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Redención

I. NECESIDAD DE REDENCIÓN

II. MODO DE REDENCIÓN

A. Satisfacción de Cristo
B. Méritos de Cristo

III. SUFICIENCIA DE REDENCIÓN

IV. UNIVERSALIDAD DE LA REDENCIÓN

V. TÍTULO Y OFICIOS DEL REDENTOR

• Sacerdote
• Profeta
• Rey
• Juez

Es la restauración del hombre, de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos


de Dios, a través de las satisfacciones y méritos de Cristo. La palabra redemptio es
del Latin Vulgata, derivada del hebreo kopher y del griego lytron que en el Antiguo
Testamento significa, generalmente, precio de rescate. En el Nuevo Testamento, es
el término clásico que designa el "gran precio" (I Cor., vi, 20) que el Redentor pagó
por nuestra liberación. La redención presupone la elevación original del hombre a
un estado sobrenatural y su caída a través del pecado; y puesto que el pecado hace
descender la ira de Dios y provoca la servidumbre del hombre bajo la dirección del
mal y Satanás, la Redención es con referencia a Dios y al hombre. Por parte de
Dios, es con la aceptación de compensaciones satisfactorias que el honor Divino se
repara y la ira Divina se apacigua. Por parte del hombre, es doble, liberación de la
esclavitud del pecado y restauración a la anterior adopción Divina y esto incluye el
completo proceso de vida sobrenatural de la primera conciliación, a la salvación
final. Ese doble resultado, a saber la satisfacción de Dios y la restauración del
hombre, es provocado por el oficio vicario de Cristo que trabaja a causa de las
acciones satisfactorias y meritorias realizadas en nuestro nombre.

I. NECESIDAD DE REDENCIÓN

Cuando Cristo llegó, había en todo el mundo una profunda conciencia de


depravación moral y un vago anhelo de un restaurador, apuntando a una necesidad
de rehabilitación, sentida universalmente, (vea Le Camus, "Life of Christ", I, i). De
ese sentido subjetivo de necesidad nosotros no debemos, apresuradamente concluir
en la necesidad objetiva de Redención. Si como normalmente se sostiene, contra la
Escuela Tradicionalista, la baja condición moral de la humanidad en el paganismo o
incluso en la Ley judía no era todavía, en sí misma y aparte de revelación, prueba
positiva de la existencia del pecado original, menos podía ser necesaria la
Redención. Trabajando en datos de la Revelación que involucran al pecado original
y a la Redención, algunos Padres griegos, como San Atanasio (De incarnatione, en
P. G., XXV, 105), San Cirilo de Alejandría (Contra Julianum en P. G., LXXV, 925) y
San Juan Damasceno (De fide orthodoxa, en P. G, XCIV, 983), enfatizaron, la
aptitud de Redención, no solo, como un remedio para el pecado original, sino
también, para evidenciar los únicos y necesarios medios de rehabilitación.
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Sus refranes, aunque calificados por la declaración, tantas veces repetida, que la
Redención es un trabajo voluntario de misericordia, probablemente inducido por
San Anselmo (Cur Deus homo, I) la declaran necesaria, en la hipótesis del pecado
original. Esa consideración es ahora usualmente rechazada, puesto que Dios no
tuvo ningún limite de medios para rehabilitar a la humanidad caída. Incluso en el
caso de Dios decretando la rehabilitación del hombre, fuera de su propia y libre
volición, los teólogos señalan otros medios, además de la Redención, v.g. la
condonación Divina pura y simple, con la sola condición de arrepentimiento del
hombre, o, si alguna medida de satisfacción fuera requerida, la mediación de un,
todavía no creado, elevado inter-agente. En una hipótesis sólo es Redención, como
se describió anteriormente, juzgada completamente necesaria y eso, si Dios debe
exigir una compensación adecuada para el pecado de la humanidad. El axioma
jurídico "honor est in honorante, injuria in injuriato" (el honour es medido por la
dignidad de quién lo da, la ofensa por la dignidad de quién la recibe) muestra que
el pecado mortal lleva, en cierto modo, una malicia infinita y que nada menos que
una persona que posea valor infinito, es capaz de elaborar completas reparaciones
para eso.

Verdaderamente, se ha sugerido que semejante persona pudiera ser un hipostático


ángel unido a Dios, pero sean cuales sean los méritos de esta noción en lo
abstracto, San Pablo prácticamente se deshace de ella con este comentario: "él que
santifica y los que son santificados, son todos de uno" (Heb., ii, 11), apuntando así
al Dios-Hombre como el verdadero Redentor.

II. MODO DE REDENCIÓN

El verdadero redentor es Cristo Jesús, según el credo de Nicea, " para nosotros los
hombres y para nuestra salvación descendida del Cielo; y fue encarnado por el
Espíritu Santo en la Virgen María y se volvió hombre. Él también fue crucificado por
nosotros, sufrió bajo Poncio Pilato y fue sepultado". Las enérgicas palabras del
texto griego [Denzinger-Bannwart, n. 86 (47)], enanthropesanta, pathonta,
apuntan a la encarnación y al sacrificio como el fundamento de la Redención. La
Encarnación, es decir, la unión personal de la naturaleza humana con la Segunda
Persona de la Santa Trinidad, es la base necesaria de la Redención porque para ser
eficaz, debe incluir como atribuciones del Redentor, ambas, la humillación del
hombre, sin la cual no habría satisfacción y la dignidad de Dios sin la cual, la
satisfacción no sería adecuada.

"Para una satisfacción adecuada", dice Santo Tomás, "es necesario que el acto de él
que satisface deba poseer un valor infinito y deba proceder de uno que es, al
mismo tiempo, Dios y Hombre" (III:1:2 ad 2um). El Sacrificio que implica siempre
la idea de sufrimiento e inmolación (ver Lagrange, "Religions semitiques", 244), es
el complemento y la entera expresión de la Encarnación. Aunque una sola acción
teándrica (Nota del traductor: teándrico, adj.- relativo a la unión en Cristo de la
naturaleza divina y humana), debido a su valor infinito habría bastado para la
Redención, todavía agradó al Padre demandar y al Redentor ofrecer, Su esfuerzo,
pasión, y muerte (Juan, x, 17-18). Santo Tomás (III:46:6 ad 6um) señala que
Cristo desea liberar al hombre, no solo por vía del poder, sino también por vía de
justicia, buscando el alto grado de poder que fluye de Su Deidad y el máximo
sufrimiento que, según la norma humana, sería considerado satisfacción suficiente.
Es en esta doble luz de encarnación y sacrificio que siempre debemos ver, los dos
factores concretos de la Redención, a saber, la satisfacción y los méritos de Cristo.

A. Satisfacción de Cristo
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Satisfacción, o pago completo de una deuda, significa, en el orden moral, una


aceptable reparación de la honra ofrecida a la persona ofendida y, por supuesto,
implica un trabajo penal y doloroso. Es la inequívoca enseñanza de la Revelación,
que Cristo ofreció a Su Padre celestial, Sus esfuerzos, sufrimientos y muerte como
expiación por nuestros pecados. El clásico pasaje de Isaías (lii-liii), carácter
Mesiánico que es reconocido tanto por intérpretes rabínicos como por escritores del
Nuevo Testamento (ver Condamin, "Le livre d'Isaie" París, 1905), gráficamente
describe al sirviente de Yahvéh que es el Mesías, Asimismo inocente y castigado por
Dios, porque Él tomó nuestras iniquidades sobre Si, Su propia oblación se convirtió
en nuestra paz y el sacrificio de Su vida, un pago por nuestras transgresiones. El
Hijo de Hombre se propone asimismo como un modelo de sacrificio amoroso porque
Él "no vino a ser servido, sino para servir y dar su vida en redención por muchos"
(lytron anti pollon) (Matt., xx, 28,; Mark, x, 45).

Una declaración similar se repite en la vigilia de la Pasión en la Última Cena:


"Bebamos todos esto. Porque esta es mi sangre del nuevo pacto que por muchos se
derramará para remisión de pecados" (Mateo, xxvi, 27, 28). en vista de esto y de la
aserción muy explícita de San Pedro (I Pet., i, 11) y San Juan (I John, ii, 2) los
Modernistas no están justificados en contender que "el dogma de la muerte
expiatoria de Cristo no es evangélica sino Paulina" (prop. xxxviii condenado por el
Santo Oficio en el Decreto "Lamentabili" 3 julio, 1907). San Pablo desconoce dos
veces (I Cor., xi, 23, xv, 3) la paternidad literaria del dogma. Es, sin embargo, de
todos los escritores del Nuevo Testamento, quien lo expone mejor. El sacrificio
redentor de Jesús es tema y estribillo de la Epístola completa a los hebreos y en las
otras Epístolas, que los críticos más exigentes consideran ciertamente como
Paulinas, hay de todo menos una teoría fija. El pasaje principal es Rom., III, 23 sq.:
"Por que todos han pecado, y necesitan la gloria de Dios. Estando libremente
justificados por su gracia, a través de la redención que es en Cristo Jesús, a Quien
Dios ha propuesto para propiciación, a través de la fe en su sangre, para
manifestación de su justicia, para remisión de pecados anteriores."

Otros textos, como Ef., ii, 16,; Col, i, 20,; y Gal., iii, 13, repiten y enfatizan la
misma enseñanza. Los primeros Padres, absorbidos como estaban por problemas
de Cristología han agregado, sino poco, al sostenimiento del Evangelio y San Pablo.
No es verdad, al decir de Ritschl (" Die christliche Lehre von der Rechtfertigung und
Versohnung", Bonn, 1889), Harnack ("Precisde de l'histoire des dogmes", tr. París,
1893), Sabatier ("La doctrine de l'expiation et son evolutión historique", París,
1903) que sólo vieron la Redención como la deificación de la humanidad a través de
la encarnación y que no conocieron la satisfacción delegada de Cristo. "Una
investigación imparcial", dice Riviere, "claramente muestra dos tendencias: una
idealista, que considera la salvación más como la restauración sobrenatural de la
humanidad a una vida inmortal y Divina y otra realista, que prefiere considerar la
expiación de nuestros pecados, a través de la muerte de Cristo. Las dos tendencias
corrieron juntas con algún contacto ocasional, pero en ningún momento, la anterior
absorbió completamente a la última, y con el curso del tiempo, la visión realista
predominó" (Le dogme del la redemption, pág. 209).

El famoso tratado de San Anselmo "Cur Deus homo" puede tomarse como la
primera presentación sistemática de la doctrina de la Redención, y, aparte de la
exageración notada anteriormente, contiene la síntesis que predominó en teología
católica. Lejos de ser adversos a la satisfactio vicaria popularizado por San
Anselmo, los primeros Reformadores la aceptaron sin cuestionar e incluso fueron
tan lejos como suponer que Cristo soportó los sufrimientos del infierno en nuestro
lugar. Exceptuando las interpretaciones erráticas de Abelardo Socino (d. 1562) en
su "de Deo servatore" fue el primero que intentó reemplazar, el dogma tradicional
de la satisfacción delegada de Cristo, por una especie de ejemplarismo puramente
ético. Él fue, y todavía es, seguido por la Escuela Racionalista que ve en la teoría
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tradicional definida totalmente por la Iglesia, un espíritu de venganza indigno de


Dios y una subversión de la justicia sustituyendo al inocente por el culpable.

El cargo de vengativo, una pieza de grosero antropomorfismo, viene de confundir el


pecado de venganza y la virtud de justicia. El cargo de injusticia ignora el hecho
que Jesús, la cabeza jurídica de humanidad (Ef., i 22), voluntariamente se ofreció
(Juan, x, 15) y que pudimos ser salvados por la gracia de un Salvador, aún cuando
hemos estado perdidos por la falta de un Adán (Rom., v, 15). Sería en verdad una
concepción cruda suponer que la culpa o culpabilidad de los hombres pasó de sus
conciencias a la conciencia de Cristo: la pena solo fue asumida voluntariamente por
el Redentor y, pagándola, Él lavó nuestros lejanos pecados y nos restauró a nuestro
anterior estado sobrenatural y destino.

B. Méritos de Cristo

La satisfacción no es el único objeto y valor de las acciones teándricas y


sufrimientos de Cristo; pero estos, además de aplacar Dios, también benefician al
hombre de varias maneras. Ellos poseen, en primer lugar, el poder de impetración
o intercesión que son propios a la oración, según Juan, xi, 42,: " y yo sabía que
siempre me oyes". Sin embargo, como la satisfacción es el factor principal de
Redención con respecto al honor de Dios, entonces la restauración del hombre es
debida, principalmente, a los méritos de Cristo. Ese mérito, o cualidad que hace a
los actos humanos merecedores de una recompensa a manos de otro, unidos a los
trabajos del Redentor, hace evidentemente fácil determinar la presencia, en ellos,
de los requisitos necesarios del mérito, a saber,

· la condición pasajera (Juan, i, 14);


· libertad moral (Juan, x, 18);
· conformidad a la norma ética (Juan, viii, 29); y
· Divina promesa (Is., liii, 10).

Cristo mereció para Él, no en verdad, gracia ni gloria esencial pues ambas venían
adheridas debido a la Unión Hipostática, sino el honor accidental (Heb., ii, 9) y la
exaltación de Su nombre (Phil., ii, 9-10). También los mereció en favor de
nosotros. Frases Bíblicas semejantes sobre recibir "de su abundancia" (John, i, 16),
ser bendecido con Sus bendiciones (Eph., i 3), ser hecho vivo en Él (I Cor., xv, 22),
deberle nuestra salvación eterna (Heb., v, 9) claramente implican una
comunicación de Él hacia nosotros, al menos, por vía de mérito. El Concilio de
Florencia [Decretum pro Jacobitis, Denzinger-Bannwart, n. 711 (602)] acredita la
liberación de hombre de la dominación de Satanás por mérito del Mediador, y el
Concilio de Trento (Sess. V, c.c.p.. iii, vii, xvi y canons iii, x) repetidamente
conecta, los méritos de Cristo con el desarrollo de nuestra vida sobrenatural, en sus
varias fases. Canon iii de Sesión V dice anatema a quien afirme que el pecado
original puede ser cancelado, de distinta manera que por los méritos de un
Mediador, Nuestro Señor Jesucristo, y el Canon x de Sesión VI define que ese
hombre no puede merecer, sin la justicia a través de la que Cristo mereció, nuestra
justificación.

Los objetos de los méritos de Cristo son, para nosotros, los dones sobrenaturales
perdidos por el pecado, es decir, la gracia (Juan I, 14, l6) y la salvación (I Cor., xv,
22); los dones extraordinarios gozados por nuestros primeros padres en estado de
inocencia no son, por lo menos en este mundo, restaurados por los méritos de la
Redención, pues Cristo anhela que suframos con Él para que podamos glorificarnos
con Él (Rom., viii, 17). Santo Tomás explica cómo los méritos de Cristo pasan a
nosotros, dice: Cristo merece por otro como otros hombres en estado de gracia
merecen a causa de ellos mismos (III:48:1). Así que nuestros méritos son
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esencialmente personales. No así en Cristo que, siendo la cabeza de nuestra raza


(Eph., iv, 15 v, 23), tiene, como señal, la única prerrogativa de comunicar a los
miembros personales subordinados, la vida Divina cuya fuente Él es. "El mismo
impulso del Espíritu Santo", dice Schwalm, " que nos impele individualmente a
través de los varios estados de gracia, hacia la vida eterna, impele a Cristo, pero
como el líder de todos; de modo que la misma ley del eficaz impulso Divino,
gobierna la individualidad de nuestros méritos y la universalidad de los méritos de
Cristo" (Le Christ, 422).

Es verdad, que el Redentor asocia otros a Él " para perfección de los santos. . .
para edificar (moralmente) el cuerpo de Cristo" (Ef., iv, 12), pero su mérito
subordinado (el de los santos) es sólo una cuestión de aptitud y no crea ningún
derecho, mientras que Cristo, por la sola razón de Su dignidad y misión puede
reclamar para nosotros una participación en Sus privilegios Divinos.

Todos admiten, en las acciones meritorias de Cristo, una influencia moral que
transfiere Dios para conferir en nosotros la gracia a través de la cual somos
merecedores. ¿Es esa influencia meramente moral o concurre efectivamente en la
producción de la gracia? De pasajes como Lucas, vi 19, "la virtud salió de él", los
Padres griegos insisten mucho en el dynamis zoopoios o vis vivifica, de la Sagrada
Humanidad, y Santo Tomás (III:48:6) habla de una especie de efficientia, por
medio de la cual, las acciones y pasiones de Cristo, como vehículo del poder Divino,
causan la gracia, por vía de la fuerza instrumental. Esos dos modos de acción no se
excluyen entre sí: el mismo acto o conjunto de actos de Cristo, puede estar
probablemente dotado de doble eficacia, uno meritorio a causa de la dignidad
personal de Cristo, otro dinámico a causa de Su investidura con poder Divino.

III. SUFICIENCIA DE REDENCIÓN

La redención es llamada por el " Catecismo del Concilio de Trento" (1, v, 15)
"completa, íntegra en todos los puntos, perfecta y verdaderamente admirable".
Semejante es la enseñanza de San Pablo: "donde el pecado abundó, la gracia
abundó más" (Rom., v, 20), es decir, el mal como los efectos de pecado, son más
que compensados por los frutos de la Redención. Haciendo un comentario sobre ese
pasaje, San Crisóstomo (Hom. X en Rom., en P.G., LX, 477) compara nuestra
responsabilidad con una gota de agua y el pago de Cristo con el inmenso océano.
La verdadera razón para la suficiencia e incluso la superabundancia de la Redención
es dada por San Cirilo de Alejandría: "Uno murió por todos. . . pero había en aquel
más valor que en todos los hombres juntos, más incluso, que en la creación
completa, porque además de ser hombre perfecto, Él seguía siendo el único hijo de
Dios" (Quod unus sit Christus, en P. G., LXXV, 135fi). San Anselmo (Cur Deus
homo, II, el xviii) probablemente es el primer escritor que usó la palabra " infinito,"
en relación con el valor de la Redención: "ut sufficere possit ad solvendum quod pro
peccatis totius mundi debetur et plus in infinitum."

Esta manera de hablar fue opuesta fuertemente por Juan Duns Scoto y su escuela
en el doble alegato que la Humanidad de Cristo es finita y que la calificación de
"infinito" haría todas las acciones de Cristo iguales, colocando a cada una de ellas
en el mismo nivel con Su sublime entrega en el Jardín y en el Calvario. Sin
embargo la palabra y la idea pasó a la teología actual e incluso fue adoptada
oficialmente por Clemente VI (Extravag. Com. Unigenitus, V, IX, 2), la razón dada
por el último, "propter unionem ad Verbum", siendo idéntica a la aducida por los
Padres.
Si es verdad que; según el axioma "actiones sunt suppositorum", el valor de las
acciones es medido por la dignidad de la persona que las realiza y de cuya
expresión y coeficiente ellas son, entonces acciones teándricas deben llamarse y
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son infinitas porque ellas proceden de una persona infinita. La teoría de Scoto en
que el valor intrínseco infinito, de las acciones teándricas, es reemplazado por la
extrínseca aceptación de Dios, no es en conjunto ninguna prueba contra el cargo de
Nestorianismo igualado en eso por católicos como Schwane y Racionalistas como
Harnack.

Sus argumentos proceden de una doble confusión entre la persona y la naturaleza,


entre el agente y las condiciones objetivas del acto. La Sagrada Humanidad de
Cristo es, sin ninguna duda el principio inmediato de las satisfacciones y méritos de
Cristo, pero ese principio (principium quo) estando subordinado a la Persona de la
Palabra (principium quod), se apropia de esto último fijando un valor, en el
presente caso, infinito, de las acciones ejecutadas. Por otro lado, hay en las
acciones de Cristo, como en las nuestras, un doble aspecto, el personal y el
objetivo: en el primer aspecto, solamente, ellas son uniformes e iguales, mientras,
consideradas objetivamente, deben necesariamente diferenciarse de la naturaleza,
circunstancias, y finalidad del acto.

De la suficiencia e incluso superabundancia de la Redención mientras consideramos


a Cristo nuestra Cabeza, podría inferirse que no hay necesidad ni utilidad de
esfuerzo personal por nuestra parte, en la ejecución de trabajos satisfactorios o la
adquisición de méritos. Pero la inferencia sería engañosa. La ley de cooperación que
alcanza todo a causa del orden providencial, gobierna esta materia particularmente.
Es solamente a través de, y en la medida de, nuestra co-acción (o cooperación) que
destinamos para nosotros las satisfacciones y méritos de Cristo.

Cuando Lutero, después de negar la libertad humana en que descansan todos los
buenos trabajos, indujo la artificial "fe fiduciaria" como único medio de recibir los
frutos de Redención, no sólo se quedó corto, sino también ejecutó lo opuesto a la
clara enseñanza del Nuevo Testamento que, nos llama a negarnos a nosotros
mismos y llevar nuestra cruz (Mat., xvi, 24), caminar en los pasos del Crucificado (I
Pedro. ' ii, 21), sufrir con Cristo para ser glorificado con Él (Rom. el viii, 17), en una
palabra, llenar a esas cosas que estamos deseando por los sufrimientos de Cristo
(Col, i, 24). Nuestros esfuerzos diarios hacia la imitación de Cristo, lejos de
disminuir desde la perfección de la Redención, son la prueba de su eficacia y los
frutos de su fecundidad. "Toda nuestra gloria", dice el Concilio de Trento, "está en
Cristo en quien vivimos, y merecemos, y satisfacemos, haciendo dignos frutos de
penitencia, de Él deriva nuestra virtud, por Él somos presentados al Padre, y a
través de Él encontramos aceptación con Dios" (Comprende. XIV, c. el viii)

IV. UNIVERSALIDAD DE LA REDENCIÓN

Si los efectos de la Redención se extendieron al mundo angélico o al paraíso


terrenal, es tema de disputa entre teólogos. Cuando la pregunta se limita al
hombre caído, tiene respuesta clara en pasajes como I Juan, ii, 2; I Tim. ii, 4, iv,
10; II Cor., v, 16; etc., todo lo sostenido en la intención del Redentor incluye en Su
trabajo salvador, la universalidad de los hombres, sin excepción. Algunos textos
aparentemente restrictivos como Mat., xx, 28 xxvi, 28; Rom., v, 15; Heb., ix, 28,
donde las palabras "muchos" (Multi), "más" (plural), son usadas en referencia a la
magnitud de la Redención, debe interpretarse en el sentido de la frase griega no
pollon que quiere decir la generalidad de los hombres, o por vía de comparación, no
entre una porción de humanidad incluida en, y otra dejada fuera de, la Redención,
sino entre Adán y Cristo. En la determinación de los muchos problemas que de vez
en cuando se levantaron en esta dificultosa materia, la Iglesia fue guiada por el
principio extendido en el Sínodo de Quercy [Denzinger-Bannwart n. 319 (282)] y el
Concilio de Trento [Sess. VI, c. el iii, DenzingerBannwart, n. 795 (677)] en que una
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afilada línea fue trazada entre el poder de Redención y su aplicación de hecho, a


casos particulares.

El poder universal se ha mantenido contra los Predestinarianos y Calvinistas


quienes limitan la Redención a los predestinados (cf. los concilios nombrados
anteriormente), y contra los Jansenistas que lo restringieron al creyente o aquellos
que realmente llegaron a la fe [prop. 4 y 5, condenados por Alejandro VIII, en
Denzinger-Bannwart, 1294-5 (1161-2)] y la última disputa, que es un error de los
Semipelagianos decir que Cristo murió para todos los hombres, se ha declarado
herética [Denzinger-Bannwart, n.1096 (970)]. La opinión de Vasquez y algunos
teólogos, que colocan a los niños moribundos y sin bautismo fuera del ámbito de la
Redención, normalmente es rechazada por las escuelas católicas. En tales casos no
puede mostrarse ningún efecto tangible de la Redención, pero ésta no es razón
para pronunciarlos fuera de la virtud redentora de Cristo. Ellos no están excluidos
por ningún texto Bíblico. Vasquez apela a Tim., ii, 3-6, para el efecto que esos
niños, no teniendo ningún significado o incluso posibilidad de llegar al conocimiento
de la verdad, no parecen estar incluidos en el salvador legado de Dios.

Aplicado absolutamente a los infantes, el texto excluiría también a quienes, de


hecho, reciben el bautismo. No es probable, que la Redención buscaría,
únicamente, a adultos abrumados con pecados personales y omitiría a infantes
sufriendo bajo el pecado original. Lejos, es mejor decir con San Agustín: "Numquid
parvuli homines non sunt, ut non pertineat ad eos quod dictum est: vult omnes
salvos fieri"? (Contra Julianum, IV, el xiii). Con respecto a la aplicación de facto de
la Redención en casos particulares, está sujeta a muchas condiciones, siendo
primeras: la libertad humana y las leyes generales que gobiernan el mundo natural
y sobrenatural. La disputa de los Universalistas, que todos deben salvarse
finalmente para que la Redención no sea un fracaso, no sólo es, sin apoyo, sino
también opuesta a la Nueva Dispensación, que lejos de suprimir las leyes generales
del orden natural, coloca en la vía de salvación muchas condiciones indispensables
o leyes de un orden sobrenatural establecido libremente.

Ni debemos ser inducidos a menudo por los reproches de fracaso lanzados a la


Redención con el pretexto que, después de diecinueve siglos de Cristiandad, una
porción, comparativamente, pequeña de la humanidad ha oído la voz del Buen
Pastor (Juan, x, 16) y un fragmento, aún más pequeño, ha entrado en el verdadero
rebaño. No estaba dentro el plan de Dios, iluminar al mundo con la luz de la
Palabra Encarnada, de una vez, puesto que esperó miles de años para enviar al
Deseado de las Naciones. Las leyes de progreso que prevalecen en todas partes
también gobiernan el Reino de Dios. Nos falta el criterio para discernir con certeza,
el éxito o fracaso de la Redención. La influencia misteriosa del Redentor puede
alargarse aún más de lo pensado en el presente, puesto que tiene, ciertamente, un
efecto retroactivo en el pasado.

No puede haber ningún otro significado a los muy comprensivos términos de la


Revelación. Las gracias otorgadas por Dios a las incontables generaciones que
precedieron la era Cristiana, si judíos o Paganos, fueron por anticipación, las
gracias de la Redención. Hay poca cordura en el trivial dilema que la Redención no
podría beneficiar a aquellos que ya fueron salvados, ni a quienes se perdieron para
siempre. Para los justos de la Ley Antigua, su salvación se debió a los méritos
anticipados del próximo Mesías, y la condena a perder sus almas fue porque
rechazaron, con desprecio, las gracias de iluminación y buena voluntad que Dios les
concedió, en previsión de los esfuerzos salvadores del Redentor.

V. TÍTULO Y OFICIOS DEL REDENTOR


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Además de los nombres Jesús, Salvador, Redentor que directamente expresan el


trabajo de Redención, hay otros títulos normalmente atribuidos a Cristo debido a
ciertas funciones o oficios que están implícitos o en conexión con la Redención,
siendo los principales Sacerdote, Profeta, Rey y Juez.

Sacerdote

El oficio sacerdotal de Redentor es descrito así por Manning (El Sacerdocio Eterno,
1): ¿Cuál es el Sacerdocio del Hijo Encarnado? Es el oficio que Él asumió para la
Redención del mundo por oblación de Él en la vestidura de nuestra masculinidad. Él
es Altar, Víctima y Sacerdote por consagración eterna de Él, que persigue para
siempre el sacerdocio del orden de Melquisedec que es sin principio de días o fin de
vida, carácter del sacerdocio eterno del hijo de Dios.

Como el sacrificio, si no por la naturaleza de cosas, al menos por la ordenanza


positiva de Dios, es parte de la Redención, el Redentor debe ser un sacerdote,
porque es función del sacerdote ofrecer sacrificio. En un esfuerzo para inducir a los
judíos recientemente convertidos a abandonar el defectuoso sacerdocio Aarónico y
aferrarse al Gran Sacerdote Superior que entró en el Cielo, San Pablo en su Epístola
a los hebreos, exalta la dignidad del oficio sacerdotal de Cristo. Su consagración
como sacerdote tuvo lugar, no desde toda la eternidad y a través de la procesión
de la Palabra del Padre, como algunos teólogos parecen significar, sino en la
plenitud del tiempo y a través de la Encarnación, la unción misteriosa que lo hizo
sacerdote, que no es nadie más que la Unión Hipostática. Su gran acto sacrificatorio
que se cumplió en el Calvario por oblación de Él en la Cruz, es continuado en tierra
por el Sacrificio de la Misa y consumado en el Cielo a través de la intención
sacrificatoria del sacerdote y las heridas glorificadas de la víctima. El sacerdocio
Cristiano, comprometido en la dispensación de los misterios de Dios, no es un
sustituto sino la prolongación del sacerdocio de Cristo: Él continúa siendo el
oferente y la oblación; todos aquellos sacerdotes consagrados y ungidos realizan su
facultad ministerial, para "mostrar en adelante la muerte del Señor" y aplicar los
méritos de Su Sacrificio.

Profeta

El título de Profeta aplicado por Moisés (Deut., xviii 15) al Mesías próximo y
reconocido como derecho válido por aquellos que oyeron a Jesús (Lucas, vii, 10),
no significa, solamente, la predicción de eventos futuros, sino además y de una
manera general, la misión de enseñar a los hombres en el nombre de Dios. Cristo
fue un Profeta en ambos sentidos. Sus profecías acerca de Él, Sus discípulos, Su
Iglesia, y la nación judía, están tratados en los manuales de apologética (ver
McIlvaine, "Evidences of Christianity", lect. V-VI, Lescoeur, "Jésus-Christ", 12e
conféer.: Le Prophète). Su poder de enseñanza (Mat., vii, 29), un atributo
necesario de Su Divinidad, también fue una parte integrante de la Redención. Él
que vino a "buscar y a salvar a quienes estaban perdidos" (Lucas, xix, 10) debió
poseer ambas calidades, Divina y humana, que hicieron eficaz al maestro. La
predicción de Isaías (Iv, 4), "miren yo lo he dado para testimonio a los pueblos,
para líder y maestro de los Gentiles", halla su completa realización en la historia de
Cristo. Un conocimiento perfecto de las cosas de Dios y de las necesidades del
hombre, la autoridad Divina y simpatía humana, precepto y ejemplo, se
combinaron para arrancar de todas las generaciones la alabanza otorgada en Él por
Sus oidores - "ningún hombre habló como este hombre" (Juan, vii 46).

Rey
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El título real frecuentemente fue atribuido al Mesías por los escritores del Antiguo
Testamento (Ps. ii, 0,; Is. ix, 6, etc.) y abiertamente reivindicado por Jesús en la
Corte de Pilato (Juan, xviii, 37) no sólo pertenece a Él en virtud de la Unión
Hipostática sino también por vía de conquista y como resultado de la Redención
(Lucas, i, 32). Si o no, el dominio temporal del universo perteneció a Su poder real
y es cierto que Él concibió Su Reino por ser de un orden más alto que los reinos del
mundo (Juan, xviii, 36). La realeza espiritual de Cristo esta caracterizada,
esencialmente, por su objeto final que es la felicidad sobrenatural de los hombres,
su conducto y medios que son la Iglesia y los sacramentos, sus miembros, que sólo
son, a través de la gracia, han adquirido el título de hijos adoptivos de Dios.
Supremo y universal, no es subordinado de ningún otro y tampoco conoce
limitación de tiempo o lugar. Mientras las funciones reales de Cristo no siempre se
realizan visiblemente como en los reinos terrenales, sería equivocado pensar Su
Reino como un sistema meramente ideal de pensamiento. Si considerado en este
mundo o en el próximo, "el Reino de Dios" es esencialmente jerárquico, su primer y
último estado, es decir, su constitución en la Iglesia y su consumación en el Juicio
Final, constituyen los actos oficiales y visibles del Rey.

Juez

El oficio Judicial aseverado tan enfáticamente en el Nuevo Testamento (Mat., xxv,


31,; xxvi, 64,; Juan, v, 22 sq.; Acts, x, 42) y los primeros símbolos [Denzinger-
Bannwart, nn. 1-41 (1-13)] corresponden a Cristo en virtud de Su Divinidad y
Unión Hipostática y también como recompensa de la Redención. Sentado a la
derecha de Dios, en señal no sólo de reposo, después de los esfuerzos de Su vida
mortal o de gloria, después de las humillaciones de Su Pasión o de felicidad
después de la prueba del Gólgota, sino también de verdadero poder judicial (San
Agustín, "De fide et symbolo", en P.L., XL, 188), Él juzga al que vive y al que
muere. Su veredicto instalado en cada conciencia individual devendrá final, en el
juicio particular y recibirá un reconocimiento solemne y definitivo, en las sesiones
del Último Juicio. (Vea EXPIACIÓN.)

OXENHAM, The Atonement (London, 1881); RlVIERE, Le dogme de la


Redemption (Paris 1905); HUGON, Le mystere de la Redemption (Paris, 1910);
GRIMAL, Le sacerdoce et 1e sacrifice (Paris, 1911); HUNTER, Outlines of dogmatic
theology(New York 1894); WILHELM AND SCANNELL, Manual of Catholic
theology (London, ;901); TANQUERET, Synopsis theologiae dogmaticae
specialis (Rome, Tournai Paris, 1909); with a good bibliography II, 404, and
passim; RITTER, Christus der Erloser (Linz, 1903); MUTH, Heilstadt Christi als
stelloertretende Genugthuung (Ratisbon, 1904)

J.F. SOLLIER
Transcrito por William O'Meara
Traducido por José Luis Anastasio

http://ec.aciprensa.com/r/redencion.htm

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