la disciplina de Dios.
Las palabras del apóstol aquí son muy claras. Él dice que es para nuestra
disciplina que soportamos todo. Así que, no debiéramos pensar que tales
padecimientos son insoportables, pues ellos constituyen la disciplina de Dios.
No seamos tan necios como para llegar a la conclusión de que tales cosas son
mera coincidencia. Tenemos que darnos cuenta de que es Dios quien a diario
dispone tales cosas y nos las mide para nuestra disciplina.

C. Dios nos disciplina


porque nos trata como a hijos

El versículo 7 añade: “Dios os trata como a hijos”, es decir, Dios nos trata como
a hijos. “Porque, ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?”. Lo que
experimentamos es la disciplina de Dios. Hoy día, toda disciplina que nos
sobreviene se debe a que Dios nos trata como a hijos. Tengan presente que la
disciplina no tiene como fin afligirnos, sino que esa es la manera en que Dios
nos honra. Muchos tienen el concepto erróneo de que Dios los disciplina porque
Él desea torturarlos. ¡No! Dios nos disciplina porque desea honrarnos. Él nos
trata como a hijos. Porque, ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?
¡Dios nos honra con Su disciplina! Somos los hijos de Dios; por tanto, debemos
recibir Su disciplina. Dios nos disciplina para traernos al lugar de bendición y
gloria. Nunca debemos pensar que Dios nos atormenta. Porque, ¿qué hijo es
aquel a quien el padre no disciplina?

D. Reconozcamos la mano del Padre

Vemos que existe un gran contraste cuando una persona comprende que todo lo
que le sucede ha sido dispuesto por Dios; ella verá su experiencia desde un
ángulo diferente. Si alguien me golpea con su bastón, yo tal vez discuta con él o
le arrebate el bastón, y lo quiebre y se lo arroje en la cara. Si hago tal cosa, no
estaré siendo injusto con él. Pero si es mi padre quien me castiga con el bastón,
¿podría arrebatárselo, quebrarlo y tirárselo de regreso? Yo no podría hacer eso.
Por el contrario, hasta cierto punto nos sentimos honrados de que nuestro padre
nos discipline. La señora Guyón decía: “¡Besaré el látigo que me escarmienta!
¡Besaré la mano que me abofetea!”. Por favor recuerden que es la mano del
Padre y la vara del Padre. Esto es diferente. Si fuera alguna experiencia
ordinaria, rechazarla no nos acarrearía pérdida alguna, pero éste no es un
encuentro ordinario. Es la mano de Dios y la reprensión que Él nos da, cuya
meta es hacernos partícipes de Su naturaleza y carácter. Una vez que vemos
esto, no murmuraremos ni nos quejaremos. Cuando nos damos cuenta de que es
el Padre quien nos está disciplinando, nuestra impresión cambia. Nuestro Dios
nos trata como a hijos. Es una gloria para nosotros que Él nos discipline hoy.

E. La disciplina es la prueba que somos hijos


El versículo 8 dice: “Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido
participantes, entonces sois bastardos, y no hijos”. Recuerde que la disciplina es
la evidencia de que uno es un hijo. Los hijos de Dios son aquellos a quienes Él
disciplina, y los que no son Sus hijos son aquellos a quienes Él los deja sin
disciplina. Uno no puede demostrar que es hijo de Dios si no es disciplinado por
Él. La disciplina que se recibe es la evidencia de que uno es un hijo.

Todos los hijos han sido participantes de la disciplina. Todo hijo de Dios debe
ser disciplinado, y usted no es la excepción. A menos que uno sea un hijo
ilegítimo o que sea adoptado o comprado, deberá aceptar la misma disciplina.
¡Aquí las palabras del apóstol son muy directas! Todos los hijos han sido
participantes de la disciplina. Si uno es hijo de Dios, no debe esperar un trato
diferente, pues todos los hijos han sido participantes de la disciplina; todos son
tratados de la misma manera. Todos los que vivieron en los tiempos de Pablo o
de Pedro, experimentaron esto. Hoy día, lo mismo se aplica para cualquier
persona en cualquier nación del mundo. Nadie está exento. Uno no puede tomar
un camino por el cual otro hijo de Dios nunca ha transitado. Ningún hijo de
Dios ha tomado un camino en el que esté exento de la disciplina de Dios. Si un
hijo de Dios es lo suficientemente insensato como para pensar que todo en su
vida y en su trabajo marchará de „viento en popa‟, y que podrá escapar de la
disciplina de Dios; entonces, estará afirmando que es ilegítimo, es decir,
adoptado. Debemos comprender que la disciplina es la señal y la evidencia de
que somos hijos de Dios. Quienes no son disciplinados son ilegítimos;
pertenecen a otras familias y no son miembros de la familia de Dios. Si Dios no
nos disciplina, eso quiere decir que no pertenecemos a Su familia.

Permítanme mencionarles algo que vi en cierta ocasión. Quizá no sea algo tan
profundo, pero es muy ilustrativo. Cinco o seis niños estaban jugando
salvajemente y estaban cubiertos de lodo. Cuando la madre de tres de ellos vino,
les pegó a sus hijos en las manos y les prohibió que fueran a ensuciarse de
nuevo. Después de eso, uno de ellos le preguntó: “¿Por qué no les pegaste a los
demás?”. La madre contestó: “Porque no son mis hijos”. A ninguna madre le
gusta disciplinar a los hijos de otras personas. ¡Sería terrible si Dios no nos
disciplinara! ¡Aquellos a quienes se les deja sin disciplina son bastardos, y no
hijos! Nosotros verdaderamente creímos en el Señor, y por esta razón, hemos
recibido correcciones desde el primer día de nuestra vida cristiana. No es
posible ser hijos de Dios y prescindir de la disciplina. No podemos recibir la
filiación de Dios si se nos deja sin reprensión. Estas dos cosas van juntas. ¡No
podemos recibir la filiación sin aceptar la disciplina! Todos los hijos deben ser
disciplinados, y nosotros no somos la excepción.

IV. SOMETERSE A LA DISCIPLINA


DEL PADRE DE LOS ESPÍRITUS
El versículo 9 nos dice: “Además, tuvimos a nuestros padres carnales que nos
disciplinaban, y los respetábamos. ¿Por qué no nos someteremos mucho mejor
al Padre de los espíritus, y viviremos?”. El apóstol hace notar que nuestros
padres carnales nos disciplinan, y nosotros los respetamos. Reconocemos que la
disciplina que ellos nos administran es la correcta y la aceptamos. ¿Por qué no
nos someteremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?

Esto nos muestra que la filiación nos conduce a la disciplina, y la disciplina


resulta en sumisión. Debido a que somos hijos, tiene que haber disciplina, y
puesto que la hay, también debe haber sumisión de nuestra parte. Dios dispone
todas las cosas en nuestro entorno con el propósito de instruirnos y nos acorrala
de tal manera que no tengamos más alternativa que aceptar Sus caminos.

A. Someterse a Dios en dos asuntos

Debemos obedecer a Dios en dos asuntos: Uno de ellos es que debemos


obedecer los mandamientos de Dios, y el otro es obedecer Su disciplina. Por una
parte, tenemos que obedecer la Palabra de Dios, es decir, Sus mandamientos;
tenemos que obedecer todos los preceptos de Dios que están escritos en la
Biblia. Por otra parte, debemos someternos a lo que Dios ha dispuesto en
nuestro medio ambiente. Debemos ser obedientes a Su disciplina. Con
frecuencia, basta con obedecer la palabra de Dios, pero hay ocasiones en las que
además tenemos que someternos a Su disciplina. Dios ha dispuesto muchas
cosas en nuestro entorno, y nosotros debemos aprovechar esto al aprender las
lecciones que ellas nos ofrecen. Tal es el beneficio que Dios ha preparado para
nosotros. Puesto que Él desea guiarnos por el camino recto, debemos aprender a
obedecer no solamente Sus mandamientos, sino también Su disciplina. Es
posible que el obedecer la disciplina de Dios conlleve un precio, pero ello nos
encaminará por el sendero recto.

La obediencia no es una palabra más. Muchos hermanos preguntan: “¿A qué


tengo que obedecer?”. La respuesta a esta pregunta es simple. Podemos pensar
que no hay nada a lo que debamos obedecer, pero en cuanto Dios nos aplica Su
disciplina, de inmediato pensamos en varias rutas de escape. Es extraño que
muchas personas parecen no tener ningún mandamiento que obedecer.
Recuerden que cuando estamos bajo la mano disciplinaria de Dios, es cuando
tenemos que obedecer. Algunos pueden preguntar: “¿Por qué no nos referimos a
la mano de Dios como la mano que nos guía? ¿Por qué llamarla la mano que nos
disciplina? ¿Por qué no decir que Dios nos guía a lo largo del camino, en lugar
de decir que Él nos disciplina?”. Dios sabe cuán terrible es nuestro mal genio, y
nosotros también lo sabemos. Hay muchas personas que nunca conocerían la
obediencia sin la debida disciplina.
B. Aprender obediencia
por medio de la disciplina

Debemos tomar conciencia de la clase de personas que somos a los ojos de Dios.
Somos rebeldes y obstinados por naturaleza. Somos como niños malcriados que
se rehúsan a obedecer, a menos que su padre tenga una vara en la mano. Todos
somos iguales. Algunos hijos jamás obedecerán a menos que se les regañe o
azote. Se les tiene que dar una paliza para que hagan caso. ¡No se olviden que
ésta es la clase de personas que somos nosotros! Sólo prestamos atención
cuando se nos da una paliza. Si no se nos diera una paliza, nos distraeríamos
con otras cosas. Por esta razón, la disciplina es absolutamente necesaria.
Deberíamos conocernos a nosotros mismos, ya que no somos tan simples como
pensamos. Tal vez ni siquiera una paliza nos haga cambiar mucho. El apóstol
nos mostró que el propósito de la reprensión es hacer que nos humillemos y
seamos obedientes. Él dijo: “Nos someteremos mucho mejor al Padre de los
espíritus, y viviremos”. La sumisión y la obediencia son virtudes indispensables.
Debemos aprender a obedecer a Dios y decir: “Dios, ¡estoy dispuesto a
someterme a Tu disciplina! ¡Todo lo que Tú haces es lo correcto!”.

V. LA DISCIPLINA ES PARA
NUESTRO PROPIO BENEFICIO

El versículo 10 dice: “Porque ellos, por pocos días nos disciplinaban como les
parecía”. Con frecuencia los padres disciplinan a sus hijos de una manera
indebida, porque los disciplinan y actúan a su capricho. De esta clase de
disciplina, no se obtiene mucho beneficio.

“Pero Él para lo que es provechoso, para que participemos de Su santidad”. Esto


no habla de una disciplina motivada por el enojo, ni de la disciplina que se
enfoca en el castigo. La disciplina y la reprensión de Dios no son simplemente
un castigo, sino que tienen un carácter educacional y procuran nuestro propio
beneficio. El propósito de la disciplina no es causarnos daño. La herida que nos
inflige produce algo y cumple un determinado propósito. Dios no nos castiga tan
sólo porque hayamos hecho algo malo. Quienes piensen de esta manera se
hallan totalmente en la esfera de la ley y de los tribunales.

A. Partícipes de la santidad de Dios

¿Qué beneficio se obtiene de tal disciplina? Ella nos hace partícipes de la


santidad de Dios. ¡Esto es glorioso! Santidad es la naturaleza de Dios. Podemos
decir que la santidad es también el carácter de Dios. Es con miras a ésta que
Dios disciplina a Sus hijos de diversas maneras. Desde que creímos en el Señor,
Dios nos ha estado disciplinando. Él nos disciplina con el propósito de que
participemos de Su santidad, Su naturaleza y Su carácter. La Biblia habla de
varias clases de santidad. En el libro de Hebreos, la santidad se refiere
específicamente al carácter de Dios. Que Cristo sea nuestra santidad es una
cosa, pero que nosotros seamos santificados en Él es otra. La santidad de la que
hemos hablado no es un don, sino algo que se forja en nosotros, algo que se
relaciona con nuestra constitución. Esto es algo que hemos recalcado por años.
Esto implica que Dios forja algo en nosotros de una manera gradual. La
santidad de la que aquí se habla es la santidad que se forja mediante Su
disciplina; algo que se forja por medio de Sus azotes y diariamente, cuando
opera internamente en nosotros. Así pues, tanto Su disciplina como Su
operación en nosotros tienen como fin hacernos partícipes de Su santidad.

Después de sufrir un leve castigo, participamos de Su santidad. Después de


sufrir más corrección, conocemos más la santidad. Si permanecemos bajo la
disciplina de Dios, gradualmente conoceremos lo que es la santidad. Si
continuamos bajo la disciplina de Dios, poco a poco, Su santidad ha de ser
constituida en nuestro carácter. Si permanecemos bajo la disciplina de Dios
hasta el final, poseeremos un carácter santo. ¡No hay nada que sea más
importante que esto! Debemos comprender que la disciplina forja en nosotros la
constitución del carácter de Dios. Toda disciplina tiene un resultado, y nosotros
debemos cosechar todos sus frutos. Que el Señor nos conceda Su misericordia y
permita que siempre que estemos sometidos a Su disciplina, ésta produzca un
poco más de santidad en nosotros. Que todo ello redunde en mayor santidad, en
que hayamos aprendido más lecciones y en que poseamos una mayor
constitución de Dios. ¡La santidad debe acrecentarse continuamente en
nosotros!

B. La constitución de un carácter santo

Después que aceptamos al Señor y llegamos a ser hijos de Dios, Él dispone


diariamente muchas cosas en nuestro entorno, a fin de disciplinarnos y
corregirnos. Todas estas cosas son lecciones para nosotros. Una y otra vez, estas
lecciones tienen como fin aumentar la medida de la santidad de Dios en
nosotros. ¡Necesitamos mucha disciplina para que Dios pueda forjar en
nosotros un carácter santo! A los ojos de Dios, nosotros tenemos una cantidad
limitada de años para vivir nuestra vida cristiana. Si descuidamos la disciplina
de Dios o si ésta no produce el efecto esperado en nosotros, ¡nuestra pérdida
verdaderamente será una pérdida eterna!

C. La santidad como un don


y la santidad como constitución

Dios no sólo nos da Su santidad como un don, sino que también desea que
participemos de ella por medio de la disciplina que nos aplica. Él desea que
seamos constituidos de Su santidad y quiere forjarla paulatinamente en nuestro
ser. Las personas carnales, como nosotros, tienen que recibir durante muchos
años la disciplina de Dios para que puedan tener el carácter y la naturaleza
santa de Dios. Necesitamos toda clase de reveses, situaciones, instrucciones,
frustraciones, presiones y correcciones antes de poder participar del carácter
santo de Dios. ¡Este es un asunto muy importante! Dios no sólo nos da la
santidad como un simple don, sino que ésta debe ser forjada en nosotros. ¡Dios
tiene que constituirnos con Su santidad!

Ésta es una característica distintiva de la salvación que se describe en el Nuevo


Testamento. Dios primero nos da algo y luego forja eso mismo en nosotros. Él
hace que eso mismo sea constituido poco a poco en nuestro ser. Una vez que se
cumplen ambos aspectos, experimentamos la salvación completa. Un aspecto de
la santidad es que es un don de Cristo, y el otro consiste en que seamos
constituidos del Espíritu Santo. Esta es una característica distintiva del Nuevo
Testamento. Uno es un don, y el otro es un asunto de constitución. De entre
todas las verdades importantes que aparecen en el Nuevo Testamento,
reconocemos esta clara afirmación: Dios nos está haciendo partícipes de Su
santidad por medio de Su disciplina.

VI. LA DISCIPLINA DA
EL FRUTO APACIBLE DE JUSTICIA

El versículo 11 dice: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser
causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los
que por ella han sido ejercitados”.

El apóstol aquí recalca las palabras al presente y después. Es un hecho que


mientras uno es disciplinado no está contento, sino triste. No piensen que es
incorrecto sufrir cuando se experimenta la disciplina de Dios. La disciplina
ciertamente es un sufrimiento. La Biblia no dice que la cruz sea un gozo. Por el
contrario, afirma que la cruz es una aflicción y nos hace sufrir. El Señor
menospreció el oprobio por el gozo puesto delante de Sí. Esto es un hecho. La
Biblia no dice que la cruz sea un gozo, puesto que la cruz no es un gozo. Ella
siempre representa sufrimiento. Por ello, no tiene nada de malo entristecerse y
acongojarse cuando se nos disciplina.

Es menester que aprendamos obediencia. Solamente por medio de la obediencia


podremos participar de la santidad de Dios. Es verdad que ninguna disciplina
“al presente” parece ser causa de gozo. Por el contrario, nos produce tristeza, lo
cual no es sorprendente; de hecho, es bastante normal que nos sintamos así.
Nuestro Señor no consideró que las pruebas fueran un asunto de gozo cuando
estaba pasando por ellas. Por supuesto, podemos convertirlas en gozo. Pedro
dijo que nos podemos exultar en las diversas pruebas (1 P. 1:6). Por una parte,
ellas representan sufrimiento, y por otra, podemos considerarlas como una
causa de gozo. Cómo nos sentimos es una cosa, y cómo consideramos lo que nos
acontece es otra cosa. Podemos sentirnos tristes, pero al mismo tiempo,
podemos considerar las pruebas como una causa de gozo.

A. Dar fruto apacible

Los hijos de Dios deben fijar sus ojos en el futuro, no en el presente. Preste
atención a esta oración: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece
ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a
los que por ella han sido ejercitados”. No se fije en los sufrimientos que está
atravesando ahora; más bien, concéntrese en el fruto apacible de justicia que
resultará de ello.

B. Moab estuvo quieto desde su juventud


y reposado sobre su sedimento

Jeremías 48:11 dice: “Quieto estuvo Moab desde su juventud, / Y sobre su


sedimento ha estado reposado, / Y no fue vaciado de vasija en vasija, / Ni nunca
ha ido al destierro; por tanto, quedó su sabor en él, / Y su olor no se ha
cambiado”. ¿Comprenden lo que este versículo dice?

Éste es el problema de aquellos que no han pasado por pruebas. Este pasaje
describe a aquellos que nunca han padecido ninguna corrección ni sufrimiento
en presencia del Señor. Los moabitas habían estado quietos desde su juventud y
nunca habían experimentado sufrimiento ni dolor. ¿Qué pudo producir tal
quietud? Que ellos se volvieron como el vino reposado en su sedimento. Cuando
una persona fermenta uvas u otra fruta para hacer licor, el vino sube a la
superficie, mientras que el sedimento reposa en el fondo. El vino flota, y el
sedimento se hunde. Por ello, para refinar el vino, este tiene que ser vertido de
vasija en vasija. Si se le deja el sedimento en el fondo, tarde o temprano
arruinará el sabor del licor. En la fabricación del vino, uno primero debe
permitir que las uvas se fermenten y después debe vaciar el vino de una vasija a
otra. Si uno no tiene cuidado, puede vaciar el sedimento junto con el vino; por
eso, hay que decantar el líquido cuidadosamente. Pero no es suficiente vaciarlo
una sola vez; por lo general, parte del sedimento logra escaparse en el líquido.
Por eso la decantación se debe hacer varias veces. Es posible que la segunda vez
todavía no se haya eliminado el sedimento por completo y se tenga que vaciar el
vino a una tercera vasija. Uno debe seguir vaciando hasta que no quede ningún
sedimento en el vino. Dios dice que Moab había estado quieto desde su juventud
y que había estado reposado sobre su sedimento; no había sido vaciado de vasija
en vasija, por lo cual su sedimento permaneció en él. Para deshacerse del
sedimento uno debe ser vaciado de vasija en vasija; ha de ser vaciado, vez tras
vez, hasta que un día no quede nada del sedimento que permanece en el fondo.
Moab tenía todo el sedimento, aunque en la superficie parecía ser transparente;
en el fondo, no había sido vaciado. Quienes nunca han pasado por pruebas y
correcciones no han sido vaciados de vasija en vasija.

Con frecuencia, tal parece que Dios arranca a la persona de raíz. Puede ser que
cuando un hermano se consagre, experimente que Dios lo arranque de raíz, y
quizá todo cuanto posee también sea arrancado. Otro hermano tal vez
experimente que Dios lo desarraigue de todo lo que poseía, mediante las
pruebas y los sufrimientos. Esto equivale a ser vaciado de una vasija a otra. La
mano de Dios habrá de triturarnos por completo. ¡Él hace esto a fin de
despojarnos de todo nuestro sedimento!

No es bueno estar tan quietos. Hermanos y hermanas, Dios desea purificarnos.


Por esto nos disciplina y nos azota. No piensen que la quietud y la comodidad
son algo bueno para nosotros. La quietud en la que estuvo Moab, hizo que
¡siguiera siendo Moab para siempre!

C. Quedó el sabor, y el olor no cambió

Aquí tenemos unas palabras muy sobrias: “Quedó su sabor en él, / Y su olor no
se ha cambiado”. Debido a que Moab no había sido vaciado de barril en barril,
de botija en botija y de vasija en vasija, y debido a que nunca fue disciplinado y
corregido por Dios, ¡quedó su sabor en él y su olor nunca cambió!

Hermanos, ésta es la razón por la cual Dios tiene que operar en usted. Él desea
eliminar su sabor y cambiar su olor. Él no quiere ni el sabor ni el olor que usted
tiene. He dicho en otras ocasiones que muchas personas están “crudas” porque
todavía están en su estado original. Nunca han cambiado. Usted tenía cierta
clase de sabor antes de creer en el Señor. Es probable que hoy, después de ser
creyente por diez años, usted tenga el mismo sabor y su olor sea igual al que
tenía antes de creer en el Señor. En el hebreo, el vocablo olor quiere decir
“aroma”, que es es el sabor aromático característico de un objeto en su estado
original. Antes de ser salvo, usted tenía cierto olor. Y en el presente usted
conserva el mismo olor, lo cual quiere decir que no ha habido ningún cambio en
usted. En otras palabras, Dios no ha forjado ni esculpido nada en usted.

¡La disciplina de Dios es verdaderamente preciosa! Él desea arrancarnos de raíz


y vaciarnos de vasija en vasija. Dios nos disciplina y nos trata de diferentes
maneras para que perdamos nuestro olor original y demos el fruto apacible de
justicia. Esta expresión, fruto apacible de justicia, también puede traducirse: “el
fruto apacible, que es el fruto de justicia”.

D. El fruto apacible es el fruto de la justicia


Recuerden que este fruto es un fruto apacible. El hombre debe estar en paz con
Dios para obtener este fruto. Lo peor que uno puede hacer es murmurar, perder
la paz y rebelarse cuando está siendo disciplinado. Uno puede afligirse por la
disciplina, pero no debe murmurar ni rebelarse. El problema de muchos radica
en que no tienen paz; por esto necesitan del fruto apacible cuando están bajo
disciplina. Si desea que en usted brote el fruto apacible, debe aprender a aceptar
la disciplina. Debe aprender a no pelear ni discutir con Dios. El fruto apacible es
el fruto de la justicia. Si uno tiene el fruto de paz, tiene el fruto de la justicia. Por
eso el apóstol lo llama “el fruto apacible, que es el fruto de justicia”. La paz es
justicia. Y si el fruto interno es paz, la expresión externa será justicia. Si usted
posee el fruto apacible en su interior, espontáneamente participará de la
santidad de Dios.

Espero que ninguno de nosotros sea como Moab, que estuvo quieto desde su
juventud y sobre su sedimento estaba reposado. Él no había sido vaciado de
vasija en vasija ni nunca había estado en cautiverio; por lo tanto, quedó su sabor
en él, y su olor no cambió. Algunos han sido creyentes por diez o veinte años y se
han quedado en la misma condición todo ese tiempo. No han aceptado ninguna
de las correcciones de Dios ni se han sujetado a las mismas. Así que, quedan con
su sabor original. Si nuestro olor sigue siendo el mismo por diez o veinte años,
quiere decir que nunca hemos producido fruto apacible ante Dios y no hemos
sido constituidos de un carácter santo. Nuestra esperanza es que Dios nos
constituya con algo, y ese algo se llama un carácter santo.

VII. CONCLUSIÓN

Hebreos 12:12-13 dice: “Por lo cual, enderezad las manos caídas y las rodillas
paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se
disloque, sino que sea sanado”. Algunas veces parece que la disciplina hace que
nuestras manos estén caídas y que nuestras rodillas se paralicen, pero el apóstol
nos exhorta a no desanimarnos. Tal vez nuestras manos estén caídas y nuestras
rodillas estén paralizadas, pero tenemos el fruto de paz y el fruto de justicia.

A. Enderezad las manos y las rodillas

No piensen que cuando una persona sufre intensas penalidades y disciplina, no


le queda nada que hacer. Después de ser disciplinados y azotados, necesitamos
enderezar las manos caídas y las rodillas paralizadas. La disciplina y los azotes
darán el fruto apacible, y este fruto de paz es el fruto de la justicia. Si uno está en
paz con Dios, obtendrá la justicia. Tan pronto sea apaciguado y se someta a
Dios, todo llega a ser recto y apropiado. Al humillarnos, somos constituidos de
un carácter santo. Puesto que el fruto apacible es el fruto de la justicia, no debe
poner sus ojos en la justicia. Sencillamente examine si tiene paz o no, y si es
sumiso y dócil o no. Si usted es dócil y obediente, y si tiene paz, ciertamente la
santidad será forjada en su ser. Tenga presente que aunque haya soportado
muchas pruebas y experimentado muchas penalidades en el pasado, todavía
necesita enderezar sus manos caídas y sus rodillas paralizadas.

B. Haced sendas derechas

Al mismo tiempo necesita esto: “Haced sendas derechas para vuestros pies”.
Hoy en día, podemos decir que hemos pasado por parte de esta senda. Les
estamos presentando claramente en qué consiste esta senda. “Para que lo cojo
no se disloque, sino que sea sanado”. Aquellos que se han quedado atrás ya no
tienen que ser dislocados; pueden ser sanados y unidos a quienes ya han
transitado por la senda derecha. Si una persona pasa por pruebas y se humilla
bajo la poderosa mano de Dios, verá que su carácter ha sido constituido con la
santidad. Además, guiará a muchos por la senda derecha para que no se
disloquen, sino que sean sanados.

Si un hermano se desvía enfrente de nosotros, ello podría desalentar a quienes


procuran encontrar el camino correcto. Por esta razón, nosotros mismos
debemos ser obedientes; debemos producir fruto apacible. Esto no sólo nos
asegura que estamos en el camino correcto, sino que además abrirá a otros este
mismo camino para que ellos lo puedan tomar. Los cojos podrán andar por este
camino y podrán ser sanados. Recuerdo el hombre cojo que se menciona en
Hechos 3. Cuando sus pies se fortalecieron, se puso en pie y comenzó a caminar,
a saltar y a alabar a Dios. Un hombre cojo fue sanado, pero en la actualidad hay
muchos cojos en este mundo. Ellos pueden ser sanados por la senda derecha
que nosotros tomamos. Debemos abrir un camino para que todos los hermanos
lo sigan.

CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

LA DISCIPLINA
DEL ESPÍRITU SANTO

Lectura bíblica: Ro. 8:28; Mt. 10:29-31; Jer. 48:11; Gn. 47:7-10

Hemos creído en el Señor y, por tanto, hemos recibido una nueva vida, pero
antes que esto sucediera, habíamos desarrollado una serie de hábitos y muchos
de los rasgos distintivos de nuestro carácter, como muchos aspectos en nuestro
temperamento ya eran parte de nuestro ser. Ahora, estos hábitos, rasgos de
carácter y nuestro modo de ser son una frustración para que la nueva vida que
recibimos pueda expresarse. Por esta razón la mayoría de personas no puede
tocar esta nueva vida ni puede experimentar al Señor cuando tiene contacto con
nosotros. Con frecuencia, los demás sólo perciben nuestra vieja persona. Quizá
seamos personas muy inteligentes, pero tal inteligencia no ha sido regenerada.
Tal vez seamos personas muy cálidas, pero tal afecto no ha sido regenerado.
Podemos conocer a alguien que es muy amable o muy diligente y, sin embargo,
no podemos percatarnos que su amabilidad y su diligencia hayan sido
regeneradas. Así pues, todos esos rasgos naturales son una frustración para que
otras personas tengan contacto con el Señor.

Desde que fuimos salvos, el Señor ha venido haciendo dos cosas en nosotros.
Por una parte, está demoliendo nuestros viejos hábitos, nuestro antiguo carácter
y nuestro modo de ser. Esta es la única manera en que Cristo expresa Su vida a
través de nosotros. Si el Señor no realiza esta obra, Su vida será frustrada por
nuestra vida natural. Por otra parte, poco a poco el Espíritu Santo está creando
una nueva naturaleza y un nuevo carácter en nosotros, los que tienen un vivir
nuevo y hábitos nuevos. El Señor no sólo está demoliendo lo viejo, sino también
está constituyéndonos con lo nuevo. No solamente hay demolición por el lado
negativo, sino que también, en un sentido positivo, está realizando una obra de
constitución en nosotros. Estos son los dos aspectos de la obra que el Señor hace
en nosotros después de salvarnos.

I. DIOS ES EL QUE LLEVA A CABO LA OBRA

Después de ser salvos, muchos creyentes logran percatarse de la necesidad que


tienen de demoler su persona misma. No obstante, son muy inteligentes y
procuran valerse de medios artificiales para demoler su naturaleza vieja, su
carácter viejo y sus hábitos viejos. Sin embargo, lo primero que Dios derribará
serán precisamente tales medios artificiales. Hermanos y hermanas, es inútil e
incluso contraproducente, valerse de la energía humana para tratar de derribar
la personalidad, el carácter y los hábitos que, en el pasado, fueron edificados por
esa misma energía humana. Debemos comprender desde el principio, que todo
lo viejo debe ser demolido. Sin embargo, debemos saber que no lo podemos
hacer por nosotros mismos. Los esfuerzos del hombre por acabar consigo
mismo apenas redundarán en una cierta apariencia acicalada, la cual sólo
impedirá el crecimiento de la vida espiritual. No es necesario que nos
esforcemos por demolernos a nosotros mismos, pues Dios lo hará por nosotros.

Es menester que tengamos bien en claro que es Dios quien realmente desea
hacer esto y es Él quien habrá de hacerlo. Por ello, no tenemos que idear
maneras de enfrentarnos con nosotros mismos. Dios desea que dejemos ese
trabajo en Sus manos. Este concepto fundamental debe causar en nosotros una
impresión indeleble. Si Dios tiene misericordia, de nosotros Él trabajará en
nosotros. Entonces, Dios dispondrá nuestras circunstancias de tal manera que
nuestro hombre exterior sea consumido. Sólo Dios conoce lo que necesita ser
destruido. Sólo Él conoce nuestros rasgos obstinados y prevalecientes. Quizás en
muchos aspectos seamos personas demasiado rápidas o demasiado lentas; tal
vez seamos descuidados o legalistas en extremo. Únicamente Dios conoce
nuestras necesidades; nadie más las conoce, ni siquiera nosotros mismos. Dios
es el único que nos conoce por completo. Así pues, es imprescindible que le
permitamos realizar esta obra.

A fin de explicar la obra de quebrantamiento y de constitución que se lleva a


cabo en nosotros, usaremos por ahora la frase la disciplina del Espíritu Santo.
Aunque Dios dispone todas nuestras circunstancias, es el Espíritu Santo quien
nos aplica este arreglo a nosotros. Si bien es Dios quien ha dispuesto el entorno
que nos rodea, el Espíritu Santo es quien se encarga de hacer que tales
circunstancias se traduzcan en experiencias internas al aplicarlas a nosotros. A
esta conversión de eventos externos en experiencias internas, se llama la
disciplina del Espíritu Santo. En efecto, Dios dispone nuestro medio ambiente
por medio del Espíritu Santo, es decir, Dios no ordena nuestras vidas
directamente, sino que lo hace por medio del Espíritu Santo. La dispensación
que se extiende desde la ascensión del Señor hasta Su venida, es la dispensación
del Espíritu Santo. En esta dispensación, la obra de Dios se lleva a cabo por
medio del Espíritu Santo. El Espíritu Santo dispone cada detalle del entorno en
que se desenvuelven los hijos de Dios y los dirige internamente. Hay unos
cuantos pasajes en el libro de Hechos que mencionan casos en los que el
Espíritu Santo insta a los creyentes a hacer algo, o les impide y prohíbe hacer
algo. Así pues, a lo dispuesto por el Espíritu Santo en nuestro entorno, y a Su
operación interior de instarnos a hacer algo, o de impedirnos y prohibirnos
hacer ciertas cosas, le llamamos “la disciplina del Espíritu Santo”. Esto significa
que el Espíritu Santo nos disciplina por medio de todas estas experiencias.

Esta disciplina no solamente nos guía, sino que también afecta nuestro modo de
ser, el cual no sólo incluye nuestra manera de actuar, sino también nuestro
carácter. Tenemos una nueva vida dentro de nosotros; el Espíritu de Dios mora
en nosotros. Él sabe lo que necesitamos y conoce la clase de experiencia que nos
traerá mayores beneficios. La disciplina del Espíritu Santo consiste en que Dios,
por medio del Espíritu Santo, dispone el entorno apropiado a fin de satisfacer
nuestra necesidad, y llevar a cabo Su obra de quebrantarnos y constituirnos. Por
tanto, la disciplina del Espíritu Santo destruye nuestro modo de ser junto con
sus hábitos, e introduce en nuestro ser la constitución del Espíritu Santo en
madurez y dulzura.

Dios ha preparado todo nuestro medio ambiente. Aun nuestros cabellos están
contados. Si un gorrión no cae a tierra sin el consentimiento del Padre, ¿cuánto
más no estará nuestro entorno bajo el cuidado de Su mano? Una palabra áspera,
un gesto hostil, una desgracia, un deseo insatisfecho, la repentina pérdida de
salud, el fallecimiento repentino de un ser querido, todo ello es regulado por el
Padre, y sea alegría, aflicción, salud, enfermedad, gozo o dolor, todo cuanto nos
sobreviene ha sido aprobado por el Padre. Dios dispone nuestro entorno con el
fin de demoler nuestro carácter y nuestro modo de ser viejos, y así Él puede
reconstituirnos con un carácter y modo de ser nuevos. Dios arregla las
circunstancias necesarias y, sin que nosotros estemos conscientes de ello, nos
quebranta y hace que el Espíritu Santo se forje en nuestro ser, a fin de que
lleguemos a tener un carácter y modo de ser que se asemejan a Dios. Este
carácter y modo de ser que son como Dios, serán los que se expresen
diariamente a través de nosotros.

Tan pronto como creemos en el Señor, debemos tener bien en claro ciertas
cosas. Primero, necesitamos ser demolidos para luego ser reedificados.
Segundo, no somos nosotros los que nos destruimos y edificamos a nosotros
mismos; sino que es Dios quien arregla nuestras circunstancias a fin de
demolernos y edificarnos.

II. CÓMO ARREGLA DIOS TODAS LAS COSAS

¿Cómo arregla Dios todas las cosas para que todo redunde en nuestro bien?

Cada uno de nosotros es diferente de los demás en cuanto a naturaleza, carácter,


manera de vivir y hábitos. Por ello, cada uno de nosotros requiere ser
quebrantado de manera diferente. Así pues, Dios recurre a muchas clases de
disciplina, tantas como hay individuos. Cada uno de nosotros ha sido sometido a
un conjunto de circunstancias diferentes. Es posible que un esposo y una esposa
disfruten de mucha intimidad entre ellos; aun así, Dios dispondrá que cada uno
de ellos sea sometido a diferentes circunstancias. Probablemente un padre y su
hijo, o una madre y su hija, lleven una relación muy estrecha entre sí; sin
embargo, Dios ha dispuesto un entorno diferente para cada uno de ellos. Al
operar en nosotros valiéndose de nuestras circunstancias, Dios es capaz de
dosificar Su disciplina para cada uno de nosotros de acuerdo a nuestras
necesidades particulares.

Todos los arreglos que Dios hace, tienen como meta nuestro entrenamiento.
Romanos 8:28 dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas
cooperan para bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados”.
Aquí, como en el griego, “todas las cosas” quiere decir “todo”. “Todo” no se
limita a cien mil cosas ni a un millón de cosas. No podemos decir cuán grande
sea este número, pues simplemente “todo” —todas las cosas— ha sido dispuesto
por Dios para nuestro bien.

Por consiguiente, nada nos sucede por casualidad. Las coincidencias no existen
para nosotros. Todas las cosas son preparadas por Dios. Desde nuestro punto de
vista, nuestras experiencias pueden parecernos confusas y desconcertantes, y
probablemente no seamos capaces de discernir su significado intrínseco ni el
sentido que tienen. Pero la Palabra de Dios afirma que todas las cosas cooperan
para nuestro bien. No sabemos qué cosa cooperará para nuestro bien. Tampoco
sabemos cuántas cosas nos esperan ni el beneficio que nos traerán. Lo que sí
sabemos es que todo obra para nuestro bien. Todo lo que nos suceda nos
reportará algún beneficio. Tengamos presente que lo que Dios ha dispuesto
tiene como fin producir santidad en nuestro carácter. Nosotros no forjamos esta
santidad en nosotros mismos; es Dios quien produce un carácter santo en
nosotros valiéndose de nuestras circunstancias.

Un ejemplo servirá para explicar la forma en que todas las cosas cooperan para
nuestro bien. En la ciudad de Hangchow hay muchos tejedores de seda. Para
tejer, se usan muchos hilos y colores. Si miramos la tela por el revés, parece un
revoltijo. Una persona que no sepa de tejidos quedaría perpleja, pues no podría
distinguir la imagen que aparece al otro lado de la tela. Cuando le dé vuelta a la
tela, verá en ella hermosas figuras de flores, de montañas y de ríos. No se ve
nada definido cuando se está tejiendo la tela; sólo se ven hilos rojos y verdes que
se mueven hacia atrás o hacia adelante. De igual modo, nuestras experiencias
aparentemente se desplazan hacia atrás o hacia adelante, en semejanza a un
rompecabezas. No sabemos qué diseño tiene Dios en mente, pero todo “hilo”
que Dios usa, toda disciplina que procede de Sus manos, cumple una función.
Cada color obedece a un propósito, pues el diseño ha sido preparado de
antemano. Dios prepara nuestro entorno porque se ha propuesto crear santidad
en nuestro carácter. Por ello, todo lo que sale a nuestro encuentro tiene
significado, y es posible que no lo entendamos hoy, pero un día lo
entenderemos. Algunas cosas no se ven muy bien en el presente, pero más
adelante, cuando miremos hacia atrás, entenderemos por qué el Señor hizo esto
y qué se proponía cuando lo hizo.

III. NUESTRA ACTITUD

¿Cuál debe ser nuestra actitud cuando enfrentamos todas estas cosas?

Romanos 8:28 dice: “A los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para
bien”. En otras palabras, cuando Dios trabaja, es posible que recibamos el bien,
pero también es posible que no lo recibamos. Esto guarda estrecha relación con
nuestra actitud. Nuestra actitud determina incluso cuán pronto recibiremos el
bien. Si nuestra actitud es la correcta, recibiremos el bien de inmediato. Si
amamos a Dios, todo lo que procede de la voluntad de Dios cooperará para
nuestro bien. Si un hombre afirma que no tiene preferencias, que no pide nada
para sí mismo y que solamente desea lo que Dios le dé, debe tener un sólo deseo
en su corazón: amar a Dios. Si ama al Señor de todo corazón, todas las cosas que
lo rodean cooperarán en amor y para su bien, no importa cuán confusas
parezcan.

Cuando algo nos sucede y nos encontramos con que carecemos del amor de Dios
en nosotros, cuando anhelamos y procuramos cosas para nosotros, o cuando
procuramos intereses privados aparte de Dios, no recibiremos el bien que Dios
ha reservado para nosotros. Somos muy buenos para quejarnos, contender,
murmurar y protestar, pero hermanos y hermanas, tengan presente que aunque
todas las cosas cooperen para bien, no recibiremos el bien inmediatamente si no
amamos sinceramente a Dios. Muchos hijos de Dios han tenido que enfrentar
muchos problemas, pero no han recibido el bien. Sufren una disciplina intensa,
y aunque Dios ha preparado muchas cosas para ellos, estas no resultan en
ninguna riqueza de su parte. La razón de esta pobreza se debe a que tienen otras
metas aparte de Dios mismo. Sus corazones no son dóciles para con Dios. No
sienten el amor de Dios ni lo aman. Tienen una actitud equivocada. En
consecuencia, tal vez hayan recibido muchos tratos del Señor; sin embargo,
nada permanece en sus espíritus.

Que Dios tenga misericordia de nosotros para que aprendamos a amarlo de


corazón tan pronto somos salvos. Estar escasos de conocimiento no es muy
importante, pues, en realidad la manera de conocer a Dios estriba en el amor,
no en el conocimiento. Si un hombre ama a Dios, lo conocerá aunque carezca de
conocimiento. No obstante, si sabe mucho pero con su corazón no ama a Dios, el
conocimiento no le servirá de mucho para conocer a Dios. Hay una excelente
línea en uno de los himnos: “El amor siempre nos conduce por el camino más
corto / Para llegar a Dios” (Hymns, #477). Si un hombre ama a Dios, todo
cuanto encuentre redundará en su propio bien.

Nuestro corazón debe amar a Dios; debemos conocer Su mano y humillarnos


ante ella. Si no vemos Su mano, el hombre nos distraerá y pensaremos que los
demás están mal y que nos han traicionado. Creeremos que todos nuestros
hermanos y hermanas, nuestros parientes y nuestros amigos están equivocados.
Cuando condenamos a todo el mundo, nos desanimamos y desilusionamos, y
nada redundará en nuestro bien. Cuando decimos que todos los hermanos y las
hermanas de la iglesia están mal, que nada está bien y que todo marcha mal, no
obtenemos beneficio alguno; sólo nos enojaremos y criticaremos. Si recordamos
lo que el Señor Jesús dijo, que “ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre”
(Mt. 10:29), y nos damos cuenta de que todo proviene de Dios, entonces nos
humillaremos bajo Su mano y recibiremos el bien.

En Salmos 39:9 leemos: “Enmudecí, no abrí mi boca, / Porque Tú lo hiciste”.


Esta es la actitud de una persona que obedece a Dios. Puesto que Dios ha hecho
algo y ha permitido que llegue a nosotros para nuestro bien, nos humillaremos y
no diremos nada. No preguntaremos: “¿Por qué a otros les sucede aquello y a mí
esto?”. Si amamos a Dios y sabemos reconocer Su mano, entonces no nos
quejaremos. Así seremos testigos de que Dios nos quebranta y nos edifica.

Hay quienes podrían preguntar: “¿Hemos de aceptar también lo que venga de la


mano de Satanás?”. El principio fundamental es que aceptemos todo lo que Dios
permite que llegue a nosotros. En lo que se refiere a los ataques de Satanás,
debemos resistirlos.

IV. QUEBRANTAMIENTO Y CONSTITUCIÓN

El Señor hace que tengamos que enfrentar muchas cosas, de las cuales muy
pocas son de nuestra preferencia. Por eso la Biblia nos manda: “Regocijaos en el
Señor siempre” (Fil. 4:4). Debemos regocijarnos en el Señor, puesto que
solamente en el Señor nos podemos regocijar siempre. Aparte de Él, ¿qué podría
traernos un regocijo constante? ¿Por qué Dios permite que nos sobrevengan
adversidades? ¿Qué se propone con eso? Su meta es derribar nuestra vida
natural. Si leemos Jeremías 48:11, tendremos esto bien en claro.

Jeremías 48:11 dice: “Quieto estuvo Moab desde su juventud, / Y sobre su


sedimento ha estado reposado, / Y no fue vaciado de vasija en vasija, / Ni nunca
ha ido al destierra; / Por tanto, quedó su sabor en él, / Y su olor no se ha
cambiado”. Los moabitas eran los descendientes de Lot (Gn. 19:36-37). Estaban
emparentados con Abraham, pero su origen era carnal. Moab había estado
quieto desde su juventud y nunca había pasado por tribulación, ni pruebas, ni
azotes, ni penas, ni dolor. No le había sucedido nada que le hiciera derramar
lágrimas; jamás cosa alguna rompió su corazón ni obstaculizó sus caminos. A
los ojos de los hombres, esto era una gran bendición. No obstante, ¿qué dijo
Dios acerca de los moabitas? Él dijo: “Sobre su sedimento ha estado reposado, /
Y no fue vaciado de vasija en vasija”. El vino reposado en su sedimento indica
que ese líquido es una mixtura. Cuando el vino se fermenta, en la parte superior
se forma un líquido claro y en el fondo se asienta el sedimento. Pero tan pronto
uno agita la vasija, el sedimento y el líquido se mezclan de nuevo. Para obtener
el líquido claro, se debe vaciar cuidadosamente el vino de una vasija a otra. En
tiempos antiguos no había filtros que cumplieran esta función, y la única
manera de eliminar el sedimento era decantar el líquido, vertiéndolo en otra
vasija. Originalmente el líquido y el sedimento estaban mezclados, pero cuando
se vaciaba el líquido a otra vasija, el sedimento quedaba atrás. Algunas veces,
parte del sedimento lograba escaparse en el líquido y pasaba a la otra vasija, lo
cual hacía necesario decantar el líquido de nuevo en otra vasija. Esto se hacía
reiteradas veces hasta que el sedimento era eliminado por completo. Moab
nunca fue vaciado de vasija en vasija, tal como ocurre con el vino asentado
sobre su sedimento. No había sido librado de su “sedimento”. Por esto dice:
“Quedó su sabor en él, / Y su olor no se ha cambiado”. El sabor de Moab
siempre sabía a Moab, y su olor quedó en él. La condición que tenía desde sus
primeros días jamás cambió. Pero a Dios no le interesa el antiguo olor. Él desea
cambiar el olor.

Algunos han sido creyentes por diez años, pero su sabor permanece igual que el
primer día. Son como Moab, cuyo sabor permanece y cuyo olor no cambia.
Algunas personas eran muy descuidadas cuando recibieron al Señor Jesús y
después de veinte años siguen siendo descuidadas. El primer día vivían en
ignorancia e insensatez y hoy continúan en la misma condición; todavía queda
en ellos su mismo sabor, y su olor no se ha cambiado. Dios no desea tal cosa. Él
desea despojarnos de nuestros viejos hábitos, de nuestra vieja naturaleza y de
nuestro carácter; quiere eliminar todo elemento indeseable de nosotros. Él
quiere vaciarnos a otra vasija y luego a otra. Después de haber sido trasvasados
unas cuantas veces, nuestro “sedimento” quedará atrás, y el sabor original habrá
desaparecido.

Moab llevó una vida tranquila, pero como resultado “su sabor quedó en él, / Y
su olor no se ha cambiado”. Quizás nuestra vida no haya sido tan fácil como la
de Moab. Tal vez no se diga de nosotros: “Quieto estuvo ... desde su juventud”, y
hayamos pasado por “muchas tribulaciones” como Pablo (Hch. 14:22). Si éste es
el caso, tengamos presente que el Señor está eliminando nuestro sedimento y
nuestro sabor original. El Señor desea librarnos de nuestro propio sabor y de
nuestro olor natural. Lo viejo que hay en nosotros debe demolerse; necesitamos
que el Señor lo arranque de raíz. Para ello, Él nos está vaciando de una vasija a
otra, y luego a una tercera. Él permite que esto nos suceda hoy y que aquello nos
suceda mañana. El Señor nos lleva de un entorno a otro, de una experiencia a
otra. Cada vez que Él disponga nuestro entorno y nos quebrante, perderemos
algo de nuestro viejo sabor y olor. Así, poco a poco seremos purificados de
nuestro viejo sabor. Cada día seremos un poco diferentes de cómo habíamos
sido el día anterior, y al día siguiente, cambiaremos aún más. Esta es la manera
en que el Señor opera en nosotros; Él derriba un poquito hoy y otro poquito
mañana, hasta que todo nuestro sedimento desaparezca, hasta que se pierda
nuestro sabor y cambie nuestro olor.

Dios no sólo nos está quebrantando, en un sentido negativo, sino que en un


sentido positivo, nos está cambiando de constitución. Si examinamos la vida de
Jacob, en Génesis, podremos comprender el significado de esta obra de
constitución.

La vida de Jacob comenzó desde un punto muy bajo. Él luchó con su hermano
mayor, estando todavía en el vientre de su madre, procurando nacer antes que
él al tomarlo de su talón. Jacob era codicioso y astuto, y siempre estaba
engañando a los demás. Él engañó a su propio padre, a su hermano y a su tío.
Pero a la postre, él fue engañado por su tío y por sus hijos. Hizo lo que pudo
para prosperar, pero al final se encontró en una terrible escasez. Podemos decir
que el camino de Jacob estaba atestado de sufrimientos. Algunas personas
pasan sus vidas en quietud y comodidad, pero la vida de Jacob estuvo llena de
aflicciones.

Al padecer todo aquello, Dios lo quebrantaba una y otra vez. Jacob sufrió
constantemente, pues cada experiencia por la que pasó era un sufrimiento.
Pero, gracias a Dios, después de experimentar tanto sufrimiento en las manos
de Dios, Jacob finalmente adquirió un matiz de la santidad de Dios. Esto se
puede apreciar cuando vivía en Egipto, donde vemos a una persona amable,
humilde, diáfana y señorial. Él era tan manso y humilde que pudo suplicar por
gracia y misericordia de su hijo. Sin embargo, su lucidez era tal que pudo
pronunciar profecías que incluso Abraham no las pudo hablar, y pudo impartir
bendiciones que Isaac no pudo dar. Al mismo tiempo, era una persona de tal
dignidad que incluso Faraón inclinó su cabeza a fin de recibir su bendición. Esto
nos muestra que por el quebrantamiento que Dios llevó a cabo en un Jacob que
era muy poco, él llegó a ser una persona útil para Dios. ¡Jacob llegó a ser un
hombre de Dios!

Después de años de quebrantamiento, Dios constituyó a Jacob consigo mismo.


Por eso podemos ver una escena muy hermosa en el lecho de muerte de Jacob,
cuando apoyado sobre su bastón se inclinó y adoró a Dios. Aunque él estaba
enfermo en cama, pudo inclinarse sobre su cayado y adorar a Dios. Esto nos
indica que él no se había olvidado de su vida de peregrino ni había abandonado
su característica de peregrino. Al comienzo hizo el esfuerzo de sentarse, bajar
los pies de la cama y profetizar. Después de haber profetizado, recogió sus pies
en la cama y, después de exhalar el último suspiro, expiró. ¡Qué muerte tan
hermosa! Ciertamente, esta es una escena preciosa.

Podemos meditar sobre toda la vida de Jacob. Temo que cuando nació, nadie
haya tenido un “sabor” peor que el suyo. Pero cuando partió de este mundo,
aquel sabor se había desvanecido por completo. Todo lo que podemos ver en él
es a un varón plenamente constituido de Dios.

Debemos comprender que todo lo que enfrentamos, de una manera u otra, es


para nuestra edificación. Dios nos derriba valiéndose de toda clase de
sufrimientos. Esta demolición puede ser bastante dolorosa, pero después de
pasar por esas pruebas, algo es forjado en nosotros. En otras palabras, cuando
nos sobreviene la prueba, parece que estuviéramos fracasando, pero la gracia de
Dios siempre nos lleva adelante. En el proceso de vencer en medio de las
pruebas, algo es forjado en nosotros. A medida que vencemos en las pruebas,
una y otra vez algo se va constituyendo en nosotros día tras día. Por una parte,
Dios nos hace atravesar circunstancias difíciles y nos demuele por medio de las
pruebas; por otra, algo se deposita en nosotros al levantarnos de nuestras
pruebas.

Damos gracias a Dios por la disciplina del Espíritu Santo. Que Dios tenga
misericordia de nosotros. Que Dios nos quebrante y nos constituya por medio
de la disciplina del Espíritu Santo para que lleguemos a la madurez.

CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

RESISTID AL DIABLO

Lectura bíblica: Jac. 4:7; 1 P. 5:8-9; 2 Co. 2:11

Al diablo se le conoce también como Satanás (Ap. 12:9). Dios lo había creado
como un querubín (Ez. 28:12-14) y un arcángel (Ap. 12:7; Mt. 25:41), pero un
día, se rebeló contra Dios queriendo elevarse a sí mismo para ser igual que Dios.
Por lo cual, Dios lo juzgó (Is. 14:12-15; Ez. 28:15-19) y, este arcángel llegó a ser
Satanás, el adversario de Dios. En el texto original, Satanás significa “oponente”
o “adversario”. El diablo se opone a todo lo que Dios hace. Además, siempre está
en contra de los hijos de Dios.

Examinemos la manera en que el diablo ataca a los hijos de Dios, y cómo ellos lo
resisten.

I. LA OBRA DE SATANÁS

Consideraremos primero cuatro aspectos de la obra que realiza Satanás.

A. Satanás actúa en la mente del hombre

En 2 Corintios 10:4-5 dice: “Porque las armas de nuestra milicia no son


carnales, sino poderosas ante Dios para derribar fortalezas, al derribar
argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y al
llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. Esto nos muestra que
Satanás usa toda altivez como una fortaleza, con la cual rodea el pensamiento
del hombre. Por lo tanto, a fin de ganar al hombre, primero el Señor tiene que
derribar las fortalezas de Satanás. El Señor tiene que hacer esto antes de entrar
en combate con la mente del hombre y llevar cautivo a todo pensamiento.

1. Los argumentos y las tentaciones de Satanás

¿En qué consisten los argumentos a los que se refiere este pasaje? Esta palabra
en griego se traduce también como “imaginaciones” o “pensamientos”. Con
frecuencia, Satanás nos asedia con imaginaciones suyas. Los hombres son
insensatos, ya que dan por cierto que estos pensamientos son propios, pero de
hecho son las fortalezas de Satanás, las cuales impiden que la mente de ellos se
someta a Cristo. Muchas veces Satanás nos inyecta cierta clase de imaginación
en nuestra mente. Si creemos que ese pensamiento procede de nosotros
mismos, habremos caído en su trampa. Frecuentemente surgen pensamientos
sin fundamento alguno; sencillamente son imaginaciones. Muchos de los
llamados “pecados” son de naturaleza imaginaria; no son reales. Muchos de los
problemas que surgen entre los hermanos y las hermanas proceden de su
imaginación; no se basan en hechos reales. En muchas ocasiones, Satanás
inyecta un pensamiento absurdo en nuestra mente, sin que nos percatemos de
que esa es obra suya. Cuando él inyecta un pensamiento serpentino y nosotros
lo aceptamos, permitimos que él opere en nosotros. Si rechazamos dicho
pensamiento, rechazamos su obra. Muchos pensamientos no son nuestros; de
hecho, son concebidos por Satanás. Tenemos que aprender a rechazar los
pensamientos que provienen de Satanás.

Casi todas las tentaciones de Satanás se presentan por medio de la mente.


Satanás se da cuenta de que si ataca abiertamente a los hijos de Dios, ellos se
levantarán y le resistirán impetuosamente. Por eso, él nos tienta con mucha
sutileza; se infiltra de manera furtiva y planta un pensamiento en nuestra mente
sin que nos percatemos de su obra. Una vez que dicho pensamiento tiene cabida
en nosotros, empezamos a considerarlo. Si cuanto más lo consideramos, más
nos sentimos justificados y correctos, ya habremos caído en su trampa. Ese
pensamiento que hemos aceptado es la tentación de Satanás. Si rechazamos el
ataque de Satanás en nuestra mente, estaremos cerrando la entrada más
vulnerable a sus tentaciones.

Muchos de los problemas que surgen entre los hijos de Dios existen únicamente
en su mente; no son problemas reales. A veces, piensan que cierto hermano o
hermana tiene algo en contra suya o que existe cierto distanciamiento. Esto
puede hacer que se produzca una barrera entre ellos, cuando en realidad no ha
sucedido nada. Dicho “problema” no es otra cosa que el ataque de Satanás en la
mente de uno, o en la mente del otro hermano o hermana. Tales problemas son
innecesarios. Los hijos de Dios deben rechazar esos pensamientos y
sentimientos que se presentan de forma repentina. Tienen que aprender a
nunca ceder ante Satanás.

Al respecto, debemos hacer una advertencia. No debemos preocuparnos


demasiado acerca de los pensamientos generados por Satanás. Hay personas
que caen en el extremo de no prestar ninguna atención a los pensamientos de
Satanás; pero hay otras que caen en el otro extremo y les dan excesiva
importancia. Una persona puede ser engañada fácilmente si no puede detectar
cuáles son los pensamientos que provienen de Satanás; al mismo tiempo, puede
perder la razón si se obsesiona con tales pensamientos. Si una persona le da
excesiva importancia a las tentaciones de Satanás, su mente se llenará de
confusión y será presa fácil de las trampas de Satanás. Tan pronto una persona
aparta sus ojos del Señor, se hallará en peligro. Por una parte, necesitamos ver
que Satanás ataca nuestra mente; por otra parte, necesitamos comprender que
tan pronto rechacemos sus ataques, éstos cesarán. Si una persona tiene que
rechazar a Satanás día y noche, es porque algo anda mal con respecto a su
mente, y está andando en la senda equivocada. Por una parte, debemos conocer
las artimañas de Satanás, porque si las ignoramos, seremos engañados; por otra
parte, no debemos de preocuparnos demasiado al respecto, porque eso también
nos conducirá a ser engañados. En el instante en que ponemos nuestros ojos en
Satanás, él obtiene lo que desea. Esta distracción nos hará que seamos
inservibles, pues estaremos obsesionados con sus pensamientos día y noche.
Cualquier hermano o hermana que se ocupe de sobremanera en tales
pensamientos, ya ha sido engañado. Tenemos que aprender a ser personas
equilibradas. No es apropiado preocuparse de manera excesiva. Si la mente de
una persona está ocupada constantemente con los pensamientos que provienen
de Satanás, en realidad le está cediendo terreno para que él pueda infiltrarse,
por lo que jamás debemos llegar hasta esos extremos.

2. Cómo rechazar los pensamientos de Satanás

¿Cómo podemos rechazar los pensamientos que provienen de Satanás? Es fácil.


Dios nos ha dado una mente que nos pertenece a nosotros, y no a Satanás.
Solamente nosotros tenemos el derecho de usar nuestra mente; Satanás no tiene
autoridad sobre nuestra mente. Lo único que debemos hacer es no permitirle
pensar. Satanás sólo puede usurpar nuestra mente valiéndose de engaños. Nos
insinuará cierto pensamiento, y puede ser que creamos que proviene de
nosotros, cuando en realidad proviene de Satanás. Tan pronto reconocemos que
aquel pensamiento no es nuestro, vencemos.

Satanás siempre tienta y ataca a la persona de una manera sutil, furtiva y


encubierta. Él no se anuncia audiblemente, diciendo: “¡Aquí vengo!”. No, más
bien nos engaña con mentiras y falsedades. Él no nos deja saber que es él quien
está operando detrás de cierta acción. Una vez que nos percatemos que se trata
de un ataque de Satanás y pongamos al descubierto su disfraz, nos será fácil
resistirlo. El Señor Jesús dijo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres” (Jn. 8:32). La verdad la constituyen los hechos. Una vez que conozcamos
los hechos, seremos liberados. En cambio, el poder de Satanás reside en sus
mentiras; una vez que éstas fracasan, su poder se desvanece. Por consiguiente,
tan pronto descubrimos que es Satanás quien en realidad nos está atacando,
somos liberados. Algunos hijos de Dios declaran verbalmente que Satanás es
quien instiga todos los ataques que sufren, pero en su espíritu no tienen la
certeza de que tales ataques provengan realmente de Satanás. Aunque ellos
dicen que resisten a Satanás, desconocen la realidad de la obra que él realiza y,
como resultado, no pueden resistirlo. Sin embargo, en cuanto ellos puedan
reconocer la obra de Satanás, podrán resistirlo, y tan pronto le opongan
resistencia, él huirá.

Satanás ataca principalmente nuestra mente por medio de engaños. Él nos hace
creer que sus pensamientos son nuestros, cuando en realidad provienen de él. Al
poner en evidencia sus mentiras, rechazamos el pensamiento que proviene de
él. Resistir significa rechazar. Cuando Satanás nos ofrezca un pensamiento,
debemos decir: “No lo quiero”. Esto es lo que significa resistir. Cuando él
inyecta un pensamiento en nosotros, debemos decir: “No lo acepto”, y si inyecta
otro pensamiento en nosotros, debemos repetir: “No lo acepto”. Si hacemos
esto, él no podrá hacernos nada. Un siervo del Señor quien vivió durante la
Edad Media dijo: “Uno no puede evitar que los pájaros vuelen sobre su cabeza,
pero sí puede impedir que aniden en ella”. Este hermano tenía toda la razón. No
podemos evitar que Satanás nos tiente, sin embargo, sí podemos impedir que
anide, que establezca un lugar desde el cual él se pueda apoderar de nosotros.
Nosotros tenemos tal potestad. Si desechamos aquellos pensamientos que se
introducen en nuestra mente, estos cesarán.

En un sentido positivo, necesitamos ejercitar nuestra mente. Muchas personas


tienen mentes ociosas, por lo que es fácil que los pensamientos de Satanás
hallen cabida en ellos. En Filipenses 4:8 dice: “Todo lo que es verdadero, todo lo
honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen
nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, a esto estad atentos”. Nosotros
debemos estar atentos a los asuntos espirituales. Debemos ejercitar nuestra
mente para discernir los asuntos espirituales. Si una persona siempre pone su
mente en cosas pecaminosas, a Satanás le será fácil inyectarle sus pensamientos,
dado que estos serán muy parecidos a los de dicha persona. Pero si
constantemente fijamos nuestra mente en los asuntos espirituales, no le será
fácil inyectar sus pensamientos en nuestra mente. Satanás puede inyectar sus
ideas en las personas debido a que sus mentes son pasivas, tienen demasiado
tiempo libre, o porque primeramente sus pensamientos han sido sucios.

Otro asunto que merece nuestra atención es que no debemos dejar que nuestra
mente sea atraída a los pensamientos satánicos. Hay muchas personas a quienes
les sucede esto. Ellas no tienen ningún interés en las maravillosas experiencias
espirituales de otros hermanos, sin embargo, se interesan mucho cuando se
trata de esparcir chismes. Puesto que se complacen en la obra de Satanás, no
pueden rechazar los pensamientos satánicos. Si queremos rechazar sus
pensamientos, es preciso que aborrezcamos la obra de Satanás. Todos los
pensamientos sucios que dañan nuestra comunión con el Señor y debilitan
nuestro amor por Él, provienen de Satanás. En primer lugar, estos
pensamientos no se presentarían si no sintiéramos atracción hacia ellos. Si
inclinamos nuestro corazón hacia estas cosas, vendrán a nosotros con facilidad.
Por lo tanto, tenemos que aprender a rechazar todo lo que proceda de Satanás.

Debemos prestar especial atención al hecho de rechazar todo pensamiento


inmundo. Satanás siempre pone pensamientos sucios en el hombre para
inducirlo a pecar. El punto de partida es un solo pensamiento sucio. Si
permitimos que tal pensamiento continúe, éste producirá el fruto del pecado.
Por lo tanto, debemos rechazar todo pensamiento que provenga de Satanás.

Sin embargo, se presenta un gran problema: ¿Qué debemos hacer si el


pensamiento rehúsa irse después que lo hemos rechazado? Necesitamos darnos
cuenta de que sólo es necesario resistir tales pensamientos indeseables una sola
vez. Uno resiste una sola vez; nunca debemos resistirlos dos veces. Jacobo 4:7
dice: “Resistid al diablo, y huirá de vosotros”. Este versículo nos manda resistir
al diablo y el diablo huirá. Tenemos que creer que cuando resistimos al diablo,
él huirá. Es un error continuar resistiendo por temor a que el diablo todavía esté
cerca. ¿Qué palabras hemos de creer? La Biblia dice: “Resistid ... él huirá”. Si
una voz interna nos insinúa que él no ha huido, ¿de quién es esa voz? ¡Es la voz
de Satanás! Muchas personas eligen creer las palabras de Satanás y, por
consiguiente, son derrotadas. Cuando hemos resistido al diablo, debemos
declarar: “Ya resistí al diablo. Ya se fue”. La sensación de que él todavía está
rondando es una mentira, no es real y no procede del Señor. El diablo ha de huir
ya que no tiene base alguna para quedarse. Entendamos claramente que lo
correcto es resistir una sola vez, y es incorrecto resistir una segunda vez. Resistir
la primera vez glorifica el nombre de Dios. Resistir una segunda vez pone en
duda la Palabra de Dios.

Después de resistir al diablo, mucha gente comete el error de examinar sus


sentimientos. Ellos se preguntan: “¿Ya se fue el diablo?”. Sus sentimientos les
dicen que él no se ha ido, y tratan de resistirlo de nuevo. Si uno resiste una
segunda vez, indudablemente lo hará una tercera vez, una cuarta, una centésima
y una milésima vez. A ese paso terminaremos sintiéndonos completamente
impotentes para rechazarlo. Pero si no le hacemos caso alguno después de haber
resistido la tentación de Satanás una vez, lograremos vencer. Debemos prestar
atención al hecho que consta en la Palabra de Dios e ignorar nuestros propios
sentimientos. El hecho es que tan pronto resistimos al diablo, él huye. Si no
creemos que él ha huido después de haberlo resistido, nos están engañando
nuestros sentimientos. Si creemos en estos sentimientos, el diablo regresará.
Tenemos que aprender a creer las gloriosas palabras de Dios. Tan pronto
hayamos resistido al diablo la primera vez, no necesitamos hacerlo una segunda
vez, porque el asunto ya está resuelto.

Estos son asuntos que se relacionan con la obra que Satanás realiza en la mente
del hombre. Debemos percatarnos que Satanás ataca la mente del hombre.
Tenemos que rechazar todo pensamiento que provenga de Satanás y, al mismo
tiempo, tenemos que darnos cuenta que una vez que rechazamos sus
pensamientos, podemos dar por concluido tal asunto. No debemos
preocuparnos excesivamente por sus ataques. Si lo hacemos, nuestra mente
entrará en confusión, y habremos caído en la trampa del diablo.

B. Satanás actúa en el cuerpo del hombre

La Biblia nos muestra claramente que muchas enfermedades físicas son


resultado del ataque de Satanás.

La fiebre que tenía la suegra de Pedro era un ataque de Satanás, y el Señor Jesús
reprendió aquella fiebre (Lc. 4:39). El Señor sólo reprende a seres que tienen
una personalidad. No es posible reprender a una taza o a una silla; sólo se
pueden reprender entidades que tienen una personalidad. La fiebre es un
síntoma; por lo tanto, el Señor no lo podía reprender. Pero detrás de aquel
síntoma estaba Satanás con su propia personalidad. Por eso, tan pronto como el
Señor reprendió la fiebre, ésta desapareció.

En Marcos 9 vemos el caso de un niño sordomudo. A los ojos del hombre la


sordera y la mudez son enfermedades. Pero el Señor Jesús reprendió al espíritu
inmundo, diciendo: “Espíritu mudo y sordo, Yo te mando, sal de él, y no entres
más en él” (v. 25). La mudez y la sordera del niño eran los síntomas externos de
una posesión demoníaca; no eran enfermedades ordinarias. Tenemos que
comprender que muchas enfermedades son dolencias médicas, pero hay
muchas enfermedades que en realidad son ataques del diablo. La Biblia no dice
que el Señor curó la enfermedad, sino que la reprendió. Las llagas que
aparecieron en el cuerpo de Job, no podían ser sanadas por la medicina, pues no
era una enfermedad en términos médicos, sino que eran ataques del diablo. Si
uno no elimina primero al diablo, no tendrá manera de tratar con esta clase de
enfermedades.

Reconocemos que en muchas ocasiones las enfermedades se producen cuando,


por descuido, el hombre ignora las leyes naturales. No obstante, muchas veces
las enfermedades pueden ser el producto del ataque de Satanás. En tal caso, uno
sólo necesita pedirle al Señor que reprenda la enfermedad, y ésta se irá. Esta
clase de enfermedades vienen de repente y se van de la misma manera. Es un
ataque de Satanás, no es una enfermedad común.
El problema se complica por el hecho de que Satanás no desea que la
enfermedad que él ha causado se descubra ni salga a la luz. Él siempre se
esconde detrás de los síntomas más comunes y nos hace creer que toda
enfermedad es el resultado de causas naturales. Si le permitimos esconderse
detrás de estos síntomas naturales, la enfermedad no se irá. Una vez que
ponemos en evidencia la actividad de Satanás y lo reprendemos, la enfermedad
se desvanecerá. Un hermano tenía una fiebre muy alta y sufría muchísimo. No
podía dormir y no entendía qué le sucedía. Pero cuando se convenció de que
aquello era obra de Satanás, oró al Señor por ese asunto y, al día siguiente, la
fiebre cesó.

Cuando los cristianos se enferman, primero deben determinar la causa de su


enfermedad. Deben preguntarse: ¿Existe alguna causa válida para que yo tenga
esta enfermedad? ¿Se debe a causas naturales o es un ataque de Satanás? Si no
existe una causa que justifique la enfermedad y se descubre que, de hecho, es un
ataque de Satanás, deben resistirlo y rechazarlo.

La obra de Satanás en el cuerpo del hombre no sólo resulta en enfermedades,


sino también en muerte. Satanás ha sido homicida desde el principio, así como
desde el principio ha sido un mentiroso (Jn. 8:44). No solamente debemos
resistir las enfermedades causadas por Satanás, sino también sus homicidios.
Pensar en la muerte proviene de Satanás; toda noción de muerte como escape a
cualquier situación proviene de Satanás. Fue él quien indujo a Job a pensar en
la muerte. Él no sólo lo ha hecho con Job, sino también con todos los hijos de
Dios. Toda idea de suicidio, todo deseo de fallecer o de morir prematuramente
es una tentación de Satanás. Él incita al hombre a pecar y también a buscar la
muerte. Incluso, pensar en los peligros que puedan ocurrir mientras uno viaja,
es un ataque de Satanás. Debemos rechazar estos pensamientos en el momento
que lleguen y no debemos permitirles que permanezcan en nosotros.

C. Satanás actúa en la conciencia del hombre

Apocalipsis 12:10 dice: “Ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el


que los acusa delante de nuestro Dios día y noche”. Esto nos muestra que una
parte de la obra de Satanás es acusarnos. Ésta es una obra que se realiza en la
conciencia del hombre. Tan pronto como una persona es salva, su conciencia es
avivada, de modo que ella empieza a discernir el pecado. Satanás sabe esto. Él
sabe que el Espíritu Santo inquieta la conciencia de los hijos de Dios con
respecto al pecado. Él también sabe que el Espíritu Santo los guía a confesar y a
pedir perdón ante Dios. En consecuencia, Satanás se anticipa a falsificar la obra
del Espíritu Santo. Él empieza acusando al hombre en su conciencia. Los hijos
de Dios se encuentran, con mucha frecuencia, bajo esta clase de ataque, el cual
causa mucha confusión.
Muchos hijos de Dios no saben distinguir entre la reprensión del Espíritu Santo
y la acusación de Satanás, y por eso titubean en resistir cualquier acusación.
Esto le da más oportunidad a Satanás para acusarlos. Muchos hijos de Dios
podrían haber sido de gran utilidad en las manos de Dios, pero no lo son debido
a que sus conciencias han sido debilitadas a lo sumo por el ataque de Satanás.
Ellos son constantemente bombardeados con sus acusaciones y con el sentir de
que ellos han pecado en tal o cual área de sus vidas. Por ello, no se sienten
dignos de estar en la presencia de Dios ni en la presencia de los hombres. Como
resultado, quedan incapacitados espiritualmente por el resto de sus vidas.

Una vez que somos cristianos, es cierto que debemos estar atentos a la
reprensión del Espíritu Santo; sin embargo, también debemos rechazar la
acusación de Satanás. Debemos prestar atención a la diferencia que existe entre
la reprensión del Espíritu Santo y la acusación de Satanás. Muchas de las
llamadas “reprensiones” de hecho son acusaciones de Satanás.

1. La diferencia entre la acusación de Satanás


y la reprensión del Espíritu Santo

¿Cuál es la diferencia entre la acusación de Satanás y la reprensión del Espíritu


Santo? Debemos distinguirlas.

En primer lugar, toda reprensión del Espíritu Santo se inicia con un sentir muy
débil. Este sentir interno se hace más fuerte y nos convence de nuestros errores.
En cambio, la acusación de Satanás nos fastidia internamente pero de manera
constante. La amonestación del Espíritu Santo se intensifica con el paso del
tiempo; la acusación de Satanás posee la misma intensidad de principio a fin.
Con el paso del tiempo, el sentir interno del Espíritu se hace cada vez más
intenso, mientras que la acusación de Satanás nos fastidia constantemente
perturbándonos de principio a fin.

En segundo lugar, cuando atendemos a la reprensión del Espíritu, encontramos


que aquel poder que el pecado ejerce sobre nosotros, disminuye. Toda
reprensión que procede del Espíritu Santo disminuirá un poco el poder que el
pecado ejerce sobre nosotros. Por tanto, cualquier reprensión del Espíritu hará
que el poder del pecado se debilite; en consecuencia, el pecado disminuye. No
sucede lo mismo cuando Satanás nos acusa. Cada vez que él viene para
acusarnos, descubrimos que el poder del pecado sigue tan fuerte como antes.

En tercer lugar, la amonestación del Espíritu Santo nos conduce al Señor,


mientras que la acusación de Satanás nos desalienta. Cuanto más nos reprende
el Espíritu Santo, más fortalecidos somos interiormente para llevar nuestros
problemas ante el Señor. En cambio, la acusación de Satanás nos lleva a la
desesperación y a la resignación. La reprensión del Espíritu Santo nos hace
acudir al Señor y depender de Él; la acusación de Satanás causa que nos
encerremos en nosotros mismos y que seamos desalentados.

En cuarto lugar, si el Espíritu Santo nos reprende, ello nos llevará a confesar al
Señor. Por lo menos, tal confesión redundará en que, si no nos trae gozo, al
menos tendremos paz. Puede ser que nos traiga gozo o tal vez no, pero siempre
nos traerá paz. Sin embargo, la acusación de Satanás es totalmente diferente. Su
acusación no nos trae ni gozo ni paz, incluso después de haber confesado
nuestros pecados. Esto es como cuando alguien se ha recuperado de una grave
enfermedad o ha asistido a una representación teatral, una vez concluido el acto,
no queda nada. La reprensión del Espíritu Santo tiene un resultado concreto: la
paz, y a veces el gozo. Sin embargo, la acusación de Satanás no nos conduce a
nada.

En quinto lugar, la reprensión del Espíritu Santo nos trae a la memoria la


sangre del Señor. En cambio, con la acusación de Satanás, siempre hay un
pensamiento que él inyecta: “De nada te servirá. Es posible que el Señor no
quiera perdonarte”. Este pensamiento estará presente aun cuando sepamos que
podemos recurrir a la sangre de Cristo. En otras palabras, la reprensión del
Espíritu Santo nos lleva a depositar nuestra fe en la sangre del Señor, mientras
que la acusación de Satanás nos hace perder nuestra fe en la sangre del Señor.
Siempre que surja algún sentimiento en usted, simplemente examine si tal
sentimiento lo lleva a considerar la sangre del Señor, o por el contrario, si tal
pensamiento lo aleja de la sangre de Cristo. Éste es el mejor indicador para
determinar si tal sentimiento es la reprensión del Espíritu Santo o es una
acusación de Satanás.

En sexto lugar, el resultado de la reprensión del Espíritu Santo redunda en el


poder de Dios; uno se pone en pie y corre con mayor rapidez. Avanzamos con
celo renovado, desechando toda confianza en uno mismo, y tenemos más fe en
Dios. Sin embargo, el resultado de la acusación de Satanás es que nuestra
conciencia se debilita. Ante Dios, la conciencia de las personas que toleran tales
acusaciones ha sido herida. No tienen fe alguna en sí mismos, ni tampoco tienen
fe en Dios. Es cierto que la reprensión del Espíritu Santo nos despoja de nuestra
propia fuerza y de nuestra confianza en nosotros mismos, pero también es cierto
que al mismo tiempo nos infunde más fe en el Señor. No sucede lo mismo
cuando Satanás nos acusa, pues además de despojarnos de nuestra confianza,
debilita nuestra fe en el Señor. El resultado es que nos convertimos en personas
debilitadas.

2. Cómo vencer las acusaciones de Satanás


Apocalipsis 12:11 dice: “Y ellos [los hermanos] le han vencido por causa de la
sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y despreciaron la vida
de su alma hasta la muerte”. “Le” hace referencia a Satanás, el acusador de los
hermanos. ¿Cómo podemos vencerle?

Primero, vencemos por la sangre del Cordero. Por un lado, si ante Dios hemos
cometido algún pecado, tenemos que confesarlo, pero por otro lado, tenemos
que decirle a Satanás: “¡No hay la necesidad de que me acuses! ¡Hoy acudo al
Señor en virtud de Su sangre!”. Para vencer a Satanás, tenemos que mostrarle
que hemos sido perdonados por la sangre del Cordero. Todos nuestros pecados,
grandes y pequeños, han sido perdonados por la sangre del Cordero. Esta es la
Palabra de Dios: “La sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn.
1:7).

Debemos comprender que Dios tiene como base la sangre del Cordero para
perdonarnos y aceptarnos en Cristo. Jamás debiéramos de ser tan presumidos
como para pensar que somos lo suficientemente buenos. Tampoco deberíamos
ser tan necios como para condenarnos desde la mañana hasta la noche.
Ciertamente es necedad ser arrogantes y también es necedad continuar
mirándose a uno mismo. Aquellos que se consideran buenos son necios, y los
que no se percatan del poder salvador del Señor también son necios. Los que
confían en su propia fuerza son necios, y los que no creen en el poder del Señor
son necios también. Tenemos que darnos cuenta de que la sangre del Cordero ya
ha cumplido con todas las demandas de Dios. Además, ella ha prevalecido sobre
todas las acusaciones de Satanás.

Segundo, vencemos por la palabra de nuestro testimonio. La palabra de nuestro


testimonio declara los hechos espirituales y declara la victoria del Señor.
Tenemos que decirle a Satanás: “¡No es necesario que me molestes más! ¡Mis
pecados han sido perdonados por la sangre del Señor!”. Necesitamos ejercitar
nuestra fe para declarar que Jesús es el Señor y que Él ya ha ganado la victoria.
Necesitamos proclamar la palabra de nuestro testimonio y dejar que Satanás la
oiga. No solamente tenemos que creer con el corazón, sino también declarar
esto con nuestra boca ante Satanás. Esta es la palabra de nuestro testimonio.

Tercero, debemos despreciar la vida de nuestra alma hasta la muerte. “La sangre
del Cordero” y “la palabra del testimonio de ellos”, las cuales mencionamos
anteriormente, son dos condiciones necesarias para vencer a Satanás.
Despreciar la vida del alma hasta la muerte es una actitud. No importa lo que
Satanás está haciendo, aun si trata de matarnos, la actitud que debemos
mantener es la de seguir confiando en la sangre del Cordero y de seguir
declarando Su victoria. Si mantenemos esta actitud, la acusación de Satanás
cesará. Él no nos podrá vencer, por el contrario, ¡ciertamente nosotros le
venceremos!

Algunos hermanos y hermanas toleran tantas acusaciones de Satanás al grado


que ya no son capaces de distinguir entre una acusación de Satanás y una
reprensión del Espíritu Santo. Tales personas deben abstenerse de confesar sus
pecados por cierto tiempo, pues el Señor no desea que actuemos de manera
insensata. En lugar de ello, deben orar al Señor y decir: “Si he pecado, estoy
dispuesto a confesar mi pecado y pedir Tu perdón. Pero ahora Satanás me está
acusando. Te suplico que cubras todos mis pecados con Tu sangre. De ahora en
adelante, ¡todo, sea pecado o no, queda bajo Tu sangre, y no dejaré que nada me
perturbe!”. Aquellos que se hallen en tal condición tienen que olvidarse de todo
por un tiempo, para que puedan distinguir claramente entre la acusación de
Satanás y la reprensión del Espíritu Santo.

3. Cómo ayudar a quienes están


bajo la acusación de Satanás

Jamás debiéramos aumentar la carga de la conciencia de quienes están bajo la


acusación de Satanás. Primero, debemos ayudarles a que tomen aquellas
medidas que están dentro de sus posibilidades, pues si les pedimos que hagan
algo que sobrepasa su actual capacidad, fácilmente caerán en condenación.
Antes de darles consejos más fuertes o instarles a tomar medidas más serias,
tenemos que estar seguros de que tales personas tienen la fuerza suficiente ante
el Señor para seguir adelante. Segundo, si distinguimos con claridad que el
Espíritu Santo está operando en ellas, debemos elevar un poco la norma puesto
que, junto con la evidente operación del Espíritu del Señor y del espíritu de
avivamiento, la Palabra del Señor podrá levantar la capacidad de dichas
personas. Si elevamos la norma cuando el Espíritu del Señor no ha operado, no
estaremos ayudando a estas personas —a quienes Satanás ha acusado— a salir
adelante; por el contrario, le estaremos dando la oportunidad de acusarlas aún
más.

No debemos ser imprudentes al hacerles notar sus faltas a otros. Supongamos


que un hermano ha fracasado en ciertas áreas de su vida, pero a pesar de ello,
todavía es capaz de orar, de leer la Biblia y de asistir a las reuniones. Si
internamente usted tiene la certeza de poder ayudar a dicho hermano, es
probable que él sólo necesite de una pequeña ayuda para superar sus
problemas. Pero si usted carece de tal certeza y del poder necesario para ayudar
a este hermano, al sacar a colación sus faltas, sólo logrará desanimarlo de seguir
orando, de leer la Biblia y de reunirse. No debemos apagar el pabilo que humea,
sino que debemos volverlo a encender. Debemos reafirmar la caña cascada y no
quebrarla. No debiéramos hacer de nosotros mismos una norma, poniendo la
conciencia de los demás bajo condenación. Tenemos que aprender a no hacer
cosas que lastimen la conciencia de los demás.

A quienes se encuentran bajo la acusación de Satanás, debemos mostrarles


Hebreos 10:22: “Purificados los corazones de mala conciencia con la aspersión
de la sangre”. Al ser rociados con la sangre, nuestra conciencia jamás debe
sentirse culpable. El principio que debe regir la vida cristiana es que todo
cristiano debe vivir con una conciencia en la que no hay condenación alguna. Si
un cristiano percibe que su conciencia lo condena, su condición será débil ante
Dios y lo será también ante cualquier asunto espiritual. La meta de Satanás es
descarrilarnos de este principio, y con ese fin nos acusará incesantemente. Para
aferrarnos a este principio tenemos que aplicar la sangre. Cuanto más Satanás
trate de hacernos sentir culpables, más debemos aplicar la sangre a todos
nuestros pecados. Los hermanos lo vencieron no por su propia fuerza, sino por
causa de la sangre del Cordero. Podemos declarar: “Satanás, reconozco que he
pecado. Pero ¡el Señor me redimió! Jamás he negado que yo sea un deudor. Sí,
tengo deuda, pero ¡el Señor ha pagado mi deuda!”. No es necesario tratar de
contrarrestar la acusación de Satanás negando que seamos deudores. Podemos
derrotarlo declarando que nuestra deuda ya fue pagada.

D. La obra de Satanás en nuestro entorno

Todas las circunstancias son dispuestas por Dios. Sin embargo, muchas cosas en
nuestro entorno, aunque son permitidas por Dios, también son el resultado de
la obra directa y activa de Satanás.

Tomemos el caso de Job como ejemplo. A él le robaron los bueyes y los asnos, su
casa se desplomó y todos sus hijos murieron. Todo ello formaba parte de su
entorno. Aunque Dios lo permitió, Satanás fue el instigador directo de todos los
ataques.

El fracaso de Pedro es otro ejemplo. Si bien podemos afirmar que en parte


Pedro mismo fue la causa de su fracaso, también es cierto que parte de la culpa
la tuvo el propio Satanás, quien le atacó valiéndose del entorno. El Señor dijo:
“Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo”
(Lc. 22:31). La caída de Pedro fue el resultado directo de la obra de Satanás, sin
embargo, fue algo que Dios permitió.

Es obvio que el aguijón de Pablo era obra de Satanás. Pablo dijo: “Me fue dado
un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás, para que me abofetee” (2 Co.
12:7). Esto es la obra de Satanás. Es Satanás quien se vale del entorno para
atacar a los hijos de Dios.
Vemos un ejemplo todavía más claro en Mateo 8, cuando el Señor Jesús les
mandó a los discípulos que pasaran al otro lado del mar, ya que Él sabía que
tenían que echar fuera poderosos demonios al otro lado del mar. Después que Él
y Sus discípulos entraron en la barca, de repente se levantó una tempestad tan
grande en el mar que las olas cubrían la barca. Pero el Señor estaba dormido, y
se le acercaron Sus discípulos y lo despertaron, diciendo: “¡Señor, sálvanos, que
perecemos!” (v. 25). Algunos de los discípulos eran pescadores; eran marineros
diestros. Sin embargo, se dieron cuenta de que las olas eran más de lo que ellos
podían superar. El Señor Jesús los reprendió por su poca fe. Luego, se levantó y
reprendió a los vientos y al mar. Los vientos y el mar no tienen personalidad
propia, pero el Señor los reprendió porque el diablo estaba escondido detrás de
ellos. Era Satanás quien agitaba el viento y las olas.

En conclusión, Satanás no sólo ataca nuestro cuerpo, nuestra conciencia y


nuestra mente, sino también nos ataca mediante nuestro medio ambiente.

¿Cómo debemos reaccionar cuando Satanás nos ataca por medio de nuestro
entorno?

En primer lugar, tenemos que humillarnos bajo la poderosa mano de Dios.


Tanto en Jacobo 4 como en 1 Pedro 5 se nos insta a resistir a Satanás. Ambas
porciones también nos alientan a humillarnos delante de Dios. Cuando Satanás
nos ataca por medio del entorno, nuestra primera reacción debe ser sujetarnos a
Dios. Si no nos sometemos a Dios, no podremos resistir al diablo. Si procuramos
resistir al diablo sin someternos a Dios, nuestra conciencia nos acusará. Por lo
tanto, nuestra primera reacción debe ser sujetarnos a Dios.

En segundo lugar, debemos resistir al diablo. Siempre que los hijos de Dios
encuentren en su entorno cosas irracionales e inexplicables, e internamente
perciban con claridad que tales ataques provienen de Satanás, deben resistirlo.
Una vez que lo hagan, los ataques quedarán atrás. Por una parte, necesitan
humillarse bajo la mano de Dios, y por otra, tienen que resistir las actividades
de Satanás en su entorno. Cuando se humillan y se mantienen firmes en la
presencia de Dios, Él les mostrará que no es Él quien está obrando sino Satanás.
De esta manera podrán distinguir entre aquello que Dios ha dispuesto y el
ataque de Satanás. Una vez que ustedes reconozcan y resistan al diablo, sus
ataques cesarán.

En tercer lugar, debemos rechazar el temor en cualquiera de sus formas.


Satanás tiene que encontrar dónde infiltrarse para poder obrar en los hijos de
Dios. Es decir, Satanás no podrá operar en donde no se le dé cabida. Por lo
tanto, sus primeros ataques tienen como fin ganar una cabeza de playa, un
punto de desembarque, y desde esa cabeza de playa él nos atacará. Por eso, no
debemos darle ningún espacio en nuestro ser. Esta es la manera de obtener la
victoria. Existe un área que es muy propensa a convertirse en la fortaleza más
grande de Satanás: el temor. Siempre que Satanás nos somete a tribulaciones, lo
primero que hace es provocar en nosotros el temor. Una hermana con mucha
experiencia una vez dijo: “El temor es la tarjeta de presentación de Satanás”.
Una vez que usted acepta el temor, Satanás entrará; pero si usted rechaza el
temor, él no podrá infiltrarse.

Todo pensamiento de temor constituye un ataque de Satanás. Lo que uno teme,


eso mismo le sobrevendrá. Job dijo: “Porque el temor que me espantaba me ha
venido, / Y me ha acontecido lo que yo temía” (Job 3:25). A Job le sobrevino
todo lo que temía. Por lo general, el entorno del que Satanás se vale para
atacarnos viene en una forma tal que inspira temor. Si usted rechaza el temor,
no le sobrevendrá lo que usted teme. Pero si permite que el temor permanezca,
ciertamente le estará dando la oportunidad a Satanás de traer sobre usted
aquello que teme.

Por tanto, a fin de que los hijos de Dios resistan la obra de Satanás, lo primero
que tienen que hacer es rechazar el temor. Siempre que Satanás procure
infundirle temor respecto a esto o aquello, usted no debe rendirse a tal temor.
Usted debe decir: “¡Jamás aceptaré nada que el Señor no haya medido para
mí!”. En cuanto una persona sea liberada del temor, es liberada de la esfera de
Satanás. A esto se refiere Pablo cuando dijo: “Ni deis lugar al diablo” (Ef. 4:27).

¿Por qué no debemos temer? No debemos temer “porque mayor es el que está
en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Jn. 4:4). Si tememos, es porque
ignoramos esta realidad.

II. RESISTIMOS A SATANÁS POR MEDIO DE LA FE

En 1 Pedro 5:8-9 dice: “Sed sobrios, y velad. Vuestro adversario el diablo, como
león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes
en la fe”. La Palabra de Dios nos muestra claramente que la manera de resistir a
Satanás es por medio de la fe. No hay otra manera de resistirlo. ¿En qué se debe
basar nuestra fe? ¿Cómo debemos ejercitar nuestra fe para resistir al diablo?
Examinemos lo que la Palabra de Dios dice al respecto.

A. Creemos que el Señor se manifestó


para destruir las obras del diablo

En primer lugar, tenemos que creer que el Señor se manifestó para destruir las
obras del diablo (1 Jn. 3:8). El Hijo de Dios ha venido a la tierra; Él se ha
manifestado, y mientras estuvo en la tierra, destruía las obras del diablo por
dondequiera que iba. Por lo general, la obra de Satanás no es muy obvia, pues él
se esconde detrás de fenómenos naturales. Sin embargo, el Señor lo reprendió
en todos los casos. No hay duda que Él estaba reprendiendo a Satanás cuando
reprendió el hablar de Pedro (Mt. 16:22-23), cuando reprendió la fiebre de la
suegra de Pedro (Lc. 4:23), y cuando reprendió al viento y a las olas. Aunque el
diablo se escondía detrás de muchos fenómenos naturales, el Señor Jesús lo
reprendió. Dondequiera que el Señor iba, el poder del diablo era hecho añicos.
Por eso Él dijo: “Pero si Yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios,
entonces ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt. 12:28). En otras palabras,
adondequiera que el Señor iba, Satanás era echado fuera, y el reino de Dios se
manifestaba. Satanás no podía permanecer donde el Señor estaba. Por eso el
Señor dijo que Él se manifestó para destruir las obras del diablo.

También debemos creer que, al manifestarse en la tierra, el Señor no sólo


destruyó las obras del diablo, sino que le dio autoridad a Sus discípulos para
echar fuera los demonios en Su nombre. El Señor dijo: “He aquí os doy potestad
de hollar serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo” (Lc. 10:19).
Después de ascender, el Señor le dio Su nombre a la iglesia, para que ésta
continuase Su obra en la tierra. El Señor usó Su autoridad en la tierra para echar
fuera los demonios. También le dio esta autoridad a la iglesia.

Debemos distinguir entre lo que el diablo posee y lo que nosotros poseemos. Lo


que el diablo tiene es poder. Lo que nosotros poseemos es autoridad. Satanás
sólo tiene poder. Pero el Señor Jesús nos dio autoridad, la cual puede vencer
todo el poder de Satanás. El poder no prevalece sobre la autoridad. Dios nos ha
dado Su autoridad, y sin duda Satanás fracasará.

Usemos un ejemplo para comprender cómo la autoridad vence el poder: Un


semáforo que está en una calle puede controlar el tráfico. Cuando la luz roja se
enciende, los peatones y los automóviles tienen que detenerse, pues a nadie se le
permite cruzar cuando la luz roja está encendida. Los peatones y los autos son
mucho más poderosos que el semáforo. Sin embargo, ni los peatones ni los
conductores se atreverán a avanzar cuando el semáforo está en rojo, pues
representa la autoridad. Este es un ejemplo de como la autoridad prevalece
sobre el poder.

La autoridad prevalece sobre el poder. Esto es lo que Dios ha determinado en el


universo. No importa cuán fuerte sea el poder de Satanás, un hecho permanece
indiscutible: El Señor Jesús dio Su nombre a la iglesia. Este nombre denota Su
autoridad. La iglesia puede echar fuera demonios en el nombre del Señor.
Podemos invocar el nombre del Señor para combatir el poder de Satanás.
Agradecemos a Dios porque no importa cuán grande sea el poder de Satanás, el
nombre del Señor es infinitamente mayor. La autoridad que tiene el nombre del
Señor es suficientemente fuerte como para vencer todo el poderío de Satanás.
En una ocasión los discípulos salieron en el nombre del Señor y cuando
regresaron, se mostraron sorprendidos. Ellos le dijeron al Señor: “Aun los
demonios se nos sujetan en Tu nombre” (Lc. 10:17). El nombre del Señor denota
autoridad. El hecho de habernos dado Su nombre significa que nos ha dado Su
autoridad. El Señor dijo: “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y
escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os dañará” (v. 19). Todo
aquel que desee resistir a Satanás, debe reconocer la diferencia entre la
autoridad del Señor y el poder de Satanás. No importa cuán grande sea el poder
de Satanás, la autoridad del Señor siempre puede vencerle. Tenemos que creer
que Dios ha dado Su autoridad a la iglesia, la cual puede echar fuera los
demonios y resistir al diablo en el nombre del Señor Jesús.

B. Creemos que la muerte del Señor


ha destruido a Satanás

En segundo lugar, debemos creer que el Señor Jesús, destruyó por medio de la
muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo (He. 2:14). La
manifestación del Señor Jesús destruyó las obras del diablo, y la muerte del
Señor Jesús destruyó al diablo mismo.

La muerte del Señor constituye la mayor derrota para el diablo, porque no sólo
es un castigo para él, sino que también es el camino de salvación para los
creyentes. En Génesis 2:17 Dios habló de la muerte: “Porque el día que de él
comieres, ciertamente morirás”. Esta muerte sin duda era un castigo. Satanás se
deleitó al oír estas palabras. Puesto que el hombre moriría si comía de aquel
fruto, Satanás hizo lo mejor que pudo para inducir al hombre a comer del fruto,
a fin de que la muerte reinara en el hombre y él (Satanás) pudiese reclamar la
victoria. Sin embargo, la muerte del Señor constituye el gran camino de
salvación. Es verdad que Dios dijo: “El día que de él comieres, ciertamente
morirás”. Esta muerte es un castigo. Pero el Señor ofrece otra muerte, la cual es
el camino de salvación. La muerte puede castigar a los que pecan, y la muerte
también puede salvar y librar a los que están en pecado. Satanás pensó que la
muerte sólo podía castigar al pecador. Con base en este hecho, Satanás reinaba
mediante la muerte del hombre. No obstante, Dios salva y libra al hombre del
pecado mediante la muerte del Señor Jesús. Este es el aspecto más profundo del
evangelio.

La muerte del Señor en la cruz no sólo nos libra a nosotros de nuestros pecados,
sino que también elimina toda la vieja creación. Nuestro viejo hombre ha sido
crucificado juntamente con el Señor. Aunque Satanás reina por medio de la
muerte, cuanto más reina, peor es su situación, porque su reino acaba con la
muerte. Puesto que ya estamos muertos, la muerte no puede hacernos daño; ya
no reina más sobre nosotros.
“El día que de él comieres, ciertamente morirás”. Dios dijo esto para que el
hombre no comiera del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, pero
el hombre lo comió y pecó. ¿Qué se podía hacer entonces? El resultado del
pecado es muerte; esto es irreversible. Sin embargo, hay un camino que nos
conduce a la salvación, una salvación que puede pasar a través de la muerte.
Cuando el Señor Jesús fue crucificado en la cruz en nuestro lugar, la vieja
creación y el viejo hombre fueron crucificados juntamente con Él. Esto significa
que la autoridad de Satanás sólo se extiende hasta la muerte. La Escritura dice:
“Para destruir por medio de la muerte al que tiene el imperio de la muerte, esto
es, al diablo” (He. 2:14).

Damos gracias al Señor y le alabamos. Somos aquellos que ya están muertos. Si


Satanás nos ataca, podemos decirle: “¡Ya estoy muerto!”. Él no tiene autoridad
sobre nosotros porque ya estamos muertos. Su autoridad sólo se extiende hasta
la muerte.

Nuestra crucifixión con Cristo es un hecho consumado; fue realizado por Dios.
La Biblia no dice que nuestra muerte con el Señor sea algo que pertenece al
futuro, es decir, que no es una experiencia que esperamos alcanzar algún día. La
Biblia no nos dice que procuremos buscar la muerte; más bien, nos muestra que
ya estamos muertos. Si una persona procura morir, es obvio que todavía no está
muerta. Sin embargo, Dios nos ha concedido la dádiva de haber muerto
juntamente con Cristo, de la misma manera en que nos concedió la dádiva de
que Cristo muriera por nosotros. Si alguien todavía procura ser crucificado, está
en una posición, en un terreno, carnal, y Satanás tiene un control completo
sobre aquellos que están en un terreno carnal. Debemos creer en la muerte del
Señor y también debemos creer en nuestra propia muerte. De la misma manera
en que creemos que el Señor murió por nosotros, debemos creer que hemos
muerto juntamente con Él. En ambos casos se trata de un acto de fe, y ninguno
de ellos guarda relación alguna con los esfuerzos del hombre. En cuanto nos
valemos de nuestro propio esfuerzo para que estos hechos se hagan realidad,
nos exponemos al ataque de Satanás. Tenemos que asirnos a estos hechos
consumados y declarar: “Alabo al Señor y le doy gracias; ¡Ya estoy muerto!”.

Tenemos que comprender que a los ojos de Dios, es un hecho consumado que
hayamos muerto juntamente con Cristo. Una vez que vemos esto con claridad,
Satanás no podrá hacernos nada. Satanás sólo puede hacerles daño a aquellos
que no han muerto. Él sólo puede reinar sobre aquellos que están frente a la
muerte o que se encaminan a la muerte. Pero nosotros ya no estamos frente a la
muerte; ya hemos muerto. Por lo tanto, no hay nada que Satanás pueda hacer
con respecto a nosotros.
A fin de resistir a Satanás, debemos comprender que la manifestación del Señor
fue una manifestación de autoridad, y que la obra de Su cruz liberó a todos los
que estaban bajo la mano de Satanás. Satanás ya no tiene autoridad sobre
nosotros, más bien, nosotros estamos por encima de él. Somos aquellos que ya
han muerto. El camino de Satanás fue terminado por la muerte, y ya no hay
nada más que él pueda hacer.

C. Creemos que la resurrección del Señor


avergonzó a Satanás

En tercer lugar, debemos creer que la resurrección del Señor avergonzó a


Satanás. Satanás ya no tiene manera de atacarnos.

En Colosenses 2:12 dice: “Sepultados juntamente con Él en el bautismo, en el


cual fuisteis también resucitados juntamente con Él, mediante la fe de la
operación de Dios, quien le levantó de los muertos”. Este versículo habla tanto
de la muerte como de la resurrección. El versículo 13 nos dice que nosotros
estábamos muertos y resucitamos; el versículo 14 nos dice lo que el Señor
realizó al momento de Su muerte; y el versículo 15 nos dice que el Señor Jesús
despojó a los principados y a las potestades y “los exhibió públicamente,
triunfando sobre ellos en la cruz”. El versículo 20 dice: “Si habéis muerto con
Cristo”, y en 3:1 dice: “Si, pues, fuisteis resucitados juntamente con Cristo”.
Estos versículos comienzan con la resurrección y terminan con la resurrección, y
los versículos intermedios nos hablan de triunfar en la cruz. Permanecemos
firmes en la posición de resurrección y triunfamos en la cruz.

¿Cómo podemos hacer esto? La declaración que hicimos anteriormente lo


explica así: El Señor ha muerto, y nosotros también hemos muerto en Él.
Satanás, quien tiene dominio sobre el viejo hombre, sólo nos puede acosar hasta
que llegamos a la cruz. La resurrección está fuera de su alcance. Así como
Satanás no tenía nada en el Señor Jesús mientras estaba en la tierra (Jn. 14:30),
tampoco tiene nada en Él ahora que está en resurrección. La nueva vida no le da
cabida alguna a Satanás. ¡Él no tiene ninguna autoridad en la nueva vida y no
puede tocar nuestra nueva vida!

Cuando el Señor Jesús colgaba en la cruz, parecía que miríadas de demonios lo


rodeaban, pensando que podrían destruir al Hijo de Dios. Esta iba a ser su
mayor victoria. No tenían la menor idea de que ¡el Señor Jesús iba a entrar en la
muerte, salir de la muerte y vencer la autoridad de la muerte! Este es un hecho
glorioso: el Señor salió de la muerte. Por eso, tenemos el denuedo y la confianza
para decir que ¡la vida de Dios puede echar fuera la muerte!

¿Qué es la vida de resurrección? La vida de resurrección es una vida que la


muerte no puede tocar. Es una vida que trasciende la muerte, que va más allá de
los linderos de la muerte y que sale de la muerte. El poder de Satanás sólo se
extiende hasta la muerte. El Señor Jesús demostró con Su resurrección, cuán
grande es el poder de Su vida, la cual desmanteló el poder de Satanás. La Biblia
llama a este poder “el poder de Su resurrección” (Fil. 3:10). Cuando este poder
de resurrección se expresa a través de nosotros, ¡todo lo que ha sido levantado
por Satanás es derribado!

Podemos resistir a Satanás porque nuestra vida es una vida de resurrección, la


cual no tiene nada que ver con Satanás. Nuestra vida procede de la vida de Dios;
es una vida que surge de la muerte. El poder de Satanás sólo se extiende hasta la
muerte. Todo lo que Satanás puede hacer se encuentra dentro del lindero que
llega hasta la muerte. Tenemos una vida que él no puede tocar. Estamos firmes
sobre el terreno de la resurrección y podemos mirar triunfalmente atrás a través
de la cruz. Colosenses 2 nos habla de triunfar en resurrección. Este capítulo
trata sobre la resurrección, no sobre la muerte. No es que nosotros, por medio
de la resurrección, triunfemos en la esfera de la muerte; más bien, es por medio
de la muerte que ahora nos encontramos triunfantes en la esfera de la
resurrección.

A fin de resistir a Satanás, todo hijo de Dios debe declarar con una fe firme:
“¡Gracias a Dios, he resucitado! Satanás, ¿qué puedes hacer? Todo lo que tú
haces llega a su término con la muerte. ¡Pero la vida que ahora poseo no tiene
nada que ver contigo! Tú ya pusiste a prueba esta vida. ¿Qué más podrías hacer?
¡Careces de todo poder! ¡Esta vida ha trascendido sobre ti! ¡Satanás, aléjate de
mí!”.

No podemos hacerle frente a Satanás basándonos en la esperanza, sino sólo


estando firmes sobre el terreno de la resurrección, en el terreno que
corresponde al Señor. Este es un principio muy fundamental. Colosenses 2:12
nos dice que debemos creer en “la operación de Dios, quien le levantó de los
muertos”.

Necesitamos asumir ante Satanás la misma postura que adoptamos ante Dios.
La Biblia nos manda que nos revistamos del manto de la justicia cuando nos
acerquemos a Dios (Is. 61:10; Zac. 3:4-5). Nuestro manto de justicia es Cristo.
Por ende, necesitamos revestirnos de Cristo para acudir a Dios. Asimismo,
necesitamos revestirnos de Cristo cuando enfrentemos a Satanás. Si estamos
revestidos de Cristo, Dios no ve pecado alguno en nosotros. Del mismo modo, si
estamos en Cristo, Satanás no halla pecado en nosotros. Cuando asumimos esta
postura, Satanás no nos puede atacar más. Somos perfectos ante Dios y
perfectos también ante Satanás. ¡Qué glorioso hecho!
No debemos temerle a Satanás, porque si lo hacemos, él se reirá de nosotros. Él
dirá: “¡Qué persona tan necia hay en la tierra! ¿Cómo puede esta ser tan
insensata?”. Todo aquel que le teme a Satanás es un insensato porque se ha
olvidado de su posición en Cristo. No hay motivo para que le temamos. Hemos
trascendido por encima de su poder. Podemos mantenernos firmes ante él y
decirle: “¡No puedes tocarme! ¡No importa cuán fuerte ni cuan ingenioso seas,
ya te has quedado atrás!”. El día de Su resurrección, el Señor llevó cautivo al
enemigo y lo avergonzó públicamente. Hoy, nosotros estamos firmes sobre el
terreno de la resurrección y ¡triunfamos por medio de la cruz!

D. Creemos que la ascensión del Señor


está muy por encima del poder de Satanás

En cuarto lugar, debemos creer que en la ascensión del Señor, Él fue puesto muy
por encima del poder de Satanás. Efesios 1:20-22 dice: “Resucitándole de los
muertos y sentándole a Su diestra en los lugares celestiales, por encima de todo
... no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas
bajo Sus pies, y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”. Esto
significa que el Señor Jesús está sentado en los lugares celestiales y está muy
por encima de todo el poder de Satanás.

Efesios 2:6 dice: “Y juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar
en los lugares celestiales en Cristo Jesús”. Esta es nuestra posición, es decir, la
posición de todos los cristianos. El Señor Jesús ha resucitado y está sentado en
los lugares celestiales por encima de todo poder de Satanás. Nosotros fuimos
resucitados juntamente con Cristo, y asimismo se nos hizo sentar en los lugares
celestiales, muy por encima de todo el poder de Satanás.

Efesios 6:11-13 dice: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar
firmes contra las estratagemas del diablo ... y habiendo acabado todo, estar
firmes”. El capítulo 2 nos muestra que juntamente con el Señor estamos
sentados en los lugares celestiales. El capítulo 6 nos muestra que necesitamos
estar firmes. El capítulo 2 dice que debemos sentarnos, mientras que el capítulo
6 dice que necesitamos estar firmes. ¿Qué significa sentarse? Sentarse significa
descansar. Quiere decir que el Señor ha vencido y que ahora podemos
apoyarnos en Su victoria. Esto es lo que significa depender de la victoria del
Señor. ¿Qué significa estar firmes? Estar firmes quiere decir que la guerra
espiritual no consiste en atacar, sino en defender. Estar firmes no significa
atacar; significa defender. Debido a que el Señor ha obtenido una victoria total,
no necesitamos atacar de nuevo. La victoria de la cruz es completa, y ya no es
necesario atacar más. Aquí vemos dos actitudes: Una consiste en sentarse y la
otra, en estar firmes. Sentarse es descansar en la victoria del Señor, mientras
que estar firmes equivale a resistir a Satanás y no dejar que se lleve nuestra
victoria.

La guerra que enfrentan los cristianos consiste en no permitir la derrota; no


consiste en luchar para obtener la victoria. Ya hemos vencido. Combatimos
desde una posición victoriosa y combatimos con el fin de mantener nuestra
victoria. No necesitamos luchar para obtener una victoria, pues es la posición
desde la cual combatimos; la victoria es algo que ya está en nuestras manos. La
guerra que menciona el libro de Efesios es la guerra que llevan a cabo los
vencedores; no es que nosotros lleguemos a ser vencedores por medio de
combatir. Debemos saber distinguir entre estas dos cosas.

¿De qué manera nos tienta Satanás? Él hace que nos olvidemos de nuestra
posición y de nuestra victoria. Él nos enceguece a nuestra propia victoria. Si
cedemos a sus tácticas, creeremos que la victoria está muy lejos y que se halla
fuera de nuestro alcance. Tenemos que recordar que la victoria del Señor es
completa. ¡Es tan completa que abarca la totalidad de nuestras vidas! Una vez
que creemos, vencemos. Satanás está derrotado y nosotros lo hemos vencido en
Cristo. Pero Satanás quiere robarnos la victoria que hemos ganado. Su obra
consiste en mofarse de nosotros para descubrir secretamente si todavía
conservamos nuestra fe. Si no sabemos que la victoria ya es nuestra,
fracasaremos. Pero si conocemos cuál es nuestra victoria, la obra de Satanás
fracasará.

Por consiguiente, contrarrestamos la obra de Satanás con la obra del Señor


Jesús. Resistimos a Satanás por medio de la manifestación, la muerte, la
resurrección y la ascensión del Señor. Hoy en día nos apoyamos en la obra
realizada por el Señor. Cuando Satanás nos ataca, no necesitamos tratar de
vencer de ninguna manera. Una vez que hagamos el primer intento de vencer,
habremos fracasado, puesto que hemos asumido la posición incorrecta. ¡Qué
grande es la diferencia entre una persona que se esfuerza por vencer al enemigo
y una que resiste, sabiendo que ya ha vencido; ella simplemente resiste al
enemigo! Resistir al diablo significa resistirle en virtud de la victoria de Cristo.

Ver este asunto ciertamente requiere revelación. Es necesario que recibamos


una revelación de la manifestación del Señor. Además, necesitamos ver Su
muerte, Su resurrección y Su ascensión. Tenemos que conocer todas estas cosas.

Por ser cristianos, tenemos que aprender a resistir al diablo. En toda


circunstancia debemos decirle a Satanás: “¡Aléjate de mí!”. Que Dios tenga
misericordia de nosotros para que todos tengamos tal fe. Ejercitemos nuestra fe
con respecto a las cuatro cosas logradas por el Señor en beneficio nuestro, y
ejercitemos una fe firme a fin de resistir a Satanás y rechazar la obra que lleva a
cabo contra nosotros.

CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

EL SIGNIFICADO DE CUBRIRSE LA CABEZA

Lectura bíblica: 1 Co. 11:2-16

En este capítulo abordaremos un tema importante: el significado de cubrirse la


cabeza.

En 1 Corintios 11:2-16, a los creyentes no se les llama hermanos y hermanas,


sino varones y mujeres. Estos versículos no se refieren a lo que somos en Cristo,
sino al orden que Dios estableció en Su creación.

Este pasaje no hace eco al pensamiento expresado en Juan 10:30, que dice: “Yo
y el Padre uno somos”; más bien, dice que Dios es la Cabeza de Cristo. Esto no
da énfasis a la relación que existe entre el Padre y el Hijo, sino a la relación entre
Dios y Cristo, o sea, entre Dios y Su Ungido. No se refiere a la relación que existe
entre Dios el Padre y Dios el Hijo en la Trinidad de la Deidad, sino a la relación
entre Dios y Aquel a quien Él envió a la tierra y ungió para que fuera el Cristo. El
asunto de cubrirse la cabeza tiene que ver con Dios y Su Ungido.

El tema de cubrirse la cabeza tampoco atañe a la relación que existe entre Cristo
y Su iglesia. El hecho de que Cristo sea la Cabeza y que la iglesia sea Su Cuerpo,
no está relacionado con el tema de cubrirse la cabeza; dicho tema es algo
completamente distinto. En 1 Corintios 11:3 dice que “Cristo es la cabeza de todo
varón”. Cristo es la Cabeza de todos los hombres individualmente. Aunque hay
muchos hombres, Cristo es la Cabeza de todos ellos; en este aspecto, el hecho de
que Él sea la Cabeza no se refiere a Su autoridad en la iglesia. Este pasaje alude
a la autoridad que Cristo tiene sobre todo varón; por lo tanto, el tema de
cubrirse la cabeza no tiene nada que ver con la relación que existe entre Cristo y
la iglesia, sino con la relación entre Cristo y todo varón. Así que, este pasaje no
atañe a la relación que existe entre los hijos de Dios ni a la relación entre
hermanos y hermanas; por ejemplo, el versículo 3 dice que “el varón es la
cabeza de la mujer”. Si hemos de entender lo que significa cubrirse la cabeza, es
necesario que tengamos este fundamento.

I. DOS SISTEMAS ESTABLECIDOS


POR DIOS EN EL UNIVERSO

Quisiera considerar este tema desde una perspectiva más amplia. Esto nos
ayudará a entender 1 Corintios 11. Sólo aquellos que conocen a Dios y que están
familiarizados con la Biblia entenderán este capítulo. A muchas personas les es
difícil leer este capítulo. Lo primero que debemos saber es que Dios tiene dos
sistemas en el universo: a uno lo llamamos el sistema de la gracia y al otro, el
sistema del gobierno.

A. El sistema de la gracia

La iglesia, nuestra salvación, la relación que existe entre hermanos y hermanas


en el Señor, y el hecho de que seamos hijos de Dios: todos estos son asuntos que
están incluidos en el sistema de la gracia de Dios. Todo lo que tiene que ver con
la iglesia, con el Espíritu Santo y con la redención, pertenece al sistema de la
gracia. Tanto el centurión como la mujer sirofenicia recibieron gracia de parte
de Dios. Pedro recibió gracia, y asimismo María. Lázaro pudo ser resucitado, y
Marta y María pudieron servir. En el sistema de la gracia, hay igualdad de
condiciones entre el hombre y la mujer.

B. El sistema del gobierno de Dios

En la Biblia hay otro sistema, al que llamamos el gobierno de Dios; dicho


sistema es totalmente distinto del sistema de la gracia. El sistema del gobierno
de Dios es diferente del sistema de la gracia, es decir, es un sistema
completamente distinto. En el sistema del gobierno, Dios actúa según Su
beneplácito.

1. La creación del hombre y la mujer

En Su creación, Dios hizo al hombre y a la mujer. Esta distinción tiene que ver
con el gobierno de Dios. El creó primero al hombre, y luego a la mujer. Este
orden también tiene que ver con el gobierno de Dios. Dios actúa según Su
beneplácito. Él tiene una voluntad independiente. Él estableció que los seres
humanos provinieran de la mujer. Incluso el Señor Jesús nació de una mujer.
Esto se relaciona con el gobierno de Dios. Nadie puede argumentar con Dios en
cuanto a este asunto.

2. La comida del hombre

En el huerto de Edén, el hombre se alimentaba de frutas. Esto fue establecido


por el gobierno de Dios. Después del diluvio, al hombre se le permitió comer
carne. Esto también fue instituido según el gobierno de Dios.

3. La confusión con respecto al lenguaje

En el principio, todos los hombres hablaban un solo idioma. Pero después que el
hombre edificó la torre de Babel para demostrar el poder del linaje humano
unido, Dios confundió el lenguaje humano en Babel para que el hombre ya no
pudiera hablar la misma lengua. Esto sucedió conforme al gobierno de Dios.
Más tarde, cuando Dios derramó Su Espíritu en el día de Pentecostés, los
creyentes que estaban presentes comenzaron a hablar en lenguas. Esto también
tuvo que ver con el gobierno de Dios.

4. Muchos pueblos esparcidos

En la época de la torre de Babel, los habitantes de la tierra fueron divididos en


muchos “pueblos”. Estos “pueblos” representan las razas, y no las naciones. Esto
también se relaciona con el gobierno de Dios. Posteriormente, Dios escogió de
entre muchos pueblos a un pueblo especial: la nación de Israel, la cual le
pertenecería a Él. Esto fue Su gracia. Pero la separación del linaje humano en
diferentes pueblos estaba relacionado con el gobierno de Dios.

5. La formación de las naciones

Después de algún tiempo, estos pueblos llegaron a ser muchas naciones. La


historia de la Biblia nos dice que las naciones se formaron después que
surgieron los pueblos. Primero existieron las razas, y después las naciones. Cada
nación tenía su propio rey. Esto también fue algo establecido por el gobierno de
Dios y bajo la administración del mismo.

6. Israel llega a ser una nación

En tiempos de los jueces, los israelitas eran una raza; todavía no habían llegado
a ser una nación. Para la época de Samuel, seguían siendo una raza entre
muchas otras, porque no había rey sobre ellos. Un día, el pueblo de Israel quiso
tener un rey, tal como lo tenían otros pueblos; ellos pidieron que se les
transfiriera de la esfera de la gracia a la esfera del gobierno. Ellos quisieron
tener un rey, tal como lo tenían otras naciones. Dios les advirtió, mostrándoles
cómo gobernaría este rey sobre ellos (1 S. 8:9-18).

7. Saúl llega a ser rey

Más tarde, Dios escogió a Saúl para que fuera el rey de Israel. Tan pronto como
Saúl fue escogido, fue introducido entre el pueblo de Israel el sistema del
gobierno de Dios. Esto no significa que la gracia de Dios haya cesado; más bien,
significa que los israelitas explícitamente se pusieron bajo el gobierno de Dios.
Aunque quisieran rebelarse contra el ungido, ya no podían, porque éste había
llegado a ser el rey de ellos. Aun después que Saúl se apartó de Dios en cuanto a
la esfera de la gracia, él permaneció como rey en la esfera del gobierno de Dios.
Debemos identificar estos dos sistemas diferentes a fin de que podamos
entender las dos situaciones en las que se encontraba Saúl. En términos de la
gracia, Saúl había caído, pero en términos del gobierno de Dios, él seguía siendo
rey. Esta es la razón por la que David no se rebeló en contra de la autoridad que
Dios había establecido.

II. EL SISTEMA DE LA GRACIA DE DIOS


PERFECCIONA EL SISTEMA
DEL GOBIERNO DE DIOS

Esta situación continuó hasta la época del Señor Jesús, donde vemos que ambos
aspectos de la obra de Dios estaban presentes al mismo tiempo. El sistema de la
gracia de Dios continuó operando en el mundo; al mismo tiempo, también
operaba el sistema del gobierno de Dios. Los sacerdotes y los profetas
pertenecían a la esfera de la gracia; ellos mantuvieron vigente el sistema de la
gracia. En cambio, los reyes y los líderes de los israelitas pertenecían a la esfera
del gobierno; ellos mantuvieron vigente el sistema del gobierno de Dios.

Por un lado, cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él era el Salvador que
libraba al hombre del pecado. Esta fue Su obra bajo el sistema de la gracia. Por
otro lado, Dios deseaba que el Señor Jesús estableciera la autoridad de Dios y Su
reino celestial mediante la obra de la cruz, a fin de que el reino de los cielos
fuera traído a la tierra. Dios opera continuamente para destruir el poder del
diablo, traer el reino de los cielos e introducir el cielo nuevo y la tierra nueva. En
aquel día, la gracia y el gobierno se unirán y llegarán a ser un solo sistema. Esto
significa que en el cielo nuevo y en la tierra nueva, el sistema de la gracia y el
sistema del gobierno se unirán y llegarán a ser un solo sistema. Así, ambos
sistemas serán uno en el Señor Jesús. En Él se incorporan ambos aspectos de la
obra de Dios. Por una parte, Él opera sobre la base del sistema de la gracia, pero
por otra, opera sobre la base del sistema del gobierno.

El gobierno de Dios no se estableció cuando Dios creó al hombre, sino cuando


creó a los ángeles. Esto se revela claramente en la Biblia. Cuando Satanás era
aún la estrella de la mañana que reinaba sobre el mundo, ya estaba vigente el
sistema del gobierno. Después que el hombre fue creado, se establecieron
muchas cosas bajo el sistema del gobierno de Dios, tales como el matrimonio, la
relación entre cónyuges, las relaciones familiares y la relación entre padres e
hijos. Estas instituciones básicas fueron establecidas por Dios conforme a Su
sistema de gobierno.

Quiero señalarles algo a los hermanos y a las hermanas. Los que son salvos en
esta era deben aprender la lección fundamental de no usar la gracia de Dios
para anular el gobierno de Dios. Debo repetir estas palabras de manera enfática:
no anulemos el orden que Dios estableció en Su gobierno, con la gracia que Él
nos imparte. La intención de Dios es que el hombre respete Su gobierno; no es
Su deseo que el hombre anule el gobierno que Él instituyó. Si hacemos caso
omiso del gobierno de Dios, somos personas inicuas ante Dios; desconocemos
por completo el hecho de que, además de la iglesia, existe también el reino.
Debemos ver el sistema del gobierno de Dios. El sistema de la gracia perfecciona
el sistema del gobierno. El sistema del gobierno no fue establecido con miras al
sistema de la gracia; más bien, el sistema de la gracia perfecciona o
complementa el sistema del gobierno de Dios.

Muchos tienen un concepto fundamentalmente erróneo. Piensan que por tener


la gracia, pueden hacer a un lado el gobierno de Dios. Esta es una idea
insensata. Uno no puede usar la obra que Dios realiza en la esfera de la gracia,
para cambiar el gobierno de Dios. El perdón que obtenemos ante Dios por Su
gracia no reemplaza el perdón que Él otorga conforme a Su gobierno. No
importa cuánto perdón hayamos recibido en la gracia, esto no reemplazará el
perdón relacionado con Su gobierno.

¡El gobierno de Dios opera bajo un principio totalmente diferente! Desde el


comienzo, Dios ha estado tratando de establecer Su sistema gubernamental. Él
continuará esta obra hasta el final. La gracia y el gobierno siempre van juntos.
Debido a que el hombre luchó y se rebeló contra el sistema del gobierno de Dios,
fue introducido el sistema de la gracia. El sistema de la gracia nos trae a la
salvación y a la restauración, a fin de que obedezcamos el sistema del gobierno
de Dios. La gracia es dada para complementar el sistema del gobierno de Dios.

III. APRENDAMOS A RECONOCER


EL GOBIERNO DE DIOS

A. Adán es expulsado del huerto de Edén

Recordemos cómo pecó Adán. Después que Dios preparó el huerto de Edén, Él
creó a Adán y a Eva, y les encargó que cuidaran del huerto. El huerto de Edén
les fue encomendado completamente a ellos. Edén significa felicidad, y ellos
vivieron felices en el huerto. Sin embargo, ambos pecaron. Después que ellos
pecaron, Dios les dio la promesa de que vendría un Salvador, la simiente de la
mujer. Aunque Dios les dio la promesa de la redención, Adán y Eva fueron
echados del huerto de Edén. Aquí vemos que la promesa de la redención
manifestó la gracia del Señor, pero esto no anuló la acción gubernamental de
Dios respecto a expulsarlos del huerto.

Dios no sólo los echó del huerto de Edén, sino que también puso querubines que
guardaran el huerto con el propósito de que Adán y Eva no pudieran regresar
allí. Esto fue establecido por el gobierno de Dios. El gobierno y gracia de Dios
son dos cosas distintas. La gracia dio al hombre la promesa de un Salvador,
mientras que el gobierno divino expulsó al hombre del huerto de Edén. Es
evidente que a partir de aquel día, el hombre ya no podía regresar al huerto de
Edén.
B. A los israelitas se les impide
entrar en Canaán

Cuando los israelitas llegaron a Cades-barnea, ellos rehusaron entrar en


Canaán. Como resultado, Dios les impidió entrar en la buena tierra. Los
israelitas se lamentaron y después quisieron entrar por sí mismos, pero en un
día, muchos de ellos murieron en manos de los cananeos. Ellos lloraron y
clamaron, pero Dios no les permitió entrar en la buena tierra (Nm. 13—14). Una
vez que ellos rehusaron entrar, ya no pudieron ingresar en la buena tierra. El
gobierno de Dios no les permitió hacer lo que ellos querían. Dios tiene Su
gobierno.

C. A Moisés no se le permite
entrar en Canaán

Moisés golpeó la roca con su vara dos veces y no santificó a Jehová. Como
resultado, no pudo entrar en Canaán (Nm. 20:7-12). Aunque Dios fue
misericordioso con él y lo condujo al monte de Pisga, a Moisés no se le permitió
entrar en Canaán junto con el pueblo de Dios. Aunque Moisés vio la tierra de
Canaán, estando él con Dios en el monte de Pisga, no se le permitió entrar en
ella (Dt. 34). La gracia de Dios le permitió ver los linderos de la tierra, pero el
gobierno de Dios le prohibió entrar en la tierra.

D. La espada no se aparta de la casa de David

Cuando David pecó, Dios tuvo gracia y misericordia para con él y le perdonó sus
pecados. Dios tuvo tanta gracia para con David, que le concedió tener una
comunión especial con Él aun después de aquel incidente. Sin embargo, la
espada nunca se apartó de la casa de David (2 S. 12:7-14). Esto es el gobierno de
Dios.

E. La separación de Pablo y Bernabé

Bernabé se separó de Pablo por causa de Marcos (Hch. 15:37-39). Marcos era
pariente de Bernabé (Col. 4:10). Marcos estuvo en desacuerdo y desobedeció
durante el primer viaje, pero Bernabé insistía en llevarlo consigo. Obviamente,
esta decisión fue motivada por su relación familiar. Bernabé entonces se apartó
de Pablo, y tomando a Marcos, se fue a Chipre (ambos eran naturales de
Chipre). Aquí vemos en acción la influencia de una relación carnal. Es posible
que después de esto Bernabé haya sido usado por Dios de alguna manera;
quizás haya realizado alguna buena obra más tarde. Con todo, a partir de
entonces el Espíritu Santo borró su nombre de la Biblia. Su nombre todavía
estaba escrito en el libro de la vida, pero no en el libro de Hechos. Esto es el
gobierno de Dios. ¡El gobierno de Dios no permite que nadie siga su propio
camino!

El sistema de la gracia es una cosa, y el sistema del gobierno es otra. Cuanto más
humilde sea una persona, más experimentada será en el sistema del gobierno de
Dios. Nunca pensemos que podemos anular el sistema del gobierno de Dios
simplemente porque estamos bajo el sistema de la gracia.

La gracia nunca anula el gobierno divino. De hecho, la gracia hace que una
persona se sujete al gobierno de Dios. Digo esto solemnemente: La gracia nos
capacita para someternos a la autoridad. La gracia no nos hace rebeldes; no nos
lleva a derrocar el gobierno de Dios. Estos dos sistemas establecidos por Dios se
perfeccionan mutuamente. La gracia no anula el gobierno de Dios. Sólo los
necios dirían: “Ya que he recibido la gracia, puedo comportarme con ligereza y
hacer cosas descuidadamente”. ¡Esto es lo que haría un hombre necio!

Cuanto más los ojos de una persona sean abiertos a la gracia, más se comportará
como un siervo apropiado (si es un siervo) o como un amo apropiado (si es un
amo). De igual manera, cuanto más los ojos de una persona sean abiertos a la
gracia, más sabrá cómo ser un esposo apropiado, un padre apropiado, un hijo
apropiado o un ciudadano apropiado, y más estará sujeto a la autoridad. Cuanta
más gracia recibe uno de parte de Dios, más sabrá cómo respetar el gobierno de
Dios. Nunca he visto que una persona que verdaderamente conozca la gracia de
Dios, destruya Su gobierno.

IV. EL CUBRIRSE LA CABEZA SE RELACIONA


CON EL GOBIERNO DE DIOS

El asunto de cubrirse la cabeza está relacionado con el gobierno de Dios. Yo no


puedo persuadirle que se cubra la cabeza si usted no conoce nada acerca del
gobierno de Dios. Si usted no conoce el gobierno de Dios, ¡tampoco sabrá lo que
significa cubrirse la cabeza! Una vez que usted vea el gobierno de Dios y
comprenda que el sistema del gobierno divino es revelado en la Palabra,
entenderá que el cubrirse la cabeza tiene mucho que ver con dicho gobierno.

En 1 Corintios 11:2-3 dice: “Os alabo porque en todo os acordáis de mí, y


retenéis las instrucciones tal como os las entregué. Pero quiero que sepáis que
Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la
cabeza de Cristo”. Esto es el gobierno de Dios.

Estos versículos no dicen nada acerca de la relación entre el Padre y el Hijo; ésa
es una relación existente en la Deidad. Más bien, estos versículos hablan de la
relación que existe entre Dios y Cristo. Tomando prestado un término moderno,
podríamos decir que Cristo es el delegado de Dios. Hay una distinción entre
Dios y Cristo con respecto al ministerio y en cuanto al orden y gobierno divinos:
Dios es Dios, y Cristo es Cristo. Cristo es Aquel a quien Dios envió. Juan 17:3
dice: “Que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a quien has enviado,
Jesucristo”. Dios es Dios, y el Señor Jesús es el Cristo enviado por Dios. Esta
distinción entre Dios y Cristo tiene que ver con el gobierno de Dios. Cristo era
originalmente igual a Dios, pero Él estuvo dispuesto a ser el Cristo y a ser
enviado. Dios sigue siendo Dios, el Dios que está en las alturas, mientras que
Cristo fue enviado para hacer la obra de Dios. Este es el primer asunto
relacionado con el gobierno de Dios.

¿Cuál es la meta de Dios? Su meta es designar a Cristo como Cabeza, a fin de


que todo hombre se someta a Él. Cristo es las primicias de toda la creación. Él
fue el primero que Dios creó. [Nota del editor: esto se refiere únicamente a Su
humanidad.] Por lo tanto, Él es la cabeza de todo varón, y todo varón debe
sujetarse a Él. Este es un principio básico en el gobierno de Dios. Cristo es la
cabeza de todo varón. Esto no pertenece al sistema de la gracia, sino al sistema
del gobierno de Dios. De igual modo, el hecho de que el varón sea la cabeza de la
mujer también es algo relacionado con el sistema del gobierno de Dios. En Su
gobierno, Dios designa al varón como cabeza de la mujer, así como Él designa a
Cristo como cabeza del varón y se designa a Sí mismo como Cabeza. Todo esto
tiene que ver con el sistema de Dios en su totalidad.

Dios mismo es la Cabeza, y Él también designa a Cristo para que sea la Cabeza.
Además, Él designa al hombre como cabeza. Estos son tres grandes principios
en el gobierno de Dios.

Dios es la Cabeza de Cristo. Esto no tiene nada que ver con que Dios sea más
grande que Cristo o que Cristo sea más grande que Dios. Simplemente significa
que en el arreglo gubernamental divino, Dios es la Cabeza de Cristo. De igual
manera, en el orden dispuesto por el gobierno de Dios, Cristo es la cabeza de
todo varón y el varón es la cabeza de la mujer. Esto es lo que Dios ha establecido
y ordenado.

Filipenses 2 presenta esto claramente. El Señor Jesús es igual a Dios en cuanto a


Su esencia misma. Pero en el gobierno de Dios, Jesús es el Cristo. Ya que Él es el
Cristo, Dios es Su Cabeza. En el Evangelio de Juan, el Señor dijo que Él hacía
sólo lo que veía hacer al Padre (5:19). Él no vino para hacer Su propia voluntad,
sino la voluntad del que lo envió (6:38). Era como si Él dijera: “Yo soy
simplemente el Cristo, Aquel que fue enviado. Yo no me atrevo a hablar por Mi
propia cuenta. Lo que oigo, eso hablo. No hago nada por Mí mismo; lo que veo,
eso hago” (cfr. 8:26, 28). Él habló estas palabras sobre la base del gobierno de
Dios. Lo que Dios dispuso es que Dios sea Dios, y que Jesús sea el Cristo; como
tal, Él debía obedecer a Dios. En lo que a Su persona intrínseca se refiere, Dios
el Hijo es igual a Dios el Padre; ellos son de igual posición y merecen la misma
honra. En este aspecto, Dios el Hijo no tiene que obedecer a Dios el Padre. Sin
embargo, en términos del gobierno de Dios, Cristo no tomó la posición de Dios
el Hijo, sino la posición de Cristo, Aquel que fue enviado por Dios.

Un día todos conocerán el gobierno de Dios. Todo el mundo sabrá que Cristo es
la Cabeza. Esto es lo que Dios ha establecido en Su gobierno. Cristo será la
Cabeza de todo varón. Pero hoy únicamente la iglesia sabe esto; el mundo no lo
sabe. Un día todo el mundo sabrá que Cristo es la Cabeza, el que tiene la
preeminencia en toda la creación. Él es las primicias de toda la creación. Todos
los seres creados se someterán a la autoridad de Cristo. Bajo este mismo
principio, sólo la iglesia sabe que Dios estableció al varón como cabeza de la
mujer. ¿Ven ustedes esto? Hoy, sólo la iglesia sabe que Cristo es la cabeza de
todo varón; del mismo modo, sólo la iglesia sabe que el varón es la cabeza de la
mujer.

Ya vimos que la gracia nunca puede derrocar al gobierno de Dios. Pienso que las
lecciones que hemos aprendido se hacen cada vez más claras. La gracia sostiene
al gobierno de Dios; no lo destruye. Nadie puede ser tan necio como el que usa
la gracia de Dios para oponerse a Su gobierno. ¡Nadie puede abrogar el gobierno
de Dios! La mano de Dios sostiene permanentemente Su gobierno. Hoy ningún
hombre puede derrocar la autoridad de su padre, argumentando que ha creído
en el Señor; nadie tampoco puede derrocar la autoridad de su amo ni la
autoridad del gobierno, tomando como base que ha creído en el Señor. Ningún
hombre puede decir: “Yo no tengo que pagar impuestos porque soy cristiano. No
tengo que cumplir con mis deberes”. ¡No existe semejante cosa! El hecho de que
usted sea cristiano lo compromete aun más a respetar el gobierno de Dios.

Hoy vivimos en el mundo con el fin de mantener el testimonio de Dios. El Señor


nos ha mostrado tres clases de cabezas: Dios es la Cabeza, Cristo es la Cabeza y
el varón es la cabeza. Esto no tiene nada que ver con la relación entre los
hermanos y las hermanas; es una cuestión de gobierno, no de gracia. La gracia
nos llama hermanos y hermanas, pero Dios tiene otro sistema, el cual tiene que
ver con Su gobierno. Esta es la voluntad de Dios; es el deseo de Su corazón. Dios
establece que Él mismo sea la Cabeza y que Cristo se someta a Él; Dios también
establece que Cristo sea la Cabeza y que todos se sometan a Él; además, Dios
establece que el varón sea la cabeza y que la mujer lleve una señal de sumisión.

V. EL SIGNIFICADO DE CUBRIRSE LA CABEZA

En 1 Corintios 11:4-5 dice: “Todo varón que ora o profetiza con la cabeza
cubierta, afrenta su cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza
descubierta, afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se hubiese rapado”.
Descubramos lo que significa cubrirse la cabeza.

Cubrirse la cabeza significa someterse al gobierno de Dios, es decir, aceptar esta


posición. Una persona que se cubre la cabeza jamás anularía el gobierno de Dios
simplemente porque ha recibido Su gracia. Ella ni siquiera daría cabida a tal
pensamiento. Por el contrario, aceptaría el gobierno de Dios. Tal como Cristo
aceptó a Dios como Su Cabeza, así también todo varón debe aceptar a Cristo
como su Cabeza. De la misma manera, la mujer debe aceptar al varón como su
cabeza representativa. Cubrirnos la cabeza significa que renunciamos a ser
nosotros mismos la cabeza.

Por favor, tengan presente que en la práctica, Dios requiere que sólo la mujer se
cubra la cabeza. En realidad, la cabeza de Cristo está cubierta ante Dios, y la
cabeza de todo varón está cubierta ante Cristo. Pero en la práctica, Dios requiere
que sólo la mujer se cubra la cabeza delante del hombre. ¡Esto es algo
maravilloso! Ello expresa un profundo principio; este asunto de ninguna
manera es trivial.

En ocasiones siento que no tengo la libertad de hablar a algunos santos acerca


del tema de cubrirse la cabeza, porque ellos no tienen idea de lo que es el
gobierno de Dios. Uno primeramente debe entender qué es el gobierno de Dios
antes de que pueda entender qué significa cubrirse la cabeza. Ya que Cristo tiene
Su cabeza cubierta ante Dios, yo también tengo mi cabeza cubierta ante Cristo.
Me he cubierto la cabeza; ya no está descubierta. Dios es ahora mi Cabeza. De
hecho, Dios desea que todo varón se cubra la cabeza. Cristo es nuestra única
Cabeza. Nuestra cabeza no debe estar descubierta; debe desaparecer de vista.

A estas alturas, me dirigiré a las mujeres cristianas: Dios ha ordenado que el


varón sea la cabeza de la mujer. En estos días de ignorancia con respecto a la
autoridad de Dios, Dios requiere que sólo la iglesia cumpla esto. El tema de
cubrirse la cabeza se relaciona con el hecho de si uno es cristiano o no. En la
iglesia, Dios exige que todo cristiano respete el sistema de gobierno que Él ha
establecido.

VI. LA RESPONSABILIDAD DE LAS HERMANAS

El hecho de que las hermanas se cubran la cabeza significa que ellas toman la
posición que Cristo toma ante Dios y que el varón toma ante Cristo. La intención
de Dios es que las mujeres se cubran la cabeza de modo que expresen el
gobierno de Dios sobre la tierra. Dios pide que sólo las mujeres se cubran la
cabeza. La mujer no se cubre la cabeza por causa de ella misma, sino por lo que
ello representa. Hay muchas cosas que uno hace para sí mismo, pero también
hay muchas cosas que uno hace como representante de todo el grupo. La mujer
se cubre la cabeza por ser mujer; además, se cubre la cabeza como
representante, pues ella representa a todo hombre y también representa a
Cristo. La mujer representa a todo hombre ante Cristo y ella también representa
a Cristo delante de Dios. El hecho de que la mujer se cubra delante de Dios,
equivale a que Cristo mismo se cubra delante de Dios. De la misma manera, el
hecho de que la mujer se cubra la cabeza delante de Cristo, equivale a que cada
varón se cubra delante de Cristo.

Nadie debe asumir ninguna autoridad delante de Cristo. Todos deben cubrir su
cabeza y permitir que Cristo sea la Cabeza. Si alguien no cubre su cabeza delante
de Cristo, habrá dos cabezas. Cuando hay dos cabezas, una de ellas debe ser
cubierta. Entre Dios y Cristo, una cabeza debe estar cubierta. De igual modo,
entre el hombre y la mujer, una cabeza debe estar cubierta. Entre Cristo y todo
varón, una cabeza debe estar cubierta. Si una de las cabezas no se cubre, habrá
dos cabezas. No debe haber dos cabezas en el gobierno de Dios. Si Dios es la
cabeza, Cristo no puede ser la cabeza; si Cristo es la cabeza, el varón no puede
ser la cabeza; y si el varón es la cabeza, la mujer no puede ser la cabeza.

Dios pide a las hermanas que sean representantes. Las hermanas tienen la
responsabilidad de llevar señal de sumisión sobre sus cabezas. Esto expresa el
sistema del gobierno de Dios. En particular, Dios ordena que la mujer se cubra
la cabeza al orar y profetizar. Esto se debe a que ella debe conocer el gobierno de
Dios cuando acude a Dios. Ya sea que ella profetice por Dios ante los hombres o
que ore por los hombres ante Dios, ya sea que ore, profetice, actúe por Dios o
acuda a Dios, ella debe realizar estas actividades —las cuales tienen que ver con
Dios— con la cabeza cubierta. Esto tiene como propósito expresar el gobierno de
Dios.

Al hombre no le es permitido cubrirse la cabeza. El hombre afrenta su propia


cabeza si se la cubre delante de la mujer. El hombre representa a Cristo. Si un
hombre cubre su cabeza, estaría afirmando que ningún hombre debe cubrir su
cabeza delante de Cristo, y que Cristo debe cubrir Su cabeza delante del hombre.

VII. UNA SEÑAL DE SUMISIÓN A LA AUTORIDAD


POR CAUSA DE LOS ÁNGELES

En 1 Corintios 11:6 dice: “Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el


cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se
cubra”. En otras palabras, Dios le dice a las hermanas que deben ser íntegras en
todo lo que hagan.

Ninguna mujer puede tener su cabeza descubierta y a la vez dejarse el cabello


largo. Si una mujer no se cubre la cabeza, debería cortarse el cabello o raparse.
Si usted siente que es vergonzoso cortarse el cabello o rapárselo, debería
cubrirse la cabeza. Esto es lo que Pablo quería decir. La mujer debe cortarse el
cabello o raparse si no quiere cubrirse la cabeza. Si una mujer piensa que es
vergonzoso cortarse el cabello o raparse, que se cubra. Ella debe ser resoluta de
un modo u otro, y no hacer nada a medias.

El versículo 7 dice: “Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es


imagen y gloria de Dios”. El varón representa la imagen y gloria de Dios; por lo
tanto, él no debe cubrirse la cabeza. “Pero la mujer es gloria del varón”. Esta es
la razón por la que la mujer debe cubrirse la cabeza. Si la mujer no se cubre, no
puede expresar el hecho de que el varón es la cabeza.

Lo que dicen los versículos 8 y 9 es muy claro. Ambos versículos hablan del
gobierno de Dios. Por eso digo que una persona nunca entenderá 1 Corintios 11
si no comprende lo que es el gobierno de Dios. El versículo 8 dice: “Porque el
varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón”. Esto es lo que Dios
estableció. En la creación, el hombre no procedió de la mujer, sino que la mujer
fue hecha de la costilla tomada del hombre. La cabeza era Adán, no Eva. El
versículo 9 dice: “Y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la
mujer por causa del varón”. La mujer debe ser sumisa aun por causa de la
creación.

El versículo 10 declara: “Por lo cual la mujer debe tener señal de sumisión a la


autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles”. La Biblia no dice lo que la
mujer debe usar para cubrirse la cabeza; sólo dice que su cabeza, la parte donde
está su cabello, debe estar cubierta. Ella debe hacer esto por causa de los
ángeles.

Siempre he considerado que esta enseñanza es maravillosa. Es por causa de los


ángeles que la cabeza de las hermanas debe llevar una señal de sumisión. Todos
conocemos la historia de la caída de los ángeles. Satanás se rebeló, pero ¿cómo
sucedió esto? Satanás se exaltó a sí mismo con la intención de ser igual a Dios.
En Isaías 14 dice que él se ensoberbeció y quiso ascender a la altura de Dios. En
otras palabras, Satanás descubrió su cabeza ante Dios; no se sujetó a la
autoridad de Dios. En Isaías 14 Satanás expresó su propia voluntad repetidas
veces, diciendo: “Subiré al cielo ... levantaré mi trono ... en el monte del
testimonio me sentaré ... sobre las alturas de las nubes subiré / Y seré semejante
al Altísimo” (vs. 13-14). Esta fue la ambición de Satanás. Aquí vemos la caída del
arcángel. Apocalipsis 12 nos muestra que Satanás arrastró consigo a la tercera
parte de los ángeles cuando fue echado abajo (v. 4). ¡La caída de los ángeles se
produjo porque trataron de asumir autoridad sin antes someterse a la autoridad
de Dios!
Hoy la mujer debe llevar señal de sumisión. ¡Esto es por causa de los ángeles!
Sólo en la iglesia encontramos, sobre la cabeza de las hermanas, señal de
sumisión. Esta señal en efecto declara: “Nuestra cabeza está cubierta, y no
tenemos cabeza propia. No queremos ser la cabeza; nuestra cabeza no está
descubierta. Aceptamos al varón como cabeza. Hacemos esto para testificar a los
ángeles rebeldes que nosotros aceptamos a Cristo como nuestra Cabeza y
aceptamos a Dios como la Cabeza”. Esto es lo que significa la expresión por
causa de los ángeles.

Cuando hay señal de sumisión sobre nuestra cabeza, es decir, cuando cubrimos
nuestra cabeza, damos el mejor testimonio a los ángeles caídos. Esto explica por
qué Satanás se opone a que nos cubramos la cabeza. Al cubrirnos la cabeza
avergonzamos a Satanás, ya que hacemos lo que él no hizo delante de Dios. Lo
que Dios no obtuvo de los ángeles, Él lo ha obtenido en la iglesia. Algunos de los
ángeles no se sujetaron a la autoridad de Dios y de Cristo. Esto trajo caos al
universo. Satanás y los ángeles caídos constituyen un problema aun más grande
que la caída del hombre. Lo que Dios no pudo obtener de los ángeles caídos, Él
lo obtiene en la iglesia.

Cuando muchas hermanas en la iglesia permanecen firmes en su posición de


mujer y se cubren la cabeza, se exhibe ante los ángeles, que están en los aires, un
testimonio implícito y sin palabras. Esto les proclama a los ángeles que Dios ha
obtenido en la iglesia lo que Él desea. Así que, la mujer debe llevar señal de
sumisión sobre su cabeza por causa de los ángeles.

VIII. NO IRSE AL EXTREMO

Sin embargo, es posible que algunos se vayan al extremo. Tal vez piensen que ya
que el varón es la cabeza, la mujer debe sujetarse al hombre en todo. Esto pone
a la mujer en una posición de sumisión ciega respecto a todo. Esta clase de
sumisión no es provechosa. El problema es que algunos, o no hacen nada en
absoluto o se van al extremo cuando hacen algo. Pablo dice que este asunto no
es tan sencillo. Él continuó en 1 Corintios 11:11 con la palabra pero. El hecho de
cubrirse la cabeza constituye un testimonio externo. Tenemos que hacerlo para
testificar de forma externa. Pero ¿cuál es la realidad y el significado intrínseco
de dicho testimonio? El versículo 11 dice: “Pero en el Señor, ni la mujer es sin el
varón, ni el varón sin la mujer”. Algunos podrían preguntar: “¿Qué quiso decir
Pablo cuando dijo que ni la mujer es sin el varón, ni el varón es sin la mujer?”.
Pablo explicó esto en el versículo 12, diciendo: “Porque así como la mujer
procede del varón, también el varón mediante la mujer”.

En el huerto de Edén, la mujer procedió del varón. Pero hoy, después de la


época del huerto de Edén, la mujer es el medio por el cual nace el varón. Todo
varón nace de una mujer. En realidad, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin
el varón. Ni el varón ni la mujer puede decir que él o ella es algo especial. “Pero
todo procede de Dios” (v. 12). El velo sobre la cabeza es simplemente una señal
de sumisión a la autoridad. Al final, todas las cosas proceden de Dios. De hecho,
el hombre nace de la mujer y la mujer provino del hombre. Nadie puede
enorgullecerse de sí mismo y nadie tampoco puede menospreciarse a sí mismo.

El versículo 13 dice: “Juzgad vosotros mismos: ¿Es propio que la mujer ore a
Dios sin cubrirse la cabeza?”. Aquí Pablo parece preguntarle a las hermanas
específicamente: “Después de escuchar estas palabras y comprender que en el
gobierno divino Dios es la Cabeza de Cristo, que Cristo es la Cabeza de todo
varón, que el varón es la cabeza de la mujer y que Dios designó a la mujer como
representante de Cristo delante de Dios, ¿aún piensan que es apropiado que la
mujer ore a Dios con la cabeza descubierta?”.

El versículo 14 añade: “La naturaleza misma ¿no os enseña que si el varón tiene
el cabello largo le es una deshonra...?”. Aquí Pablo apeló al sentir de la iglesia al
juzgar este asunto. Pongamos especial atención a las palabras: “La naturaleza
misma ¿no os enseña?”. El versículo 15 dice: “¿...pero que si la mujer tiene el
cabello largo, le es una gloria? Porque en lugar de velo le es dado el cabello”. En
todo el mundo, las mujeres valoran mucho su cabello y se sienten orgullosas de
él. El cabello expresa la gloria de una mujer; a la mujer siempre le gusta
cuidarse el cabello. Nunca he visto que una mujer tire todo su cabello al cesto de
basura. El cabello es una gloria para la mujer; le es muy preciado. En otras
palabras, Dios le dio el cabello largo a la mujer para cubrirla.

Quisiera hacerles notar dos cosas: puesto que Dios dio a la mujer el cabello largo
para cubrirla, Pablo indicó que la mujer debe usar un velo adicional, para que
ella esté cubierta como Dios desea. Ya que el cabello largo de la mujer es un velo
que Dios le dio, ella debe cubrirse también con un velo hecho por el hombre.
Debemos leer los versículos 6 y 15 juntos. El versículo 6 dice: “Porque si la
mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a la
mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra”. Y el versículo 15 dice:
“¿...pero que si la mujer tiene el cabello largo, le es una gloria? Porque en lugar
de velo le es dado el cabello”. El pensamiento es muy claro una vez que unimos
estos dos versículos. Dios cubrió la cabeza de la mujer dándole el cabello largo.
Siendo éste el caso, aquellas mujeres que aceptan la autoridad de Dios deben
usar algo para cubrirse el cabello. Si una mujer rehúsa cubrirse el cabello, ella
debe cortarse el cabello que Dios le dio. En otras palabras, si usted acepta lo que
Dios ha provisto, también debe añadir su propio velo; pero si usted no lo acepta,
entonces debe renunciar a lo que Dios ya le dio. La Biblia no prohíbe que la
mujer se deje el cabello largo; sólo dice que el cabello largo no es suficiente y
que la mujer debe añadir un velo sobre su cabeza.
Actualmente ninguno de estos dos mandamientos bíblicos está siendo
guardado. Si una hermana no se cubre la cabeza sino que en lugar de ello se
rapa, podríamos decir que ella sigue obedeciendo las Escrituras. El problema es
que muchas mujeres rehusan hacerlo: ni se rapan ni se cubren la cabeza. El
versículo 6 dice que si una mujer no se cubre, debe raparse, y que si no se rapa,
debe cubrirse la cabeza. El versículo 15 dice que puesto que Dios ya nos cubrió,
nosotros también debemos cubrirnos.

¿Qué deberían hacer las personas obedientes? Este versículo dice que, puesto
que Dios ya nos cubrió, también nosotros debemos cubrirnos. Los que conocen
a Dios siempre agregarán su parte a lo que Dios ya hizo. Siempre seguirán la
manera en que Dios actúa, sin contradecirla.

IX. NO SER CONTENCIOSOS

El versículo 16 dice: “Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no
tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios”. Pienso que las palabras de Pablo
son bastante fuertes. Pablo conocía muy bien a los corintios. ¡A los corintios se
les encuentra no sólo en Corinto, sino también en muchos otros lugares!
¡Incluso se encuentran en la iglesia donde está usted!

Pablo dijo: “Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso”. ¿Sobre qué asunto
hay contienda? Los versículos del 1 al 15 hablan acerca de cubrirse la cabeza. Así
que, en el contexto, la contienda tiene que ver con el asunto de cubrirse la
cabeza. Pero Pablo dijo que es erróneo que alguien sea contencioso. Nadie debe
protestar por el asunto de cubrirse la cabeza.

¡Muchos quieren argumentar que la mujer no tiene que cubrirse la cabeza! Esto
equivale a decir que la autoridad de Dios sobre Cristo es un asunto exclusivo de
los corintios, y no un asunto universal; esto equivale a decir que la autoridad de
Cristo sobre el hombre es un asunto exclusivo de los corintios, y no un asunto
universal; y esto equivale a decir que la autoridad del hombre sobre la mujer es
un asunto exclusivo de los corintios, y no un asunto universal. Pero ¡damos
gracias a Dios! Ser cristiano es un asunto universal, y no un asunto exclusivo de
los corintios. Del mismo modo, el hecho de que Dios sea la Cabeza de Cristo y
que Cristo sea la cabeza de todo varón son asuntos universales, no asuntos
exclusivos de los corintios. Así también, el hecho de que el hombre sea la cabeza
de la mujer es un asunto universal, y no una cuestión que pertenece
exclusivamente a los corintios.

¿Qué les dijo Pablo a aquellos que pensaban que las hermanas no debían
cubrirse la cabeza y que se oponían a sus palabras, a esta decisión y a la
comisión que él había recibido de parte del Señor? Él dijo: “Nosotros no
tenemos tal costumbre”. La palabra nosotros se refiere a Pablo y a los apóstoles.
No había tal costumbre entre los apóstoles. No había hermanas que no se
cubrieran la cabeza entre los apóstoles. “Si alguno quiere ser contencioso,
nosotros no tenemos tal costumbre”. No hay modo de argumentar. Si alguno
desea argumentar, “tampoco las iglesias de Dios” tienen tal costumbre. Esto
quiere decir que nadie puede argumentar sobre esto.

Aquí Pablo nos mostró la costumbre de las iglesias de Dios en aquella época.
Según la costumbre de esos tiempos, todos los judíos se cubrían la cabeza
cuando entraban en la sinagoga. Los hombres y las mujeres judíos se cubrían la
cabeza con un velo antes de entrar en la sinagoga. Sin ese velo, no podían entrar
en la sinagoga. La costumbre de los griegos (Corinto era parte de Grecia)
consistía en que, al entrar en el templo, tanto los hombres como las mujeres
tenían descubierta la cabeza. En los tiempos de Pablo, ninguna raza ni país tenía
la costumbre de que los hombres se descubrieran la cabeza y que las mujeres se
la cubrieran. Todos los judíos de aquella época se cubrían la cabeza, mientras
que todos los gentiles se la descubrían. Sin embargo, con respecto a los hijos de
Dios, los varones deben descubrirse la cabeza mientras que las mujeres deben
cubrírsela.

Por tanto, el que el varón no se cubriera la cabeza y que la mujer se la cubriera,


era un mandamiento dado exclusivamente por los apóstoles de Dios y era una
costumbre guardada únicamente por las iglesias de Dios. Esta costumbre era
diferente de las costumbres de los judíos y de los gentiles. Dicha costumbre se
encontraba únicamente en la iglesia. Puesto que esta costumbre fue instituida
por los apóstoles, era algo nuevo, algo recibido de parte de Dios.

Todos los apóstoles creían firmemente que la mujer debía cubrirse la cabeza. Si
hubiese habido algún apóstol que no creyera que la mujer debiera cubrirse la
cabeza, no habría estado entre los otros apóstoles y seguramente habría sido
como uno ajeno a ellos. Los apóstoles no tenían tal costumbre entre ellos. Si una
iglesia intentaba protestar contra esto, la respuesta de Pablo era que las iglesias
de Dios no tenían esa costumbre. Ninguna iglesia tenía tal costumbre. No existía
tal costumbre entre las iglesias locales que los apóstoles visitaban. A partir del
versículo 16, Pablo cesó de presentar razonamientos respecto a este asunto. Sus
razonamientos terminaron en el versículo 15. En el versículo 16, Pablo ya no
expuso más razones. Si alguien quería ser contencioso, Pablo dijo que ningún
apóstol debería estar de acuerdo con tal persona. Tal persona no tendría nada
que ver con los apóstoles ni con la iglesia. Todos los apóstoles y todas las iglesias
creían en esto, y nadie debía argumentar al respecto.

Esta es la razón por la que pedimos a todas las hermanas en la iglesia que
cubran su cabeza en las reuniones cuando se da un mensaje o cuando ellas oran.
Ellas deben hacer esto debido a que Dios desea obtener en la iglesia lo que Él no
pudo obtener en el mundo. Él desea obtener aquí lo que no pudo obtener en el
universo. Y nosotros también queremos que Él obtenga en la iglesia lo que no
pudo obtener entre los ángeles. Queremos que Él obtenga lo que no ha podido
obtener en el mundo. Las hermanas deben saber esto. El versículo 3 nos da una
enseñanza clara acerca de esto. Dios es la Cabeza de Cristo, Cristo es la cabeza
de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer. Por esta razón, la mujer debe
cubrir su cabeza. Esta es la enseñanza fundamental que se presenta en este
pasaje de la Palabra.

X. EL PRINCIPIO DE LA REPRESENTACIÓN

La Biblia contiene un principio muy importante: el principio de la


representación. Ya he hablado de esto anteriormente y quisiera reiterarlo aquí.

Como cristianos, nosotros nos conducimos conforme a dos principios


diferentes. Uno es que andamos como individuos delante de Dios, y el otro es
que andamos ante Dios como representantes. A los ojos de Dios, no sólo vivimos
la vida cristiana individualmente, sino también en calidad de representantes. Si
no estoy equivocado, creo que en el juicio venidero seremos juzgados no sólo
como individuos, sino también conforme a lo que hemos hecho como
representantes.

A. Como amos

Supongamos que hay un amo que tiene varios siervos en su casa. El amo es un
hermano, pero trata a sus siervos injustamente, sin misericordia y a su antojo.
Él será juzgado por Dios en el futuro por su necedad, injusticia y crueldad. Pero
el asunto no se detendrá allí, pues él recibirá otro juicio. Este hermano no sólo
es responsable por su relación con sus siervos, sino que, a los ojos de Dios, por
ser amo él representa al Señor. Siempre que tengamos la posición de amos,
representamos al Señor, quien es el Amo. La manera en que tratamos a nuestros
siervos debe representar la manera en que el Señor trata a Sus siervos. Si
tratamos a nuestros siervos injustamente, no sólo pecamos como individuos
sino también como representantes; al comportarnos de esta manera, hemos
representado mal al Señor. Si no me equivoco, creo que en el juicio venidero
seremos juzgados ante Dios por nuestros propios pecados y también por el
pecado de representar mal al Señor.

B. Como siervos

Supongamos que yo no soy un amo, sino un siervo. Y supongamos que como


siervo robo, miento y soy perezoso en mi trabajo. No soy genuino al servir a mi
amo y le engaño en muchas maneras. Si hago esto, ciertamente he pecado y seré
juzgado por mi conducta pecaminosa. Pero el juicio no se detendrá allí. Por un
lado, soy un siervo individualmente, pero por otro, represento a todos los
siervos que están sujetos al Señor en los cielos. Si se tratara sólo de un servicio
personal que rindo ante los hombres, tal vez me podría dar el lujo de engañar,
de hurtar y de ser perezoso. Pero cada vez que la Biblia habla de un siervo, nos
recuerda que tenemos otro Señor en los cielos. Por consiguiente, no sólo somos
siervos individualmente, sino que representamos a todos los siervos que están
en la tierra. Esto expresa otra relación.

C. El ejemplo de Moisés

Cuando Moisés estaba en Meriba, en Cades, se enojó con los israelitas porque
ellos tentaron a Dios, así que golpeó la roca dos veces. Dios inmediatamente
reprendió a Moisés. Moisés se enojó, y eso estuvo mal. Si éste hubiera sido
únicamente un asunto personal o una acción independiente de Moisés como
líder de Israel, él podría haber sido perdonado. Moisés ya se había enojado en
otras ocasiones. Cuando él vio a los israelitas que adoraban el becerro de oro al
pie del monte y quebró las dos tablas de piedras escritas por Dios mismo,
Moisés mostró aún más ira que en esta ocasión (Éx. 32:19). Sin embargo, en
aquella ocasión Dios no lo reprendió, pues Moisés representaba la ira de Dios
cuando se enojó. Él se enojó en nombre de Dios, y representó a Dios
correctamente. Pero ¿qué dijo Dios cuando Moisés se enojó y golpeó la roca dos
veces? Dios dijo: “Por cuanto no creísteis en Mí, para santificarme ante los ojos
de los hijos de Israel” (Nm. 20:12). Dicho en otras palabras, no me separaste a
Mí de tus acciones; me representaste incorrectamente. Los israelitas pensaron
que Dios estaba enojado, pero en realidad, Dios no estaba enojado.

D. La posición como individuos


y la posición como representantes

Los pecados personales son una cosa, mientras que los pecados que cometemos
como representantes son otra. En 1 Corintios 11:3 vemos que toda hermana, es
decir, toda mujer (aunque no podamos encontrar tal mujer fuera de la iglesia)
debe comprender que ella tiene una posición individual así como una posición
representativa. Dios es la Cabeza de Cristo, Cristo es la cabeza de todo varón y el
varón es la cabeza de la mujer. Por lo tanto, la mujer debe cubrirse la cabeza. La
mujer debe comprender que ella representa a otros. Por lo menos, ella debe
tener presente su posición individual.

E. Cubrirse la cabeza como individuos


y como representantes

Cuando una hermana se cubre la cabeza al hablar o al orar, ella proclama


delante de Dios que nadie en el mundo puede asumir ninguna autoridad delante
de Cristo. Ella declara que no debe de haber ninguna cabeza descubierta delante
de Dios. Nadie puede ser cabeza delante de Cristo; nadie puede ofrecerle sus
sugerencias u opiniones a Cristo. Todos tienen que cubrirse la cabeza delante de
Él. Toda persona debe esconder sus propias sugerencias y opiniones y decirle al
Señor: “Tú eres mi Cabeza”. Una hermana debe cubrir su cabeza como individuo
que es, y tiene que cubrir su cabeza como representante del gobierno de Dios.
Ella tiene una posición representativa en este universo. Las hermanas declaran
al mundo la posición apropiada que todos debemos tomar delante de Cristo.

El cubrirse la cabeza podría parecer un asunto pequeño; no obstante, ¡es un


gran testimonio!

CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO

LA SENDA DE LA IGLESIA

Lectura bíblica: Ap. 2—3

I. LA REVELACIÓN DE LA SENDA DE LA IGLESIA

En Apocalipsis 2 y 3 se mencionan siete iglesias. Estas eran siete iglesias que


realmente existieron en Asia Menor durante la época en que Juan escribió el
libro de Apocalipsis. En ese tiempo, existían muchas iglesias en Asia Menor,
pero Dios eligió únicamente siete a fin de usarlas como símbolos proféticos.
Apocalipsis 1:3 nos dice que este libro es una profecía. Por tanto, Dios eligió a
estas siete iglesias como una profecía para predecir la senda que la iglesia
seguiría sobre la tierra.

¿Por qué debemos estudiar detenidamente los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis?


Una razón profunda e importante es que estos dos capítulos revelan la historia
de la iglesia por los dos mil años que siguieron su fundación. Además, estos
capítulos nos muestran la clase de iglesia que Dios condena y la clase de iglesia
que Él aprueba. Por esto, resulta imperativo leer Apocalipsis 2 y 3. Únicamente
si estudiamos estos capítulos podremos comprender la senda de la iglesia, la
clase de iglesia en la que debemos estar y la clase de persona que debemos llegar
a ser a fin de agradar al Señor. El tema de Apocalipsis 2 y 3 es la senda de la
iglesia. En particular, estos capítulos nos dicen qué es lo que la iglesia debe
hacer a fin de agradar al Señor. Por lo tanto, es imprescindible que entendamos
Apocalipsis 2 y 3, sino no podremos ser cristianos buenos y apropiados.

A. La primera iglesia: Éfeso

Hay siete iglesias. La primera es Éfeso. La iglesia en Éfeso corresponde al


período de la historia de la iglesia que transcurrió a finales del primer siglo,
época en la cual el libro de Apocalipsis fue escrito. Cuando Juan escribió el libro
de Apocalipsis, la condición en la que se encontraba la iglesia era como el de la
primera iglesia que se describe aquí: Éfeso.

B. La segunda iglesia: Esmirna

La iglesia en Esmirna es la segunda iglesia y es un cuadro representativo de la


condición en la que se encontraba la iglesia durante diez períodos de
persecución bajo el imperio romano, los cuales transcurrieron desde el segundo
siglo, después de la muerte de Juan, hasta los inicios del cuarto siglo. Esmirna,
pues, nos muestra la condición de la iglesia bajo persecución desde la época
posterior a los primeros apóstoles, hasta el tiempo en que Constantino admitió
al cristianismo en el imperio romano. Durante ese período, la iglesia fue muy
perseguida. La iglesia en Esmirna es una descripción profética de la historia de
la iglesia durante aquel período de tiempo.

C. La tercera iglesia: Pérgamos

La tercera iglesia es la iglesia en Pérgamos. Esta tuvo sus inicios a principios del
siglo cuarto, en el año 313 d. C., cuando Constantino acepta el cristianismo
como religión estatal. La raíz griega gamos significa “matrimonio”. Por ejemplo,
“poligamia” procede de la raíz griega gamos y significa un matrimonio en el que
hay más de una esposa. Pérgamos literalmente significa: “¡Atención! Ahora
existe un matrimonio”.

1. Las primeras tres iglesias ya no existen

Estas primeras tres iglesias han dejado de existir. La cuarta iglesia y las
posteriores a ella todavía existen: La cuarta, quinta, sexta y séptima iglesia ¡aún
están en nuestro medio! La diferencia entre las primeras tres iglesias y las
últimas cuatro, es que cada una de las primeras tres iglesias surge únicamente
después que la anterior ha dejado de existir. Por ejemplo, la segunda iglesia
surge después que la primera ha desaparecido, y la tercera iglesia surge después
que la segunda iglesia ha dejado de existir. Después de la tercera iglesia, surge la
cuarta iglesia. Pero la cuarta iglesia no desaparece antes que surja la quinta
iglesia; tanto la cuarta como la quinta iglesia existen al mismo tiempo. La quinta
iglesia surge de la cuarta iglesia, pero, por ello, la cuarta iglesia no deja de
existir. Asimismo, la sexta iglesia surge de la quinta, y es entonces que la cuarta,
quinta y sexta existen simultáneamente. Cuando la sexta iglesia produce la
séptima iglesia, las cuatro iglesias —la cuarta, quinta, sexta y séptima— existen
al mismo tiempo.

2. Las últimas cuatro iglesias continúan


existiendo hasta la segunda venida del Señor
Las siete iglesias en Apocalipsis 2 y 3 se hallan divididas en dos grupos. Las
primeras tres iglesias han desaparecido, pero las últimas cuatro todavía están
entre nosotros hoy en día. Ellas permanecerán hasta la segunda venida del
Señor Jesús.

Con respecto a Tiatira, la profecía dice: “Hasta que Yo venga”. Apocalipsis 2:25
dice: “Pero lo que tenéis, retenedlo hasta que Yo venga”. Esto prueba que la
iglesia en Tiatira permanecerá hasta la venida del Señor. La iglesia en Sardis
también permanecerá hasta la venida del Señor. Apocalipsis 3:3 dice:
“Acuérdate, pues, de cómo las has recibido y oído; y guárdalas, y arrepiéntete.
Pues si no velas, vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti”.
Esto nos dice que la iglesia en Sardis permanecerá hasta la segunda venida del
Señor Jesús. Sabemos que la iglesia en Filadelfia permanecerá hasta la segunda
venida del Señor Jesús porque el versículo 11 dice: “Yo vengo pronto; retén lo
que tienes, para que ninguno tome tu corona”. La iglesia en Laodicea es la
última de las iglesias que surgirán sobre la tierra. El versículo 21 dice: “Al que
venza, le daré que se siente conmigo en Mi trono, como Yo también he vencido,
y me he sentado con Mi Padre en Su trono”. Ésta es la última iglesia y
lógicamente permanecerá hasta la segunda venida del Señor Jesús. Las
primeras tres iglesias no recibieron promesa alguna con respecto a la venida del
Señor, pero las últimas cuatro iglesias recibieron una promesa con respecto a la
venida del Señor. Ciertamente todas ellas permanecerán hasta que el Señor
Jesús venga de nuevo.

3. Entre las últimas cuatro iglesias,


debemos elegir la iglesia apropiada

Hoy, delante del Señor, examinaremos cuidadosamente estas cuatro iglesias.


Ello nos mostrará la senda que nosotros, los hijos de Dios, debemos tomar. Si
hay cuatro clases diferentes de iglesias sobre la tierra hoy, y todas ellas han de
permanecer hasta que el Señor venga de nuevo, ¿cuál es la actitud que
corresponde a un hijo de Dios con respecto de estas iglesias? Nosotros tenemos
que elegir cuidadosamente entre estas cuatro iglesias. Si elegimos una iglesia
que no es grata al Señor y que el Señor condena, sufriremos gran pérdida
delante de Él. Por ello, tenemos que examinar con detenimiento las últimas
cuatro iglesias.

D. La cuarta iglesia: Tiatira

La cuarta iglesia es Tiatira. Después que el césar de Roma aceptó al cristianismo


como religión estatal, utilizó su poder político para promover dicha religión y
encumbrarla. Antes de esto, el imperio romano se valía de su poder político para
reprimir al cristianismo; pero después, utilizó su poder político para apoyarlo.
En consecuencia, el cristianismo no sólo se unió en matrimonio con el mundo,
sino que fue exaltado por encima de este. Uno de los significados del título
Tiatira es “torre alta”. Ahora la iglesia ha llegado a ser una torre alta en el
mundo, una torre que es vista, respetada y adorada.

1. Tiatira es el catolicismo romano

Todos los lectores de la Biblia concuerdan en que Tiatira representa a la Iglesia


Católica Romana, la cual es una unión de la iglesia con el mundo. Como
resultado de esto, la iglesia es elevada en el mundo. Un problema intrínseco de
esta unión es que hace que surja una profetisa. Esta mujer se llama Jezabel, la
cual asume la posición de maestra entre los siervos de Dios, con lo cual la iglesia
cae bajo su dominio y control. El problema de la Iglesia Católica Romana es el
problema descrito en la cuarta parábola de Mateo 13, donde una mujer toma la
levadura y la esconde en tres medidas de harina. En la Biblia, esta mujer
simboliza a la Iglesia Católica Romana.

a. Dos pecados fundamentales: la fornicación


y el comer lo sacrificado a los ídolos

¿Qué hace esta mujer? Apocalipsis 2:20 dice: “Pero tengo contra ti que toleras a
esa mujer Jezabel, que dice ser profetisa, y enseña y seduce a Mis esclavos a
fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos”. Jezabel comete dos pecados
principales: uno es la fornicación y el otro es el comer de los sacrificios ofrecidos
a los ídolos. Estos dos pecados merecen la excomunión. El Señor reprendió las
enseñanzas de Jezabel.

Los versículos del 21 al 23 dicen: “Y le he dado tiempo para que se arrepienta,


pero no quiere arrepentirse de su fornicación. He aquí, Yo la arrojo en cama, y
en gran tribulación a los que con ella adulteran, si no se arrepienten de las obras
de ella. Y a los hijos de ella heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que Yo
soy el que escudriña las entrañas y los corazones; y os daré a cada uno según
vuestras obras”. La iglesia en Tiatira y las enseñanzas de Jezabel tienen dos
características: una es la fornicación y la otra es la adoración a los ídolos. En la
Biblia, la fornicación significa mixtura. Que un hombre participe de una mixtura
quiere decir que él está participando de fornicación. Aquí vemos que la Iglesia
Católica Romana está mezclada con el mundo.

b. María ocupa el lugar de la diosa de Grecia

Todas las religiones de este mundo tienen sus diosas. El budismo tiene a Kuan
Yin y los griegos adoran a Venus. Los romanos adoptaron esta práctica de los
griegos y ellos también adoraron a diosas. Como ellos no pudieron encontrar en
el cristianismo una diosa a la cual adorar, tomaron a la virgen María como su
diosa. La llamaban María, pero en realidad era tratada como la diosa griega.
Esto es fornicación y mezcla.

c. El festival del sol se convirtió en la Navidad

Todos los años, el 25 de diciembre, muchos romanos adoraban al sol y


celebraban el cumpleaños del sol. El 22 de diciembre es el día más corto del año,
después del cual los días se prolongan y las noches se acortan. Los adoradores
del sol consideraban el 25 de diciembre como el día del nacimiento del sol y, por
eso, celebraban un gran festival. Después que muchos de ellos se convirtieron, al
ver que sus amigos incrédulos celebraban dicho festival con gran prontitud
mientras ellos no tenían ninguna celebración, arguyeron que el Señor Jesús era
el verdadero sol y que el 25 de diciembre debía de ser el cumpleaños del Señor.
En consecuencia, ellos hicieron este día la Navidad. Lo único cristiano que tiene
la Navidad es que hace alusión al nombre de Cristo, pues en los hechos, tal
práctica pertenece a la religión del sol. Por favor consideren que todo esto
constituye fornicación delante de Dios; esto es una mixtura, pues la adoración
del sol ha sido mezclada con el cristianismo.

d. El templo pagano se convierte en el templo de Dios

La iglesia es el templo de Dios. En el Antiguo Testamento el templo de Dios era


edificado en parte con madera y en su mayor parte con piedra. En la era del
Nuevo Testamento, Dios permitió que el templo fuese destruido, sin dejar
piedra sobre piedra. ¿En la actualidad dónde está el templo? Hoy en día todos
aquellos que creen en el Señor son el templo de Dios. Nuestro cuerpo es el
templo del Espíritu Santo. Aun así, hoy en día la Iglesia Católica Romana ha
erigido edificios muy altos e imponentes. Los griegos eran expertos en la
arquitectura refinada. Los romanos continuaron la tradición griega y dedicaron
mucho tiempo al estudio de la arquitectura. Además, eran expertos en la
construcción de edificios artísticos. Ellos consideraron que todos los dioses
tenían su propio templo y que, en contraste, el cristianismo carecía de algo
digno de ser admirado. Entonces, abandonaron la enseñanza de los apóstoles y
construyeron edificios muy altos y hermosos. Ningún otro edificio en el mundo
puede compararse a las catedrales del cristianismo. Los hombres llaman a estas
catedrales los templos de Dios. Las catedrales en Milán, la catedral de San Pablo
en Roma y la catedral de Notre Dame en París son todos ellos edificios muy
elevados a los que la gente llama templos de Dios. Pero por favor tengan
presente que este es un pensamiento de origen pagano. Los hombres
convirtieron los templos paganos en templos del cristianismo, pues ellos los
consideraban como edificios cristianos, pero en realidad son edificios paganos.
El cristianismo cometió fornicación y siguió a los paganos.
e. El sacerdocio del judaísmo se convirtió
en el sacerdocio del catolicismo

En el Nuevo Testamento, todos los hijos de Dios son sacerdotes. Si usted es un


hijo de Dios, es un sacerdote. A los ojos de Dios, todos los que creen en el Señor
Jesús son sacerdotes y todos ellos le sirven. Pero la Iglesia Católica Romana, al
darse cuenta de que los sacerdotes en el judaísmo efectivamente servían como
una clase intermediaria, dividieron a los creyentes del catolicismo romano en
dos clases, y el concepto judaico del sacerdocio, que era propio del Antiguo
Testamento, fue introducido en la iglesia del Nuevo Testamento. Una de estas
clases se viste con túnicas y birretes sacerdotales. Todo lo que la Biblia describe
acerca del sacerdocio antiguotestamentario, la Iglesia Católica Romana lo aplicó
a sus sacerdotes. Los sacerdotes católicos se visten de la misma manera que lo
hacían los sacerdotes del Antiguo Testamento y, además, ellos le añaden una
gran parafernalia. Ellos no solamente han adoptado muchas cosas del judaísmo,
sino que también han introducido en el cristianismo muchas cosas de la religión
griega y de los templos romanos. De esta forma, ellos han alterado la manera
ordenada por Dios. Esto es fornicación. En la Biblia, la fornicación significa
confusión.

f. Elementos supersticiosos procedentes del paganismo

Esto no es todo. La Iglesia Católica Romana introdujo cosas tales como cirios,
candeleros, incensarios, etc. que corresponden al Antiguo Testamento. Incluso
introdujo objetos paganos. Todo esto no es sino fornicación. El paganismo, la
idolatría, la superstición y los misterios romanos fueron todos cristianizados.
¡Esto no es cristianismo sino una gran confusión!

g. Se llenaron de ídolos

Dios reprendió a Tiatira no solamente por su mixtura, sino también por su


idolatría. ¡Qué extraño es que Dios tenga que reprender a Su propia iglesia por
ser idólatras! Ciertamente la iglesia estaba involucrada en idolatría. En el
Antiguo Testamento los hombres adoraron a la serpiente de bronce. En la
Iglesia Católica Romana, los hombres adoran la cruz del Señor Jesús. El
catolicismo romano dice haber encontrado la cruz original, y muchas crucecitas
han sido hechas con esa madera. Los hombres adoran estos objetos. El Señor
Jesús es Dios, y Dios no tiene una imagen. Sin embargo, estos hombres se
hicieron una imagen de Dios y la adoraron. Ellos también hicieron imágenes de
María, Pedro y Marcos. Finalmente, ¡toda la tierra está llena de sus imágenes!
Debido a las diferencias culturales, algunos ídolos son muy sofisticados,
mientras que otros son burdos. Aquellos cuyas civilizaciones están más
avanzadas crean hermosas imágenes, mientras que los que pertenecen a
civilizaciones atrasadas, sólo tienen objetos muy burdos. Pero todos estos
objetos son ídolos. ¡Sus catedrales están llenas de ídolos! Cuando los católicos
oran, no oran a Dios en los cielos; más bien, ellos encienden cirios delante de
sus ídolos, se persignan haciendo gestos en forma de cruces delante de los
ídolos. Ellos tienen imágenes del Padre, del Señor Jesús, y de María, Pablo y
Pedro. Tienen imágenes de todos los santos sufrientes y de los mártires de
diversas épocas. Durante todos los siglos y hasta ahora, cuando individuos
prominentes en la iglesia fallecen, la Iglesia Católica Romana los canoniza y
hace imágenes de ellos. Entonces, tales ídolos son fabricados y adorados por
todos.

h. Adoran los huesos de los mártires

Esto no es todo. Incluso los huesos de los mártires se han convertido en objeto
de adoración. Si alguno desentierra una pierna o uno de los huesos de un
mártir, la Iglesia Católica Romana se reúne alrededor de dichos objetos y los
adora. A menos que uno esté bien informado sobre esta religión, le será
imposible adivinar cuántos ídolos hay en el catolicismo. Aquellos que están
familiarizados con el catolicismo saben que está, literalmente, lleno de ídolos.

La iglesia en Tiatira representa a la Iglesia Católica Romana, la cual tiene dos


pecados fundamentales. Uno es la fornicación, es decir, que introdujo cosas
paganas en la iglesia. El otro es la idolatría, que consiste en hacer ídolos de
muchas cosas en la iglesia.

2. Tiatira es una iglesia condenada por Dios

Esta iglesia es condenada por Dios. A quienes están en la Iglesia Católica


Romana el Señor les dice: “Salid de ella, pueblo Mío, para que no seáis
partícipes de sus pecados, ni recibáis sus plagas” (Ap. 18:4). Dios no se agrada
de aquellos que permanecen en el catolicismo romano.

De acuerdo a Apocalipsis 2 y 3, Tiatira es la cuarta iglesia. Esta iglesia es


posterior a Pérgamo, ya que junto con Éfeso y Esmirna, las tres primeras han
dejado de existir. Tiatira surge después de estas iglesias y continúa existiendo, y
estará en medio nuestro hasta que el Señor Jesús regrese. Es la cuarta iglesia,
pero permanecerá hasta que el Señor Jesús venga de nuevo. Por ser creyentes e
hijos de Dios, jamás debemos involucrarnos con nada que se relacione con el
catolicismo. Nunca toquen esas cosas inmundas; pues una vez que las toquen
serán afectados por ellas. Recuerdo que una vez el Sr. D. M. Panton dijo: “Los
errores en sus libros son tan numerosos que uno difícilmente se da cuenta de
que son errores”. Es difícil para una persona distinguir lo correcto de lo
incorrecto porque hay tantos errores, es decir, en una cosa tras otra uno no
encuentra sino errores. ¡Esto confunde la mente! Por ello, ¡jamás debemos optar
por la senda del catolicismo romano!
E. La quinta iglesia: Sardis

La quinta iglesia es Sardis, que es la iglesia recobrada o la iglesia que


permanece. También podemos decir que ésta es la iglesia que es dejada atrás.
Esta iglesia viene después de Tiatira, pero Tiatira no desaparece ni es
reemplazada por Sardis.

1. Tiene nombre de que vive,


pero está muerta

Podemos ver la condición en la que se encuentra Sardis por las palabras: “Yo
conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto. Sé vigilante,
y afirma las cosas que quedan, las que están a punto de morir; porque no he
hallado que tus obras hayan sido acabadas delante de Mi Dios ... Pero tienes
unas pocas personas en Sardis que no han contaminado sus vestiduras” (3:1-2,
4). La característica de Sardis es que tiene nombre de que vive, y está muerta.

2. La reforma religiosa y la reforma política

El protestantismo surge después del catolicismo romano. Sardis representa a


todo el protestantismo. Si bien incluye a la Reforma, Sardis no es un cuadro de
la Reforma, sino más bien un cuadro de todo el protestantismo.

En el cenit de su poder, el catolicismo romano se convirtió en un sistema que


era autocrático y maligno. La Reforma ocurrió durante una época en la cual las
naciones europeas ya no podían tolerar la supresión que les imponía el
catolicismo. Sin embargo, durante la Reforma operaron dos clases de fuerzas:
una era la de Dios y la otra la de los hombres.

En la parte que competía a Dios, estaba Martín Lutero. Él fue el único que se
opuso a los sacerdotes, los obispos, el papa y toda la Iglesia Católica Romana.
En esa época, Dios les concedió a los hombres una Biblia abierta y les reveló la
verdad acerca de la justificación por la fe. Los amadores de Cristo se levantaron
de todos los rincones y produjeron la Reforma. Ellos sacrificaron sus vidas por
el Señor y este fue el sello distintivo de la palabra de su testimonio. A pesar de
que fueron perseguidos por la Iglesia Católica, ellos perseveraron en su fe con
respecto a la obra de recobro del Señor. Ellos lo sacrificaron todo a fin de
sustentar la Reforma. El Espíritu Santo se movió de manera prevaleciente y
produjo muchos siervos fieles. La Biblia fue abierta y los hombres comenzaron a
ver la luz; hombres y mujeres en todo lugar fueron iluminados con respecto a su
salvación. Ellos declararon que, en cuanto a su salvación, ya no volverían a
poner su confianza en sus propias obras ni en los sacerdotes, sino que pondrían
su confianza únicamente en Dios. ¡Ciertamente esta fue una gran obra del
Espíritu Santo!
Mientras Lutero luchaba por la Reforma, muchos poderes políticos que
criticaban a la Iglesia Católica Romana trataron de aprovecharse de la Reforma
para lograr sus propios objetivos políticos. La Reforma se convirtió tanto en una
reforma política como en una reforma religiosa. En parte, esto se debió a que el
catolicismo romano se había armado no sólo de poder religioso sino también de
poder político, pues en aquel tiempo la Iglesia Católica Romana regía sobre toda
Europa. La Reforma fue originalmente un movimiento religioso. Sin embargo,
reyes, gobernadores y políticos de muchos países aprovecharon esta
oportunidad para liberarse de la tiranía de Roma y para declarar su
independencia de Roma. Esta es la razón subyacente por la cual la reforma
política tomó lugar. Anteriormente, tanto el gobierno de la iglesia como el
gobierno civil estaban bajo la influencia de Roma. Ahora, tanto la iglesia como
las naciones podían liberarse de Roma.

3. La formación de las iglesias estatales

A la larga, la Reforma se convirtió en un frente unido de la iglesia y el mundo en


contra del catolicismo romano. No solamente la iglesia se oponía a Tiatira, sino
que además, los poderes políticos se oponían a Tiatira. Ambas facciones
aprovecharon la oportunidad para organizar simultáneamente una sublevación
en contra de la Iglesia Católica. Como resultado de ello, se formaron las iglesias
estatales. En Alemania y en Suecia estaba la Iglesia Luterana; en Inglaterra, la
Iglesia Anglicana, y en Holanda, la Iglesia Holandesa Reformada, etc. Todas
estas eran iglesias del estado.

a. La religión se mezcló con la política

Al comienzo de la Reforma, muchos de los que pertenecían al pueblo de Dios


salieron del catolicismo debido a que deseaban ser libres de la fornicación e
idolatría católicas. Pero tal reforma fue fomentada por el poder político. En su
ignorancia, ellos aceptaron la ayuda de poderes externos, de modo que, al
establecer sus nuevas iglesias, repitieron el error del catolicismo romano. En el
catolicismo encontramos una iglesia en que la política y la religión se han unido
en matrimonio. Así mismo, al establecer sus propias iglesias, los protestantes
también combinaron la política con la religión.

b. La iglesia adoptó los límites de la nación


como sus propios límites

Si los creyentes que dejaron la Iglesia Católica Romana hubiesen querido


retornar a lo establecido en el Nuevo Testamento, habrían visto que la iglesia es
el pueblo de Dios y que, como tal, es una sociedad que no depende de ninguna
otra entidad. Pero la luz que ellos tenían en ese entonces no era muy intensa, y
además, muchas fuerzas surgieron a su alrededor procurando aprovecharse de
ellos. Como resultado, ellos formaron las iglesias estatales. En Alemania, los
creyentes formaron la iglesia estatal alemana, y todos los ciudadanos alemanes
se convirtieron en miembros de dicha iglesia. En Inglaterra se estableció la
Iglesia Anglicana. Todo aquel que nacía en Inglaterra reunía los requisitos para
ser bautizado por un sacerdote anglicano. Según la definición de lo que es una
iglesia estatal, los límites de la nación son los límites de la iglesia. No solamente
los creyentes están incluidos en la iglesia, sino también todos los ciudadanos de
la nación reúnen los requisitos para ser bautizados en la iglesia. En cuanto a su
nombre, la iglesia estatal es viviente; pero en realidad, está muerta. Es así como
las iglesias estatales llegaron a existir.

c. Una mezcla de creyentes con incrédulos

El protestantismo se caracteriza por la mezcla del mundo con la iglesia. Antes de


esto, tal mezcla era universal; pero después se localizó por sus países.
Originalmente, la Iglesia Católica Romana regía todo el mundo. Luego surgieron
iglesias independientes en todos los países, y cada país tenía su propia iglesia.
La iglesia fue identificada con los que eran el pueblo de Dios y con los que no
eran el pueblo de Dios; esto es, se mezcló. Tiene nombre de que vive, ¡y está
muerta! Esta es la condición del protestantismo.

d. Gigantes espirituales en forma individual

Por supuesto, esto no evitó que el protestantismo produjera muchos hombres


prominentes. Muchos hombres verdaderamente espirituales proceden del
protestantismo y fueron muy usados por Dios. Por ello, el Señor dijo: “Pero
tienes unas pocas personas en Sardis que no han contaminado sus vestiduras; y
andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas” (3:4). Esta es la
historia y la característica del protestantismo. Por un lado, tiene nombre de que
vive, pero está muerto; por otro, ha producido muchos hombres espirituales
prominentes. Sin embargo, todos estos hombres fueron individuos aislados; no
constituyeron un hombre corporativo. Sardis tiene “unas pocas personas”.
Siempre hay unos cuantos aquí y unos cuantos allá. Esta es la característica del
protestantismo.

e. El surgimiento de las iglesias independientes

La historia del protestantismo comenzó con las iglesias estatales. Después,


vemos que se desarrollaron las iglesias independientes mediante los llamados
“disidentes” (aquellos que tenían opiniones diferentes de las que sostenían las
iglesias estatales). Ellos comenzaron a darse cuenta de que eran muchos los que
se unían a las iglesias estatales por medio del llamado “bautismo”, y no por
medio de la fe. Así pues, las personas llegaban a ser creyentes no por medio de
la fe, sino por medio del bautismo. Fueron muchas las personas que se
despertaron de este error que se cometía en las iglesias estatales. Estas personas
creían que una persona llega a ser hijo de Dios únicamente después de haber
creído en Él.

f. División por causa


de las verdades

Así pues, algunas de estas personas comenzaron a prestar especial atención a


ciertas verdades nuevas que iban descubriendo. En realidad, las iglesias
estatales no tenían otra intención que no fuera la de mantener sus propias
organizaciones estatales; ellas realmente no se interesaban seriamente en servir
al Señor. Entonces, Dios comenzó a hacer surgir ciertos hombres, unos cuantos
aquí y otros allá, los que comenzaron a descubrir ciertas verdades y a condenar
ciertas prácticas. Tales personas dieron inicio a las que fueron llamadas iglesias
independientes o iglesias disidentes, iglesias que sostenían opiniones diferentes.
Ellas sufrieron mucha persecución y mucha oposición. La historia de Juan
Bunyan es un ejemplo de tal clase de persecución. También los presbiterianos
fueron perseguidos en Escocia. Y debido a la persecución los puritanos zarparon
para América. Entre tales hombres podemos nombrar a John Wesley, George
Whitefield y sus grupos. Dios hacía surgir una persona aquí y otra allá a fin de
mostrarles algunas verdades específicas. Tales personas respondían a Dios
levantándose para condenar ciertas prácticas y para renunciar a cualquier
relación con los pecados. Como resultado de todo esto, hubo varios que se
separaron de las iglesias estatales.

g. La unidad tiene como base el juicio de los pecados

Al comienzo, cuando estos disidentes se alejaban de las iglesias estatales, se les


tachaba de ser divisivos. Debido a que ellos sostenían opiniones divergentes, los
marcaron como divisivos, pero en realidad, ellos no eran los divisivos. Las
iglesias estatales habían llegado a ser demasiado amplias, ya que incluían a
demasiadas categorías de personas. A fin de que los hijos de Dios pudieran
seguir al Señor, ellos no tuvieron otra alternativa que separarse de las iglesias
estatales.

Tenemos que comprender que la unidad no se basa en la tolerancia de nuestros


pecados, sino en el juicio de los pecados. Hoy en día, la unidad de la que algunos
hablan está basada en la tolerancia de cierto pecado. Cierto pecado es puesto en
evidencia, y entonces, uno lo tolera y luego otro también lo tolera. Así, todos
aquellos que toleran tales pecados dan origen a cierta unidad basada en la
tolerancia. Cuando todos toleran cierto pecado, entonces ninguno tiene
problemas con nadie. Hay muchas cosas en las iglesias estatales que no son de
Dios. Quizás el Espíritu Santo despierte la conciencia de alguno para que
rechace cierto pecado, pero los demás no lo rechazarán. Entonces, aquel que
rechaza tal pecado es tachado de ser divisivo. En realidad, el problema no
estriba con aquel que vio algo, sino con aquellos que no han visto nada.

Si todos los hijos de Dios pronunciaran juicio sobre los pecados, serían uno. La
unidad entre los hijos de Dios no se debe basar en sus concesiones. En primer
lugar, tenemos que ser uno con el Señor. Si los hijos de Dios son negligentes al
juzgar el pecado, es probable que logren cierta unidad entre ellos, pero
ciertamente habrán dejado de ser uno con el Señor.

La historia del protestantismo nos muestra que Dios constantemente está


levantando ciertas personas aquí y allá, aquellas que buscan conocer el corazón
de Dios y que juzgan al pecado. Puede ser que los demás no vean lo que ellas
ven, o que tal vez se nieguen a verlo. Como resultado, aquellos que ven algo son
llamados divisivos por obedecer a Dios. Si todos los hijos de Dios juzgaran el
pecado y eliminaran todo aquello que no es de Dios, entonces serían uno, los
unos con los otros, y serían uno con el Señor. Por favor, recuerden que ejercer
juicio sobre el pecado es la verdadera base de nuestra unidad.

h. La primera generación recibe la bendición,


la segunda generación trae la organización
y la tercera la degradación

Otro de los fenómenos que se dan entre los protestantes es el siguiente ciclo:
Durante cierta generación, surge una determinada persona que recibe mucha
gracia y mucha bendición de parte del Señor; así, esta generación es muy
bendecida. Una vez que esta generación pasa, la segunda generación continúa
en una condición bastante buena. Pero, en las postrimerías de esta segunda
generación, los hombres comienzan a prestar atención a otras cosas. Ellos
comienzan a decir: “Hemos recibido tanta gracia de parte del Señor que
debemos de idear maneras en que podamos salvaguardar esta gracia.
Debiéramos formar una organización que se encargue de dar continuación a
esta gracia y salvaguardarla”. Así, durante la segunda o tercera generación,
surge la organización. A veces, tal clase de organización surge incluso durante
las postrimerías de la primera generación.

Estos creyentes saben que Dios es el dador de la gracia, pero no creen que Dios
también es quien resguarda esta gracia. Ellos creen en la bendición de Dios,
pero les es imposible creer en la bendición continua de Dios. Como resultado de
ello, los credos humanos, las normas, los métodos y los diversos medios son
introducidos como parte de un esfuerzo por conservar la bendición. Cuando la
fuente ha sido cerrada, tarde o temprano el estanque se seca; el nivel de agua ha
dejado de subir. Entonces cuando surge la tercera generación se encuentra en la
condición de muerte; todo ha regresado a la misma condición que antes, es
decir, ha retornado al estado inicial del cual había salido. Por esto, Dios tiene
que ir a buscar a otra persona, o a un grupo de personas, que habrá de buscar
una nueva visión, nuevas bendiciones, un nuevo grado de separación y una
nueva gracia. Esto traerá un nuevo período de avivamiento. Este ciclo se repite
una y otra vez: bendición en la primera generación, organización en la segunda
generación y degradación en la tercera generación.

i. Oscilando entre la vida y la muerte

Al comienzo, algunos se alejaron de las iglesias estatales. Después, los que


dejaron las iglesias estatales fueron a su vez dejados atrás por otros.
Inicialmente, aquellos que dejaron las iglesias estatales lo hicieron debido a que
éstas estaban muertas. Luego, aquellos mismos que salieron de las iglesias
estatales, cayeron en una condición de muerte, y otros los dejaron atrás. La
historia entera del protestantismo es una historia de tener nombre de que vive,
pero en realidad están muertos. Es una historia que oscila entre la vida y la
muerte. Algunos fueron vivificados y otros cayeron en una condición de muerte.
No todos están muertos, ya que siempre hay unos pocos que no se contaminan,
y quienes son las personas prominentes que Dios ha elegido y a las cuales
utiliza. Estos son los gigantes del protestantismo, ellos son dignos de andar con
el Señor en vestiduras blancas. Ésta es la historia completa del protestantismo.

La iglesia en Tiatira fue reprendida. Sardis también fue reprendida. Entonces,


¿cuál es el camino que los creyentes deben tomar?

F. La sexta iglesia: Filadelfia

Después viene la sexta iglesia, que se llama Filadelfia. Fila significa “amor” y
delfia significa “los hermanos”. Filadelfia significa “amor fraternal”.

1. Retorna al amor fraternal

Entre las siete iglesias, esta es la única que no es reprendida por el Señor. La
Iglesia Católica Romana fue reprendida, y lo mismo ocurrió con las iglesias
protestantes. Únicamente Filadelfia no es reprendida. Con respecto a Filadelfia,
solamente encontramos elogios.

¿Cuáles son las características de Filadelfia? Apocalipsis 3:8 dice: “Yo conozco
tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie
puede cerrar; porque tienes poco poder y has guardado Mi palabra, y no has
negado Mi nombre”. Esta es la característica de Filadelfia. La característica de
Tiatira es la enseñanza de una mujer. La característica de Sardis es la unión
entre la iglesia y el mundo así como una necesidad constante de separarse, es
una lucha constante entre la vida y la muerte. Pero la característica de Filadelfia
es el amor fraternal; es un retorno al amor fraternal. Aquí no hay nada
mundano porque todos son hermanos. No existe la necesidad de luchar para
mantenerse separados de toda muerte. Sólo hay un retorno a nuestro estado
original de hermandad. Aquí encontramos el amor fraternal.

Así como Sardis sale de Tiatira, Filadelfia sale de Sardis. Los protestantes
salieron del catolicismo romano, y Filadelfia sale del protestantismo.
Ciertamente se trata de un nuevo mover del Espíritu Santo. Este nuevo mover
hizo que las personas fueran atraídas a salir de Sardis, la iglesia muerta, y
fuesen puestas en el territorio donde hay amor fraternal. En otras palabras, ellos
ahora se encontraban en el terreno del Cuerpo. No reconocían otra relación
aparte de la relación propia de los hermanos. Ellos no reconocían otra
comunión que no fuese la comunión de amor. Esto es Filadelfia.

2. Guarda la palabra del Señor

Filadelfia tenía dos características: guardó la palabra del Señor y no negó el


nombre del Señor. He aquí un grupo de personas que son guiadas por Dios a fin
de guardar Su palabra. Dios les abrió la Palabra y otros pudieron comprender la
Palabra de Dios por medio de ellas. Estas personas no poseían ningún credo, ni
doctrina ni tradiciones; solamente tenían la Palabra de Dios. En la época de
Filadelfia, encontramos un grupo de personas que retorna completamente a la
Palabra de Dios y que no reconoció ninguna otra autoridad, doctrina ni credo.

Un hombre puede comprender e incluso predicar cierta doctrina, pero esto no


significa que haya entendido la Biblia. Él podrá memorizar credos y proclamar
su fe en ellos, pero esto no quiere decir que haya entendido la Biblia. El Señor
nos habría dado credos hace mucho tiempo si la iglesia realmente los necesitara.
Hoy en día, los hombres forman credos al analizar la Biblia y tratar de
condensar las enseñanzas que están en ella. Los credos son limitados, pero la
Biblia es ilimitada. Los credos son sencillos, pero la Biblia es complicada. Una
persona necia podrá entender los credos si los estudia, pero no podrá
comprender la Biblia. Sólo cierta clase de personas pueden comprender la
Biblia, y sólo bajo ciertas condiciones un hombre podrá entender la Palabra de
Dios. Los credos abren una puerta demasiado amplia y cualquiera puede entrar
por ella, pero la Palabra de Dios no es una puerta muy ancha y sólo los que
tienen vida pueden entrar en ella. La puerta que abren los credos es tan amplia
que todo lo que se necesita para entrar por ella es una mente inteligente. Pero la
Palabra de Dios no es tan simple. A menos que un hombre posea vida y sea
sencillo delante del Señor, no podrá ver ni podrá comprender Su palabra.

Mucha gente piensa que la Palabra de Dios es demasiado estrecha. Ellos quieren
hacerla más amplia, de tal manera que puedan atraer a más personas hacia ella.
Pero aquellos que están en Filadelfia rechazan todos los credos y todas las
doctrinas. Ellos han retornado a la Palabra del Señor. El Señor dijo: “Has
guardado Mi palabra”. En la historia de la iglesia, jamás ha habido otra era en la
que los hombres entendieron la Palabra de Dios tanto como aquellos que
formaron parte de Filadelfia. En Filadelfia, la Palabra de Dios ocupaba el lugar
que le correspondía. En otras eras, los hombres aceptaban los credos y las
tradiciones, pero Filadelfia no aceptaba otra cosa que no fuera la Palabra de
Dios. Filadelfia retornó a la Palabra de Dios y anduvo conforme a ella. En la
historia de la iglesia jamás ha habido otro tiempo en que el ministerio de la
Palabra haya sido tan rico como el que se encontraba en Filadelfia.

3. No niega el nombre del Señor

El Señor dijo: “No has negado Mi nombre” (v. 8). Esta es otra característica de
Filadelfia. En la larga historia de la iglesia a través de las edades, el nombre del
Señor Jesús siempre ha ocupado el último lugar en importancia. Los hombres
prestan atención a los nombres de santos tales como Pedro y los otros apóstoles;
prestan atención a los nombres que les gustan, o a los nombres de ciertas
doctrinas, o de algunas naciones. Son muchos de ellos los que declaran
orgullosos: “Yo soy luterano” o “Yo soy wesleyano”. ¡Oh, los nombres de los
hombres! Muchos otros proclaman orgullosos: “Yo soy cóptico” (nombre de un
lugar) o “Yo soy anglicano” (que significa británico). Estos son nombres de
países. ¡Estos nombres han dividido a los hijos de Dios en diversas
denominaciones! Es como si el nombre de Cristo no fuese suficiente para
separarnos del mundo.

Si alguien le pregunta: “¿Qué es usted?”, y usted le responde: “Yo soy cristiano”,


la otra persona no estará satisfecha con tal respuesta y le preguntará
nuevamente: “¿Qué clase de cristiano es usted?”. Recuerdo que en cierta
ocasión, cuando estaba en otro país, una persona me preguntó: “Pero bueno,
¿qué es usted?”. Yo le dije: “Soy cristiano”. Entonces, él me dijo: “¡Eso no
significa nada!”.

a. El nombre del Señor nos basta

Para el Señor, Su nombre es suficiente para Sus hijos. Pero en cuanto a


nosotros, tuvimos que esperar hasta llegar a Filadelfia para ver a hombres que
están satisfechos solamente con el nombre del Señor. No hay necesidad de tener
tantos otros nombres que causan división. ¡Su nombre nos basta! El Señor nos
lo hace notar: “No has negado Mi nombre”. Esto es lo que a Él le importa.

En la historia de la iglesia nunca ha habido otra época en la que los hombres


hayan aborrecido tanto tomar otros nombres como en la época de Filadelfia.
Cuando uno retorna a Filadelfia, ¡todo otro nombre es negado! Filadelfia ha
abolido todos los otros nombres y únicamente ha exaltado el nombre de Cristo.
Debemos tener en mente que al Señor solamente le importa esto. Esta es la base
de Su elogio que le da a Filadelfia. Esto es de Su agrado. No menospreciemos
esto ni seamos negligentes al respecto. El Señor deliberadamente señala que
estos creyentes han confesado Su nombre y no han negado Su nombre. ¡Él le
presta mucha atención a esto y lo elogia!

b. En cuanto a vencer

Algunos hermanos han preguntado: “¿Sobre qué han vencido los vencedores en
Filadelfia?”. ¿Captan cuál es el problema que plantea esta pregunta? Los
vencedores de Éfeso vencen el abandono del primer amor. Los vencedores de
Esmirna vencen sobre las amenazas de muerte. Los vencedores de Pérgamo
vencen la opresión y las tentaciones de este mundo. Los vencedores de Tiatira
vencen la enseñanza de una mujer. Los vencedores de Sardis vencen la muerte
espiritual, es decir, superan la condición de tener nombre de que viven y en
realidad están muertos. Los vencedores de Laodicea vencen la tibieza y la
vanagloria. Pero ¿qué es lo que vencen los vencedores de Filadelfia? En toda la
epístola a Filadelfia únicamente se nos muestra el deleite que tiene el Señor en
lo que ellos hacen. De las siete epístolas, esta es la única que cuenta con la
aprobación del Señor. ¿Sobre qué tendríamos que vencer si el Señor está
plenamente satisfecho? Esta es una iglesia plenamente aprobada y considerada
como la mejor, pues se trata de una iglesia que responde plenamente al anhelo
del corazón del Señor. Pero el Señor tiene una promesa para los vencedores de
Filadelfia. ¿Qué tienen que vencer? Nada, porque no hay ningún problema con
esta iglesia.

c. Retén lo que tienes

Pero el Señor hace una advertencia aquí. El versículo 11 dice: “Yo vengo pronto;
retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”. Esta es la única
advertencia en toda la epístola. Se les recuerda a quienes están en Filadelfia que
deben retener lo que tienen. En otras palabras, ellos poseen lo correcto y no
deben de perderlo. Ellos no deberían cansarse de hacer lo mismo por largo
tiempo y no deben suplicar un cambio. Ellos no deberían considerar hacer algo
nuevo después de tantos años de hacer las mismas cosas. ¡Ellos tienen que
retener lo que tienen y no deben soltarlo! Esta es la única advertencia dirigida a
Filadelfia. El Señor le manda a Filadelfia una sola cosa: retén lo que tienes. Lo
que ellos han hecho es lo correcto y es bendecido por el Señor; por tanto, deben
continuar en ello.

Si Filadelfia no retiene lo que posee, Dios hará que surjan otras personas que le
quitarán su corona. La corona ya ha sido dada a Filadelfia, pero otros podrían
quitársela si ella no la retiene. Esta es la única advertencia que se le hace a
Filadelfia. Filadelfia vence por medio de no perder aquello que ya tiene. Esto
difiere del caso de las otras seis iglesias. Tenemos que prestar atención a la
Palabra del Señor. Solamente hay una iglesia que se conforma a la norma
establecida por el Señor: la iglesia en Filadelfia. Su característica es que ha
guardado la Palabra del Señor y no ha negado Su nombre. Jamás debemos ser
negligentes respecto a estos dos asuntos.

G. La séptima iglesia: Laodicea

Cinco de las siete iglesias fueron reprendidas. Una no recibió ninguna


reprensión y otra recibió solamente elogios. La iglesia que solamente recibió
elogios es Filadelfia. El catolicismo, el protestantismo y Filadelfia permanecerán
hasta que el Señor Jesús retorne. La última iglesia, la séptima, Laodicea,
también permanecerá hasta que el Señor Jesús venga de nuevo. Puesto que
Sardis salió de Tiatira y Filadelfia salió de Sardis, lógicamente Laodicea tiene
que salir de Filadelfia. Una genera a la otra.

1. Laodicea es el resultado
de la degradación de Filadelfia

Este es el problema en la actualidad. Una vez que Filadelfia fracasa, se convierte


en Laodicea. No piensen que el protestantismo es Laodicea. Es completamente
erróneo pensar así. El protestantismo no es Laodicea sino Sardis. El
protestantismo actual sólo puede ser Sardis; no puede ser Laodicea. Ningún
lector de la Biblia debería ser tan necio como para pensar que el protestantismo
es Laodicea. No, el protestantismo es Sardis. Después que Filadelfia fracasa, se
convierte en Laodicea. Sardis salió de Tiatira y estaba un paso más adelante que
Tiatira. Filadelfia salió de Sardis y estaba un paso más adelante que Sardis.
Laodicea, sin embargo, sale de Filadelfia, pero está un paso detrás de Filadelfia.
Estas cuatro iglesias permanecerán hasta que el Señor Jesús venga de nuevo.

Laodicea es una Filadelfia distorsionada. Cuando el amor fraternal se


desvanece, Filadelfia de inmediato se inclina por las opiniones de muchos. Este
es el significado de la palabra Laodicea. Laodicea era una ciudad cuyo nombre
fue dado por un príncipe romano, Antíoco. Él tenía una esposa que se llamaba
Laodius. Este príncipe tomó el nombre de su esposa y sustituyó el sufijo “us” por
“cea” para crear el nombre: Laodicea. En griego, Lao significa “multitudes” y
cea o sea significa “opiniones”.

En cuanto Filadelfia se degrada, los “hermanos” se convierten en “multitudes”, y


su “amor fraternal” se convierte en “las opiniones de una multitud”. Así pues, el
amor se ha degenerado hasta convertirse en una opinión. El amor fraternal es
algo viviente, pero la opinión de las multitudes es algo muerto. Cuando se pierde
el amor fraternal, se pierde la relación propia del Cuerpo. La comunión de la
vida divina es interrumpida también, y lo único que queda son las opiniones de
los hombres. La opinión del Señor ya no está presente, y las únicas cosas que
permanecen son los votos de la mayoría, las balotas y las manos en alto. Una vez
que Filadelfia cae, se convierte en Laodicea.

2. La tibieza y la arrogancia espiritual

Apocalipsis 3:15 dice: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá
fueses frío o caliente!”. Esta es la característica de Laodicea. El versículo 17 dice:
“Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo
necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y
desnudo”. Estas son las características de Laodicea. A los ojos del Señor, las
características propias de Laodicea son la tibieza y la arrogancia espiritual. Ya es
bastante malo decir: “Yo soy rico”, pero además continúa diciendo: “y me he
enriquecido”. Estas dos afirmaciones ya son bastantes malas de por sí, pero aún
continúa diciendo: “y de ninguna cosa tengo necesidad”. Pero a los ojos del
Señor, se trata de un “desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”. ¿De
dónde procede la arrogancia espiritual? Procede de la historia. Cuando algunos
fueron ricos una vez y todavía piensan que son ricos. Alguna vez el Señor tuvo
misericordia de ellos, y ahora ellos recuerdan su historia. Pero en la actualidad
ellos han perdido tal realidad.

3. La vida que otrora estaba presente


ahora se ha perdido

Es difícil encontrar en el protestantismo una persona que se jacte de sus propias


riquezas espirituales. Yo he conocido a muchos líderes protestantes en el
extranjero así como a muchos pastores protestantes en China. Todos ellos
exclaman: “¡Somos pobres! ¡Somos pobres!”. Es difícil encontrar una persona
orgullosa en Sardis. Solamente hay un grupo de personas orgullosas —aquellas
que fueron Filadelfia y que otrora guardaron la Palabra de Dios y no negaron Su
nombre; sin embargo, la vida que otrora tenían, se ha perdido. Ellos todavía
recuerdan su historia, ¡pero han perdido la vida que antes tenían! Ellos
recuerdan que otrora fueron ricos y se habían enriquecido y que de ninguna
cosa tenían necesidad. ¡Pero ellos ahora son pobres y ciegos! Solamente hay un
grupo de personas que puede gloriarse de sus riquezas— la Filadelfia caída, la
Filadelfia que ha perdido su poder y su vida.

4. Aprendamos a humillarnos delante de Dios

Hermanos y hermanas, si ustedes desean permanecer en la senda de Filadelfia,


recuerden que deben humillarse delante de Dios. Algunas veces escucho a
algunos hermanos decir: “La bendición de Dios está con nosotros”. Si bien la
bendición de Dios está con nosotros, tenemos que ser cuidadosos cuando
decimos esto. En cuanto nos descuidamos, adquirimos el sabor de Laodicea, que
dice: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad”.
Quisiera decirles que el día que adoptemos tal posición nos habremos
convertido en Laodicea.

Tengan presente que no tenemos nada que no hayamos recibido. Los que nos
rodean pueden estar llenos de muerte, pero no necesitamos estar conscientes de
que nosotros mismos estamos llenos de vida. Quizás los que nos rodean sean
pobres, pero no es necesario estar conscientes de que nosotros somos ricos.
Aquellos que viven delante del Señor no serán conscientes de sus propias
riquezas. Quiera el Señor tener misericordia de nosotros y que aprendamos a
vivir delante de Él. Quiera Dios que seamos ricos y, aun así, no sepamos que lo
somos. Era mejor para Moisés no saber que su rostro resplandecía, ¡aun cuando
en verdad sí resplandecía! Una vez que una persona se conoce a sí misma, se
convierte en Laodicea, y el resultado es la tibieza. Laodicea significa saberlo
todo, pero en realidad, no ser fervientes en nada. En nombre, lo posee todo,
pero es incapaz de sacrificar su vida por algo. Recuerda su antigua gloria, pero
se olvida de su estado actual delante de Dios. Antiguamente, era Filadelfia; hoy
en día, es Laodicea.

II. ESCOJAMOS PARA NOSOTROS


LA SENDA DE LA IGLESIA

Hoy les presento a todos ustedes estas cuatro iglesias. Las últimas tres salieron
del catolicismo romano, y las cuatro permanecerán hasta que el Señor Jesús
regrese. Hoy en día todo hijo de Dios tiene que elegir por sí mismo la senda que
habrá de tomar con respecto a la iglesia. ¿Quiere usted ser un católico romano?
¿Quiere ser un protestante? ¿Quiere seguir la unidad del catolicismo romano?
¿Quiere seguir las muchas denominaciones del protestantismo? ¿O quiere optar
por la senda de Filadelfia? ¿O será que usted alguna vez fue Filadelfia pero
ahora vive a la sombra de su historia, jactándose de su antigua gloria, y se ha
convertido en Laodicea? Cuando una persona se vuelve arrogante, abandona la
senda de la vida y no tiene en cuenta la realidad, mientras que rememora su
historia y sus propias riquezas, pero lo único que le quedará serán las opiniones
de una multitud. Entre tales personas únicamente puede haber discusiones y
consenso. Parece ser una sociedad democrática, pero en realidad no tiene nada
que ver con las relaciones que son propias del Cuerpo. Si usted no conoce los
lazos, la autoridad y la vida del Cuerpo, entonces no conoce el amor fraternal.

Estas cuatro iglesias permanecerán con nosotros. Tenemos que ser fieles y
perseverar en Filadelfia. No sean curiosos con respecto al catolicismo romano,
porque los curiosos siempre sufrirán pérdida. No se involucren en las
denominaciones del protestantismo. Ese no es el camino de Dios. La Biblia nos
muestra claramente que el movimiento protestante en su totalidad contó con la
bendición de Dios, pero que hay también muchas cosas en él que el Señor
condena y reprende. No es necesario que profundicemos en estas cosas ni
hagamos más preguntas al respecto.

Nosotros tenemos que aprender a permanecer firmes sobre el terreno de


Filadelfia. Guardemos siempre la Palabra del Señor y jamás neguemos Su
nombre. ¡Estemos firmes en la posición de hermanos y jamás seamos
arrogantes! No seáis arrogantes delante del catolicismo, del protestantismo o de
las denominaciones. Una vez que ustedes son arrogantes, ¡se convierten en
Laodicea y dejan de ser Filadelfia! Apenas manifiesten arrogancia delante de
ellos, ya no serán Filadelfia sino Laodicea. ¿Qué camino desean tomar? Quiera
Dios bendecir a Sus hijos y que todos los hermanos tomen la senda recta con
relación a la iglesia.

La senda que Dios dispuso para la iglesia es la senda de Filadelfia. Quizás no


tenga miles de casos para probar que aquellos que sobresalen entre los hijos de
Dios hablan esto mismo y eligen esta misma senda. Pero sí tengo cientos de
casos para probar lo que les digo aquí. Una vez que el asunto del protestantismo
en general ha sido definido, no necesitamos fijarnos en los asuntos más
insignificantes. Asimismo, una vez que el asunto del catolicismo romano en
general ha sido determinado, no tenemos que estar preocupados por los asuntos
menores de este. La Iglesia Católica Romana cuenta con veintiún organizaciones
diferentes en China. No es necesario que nosotros nos involucremos con la
Iglesia Católica, ni tampoco es necesario conocer a las organizaciones de sus
diferentes “hijas”. Una vez que el asunto del catolicismo romano en general ha
sido zanjado, ninguna de estas veintiún organizaciones es una cuestión
pendiente para nosotros. Asimismo, una vez que ha quedado en claro el tema
del protestantismo en general, no es necesario que abordemos el caso de cada
una de sus mil quinientas denominaciones.

La senda del Señor es única. Es la senda de Filadelfia. Anden por esta senda,
pero tengan cuidado de no ser arrogantes. Una vez que tomamos la senda de
Filadelfia, la mayor tentación es la de hacerse arrogantes y decir: “Nosotros
somos mejores que ustedes. ¡Nuestras verdades son más claras que las suyas y
las entendemos mejor que ustedes! ¡Nosotros sólo tenemos el nombre del Señor
y somos diferentes!”. Una vez que nos hacemos arrogantes, caemos en Laodicea.
Aquellos que siguen al Señor no tienen orgullo. El Señor vomitará de Su boca a
los orgullosos. ¡Que el Señor tenga misericordia de nosotros! Esta es una
advertencia para todos nosotros: ¡Nunca debemos ser orgullosos al hablar! Para
que una persona evite pronunciar palabras arrogantes, ella tiene que vivir
continuamente en la presencia del Señor. Únicamente los que viven en la
presencia de Dios todo el tiempo, no se considerarán ricos. ¡Solamente ellos no
serán orgullosos!
APÉNDICE: LA HEREJÍA DE LA CONFUSIÓN

Lectura bíblica: Mt. 13:31-33; Ap. 17—18

En este apéndice a la sección referida a Tiatira, abordaremos un tema que


hemos llamado la herejía de la confusión. Todos los que estudian las profecías
saben que el catolicismo romano se hará cada vez más poderoso, mientras que
el protestantismo se debilitará cada vez más. Apocalipsis 17 nos dice que la gran
ramera, la cual tipifica al catolicismo romano, estará sentada sobre la bestia y
luego será aniquilada por ella. Por tanto, todo hijo genuino de Dios tiene que
prepararse cabalmente para esta crisis que ocurrirá en los últimos días. No
sabemos cuándo el catolicismo romano se convertirá en un problema para
nosotros. Esto puede ocurrir dentro de cinco, diez o veinte años. Tal vez
nosotros sigamos aquí o puede ser que ya no existamos, pero tenemos que estar
claros con respecto a esta herejía y desde ya debemos educar a los hermanos y
hermanas, de otra manera será demasiado tarde tratar de hacerlo después que
se haya convertido en un problema para nosotros. Nosotros, que somos los
atalayas de la iglesia, tenemos que prestar atención a este asunto y enfrentarnos
al mismo antes que se convierta en un problema.

A. Una semilla de mostaza


que crece hasta ser un gran árbol

1. Siete parábolas acerca del reino de los cielos

El Señor Jesús nos contó siete parábolas en Mateo 13. Estas siete parábolas nos
muestran la historia del reino de los cielos sobre la tierra; además, revelan las
diferentes etapas por las cuales el reino de los cielos atraviesa sobre la tierra,
comenzando desde la época en que el Señor Jesús sembró la semilla hasta Su
segunda venida. Estas siete parábolas abarcan desde el período que comienza
cuando el Señor Jesús vino por primera vez, es decir, desde que el Hijo del
Hombre vino a la tierra a sembrar la semilla, hasta Su segunda venida, cuando
habrá de venir a juzgar y a recoger el trigo en el granero. Muchas cosas
sucederán en el lapso comprendido entre estas dos venidas. Así pues, el Señor se
vale de estas siete parábolas para explicar tales cosas y profetizar acerca de las
mismas.

Dos de estas parábolas nos dicen que el reino de los cielos sobre la tierra será
corrompido. En Mateo 13:31-32 la primera parábola nos dice que el reino de los
cielos es semejante a una semilla de mostaza: “Otra parábola les presentó,
diciendo: El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza, que un
hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de
todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la más grande de las hortalizas, y
se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y anidan en sus
ramas”. Tenemos que prestar especial atención a la frase el reino de los cielos es
semejante a. Esta frase se refiere a toda la parábola, no sólo a las palabras que le
siguen de inmediato. En el versículo 33, la segunda parábola dice: “Otra
parábola les dijo: El reino de los cielos es semejante a levadura, que una mujer
tomó y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado”. Todo
este versículo describe aquello a lo cual “el reino de los cielos es semejante a”.
En otras palabras, la frase el reino de los cielos es semejante a no se refiere a las
palabras que le siguen de inmediato, sino a toda la parábola.

2. El reino de los cielos


es como una semilla de mostaza

a. La palabra de Dios ha sido sembrada en el mundo

El Señor Jesús dijo: “El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza”.
La semilla de mostaza es Su palabra, tal como lasemilla en la sección previa
también representa Su palabra. Esto es algo que procede completamente de
Dios. La vida de esta semilla y todo lo que se relaciona con esta semilla procede
completamente de Dios. Con respecto a la semilla, el versículo 31 dice: “Que un
hombre tomó y sembró en su campo”. Los versículos anteriores indican que el
campo es el mundo; también nos muestran que el hombre de la parábola es el
propio Señor. Esto quiere decir que el Señor siembra la palabra de Dios en el
mundo.

b. La expectativa es
que la semilla crezca como una hortaliza

De acuerdo al propósito de Dios, esta semilla “es la más pequeña de todas las
semillas” (v. 32). La semilla de mostaza es muy pequeña; de hecho, es la más
pequeña de todas las semillas. Cuando Dios sembró Su palabra en el mundo, Su
propósito era que esta semilla de mostaza permaneciera como una hierba
cuando creciera. La ley dispuesta por Dios desde el comienzo de Su creación es
que la semilla de mostaza creciera según su especie, es decir, como una hierba.
Todo tiene que crecer conforme a su especie. Lo correcto es que la pequeña
semilla de mostaza crezca hasta llegar a ser una hierba: la mostaza. Este era el
propósito original de Dios. Dios envió a Su propio Hijo al mundo para sembrar
Su palabra en el mundo. El resultado de esta siembra es la iglesia, la cual crece
de esta tierra. Es la expectativa de Dios que la iglesia sobre la tierra esté llena de
vida, produzca fruto y sea comestible. Para ello, tiene que permanecer como una
hierba, como algo temporal, pequeño, que pasa desapercibido y que no es lo
suficientemente grande como para albergar a otros.

El propósito de Dios es sembrar, cultivar y cosechar una y otra vez. Es como el


cultivo de trigo, el cual se siembra y se cosecha una y otra vez. Una vez que la
semilla ha crecido hasta convertirse en una hortaliza, se remueve esta hierba, y
el terreno queda limpio para la siguiente siembra. El terreno debe estar limpio
para que algunos hombres crean, sean engendrados, crezcan y sean cosechados.
Otros tienen que creer, crecer y ser cosechados por Dios. Por un lado, la iglesia
siempre permanece sobre la tierra; por otro, Dios tiene la intención de cosechar
hombres de grupo en grupo para introducirlos en Sí mismo. La iglesia puede ser
alimento para los hombres y puede nutrirlos, pero tiene que ser cosechada de
manojo en manojo, una y otra vez, como los cultivos de hortalizas.

Las hortalizas no son para exhibirse, ni se supone que sean grandiosas. Se


supone que ellas sean alimento para el hombre. Después que pecó, en Génesis,
Dios primero le dio al hombre hortalizas para comer. Dios las dio como
alimento. Las hortalizas no son como las flores, las cuales existen para ser
exhibidas; tampoco son como un árbol, el cual es de gran tamaño. Por ser una
hortaliza, ella debe permanecer débil, carente de poder y frágil a los ojos de los
hombres.

c. Crece hasta convertirse en un árbol

Sin embargo, el Señor profetizó que algo inesperado habría de ocurrir. Cuando
el Señor sembró la semilla de mostaza en el campo, ésta era la más pequeña de
todas las semillas, “pero cuando ha crecido, es la más grande de las hortalizas, y
se hace árbol” (v. 32). No era el propósito del Señor que la iglesia se convirtiera
en un gran árbol con raíces profundas en la tierra. Ahora, por ser un árbol, ha
dejado de crecer y de ser cosechada en manojos. En lugar de ello, se ha
convertido en algo que perdura y permanece; algo muy alto, grande y ancho;
que llama la atención e inspira respeto; es muy visible y se ha convertido en
albergue de otros.

B. El comienzo del catolicismo romano

La manera ordenada por Dios para la iglesia es aquella que sigue las huellas que
dejó Jesús de Nazaret, Aquel que estuvo escondido y que permaneció solo y
humilde. Así pues, la iglesia debe seguir las pisadas de nuestro Señor, quien
anduvo sobre esta tierra con toda sencillez y humildad. En los inicios de su
historia sobre la tierra, la iglesia padeció persecución y sufrió mucha oposición.
Sin embargo, un día echó raíces en la tierra y comenzó a crecer. Los césares
romanos que regían el mundo y controlaban los destinos de las naciones, de
improviso se convirtieron en socios de la iglesia y hermanos de la iglesia. El
cristianismo se convirtió en una religión de reyes, gobernadores y líderes. La
hortaliza se convirtió en un árbol. Obtuvo cierto estatus a los ojos del mundo. Se
hizo grande. Este fue el comienzo del catolicismo romano.

1. Una iglesia unificada


La iglesia en el Nuevo Testamento es local por naturaleza. Se halla esparcida por
todas las localidades y no está unida ni organizada de manera alguna. Si bien
hubo centros de la obra, las iglesias en sí jamás se consolidaron en una
organización unida. Pero después de los apóstoles, las iglesias gradualmente
comenzaron a unirse sobre la tierra. Las iglesias en las grandes ciudades
organizaron las iglesias en las ciudades pequeñas de sus alrededores y,
espontáneamente, las iglesias en las grandes ciudades asumieron el liderazgo.

2. El sistema de obispos

Al comienzo, los obispos, los que vigilan, eran los ancianos y éstos eran siempre
varios. Después, se eligió a un obispo entre los ancianos. Después de esto, los
obispos comenzaron a vigilar no solamente la iglesia en su propia localidad, sino
también las iglesias en diversas localidades. Los ancianos, sin embargo,
continuaron velando por una iglesia local. Como resultado de ello, los ancianos
y los que vigilaban diversas localidades ¡se convirtieron en dos clases diferentes
de personas! Inicialmente, los que vigilan y los ancianos era un solo grupo de
personas, pero después, uno de los ancianos era elegido entre el grupo de
ancianos, para ejercer la función de obispo. Un anciano recibía el título de
obispo, mientras que el resto permanecía como ancianos, pero ya no se les
consideraba como aquellos que vigilan la iglesia. El obispo era considerado
como un anciano de ancianos que presidía sobre los demás ancianos y que regía
sobre la iglesia en dicha localidad. Después de esto, estos obispos expandieron
su autoridad y comenzaron a abarcar a otras localidades. Poco a poco, la
condición en la que se encontraba la iglesia fue cambiando. El obispo de la
capital de una provincia comenzó a regir sobre toda esa provincia, y el obispo de
la ciudad capital de la nación regía sobre todas las iglesias de esa nación. El
obispo de Roma naturalmente regía sobre todas las iglesias en todo el imperio
romano. Como resultado de todo ello, ¡la iglesia se convirtió en algo enorme!

Inicialmente, la iglesia era una semilla de mostaza, algo muy pequeño, pero
después se hizo un árbol muy grande. Ahora nos encontramos con algo muy
extraño sobre la tierra: las iglesias unidas. Estas son instituciones organizadas
por los hombres. La Biblia nos muestra que la unión que Dios quiere que exista
entre las iglesias terrenales es la unión que es propia del Cuerpo. La comunión
de las iglesias sobre la tierra es la comunión del Cuerpo. Pero ¿qué es lo que
vemos hoy en día? Los hombres han desechado esta comunión espiritual y esta
unión espiritual. La comunión del Cuerpo es espiritual, y la unión que existe en
el Cuerpo es una unión espiritual. Hoy, sin embargo, los hombres reemplazan
esta unión espiritual con uniones organizadas. Comenzando en el segundo siglo,
la iglesia poco a poco se fue degenerando hasta convertirse en una
confederación de iglesias.
Cuando Constantino aceptó el cristianismo, él vio una iglesia que para entonces
ya se había convertido en la Iglesia Católica Romana, una iglesia bien recibida
por los hombres. Aquella iglesia había crecido en plenitud, era un árbol. Ya no
estaba conformada por muchas iglesias individuales; se había convertido en un
árbol unido. Cuando el Imperio Romano aprueba el cristianismo, ¡muchas aves
vinieron a anidar en sus ramas!

3. Satanás trajo contaminación a la iglesia

Las aves mencionadas en la segunda parábola representan a los principados en


los aires. En la primera parábola, el Señor Jesús dijo que las semillas habían
sido arrebatas por las aves, y luego Él mismo explicó que las aves eran el
maligno que venía a arrebatar las semillas que habían sido sembradas. Las aves
en este capítulo se refieren a Satanás y a sus principados malignos. Esto
significa que Satanás es responsable de introducir muchas cosas contaminadas
en la iglesia.

Ahora la iglesia se ha convertido en una organización monumental. Sin


embargo, tal grandeza es una grandeza falsa y deforme. Inicialmente, la iglesia
era menospreciada por los hombres. Ahora ella se ha convertido en un
instrumento político muy valioso en las manos de hombres ambiciosos. En la
iglesia hay multitud de gentes, y en la política, cuanto más gente haya, más valor
tiene. Ahora, todo tipo de cosa contaminada se ha infiltrado en la iglesia. Las
aves de los cielos vinieron y anidaron en sus ramas. Tal condición es semejante
a la de Pérgamo, una iglesia que se ha unido y casado con el mundo. Hoy en día,
la iglesia es una organización grande y mundana, pues a ella ha entrado toda
clase de gente.

4. El Cuerpo de Cristo se ha hecho grande

En este árbol está incluida la iglesia genuina, pero también incluye muchas otras
cosas que no debieran estar allí. La semilla todavía es la semilla de un grano de
mostaza. El problema estriba en que ha crecido demasiado. Esta grandeza
excesiva es manufacturada por el hombre, pero la semilla que fue sembrada por
el Señor todavía está allí. Por un lado, la iglesia se ha desviado; por otro,
tenemos que admitir que la iglesia del Señor permanece oculta en semejante
iglesia. El único problema es que algo más ha sido añadido a ella. Ha dejado de
ser simplemente la iglesia del Señor y se ha convertido en algo más grande. El
mundo ha penetrado por todos lados, de tal manera que la iglesia se ha
engrandecido. La semilla de mostaza ha crecido hasta convertirse en un árbol
muy grande.

5. La mujer ejerce su propia autoridad


Aquel que sembró la semilla fue el Señor mismo. La mujer representa a la
iglesia. En la Biblia, las mujeres siempre tipifican a la iglesia. En la Biblia, la
posición de la iglesia es la de esposa de Cristo. Cristo amó a la iglesia como un
esposo ama a su esposa. Así como Dios hizo a Eva a partir de la costilla de Adán,
Cristo produjo la iglesia con Su propia vida. En la Biblia, la iglesia siempre ha
sido representada por mujeres. En el futuro, la iglesia será la esposa del
Cordero. Un hombre, no una mujer, es quien siembra la semilla. En otras
palabras, únicamente Cristo puede sembrar la semilla, la iglesia no puede
hacerlo. La iglesia no puede tomar ninguna decisión por sí misma; no posee
autoridad propia.

Sin embargo, un día la iglesia se hizo semejante a un árbol de raíces profundas y


de numerosas ramas. La iglesia se hizo mundial y poderosa. Toda clase de
poderes malignos se introdujeron en la iglesia y se albergaron allí. Debido a que
el César romano estaba en la iglesia, la mujer se hizo grande y asumió mucha
autoridad.

6. La mujer comenzó a enseñar

Mateo 13:33 dice: “El reino de los cielos es semejante a levadura, que una mujer
tomó y escondió en tres medidas de harina”. Esta mujer es el catolicismo
romano, la iglesia degradada. Ella comenzó a ejercer la autoridad que ella
misma se arrogó. Muchas hermanas no pueden comprender por qué la Biblia
prohíbe que la mujer enseñe. Esto se debe a que la Biblia prohíbe a que la iglesia
enseñe. En tipología, la iglesia no posee autoridad para enseñar. El principio
que prohíbe que enseñe una mujer nos muestra que la iglesia no tiene autoridad
para enseñar. Aquí vemos que la mujer comenzó a introducir levadura en la
harina, lo que significa que comenzó a ejercer autoridad. En otras palabras, la
iglesia comenzó a enseñar.

La Iglesia Católica Romana les dice a los hombres que la Biblia es la palabra de
Dios y, sin embargo, también sostiene que la iglesia puede hablar por Dios. Por
supuesto, la iglesia a la que se refieren es la Iglesia Católica Romana, la cual se
ha hecho muy poderosa y ha introducido muchas cosas en la iglesia. Si ustedes
alegan que la Biblia no dice nada con respecto a las prácticas de la iglesia, la
Iglesia Católica Romana les dirá que ella decide cómo deben ser las cosas. Si uno
dice que de acuerdo a la Biblia no deben existir los ídolos, ella dirá que el papa
ha autorizado los ídolos. Quizás usted diga que la Biblia no menciona la
adoración a María, pero ella dirá que la iglesia cree que María debe ser adorada.
La mujer ha asumido el papel de maestra.

Tiatira, que a los ojos de Dios es la Iglesia Católica Romana, tolera a Jezabel,
una profetisa. Esta mujer introdujo el adulterio en la iglesia y también la
idolatría. El símbolo de la mujer significa que la iglesia, y no el Señor, es quien
ahora toma todas las decisiones. Es Jezabel, la profetisa, quien ahora enseña, no
el Señor. Hubiera sido mejor para la iglesia si ella hubiese recibido sus
enseñanzas de parte de la Cabeza, en lugar de asumir el papel de maestra por su
propia cuenta. Cuando la iglesia asume tal función, se introducen toda clase de
herejías en la iglesia. Esto es lo que el Señor quiere decir cuando afirma que el
reino de los cielos es semejante a levadura, que una mujer tomó y escondió en
tres medidas de harina.

C. La levadura en tres medidas de harina

1. La levadura representa las doctrinas erróneas que son fáciles de


aceptar

La levadura se refiere a las doctrinas erróneas. El Señor Jesús habló acerca de la


levadura de los fariseos y la levadura de los saduceos. En Marcos 8:15 se habla
de la levadura de Herodes. Por tanto, en la Biblia, la levadura se refiere a las
doctrinas erróneas. Es bastante claro que la harina fina de Levítico 2:1 se refiere
al alimento del pueblo de Dios; en particular, se refiere al Señor Jesús. La
Palabra de Dios nos muestra que el Señor Jesús es la harina fina como el
alimento dado por Dios a Su pueblo, en el cual no se permite levadura alguna.
Cuando salieron de Egipto, Dios ordenó al pueblo de Israel que comiese pan sin
levadura. En otras palabras, ¡poner levadura en la harina fina estropea al Señor
Jesús en calidad de alimento! Originalmente, lo que había era harina fina, pero
ahora se le ha añadido levadura.

¿Qué sucede cuando se le añade levadura a la harina fina? Sin levadura, el pan
es áspero, insípido, duro, pesado y difícil de digerir. Con la levadura, el pan se
hace ligero y fácil de digerir. La levadura hace que la harina adquiera un sabor
agradable y sea muy digerible. Muchas personas sienten que es muy difícil
aceptar al Señor Jesús y Sus enseñanzas, pues encuentran difícil asimilar estas
cosas. Aquellos que estudian la tipología del Antiguo Testamento saben muy
bien que la harina fina se refiere a la vida del Señor Jesús. Algunas personas
creen que una vida así es demasiado pesada, difícil y sólida; simplemente no la
pueden aceptar. La mujer de la parábola introduce muchas herejías en la iglesia.
¡Ella añade levadura a la harina fina, lo cual hace que para muchos sea más fácil
aceptar al Señor! Cuando el mundo y toda clase de herejía y doctrina son traídos
a la iglesia, ¡es más fácil para algunos aceptar al Señor Jesús y Sus enseñanzas!
Esto es lo que el catolicismo romano ha hecho.

2. La herejía de la confusión

De acuerdo a la verdad con respecto a la iglesia, las obras previamente


mencionadas constituyen una gran mezcla. El mundo se mezcla con la iglesia, la
gracia se mezcla con la ley y los creyentes se mezclan con los incrédulos. El
resultado es la confusión. Más aún, la justicia se mezcla con la misericordia, el
paganismo con el cristianismo y la religión con la política. ¡No hay confusión ni
fornicación más grande que aquella que se ve en el catolicismo romano! Aquí, se
mezcla el cristianismo con el judaísmo y el arte griego con la adoración a Dios.
¡Todo cuanto el mundo pueda concebir es introducido en la iglesia! Las aves de
los cielos han venido. La levadura ha sido añadida a la harina, la cual se ha
leudada. Ahora, la masa es más ligera y esponjosa, y todo el mundo la puede
tomar. Una persona puede ser católica siempre y cuando se haya bautizado. Si
peca, puede comprar indulgencias, las cuales lo librarán de los pecados de esta
vida, así como del purgatorio en el futuro.

¡Se han introducido toda clase de herejías! Como resultado de ello, la harina
ahora ha sido leudada y los hombres pueden aceptarla con facilidad. El
catolicismo romano no les pide a los hombres que acepten la levadura;
únicamente les pide que acepten la harina fina, la cual contiene la levadura. El
catolicismo romano nos da tanto herejías como verdades. El catolicismo cree
que Cristo es el Hijo de Dios y que el Señor Jesús murió en la cruz para lograr la
redención. Estos dos principios fundamentales de la fe cristiana están presentes,
pero la harina fina ha sido leudada.

a. Tres medidas es una medida conveniente

¿Por qué la Biblia habla aquí de tres medidas? El número tres se usa con mucha
frecuencia en la Biblia. Abraham tomó tres medidas de harina e hizo pan para
aquellos ángeles. Tal parece que una porción de tres medidas cabe fácilmente en
nuestras manos. Se trata pues de una unidad de medida muy común. Es como
medir la harina o el arroz en paquetes o en sacos. En los tiempos antiguos, la
unidad de medida más conveniente era tres medidas.

b. Confunde la Palabra de Dios

¡El problema es que la mujer ha sembrado confusión en el alimento del pueblo


de Dios! ¡Ella ha arruinado su comida! Ella ha traído toda clase de herejías a la
iglesia. Al introducir herejías en la iglesia, el catolicismo ha hecho confusa la
Palabra de Dios.

Esta obra realizada por la Iglesia Católica Romana trae como resultado que el
mundo sea arrastrado a la iglesia. La mujer, ahora, asume gran autoridad
tomando control tanto de asuntos mundanos como de asuntos espirituales. Ella
no solamente ha establecido una gran iglesia sobre la tierra, sino que además,
ha extendido sus dominios sobre las naciones de la tierra. En otras palabras, la
iglesia ha adquirido tanto poder político como poder religioso. Verdaderamente
se ha hecho un árbol muy grande. Al mismo tiempo, verdaderamente ha
mezclado la levadura con la harina fina.

3. Todo ha sido leudado

Las palabras del Señor al respecto son muy serias. La segunda parte de Mateo
13:33 dice: “Hasta que todo fue leudado”. Por favor, tomen en cuenta que en la
actualidad toda la masa aún no ha sido completamente leudada. Todo
estudiante ortodoxo de la Biblia está de acuerdo en que el poder del catolicismo
romano no ha disminuido. El Señor dice que esto continuará hasta que todo sea
leudado. Hoy en día, el catolicismo romano ha sido leudado en un grado
bastante serio. ¡Ha estado siendo leudado por más de mil años! Pero todavía no
podemos afirmar que toda la masa ha sido leudada. El Señor dice que un día
todo será leudado. El poder del catolicismo se seguirá expandiendo; no se
detendrá hasta que llegue el fin, cuando sea completamente consumido por el
fuego. La palabra del Señor es muy severa: “Hasta que todo fue leudado”. Aquí
el Señor nos dice que el poder del catolicismo romano continuará
expandiéndose.

¡Cuán grande se ha hecho la Iglesia Católica Romana! ¡Cuán numerosas son las
herejías encontradas en ella! La levadura ha ido ganando más y más terreno. La
celebración de la cena del Señor se ha convertido en la misa, y el pan se ha
convertido en la carne física de Cristo. La doctrina de la transubstanciación
afirma que el pan se convierte en la carne física de Cristo en el momento mismo
en que uno toca el pan. Tal doctrina es la que ha prevalecido en el catolicismo.
Allí se encuentran inciensos, crucifijos, y también rituales. Las personas ponen
su confianza en una diversidad de organizaciones y nombres. La Iglesia Católica
está controlada más estrictamente que cualquier otro país o nación en este
mundo. En su seno existen toda clase de organizaciones y uno no podría
adquirir una comprensión cabal de las mismas aun si dedicara a ello varios años
de estudio. Por un lado, ya ha hecho confusa la doctrina de Cristo; por otro, el
árbol se ha hecho muy grande.

4. El Papa se ha convertido en el obispo universal

Aquí citaré algunas frases dichas por algunos Papas. Los Papas se llaman a sí
mismos los obispos universales. Inicialmente, un obispo, uno que vigila, era un
anciano de una iglesia local, y los ancianos de las iglesias locales eran llamados
obispos, los que vigilan la iglesia. Pero después, uno de los que vigilan la iglesia
se convirtió en un obispo que regía sobre los otros ancianos de la iglesia. Incluso
después, estos obispos comenzaron a controlar a otras iglesias, y por último,
ejercían control sobre el mundo entero. Por tanto, el Papa se autodenomina el
obispo universal. Uno de los Papas dijo: “Yo, el Papa, soy el rey de reyes y mis
leyes tienen preeminencia sobre todas las otras leyes”. Esta es una declaración
escrita emitida por un Papa al hablar de su autoridad papal. ¿Acaso una
declaración así puede provenir de los labios de una persona que sigue al
humilde Jesús de Nazaret? De ninguna manera.

5. La infalibilidad del Papa

En el concilio del Vaticano de 1870 se redactó un decreto que decía: “El Papa de
Roma no puede cambiar ni mejorar sus propias palabras”. ¡Imagínense cuán
grande ha llegado a ser la autoridad que tiene el catolicismo romano! ¡Todo es
susceptible de ser mejorado excepto las palabras del Papa de Roma! Sus
palabras son órdenes supremas y no pueden ser mejoradas. ¿Qué clase de
espíritu yace detrás de estas palabras? Claramente, ¡la autoridad de Dios ha sido
usurpada por la autoridad de los hombres! El decreto citado al comienzo de este
párrafo se aplica a todas las proclamaciones que hace cualquier Papa. Podemos
encontrar un sinnúmero de declaraciones similares a éstas.

Un Papa de Roma publicó un mensaje titulado: “El plan”. Al comienzo, el


catolicismo romano creía que únicamente la iglesia era infalible. Pero en ese
mensaje dicha aseveración se extendió al proclamar, delante de todos, que no
solamente la iglesia era infalible, sino que también el Papa era infalible. El Papa
jamás podía estar errado. En el idioma chino la expresión bu-neng-tzo-wu que
significa “infalible” quizás no suene de forma muy categórica, pero ciertamente
en griego, latín e inglés la palabra “infalible” es una expresión muy fuerte. Sólo
Dios es infalible, pero los católicos dicen que el Papa también lo es. Esto es
herejía y es levadura.

6. Cómo ve Dios el catolicismo

¿Cuál es la actitud de Dios con respecto al catolicismo? Apocalipsis 17 nos habla


de la gran ramera. Ella no solamente es una adúltera, sino que es una ramera. El
adulterio consiste en cometer pecado moral estando uno casado, pero si uno
comete pecado moral sin haberse casado, eso es prostitución. Por ello, en este
pasaje la Biblia llama ramera al catolicismo romano.

a. Roma es una gran ramera

Apocalipsis 17:18 dice: “Y la mujer que has visto es la gran ciudad que reina
sobre los reyes de la tierra”. El versículo 9 dice: “Esto para la mente que tiene
sabiduría. Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la
mujer”. ¿Quién es esta mujer? Dios nos muestra por medio de Juan que esta
mujer es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra. Esta ciudad está
edificada sobre siete colinas. La mujer está sentada sobre estos siete montes. En
todo el mundo, existe solamente una ciudad que es conocida como “La ciudad
de las siete colinas”: Roma. Con frecuencia, las grandes ciudades del mundo
tienen más de un nombre. Por ejemplo, a la ciudad de Cantón, en China,
también se le conoce como “Sui”, y Shanghái es conocida en China como “Hu”.
La ciudad de Roma tiene otro nombre: “La ciudad de las siete colinas”. A lo
largo de las edades, siempre se han celebrado competencias deportivas en
Roma. Las medallas que obtienen los campeones, ya sea de oro o de plata,
siempre llevan grabadas las siete colinas. Las monedas que el César emitía
tenían los mismos grabados; tenían la imagen de César en un lado y las siete
colinas en el otro. Tengan en mente que el apelativo: “La ciudad de las siete
colinas” es otro de los nombres de Roma. Apocalipsis 17 nos muestra que esta
mujer se sienta sobre siete colinas. Ella es la gran ciudad que rige sobre los reyes
de la tierra y que está edificada sobre siete colinas. Esto nos muestra claramente
que esta mujer es Roma.

b. La Roma religiosa y la Roma política

Está claro que esta mujer es Roma, pero la pregunta es, cuál Roma. ¿Es la Roma
política o la Roma religiosa? Hay dos Romas diferentes. Esta mujer ¿será la
Roma del catolicismo o la Roma imperial? Tendremos la respuesta después de
haber tomado en cuenta las siguientes explicaciones.

Apocalipsis 17:3-4 dice: “Y me llevó en espíritu a un desierto; y vi a una mujer


sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía
siete cabezas y diez cuernos. Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y
adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de
oro lleno de abominaciones y de las inmundicias de su fornicación”.

He aquí dos cosas delante de nosotros: la mujer y la bestia. La mujer está


sentada sobre la bestia que tiene siete cabezas y diez cuernos. Las siete cabezas
de la bestia son siete reyes, y los diez cuernos son diez reyes. Los siete reyes son
los grandes reyes, mientras que los diez cuernos son diez reyes menores. En el
texto griego se hace la distinción entre estas dos clases de reyes. Mientras unos
son los grandes reyes, los otros son los reyes menores. La mayoría de los
lectores de la Biblia saben que la bestia es la Roma del imperio romano. Si la
bestia es la Roma imperial, la cual incluye a los siete reyes y a los diez reyes,
entonces la mujer tiene que ser la Roma religiosa. Solamente hay dos Romas: la
Roma imperial y la Roma religiosa. Mientras una es la Roma política, la otra es
la Roma eclesiástica. La mujer está sentada sobre la bestia, lo cual significa que
la iglesia está sentada sobre el Imperio. Si la bestia es el imperio romano,
claramente la mujer es la Roma religiosa.

Si bien el Espíritu de Dios nos muestra la Roma del pasado, ¿cómo es ella hoy
en día y cómo será en el futuro? La palabra de Dios nos da una clara respuesta a
estas preguntas.
c. Púrpura y escarlata

Apocalipsis 17:4 dice: “Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata”.


Púrpura es el color de la realeza. El Papa siempre ha dicho que él es el rey. Al
mismo tiempo, todos cuantos han visitado Roma saben que el escarlata es el
color de Roma. ¿Cómo se les llama a los cardenales? En el chino se les conoce
como los de “la bata escarlata”. Sus túnicas, su ropa interior y hasta sus
calcetines son de color escarlata. El carruaje del Papa es escarlata. Tres cuartos
de su guardia personal están vestidos de escarlata. Sus alfombras son de color
escarlata. Siempre que el Papa viaja, una alfombra escarlata es extendida a su
paso. Roma está llena del color escarlata. Por un lado, sus vestiduras son de
color púrpura; por otro, en ningún otro país o ciudad prolifera tanto el color
escarlata como en Roma.

d. Adornada de oro,
de piedras preciosas y de perlas

“Adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas”. Es difícil encontrar otro


país de la tierra en el que haya una acumulación tan grande de oro, piedras
preciosas y perlas. Las catedrales en Roma, los ídolos de sus catedrales y todos
los adornos y coronas del Papa están hechos de oro, piedras preciosas y perlas.
Por ejemplo, el Papa posee un diamante, el diamante Krüger, que vale 833,000
libras esterlinas.

1) El Papa posee dos coronas

El Papa tiene que usar dos coronas en la ceremonia de su coronación, una


significa que él es el rey de la iglesia y la otra significa que él es el rey del mundo.
Una corona, la mitra papal, significa que el Papa es el rey de la iglesia. Cuando el
Papa recibe la mitra, él se proclama la autoridad como cabeza de la iglesia.
Después de esto, otra corona, la tiara, le es dada. La tiara es una corona que
tiene siete capas y está hecha de oro puro. Esta corona significa que él es el rey
de toda la tierra. El Señor Jesús todavía no ha establecido Su reino sobre la
tierra, pero aquí existen hombres que se arrogan el reinado por más de mil años.
El reino todavía no se ha manifestado, pero ya hay aquellos que se han
apropiado del reinado. La tiara tiene incrustadas 146 piedras preciosas y 540
perlas; todas ellas inmensas y de gran valor.

2) La catedral de San Pedro y el Vaticano

La catedral de San Pedro, en la que el Papa se presenta con frecuencia, fue


edificada a un costo de novecientos millones de libras esterlinas. Tal edificación
fue erigida supuestamente en memoria de Pedro, un pescador del mar de
Galilea.
Yo he visitado el Vaticano. Es difícil estimar cuánto vale esa ciudad porque todo
cuanto hay en ella es de gran valor. Todo el cielo raso de la catedral de San
Pedro está pintado con oro de dieciocho kilates. El oro resplandece por todos los
lugares de la ciudad. ¡Los edificios en la residencia del Papa hacen que todos los
otros palacios de reyes o emperadores palidezcan en comparación! Es muy
difícil encontrar otro lugar que supere a Roma en cuanto a lujo y ostentación.
Aun así, el Papa dice ser el representante terrenal de Jesús de Nazaret.

De esta manera, podemos ver que ¡todas las palabras de la Biblia se cumplen!

e. Llena de abominaciones

“Adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz


de oro lleno de abominaciones”. En la Biblia, la palabra abominaciones siempre
se refiere a los ídolos. Por ejemplo, en 2 Crónicas 33, en Ezequiel 20, en Daniel 9
y en Deuteronomio 7 el término abominaciones se refiere a los ídolos. Las
abominaciones en la Biblia solamente se refieren a una cosa: ídolos.

f. Las inmundicias de su fornicación

“Un cáliz de oro lleno ... de las inmundicias de su fornicación”. Esto quiere decir
que elementos de otras religiones han sido introducidos en el cristianismo. Esto
ciertamente es una contaminación.

g. Su poder se extiende a todas las naciones

“Con la cual han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores de la tierra se
han embriagado con el vino de su fornicación” (v. 2). ¡El poder del catolicismo
romano ciertamente es de naturaleza internacional!

h. Todo es una confusión

Los moradores de la tierra se han embriagado con el vino de su fornicación. Los


hombres se han convertido al catolicismo romano en todas partes. Ciertamente
ella es Babilonia. Babilonia significa confusión y fornicación, ¡y eso es
exactamente lo que ella es! Ya dije que ella ha mezclado el mundo con la iglesia,
el paganismo con el cristianismo, los creyentes con los incrédulos, la gracia con
la ley, el Nuevo Testamento con el Antiguo Testamento, y a Dios con los ídolos.
Todo es una mezcla, y en todo lugar hay fornicación. Esto es lo que el
catolicismo romano ha hecho.

7. Se embriaga con la sangre de los santos

Apocalipsis 17:6 dice: “Vi a la mujer ebria de la sangre de los santos, y de la


sangre de los testigos de Jesús”. ¡Ella se embriagó con la sangre de los santos!
Todos los lectores de la Biblia saben que la persecución realizada por el imperio
romano terminó el año 313 d. C. Pero la persecución que lleva a cabo la Iglesia
Católica Romana jamás se ha detenido; continúa aún en nuestros días (1948).
No necesitamos leer muchos libros para saber de estas cosas. El libro Foxe’s
Book of Martyrs (El libro de los mártires de Foxe) nos cuenta de hombres que
fueron asesinados por la Iglesia Católica y por el imperio romano. De hecho, el
número de personas asesinadas por la Iglesia Católica excede mucho al número
de aquellos que fueron asesinados por el imperio romano.

a. Las persecuciones en España

Todo estudiante de historia está enterado de las persecuciones en España, es


decir, la inquisición española. A los creyentes se les acusó de herejes, y 10,220
de ellos fueron quemados en la hoguera en un lapso de doce meses. En cuanto
alguno confesaba su fe en el Señor, era llevado a la muerte. Todos los jueces
enviados a los países católicos obedecían las órdenes de la iglesia. Era raro que
la iglesia ejecutara a alguien directamente. Cuando la iglesia quería aniquilar a
alguien, simplemente solicitaba a las cortes que los ejecutaran. La iglesia no los
mataba directamente, pero solicitaba a las autoridades locales que ejecutaran tal
trabajo.

b. Los veintisiete anatemas del Papa

El Papa pronunciaba veintisiete anatemas cada jueves en contra de aquellos que


eran considerados herejes. Por supuesto que, en total, eran más de veintisiete
anatemas cuando uno tomaba en cuenta sus especificaciones. El Papa maldecía
a todos aquellos que creyeran en las así llamadas “herejías”. Después de tal
pronunciamiento, el Papa encendía una antorcha y la tiraba al piso apagándola,
con lo cual daba a entender que todo aquel que creyera en estas herejías habría
de sufrir perdición eterna. Debemos tener en mente que estas herejías a las
cuales la Iglesia Católica Romana se refería son aquellas cosas en las cuales
usted y yo creemos.

c. Ha jurado perseguir a los creyentes

Desde la época de Martín Lutero, todos los obispos de la Iglesia Católica


Romana tuvieron que hacer un juramento solemne en el que juraban perseguir
a los herejes. En otras palabras, la Iglesia Católica Romana se ha comprometido
a perseguir a todos aquellos que comparten nuestra fe. Tomás de Aquino, una
figura de renombre en el catolicismo, dijo alguna vez: “Cualquiera que cree en
herejías, después de haber sido amonestado dos veces, tiene que ser entregado a
oficiales seculares a fin de ser destruido”. La Iglesia Católica Romana no
ejecutaría tal castigo directamente, sino que debía de entregar tales casos a los
oficiales locales para su ejecución. La Iglesia Católica Romana profesa
públicamente que lo manifestado por Tomás de Aquino es inspirado
directamente por el Espíritu Santo.

No debemos creer que esta persecución ha concluido. No, todavía continúa.


Todo aquel que tiene ojos verá que el catolicismo romano seguirá asediándonos
una y otra vez.

d. Leyes y decretos homicidas

Como parte de los decretos para la ciudad de Roma, existe una cláusula que
establece que los reyes seculares tienen que destruir a todos los herejes que se
hallen en sus territorios o de lo contrario corren el riesgo de ser excomulgados o
perder sus tronos.

Unos cuantos Papas en Roma, tales como Holonesis III, Ignacio III, Ignacio IV y
Alejandro III, aprobaron decretos que exigían a todos los católicos que
aniquilaran por completo a los herejes. Gregorio XIII le dijo a Carlos IX que
para mantener la piedad y religiosidad en sus reinos debía de condenar a los
herejes en toda la tierra y acabar con ellos por completo. Esta expresión dicha
por el Papa fue publicada en un periódico británico, el Times, el 13 de julio de
1895: “Si ustedes asesinan a un protestante, ello hará que sean absueltos del
pecado de haber asesinado a un católico romano”. ¡Estas fueron las palabras de
un Papa! Otro Papa dijo: “Asesinar a alguien en obediencia a las órdenes de un
sacerdote no es considerado asesinato”. Estas eran las leyes y los edictos del
catolicismo romano.

e. El testimonio de la sangre de los santos

1) En Madrid

Incluso al llegar el 1809, todavía hubieron testigos que presenciaron cómo los
protestantes, llamados herejes, eran muertos en Madrid, la capital de España.
Algunos de ellos habían sido recientemente asesinados mientras que otros
fueron abandonados hasta podrirse. Entre las víctimas habían algunos que
todavía estaban medio vivos, mientras que otros, tanto hombres como mujeres,
jóvenes y viejos, incluso ancianos mayores de setenta años de edad, ya habían
fallecido. Algunos de ellos fueron desnudados a azotes y arrojados en la prisión.
Los instrumentos de tortura que se emplearon sólo pudieron haber sido ideados
por Satanás en colaboración con los hombres. Ésta era la condición en la que se
encontraba Madrid en 1809.

2) En Roma
En 1848, durante la revolución italiana, pilas de huesos fueron encontradas en
grandes edificios de Roma. Allí se encontraron dos hornos con huesos que no se
habían incinerado completamente.

Una manera de tratar a los protestantes era la siguiente: “Con una polea, se
colgaba a la persona de las piernas y se le ataba con una cuerda. Se apretaba la
cuerda con un trinchete de modo que éste cortara la piel. Después, se arrojaba
desde el techo agua sobre la boca de esta persona y se le cubría la boca para que
no pudiera respirar ni ventilarse”.

En 1540 la sociedad jesuita fue formada por la Iglesia Católica Romana para
contraatacar a los protestantes, y desde entonces, más de 1.9 millones de
creyentes fueron asesinados solamente en Roma.

f. La persecución aún continúa en nuestros días

En 1901, el Papa León XIII publicó en Roma un artículo que decía: “La iglesia,
es decir, la Iglesia Católica Romana, tiene autoridad de Dios para confiscar
todas las propiedades de los herejes, encarcelarlos e incinerarlos”.

Por favor, recuerden que el catolicismo romano ha perseguido a los hijos de


Dios a lo largo de las eras. Yo he leído muchas historias al respecto. Muchos
mártires sufrieron serias persecuciones en América, Alemania, España y otros
lugares. La Iglesia Católica llama hereje a todo aquel que pone su fe en Cristo;
tener fe en Cristo es una herejía, un crimen que se castiga con la muerte.
Ciertamente se cumple lo anunciado por las Escrituras: “Vi a la mujer ebria de la
sangre de los santos, y de la sangre de los testigos de Jesús”. En esto consiste la
persecución llevada a cabo por el catolicismo romano, la cual está aún presente
en nuestros días.

8. El catolicismo romano abarca toda la tierra

Apocalipsis 17:1 dice: “Vino entonces uno de los siete ángeles que tenían las siete
copas, y habló conmigo diciéndome: Ven acá, y te mostraré el juicio contra la
gran ramera que está sentada sobre muchas aguas”. El versículo 15 dice: “Me
dijo también: Las aguas que has visto donde la ramera se sienta, son pueblos,
multitudes, naciones y lenguas”. La Biblia nos muestra que esta ramera está
sentada sobre muchas aguas, lo cual significa que el catolicismo romano habrá
de expandirse grandemente. El versículo 16 pronuncia el juicio en contra del
catolicismo romano. El versículo 15 nos muestra que el catolicismo romano
abarcará toda la tierra antes de ser juzgado. ¡Esta es la profecía del Señor, y no
podemos cambiarla! Ella se sentará sobre muchos pueblos, multitudes, naciones
y lenguas. Ella se extenderá a todo lugar y se expandirá grandemente.
El catolicismo romano no solamente prospera en China sino también en todo el
mundo. Yo siempre he estado pendiente de las estadísticas. Por cada
protestante en los Estados Unidos de América, hay siete católicos. Los católicos
superan siete veces a los protestantes. Desde 1920, después que Mussolini hizo
un pacto con el Papa en el que reconocía el Vaticano como un estado
independiente, el catolicismo romano se ha expandido grandemente. En 1913
catorce naciones enviaron sus embajadores al Vaticano. Cinco emisarios de
Roma fueron asignados a naciones extranjeras. Para 1922, eran veinticinco las
naciones que tenían un embajador en el Vaticano, y Roma contaba con
veinticinco emisarios en el extranjero. Hoy, en 1948, setenta naciones tienen
embajadores en el Vaticano, incluyendo a China. El poder del catolicismo
romano está expandiéndose continuamente.

En nuestros días, la mujer todavía está entre nosotros. Llegará el día en que ella
se case con el anticristo. Esta mujer cabalga sobre la bestia. En el versículo 3,
ella está sentada sobre la bestia, lo cual quiere decir que el catolicismo romano
dirigirá al anticristo. Después, el anticristo destruirá a la mujer cuando los diez
reyes se levanten para dejarla desolada y desnuda, devorar sus carnes y
quemarla con fuego (v. 16). Este será su final, lo cual sucederá al comienzo de la
gran tribulación.

9. El mandamiento de Dios para Su pueblo

a. Salid del catolicismo romano

Debemos tener presente que hay personas salvas en el catolicismo romano. No


debemos de pensar que en el catolicismo romano no hay personas salvas. El
catolicismo todavía sostiene estos dos postulados: que Cristo es el Hijo de Dios y
que Él murió por la humanidad. Así pues, ahora Dios nos llama a salir: “Salid de
ella, pueblo Mío, para que no seáis partícipes de sus pecados” (Ap. 18:4).

b. No seáis curiosos

Les digo estas cosas para que vean lo que ha de suceder en la tierra. ¡Tarde o
temprano el poder del catolicismo romano habrá de expandirse inmensamente!
Estén advertidos y no seáis curiosos; no intenten tener contacto con el
catolicismo. Por un lado, debemos tener conocimiento al respecto, pero por
otro, no debemos tener ninguna relación con él. Esta debe ser nuestra actitud.

Dios prohíbe a todos sus hijos, sin excepción, involucrarse en las cosas del
catolicismo romano. Él no dijo que ella era sólo una adúltera, sino que era una
ramera. Una persona que comete pecado en contra del matrimonio es llamada
adúltera, pero aquella que no se ha casado, ni siquiera puede considerarse una
adúltera; ella es una ramera. El catolicismo romano no tiene nada que ver con
Dios. Hoy en día, una mujer se ha entrometido y está enseñando a la iglesia;
está poniendo levadura en las tres medidas de harina y está cabalgando sobre el
anticristo, el imperio romano. A esta mujer, ¡Dios la llama la gran ramera! Los
nuevos creyentes no deben dejarse engañar. Jamás piensen que puesto que
nosotros y los católicos creemos en Jesús, todos somos iguales. Tenemos que
entender muy bien que de ninguna manera podemos relacionarnos con el
catolicismo romano. ¡Tenemos que cerrar esa puerta y jamás entrar allí! ¡No
seáis descarriados por vuestra curiosidad!

CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS

LA UNIDAD

I. CRISTO ES LA CABEZA,
EL CUERPO Y TODOS LOS MIEMBROS

En este capítulo trataremos el tema de la unidad entre los cristianos. Hemos


visto que el Cuerpo de Cristo es una entidad visible en esta tierra. Pablo les dijo
a los corintios: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros,
pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así
también el Cristo” (1 Co. 12:12). Pablo no dijo: “Así también son Cristo y Su
iglesia”. Tampoco dijo: “Así también son Cristo y Su pueblo”. No, Pablo dijo:
“Así también el Cristo”. En otras palabras, la Cabeza es Cristo, el Cuerpo es
Cristo y todos los miembros son Cristo. Por eso dijo, así como el cuerpo es uno y
tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos,
son un solo cuerpo, así también el Cristo. Esta palabra nos muestra que Cristo
es la Cabeza, el Cuerpo y todos los miembros.

Cuando Pablo vio la luz en el camino a Damasco, el Señor le dijo: “Saulo, Saulo,
¿por qué me persigues?”. Saulo le preguntó: “¿Quién eres, Señor?”. El Señor le
contestó: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hch. 9:4-5). Aquel “Yo” estaba en
los cielos. ¿Cómo podría Pablo, quien tenía cartas del sumo sacerdote aquí en la
tierra, estar persiguiendo a Jesús de Nazaret, quien estaba sentado a la diestra
del Padre en los cielos? Aquí vemos la unidad del Cuerpo de Cristo. Cristo es la
Cabeza, el Cuerpo y todos los miembros. Cuando Saulo perseguía a la iglesia
aquí en la tierra, el Señor no le preguntó: “¿Por qué persigues a Mi iglesia?” o
“¿Por qué persigues a Mi pueblo?”. En lugar de ello, el Señor le preguntó: “¿Por
qué me persigues?”. Al perseguir a la iglesia, Pablo estaba persiguiendo al
Señor. Esto quiere decir que Cristo y la iglesia son uno.

II. LA UNIDAD ES EXPRESADA EN LA TIERRA HOY

A. El Cuerpo de Cristo está en la tierra


Debido a que Cristo puede ser perseguido, es obvio que este Cristo está en la
tierra. Por tanto, el Cuerpo de Cristo es algo que está presente en la tierra. Este
Cuerpo, al cual 1 Corintios 12:12 se refiere con la frase así también el Cristo,
existe aquí en la tierra. El Cuerpo es uno y tiene muchos miembros, pero todos
los miembros del Cuerpo, siendo muchos, son un solo Cuerpo. Este Cuerpo está
presente en la tierra puesto que se le puede perseguir. De hecho, Saulo
perseguía al Cuerpo aquí en la tierra, pero el Señor le dijo que lo estaba
persiguiendo a Él. Esto significa que este Cuerpo está en la tierra.

Esto tiene repercusiones cruciales en muchas cosas. Si el Cuerpo de Cristo es


uno y Cristo sólo tiene un solo Cuerpo, la unidad del Cuerpo no puede ser algo
que se exprese únicamente en los cielos o en el futuro; tiene que ser algo que se
exprese aquí en la tierra. El Cuerpo es uno aquí en la tierra. En 1 Corintios 12 se
nos muestra el Cuerpo de Cristo. Allí se nos dice: “De manera que si un
miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe
honra, todos los miembros con él se gozan” (v. 26). Esto nos muestra
claramente que el Cuerpo de Cristo es una entidad que existe aquí en la tierra. Si
el Cuerpo estuviera en los cielos, sería razonable decir que éste se regocija, pero
sería irrazonable decir que el Cuerpo sufre. Sería imposible decir que un
miembro sufre en los cielos. “Si un miembro padece, todos los miembros se
duelen con él”. Queda claro que esto es algo que ocurre en la tierra. Sólo por el
hecho de estar en la tierra, es posible que un miembro sufra, y únicamente en la
tierra puede haber la posibilidad de que todo el Cuerpo sufra y sea perseguido.
Por tanto, la unidad del Cuerpo de Cristo no es algo que existe en los cielos o en
el futuro, sino que es algo que existe en la tierra hoy en día.

B. La unidad se expresa hoy en el mundo

La oración del Señor Jesús en Juan 17:21 es que la iglesia sea una aquí en la
tierra. Él dijo: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en
Ti, que también ellos estén en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me
enviaste”. Si colocamos entre paréntesis esta frase: “como Tú, Padre, estás en
Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros”, se ve claramente que el
Señor ora pidiendo que la iglesia sea una, a fin de que el mundo crea. Si el
mundo puede creer en virtud de tal unidad, entonces resulta evidente que esta
unidad está delante del mundo para ser vista. El Señor oró pidiendo que el
mundo crea. Esto nos muestra que la unidad es algo que se manifiesta en el
mundo hoy.

En primer lugar, tenemos que tener bien en claro que la unidad de los cristianos
se manifiesta en la tierra y que está hoy presente en el mundo. La unidad
cristiana no es algo que se manifestará en los cielos en el futuro. Por supuesto,
los cristianos serán uno en los cielos en el futuro, pero la unidad cristiana se
expresa y se practica sobre la tierra hoy y no solamente en los cielos en el futuro.
Todos debemos entender claramente este asunto. Algunos quizás les digan a los
demás: “No deben preocuparse si la iglesia es una ahora o no, y no debe
preocuparles que los cristianos sean uno o no. Cuando lleguemos al cielo,
entonces seremos uno”. Estas personas están hablando acerca de algo que
ocurrirá cuando el Señor aparezca. Pero lo que el Señor procura hoy es una
unidad aquí en la tierra. Tal responsabilidad recae sobre nosotros. No debemos
esperar hasta llegar a los cielos para ser uno. La unidad de los cristianos debe
ser expresada hoy en la tierra. Esto es lo primero que debemos tener en claro.

III. LOS LÍMITES DE LA UNIDAD


NO SOBREPASAN LOS LÍMITES DEL CUERPO

A. La unidad de la iglesia
está limitada a los límites del Cuerpo

Son muchas las personas que tienen cierto concepto acerca de la unidad. Ellas
creen que siempre y cuando una persona lleve el nombre de “cristiana”, podrán
ser uno con ella, ya sea que dicha persona pertenezca a Dios o no, posea la vida
divina o no y sea miembro del Cuerpo o no. Pero la unidad de la cual nos habla
la Biblia es la unidad del Cuerpo. La unidad que mucha gente propone hoy en
día sobrepasa los límites del Cuerpo; incluye cadáveres y elementos ajenos al
Cuerpo. La Palabra de Dios no aprueba esta clase de unidad.

Quisiera hacer hincapié en que únicamente la unidad del Cuerpo constituye la


unidad de la iglesia. La unidad de la iglesia se circunscribe a los límites del
Cuerpo y no puede extenderse más allá del Cuerpo. La unidad no implica que
tengamos que ser uno con todos los que se asemejen al cristianismo o que lleven
el nombre de cristiano. La Palabra de Dios no aprueba esto ni dice nada al
respecto.

B. El trigo no es uno con la cizaña

A muchas personas les gusta citar Mateo 13. Ellas dicen que el Señor compara
Su partida de este mundo con el hombre que duerme de la segunda parábola, la
cual dice que su enemigo vino y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando
brotó la hierba y dio fruto, apareció también la cizaña. Se acercaron entonces los
esclavos del dueño de la casa y le dijeron: “¿Quieres, pues, que vayamos y la
recojamos?” (v. 28). El dueño les respondió: “Dejad que ambos crezcan juntos
hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la
cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero”
(v. 30). Muchos han asumido que la unidad consiste en unificar el trigo y la
cizaña. Piensan que la unidad no solamente es la unidad del trigo sino también
de la cizaña, pero debemos percatarnos que en este pasaje el Señor no está
hablando de la unidad. Él jamás dijo que los creyentes y los incrédulos deberían
entremezclarse; dijo que los creyentes no deberían matar a los incrédulos. La
Iglesia Católica Romana ha hecho exactamente eso, es decir, ellos están listos
para arrancar toda la cizaña, esto es, arrancar a todos aquellos que consideren
herejes. Nosotros sabemos que ellos están equivocados no solamente en los
principios, sino también en cuanto a las prácticas. No sólo han arrancado la
cizaña, sino también el trigo. Ellos están errados tanto en los principios que
siguen como en la práctica que tienen, pues consideran que los protestantes son
herejes.

El Señor no nos dijo que arrancáramos la cizaña de este mundo. Lo que Él dijo
es que debe haber una separación apropiada en la iglesia. Cuando la Palabra
habla de dejar que ambas crezcan juntas hasta la cosecha, no quiere decir que se
deba dejar que crezcan juntas en la iglesia, sino que debemos dejar que ambas
crezcan juntas en el campo, es decir, en el mundo. (En la interpretación de la
primera parábola, el campo es el mundo.) En otras palabras, no es necesario
arrancar del mundo a todos los cristianos nominales. No hay necesidad de
matarlos, tal como la Iglesia Católica Romana ha tratado de hacerlo.
Debiéramos dejarlos tranquilos en este mundo. Pero, esto no quiere decir que la
unidad entre los cristianos deba incluir a la cizaña.

1. La iglesia no incluye a los incrédulos

Hay muchos incrédulos dentro de las llamadas organizaciones, sectas y


denominaciones cristianas. Tales grupos toleran a los incrédulos, es decir,
permiten que la cizaña permanezca en la iglesia. El Señor no dijo que debemos
permitir que la cizaña permanezca en la iglesia. Él únicamente dijo que
permitiéramos que esta permanezca en el mundo. El Señor nos manda que
guardemos la unidad cristiana en la iglesia, no en el mundo.

Hoy en día, hay muchas personas que, al igual que la Iglesia Católica Romana,
no toleran la cizaña en el mundo. Ellos procuran arrancar toda la cizaña que
encuentran en la tierra. Este es un extremo. El otro extremo es el de incluir a los
incrédulos en la iglesia. Esto es lo que practican algunos grupos. En las iglesias
estatales, siempre y cuando uno sea ciudadano de ese país o haya nacido en ese
país, puede ser bautizado y ser miembro de la iglesia. Todo aquel que haya
nacido en ese país es considerado cristiano en ese país. Estas iglesias han
abierto sus puertas a los incrédulos. Esto está mal.

2. La iglesia no debe ser muy amplia

Cuando John Wesley redactó la constitución de la iglesia metodista, escribió:


“Todo aquel que desee escapar de la ira venidera puede ser miembro de la
iglesia metodista”. Por favor, dense cuenta de que esto es ser muy amplio.
Reconocemos que John Wesley fue un vaso muy importante usado por el Señor
y nos supera en muchas cosas. Todavía nos falta muchas cosas que aprender, y
él nos lleva la delantera en muchos aspectos. Pero hay una cosa que podemos
decirle: “Hermano, ¿no piensa usted que una afirmación así incluye a
demasiadas personas?”. En realidad, la iglesia no puede incluir a todos los que
desean escapar de la ira venidera. Incluso los budistas podrían ser contados
entre los que desean escapar de la ira venidera.

3. La unidad de los cristianos


sólo incluye a los hijos de Dios

Quisiera que todos nosotros consideremos lo que es la iglesia. La iglesia es un


grupo de personas que poseen la vida de Cristo. ¿Qué es la iglesia? La iglesia es
el Cuerpo de Cristo. Por tanto, la unidad cristiana se aplica únicamente a los
hijos de Dios. No puede incluir a aquellos que son cristianos nominales, ya que
pertenecen al mundo y todavía no han sido regenerados. A los ojos de Dios, ellos
siguen siendo pecadores y no pueden estar incluidos en la iglesia. Por tanto, no
pueden ser partícipes de nuestra unidad.

C. En cuanto al procedimiento
y el principio que debemos seguir

En cierta ocasión, un siervo del Señor de una denominación me dijo: “¡Nosotros


recibimos a todos los que han sido salvos!”. Yo le contesté: “¡Por supuesto que
sí! Se espera que toda iglesia reciba a quienes son salvos. Pero permítame
preguntarle: ¿Rechazan ustedes a quienes no son salvos?”. Él me respondió:
“Usted es muy listo; usted puede determinar quién ha sido salvo y quien no,
pero yo no puedo hacerlo”. Yo asentí en silencio, pero le dije nuevamente: “No le
estoy preguntando si usted sabe si una persona es salva o no; le estoy
preguntando si ustedes recibirían a alguien que saben que no es salvo. No
estamos discutiendo acerca de ciertos hechos, sino acerca de ciertos principios.
Así pues, mi pregunta es si ustedes recibirían a alguien que saben que no es
salvo”. Él me dijo: “Aun si sabemos que él no es salvo, temo que todavía lo
recibiríamos”. Si una iglesia, por cuestión de principios, admite a quienes no son
salvos, no es la iglesia. No estamos hablando de hechos concretos. Por ejemplo,
no nos preocupa si el Simón que se menciona en Hechos 8 era salvo o no. Son
muchos los que parecen ser salvos cuando uno conversa con ellos, pero que de
hecho no lo son. En este caso, no se estaría violando ningún principio. Pero hay
algunos que admiten a cualquiera, sin importarles si son salvos o no. Esto
involucra un asunto de principios.

Hoy no estamos discutiendo sobre el procedimiento que debemos seguir para


recibir a los demás. Estamos hablando del principio sobre el cual nos basamos
para admitir a los demás. Quizá resolvamos decir que todos los descendientes
de Hwang-ti son chinos, ésta es una cuestión de principio. Pero si alguno
comete el error de incluir a alguien que es japonés, esto es un error en cuanto al
procedimiento. No obstante, si ustedes también deciden que una persona de
origen japonés debiera ser considerada como china, están ampliando el
principio. A lo largo de las eras, siempre se han cometido errores. Aun nosotros
mismos nos equivocamos con frecuencia. Pedimos mucha misericordia de parte
de Dios, pues no podríamos jactarnos de nada con respecto a nosotros mismos.
Pero sabemos que el Señor ha establecido de antemano el principio que la
iglesia no puede abrir sus puertas para recibir a incrédulos.

Por tanto, hermanos, cualquier grupo que de manera abierta manifieste ejercer
el principio de recibir tanto a los que son salvos como a quienes no lo son, no es
la iglesia; es el mundo. Si tanto el trigo como la cizaña están presentes, lo que
tenemos delante de nosotros no es la iglesia de Dios. En la iglesia, todos deben
ser los llamados. Si algunos han sido llamados mientras otros no, lo que
tenemos no es la iglesia.

D. Dejar las organizaciones


en las que impera la confusión

Si un grupo abre sus puertas de par en par para incluir tanto a creyentes como a
incrédulos, entonces éste no es un grupo cristiano. Su unidad no es la unidad
cristiana. Un día el Señor abrirá nuestros ojos para ver la necesidad de apartarse
de tal grupo. Si esto sucede, por favor, tengan presente que al dejar tal grupo
uno no está abandonando la unidad cristiana genuina, porque no hay unidad
cristiana en ese grupo; sólo hay confusión y mixtura. Cuando uno deja esta clase
de grupo, no está dejando la unidad cristiana. Si hay un grupo que recibe y
mezcla a creyentes con los incrédulos, los que son salvos con quienes no lo son,
¡Dios nos manda salir de allí!

1. Somos el templo del Dios viviente

En 2 Corintios 6:14-16 dice: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos;
porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión
la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el
creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los
ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios viviente”. Ustedes deben
saber quiénes son. Ustedes son el templo del Dios viviente. Por tanto, no pueden
tener ninguna relación con los ídolos.

El versículo 16 continúa: “Como Dios dijo: „Habitaré entre ellos y entre ellos
andaré, y seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo‟”. Ustedes son el templo del Dios
viviente. Dios quiere habitar con vosotros y andar en vuestro medio. Dios es
vuestro Dios y vosotros sois Su pueblo.
2. Salir de en medio de los incrédulos

¿Cuál es el resultado de esto? El mandamiento de Dios es: “Por lo cual, „salid de


en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y Yo os
recibiré‟” (v. 17). Aquí podemos ver que tenemos que salir de cualquier grupo
cristiano que reciba tanto a los creyentes como a los incrédulos. Si existe una
mezcla de creyentes e incrédulos en un grupo, aun cuando ellos tuviesen el
nombre de la iglesia de Cristo, nosotros tenemos que salir de allí.

E. Debemos estar en lo correcto


en cuanto al principio

En principio es correcto impedir que los incrédulos entren a formar parte de


nosotros. Cierta vez un hermano me preguntó: “¿Alguna vez ha recibido a
alguien por error?”. En aquel entonces mi sentir era que no habíamos recibido a
ninguna persona equivocadamente. Así que le respondí: “Quizás lo hayamos
hecho, pero el número es muy reducido”. Él me dijo: “Entonces, ¿en qué
difieren ustedes de nosotros?”. Yo le dije: “Si algún incrédulo está entre
nosotros, éste ha ingresado saltando el muro durante la noche. Pero si hay algún
incrédulo entre ustedes, es porque ustedes le permitieron entrar por la puerta
abierta y a plena luz del día”. Jamás debemos ser arrogantes. Con frecuencia nos
podemos equivocar. Podemos bautizar a la persona equivocada y recibir a la
persona equivocada. Sin embargo, tales personas se habrán infiltrado por su
propia cuenta. No es que estemos errando en nuestros principios. En la llamada
cristiandad, hoy en día basta con que uno lleve el nombre de cristiano para
poder entrar a plena luz del día. Esto no quiere decir que jamás nos
equivoquemos en cuanto al procedimiento. Tenemos que ser cuidadosos delante
de Dios para no cometer errores, pero fallar intencionalmente o estar
equivocados en cuanto al principio que seguimos es algo muy distinto. En tal
caso, dejamos de ser la iglesia.

F. No es necesario guardar la unidad


con los que no son cristianos

Si un grupo sabe que cierta persona es incrédula y aun así la admite


caprichosamente, ciertamente ese grupo no es la iglesia. No es necesario que los
hijos de Dios guarden la unidad con tal grupo. Puesto que esta unidad no es la
unidad cristiana, no necesitan guardarla. Se nos exige simplemente guardar la
unidad del trigo; no tenemos que guardar la unidad entre el trigo y la cizaña.
Hoy en día existen en el mundo muchos grupos que se autodenominan la
iglesia, pero que incluyen tanto a creyentes como a incrédulos. Ellos desean
mantener una mera fachada de unidad. Por favor, tengan en mente que no se
nos exige guardar esta clase de unidad; antes bien, esta clase de unidad
trastornará la unidad genuina. La unidad que ellos desean mantener es una
unidad de la que nosotros deseamos escapar. Una vez que nos involucramos en
esa clase de unidad, perjudicamos la unidad auténtica.

IV. LOS LÍMITES DE LA UNIDAD


NO SON MÁS REDUCIDOS
QUE LOS LÍMITES DEL CUERPO

Existe aún otro asunto muy importante en lo que concierne a los límites de la
unidad cristiana. Es verdad que la unidad cristiana incluye a todos los hijos de
Dios; es tan extensa como el Cuerpo de Cristo. La comunión cristiana es tan
vasta como lo es el Cuerpo de Cristo, y la iglesia de Cristo es tan grande como el
Cuerpo de Cristo. Esto se nos revela claramente en la Palabra de Dios. Tal como
lo hemos señalado en la sección anterior, existe el riesgo de agrandar el Cuerpo
de Cristo con el fin de incluir a los falsos creyentes. Sin embargo, surge otro
problema cuando los hijos de Dios guardan una unidad que es más reducida que
la unidad cristiana.

A. La unidad cristiana
es la unidad del Espíritu Santo

Quisiera que ustedes tomen en cuenta lo siguiente: el propósito de Dios no sólo


es que Sus hijos sean uno, sino que ellos sean uno en el Espíritu Santo. Esto es
lo que significa la unidad cristiana. Dios no dijo que podíamos poseer cualquier
clase o forma de unidad. Él dijo que tenemos que ser uno en el Espíritu. A esto
se debe que llamemos a tal unidad, la unidad cristiana. Esta unidad es la unidad
en Cristo. A fin de guardar la unidad cristiana, tenemos que ser guardados en
Cristo, en el Cuerpo y en la unidad del Espíritu. Esta unidad tiene sus propios
límites; es tan grande como el Cuerpo. Por favor, tengan presente que el Cuerpo
de Cristo constituye los límites de la unidad cristiana.

B. No guardar una unidad


más reducida que el Cuerpo

Son muchos los que suponen equívocamente que todo lo que Dios anhela es que
seamos uno. Sin embargo, si la delimitación de nuestra unidad no es el Cuerpo
de Cristo, entonces esta unidad debe ser condenada. Si guardamos cualquier
clase de unidad cuyos límites sean más reducidos que los del Cuerpo de Cristo,
estaremos involucrados en lo que la Biblia llama división. Dios quiere que
nosotros guardemos la unidad en el Espíritu. En esta unidad, los límites son tan
amplios como el Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo delimita esta unidad.

Suponga que a un grupo de creyentes le parece que todos debieran ser


bautizados por inmersión. Ésta es una verdad bíblica y no tiene nada de malo.
Pero supongamos que estos creyentes establecen un principio que excluye a
todo aquel que no haya sido bautizado por inmersión, aun cuando tal persona
sea un hijo de Dios. Si ellos hacen esto, estarán tomando una doctrina como la
base de su unidad. Ésta no es la unidad en el Espíritu. Tal grupo tiene límites
más reducidos que los del Cuerpo.

Supongamos que un hermano decide unirse a esta clase de grupo. Él tiene


buena comunión con ellos y recibe mucha ayuda espiritual de parte de ellos.
Pero un día Dios le hace ver que aunque estos hermanos son auténticos hijos de
Dios, el grupo en su totalidad no es la iglesia debido a que únicamente acepta a
quienes han sido bautizados por inmersión y se reúne con ellos, pero no acepta
a los que no han sido bautizados por inmersión, aun cuando sean hijos de Dios.
Cuando este hermano se dé cuenta de que ellos han rechazado a otros hijos de
Dios, debe abandonar tal grupo. Él abandona dicho grupo porque el Señor lo ha
iluminado.

Supongamos que después de cierto tiempo, otro hermano se le acerca para


suplicarle diciendo: “Todos somos cristianos y todos somos hijos de Dios.
Nosotros somos hermanos. Dios dice en la Biblia que los hermanos deben
amarse unos a otros. No debes dejarnos. Si nos dejas, ofendes la unidad
cristiana, estás causando división, y te conviertes en una secta y en una
denominación”. Después que el hermano escuche esto, probablemente acuda a
la Biblia y la estudie, y llegue a la conclusión de que los hijos de Dios deben ser
uno y que él no debió haber dejado aquel grupo. ¿Ven ustedes en qué radica el
error en este caso? El error aquí es bastante obvio.

C. Dejar un grupo que es más pequeño


que el Cuerpo, no es quebrantar la unidad

Si uno piensa que no debe causar división, primero debe tener en cuenta qué es
lo que significa causar división. Causar división significa estar dividido del
Cuerpo. La división a la que se refiere 1 Corintios 12 es la división del Cuerpo (v.
25), no la separación de un grupo que no se conforma al Cuerpo. La unidad
cristiana a la cual Dios se refiere, es aquella unidad que es tan grande como el
Cuerpo. Esta es la unidad que debemos guardar y de la cual no debiéramos salir.
Si una persona que se preocupa en guardar la unidad forma parte de un grupo
que es más pequeño y más estrecho que el Cuerpo de Cristo, deberá darse
cuenta de que aun cuando el grupo hable de unidad, esta unidad no es la unidad
cristiana o la unidad del Espíritu. No es la unidad cristiana porque la clase de
unidad que tiene no es tan grande como el Cuerpo. Si esta persona deja
cualquier ámbito, grupo u organización que no sea del mismo tamaño que el
Cuerpo, no está ofendiendo la unidad cristiana ni está quebrantando dicha
unidad.

Nosotros no podemos respaldar ninguna linea divisoria ni apoyar grupo alguno


que sea más reducido que el Cuerpo de Cristo. Tenemos que salir de esa clase de
“unidad”. Un hijo de Dios que guarda una unidad que sea más reducida que el
Cuerpo de Cristo está, en realidad, quebrantando la unidad cristiana.

D. Con respecto a la división

Había contiendas en la iglesia en Corinto. Algunos decían: “Yo soy de Pablo; y


yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1 Co. 1:12). Pablo estaba
completamente en contra de estas contiendas. Él dijo: “¿Acaso fue crucificado
Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (v. 13). Él
les dijo a los corintios que eran facciosos y que esto era obra de la carne (3:3-4).
Los corintios eran divisivos al hablar de esa manera.

1. Quiénes son los divisivos

Supongamos que uno de estos corintios se llamaba Marcos, otro Esteban y un


tercero Filemón. Supongamos que todos ellos estaban a favor de Pablo y que, un
día, uno de estos hermanos, ya sea Esteban o Filemón, se levanta y dice:
“Nosotros nos hemos estado reuniendo juntos y hemos disfrutado de muy
buena comunión. A nosotros nos ha parecido que Pablo, el siervo de Dios, ha
sido usado de manera muy especial por Dios y debemos prestar más atención a
sus enseñanzas. Hemos tenido muy buena comunión y hemos recibido gran
ayuda tanto de lo que nos ha hablado como de sus epístolas. Todos nosotros
estamos en el Señor y nuestra comunión es muy íntima. Pero, últimamente, he
percibido que esto es incorrecto. Hoy en Corinto hay cientos de creyentes, pero
nosotros no somos muy numerosos. Debemos ir a ellos y tener comunión con
ellos de una manera apropiada”.

Supongamos que los otros hermanos se levantan y dicen: “¡Tú has pecado!
Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él oró y pidió al Padre que nosotros
fuésemos uno. El Señor Jesús quiere que seamos uno, pero tú estás procurando
dejarnos por seguir otro camino. Tú no estás siendo uno con nosotros. ¡No estás
glorificando al Señor! Si tú no quieres ser uno con nosotros, el mundo no creerá
en el Señor a través de nuestra unidad. Tú has pecado y tienes que salir de en
medio de nosotros porque eres divisivo”.

2. Ellos mismos son divisivos,


mas condenan como divisivos
a aquellos que los han dejado

Hermanos, ¿pueden ver esto? Esto es lo que muchos le dicen a nuestros


hermanos. Ellos mismos causan división al decir: “Yo soy de Pablo; y yo de
Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo”. Ellos mismos ya han creado una serie de
divisiones, pero en cuanto alguno quiere marcharse, ellos dicen: “Debes guardar
la unidad cristiana”. Pero su unidad no es tan grande como el Cuerpo de Cristo.
La unidad de ellos es apenas del tamaño de Pablo. Guardar una unidad cuyos
límites son más reducidos que el Cuerpo de Cristo equivale a ser divisivo.
Incluso afirmar que yo soy de Pablo es ser divisivo. Por favor, tengan en cuenta
que ellos ya se han separado del Cuerpo. Ellos no se percatan de que están
causando división, pero si alguno los deja, ellos afirman que tal persona está
siendo divisiva.

Hermanos y hermanas, éste es el problema que tienen muchos grupos cristianos


hoy en día. Muchos de los que se llaman pueblo de Dios, muchos de los que se
denominan grupos cristianos, ya se han separado del Cuerpo. (Espero no
ofender a estas personas al decir esto. Nuestro espíritu debe ser recto. Delante
de Dios, debemos saber que esto es algo triste y no es un motivo de regocijo,
pero tenemos que tener bien claro cuál es nuestra posición delante de Dios.)
Cuando algunos hermanos y hermanas desean volver al Cuerpo de Cristo, estos
grupos afirman entonces que esos que quieren dejarlos son los causantes de
división. Ellos no se dan cuenta que todos los que pertenecen a grupos divisivos
y que se niegan a dejar dichos grupos, ellos mismos son divisivos.

3. Es correcto destruir la unidad de las divisiones

Rogamos a Dios que abra los ojos de estas personas para que puedan ver que el
Cuerpo de Cristo es uno y que estos grupos están divididos. En 1934 había mil
quinientas denominaciones grandes en el mundo. Hay muchos grupos que se
autodenominan la iglesia. Y todos ellos han reducido los límites del Cuerpo de
Cristo. Uno de ellos es una pierna y el otro es una mano. Ellos han dividido el
Cuerpo de Cristo. Hoy en día algunos hermanos y hermanas desean retornar a
los límites del Cuerpo y tener comunión en el Cuerpo. De inmediato, otros se
levantan para protestar, afirmando que están destruyendo la unidad. Si alguien
le dice a usted que usted ha quebrantado la unidad, usted deberá contestarle
diciendo que usted ha quebrantado la unidad de las divisiones, pero que no ha
quebrantado la unidad del Cuerpo. Es correcto afirmar que hemos quebrantado
la unidad de las divisiones. No se puede formar parte de la unidad mayor a
menos que primero se destruya la unidad menor.

4. Es necesario salir de las


unidades menores para ser
partícipes de la unidad mayor

La unidad cristiana es tan estrecha como el Cuerpo. Todo cuanto sea extraño al
Cuerpo jamás deberá ser introducido en él. Asimismo, puesto que la unidad
cristiana se circunscribe a límites tan amplios como los del Cuerpo, cualquier
clase de “unidad” cuyos límites sean más reducidos que los del Cuerpo, tampoco
puede ser considerada como la unidad cristiana. Cuanto más celo usted ponga
en guardar esta supuesta “unidad”, más será partícipe de una división. Cuanta
más intimidad haya logrado entre usted y su grupo de hermanos, más sectario y
faccioso estará siendo usted. Es necesario que salga de esa “unidad” reducida,
para ser partícipe de la unidad mayor. Si usted quiere ser partícipe de la unidad
mayor, tiene que abandonar cualquier otra unidad menor. No debemos pensar
que la unidad es necesariamente buena en sí misma, tenemos que preguntarnos
de qué clase de unidad se trata. No digan que basta con estar unidos. La única
unidad que es lo suficientemente buena es la unidad del Cuerpo. Los cristianos
no deben aprobar ninguna unidad que sea más reducida que la unidad del
Cuerpo. Ninguna unidad debe ser menos que el Cuerpo. Todo lo que sea más
reducido que el propio Cuerpo de Cristo no es aceptable para Dios.

E. En qué consiste la división

La palabra que se traduce “división” o “secta” en el idioma griego es hairesis.


Esta palabra se utiliza nueve veces en la Biblia. En el libro de Hechos se utiliza
en seis ocasiones y se traduce como “secta”, tal como la secta de los saduceos, la
secta de los fariseos y la secta de los nazarenos. En las epístolas, se usa tres
veces. Examinemos aquellos pasajes de las epístolas en los que se usa esta
palabra.

1. La división puede ocurrir


solamente en la iglesia

En 1 Corintios 11:18 dice: “Pues en primer lugar, cuando os reunís como iglesia,
oigo que hay entre vosotros divisiones; y en parte lo creo”. Aquí dice que los
corintios estaban divididos entre sí en sus reuniones. ¿Qué significa estar
dividido? La división únicamente puede ocurrir en la iglesia. Corinto era una
iglesia, y estos creyentes estaban en la iglesia en Corinto. Un día uno de ellos
declaró: “Yo soy de Pablo”. Otro dijo: “Yo soy de Cefas”. Un tercero dijo: “Yo soy
de Apolos”, e incluso un cuarto dijo: “Yo soy de Cristo”. Las palabras fueron
erradas, el tono estaba errado y la actitud en su espíritu era errada. Había celos
y contiendas, y era obvio que el amor de Cristo estaba ausente. Cuando se
reunían, aquellos que decían que eran de Pablo se reunían en un lugar, y los que
decían ser de Apolos se reunían en otro lugar. Eso era división.

Cualquiera que desee acusar a otra persona de ser divisivo, únicamente podrá
levantar tal acusación en la iglesia. Esta acusación no es posible fuera de la
iglesia. Una persona sólo puede cometer el pecado de división en la iglesia; ella
no puede cometer tal pecado fuera de la iglesia. Un hombre puede amotinarse
únicamente en contra de un gobierno legítimo, pero no se puede amotinar en
contra de un gobierno que es ilegítimo. Una rebelión consiste en separarse de
un gobierno legítimo, pero si se separa de un gobierno que no es legítimo, eso
no puede ser considerado como rebelión. Por tanto, la división es algo que
únicamente puede suceder en la iglesia. Tales divisiones no son gratas a Dios.
2. La división es obra de la carne

Gálatas 5:19-20 dice: “Manifiestas son las obras de la carne, que son: ... iras,
disensiones, divisiones, sectas [hairesis ]”. Una de las obras de la carne son las
sectas. En la traducción al chino de la Biblia, esta palabra se traduce como
“herejía”. En el idioma griego es la misma palabra que se traduce “división” o
“secta”. Aquí vemos en qué consiste la división. La división es una obra de la
carne. Pablo no sólo les estaba diciendo a los gálatas y a los corintios, sino
también a usted y a mí, que la división no es algo espiritual, sino una obra de la
carne. Pablo dio una descripción detallada de todas las obras de la carne. Habló
de fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades,
contiendas, celos, etc., y también habló de divisiones.

a. Se le condena de la misma manera


que la fornicación y la idolatría

Cuando usted les pregunta a ciertas personas: “¿Puede un cristiano cometer


fornicación?”, ellos responderán con un “no” rotundo. Si usted les pregunta:
“¿Puede un cristiano adorar a los ídolos?”, también le contestarán con un “no”
enfático. Pero si usted les pregunta: “¿Pueden los cristianos estar divididos?”, tal
vez digan: “Aun cuando ellos están divididos externamente, no están divididos
en sus corazones”. Esto es como si los adoradores de ídolos dijeran: “Sólo
adoramos a los ídolos externamente, no los adoramos de corazón”. No hay
excusa para esto. Tanto la idolatría como la división están condenadas a los ojos
de Dios.

b. No tener preferencias según las obras de la carne

Es extraño que algunos que se consideran a sí mismos siervos de Dios escriban


libros en los que alientan a los demás a permanecer en las divisiones. Si un
siervo de Dios escribiera un libro en el que alentara a los cristianos a adorar
ídolos, ¿cuál sería su reacción? Si un siervo de Dios escribiera un libro
alentando a los cristianos a cometer fornicación, a ser lascivos, a perder la
paciencia y a ser celosos, ¿qué pensaría usted al respecto? Ciertamente sentiría
que esta persona no es un siervo de Dios. Pero hay quienes afirman que los
cristianos pueden permanecer en las divisiones, y muchos publican sus libros.
Lo único que puedo decir al respecto es que hoy en día ¡los hombres están ciegos
a lo que resulta abominable a los ojos del Señor! Les ruego que tengan en mente
que no podemos tener preferencias según la carne. Ser sectarios, al igual que la
idolatría, la fornicación, la ira y la hechicería, es una obra de la carne; todo esto
pertenece a la misma lista de lo que es condenado. Tenemos que actuar de
manera responsable delante de Dios y no ser tentados a regresar al sectarismo.
c. Cómo la palabra “secta”
llegó a ser traducida “herejías”

En el idioma griego, el significado de la palabra secta está muy claro. Se traduce


como “divisiones” en 1 Corintios 11:18 y como “sectas” en Gálatas 5:20. De
hecho, son la misma palabra. ¿Por qué [en la versión Reina Valera, así como
versión King James] esta palabra se tradujo como “herejías”? En el griego, la
palabra es hairesis. Los traductores de la Biblia probablemente decidieron no
traducir el significado de la palabra, sino que usaron la palabra herejías. La
versión King James fue producida por la iglesia anglicana, la cual tenía
problemas con este versículo porque era una iglesia estatal. Al tener ciertas
reservas al respecto, se prefirió usar un término ambiguo. Probablemente los
traductores sabían que ésta no era la palabra correcta; sin embargo, la usaron.
Esta misma práctica puede ser detectada en las Biblias traducidas al idioma
chino en las que la palabra Dios es traducida Shangdi o Shen. Las editoriales
saben muy bien que Shangdi es la expresión equivocada, pero debido a que
muchas denominaciones están familiarizadas con este término, continúan
usándolo. Ellas publican versiones que usan ambos términos para satisfacer las
necesidades de ambos lados. Puede encontrarse otro ejemplo en la traducción
de la palabra bautismo. Esta palabra debiera traducirse “inmersión”, pero dado
que el bautismo por aspersión era una práctica prevaleciente, las editoriales no
fueron explícitas en cuanto a su traducción. Si hubiesen utilizado el término
inmersión, esto hubiese suscitado controversias. Pero los que saben griego
saben que la palabra “bautismo” significa “sumergir algo en agua”; sin embargo,
los traductores no se atrevieron a traducirla de esta manera. En lugar de ello,
inventaron una nueva palabra inglesa, “bautismo”, la cual no significa nada en sí
misma y mantiene al lector en oscuridad con respecto al verdadero significado
de esta expresión. Esta palabra es una transliteración de una palabra foránea. El
mismo principio se aplica a la traducción de la palabra hairesis. Al traducir esta
palabra como “secta” o “división” y llamar al sectarismo o la división como una
obra de la carne, habría generado controversia. Esta fue la razón por la cual se
utilizó la palabra herejías en lugar de las otras palabras. Esta palabra evitó que
el lector comprendiera el verdadero significado del texto original. De hecho, la
palabra herejía no es una palabra inglesa. Ninguna persona de habla inglesa
sabe lo que esta palabra realmente significa. Conozco a dos hermanos que
trabajaban para la “Librería Evangélica”, quienes estuvieron involucrados en la
traducción de la Biblia. Ellos simplemente hicieron una transliteración de la
palabra baptizo y colocaron los caracteres ba-di-zo en su lugar. Me temo que ni
una sola persona en China sabe qué significa ba-di-zo, ni si ello significa
inmersión o aspersión. Nadie sabe qué significa la palabra ba-di-zo y, por ende,
tanto el grupo que propugna la inmersión, como el grupo que practica la
aspersión, están contentos. Esto sólo pone en evidencia la infidelidad humana.
Una ligera lectura de algunas otras traducciones le serviría para darse cuenta de
que la palabra hairesis en realidad significa “secta” en el inglés. Pero debido a
que se tenían ciertas reservas, se usó en su lugar la palabra “herejías”, y desde
entonces todos han estado en la oscuridad en cuanto al verdadero significado
del término original. La palabra griega hairesis se convirtió en el anglicismo
heresy en 1611, y la palabra heresy, herejía, ha estado con nosotros durante los
últimos trescientos años. Para cuando los chinos tradujeron esta palabra, llegó a
ser i-duan, que significa herejía, una palabra más bien ambigua. Podría darles
otros ejemplos de semejantes transliteraciones de palabras al inglés.

d. No es posible guardar la unidad en las sectas

Las herejías son sectas y son consideradas por Dios como obras de la carne. Por
tanto, no podemos guardar la unidad de las sectas. Tenemos que guardar la
unidad cristiana, pero no la unidad de las sectas. Quebrantamos nuestra unidad
cristiana si nos mantenemos en unidad con las sectas.

3. Las sectas traen destrucción


repentina sobre los hombres

En 2 Pedro 2:1 dice: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como
también entre vosotros habrá falsos maestros, que introducirán secretamente
herejías [sectas] destructoras, y aun negarán al Amo que los compró,
acarreando sobre sí mismos destrucción repentina”. Las sectas traen
destrucción. Ellas son introducidas mediante los falsos maestros. Nosotros,
quienes pertenecemos a Dios, tenemos que aprender a mantener en alto la
unidad cristiana delante de Dios. No debemos mantener ninguna unidad que
sea más reducida que la unidad cristiana.

V. LA UNIDAD NO ES UNA OBRA ECUMÉNICA

A. Los hijos de Dios tienen la noción general


de que la unidad es necesaria

Después que una persona se da cuenta de que las sectas llevan a la destrucción y
que Dios las condena, comienza a ver la necesidad de unidad entre los
cristianos. A muchas personas les parece que el sectarismo y la división son
incorrectos, que ellas debieran tener comunión con todos los hijos de Dios y que
tal comunión debe ser tan amplia como el Cuerpo.

Me parece que durante los últimos diez años esta noción se ha generalizado
bastante en China. El año pasado alguien me escribió diciéndome: “Aunque no
podemos concordar con sus enseñanzas en contra del sectarismo, sentimos que
es conforme a la verdad y es correcto que los cristianos sean uno”. Esto fue
escrito por uno de los líderes del cristianismo. Hoy en día muchos líderes del
cristianismo sienten que deben darle la debida importancia a la unidad cristiana
y no a la unidad de las sectas.

B. El ecumenismo:
un hogar transitorio para la unidad

Sé que durante años recientes muchos han estado enfatizando la unidad. Pero lo
que han generado es una especie de movimiento ecuménico, el cual no
constituye un retorno a la unidad del Cuerpo. Es una unidad manufacturada por
los hombres. No es sino una obra ecuménica o interdenominacional. El
ecumenismo no hace más que aminorar las distinciones que diferencian a las
denominaciones. Personalmente, siento que esta clase de unidad es sólo un
hogar transitorio; ninguna de las partes logrará recorrer el camino que lleva a la
casa.

C. Es necesario que los cristianos sean absolutos

Permítanme hablar con franqueza: Si es correcto ser sectarios, debemos apoyar


tal práctica, pero si es incorrecto, debemos destruir tal práctica. ¿Qué hacen los
hombres ahora? Ellos dicen que no hay nada de malo con las divisiones o las
sectas, sin embargo, se oponen a ellas. Otros están de acuerdo en que es
incorrecto ser sectarios, pero tratan de mantener dicha práctica. Por un lado,
son reacios a renunciar al sectarismo; por otro, están en contra de ello. Quieren
tener contentas a ambas partes, y desean mantener la comunión con ambos
grupos. Esta actitud no es propia de un cristiano. Si el deseo del Señor es que
Sus hijos participen de la comunión del Cuerpo, debemos desechar toda otra
comunión y únicamente practicar la comunión del Cuerpo. A ellos les digo: Si a
ustedes les parece que las sectas son necesarias, entonces deben hacer lo que
puedan por sustentarlas. Tal vez su conducta sea equivocada, pero por lo menos
su intención será la correcta. Los cristianos no deben ser fluctuantes en cuanto a
su postura. Un cristiano tiene que ser fiel y absoluto en todo cuanto hace. Si el
sectarismo es correcto, debemos ser sectarios cueste lo que cueste. Si es
incorrecto, debemos oponernos a éste a cualquier precio.

Lo peor es tener un hogar transitorio. Por un lado, ellos admiten que es erróneo
ser sectarios; por otro, son renuentes a abandonar tal práctica y se esfuerzan por
mejorarla. Admiten que es erróneo que existan denominaciones, pero tratan de
organizar afiliaciones ecuménicas. No están claros con respecto a la postura que
están adoptando. Ésta no es la manera cristiana de hacer las cosas. Un cristiano
jamás debiera ser uno que cambia de parecer todo el tiempo. Si algo es correcto,
debe haber una manera apropiada de manejarlo. Si algo es incorrecto, debe
haber también una manera apropiada de manejarlo. Cualquier clase de
concesión o reconciliación es errónea. Un cristiano debe ser una persona que
hace las cosas de una manera absoluta. Si es correcto ser sectario, se debe
defender tal práctica; si es incorrecto, se la debe condenar. No puede haber
ninguna concesión o reconciliación.

D. Las afiliaciones ecuménicas


tienen el Cuerpo como sus límites,
mas permiten que se siga siendo sectario

Ya nos hemos referido a las diversas clases de unidad. Una de ellas es aquella
cuyos límites sobrepasan los del Cuerpo; en ella se recibe incluso a la cizaña.
Otra clase tiene límites más reducidos que el Cuerpo; es una organización, una
secta. Y otra clase de unidad tiene límites que son tan amplios como el Cuerpo
de Cristo, pero dentro de estos límites existen recuadros que se segregan
mutuamente. Es como un tablero de ajedrez. Sus límites son tan amplios como
los del Cuerpo de Cristo, pero dentro de ella hay sectas, cada una de las cuales se
preocupa de lo suyo dentro de su propia esfera. Esta es la unidad organizada, no
la unidad propiamente dicha; es una afiliación a cierta unidad, no la unidad
misma. Si bien los límites de esta clase de comunión son tan amplios como el
Cuerpo, todavía existen muchas sectas en esta comunión. Según las estadísticas
de 1930, había por lo menos unos mil quinientos de estos pequeños
“cuadrados”.

Si la iglesia debería dividirse en sectas, ciertamente Dios lo habría dicho en la


Biblia con toda claridad. Pero en la Biblia Dios nos dice que la iglesia es el
Cuerpo. Sólo existe un Cuerpo, y todos los miembros del Cuerpo están unidos a
este Cuerpo. Ésta es la única manera de seguir avanzando. Incluso una máquina
o un automóvil no puede dividirse. Si se divide, no podrá desempeñar su
función. Hoy en día muchas sectas están pugnando por unirse entre sí. Me
siento obligado a mostrarles cuál es el terreno en que se basan tales límites
ecuménicos.

E. El Cuerpo no tiene una organización


como su unidad básica

La Biblia dice que el Cuerpo está compuesto de miembros. Por tanto, los
miembros son la unidad básica del Cuerpo. Hoy en día, los obreros del
ecumenismo ven el Cuerpo de Cristo, pero no están dispuestos a pagar el precio
para tomar la comunión del Cuerpo. Enfatizan el Cuerpo de Cristo, pero el
Cuerpo del cual hablan no tiene a los miembros como su unidad básica, sino a
las organizaciones. La unidad básica de la comunión cristiana debe ser los
propios cristianos. Son los cristianos los que se unen para formar el Cuerpo.
Pero las afiliaciones ecuménicas de hoy toman como unidad básica ciertas
organizaciones. En otras palabras, si hay cinco mil denominaciones en todo el
mundo, ellos dicen que existen cinco mil unidades básicas en el Cuerpo. Esto
sólo puede ser llamado una comunión de organizaciones.
La comunión, en la Biblia, considera a los cristianos individuales como su
unidad básica. Yo soy un creyente y usted es un creyente. Espontáneamente
nosotros dos tenemos comunión. Otra persona es creyente y, como creyente,
usted tendrá comunión con ella también. La comunión siempre se lleva a cabo
con base en individuos. Los obreros del ecumenismo de hoy, apilan a los
creyentes en organizaciones y luego unen a las diversas organizaciones. Este es
un elemento adicional que ha sido añadido a la comunión del Cuerpo.

F. Las organizaciones dan lugar a la carne

La Biblia reúne a todos los hijos de Dios en el Cuerpo de Cristo. Juntos ellos
expresan Su Cuerpo aquí en la tierra. Pero hoy en día, los hombres han unido a
aquellos que son de la misma opinión, las mismas creencias y de los mismos
puntos de vista. Han unificado a aquellos hombres que respetan a ciertas
personas y los han convertido en organizaciones. Un paso adicional que han
dado, es tratar de formar asociaciones de las diferentes organizaciones. En
realidad, ellos primero están dividiendo para aceptar la voluntad del hombre y
luego uniéndose para aceptar el propósito de Dios. De este modo, ¡piensan que
han logrado complacer a ambas partes! Se tolera la práctica carnal de ser
sectarios, mientras que en apariencia, se consigue la unidad cristiana. Esto es lo
que son las afiliaciones ecuménicas. Reitero con el mayor énfasis, que el único
propósito para hacer esto es el de dar lugar a la carne. El Señor nos ha mostrado
que la división es una obra de la carne.

Hermanos y hermanas, no tienen que ir a las denominaciones para descubrir


que ser sectarios es una obra de la carne; lo descubrirán en ustedes mismos. Si
tienen que ir a otros lugares para descubrir tal cosa, yo pondría en duda vuestra
espiritualidad delante de Dios. Los seres humanos tienden a la división. A todos
les gusta separarse de otros hermanos y hermanas de acuerdo a su propia
voluntad. Hoy en día a muchos les gusta, por un lado, mantener las
denominaciones, mientras que por otro, tratan de lograr alguna forma de
unidad. ¡Esto es contradictorio! Piensan que el sistema de denominaciones
puede continuar y procuran mantenerlo. Pero luego, se unen a las afiliaciones
ecuménicas debido a que su conciencia les molesta. Esto es dividir el Cuerpo
primero, para luego tratar de unirlo.

G. La unión ecuménica es el producto


de tener una conciencia bajo condenación

Si usted intenta dividir el Cuerpo en denominaciones y luego unirlo, ¡el Cuerpo


se ha desvanecido! Unir algo después de haberlo cortado en pedazos resulta en
una mera asociación y no en el Cuerpo. No debieran pensar que tendrán la
misma persona después de haberla cortado en pedazos para luego juntar las
piezas. Esto no es posible. ¡La vida se ha desvanecido! Es tonto cortar el Cuerpo
en cientos de denominaciones para luego unirlas nuevamente! Eso no es el
Cuerpo. Eso es simplemente una unión de diversas organizaciones. Espero que
ustedes se percaten delante de Dios del error de dividir el Cuerpo de Cristo en
muchas denominaciones. Cuando los miembros están juntos, ellos son el
Cuerpo, y cuando los miembros están separados, son los miembros. Esto es todo
lo que sabemos. Además de estas dos cosas —el Cuerpo y los miembros— no
existe ninguna organización intermedia. No es posible agrupar a los miembros
en muchas organizaciones para luego unir todas esas organizaciones en un
Cuerpo. Este tipo de unificación ecuménica no es el Cuerpo de Cristo, sino una
organización humana. Es el producto de tener una conciencia que está bajo
condenación.

VI. CÓMO MANTENER LA UNIDAD

¿Cómo entonces debemos mantener la unidad? Si la iglesia en Foochow


aceptase incrédulos, dejaría de ser la iglesia. Tendríamos que llamarla secta y
deberíamos abandonarla. Supongamos que algunas iglesias están compuestas
íntegramente por creyentes, mas persiste en ellas un elemento sectario.
Nosotros tenemos que abandonar tales grupos también. Luego, están aquellos
que juntan varias organizaciones para formar afiliaciones ecuménicas más
grandes. Esto es también la obra de la carne, y también tenemos que
abandonarlas.

A. Nuestra postura debe ser


permanecer firmes en el Cuerpo de Cristo

Si hemos de ser la iglesia en Foochow hoy día, sus límites tendrán que ser tan
amplios como el Cuerpo de Cristo. Que esto sea del agrado de los demás o no,
eso es asunto de ellos. Que otros tomen este camino o no, es asunto de ellos.
Pero aquellos que deseen tomar este camino deben ser fieles en tomar una
postura firme; jamás pueden ser sectarios. Jamás deben admitir
intencionalmente a ningún incrédulo entre ellos ni deben reemplazar el Cuerpo
con organizaciones ecuménicas. Este es el principio fundamental. Tenemos que
permanecer firmes sobre el terreno del Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo
determina los límites de la iglesia. Este es el camino que escogemos hoy. Este es
el único camino que los hijos de Dios deben de tomar en todas las localidades.

Tenemos que tener bien en claro qué posición debemos tomar. No podemos ser
ni sectarios ni divisivos. No debemos tener incrédulos entre nosotros, y no
podemos reemplazar el Cuerpo de Cristo con las organizaciones ecuménicas.
Las organizaciones ecuménicas nos hablan de que la luz opera, pero que se
carece de la fuerza para obedecer a esta luz. Nos indican que se posee el
conocimiento de la voluntad de Dios, pero que se es renuente para llevar a cabo
dicha voluntad. Se cuenta con la revelación de Dios, pero se fracasa al no
ponerla en práctica. Tales organizaciones no son sino un hogar transitorio.

Dios nos ha colocado en una posición diferente, la posición que todos los hijos
de Dios deben tomar para reunirse. Pero otros no vendrán a nosotros. No
estamos diciendo que los demás deben reconocer que somos lo que decimos que
somos. Simplemente decimos que nosotros hemos optado por el Cuerpo de
Cristo.

B. Reconocer la casa de Dios

Admitimos que hay hermanos y hermanas en las divisiones, en las iglesias


estatales y en las organizaciones ecuménicas. Si ellos son fieles, deberán venir al
hogar; deberán adoptar la misma postura que nosotros hemos tomado: optar
por el Cuerpo. Hoy en día nuestra puerta está abierta para ellos. Sin embargo,
no tenemos otra opción que mantener nuestra posición. ¿Cuál es la situación en
estos días? Es como la de una familia en la que dos hermanos jóvenes han sido
secuestrados. La familia no puede disolverse simplemente porque dos hermanos
han sido secuestrados. Todavía están presentes el padre, la madre y los otros
hermanos y hermanas. La familia no puede disolverse. Sin embargo, tenemos
que decir que ahora no hay paz en la familia, porque dos hermanos han sido
secuestrados.

Aquellos que han sido secuestrados están temporalmente alejados de la familia.


Sin embargo, los otros hermanos que están en casa deben de tener un corazón
ensanchado. Ellos no deben excluir a sus hermanos simplemente porque han
sido secuestrados, sino que deben aprender a abrir sus puertas y corazones a
ellos. Siempre que los que han sido secuestrados retornan al hogar, deben ser
recibidos con los brazos abiertos. Gracias a Dios, puede ser que ellos retornen
por un corto tiempo o que retornen para siempre. Tal vez hayan vivido
deambulando por mucho tiempo, pero hemos de decirles que ésta sigue siendo
su casa. No podemos cerrarles las puertas simplemente porque nos hayan
dejado.

Hay quienes han dicho que demasiada gente está deambulando en las
denominaciones hoy en día, y por eso la iglesia de Dios se ha disuelto y ha
dejado de existir. Pero los hijos de Dios en la tierra no pueden disolverse, no
pueden dejar de existir. Hoy en día tenemos que esforzarnos al máximo por
mantener en alto nuestro testimonio. Nuestro Padre está aquí, nuestro Señor
está aquí y el Espíritu Santo está aquí. Siempre y cuando los tengamos a ellos,
¡eso basta! Mientras seamos tres o cinco hermanos, eso es suficiente. Dos o tres
hermanos es suficiente para testimonio. En algunos lugares, ¡incluso tenemos
más que esto!
C. Debemos aprender a no ser
arrogantes sino humildes

Jamás se jacte diciendo: “Yo ya tengo un hogar. No me importa si los demás


hermanos están deambulando allá afuera”. Hay algo que está mal en nuestra
familia si es que no sentimos esta pérdida. Mientras haya un hermano o
hermana deambulando por las denominaciones, nuestro corazón debería sentir
dolor; deberíamos estar tristes. Debemos tener siempre dos actitudes: Por un
lado, tenemos que defender y mantener nuestra postura; por otro, no debemos
ser arrogantes. Tenemos que permanecer firmes sobre el terreno apropiado y
perseverar en ello. No obstante, al mismo tiempo que mantenemos tal postura,
nuestro corazón no debe elevarse. Jamás hay que decir: “Nosotros somos la
familia, estamos satisfechos”. Tenemos que recordar que todavía hay otros
miembros de la familia que están deambulando afuera. Tenemos que
humillarnos y aprender a hacer peticiones por ellos. Oramos que todos ellos
vengan al hogar. La puerta siempre está abierta para ellos. Ya sea que ellos
vengan al hogar para siempre o por breve tiempo, tenemos que mantener
nuestra postura como familia. Jamás debiéramos estar tan equivocados que
lleguemos a pensar que la iglesia ya no existe. ¡No hay que dar cabida a tal cosa!

VII. LA BASE DE NUESTRA UNIDAD: EL JUICIO

Finalmente, quisiera que recordaran algo: la unidad del Cuerpo no es solamente


la unidad entre los cristianos, sino también la unidad con Dios y con Su
presencia.

A. La presencia de Dios trae Su juicio

En el Antiguo Testamento, cada vez que la presencia de Dios era manifestada,


Su juicio también era ejecutado. La presencia de Dios significa que el juicio está
presente. Dios es santo. Allí donde no se siente Su presencia, no surge el asunto
del juicio, pero tan pronto se tiene la presencia de Dios, el juicio está presente.
Si deseamos guardar la unidad cristiana, tenemos que mantener Su presencia.
Su presencia significa juicio y ley. Él ejecuta juicio en todo aquello que está
errado. Allí donde Su presencia está ausente los requisitos no son rigurosos,
pero donde se manifiesta Su presencia, ningún pecado puede ser tolerado. Si la
iglesia tolera el pecado y encubre ciertas cosas, no existe posibilidad de
mantener unidad alguna.

B. Abandonar los pecados es la base de la unidad

Quisiera dirigir su atención al asunto de la base de nuestra unidad. Esto es


fundamental. La base de nuestra unidad es abandonar los pecados. Por favor,
tengan presente que los hijos de Dios están divididos hoy en día debido al
problema de los pecados. El asunto de los pecados es algo que siempre está
implícito. Debido a los muchos pecados, hay muchas divisiones. En muchos de
los hijos de Dios se da un malentendido fundamental: piensan que la paciencia y
la comprensión son la base de la unidad. No hay tal cosa. La Biblia jamás
considera la paciencia o la comprensión como base de la unidad. El hecho de
abandonar los pecados es lo que la Biblia siempre ha tomado como base para
nuestra unidad.

Cualquiera que desee tener comunión con Dios tiene que andar en la luz.
Tendremos comunión los unos con los otros si estamos en la luz. Podemos decir
que la comunión es la base de nuestra unidad, pero la base de nuestra comunión
es el hecho de tomar medidas con respecto a nuestros pecados y a eliminarlos.
Cuando todos estamos en la luz de Dios, tenemos comunión unos con otros.
Aparte de esto, no hay comunión.

En 2 Corintios 6 se nos muestra que cuando nos apartamos “de en medio de


ellos”, Dios llega a ser nuestro Padre y nosotros llegamos a ser Sus hijos (vs. 17-
18). La comunión de Dios con nosotros está basada en nuestra separación. No
mantengan los lazos naturales del hombre a expensas de la comunión con Dios.
¡Esto es algo en lo que muchos han fracasado!

A los ojos de Dios, ¿quienes son los vasos de honra? Son aquellos que se han
limpiado de lo que es deshonroso. Si un hombre se limpia de lo que es
deshonroso, llega a ser un vaso para honra. Aquellos que invocan el nombre del
Señor tienen que alejarse de toda injusticia. Únicamente aquellos que
abandonan toda injusticia pueden invocar el nombre del Señor. Si un hombre se
purifica, llega a ser un vaso para honra. Si un hombre es vaso para honra, podrá
seguir la justicia, la fe, el amor y la paz con los que de corazón puro invocan al
Señor (2 Ti. 2:22). Únicamente quienes desenvainan sus espadas y asumen una
postura firme, poniéndose del lado de Dios a fin de matar a sus propios
hermanos, están calificados para ser levitas (Éx. 32:26-28).

C. Pagar un precio para guardar la unidad

Los límites de la unidad sólo serán guardados a cierto costo. No piensen que
podrán ser uno al tener más amor y comprensión. No es así. La base de la
unidad es quitar el pecado. Todo cuanto insulte la unidad cristiana tiene que
eliminarse. Hoy en día, la falta de unidad entre los cristianos no se debe a que
carezcan de amor, sino porque el pecado no ha sido quitado de su medio. Es
verdad que son muchos los que tienen paciencia y afecto humanos, pero estas
cosas no sirven para lograr la unidad.
En nuestros días, si Dios le abre los ojos a una persona para que vea el Cuerpo,
los límites de la iglesia y la unidad entre los cristianos, y si esta persona se
desenreda de toda tolerancia y afecto humanos, ella espontáneamente dará un
paso hacia adelante en su búsqueda del Señor. Si usted no puede avanzar,
únicamente puede culpar a sus propios ojos porque carecen de luz y a su
corazón porque no es lo suficientemente sencillo. No le eche la culpa a quienes
no han podido avanzar. Usted tiene que comprender que sólo aquellos que
anhelan apartarse de sus pecados, injusticias y deshonra, y que están dispuestos
a renunciar al afecto de los hermanos para asumir una postura firme en pro del
Cuerpo, tendrán ojos para ver. Hoy en día, no importa cuántos sean los que le
reciban con afecto humano abrazándole y hablándole de unidad. Todavía es
usted el que tiene que pagar el precio; tiene que alejarse de toda injusticia. Tiene
que ver el Cuerpo de Cristo. Usted tiene que sacrificar el amor y afecto
humanos. Una vez que los sacrifica, espontáneamente será uno con aquellos que
han adoptado la misma postura. La base de la unidad consiste en renunciar a
toda injusticia, no en tolerar ni soportar la injusticia.

En todas partes encontramos injusticias, ofensas y transgresiones en contra del


Cuerpo de Cristo. Sin embargo, si una persona es fiel y obediente, usted puede
unirse a ella. Pero si usted desea guardar cualquier otro tipo de unidad,
prepárese a ser contaminado con pecados e injusticias. Si usted hace eso, por
supuesto que podrá ser uno con aquellos que practican tales cosas.

D. La unidad entre los hijos de Dios


se hace realidad cuando todos
se levantan a condenar los pecados

Mucha gente condena a los que se han apartado de ellos acusándolos de no


poseer suficiente comprensión, amor o paciencia. Pero no es así, no es que
aquellos que se apartaron carezcan de paciencia; más bien, los que no se han
apartado carecen de obediencia. Aquellos que se han ido no están carentes de
amor; sin embargo, aquellos que se quedan no tienen suficiente luz delante de
Dios. No es que quienes se apartan hayan endurecido su corazón, sino que
aquellos que se quedan están vacilando delante de Dios.

Si todos los hijos de Dios toman la firme determinación de condenar el pecado,


habrá unidad en nuestra comunión cristiana. Si todos ellos juzgaran el pecado,
habría unidad cristiana. Si todo el pueblo de Dios se sujetara a Dios, veríamos la
unidad del Cuerpo. De manera espontánea, la carne, las sectas y las divisiones
desaparecerían, y los hijos de Dios serían uno.

La base de la unidad no es la tolerancia al pecado. La base de la unidad es el


juicio sobre el pecado. No existe la posibilidad de que haya unidad entre
aquellos que juzgan el pecado y aquellos que no lo juzgan. Si usted quiere ser
uno con todos los hijos de Dios, tiene que asumir una postura firme junto con
todos los hijos de Dios en cuanto a juzgar el pecado. Si ellos juzgan el pecado
pero usted no, ¿cómo podría usted ser uno con ellos? Los que se apartan no
están equivocados; son los que se quedan los que están equivocados. Aquellos
que juzgan el pecado están en lo correcto; son uno con todos aquellos que, en
todo el mundo, condenan el pecado. Nosotros rogamos a Dios que tenga
misericordia de aquellos que rehúsan condenar el pecado, de modo que también
ellos tomen la firme determinación de condenar al pecado. Le rogamos a Dios
que les muestre que la unidad y la luz son posibles únicamente en un ámbito
aparte de las organizaciones, los métodos, las asociaciones y las sectas. El
Cuerpo de Cristo es la única esfera en la que es posible la unidad entre los hijos
de Dios.

CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE

AMAR A LOS HERMANOS

Lectura bíblica: Jn. 5:24; 1 Jn. 3:14

El Evangelio de Juan fue el último que se escribió, y sus epístolas fueron las
últimas que se escribieron en el Nuevo Testamento. Hay tres evangelios antes
del Evangelio de Juan: los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, que hablan de
los hechos y las enseñanzas del Señor Jesús. El Evangelio de Juan nos presenta
los aspectos más elevados y más espirituales con relación a la venida del Hijo de
Dios a la tierra. Claramente nos dice qué clase de personas pueden recibir la
vida eterna. Nos dice repetidas veces que aquellos que creen tienen vida eterna.
El tema de la fe impregna todo el Evangelio de Juan. Cuando una persona cree,
recibe vida eterna. Éste es el tema y el énfasis del Evangelio de Juan; además,
este Evangelio recalca aspectos que los otros evangelios no mencionan. En Juan
5:24 dice: “De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra, y cree al que me
envió, tiene vida eterna; y no está sujeto a juicio, mas ha pasado de muerte a
vida”. En otras palabras, aquellos que oyen y creen, han pasado de muerte a
vida. Como vemos, aquí la puerta del evangelio es muy amplia.

Ciertamente cuando leemos las epístolas de Pablo, Pedro y los otros apóstoles,
vemos que ellos también proveen explicaciones muy claras acerca de la fe.
Además, nos muestran que todo creyente puede recibir gracia. Sin embargo, al
leer las últimas epístolas, las que escribió el apóstol Juan, vemos que el énfasis
cambia. Mientras las otras epístolas recalcan la fe que una persona tiene en
Dios, Juan hace énfasis en cierto aspecto de conducta que se debe mostrar
delante de Dios en la práctica: las epístolas de Juan hablan de amor. En las otras
epístolas se nos dice que aquellos que creen han sido justificados, perdonados y
lavados. Pero en las epístolas de Juan se nos dice que la fe de una persona tiene
que manifestarse por medio de su amor.
Si le preguntamos a alguien: “¿Cómo sabe usted que tiene vida eterna?”, tal vez
responda: “La Palabra de Dios así lo dice”. Sin embargo, eso no es suficiente, ya
que pudo haberlo dicho basándose en su conocimiento intelectual; quizá no
haya creído verdaderamente en la Palabra de Dios. Por lo tanto, Juan nos
muestra en sus epístolas, que si un hombre dice que tiene vida eterna, debe
demostrarlo. Si una persona dice que pertenece a Dios, los demás deben ser
testigos de cierta manifestación o testimonio en ella.

Una persona podría decir: “Yo sí creo, y por lo tanto, tengo vida eterna”. Puede
ser que ella diga esto sólo por conocimiento. Quizá esté haciendo del proceso de
creer y tener vida eterna, una simple fórmula: primero, uno oye el evangelio;
segundo, lo entiende; tercero, cree; y cuarto, sabe que tiene vida eterna. Pero
esta “salvación” de fórmula no es confiable. La Biblia nos dice que en los días de
Pablo había falsos hermanos (2 Co. 11:26; Gá. 2:4). Los falsos hermanos son
aquellos que se hacen llamar hermanos, pero que, en realidad, no lo son. Hay
quienes afirman pertenecer a Dios, pero en realidad carecen de la vida. Ellos se
introducen en la iglesia basándose en las doctrinas, el conocimiento y ciertas
regulaciones. Entonces ¿cómo podemos saber si la fe de una persona es genuina
o no? ¿Cómo podemos saber, delante de Dios, si la fe de una persona es viviente
y no simplemente una fórmula? ¿Hay alguna manera de comprobar quién es de
Dios y quién no lo es? Las epístolas de Juan resuelven este problema. Juan nos
muestra la manera de distinguir entre los hermanos verdaderos y los hermanos
falsos, entre aquellos que han nacido de Dios y los que no han nacido de Dios.
Ahora, veamos cómo discierne Juan esto.

I. LA VIDA DE AMOR

Hay sólo dos pasajes en la Biblia que contienen la frase de muerte a vida. Uno
de ellos está en Juan 5:24, y el otro en 1 Juan 3:14. Hagamos una comparación
entre estas dos porciones.

En Juan 5:24 dice: “De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra, y cree al
que me envió, tiene vida eterna; y no está sujeto a juicio, mas ha pasado de
muerte a vida”. Aquí dice que el que cree ha pasado de muerte a vida.

En 1 Juan 3:14 dice: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en
que amamos a los hermanos”. Este versículo nos indica cuál es la evidencia de
que uno ha pasado de muerte a vida. Esta evidencia es el amor a los hermanos.

Supongamos que usted tiene muchos amigos y le agradan mucho, o que usted
admira a muchas personas y las respeta en gran manera. Aun así, hay todavía
una diferencia entre sus sentimientos hacia todas esas personas, y los
sentimientos que tiene hacia sus hermanos y hermanas en su familia. De alguna
manera, hay una diferencia. Si alguien nace de su misma mamá, es decir, si es
un hermano suyo, espontáneamente surgirá en usted un sentimiento especial e
inexplicable hacia él. Se trata de un sentimiento instintivo de amor. Este
sentimiento es una evidencia de que usted y dicha persona pertenecen a la
misma familia.

Lo mismo sucede con nuestra familia espiritual. Suponga que hay una persona
cuya apariencia, abolengo, educación, modo de ser e intereses son totalmente
diferentes a los suyos; sin embargo, ella ha creído en el Señor Jesús. De manera
espontánea sentirá un afecto inexplicable hacia ella; siente que es un hermano, y
llega a apreciarlo más que a sus hermanos en la carne. Este sentimiento es una
evidencia de que usted ha pasado de muerte a vida.

En 1 Juan 5:1 dice: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de
Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido
engendrado por Él”. Estas palabras son sumamente preciosas. Si usted ama a
Dios, quien lo engendró, es natural que ame a aquellos que Él engendró. No
podemos decir que amamos a Dios cuando no amamos a nuestros hermanos.

Este amor es prueba de que la fe que recibimos es una fe genuina. Este amor
inexplicable sólo puede ser el resultado de una fe genuina. El amor hacia los
hermanos es muy especial. Una persona ama a alguien por el simple hecho de
que es un hermano. No lo ama porque tengan algún interés en común, sino
porque dicha persona es su hermano. Es posible que dos personas de formación
educativa y temperamentos distintos que tengan antepasados muy diferentes,
así como opiniones y puntos de vista divergentes, se amen por la simple razón
de que las dos son creyentes. Puesto que ambas personas son hermanos,
espontáneamente tienen comunión entre ellas; sienten un afecto y gusto del uno
por el otro que es inexplicable. Tal afecto y gusto es evidencia de que ellas han
pasado de muerte a vida. Sabemos que hemos pasado de muerte a vida en que
amamos a los hermanos.

Es cierto que la fe nos conduce a Dios. Es por medio de la fe que pasamos de


muerte a vida, y es por medio de la fe que llegamos a ser miembros de la familia
de Dios y somos regenerados. Pero la fe no sólo nos conduce al Padre, sino
también a los hermanos. Una vez que recibimos la vida divina, brota en nosotros
un sentimiento hacia las muchas personas que están por todo el mundo, quienes
poseen esta misma vida. Esta vida espontáneamente nos atrae a aquellos que
comparten la misma vida. Esta vida gusta de la compañía de estas personas, se
deleita en comunicarse con ellas y tiene un amor espontáneo para con ellas.

Tanto en el Evangelio de Juan como en sus epístolas, se nos muestra el orden


establecido por Dios. Primero, la fe nos conduce de la muerte a la vida, y luego
los que han pasado de muerte a vida poseen este amor. Al amar a los hermanos
sabemos que hemos pasado de muerte a vida. Esta es una manera muy confiable
de determinar el número de los hijos de Dios que hay aquí en la tierra. Sólo
aquellos que se aman unos a otros son hermanos. Aquellos que no se aman unos
a otros no son hermanos.

¡Hermanos y hermanas! Debemos darnos cuenta de que a los ojos de Dios,


nuestro amor por los hermanos es la prueba de que nuestra fe es genuina. No
hay mejor manera de determinar si la fe de una persona es verdadera o falsa. En
ausencia de tal discernimiento, cuanto más perfecto sea el evangelio que se
predique, mayor será el peligro de que surjan falsificaciones. Cuanto más cabal
sea la predicación del evangelio, más facilidad habrá de que se introduzcan
falsos hermanos. Cuanto más se predique el evangelio con gracia, mayor será el
número de personas descuidadas que logren infiltrarse. Debe haber una manera
en la que se pueda discernir y reconocer la fe genuina de la fe falsa. Las epístolas
de Juan nos muestran claramente que la manera de distinguir la fe verdadera de
la falsa, no es mediante la fe en sí, sino por medio del amor. No necesitamos
preguntar cuán grande es la fe de una persona. Tan sólo se necesita preguntarle
cuán grande es su amor. Donde hay una fe genuina, allí hay amor. La ausencia
de amor demuestra la carencia de fe; la presencia del amor confirma la
presencia de la fe. Si llegamos a la fe por la puerta del amor, tendremos todo
bien en claro.

Si alguien es un cristiano auténtico o no, depende de si dicha persona tiene un


gusto especial o atracción hacia los demás hijos de Dios. La vida que Dios nos ha
dado no es una vida independiente. Es una vida que, de manera espontánea, nos
acerca a aquellos que comparten la misma vida; ama y desea intimidad
recíproca. Los que tienen tales sentimientos han pasado de muerte a vida.

II. EL MANDAMIENTO DE AMAR

En 1 Juan 3:11 dice: “Porque éste es el mensaje que habéis oído desde el
principio: Que nos amemos unos a otros”.

El versículo 23 dice: “Y éste es Su mandamiento: Que creamos en el nombre de


Su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado”.

Amarnos unos a otros es un mandamiento de Dios. Él nos manda hacer dos


cosas: creer en el nombre de Su Hijo Jesucristo y amarnos unos a otros. Puesto
que ya hemos creído, debemos también amar. Dios nos dio este amor y también
nos dio el mandamiento de amar. Primero, Él nos da este amor y luego nos da el
mandamiento de que nos amemos unos a otros. Hoy debemos amarnos unos a
otros conforme al mandamiento de Dios. Además, debemos amarnos con el
amor que Él nos ha dado; debemos ejercitarnos en este amor que Él ha puesto
en nosotros. Debemos aplicarlo según su naturaleza. Nunca debemos apagarlo
ni lastimarlo

En 1 Juan 4:7-8 se nos dice: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor
es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no
ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor”.

Debemos amarnos unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo el que tiene
amor, ha nacido de Dios. Aquellos que no aman, no han conocido a Dios, porque
Dios mismo es amor. Cuando Dios nos engendró, también engendró amor en
nosotros. Nosotros no teníamos amor, pero ahora tenemos amor. El amor que
hoy poseemos proviene de Dios. Dios ha generado amor en todos aquellos que
han sido engendrados por Él; Dios le ha dado amor a usted, así como a todos
ellos. Es por eso que nos podemos amar unos a otros.

Aquellos que nacieron de Dios han recibido cierta vida: una vida que es Dios
mismo. Dios es amor; por tanto, aquellos que han nacido de Dios, en su interior
poseen este amor que les ha sido engendrado. La vida que recibimos de Dios es
una vida de amor. Así pues, todo el que es nacido de Dios posee amor, y todo
aquel que tiene amor espontáneamente ama a los hermanos. Sería muy extraño
que no pudiéramos amarnos unos a otros. Dios nos ha dado a todos los
cristianos una vida de amor. Además, basado en esta vida de amor nos dio el
mandamiento de amor: “Amémonos unos a otros”. Primero, Dios nos da amor y
luego nos dice que debemos amar. Primero, Él nos da la vida que es amor y
luego nos da el mandamiento de amar. Debemos inclinar nuestra cabeza y decir:
“¡Gracias, Señor! Ahora los hijos de Dios podemos amarnos los unos a los
otros”.

III. SI ALGUNO NO AMA A LOS HERMANOS

Ahora leamos los versículos correspondientes a esta categoría en 1 Juan.

En 1 Juan 2:9-11 dice: “El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano,
está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él
no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en
tinieblas, y no sabe adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos”. ¿Es
esto claro para usted? Si un hombre es un hermano o no, y si él camina en la luz
o no, o si se ha apartado de las tinieblas o no, se determina en el hecho de que
ame o no ame a los hermanos.

Si una persona sabe que usted es un hermano, pero lo aborrece en su corazón,


esto comprueba que ella no es cristiana. Si ella conoce a cinco hermanos y dice:
“Amo a cuatro de ellos, pero en mi corazón aborrezco a uno”, esto demuestra
que tal persona no es un hermano. Debemos entender que no amamos a un
hermano porque este sea una persona encantadora, sino únicamente porque es
nuestro hermano. Le amamos porque él es un hermano. Esta es la única razón
que tenemos para amarlo. Si una persona sabe que usted es un hermano y que
pertenece al Señor, y aun así lo aborrece, esto comprueba que ella no tiene vida
en él. En este pasaje dice: “El que aborrece a su hermano está en tinieblas, y
anda en tinieblas”. Está en tinieblas y anda en tinieblas. Es decir, la Biblia niega
toda posibilidad de que una persona pueda aborrecer a su hermano; no admite
tal posibilidad en lo absoluto. Si usted aborrece a alguien que usted sabe que es
un hermano, debe confesar: “Señor, no estoy andando en la luz. Estoy en
tinieblas y ando en tinieblas”.

En 1 Juan 3:10 se nos dice: “En esto se manifiestan los hijos de Dios ... Todo
aquel que no practica la justicia no es de Dios, y tampoco el que no ama a su
hermano”. Aquel que no practica la justicia externamente, no es de Dios.
Asimismo, aquel que no ama internamente a su hermano, no es de Dios. El que
no ama a su hermano no es de Dios, debido a que carece de este amor; tal
sentimiento no está en él. En esto se manifiestan los hijos de Dios.

El versículo 14 dice: “El que no ama, permanece en muerte”. Este amor no se


refiere a cualquier clase de amor, sino al amor con el que uno ama a los
hermanos. La Biblia dice que si una persona no tiene este amor por los
hermanos, “permanece en muerte”. Ciertamente es comprensible que alguien no
sienta afecto ni atracción alguna por otro creyente, antes de haber creído. Pero
sería muy extraño que después de haber creído, aún no sienta ningún afecto o
atracción hacia otros creyentes. En tal caso, es posible que su fe no sea genuina.
“El que no ama, permanece en muerte”. Antes, dicha persona estaba muerta, y
me temo que todavía esté muerta, pues la fe tiene como base el amor. El amor
de la persona determina si su fe es genuina o no. Aquellos que creen en Dios
tienen amor por los hermanos. Si la persona no tiene amor, esto comprueba que
todavía permanece en muerte.

El versículo 15 dice: “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y


sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él”. No podemos
imaginarnos que alguien pueda matar después de haber creído en el Señor. La
Biblia nos dice que aborrecer a un hermano equivale a cometer homicidio. Una
persona que tiene vida eterna jamás debiera aborrecer a su hermano. Si
aborrece a los hermanos es evidencia de que no hay amor en ella. Eso significa
que no posee la vida eterna.

Los hijos de Dios pueden hallarse en diversidad de condiciones, pero nunca


pueden aborrecer a nadie. Si hay un hermano que es ofensivo en algún aspecto,
tal vez en nuestro corazón él no sea de nuestro agrado. Si algún hermano ha
cometido un pecado que lo hace merecedor de ser excomulgado, puede ser que
nosotros, al enfrentar el asunto, actuemos con indignación. Si algún hermano ha
hecho algo malo en extremo, podemos pedirle que comparezca ante nosotros y
reprenderle con severidad delante del Señor. Pero jamás debemos aborrecer a
nuestros hermanos. Si un hermano aborrece a otro hermano, esto sería indicio
de que la vida eterna no está en él.

Todos los hijos de Dios poseen una vida, la cual es lo suficientemente rica como
para amar a todos los hermanos y hermanas. Siempre y cuando una persona
pertenezca al Señor, ella merece ser amada por sus hermanos, los creyentes. El
amor que sentimos por un hermano en particular, debe ser el mismo que
sentimos por todos los hermanos. Ese amor fraternal que se le dedica a un
hermano debe aplicarse por igual a todos los hermanos. El amor fraternal no
hace distinciones entre hermanos. Siempre y cuando uno sea un hermano, uno
es digno de este amor. Si una persona aborrece a un hermano, eso demuestra
que no tiene vida eterna. No es necesario que ella odie a todos los hermanos. Es
suficiente evidencia que aborrezca a uno solo, para descubrir que ella no tiene
amor fraternal. El amor fraternal del que estamos hablando es un amor que ama
a todos los hermanos.

Esto es algo que reviste de gran seriedad. Si un creyente no ama a su hermano,


sino que le aborrece, o si le amenaza o le ataca, lo único que podemos decir es:
“¡Qué Dios tenga misericordia de él! He aquí una persona que piensa que es
creyente; sin embargo, ¡no es salva!”. En tanto ella aborrezca a su hermano, es
evidente que dicha persona no pertenece al Señor. ¡Éste es un asunto muy serio!

En condiciones normales, si un hermano ha hecho cosas que lo irritan, usted


podrá exhortarle y reprenderle, pero jamás puede aborrecer a su hermano. Si él
ha hecho algo que lo provoca a ira, es posible que usted se enoje con él y lo
reprenda severamente, pero usted no puede concebir el odio. Aun si usted hace
lo que Mateo 18 indica: “Dilo a la iglesia”, debe ser motivado por el deseo de
ganar al hermano y de restaurarlo. Pero si no tiene intención alguna de
restaurar a su hermano, y si su meta es únicamente atacarlo y destruirlo, ello es
prueba de que usted es menos que un hermano. El hermano al que se refiere
Mateo 18, lo dijo a la iglesia porque deseaba ganar a su hermano. Así pues, todo
estriba en si la meta suya es destruir a su hermano o ganarlo. Este asunto reviste
de gran seriedad. ¡No debemos tomar esto a la ligera!

Con relación al que cometió fornicación, de quien se hace referencia en 1


Corintios 5:13, Pablo dijo: “Quitad a ese perverso de entre vosotros”. Al
principio Pablo entregó esa persona a Satanás para que en el nombre del Señor
Jesús y con el poder del Señor Jesús su carne fuera destruida, ya que los
corintios no habían hecho nada para echarlo fuera. ¿Es demasiado severa esta
medida? Ciertamente se trata de una medida muy severa. Pero Pablo actuó así, a
fin de que el espíritu de esta persona sea salvo en el día del Señor (v. 5). El
propósito de que su carne fuese destruida en el tiempo presente, era para que
dicha persona no sufra una pérdida eterna. Así pues, el propósito de decírselo “a
la iglesia”, según lo que indica Mateo 18, es la restauración; el quitar de en
medio al hermano, que se menciona en 1 Corintios 5, también se efectúa con el
fin de restaurarlo.

Cuando Josué juzgó a Acán, le dijo: “Hijo mío, da gloria a Jehová” (Jos. 7:19). A
pesar de que Acán había cometido un pecado muy grave, Josué se dirigió a él
con tal espíritu y amor fraternal.

Cuando un joven mensajero trajo a David la noticia de la muerte de Saúl, David,


asiendo de sus vestidos, los rasgó. Y lloró y lamentó y ayunó hasta la noche (2 S.
1:11-12). Cuando alguien comunicó a David que Absalón había muerto, David se
conmovió mucho. Él lloró diciendo: “¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío
Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo
mío!” (18:33). En el primer caso, Saúl era un rey que aborrecía a David, y
Absalón era un hijo rebelde de David. Aun así, David lloró la muerte de ambas
personas. David fue uno que tuvo que combatir en muchas batallas y ejercer
muchos juicios, pero no podía reprimir sus lágrimas. Él tenía que juzgar y
condenar, pero no podía contener sus lágrimas.

Hermanos y hermanas, si una persona sólo sabe juzgar y condenar, pero no es


capaz de derramar lágrimas de tristeza, ello es prueba de que no tiene la menor
noción de lo que es el amor fraternal. Si alguno reprende a su hermano con el
único propósito de destruirlo, tal persona no tiene amor en él, sólo odio.
¡Aborrecer a los hermanos equivale a ser homicida de ellos! ¡Este asunto reviste
de gran seriedad!

En cierta ocasión un hermano escribió a J. N. Darby preguntándole acerca de la


excomunión. Las primeras palabras de Darby fueron: “Yo creo que lo más
terrible que puede afrontar un pecador, cuyos pecados han sido perdonados, es
tener que excomulgar a otro pecador”. No hay nada más terrible para un
pecador cuyos pecados han sido perdonados, que tener que excomulgar a otro
pecador. La reacción que tuvo el hermano Darby es la reacción que surge de una
vida que es amor. Sin duda alguna, hay muchas cosas que necesitan ser
definidas. Podemos incluso excomulgar a un hermano o hermana de la iglesia si
es necesario, pero jamás debemos disciplinarlos sintiendo alguna clase de odio
hacia ellos.

En 1 Juan 4:20-21 se nos dice: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su
hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto no
puede amar a Dios a quien no ha visto. Y nosotros tenemos este mandamiento
de Él: El que ama a Dios, ame también a su hermano”. Aquí, Juan nos muestra
que amar a los hermanos equivale a amar a Dios. El que no ama a su hermano a
quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. Debemos amar a
nuestros hermanos si queremos amar a Dios. Éste es el mandamiento que
hemos recibido de Dios.

Debemos tener cuidado de no hacer nada que pueda ofender al amor. No


debemos ofender a nuestros hermanos ni siquiera en insignificancias. Tenemos
que amarnos unos a otros y debemos honrar el amor fraternal que ha sido
depositado en nuestros corazones. No debemos desdeñar tal corazón. Dios ha
puesto tal corazón en nosotros a fin de que podamos usarlo al servir y ayudar a
los hermanos. Debemos permitir que este amor fraternal crezca, se fortalezca y
se revista de poder.

Leemos en 1 Juan 3:17: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su


hermano tener necesidad, y cierra contra él sus entrañas, ¿cómo mora el amor
de Dios en él?”. Juan no dijo: “¿Cómo mora el amor fraternal en él?”. Él dijo:
“¿Cómo mora el amor de Dios en él?”; porque el amor de Dios es el amor
fraternal y el amor fraternal es el amor de Dios. El amor de Dios no mora en una
persona que rehúsa amar a su hermano. Ella puede engañarse a sí misma
diciendo: “Aunque no ame a mi hermano, yo amo a Dios”. Nuestra relación con
los hermanos es el resultado de nuestra relación con Dios. Si no estamos
relacionados con los hermanos, eso significa que tampoco estamos relacionados
con Dios. Si rechazamos a nuestros hermanos, el amor de Dios no está en
nosotros.

IV. CÓMO AMAR A LOS HERMANOS

En 1 Juan 3:16 dice: “En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida
por nosotros”. ¿Qué significa amar a los hermanos? Juan procede a explicarlo.
No sabemos lo que es el amor hasta que vemos cómo el Señor puso Su vida por
nosotros. Juan continúa diciendo: “También nosotros debemos poner nuestras
vidas por los hermanos”. Amar a los hermanos es estar dispuestos a ponernos a
un lado a nosotros mismos a fin de servirles. Es estar dispuestos a negarnos a
nosotros mismos para perfeccionar a los demás y tener un corazón tal, que
incluso podríamos poner nuestra propia vida por los hermanos.

El versículo 18 dice: “Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho


y con veracidad”. El amor fraternal no consiste en palabras insustanciales, sino
que se manifiesta en hechos concretos y con veracidad.
En 1 Juan 4:10-12 se nos dice: “En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a Su Hijo en
propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos
también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos
amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y Su amor se ha
perfeccionado en nosotros”. Esto nos muestra que no podemos separar nuestro
amor hacia Dios de nuestro amor hacia los demás. Si nos amamos unos a otros,
el amor de Dios se ha perfeccionado en nosotros. Hoy en día, Dios nos ha
rodeado de muchos hermanos a fin de que pongamos en práctica el amor que
tenemos para con Dios. El amor de Dios se perfecciona en nosotros cuando nos
amamos unos a otros. No podemos declarar en vano que amamos a Dios;
tenemos que aprender a amar a los hermanos genuinamente. El simple hecho
de hablar sobre el amor es vanidad. Nuestro amor por Dios tiene que expresarse
mediante nuestro amor por los hermanos.

En 1 Juan 5:2-3 dice: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios,
cuando amamos a Dios, y cumplimos Sus mandamientos. Pues éste es el amor a
Dios, que guardemos Sus mandamientos”. Si amamos a Dios, debemos guardar
Sus mandamientos. De igual manera, si amamos a los hijos de Dios, debemos
guardar Sus mandamientos. Por ejemplo, los mandamientos de Dios dicen que
debemos ser bautizados por inmersión, pero muchos hijos de Dios tienen
diferentes opiniones al respecto. Ellos dicen: “No estoy de acuerdo con el
bautismo por inmersión; si usted me ama, no se debe bautizar por inmersión.
Esto me ofendería”. ¿Qué debemos hacer? Dios nos manda que salgamos de las
denominaciones y que no permanezcamos en ninguna secta; sin embargo,
muchos hijos de Dios promueven las denominaciones. Ellos dicen: “No
abandonen las denominaciones. Nos lastimarán si salen de nuestra
denominación”. ¿Qué debemos hacer? Si queremos amar a Dios, debemos salir
de las denominaciones, y si queremos amar a los hermanos, debemos
permanecer en ellas. Esto nos pone en un dilema. Pero el versículo 2 nos dice:
“En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y
cumplimos Sus mandamientos”. En otras palabras, no podemos decir que
amamos a los hijos de Dios si no guardamos los mandamientos de Dios.
Supongamos que Dios guía a un hermano a bautizarse por inmersión. Él se debe
bautizar si ama a los hijos de Dios. Si no se bautiza, afectará a otros hijos de
Dios, pues tal vez ellos decidan no bautizarse; como resultado, esto les impedirá
obedecer a Dios. Esta no es la manera de amarlos. Si guardamos todos los
mandamientos de Dios, sabremos que amamos a los hijos de Dios. Habremos
tomado el camino de la obediencia. Ahora otros pueden seguir el mismo
camino. Si no obedecemos porque tememos que nuestra obediencia los lastime,
no podremos seguir adelante, y tampoco ellos podrán avanzar. Debemos
aprender a amar a Dios y debemos guardar todos Sus mandamientos. Es cuando
lo amamos a Él y guardamos Sus mandamientos que sabemos que amamos a los
hijos de Dios. Tenemos que guardar todos los mandamientos de Dios. Ésta es la
única manera de dirigir a los hijos de Dios por el camino de la obediencia.
Veamos otro ejemplo: Supongamos que sus padres no le permiten creer en el
Señor. ¿Qué debe hacer usted? ¿Negar al Señor por amor a sus padres? Si los
escucha a ellos y niega al Señor, ¡no está practicando el amor en lo absoluto! Si
no los complace y cree en el Señor, ellos se enojarán por un tiempo, pero usted
habrá abierto el camino para que ellos crean en el Señor. ¡Esto es amor!

Sin embargo, no debemos ofender a nuestros padres con nuestra actitud ni con
nuestras palabras. Es correcto que obedezcamos y sigamos los mandamientos
de Dios, pero no debemos ofender a nuestros padres con nuestra actitud ni con
nuestras palabras. Es necesario asirnos de la verdad de Dios, pero al mismo
tiempo debemos mantener nuestro amor. Desde el comienzo de nuestra vida
cristiana, debemos aprender a ser justos, pero nunca debemos prescindir del
amor. No hagamos énfasis en la santidad de la vida de Dios a expensas del amor
que hallamos en Su vida. Ambos aspectos deben mantenerse en equilibrio.
Deseamos obedecer a Dios, pero debemos obedecerlo con una actitud de
humildad. Por ningún motivo ofenda al amor. Si se necesita hacer algo, hágalo,
pero nunca haga nada que ofenda al amor. Debemos mantener una actitud
amable. Aun cuando tengamos discrepancias de opinión entre los hermanos,
debemos permanecer tiernos. Tenemos que estar llenos de amor cuando le
digamos a nuestro hermano: “Hermano, cuánto quisiera ver lo que tú has visto,
pero Dios me ha mostrado algo diferente, y no puedo hacer otra cosa que
obedecerle”. No rebaje la norma de la Palabra de Dios ni ofenda al amor. Por un
lado, sea obediente a Dios; por otro lado, ame. Debemos mostrarle a nuestro
hermano que no estamos haciendo algo para beneficio nuestro, sino porque
Dios lo ha dicho. Debemos mantener la debida actitud y debemos estar llenos de
humildad. Esto hará que muchos hermanos y hermanas sean ganados.

V. EL RESULTADO DEL AMOR

En 1 Juan 4:16 leemos: “Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece


en Dios, y Dios en él”. Esta es la segunda vez en esta epístola que vemos la
expresión Dios es amor. Debido a que Dios es amor, Él desea que amemos a los
hermanos y permanezcamos en amor. Mientras permanezcamos en amor,
permaneceremos en Dios.

En los versículos 17 y 18 se nos dice: “En esto se ha perfeccionado el amor en


nosotros, en que tengamos confianza en el día del juicio ... En el amor no hay
temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor”. En toda la Biblia, sólo 1
Juan 4 nos dice cómo podemos comparecer ante el tribunal divino llenos de
confianza. Nos da el secreto: permanecer en amor. Permanecer en amor es
permanecer en Dios. Tendremos confianza en el día del juicio cuando este amor
sea perfeccionado en nosotros.

Debemos tener un sólo pensamiento hacia nuestros hermanos y hermanas:


amor. Debemos ganarlos y buscar el mayor beneficio para ellos. No debe haber
odio alguno, solamente amor. Practicar esto es un ejercicio para nosotros. Un
día, todo nuestro ser permanecerá en amor, y el amor también permanecerá en
nosotros. Entonces, nuestras vidas en la tierra serán libres de todo temor;
cuando amamos, no hay temor. Cuando estemos delante del tribunal de Dios,
no tendremos temor de nada. Esta vida que es amor operará entre nosotros
hasta que el temor haya desaparecido. El fruto del Espíritu, el amor, nos dará la
confianza necesaria para comparecer ante el tribunal de Dios.

Ya hemos visto que amar a los hermanos es amar a Dios. Nuestro amor por los
hermanos hará que el amor de Dios sea perfeccionado en nosotros. Además, es
posible amar a los hermanos al punto de que no exista ningún temor en
nosotros para con ellos. Amar a Dios y amar a los hermanos siempre van juntos.
Así que debemos amar a los hermanos en la tierra si deseamos amar a Dios. Al
hacer esto, el amor se perfecciona en nosotros, y tendremos confianza en el día
del juicio. ¡Esto es maravilloso!

Que todos aprendamos a amar a los hermanos desde el inicio mismo de nuestra
vida cristiana. Que la vida de amor encuentre en nosotros un canal por el cual
pueda fluir.

CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO

EL SACERDOCIO

La Biblia nos habla del ministerio del sacerdocio. Este ministerio es conformado
por un grupo de personas que se separan totalmente del mundo para servir a
Dios. Aparte de servir a Dios, ellas no tienen ninguna otra ocupación o deber.
En la Biblia, a estas personas se las llama sacerdotes.

I. LA HISTORIA DEL SACERDOCIO EN LA BIBLIA

Al comienzo del libro de Génesis, encontramos que Dios llama a los hombres
para que sean sacerdotes. Melquisedec fue el primer sacerdote de Dios. En los
días de Abraham, Melquisedec se apartó para servir a Dios y se entregó servir
exclusivamente a Dios.

A. Desde Génesis hasta


después de la ascensión del Señor
El sacerdocio estuvo presente desde Génesis hasta después de la formación de
Israel como nación. El sacerdocio no deja de existir durante el tiempo que el
Señor Jesús estuvo en la tierra, ni aun después de Su partida. El sacerdocio ha
perdurado en la tierra por mucho tiempo. La Biblia nos muestra que después de
ascender a los cielos, el Señor Jesús llegó a ser un sacerdote que ministra en la
presencia de Dios. Ahora, Él está en los cielos consagrado absolutamente al
servicio de Dios.

B. En la dispensación de la iglesia

El sacerdocio continúa a lo largo de la dispensación de la iglesia; no ha habido


ninguna interrupción.

C. En el reino milenario

En el reino milenario, aquellos que tomen parte en la primera resurrección,


serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él mil años (Ap. 20:6). Los
hijos de Dios seguirán siendo los sacerdotes de Dios y de Cristo por mil años.
Serán reyes para el mundo y sacerdotes para Dios. El sacerdocio permanecerá
inalterable, ellos seguirán sirviendo a Dios.

D. En el cielo nuevo y la tierra nueva

El término sacerdote ya no existirá más en el cielo nuevo y la tierra nueva. En


aquel entonces, todos los hijos de Dios, por ser siervos de Dios, no harán otra
cosa más que servir a Dios. En la Nueva Jerusalén “Sus esclavos le servirán”
(22:3). En otras palabras, los hijos de Dios seguirán sirviéndole a Él.

Debemos hacer notar aquí algo maravilloso. El sacerdocio comenzó con


Melquisedec, aquel que era una persona sin padre, sin madre, sin genealogía,
que no tenía principio de días, ni fin de vida (He. 7:3) y se extiende hasta el final
del milenio, lo cual significa que se extiende por la eternidad.

II. EL REINO DE SACERDOTES


VIENE A SER LA CASA SACERDOTAL

Según la revelación contenida en las Escrituras, el propósito de Dios no consiste


solamente en tener una o dos personas como Sus sacerdotes. Su propósito es
que todos los miembros de Su pueblo sean Sus sacerdotes.

A. Dios escoge a los israelitas


para que constituyan un reino de sacerdotes

Después que los israelitas salieron de Egipto, llegaron al monte Sinaí, y Dios
ordenó a Moisés que les dijera: “Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y
gente santa” (Éx. 19:6). Dios dijo a los israelitas que ellos constituirían un reino
de sacerdotes. Esta expresión es un tanto difícil de entender. ¿Por qué dijo Dios
que ellos le serían un reino de sacerdotes? En realidad, Dios deseaba que la
nación entera fuese un pueblo de sacerdotes. Ni uno solo de los miembros de Su
pueblo debía ser una persona común; el reino solamente estaría constituido de
sacerdotes. Esto es lo que Dios se había propuesto.

Al escoger a Israel como Su pueblo, Dios puso esta meta delante de ellos. Esta
nación debía ser diferente de las otras naciones de la tierra; sería un reino de
sacerdotes. Todos y cada uno de los que conformaren esta nación habrían de ser
sacerdotes, es decir, que toda persona en la nación tendría una ocupación única:
servir a Dios. Dios se deleita en separar a los hombres de la tierra para Su
servicio, y se complace en ver que los hombres vivan dedicados por completo a
Sus asuntos. Así pues, Dios desea que todos Sus hijos sean sacerdotes y le
sirvan.

Cuando la nación de Israel llegó al monte Sinaí, Dios le dijo que Él haría de ella
un reino de sacerdotes. Este es un llamado maravilloso. Inglaterra, por ejemplo,
es llamada “el reino de la marina”; Estados Unidos, “el reino del oro”; China, “el
reino de los buenos modales y las virtudes”, y a la India se le llama “el reino de
los filósofos”. Pero aquí tenemos un reino que es llamado “el reino de
sacerdotes”. Esto es maravilloso. Todos los ciudadanos de esta nación son
sacerdotes. Hombres, mujeres, adultos y niños, todos son sacerdotes. Todos en
este reino sirven únicamente a Dios. Tanto los adultos como los niños están
dedicados a una sola ocupación: ofrecer sacrificios a Dios y servirle. Éste es un
cuadro maravilloso.

Después que Dios prometió establecer a Israel como un reino de sacerdotes, le


dijo a Moisés que subiera al monte, para que recibiese los Diez Mandamientos.
Estos Diez Mandamientos fueron escritos por Dios en dos tablas de piedra.
Mientras Dios escribía los Diez Mandamientos, Moisés permaneció en aquel
monte por cuarenta días. El primer mandamiento es: “No tendrás dioses ajenos
delante de Mí”. El segundo dice: “No te harás imagen” (20:3-4). Tal parece que
Dios iba dictando los mandamientos uno por uno.

B. Los israelitas sirvieron a los ídolos

Mientras Moisés estaba en el monte, el pueblo, que estaba al pie del monte, se
preguntaba por qué se tardaba tanto. Le dijeron a Aarón: “Levántate, haznos
dioses que vayan delante de nosotros” (32:1). Aarón sucumbió a sus palabras y,
habiendo recolectado el oro del pueblo, hizo un becerro de oro. Entonces todo el
pueblo adoró al becerro de oro y dijo: “Israel, estos son tus dioses, que te
sacaron de la tierra de Egipto” (v. 4).
Así, ellos comenzaron a adorar un ídolo, después de lo cual se sentaron a comer
y a beber, y se levantaron a jugar. Se entregaron a una gran celebración. Por fin
habían encontrado para sí mismos un dios que podían ver. El Dios del que
Moisés hablaba era misterioso; no se podía determinar dónde vivía o dónde se le
podía encontrar. Ni siquiera podían encontrar a Moisés, quien adoraba a este
Dios. Pero ahora ellos tenían un becerro de oro que era visible y al cual podían
adorar. Dios los había designado como Sus sacerdotes, pero aun antes de ejercer
dicho sacerdocio, se hicieron sacerdotes del becerro de oro. Dios deseaba que
ellos fueran un reino de sacerdotes, pero aun antes de que esto fuera posible, ya
se habían entregado a la adoración de un ídolo, al servicio de un becerro de oro.
Establecieron otros dioses y otras formas de adoración aparte de Jehová, el Dios
de ellos.

Éste es el concepto que el hombre tiene acerca de Dios. El hombre siempre


tiende a crear su propio dios y adorarlo a su manera; le gusta adorar a un dios
creado por sus propias manos. No acepta la soberanía de Dios sobre la creación,
la cual le pertenece a Dios, y no quiere reconocer que Él es el Creador.

C. Dios asigna el sacerdocio a la tribu de Leví

Cuando Moisés estaba en el monte, Dios le dijo que descendiera a su pueblo; y


volvió Moisés y descendió trayendo en su mano las dos tablas del testimonio, los
Diez Mandamientos. Al acercarse al campamento y ver la condición en la que se
encontraba el pueblo, se encendió su ira y arrojó las dos tablas. Se puso a la
puerta del campamento y dijo: “¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo”
(32:26). Y se juntaron con él todos los hijos de Leví. Y les dijo: “Poned cada uno
su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el
campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente” (v.
27). Ellos tenían que matar a quien vieran. Debido a que el pueblo había
adorado un ídolo: el becerro de oro, los fieles tenían que sacar sus espadas y
matar a todo el pueblo, sin importar la relación que los uniera a ellos.

Mucha gente piensa que esta orden fue demasiado cruel. ¿Quién puede matar a
su propio hermano? ¿Quién se atrevería a matar a sus amigos? De las doce
tribus, once de ellas no tomaron ninguna acción; consideraban que era un
precio demasiado alto. Como resultado de ello, solamente los de la tribu de Leví
desenvainaron sus espadas y, pasando de un lado a otro, de puerta a puerta por
todo el campamento, mataron en aquel día como tres mil hombres. Aquellos
que murieron eran hermanos, parientes o amigos de los levitas.

Reflexionemos un poco acerca de esto. Después del incidente del becerro de oro,
Dios inmediatamente le dijo a Moisés que desde ese momento la nación de
Israel no podía ser un reino de sacerdotes. Aunque nada se dijo explícitamente
para ese efecto, ahora Dios había asignado el sacerdocio solamente a la tribu de
Leví. Originalmente, el sacerdocio era para toda la nación de Israel, pero ahora
estaba limitado a la casa de Aarón, de la tribu de Leví.

D. El pueblo de Dios y los sacerdotes de Dios


llegan a ser dos grupos distintos

Desde entonces, siempre ha habido dos clases de personas en la nación de


Israel. Una de ellas es el pueblo de Dios en general, y la otra, los sacerdotes de
Dios. El propósito original de Dios era que todos los que conformaban Su
pueblo fuesen Sus sacerdotes. Dios no tenía la intención de hacer distinciones
entre Su pueblo y Sus sacerdotes. Él anhelaba que la nación entera fuese un
reino de sacerdotes. El pueblo de Dios y los sacerdotes de Dios debían ser una
sola entidad. Quienquiera que perteneciera al pueblo de Dios, debía ser un
sacerdote de Dios. Si una persona formaba parte del pueblo de Dios, ésta debía
ser un sacerdote de Dios. Ser parte del pueblo de Dios implicaba ser uno de Sus
sacerdotes. Todo Su pueblo iba a estar constituido de sacerdotes Suyos. Sin
embargo, muchos amaron el mundo y sucumbieron ante los afectos humanos,
desechando toda fidelidad a Dios para entregarse a la adoración de ídolos. Como
resultado, el pueblo de Dios y los sacerdotes de Dios vinieron a ser dos
entidades distintas. Por tanto, si un hombre no amaba al Señor más que a su
padre, madre, esposa, hijos, hermano, hermana y más que todo lo demás, no era
apto para ser discípulo del Señor. Muchos no pudieron cumplir con este
requisito, ni pagar tal precio. Desde ese día, la nación de Israel se dividió en dos
grupos: el pueblo de Dios y Sus sacerdotes.

E. El sacerdocio se convirtió
en el privilegio de una sola familia

A partir de ese entonces, el reino de sacerdotes vino a ser una tribu de


sacerdotes. La esfera que abarcaba el sacerdocio se redujo de un reino de
sacerdotes a una sola familia. El sacerdocio llegó a ser la responsabilidad de una
sola familia, en lugar de ser la responsabilidad de toda la nación. En la tribu de
Leví, el pueblo de Dios y los sacerdotes de Dios conformaban la misma entidad,
es decir, Su pueblo eran Sus sacerdotes. Pero en lo que concierne a las otras
once tribus, el pueblo de Dios era solamente el pueblo de Dios, y dejaron de ser
los sacerdotes de Dios. Ciertamente, esto revistió de gran seriedad. Es algo muy
serio que una persona sea un creyente, un miembro del pueblo de Dios, y aun
así, no sea un sacerdote.

III. EL SACERDOCIO SE CARACTERIZABA


POR SER UNA CLASE MEDIADORA
Desde los tiempos de Éxodo hasta los días del Señor Jesús en la tierra, ninguna
tribu pudo ejercer el oficio de sacerdote salvo la tribu de Leví. Nadie más podía
ofrecer sacrificios a Dios. Los sacrificios que ofrecía el pueblo debían ser hechos
por medio de los sacerdotes. El pueblo ni siquiera podía acercarse a Dios para
confesar sus pecados, pues tenía que hacerlo por medio de los sacerdotes.
Tampoco podía separarse del mundo ya que no tenía autoridad para tocar el
aceite de la unción. Solamente los sacerdotes podían ungir y santificar a una
persona; los sacerdotes realizaban todos los servicios espirituales en su lugar.

Una característica particular con respecto a los israelitas en tiempos del Antiguo
Testamento era que Dios permanecía alejado de ellos, y no cualquiera podía
tener contacto con Él. En el Antiguo Testamento podemos contemplar la
evolución del sacerdocio, al cual yo llamaría una clase mediadora. El hombre
no podía acudir a Dios directamente. El pueblo de Dios tenía que acercarse a
Dios por intermedio de los sacerdotes, pues no podía comunicarse con Él
directamente. Dios se acercaba al hombre mediante los sacerdotes, y el hombre,
a su vez, acudía a Dios por intermedio de ellos. Así pues, entre Dios y el hombre
había una clase mediadora. El hombre no podía ir directamente a Dios, y Dios
tampoco podía venir directamente al hombre. Entre Dios y el hombre existía
una clase mediadora.

Esta clase mediadora no formaba parte del plan original de Dios. El propósito
original de Dios era acercarse directamente a Su pueblo para que Su pueblo
pudiese acudir directamente a Él; pero ahora habían tres partidos. El pueblo
tenía que acudir a Dios por intermedio de los sacerdotes, y Dios tenía que
acercarse a Su pueblo también por intermedio de los sacerdotes. Dios y el
hombre ya no podían disfrutar en forma directa de una comunión íntima. Todo
contacto entre ellos llegó a ser indirecto.

IV. CAMBIO EN EL SACERDOCIO

Por mil quinientos años, desde los tiempos de Moisés hasta los tiempos de
Cristo, el pueblo de Dios no pudo acercarse a Dios directamente. Sólo una
familia era considerada apta para ejercer el sacerdocio. El hombre podía
acercarse a Dios sólo si pertenecía a esta familia; cualquier otro que intentara
acercarse directamente a Dios, moriría. Así, durante ese período, el ministerio
de los sacerdotes llegó a ser un ministerio muy poderoso. Los hombres no
podían acudir a Dios directamente, sino que requerían de la intercesión de los
sacerdotes. ¡Cuán noble e importante era el ministerio sacerdotal! Sin los
sacerdotes, los hombres simplemente no tenían manera de acudir a Dios. Pero
con la llegada de la era neotestamentaria, la salvación y la redención se
extienden a todos los hombres. Ahora oímos esta palabra: “Vosotros también,
como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual hasta ser un sacerdocio
santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de
Jesucristo” (1 P. 2:5).

A. En la dispensación neotestamentaria, toda persona que ha sido


redimida es un sacerdote

En 1 Pedro 2:4-7, Pedro nos dice que Cristo es el fundamento de la iglesia. Él fue
la piedra que los edificadores desecharon y que ahora ha llegado a ser la piedra
angular. Ahora nosotros hemos llegado a ser piedras vivas, las cuales están
siendo unidas y edificadas como una casa espiritual. Ahora nosotros también
hemos llegado a ser un sacerdocio santo para Dios. Es como si una voz desde los
cielos irrumpiera proclamando: “¡Ahora todos los salvos son sacerdotes de Dios!
¡Todas las piedras vivas, aquellos que forman parte de la casa espiritual, son
ahora sacerdotes de Dios!”.

B. La iglesia de nuevo
recupera el sacerdocio universal

En ese momento, la promesa que había sido postergada durante mil quinientos
años fue recobrada por Dios. Aquello que se había perdido por causa de los
israelitas, ahora había sido recobrado por la iglesia. El sacerdocio universal se
había perdido con Israel. Al iniciarse la era neotestamentaria, era como si una
voz irrumpiera desde los cielos proclamando la promesa de que el sacerdocio
universal estaría nuevamente entre nosotros. Todo aquel que es salvo es
llamado a ser un sacerdote.

C. La iglesia es un reino de sacerdotes

Esta misma palabra se halla en Apocalipsis 1:6, donde dice: “E hizo de nosotros
un reino, sacerdotes para Su Dios y Padre”. Originalmente, toda la nación de
Israel ejercía el sacerdocio. Después esto cambió. Pero ¿qué ocurre de nuestros
días? Hoy en día, la iglesia es un reino de sacerdotes. Lo que perdieron los
israelitas en la presencia del becerro de oro, la iglesia lo ha recuperado por
completo por medio del Señor Jesús. Hoy en día, toda la iglesia se ha convertido
en un sacerdocio. El reino de sacerdotes que Dios había ordenado, ha sido
restaurado totalmente.

D. La única ocupación del cristiano: servir a Dios

Lo que Dios no pudo obtener entre los israelitas, ahora lo está obteniendo por
medio de la iglesia. Hoy la iglesia es el reino de sacerdotes. La iglesia es un
sacerdocio. ¿Qué significa esto? Esto significa que a todo aquel que ha gustado
de la gracia de Dios, sólo le queda una ocupación: servir a Dios. Ya he dicho esto
a los jóvenes anteriormente: “Si una persona es un doctor antes de creer en el
Señor, su ocupación es la medicina; si es enfermera, su ocupación es la
enfermería; si es maestro, su ocupación es la enseñanza; si es agricultor, su
ocupación es la agricultura; si es comerciante, su ocupación es su negocio. Pero
tan pronto una persona es salva, su ocupación cambia radicalmente. Todos los
cristianos tienen como única ocupación servir a Dios. Desde el momento en que
somos salvos, venimos a ser sacerdotes para Dios. Por tanto, tenemos que servir
a Dios en Su presencia. Ésta es nuestra meta espiritual para el resto de nuestros
días.

Todos los cristianos tienen una sola ocupación: servir a Dios. Un médico
cristiano ya no debe tener la aspiración de convertirse en un médico de
renombre muy famoso; ahora él practica la medicina con el único fin de ganarse
el sustento. Su verdadera ocupación es ser un sacerdote de Dios. Un profesor o
maestro ya no debe esforzarse por ser un académico reconocido o de fama, sino
que debe esforzarse por ser un sacerdote apropiado delante de Dios. Ahora,
enseñar para este maestro es meramente su profesión; su principal ocupación es
servir a Dios. Los artesanos, los comerciantes, los agricultores y los demás
profesionales ya no viven en función de sus respectivas profesiones. Ahora hay
una sola profesión para todos: servir a Dios.

E. La única ambición: agradar al Señor

El mismo día en que son salvos, todos los hermanos y hermanas deben dejar a
un lado sus antiguas ocupaciones. Espero que en el momento de iniciar su vida
cristiana, ustedes renuncien a todas sus aspiraciones y ambiciones. Ya no deben
aspirar a convertirse en un personaje distinguido. Ya no deben luchar por ser
alguien que sobresale y se distingue en sus respectivos campos de acción o
profesión. Deben aprender de Pablo, cuya única ambición era agradar al Señor.
No deben tener ninguna otra aspiración más que ésta. Toda ocupación
mundana deberá hacerse a un lado. Ya no deben tener la aspiración de ser
grandes o sobresalientes, sino que deben aspirar únicamente a servir al Señor
en Su presencia.

V. LA GLORIA DEL SACERDOCIO

En los primeros años de mi vida cristiana, siempre me parecía una tarea muy
difícil exhortar a los nuevos creyentes a servir a Dios. Parecía que tenía que
esforzarme para convencerlos y pensaba que tenía que rogarles y suplicarles a
que sirvieran a Dios. Pero la perspectiva que Dios tiene es totalmente diferente
de la nuestra. Dios despojó del sacerdocio a los israelitas cuando éstos pecaron.
A los ojos de Dios, el servicio constituye un gran privilegio y un alto honor. Si un
hombre cae en degradación o se desvía, Dios le quita el sacerdocio. Dios no tiene
la menor intención de persuadir al hombre para que le sirva ni de rogarle a que
le sirva. Él no tiene la intención de contar con la aprobación del hombre. El ser
llamado para ser un sacerdote de Dios es una gloria para el hombre, no para
Dios.

A. Dios nos honra cuando nos llama al sacerdocio

Aquellos que ofrecieron fuego extraño en el Antiguo Testamento fueron


consumidos por el fuego. Algunos murieron cuando entraron al lugar santo;
otros murieron cuando trataron de ofrecer sacrificios a Dios. Dios no permitió
que nadie, salvo los sacerdotes, se acercara a Él. A los ojos de Dios, el sacerdocio
es una responsabilidad que Él le ha dado al hombre. Al llamar al hombre al
sacerdocio, Dios le confiere gloria y honra, y también lo eleva a una posición
superior. Aquella persona que tomaba voluntariamente el sacerdocio conforme
a su propia voluntad, moría. Uza, que extendió su mano para impedir que el
arca cayera, inmediatamente murió fulminado.

B. Las personas necias estiman que servir


es hacerle un favor a Dios

Hay muchas personas que creen que le hacen un favor a Dios cuando se ofrecen
a Él. En décadas pasadas, siempre me he sentido muy incómodo cuando en
ciertas reuniones de avivamiento los predicadores imploraban a los creyentes
que se entregaran a servir a Dios. Algunos dan una pequeña cantidad de dinero
a Dios y piensan que le están haciendo un favor especial. Muchos se ofrecen
para servir a Dios y piensan que de esa manera lo honran. Otros piensan que
rinden un gran honor a Dios cuando abandonan una insignificante posición en
el mundo. En sus corazones es como si dijeran: “¡Yo, una persona tan
importante, me entrego para servir a Dios hoy!”. Abandonan su insignificante
posición y creen que con ello exaltan al Señor. ¡Pero esto es ceguera! ¡Esto no es
más que insensatez y tinieblas!

C. Servir a Dios es nuestro más grande honor

Si el Dios de los cielos nos llama a ser Sus sacerdotes, deberíamos recibir tal
llamado postrados de rodillas ante Él. Éste es nuestro mayor honor. Dios nos ha
elevado a una posición superior. No estamos diciendo que podemos darle algo a
Dios, sino que no existe mayor honra que el hecho de que Dios acepte lo que le
ofrecemos. ¡Qué inmenso honor que personas como nosotros puedan servir a
Dios! ¡Esto es la gracia pura! ¡Esto ciertamente es el evangelio! No es solamente
el evangelio que proclama la salvación de Jesús, sino el evangelio que también
proclama que personas como nosotros podemos servir a Dios. Ciertamente éste
es el evangelio, un gran evangelio.

VI. DEBEMOS DEFENDER EL SACERDOCIO


A. Sin el sacerdocio universal, no hay iglesia

Hoy, en la iglesia, el sacerdocio ya no está restringido a unas cuantas personas,


pues ha venido a ser un sacerdocio universal. La nación de Israel fracasó; la
iglesia no puede fracasar nuevamente. El fracaso de la nación de Israel radica en
que el pueblo de Dios y los sacerdotes de Dios se convirtieron en dos entidades
distintas. ¡Que el Señor tenga misericordia de nosotros! ¡Que en la iglesia hoy,
no se produzca una separación entre el pueblo de Dios y Sus sacerdotes! En la
iglesia, los miembros del pueblo de Dios son Sus sacerdotes. Todos los que
conformamos el pueblo de Dios, somos sacerdotes de Dios. Los sacerdotes
deben ser tan numerosos como la cantidad de hermanos y hermanas que
tengamos en la iglesia. Todos ellos deben venir a Dios para ofrecer sacrificios
espirituales y sacrificios de alabanza. Todos deben participar en este servicio
espiritual. Éste no es un ministerio selectivo; todos debemos acudir a Dios para
servirle. Aquella iglesia que carece de un acceso directo y universal a Dios, no es
la iglesia.

Por favor, tengan presente que sin el sacerdocio universal no hay iglesia. La
nación de Israel fracasó, la iglesia no debe fracasar nuevamente. Durante los
pasados dos mil años, no se ha podido recobrar la esfera del sacerdocio hasta el
grado de que abarque a todo el pueblo de Dios. Los dos mil años de historia de
la iglesia nos muestran que existe una constante separación entre el pueblo de
Dios y el ministerio de los sacerdotes. Hemos visto que una y otra vez surge una
clase mediadora que se interpone entre Dios y Su pueblo. Esta es la obra y la
enseñanza de los nicolaítas.

B. No debemos tolerar más


la existencia de una clase mediadora

No debemos tolerar más que exista una clase mediadora entre nosotros y Dios.
Ya no debemos aceptar una jerarquía en nuestro medio. No debemos permitir
que haya sacerdotes que se interpongan entre Dios y Sus hijos; ya no podemos
permitir que exista una clase mediadora. Tenemos que ver lo que es la iglesia.
La iglesia es aquel lugar donde cada uno de los hijos de Dios ejerce su
sacerdocio. No podemos permitir que una persona o un grupo de personas
monopolice el servicio espiritual. Ellos no deben ser las únicas personas
mediante las cuales Dios pueda hablar, ni las únicas personas a quienes los
demás acuden para que Dios les solucione los problemas espirituales. Esta clase
mediadora simplemente no debe de existir en la iglesia.

La controversia que tenemos con las diferentes denominaciones no es un asunto


de formalismos externos, sino de contenido interno. Hoy en día hay jerarquías
en las denominaciones; es decir, hay un grupo de personas dedicadas a servir a
Dios, mientras que los demás tan solo son miembros de “bancas”. Un grupo de
personas tiene la profesión de servir a Dios, mientras que el resto, los miembros
que se sientan en las bancas, aunque también son nacidos de Dios, necesitan
acercarse a Dios mediante tales profesionales. Esta práctica jerárquica es
tolerada por muchas de las organizaciones que existen en el cristianismo hoy.
Pero nosotros no podemos aceptar que exista alguna clase mediadora entre
nosotros y Dios. No podemos desdeñar la gracia que le fue dada a la iglesia en el
Nuevo Testamento. No podemos desecharla como lo hicieron los israelitas.

C. La clase mediadora
es anulada cuando todos sirven

Debemos abolir la clase mediadora. Para lograrlo, cada uno de nosotros debe
formar parte de esta clase. Cuando todos llegamos a ser parte de esa clase, la
jerarquía desaparece. ¿Cómo podemos hacer de estos tres grupos involucrados
solamente dos? ¿Cómo podemos hacer que el tráfico de tres vías se transforme
en uno de dos vías? ¿Cómo pueden Dios, los sacerdotes y el pueblo, convertirse
en solamente dos? No hay otro modo de hacerlo, excepto por medio de
arrodillarse ante el Señor y decir: “Señor, estoy dispuesto a servirte. Estoy
dispuesto a ser un sacerdote”. Cuando todos los hijos de Dios lleguen a ser Sus
sacerdotes, estas tres partes se reducirán a dos.

Las jerarquías proceden del mundo, la carne, la adoración a los ídolos y del
amor por este mundo. Así pues, si todos los hermanos le dan la espalda a este
mundo y, desde el inicio de sus vidas cristianas, rechazan toda idolatría,
entonces todos ellos se ofrecerán a Dios. Podrán decir: “A partir de este día,
viviré en la tierra con el único propósito de servir a Dios”. Entonces la jerarquía,
espontáneamente, desaparecerá entre ellos. Si todos los hermanos se dan cuenta
de que su única ocupación consiste en servir a Dios y todos ellos le sirven en
coordinación, ¡la clase mediadora desaparecerá!

D. Si somos cristianos, debemos ser sacerdotes

Espero que no permitan que surja entre ustedes clase mediadora alguna. Desde
un comienzo sean firmes en esto. La clase mediadora podría resurgir
únicamente entre aquellos que caen en degradación o que son disidentes, o
entre aquellos que andan a su manera. Ciertamente es normal que entre
cristianos derrotados, algunos sirvan al Señor y otros no. Aquellos que no sirven
al Señor están dedicados a sus propios asuntos, mientras que los que sirven al
Señor toman cuidado de los asuntos espirituales. Los que no sirven al Señor, a
lo más, dan algún dinero para sostener a los que sirven al Señor. Probablemente
ellos sean empresarios, maestros o doctores; pero todos están dedicados a sus
propios asuntos y andan a su manera. Da la impresión de que no tuvieran nada
que ver con el servicio a Dios. Ante una situación como ésta, ¿qué tienen que
hacer las personas para ser catalogados como cristianos apropiados? Sólo
necesitan reservar un tiempo cada semana para asistir a los cultos de adoración.
Y si disponen de dinero, bastará con que ofrenden una pequeña porción del
mismo. ¡Pero el hacer esto hace del pueblo de Dios y de los sacerdotes dos
categorías distintas de personas! Hoy en día debemos darnos cuenta que, o
simplemente no somos cristianos o somos aquellos que lo consagran todo
absolutamente al Señor. Siempre y cuando seamos cristianos, tenemos que ser
sacerdotes para Dios.

VII. EL RECOBRO DEL SACERDOCIO

A. En las primeras iglesias


no existía este problema

El mismo peligro que acosó a la nación de Israel, es el que la iglesia ha tenido


que enfrentar por los pasados dos mil años. Desde la partida del Señor hasta
que se escribió el libro de Apocalipsis y poco después de ese entonces, todos los
hijos de Dios eran sacerdotes. Todo el que se consideraba hijo de Dios era
sacerdote de Dios. No había problema al respecto. Desde el primer siglo hasta el
tercero, no se suscitaron problemas. Se dieron algunos problemas por aquí y por
allá aisladamente, pero no de manera global. Aquí y allá algunos hijos de Dios se
negaron a asumir sus funciones sacerdotales, pero en general, no se suscitaron
problemas al respecto. Siempre y cuando uno fuese hijo de Dios era un
sacerdote de Dios.

B. La naturaleza de la iglesia cambió


cuando el Imperio Romano acogió al cristianismo

Cuando el Imperio Romano respaldó al cristianismo, muchas personas


empezaron a infiltrarse. Cuando alguien creía en el Señor, se le rendía ciertas
garantías materiales; se convertía en correligionario del emperador y en
hermano del César. En un principio, la orden del Señor había sido: “Devolved,
pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22:21). Ahora
se le daba a Dios tanto lo que era de César como lo que era de Dios. Ciertamente
esto constituyó una gran victoria para la cristiandad. Constantino, el
emperador, se convirtió a Cristo. El resultado fue que la iglesia sufrió un cambio
gradual, aunque significativo. Los creyentes ya no eran como aquellos que
profesaron la fe cristiana en los primeros siglos. Durante los diez períodos de
persecución bajo el Imperio Romano, fueron decenas de millares de cristianos
los que sufrieron el martirio. No era sencillo pretender ser un cristiano. Pero
después las circunstancias cambiaron radicalmente. Se puso de moda
convertirse en un creyente que compartía la misma fe que profesaba el
emperador y así poder llamarlo “hermano”. Cuando se produjo este cambio,
muchos decidieron unirse al cristianismo. Como resultado, aunque se aumentó
el número de personas, el número de sacerdotes permaneció igual. Es muy fácil
infiltrarse en el redil del cristianismo, pero es absolutamente imposible
infiltrarse en el servicio de Dios.

C. La separación entre personas espirituales


y personas mundanas

La iglesia presenció un cambio radical en el cuarto siglo. Durante ese período,


muchos de los que se unieron a la iglesia eran incrédulos o creyentes a medias.
Parecían ser creyentes, pero se aferraban a algún poder mundano que tenían en
sus manos; no tenían interés en servir al Señor en la iglesia. A lo más, es posible
que hayan sido salvos, pero ciertamente no podían servir al Señor.
Espontáneamente, algunas personas espirituales empezaron a encargarse de los
asuntos de la iglesia, mientras que los demás optaron por decir: “¡Sí, ustedes
encárguense de eso! Ustedes sirvan al Señor, y nosotros seremos los seglares”.
La palabra seglar fue introducida en el cuarto siglo. Así pues, algunos
atenderían los asuntos terrenales, mientras que otros se encargarían de la obra
espiritual. Como resultado, si bien había muchos que servían a Dios, eran
muchos más los que dejaron de servirle.

Durante el primer siglo, en la época en que vivieron los apóstoles, todos los
creyentes servían al Señor. A partir del cuarto siglo, los hombres empezaron a
decir: “Nosotros solamente somos el pueblo de Dios. Atenderemos nuestros
propios asuntos en el mundo y mantendremos nuestra posición en la sociedad.
De vez en cuando, daremos algo de dinero y así seremos catalogados como
creyentes. Dejaremos que las personas más espirituales atiendan las cosas
espirituales por nosotros”. Desde ese momento, la iglesia siguió los pasos de la
nación de Israel; se dedicó a adorar “el becerro de oro”, y estableció una clase
mediadora. Todo aquel que pertenecía al pueblo de Dios ya no era un sacerdote.
Muchos seguían siendo el pueblo de Dios, pero ya no eran Sus sacerdotes.

En la actualidad, a los clérigos de la Iglesia Católica Romana se les llama


sacerdotes. En China y en otras partes se les conoce como padres. Los llamados
“padres” son de hecho los sacerdotes. Algunas iglesias nacionales siguieron el
ejemplo de la Iglesia Católica Romana y asignaron a sus pastores el título de
sacerdotes. Aquellos que se dedican a los asuntos terrenales son llamados el
pueblo de Dios, mientras que quienes se encargan de los asuntos espirituales
son llamados sacerdotes. La iglesia se dividió en sacerdotes y pueblo.

D. El Señor toma el camino de recobro

Quisiera que todos comprendiéramos que en estos últimos días Dios está
haciendo una obra de recobro; Él está adoptando la manera de un recobro. En
esta última era, tengo la certeza de que Dios está guiando a Sus hijos a adoptar
esta misma postura. Aquí hay una porción del camino que la iglesia necesita
recobrar: el sacerdocio universal de los hijos de Dios. Siempre y cuando una
persona forme parte del pueblo de Dios, ella debe ser un sacerdote. En nuestros
días, hay sacerdotes y en el reino venidero, también habrá sacerdotes. Dios
quiere obtener Sus sacerdotes. Él desea que todos los miembros de Su pueblo
sean Sus sacerdotes.

VIII. EL SERVICIO DE LOS SACERDOTES

Tan pronto como usted se hace cristiano, se convierte en sacerdote. Si desea


hacerse cristiano, tiene que convertirse en un sacerdote. No espere que otra
persona vaya a reemplazarlo en esta función. Ser un sacerdote es algo que le
corresponde a usted. Entre nosotros no existe ninguna clase mediadora. Nadie
se hará cargo de los asuntos espirituales en nuestro lugar. Nadie realizará
nuestra labor. No debe existir entre nosotros otra categoría diferente de
personas llamada obreros.

A. Toda la iglesia necesita servir

Si Dios tiene misericordia de nosotros, espontáneamente todos los hermanos y


hermanas trabajaremos juntos en la predicación del evangelio y en el servicio al
Señor. Cuanto más universal sea el sacerdocio, más visible será la iglesia.
Cuando el sacerdocio cesa de ser universal, fracasamos, y nuestra senda se
corrompe.

B. Dios nos honra


al permitirnos servirle

Somos personas débiles, pobres, ciegas y minusválidas; que el Señor permita


que personas como nosotros lleguen a ser sacerdotes, constituye un gran honor
para nosotros. En el Antiguo Testamento, tales personas no podían ser
sacerdotes. Todos aquellos que eran minusválidos, todos los que eran cojos o
tenían algún defecto físico, no podían ser sacerdotes. Sin embargo, hoy las
personas más viles, inmundas, ciegas y minusválidas ¡han sido llamados por
Dios para que sean sacerdotes! Él es el Señor. Ya he dicho esto antes y lo reitero:
debiéramos estar deseosos de poder consagrarnos al servicio de Dios, aun si
para ello fuera necesario arrastrarnos a Sus pies para implorarle que nos
permita servirle. Debemos regocijarnos de poder doblar nuestras rodillas para
rogar por semejante honor. Yo estoy dispuesto a arrodillarme ante el Señor y
suplicarle a Él: “Señor, quiero servirte. Me ofrezco con alegría para Tu servicio.
Tú me honras al permitirme acudir a Ti”. Ser un sacerdote equivale a acercarse a
Dios. Ser sacerdotes significa que no hay distancia entre nosotros y Dios, sino
que podemos tener acceso directo sin tener que esperar por nadie. Ser
sacerdotes significa que podemos tener contacto con Dios por nosotros mismos.
C. El reino de Dios se hace realidad
cuando todos sirven

Si un día todos los hermanos y hermanas de todas las iglesias se dedican a


realizar su servicio, el reino de Dios estará entre nosotros. Éste será un reino de
sacerdotes, ya que todas las personas serán sacerdotes. Esto es glorioso. Anhelo
ver el día en que todos los ídolos sean quitados de entre nosotros. Para lograr
esto, es necesario que en la presencia del Señor estemos dispuestos a pagar
cualquier precio. Los levitas pagaron un precio; fueron fieles al hacer a un lado
todo afecto personal. Sólo esta clase de persona podrá tener una porción en el
sacerdocio.

D. La base del sacerdocio:


ser aceptos ante Dios

Para poder entender cabalmente el sacerdocio, debemos entender cómo se


relacionaba Dios con los sacerdotes del Antiguo Testamento. Es un asunto de
gran importancia para Dios el hecho de permitirle a una persona que se acerque
a Él y no muera. Solamente los sacerdotes podían comer el pan de la
proposición, servir en el altar y entrar en el lugar santo. Y sólo ellos podrían
ofrecer sacrificios. Si otros entraban en el lugar santo, morían. El sacerdocio,
pues, se basa en la aceptación de Dios. Puesto que Dios ya nos aceptó, ¿acaso no
podemos nosotros entrar allí también? Anteriormente, cualquiera que se
atreviera a entrar, podía morir, pero hoy en día, Dios nos dice: “¡Puedes
acercarte!”. Cuán extraño sería si después de ello, aún nos sintiéramos reacios
de acercarnos.

E. La misericordia de Dios nos hace aptos


para servir en la gracia

Es necesario que el Señor abra nuestros ojos. Es sólo por la gracia en su mayor
expresión que a una persona se le otorgue el privilegio de servir al Señor.
Aquellos que verdaderamente conocen la voluntad de Dios dicen: “La gracia que
me permite servir a Dios es mayor que la gracia que me condujo a la salvación”.
El perro que está debajo de la mesa puede comer las migajas, pero jamás podrá
servir en la mesa. Ser salvo por gracia es relativamente simple, pero no todos
pueden servir por gracia. Hoy en la iglesia, todo el que es salvo por gracia
también puede servir. Es una insensatez no considerar esto como una gracia
espléndida.

F. Debemos rechazar el principio


bajo el cual existe una clase mediadora

La cristiandad actual reconoce la presencia de una clase mediadora. Tal como se


manifiesta en la actualidad, el cristianismo incluso divide a los sacerdotes de
Dios y el pueblo de Dios en dos categorías de personas. Anhelamos ver el día en
que no haya jerarquía entre nosotros. Es posible que una o dos personas en la
iglesia caigan en dicho error. Con todo, eso no altera el principio correcto. Hoy
está de moda en el cristianismo hacer concesiones en cuanto a los principios. En
esencia, el cristianismo presente ha caído y ha tomado el camino de los
israelitas; es decir, el pueblo de Dios y los sacerdotes han venido a ser dos
categorías de personas. ¡Quiera Dios que nosotros no caigamos en tal sistema!

CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE

EL CUERPO DE CRISTO

Lectura bíblica: Ef. 1:23; 4:11-13; 5:29-30; Gn. 2:21-24; 1 Co. 10:16-17; 12:12-
30; Ro. 12:4-8

I. LA IGLESIA PROCEDE DE CRISTO

Génesis 2 nos muestra que Dios tomó una costilla de Adán y con ella hizo a Eva.
Esto tipifica la relación que existe entre Cristo y la iglesia. Tal como Eva procede
de Adán, la iglesia procede de Cristo. Fue de Adán que Dios formó a Eva;
asimismo, es de Cristo que Dios creó a la iglesia. Dios no sólo nos ha dado la
gracia, el poder y la naturaleza de Cristo, sino que Él también nos ha dado el
Cuerpo de Cristo. Dios nos ha dado Sus huesos, Su carne y Su persona misma,
de la misma forma en que Él le dio a Eva una costilla de Adán. Entonces, ¿qué es
la iglesia? La iglesia procede de Cristo. La Biblia nos muestra que Cristo es la
Cabeza de la iglesia y que la iglesia es el Cuerpo de Cristo. En forma individual,
todos los cristianos son miembros del Cuerpo de Cristo y proceden de Cristo.

Es importante que nos percatemos de una cosa: El Cuerpo de Cristo está en la


tierra, pero no es una entidad terrenal. Es una entidad celestial, pero está en la
tierra. Cuando Saulo perseguía a la iglesia, camino a Damasco el Señor Jesús le
dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch. 9:4). Lo que el Señor dijo fue
muy extraño. Él no dijo: “Saulo, Saulo, por qué persigues a Mis discípulos”,
sino: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. El Señor no dijo: “Por qué
persigues a Mi iglesia”, sino: “Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?”. Esto le
mostró a Pablo que la iglesia y Cristo son una unidad. La iglesia es una con
Cristo, al punto que cuando alguno es hostil o persigue a la iglesia, en realidad,
persigue a Cristo. Esto también nos muestra que el Cuerpo de Cristo está en la
tierra; si estuviera en los cielos, nadie podría perseguirlo. Puesto que el Cuerpo
de Cristo está en la tierra, Pablo pudo perseguirlo. Debido a que el Cuerpo de
Cristo es la iglesia que está en la tierra, al perseguir a la iglesia, Pablo perseguía
al Señor mismo. Muchos dicen que la manifestación del Cuerpo de Cristo es algo
que ocurrirá en los cielos. Afirman que uno tiene que esperar hasta que esté en
el cielo para presenciar la manifestación del Cuerpo de Cristo. De ser así, la
persecución que Pablo desató en contra de la iglesia no podría haber sido
considerada como una persecución en contra del Señor. Pero el Señor dijo que,
al perseguir a la iglesia, Saulo lo estaba persiguiendo a Él. Por ende, el Cuerpo
de Cristo se manifiesta en la tierra, no en los cielos. La iglesia, que es el Cuerpo
de Cristo, está en la tierra; nosotros tenemos que expresar a este Cuerpo
mientras estamos aquí en la tierra. Si bien la Cabeza está en los cielos, el Cuerpo
y la Cabeza son uno. El Cuerpo que está en la tierra y la Cabeza que está en los
cielos forman una sola entidad. Por lo tanto, perseguir al Cuerpo es perseguir a
la Cabeza. Perseguir a la iglesia equivale a perseguir al Señor. Los dos son uno y
es imposible separarlos.

Quizá algunos se pregunten: “¿En los días de Pablo, cómo se podía expresar el
Cuerpo de Cristo en la tierra? Desde el tiempo en que Pablo vivió en la tierra
hasta ahora, han transcurrido mil novecientos años. Cada año, un sinnúmero de
personas en todo el mundo es salva y añadida al Cuerpo de Cristo. Muchos más
se añadirán en los días y años por venir. ¿Cómo entonces la iglesia del tiempo de
Pablo pudo ser llamada el Cuerpo de Cristo?”. Un hermano del siglo diecinueve
nos dio una muy buena respuesta. Él dijo que la iglesia es como un ave. Cuando
recién sale del cascarón, las plumas no se han desarrollado bien, y aun así,
podemos decir que es un ave. Cuando crece, se continúa diciendo que es un ave.
Las plumas le salen espontáneamente, no son traídas de otra parte. El
crecimiento y la madurez del ave son el resultado de la operación interna que es
propia de la vida de dicha ave. Es así como la iglesia crece hoy. Aunque la iglesia
que Pablo perseguía estaba en su infancia, de todos modos era el Cuerpo de
Cristo. Desde entonces y hasta el día de hoy, nada externo le ha sido añadido;
sencillamente ha madurado.

Si bien hoy, en lo que respecta a su tamaño, la iglesia en la tierra es muy


pequeña; no obstante, es perfecta en sí misma. Todo el crecimiento de la iglesia
se gesta en el interior de ella misma; su crecimiento procede de Cristo. Hoy, la
iglesia que está en la tierra es el Cuerpo de Cristo. Aparentemente, los que son
salvos son añadidos a la iglesia, pero en lo que concierne a la realidad espiritual,
jamás ninguna persona se ha integrado a la iglesia. El Cuerpo de Cristo crece
por sí mismo y a partir de sí mismo. Este crecimiento continuo procede de la
Cabeza. La iglesia es simplemente la extensión del Cuerpo de Cristo aquí en la
tierra. La iglesia mora en la tierra, pero procede de la Cabeza celestial. Al mismo
tiempo, la iglesia es un Cuerpo que está en unidad con la Cabeza.

Debemos tener bien en claro lo que es la iglesia a los ojos de Dios. Ella es el
Cuerpo de Cristo. Por consiguiente, nada que sea más reducido que el Cuerpo
podrá ser la base para la formación de una iglesia. No podemos establecer una
iglesia basándonos en doctrinas, ni en sistemas, ni en ritos. Tampoco podemos
establecer una iglesia tomando como base el nombre de un fundador o un
determinado lugar de origen, pues todas estas cosas son más pequeñas que el
Cuerpo de Cristo. Si deseamos establecer una iglesia en una localidad, tenemos
que aprender a permanecer firmes en el terreno del Cuerpo. Tenemos que
recibir y aceptar a todos aquellos miembros del Cuerpo de Cristo que tienen
comunión en el Cuerpo de Cristo. Todo aquel que está en el Cuerpo y pertenece
al Cuerpo, es un hermano o hermana en la iglesia. Si nos mantenemos firmes en
la posición que corresponde al Cuerpo de Cristo, es probable que nuestro
número sea muy reducido, pero contaremos con la base necesaria para formar
la iglesia. Sin embargo, si no permanecemos firmes en nuestra posición como
Cuerpo de Cristo, no tendremos la base requerida para formar una iglesia, aun
cuando podamos ser muy numerosos.

Si en una localidad se establece una iglesia cuya base es el Cuerpo de Cristo,


nadie debe separarse de ella para establecer otra iglesia aduciendo diferencias
en cuanto a sus doctrinas, sus puntos de vista o sus opiniones. La base de la
iglesia es el Cuerpo de Cristo. El deseo de defender cierta doctrina no es una
base legítima para formar una iglesia. Si la base de la primera “iglesia” no es el
Cuerpo de Cristo, obviamente uno podrá establecer allí una iglesia que tenga
como base el Cuerpo de Cristo. Pero si la base de la primera iglesia es en verdad
el Cuerpo de Cristo, debemos mantenernos en comunión con ella. No podemos
salir de ella y formar otra “iglesia” que sea nuestra.

Una iglesia local debe incluir a todos los hijos de Dios que viven en esa
localidad. La iglesia toma el Cuerpo de Cristo como su unidad fundamental. Si
hay hermanos y hermanas que no desean venir, eso es problema de ellos. La
iglesia no debe imponer ninguna condición a nadie, aparte de la necesidad de
reconocer el Cuerpo. El Cuerpo es la única condición requerida para establecer
una iglesia. Una iglesia no puede ser más reducida que el Cuerpo de Cristo. En
otras palabras, todo el que sea de Cristo debe estar en la iglesia; todo aquel que
esté en el Cuerpo de Cristo, no deberá ser rechazado.

Sin embargo, aceptar a alguien que no esté en el Cuerpo de Cristo o recibir a los
incrédulos, es extenderse más allá del Cuerpo de Cristo. Tal entidad ya no sería
la iglesia de Cristo, sino una organización llena de confusión. En conclusión,
cualquier entidad que sea más reducida o más extensa que el Cuerpo de Cristo,
no es la iglesia.

II. LA IGLESIA ES UNA EN EL ESPÍRITU SANTO

En 1 Corintios 12:12-13 dice: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos
miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo
cuerpo, así también el Cristo. Porque en un solo Espíritu fuimos todos
bautizados en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a
todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”.

Ya hemos visto que la iglesia procede de Cristo. Ahora quisiéramos examinar en


qué forma la iglesia es una en el Espíritu Santo.

La iglesia procede de Cristo, lo cual nos habla de su origen. Todo cristiano posee
una nueva vida. Esta única vida, la vida de Cristo, ha venido a ser millones de
cristianos. En Juan 12 se habla del grano de trigo que cae en la tierra y muere, y
lleva mucho fruto. Todos los granos que produjo aquel único grano comparten
la misma esencia. Un solo grano ha llegado a convertirse en muchos granos, los
cuales, a su vez, proceden de ese único grano. ¿Cómo es posible que los
cristianos que comparten la misma vida, siendo muchos, puedan llegar a
constituir el Cuerpo de Cristo, el cual es uno solo? Aquí es donde interviene la
obra del Espíritu Santo. Cristo, siendo uno solo, ha llegado a convertirse en
millones de cristianos. Entonces, el Espíritu Santo bautiza en un solo Cuerpo a
estos millones de cristianos. Esta es la enseñanza fundamental que se registra
en 1 Corintios 12:12-13. El Cuerpo es uno solo; sin embargo, lo conforman
muchos miembros. ¿Cómo pueden los muchos miembros llegar a ser un solo
Cuerpo? “En un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo”. En
otras palabras, el Cuerpo llega a existir por medio del bautismo. Es por medio
del bautismo en el Espíritu que los muchos cristianos pueden ser inmersos en
un solo Cuerpo. Es como si todos los cristianos fuesen piedras extraídas de una
misma roca, y el Espíritu Santo fuese el cemento en virtud del cual esas piedras
vuelven a ser reunidas para llegar a ser una sola roca.

El Cuerpo de Cristo mantiene dos principios básicos: primero, aparte de lo que


proviene de Cristo, el Cuerpo de Cristo no puede existir; y segundo, aparte de la
operación del Espíritu Santo, el Cuerpo de Cristo no puede existir. En primer
lugar, tenemos que experimentar el bautismo efectuado por el Espíritu y ser
llenos interiormente del Espíritu. A fin de constituir el Cuerpo, todos los hijos
de Dios tienen que ser bautizados por el Espíritu. Según Hechos 2, esto fue lo
que sucedió el día de Pentecostés. Muchos habían recibido la vida del Señor y
llegaron a ser Sus miembros. Luego el Señor los bautizó en un solo Cuerpo por
medio del Espíritu Santo. Los que conocen al Señor y al Espíritu Santo también
conocerán Su Cuerpo único. Hay muchos miembros en el cuerpo humano, pero
la cabeza los gobierna a todos ellos por medio del sistema nervioso. De igual
manera, la Cabeza de la iglesia une a los muchos miembros en un solo Cuerpo
por medio del Espíritu Santo.

La iglesia procede de Cristo y llega a conformar un solo Cuerpo en el Espíritu


Santo. La comunión y la participación mutua entre los cristianos debe basarse
en que hemos tomado como base al Cuerpo de Cristo. No tenemos ninguna otra
relación aparte de esta. No somos uno porque todos seamos judíos o griegos.
Debido a que todos somos miembros del Cuerpo de Cristo, tenemos una
comunicación muy íntima los unos con los otros. El Cuerpo es la base de nuestra
comunión.

Nuestra comunión en la iglesia debe estar basada únicamente en el hecho de


que en el Cuerpo, somos miembros los unos de los otros. No debemos mantener
ninguna comunión que se base en ningún otro fundamento. Cualquier
comunión que se tenga fuera del Cuerpo de Cristo es una división. Cualquier
comunión que no sea tan amplia como el Cuerpo mismo y que, en efecto, sea
inferior al Cuerpo de Cristo, no es la comunión del Cuerpo de Cristo. Toda
delimitación que sea diferente de la que posee el Cuerpo, aun cuando no
contradiga los límites del Cuerpo, es un estorbo para los límites que posee el
Cuerpo. Tal variación de límites siempre representará un obstáculo para la
comunión del Cuerpo. No podemos aceptar ninguna comunión que sea
diferente del Cuerpo. Estamos aquí para mantener la comunión de los
cristianos, la comunión del Cuerpo, y no para crear una comunión que sea más
reducida que el Cuerpo mismo.

III. EL SERVICIO EN EL CUERPO

En 1 Corintios 12:14-21 dice: “Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino


muchos. Si dice el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, no por eso deja
de ser del cuerpo ... Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo
fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado los miembros
cada uno de ellos en el cuerpo, como Él quiso. Porque si todos fueran un solo
miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero
el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni
tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros”. Y se añade en los
versículos 28-30: “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, en
segundo lugar profetas, en tercer lugar maestros, luego obras poderosas,
después dones de sanidad, ayudas, administraciones, diversos géneros de
lenguas. ¿Son todos apóstoles? ¿son todos profetas? ¿son todos maestros?
¿hacen todos obras poderosas? ¿tienen todos dones de sanidad? ¿hablan todos
en lenguas? ¿interpretan todos?”.

En el Cuerpo de Cristo hay muchos miembros a los cuales el Espíritu Santo les
imparte toda clase de dones y ministerios según lo necesite el Cuerpo. El Señor
concede a los miembros diferentes clases de dones y ministerios con el fin de
suplir la necesidad de todo el Cuerpo. El Señor sabe que Él no hará que todo el
Cuerpo sea sólo ojos u oídos. El Señor da a los miembros diferentes dones y
ministerios como un suministro para todo el Cuerpo. Así como el cuerpo
humano necesita todos sus miembros, la iglesia necesita las diferentes clases de
dones y ministerios en el servicio espiritual. Algunos sirven en el ministerio de
la Palabra, otros realizan obras poderosas; algunos ejercen el don de sanidad,
otros ayudan; algunos hablan en lenguas y otros interpretan, etc. La iglesia debe
darle a todos los hermanos y hermanas amplia oportunidad para servir. Todos
los miembros, incluyendo los menos decorosos, son útiles en el ministerio del
Espíritu. Es imposible que el Cuerpo tenga un miembro inútil. Todo hermano y
hermana es miembro del Cuerpo y, como tal, posee su propia función y servicio.
Siempre y cuando usted sea cristiano, usted es un miembro del Cuerpo de Cristo
y, como tal, debe desempeñar su propio servicio delante de Dios. Debemos
honrar la práctica del servicio universal. Todo cristiano debe tener su respectiva
función y debe servir al Señor según la misma.

Todos los miembros de la iglesia deben descubrir en qué pueden servir. Todos
deben servir, y nadie debe crear un monopolio. Un miembro, o unos cuantos, no
deben hacer todas las cosas, reemplazando así a los demás. Cualquier sistema
que no garantice a todos los miembros la oportunidad de desempeñar su
función, ciertamente no es del Cuerpo. En el cuerpo físico, los ojos, la boca, los
pies y las manos pueden estar muy ocupados; sin embargo, jamás se
contradicen entre ellos. Algo anda mal cuando sólo los ojos desempeñan su
función, mientras la boca, los pies y las manos no lo hacen. Si los ojos, la boca,
los pies y las manos operan conjunta y coordinadamente como una sola entidad,
esto es el cuerpo. Pero si sólo algunos sirven y otros no, o si solamente uno o
unos cuantos sirven, esto no es el Cuerpo de Cristo. Debemos entender
claramente este principio.

Romanos 12:4-8 dice: “Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos


miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros,
siendo muchos, somos un solo Cuerpo en Cristo y miembros cada uno en
particular, los unos de los otros. Y teniendo dones que difieren según la gracia
que nos es dada, si el de profecía, profeticemos conforme a la proporción de la
fe; o si de servicio, seamos fieles en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el
que exhorta, en la exhortación; el que da, con sencillez; el que preside, con
diligencia; el que hace misericordia, con alegría”.

Otro aspecto al cual se le debe prestar especial atención en el Cuerpo es el hecho


de que cada miembro recibe una gracia y un don que son distintos de los demás.
El pasaje de 1 Corintios 12 hace hincapié en el ministerio de la palabra y en los
dones milagrosos. El pasaje de Romanos 12, además de hablar del ministerio de
la palabra, menciona que existen ministerios de otros servicios en la iglesia. Hay
quienes dan, algunos presiden y otros hacen misericordia. Todo esto podría ser
considerado como la labor que es propia de los levitas. Estos son servicios que
conciernen a los asuntos prácticos.
Romanos 12 nos muestra que todo aquel que tiene algún don, debe desempeñar
su función en conformidad con el don que Dios le haya dado, sea en el
ministerio de la Palabra o en el servicio. El que tiene el don de profecía, debe
profetizar; el que tiene el don del servicio, que sirva; el de la enseñanza, que
enseñe; el de la exhortación, que exhorte; el que tiene el don de dirigir, que
presida con diligencia en la iglesia. En otras palabras, todos deben servir. Todos
deben tener un servicio específico y deben ser fieles en dicha función. Cada uno,
delante de Dios, debe saber qué puede hacer y cuál es el don que ha recibido del
Señor. Tal conocimiento deberá dirigir a dicha persona a cumplir,
específicamente, una determinada función. Nadie debe sobrepasar los límites de
su propia función, ni debe asumir el servicio que le corresponde a otros. Ningún
miembro debe tomar el lugar de otro, y ninguno debe renunciar a ejercer su
propia función. Todos deben servir juntos, y cada uno debe dedicarse por entero
a su propia labor. De esta manera, el Cuerpo de Cristo será expresado.

El Cuerpo no puede permitir que ningún miembro descuide su deber. Si el ojo


no puede ver, todo el Cuerpo queda en tinieblas. El Cuerpo entero no podrá
andar, si los pies se niegan a caminar. Los ojos deben ver, y los pies deben
andar. Aunque el don que usted recibió de Dios sea pequeño, usted no debe
ocultarlo. Aunque sólo sea un talento (Mt. 25:14-30), no debe guardarlo ni
descuidarlo. Sea el don pequeño o grande, sean “cinco talentos”, “dos talentos” o
“un talento”, tiene que usar lo que recibió y servir en conformidad con lo que
recibió. Si se niega a darse a este servicio y entierra su talento, la iglesia sufrirá.
El Cuerpo sufrirá gran pérdida si unos cuantos miembros del Cuerpo rehúsan
desempeñar sus respectivas funciones.

No es fácil encontrar miembros de cinco talentos en la iglesia, pero todo hijo de


Dios, no importa cuán pequeño sea su don, tiene por lo menos un talento. Si
todos los de un talento toman la determinación de servir, serán más eficaces que
aquellos pocos que tienen cinco talentos. Si todos los que tienen un talento
toman la determinación de servir, la iglesia ciertamente florecerá. Todos los que
poseen un talento deben levantarse a servir. Si la iglesia prospera o no, depende
de si los de un solo talento se levantan a servir. Si sólo unas cuantas personas se
dedican a laborar y a trabajar, eso no es la iglesia. Pero si todos los hermanos y
hermanas sirven y laboran, se producirá el servicio de la iglesia y las funciones
del Cuerpo. Ya no es posible que unos cuantos miembros asuman las funciones
de todo el Cuerpo de Cristo. Espero que todos aquellos que tengan “un talento”
lo desentierren. Todo aquel que tiene la “mina”, debe tener presente que el
pañuelo es para secar el sudor de su frente y no para envolver la mina (Lc.
19:20). Debemos aprender a servir según nuestras habilidades. Cuando todos se
levanten a servir, y ninguno transfiera su propia responsabilidad a otro,
entonces se tendrá la iglesia.
IV. LA EDIFICACIÓN DEL CUERPO

Efesios 4:11-13 dice: “Y Él mismo dio a unos como apóstoles, a otros como
profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros, a fin de
perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del
Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno
conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de
la estatura de la plenitud de Cristo”.

Las personas de las que se habla aquí son ligeramente diferentes de las que se
mencionan en Romanos 12 y en 1 Corintios 12. Estas personas son los ministros
de la Palabra. Cuando Dios dio a la iglesia los ministros de la Palabra, Su
intención era la edificación del Cuerpo de Cristo. Los ministros de la Palabra
tienen un lugar especial en la edificación del Cuerpo de Cristo. Para que el
Cuerpo de Cristo sea edificado, debemos pedir a Dios que haya más ministros de
la Palabra.

Al mismo tiempo, la iglesia debe proveer amplias oportunidades a los nuevos


creyentes para que se manifiesten y descubran si son ministros de la Palabra.
No debemos poner obstáculos a los dones que Dios les haya dado. No debemos
privarlos de la oportunidad de manifestarse como ministros de la Palabra. A fin
de que el Cuerpo de Cristo sea edificado, es necesario que la iglesia le pida a
Dios que dé más ministros de la Palabra. Además, la iglesia debe proveer amplia
oportunidad a cada miembro para que se manifieste como ministro de la
Palabra.

V. EL TESTIMONIO DEL CUERPO

En 1 Corintios 10:16-17 dice: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la


comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del
cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un
Cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan”.

La iglesia es el Cuerpo de Cristo. Por consiguiente, su misión en la tierra es ser


la expresión de ese Cuerpo y manifestar la unidad del Cuerpo. Así pues, la
iglesia debe mostrar a los hombres que el Cuerpo es uno solo. La iglesia no tiene
que esperar hasta llegar al cielo para expresar la unidad del Cuerpo. La iglesia
expresa la unidad del Cuerpo de Cristo mientras está aquí en la tierra.

“Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un Cuerpo”. El Nuevo
Testamento le da especial importancia al partimiento del pan. Siempre que nos
reunimos en el día del Señor para partir el pan y recordar al Señor, reconocemos
que el cuerpo del Señor fue partido por nosotros. Además, expresamos que el
Cuerpo es uno. El partimiento del pan representa el hecho de que nuestro
Señor, en la cruz, se entregó por nosotros en amor; la unidad hace referencia a
la unión que hay entre los hijos de Dios. Cada día del Señor, cuando acudimos al
Señor, reconocemos que Su cuerpo fue partido por nosotros y que todos los
hijos de Dios son uno. Por un lado, damos testimonio de que el cuerpo del Señor
fue partido por nosotros; por otro, testificamos que la iglesia es el Cuerpo de
Cristo y que dicho Cuerpo es uno solo. Aunque somos muchos, somos un solo
pan y un solo Cuerpo, y así expresamos la unidad. Todo aquel que entiende lo
que es el Cuerpo de Cristo, ofrece este testimonio en el día del Señor, ya que ese
día testifica que hay un solo pan. A los ojos de Dios, este pan es el centro de
todas las reuniones. Los hijos de Dios deben reunirse con el fin de partir el pan y
de tener comunión mutua. Cuanto mejor uno conozca el Cuerpo de Cristo, más
dará testimonio de la unidad del Cuerpo por medio del partimiento del pan. El
partimiento del pan es un recordatorio de la muerte del Señor y una expresión
de la unidad del Cuerpo. “Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos,
somos un Cuerpo”. Hacemos esto para mostrarle al mundo, al universo y a toda
la creación que ¡la iglesia es un solo Cuerpo!

Que el Señor nos conceda Su gracia y nos muestre claramente que la base sobre
la cual se forma la iglesia es el Cuerpo de Cristo. En el Cuerpo, somos miembros
los unos de los otros. Mediante el bautismo del Espíritu, somos constituidos un
solo Cuerpo. Por tanto, nuestra comunión se debe basar exclusivamente en el
Cuerpo de Cristo. En el Cuerpo, todos los miembros poseen su propia función y
todos ellos deben servir. Por el bien de la iglesia, debemos pedirle a Dios que
nos dé más ministros de la Palabra, esto es, ministros que perfeccionen a los
santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo.
Además, mediante el partimiento del pan, nosotros debemos dar expresión al
testimonio de la unidad del Cuerpo de Cristo. ¡Qué Dios nos bendiga a todos
nosotros!

CAPÍTULO CINCUENTA

LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA

En este capítulo abordaremos el tema de la autoridad de la iglesia.

I. DIOS DETERMINÓ QUE LA AUTORIDAD


FUESE EL PRINCIPIO GOBERNANTE
EN SU ADMINISTRACIÓN DEL UNIVERSO

Cuando Dios creó el universo, Él estableció que la autoridad fuese el principio


gobernante en Su administración del universo. Sólo Él es la máxima autoridad.
Él también es el origen de toda autoridad. Bajo Él había algunos arcángeles, y a
su vez, otros ángeles estaban sujetos a ellos. En los libros de Jeremías e Isaías se
nos muestra que en aquellos tiempos había otras criaturas vivientes sobre la
tierra. Este era el orden original según el cual Dios había gobernado el universo.
No solamente los hombres existían en virtud de la autoridad divina, sino incluso
las estrellas del universo, la tierra y toda criatura viviente existía en virtud de Su
autoridad. Mediante Su palabra de autoridad, Dios estableció leyes naturales,
las cuales rigen sobre toda criatura viviente y todo elemento natural. Así pues, la
autoridad es crucial para todo el universo. Si cualquier objeto o criatura actuara
en contra de las leyes ordenadas por Dios, el universo entero se sumergiría en
confusión.

II. LA HISTORIA DE LA REBELIÓN


EN EL UNIVERSO

A. La rebelión del arcángel

¿Qué sucedió después de la creación de Dios? Sabemos que el mundo que antes
existía se degradó cuando Satanás, el arcángel nombrado por Dios, trató de
exaltarse a sí mismo.

Este arcángel dijo en su corazón: “Subiré al cielo; / Levantaré mi trono. / ... Y


seré semejante al Altísimo” (Is. 14:13-14). La rebelión de Satanás no estaba en
contra de nada más que la autoridad. Él quería ser igual a Dios. Él deseaba
exaltarse a sí mismo para ser Dios. Él no pensó que ser señor sobre todo al estar
sujeto a Dios era suficiente para él. Él se rebeló en contra de la autoridad de
Dios e intentó usurpar Su autoridad. Como resultado de ello, la estrella de la
mañana se convirtió en Satanás; el ángel de luz se convirtió en el diablo. Esto
sucedió antes que el hombre fuese creado.

B. La primera rebelión del hombre

1. Lo dispuesto por Dios para el hombre

Después de que Dios creó al hombre, lo puso en el huerto del Edén. Dios
dispuso todas las cosas y designó las autoridades en el mundo. Él creó primero
al hombre y después a la mujer; Él creó primero al esposo y después a la esposa.
La intención de Dios era que Eva se sujetara a Adán y que Adán se sujetara a Él.
En este arreglo, Dios estaba estableciendo el fundamento para que los hijos
obedecieran a sus padres, los esclavos a sus amos y los ciudadanos a sus
gobernadores y reyes. Dios arregló las cosas de una manera definida. Él
estableció la autoridad en el universo.

2. La tentación y la corrupción
que introdujo Satanás

Después vino Satanás y tentó al hombre en el huerto del Edén. Por medio de la
tentación, Satanás indujo al hombre no solamente a pecar, sino también a
subvertir la autoridad establecida por Dios. Dios dispuso que la mujer
obedeciera al varón, pero en el huerto del Edén, el hombre hizo caso a la mujer.
Dios dispuso que Adán fuese la cabeza, pero en el huerto del Edén, Eva tomó el
liderazgo. Ella enseñó, tomó decisiones e hizo sugerencias. El resto de la
humanidad todavía no había nacido, sólo Adán y Eva estaban presentes. La
única regla era que la mujer debía someterse al varón. La esposa debe someterse
al esposo. Pero debido a Satanás, este arreglo único fue inmediatamente
quebrantado.

3. La caída y rebelión del hombre

Aunque únicamente dos personas se rebelaron en esta catástrofe, en realidad,


todo el mundo se rebeló. No solamente la autoridad del varón sobre los hombres
fue derrocada, sino que incluso la autoridad de Dios sobre el varón fue también
derrocada. Satanás les dijo que el día que ellos comiesen del fruto del árbol,
serían como Dios, y que Dios les había prohibido comer del árbol de la ciencia
del bien y del mal para que no llegaran a ser iguales a Él. Así pues, hubo dos
rebeliones: una fue la rebelión del hombre en contra de la autoridad designada
por Dios entre los hombres. La otra fue la rebelión del hombre en contra de la
propia autoridad de Dios. En otras palabras, la autoridad directa de Dios fue
derrocada así como también lo fue Su autoridad delegada. El hombre no se
sujetó a Dios. El hombre creyó que podría llegar a ser igual que Dios al hacer lo
que hizo. De este modo, la autoridad de Dios fue derrocada. El hombre quería
ser Dios mismo, quiso derrocar la autoridad divina.

Eva debió haberse sometido a Adán. Ella debió haber consultado con Adán
acerca de todo, pero no le consultó. En lugar de consultarle, se puso a considerar
y tomó una decisión. Ella tomó la iniciativa en pecar. Les ruego que tengan
presente que la independencia de pensamiento es el primer paso hacia el
pecado. Si una persona rehúsa aprender de la autoridad designada y delegada
por Dios, y jamás presenta sus asuntos ante Dios, y en lugar de ello desarrolla
sus propios pensamientos, considerando únicamente lo que es agradable a sus
ojos, lo que es bueno para comer y lo que es codiciable para alcanzar la
sabiduría, entonces dicha persona no sólo se está rebelando en contra de Dios,
también se está rebelando en contra de la autoridad que Él designó sobre la
tierra. Este único acto de trasgresión en el huerto del Edén al mismo tiempo
derrocó dos clases de autoridad: la autoridad delegada de Dios y la autoridad
directa de Dios.

4. El hombre sigue a Satanás


para llevar una vida de desobediencia

La historia del huerto del Edén fue una repetición de la historia de Satanás.
Satanás quería encumbrarse a sí mismo a fin de ser igual a Dios. Además, él
tentó al hombre para que se encumbrase a sí mismo, a fin de ser igual a Dios. En
el primer paraíso, el brillante querubín se rebeló. En el segundo paraíso, el
hombre se rebeló. Desde aquel día, el hombre ha estado andando por el camino
de la desobediencia. Romanos 5 nos dice que por medio del delito de uno,
resultó la condenación para todos los hombres (v. 18), y que por la
desobediencia de un hombre, los muchos fueron constituidos pecadores (v. 19).
Recuerden que a los ojos de Dios, lo sucedido en el huerto del Edén no sólo
constituía un delito, sino también un acto de desobediencia. No debemos de
pensar que en el huerto del Edén únicamente hubo pecado, sino que también
hubo desobediencia. El pecado entró en el mundo por medio de la
desobediencia de un hombre. Desde ese día, el hombre ha estado viviendo bajo
el principio de la desobediencia.

C. La rebelión de la humanidad
después del diluvio

1. Dios dispuso el gobierno humano


después del diluvio

En la época del diluvio, Dios designó a ciertos hombres como gobernadores. Ese
fue el comienzo del gobierno humano. Desde los tiempos de Adán hasta los
tiempos del diluvio, no hubo gobiernos sino familias. El gobierno humano fue
instituido 1,656 años después de la creación. Una vez instituido el gobierno, la
autoridad ya no sólo reposa sobre la familia, sino también sobre el gobierno. “El
que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada”
(Gn. 9:6). Este fue el comienzo del gobierno.

2. La rebelión de las naciones

Después del diluvio, Cam se rebeló contra la autoridad de su padre (Gn. 9:20-
27). Entonces, Dios estableció las naciones. Pero los pueblos de las diversas
naciones se unieron y edificaron la torre de Babel para sí mismos. Si bien ellos
no se rebelaron unos contra otros, ellos se unieron para rebelarse en contra de
Dios. En el huerto del Edén, tanto el individuo como la familia se rebelaron en
contra de Dios, pero en la torre de Babel, las naciones se rebelaron contra Él. El
propósito del hombre era edificar una torre que llegara a los cielos y le
permitiera subir a lo alto para tomar el lugar de Dios. Dios preparó piedras en la
tierra, pero el hombre preparó ladrillos, falsificando las piedras de Dios. La
humanidad hizo ladrillos y edificó una torre para sí misma. El hombre intentó
ser igual a Dios. Después del diluvio, las naciones se unieron para rebelarse en
contra de Dios.

D. La rebelión de los israelitas


1. Dios eligió a Abraham
como un modelo de sumisión

Dios no sólo eligió a Abraham para ser el padre de la fe, sino también para ser
un ejemplo de sumisión. En medio de la rebelión de las naciones y la confusión
imperante en la torre de Babel, Dios eligió a Abraham no solamente por su fe,
sino también por su sumisión. Dios demanda, espera y anhela hallar un hombre
que se le sujete. Él anhela encontrar un hombre que, en el día de la rebelión,
permanezca firme en el terreno de la sumisión.

No sólo Abraham era un varón sumiso, incluso su esposa era sumisa. No


solamente Abraham y Sara eran sumisos a Dios, sino que además, Sara estaba
sujeta a Abraham. Sara se sujetó a Dios y aceptó Su autoridad directa. Además,
ella aceptó a Abraham como la autoridad delegada de Dios para ella. Tanto el
esposo como la esposa estaban sujetos a Dios, y había sujeción entre esposo y
esposa, es decir, entre un ser humano y otro también existía la sumisión. Ellos
guardaron el principio de la autoridad divina aquí en la tierra. Como resultado,
el pueblo de Dios provino de ellos. Así pues, la autoridad de Dios fue la base
para elegir al pueblo de Dios.

2. Dios establece la autoridad sobre los israelitas

Dios le dijo a Abraham que sus descendientes habrían de ser esclavos en Egipto,
pero que Él los liberaría durante la cuarta generación. Después, Moisés sacó a
los israelitas en el éxodo de Egipto. Primero, Dios ganó a un hombre, a Moisés,
quien era una persona sumisa. Una vez que Moisés aprendió lo que es la
autoridad, Dios le encargó conducir a los israelitas fuera de Egipto. Vemos en el
libro de Éxodo que Dios estableció Su autoridad directa entre los israelitas,
cuando la presencia de Dios se manifestaba por medio de la columna de humo y
la columna de fuego. El Señor también expresó Su autoridad por medio de los
mandamientos. Además, Él nombró a Moisés y Aarón como Sus autoridades.
Moisés y Aarón eran la autoridad designada por Dios, Su autoridad delegada
entre los israelitas.

3. Dios no tolera a los que ofenden Su autoridad

Dios no toleraba que los hombres pequen contra Él, ni tampoco toleraba que los
hombres pecasen contra Sus siervos. Dios no sólo le prohibió al hombre que
pecara en contra de Él, sino que también le prohibió pecar contra Sus sacerdotes
y profetas. Dios designó autoridades para los hijos de Israel, y cuando ellos
agraviaron a Sus autoridades, les sobrevino juicio y castigo. A los que
cometieron agravio en contra de las autoridades puestas por Dios, no les fue
permitido entrar en la tierra de Canaán.
4. La rebelión de los israelitas
a lo largo de la historia

Después de ingresar a la tierra de Canaán, los israelitas de nuevo se rebelaron


flagrantemente en contra de Dios. Ellos querían tener un rey. No quisieron que
Dios los gobernara. Quisieron adoptar las costumbres del mundo y desearon ser
regidos por un rey. Dios le dijo a Samuel: “No te han desechado a ti, sino a Mí
me han desechado” (1 S. 8:7). Saúl fue elegido, y a él le sucedió David. Dios
designó a David como autoridad y por medio de él reunió materiales para
edificar el templo, el lugar de Su morada en medio de Su pueblo. El templo fue
edificado en tiempos de Salomón.

Inmediatamente después de la muerte de Salomón, los israelitas se tornaron a


los ídolos. Desde entonces, tanto la nación de Israel como la nación de Judá
fueron abandonadas. Si bien Dios las toleró por muchos años y les permitió
conservar a sus reyes, fue únicamente en virtud de Su promesa a David que Dios
guardó a la nación de Israel, y no porque deseara guardarla. Nada ofende a Dios
tanto como la idolatría. La idolatría usurpa la adoración a Dios. Desde aquel
entonces, la historia de Israel se volvió nada más que una historia de rebeliones.

III. EL SEÑOR JESÚS ESTABLECIÓ


EL MODELO DE SUMISIÓN

A. El Señor Jesús es el Sumiso perfecto

Cuando Jesús de Nazaret aparece, Él era el elegido de Dios en la tierra. Como


tal, Él mismo dijo que sólo hablaba lo que escuchaba del Padre y que no podía
hacer nada por Sí mismo, sino lo que veía hacer al Padre (Jn. 5:19). Él no
buscaba Su propia voluntad, sino la voluntad del que lo envió (v. 30). He aquí
un hombre que se rehusaba a hablar o actuar por Sí mismo. Él se sujetaba
completamente a la autoridad de Dios.

El Señor Jesús es Dios mismo. Sin embargo, Él no consideró el ser igual a Dios
como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo y se sometió
completamente a la autoridad de Dios. Después de Su muerte en la cruz, Dios le
levantó de entre los muertos y le exaltó hasta lo sumo, haciéndolo Señor y
Cristo; y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de
Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo
de la tierra; y toda lengua confiese públicamente que Jesucristo es el Señor (Fil.
2:5-11).

El Señor produjo Su iglesia después de Su ascensión. Él no estableció Su iglesia


de la misma manera en que los hombres establecen una sociedad o una
organización. El Señor resucitado y ascendido es ahora la Cabeza de la iglesia.
La iglesia es Su Cuerpo. En otras palabras, Él anhela que la vida de sujeción que
Él llevó sobre la tierra sea ahora manifestada por medio de la iglesia.

B. El evangelio es un mandato a sujetarse

El evangelio constituye un mandamiento en la Biblia. La Biblia nos muestra que


después que uno ha escuchado el evangelio, debe creer. Pero además, cuando
uno cree en el evangelio, es necesario que se sujete al evangelio. El Espíritu
Santo es dado a quienes obedecen a Dios (Hch. 5:32). Nosotros somos aquellos
que han obedecido de corazón la palabra que nos fue predicada (Ro. 6:17). Por
favor recuerden que recibir al Señor Jesús, así como la fe y la salvación que
tenemos, tiene que ver con la obediencia. Este es el mandamiento de Dios: Él
manda a los hombres en todo lugar a creer en el evangelio. Así pues, creer es
sujetarse. Toda persona tiene que aprender a sujetarse al Señor y a la autoridad
de Dios desde el primer día que entra a la iglesia.

C. El principio subyacente
a la iglesia es la sumisión

A lo largo de las eras, la historia nos muestra que el mundo entero ha estado en
rebeldía. El principio subyacente al mundo es derrocar la autoridad directa de
Dios o Su autoridad delegada. La era actual es la era en la que el Cuerpo del
Señor, la iglesia, es edificado aquí en la tierra. Por ende, el principio subyacente
a la iglesia debe ser el principio de sumisión. Dios espera mucho de la iglesia; Él
desea obtener aquello que originalmente había planeado obtener en el mundo.
Hoy en la iglesia, Dios espera mucho de la mujer: ella tiene que sujetarse al
varón. ¡Cuán difícil es para Dios obtener esto en el mundo hoy! Si en el mundo
de hoy ustedes preguntaran a una mujer si ella está dispuesta a someterse al
varón, a ella le parecerá que tal expectativa no tiene sentido. Aun así, en la
iglesia hoy, Dios exige que la mujer se someta al varón, y la esposa a su marido.

Tanto Efesios como Colosenses son libros sublimes, pero ¿qué clase de
mandamientos hallamos en estas epístolas? Se nos dice que las esposas deben
sujetarse a sus propios maridos, los hijos a sus padres y los esclavos a sus amos.
Esto no es algo que se ve en el mundo, esto sólo se puede ver en la iglesia.

Efesios y Colosenses abordan los temas más elevados. En ellos se nos muestra
que una vez fuimos hijos de desobediencia y que, al igual que el mundo, el
principio que antiguamente regía nuestras vidas era el principio de rebelión.
Nosotros fuimos llamados hijos de desobediencia. Hoy hemos recibido un
mandamiento de Dios: las esposas deben sujetarse a sus maridos, los hijos a sus
padres y los esclavos a sus amos. Esto es completamente diferente de lo que
sucede en el mundo entero. Esto nos muestra que el principio básico de la
iglesia hoy es la sumisión.
D. También se debe estar sujeto
a las autoridades de este mundo

Hay una palabra más clara aún en el libro de Romanos. En Romanos 13:1 dice:
“Porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido
establecidas”. Toda autoridad ha sido establecida por Dios. Este versículo y los
que le siguen nos muestran específicamente que no solamente debemos
sujetarnos a las autoridades, sino también a los gobernantes. Debemos pagarles
a ellos lo que debemos: al que impuesto, impuesto; al que temor, temor, y al que
honra, honra (v. 7). Ningún otro libro nos habla de nuestra salvación tan
claramente como el libro de Romanos. No obstante, este mismo libro nos dice,
comenzando en el capítulo 12 con el asunto de la consagración y terminando en
el capítulo 14, que debemos ser sumisos no solamente en la iglesia sino también
en el mundo. El hombre debe someterse a todas las autoridades que han sido
puestas sobre él.

IV. LA SUJECIÓN ES
UNA CARACTERÍSTICA DE LA IGLESIA

La iglesia es un cuerpo compuesto de personas. Este cuerpo posee una


característica: la sumisión. Mientras vivimos aquí en la tierra hoy, nosotros
tomamos la sumisión como aquello que forma parte de nuestra propia
naturaleza y como el principio que rige nuestro vivir.

A. La iglesia es el Cuerpo
que mantiene la autoridad de Dios

Hoy en día, la iglesia debe ser lo suficientemente fuerte como para declarar que
puede ofrecer a Dios aquello que Él no pudo obtener en los tiempos de Adán.
Debe poder ofrecerle a Dios lo que Él no pudo obtener del mundo, ni de la
nación de Israel, ni de muchas tribus, pueblos, naciones y lenguas. En otras
palabras, tiene que haber por lo menos un lugar en esta tierra en donde la
autoridad de Dios sea mantenida. La iglesia debe elevar sus ojos y decir: “Señor,
lo que no pudiste obtener de Satanás, Tú lo estás obteniendo de nosotros. Lo
que no pudiste obtener del diablo y los ángeles rebeldes, lo estás obteniendo por
medio de la iglesia”.

Hoy en día, la iglesia exhibe la autoridad de Dios delante de todos los


gobernantes y autoridades. La iglesia no sólo está en la tierra para predicar el
evangelio y para edificarse a sí misma, sino también para manifestar la
autoridad de Dios. La autoridad de Dios ha sido rechazada en todo lugar de la
tierra; sólo recibe honra en la iglesia. En toda la tierra, no hay otro lugar en que
los hombres busquen la voluntad de Dios. La iglesia es el único lugar donde los
hombres buscan la voluntad de Dios. En otras palabras, la iglesia es la
“institución de sumisión”. Si usted todavía no ha sido salvo ni pertenece a la
iglesia, entonces no hay nada más que decir. Pero si usted forma parte de la
iglesia, debe mantener un principio básico y satisfacer una necesidad básica,
esto es, que tiene que insistir que la autoridad de Dios sea llevada a cabo en la
iglesia hoy. En ningún otro lugar se hace la voluntad de Dios, pero Su voluntad
tiene que ser hecha en la iglesia. En la iglesia tenemos que mantener la
autoridad de Dios.

B. En la iglesia, hay que aprender a someterse

Por este motivo, todos los hermanos y hermanas en la iglesia tienen que
aprender sumisión. Por favor, tengan presente que ningún pecado es más serio
que el pecado de rebelión. Esto es algo completamente contrario a la existencia
misma de la iglesia. Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él no sólo era una
persona buena, Él era una persona sumisa. Por supuesto que todo cuanto el Hijo
hiciera por Sí mismo sólo podría ser algo bueno. No obstante, Él dijo que no
podía hacer nada por Sí mismo. Él no vivía por Sí mismo sino por la voluntad de
Aquel que lo envió. Debemos de recordar que sólo existe una autoridad en el
universo y que nosotros debemos mantenerla. El Señor la resguardó, y la iglesia
debe hacer lo mismo.

Hoy en día, Dios está obteniendo en la iglesia lo que no pudo obtener en


ninguna de las eras ni en ningún otro lugar. La iglesia es el único lugar en el que
uno puede aprender sujeción. En la iglesia, no es cuestión de lo bueno y lo malo,
lo correcto y lo incorrecto, sino de sumisión. La iglesia es el lugar donde uno
aprende sumisión. No hay testimonio más importante que el testimonio de la
sumisión. En el universo todo se ha rebelado, se ha degradado y ha tomado otra
postura. En todo el universo, Dios no ha podido encontrar ningún otro ámbito
en el que Su autoridad sea reconocida. Por ello, en la iglesia todos los hijos de
Dios tienen que aprender a someterse.

C. La sumisión constituye
la vida y la naturaleza de la iglesia

La sumisión forma parte de la vida y la naturaleza de la iglesia, y es el principio


subyacente de ella. La iglesia existe con el propósito de mantener la sumisión.
La iglesia está diametralmente opuesta a la situación de rebeldía que impera en
las naciones a su alrededor. Hoy en día, las naciones del mundo dicen:
“Rompamos sus ligaduras, / Y echemos de nosotros sus cuerdas” (Sal. 2:3). Esto
es como decir: “Liberémonos y desatémonos de las ataduras del Hijo de Dios”.
Pero hoy la iglesia dice: “Gustosamente nos ponemos bajo las ataduras y las
cadenas del Hijo de Dios para aprender la lección de la sumisión”. Como
resultado de esta declaración, algo muy especial está sucediendo en la iglesia.
Ella ha venido a ser la “institución” donde se exhibe la sumisión. La iglesia aquí
en la tierra honra no solamente la autoridad directa de Dios, sino también Su
autoridad indirecta, o sea, Su autoridad delegada.

V. LA AUTORIDAD EN LA IGLESIA

La Biblia nos dice muchas cosas acerca de la sumisión. Ahora examinaremos la


sumisión desde cuatro ángulos diferentes.

A. La sumisión a la ley del Cuerpo

1. Existe una ley en el Cuerpo

La iglesia es el Cuerpo de Cristo, y este Cuerpo posee su propia ley. Todos los
órganos cumplen una función particular, y cada miembro del cuerpo tiene una
ley que lo gobierna. Hoy en día, el conocimiento humano se ha expandido
grandemente, pero el hombre aún no logra entender por completo su propio
cuerpo. Nadie puede entender todas las leyes biológicas que le regulan. No
obstante, todos los miembros del cuerpo deben someterse a estas leyes. Si un
miembro actúa y labora de manera individual y según su propia voluntad,
inmediatamente se enfermará. Lo que hace del cuerpo una entidad única es el
hecho de que es una unidad en sí misma. En cuanto esta unidad sea
quebrantada, ciertamente el cuerpo se enfermará.

Ningún hijo de Dios debe violar la ley del Cuerpo de Cristo y actuar de manera
individual. Todos los actos independientes son expresiones de rebeldía. Un
sinónimo de rebeldía es la acción independiente. Actuar de manera
individualista equivale a actuar en contra de la autoridad. Eso significa no
someterse a la autoridad de la Cabeza, no sujetarse al principio de unidad que
Dios estableció para el Cuerpo, así como no sujetarse a la ley de unidad que Dios
estableció en la Biblia. El individualismo es rebeldía, no solamente contra el
Cuerpo, sino también contra el Señor.

2. Los miembros ejercen su función


y se relacionan en mutualidad

El Señor ha bautizado a Sus hijos en un solo Cuerpo mediante el Espíritu Santo.


Tal unión interna es muy íntima. Si un miembro se regocija, todo el Cuerpo se
regocija. Si un miembro padece, todo el Cuerpo se duele. Quizás no nos
percatemos de cuán profunda es esta unidad. Algunas veces un hermano viene y
me pregunta: “¿Por qué esta mañana al despertar, me sentía tan triste sin tener
ningún motivo aparente?”, o: “¿Por qué me he sentido tan feliz estos últimos
días?”. Muchas veces no puedo darles una explicación. Pero con frecuencia la
razón de su gozo o tristeza no radica en ellos mismos; en realidad, no hay
motivo para que ellos se sientan particularmente alegres o tristes. El Cuerpo
actúa de manera misteriosa. Al presentarnos delante del Señor en aquel día,
tendremos muy en claro por qué nos sentíamos así ciertos días. Tendremos bien
en claro por qué estábamos tan llenos de energía ciertos días y por qué nos
sentíamos tan notoriamente débiles otros días. Les ruego que tengan en mente
que los otros miembros pueden causar un efecto en nosotros y que nosotros
podemos influir en ellos. Pese a que no sabemos bien cómo opera tal relación, sí
sabemos que tal unidad es una realidad. Hoy en día, no tenemos completamente
clara esta unidad, ni cómo opera en mutualidad. Pero sigue siendo un hecho de
que somos uno y que todos los miembros afectan a todos los demás miembros
en todo el Cuerpo.

3. Actuar independientemente
equivale a ser desobedientes

Existe una ley entre nosotros que todos debemos observar: tenemos que ver lo
que el Cuerpo ve, rechazar lo que el Cuerpo rechaza y aceptar lo que el Cuerpo
acepta. No podemos desempeñar nuestras funciones de manera independiente.
El Cuerpo posee su propia ley, y la unidad es la autoridad. No podemos hacer
nuestra propia voluntad. Hacer nuestra propia voluntad es desobediencia, y es
rebelión en contra de la autoridad. Hoy tenemos que comprender que el Cuerpo
es la autoridad y que el Cuerpo es el representante de la autoridad de Cristo. Si
nos movemos de manera independiente del Cuerpo, somos rebeldes.

4. El ejemplo del cáncer

He usado antes el ejemplo de un tumor canceroso. El cáncer es una de las


enfermedades más serias y es aún más peligrosa que la tuberculosis. Cuando el
cáncer se manifiesta en ciertas partes del cuerpo, las células allí comienzan a
multiplicarse. Una célula se convierte en dos, dos llegan a ser cuatro y cuatro se
convierten en ocho. Comúnmente, toda célula posee la capacidad de crecer, pero
hay una ley que regula su crecimiento. Esta ley les dice cuándo deben de crecer y
cuándo no deben de crecer.

Las células de mi mano no se multiplican de forma continua e indefinida. Si me


corto la mano por accidente, las células alrededor de la zona afectada
comenzarán a crecer nuevamente. Dos células se multiplicarán y se harán
cuatro, y cuatro serán ocho. Tales células continuarán creciendo hasta que mi
herida haya sanado. Las células hacen esto porque existe una ley que hace que
las células crezcan. Cuando la herida se cierra y ha sido sanada, las células
dejarán de crecer. ¿Qué es lo que les dice a las células que detengan su
crecimiento? No sabemos cómo crecen ni cómo dejan de crecer. Únicamente
sabemos que es correcto que las células crezcan cuando ha habido una herida y
que lo correcto es que ellas dejen de crecer cuando la herida ha sido sanada.
Existe, pues, una ley interna a la cual ellas obedecen. En virtud de la ley
biológica que opera en el cuerpo, las células saben cuándo deben crecer y
cuándo deben dejar de crecer. Ellas saben sujetarse.

Por favor, tengan presente que la ley de nuestro cuerpo nos habla acerca de la
autoridad de Dios. Todas las células se sujetan a la autoridad del cuerpo.
¿Cuándo es que una enfermedad llega a ser grave? Supongamos que me corto la
mano con un cuchillo y que las células a cada lado de la herida comienzan a
crecer. Cuando la herida ha sido sanada, entonces las células dejan de crecer.
Damos gracias a Dios que todas las células dejan de crecer en cuanto la herida
ha sido sanada. ¿Qué pasaría si ellas continuaran creciendo? Si lo hicieran, se
trataría de un crecimiento canceroso. El cáncer implica que, aun cuando el
cuerpo no requiere de mayor crecimiento, hay una célula que desobedece las
normas que gobiernan este cuerpo y continúa creciendo de manera
independiente. Tal crecimiento se convierte en un cáncer.

Todas las células tienen que ser restringidas en su crecimiento. Con el cáncer,
sin embargo, las células no quieren que se les diga cuándo deben de crecer y
cuándo deben dejar de hacerlo, ellas simplemente crecen por cuenta propia.
Ignoran a las otras células del cuerpo. Crecen por su cuenta de manera continua.
A esta clase de células las llamamos células malas o malignas. Recuerden que
todo el cuerpo es afectado por el crecimiento de estas células. Las células de
todo el cuerpo serán afectadas por las células malignas y se verán obligadas a
contribuir a su crecimiento. Las células cancerosas únicamente causan su
propio crecimiento; no traen salud al cuerpo. Todas las células del cuerpo deben
contribuir a la salud de todo el cuerpo; pero todas ellas se ven afectadas por las
células cancerosas. Cuando una persona tiene cáncer, las células de las otras
partes del cuerpo son corrompidas por las células cancerosas en cuanto entran
en contacto con éstas. Mientras tanto, el cáncer continúa creciendo. Se convierte
en una entidad separada, algo que ha dejado de estar regido por la ley del
cuerpo.

Si una persona no se somete a la autoridad, es decir, si no se somete a la ley del


Cuerpo ni trabaja en conformidad con el principio de la unidad, y en lugar de
esto opera según su propia voluntad; entonces, tal persona constituye un cáncer
en el Cuerpo. Todos los nutrientes que pasen a través de dicha persona, los
consumirá para su propio crecimiento y no para el crecimiento del Cuerpo. Tan
sólo tomará cuidado de su propio crecimiento, y no del crecimiento del Cuerpo.
Es muy difícil para los médicos enfrentarse al cáncer, debido a que otro
principio está operando en el cuerpo, un principio que opera de manera
independiente.

5. Restringidos por la ley del Cuerpo


El Cuerpo de Cristo es una entidad viviente. Podemos decir que no hay nada que
sea más viviente, que sea más unido, ni que sea más vital que nuestro cuerpo.
Quizás cierto hermano, antes de haber creído en el Señor, haya sido una
persona individualista que actuaba por su propia cuenta. Después de haber
creído en el Señor, llega a ser una célula del Cuerpo, un miembro del Cuerpo.
Toda célula es restringida por la ley que opera en el Cuerpo. En el Cuerpo opera
una ley obligatoria, y la persona tiene que actuar según esta ley, la ley del
Cuerpo. No puede actuar según su propia voluntad. Una vez que lo hace, se
convierte en un tumor, un cáncer en el Cuerpo. Esto, en vez de ser de ayuda para
el Cuerpo, lo perjudica.

No confiamos en aquellos que actúan de manera individualista, los que no están


restringidos por el Cuerpo, que actúan según su propia voluntad y que nunca
han aprendido a sujetarse a la autoridad de la Cabeza. Después de que hemos
creído en el Señor, el primer principio espiritual que debemos tomar en cuenta
es que el Cuerpo es la autoridad establecida por Dios aquí en la tierra. El Cuerpo
es la autoridad. La ley de Dios opera en el Cuerpo y nosotros no podemos violar
dicha ley. No podemos actuar descuidadamente y según nuestra voluntad. Si
actuamos según nuestra propia voluntad, nos convertiremos en células malignas
sin restricciones en el Cuerpo, células que hacen sus propias cosas y que dañan
por completo la unidad del Cuerpo. De inmediato, nos convertiremos en un
tumor. Ya no seremos uno con los demás, pues nos volveremos personas
independientes. No seremos de ninguna ayuda para el Cuerpo, sino que lo
perjudicaremos. Tenemos que aprender a aceptar los juicios y restricciones del
Cuerpo, y sujetarnos a la vida que opera en todo el Cuerpo.

6. Debemos aprender a no causar daño


a la realidad de la unidad

Cuanto más avancemos en nuestra vida cristiana delante del Señor, más
comprenderemos la realidad de la unidad del Cuerpo. Tarde o temprano,
veremos que la unidad es una realidad, una sobria realidad. Tenemos que
aprender a no dañar esta unidad. Cualquiera que dañe la unidad del Cuerpo
incurre en anarquía, rebeldía y desobediencia. Además, si causamos algún daño
a dicha unidad, la autoridad de Dios no estará con nosotros. La autoridad debe
manifestarse en cada una de las células del Cuerpo. Estas ejercen sus funciones
en mutualidad, no de manera individualista. Este es un hecho maravilloso.
Cuanto mejor comprendamos los asuntos relacionados con el Cuerpo, más nos
daremos cuenta de cuán apropiada es la comparación de la iglesia con nuestro
propio cuerpo.

B. El principio de dos o tres


Existe otro principio en la Biblia, al cual tenemos que obedecer: el principio de
dos o tres. Por favor lean Mateo 18:15-20. El Señor Jesús dijo que donde
estuviesen dos o tres congregados en unanimidad, cuyas voces estén en
armonía, en similitud a la armonía musical, y que estuviesen reunidos bajo Su
nombre, Él estaría allí en medio de ellos. Y cualquier cosa que ellos pidieren, les
sería hecha. Esta es una gran promesa del Señor. Si dos o tres pueden estar en
plena unanimidad, el Señor dijo que Él estaría en medio de ellos y que
respondería a sus oraciones.

1. Una persona puede ser


un representante del Cuerpo

El Señor nos dijo algo más. Supongamos que hoy yo peco contra un hermano y
éste viene a mí y me dice: “Tú me hiciste algo que me ha ofendido. Estuviste
completamente errado”. Supongamos que yo dijera: “No creo haber errado. Tú
eres el que estaba errado. A mí no me parece que yo haya estado equivocado. Me
parece que yo estaba en lo cierto”. Puesto que este hermano me dice que yo
estoy equivocado, ¿qué debo hacer? Debo aprender a escuchar a mi hermano. Si
soy una persona que ha aprendido tal lección delante del Señor, cuando este
hermano se me acerque, inmediatamente sentiré que he pecado. Éste es otro
principio que hay en el Cuerpo. Una persona puede representar al Cuerpo.
Quizás yo esté en lo cierto y puede ser que a mí me parezca no haberme
equivocado. Pero este hermano es mucho más experimentado en el Señor que
yo, y él ha aprendido mucho más en el Señor. Él sabe que yo he errado y procede
a corregirme. Si yo soy dócil delante del Señor, de inmediato diré: “Hermano,
por favor perdóname, yo me equivoqué”.

Un solo individuo es suficiente para constituirse en la autoridad, no tienen que


ser muchos. La persona que está al lado suyo puede ser la autoridad; ella puede
representar al Cuerpo, a toda la iglesia. Usted tiene que reconocer que su
manera independiente de proceder es errónea. Si una persona le hace ver esto,
con eso basta. No estoy diciendo que usted debe de aceptar toda recriminación
que se le haga. Lo que quiero decir es que usted debe responder rápidamente
delante del Señor. Con frecuencia, no es necesario que dos o tres, o toda la
iglesia le digan algo. Usted debe tocar y ver la realidad del mundo espiritual en
cuanto una persona le diga algo. Esa persona es el Cuerpo; una persona es
suficiente para ser un representante del Cuerpo.

2. Dos o tres constituyen la autoridad

Algunas veces, es necesario el testimonio de dos o tres. Cuando un hermano


acude a mí, quizás yo no vea la luz. Es probable, entonces, que ese hermano
invite a uno o dos hermanos más a acompañarlo; se trata de hermanos que
están claros delante del Señor y que aman al Señor de todo corazón. Quizás
tengan más peso delante del Señor y posean más madurez en lo que concierne a
su servicio al Señor. Cuando estos dos o tres son llamados a intervenir en una
situación, tal vez digan: “En nuestra opinión, usted está errado”. En tales
ocasiones, debo recordar las palabras del Señor: “Porque donde están dos o tres
congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt. 18:20).

Si hay unanimidad entre estos dos o tres, el Señor responderá a sus oraciones y
hará cosas a su favor. Si ellos se ponen de acuerdo al juzgar ciertos asuntos, el
Señor honrará el juicio que ellos emitan. Si el Señor honra el juicio que ellos
emitieron respecto a ciertos asuntos, ¿no debiéramos nosotros honrarlo
también? Si el Señor ha aceptado el discernimiento de ellos, ¿no debiéramos
nosotros aceptarlo igualmente? Si el Señor considera que es correcto aquello
que ellos hicieron en unanimidad, ¿podríamos nosotros decir que ellos se
equivocaron? Nosotros debemos someternos de inmediato al juicio que ellos
emitieron. Si el Señor está de acuerdo con la reprensión que ellos manifestaron
en unanimidad, ¿podríamos darnos el lujo de ignorarla? Todo lo que ellos aten,
habrá sido atado en el cielo; y todo lo que ellos desaten, habrá sido desatado en
el cielo. ¿No deberíamos de hacer caso a aquello que ya ha sido hecho en el
cielo?

Dos o tres pueden constituir la autoridad. Por supuesto, estos dos o tres no
deben hablar de manera precipitada. Ellos tienen que ser personas de autoridad
delante del Señor. Tienen que temer al Señor y obedecerle. Si ellos
unánimemente le dicen a usted que está errado, aun cuando a usted no le
parezca haberse equivocado, tendrá que ceder ante el juicio de ellos. Usted debe
decir: “Estoy equivocado”. No tiene que esperar a que toda la iglesia venga a
decirle que usted se ha equivocado. Aquellos que son perspicaces y sensibles
sabrán cómo responder en cuanto una persona venga a ellos. Aquellos que son
un poco más lentos, sabrán qué es lo que tienen que hacer cuando dos personas
acudan a él. Con frecuencia, quizás usted no se percate de haber errado, pero si
dos o tres personas piadosas ven las cosas del mismo modo, usted deberá
humillarse delante del Señor. No sea orgulloso ni afirme que usted siempre está
en lo correcto.

C. Aprendan a sujetarse a la autoridad de la iglesia

Si a usted todavía le parece estar en lo correcto después de que dos o tres


hermanos hayan hablado con usted, Mateo 18 nos dice que estos hermanos
deben llevar estos asuntos a la iglesia y dejar que sea toda la iglesia la que
examine el asunto en presencia del Señor. Si toda la iglesia decide delante de
Dios que usted se ha equivocado: ¿qué hará usted? Quizás usted diga: “Aunque
el Cuerpo dice que yo estoy equivocado, la Cabeza afirma que estoy en lo cierto.
Aun si mis padres me abandonan, Jehová me recibirá. Los hermanos me han
rechazado, pero el Señor no me rechazará. Yo estoy llevando la cruz”. Si usted
dice eso, muestra claramente que usted está fuera de la iglesia. Usted cree ser
perseguido y martirizado; piensa que está sufriendo a manos de los hermanos.
Pero lo que en verdad debe hacer es aprender a humillarse y decir: “Si la iglesia
lo afirma así, entonces es así. No existe un juicio diferente. Todos los hermanos
y hermanas afirman que yo estoy equivocado. Aun si estuviera en lo cierto, estoy
equivocado”. Mientras estemos en la tierra hoy, tenemos que aprender a
sujetarnos a la autoridad de la iglesia.

La iglesia, aquí en la tierra, lleva la autoridad de Dios. Usted jamás debiera


endurecerse y decir: “Todos los hermanos dicen que yo estoy equivocado; pero
yo sostengo que estoy en lo correcto”. Una persona orgullosa no halla cabida en
la iglesia. Las personas arrogantes no pueden ser sumisas. Ellas no saben lo que
es la iglesia. Cuando toda la iglesia diga que usted está equivocado, usted tiene
que aprender a ser manso, humilde y sumiso. Tiene que reconocer que usted
está equivocado. No diga que la iglesia no tiene la autoridad para hacer lo que
hace. La iglesia sí tiene la autoridad. Dios respalda las decisiones que la iglesia
ha tomado delante de Él. Asimismo, Dios rechaza lo que la iglesia rechaza. No
sea tan torpe como para decir que usted está en lo correcto cuando todos los
hermanos y hermanas dicen que usted está equivocado. Si el Señor les ha
permitido a ellos declarar en unanimidad que usted está equivocado,
probablemente usted está equivocado.

Todos los hijos de Dios deben aprender a humillarse en la iglesia. Algunas veces,
una sola persona representa a toda la iglesia. Otras veces, dos o tres personas
pueden representar a la iglesia. Usted tiene que aprender a ser manso y dócil
delante del Señor. Aprenda la lección de la sujeción. Los hijos de Dios deben
estar basados en el principio de la sujeción. En la iglesia, todos tenemos que
aprender sumisión.

D. Estar sujetos a las autoridades


delegadas en la iglesia

La autoridad de Dios en la iglesia es representada no sólo por una, dos o tres


personas; con mucha frecuencia, se necesita que toda la iglesia represente la
autoridad de Dios.

1. Los hermanos responsables


que sirven como ancianos

Dios nos ha mostrado por medio de la Biblia que los hermanos que llevan
alguna responsabilidad delante del Señor, y a quienes conocemos como aquellos
que velan por los demás y que sirven como ancianos son los que representan la
autoridad de Dios en la iglesia. El resto de los hermanos tiene que aprender a
asumir una postura de sumisión delante de ellos en presencia de Dios. Dios ha
establecido autoridades en la iglesia, cuya labor es velar por la iglesia. Todos los
demás hermanos tienen que aprender a aceptar sus juicios y a sujetarse a ellos.

En cualquier lugar de la tierra en donde se encuentren los hijos de Dios, deben


de buscar mandamientos para obedecerlos, deben de buscar la oportunidad de
sujetarse. Ellos no deberían simplemente estar buscando algún trabajo que
hacer. Con frecuencia me parece que muchos jóvenes son de muy poca utilidad
para el Señor, pues si bien pueden trabajar, no son capaces de someterse a
nadie. Hay mucha gente que no puede sujetarse. Si usted les pregunta por
cuántos años han estado laborando para el Señor, ellos le dirán que han
laborado por diez años y que han hecho muchas cosas. Pero si usted les
pregunta a quién se han sometido, quizás no puedan nombrar ni una sola
persona. El principio básico que caracteriza la vida de iglesia es la sumisión.

Todos nosotros debiéramos aprender a sujetarnos. Es lamentable que una


persona jamás se haya sometido a nadie en toda su vida. Tenemos que aprender
a someternos a Dios, y no sólo a Él, sino también a la autoridad establecida por
Dios en la tierra: la iglesia. Tenemos que someternos a la autoridad dispuesta
por Dios en la iglesia, es decir, a los hermanos responsables. Podemos jactarnos
de los muchos años que hemos laborado para el Señor, pero no podemos
gloriarnos en nuestra obediencia al Señor, pues jamás hemos sido sumisos a
nadie. Este es nuestro problema fundamental y constituye el desafío básico que
se nos plantea. Si consideramos este asunto detenidamente delante del Señor,
nos daremos cuenta de que esta clase de sumisión es obligatoria en la iglesia.

2. Los hermanos mayores que nos preceden

Leamos algunos versículos sobre los ancianos. En 1 Corintios 16:15-16 dice:


“Hermanos, ya conocéis la familia de Estéfanas, y sabéis que es las primicias de
Acaya; ellos se han dedicado a ministrar a los santos. Os exhorto a que os
sujetéis a tales personas, y a todos los que colaboran y trabajan”. Al estar en la
iglesia en Corinto la familia de Estéfanas, no pensaba en otra cosa sino en
ministrar a los santos. Pablo nos insta a sujetarnos a quienes son como ellos.
Tenemos que sujetarnos a la autoridad delegada de Dios en la iglesia. Tenemos
que sujetarnos a aquellos que son como la familia de Estéfanas, así como a todos
los que colaboran y trabajan con aquellos que son como Estéfanas. Estos son
hermanos más maduros que nosotros; ellos son las primicias en Cristo y fueron
engendrados antes que nosotros. A ellos también les importan nuestros asuntos.
Debemos de honrarlos y nunca menospreciarlos. Antes bien, debemos estar
sujetos a ellos.

3. Los más ancianos


En 1 Pedro 5:5 dice: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos”. Los
versículos anteriores a éste hacen referencia a los ancianos. Ahora se habla de
un grupo de personas que llevan más tiempo en el Señor, quizás se trate de
hermanos de más edad. Pedro dice que los jóvenes deben sujetarse a los
ancianos, quienes son ejemplo en el Señor (v. 3). Si un joven se encuentra con
alguien que cuida de él según la voluntad de Dios, debe aprender a sujetarse a
dicha persona delante de Dios. Tal persona es un ejemplo que él debe seguir, y
debe aprender a estar sujeto a dicho modelo. Debemos prestar particular
atención a nuestra sujeción con respecto a los hermanos más ancianos, pues
ellos, sin duda alguna, reúnen las cualidades necesarias para representar al
Señor en la iglesia.

4. Aquellos que presiden bien y


que trabajan en la predicación y en la enseñanza

En 1 Timoteo 5:17 se nos dice: “Los ancianos que presiden bien, sean tenidos
por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en la predicación y en
la enseñanza”. Ustedes tienen que rendir doble honor a aquellos ancianos que
presiden bien en la iglesia y jamás debieran menospreciarlos ni criticarlos.
Ustedes tienen que honrar a los ancianos, mayormente a quienes trabajan en la
predicación y en la enseñanza. Ustedes también tienen que honrar a quienes
poseen el don del ministerio de la Palabra. Algunos ancianos pueden llevar a
cabo el ministerio de la Palabra, mientras que otros no. Ustedes tienen que
honrar no solamente a los que pueden cumplir tal ministerio, sino también a
quienes no pueden hacerlo. Permítanme señalar que hay muchos hermanos que
tienen un concepto errado en cuanto a la sumisión: ellos eligen la clase de
persona a la que habrán de sujetarse. Piensan que solamente deben de
someterse a los individuos que son perfectos. Por favor, no se olviden que esta
no es la manera ordenada por el Señor. Nosotros no nos sometemos únicamente
a quienes son perfectos. Antes bien, nos sometemos a la autoridad que el Señor
ha puesto sobre nosotros. Si dependiera de nosotros la elección de la persona a
la que debemos someternos, jamás encontraríamos tal persona sobre la faz de la
tierra, porque siempre acabaríamos encontrándole defectos. Aun si Pedro se nos
apareciera, continuaríamos encontrando faltas en él. Sólo una cosa es necesaria
para nuestra sumisión: si un hermano nos precede en el Señor, nosotros
debemos escucharle.

Usted puede tener un millón de razones para excusar su propia actitud. Quizás
un anciano solamente sepa cómo cuidar de la iglesia pero no ejerza el ministerio
de la Palabra. Tal vez usted crea que no es necesario que usted lo honre debido a
que usted puede hablar mejor que él. Pero la Palabra de Dios dice: “Los
ancianos que presiden bien, sean tenidos por dignos de doble honor,
mayormente los que trabajan en la predicación y en la enseñanza”. Esto no es
opcional. Son muchos los que cubren su iniquidad y desobediencia al tomar
como una excusa su derecho a escoger. Esto es una necedad. Si una persona es
más madura que usted y lleva la delantera, usted debe de sujetarse a ella y no
debe criticarla.

5. Aquellos que nos guían

Hebreos 13:17 dice: “Obedeced a vuestros guías, y sujetaos a ellos”. La Palabra


de Dios es muy clara. Usted debe sujetarse a los que le preceden y a los que le
guían. Usted no puede elegir a los que prefiere, para someterse únicamente a
ellos. Si usted únicamente escucha a un hermano, pero desecha lo que otro de
los hermanos le dice, esto no es verdadera sumisión. No resulta difícil escuchar
únicamente a un hermano. Para que una persona aprenda sujeción, ella tiene
que sujetarse a todos cuanto le preceden, no sólo a quienes están por encima de
él. Uno tiene que aprender a sujetarse a quien le esté guiando, no sólo a los
ancianos que son particularmente dotados y usados por el Señor. Uno siempre
tiene que estar en búsqueda de aquellos que le preceden.

En los días venideros, cuando ustedes salgan a otras localidades, tres o cinco de
ustedes formarán un grupo. La primera pregunta que deberán hacerse es: ¿a
quién debo sujetarme? Uno debe sujetarse a quienes le precedan. Cuando tres o
cinco hermanos se reúnen, aun cuando sólo sea por dos o tres horas,
espontáneamente uno de ellos se manifestará como el líder señalado por Dios.
Usted tiene que sujetarse a dicha persona. La característica de un cristiano no es
el trabajo, sino la sujeción. La característica de un cristiano es que sabe
reconocer a todos los que llevan la delantera. Cuando cinco o seis hermanos
están reunidos, es muy dulce verlos a todos ellos firmes en el terreno apropiado.
Apenas se reúna junto con otros diez o veinte hermanos, debe identificar de
inmediato a los que llevan la delantera. Una vez que establezca quiénes son,
deberá sujetarse a ellos.

“Obedeced a vuestros guías, y sujetaos a ellos”. Esto se debe a que “ellos velan
por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con
gozo, y no quejándose, porque esto no os es provechoso”. Todos los que nos
llevan la delantera velan por nuestras almas y deberán rendir cuentas de
nuestras almas. En presencia del Señor, uno debe sujetarse a esa persona.

6. Aquellos que trabajan entre nosotros


y están al frente entre nosotros en el Señor

En 1 Tesalonicenses 5:12-13 dice: “Asimismo, hermanos, os rogamos que


reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y están al frente entre vosotros en
el Señor, y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa
de su obra”. Algunas personas tienen la responsabilidad en el Señor de cuidar de
usted y guiarlo. Usted debe honrarlos y tenerlos en muy alta estima. Es a tales
personas que usted debe sujetarse. Un cristiano que no tenga a nadie a quien
sujetarse en este mundo, es una persona muy extraña. Todo cristiano debe
encontrar a muchos que los preceden en el Señor, que tienen cierto peso
espiritual y pueden, por tanto, suministrarle dirección espiritual. El creyente
deberá sujetarse a ellos.

Si hacemos esto, estaremos guardando el principio apropiado en la iglesia. Dios


no puede encontrar este principio en Satanás, ni en el mundo, ni en todo el
universo. Este principio es el principio de la sumisión. Todos tenemos que
aprender esta lección básica en la iglesia. El mundo ha rechazado este principio.
Dios ahora tiene que asegurarse de obtenerlo en la iglesia. Así pues, el principio
básico en la iglesia es el principio de sumisión.

7. Estar sujetos a todas las autoridades


dispuestas por Dios

Hemos visto que la unidad del Cuerpo es la autoridad misma. También hemos
visto que una, dos o tres personas, o una iglesia local puede representar al
Cuerpo de Cristo. Finalmente, hemos visto que los ancianos en el Señor,
aquellos que toman la delantera entre nosotros, también representan al Cuerpo
de Cristo. Todos estos constituyen la autoridad de Dios. Ellos son la autoridad
delegada de Dios entre nosotros, y tenemos que sujetarnos a ellos y honrarlos.
Tenemos que consultar con ellos y escucharles. Si ponemos esto en práctica, el
nombre del Señor y Su palabra serán magnificados entre nosotros, y
ciertamente seremos Filadelfia.

APÉNDICE UNO

UNA VIDA FLEXIBLE

Lectura bíblica: Mt. 11:16-19; 1 Co. 7:29-31; 9:19-22; 2 Co. 6:4-10; Fil. 4:11-13

(El siguiente mensaje fue dado por Watchman Nee en Kuling el 17


de julio de 1948 como parte de la serie de mensajestitulada:
“Nuevos creyentes”. Posteriormente fue excluido de la publicación
que contenía esta serie de mensajes. La presente síntesis es una
recopilación de las notas tomadas por el hermano K. H. Weigh.)

I. DOS FILOSOFÍAS

La iglesia de Cristo ha estado sobre esta tierra por dos mil años. Debido a la
propagación del evangelio en diversas naciones, los hombres han desarrollado
diferentes puntos de vista con respecto al cristianismo. Podemos agrupar estas
diferentes perspectivas por lo menos en dos categorías. La primera categoría
sugiere que todas las cosas deben seguir su curso natural. Los que comparten
esta perspectiva comprenden que el hombre creado tiene muchas necesidades,
las cuales Dios mismo sembró en él. Dado que el entorno que Dios ha dispuesto
para el hombre le provee de muchas cosas placenteras que satisfacen todas sus
necesidades, el hombre debe procurar el disfrute de todas estas cosas que hay en
la vida. El segundo punto de vista es el de los ascetas, quienes piensan que el
hombre debe negar todas las exigencias de su cuerpo. Ellos sostienen que el
hombre es pecaminoso y que todas sus necesidades están relacionadas con el
pecado. Además, el hombre no debe disfrutar de ningún placer, pues éste se
deriva del pecado. Más bien, los hombres deben sufrir y reprimir sus deseos
naturales. Ambos puntos de vista no son nada simples, sino que son bastante
complejos.

II. LA VIDA CRISTIANA ES UNA VIDA FLEXIBLE

A. No es un asunto de comer y beber

Al comienzo del Nuevo Testamento, vino Juan el Bautista. Él fue un precursor


del Señor Jesús. Podríamos decir que Juan el Bautista y el Señor Jesús juntos
nos proveen una imagen completa del Nuevo Testamento. La combinación de
ambos nos proporciona un cuadro completo de lo que es la vida cristiana. Mateo
11:16-19 dice: “Mas ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los
muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a los otros, diciendo: Os
tocamos la flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis. Porque
vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del
Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de
vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores. Pero la sabiduría es
justificada por sus obras”. El Nuevo Testamento no ha establecido un código
estricto de conducta para los cristianos. El Señor Jesús dijo que Juan vino, y que
no comía ni bebía; no obstante, Él vino y sí comía y bebía. Esta es la vida
cristiana. La vida cristiana es una vida en la que se endecha así como se toca la
flauta. Ella no enfatiza actos externos como el comer y el beber. El Señor Jesús
actuó de manera exactamente opuesta a la de Juan el Bautista, mas Él no estaba
en contra de Juan el Bautista. Podemos afirmar que el Señor Jesús se comportó
como un cristiano y que Juan el Bautista también se comportó como un
cristiano. Un cristiano no cree en la supresión de sus deseos naturales, ni
tampoco cree en el hedonismo. Un cristiano puede endechar y puede tocar la
flauta. Un cristiano es una persona flexible que puede actuar en cualquiera de
las dos maneras. Este es un cristiano verdadero. Algunos cristianos creen en el
gozo, mientras que otros creen en el sufrimiento. Los dos puntos de vista son
dos “-ismos”; a la postre, una postura se vuelve en hedonismo, y la otra en
ascetismo. Pero entre estos dos extremos, hay una vida flexible que es la clase de
vida que un cristiano debe llevar. Debemos prestar atención a otras cosas. No
debemos fijar nuestra atención en asuntos relacionados con el comer y el beber.

B. Se puede hacer todo


en virtud de la disciplina del Espíritu Santo

Ahora consideremos la vida de Pablo. La manera en que él sirvió a Dios se


caracteriza por su flexibilidad. A todos los hombres él se hizo todo (1 Co. 9:19-
22). Esta es una cualidad básica de un siervo del Señor. Si un cristiano no se
comporta de este modo, no puede ser un siervo del Señor, porque las exigencias
de la vida cristiana son más profundas que cualquier cosa relacionada con los
asuntos externos del hombre exterior. La vida cristiana no tiene relación alguna
con el hombre exterior, sino que tiene que ver con el hombre interior. La vida
cristiana no consiste en comer y beber, sino en cierta comunión interna. La
comunión cristiana, que ocurre interiormente, es más importante que cualquier
actividad externa. Para un cristiano, comer no destruye nada, y el abstenerse de
comer no causa ninguna frustración. A nosotros nos importan asuntos mucho
más profundos que estos. Comer y beber son asuntos relacionados con el
hombre exterior, pero la vida cristiana gira en torno al hombre interior. Para
Dios, los asuntos relacionados al hombre exterior son asuntos menores; lo que
sí es importante y crucial es que el Hijo de Dios sea internamente nuestra vida.
Para Pablo, el énfasis de la vida cristiana es: “Cristo en vosotros, la esperanza de
gloria” (Col. 1:27). Todos los demás asuntos, tales como la comida, la bebida y el
vestido, son asuntos menores y sin importancia. La vida que llevaba Pablo era
una vida flexible.

En Filipenses 4:11-13 Pablo dice: “He aprendido a contentarme, cualquiera que


sea mi situación. Sé estar humillado, y sé tener abundancia; en todas las cosas y
en todo he aprendido el secreto, así a estar saciado como a tener hambre, así a
tener abundancia como a padecer necesidad. Todo lo puedo en Aquel que me
reviste de poder”. Pablo dijo que él sabía vivir tanto en abundancia como en
humillación, que él sabía estar saciado y sabía padecer hambre. Todas estas
cosas son asuntos externos y sin mayor importancia. Tenemos que recordar que
un obrero del Señor no vive necesariamente en saciedad o en hambruna. No es
que forzosamente deba padecer necesidad o que deba tener bienes en exceso, ni
que viva en abundancia o en humillación. Nuestra vida tiene que ser flexible;
debe estar bajo la disciplina del Espíritu Santo. Un obrero tiene que pasar por
una disciplina estricta antes de llegar a ser una persona flexible.

De hecho, es más difícil llevar una vida flexible que vivir en pobreza o en
abundancia. Ser flexible significa que cuando navegamos, podemos viajar en
clase económica o en primera clase. Si solamente podemos viajar en primera
clase, o solamente podemos viajar en clase económica, no somos siervos de
Dios. Los siervos de Dios son flexibles. Nosotros tenemos un secreto en nuestro
interior: el Cristo de gloria como Aquel que nos reviste de poder. Algunas
personas se aferran a las pequeñas cosas que poseen, pero no tienen nada
internamente que pueda respaldarlos. Cuando las cosas son ligeramente
contradictorias a lo que ellos esperan, inmediatamente tropiezan. Muchos de los
siervos de Dios no son capaces de adaptarse a diversas situaciones porque son
inflexibles. Como obreros de Dios, tenemos que estar dispuestos a someternos a
tratos estrictos. Los chinos son muy reservados, los estadounidenses son libres y
desinhibidos, mientras que los británicos son muy conservadores. Por ser
obreros, debemos laborar con muchas clases de personas diferentes. Esto es lo
que significa ser un siervo del Señor. Un obrero tiene que saber relacionarse
incluso con los niños y los ancianos. Tenemos que ser flexibles con respecto a
todas las cosas externas.

C. Debemos trascender todas las cosas externas

En 1 Corintios 7:29-31 dice: “Pero esto digo, hermanos: que el tiempo se ha


acortado; en adelante, los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los
que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y
los que compran, como si no poseyesen; y los que usan este mundo, como si no
abusaran; porque la apariencia de este mundo pasa”. Estas palabras de Pablo
son bastante peculiares. Al mirar la grandeza y la gloria del Señor, quien mora
en el hombre, todas las cosas externas han dejado de tener importancia. Si
estamos llenos de Cristo, trascenderemos todo lo externo. Para un cristiano,
tener esposa es como si no la tuviese, y los que no la tienen como si no la
necesitasen. No importa si lloramos o no. Los que se alegran no tienen que
preocuparse si actúan fuera de lo normal. Aquellos que tienen posesiones son
iguales a los que no las poseen, y aquellos que usan este mundo son como los
que no lo usan. Los siervos de Dios tienen que ser flexibles con respecto a todas
las cosas externas. Un cristiano es una persona que trasciende todo lo externo.

D. Tratar con nuestro yo


y no estar atados a ningún modo de actuar

Según Lucas 10:38-42, María estaba quieta, mientras que Marta laboraba.
Ambas estaban en lo correcto en cuanto al servicio que desempeñaban. El Señor
reprendió a Marta porque estaba demasiado ocupada, no porque estaba
trabajando; incluso le suplicó al Señor que enviara a su hermana a ayudarla.
Ella estaba demasiado ocupada. Es correcto trabajar, pero también tenemos que
ser capaces de permanecer calmados. Un obrero de Dios debe aprender tanto a
estar quieto como a laborar. No es tan sencillo llevar una vida que sea flexible.

Entre todas las lecciones que tenemos que aprender con relación a nuestra
carne, ser flexibles probablemente sea la más difícil. Algunos tienen dificultad
en cuanto a comer comida sencilla, para otros es todavía más difícil ingerir
buena comida. Estas cosas son un problema para ellos, porque han convertido el
reino de Dios en un asunto de comer y beber. Pablo dijo que el reino de Dios no
es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Ro. 14:17).
Tenemos que aprender a ser personas muy amplias, personas que se acomodan
a todo. En cierta ocasión, la señora Guyón dijo que una persona que está en
perfecta unión con Dios es un maestro para los ancianos y un amigo para los
niños. En 2 Corintios 6:4-10 Pablo nos da un largo discurso a fin de mostrarnos
cuán flexible era como siervo del Señor: “como no teniendo nada, mas
poseyéndolo todo” (v. 10). Esta es la norma establecida para el obrero del Señor.
Únicamente aquellos cuyo yo ha sido exhaustivamente tratado, podrán llevar
una vida tan flexible. Para algunos cristianos es muy difícil llevar una vida
flexible, porque todavía viven por su propio yo. El yo posee conceptos e ideas
propios y siempre considera estar en lo cierto; jamás se sometería a la soberanía
del Espíritu Santo. Los cristianos que son así, son desequilibrados. Debemos
permitir que Dios se encargue de nuestro yo. Apenas el yo se elimina, nos
convertimos en personas flexibles.

Por tanto, antes de poder recorrer la senda recta que tenemos delante de
nosotros, tenemos que someternos a una disciplina básica, exhaustiva y estricta.
Sólo entonces podremos aceptar las debidas “contradicciones” espirituales que
hay en nosotros. Los siervos de Dios siempre deben tener presente que la senda
de Dios nunca es una senda de un solo carril, sino que posee dos carriles. Los
musulmanes favorecen el disfrute de la vida, mientras que los budistas están a
favor del sufrimiento, pero un cristiano normal no se inclina por ninguno de
estos extremos; sino que vive sujeto al arreglo soberano de Dios y trasciende
todo lo relativo al hombre exterior. El hombre exterior de Pablo seguía vivo, aun
así, su hombre interior estaba escondido en Dios y por siempre se mantuvo
imperturbable. Nuestra verdadera persona es aquella que vive en Dios; el
hombre exterior no es nada más que una actuación. Es algo glorioso que nuestro
hombre exterior y nuestro hombre interior puedan permanecer separados. El
hombre interior debe estar escondido en Dios, mientras que el hombre exterior
debe ser completamente quebrantado. Este es el requisito básico a fin de laborar
para Dios. Cualquiera que se aferre a un solo estilo de vida, no ha sido sometido
a la disciplina básica.

E. El hombre exterior debe ser quebrantado mientras que el hombre


interior debe ser fortalecido

Siempre que un obrero del Señor vaya a algún lugar, tiene que vivir de la misma
manera en que la gente de ese lugar vive. Debe vestirse y alimentarse igual que
aquellas personas. Si nuestro evangelio se halla confinado por cosas tales como
la comida, la bebida y el vestido, nuestra fe no será muy diferente de la que se
profesa en las religiones mundanas. No estaremos dando a conocer el sabor
correcto de nuestra fe. Nuestro Señor no trajo nada consigo cuando vino a la
tierra. Él comió y bebió; Él era un hombre auténtico. El siervo no puede ser
mayor que su señor. Nuestro hombre interior tiene que ser fortalecido, mientras
que nuestro hombre exterior no debe insistir en nada externo; debe estar
contento de apoyar a cualquiera. Por este motivo, nuestro hombre exterior debe
ser disciplinado. La vida cristiana no es el comer o no comer. No es ni
hedonismo ni ascetismo. La vida cristiana es una vida flexible. Lo que está en
nuestro interior es mucho más grande y glorioso, y de ninguna forma debemos
sentirnos afectados por ningún estilo de vida.

APÉNDICE DOS

ESPERAMOS EL REGRESO DEL SEÑOR

Lectura bíblica: 2 P. 3:11; 1 Co. 1:7; 1 Ts. 1:9-10; Fil. 3:20; Tit. 2:11-13

(El siguiente mensaje fue dado por Watchman Nee en Kuling el 23


de septiembre de 1948 como parte de la serie de mensajes titulada:
“Nuevos creyentes”.Posteriormente fue excluido de la publicación
de esta serie de mensajes. La presente síntesis es una recopilación
de las notas tomadas por el hermano K. H. Weigh.)

I. LA PROMESA BÍBLICA
ACERCA DEL REGRESO DEL SEÑOR

La Biblia contiene la maravillosa promesa del regreso del Señor. Todos los
libros, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo, tocan el tema del regreso
del Señor. Aquellos que estudian la Biblia han contado las numerosas veces que
el Nuevo Testamento habla sobre este tema y nos han dicho que uno de cada
veinte versículos del Nuevo Testamento hace referencia al regreso del Señor.
Éste es un tema muy importante. No debemos pensar que todo terminó con la
venida del Hijo de Dios y la obra de redención que Él efectuó. El Señor regresará
a esta tierra. Desde Génesis hasta Malaquías, el Antiguo Testamento
reiteradamente habla sobre la segunda venida de Cristo; y lo mismo ocurre en el
Nuevo Testamento, desde Mateo hasta Apocalipsis. Podemos decir que este
tema es el tema de mayor relevancia en la Biblia. El registro bíblico de la
primera venida del Señor es mucho más reducido que el de Su segunda venida,
por lo que debemos prestar especial atención al tema de Su segunda venida.
Debemos memorizar, por lo menos, unos cuantos pasajes de las Escrituras que
hablan sobre este tema. Por favor, lean detenidamente las siguientes
referencias: Juan 14:1-3, Hechos 1:10-11 y Hebreos 9:28. Una cuarta referencia
está en el último libro de la Biblia: Apocalipsis. Este libro fue escrito más de
sesenta años después de la ascensión del Señor. Para entonces, Jerusalén ya
había sido destruida, y la primera generación de apóstoles casi había
desaparecido. Sin embargo, todavía en ese entonces el Espíritu Santo habló en
Apocalipsis 22:20 sobre el regreso del Señor Jesús.

II. UN LLAMAMIENTO CELESTIAL

Hoy en día, no solamente ponemos nuestra vista en la obra de la cruz que se


efectuó en el pasado, sino que también dirigimos nuestra mirada hacia delante,
a la segunda venida de Cristo. No estamos aquí solamente sirviendo al Señor,
sino también estamos aguardando Su regreso. Ni es nuestra única intención
sólo servirle a Él en esta tierra. Ya hemos hablado en diversas ocasiones sobre el
tema del partimiento del pan. Al partir el pan, nosotros recordamos al Señor, y
tal recordación se prolongará hasta que el Señor retorne. Los ojos de todos los
cristianos deberían estar puestos en la segunda venida de Cristo. Si bien es
cierto que predicamos acerca de la obediencia, la alabanza, el servicio y muchos
otros temas, no nos proponemos servir de este modo para siempre. Nuestra
esperanza es que la iglesia, un día, se convierta en la novia de Cristo. Todo
cuanto hacemos es con miras a la segunda venida de Cristo. Si bien hacemos
hincapié en las iglesias locales y en nuestra labor, nosotros no estamos
edificando nada aquí en la tierra hoy. Estamos aguardando la venida del Señor.
No estamos predicando la doctrina de la segunda venida de Cristo;
verdaderamente estamos esperando Su regreso. Nuestro llamamiento es un
llamamiento celestial, no es un llamamiento terrenal. Nuestro ministerio y
servicio es de índole celestial. No estamos procurando obtener un gran edificio
aquí en la tierra, pues todo cuanto hay en la tierra un día se desvanecerá. En la
Biblia hay cinco grandes señales que nos indican que la venida del Señor está
muy cercana.

La vida cristiana aquí en la tierra es una vida en la cual se aguarda el regreso del
Señor. ¿Qué significa esperar por Su regreso? Esperar por Su regreso significa
que mientras vivimos como los demás, en nuestro interior abrigamos la
esperanza de Su retorno. La señorita M. E. Barber era una persona en quien yo
no pude encontrar el menor indicio de que ella deseara permanecer en esta
tierra por mucho tiempo. Era una persona que verdaderamente estaba
esperando el regreso del Señor. Cierta vez, me encontraba caminando a su lado
en la calle y me dijo: “Quizás me encuentre con el Señor al dar la vuelta a esta
esquina”. Me pidió que caminara a cierta distancia de ella al otro lado de la
acera mientras repetía: “No sé si ésta será la esquina para mí”. Aquellos que
aguardan el regreso del Señor son semejantes a una persona que desciende por
una cuesta empinada, quien no sabe con certeza si al voltear una esquina se
encontrará con alguien que sube por ese mismo camino. Nuestra hermana
genuinamente esperaba el regreso del Señor cada día y cada hora. Nótese que
estamos refiriéndonos a nuestra expectativa con respecto a Su regreso, no a lo
que creemos con respecto a Su regreso. Son muchos los que pueden hablar
sobre el regreso del Señor; estudian el tema y creen en Su regreso, pero esto no
significa que ellos estén esperando Su regreso. Mucha gente le presta gran
atención a temas como el arrebatamiento, el tribunal de Cristo, el milenio, la
Nueva Jerusalén, y los cielos nuevos y la tierra nueva. Son muchos los que están
familiarizados con las profecías acerca del regreso del Señor, pero ellos no
necesariamente están aguardando Su regreso. Tenemos que recordar que somos
ciudadanos celestiales. Se nos debe enseñar mediante la gracia a esperar el
regreso del Señor. Nosotros no depositamos esperanza alguna en este mundo,
pues sabemos que el mundo jamás mejorará. Mientras servimos, trabajamos y
colaboramos con Dios aquí en la tierra, estamos llamando y reuniendo a un
grupo de personas a que vengan y permanezcan en el nombre del Señor para
procurar Su satisfacción. Servimos y trabajamos con miras a Su segunda venida.

III. LAS DOS VENIDAS DE CRISTO

Cristo tiene dos venidas, y estas dos venidas difieren entre sí. En Su primera
venida a la tierra, Él murió en la cruz para remisión de nuestros pecados. Por lo
cual, los pecadores son reconciliados con Dios, y pueden acercarse a Dios y ser
partícipes de Su vida. Pero esta obra en beneficio de los hombres, sólo ha
llegado a medio camino. El problema del pecado ha sido resuelto, pero el pecado
mismo todavía está en nuestro medio. El poder de la muerte ha sido anulado en
nosotros, pero nuestro cuerpo aún experimenta la muerte. Si bien tenemos en
nosotros una nueva vida, todavía no contamos con un ambiente nuevo. Si Cristo
no regresa, nada será completado. Cuanto más santos seamos interiormente,
más tenebroso, más pecaminoso y más anárquico será para nosotros el mundo
externo. Nuestros labios eran inmundos, pero un día el fuego santo descendió
sobre nosotros y limpió nuestros labios. Sin embargo, todavía vivimos en medio
de personas que tienen labios inmundos. La segunda venida de Cristo no
resolverá el asunto de nuestros pecados personales, sino el de todos los pecados
de este mundo. En Su primera venida, Él resolvió el problema de nuestros
pecados personales. En Su segunda venida, Él resolverá los pecados de este
mundo.

IV. LOS PROBLEMAS DE ESTE MUNDO

A. Los problemas sociales

Hoy en día, el mundo está lleno de toda clase de problemas. ¿Cómo serán
resueltos estos problemas? ¿Cuál debería ser nuestra actitud con respecto a
estos problemas? Muchos reformadores sociales prestan gran atención a los
problemas que se suscitan en la sociedad. Algunos les dicen a los cristianos:
“Tus problemas personales ya han sido resueltos. ¿Pero qué me dices acerca de
la existencia de las clases sociales, la pobreza de la gente del campo, el
sufrimiento de los animales y la proliferación de establecimientos pecaminosos
tales como los cines, los burdeles, los salones de baile y los casinos?”. Aquellos
que prestan tanta atención a la sociedad, se sienten turbados al ver tantos males
en ella, males tan persistentes como el crimen, las enfermedades, la pobreza y
las desigualdades entre los hombres. Ellos nos preguntan qué debería hacerse
con respecto a estas cosas. Debemos decirles a tales personas que Dios no
ignora estos problemas. Dios no desea solamente que los individuos sean salvos,
sean perdonados y vayan al cielo. Tenemos que decirles que la salvación de la
cual habla la Biblia no es solamente para individuos. Los cielos no se relacionan
únicamente con el asunto de la salvación individual, sino que se relacionan con
un tiempo en el que el mundo entero se volverá a Cristo. (Sin embargo, no
estamos hablando del movimiento universalista.) La Biblia primero habla de la
salvación personal, pero esto no significa que ella ignore los problemas sociales.
No podemos enfrentarnos a los problemas sociales ahora, porque no tenemos la
capacidad de solucionarlos en el tiempo presente. Según la Biblia, Dios nos ha
hecho un llamamiento celestial, lo cual significa que los cristianos únicamente
son responsables por la predicación del evangelio. La responsabilidad de la
iglesia es la de reunir a los hombres en el nombre de Cristo. Nuestra esperanza
no está puesta en este mundo, ni nuestra labor es para este mundo. No estamos
aquí para mejorar la sociedad. El Señor dijo que no hay paz ni esperanza en este
mundo. Todos los problemas sociales serán resueltos cuando el Señor regrese.
Cuando Él regrese, todas las dolencias sociales serán eliminadas. El cristianismo
sí se enfrenta a estos problemas, pero permanece la cuestión del tiempo en el
cual se le dará solución a dichos problemas. Cuando el Señor regrese, estos
problemas serán resueltos.

Los hijos de Dios no tienen otra obligación que la de llevar a los hombres a
Cristo y esperar por Su regreso. No esperamos que sean eliminadas las
distinciones de las clases sociales en este mundo. Tampoco tenemos la
expectativa de que el pecado y el crimen sean erradicados de este mundo. Un
día el Señor se encargará de todos los problemas que los sociólogos y científicos
no han podido resolver. Nuestra expectativa difiere de las expectativas que
abriga el mundo. Nosotros esperamos el día en que el Señor regrese, y ese día ya
se acerca. Existen dos aspectos relacionados con la venida del Señor: el personal
y el mundial. En lo personal, esperamos Su retorno porque anhelamos verle a
Él. En lo que concierne al mundo, el regreso del Señor resolverá los muchos
problemas que tiene este mundo. Muchos cristianos procuran reformar la
sociedad y, al final, son corrompidos por la misma sociedad. Muchos buenos
cristianos tratan de cambiar el mundo, pero a la postre ellos mismos son
contaminados. Jamás debiéramos involucrarnos en esta clase de trabajos,
porque nosotros sabemos que éste es el trabajo del Señor.

B. El sufrimiento de las criaturas vivientes


Hoy en día, muchas personas nos dicen que los animales están sufriendo y que
se abusa de ellos al grado que están a punto de extinguirse. Ellas afirman que
debiéramos hacer algo para protegerlos. El problema es que, en nuestros días,
los seres humanos mismos son tratados peor que las vacas y los caballos. ¿Cómo
podríamos primero atender a las criaturas inferiores? En algunos países hay
activistas que defienden los derechos de los animales. Romanos 8 dice que toda
la creación gime por su liberación. Sabemos que un día toda la creación será
libertada de la esclavitud de corrupción. Entonces, tal como se anuncia en el
Antiguo Testamento, el mundo será un lugar donde “morará el lobo con el
cordero, / Y el leopardo con el cabrito se acostará; / El becerro y el león y la
bestia doméstica andarán juntos, / Y un niño los pastoreará. / La vaca pacerá
junto a la osa, / Sus crías se echarán juntas; / Y el león como el buey comerá
paja” (Is. 11:6-7). Sabemos que un día todas las criaturas serán liberadas, pero
ese día no es el día de hoy. Hoy en día, proteger a los animales no es nuestro
trabajo.

C. Las pugnas terrenales por el poder

Todas las agrupaciones políticas de todas las naciones del mundo pugnan por
ser la figura central y todas las naciones de este mundo procuran aprovecharse
de las otras naciones. Tanto en el ámbito nacional como internacional afloran
disputas y crisis. Nosotros no estamos llamados a involucrarnos en la labor de la
Liga de las Naciones; nuestra labor no consiste en ayudar a las naciones más
débiles e inestables. Un día los ángeles proclamarán que el reinado de este
mundo ha pasado a nuestro Señor y a Su Cristo (Ap. 11:15). Incluso en nuestros
días podemos responder a los incrédulos con estas palabras.

Los problemas personales que afectan a los cristianos, han sido resueltos por la
primera venida de Cristo. Los problemas sociales de este mundo serán resueltos
cuando llegue el tiempo de la segunda venida de Cristo. En ese entonces el
mundo no será como el mundo en el que vivimos actualmente. Todos los
problemas antes citados desaparecerán en un abrir y cerrar de ojos.

V. QUÉ DEBEN HACER LOS CRISTIANOS HOY

¿Qué deben hacer los cristianos en este mundo? Un cristiano debe esforzarse al
máximo por ayudar a los demás. Por ejemplo, un médico debe esforzarse al
máximo por ayudar a los demás al tratar sus enfermedades. Un científico debe
esforzarse al máximo por ayudar a los demás por medio de enriquecer los
niveles de nutrición y otras cosas parecidas. Pero hay que tener siempre en
cuenta una cosa: debemos seguir siendo puros delante del Señor. No debemos
contaminarnos con este mundo; tampoco debemos cerrar nuestros ojos a los
asuntos de este mundo. En Su primera venida, Cristo trabajó en el individuo; Él
no trató de hacer nada con respecto al sistema social. Del mismo modo, hoy en
día los cristianos deben laborar en el individuo; no tienen que tratar de erigir un
sistema o una institución. Antes que nuestros problemas personales fuesen
resueltos o antes que los problemas de este mundo sean resueltos, nosotros
éramos pecadores y vivíamos entre pecadores. Hoy hemos creído en el Señor.
Nos hemos convertido en justos que están en medio de los pecadores. Pero
llegará el día en que los justos estarán entre los justos. Todos los problemas
serán resueltos el día en que el Señor regrese. Hoy en día debemos darles a los
demás lo que podemos darles. No debemos involucrarnos en ninguna clase de
revolución. Las revoluciones se suscitan porque existen malas instituciones, y
los hombres inician revoluciones debido a que odian a esas instituciones. Ellos
incluso derraman su propia sangre por causa de sus revoluciones. Pero nosotros
no podemos ofrecer en sacrificio nuestra sangre para destruir ningún sistema
social. Cuando Cristo venga por segunda vez, Él cambiará todos los sistemas
sociales y las instituciones. Si nosotros nos involucramos en tales labores hoy, es
muy probable que seamos desaprobados. Sería necio de nuestra parte
ofrecernos hoy en sacrificio. El mundo ha llegado a estar como está, debido a
que demasiada gente inocente se ha sacrificado. Los cristianos no deben aspirar
a cambiar ninguna institución de este mundo.

La Biblia nos presenta un llamamiento celestial. Nuestro llamado no se ha


hecho para la tierra. Este mundo no es lo que nos importa. Nosotros vivimos día
a día en este mundo, pero nada con respecto a nosotros es permanente, nada es
indispensable para nosotros y nada nos es obligatorio. En este mundo, no hay
nada sin lo cual no podamos vivir y no hay nada que tengamos que tener.
Nosotros aceptamos lo que el Señor nos provea en este mundo. Está bien si
tenemos más y está bien si tenemos menos. Si el Señor ha dispuesto una jornada
placentera para nosotros, la aceptamos. Si el Señor ha preparado para nosotros
una ardua jornada, también la aceptamos. Estamos aquí aguardando la venida
del Señor; no estamos procurando obtener las bendiciones de este mundo.
Cuando Cristo regrese, todo lo terrenal habrá llegado a su fin. Mientras vivamos
en esta tierra, no vivimos para nosotros mismos, para nuestras familias, ni para
la sociedad; sino que vivimos para el Señor. Cuando el Señor regrese, ese será el
más feliz de nuestros días. En este mundo todo cambia; únicamente las cosas
relativas a la justicia permanecen para siempre. Si no pertenecemos a este
mundo y no echamos raíces en este mundo, aquel día será un día de gloria
inefable para nosotros. En aquel día, la gloria del Señor llenará la iglesia. Su
reino vendrá a la tierra y el universo entero estará sujeto a Cristo. Por esto la
iglesia no siente ningún afecto que le haga aferrarse a las labores de esta tierra.

VI. A LO QUE PONDRÁ FIN CRISTO CUANDO VENGA

A. La injusticia
Cuando el Señor regrese, a lo primero que dará fin es a la injusticia. Hoy en día,
el problema más grande que hay en el mundo es la injusticia. Isaías 11:4 dice
que el Señor “juzgará con justicia a los pobres, / Y resolverá con equidad a favor
de los mansos de la tierra”. Juzgar con justicia es más de lo que el mundo puede
hacer hoy, pero tampoco es el trabajo de un cristiano. Cuando el Señor regrese,
Él ejecutará justicia.

B. Las guerras

Cuando el Señor regrese, pondrá fin a todas las guerras. Hoy en día los hombres
no pueden hallar solución al problema que representan las guerras. La Segunda
Guerra Mundial apenas cesó, pero muchas regiones del mundo todavía están en
guerra. Todos estamos de acuerdo en que debe hacerse la paz, pero no hay
verdadera paz. Los hombres no pueden lograr la paz por medio de las guerras.
Mas Isaías 2:4 dice que cuando el milenio venga, los hombres “convertirán sus
espadas en rejas de arado, / Y sus lanzas en hoces; / No alzará espada nación
contra nación, / Ni se adiestrarán más para la guerra”. Debemos darnos cuenta
de que nosotros no somos los que les quitarán a los hombres sus espadas y sus
lanzas. Nosotros no libramos batallas ni detenemos batallas con la esperanza de
lograr la paz. Estas cosas están fuera de nuestro alcance. Cuando Cristo venga,
Él pondrá fin a todas las guerras y traerá la paz.

C. Las enfermedades

Cuando Cristo venga, Él pondrá fin a todas las enfermedades. Hoy en día,
mucha gente se preocupa por la salud pública, la higiene y la ayuda médica, pero
las enfermedades jamás serán erradicadas completamente en nuestros días. En
la Biblia, los dos libros que hablan más que cualquier otro acerca de las plagas
son Ezequiel y Jeremías. Ambos libros nos muestran que las plagas están en las
manos del Señor: el Señor tiene esto bajo Su control. En las profecías de
Apocalipsis y de Mateo dice que las plagas aumentarán al final de los tiempos.
Un cristiano no debiera entregarse meramente a trabajos de higiene pública y
ayuda médica. Tenemos que percatarnos que las enfermedades de este mundo
irán en aumento. Isaías 33:24 dice que cuando Cristo venga, nadie dirá: “Estoy
enfermo”. En Ezequiel 47:12 dice que en los cielos nuevos y la tierra nueva, el
árbol de la nueva ciudad será para sanidad de las naciones. Por tanto, cuando el
Señor regrese, el problema que las enfermedades representan será resuelto.

D. El hambre

Cuando el Señor venga nuevamente, el problema del hambre también será


resuelto. Recientemente en China, muchas personas han pasado a concentrar su
atención en el problema del hambre. Algunas de ellas han realizado labores
encomiables. Algo interesante que nuestros ojos han captado es que la cosecha,
que es fruto de la labor del hombre, siempre requiere de mucho arar y labrar la
tierra, mientras que las espinas, los cardos y la mala hierba crecen muy bien sin
necesidad del cuidado humano. La cizaña no requiere de la siembra, pero crece
junto al trigo. No importa cuánto se esfuercen los científicos y horticultores, no
pueden detener el crecimiento de la mala hierba. En Génesis vemos que Dios
maldijo la tierra, y ésta no volvió a darle su fuerza al hombre. Esto es un hecho.
Hoy en día, la tierra no ha vuelto a darle su fuerza al hombre. Jamás hemos
escuchado que un espino necesite ser labrado por el hombre. Es cierto que
hemos avanzado en cuanto a técnicas de irrigación y maquinarias agrícolas, y se
han obtenido mejores semillas y fertilizantes, pero, todavía no hemos podido
eliminar la mala hierba. Tampoco hemos podido atender todas las otras
necesidades del hombre.

El hombre tiene que luchar contra la naturaleza y pelear contra ella para poder
sobrevivir. Si permitiera que la naturaleza siga su propio curso, no obtendría
cosechas de ella. No estamos menoscabando los esfuerzos que realizan los
científicos. Simplemente decimos que tales problemas no pueden ser resueltos
por los hombres. Tampoco es el propósito de Dios que la iglesia resuelva tales
problemas. Estamos aquí únicamente para esperar el regreso del Señor. La
Biblia nos dice que cuando Cristo regrese, la tierra volverá a dar su fuerza al
hombre. Isaías 43:19-20 y 35:1 declaran que Dios hace correr “ríos en el
desierto” y que el yermo florecerá “como la rosa”. En Isaías 51:3 dice que Dios
cambiará el “desierto en paraíso”. Cuando Cristo regrese, no habrá más
desiertos, y las espinas y cardos desaparecerán.

E. La educación y el conocimiento

Los pedagogos y filósofos enseñan a los hombres acerca del bien y del mal, y les
enseñan a alejarse del mal y a elegir el bien; pero nadie puede resolver el
problema del pecado que radica en el corazón del hombre. Ningún pedagogo
puede darle al hombre el conocimiento de Dios. Hebreos 8:10-11 nos dice que
cuando Cristo regrese, obtendremos el conocimiento de Dios que procede de
nuestra intuición y todos conoceremos a Dios, del menor hasta el mayor.

F. Los establecimientos que fomentan el vicio

En este mundo hay muchos establecimientos que fomentan el vicio. Muchos


lugares son un medio de cultivo para el pecado. La iglesia y los cristianos están
salvando a los hombres de tales sitios pecaminosos. Sin embargo, estos
establecimientos no cambian. Mateo 13:41-42 nos dice que cuando el Señor
venga nuevamente, los ángeles echarán fuera todo lo que sirve de tropiezo y a
los que hacen iniquidad, es decir, a los que corrompen a otros. En un instante, el
Señor limpiará la tierra.
VII. LOS CRISTIANOS
NO ECHAN RAÍCES EN ESTA TIERRA

Podemos considerar lo dicho anteriormente como la filosofía social de un


cristiano. En otros capítulos hemos visto diversos aspectos de la fe cristiana y de
la conducta propia de los cristianos. Mientras permanezcamos en la tierra,
tenemos que hacer todo lo que es menester, pero nuestros corazones siempre
deben estar anhelando el regreso del Señor. Nuestra atención debe estar
centrada en el llamamiento celestial. Nosotros no tenemos planes permanentes
con respecto a las cosas de este mundo. Ni siquiera los asuntos más espirituales
deben atarnos al ámbito terrenal ni hacernos presos de este mundo. Los
cristianos no deben arraigarse en esta tierra, ya que la tierra no es el lugar
donde los cristianos deben echar raíces. La palabra de Dios se está cumpliendo
poco a poco, y el Señor está a la puerta. Hoy en día, nuestros ojos no están
puestos en los problemas de la iglesia, sino que estamos aguardando la venida
del Señor. Éste es nuestro llamamiento celestial. Quiera el Señor otorgarnos Su
gracia y que nuestra mirada esté fija solamente en Su regreso.

APÉNDICE TRES

VENDERLO TODO

Lectura bíblica: Lc. 18:18-30; 19:1-10; Hch. 2:44-45; 4:32-35; Mt. 6:19-24

(El siguiente mensaje fue dado por Watchman Nee en Kuling en


1948 como parte de la serie de mensajes titulada: “Nuevos
creyentes”. En 1949, fue publicado por la “Librería de Kuling” como
el tercer mensaje de la serie, pero luego fue excluido de la versión
final. Para entender este mensaje con la luz apropiada y dentro del
contexto del ministerio de Watchman Nee durante ese período, el
lector puede leer además el tomo 57 de la colección titulada: “The
Collected Works, The Resumption of Watchman Nee‟s Ministry”
(Obras seleccionadas: La reanudación del ministerio de Watchman
Nee.)

I. UN REQUISITO PREVIO

Lo primero que debemos comprender con respecto al asunto de que un nuevo


creyente lo venda todo a fin de optar por el camino del Señor, es que la iglesia
tiene que hacerlo primero. De otro modo, estaremos hablando en vano. Que un
nuevo creyente obtenga la victoria en este asunto, depende del estado en el que
se encuentra la iglesia. Si la iglesia no es una iglesia consagrada, sería inútil que
les hablemos a los demás de la consagración. Si la iglesia no se ha separado del
mundo, sería en vano hablar del bautismo o de la separación del mundo. Si los
hermanos y hermanas en la iglesia no han adoptado la práctica de venderlo
todo, sería en vano hablarles a los nuevos de venderlo todo. Los hijos de Dios
deben estar afianzados en el terreno de lo que están predicando, antes de poder
guiar a los nuevos creyentes a ese mismo territorio. No estoy diciendo que Dios
no vaya ha realizar una obra particular a fin de hacer surgir nuevos hermanos y
hermanas que opten por este camino. Pero, no es fácil para los nuevos creyentes
tomar este camino. Primero, es necesario que algunas personas les den el
ejemplo al tomar esa postura ellas mismos. Entonces con facilidad los demás
podrán decidir al respecto. Si todos renunciamos a nuestras propias
consideraciones y lo entregamos todo, entonces podremos esperar que los
nuevos creyentes también renuncien a sus propias consideraciones y lo
entreguen todo. Si nosotros no lo hacemos, será difícil para los nuevos creyentes
hacerlo. Una localidad tiene que tener la certeza de que los creyentes que la
conforman están muy fortalecidos, antes de esperar que esta práctica sea
aceptada sin problemas. Si los hermanos y hermanas que forman la iglesia no
son muy fuertes, esta práctica no podrá ser implementada.

II. LO QUE EL SEÑOR EXIGIÓ DEL JOVEN PRINCIPAL

Comencemos con el relato del joven principal en Lucas 18. Este joven era una
persona de una moralidad muy elevada. Era una persona virtuosa en lo que
concierne a su conducta delante de Dios. Además, él había guardado todos los
mandamientos y respetaba mucho al Señor Jesús; es por eso que se dirigió al
Señor llamándolo: “Maestro bueno” (v. 18). El Señor Jesús fue muy bondadoso
con él e incluso le amó (Mr. 10:21). Pero el Señor sabía que no era fácil ganar a
una persona así.

A. Es necesario ser absoluto para servir al Señor

No obstante, el Señor le impuso un requisito. Si un hombre desea servirle o


seguirle, tiene que ser perfecto. Noten las palabras del Señor aquí: “Si quieres
ser perfecto” y “una cosa te falta” (Mt. 19:21; Mr. 10:21). En otras palabras, el
Señor le dijo que para seguirle, una persona tiene que seguirle de forma
absoluta en todo aspecto, sin que le falte nada. No puede cuidar de noventa y
nueve partes del todo, pero reservarse una cosa intacta para sí mismo. Aquellos
que hagan esto no pueden seguir al Señor. El Señor exige que cuando venimos a
Él, todo cuanto nos pertenece también debe venir a Él. El Señor exige que
seamos perfectos; Él anhela que le sigamos de una manera absoluta. Algo
inferior a esto simplemente no sirve.

El joven principal había guardado los mandamientos desde su juventud. Él


temía a Dios. Sin embargo, el Señor dijo que incluso a semejante persona le
faltaba una cosa, sin la cual no podía seguir adelante. Esta única cosa era vender
todas sus posesiones para repartirlas a los pobres y luego seguir al Señor. Esta
era la única manera en que él podía seguir avanzando.

B. Para seguir al Señor


uno tiene que venderlo todo

Por tanto, ninguno que no venda todas sus posesiones puede seguir al Señor. Si
uno no lo vende todo, no puede seguir al Señor, no puede seguir avanzando en
este camino. Tenemos que tener una comprensión profunda de este asunto tan
serio.

C. Conservar nuestras posesiones equivale a


conservar penurias para nosotros mismos

La Biblia afirma que cuando el joven principal oyó las palabras del Señor, se
alejó entristecido. Es posible que una persona esté muy cerca del Señor y
entienda claramente lo concerniente a Él y, aun así, no quiera renunciar a todas
sus posesiones. Es posible que ella todavía quiera conservarlas, pero cuando
retiene sus posesiones, también retiene penurias para sí. El dinero hace que una
persona sea traspasada de muchos dolores (1 Ti. 6:10). Es imposible que una
persona pueda acumular dinero y gozo simultáneamente. Si acumula riquezas,
también acumula muchos dolores de cabeza para sí mismo. Al conservar sus
posesiones, estará conservando muchos dolores y problemas para sí mismo. He
aquí un hombre que conservó sus posesiones, pero que no pudo seguir al Señor.
Si ustedes quieren retener su dinero, entonces no deben de seguir al Señor. Si
no siguen al Señor, vuestro dinero se conservará intacto, y vuestras penurias
también se conservarán intactas. El dinero y las penurias siempre van juntos.
No pueden retener su dinero sin retener sus propias penurias.

Únicamente quienes lo han entregado todo pueden vivir una vida gozosa.
Aquellos que no están dispuestos a renunciar a sus posesiones, siempre llevarán
una vida muy triste. Yo he podido observar esto en muchos lugares y con gran
claridad. Puedo predecir que aquellos hermanos que se aferran a su dinero,
siempre permanecen en tristeza. El apego a las posesiones materiales no es
causa de alegría. Esto está muy claro. Tenemos que decirles a los nuevos
creyentes que si anhelan tener gozo, deben renunciar a todo y seguir al Señor.

D. La salvación, recibir la vida eterna


y la entrada al reino de Dios

El joven principal no estaba dispuesto a renunciar a sus posesiones y se alejó


entristecido. Cuando el Señor vio esto, comentó: “¡Cuán difícilmente entrarán
en el reino de Dios los que tienen riquezas!” (Mr. 10:23). El primer punto en
esta historia es acerca de heredar la vida eterna. Después se habla acerca de
entrar en el reino de Dios. Aquellos que escucharon las palabras del Señor con
respecto a entrar en el reino, preguntaron: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” (v.
26). Aquí, se hallan vinculados entre sí los asuntos relativos a la salvación,
recibir la vida eterna y entrar en el reino de Dios. Si deseamos heredar la vida
eterna, tenemos que desprendernos de nuestras posesiones. De otro modo, ellas
nos impedirán heredar la vida eterna. Si anhelamos entrar al reino de Dios,
tenemos que recordar que es imposible para los ricos entrar en él. Si queremos
ser salvos, el Señor nos salvará. Aun así, tenemos que recordar que si el Señor
nos salva, tenemos que renunciar a nuestras riquezas. Esto no significa que uno
es salvo por medio de renunciar a sus riquezas. Esto quiere decir que si una
persona es salva, espontáneamente renunciará a sus riquezas.

Es imposible que un camello pase por el ojo de una aguja. Del mismo modo, es
imposible para un hombre rico entrar en el reino de Dios. Pero todos los
hermanos y hermanas que se encuentran entre nosotros son camellos. Aquellos
que son ricos son camellos grandes y aquellos que no son tan ricos son camellos
pequeños; pero todos somos camellos. Así como un camello no puede pasar por
el ojo de una aguja, un hombre rico no puede entrar en el reino de Dios. Si el
Señor dice que ningún hombre rico puede entrar en el reino de Dios,
ciertamente significa que ningún hombre rico puede entrar en el reino de Dios.

E. Venderlo todo para heredar la vida eterna

Cuando los discípulos escucharon esto, se preocuparon. Ellos preguntaron:


“¿Quién, pues, podrá ser salvo?”. Ellos no entendieron bien al Señor. ¿Qué fue lo
que le dijo el Señor a aquel joven? Cuando el joven le preguntó: “¿Qué he de
hacer para heredar la vida eterna?”. El Señor le respondió que debía vender
todas sus posesiones y dárselas a los pobres. Por tanto, uno tiene que vender
todo lo que tiene antes de poder recibir la vida eterna. Poco después, el Señor
dijo que un hombre rico que entra al reino de Dios es semejante a un camello
que pasa por el ojo de una aguja. Esto quiere decir que un hombre rico no puede
entrar al reino de Dios. Si ustedes ponen ambas cosas juntas, podrán ver que un
hombre rico no puede entrar al reino de Dios y que uno tiene que vender todo lo
que tiene antes de poder heredar la vida eterna.

Pedro se comportó como un maestro bíblico. En cuanto escuchó esto, a él le


pareció que esta era una exigencia terrible. Pedro pensó: “Si heredar la vida
eterna se relaciona con las obras de uno, y si uno no puede entrar en el reino de
Dios si es rico, sino que para ello tiene que vender todas sus posesiones;
entonces, esto quiere decir que entrar al reino ya no depende de la fe. Si esto es
así, ¿quién podrá ser salvo? ¿Quién podría vender todo lo que tiene antes de
heredar la vida eterna? ¿Quién podría primero hacerse pobre a fin de ser
salvo?”.
F. El punto central concerniente a venderlo todo

El Señor Jesús dio la respuesta a esta pregunta, y Sus palabras son el tema
central de este relato. Tenemos que asirnos de esta palabra, pues Él dijo: “Lo
que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lc. 18:27). Un nuevo
creyente tiene que darse cuenta que es imposible primero renunciar a todo, para
después entrar en el reino de Dios. El Señor reconoció que esto es imposible.

III. LO QUE ES IMPOSIBLE PARA EL HOMBRE,


ES POSIBLE PARA DIOS

El error que cometió aquel joven no estribaba en su renuencia a vender todas


sus posesiones, sino que su error consistió en entristecerse y alejarse. Dios sabe,
y el Señor también sabía, que esto es algo que resulta imposible para los
hombres. No había nada raro en que esta persona no pudiera realizar lo que se
le exigía. El Señor sabe que somos incapaces de vender todas nuestras
posesiones para dárselas a los pobres. Pero aquel hombre se alejó entristecido
porque pensaba que, puesto que esto era imposible para él, también sería
imposible para Dios. Aquel joven sabía que era terrible que él no pudiera
renunciar a sus riquezas, pero ¿por qué el Señor, sabiendo que aquel joven no
podría hacerlo, le pidió que renunciara a sus riquezas? La respuesta del Señor
Jesús fue: “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”. ¿Cómo
podría un camello pasar por el ojo de una aguja? Esto es imposible. Del mismo
modo, todas las personas de este mundo aman el dinero, y a todos nos resulta
imposible vender todas nuestras posesiones, pero ¡sería un gran error si alguno
se alejara entristecido simplemente porque no se siente capaz de hacerlo! Si nos
alejamos apenados, estaremos limitando el poder de Dios.

A. El problema del hombre


es que no acepta el poder de Dios

Aquel joven no fue capaz de hacerlo. Aun así, ¡no contempló la posibilidad de
que Dios lo pudiera realizar! En otras palabras, el Señor estaba preparado para
impartir gracia a este joven, pero él no estaba dispuesto a recibirla. Todo lo que
necesitaba hacer era detenerse y exclamar: “¡Señor! No puedo renunciar a mi
dinero. Por favor, dame la gracia necesaria. Lo que es imposible para mí es
posible para Ti. Yo no puedo, pero Tú sí puedes. Yo no puedo hacerlo, pero Tú
puedes operar en mí hasta el punto en que pueda llegar a hacerlo. ¡Señor! No
puedo renunciar a mi dinero. No puedo vender todo cuanto tengo, para seguirte,
pero Tú puedes. ¡Te pido que me des Tu gracia!”. Él cometió el error de no orar.
Él cometió el error de no creer ni pedir. Él cometió el error de alejarse
entristecido. El error que cometen los hombres no radica en su propia debilidad,
sino en que no pueden aceptar el poder de Dios. No estriba en su incapacidad,
sino en que rechazan y no permiten que Dios sea para ellos: Aquel que todo lo
puede. Su error no estriba en que sus obras no sean suficientes, sino en el hecho
de no permitir que Dios los salve a tal grado que las obras de ellos lleguen al
estándar correspondiente. Este era el punto principal de lo que le dijo el Señor.
El tema central de este pasaje lo constituye esta oración: “Lo que es imposible
para los hombres, es posible para Dios”. El Señor Jesús estaba dispuesto a
mostrar a aquel joven principal que, si bien el hombre no lo podía hacer, Dios sí
podía. Aun así, aquel joven principal sólo vio su propia incapacidad y se alejó
entristecido.

B. Hay un camino tanto para el que está dispuesto como para el que
no lo está

Un nuevo creyente debe agradecer al Señor, tal como lo hizo Pedro, si Dios ha
hecho que renuncie con gozo a todas sus posesiones. Pero si como el joven
principal encuentra que le es muy difícil obedecer, todavía le queda otro camino.
Hay un camino para quienes, al igual que los doce discípulos, responden
rápidamente. Pero también hay un camino para los que vacilan, semejante al
joven principal. Todo lo que uno tiene que hacer es inclinar su cabeza y decir:
“Señor, no puedo hacerlo. ¡Necesito gracia!”. Ésta es la manera de proceder. El
joven principal no hizo esto, sino que se alejó del Señor entristecido. En esto
consistió su error.

C. Ser absolutos para tomar la senda cristiana

Cuando el Señor vio que aquel joven se alejaba, Él hizo notar cuán difícil era que
un hombre rico entrara en el reino de Dios. Entonces, Pedro le dijo al Señor:
“He aquí, nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido” (Lc.
18:28). El Señor le respondió a Pedro diciéndole: “De cierto os digo, que no hay
nadie que haya dejado casa, o mujer, o hermanos, o padres, o hijos, por el reino
de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero
la vida eterna” (vs. 29-30). El Señor les mostró a los discípulos que seguirle
implicaba dejarlo todo por Su causa y por causa del evangelio. A fin de ser un
cristiano, uno tiene que poner todo a un lado para seguir al Señor.

D. Poner todo a un lado a fin de servir al Señor

Una persona joven tiene que comprender que para servir al Señor tiene que
poner a un lado todas las cosas, venderlas o abandonarlas, antes de poder seguir
al Señor. Cuando el Señor llamó a los doce apóstoles, ellos le siguieron de
inmediato y con alegría, no se detuvieron ni un segundo. Dejaron sus
embarcaciones, sus redes y todo para seguir al Señor. Tal como podíamos
encontrar personas así en aquellos días, los podemos encontrar hoy en China. Al
igual que Pedro, Jacobo y Juan, estas personas escuchan el llamado del Señor y
le siguen de inmediato y de forma incondicional. Tenemos que agradecer al
Señor por esto. Aun así, existen personas que, al igual que aquel joven principal,
encuentran difícil responder al Señor o dejarlo todo para seguirle; pero, damos
gracias al Señor que todavía existe un camino para ellos. Tal camino consiste en
lo siguiente: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.

E. Sólo uno tuvo temor de seguirle

Aquí encontramos la combinación apropiada: Trece hombres fueron llamados


por el Señor. Once de ellos renunciaron a todo de inmediato y de forma
absoluta; uno de ellos fue falso, y hubo otro que no estuvo dispuesto. De los
trece, once fueron buenos, uno era falso (Judas) y el restante, el decimotercero,
era el joven principal. No debemos pensar que cuando la palabra del Señor es
impartida, únicamente una persona seguirá al Señor de forma genuina y los
demás no. Por el contrario, la Biblia nos muestra que sólo uno tuvo temor de
seguirle.

F. Debemos ocupar una posición firme


delante del Señor

Por favor, recuerden que siempre y cuando nosotros tomemos una posición
firme, y la iglesia también asuma una postura firme delante de Dios, no tenemos
que preocuparnos de que haya muchos como aquel joven principal. Tenemos
que darnos cuenta que son raros los casos que se asemejan a este joven. No
todos en la iglesia son como Judas. Asimismo, no todos en la iglesia son como el
joven principal. De los trece, once eran absolutos. Cuando la palabra de Dios es
liberada, y el lugar es adecuado, y si también la audiencia es apropiada, es raro
encontrar a una persona que no siga al Señor de forma incondicional.

IV. LA LECCIÓN QUE SE ENCUENTRA


EN LA SALVACIÓN DE ZAQUEO

Consideremos ahora el relato de Zaqueo, quien pese a que era un judío,


trabajaba para el gobierno romano. En términos humanos, Zaqueo era un
traidor debido a que colaboraba con el imperio romano en la extorsión de sus
propios compatriotas. Él era un recaudador de impuestos designado por el
imperio romano, es decir, era un judío que, viviendo en tierras judías, cobraba
impuestos de sus propios compatriotas para los romanos, los mismos que
habían arrasado su tierra nativa.

A. Zaqueo era recaudador


de impuestos y era pecador

Zaqueo no era una persona de buena moralidad. Él no era tan noble como el
joven principal quien había guardado los mandamientos desde su juventud.
Zaqueo era un recaudador de impuestos que trabajaba para los extranjeros. Los
recaudadores de impuestos de aquellos días, como todos los recaudadores de
impuestos, eran hombres muy codiciosos. Ellos siempre estaban procurando
sacarle más dinero a la gente. En ese tiempo había dos clases de personas que
eran muy despreciadas por los judíos. Un grupo eran los pecadores, y el otro, los
recaudadores de impuestos. Tales nombres tenían un mal nombre, algo
parecido al de ser considerado un vándalo en nuestros días, algo que señalaba a
hombres de muy mala reputación. Pero un día el Señor Jesús vino y pasó por
allí. He aquí una persona de gran poder y autoridad. Él atraía mucha gente hacia
Sí. “Ninguno puede venir a Mí, si el Padre que me envió no le atrae” (Jn. 6:44).
Fue el Padre quien atrajo a Zaqueo al Señor.

B. El Señor se reúne con Zaqueo y no le predica

Zaqueo se sintió atraído hacia el Señor y quería verlo. Debido a que era pequeño
de estatura, tuvo que subirse a un árbol sicómoro. No obstante, antes de que él
viera al Señor, el Señor ya lo había visto primero. Cuando el Señor lo vio, Él no
le predicó un sermón. No le dijo: “Debes confesar tus pecados y arrepentirte”.
Tampoco le dijo: “No debías haber extorsionado a los demás”; ni le dijo: “No
debías haber pecado ni haber sido tan codicioso”. Tampoco el Señor le dijo que
vendiera todo lo que tenía, lo diera a los pobres y le siguiera. El Señor no le
impartió enseñanza alguna. Él tan sólo le dijo: “Zaqueo, date prisa, desciende,
porque hoy es necesario que me quede en tu casa” (Lc. 19:5). Por favor noten
que el Señor no lo exhortó en manera alguna. Él no le impartió ninguna
enseñanza con respecto a nuestras obras, tal como lo había hecho del quinto al
séptimo capítulo de Mateo. No le habló de la doctrina de la regeneración
expuesta en Juan 3, o de la enseñanza acerca del agua viva mencionada en Juan
4, o acerca de la luz tal como consta en Juan 8, ni de la enseñanza sobre el único
grano que cayó en tierra, la cual aparece en Juan 12. El Señor no le predicó a
Zaqueo de manera alguna ni lo exhortó de modo alguno. Lo único que hubo fue
un contacto personal, un encuentro personal. He aquí un corazón que buscaba
al Señor. He aquí una persona que había elegido al Señor. De hecho, en lo que
concierne a la doctrina, Zaqueo no sabía nada.

C. Los demás se indignaron

El Señor no le predicó en lo más mínimo. Él simplemente le dijo: “Date prisa,


desciende, porque hoy es necesario que me quede en tu casa”. Cuando Zaqueo
escuchó estas palabras, recibió al Señor lleno de gozo. Al ver esto, mucha de la
gente que los rodeaba se indignó: “¿Cómo es posible que Jesús de Nazaret vaya
a la casa de este hombre? Podía haber ido a cualquier casa menos a la casa de
Zaqueo. Aun si Jesús no supiera quién era este hombre, Sus discípulos debían
haber investigado y descubierto que Zaqueo no es una persona recta ni tiene
buena reputación. ¿Por qué no le habrán dicho estas cosas a su maestro?”. Todo
el mundo sabía qué clase de persona era Zaqueo. Todos conocían sus
antecedentes. Cuando escucharon las palabras del Señor, todos murmuraron en
sus corazones.

D. Adonde quiera que llegue el Señor,


hay liberación del dinero

Lo que queremos decir es esto: el Señor no le predicó a Zaqueo en lo absoluto.


Él únicamente le dijo: “Hoy es necesario que me quede en tu casa”. Estas
palabras fueron suficientes. Aun cuando Él todavía no se hallaba en la casa de
Zaqueo, Sus palabras eran lo suficientemente poderosas. Adonde quiera que
llegue el Señor, hay liberación del dinero. Allí donde Él va, el dinero es soltado.
Allí donde el Señor llega, el amor al dinero es eliminado. Es como si el Señor
dijera: “Si puedo visitar este hogar, entonces todo estará bien. Para Mí,
simplemente afirmar que es necesario que me quede en esta casa es tan
poderoso como estar verdaderamente en dicha casa”. Tales palabras tuvieron un
gran efecto. Aquellas pocas palabras es necesario que me quede, tuvieron un
gran efecto y algo sucedió.

E. Una palabra bastó


para despojar la casa de Zaqueo

¿Cómo podríamos demostrar que algo sucedió? Después que Zaqueo oyó estas
palabras, de inmediato se puso en pie y declaró: “He aquí, Señor, la mitad de
mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo
cuadruplicado” (Lc. 19:8). Estas palabras implicaban que toda su casa sería
despojada de sus riquezas. Una palabra del Señor Jesús bastó para despojar la
casa de Zaqueo de todas sus riquezas.

V. LO QUE ES IMPOSIBLE PARA LOS HOMBRES,


ES POSIBLE PARA DIOS

El Señor exhortó al joven principal, y aun así aquel joven no logró cumplir con
lo requerido. El Señor no exhortó a Zaqueo, pero éste sí logró hacerlo. Ambos
eran hombres muy ricos. El hombre rico mencionado en Lucas 18 era joven,
mientras que el hombre rico mencionado en el capítulo 19 ya era mayor. De
acuerdo al sentido común, el hombre más avanzado en años debería ser
mezquino con su dinero, mientras que el joven debería ser más generoso. Pero
lo que observamos aquí es algo muy diferente. Un caso nos ilustra lo que es
imposible para los hombres, mientras que el otro nos muestra lo que es posible
para Dios. No debemos mirar este asunto de manera superficial. No es fácil
venderlo todo y seguir al Señor. ¿Quién puede renunciar a todas sus posesiones?
Uno tiene que estar loco para renunciar a todo. Pero el relato de Zaqueo nos
dice que lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios. Zaqueo hizo
esto sin recibir ninguna enseñanza. El Señor no le dijo lo que debía hacer, pero
Zaqueo lo hizo. Lo que vemos aquí es un principio, y éste nos muestra cuán fácil
es hacer esto.

VI. EL CAMELLO QUE PASA POR EL OJO DE LA AGUJA

En cuanto Dios intervenga, el camello pasará por el ojo de la aguja. Ustedes


deben decirles a los nuevos creyentes que en Lucas 18 vemos a un camello que
vaciló al verse frente al ojo de la aguja y luego se alejó, después de haber
contemplado brevemente tal posibilidad. Sin embargo, en Lucas 19 vemos a otro
camello que sí pasó por el ojo de la aguja. Por favor recuerden que lo que es
imposible para los hombres, es posible para Dios. El capítulo 18 nos muestra
que ello es imposible para los hombres, mientras que el 19 nos muestra que para
Dios, sí es posible. Si se vuelven al Señor, las cosas se harán en un instante. Sus
problemas serán resueltos en un instante. En términos humanos, vender todo lo
que uno posee es una locura; no obstante, este asunto se resolvió en un instante.

A. La salvación vino a esta casa

¿Cómo es posible que este asunto sea resuelto en un instante? Uno jamás debe
suponer que Dios hará algo sin motivo alguno. El Señor nos da dos razones: en
primer lugar, Zaqueo era hijo de Abraham; en segundo lugar, la salvación había
venido a esta casa. Zaqueo no hizo esto por sí mismo. El propio Zaqueo no fue el
motivo por el cual él pudo acatar los mandamientos del Señor. Zaqueo no lloró
ni oró repetidas veces. Tampoco luchó consigo mismo, esforzándose por vencer
tal desafío varias veces hasta que, crujiendo los dientes, lo hizo. No es que
Zaqueo haya dado un poco de dinero un día, otro poco al día siguiente, un poco
más al tercer día, hasta que ya no retuvo nada. El Señor dijo que no fue la
decisión, las luchas o las consideraciones de Zaqueo, ni fue por causa de su
esfuerzo que Zaqueo estuvo dispuesto a venderlo todo. ¿Por qué su casa, la cual
él había edificado durante años de ahorros y riesgos, años de sacrificio de su
honor, ahora en un instante fue despojada? La casa de Zaqueo “se fue a la
quiebra” en un instante, porque la salvación vino a su casa. Zaqueo no se salvó a
sí mismo; fue el Señor quien lo salvó.

¡La salvación ha venido a esta casa! ¡El poder del Señor ha venido a esta casa!
Cuando esto sucede, todo ocurre con rapidez y prontitud. Por favor, presten
atención a las dos veces en que aparece la palabra casa. En el versículo 5 el
Señor dijo: “Es necesario que me quede en tu casa”, y en el versículo 9 Él dijo:
“Hoy ha venido la salvación a esta casa”. Esto nos muestra claramente que el
Señor mismo es la salvación que vino a la casa de Zaqueo. Cuando el Señor
viene a nuestra casa, la salvación viene a nuestra casa. La llegada del Señor es la
llegada de la salvación. Una vez que Él viene, todo es posible. En efecto, lo que el
joven principal estaba diciendo, era que Dios no era capaz de realizar algo.
Zaqueo, en efecto, afirmó que Dios sí podía hacer lo que se requería. Ningún
hombre puede ser liberado de la esclavitud del dinero. Todos los hombres
siempre tendrán que alejarse entristecidos. Pero cuando Dios manifiesta Su
misericordia hacia una persona y la salva, entonces nada es imposible.

B. El Señor sale a buscar


a los que están perdidos en sus riquezas

Al final el Señor concluyó así: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a
salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10). Este es un versículo muy conocido en
el cristianismo. Una de las principales razones por las que el Hijo del Hombre
vino, es para buscar a quienes estaban perdidos en sus riquezas. Todos los que
aman el dinero están perdidos y alejados. Hoy en día, el Señor ha salido en
busca de ellos. Zaqueo fue hallado por el Señor. En la era presente, el Señor
también nos ha encontrado a nosotros. Inicialmente, todos estábamos perdidos.
Estábamos perdidos en el dinero, pero el Señor nos ha encontrado, y ahora
todos nuestros problemas pueden ser eliminados. Una vez que el dinero se va,
todos nuestros problemas desaparecen.

VII. LA MANERA EN LA QUE DIOS PROCEDE HOY

Consideremos estos dos capítulos: Lucas 18 y 19. El Señor le dijo al joven


principal que vendiera todo lo que poseía, pero este joven se alejó entristecido.
No obstante, el Señor no le dijo nada a Zaqueo, sin embargo, algo ocurrió.
Cuando el Señor estuvo en la tierra, Él dio inicio a esta práctica. Después que la
iglesia surgió el día de Pentecostés, este asunto fue puesto en práctica
nuevamente. Cuando una iglesia es apropiada, todas estas cosas sucederán sin
requerir mayor esfuerzo.

A. Vender todas las cosas


es un mandamiento del Señor

Lo más importante de lo cual debemos percatarnos en Hechos 2 y 4, es que los


creyentes tenían todas las cosas en común al inicio de la vida de iglesia. Ninguno
decía ser suyo propio nada de lo que poseía. En otras palabras, la mano del
Señor estaba sobre todos los que habían sido salvos. Una vez que una persona
recibía la vida eterna, algo sucedía. Entre quienes poseían esta vida, la esfera de
sus posesiones se esparcía cada vez más, pues sus posesiones dejaron de ser su
posesión privada. Lo que se ve a continuación es que los hombres
espontáneamente vendían sus propiedades y sus casas. En el capítulo 4, los
creyentes vendieron todas sus propiedades y casas. Esta es la manera de
proceder que el Señor quiere que adoptemos. Su mandamiento es que
vendamos todo.
B. Todas las posesiones ordinarias
eran tenidas en común

Antes de seguir al Señor, una persona lleva consigo muchas cosas, tales como
sus bienes y todo lo que necesita diariamente. Una vez que viene al Señor y el
Señor le toca, sus posesiones se convierten en bienes comunes a los demás.
Desde ese momento, ninguno puede afirmar que algo le pertenece. Ninguno
puede afirmar que está aprovechándose de nadie, ni tampoco podrá decir que
algo le pertenece. El mismo objeto será compartido por todos. El mismo dinero
puede estar en su bolsillo o en el mío. Los mismos vestidos pueden ser vestidos
por usted o por mí. Cualquiera que sea nuestra práctica, esta deberá ser la clase
de fragancia que emitamos. Tal práctica tiene que ver con las posesiones
ordinarias que uno tiene.

C. Se deben vender todas las propiedades,


las casas y los objetos de valor

En lo que concierne a las propiedades, las casas y los objetos de valor, tienen
que ser vendidos. Todo objeto especial debe ser vendido. Las propiedades, las
casas, así como otros bienes tangibles como joyas de jade, antigüedades y
colecciones de caligrafía, tienen que ser vendidos. Después que han sido
vendidas, lo recaudado debe ser dado a los pobres.

D. No conservemos nada como propiedad privada

Con respecto al resto de sus propiedades, todo cuanto sea necesario para cubrir
sus necesidades diarias, no necesita ser vendido. Aun así, ustedes tienen que
tener la actitud de que todos los hijos de Dios pueden compartir todas estas
cosas. Permítanme decir algo acerca de mí mismo. Pueden tomarlo como una
broma, pero por veinte años, he tenido el hábito de comprar todo en cantidades,
a veces una media docena, otras veces una docena. Algunos hermanos se
preguntan por qué siempre compro en cantidad. Por ejemplo, cuando compro
un par de anteojos para el sol, pese a que mi intención es usarlos; aun así,
todavía oro: “Dios, puesto que Tú deseas suministrarme anteojos, provéeme seis
pares”. No tengo paz a menos que ore de este modo. Entonces, cuando aparece
algún hermano que los necesite, le puedo dar un par de anteojos. Si surge otro
hermano con la misma necesidad, le doy otro par de anteojos. Así regalo cinco
pares y conservo uno para mí mismo. De este modo mantengo mi paz.

Si compro cortaplumas, compro una docena, y si es hojas de afeitar, compro una


caja de doce docenas. Actúo así porque si compro una sola, tendré el sabor de
que hice algo, solamente para mí mismo. Pero si le regalo una de ellas cuando
usted me visite y luego doy otra a otro hermano cuando él venga, entonces esa
compra me parece mucho más dulce. Por supuesto, no puedo dar regalos a mil
personas o a un millón, pero al hacer estos pequeños regalos, percibo otro
sabor. Si compro una docena de cortaplumas y once hermanos acuden a mí,
podré darles un cortaplumas a cada uno de ellos. Así puedo conservar para mí el
último de ellos, y probablemente Dios me permita usarlo con entera libertad. Si
no hago esto, seré acosado por el sentimiento de que estoy guardando algo para
mí mismo. Todos los que han permanecido conmigo por cualquier lapso, saben
a qué me refiero. Siempre que salgo de compras, hago mis compras por docenas,
pero no uso tales artículos por docenas. Una vez que entrego mis posesiones,
hay un dulce sabor en todo cuanto hago.

E. Poner en práctica el principio


de tener todas las cosas en común

Debemos aprender a no aferrarnos a nuestras posesiones. Estoy convencido que


el Señor no me permitirá conservar mi abrigo para siempre. Quizás mañana ya
no lo tenga. Puesto que es así, de una vez podría pedir al sastre unos cuantos
abrigos más y así podré regalar algunos. Debemos hacer lo posible por cultivar
este sentir entre nosotros. Cada vez que salimos de compras, no debemos hacer
planes sólo para nosotros. Siempre debemos pensar en los demás. Necesitamos
ir de compras. No digo que no debamos salir de compras, pero cuando
salgamos, debemos cultivar este sentir, es decir, el sabor de que poseemos todas
las cosas en común. No estoy diciendo que debemos poner en práctica de
manera concreta el tener todas las cosas en común. Lo que estoy diciendo es que
tenemos que guardar este principio. Piensen siempre en los demás. Siempre
tenemos que respetar y defender el principio de tener todas las cosas en común.

F. Aprendamos, delante de Dios,


a no echar raíces ni a ser mezquinos

Todos los nuevos creyentes deben aprender, delante de Dios, esta lección. Si
poseemos bienes u objetos especiales, debemos venderlos. Todo lo que sean
bienes raíces, oro o plata debe ser vendido. No es de nuestro agrado ver que los
creyentes posean oro, plata, propiedades o casas. Tales cosas nos tientan a echar
raíces en esta tierra.

Sin embargo, no basta con simplemente deshacerse de estas cosas. Muchos han
vendido sus propiedades, pero no te prestan ni siquiera un bolígrafo. ¡No es fácil
ser librados de este mundo! En este mundo existen muchos tacaños. Ellos no
sólo son mezquinos en cuanto a las cosas grandes, sino también en las cosas
pequeñas. Son tacaños con respecto a cada cosita y a cada detalle.

G. No debemos aferrarnos a nada


y siempre debemos renunciar a ello
Muchas veces al leer Hechos 2 y 4, tengo la impresión que, de alguna forma,
todo cuanto se conoce como bienes raíces, tales como propiedades y casas,
tienen que ser vendidos. La iglesia hizo esto en aquel entonces. El libro de
Hechos no nos dice mucho al respecto; no obstante, sí nos dice expresamente
que los primeros creyentes tenían todas las cosas en común. Nadie se aferraba a
nada. Los hijos de Dios siempre deben estar dispuestos a renunciar a aquello
que tienen, cuando se trata de suministrar a otros hijos de Dios. Si tenemos
alguna posesión, debemos venderla o regalarla a los pobres. Nuestro sentir
siempre debe ser el de compartir nuestras posesiones con los demás, ya sea que
se trate de un cuchillo o un lapicero. No debemos guardar nada para nosotros
mismos; se puede prescindir de todas las cosas. Si hacemos esto, Dios no
permitirá que caigamos en pobreza. De hecho, Él multiplicará todo lo que
tenemos.

H. El ejemplo de la iglesia primitiva

Los nuevos creyentes deben conocer este principio. La iglesia primitiva


practicaba esto. Desde el comienzo, los doce discípulos le dijeron al Señor que
ellos lo habían abandonado todo para seguirle. Y cuando llegó el día de
Pentecostés, durante el primer avivamiento, hubo tres mil personas y luego
cinco mil personas que, espontáneamente, vendieron todo cuanto poseían. Ellos
fueron salvos, y al igual que Zaqueo, hicieron esto sin necesidad de recibir
muchas enseñanzas.

I. Venderlo todo sin necesidad de oír


muchas enseñanzas al respecto

Los doce discípulos no recibieron muchas enseñanzas antes de abandonarlo


todo para seguir al Señor. El Señor no les dijo que vendieran todo lo que tenían
para seguirle. Él únicamente les dijo que le siguieran (Mt. 4:19, 21). Cuando el
Señor los llamó, ellos espontáneamente lo dejaron todo. Asimismo, los
apóstoles tampoco le dijeron al primer grupo de tres mil personas que
vendieran todo lo que tenían. Ellos vendieron todas sus posesiones de manera
espontánea. Los apóstoles tampoco les dijeron a los cinco mil que lo vendieran
todo; ellos lo hicieron espontáneamente. Hoy en día tenemos que hacer lo
mismo. Nosotros hemos escuchado el evangelio y hemos creído en él. Debemos
hacer lo mismo que hicieron los tres mil y los cinco mil, pues ellos también eran
nuevos creyentes. Es así como la iglesia avanza de generación en generación.
¡Cuán lamentable sería que esta “tradición familiar” se interrumpiera con
nosotros! Siempre debemos llevar a la iglesia de regreso a su senda original.

VIII. NO SE PUEDE SERVIR A DIOS


Y A LAS RIQUEZAS AL MISMO TIEMPO
Leamos Mateo 6. En este capítulo se nos muestra que nuestro corazón debe ser
puro a fin de servir al Señor. No podemos servir a Dios y a las riquezas al mismo
tiempo.

A. Las riquezas son un ídolo

Las riquezas son un ídolo. Un ídolo al cual hemos servido por muchos años. Este
ídolo ha tenido preso a nuestro corazón por muchos años. Hoy en día, si
deseamos servir al Señor, tenemos que optar por uno de los dos. No podemos
servir a Dios y a las riquezas. El Señor dijo: “Porque donde esté tu tesoro, allí
estará también tu corazón” (v. 21). Un hermano me dijo en cierta ocasión: “Mis
tesoros están en la tierra, pero mi corazón está en los cielos”. Yo le respondí:
“Ciertamente eres una pieza de colección, pero no una pieza del “Museo de
Londres”, sino una pieza del “Museo cristiano”. El Señor dijo que nadie podía
hacer esto; sin embargo, a usted se le ha ocurrido algo que es mucho más
milagroso que cualquier milagro”. El Señor dijo que donde esté nuestro tesoro,
allí estará nuestro corazón. El corazón siempre va en pos del tesoro. No
podemos alterar esto. No importa qué es lo que digamos, nuestro corazón
siempre estará donde esté nuestro tesoro.

B. Aprendamos a servir únicamente a Dios

Si nos hacemos de tesoros en esta tierra, siempre estaremos sirviendo a las


riquezas y no a Dios. Es cierto que podemos tener ciertas ocupaciones e
involucrarnos en trabajos productivos, mas todo cuanto tenemos debe ser
ofrecido a Dios. Nuestro estilo de vida tiene que ser el más austero posible. No
podemos servir a Dios y a las riquezas. A quién preferimos, ¿a Dios o a las
riquezas? Tenemos que elegir entre los dos. El Señor dijo que no era sabio
escoger a las riquezas, porque las riquezas se corroen y son consumidas por las
polillas (v. 19). Es posible que nuestra cuenta bancaria aumente cada vez más,
pero los ladrones vendrán y nos la hurtarán. Tenemos que aprender a servir
únicamente a Dios y aprender a acumular tesoros en los cielos.

APÉNDICE CUATRO

CÓMO IDENTIFICAR LAS HEREJÍAS

Lectura bíblica: 2 Co. 11:13-15; 1 Ti. 6:20-21; 2 Ti. 4:3-4; 2 P. 2:1; Jud. 3; Is.
8:20

(El siguiente mensaje fue dado por Watchman Nee en Kuling el 28


de septiembre de 1948 como partede la serie de mensajes titulada:
“Nuevos creyentes”. Posteriormente fue excluido de la publicación
que contenía esta serie de mensajes.)
I. INTRODUCCIÓN

El tema de las herejías es un tema muy importante. Debemos comunicarles a los


nuevos creyentes la comprensión apropiada de este tema, de tal modo que
puedan estar preparados para defenderse apropiadamente. Debemos leerles a
los nuevos creyentes todos los versículos antes mencionados, uno por uno, y
luego debemos decirles que estos versículos muestran que surgirán muchos
herejes en los últimos tiempos, los cuales emergen del seno de la iglesia. Debido
a que algunos usarán el nombre de Cristo para propagar sus enseñanzas
heréticas, todos los cristianos deben ser advertidos con respecto al asunto de las
herejías. Judas 3 nos dice que tenemos que contender “ardientemente por la fe
que ha sido trasmitida a los santos una vez para siempre”. Tenemos que ser
ortodoxos en nuestra fe. Y tenemos que ayudar a los nuevos creyentes a elegir la
senda apropiada. Debemos advertirles en contra de las herejías. En un capítulo
anterior, ya abordamos el tema de la senda que la iglesia ha de seguir. Dijimos
entonces que, en los últimos tiempos, solamente una iglesia habría de guardar la
palabra del Señor y el nombre del Señor: la iglesia en Filadelfia. Nuestros ojos
tienen que ser abiertos a fin de que podamos encontrar esta iglesia.

II. NO SEAMOS CURIOSOS

Muchas personas, por ser curiosas, les gusta probar diversidad de cosas. Al
final, tales personas acaban siendo envenenadas por aquello que prueban. La
curiosidad no hace sino envenenar a quien la padece. No es necesario que los
hijos de Dios se involucren en herejías, únicamente para descubrir más tarde
que se trataba de una herejía y que debían haberla condenado. No tenemos que
involucrarnos con una herejía tras otra para luego poder condenarlas una por
una. En cuanto escuchamos algo extraño, debemos alejarnos de ello. Algunas
personas gustan de probar diversidad de cosas, y al final sucumben ante aquello
que estaban probando. Dichas personas tropiezan a causa de tales cosas y
después ya no pueden superar tal estado. Esto es muy peligroso. Jamás
debiéramos ser curiosos, no vaya a ser que seamos atrapados por herejías de las
cuales no podamos salir. Ninguna herejía es cien por ciento herejía; toda
herejía, es una mezcla de herejías y verdades. Satanás no sería tan necio de dar
origen a algo que sea completamente herético. Casi siempre, las herejías están
mezcladas con verdades destacadas; cuando una persona recibe tales verdades,
también recibe las herejías. No es fácil para los nuevos creyentes discernir tales
herejías. Debemos aprender a no tener nada que ver con las herejías. Debemos
huir de ellas y rechazarlas. Únicamente quienes poseen tal dominio propio y
seriedad, podrán ser salvos del peligro: quienes sean curiosos siempre
terminarán sufriendo la picadura venenosa.

III. LAS NORMAS ESTABLECIDAS


PARA IDENTIFICAR LAS HEREJÍAS
Ningún nuevo creyente está capacitado para enfrentarse a las herejías. Lo mejor
que puede hacer un nuevo creyente es alejarse lo más que pueda de las herejías.
Pero si usted se encuentra en un lugar en el que no hay iglesia o se encuentra
solo, he aquí diez pautas que nos darán el criterio necesario para determinar si
una enseñanza constituye una herejía o no. Si al describir una determinada
enseñanza, detectamos que se cumple alguna de estas pautas, o si una persona
enseña cualquiera de estas diez cosas, entonces se trata de una herejía. Lo que
determina si un grupo es herético, no es la cantidad de enseñanzas que imparte,
sino la presencia o la ausencia de herejías. En cuanto haya una herejía, ese
grupo ha errado. Es preferible escuchar un mensaje con un poquito de verdad
pero sin herejías, que escuchar a alguien que conoce muchas verdades, pero las
mezcla con un poquito de herejías. Un poco de veneno basta para aniquilar a
una persona. Del mismo modo, un poco de levadura leuda toda la masa.
Algunas de estas herejías únicamente pueden ser identificadas por personas que
poseen dones especiales. Puede parecer muy sencillo identificar estas herejías,
pero, en realidad, no es tan sencillo. Tenemos que preguntarnos si tal o cual
enseñanza esconde algo de herejía en ella. De ser así, tenemos que rechazarla
aun cuando el resto sea muy bueno.

Existen muchas clases de herejías. Algunas niegan completamente al Señor.


Otras toman como base los milagros, las obras maravillosas y la adivinación.
Algunas de ellas se relacionan con las profecías, otras con cuestiones
relacionadas con el juicio después de la muerte, e incluso hay otras que se
relacionan con la mortificación de los deseos de la carne. Aún más, cada una de
estas clases de herejías son propagadas por muchos grupos distintos. Existe una
gran variedad de herejías y todas ellas difieren en cuanto a sus errores. Pero
basta con que yerren en un solo aspecto para que se conviertan en herejías. Sin
embargo, debemos tener evidencias concretas antes de designar a alguna
enseñanza como herejía. Herejía es una palabra muy fuerte, y debemos ser muy
cuidadosos y serios al condenar a alguien como hereje. Ahora procedamos a
examinar aquellas diez pautas que nos sirven de criterio para reconocer una
herejía.

A. La autoridad de la Biblia

La primera clase de herejía está relacionada con la autoridad de la Biblia. En 2


Timoteo 3:16 se nos dice: “Toda la Escritura es dada por el aliento de Dios”. La
fe y la conducta cristianas están basadas completa y absolutamente en la Biblia.
En Isaías 8:20 se nos dice: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a
esto, es porque no les ha amanecido”. La ley y el testimonio a los que se hace
referencia en este versículo son las Escrituras. Todo tiene que ser evaluado con
la Biblia como norma. Cualquiera que evalúe algo conforme a una norma
distinta, estará predicando herejías. Las herejías más populares de nuestros
días, no adoptan la Biblia como norma. Por ejemplo, algunos afirman que la
iglesia es la norma. Otros afirman que la Biblia es la norma general, pero que es
la iglesia la que establece las normas específicas. Así ellos establecen muchas
normas además de las que establece la Biblia. Nosotros no podemos tener
comunión con ningún grupo que base su enseñanza o su juicio en persona u
organización alguna. Añadirle cualquier cosa a lo que dicen las Escrituras
constituye herejía. Algunos han dicho que la Biblia está en lo cierto, pero que
ellos han recibido inspiración adicional. Esto ciertamente constituye herejía. Por
ejemplo, en Shanghái un grupo de estudiantes de la Biblia afirma que una
persona tiene que leer sus “Estudios de las Escrituras” para poder conocer la
Biblia. Estos son los russellianos, también conocidos como “Testigos de
Jehová”. Ellos asumen otras autoridades además de la Palabra de Dios. Esto es
erróneo. Consideremos a los Cientistas Cristianos, ellos alegan que sus palabras
valen tanto como las palabras de la Biblia. Cualquiera que pone sus propias
palabras en el mismo nivel que las palabras de la Biblia, ciertamente es un
hereje. Nadie puede tener otra autoridad aparte de la Biblia. También están
aquellos que creen en fenómenos sobrenaturales y afirman que el Espíritu
Santo, por un lado, habla por medio de la Biblia, pero que además, el Espíritu
Santo habla de manera independiente a través de ellos. Ellos no se dan cuenta
que la revelación de Dios es una entidad completa en sí misma. Todas las
revelaciones se complementan mutuamente y no existe conflicto entre ellas.
Cualquier hablar nuevo debe complementar las revelaciones establecidas tal
como aparecen en la Biblia. Por lo tanto, todo cuanto se aparta de la Biblia o se
coloca en una posición de autoridad, constituye una herejía.

B. Con respecto a la persona de Cristo

La segunda clase de herejía está relacionada con la persona de Cristo. El


objetivo primordial que tiene Satanás al introducir herejías es el de atacar a la
persona de Cristo. Las Escrituras nos muestran que el Señor Jesús es Dios (Jn.
1:1-3). Sin embargo, Satanás quiere que los hombres nieguen que Él es Dios.
Con respecto a la persona de Cristo, la Biblia nos muestra lo siguiente: (1) que
Jesús es Dios, (2) que Él es el Hijo de Dios, (3) que Él es el Cristo de Dios, (4)
que Él es un hombre perfecto y (5) que después de Su resurrección, Él es tanto
Dios como hombre en los cielos. En ese tiempo, Dios lo hizo Señor y Cristo.
Algunos quizás se pregunten, ¿cómo es posible que Él sea tanto hombre como
Dios y, a la vez, el Hijo de Dios? A ellos les parece que esto es demasiado
confuso y que, en realidad, nadie sabe quién es Cristo. En realidad, basta con
que ustedes les digan que eso es lo que dice la Biblia. Además, Cristo mismo dijo
que ningún hombre puede conocer al Hijo si no es por medio de la revelación
que procede del Padre (Mt. 16:17). El Señor admitió que no era fácil conocer Su
persona. Los herejes únicamente tienen en cuenta uno de los aspectos de la
persona del Señor, ellos no reconocen todos Sus aspectos. Pero negar sólo uno
de los aspectos de Su persona es suficiente para que una enseñanza sea una
herejía. A lo largo de los siglos, muchas herejías han concentrado sus ataques en
uno o más aspectos de la persona del Señor Jesús. Basta con anular uno de los
aspectos de Su persona para anular toda la obra realizada por el Señor. Por
ejemplo, algunas personas afirman que el Señor Jesús no era un hombre. Esto
haría nula la obra de redención que Él efectuó por medio de Su sangre. Otros
dicen que Él no es Dios. Esto anularía el poder y la eficacia de Su obra en lo
concerniente a la remisión de pecados. Aquellos que atacan a la persona de
Cristo no tienen que atacar todos los aspectos de Su persona, lo único que tienen
que hacer es anular uno de tales aspectos y esto es más que suficiente para que
sean calificados de herejes.

Hoy en día circulan muchas clases de malentendidos acerca de la Biblia.


Algunos de esos malentendidos son perdonables, mientras que otros no tienen
excusa. Con respecto a la persona de Cristo, tenemos que ser muy estrictos
cuando se trata de respetar y defender su integridad. Aun cuando usted quizás
no comprenda muchas de las enseñanzas acerca de la persona de Cristo, ni
tampoco sea capaz de explicarlas satisfactoriamente, usted tiene que admitir los
hechos. La mayoría de las herejías concentran sus ataques en ciertos aspectos de
la persona de Cristo. Esta es la meta final de Satanás. El apóstol Juan indicó
esto cuando ya era muy anciano. Cualquiera que diga que Cristo es una persona
y que Jesús es otra, está predicando una herejía. Cualquiera que afirma que
después de la muerte y resurrección de Cristo únicamente existe el Espíritu, y
que Cristo ha dejado de existir, también está predicando una herejía. Cualquiera
que afirma que Dios primero creó al “Verbo”, que tal Verbo fue la primera
creación de Dios, después de lo cual el Verbo creó los cielos, la tierra y toda
criatura viviente, está predicando una herejía. Cualquiera que diga que Cristo es
un Espíritu subordinado a Dios y superior a los ángeles, el cual vino a la tierra
para ser un hombre, está predicando una herejía. Algunos separan al Hijo de
Dios, del hombre Jesús, el cual vivió en esta tierra. Otros separan al hombre
Jesús que vivió sobre la tierra, del Cristo resucitado y ascendido. Algunos niegan
que Jesús de Nazaret esté ahora en los cielos. Los hombres usan dos cuchillos,
uno para cortar al Hijo de Dios de Jesús de Nazaret, y el otro para cortar al
hombre Jesús del Cristo ascendido y resucitado. Aquellos que hacen esto están
predicando herejías. A Satanás le encanta sembrar confusión con respecto a la
persona de Cristo. En 1 Juan 3 se nos dice que el Hijo de Dios se manifestó para
destruir las obras del diablo (v. 8). Si una persona no reconoce que Jesús el Hijo
de Dios ha venido en la carne, esto quiere decir que tal persona no reconoce la
obra realizada por el Señor para destruir al diablo. Por tanto, todos aquellos que
destruyen la persona de Cristo, están destruyendo el plan de Dios.

En 2 Juan 7 se nos dice que aquellos “que no confiesan que Jesucristo ha venido
en carne” son engañadores. Una persona puede creer que el Jesús terrenal era
un hombre y, aun así, no creer que Él fue Dios encarnado. Esto separa al Hijo de
Dios del hombre terrenal. El versículo 10 constituye una palabra muy seria y fue
dicha por una persona que estaba llena de amor: “Si alguno viene a vosotros, y
no trae esta enseñanza, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Regocíjate!”. El
versículo 11 continúa: “Porque el que le dice: ¡Regocíjate! participa en sus malas
obras”. Aquellos que aman al Señor tienen que amar y proteger Su persona. En 1
Juan 4:1 dice: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si
son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo”. El
versículo 2 es igual al versículo 7 de 2 Juan, sólo que afirma lo mismo de otra
manera. En 1 Juan 4:3 dice lo mismo que en 1 Corintios 12:3: “Y todo espíritu
que no confiesa a Jesús, no es de Dios”. Aquí, no confesar a Jesús significa no
reconocerlo como Señor. El hecho de que Jesucristo viniera en la carne implica
toda Su historia en la tierra, mientras que el hecho de que Él fuera hecho Señor
implica Su historia en gloria. Dios lo proclamó Señor, el día de Pentecostés. Los
Testigos de Jehová alegan que Jesús murió y jamás resucitó. Ellos dicen que
después de tres días que Jesús fue crucificado, “Cristo Jesús el divino” nació.
Esto es una herejía. No crean que es sólo una simple diferencia en la
interpretación de la Biblia. Todos aquellos que dividen a la persona del Señor
Jesús en diversas entidades, son herejes. Los herejes siempre dividen la persona
única del Señor Jesús, separándola en diversas personas. Muchas herejías
tienen como objetivo anular la persona de nuestro Señor Jesús.

C. Con respecto
al pecado del hombre

Algunas herejías procuran negar completamente la cuestión del pecado. La


Biblia nos dice claramente que el hombre ha pecado. Al afirmar esto, la Biblia
quiere decir dos cosas: en primer lugar, que el hombre ha pecado con respecto a
su conducta; en segundo lugar, que el hombre ha a pecado en contra de Dios.
Esto es lo que constituye pecado delante de Dios. Ambos constituyen pecado
según la Biblia y ambos son hechos innegables. Algunas personas poseen un
carácter más dócil que otras, pero siguen siendo pecadores delante de Dios.
Cualquier enseñanza que niega estos dos puntos acerca del pecado, es una
herejía. Algunos, por medio de la filosofía, han intentado demostrar que el
hombre no tiene pecado; y otros hacen lo mismo, basándose en la composición
fisiológica de los seres humanos. Los cientistas cristianos y los rusellianos, o
Testigos de Jehová, pertenecen a esta categoría de personas. Ellos son herejes.
Afirmar que el hombre no ha pecado anula la obra de redención y la necesidad
de un Salvador. Afirmar esto es lo mismo que decir que el evangelio que
nosotros predicamos es una mentira. Todos aquellos que niegan la
pecaminosidad del hombre, lo cual es un hecho, son herejes.
D. Con respecto a la redención
efectuada por Cristo

La Biblia claramente afirma que nuestros pecados son lavados por la sangre del
Señor Jesús. La redención efectuada por Cristo es una verdad bíblica. El
evangelio de Cristo tiene dos aspectos de cardinal importancia. El primero está
relacionado con la persona de Cristo y el segundo con Su obra. Por medio de Su
obra, Él redimió al hombre mediante el derramamiento de Su sangre. Así pues,
negar cualquiera de estos dos aspectos equivale a negar el evangelio de Cristo.
Con respecto a la redención efectuada por Cristo, la mente de los hombres ha
sido engañada por Satanás al ser inducida a formular muchas enseñanzas
extrañas y obscuras que han tenido resultados inimaginables. Los hombres han
procurado anular la obra efectuada por el Señor. Algunos tratan de hacerlo por
medio de anular la realidad del pecado. Ellos niegan el hecho de que el pecado
es inherente al hombre, lo que anula la necesidad de que Cristo efectuara la
redención. Otros tratan de anular el papel que cumple la sangre de Cristo. Ellos
no reconocen la naturaleza redentora de la sangre de Cristo. Esto también anula
la obra de redención efectuada por Cristo. En 2 Pedro 2:1 se nos habla de
aquellos que niegan al Amo que los compró. Esto ciertamente es una herejía.

E. Con respecto
al juicio eterno

Algunas personas creen en la persona y en la obra del Señor Jesús, creen en la


pecaminosidad del hombre y en la redención efectuada por Cristo, pero
derrocan el hecho de que habrá un juicio eterno. Ellas niegan esto al proclamar
dos clases de enseñanza con respecto a la muerte. En primer lugar, ellos dicen
que una persona simplemente está durmiendo cuando muere. Su cuerpo y su
alma están durmiendo, y estos no estarán conscientes de nada a partir de la
muerte. Cuando el Señor resucite a tal persona, ella despertará una vez más. Su
muerte no es sino un paréntesis temporal. Sin embargo, el Señor nos dice que
después que una persona muere, todavía tiene consciencia de muchas cosas. En
la cruz, Él le dijo a uno de los criminales que lo acompañaba que, ese mismo día,
él estaría en el paraíso con el Señor. En Lucas 16 el Señor nos cuenta la historia
de Lázaro y del hombre rico; ambos fueron llevados al Hades después de morir.
Es obvio que ellos tenían consciencia de muchas cosas. Es cierto que la Biblia
hace referencia a la muerte como a una especie de sueño, pero esto solamente se
refiere al cuerpo de la persona, pues el alma de dicha persona no está
durmiendo. A los hombres se les ocurrió esta teoría porque deseaban minimizar
las consecuencias del pecado. Esto es herejía. En segundo lugar, existen quienes
afirman que la segunda muerte no es el juicio eterno, sino la aniquilación o la
perdición total, mediante la cual las personas cesarán por completo de existir.
Aun así, la palabra que la Biblia usó fue “destruir” (Mt. 10:28); esta palabra es la
misma que se tradujo “estropear” al referirse a los odres viejos que se revientan
(9:17). Los odres se revientan y se estropean, pero todavía existen; no han
cesado de existir. Cristo dijo que hay quienes matan el cuerpo, mas el alma no
pueden matar (10:28). Él también dijo que en la Gehena, el gusano de ellos no
muere, y el fuego no se apaga (Mr. 9:48). Un hombre que se pierde es un
hombre que sufre eternamente en el lago de fuego. Esta es la palabra de Dios.
Esto prueba que después de la muerte el hombre no cesa de existir. Cualquier
persona que hace nula la segunda muerte, está predicando herejías. Tal
predicación no honra la obra de redención efectuada por Cristo.

F. Con respecto a los milagros


y las sanidades

La Biblia registra muchos milagros y prodigios. Muchos de esos milagros se


relacionan con la sanidad de algunas enfermedades. Estas son señales que Dios
usa. Pero muchas de las herejías que circulan en este mundo ganan adeptos
entre los hombres por medio de milagros y prodigios. El Señor profetizó que
antes de Su retorno, se harían muchos milagros con el propósito de engañar a
los hombres (Mt. 24:24). Una gran parte de las enseñanzas heréticas está
constituida por la sanidad de enfermedades. Tales herejías ganan adeptos entre
los hombres valiéndose de su poder para lograr sanidades. Tenemos que ser
cuidadosos con respecto a toda forma de sanidad y fenómenos sobrenaturales.
Los milagros y eventos sobrenaturales detallados en la Biblia fueron iniciados
por el Espíritu Santo por medio de las manos de los hombres. El Espíritu Santo
reconoce a Jesús como el Señor; Él da testimonio del Señor. No hay nada de
malo en que una persona que tiene fe, que ha recibido una palabra de parte de
Dios, y que cree en dicha palabra, unja a los enfermos y los sane en el nombre
del Señor. Pero algunos hacedores de milagros que pertenecen a grupos
heréticos, no creen en las enfermedades ni en la muerte. Ellos dicen que tanto
las enfermedades como la muerte son mentiras. Es interesante, sin embargo,
que estas personas también mueren. Los Cientistas Cristianos no creen en el
envejecimiento, las enfermedades o la muerte. Después que Mary Baker Eddy
murió, surgió un escándalo. En su testamento, ella dispuso que cierta cantidad
de dinero fuese dada a sus seguidores. Aun así, sus seguidores insistían ante el
juez que ella no había muerto. El juez consideró que eso era absurdo, porque si
ella no estaba muerta, su testamento no podía entrar en vigor y, por tanto, la
iglesia no podría reclamar su herencia. Mas si ellos aceptaban que ella había
muerto, eso sería una refutación a sus enseñanzas con respecto a la ausencia de
enfermedades, dolores, pecado y muerte. Nosotros no debiéramos
obsesionarnos con las sanidades ni los milagros. La enfermedad es un hecho.
Algunas enfermedades responden a las leyes naturales; otras son resultado de
los ataques de Satanás. Y algunas otras enfermedades pueden ser el resultado
del pecado. Por un lado, creemos en la existencia de las enfermedades y la
muerte; por otro, también creemos en actos sobrenaturales que constituyen una
libre manifestación de la obra que realiza el Espíritu Santo, quien siempre
reconoce a Cristo Jesús como Señor. Pero también debemos darnos cuenta de
que al mundo le gusta creer en cosas inexplicables y extrañas. Tenemos que
esforzarnos por ser cuidadosos en discernir estas cosas.

G. Con respecto a las profecías

Muchas personas creen que el Señor vendrá nuevamente. Pero el Señor nos dijo
que nadie sabía el día ni la hora, ni siquiera los ángeles o el propio Hijo del
Hombre. Este es un principio básico en lo que concierne al día de la venida de
Cristo. Los Testigos de Jehová creen que Cristo vino en 1874, pues el fundador
de ese grupo, Charles T. Russell, predicó esto y su seguidor, John Rutherford, le
dio continuación a tal creencia. Lo extraño es que si bien ellos alegan haber visto
la venida del Señor, nosotros no lo vemos. Ellos afirman que ya estamos en el
milenio, y que esta es la razón por la que se han producido inventos tan
maravillosos como la máquina de escribir, el teléfono y el automóvil. Algunos
incluso creen que en 1844 el Señor Jesús ingresó al Lugar Santísimo en los
cielos. Otros afirman que Cristo vino en 1918. Hay dos pasajes bíblicos que
dicen que un día es como un año: Números 14:34 y Ezequiel 4:6. Algunos basan
sus argumentos en estos versículos, y su postulado es que un día significa un
año para todas las profecías. Pero Dios dijo que, para ciertas cosas, un día es
como un año. Él no dijo que esto era cierto para todos los casos. Es erróneo
tratar de calcular el día de la venida de Cristo según la teoría de “un día equivale
a un año”. Es probable que las setenta semanas mencionadas en el libro de
Daniel coincidan con la teoría de “un día equivale a un año”, pero aparte de ello,
todos los otros días deben ser considerados simplemente como días. Si alguno
afirma que un día siempre representa un año, entonces el milenio sería un
período de trescientos sesenta mil años. Algunos, entonces, argüirán que un día,
por ser breve, puede ser interpretado como un año, el cual es prolongado; pero
que un año, por ser tan prolongado, no requiere de mayor interpretación. Argüir
acerca de estas cosas es una tarea tediosa y no necesitamos tomarnos la molestia
de hacerlo. Todos aquellos que predicen el día del regreso de Cristo basándose
en la teoría de “un día equivale a un año”, corren el riesgo de ser herejes.

H. Con respecto a la comunicación


entre los vivos y los muertos

Según Deuteronomio 18:9-14 y Levítico 20:6, Dios estrictamente prohíbe que


los vivos se comuniquen con los muertos. En el Evangelio de Lucas, el Señor
habló acerca del hombre rico que estaba en el Hades y le imploró al Señor que
enviara a Lázaro a la tierra de los que estaban vivos, pero el Señor no quiso
hacer esto por ningún motivo. Los muertos están en el Hades o en el Paraíso y
no pueden retornar a la tierra de los vivos. El que una persona muerta retorne a
la tierra de los vivos o que los vivos se comuniquen con los muertos, equivale a
involucrarse en ritos de adivinación. La Biblia estrictamente prohíbe estas
cosas.

Un adivino o una bruja es una mujer que se comunica con los demonios. Una
adivina puede conocer a un solo demonio. Esa mujer está familiarizada con los
espíritus malignos. En los ritos de adivinación, un demonio actúa como si fuera
el espíritu de muchas personas muertas. Aquel con quien la médium o adivina
se comunica, en realidad no es el espíritu de la persona que ha muerto, sino el
demonio mismo. En la Biblia, únicamente en 1 Samuel se nos habla de que un
espíritu vino desde el Hades. Después que Samuel murió, su espíritu fue
llamado a la tierra y vino a reprender a Saúl (1 S. 28). El único lugar en el que se
nos habla del motivo por el cual Saúl murió, es 1 Crónicas 10:13-14, el cual
afirma que Saúl murió debido a que aceptó consejos de una adivina. Las leyes de
Moisés prohíben que una mujer se comunique con los espíritus, y aquellas que
lo hacían eran apedreadas hasta morir. Cualquier persona que se involucre en la
adivinación, es un hereje.

I. Con respecto a que las mujeres enseñen

En 1 Timoteo 2, en 1 Corintios 14 y en Apocalipsis 2 se nos muestra que Dios


prohíbe que una mujer enseñe. Cualquier secta que haya sido iniciada por una
mujer, dirigida por una mujer, así como cualquier grupo en el cual las mujeres
ocupan el mismo lugar que los varones, son grupos que despiertan muchas
sospechas. Más de la mitad de las herejías, en este mundo que circulen han sido
iniciadas por mujeres. Por ejemplo, la fundadora de Ciencia Cristiana fue Mary
Baker Eddy, y la fundadora de los Adventistas del Séptimo Día fue la señora
White. Cuando la Biblia se refiere al catolicismo romano, también se refiere a la
enseñanza de Jezabel.

J. Con respecto a la venida del Señor

El principio de la herejía es el de ser una imitación satánica de lo que el Señor


hace. Por ejemplo, el Señor sana a los enfermos, y Satanás también sana a los
enfermos. Con respecto a la venida del Señor, las herejías procuran confundir a
los hombres. Por ejemplo, algunos alegan que el Señor vendrá en cierto día y
lugar. Cuando el Señor no viene como se había vaticinado, los hombres
comienzan a ignorar o menospreciar la verdad concerniente a la segunda venida
del Señor. A Satanás le gusta desprestigiar la verdad concerniente a la segunda
venida de Cristo por medio de tales incidentes. Es verdad que el Señor viene
pronto y, en el futuro, mucha gente se interesará por las profecías. Por este
motivo, encontraremos más y más herejías en el área de las profecías. Si
cualquier secta o grupo afirma esperar el regreso del Señor para cierta fecha en
cierto lugar, ustedes pueden determinar de inmediato que ese es un grupo
herético. No debemos creer a nadie que diga que él es uno de los dos testigos o
uno de los tres ángeles. Tampoco debemos confiar en alguien que afirme ser
algún personaje descrito en la Biblia. El Señor dice que un día los hombres
exclamarán: “¡Mirad, aquí está el Cristo! o ¡acá!” (Mt. 24:23). No debemos
creerles. Todas estas son mentiras.

No debemos depositar nuestra confianza en nada. Lo único que debemos hacer


es esforzarnos en llegar a ser la iglesia en Filadelfia mencionada en el capítulo 3
de Apocalipsis. Otros quizás digan que son ciertas personas descritas en el libro
de Apocalipsis o el libro de Daniel. Ellos son herejes y no debemos recibirlos. En
los últimos tiempos aumentarán las herejías; por eso tenemos que saber
discernir. No traten de probarlos por curiosidad. Tal curiosidad siempre dañará
a nuestro espíritu. Si tratamos de probar, estaremos probando veneno.
Cualquiera que no pase una sola de las diez pruebas mencionadas, es un hereje y
no debemos tener comunión alguna con él. Esta clase de enseñanzas siguen
aumentando cada día más en China y tenemos que permanecer siempre alertas
en contra de ellas.

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