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La lengua de los hombres del agua

Joel Armando Zavala Tovar


jzavalat@pucp.edu.pe

Pontificia Universidad Católica del Perú

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Resumen

La lengua chipaya o lengua de los hombres del agua es una de las


variedades más antiguas de la familia uru-chipaya que ha logrado
sobrevivir hasta la actualidad en el altiplano peruano-boliviano
gracias a la lealtad de sus hablantes y a los diversos fenómenos
históricos ocurridos en su territorio. Esta lengua es un caso único en
el ámbito andino, pues, no solo presenta peculiaridades dentro de su
sistema lingüístico frente a otras lenguas andinas, sino que
experimenta un caso de resistencia lingüística que hace posible la
preservación de su lengua, lo que no ocurre con otras lenguas
andinas que aún se siguen hablando, pero atraviesan lentos procesos
de desplazamiento lingüístico.

En el presente artículo describiremos algunos aspectos básicos y


fundamentales de la lengua chipaya o lengua de los hombres del
agua. Una primera parte abarcará una breve descripción del espacio
chipaya y del pueblo chipaya. En una segunda parte daremos cuenta
de la lengua chipaya y sus peculiaridades, por último, describiremos
brevemente los estudios realizados en esta lengua y realizaremos un
comentario sobre la lengua chipaya.
El espacio chipaya

El pueblo de Santa Ana de Chipaya se encuentra ubicado en la parte


oriental de la provincia de Sabaya perteneciente a la jurisdicción de
Oruro, Bolivia. Esta provincia ha sido descrita muchas veces como
un “paisaje lunar” por ser un terreno salitroso y calcáreo que se
encuentra a una altitud promedio de 3, 800 metros sobre el nivel del
mar. A pesar de dicha descripción, los chipaya se autodenominan
“hombres del agua” qhwa-zh zhoñi para distinguirse de “los
hombres secos”, por lo general aimaras, a quienes se les denomina
tozha ‘extranjero’. Aunque esta autodenominación resulte no tan
obvia en relación con su hábitat natural, es entendida de mejor
manera cuando se encuentra explicaciones en la historia de los
chipaya donde algunos mitos del origen de los primeros habitantes
de la zona aparecieron en el lago Ajllata, cerca al río Lauca de
donde fueron desplazados por los aimaras. En documentos de la
colonia es posible encontrar referencias que nos dan a entender que
el territorio de los chipaya comprendía una zona lacustre que fue
desecándose paulatinamente hasta llegar a convertirse en un terreno
salitroso, calcáreo que se inunda eventualmente y que representa el
estado actual del territorio. Fueron estas condiciones las que
hicieron que los chipaya pasen de ser originariamente cazadores y
pescadores, al igual que los uros del Titicaca o del Poopó, a
precarios ganaderos y agricultores en zonas áridas y desérticas. Los
chipayas desplazados por los aimaras no se quedaron contemplando
su territorio y resignándose a sus nuevas condiciones sino que, al
contrario, desarrollaron sorprendentes estrategias de sobrevivencia.
De acuerdo con Nathan Wachtel, «los chipaya construyeron diques
y canales, represaron las aguas formando nuevas lagunas y
emprendieron una verdadera “revolución agrícola”» (citado por
Cerrón-Palomino, 2006a). Con esto podemos entender que los
chipaya presentan una economía pobre, precaria y de subsistencia
expresada en el aprovechamiento de las tierras a partir de procesos
ingeniosos de desalinización que han permitido la siembra de
quinua y cañagua en proporción moderada, escasamente suficientes
para el autoconsumo, además del mejoramiento de los pastizales por
medio del sistema de rotación de tierras inundadas que hace posible
la ganadería y cuyos productos excedentes con comercializados.

La lengua de los hombres del agua

El chipaya es una de las variedades sobrevivientes de una de las


lenguas más antiguas del altiplano peruano-boliviano que
modernamente integra lo que hoy se denomina la familia lingüística
uru-chipaya (Cerrón Palomino, 2006a). Esta lengua ha estado en
contacto con otras lenguas que si bien no se encontraban en el
altiplano, como la puquina, llegaron de la zona andina central, como
el quechua y el aimara, para desplazar a las variedades del uro.
Estos pueblos uros fueron sometidos a lo largo de su historia por
dichos grupos lingüísticos, primero por los puquinas, luego por los
quechuas y, por último, por los aimaras. Este sometimiento hizo que
actualmente solo queden dos variedades: el iru-wit’u, en la naciente
del Desaguadero, y el chipaya, al norte del salar de Coipasa, donde
la primera variedad se halla en proceso de extinción, en tanto que la
segunda se constituye como la única variedad supérstite que cuenta
con vigencia en la actualidad gracias a sus hablantes (Cerrón
Palomino, 2006a).
Como nos dice el lingüista Rodolfo Cerrón-Palomino: «el chipaya
es la única variedad sobreviviente gracias a, como dice el dicho, no
hay mal que por bien no venga [sic], gracias a que fueron
marginados, humillados, discriminados por los aimaras a lo largo de
toda su historia, arrinconados a tierra inhóspitas, supieron sobrevivir
a esos contextos, realmente supieron cambiar la situación inhóspita
por una situación mucho más llevadera, por eso preservaron su
lengua. Estuvieron a punto de perderla también, porque por la
década del 30 y 40 tenemos evidencias de que el bilingüismo
aimara-chipaya estaba cundiendo, pero esa situación se ha revertido,
hoy día los chipayas ya no tienen interés en aprender el aimara, es
decir, practican su lengua con mucho orgullo y la segunda lengua
que tienen es el castellano» (Presencia cultural, 2006).

La lengua chipaya se mantiene gracias a la lealtad de sus hablantes,


en palabras de Cerrón-Palomino, es el único caso de resistencia
lingüística en el mundo andino. Los chipayas son en su mayoría
bilingües cuya primera lengua, como es evidente, es el chipaya que
es la lengua del hogar, de la intimidad y de los juegos, y su segunda
lengua es el castellano que es aprendido en la escuela (Cerrón-
Palomino, 2006b).

El número de hablantes chipaya asciende actualmente a dos mil


hablantes (Cerrón-Palomino, 2006a), no obstante, según algunos
cálculos muy conservadores como los del censo de 1993, daban
cuenta de un millar (cf. Albó, 1996) [citado por Cerrón-Palomino,
2006a].
¿Qué caracteriza a la lengua chipaya?

A pesar de determinadas convergencias estructurales con otras


lenguas andinas (quechua y aimara) que se reflejan en que son
lenguas tipológicamente aglutinantes, el chipaya al estar en contacto
con dichas lenguas ha desarrollados características estructurales
peculiares de las lenguas andinas, no obstante también presenta
algunos rasgos ajenos al quechua y el aimara.

Fonológicamente, el chipaya comparte la misma estructura de


sonidos que podemos encontrar en el quechua y el aimara, sin
embargo, algunas de las peculiaridades más resaltantes se da en el
caso de las vocales. Esta lengua presenta un sistema pentavocálico,
a diferencia de los sistemas vocálicos del quechua y el aimara,
donde es posible distinguir un grupo de vocales cortas o breves (/a/,
/e/, /i/, /o/, /u/) y otro de vocales largas (/a:/, /e:/, /i:/, /o:/, /u:/). Es
justamente la presencia nítida de las vocales medias /e/, /o/, lo que
hace posible la neutralización de la motosidad que se presenta en el
quechua y en el aimara que presenta un sistema trivocálico donde
están ausentes /e/ y /o/.

Morfológicamente, la lengua chipaya hace uso de sufijos al igual


que otras lenguas andinas (quechua y aimara) que han sido
heredados de su protolengua, sin embargo, un rasgo peculiar es el
uso de prefijos, que no se encuentran en quechua ni en aimara,
además de presentar flexión de género (masculino y femenino).
Sintácticamente, el chipaya no difiere de las otras lenguas andinas,
pues, presenta la tipología sintáctica SOV, además de pertenecer al
tipo de lenguas nominativo-acusativo, es decir, es una lengua en la
que los roles de sujeto y objeto se comportan morfológicamente de
manera indiferente a la naturaleza transitiva o intransitiva de los
verbos. (Cerrón-Palomino, 2006a).

Por último, no podemos olvidar la fuerte influencia que el aimara ha


tenido sobre esta lengua que, de acuerdo con Cerrón-Palomino
(2006a), podría llevarnos a hablar de un “remodelamiento de la
lengua” que se refleja fundamentalmente en la morfología y la
sintaxis.

Estudios linguisticos chipayas

Según Cerrón-Palomino (2006a), se distinguen dos etapas de


estudios linguisticos de la lengua chipaya que toman en cuenta el
desarrollo de tales estudios. La primera etapa es denominada pre-
lingüística y la segunda es caracterizada como lingüística
propiamente dicha.

En la primera etapa considerada como pre-lingüística destacan los


trabajos realizados desde una perspectiva histórico-arqueológica y
etnográfica antes que lingüística, además de ser de carácter
documental y no analítico donde predomina el afán de registro antes
que el análisis lingüístico propiamente dicho (Cerrón-Palomino,
2006a).
Uno de los primeros trabajos fue el realizado por Max Uhle, quien
en 1984, ingresando a Oruro por Talina y Lipes, tuvo noticias sobre
la existencia del chipaya de labios de un cura que había estado en el
pueblo. A pesar de algunas dificultades para llegar al territorio
chipaya, Uhle pudo recoger alrededor de cuatrocientos vocablos y
no solamente quince palabras, como sostenía un investigador mal
informado (Cerrón-Palomino, 2006a).

La segunda persona en realizar estudios sobre los chipaya es Arthur


Posnansky, ingeniero austriaco, quien se ufanaba de haber
“descubierto” la “hasta entonces completamente desconocida tribu
de los chipayas”. Este investigador además de recoger algunos datos
etnográficos, recoge y publica, por primera vez, materiales léxicos y
fraseológicos de la lengua, ordenados por dominios semánticos y
temas gramaticales (Cerrón-Palomino, 2006a).

Un tercer investigador es el etnógrafo suizo Alfred Metraux, quien


realiza trabajos de campo con los chipayas. En uno de sus viajes se
dirige hacia Santa Ana de Chipaya, donde permanece por espacio de
dos meses (enero y febrero de 1931) donde, según sus propias
palabras, “salvar la lengua de los uros”, convencido de ser él mismo
“el último etnógrafo con chance de recoger los últimos sonidos de
una habla sin duda muy antigua”, que tenía los días contados. Como
producto de su trabajo, da a conocer sus estudios etnográficos, que
contiene oraciones, mitos y cuentos chipayas, como propiamente
lingüísticos, que comprenden un vocabulario, tres testimonios en
chipaya, con una traducción literal interlinear (Cerrón-Palomino,
2006).
Un cuarto investigador fue el etnógrafo francés Jehan Vellard, quien
dejó valiosas informaciones sobre la lengua y la cultura de los
chipaya. Por último, encontramos algunos breves apuntes sobre la
lengua realizados por Zenón Bacarreza, que son más bien informes
sobre la realidad socioeconómica del cantón de Santa Ana. Tal es,
hasta donde sabemos, todo el material lingüístico chipaya disponible
hasta la primera mitad del siglo XX (Cerrón-Palomino, 2006a).

En relación con estos estudios Cerrón-Palomino (2006a) nos dice


estos se caracterizan: «en términos generales, por la inseguridad de
su transcripción fonético-fonológica, manifiesta en las constantes
vacilaciones en que incurren los autores en la representación de un
mismo elemento […]. Otra deficiencia común que se advierte en los
materiales, esta vez con repercusiones gramaticales y semánticas,
tiene que ver con la postulación y la glosa de las entradas ofrecidas
en los vocabularios: en muchos casos aquéllas constituyen
verdaderas formas verbales conjugadas cuando no frases
predicativas o imperativas […]».

En la segunda etapa considerada como lingüística resaltan los


trabajos de los lingüistas Ronald Olson y Liliane Porterie,
norteamericano el primero y francesa la segunda. Olson, miembro
del Instituto Lingüístico de Verano (ILV), trabajó durante 17 años
(1960-1977) con los chipayas, mientras que Porterie, investigadora
del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), pasó
varias temporadas realizando trabajo de campo entre el 12 de
octubre de 1983 y el 31 de agosto de 1985, en Santa Ana de
Chipaya (Cerrón-Palomino, 2006a).
El primero de los investigadores publicó dos trabajos de índole
comparatística donde pretendía probar la relación de parentesco “a
gran distancia” entre el maya y el chipaya”, y otro de naturaleza
descriptiva, específicamente sobre la estructura silábica de la lengua,
con una propuesta igualmente discutible. Tales son, por así decirlo,
los únicos estudios de corte académico publicados por el autor
(Cerrón-Palomino, 2006a).

En relación con Liliane Porterie podemos decir que esta


investigadora había conducido in situ un trabajo de campo
extraordinario y meticuloso, sin embargo, tuvo la mala suerte de no
disponer de tiempo necesario para analizar sus datos, pues, aquejada
por una enfermedad incurable, dejó de existir en diciembre de 1988.
Respecto a los estudios realizados por ambos investigadores,
Cerrón-Palomino (2006a) nos dice que: «de esta manera, por
razones de preferencia en el caso de Olson, que privilegiaron los
trabajos de índole religiosa, y por motivos inexorables de salud, en
el caso de Porterie, los estudios propiamente linguisticos del chipaya
han sido relegados hasta la fecha, y es dentro de este contexto que
iniciamos el “Proyecto Chipaya”, cuyo objeto principal es
precisamente tratar de cubrir el vacío mencionado”.

El Proyecto Chipaya

Las actividades del proyecto chipaya se inician en el año 2001 y


comprende dos etapas de investigación: en la primera etapa se
preparó el libro El chipaya o la lengua de los hombres del agua de
Rodolfo Cerrón-Palomino (2006a), publicado por el Fondo Editorial
de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y la segunda etapa,
actualmente en desarrollo, consistente en la elaboración de un
diccionario y de un estudio de la tradición oral chipayas, elaborado
al alimón con Enrique Ballón Aguirre. (Cerrón-Palomino, 2006a).

El trabajo último de Rodolfo Cerrón-Palomino, cristalizado en la


publicación de El chipaya o la lengua de los hombres del agua, toma
como fuentes primarias los estudios prelingüísticos mencionados
anteriormente, además de los estudios linguisticos, en ciertos
aspectos, realizados por Olson y Porterie. Su trabajo presenta un
carácter eminentemente analítico y constituye la primera gramática
completa de la lengua chipaya que se ve enriquecida por la
acuciosidad del autor para hallar los vacíos y deficiencias de los
estudios previos.

Comentario

El trabajo de Cerrón-Palomino, como dijimos anteriormente,


constituye la primera gramática completa de la lengua chipaya,
donde podemos destacar dos aspectos importantes. El primer
aspecto que podemos denominar como interno o inherente está
relacionado con la calidad del trabajo lingüístico realizado por el
mencionado autor y con la manera en que se abordan los datos de la
lengua chipaya. Un segundo aspecto que podemos considerar
externo es que su obra constituye un intento actual por revalorar y
mostrar la riqueza de la cultura chipaya a través de su lengua. Por
último, el trabajo de Rodolfo Cerrón-Palomino sobre la lengua
chipaya abre nuevos senderos en la investigación de las lenguas
andinas, propósito que no es novedoso, pues, se ha demostrado a lo
largo de sus valiosas publicaciones en lingüística andina.

Bibliografía

Andrade Ciudad, Luis. “Habla sobreviviente”, en El Dominical,


suplemento del diario El Comercio, edición del 8 de octubre de
2006.

Cerrón-Palomino, Rodolfo. 2006a. El chipaya o la lengua de los


hombres del agua. Lima, Fondo Editorial de la Pontificia
Universidad Católica del Perú.

Cerrón-Palomino, Rodolfo. 2006b. “El chipaya es un caso único de


resistencia lingüística en el mundo andino”, en Punto Edu 60, pág.
16.

Anexos

Presencia cultural. 2006. Entrevista a Rodolfo Cerrón-Palomino


sobre la lengua chipaya. Revisada el 25 de junio de 2008.

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