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Sònia entró, junto con sus mejores amigas, en el lugar de encuentro del grupo. Sí, y
ahí le vio en el futbolín, con el resto de chicos del grupo. Su camisa negra por fuera
del pantalón, vestía él esport, pero además elegante, con la americana a conjunto
del pantalón. Y le vio... se vieron. Los chicos les dijeron a las tres hola, estaban
demasiado ocupados en ganar el partidillo de futbolín, aunque en un despiste, él
estando de portero y sin poder dejar de mirarla… perdió ese partido. Acabó el
partido y, en seguida, empezaron a darse dos besos entre todos y hablar con todos,
reír, explicarse cómo había ido esa mañana tan distinta a la del resto de los
mortales.
Después con el grupo fueron a otro bar… iban los dos uno al lado del otro,
intentando conocerse, hablando de sus cosas, de sus planes para el día siguiente,
aunque al día siguiente no estarían juntos. Cada uno tenía sus propios planes,
desde hacía tiempo. Ese domingo no podrían estar juntos así que tenían que
aprovechar el momento que les brindaba la vida. Ese momento inesperado en el
que no podían dejarse de mirar el uno al otro. Entraron en el otro bar y otra vez por
ciertas circunstancias no pudieron sentarse juntos. Así que no hacían otra cosa que
no parar de mirarse… Eran miradas cortas, pero intensas, miradas que acariciaban
el alma.
Al cabo de un rato, salió todo el grupo de ahí. Y mientras iban por la calle para irse
a otro bar, volvían a ponerse uno al lado del otro para poder así hablar
continuamente. De repente, un chico del grupo cogió a Sònia por la cintura y
empezó a mirarle descaradamente el escote… Sònia, al percatarse, se apartó del
compañero y se puso al otro lado de su apuesto galán. Ella, entonces, hizo el
ademán de taparse el escote para que no se fueran hacia ahí otros ojos que no
deseaban que la mirasen. Sólo buscaba los de su galán, su galán con camisa
negra…
Llegaron finalmente al pub y empezaron todos a bailar. Ellos dos siempre buscaban
estar juntos. Las chicas intentaban sacarle a bailar, pero él siempre volvía a
ponerse a su lado, al lado de Sònia. Bailaron con todos, pero sobre todo ellos dos
siempre juntos, buscándose entre la multitud si hacía falta. Bailaron hasta agotarse,
hasta caer exhaustos. Después se miraron intensamente y decidieron irse. Se
despidieron del resto del grupo. Y ambos, uno al lado del otro, caminaron hasta el
metro.
Aún en su recuerdo tenía uno de los encuentros que tuvo con su amor platónico.
Fue mágico desde el primer instante. Hubo una conexión entre ambos espectacular.
Ella, con su timidez habitual, no se sintió en ningún momento incómoda, todo lo
contrario. Y desde el primer instante, necesitó abrazarlo, acariciarlo, besarlo. Nada
más verlo, ahí, de pie, esperándola, con una sonrisa tímida, suponía ella, por los
nervios, sintió algo especial, algo que la llenaba. Sintió esas cosquillas en el
estómago que cada vez eran más intensas. Luego subieron en el coche y… sus
cosquillas cada vez eran mucho más intensas. Su perfume, su perfume llenaba el
coche de dulce armonía. Ese perfume afrutado, con aroma suave, no demasiado
fuerte, con estilo. Ella, desde el primer instante, supo que era él, él era la persona
que la enamoraba con cada palabra, con cada caricia. Tan solo la presencia de él ya
la llenaba al completo, ya la hacía sentir como una princesa de princesas. Y eso que
en ningún momento hizo falta que le dijera: “Qué guapa estás!”. No hacía falta,
porque la mirada de este amor platónico era suficiente para saber que para él ella
era y estaba siempre guapa.
Sí, pensaba en su galán de la camisa negra, pero realmente a quien ella amaba era
a su amor platónico… ese amor con el que deseaba pasar el resto de su vida.
Sònia cumplía años. ¿Cuántos? No importa cuántos porque ella tenía un espíritu
más joven de lo que lo podría tener algunas chicas de 28 años. Por tanto, unos 28
años tendrá. Pues bien, como su casa era pequeña, pidió a su mejor amiga de hacer
la celebración en casa de ésta. Lógicamente Amàlia le dijo que sí. “Cómo no iba a
ser en mi casa. Y no sólo eso, sino que encargaré un pastel para que puedas soplar
las velas de tus 28 primaveras, jajajaja”. Y así, empezaron los preparativos de la
fiesta de cumpleaños de Sònia. Las invitaciones: a quién se lo decían y a quien no.
Así que decidieron hacer una lista: Quimet, Pepe, Xavi, Magda, Lola, Casimira, etc
todo el grupo, pero ahora le tocaba una decisión importante: invitaba a su galán de
la camisa negra o a su amor platónico o a ambos. Amàlia le convenció para que no
invitara a los dos a la vez, no era prudente. Ella debía decidir si a uno u a otro.
Amàlia conocía la historia de su amor platónico que en su tiempo no lo fue tanto.
Estuvieron durante unos tres años viéndose con cierta frecuencia, pero finalmente
la distancia pudo con ellos, sobre todo con él. Y él acabó volviendo con la ex de
entonces por no poder superar esa distancia. Pero eso no quería decir que no se
amaran. Todo lo contrario. Él sabía que amaba a Sònia por encima de todo. Cada
vez que había una fecha importante a la primera a la que llamaba era a Sònia. Y
siempre necesitaba estar en contacto con ella. Y cuándo él la llamaba actuaba
como si nada les hubiese distanciado. A Sònia que todavía lo amaba locamente le
seguía haciendo daño que la llamara, pero a la vez sentía la necesidad. Entonces,
hablando con Amàlia, llegaron ambas a la misma conclusión. Que no se lo dirían a
su amor platónico, sino que la invitación sería a su galán de la camisa negra.
Así fue. Decidieron enviar un e-mail a todos los contactos para hacer la invitación
formal. Y así lo hicieron:
Hola a todos,
Besos a todos,
Sònia
Y así se quedó la cosa. A la espera de esa celebración tan esperada que volvería a
juntar a todos en un mesa en vez de en las locuras habituales que suelen hacer
este grupo de alocados “supuestamente treintaañeros”.
“Llamada inesperada” de Clàudia
Faltan unos días para la celebración del cumpleaños de Sònia y ella recibió una
llamada inesperada ese mismo día. Si jamás se lo hubiese pensado. Jamás se
hubiese imaginado el contenido de esa llamada. La dejó perpleja. No sólo su
príncipe azul la llamó, sino que le dio una noticia. ¡Vaya noticia! Una noticia que
daba un giro de 360º su vida. Ella todavía lo amaba, sí lo amaba de verdad, pero
sabía que era un amor imposible y ahora… ya era definitivo. Totalmente imposible.
Por fin, Sònia, después de unos instantes tristes pasó otra vez a la felicidad, no la
supuestamente completa, porque ella no creía en esa felicidad de las novelas, no;
pero sí en esos pequeños momentos felices que no aportan al corazón y al alma
una alegría poco habitual.