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psicoanalítico
“La casualidad no es, ni puede ser más que una causa ignorada de un efecto
desconocido”
Voltaire
El disparador de este trabajo parte del dato de que las caídas constituyen la primer causa
de muerte accidental en adultos mayores de 65 años, y que las fracturas de cadera en
ancianos que hasta hace unos años se consideraban patológicas, hoy se sabe que el 88%
son debidas a caídas, el 9% a otro tipo de accidentes y tan sólo el 3% se consideran
patológicas.
Esto me resulta relevante y me invita a preguntarme el porque de la frecuencia de este
tipo de accidentes y no otros, como también porqué en esta etapa de la vida en
particular.
Creo que todos estamos de acuerdo en que la mejor estrategia sería poder prevenir este
tipo de accidentes, yo lo pienso además, desde el contexto de nuestro país en donde la
población de adultos mayores es considerablemente relevante en cantidad, Uruguay
cuenta con la población más envejecida de Latinoamérica y ese número tiende a crecer.
Ahora, lo que llama mi atención es que la información que más abunda en torno a esta
temática consiste básicamente en adecuar el medio a la invalidez y fragilidad de los
ancianos y que al momento de enumerar las causas la mayoría de los aportes coinciden
básicamente en la predisposición del anciano a caer (por disminución en la capacidad
visual, deterioro del aparato locomotor, enfermedades, uso de psicofármacos) como
factor intrínseco, y en las características del entorno (suelos irregulares y deslizantes,
pavimentos defectuosos, iluminación incorrecta, en fin, inadecuación del medio) como
motivos extrínsecos.
Lo que creo yo que se esta dejando de lado es al sujeto que sufre la caída, como ser
pensante, generador de significaciones, como ser que atraviesa un conflicto propio de
este momento evolutivo y necesariamente ligado a cambios que lo afectan y ponen en la
cuerda floja a su equilibrio interno, y no sólo el externo o corporal.
En este enfoque encuentran mucho de que decir los estudios psicoanalíticos sobre los
accidentes y el narcisismo, el duelo, el acting out, la pulsión de muerte, los actos
fallidos, la imagen e ideal del yo, las identificaciones y hasta los posibles suicidios
encubiertos.
Propongo a lo largo de la investigación diferentes lecturas de la caída, desde las
circunstancias que empujan a caer, el acto en sí de caer, y el posterior desenlace.
Intentaré hacer este trabajo lo más dinámico posible. Para eso evitaré subdividirlo para
así lograr un manejo de la información más integrado, citando a la vez fragmentos de
escritos que inviten al lector a reflexionar acerca de lo que intentaré expresar. Esto no es
algo caprichoso, sino que de alguna manera surgió a lo largo de la elaboración y
responde a que todos los aspectos manejados se retroalimentan y vuelven a aparecer en
diferentes momentos del trabajo, y el subtitularlos de alguna manera condicionaría la
lectura rompiendo con la riqueza que esta estructuración no-lineal puede ofrecer.
“Nuestros actos fallidos son actos que triunfan, nuestras palabras que tropiezan son
palabras que confiesan. Unos y otras revelan la verdad de atrás”
Lacan J.
A modo de breve explicación, los actos fallidos, son para el psicoanálisis un tipo de
manifestación del inconciente de estructura similar a cualquier síntoma neurótico, entre
ellos encontramos situaciones cotidianas como pueden ser olvidos de nombres,
equivocaciones, pérdidas de objetos, actos casuales. Lo que los categoriza como actos
fallidos, es que los mismos están plenos de sentido, de motivación inconciente y que
son el resultado de la transacción entre un deseo inconciente y el fracaso defensivo.
Las condiciones para que se consideren actos fallidos son que deben consistir en una
perturbación momentánea y pasajera, y que no entendamos por qué la hicimos.
Ahora bien, las circunstancias que suelen acompañar al los accidentes a los que me
refiero son: no hacer el menor intento por evitarlo, por librarse del golpe, la indiferencia
con la que se acepta el daño resultante, la ausencia de manifestación de dolor y la
tranquilidad con la que se conlleva la desgracia.
Esto nos permite plantear que al igual que el sueño o síntoma psíquico, la caída puede
representar un conflicto y su intento de resolverlo en forma simbólica.
H. Bianchi
Pero antes de seguir indagando creo que es esencial que nos ubiquemos en esta
situación y tomar en cuenta los acontecimientos psíquicos y físicos que caracterizan esta
etapa de la vida.
El conflicto psíquico del adulto mayor pasaría predominantemente por una crisis
narcisista, como consecuencia de asistir a la propia declinación así como también a la
elaboración de las pérdidas objetales.
Desde los aportes del psicoanálisis sobre el proceso de duelo y narcisismo podemos
pensar en cierta forma lo que sucede o puede suceder en este enfrentamiento del
individuo con el paso del tiempo.
A nivel subjetivo el individuo que envejece se enfrenta a una serie de cambios que
deberá enfrentar, elaborar, significar y realizar un trabajo psíquico para asumir un nuevo
lugar en lo intra, inter y transubjetivo.
En este intenso proceso elaborativo convergen una resignificación del pasado, una
fortalecimiento del presente en toda su complejidad y una determinación de estrategias
para organizar el futuro, determinado este por un nuevo concepto inmanente: el de
finitud.
Las personas que envejecen saludablemente son las que tienen un concepto positivo de
sí mismos y que poseen recursos internos suficientes como para poder mantener el
deseo de vivir a pesar de los cambios y las limitaciones corporales.
Esto tendrá que ver con una actitud de flexibilidad ante los cambios que posibilitará no
aferrarse a una imagen unívoca de uno mismo, aceptar las transformaciones propias y
ajenas, construir proyectos y llevarlos a cabo, romper con las rutinas rígidas, innovar,
cuestionar y autocuestionarse.
Sobre la base de estas características de funcionamiento psíquico, se logrará realizar la
elaboración anticipada y gradual del envejecimiento.
Desde estas situaciones es que entiendo que la caída puede ser en ciertos casos una
manifestación psíquica.
Los mecanismos psíquicos de defensa ante una pérdida dada por una situación de
cambio (generalmente duelo patológico) ponen el cuerpo a actuar de una forma
violenta, precipitada y autodestructiva (pulsión de muerte) con el efecto buscado
inconcientemente de anular esa pérdida.
El tema social creo yo que no puede dejarse de lado. Freud en “Psicología de las masas
y análisis del yo” (1921) nos dice que la historia individual es una historia social. Es
impensable la construcción del sujeto psíquico sin el otro, no puede haber historización
en el aislamiento.
Los valores de producción y consumo relacionados con el modo de producción
capitalista pusieron a la vejez en un lugar marginado, cargados de valores
Cuando se privilegia la idea de muerte, las personas más viejas son empujadas a
abandonar lo que parece ser una “lucidez insoportable”. Son obligadas a reducir al
mínimo y hasta a anular drásticamente todos los contactos con un mundo
particularmente hostil del cual prefieren no participar porque no les ofrece un lugar
digno. Es una muerte simbólica para conservar la vida biológica.
Si pensamos en la dinámica del mundo actual no nos será difícil ver que provoca,
especialmente en las personas de más edad, una especie de desapropiación subjetiva de
papeles sociales y una ruptura de la alianza narcisista con el mundo de los objetos. En el
Adulto mayor esta desinvestidura se alía a una fuerte pérdida de autoestima y la libido,
así liberada, ahora flotante, deja el campo libre a la pulsión de muerte.
Cuando las dos tendencias permanecen equilibradas, gracias a la propia estructura del
sujeto y a los cuidados que la cultura pueda tener, puede alcanzarse una vejez serena,
lúcida, elaborada y especialmente, digna.
Dicho esto, podemos empezar a sospechar que en realidad estos accidentes son actos
exitosos, y anularían un sufrimiento inconciente que no encontró otra forma de
manifestarse, y que así como hay diferentes formas de envejecer arraigadas a la
personalidad del sujeto, también pueden haber diferentes formas de caer.
Puede existir una modalidad depresiva, de base culposa, que se presenta como el
“dejarse llevar”, “dejarse caer”, “dejarse atropellar”, es decir, entregarse, ponerse en
posición de objeto desde el autocastigo.
Otra forma puede ser el depositar la culpa en otro, caracterizada por el actuar
atropellado y poco reflexivo. En estos casos se hace presente la resistencia a los
cambios, el problema está en lo nuevo, “lo de antes era mejor”, el mundo se tiene que
adaptar a uno, “si yo me hago más lento todos deben hacerse más lentos”.
Esto nos habla de que un viejo no siempre se cae porque no se siente seguro, también
puede caerse porque se siente demasiado seguro.
La caída puede ser leída como actuación, cuando se dirige a otro, produciendo el efecto
de “pobre víctima”. En cambio puede ser entendida como pasaje al acto cuando en la
caída el viejo no demuestre su exclusión, su falta, sino que se excluye con su cuerpo. El
sujeto se cae de su propia imagen constitutiva que ya no lo sostiene.
Un accionar inconciente cuya finalidad fuera caerse remitiría a un más allá del principio
del placer que Freud concibe en su última teoría pulsional como pulsión de muerte y es
lo que lleva a hablar de “microsuicidios”.
Cito un fragmento para aclarar este punto de Mas allá del Principio del placer de Freud:
“Además del suicidio concientemente intencionado hay otra clase de suicidio, con
intención inconciente, que es capaz de utilizar con destreza un peligro de muerte y
disfrazarlo de desgracia casual”
El hábitat, el medio en que vivimos debería ser seguro para evitarnos un accidente, pero
dada la posible motivación inconciente de la caída, se puede decir también que este
hábitat debería a parte evitarnos la oportunidad, debe resguardar al ser humano contra sí
mismo.
Además, culturalmente está menos promovida la reflexión que la acción, llevando esto a
usar el cuerpo como instrumento de expresión del conflicto interno, en mi opinión
frente a esto deberían promoverse en cambio la importancia de llevar a la conciencia los
afectos y pensamientos que producen conflicto y dolor, de la palabra como promotora
de salud, no sólo cuando el individuo es joven, sino también en la vejez, ya que
parecería que como este período es el último en la vida, carecería de sentido un análisis
quizás porque el beneficio parece no involucrar a nadie más que al propio individuo y
no se adaptaría a las necesidades de toda la sociedad, que apunta a la productividad en
manos de individuos jóvenes y capaces, depositando sólo en estos la importancia de la
salud mental. No habiendo promesa de futuro, no habrían más motivos para luchar.
Porque el adulto mayor, además de la tarea constante de elaborar sus duelos, también
tiene como trabajo yoico específico e ineludible conservar un buen nivel de autoestima,
a pesar de las múltiples deficiencias o pérdidas de funciones corporales que tiene que
asumir sin derrumbe depresivo y para evitarlo debe estar consciente de los recursos
positivos con que aun cuenta, es decir, las capacidades que conserva y las que ha
adquirido, que debe ejercer y cuidar y así evitar sentirse una ruina humana sin valor.
El prejuicio mas común golpea al cuerpo con una determinada “imagen social” del
cuerpo del viejo, es el prejuicio de que todos los viejos son enfermos o discapacitados.
Además en nuestra cultura el cuerpo se ha transformado en símbolo y es reforzado por
un bombardeo de imágenes del “cuerpo deseado” como símbolo de felicidad.
El viejismo oficiará como un conector del viejo con un universo de significaciones que
lo transformará, a su vez, en un determinado “mensaje activador de sentimientos,
movilizador de emociones y estimulador de conductas.
Para pensar el porqué de este rechazo, creo importante partir de la base de que el
analista es también un sujeto, un sujeto conformado a base de complejos procesos
identificatorios, y dentro de esos procesos hay una relación que es la de ideal y promesa
narcisista, esta relación se explica al decir que todo proyecto se sustentará en la
diferencia que resulta entre lo que soy (yo-presente) y lo que deseo llegar a ser (yo-
futuro).
Por esta diferencia sufrimos y también gracias a ella vivimos.Cuando incorporamos en
estos procesos identificatorios prejuicios e ideas negativas respecto a la vejez
(incluyendo la de que es menos viable la satisfacción de deseos y la posibilidad de
proyectos en esta etapa de la vida),
la vejez pasa a ocupar un lugar peculiar como depósito de temores no solo como futuro
sino como una certeza en el presente.
Bibliografía