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Las bellas palabras, así llaman los indios guaraníes a los términos que les sirven
para dirigirse a sus dioses. Bello lenguaje, palabra luminosa, agradable al oído
de los dioses que las estiman dignas de ellos. Rigor de su belleza en la boca de
los chamanes inspirados que las pronuncian; embriaguez de su grandeza en el
corazón de los hombres y mujeres que las escuchan. Esas ñe' é pora, esas Bellas
Palabras resuenan todavía en lo más secreto de la selva que, desde siempre,
abriga a aquellos que, llamándose a sí mismos Ava, los Hombres, se afirman de
este modo depositarios absolutos de lo humano. Los verdaderos hombres por lo
tanto y, desmesura de un orgullo heroico, elegidos de los dioses, marcados con el
sello de lo divino, ellos que también se dicen los Jeguakava, los adornados. Las
plumas de la corona que adorna sus cabezas susurran al ritmo de la danza
celebrada en honor de los dioses, la corona reproduce el brillante tocado del
gran dios Ñamandu.
¿Quiénes son los guaraníes? De esta gran nación cuyas tribus, al comienzo del
siglo XVI, contaban su gente por cientos de miles, subsisten ahora en ruinas,
cinco o seis mil indios tal vez, dispersos en minúsculas comunidades que intentan
sobrevivir apartadas del hombre blanco. Extraña existencia la suya. Agricultores
en terrenos quemados en la selva, la mandioca y el maíz de sus sembrados
aseguran, de alguna manera, su subsistencia. Y cuando tienen necesidad de
dinero. Ofrecen su trabajo a las ricas explotaciones forestales de la región. Una
vez transcurrido el tiempo necesario para adquirir la suma deseada, parten
silenciosamente por estrechos senderos que se pierden en el fondo de la selva.
Pues la verdadera vida de los indios guaraníes no se despliega al borde del
mundo de los blancos, sino mucho más lejos, allí donde continúan reinando los
antiguos dioses, donde ninguna mirada profana del extranjero puede alterar la
majestad de los ritos.
Pocos pueblos testimonian una religiosidad tan intensamente vivida, un apego
tan profundo a los cultos tradicionales, cuya voluntad tan tensa para .mantener
en el secreto la parle sagrada de su ser. A los intentos a veces astutos, otras
veces brutales de los misioneros, oponen siempre un altivo rechazo: ¡Guardaos
vuestro Dios, tenemos los nuestros! Y era tan poderoso en ellos el cuidado de
proteger de toda mancha su universo religioso, fuente y finalidad de su fuerza de
vida que, hasta una fecha reciente, el mundo de los blancos pertenecía en la
ignorancia de este otro mundo llamado salvaje, de este pensamiento en el que no
se sabe qué admirar más, si su profundidad propiamente metafísica o la suntuosa
belleza del lenguaje que lo expresa. Para que los guaraníes consintieran en abrir
una brecha en ese formidable muro de silencio que rodeaba el edificio de sus
creencias, que el celo obstinado de los misioneros no logró jamás destruir, fue
necesario el descubrimiento y la conquista de una gran amistad: la que nació del
encuentro entre los indígenas y el paraguayo León Cadogan, amistad que con el
curso de los años nunca llegó a debilitarse y que sólo terminó el año pasado con
la muerte de aquel a quien los guaraníes llamaban nuestro verdadero compañero,
el que tiene su lugar reservado en nuestros fogones.
La amistosa benevolencia con que nos honró ese hombre de una tan rara
generosidad intelectual, nos permitió el acceso a los sabios guaraníes. Pero a
veces la garantía del nombre de León Cadogan no fue suficiente para romper su
negativa a hablar. Algunas veces tuvimos que abandonar talo cual aldea
indígena después de varios días de vana espera: aparentemente indiferentes a
nuestra presencia, los guaraníes mantenían a nuestro alrededor una zona de
silencio, que nada podía obligarlos a turbar. León Cadogan esta muerto; ahora
no es probable que de inmediato los guaraníes permitan a otro hombre blanco
escuchar las Bellas Palabras.
Los textos aquí recogidos son de naturalezas diferentes. Podemos leer, por
supuesto, varias versiones de los principales mitos que cuentan los guaraníes: las
aventuras del Sol y la Luna, los Gemelos, el diluvio universal que destruyó la
primera tierra, el origen del fuego.
Si bien los indios consienten con bastante facilidad en hacer a un blanco la
narración de los mitos, en cambio rehúsan de la manera más firme, si no
agresiva, como una vez tuvimos la experiencia, dejar escuchar el menor
fragmento de lo que ellos llaman las Bellas Palabras, expresión de un saber
esotérico que describe sucesivamente, en un lenguaje encantado, la génesis de los
dioses, del mundo y de los hombres. Textos de esencia religiosa de los que
encontraremos aquí la mayor parte de los que trazan los principales momentos
de la cosmogénesis guaraní.
Hemos retenido, en fin, cuando no eran demasiado oscuros, un cierto número de
textos enigmáticos, perteneciente a lo que podría denominarse el nivel metafísico
de este pensamiento indígena: glosas sobre los mitos, comentarios libres,
relámpagos de una luz sin huellas.
Agreguemos que casi todos los guaraníes conocen y saben contar los mitos de la
tribu. Pero sólo unos pocos hombres saben hablar a los dioses y recibir sus
mensajes; los sabios son los maestros exclusivos de las Bellas Palabras,
detentares respetados del arandu pora, el hermoso saber. Fuertemente codificado
este saber sólo permite leves diferencias de formas de un pensador a otro. Por
eso no hemos reproducido la totalidad de los textos disponibles, se parecen
demasiado. Inversamente, al nivel de los textos que llamamos metafísicos, el
pensamiento se mueve con entera libertad, la creatividad personal del pensador
se despliega sin trabas, al punto que, como lo hemos observado, una embriaguez
verbal se apodera del orador del que puede decirse entonces que. literalmente, no
es él quien habla sino, a través de él, los dioses. Lenguaje en el cual nos com-
placemos imaginando el eco lejano del discurso de los antiguos profetas, de los
que los indígenas decían que eran ñe' e jara, los maestros de las palabras.
Tres fuentes alimentan esta antología. De Curt Unkel Nimendaju hemos
traducido las versiones del mito de los Gemelos y del mito del diluvio, que él
recogió a principios de siglo de los indios Apapokuva-guaraníes, que habitan al
sur del Mato Grosso brasileño. Sabemos que este gran investigador de origen
alemán obtuvo la nacionalidad brasileña con el nombre que le atribuyeron los
sabios apapokuva: Nimuendaju, espléndida palabra que significa" aquel que
dispone su propio espacio eterno". A excepción de esos dos mitos apapokuva y de
la versión de los Gemelos que André Thévet anotó a mediados del siglo XVI entre
los Tupinambá en el litoral brasileño, todos los otros textos conciernen a los
guaraníes del Paraguay y fueron recogidos por León Cadogan y por nosotros
mismos. La paciente y minuciosa labor de Cadogan mostró sus frutos en el libro
que publicó en 1939: Ayvu Rapyta, el fundamento del lenguaje humano. De este
conjunto de textos míticos de los Mbyá-guaraní hemos elegido los extractos que
figuran en nuestro trabajo. En 1965, en el curso de una misión científica
permanecimos varios meses en aldeas guaraníes, tanto de los mbyá como de sus
próximos vecinos los chiripá. Todos nuestros textos fueron registrados en
guaraní, los indios no hablan otra lengua que la suya propia. Aquí reproducimos
todos los que ofrecen una cierta originalidad, en relación con los de Cadogan.
Además de algunas variantes de los mitos principales, se podrán leer esos textos
a veces un poco delirantes que Codogan no oyó jamás de boca de los indios y que
pertenecen al dominio que llamamos metafísico. Veamos ahora nuestra
traducción. En primer lugar indiquemos que, para la totalidad de los textos que
aquí se presentan (salvo el de Thévet), disponemos de la versión indígena. León
Cadogan, en su Ayvu Rapyta, dio el texto guaraní y su traducción española.
Nimuendaju igualmente transcribió en la lengua de los apapokuva los mitos que
ellos le refirieron. En 1944, un erudito paraguayo, J. F. Recalde, tradujo al
español el texto alemán de Nimuendaju. Llegó hasta traducir al guaraní del
Paraguay el guaraní de los apapokuva, lo que de paso permitió comprobar que
las diferencias lingüísticas de los dos dialectos son pocas. En cuanto a nuestros
textos, fueron traducidos, con la irreemplazable ayuda de Cadogan, del original
guaraní. Por lo tanto -pudimos en cada caso referirnos a la versión indígena.
Hemos intentado traducir todos esos textos a partir del guaraní, pues varias
estadías en el Paraguay nos permitieron cierta familiaridad con el idioma. Pero,
por supuesto, constantemente hemos utilizado la traducción española,
beneficiándonos con las aclaraciones de los comentarios y notas con que
Cadogan ha enriquecido los textos propiamente dichos. Traducir es,
evidentemente, intentar el pasaje a un universo cultural y lingüístico determinado
la letra y el espíritu de textos surgidos de un universo cultural diferente, con un
pensamiento propio. Cuando, como en el caso de los mitos, el texto es una
narración de aventuras, la traducción casi no plantea problemas. El espíritu, por
así decirlo, se apega a la letra, el enigma está casi excluido del relato. Más
arduo y por lo tanto más apasionante fue el trabajo de traducir los textos
religiosos. No tanto a causa del uso constante que las Bellas Palabras hacen de
la metáfora (basta saber que cuando el texto habla del "esqueleto de la bruma"
se refiere a la pipa de arcilla en la que los sabios fuman su tabaco, que la ''flor
del arco" designa a la flecha, que el nacimiento de un niño se dice "una palabra
ha encontrado su sede"), sino más bien por la dificultad de captar el espíritu que
fluye secretamente bajo la tranquilidad de la letra, marcando con su sello todo
discurso enigmático.
León Cadogan, incomparable conocedor de la lengua y el pensamiento de los
guaraníes ha sabido, a través de sus numerosos diálogos con sus amigos
indígenas, captar de cerca el sentido de las Bellas Palabras. De más está decir
que su trabajo es ejemplar. Sin embargo en algunos puntos, muy pocos en
verdad, nuestra traducción difiere de la suya. Cuando por ejemplo la versión
española del texto que describe la aparición del dios Ñamandu dice en el curso
de su evolución, traducción del término guaraní oguera-jera, nosotros decimos
"desplegándose a sí mismo en su propio despliegue". Como Cadogan lo indica
claramente en sus notas lexicográficas, el verbo jera expresa en efecto la idea de
despliegue; el auxiliar oguera indica la forma pronominal. De esa manera se
describe el movimiento del ala de un pájaro al desplegarse, el movimiento de una
flor que se abre. Y ése es el modo de emergencia del dios, semejante a la flor ya
completa en todas sus partes; él surge de las tinieblas primordiales, bajo el
efecto de una luz que él mismo lleva. En ese movimiento no hay precisamente
evolución, sino un arrancar progresivo de la noche las partes acabadas que
componen el cuerpo divino. Por eso hemos preferido decir que "Ñamandu se
despliega a sí mismo en su propio despliegue". Divergencia de corto alcance,
puesto que no altera el sentido general del texto. Sin embargo, convenía eliminar
este "injerto", en el pensamiento guaraní, de una categoría ausente: la de
evolución, idea típicamente occidental. Esto es precisamente lo que llevó a
Cadogan a elegir esta traducción, que le permitía decir a los escépticos y a los
racistas: ¿en base a qué desprecian a los indígenas, que saben pensar igual que
nosotros? Intención muy loable ciertamente, pero que, al occidentalizar al texto,
podría llevar a pensar -equivocadamente- en una influencia cristiana, cuando
sabemos que los mbyá guaraní no la han sufrido.
EL TIEMPO
DE LA ETERNIDAD
I. Aparición de Ñamandu: los divinos
II
Está erguido:
de su saber di vino de las cosas,
saber que despliega las cosas,
el fundamento de la Palabra, lo sabe por sí mismo.
De su saber divino de las cosas,
saber que despliega las cosas,
al fundamento de la Palabra,
él lo despliega desplegándose a sí mismo,
así hace su propia divinidad, nuestro padre.
La tierra no existe aún.
Reina la noche originaria,
no hay saber de las cosas:
al fundamento de la Palabra futura, lo despliega entonces,
así hace su propia divinidad,
Ñamandu padre verdadero, el primero.
III
VI
Prosiguiendo,
del divino saber de las cosas,
saber que despliega las cosas,
en cuanto a Karai futuro padre verdadero
y Jakaira futuro padre verdadero,
y Tupan futuro padre verdadero
hace que se sepan divinos.
Padres verdaderos de sus numerosos hijos que vendrán,
verdaderos padres de la Palabra que habitará
en los numerosos hijos que vendrán;
hace que se sepan divinos.
VIII
Prosiguiendo,
Ñamandu padre verdadero,
a fin de que ella tenga lugar
frente a su corazón,
hace que ella se sepa divina,
la madre futura de los Ñamandu.
Karai padre verdadero,
a fin de que ella tenga lugar
frente a su corazón,
hace que ella se sepa divina
la madre futura de los Kami.
Jakaira verdadero padre, igualmente,
a fin de que ella tenga lugar
frente a su corazón
hace que ella se sepa divina
la madre futura de los Jakaira.
Tupan padre verdadero, igualmente,
a fin de que ella tenga lugar
frente a su corazón.
hace que ella se sepa divina
la madre futura de los Tupan.
IX
II. Adviene la Palabra, ayvu. En la lengua de los Mbyá, ese término designa
expresamente el lenguaje humano. Que la Palabra, como signo y sustancia de lo
humano, esté situada en el corazón de la divinidad del dios, determina la historia
y la naturaleza de lo humano. Los hombres se definen como tales solamente por
la relación que mantienen, gracias a la mediación de la Palabra, con los dioses.
Ayvu es a la vez la sustancia de lo humano y de lo divino. En consecuencia, los
hombres sólo pueden existir conforme a su propia sustancia conformándose
constantemente a la relación original que los liga a los dioses. La historia de los
guaraníes será el esfuerzo reiterado para desplegar su propia naturaleza
verdadera. Efecto concreto de esta metafísica: las grandes migraciones
religiosas de los antiguos tupí-guaraníes, las tentativas aún actuales de los
guaraníes del Paraguay para obtener la aguyje, ese estado de gracia que les
permite acceder a Ywy mara ey, la Tierra sin Mal donde moran los dioses.
IV. El canto que nos ocupa es sagrado par ser el lenguaje de los himnos que los
hombres dirigen a los dioses. Define, expresa y realiza la relación entre los
hombres como comunidad de elegidos con la esfera de lo divino. El canto
sagrado asegura la comunicación de la tribu de los excelentes y el mundo de los
dioses. Es, ante todo, Palabra cuyo movimiento conduce del mismo a lo mismo,
de los hombres en cuanto región de lo divino a lo divino mismo. El canto sagrado
no es un acto de fe, no es tampoco el suspiro angustiado de una comunidad de
creyentes. En él los hombres más bien afirman el saber intransigente de su
propia divinidad.
4
Epíteto que se refiere a una de las normas; la perseverancia en el esfuerzo para lograr el estado de plenitud acabada.
5
Más tarde veremos aparecer los atributos de los diferentes seres divinos.
III. Creación de la primera tierra
II
III
IV
1. Nuestro padre primero está a punto de penetrar en su
[ morada celeste, tal fue su palabra:
"Tú solo, Karai padre verdadero,
en cuanto a las llamas siempre renacientes,
aquellas que nada jamás extinguirá,
las que hacen que me eleve,
en cuanto a ellas, harás que su guardián sea tu hijo,
Karai Gran Corazón.
Así, haz que tenga el nombre: Karai señor de las llamas.
Dícele,
Él será el guardián de las llamas destinadas a crecer.
Haz que en cada tiempo nuevo
se eleven un poco las llamas siempre renacientes
a fin de que escuchen su rugido,
aquellos a los que hemos querido adornar,
aquellas a las que hemos querido adornar."
2. Prosiguiendo:
"Y tú Karai padre verdadero,
harás que las bellísimas llamas
habiten nuestros hijos favorecidos, nuestras hijas
[ favorecidas."
VI
VII
II. Sin duda es contra el viento originario, el viento del sur, que Ñamandu debe
asegurar los sostenes del firmamento.
IV. Una vez trazada la figura de la primera tierra. Ñamandu define las funciones
de los dioses precedentemente engendrados. Más próximos a los humanos, ellos
aseguran la permanencia de las representaciones terrestres de lo divino, de la
vida en la primera tierra en tanto que imagen de lo divino.
IV. 1. Karai: llama, fuego solar, calor, renacimiento regular de lo divino como
naturaleza. Ese eterno retorno de lo mismo garantiza a los guaraníes que los
dioses no están muertos.
V. Todas las cosas están dispuestas ahora, los hombres pueden aparecer: el bello
saber puede hacerse terrestre, lo divino puede hacerse humano.
VI. Las normas de vida de los humanos no les son exteriores, puesto que ellas
definen el modo de existencia de los humanos como comunidad de elegidos: los
guaraníes encierran en sí mismos las reglas de vida. Y el llamado de Ñamandu a
saber esas normas equivale a una advertencia: no las olviden.
6
El pensamiento guaraní no ignora la abstracción. El término norma traduce exactamente la palabra guaraní rekorä: las reglas que
ordenan la existencia.
IV. Fin de la edad de oro: el diluvio
El diluvio
7
Divinidades de rango inferior.
se casó con la hermana de su padre.
8
Kuchiu: pájaro que canta cuando va a llover.
El fin de la primera tierra
II
III
IV
VI
VII
VIII
IX
XI
XII
EL LUGAR
DE LA DESDICHA
V. Ywy Pyau: La nueva tierra
Sería extraño ver a los dioses presas del descorazonamiento. Obligados, por la
falta de los primeros humanos, a ahogar bajo las aguas la primera tierra, sin
embargo no es este fracaso lo que podrá truncar el impulso de su voluntad
creadora. El fin de la edad de oro, edad de una tierra cuyos habitantes
fabulosamente indistinguibles -formas animales que envuelven la belleza sagrada
de la Palabra- permanecen en la proximidad de los dioses, este fin convoca un
comienzo, la creación de la nueva tierra. Ahora bien ywy pyau, la nueva tierra,
no será una repetición de la primera, no es una segunda versión de la edad de
oro, sólo puede existir según el modo de la imperfección: tierra de hombres, ya
no tierra de dioses, tierra donde estará expulsada la plenitud acabada, tierra del
mal y la desdicha.
Pero, ¿de dónde proviene la extraña obstinación de los dioses para producir
deliberadamente, ellos los superiores, lo inferior? Es a la vez una cuestión de
psicología divina -¿por qué los dioses hacen lo que hacen?- y de conocimiento
humano- ¿qué saben los indios guaraníes de sus dioses?-. Hay tal vez en el
designio de Ñamandu una intención maligna, o aun más, una maquinación
perversa. Va a crear la nueva tierra y de antemano la quiere mala. Se apresta a
instalar a los humanos en el espacio de la imperfección, a lanzarlos en el
peligroso camino de una tierra fea. Los dioses, en cierto modo, juegan con los
humanos, juegan con ellos, los hombres son juguetes de los dioses. Un texto que
podemos leer más adelante muestra a Tupan afirmando su intención de engañar
a los habitantes de la nueva tierra.
Es decir que los guaraníes no mantienen con sus dioses una relación simple de
pura piedad, no se engañan sobre el juego de los dioses, quieren romper las
reglas de ese juego. Su fe no pasa ni por la humildad ni por la resignación. Su
religiosidad excluye la espera pasiva de la criatura sin libertad. ¡Juguemos con
los pequeños seres que corren sobre esta fea tierra!, dicen los dioses.
¡Restitúyannos, responden los hombres, nuestra verdadera naturaleza de seres
destinados a la plenitud acabada del bien vivir en el corazón eterno de la morada
divina! ¡Nos lo deben! Los guaraníes recuerdan sin cesar a sus dioses la deuda
que contrajeron en el origen de un mundo para el cual fueron hechos. No
suplican como si se tratara de un favor: reivindican un derecho. Deseo de
inmortalidad al acecho de los divinos: todo lo contrario de la culpabilidad. Y si
hubo pecado (en el sentido cristiano), según la ética de los guaraníes es
solamente el de orgullo: a la obstinación perversa de los dioses corresponde la
constancia paranoica de los hombres. Los que están en lo alto saben muy bien
que nosotros somos sus semejantes, les dicen.
En el texto que sigue encontramos a la vez la belleza del gesto inaugural y lo
trágico de un destino decidido. Puede comprobarse igualmente que la decisión de
Ñamandu de crear la nueva tierra como dominio de lo perecedero no tiene unani-
midad entre los dioses. Después del rechazo de Karai, Ñamandu hace, casi
cómicamente, una especie de recorrida de los dioses: ¿Quién se va a encargar de
ese desagradable trabajo? ¡Yo, no! ¡Yo quiero! La nueva tierra será mala
ciertamente, pero sin embargo habitable, vivible gracias a la llama y a la bruma,
gracias al fuego y al humo del tabaco que trazarán alrededor de los habitantes
de la selva una frontera de protección. Helos aquí, pues, a los humanos con un
jefe adornado con coronas: saber de un futuro condenado a la desdicha, me-
moria de un antiguo pasado de divinidades.
La nueva tierra
Versiones
Ya está creada la nueva tierra. Los primeros habitantes son nuestro hermano
mayor y nuestro hermano menor, hijos de la esposa del gran dios, nuestro padre el
grande. Más tarde, los muchachos se transformaron el más grande en Sol, el
segundo en Luna. Es impropio que se los llame Gemelos. En efecto, son hijos de
padres diferentes, diferencia importante por cuanto los guaraníes son patrilineales:
un hijo pertenece a la línea de sus parientes paternos. El padre del Futuro Sol es el
dios Ñanderuvusu. El de Futura Luna es otra figura divina, un poco extraña:
Ñanderu Mbaekuaa, Nuestro Padre que sabe las cosas. Aparece al comienzo del
mito, en el momento de embarazar de nuevo a la mujer ya encinta de su marido,
después desaparece completamente. Cuando la mujer, irritada con su marido, le
descubre el infortunio del que es víctima, él decide dejar a su esposa engañadora
y abandonar la nueva tierra a su suerte. La ruptura entre lo divino y lo humano
queda desde entonces definitivamente consumada, la historia de los hombres
encuentra allí su verdadero punto de partida, por lo que puede decirse que allí
comienza el mal. El espacio de lo divino ywy mara eÿ, la Tierra sin Mal y el
espacio de lo humano, ywy mbaemegua, la tierra imperfecta, estarán en adelante
separados, situados uno al exterior del otro. Y todo el esfuerzo de los hombres
consistirá en tratar de abolir esta separación, tratar de franquear el espacio infinito
que los mantiene apartados de los dioses: migraciones religiosas, danzas,
plegarias, ayunos, meditación, en resumen, todo lo que constituye el pensamiento
y la práctica del mundo religioso guaraní.
El mito de los Gemelos cuenta, en su versión más completa, la larga serie de
aventuras de los dos jóvenes. Puestos en situaciones a veces trágicas, otras veces
cómicas, siempre terminan venciendo a la adversidad, a pesar de las faltas y el
obsti-