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Respuesta: Para entender el sentido del infierno, hay que empezar por decir que el
Juicio Final no se puede entender como una decisión caprichosa. Es falsa la suposición
de que nuestra condenación o salvación dependa exclusivamente de que, en el día del
Juicio, Dios Padre nos juzgue con mayor o menor misericordia. Es equivocado pensar
que si Dios juzgase con "más misericordia", podría llevar al Cielo a un pecador que ha
muerto en pecado mortal.
La cosa no es así. Una persona que muere en pecado mortal, podríamos decir -aunque
suene fuerte- que "no la puede salvar ni Dios"; de la misma manera que Dios no puede
hacer el círculo cuadrado, por la sencilla razón de que es una contradicción. Pues bien,
otra contradicción sería pensar que un alma en pecado mortal pueda contemplar a Dios.
Eso es imposible.
Para un alma en pecado mortal, ir al Cielo no sería una felicidad, sino el máximo
sufrimiento. Es como si a unos ojos que están acostumbrados a la oscuridad se les
obligase a mirar una luz potentísima. En ese caso, la contemplación de esa luz no sería
fuente de felicidad, sería una fuente de tormento.
Además de esto, tras ese error teológico que afirma que "Dios podría salvar a alguien
que muera en pecado mortal", se esconde una falsa representación de nuestra
imaginación, que conviene purificar: el Cielo no es un "sitio" -del que alguien puede ser
excluido, o al que alguien pueda ser llevado contra su voluntad-, sino que el Cielo es un
"estado de amistad". Como es evidente, la amistad no se impone ni puede imponerse, se
acepta o se rechaza.
Por lo tanto, no se trata de que Dios mande a un condenado a un lugar llamado Infierno,
sino que el que muere en pecado mortal, está incapacitado para contemplar el rostro de
Dios, y recibe en el infierno el estado adecuado para su alma.